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    Entre la ausencia y el regreso de la política. Avance de investigación

    sobre los procesos de constitución de las subjetividades políticas. El

    caso del conflicto por las retenciones móviles –marzo-julio 2008.

    Introducción

    Esta ponencia se inscribe en el marco de un proyecto de investigación en marcha que

    tiene como propósito analizar la constitución de las subjetividades políticas en el marco

    actual de Argentina y Latinoamérica.1 En relación con ciertos diagnósticos que, desde

    hace un tiempo a esta parte, vienen postulando un regreso de la política y sus temáticas

    a la vida cotidiana (en contraste con la apatía generalizada con que a menudo se

    caracteriza a los años noventa), en dicho proyecto se formula la pregunta acerca de las

    condiciones que hicieron posible el resurgimiento de la participación e involucramiento

    de la ciudadanía en la formulación de demandas vinculadas con los asuntos de la vida

    en común. A partir de un caso que cobró notoria relevancia en la realidad política

    argentina reciente, como fue el conflicto por las retenciones móviles ocurrido entre

    marzo y julio de 2008, se propone determinar si dicho caso se inscribe en la serie de

    irrupciones aisladas propias de la década previa o si, por el contrario, debe pensarse

    como una experiencia que remite a ciertos rasgos de emergencia de una repolitización

    de la sociedad civil.

    La hipótesis fundamental de la investigación sostiene que estos procesos

    actuales de conflicto que ponen en escena nuevas identidades y formas de lucha, si bien

    evidencian cierto retorno de la política, exponen por otra parte la persistencia de rasgos

    propios del régimen gubernamental neoliberal, es decir, se constituyen en tensión con

    los modos de identificación y acción política configurados por el discurso neoliberal,

    hegemónico durante las últimas décadas.

    En ese sentido, mi exposición se limitará en esta oportunidad a indagar en las

    condiciones que hicieron posible, a partir de los acontecimientos y transformaciones

    sociales evidenciados en las últimas décadas del siglo XX, la emergencia de una

    ciudadanía que se constituyó en ajenidad con la política. Para ello, revisaremos el curso

    1 “El regreso de la política. Aportes al conocimiento de los procesos de constitución de las subjetividadespolíticas en el marco actual de Argentina y Latinoamérica. El caso del conflicto por las retenciones

    móviles –marzo-julio 2008”, realizada en el marco de la Maestría en Investigación de la Facultad deCiencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

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    dictado por Michel Foucault en el Collège de France entre enero y abril de 1979,

     Nacimiento de la biopolítica,2  en el cual se aborda el análisis de las formas de la

    gubernamentalidad liberal y neoliberal y su impacto en la dimensión subjetiva.

    Finalmente adelantaremos algunas conclusiones derivadas del trabajo realizado hasta el

    momento.

    El abandono de la política

    Durante las últimas décadas del siglo XX, en el marco del desbloqueo y generalización

    del modelo neoliberal a nivel mundial, diferentes expresiones tanto de la reflexión

    filosófica como de la investigación social coincidieron acerca de una crisis de la

    política, en términos no sólo de las cuestiones vinculadas a la gobernabilidad e

    institucionalidad sino también –y fundamentalmente– en referencia a la capacidad de

    intervención de la ciudadanía en el espacio público. Cornelius Castoriadis, por ejemplo,

    describía en aquel momento la disipación del conflicto social y político en estos

    términos:

    En verdad no hay ni programas opuestos, ni participación de la gente en los

    conflictos o en las luchas políticas, o simplemente una actividad política. En

    el plano social no sólo está la burocratización de los sindicatos y su

    reducción a un estado esquelético, sino que también existe la casi

    desaparición de las luchas sociales. Nunca hubo en Francia tan pocas

     jornadas de huelga, por ejemplo, como en los últimos diez o quince años, y

    casi siempre estas huelgas tienen un carácter categorial o corporativista.3 

    En el caso de Latinoamérica, durante la década del 80 y hasta finales de los 90, el

    neoliberalismo impulsó –principalmente a través de los lineamientos de organismos

    financieros internacionales– políticas que supusieron no sólo la modificación profunda

    de factores claves de la economía y el papel del Estado, sino que, al mismo tiempo,

    apuntaban a cambiar de manera radical la naturaleza y la forma de los lazos sociales. La

    crisis de los partidos como grandes organizadores de la competencia política o el

    debilitamiento de las identidades políticas tradicionales, permitirían ver la presencia de

    dichas transformaciones en las reglas de juego de la vida política. Un estudio realizado

    2 Foucault, M., Nacimiento de la biopolítica, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.3 Castoriadis, C., El avance de la insignificancia, Buenos Aires: Eudeba, 1997, p. 113.

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    por Sergio Caletti durante esos años llamaba la atención particularmente sobre la

    tendencia en las ciudadanías “a sustraerse a la dimensión política de la propia vida

    social”:

    El llamado desprestigio de la clase política y su falta de credibilidad, son

    latiguillos que a fuerza de reiterarse en los medios masivos, en los pasillos o

    en la conversación cotidiana, han adquirido cierto estatuto de naturalización.

