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CRITICÓN, 78, 2000 pp. 93-108. «¿Es humildad o valor / esta obediencia?» Género y sentido de El príncipe constante José Javier Rodríguez Rodríguez Universidad del País Vasco I En un escrito publicado el año 1983, Audrey Lumsden-Kouvel explicita un dilema latente en la tradición crítica sobre El príncipe constante 1 . Asumiendo la relación establecida por Wolfgang Kayser 2 entre la obra calderoniana y el género del Martyrerdrama, manifiesta su discrepancia respecto a los términos precisos de la misma. Según recuerda, el estudioso alemán distingue dos modalidades dentro del drama de mártires, en función de la presencia o ausencia de un factor estructural esencial, la conversión del protagonista. Al parecer, Kayser opina que El príncipe constante está vinculado al segundo grupo: don Fernando no experimenta una transformación espiritual radical, sino que va desplegando distintas facetas de su virtud, hasta lo admirable, a medida que la situación varía y se torna cada vez más acuciante. Una visión coincidente con ésta la expone Albert E. Sloman 3 . El designio del dramaturgo consiste en ilustrar, mediante la figura del infante don Fernando, la virtud cristiana de la fortitudo, definida en términos tomistas. Las diferentes fases del argumento ofrecen las circunstancias oportunas para que el protagonista ejemplifique 1 «El príncipe constante: drama de la Contrarreforma. La tragedia de un santo mártir», en Luciano García Lorenzo, éd., Calderón. Actas del «Congreso internacional sobre Calderón y el teatro español del Siglo de Oro» (Madrid, 8-13 de junio de 1981), Madrid, C.S.I.C, 1983, pp. 495-501. 2 «Zur Struktur des Standhaften Primen von Calderón», en Gestaltprobleme der Dicbtung, Bonn, Bouvier, 1957, pp. 67-82 (reeds.: Die Vortragsreise: Studien zur Literatur, Berna, Verlag, 1958, pp. 232-256; Hans Flasche, éd., Calderón de la Barca. Wege der Forschung, Darmstadt, 1971, pp. 321-347). 3 The dramatic craftsmanship of Calderón, Oxford, The Dolphin Book Co. Ltd., 1958, pp. 188-215.

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CRITICÓN, 78, 2000 pp. 93-108.

«¿Es humildad o valor / esta obediencia?»Género y sentido de El príncipe constante

José Javier Rodríguez RodríguezUniversidad del País Vasco

I

En un escrito publicado el año 1983, Audrey Lumsden-Kouvel explicita un dilemalatente en la tradición crítica sobre El príncipe constante1. Asumiendo la relaciónestablecida por Wolfgang Kayser2 entre la obra calderoniana y el género delMartyrerdrama, manifiesta su discrepancia respecto a los términos precisos de lamisma. Según recuerda, el estudioso alemán distingue dos modalidades dentro deldrama de mártires, en función de la presencia o ausencia de un factor estructuralesencial, la conversión del protagonista. Al parecer, Kayser opina que El príncipeconstante está vinculado al segundo grupo: don Fernando no experimenta unatransformación espiritual radical, sino que va desplegando distintas facetas de su virtud,hasta lo admirable, a medida que la situación varía y se torna cada vez más acuciante.Una visión coincidente con ésta la expone Albert E. Sloman3. El designio deldramaturgo consiste en ilustrar, mediante la figura del infante don Fernando, la virtudcristiana de la fortitudo, definida en términos tomistas. Las diferentes fases delargumento ofrecen las circunstancias oportunas para que el protagonista ejemplifique

1 «El príncipe constante: drama de la Contrarreforma. La tragedia de un santo mártir», en LucianoGarcía Lorenzo, éd., Calderón. Actas del «Congreso internacional sobre Calderón y el teatro español delSiglo de Oro» (Madrid, 8-13 de junio de 1981), Madrid, C.S.I.C, 1983, pp. 495-501.

2 «Zur Struktur des Standhaften Primen von Calderón», en Gestaltprobleme der Dicbtung, Bonn,Bouvier, 1957, pp. 67-82 (reeds.: Die Vortragsreise: Studien zur Literatur, Berna, Verlag, 1958, pp. 232-256;Hans Flasche, éd., Calderón de la Barca. Wege der Forschung, Darmstadt, 1971, pp. 321-347).

3 The dramatic craftsmanship of Calderón, Oxford, The Dolphin Book Co. Ltd., 1958, pp. 188-215.

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sucesivamente las cualidades anejas a la citada virtud, tanto en su vertiente activa(magnanimitas, magnificentia), como en la pasiva (patientiez, perseverantia yconstantia). Aunque desde perspectivas bien diversas, convergen sobre este punto otroscríticos, como María Norval y James A. Parr. La primera propone una relaciónfigurativa entre don Fernando y Jesucristo, relación actuante desde el comienzo de larepresentación que excluye toda posibilidad de conversión. En todo caso, el infanteportugués sufre la experiencia de la angustia, ante la expectativa del sacrificio, cuyasuperación manifiesta cumplidamente en el acto II4. Parr, por su lado, asimila Elpríncipe constante a una idea de la tragedia incompatible con la conversión, en lamedida en que el destino y la grandeza trágicos se entienden como el resultado de lafidelidad heroica del protagonista a unos principios propuestos a priori y amenazadospor las circunstancias del argumento5.

Frente a esta posición, se sitúan dos eminentes calderonistas en artículos publicadoscuriosamente el mismo año. Alexander A. Parker escribe:

aceptando el fracaso de su ideal político, [don Fernando] puede rechazar todos los valores enlos que los hombres basan sus esperanzas de felicidad —poder, prestigio, honor, riqueza,salud y vida— y elige morir de hambre como un esclavo en un estercolero, que equivale a lanegación total de la gloria humana,

conversión que determina su «triunfo espiritual», su «santidad»6. Confluye con esta laopinión de Peter N. Dunn, para quien la obra explora la condición humana desde laóptica metafísica del mundo como teatro y la consiguiente tensión entre papel y ser.Mientras que el resto de los personajes se caracteriza por la insuperable sumisión a supapel, el infante «finds in physical captivity the conditions of his spiritual freedom»,despojándose de la máscara militar y caballeresca, «down to that nakedness before Godwhich, by a Christian paradox, is recovery of freedom in true being»7. Como seadvierte, las categorías metafísicas se asimilan a las específicamente religiosas,anunciando la explicitación del concepto cristiano de conversión. La autoridad de Dunnes evocada por Lumsden-Kouvel para insistir, frente a Kayser, sobre esta misma idea dela conversión de don Fernando, como clave de El príncipe constante y de su significadoen tanto que «drama de la Contrarreforma»8.

Estas últimas palabras sugieren que la cuestión de la conversión o no conversión delinfante don Fernando transciende el ámbito del análisis estructural de la obra, parainfluir decisivamente en la determinación de su sentido. Aquellos críticos que

4 «Another look at Calderón's £/ príncipe constante», Bulletin oftbe Comediantes, 25, 1, 1973, pp. 18-29.

5 «El príncipe constante and the Issue of Christian Tragedy», en Studies in Honor of William C.McCrary, Lincoln NE, SSSAS, 1986, pp. 165-175.

