Es Nuestra Tierra (La Terciopelo) -II

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Es nuestra tierra Víbora fuerte, escurridiza y valiente, aunque aún joven e inexperta, “La terciopelo” comete una grave imprudencia: refugiarse del intenso temporal en el hueco de un antiguo madero arrumbado en la orilla izquierda del río Krikamola. Sin miedo a nada ni a nadie, el cansancio de sus correrías le ha conducido a un sueño profundo y despreocupado. Así dormida la encuentra el tropel de las aguas embravecidas: se lleva por delante el tronco y a nuestra víbora dentro de él: se despierta dando vueltas sobre sí misma. Tras de los primeros golpes y aturdimientos, como experta nadadora logra escapar desde su improvisada prisión a la inmensidad del río envuelto en noche oscura y aguacero diluvial. Con paciencia y habilidad flota entre las sombras de la madrugada y el agua del río: unos momentos de confusión, pero ya. Decide entonces dejarse llevar por la corriente impetuosa, no le queda otra solución: mantenerse a flote hasta la llegada de los primeros rayos del nuevo día. Ellos le indicarán alguna salida de emergencia. Su paciencia es otra de sus virtudes probadas. Y, ¡por fin!, la salvación le llega a la altura de un remanso que el gran río de Ño Cribó ofrece a la sombra de unas grandes rocas incrustadas desde el centro hacia la izquierda de su cauce. En medio del caos borrascoso, aquello le parece su tierra prometida. Como una flecha de la guerra a la paz se dirige nuestro joven reptil: plácidamente culebrea por aguas tranquilas; hasta la orilla sólo le queda un agradable paseo. Por esta vez, vive para contarlo. Pero ¡oh sorpresa!, cuando va a tocar la ansiada ribera contempla un paisaje desconocido para la joven serpiente. Aquello no es selva acompañada de espesos boques tan conocidos por ella; un escenario intruso se abre ante sus ojos de culebra orgullosa de su tierra: caminos de dura roca, tocones quemados, árboles solitarios, hierba rala que

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Relato de selva, lluvia, río, serpientes, civilización y lucha por la vida...

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Es nuestra tierra Víbora fuerte, escurridiza y valiente, aunque aún joven e inexperta, “La terciopelo” comete una grave imprudencia: refugiarse del intenso temporal en el hueco de un antiguo madero arrumbado en la orilla izquierda del río Krikamola. Sin miedo a nada ni a nadie, el cansancio de sus correrías le ha conducido a un sueño profundo y despreocupado.

Así dormida la encuentra el tropel de las aguas embravecidas: se lleva por delante el tronco y a nuestra víbora dentro de él: se despierta dando vueltas sobre sí misma. Tras de los primeros golpes y aturdimientos, como experta nadadora logra escapar desde su improvisada prisión a la inmensidad del río envuelto en noche oscura y aguacero diluvial.

Con paciencia y habilidad flota entre las sombras de la madrugada y el agua del río: unos momentos de confusión, pero ya. Decide entonces dejarse llevar por la corriente impetuosa, no le queda otra solución: mantenerse a flote hasta la llegada de los primeros rayos del nuevo día. Ellos le indicarán alguna salida de emergencia. Su paciencia es otra de sus virtudes probadas.

Y, ¡por fin!, la salvación le llega a la altura de un remanso que el gran río de Ño Cribó ofrece a la sombra de unas grandes rocas incrustadas desde el centro hacia la izquierda de su cauce. En medio del caos borrascoso, aquello le parece su tierra prometida. Como una flecha de la guerra a la paz se dirige nuestro joven reptil: plácidamente culebrea por aguas tranquilas; hasta la orilla sólo le queda un agradable paseo. Por esta vez, vive para contarlo.

Pero ¡oh sorpresa!, cuando va a tocar la ansiada ribera contempla un paisaje desconocido para la joven serpiente. Aquello no es selva acompañada de espesos boques tan conocidos por ella; un escenario intruso se abre ante sus ojos de culebra orgullosa de su tierra: caminos de dura roca, tocones quemados, árboles solitarios, hierba rala que no esconde, extraños formaciones de madera seca y un rumor de ruidos desconocidos, amenazantes, enemigos de una vez. Ésa no es su selva: alguien la ha convertido en una peligrosa trampa de reptiles; nada fácil tampoco para otros animales salvajes.

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En actitud desconfiada sale a tierra y pone su cuerpo a deslizarse sobre ese extraño césped, muy húmedo tras la noche de intensa tormenta. Ruidos de extrañas pisadas le hacen esconderse debajo de unos escombros putrefactos. Aún sorprendida por lo que contemplan sus ojos, se pone en guardia.

Un pequeño y torpe animalito de dos patas se acerca inoportuno donde ella descansa; curioseada desde dos ojos sin malicia, acerca juguetón sus manitas hacia ese palo en movimiento. La víbora responde instintivamente, clavándole sus largos colmillos en uno de sus bracitos. El pequeño curioso se pone a berrear con toda la fuerza de sus pulmones; su escándalo es tal que provoca la atención a otros animales parecidos a éste pero más voluminosos. En ese mismo momento intuye un peligro mucho mayor: algo no marcha como es habitual en sus cacerías; en eses apresuradas se desliza por encima del prado hasta perderse en unos espesos matorrales.