    Decenas de sondeos miden la magnitud de este fenómeno semana a semana,

    mes a mes. Casi nadie discutiría ya que se trata de un nuevo elemento del

    paisaje político que ha llegado para quedarse, al menos por un buen tiempo.4 

    Sin embargo, Caletti reparaba además en el hecho de que términos como

    “despolitización”, “apatía”, “descreimiento”, “rechazo”, etc., habían sido naturalizados

    antes de haberse comprendido cabalmente.5 Si “la ciudadanía –indicaba– se constituye

    como tal en el espacio de lo público, la instancia por excelencia de articulación, disputa

    y controles mutuos entre el Estado y la sociedad de particulares”, es en esta constitución

    donde debería “indagarse por su ‘abandono’ de la política”.6  Si bien estudios más

    recientes han recalado en este punto, gran parte de los trabajos que estudiaron las

    transformaciones en la organización política de la vida social en el curso de la década

    del ochenta y en el primer quinquenio de la siguiente, han enfatizando principalmente

    en las capacidades de gestión y administración del Estado (Bislev, 2004; Centeno, 1997;

    Chibber, 2005; Evans, 1996; Esping-Andersen y Wolfson, 1996; Sidicaro, 2002;

    Sikkink, 1996), sin detenerse a considerar las modificaciones en las condiciones de

    constitución de las ciudadanías. Un contrapunto polémico con estos autores nos

    permitirá, sin embargo, acceder a alguna de las claves para identificar las condiciones

    que hicieron posible la construcción de una ciudadanía en ajenidad con la política.Miguel Ángel Centeno, por ejemplo, comienza su artículo “El liberalismo sin

    Estado o Nación”,7 con una tesis provocadora: “El liberalismo ganó” –sostiene. Ahora

    bien, ¿cómo deberíamos entender esa afirmación? Si por un lado es cierto que durante

    las últimas décadas del siglo XX asistimos a la consolidación de un orden neoliberal,

     Caletti, S. (2003) “¿Ciudadanía global o ciudadanía precarizada?” , en Reigadas, C. y Cullen, C. (comp.)

    Globalización y nuevas ciudadanías (pp85-113). Mar del Plata: Ediciones Suárez, p. 91. 5

     Ibídem, p. 86.6 Ibídem, p. 100.7 Centeno, M., Liberalismo Liberalism without State or Nation, Princeton University, 2008.

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    por el otro, las desastrosas consecuencias generadas gracias a la aplicación de recetas

    neoliberales (que el propio Centeno menciona), ponen en tela de juicio tal aseveración.

    Los argumentos de Centeno para explicar estos fracasos en regiones como América

    latina consisten en afirmar, por ejemplo, que “las instituciones de las que el liberalismo

    depende para su estabilidad estuvieron ausentes”, o que “la democracia y el desarrollo

    fueron obstaculizados por la ausencia de instituciones adecuadas”. Por su parte, Peter

    Evans argumenta, a partir de un análisis comparativo entre Zaire, India y Brasil, que

    existe una correlación entre el desempeño del Estado en un plan de transformación

    industrial y su desempeño en un plan de ajuste.8  Se puede desprender de este planteo

    que en aquellas sociedades donde el Estado asumió rasgos estructurales que lo acercan

    al modelo desarrollista, el ajuste se podría implementar con mayor éxito, mientras que

    en aquellas sociedades donde el Estado presentó rasgos que lo acercaban al modelo

    “predatorio” (ausencia de un aparato burocrático coherente), el ajuste podría fracasar.

    Ahora bien, aunque se pueda conceder cierta “debilidad institucional” (tal como lo

    sostiene Kathryn Sikkink, por ejemplo) no se puede pasar por alto que en aquellos

    países donde el neoliberalismo adquirió sus rasgos más salvajes (como el nuestro),

    fueron las medidas adoptadas por el propio Estado las que les permitieron a los sectores

    dominantes –que ya concentraban la propiedad y disponían de recursos financieros–

    acrecentar su predominio a favor de la minimización de controles y a la desregulación

    de mercados. En ese sentido, resulta tentador contraponer a los argumentos de Centeno

    y de Evans otra afirmación sugerente: sólo un Estado fuerte pudo haber producido con

    eficacia su propia debilidad . En otras palabras, el neoliberalismo no pudo prescindir del

    Estado fuerte, aunque más no sea para producir su propio debilitamiento. El

    debilitamiento del Estado, más que la causa de los “desastrosos efectos” del

    neoliberalismo, sería más bien una más de sus consecuencias.