6 La imaginación y el arte de Calderón, Madrid, Cátedra, 1991, p. 376. El capítulo XXI de este libro(«Religión y guerra: El príncipe constante», pp. 349-378) reproduce, corregido y aumentado, el ensayo«Christian values and drama: El príncipe constante», publicado en Karl-Hermann Kórner y Klaus Riilh, eds.,Studia Ibérica. Festschrift für Hans Flasche, Berna/Munich, Franke, 1973, pp. 441-458.

7 «£/ príncipe constante: a Théâtre of the World», en R. O. Jones, éd., Studies in Spanish Literature ofthe Colden Age presented to Edward M. Wilson, Londres, Tamesis, 1973, pp. 90 y 92.

8Op. cit., p. 501.

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GÉNERO Y SENTIDO DE EL PRÍNCIPE CONSTANTE 95

consideran que el carácter de don Fernando se mantiene esencialmente idéntico a símismo a lo largo de toda la representación tienden a interpretarla como la exaltaciónsimultánea de tres triunfos: los de la Fe, el reino cristiano de Portugal y la Iglesia.Buscan su significado en el ámbito de la polémica político-religiosa y sostienen que lavisión de la historia implícita en el drama se acomoda al pensamiento providencialistacatólico. En palabras de Alexander A. Parker, refieren su significado al «espíritu de lasCruzadas»9, dependiente —añadimos nosotros— antes de una visión épica que de otrade signo trágico10. Por el contrario, la defensa de la hipótesis de la conversión suele irunida a la idea de que el único triunfo sancionado por el desenlace es el estrictamenteindividual de la salvación de don Fernando. En opinión de Parker, el argumento de Elpríncipe constante constituye un implacable «relato de fracaso»11 en el plano social,político e histórico: tanto el reino de Fez como el de Portugal saldan con la frustraciónsus pretensiones expansionistas, recogiendo el solo fruto del sufrimiento de sussubditos. El fracaso y el dolor señalan la ceguera irredimible que preside el destino de lasociedad humana. En un sentido convergente se expresa Dunn, cuando sintetiza la obracomo «the story of one man's émancipation from history»12, donde la historia se haidentificado con el teatro y la ilusión, subordinándose al capricho de la Fortuna. Elsignificado del drama se traslada, por lo tanto, a un plano religioso-moral, comorepresentación de la pugna irreconciliable entre el mundo y el alma, entre los falsosvalores que gobiernan los afanes y relaciones de la sociedad y el descubrimiento por elindividuo de la vocación transcendente y caritativa del espíritu. El dramaturgo estaríaapuntando de este modo a una espiritualidad ascética, cuya participación en la«infinitamente cansada tristeza [de Dios] ante la perversidad de los rengloneseternamente torcidos de los hombres»13 constituiría un genuino sentimiento trágicocristiano, al que sólo cabe oponer el proceso individual de la conversión, cimentado enel desengaño y la negación del mundo.

La causa principal del dilema exegético reside en la búsqueda de coherencia para latrayectoria dramática del infante don Fernando, aparentemente escindido en diversospapeles, no siempre juzgados como compatibles14. El escollo crítico más peligroso hasido el de la valoración de sus actitudes en el primer acto. Sloman entendió que eltrabajo de refundición sobre el modelo inmediato de La fortuna adversa estuvoorientado «by Calderón's new conception of the story of Prince Ferdinand and in

9 Op. cit., p. 351.10 Tengo en mente la distinción entre «dos grandes experiencias arquetípicas» establecida por Patxi

Lanceros (La herida trágica, Barcelona, Anthropos, 1997, p. 109): la experiencia de la conquista, o épica y ladel exilio, o trágica. Una dicotomía próxima a ésta subyace en la propuesta de periodización y clasificacióngenérica de la Comedia realizada por Marc Vitse («El teatro en el siglo xvn», en José Ma Diez Borque, dir.,Historia del teatro en España, I, Madrid, Taurus, 1987, pp. 529-548 y 560-575): el drama de Lope y suscoetáneos depende de la experiencia épica de la conquista, mientras que el de Calderón escenifica laexperiencia trágica del exilio. El príncipe constante, como otras tragedias calderonianas, representajustamente la decepción respecto al ideario de la conquista y el descubrimiento de la realidad del exilio.

11 Op. cit., p. 359.12 Op. cit., p. 94.Í3 A. A. Parker, op. cit., p. 356.14 Además del artículo citado de Wolfgang Kayser, véase a este respecto Robert Sloane, «Action and

Role in El principe constante», Modem Language Notes, LXXXV, 2,1970, pp. 167-183.

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particular of the character of Ferdinand himself ». Explica cómo el retrato del infante,en el texto-fuente atribuido a Lope de Vega, se mantiene sustancialmente fiel a supersonalidad y comportamiento en los relatos históricos. En la primera escena de Lafortuna adversa,

he appears as a prayerful and saintly figure who distributes clothes and food to the poor. AtTangier he is subordínate to Enrique, and he disembarks with the sea contingent whilstEnrique advances upon the town by land.15

Frente a esta caracterización, la novedad de la versión calderoniana es radical:«Calderón admits no trace of the diffident Ferdinand in his play». No solamenteelimina todo rastro de timidez bélica en las primeras acciones del infante, sino quedestaca decididamente su valor y vocación militares, extremando para ello el contrasteentre don Enrique y don Fernando, en términos inversos a los transmitidos por lascrónicas y por su modelo dramático. Al mismo tiempo, desaparece de la reelaboracióncalderoniana aquella presentación del protagonista como persona devota, penitente ycontemplativa.

Según el criterio de Sloman, Calderón transforma al «religioso Infante»16 en«Christian crusader»!7. Aprovecha, en consecuencia, el acto I, para atribuir a donFernando las cualidades correspondientes a la dimensión agresiva de la virtuddefinitoria del caballero cristiano, la «Christian Fortitude»18. Su comportamiento comoresuelto comandante de la expedición portuguesa ejemplifica su grandeza de ánimo(«magnanimitas»}. La generosidad con que libera al afligido general enemigo, Muley,tras haberle hecho prisionero personalmente, revela su «magnificentia». A partir de laderrota de Tánger y, sobre todo, de su negativa a ser intercambiado por Ceuta, lafortaleza cristiana de don Fernando desplegará hasta grados de sublimidad sudimensión de resistencia: «patientia», «perseverantia» y «constantia»i9.

La valoración del comportamiento del infante en la batalla de Tánger por parte deParker y Dunn es bien diversa. El primero, a pesar de concederle el beneficio de labuena intención, censura su ingenuidad: prestándose a encabezar y dirigiendo conentusiasmo una «guerra de conquista» disfrazada como guerra santa, contrae la culpade haberse dejado confundir y arrastrar por el «vano orgullo» a que en última instanciase reducen el ideario del honor y el afán de gloria de los políticos y los guerreros. Enconsecuencia, la cautividad de don Fernando posee también una vertiente expiatoria20.Dunn, por su lado, cierra su comentario de las escenas del desembarco y la liberaciónde Muley con estas significativas palabras:

1 5 Op. cit., p. 191.16 El título de la biografía de Román (Medina del Campo, 1595), seguida muy de cerca por el autor de

La fortuna adversa, reza: Historia y vida del religioso Infante don Fernando (apud A. E. Sloman, op. cit.,p. 189).

