Ensayo sobre Cien Años de Soledad

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Cien años de soledad, la metáfora latinoamericana. En el año de 1949, el autor suizo, nacionalizado cubano, Alejo Carpentier, escribió en el prólogo de su libro El reino de este mundo: “¿Qué es la historia de América Latina sino una crónica de lo maravilloso en lo real?" [1]. El escritor colombiano Gabriel García Márquez, identificado como un representante del ya desgastado “realismo mágico” muestra en su gran obra Cien años de soledad, que aunque está cargada de lo mágico y lo fantástico, ésta trasciende de lo inverosímil a una realidad alejada de la ficción y representativa de procesos históricos y sociales del continente americano. Macondo se funda con la esperanza de la tranquilidad y paz dentro de una tierra no prometida. Pero esa tranquilidad comienza a ser coartada con la llegada de los gitanos, y la erupción que esto comienza a provocar pasa desapercibida, y no es posible captar para sus protagonistas, maravillados por el descubrimiento de lo desconocido, el momento en que la brecha que los aferraba a su pueblo y a sus tradiciones comienza a expandirse. Los gitanos representan el inicio de la invasión tecnológica, el inicio del dominio y la locura del pueblo americano disparado a la modernidad por el desarrollo global, buscando la imitación y la fascinación por los descubrimientos e inventos, y en general, una admiración hacia lo extranjero, considerándolo avanzado y superior. Este proceso se ve potenciado aún más con la llegada de Apolinar Moscote, la llegada de la imposición de un gobierno dentro del pueblo, el lazo que anexa Macondo con el resto del país; un gobierno conservador que termina por unir Macondo a sus dominios, el pueblo soñador, el pueblo de la esperanza, el pueblo en paz, pasa a ser una parte más del estado moderno.

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Cien años de soledad, la metáfora latinoamericana.

En el año de 1949, el autor suizo, nacionalizado cubano, Alejo Carpentier, escribió en el prólogo de su libro El reino de este mundo: “¿Qué es la historia de América Latina sino una crónica de lo maravilloso en lo real?" [1]. El escritor colombiano Gabriel García Márquez, identificado como un representante del ya desgastado “realismo mágico” muestra en su gran obra Cien años de soledad, que aunque está cargada de lo mágico y lo fantástico, ésta trasciende de lo inverosímil a una realidad alejada de la ficción y representativa de procesos históricos y sociales del continente americano.

Macondo se funda con la esperanza de la tranquilidad y paz dentro de una tierra no prometida. Pero esa tranquilidad comienza a ser coartada con la llegada de los gitanos, y la erupción que esto comienza a provocar pasa desapercibida, y no es posible captar para sus protagonistas, maravillados por el descubrimiento de lo desconocido, el momento en que la brecha que los aferraba a su pueblo y a sus tradiciones comienza a expandirse. Los gitanos representan el inicio de la invasión tecnológica, el inicio del dominio y la locura del pueblo americano disparado a la modernidad por el desarrollo global, buscando la imitación y la fascinación por los descubrimientos e inventos, y en general, una admiración hacia lo extranjero, considerándolo avanzado y superior. Este proceso se ve potenciado aún más con la llegada de Apolinar Moscote, la llegada de la imposición de un gobierno dentro del pueblo, el lazo que anexa Macondo con el resto del país; un gobierno conservador que termina por unir Macondo a sus dominios, el pueblo soñador, el pueblo de la esperanza, el pueblo en paz, pasa a ser una parte más del estado moderno. Aunque al comienzo de tal situación se manifiesta el descontento, por ejemplo José Arcadio Buendía: “-En este pueblo no mandamos con papeles. Y para que lo sepa de una vez, no necesitamos ningún corregidor porque aquí no hay nada que corregir” [2] y más adelante Aureliano Buendía, su hijo, quien encabezará el poder del liberalismo que se intenta desprender del régimen conservador que los somete, dando inicio a innumerables guerras civiles, foco que coincide en gran medida con los inicios de una lucha política-social del descontento americano, lucha que nunca vería sus frutos; “El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos”. [3]

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Llega poderosamente la revolución industrial, las máquinas, el ferrocarril, los barcos; llega el cine, llega la compañía bananera; se forman las primeras empresas privadas de trabajo capitalista dentro de Macondo, la dependencia económica entre el gringo productor y el obrero; Estados Unidos comienza a posesionarse de la gran economía, llevando consigo la mentira de las buenas intenciones para tomar el control económico, y finalmente el control de las condiciones de vida de los americanos que ciegamente confían en los sujetos que visten bien, hablan otro idioma, son los pioneros en tecnología y que persuaden con su formalidad, en su desarrollo intelectual y social. Este nuevo sistema económico que rige Macondo es el causante de la diferenciación social, cuyas consecuencias se ven reflejadas a lo largo de todo el siglo XX en el continente suramericano. El enriquecimiento de unos pocos, los que están a la cabeza, la burguesía, y el empobrecimiento de un estado llano, que se ve impedido de ser algo más que un simple obrero que trabaja y lucha por sobrevivir y sostener de un modo precario a su familia. Además de sufrir de condiciones denigrantes de trabajo, que no les permiten tener una vida digna (“La inconformidad de los trabajadores se fundaba esta vez en la insalubridad de las viviendas, el engaño de los servicios médicos y de la iniquidad de las condiciones de trabajo” [4]).