    La necesidad de achicar al Estado desde el Estado

    Intentemos aclara esta paradoja. En (2007) Michel Foucault –desde una perspectiva

    completamente opuesta al enfoque institucional– rehúsa formular una teoría del Estado,

    si por tal teoría se entiende “analizar en sí mismas y por sí mismas la naturaleza, la

    estructura y las funciones del Estado”, ya que considera que “el Estado no es más que el

    8 Evans, M., “El Estado como problema y como solución” en  Desarrollo Económico, Vol. 35, Nº 140,1996.

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    efecto móvil de un régimen de gubernamentalidades múltiples”.9  Sin embargo, su

    análisis no borra la presencia y el efecto de los mecanismos estatales, más bien trata de

    “ponerse afuera” e investigar el problema del Estado a partir de la multiplicidad de

    “maneras, modalidades y posibilidades que existen de guiar a los hombres, dirigir su

    conducta, constreñir sus acciones y reacciones, etc.”.10 

    Foucault propone partir de la práctica gubernamental “tal como se presenta, pero,

    al mismo tiempo, tal como se refleja y se racionaliza para ver, sobre esa base, cómo

    pueden constituirse en los hechos (…) el Estado y la sociedad, el soberano y los

    súbditos, etc.”.11 No va a estudiar, entonces, solo la historia de las diferentes prácticas

    consistentes en gobernar, sino que examinará fundamentalmente las transformaciones

    en la racionalización de la práctica gubernamental –lo que llama “arte de gobernar”–,

    desde la constitución, durante el siglo XVI, de esa forma de racionalidad gubernamental

    llamada razón de Estado, pasando por la puesta en acción del liberalismo en el siglo

    XVIII, hasta la programación de la gubernamentalidad neoliberal en nuestra época.

    En primer lugar, Foucault identifica la aparición y el establecimiento de la razón

    de Estado con cierto tipo de racionalidad en la práctica gubernamental que permitiría

    ajustar la manera de gobernar a un Estado que se da como ya presente pero al mismo

    tiempo como un objetivo por construir: “Gobernar, según el principio de la razón de

    Estado, es actuar de tal modo que el Estado pueda llegar a ser sólido y permanente,

    pueda llegar a ser rico, pueda llegar a ser fuerte frente a todo lo que amenaza con

    destruirlo”.12 Asimismo, señala dos rasgos característicos en esa manera de obrar. Por

    un lado, en su política exterior, esto es, en sus relaciones con los otros Estados, el

    gobierno pasa a fijarse objetivos limitados. Por el otro, en el orden de la política interna,

    el gobierno ajustado a la razón de Estado comienza a asignarse una serie de objetivos

    ilimitados. La cuestión, para los que gobiernan ese Estado, apunta Foucault, pasa por

    tener en cuenta y hacerse cargo de las actividades de las personas hasta, aún en sus másmínimos detalles: “el que gobierna va a tener que reglamentar la vida de sus súbditos,

    su actividad económica, su producción, el precio al cual van a vender las mercancías, el

    precio al cual van a comprarlas, etc.”.13 

    9 Foucault, 2007, op. cit., p. 96.10 Ibídem, p. 16.11

     Ibídem, p. 17-18.12 Ibídem, p. 19.13 Ibídem, p. 23.

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    Sin embargo, esta extensión ilimitada de la razón de Estado que cobra cuerpo en

    un Estado de policía, encuentra, a partir del siglo XIV y durante el siglo XVII, en el

    derecho y las instituciones judiciales, un principio de limitación externo: “la razón de

    Estado sólo sufrirá objeciones de derecho cuando haya franqueado esos límites, y en ese

    momento el derecho podrá definir el gobierno como ilegítimo, podrá objetarle sus

    usurpaciones y en última instancia liberar a los súbditos de su deber de obediencia”. 14 

    Ahora bien, Foucault constata hacia mediados del siglo XVIII una transformación

    importante que caracterizará de manera general lo que va a llamar “la razón

    gubernamental moderna”.15 Esa transformación consiste en la inclusión de un principio

    de limitación del arte de gobernar que ya no será exterior al gobierno, como lo era el

    derecho en el siglo XVII, sino que va a serle interior a la práctica gubernamental.

    Foucault caracteriza esta limitación interna de la racionalidad gubernamental como una

    restricción a la vez general y de hecho, que el gobierno deberá imponerse a sí mismo

    para poder alcanzar sus objetivos. La razón gubernamental deberá respetar esos límites

    “en cuanto puede calcularlos por iniciativa propia en función de sus objetivos y como el

    mejor medio de alcanzarlos”.16 

    De esta manera, al mismo tiempo que va a marcar el límite de la acción del

    gobierno, esta limitación va a establecer, en la propia práctica gubernamental, una

    división racional entre “las operaciones que pueden hacerse y las que no pueden

    hacerse, es decir, entre las cosas por hacer y los medios que deben emplearse para

    hacerlas, por un lado, y las cosas que no hay que hacer, por el otro”.17 Se entra, dice

    Foucault, en una época que es la de la razón gubernamental crítica, donde el límite al

    soberano y lo que este podía hacer, ya no va a venir planteado por medio de un principio

    externo, sino que es la misma crítica interna de la razón gubernamental la que va a

    plantear los límites para impedir un exceso de gobierno.