1 7 Op. cit., p. 193.18 Op. cit., p. 216.19 Op. cit., pp. 192-203.2 0 Op. cit., pp. 363-364.

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Fernando has been seduced by the vision of a soldier's paradise. He relishes his own prowessand nobility in first capturing Muley and then releasing him [...]. [Aparece complacido por] arole which satisfies vanity and invites the steem of his equals. There is nothing yet in Fernandowhich transcends the limitations of military caste and knightly panache. If Muley, Fénix andthe other characters represent «the world», Fernando is fully of the world at this moment.21

Aquellos hechos y actitudes en los que Sloman veía la manifestación de la faceta activade la fortaleza cristiana del cruzado, son interpretados ahora como síntomas de lapertenencia del infante portugués al mundo (en tanto que categoría religioso-moral), desu participación en sus falsos valores y en su pecado, de los que habrá de liberarseposteriormente mediante un proceso de desengaño y conversión.

No obstante, la confrontación de ambas posiciones permite superar la constataciónde la discrepancia y obtener alguna conclusión clarificadora. La relación simétrica quemantienen revela un eje sustancial de coincidencia, desde el que se alejan y se oponenlas apreciaciones valorativas. Aunque calificado por Sloman como cristiano y porParker y Dunn como mundano, el sustantivo definitorio de don Fernando en el primeracto es para todos el mismo: «caballero», o mejor «grande», o en definitiva «príncipe».El valor, la cortesía y la generosidad aristocráticas son las cualidades que substituyen enel protagonista calderoniano a la devoción, la penitencia, la caridad y el apocamientode su contrafigura en La fortuna adversa. La nitidez del perfil nobiliario del infante enel primer acto (príncipe no sólo por posición, sino por vocación) ha sido constatadasiempre por la crítica, abocada de tal forma al problema de conciliario con la figura delJob cristiano martirizado en el acto tercero, pasando por el rehén que renuncia a sucondición de infante y se asimila a un cautivo común en el segundo. Tanto laimposición apriorística del membrete de «Christian crusader» sobre la autodefinición«Un hombre noble y no más» (I, 825)22, como el establecimiento de una ecuacióndesvalorizante entre el honor aristocrático y la vanagloria mundana, responden alintento de reconducir la caracterización inicial de don Fernando a términos compatiblescon el significado propuesto para su trayectoria posterior, prescindiendo o ayudándosedel expediente de la conversión. Tales operaciones críticas se realizan, sin embargo, alprecio de falsear la experiencia originaria de la lectura, donde no se nos impone larepresentación modélica del «capitán cristiano» enviado por la Providencia23, nitampoco el espectáculo abominable del orgullo humano, sino la valerosa, cortés ygenerosa figura de «un portugués caballero» (I, 807), «no más», ni menos24.

2 1 Op. cit., p. 91.2 2 Cito el texto de El príncipe constante por la edición de Alberto Porqueras Mayo, Madrid, Espasa-

Calpe, Clásicos Castellanos, 1975.2 3 Así es como queda caracterizado definitivamente Rodrigo Díaz de Vivar tras su encuentro con san

Lázaro (Guillen de Castro, Las mocedades del Cid, ed. de Christiane Faliu-Lacourt, Madrid, Taurus, 1988,III, 2115-2352). Entre su drama y £/ príncipe constante se percibe toda la distancia que separa la confianzaépica de la edad de Lope de la angustia trágica de la de Calderón.

2 4 Bruce W. Wardropper («Christian and Moor in Calderón's El príncipe constante», Modem LanguageReview, Lili, 1958, pp. 512-520) ya constató la presencia en la obra de un paradigma ético laico-aristocrático, al lado del cristiano. No postuló una relación de oposición excluyeme entre ambos, sino deparalelismo encarecedor: el sistema cristiano de valores y creencias perfecciona, sin negar su dignidadintrínseca, la axiología nobiliaria, supliendo su carencia de perspectiva transcendente. El sentido del dramacorrespondería entonces a la apología del Cristianismo frente a la gentilidad, donde incluso la nobleza de

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II

Es preciso aceptar el hecho: lo primero que nos propone el drama es la figura de unpríncipe ejemplar, no especialmente piadoso, ni tampoco culpable notorio de vanidad.En lugar de precipitarse a difuminarlo, conviene explorar su significado en función deldesarrollo argumentai. El segundo cuadro del primer acto puede reducirse a lossiguientes acontecimientos: desembarco de los portugueses en las playas de Tánger(tercetos: 477-558) y enfrentamiento victorioso con el destacamento de Muley, en elcurso del cual don Fernando prende personalmente y después libera al generalnorteafricano (romance e-e: 559-842); llegada del grueso del ejército de Fez,acaudillado por su rey, con el apoyo de las tropas de Tarudante de Marruecos; combatevaleroso de los portugueses, pero en desventaja; derrota de los cristianos yapresamiento de don Fernando, como garantía de la cesión de Ceuta por Portugal (silvade pareados: 843-970).

Ante el ataque combinado de los ejércitos de Fez y de Marruecos, cuya superioridady posición estratégica frente a los portugueses cambia inexorablemente el signo de labatalla, el infante protagonista prueba los quilates de su valor y de su concienciaaristocrática. A la angustiada pregunta de su hermano, don Enrique, «¿Qué haremos,pues, de confusiones llenos?» (I, 861), responde:

¿Qué? Morir como buenos,con ánimos constantes.¿No somos dos maestres, dos infantes?Cuando bastara ser dos portuguesesparticulares, para no haber vistola cara al miedo. (I, 862-867)

Consumada la derrota, acepta el razonamiento del rey de Fez («tu prisión o muerte /con tal sentencia decretó la suerte», I, 917-918), para explicar a su afligido hermano«que en la suerte importuna / éstos son los sucesos de Fortuna» (I, 925-926) y paratratar de contagiarle su actitud valerosa frente a la «desdicha» (I, 953): «preso quedo; /ni al mal ni a la Fortuna tengo miedo» (I, 949-950).

Don Fernando había anticipado la identificación entre el mal y la Fortuna en suconversación con el vencido y preso Muley, donde describía el lance desfavorable delgeneral moro como «un golpe de la Fortuna» (I, 677) y reducía su propia intervención ala de haber sido quien tuvo «más parte en este accidente / de la Fortuna» (I, 698-699).No obstante, su discusión previa con Don Enrique, a propósito de los temores ypresagios funestos manifestados por este último, alimenta la duda sobre el verdaderoalcance de las expresiones dirigidas a Muley que acabamos de citar. Si entendemos que

espíritu permanece infecunda, encerrada entre la angustia nihilista y la desesperanza estoica. No obstante^ lasoperaciones mediante las cuales Wardropper aisla y jerarquiza las virtudes aristocrática y cristiana noresultan irrefutables. Al contrario, la potencia de la axiología aristocrática se impone con tal fuerza quesuscita incluso lecturas como la sugerida por James A. Parr (op. cit., p. 174, en nota): «I think there may bereasonable doubt whether Fernando is a full-fledged martyr for the faith. His suffering is made unavoidableand necessary by his character».