Un joven animal de dos patas persigue al reptil hasta donde la ve refugiarse. Entonces siente la agresividad en los gritos de su boca y en los gestos de sus brazos; bien escondida, espera su oportunidad. Con la distancia adecuada, salta como un rayo y penetra sus mortíferos colmillos sobre una de sus piernas.

“Otro enemigo menos” –en su mente de víbora.

Sus gritos y ayes de dolor resultan aún más fuertes que su primera víctima. Entonces se da cuenta: su vida corre peligro. Por eso atraviesa el matorral por el lado opuesto y avanza hacia el bosque acostado a la orilla del gran río. Detrás de su cuerpo escucha rumor de voces y gritos cercanos: son muy numerosos; los siente llenos de ira, señales de amenaza. Como todos van por su vida, ella corre y se desliza con toda la vitalidad de su juventud aterciopelada. Sin embargo, no se encuentra en plena forma: la noche entera en lucha contra el agua ha debilitado sus poderosos anillos impulsadores.

Corre y se desliza sin detenerse un momento, mas algunos pasos ya se acercan detrás ella.

En un salto acrobático se desplaza hacia un lado del camino para descubrir a su perseguidor. Lo vislumbra como un gran animal de dos patas, mayor aún que el anterior, y en su mano brillaba un colmillo estrecho y luminoso, largo y afilado. Ese es su mayor peligro: la garra metálica va directa a ella, serpiente terciopelo, pero la esquiva reptando hacia atrás primero y como un tiro hacia adelante; un beso mortal de dos punzones en el cuello de ese peligroso animal.

Allí queda, con las manos sobre la herida, revolcándose en el suelo, frente a la poderosa luchadora por su vida, por su estirpe y por su selva, inundada de animales destructores. Sin tiempo para el descanso, a otros ve acercarse en manada; de una vez enfila su cuerpo hacia el curso fluvial: su única salvación. Pendiente abajo, presurosa, antes de llegar al agua descubre otro de esos animales bípedos que se interponen en su camino. Grita con un tono muy fino al sentir sobre en su muslo izquierdo los colmillos de la serpiente. Es una voz muy diferente, casi femenina, a sus víctimas anteriores.

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La serpiente se pierde entre las turbias aguas del río Krikamola.

Semejante agresividad e inteligencia de “La terciopelo” han llegado demasiado lejos: demasiadas dentelladas, muchos animales muertos o malheridos en poco tiempo. Todo el pueblo de esos extraños bípedos se ha puesto en pie de guerra contra ella; todos contra la serpiente invasora y asesina. Deben acabar con ella.

Se organizan batidas a lo largo de la orilla izquierda de la corriente, pero ni rastro de la serpiente enemigo número uno. Saben de sus cualidades natatorias y se imaginan su huida hacia la ribera derecha del gran río. Y hacia esa margen envían algunas brigadas de animales equipados con todo tipo de armas e instrumentos agresivos.

A favor de la corriente, la singular culebra se dirige en dirección a la orilla opuesta: quiere alejarse lo más posible del pueblo. En un momento oportuno sale a tierra; luego se esconde en una de las muchas oquedades que bordean el río. Necesita descansar, secarse un poco, entrar en calor y comer cuanto antes para reponer las fuerzas perdidas; además, eso le procurará más veneno para sus colmillos.

Entre el sopor y el cansancio por tantos avatares percibe desde lejos las voces y los gritos de esos animales que caminan sobre dos piernas. Está muy claro para ella: no la dejarán descansar ni reponerse; no descansarán hasta verla muerta.

Con profundo desagrado ve acercarse a un perro: olfatea el rastro del ofidio en dirección a su improvisada madriguera. Tiene que actuar rápido y sin contemplaciones. Quieta, silenciosa, se hace la dormida; el can se acerca algo desconfiado, pero calcula mal la distancia de estos reptiles. Cuando quiere retroceder siente un terrible pinchazo en medio del hocico. Ladrando como un desesperado sin esperanza retrocede hacia el grupo tumultuoso que se acerca en esa dirección.

La “terciopelo” intuye que su vida estaba perdida sin remisión. No tiene ya remedio, pero morirá luchando con la fiereza y valentía que siempre lo ha hecho, con el orgullo de su estirpe bíblica. Ésta es su tierra, la tierra de todos sus ancestros desde el principio de los tiempos, y nadie podrá destruir su dignidad por el hecho de ser una serpiente venenosa, una víbora que lucha en defensa de su territorio.

Se introduce a través de un canal estrecho de arena, alejándose lo más posible de los gritos y movimientos cercanos; mientras, planea alguna estrategia de defensa y ataque: de ataque y defensa. Se siente sola y no podrá luchar contra todos en campo despejado.