    El principio regulador de este “gobierno frugal” –explica– se formó a partir de “laconexión con la razón de Estado, y el cálculo de ésta, de cierto régimen de verdad que

    encontraba su expresión y su formulación teórica en la economía política”. La economía

    política, a diferencia del pensamiento jurídico de los siglos XVI y XVII, no se

    desarrolló fuera de la razón de Estado sino que “se formó en el marco mismo de los

    14 Ibídem, p. 26.15

     Ibídem, p. 26.16 Ibídem, p. 27.17 Ibídem, p. 28.

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    objetivos que la razón de Estado había fijado al arte de gobernar”. 18 De esa manera, al

    reflexionar sobre las prácticas gubernamentales, no lo va a hacer en los términos del

    derecho, para distinguir si son legítimas o no, sino en función de sus efectos. La

    cuestión pasa, entonces, por conocer qué efectos tienen esas prácticas y si éstos son

    negativos. Foucault sostiene que, en respuesta a estas preguntas, la economía política

    hace hincapié en la existencia de fenómenos, procesos y regularidades que se dan

    necesariamente en términos de mecanismos inteligibles, y que si bien pueden ser

    contrariados, no podrán evitarse. De hecho, la economía política descubre cierta

    naturalidad en la práctica misma de gobierno: “si hay una naturaleza que es propia de la

    gubernamentalidad, sus objetos y sus operaciones, la práctica gubernamental, como

    consecuencia, sólo podrá hacer lo que debe hacer si respeta esa naturaleza. Si la

    perturba, si no la tiene en cuenta o actúa en contra de las leyes que han sido fijadas por

    esa naturalidad propia de los objetos que ella manipula, surgirán de inmediato

    consecuencias negativas para ella misma”.19  Lo importante a señalar aquí es que, a

    partir de ahora, las razones por las que un gobierno puede violar esas leyes de la

    naturaleza residen en la ignorancia fundamental de su existencia, sus mecanismos y sus

    efectos, o simplemente, en un error, lo cual vincula la cuestión de la autolimitación de la

    práctica gubernamental con la cuestión de la verdad.

    ¿Dónde se forman esas leyes que permiten falsar o verificar la práctica

    gubernamental? Ese lugar de verdad no es –dice Foucault– la cabeza de los expertos

    económicos, cuyo papel se limita a indicar dónde el gobierno debía buscar el principio

    de verdad que regula los mecanismos naturales de lo que él manipula, sino el mercado.

    En efecto, a mediados de siglo XVII se empezó a ver al mercado como algo que

    obedecía a mecanismos naturales y espontáneos, al punto que, si se trataba de

    modificarlos, sólo se conseguiría perturbarlos y desnaturalizarlos. De esta manera, el

    mercado se convierte en un lugar de veridicción, en el sentido de que debe manifestaralgo semejante a una verdad económica que permitirá discernir en las prácticas

    gubernamentales las que son correctas y las que son erradas. El gobierno deberá conocer

    esa mecánica interna e intrínseca de los procesos económicos y se obligará a respetarla.

    La delimitación de la gubernamentalidad por el principio de la verdad implica, entonces,

    la fijación de ciertos límites “deseables” que es necesario establecer en función de los

    18 Ibídem, p. 31.19 Ibídem, p. 33.

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    objetivos del gobierno, destacando además lo que para éste sería erróneo y pernicioso

    hacer, es decir, intervenir en esos mecanismos espontáneos de la economía.

    Esto significa que el gobierno basará su política en un conocimiento preciso y

    continuo de lo que sucede en la sociedad, en el mercado, en lo económico, por lo que –y

    aquí Foucault señala una cuestión central– la limitación de su poder no podrá venir del

    respeto a libertad de los individuos, sino simplemente de los resultados del análisis

    económico que el gobierno deberá respetar. Si se habla de liberalismo –señala– “esto no

    quiere decir que se esté pasando de un gobierno que era autoritario en el siglo XVII y

    principios del siglo XVIII a un gobierno que se vuelve más tolerante, laxista y

    flexible”.20 El empleo que hace del término “liberal” no refiere entonces a una práctica

    gubernamental que suministraría a los hombres la libertad de actuar como quisieran,

    sino a un nuevo arte gubernamental que se encuentra obligado a producir y organizar las

    condiciones en las que se puede ser libre.