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sus argumentos contra los «miedos vanos» (I, 556) iban más allá del propósitocircunstancial de animar a su aprensivo hermano, para reflejar llanamente lasconvicciones del protagonista, entonces habremos de admitir su inicial confianzaprovidencialista en la protección divina de una empresa militar de cuyo éxito depende elengrandecimiento de la Cristiandad25.

Ocurre, en cualquier caso, que los hechos desmienten las razones de la arenga: losaciagos pronósticos de don Enrique comienzan a cumplirse, obligando a don Fernandoa extraer la enseñanza de que «II n'est pas donné à l'homme [...] d'agir sur son destin»,esto es, de su desamparo «sur le plan physique»26. Un abrumador sentimiento de

2 5 Como he señalado arriba, leo El príncipe constante en la edición de Alberto Porqueras Mayo (Madrid,Espasa-Calpe, Clásicos Castellanos, 1975), que toma como texto base el de la Primera parte de Vera Tassis(Madrid, Fernando Sanz, 1685), en cotejo con la editio princeps (Primera parte, Madrid, María de Quiñones,1636) y las dos impresiones de 1640 (Madrid, viuda de Juan Sánchez). Fernando Cantalapiedra y AlfredoRodríguez López-Vázquez (Madrid, Cátedra, 1997) editan el texto según la versión del Ms. 15.159 de laBiblioteca Nacional de Madrid (del siglo xvn, no autógrafo, pero muy correcto). El texto del Ms. presentaalgunas variantes respecto a los impresos en este cuadro. Una de ellas consiste en la redistribución de ciertosparlamentos de la primera escena entre don Fernando y don Enrique. Concretamente, asigna a don Enriquelos vv. 477-481, 485-488 y 533-559 (Ms.: 459-463, 467-470 y 502-527), pronunciados por don Fernando enlos impresos, mientras que atribuye a este último los vv. 481-484 y 517-532 (Ms.: 463-465 y 486-501),correspondientes a don Enrique en las ediciones. Como consecuencia de ello, se producen dos alteracionesarguméntales. La primera afecta al orden del desembarco de los infantes: mientras en los impresos el primeroen desembarcar es don Fernando, en el Ms. es don Enrique; en ambos casos, el segundo en desembarcar estambién quien tropieza y cae a tierra. Este hecho da pie a la segunda discrepancia argumentai: si en lasediciones es don Enrique quien manifiesta recelo ante una serie de sucesos que interpreta como malosaugurios, mientras don Fernando procura desvanecerlo, en el Ms. los papeles se intercambian. En sus notas alpasaje, tanto Porqueras Mayo como Cantalapiedra y Rodríguez López-Vázquez aprueban la versión del Ms.,en razón de su mayor fidelidad a las fuentes del dramaturgo y del superior grado de consistencia con latrayectoria posterior de don Fernando y el simbolismo de la obra. Pasan por alto, sin embargo, un hechoprevio: la señalada redistribución de parlamentos quiebra la coherencia del pasaje. Tanto en las edicionescomo en el Ms. se adjudica a don Fernando el papel de jefe de la expedición, como prueba que sea él quiendisponga las operaciones militares: 492-500, 571-579, 862-870 y 872-875 (Ms.: 475-482, 539-547, 847-856y 858-861). Parece, por tanto, más coherente que sea don Fernando el primero en desembarcar en la costaafricana. Ocurre, además, según he señalado, que el segundo en tomar tierra es también quien tropieza,interpretando el accidente como el último de una serie de presagios funestos. La resolución y el valormostrados por don Fernando en la dirección de sus tropas no se compadecen con una aprensión semejante,mucho más conveniente a un don Enrique limitado al papel de seguir las órdenes e imitar el modelo devalentía de su hermano: 571-582 y 847-870 (Ms.: 539-550 y 831-856).

2 6 Aline Bergounioux, «Remarques sur le thème de la mélancolie dans El príncipe constante deCalderón», Crisol, 15, 1992, pp. 14-15. Sloman interpreta la enunciación de los presagios por don Enrique yla vehemente respuesta de don Fernando como parte de la caracterización contrastiva de los infantes:«Calderón saw in Enrique the means of setting Fernando into relief by contrast, and the renowned Henry theNavigator, whose very recklessness was probably the primary cause of the Tangier disaster, is converted intoone who is diffident and defeatist. He trips on landing in África and frets over this and other ill-omens.Fernando, on the other hand, by his présence of mind, turns bad omens into good, and reprimands hisbrother for falling into the error of the infidel» (op. cit., p. 203). La lectura de Norval es semejante, si bienintegrada en su propia visión del sentido de la obra: «Enrique's omens and fears are characteristic of everymajor figure save Fernando. These fears and pessimism end in a human despair to which everyone sooner orlater succumbs. It is Fernando, as Christ, who conquers this despair (and energetically urges the others to doso) by his constant faith in another dimension of existence —"la eternidad"» (op. cit., pp. 19-20). Ocurre, sinembargo, que los pronósticos funestos se cumplen. Parker entiende este hecho como síntoma de que, contrala interpretación tradicional, don Enrique «representa la voz de la prudencia política», o sencillamente de «la

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desgracia y abandono domina la conclusión del cuadro y del acto, manifiestofinalmente en unas lágrimas (I, 964) que el afán de sobreponerse al dolor no ha podidoreprimir («Enrique, / tu voz más sentimiento no publique», I, 923-924). En talescircunstancias, el protagonista repite un mensaje para su hermano el rey: «Dirásle anuestro hermano,/ que haga aquí como príncipe cristiano / en la desdicha mía» (I, 951-953); «Esto te encargo y digo: / que haga como cristiano» (I, 955-956). La combinaciónde insistencia y reticencia (culminada en la réplica con que se cierra el acto, donde lainiciada reiteración del mensaje queda literalmente interrumpida: I, 962) llamainevitablemente la atención del auditorio, para quien el encargo se convierte en unenigma, que habrá de resolverse después del entreacto. Como señaló Sloman, laambigüedad del mensaje sirve también para crear un cierto clima de suspense,preparatorio del impacto emocional de la escena climática del primer cuadro delsegundo acto (romance e-a: 1173-1512). No obstante, cabe todavía preguntarse,aceptando la sugerencia de Robert Sloane27, si lo que hay detrás del lacónico mensajede don Fernando es una certeza o una duda: ¿está seguro en este momento donFernando de cómo ha de afrontar un príncipe cristiano la situación, o más bien,acusando el efecto de la desgracia imprevista, comparte con el espectador laincertidumbre y la ansiedad? Quizás asentir a esta última posibilidad sea ir demasiadolejos. En cualquier caso, la intuición tácita del infante se convierte en interrogación parael público y centra la atención sobre la cuestión esencial: ¿asiste al ser un derecho deapelación frente a la jurisdicción de la suerte?

