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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Bernardo Enrique FLORES ORTEGA. «Esa llanura temblorosa»... - Esa llanura temblorosa ... una travesía por el mar interior de J. M. Briceño Guerrero, premio nacional de literatura venezolana 1996 Bernardo Enrique Flores Ortega UNIVERSIDAD DE LOS ANDES La estética de lo fragmentario y la alteridad de la mirada filosófica HA Y EN EL MUSEO de América, en Madrid, un espejo mágico atribuido al dios azteca Tezcatlipoca, dios del humo y del tiempo. Tal espejo, tallado en piedra de obsidiana, revela a quien se contempla en sus dos superficies circulares una sucesión de rostros extraños que inquietan al observador ante la aparición de facciones disímiles. Más aún sorprende constatar entre la variación de los rasgos faciales la permanencia de una misma mirada. Ciertas creencias populares contemporáneas sostienen que el espejo muestra una concatenación de vidas pasadas, como si en él se produjera una simultaneidad de temporalidades congeladas en su pequeña dimensión espacial. Esa experiencia nos hace sentir, sin embargo, como si las imágenes reflejadas emergieran de una hondura psíquica para mostrar las alteridades de uno mismo, como si uno mismo no fuera uno sino muchos, congregados bajo una mirada única y totalizante. Tales rostros pudieran constituir, así, las máscaras de un mismo ser. Así como para los sufistas el universo constituye un conjunto de espejos, en los cuales la esencia infinita se contempla a sí misma en múltiples formas que reflejan en diversos grados la irradiación del ser único, la escritura de Jonuel Brigue (José Manuel Briceño Guerrero) muestra con insistencia, en espacios textuales limítrofes, los umbrales difusos entre mundos posibles, fronteras virtuales entre un aquí y un allá puestos en situación de ambigüedad interpretativa. La imagen especular presente en su creación literaria, coloca los mundos posibles simétricos y enfrentados en una situación literal de autorreflexividad. La palabra, como actividad especulativa, como encuentro y búsqueda del saber, se pone de manifiesto en su forma artística en las superficies reflejantes del texto, y desde allí adviene una estética de lo fantástico, donde la alteridad, como elemento productivo de aquél, entra en escena. Así, el diálogo que sostiene Jonuel Brigue con el fantasma de Henry Clews, difunto propietario del castillo de La Napoule, pone de 193 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Bernardo Enrique FLORES ORTEGA. «Esa llanura temblorosa»...-

Esa llanura temblorosa ... una travesía por el mar interior de J. M. Briceño Guerrero,

premio nacional de literatura venezolana 1996 Bernardo Enrique Flores Ortega

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

La estética de lo fragmentario y la alteridad de la mirada filosófica HA Y EN EL MUSEO de América, en Madrid, un espejo mágico atribuido al dios azteca Tezcatlipoca, dios del humo y del tiempo. Tal espejo, tallado en piedra de obsidiana, revela a quien se contempla en sus dos superficies circulares una sucesión de rostros extraños que inquietan al observador ante la aparición de facciones disímiles. Más aún sorprende constatar entre la variación de los rasgos faciales la permanencia de una misma mirada. Ciertas creencias populares contemporáneas sostienen que el espejo muestra una concatenación de vidas pasadas, como si en él se produjera una simultaneidad de temporalidades congeladas en su pequeña dimensión espacial. Esa experiencia nos hace sentir, sin embargo, como si las imágenes reflejadas emergieran de una hondura psíquica para mostrar las alteridades de uno mismo, como si uno mismo no fuera uno sino muchos, congregados bajo una mirada única y totalizante. Tales rostros pudieran constituir, así, las máscaras de un mismo ser.

Así como para los sufistas el universo constituye un conjunto de espejos, en los cuales la esencia infinita se contempla a sí misma en múltiples formas que reflejan en diversos grados la irradiación del ser único, la escritura de Jonuel Brigue (José Manuel Briceño Guerrero) muestra con insistencia, en espacios textuales limítrofes, los umbrales difusos entre mundos posibles, fronteras virtuales entre un aquí y un allá puestos en situación de ambigüedad interpretativa. La imagen especular presente en su creación literaria, coloca los mundos posibles simétricos y enfrentados en una situación literal de autorreflexividad. La palabra, como actividad especulativa, como encuentro y búsqueda del saber, se pone de manifiesto en su forma artística en las superficies reflejantes del texto, y desde allí adviene una estética de lo fantástico, donde la alteridad, como elemento productivo de aquél, entra en escena. Así, el diálogo que sostiene Jonuel Brigue con el fantasma de Henry Clews, difunto propietario del castillo de La Napoule, pone de

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manifiesto el discurso fantástico en la obra. 1

Esa llanura temblorosa muestra los múltiples fragmentos de un espejo discursivo roto, donde se combinan de un modo arbitrario, en un acto lúdico, una pluralidad de estilos en los que los umbrales de los géneros literarios se ven traspasados por la inter y transtextualidad, articuladas desde las impresiones de la cotidianeidad. Propone, así, una lectura fragmentaria, descifrable desde la hermenéutica a partir del collage de los montajes discursivos y de los ensambles de escrituras muchas veces inconscientes. En el estilo de este texto se disuelven las fronteras entre la crónica, el anecdotario, el diario de viaje-----concebido como cuaderno-y se incorporan discursos paródicos en pastiche: mitopoyéticos, poéticos, filosóficos, esotéricos, herméticos, cabalísticos, alquímicos, etc.