    Sin embargo, Foucault advierte que en la misma práctica liberal se establece una

    relación problemática entre la producción de la libertad y lo que, para producirla,

    amenaza con limitarla y destruirla: “Es preciso por un lado producir la libertad, pero ese

    mismo gesto implica que, por otro, se establezcan limitaciones, controles, coerciones,

    obligaciones apoyadas en amenazas, etcétera”.21 

    Y acá Foucault no está pensando solamente en Bentham y en toda la problemática

    concerniente a la relación entre las disciplinas y el liberalismo, sino también en la

    aparición de mecanismos de control que no operan sólo como un contrapeso necesario

    de la libertad (como en el caso del panoptismo), sino que lo hacen como su principio

    motor: “mecanismos cuya función consiste en producir, insuflar, incrementar las

    libertades, introducir un plus de libertad mediante un plus de control e intervención”

    (2007: 89). El conjunto de estos mecanismos, o más precisamente su incremento,

    especialmente a partir de la crisis económica de la década de 1930 y la amenaza de losregímenes totalitarios, es lo que Foucault va a señalar como factor desencadenante de lo

    que llama la crisis del dispositivo gubernamental propio del liberalismo. En ese

    escenario, el problema para los liberales de la época giraba en torno a la siguiente

    cuestión: si los Estados que propician medidas económicas y políticas ya sea para

    garantizar y producir más libertad en una situación peligrosa de desempleo o para evitar

    la merma de libertad que supondría el paso al socialismo, al fascismo o al nazismo,

    20 Ibídem, p. 82.21 Ibídem, p. 84.

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    recurren a mecanismos de intervención económica, esos mismos mecanismos ¿no

    introducen de contrabando prácticas que son al menos tan peligrosas para la libertad

    como aquellos sistemas políticos que se trata de evitar?

    De esta manera, como consecuencia de la política económica intervencionista, la

    crisis del liberalismo se manifestó, inmediatamente antes y con posterioridad a la

    segunda guerra mundial, en una serie de nuevas evaluaciones, nuevas estimaciones y

    nuevos proyectos de arte de gobernar que, primariamente en Alemania y en Estados

    Unidos, se articularon contra los mismos objetos de repulsión: la economía dirigida, la

    planificación y el intervencionismo estatal.

    Esta “fobia al Estado”, que recayó sobre a experiencias tan diferentes como el

    comunismo soviético, el nazismo alemán, la política del  New Deal norteamericana o la

    planificación inglesa de posguerra, condujo a los nuevos liberales de ambos lados del

    océano22  a invertir el razonamiento surgido a partir del siglo XVIII. Es decir, si hasta

    ese momento se le pidió al Estado que a partir de cierto límite, o en el caso de tal o cual

    tema no intervenga más, luego de comprobarse los vicios intrínsecos que acarrea, y

    como nada probaba que la economía de mercado también los tenga, se le va a pedir a

    ésta última –señala Foucault– “que sea en sí misma, no el principio de limitación del

    Estado, sino su principio de regulación interna de punta a punta de su existencia y su

    acción”.23 

    No obstante, si los neoliberales van a plantear la necesidad de un Estado bajo la

    supervisión del mercado más que un mercado bajo la supervisión del Estado, esto no

    significa que el neoliberalismo sea –como lo subraya Foucault– “el resurgimiento, la

    recurrencia de viejas formas de economía liberal formuladas en los siglos XVIII y

    XIX”.24 De hecho, el problema para el neoliberalismo no pasa por saber cómo se podría

    liberar al interior de una determinada sociedad política, un lugar vacío que sería el del

    mercado, sino, por el contrario, saber “cómo se puede ajustar el ejercicio global delpoder político a los principios de una economía de mercado”.25 En consecuencia, a fin

    de proyectar en un arte de gobierno los principios formales de la economía de mercado,

    los neoliberales debieron someter al liberalismo a una serie de transformaciones.

    22  Si bien Foucault distingue dos formas principales en las que se presentó el programa neoliberal, elordoliberalismo alemán y el anarcoliberalismo norteamericano, para este trabajo vamos a tomarlos enconjunto, privilegiando los numerosos “puentes” (Foucault) que se pueden trazar entre ellos.23

     Ibídem, p. 148.24 Ibídem, p. 149.25 Ibídem, p. 157.

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    En primer lugar, Foucault señala la disociación entre la economía de mercado y el

    principio político del laissez-faire. Esto se alcanzó gracias a la formulación de una

    teoría de la competencia que la concibe, más allá, o incluso antes de su existencia

    histórica real, como una estructura formal capaz de garantizar, por medio de sus

    mecanismos internos, la regulación económica. Así, el problema para el neoliberalismo

    consistía en proporcionar un espacio concreto y real en que pudiera actuar la estructura

    formal de la competencia, permitiendo el funcionamiento de una economía de mercado

    sin laissez–faire. Esta “política activa sin dirigismo” –dice– va a permitir situar al

    neoliberalismo, ya no “bajo el signo del laissez-faire sino, por el contrario, bajo el signo

    de una vigilancia, una actividad, una intervención permanente”.26 

    Segundo: si el problema del liberalismo clásico era “saber si hay cosas que no

    pueden tocarse y otras que es legítimo tocar”,27  para los neoliberales la cuestión pasa

    por saber “cómo tocarlas”. Es, si se quiere, un problema de “estilo gubernamental”, va a

    decir Foucault. ¿Qué significa esto? Básicamente que los neoliberales van a intervenir

    por medio de acciones reguladoras u ordenadoras, no sobre los mecanismos de la

    economía de mercado, sino sobre su “marco”, es decir, sobre sus condiciones de

    posibilidad. Una “política de marco” supone, entonces, actuar sobre ciertos datos