El primer cuadro del segundo acto se abre con la escena en que Fénix relata a Muleysu premonición fatal (décimas: 971-1060), dando paso a un segmento donde se sucedendos conversaciones: la de don Fernando con un grupo de cautivos, observada adistancia por Muley, y la del infante con el general moro (redondillas: 1061-1172).Advertido por la experiencia, el protagonista confiesa a su noble interlocutor lahondura de su recelo frente al poder de la Fortuna y el dominio de la desgracia sobre laexistencia:

Naciendo infante, he llegadoa ser esclavo, y asítemo venir desde aquía más miserable estado;que si ya en aqueste vivo,

prudencia», frente a la «excesiva confianza» de su hermano, arrastrado por la brillante apariencia de cruzadacristiano-caballeresca con que se reviste la guerra expansionista, conducida en el fondo por el «vano orgullo»del afán mundano de gloria (op. cit., pp. 359 y 363). Ciertamente, el cumplimiento de las siniestraspremoniciones da en parte la razón a don Enrique, contra don Fernando; pero hay que hacer dos precisiones:en primer lugar, el curso de los acontecimientos refuta la relectura de las señales por este último, pero noinvalida por ello su actitud valerosa; en otro orden de cosas más decisivo, el error de don Fernando no es decarácter moral (imprudencia), sino metafísico y procede de no haber experimentado hasta ahora que «II n'estpas donné à l'homme (...) d'agir sur son destin». A la luz de esta consideración, las siguientes palabras deSloman cobran un sentido casi del todo opuesto a su intención original: «Enrique's diffidence [...] is thecaution of one who looks for no help from Providence; Fernando's confidence is the faith of the Christiancrusader» (op. cit., p. 204). El impensado cumplimiento de los augurios arroja a don Fernando al mundoespiritual de la tragedia calderoniana, el del «silencio de Dios» (Marc Vitse, op. cit., p. 561).

2 7 Op. cit., pp. 171-172.

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G É N E R O Y S E N T I D O D E EL PRÍNCIPE CONSTANTE 1 0 1

mucha más distancia traede infante a cautivo que hayde cautivo a más cautivo.Un día llama a otro día,y así llama y encadenallanto a llanto y pena a pena. (II, 1121-1131)

Sin embargo, la conversación previa con sus subditos cautivos prueba que le asistetodavía un consuelo: espera la liberación, que piensa extender, en una nueva muestra degenerosidad y sentido del deber aristocrático, a los demás prisioneros cristianos. Lafrustración por su estado de cautiverio y por la limitación que supone a la hora deejercer su obligación protectora para con sus subordinados

(El almaqueda en lastimosa calma,viendo que os vais sin favorde mis manos. ¡Quién pudierasocorrerlos! ¡Qué dolor!) (II, 1106-1110)

aparece compensada por la combinación de dos esperanzas: la de la obtención de lalibertad y la que todavía deposita en el poder redentor (para sí y para sus subditos) desu condición nobiliaria, aún intacta, como sugieren la confiada reverencia de loscautivos y las actitudes posteriores, tanto de Muley (quien enfatiza precisamente ladiferencia de situación y expectativas entre don Fernando —«vuestra Alteza» (II,1120)— y los cautivos comunes, e incluso considera su cuita amorosa más penosa quela desdicha del príncipe), como del rey de Fez, cuyo agasajo del noble rehén abre laescena siguiente, autorizando la autodescripción del propio infante: «Cortesano soy deFez» (II, 1140).

Pero, según sospechaba don Fernando, la Fortuna no ha terminado de girar surueda. La tercera escena del cuadro (romance e-a: 1173-1512) acoge comoacontecimiento principal el retorno de don Enrique, con la respuesta portuguesa a lademanda del rey de Fez (y al encargo del príncipe retenido en prenda): «que luego porla persona / del infante se dé a Ceuta» (II, 1259-1260). Sus hermanos han sidoincapaces de cumplir la petición de don Fernando: no sólo el afligido y medroso donEnrique, que probablemente no comprendió siquiera el sentido del lacónico mensajecon que fue despedido, sino también el propio rey don Duarte, cuya mortal melancolíasugiere una falta de la entereza necesaria para afrontar el doloroso dilema. Vencidospor el sentimiento, ambos han actuado como cómplices de la Fortuna, que sitúa alrehén ante el verdadero «riesgo trágico»28. El consuelo doblemente apoyado en laesperanza de la libertad y en la fe en su condición aristocrática se desmorona. Ambasinstancias se le presentan ahora como incompatibles: ya no puede aspirar al mismo

28 Adopto el término empleado por Marc Vitse para designar uno de los elementos decisivos (a mi juicio,el principal) en la definición del género trágico (opuesto al cómico, también dentro de la Comedia áurea):«ese riesgo que corre —y que imaginativamente comparte con él el oyente, por su temor y conmiseración— elhéroe de una trayectoria dramática en que se ven puestos en juego los fundamentos éticos, políticos, míticos ometafísicos de la sociedad o del individuo» (op. cit., p. 522).

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tiempo a la libertad y al honor. Faltaría a su obligación como príncipe y como príncipecristiano, si aceptara la entrega de la ciudad portuguesa del norte de África:

No prosigas, cesa,cesa, Enrique; porque sonpalabras indignas esas,no de un portugués infante,de un maestre que profesade Cristo la religión,pero aun de un hombre lo fueranvil, de un bárbaro sin luzde la fe de Cristo eterna. (II, 1266-1274)

Sin embargo, el infante no se limita a renunciar a ese rescate. La peripecia se completacuando proclama su autodegradación:

¿Quién soy yo? ¿Soy más que un hombre?Si es número que acrecientael ser infante, ya soyun cautivo, de noblezano es capaz el que es esclavo;ya lo soy, luego ya yerrael que infante me llamare. (II, 1361-1367)

Asistimos, como ha notado unánimemente la crítica, al momento crucial del drama.¿Cuál es su significado? Por una parte, el rebajamiento voluntario del príncipe sirve auna finalidad persuasiva. Fortalecido por una serie de entimemas, su gesto procuradisuadir a moros y cristianos de la posibilidad de llevar a efecto el rescate acordado. Noobstante, la declaración de don Fernando posee otra vertiente, como insinuación de yrespuesta al insólito desafío de su destino: el conflicto entre su estado y su sernobiliario, entre sus prerrogativas y su responsabilidad aristocrática. «Si es número queacrecienta / el ser infante», si por su condición de príncipe existe el peligro cierto de quese erija «un epitafio, un padrón / de nuestra inmortal afrenta» (II, 1329-1330), a donFernando no le queda otra opción que sacrificar su rango, su libertad y su vida,frustrando de tal modo la conspiración del tiempo y de la Fortuna contra su fama y lade «la lusitana nobleza» (II, 1384). «Morir es perder el ser» (II, 1371), asienta donFernando, como premisa mayor de uno de los silogismos retóricos mediante los queelabora oratoriamente su sorprendente proclamación. La muerte, así definida, nocorresponde a la muerte física. Al contrario, la muerte física se manifiesta en ocasionescomo el único recurso para evitar la muerte de la que aquí se habla, trocándola por unavida que tampoco es la vida física. Las palabras de don Fernando recuerdan las deaquellos náufragos portugueses que prefirieron perecer, en lugar de salvarse al precio desuministrar información estratégica al enemigo: «que el vivir / eterno es morir con

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GÉNERO Y SENTIDO DE EL PRÍNCIPE CONSTANTE 103

honra» (I, 326-327)29. Don Fernando sacrifica el título y trato que corresponden a suser como infante, justamente para no «perder el ser» nobiliario, para evitar el «morir»de la «inmortal afrenta», disponiéndose por el contrario a ganar heroicamente la fama(«vividora», al decir de Segismundo) de «príncipe constante» (II, 1411)30.