-¡Ahora verán esos malnacidos lo que es una serpiente “terciopelo”! –se replica a sí misma con su lenguaje de culebra orgullosa.

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Medio escondida entre la arena de una pequeña loma, ve cómo se acercan animales bípedos por todos lados, con instrumentos filosos en sus brazos.

-¡A ver si pasan de largo! –se ilusiona con un poco de esperanza. Pero no. Unos van peinando toda la orilla del río y otros, la franja de terreno hasta el camino en paralelo. Sus dientes metálicos brillan sedientos de sangre con el sol de la mañana.

Un bípedo gordo y grandote sube medio sofocado la colina de arena y allí mismo lo recibió la culebra con una sorpresiva dentellada en pleno rostro: rodó pendiente abajo como un saco de bananos. Atrás va dejando un rugido animalesco más duro y estridente que todos los tigres juntos de la selva.

Nuevamente se refugia en una espesura cercana, pero varios pares de ojos se dan cuenta dónde se esconde. Entre muchos atacantes rodean el follaje; otros se interponen en su posible huida al río o hacia el bosque interior.

En medio de aquel terreno oscuro y arenoso todo lo siente ya perdido para ella; es verdad, sin embargo se ha llevado por delante un montón de peligrosos enemigos de su especie, destructores de la selva y ladrones de la madre tierra. Morirá matando. Para eso es una “terciopelo”: la Reina de las serpientes.

Se desliza despacio, casi ni se mueve del centro de la espesura. Sólo su cabeza otea a un lado y otro: quiere cerciorarse de las posiciones de esos animales extranjeros. Su quietud también produce temor en sus numerosos perseguidores. Son muchos los perseguidores, pero se enfrentaban a un animal tan peligroso como inteligente: la Reina de la selva.

Una mano aparta con suavidad algunas ramas del seto; la otra empuñaba su diente filoso. Tranquila, inmóvil, atenta. Por detrás siente unos pies que aprisionan la maleza del suelo acompañados de un grueso palo.

-¡Peligro inminente!

A un lado, distingue una columna de bípedos vigilantes; al otro, más oscuro y solitario, intuye una posible salida.

-¡O una trampa!

Los pies avanzan a retaguardia, la punta filosa corta ramitas frente a sus ojos: espera que se acerque un poco más. Cuando cae hacia abajo cortando el último tallo, se lanza sobre ese brazo y le inyecta su porción de mortal veneno. Sin llevarse por sus gritos, desde atrás capta el silbido del palo sobre su espalda, pero aún le quedan fuerzas para echarse a un lado y se lanza sobre la pierna del individuo: sus colmillos atraviesan la tela del pantalón y le dejan un hermoso regalo para toda su vida.

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Sin pensarlo dos veces, se lanza a tumba abierta en dirección hacia el río: la hora grande y definitiva de una serpiente de terciopelo contra todos.

Su aparición repentina y agresiva, provoca un retroceso generalizado de pánico, pero allí la esperan muchos colmillos largos, dientes afilados y brillantes. Uno más valiente que los demás se lanza sobre la culebra, pero en su precipitación yerra la intentona y recibe una rotunda dentellada en su rodilla derecha. Se echa hacia atrás gritando como un poseso.

Entonces aparece el personaje que la va a matar: alto, fuerte, precavido. Va contra ella y lo hace con experiencia: el hombre contra la “terciopelo”, el Rey contra la Reina, rodeados por un círculo cerrado de otros muchos bípedos con mucho miedo pero sin compasión.

Ambos se miran, se vigilan, se sienten cerca: es una lucha a muerte. Uno de los dos caerá para siempre.

La “terciopelo” lo sabe bien: es su última pelea, a muerte, pero sueña con algo especial, algo que haga grande su sacrificio; entonces todo su esfuerzo habrá merecido la pena. El hombre, blande su machete; la serpiente, semierguida, busca un punto débil. A dos metros uno de la otra, una del otro. Se mueven sin moverse, se acercan sin arrastrar sus cuerpos… El machete a punto, a punto los dos colmillos.

Afirmando su estrecho cuerpo contra la arena, de repente repunta un salto hacia adelante: el trampolín de su joven existencia; ni el rayo podría ser tan veloz. El hombre, sin tiempo de reacción, sintió los letales colmillos clavados sobre su mentón. Fijos, definitivamente mortales. No quiso soltarlos esta vez, mientras muchos machetes la herían por todos lados.

Con las manos tuvieron que desencajar los larguísimos dientes incrustados en la cara de ese pobre infortunado.

¡Qué gran serpiente, la “terciopelo”! En esta tierra degradada y salvaje ya nada será como antes…

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29 – febrero – 2012Isla Colón (Bocas del Toro)Bocas del Toro

Inspirada en un relato de “El llanto de la víbora” de José María Sánchez B., en su libro de cuentos “Shumio – Ara” (Cuentos de Bocas del Toro)En el día más bisiesto del año.

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