    previos (técnicos, científicos, jurídicos, demográficos, etc.) que no tienen un carácter

    económico directo, pero que pueden condicionar una eventual economía de mercado. El

    gobierno no podrá intervenir sobre los efectos del mercado o para corregir sus efectos

    destructivos sobre la sociedad; para que los mecanismos competitivos puedan cumplir

    su papel de reguladores, ahora deberá intervenir sobre la sociedad misma, “a cada

    instante y en cada punto del espesor social”.28 En otros términos: lo que los neoliberales

    quieren hacer no es un gobierno económico –concluye Foucault– sino un gobierno de

    sociedad que se ocupe fundamentalmente de la sociedad civil a través de una política

    social activa.

    La constitución del sujeto neoliberal 

    ¿Cómo se concibe esa política de sociedad en este nuevo arte de gobierno? Como

    hemos visto, lo que sostienen los neoliberales es que una política social, para que se

    pueda integrar a una política económica y no la destruya, no debe dirigirse contra la

    26

     Ibídem, p. 158.27 Ibídem, p. 163.28 Ibídem, p. 179.

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    economía de mercado sino que debe actuar sobre sus condiciones de posibilidad,

    garantizando el funcionamiento del mecanismo formal de la competencia y evitando

    que se produzcan los efectos sociales negativos que se generarían debido a la falta de

    ésta. Foucault entiende que, más que en una sociedad mercantil, “una sociedad de

    supermercado”, los neoliberales están pensando en un tipo de sociedad innegablemente

    regulada por el mercado pero en la cual “el principio regulador no debe ser tanto el

    intercambio de mercancías como los mecanismos de competencia”,29  esto es: una

    “sociedad de empresa”. Así que –dice Foucault–, más que suprimir los efectos

    antisociales de la competencia, la política social debería eliminar los mecanismos

    anticompetitivos que pueda causar la sociedad. ¿De qué manera?  Mediante un

    intervencionismo social dirigido a transformar la naturaleza y la forma de los lazos

    entre los individuos. 

    En este sentido, Foucault va a hablar de un retorno a una Vitalpolitik , una “política

    de la vida” que apunta a “construir una trama social en la que las unidades básicas

    tengan precisamente la forma de la empresa”.30 Y en relación con el documento citado

    agrega: “¿qué es la propiedad privada sino una empresa? ¿Qué es una vivienda

    individual sino una empresa? ¿Qué es la administración de esas pequeñas comunidades

    de vecindario (…) sino otras tantas formas de empresa?”.31 

    Se trata, en última instancia, de un programa que apunta a hacer del mercado y la

    competencia, lo que Foucault llama “el poder informante de la sociedad”, es decir,

    alcanzar la formalización de la sociedad según el modelo diversificado y diferenciado

    de la empresa. En consecuencia, el neoliberalismo va a propiciar una “individualización

    de la política social”, una política que, lejos de asegurar una cobertura social que proteja

    a las personas contra los riesgos individuales o colectivos que puedan sufrir, va a

    “otorgar a cada uno una suerte de espacio económico dentro del cual pueda asumir y

    afrontar dichos riesgos”.32  Que cada individuo se convierta, finalmente, en un“empresario de sí mismo”.

    De este modo, la noción de hombre económico (homo œconomicus), circunscrita

    durante los siglos XVIII y XIX al ámbito de los comportamientos o de las conductas de

    las personas en el mercado, comienza a ser aplicada por los neoliberales a cualquier

    actor, no sólo económico sino social en general, que se conduzca de manera racional, es

    29 Ibídem, p. 182.30

     Ibídem, p. 186.31 Ibídem, p. 186.32 Ibídem, p. 187.

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    decir, que tenga en cuenta los cambios contingentes de la realidad y responda a ellos de

    manera no circunstancial sino sistemática. En otros términos, el hombre económico

    sería aquel a quien se lo deja hacer en función de su interés particular, pero al mismo

    tiempo, y en la medida en que necesariamente responderá en forma sistemática a las

    modificaciones que se vayan a introducir artificialmente en el medio, aparece también

    como un sujeto claramente gobernable.

    La gobernabilidad de las personas que, como sujetos de derecho, habitan el

    espacio de soberanía, pero en el mismo espacio son hombres económicos, dice

    Foucault, esa gubernamentalidad sólo se puede garantizar de manera efectiva gracias a

    la aparición de un nuevo tipo sujeto que es el correlato del arte de gobernar que se

    constituye en este momento. Ese nuevo sujeto, surgido de la interpelación del conjunto

    de los individuos que forman la sociedad civil como sujetos económicos, ese nuevo

    sujeto de derecho/sujeto económico es el sujeto neoliberal.

    El desacople entre lo público y lo político

    Ahora estamos en condiciones de ver más claramente que, en el momento en que se

    desbloquea el modelo neoliberal a nivel mundial, la retirada del Estado significó no una

    disminución sino una extensión o aumento de la gubernamentalidad mediante un

    intervencionismo dirigido a transformar la naturaleza y la forma de los lazos sociales.