Tal y como observó Sloman, Calderón reelabora cuidadosamente este momento dela materia heredada, hasta alzarlo a la categoría de clave del drama. A partir de él, lospadecimientos del noble rehén degradado a la condición de cautivo común, hasta sumuerte «enfermo, pobre y tullido» (III, 1931), se inscriben en una determinadaperspectiva de sentido. En primer lugar, representan la experiencia del desamparo delser frente a la Fortuna, desasistido de toda protección, divina o humana. La visión deun maestre e infante «de cautivo y con cadena» (acotación post v. 1512), acarreandopenosamente «dos cubos de agua» (acotación post v. 1551), ha debido parecer inauditae inaceptable. El mismo don Fernando debe asegurar y pedir paciencia al público,diciéndole:

Mortales, no os espantever un maestre de Avis, ver un infanteen tan mísera afrenta:que el tiempo estas miserias representa. (II, 1552-1555)

En la primera escena del tercer acto (quintillas: 1898-2018), el noble Muley actualiza enla conciencia del auditorio el significado de los sufrimientos del príncipe, llamándole «elmonstruo de la Fortuna» (III, 1922) y procurando que su rey ceda a los sentimientospropios del espectáculo que ofrece: «ten [...] / ya que no piedad, horror; / asombro, ya

2 9 Acepto aquí la lección del Ms. (éd. cit., I, 305-306), frente a la lectura de las ediciones del s. xvn: «queel vivir / eterno es vivir con honra». Aunque esta última versión también hace sentido, pierde el efecto de laantítesis y alienta la sospecha de un error por distracción.

3 0 Discrepo de Parker y Dunn, que ven en esta escena el despojamiento ascético de don Fernando.Aunque orientado por la interpretación de Wardropper, Robert ter Horst anticipa este giro ascético en lacomprensión de la obra. En relación con el paso que estamos comentando, advierte, como nosotros, lasuperposición de dos intenciones en la acción del infante, si bien las remite a los planos de la lucha político-religiosa y del proceso religioso-moral del protagonista. Valiéndose de los términos derivados de la metáforaeconómica escogida como clave exegética, escribe: «through exploitation of the wasting asset that is Ufe itself,the Prince blocks Fez's exchange maneuver and banks a depletion allowance that he cannot touch now butwhich is credited to him for later use» («The Economie Parable of Time in Calderón's El príncipe constante»,Romanistisches Jabrbuch, 23, 1972, p. 299). Creo poder invocar en apoyo de mi interpretación, por elcontrario, el ensayo de R. W. Truman, «The thème of justice in Calderón's El príncipe constante», ModemLanguage Review, LIX, 1964, pp. 43-52. Aunque presentado como complementario del estudio de Sloman,lo cierto es que abre una nueva vía de acceso a la obra, en la medida en que la coteja, no ya con la moralcristiana, sino con la doctrina ético-política de los tratados de príncipes, centrados por el concepto de justicia.En relación con el lugar que nos ocupa, señala que la negativa de don Fernando a ser liberado a cambio de laciudad de Ceuta está determinada principalmente por su aversión radical a la idea de la «inmortal afrenta».Su apelación a la «religión» y la «piedad» no debe ser interpretada como muestra de una motivaciónestrictamente devota, sino como ilustración de la conciencia de las obligaciones del príncipe para con Dios,implícitas en la noción de la justicia y designadas como religio y pietas. En definitiva, don Fernando no actúallevado de un especial entusiasmo religioso, sino que simplemente cumple el compromiso para con Diosincluido en el ideal del príncipe justo.

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que no llanto» (III, 1979-1982). No cabe duda: a los ojos del general moro, el caso delinfante portugués cumple punto por punto los requisitos de la tragedia.

Todo el segundo cuadro del segundo acto (silva de pareados: 1513-1591; décimas,con dos sonetos intercalados: 1592-1699; romance é: 1700-1897) oscila entre dos polossemánticos. Por un lado, la vivencia de la «menesterosidad del ser»31, maestra de unsaber doloroso, condensado en los célebres sonetos de las flores y las estrellas yanticipado en una sentencia tan llana como irrefutable: «Porque nace el hombre / sujetoa Fortuna y muerte» (II, 1641-1642). Por otro, el coraje opuesto por don Fernando aldesfallecimiento de su noble asistente, don Juan Coutiño («¡Que no desate / un rayo elcielo para darme muerte!», II, 1573-1574):

Don Juan, no ha de quejarse de esa suerteun noble. ¿Quién del cielo desconfía?La prudencia, el valor, la bizarríase ha de mostrar agora. (II, 1575-1578)32

A pesar del abandono en que ha dejado Dios a sus guerreros, a pesar de que el poder dela «Alteza» se haya desvanecido «en tal bajeza» (II, 1568-1569), don Fernando vuelvepor la nobleza y por la fe, contra el abatimiento y la desesperación, transformando eldesastre en prueba; el mal, en ocasión de gloria; la aparente pérdida del ser, enarriesgada pugna por ganarlo: «la prudencia, el valor, la bizarría / se ha de mostraragora». En una existencia gobernada por la Fortuna, el ser es inexorablemente un seragónico, que sólo puede afirmarse aceptando valerosamente el riesgo de perderse.Constituida la desdicha en categoría definitoria de la temporalidad humana, arrumbadala concepción providencialista de la historia, la fidelidad a su honor y, con él, a suresponsabilidad política y religiosa, exige del «príncipe cristiano» nada menos que elheroísmo33.

3 1 B. W. Wardropper (op. cit., pp. 516-520) detectó la importancia del tema de la finitud (tiempo,Fortuna, desdicha, muerte), interpretándolo como la piedra de toque que demuestra la superioridad delsistema de creencias y valores cristiano, fundamentado en la transcendencia. Esa lectura, sin embargo,rehuye, mediante una apresurada transposición al plano apologético-religioso, la pregunta metafísicacalderoniana, formulada también por esta obra: «Ni ilustrado del Siglo de las Luces, ni racionalista medievalo epígono de la escolástica tardía, Calderón se nos presenta tenaz y profundo, oponiendo la menesterosidaddel ser al optimismo de la onto-teología» (Antonio Regalado, Calderón. Los orígenes de la modernidad en laEspaña del Siglo de Oro, Barcelona, Destino, 1995,1, p. 79).

3 2 El pasaje aparece notablemente modificado en el Ms.: «CUTIÑO: ¿Que no desate / un rayo el cielo paradarle muerte / a un tirano cruel? FERNANDO: Pues de esa suerte / un hombre desconfía, / rogar por él será másbizarría / que Dios quiere. CUTIÑO: N O quiero por ahora» (éd. cit., II, 1643-1648). Las diferencias obedecenprincipalmente a un cambio en el reparto. El personaje del lacayo Brito desaparece en el Ms., asumiendoCutiño su caracterización. A ello se debe la supresión de las referencias a la nobleza en la respuesta de donFernando, así como la transformación de la osada llamada a la muerte, por parte de don Juan, en la peticiónde la muerte ajena por Cutiño.