Es aquí donde aparecen los dirigentes sindicales como José Arcadio Segundo, hijo de Arcadio y Santa Sofía de la Piedad,  que comienzan a manifestar el descontento hacia los dominantes, uniendo a toda una clase en la lucha social; “…Tomó el partido de los trabajadores. Muy pronto se le señaló como agente de una conspiración internacional contra el orden público” [5]; la misma lucha que actúa como motor impulsor de las revoluciones que se llevan a cabo en América principalmente en la primera mitad de siglo, condicionado por la persecución hacia los revolucionarios, como lo fue en Macondo la muerte a los diecisiete Aurelianos, hijos del coronel Aureliano Buendía, a los que él quería armar nuevamente para ir a la guerra, razón por la cual fueron asesinados. “¡Un día de estos –gritó- voy a armar a mis muchachos para que acaben con estos gringos de mierda!” [6]. Tales persecuciones con el fin de eliminar vestigios de la revolución liberal, y como más tarde sucede con la muerte a los tres mil trabajadores que se sublevan en una lucha de clases ante la compañía bananera, y que son asesinados cruelmente por las fuerzas del gobierno.

Otro aspecto importante del reflejo de la realidad latinoamericana en la obra es el de la soledad, a la que todos los personajes están condenados, representada por

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el olvido y el abandono; se vive la soledad de los que no saben amar, de la frustración y la infelicidad; toda una vida de soledad y de silencio en la que el tiempo no pasa sino que da continuas vueltas en redondo, y en la que todos parecen vivir en un mundo de tinieblas, un mundo solitario, desde el primero hasta el último de la estirpe. Una familia que nunca conoció el amor, a la que lo único que la unía era la sangre. Y a pesar de que el último Aureliano haya sido el único de la estirpe engendrado con amor, estaba destinado a morir para acabar con su muerte, la maldición de los cien años de soledad.

Esa soledad representa el drama de América Latina, y más que la soledad, se trata de la desolación, producto de su imposibilidad de salir adelante; la ineficiencia de los gobiernos impuestos desde Europa en Latinoamérica, y la incomprensión general con que se ha tratado a este continente desde el primer mundo. Pero más que eso, el abandono en el que los mismos latinoamericanos viven, buscando siempre huir a otras tierras, huir de sus tradiciones y de su cultura. El mismo autor lo dijo en su discurso, el día que recibió el premio Nobel de Literatura “La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo. América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural.” [7]

El último y no menos importante tema que relaciona la gran obra del autor colombiano, con la realidad latinoamericana, y en especial la realidad nacional, es el de la gran influencia de lo tradicional, específicamente de las culturas indígenas, como la wayuu, en la cotidianidad de los habitantes del territorio; los wayuu hacen parte de la obra como la imagen de lo sobrenatural, de eso que va más allá de lo real, como la experiencia de lo onírico reflejado en la realidad, y como la vida después de la muerte. El chamanismo hace parte también de la gran influencia de lo indígena y ancestral en la obra, particularmente en referencia a Melquiades, quien es un personaje omnisciente, que puede viajar entre la vida y la muerte, y que además tiene la facultad de ir y volver en el tiempo.

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Es pues, Cien años de soledad, no sólo la obra más importante del escritor colombiana, sino, también es el espejo que refleja la historia y la realidad del continente latinoamericano, que busca encontrar una segunda oportunidad y no morir bajo la maldición de que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.” [8]

REFERENCIAS:

[1] Carpentier A.; El reino de este mundo; 1949; prólogo.

[2] Márquez G.; Cien años de soledad; 1967; p 47.

[3] Márquez G.; Cien años de soledad; 1967; p 82.

[4] Márquez G.; Cien años de soledad; 1967; p 225.

[5] Márquez G.; Cien años de soledad; 1967; p 225

[6] Márquez G.; Cien años de soledad; 1967; p 183

[7] Márquez G.; Discurso, premio Nobel de Literatura; 1982.

[8] Márquez G.; Cien años de soledad; 1967; p 318,