    Ahora bien, ¿qué quiere decir que el Estado se retira y en qué consistieron esas

    transformaciones? Que el Estado se retira significa, por un lado, la necesidad de achicar

    al Estado desde el Estado para intensificar la prosecución de políticas de implantación

    del libre mercado sobre la población. Esto supuso, entre otras medidas, la intervención

    sobre el espacio de lo público con vistas a modificar aspectos significativos de la

    relación entre el Estado y la sociedad civil. En ese sentido, bajo la gubernamentalidad

    neoliberal se procedió a una paulatina desarticulación de lo que había sido el acople –

    característico de la modernidad republicana– entre lo político y lo público. Dicha

    transformación se plasmó, en primer lugar, en la retirada del espacio de lo público del

    debate político, convirtiendo el ejercicio de la política en una “cuestión de saber experto

    y no de elección popular”.33 Esto significó el traslado de la responsabilidad política a

    manos de administradores o técnicos, bajo el supuesto de que la creciente complejidad y

    especialización del proceso toma de decisiones políticas estaba más allá de la

    33 Rancière, J., El odio a la democracia, Buenos Aires: Amorrortu: 2007, p. 113.

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    competencia del individuo común. A menudo se suele emplear la expresión “eclipse de

    lo político” para referirse a este proceso. Ronald Beiner, por ejemplo, hablaba en  El

     juicio político de la crisis de la política en estos términos:

    Convencidos de que la administración del sistema político es prerrogativa

    de expertos especialmente calificados y que la opinión del ciudadano

    ordinario no satisface los cánones de racionalidad establecidos, los

    potenciales ciudadanos se retiran a su propio dominio privado, donde surgen

    la frustración y el malestar político. (Beiner, 1983: 20)

    Sin embargo, lo que Beiner designaba como “frustración” o “malestar político” no

    debe interpretarse como resultado de un estado anímico o de una reflexión. Desde la

    perspectiva que venimos exponiendo, la apatía e indiferencia debería considerarse más

    bien como el correlato inseparable de las transformaciones en las condiciones de

    constitución de las ciudadanías. Es en este sentido que Badiou, hacia mediados de la

    década del ochenta, caracterizó al fenómeno como la entrada de la política en la

    apariencia de su ausencia:

    Incluso cuando se la menciona, con referencia a lo que ocurre –a las

    elecciones, el parlamento, los sindicatos, la presidencia, a declaraciones

    televisadas, viajes pomposos–, todos saben, con un saber en el que las

    palabras son irresponsables, que se trata de un escenario ahora destinado a

    otros fines, del que provienen ciertos signos, pero signos cuya uniformidad

    es tal que en ella sólo puede empalmarse un sujeto automático, despejado de

    todo deseo.34 

    El término “apariencia” no quiere significar, por cierto, que el ausentamiento de la

    política haya sido un fenómeno aparente, entendido esto último como algo diferente de

    la realidad. De lo contrario, los diagnósticos que describían en aquel momento la

    disipación del conflicto social y político –incluso el suyo mismo– podrían ser

    considerados poco más que una mera ilusión. Más bien, lo aparente a lo que alude la

    expresión resulta identificable con lo que  aparece, en el sentido en el que lo emplea

    34 Badiou, 1985, op. cit., p. 7.

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    Hannah Arendt cuando, en  La condición humana, define la “esfera pública” como un

    espacio plural del mutuo aparecer de los unos ante los otros. La apariencia es entendida

    en este texto como constitutiva de la realidad, en el sentido de que “todo lo que aparece

    en público puede verlo y oírlo todo el mundo”.35 

    Si la apariencia refiere entonces a algo que toma presencia frente a los ojos, que

    la política haya entrado en la apariencia de su ausencia quiere decir que el espacio de

    lo visible donde se constituye el mundo común había sufrido un proceso de

    eclipsamiento, que la política había ingresado en un estado de ocultamiento y de pérdida

    de sí. O en otros términos, que esa esfera de actividad de un común que no puede sino

    ser litigioso –tal como la entiende Jacques Rancière– había dejado de ser la instancia

    por excelencia de las divergencias y la confrontación entre las distintas perspectivas en

    el abordaje de los problemas en común, para dar lugar a la instauración de una

    perspectiva del mundo donde los asuntos comunes comenzaron a ser vistos sólo bajo un

    aspecto y presentados únicamente bajo una sola perspectiva.