3 3 Precursor de la nueva ubicación del pensamiento calderoniano en el horizonte de la crisis germinal dela Modernidad, y no ya en el recinto supuestamente cerrado de la ortodoxia teológica y filosófica delneotomismo español, Alan K. G. Paterson descubre en la boga del neoestoicismo de Lipsio un probablepuente entre el dramaturgo y las nuevas ideas. Encuentra reflejado en varios lugares y aspectos de El príncipeconstante el énfasis lipsiano y moderno sobre la finitud y la opínabilidad, que deja al hombre desasistido dela seguridad ofrecida por la metafísica tradicional. Hasta aquí, este acercamiento a la obra puede conciliarse

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GÉNERO Y SENTIDO DE EL PRÍNCIPE CONSTANTE 105

Tanto el contrapunto entre experiencia trágica y resolución heroica, como laecuación de ser y honor, reciben una notable confirmación en el diálogo entre donFernando y Muley que pone fin al segundo acto. Abrumado por la desgracia de sunoble amigo cristiano, definida gráficamente como

este inconstante desdéndel tiempo, este estrago injustode la suerte, este cruelejemplo del mundo y estede la Fortuna vaivén (II, 1711-1715),

acude Muley a «pagar / deuda que un tiempo cobré» (II, 1726-1727), ayudando aescapar a don Fernando secretamente, de modo que el cautivo logre la libertad y él noquede deshonrado por la acusación de traición. Sospecha el rey, sin embargo, y frustrasagazmente el plan, haciendo al propio Muley alcaide del prisionero. El noblemusulmán se enfrenta entonces a un dilema imprevisto: «entre mi amigo y el rey, / elamistad y el honor / hoy en batalla se ven» (II, 1833-1835). Pero no sólo él, sinotambién don Fernando, en la medida en que aceptar el ofrecimiento de Muley conllevala deshonra del amigo. La cuestión de honor se resuelve como competencia aristocráticaen generosidad, donde ambos llegan al límite: Muley manifiesta su disposición aarriesgar no sólo la vida, sino también el nombre, para responder a la obligación que leune a don Fernando; este último, sin embargo, se opone a que «sea / uno con su honorcruel / por ser liberal conmigo» (II, 1884-1886). En el momento de cerrar larepresentación del segundo acto, el infante demuestra que la autodegradación al estadode esclavo, la experiencia de la humillación, la penalidad física y la soledad metafísicano han aniquilado su conciencia nobiliaria, convencida de que el respeto al honor ajenoes parte constitutiva del honor propio34, sino que han actuado como crisol, del cualemerge en su máxima pureza, identificada con la disposición heroica al sacrificio, como

fácilmente con el nuestro. La discrepancia se produce cuando Paterson apunta al rebasamiento por Calderónde las posiciones de Lipsio, hacia una conclusión nihilista: «esa idea [de la armonía mundana] es retractada ysustituida por otra, basada en el odio, que admite sólo la crueldad universal, mundo Schopenhaueriano avantla lettre. [...] La constancia absoluta de don Fernando apenas sirve para ofrecer consuelo a los grandes delmundo. El tema lipsiano del menosprecio de la muerte, trasladado al teatro de Calderón, se extiende a unmenosprecio terminante del poder, algunos dirían incluso de la vida» («Justo Lipsio en el teatro deCalderón», en J. M* Ruano de la Haza, éd., El mundo del teatro español en su Siglo de Oro: ensayosdedicados a John E. Varey, Ottawa, Dovehouse Editions, 1989, p. 284). Por nuestra parte, estimamos queCalderón atisba esa conclusión, pero orienta precisamente su esfuerzo dramático a superarla, oponiéndoleuna antropología y una axiología fundamentadas en el valor aristocrático.

3 4 El agudo sentido del honor de don Gutierre, protagonista de El médico de su honra, ilustra tambiéneste extremo. Con el propósito de no comprometer la fama de doña Leonor, se resiste todo lo posible arevelar al rey el motivo por el que interrumpió su relación con ella: «que si para mi descargo / hoy hubieramenester / decirlo, cuando importara / vida y alma, amante fiel / de su honor, no lo dijera». Doña Leonor,por su parte, a pesar de sentirse afrentada por don Gutierre, reprende indignada al lisonjero don Arias,cuando insinúa su consentimiento del cortejo del infante don Enrique a su esposa: «pues si fuerais noble vos,/ no hablárades, vive Dios, / así de vuestro enemigo. / Y yo, aunque ofendida estoy, / y aunque la muerte lediera / con mis manos, si pudiera, / no le murmurara hoy / en el honor, desleal» (ed. de Don W. Cruickshank,Madrid, Castalia, 1989,1, 891-895 y II, 1838-1845).

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recurso extremo para afirmar la propia vocación de ser: «seré un príncipe constante / enla esclavitud de Fez» (II, 1896-1897).

III

A la vista de las observaciones precedentes, podemos afirmar que la nuevaconcepción de la historia y del carácter del infante don Fernando de Portugal, alegadapor Sloman como fundamento de la refundición calderoniana de La fortuna adversa enEl príncipe constante, consiste en la percepción del argumento como material adecuadopara configurar una-drama trágico, es decir, para desarrollar una exploración de lacondición agónica del ser aristocrático en una existencia determinada por latemporalidad35. La extrañeza de la obra procede justamente de este hecho, que parececonllevar una mixtura de géneros y ámbitos de sentido diferentes, los de la tragediaprofana y el drama religioso de martirio. Generalmente se ha procurado eliminar esarareza borrando, atenuando o adaptando la figura de la primera a los requisitossupuestos para el segundo. Es posible, sin embargo, que la comprensión de nuestra obraexija revisar algunas de las ideas tradicionales sobre el drama de mártires calderoniano.

Para ilustrar esta intuición tomaré el ejemplo mejor conocido, El mágicoprodigioso36, protagonizado, como se sabe, por los santos mártires Cipriano y Justina.El primero de ellos es un joven y noble filósofo gentil que, por su resolución yhonestidad intelectuales, rechaza la religión pagana y está a punto de descubrir alverdadero Dios. El demonio acude a impedirlo. Fracasado su intento de distraerledialécticamente, utiliza el recurso de obnubilarle mediante las pasiones, concretamentela soberbia (por la promesa de un todopoderoso saber mágico) y la lujuria (ofreciéndolela posesión de Justina). Esta última es una noble y casta doncella criptocristiana, aquien el diablo pretende condenar, quebrando su firmeza en la fe y en la virtud.Valiéndose de sus poderes sobrenaturales, la somete al cerco de la difamación,reforzado en última instancia por la insurrección de su propio deseo.

Un primer rasgo notable consiste en que no sólo el joven pagano, sino también ladoncella cristiana ha de afrontar en completa soledad la agresión diabólica. Justinadescubre en el curso de la acción su condición de hija abandonada por un padreuxoricida. A ello se suma el hecho de que, como consecuencia de la difamacióndiabólica, recae sobre ella el repudio universal, que incluye el de su padre adoptivo, elsacerdote Lisandro. En la escena clave de su itinerario, sufre con horror y angustia larebelión de sus sentidos y su imaginación, aparentemente coaligados contra ella con lanaturaleza toda. La experiencia de Justina va más allá de la tentación del pecado, en lamedida en que ésta se inscribe en el contexto de un desolador desvalimiento. A pesar delo inquebrantable de su fe, la protagonista padece, camino del martirio, la angustia dela «menesterosidad del ser».