    En efecto, en aquellos espacios que en otra época se habían erigido como

    escenarios del debate, la confrontación y el conflicto alrededor de las cuestiones de la

    cosa pública, se fue expandiendo, como observó Rancière, “la opinión desencantada” de

    que había poco para deliberar y que las decisiones se imponían por sí mismas, “al no ser

    el trabajo propio de la política otra cosa que la adaptación puntual a las exigencias del

    mercado mundial y el reparto equitativo de los costos y beneficios de esta adaptación”. 36 

    En nuestro país, el creciente rechazo ciudadano a la política –señalado por

    diversos estudios– no significó, sin embargo, la desaparición de los movimientos de

    protesta. Por el contrario, son numerosos los trabajos que registraron en ese período una

    multiplicidad de reclamos y movilizaciones populares, protagonizadas

    fundamentalmente por nuevos actores sociales. Sin embargo, también es cierto que sus

    autores han detectado y señalado enfáticamente la presencia de signos de apoliticidad,baja participación y dispersión de las demandas sociales. Una investigación sobre la

    protesta social en la Argentina durante la década del noventa, por ejemplo, reveló que la

    abundante movilización de recursos colectivos hallada, presentaba “un carácter

    marcadamente diversificado”, “con rasgos claros de localización y singularidad”, y por

    ende, “con alta fragmentación y escasas posibilidades de construir sujetos unificados de

    35 Arendt, H., La condición humana, Buenos Aires: Paidós, 2009, p. 59.36 Rancière, J., El desacuerdo, Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1996, p. 6.

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    acción”.37  De un modo coincidente, en el estudio de Caletti se caracteriza a esa gran

    cantidad de manifestaciones de protesta principalmente por su carácter efímero, por no

    poseer organizadores visibles o reconocidos y por sostener reivindicaciones muy

    puntuales e inmediatas: “no protestan en contra de, ni reclaman por ninguna ‘política’.

    Sólo quieren ver resuelto su particular problema”.38 

    De esta manera, la propuesta que tendía a la construcción de un tejido social en el

    que cada individuo se convirtiera en “empresario de sí mismo”, en un contexto donde se

    hizo visible el desacople entre espacio público y política, generó las condiciones para

    que se produzca, no tanto la retirada de la ciudadanía del espacio de lo visible, como

    una mutación en las condiciones subjetivas de su aparición, lo que permitió a su vez, la

    institución de una definición de la vida en común basada en la mera yuxtaposición de

    los intereses particulares, absolutamente opuesta al sentido de la comunidad, de la

    intervención y del litigio.

    Palabras finales: sobre el conflicto por las retenciones móviles

    Podemos afirmar, a partir del análisis del material documental,39  que durante los cuatro

    meses que duró el enfrentamiento entre el gobierno de Cristina Fernández y las

    entidades agrarias, asistimos no sólo a una disputa de ingresos, sino además a una lucha

    respecto de la significación del conflicto. La presentación de la realidad por parte de los

    medios, las definiciones sostenidas por ciertas voces representantes del Gobierno y los

    sectores rurales, actores sociales o políticos de peso, se hicieron visibles en una zona

    sometida a una fuerte tensión producto de las múltiples intervenciones enunciativas. La

    conflictividad en la superficie discusiva dio lugar a una amplia circulación de creencias

    acerca del carácter de la medida, los modos de llevar adelante la protesta o del papel que

    debían cumplir los medios durante el conflicto, alcanzando un punto álgido en torno a

    ciertos significantes centrales. La fuerza que logró la confrontación permitió enlazar el

    conflicto con las disposiciones subjetivas de una parte de la población. La oposición

    37 Schuster, F. y Pereyra, S., “La protesta social en la Argentina democrática: balance y perspectivas deuna forma de acción política” en Giarraca, N y colaboradores,  La protesta social en Argentina.Transformaciones económicas y crisis social en el interior del país. (pp41–63), Madrid/Buenos Aires:Alianza Editorial, 2001, p. 59.38 Caletti, S., 2003, op. cit., p. 112.39  La conformación de esta base documental se realizó a partir de testimonios tomados en entrevistassemiestructuradas a personas pertenecientes a los sectores medios urbanos que adhirieron o participaron

    de los reclamos de la dirigencia rural durante el conflicto agropecuario de marzo-julio de 2008. Ademásse ha realizado una reconstrucción de las narraciones mediáticas a partir de la confección de un “mapa”de los principales medios gráficos (Clarín, La Nación, Página/12, Perfil, Crítica de la Argentina).

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    entre modos contradictorios de apreciar la situación, ligados a diferentes actores,

    proporcionó las condiciones para la movilización y el agrupamiento en torno de las

    distintas fuerzas en conflicto. Así, estos discursos habilitaron la reactualización de un

    tipo de subjetividad propia del orden neoliberal  que se expresó en la intervención de

    una parte de la ciudadanía que apuntó a la defensa/reivindicación de las libertades

    individuales por sobre la construcción de la comunidad, la preeminencia de la lógica del

    mercado y el rechazo a la política como vía de regulación de la vida social, y el miedo

    al otro en tanto amenaza de la propia existencia. De este modo, se puede sostener que el

    conflicto por el cambio en el régimen de retenciones puso en escena nuevos

    agrupamientos, liderazgos y antagonismos que expusieron –de manera tensa y

    contradictoria, por cierto– el retorno de lo político, pero también la persistencia de

    rasgos propios de la gubernamentalidad neoliberal.

    * * *

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