Un segundo aspecto destacable viene dado por la importancia del tema de lainfamia. Según he notado arriba, el demonio mancha la opinión de Justina mediantediversos trucos, con el fin de doblegar su constancia en la fe y en la virtud. Al no

3 5 Véase M. Vitse, op. cit., pp. 560-575, donde se resume la perspectiva que inspira principalmentenuestra definición de la tragedia calderoniana.

3 6 Leo este drama en la edición de Bruce W. Wardropper, Madrid, Cátedra, 1985.

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G É N E R O Y S E N T I D O DE EL PRÍNCIPE CONSTANTE 1 0 7

lograrlo, toma la infamia de la doncella por objetivo en sí misma, procurandoacreditarla definitivamente, mediante la entrega a Cipriano de un fantasma de Justina.Es en este momento, y justamente para evitar la deshonra de la doncella, cuando seproduce la primera intervención divina, consistente en el milagro de transformar laapariencia diabólica en esqueleto. La acción divina se completa en el desenlace, cuandoobliga al demonio a confesar ante todos sus engaños y a proclamar la intacta honradezde la doncella mártir. Ocurre, por lo tanto, que Justina afronta simultáneamente dosamenazas: una contra su salvación y otra contra su fama. La protagonista defiende almismo tiempo su fe y su honor. Más aún: solamente recibe el auxilio divino solicitado(«Vuestra es la causa, Señor. / Volved por Vos y por mí», III, 2407-2408) después dehaber probado, hasta el límite del sacrificio de su deseo, su fidelidad alautollamamiento «¡Ay, honor! / Volved por vos y por mí» (II, 1536-1537). En lugar deestablecerse un conflicto entre la axiología del honor y la cristiana, el argumento llegaincluso a presentar el favor divino como una suerte de deuda nobiliaria. A la preguntadel desengañado Cipriano, «¿Qué le ha obligado [a Dios] a ampararla [a Justina]?», eldemonio se ve forzado a responder: «Guardar su honor limpio y puro» (III, 2671-2672)37.

Las observaciones anteriores autorizan a pensar que el protagonista y el conflicto deldrama de martirio no son en Calderón de naturaleza radicalmente diferente a los de latragedia profana. El mártir calderoniano es ante todo un héroe trágico, cuya trayectoriailustra la permanente amenaza de aniquilación que conlleva la temporalidad de laexistencia, frente a la cual la vocación aristocrática de ser descubre el valor como únicofundamento de la identidad (del «ser quien se es», donde el ser para la fe no pareceincompatible, sino armónicamente complementario del ser para el honor38).

Si esta intuición es acertada, la presunta heterogeneidad de El príncipe constante serevela como el resultado de un desajuste de la perspectiva crítica, no suficientementeatenta a la continuidad del drama de mártir y de la tragedia heroico-aristocrática en elteatro de Calderón. El motivo del martirio de don Fernando no impide, sino que másbien exige el desarrollo de la potencialidad trágica y heroico-aristocrática de la materia,de modo que la pregunta del exasperado rey de Fez, «¿Es humildad [religiosa] o valor

3 7 También Cipriano es, como Justina, persona de calidad y comparte con ella el sentido del honor: «quenací / con obligaciones tantas / como los dos, a saber / qué es honor y qué es infamia» (I, 375-378). Estaconciencia nobiliaria se destaca mediante el pronunciado contraste ofrecido por los lacayos (los dos criadosde Cipriano y la sirvienta de Justina), protagonistas de un ménage à trois, a propósito del cual se sucede todauna divertida serie de grotescas tergiversaciones de los valores aristocráticos. Este mismo énfasis señala laimportancia del tema del honor, no suficientemente reconocida cuando se le relega a la función derepresentar «los valores sociales y políticos [...] mundanos, ilusorios», opuestos a «los valores intelectuales yespirituales [...] reales» (B. W. Wardropper, éd. cit., pp. 41-42).

3 8 Cabe incluso pensar que el ser para la fe se concibe según el modelo del ser para el honor. El padreadoptivo de Justina, el sacerdote clandestino Lisandro, nos ofrece dos ejemplos. Por un lado, se caracterizamediante una relación que adopta la aristocrática forma de la genealogía, presentando su fe y su •disposiciónal martirio como la herencia de un linaje: «Cristianos nacieron ambos [mis padres], / venturososdescendientes / de algunos que con su sangre / rubricaron felizmente / las fatigas de la vida / con los triunfosde la muerte» (I, 607-612). Por otro, saluda el celo religioso de Justina con estas palabras: «No fueras, bellaJustina, / quien eres, si no lloraras, / sintieras y lamentaras / esa tragedia, esa ruina / que la religión divina / deCristo padece hoy» (I, 537-542). «No fueras [...] / quien eres»: la fórmula empleada por Lisandro anuncia elrelato de los orígenes de Justina y vuelve a sugerir una concepción del ser cristiano sub specie novilitatis.

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[nobiliario] / esta obediencia?» (III, 2297-2298), sólo tiene una respuesta: es humildad yvalor, es heroísmo que pugna por salvar el ser (del príncipe y del cristiano) de la nada aque lo arrastra «este inconstante desdén / del tiempo».

RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, José Javier. «"¿Es humildad o valor / esta obediencia?". Género ysentido de El príncipe constante». En Criticón (Toulouse), 78, 2000, pp. 93-108.

Resumen. Este ensayo versa sobre un tema clásico, pero no agotado, de los estudios calderonianos: el delsentido de El príncipe constante. El repaso de la literatura crítica muestra que la dificultad planteada por ladualidad aparente del protagonista ha sido generalmente resuelta mediante la supresión de la autonomía o elvalor en sí de su faceta caballeresca, con el fin de asegurar la interpretación religiosa de la obra. Por elcontrario, este artículo llama la atención sobre aquel aspecto de la figura y sobre la esencia trágica (sinadjetivos) del argumento, necesario contexto de interpretación de sus connotaciones religiosas.

Résumé. Un sujet classique mais non épuisé: la signification du Principe constante. La critique a bien montréla double dimension du protagoniste mais a généralement mésestimé la portée de sa facette chevaleresquepour mieux asseoir l'interprétation religieuse de l'œuvre de Calderón. On s'efforcera ici, à l'inverse, desouligner l'importance de l'aspect aristocratique du personnage et l'on mettra l'accent sur l'essence tragiquede la pièce, sans laquelle on ne peut interpréter correctement ses connotations religieuses.

Summary. This essay deals with a classic, but not closed, topic of Calderonian studies: the meaning of Elprincipe constante. A review of critical literature shows that the difficulty posed by the apparent duality ofthe protagonist has been generally solved by suppressing the authonomy or the positive value of his knightlyfacet, in order to secure the religious interprétation of the play. On the contrary, this paper calis attentionabout that aspect of the figure and the tragical essence (without adjetives) of the plot, context into whichreligious connotations must be interpretated.

Palabras clave. CALDERÓN DE LA BARCA, Pedro. Martyrerdrama. Principe constante, El. Teatro religioso.Tragedia.