Si bien la escritura de Jonuel Brigue responde a las formas estéticas postmodernas, no exhibe los rasgos de la literatura kitsh que se complace en la vanalidad del gusto impuesto por la cultura massmediática y por los mercados simbólicos creadores en muchas ocasiones de estereotipos o clichés. Su escritura, por el contrario, a pesar de ser ligera, ágil, fragmentaria, muestra una multiplicidad de tópicos que van desde el anecdotario cotidiano hasta la alteridad de la mirada filosófica, en los que pone de manifiesto sus profundas reflexiones como pensador latinoamericano sobre los problemas de la cultura, el arte y la literatura actuales, siendo la palabra el eje vertical que sustenta su creación y su reflexión, adecuándose a las necesidades receptivas de la dinámica vertiginosa de estos tiempos.

Esa llanura temblorosa, última obra publicada por José Manuel Briceño Guerrero bajo el heterónimo de Jonuel Brigue, escrita recientemente en el castillo de La Napoule frente al mar Mediterráneo, con beca de escritor otorgada por el Estado francés, ofrece un juego de máscaras y espejos donde se produce la ruptura de la identidad del sujeto enunciativo al emerger las voces de la alteridad poética, esotérica, lúdica, caótica-por los juegos, escarceos, irrupciones insólitas de los símbolos-, con la intención de «domar la palabra», para dialogar con otra voz de carácter reflexivo, teorizante, racional, metódico, la voz del filósofo, sin duda. La voz del poeta-Jonuel Brigue-y la del pensador-José Manuel Briceño Guerrero-instauran no sólo en el texto que nos ocupa, sino en toda su obra narrativa, una polifonía, entendida ésta como multiplicidad de voces procedentes de distintos ámbitos de la cultura y de la consciencia e inconsciencia individual y colectiva, para deconstruir la realidad al articularse una suerte de contrapunto entre la objetividad, la subjetividad y la intersubjetividad. Tal deconstrucción de la realidad, así como la ruptura de la identidad del sujeto enunciativo, permiten recordar el proceso iniciado en la literatura contemporánea con autores como Fernando Pessoa y Antonio Machado, como Joyce quien hace irrumpir lo inconsciente en su escritura, o Virginia WOolf con quien lo cotidiano alcanza un protagonismo importante. Así, la escritura de Jonuel Brigue parece hallarse construida por un vértigo de traslaciones, rotaciones helicoidales, reflexiones expansivas o reductivas, operaciones topológicas, y simetrías dinámicas de la narración semejantes a los «engañosos» dibujos de Escher.

1 cfr. Jonuel Brigue, Esa llanura temblorosa ... cuaderno, Caracas: Osear Todtmann Editores, 1998, pág. 66 y sig.

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Podríamos plantear aquí la pregunta de Rocco Mangieri, acerca de la obra de Borges,: «¿cómo escribir, crear desde el espejo, desde el umbral mismo de la hipertextualidad, cómo hacer del vértigo una acrobacia, un bello acto de prestidigitación?>?. Paradójica-mente, sin embargo, la alteridad poética de Jonuel Brigue niega la presencia del espejo en el templo de la poesía con este poema especular:

Espejos no hay en nuestro templo Espejos son los otros Soy esta mirada insaciable Pongo todo frente a mí No puedo verme. Soy nada Cuando te miro entro en un espejo obscuro Glorioso dios vacío. Cuando me miras entras en un espejo obscuro No puedes verte. Eres nada Pones todo frente a ti Eres una mirada insaciable Espejos son los otros Espejos no hay en nuestro templo.3

El mar como símbolo del «alma salvaje» La escritura de Jonuel Brigue es un discurso preñado de símbolos surgidos a partir

de las vivencias cotidianas:

Soy llanero--escribe-. Conocí el mar ya hombre. Recuerdo, fue bajando hacia Macuto por la carretera vieja; fue una mañana; de repente allá abajo esa llanura resplandeciente, deslumbrante, móvil. Después ese gran cuerpo penetrable con la vista, con las manos. Pero, a partir de cierta profundidad, lo obscuro, lo desconocido, lo impredecible, la amenaza de muerte, el temor. Ahora todo es para mí como entonces el mar.4

El mar como símbolo de la afectividad ya había herido la sensibilidad estética de nuestro autor. En un ensayo titulado Los inquietantes cuadros de G. Saldate las resonancias simbólicas del mundo marino en la obra plástica de esta pintora merideña llevaron a J.M. Briceño Guerrero a preguntarse de dónde procedía la extraña inquietud provocada por aquellos cuadros de temáticas marinas. No eran los colores,

¿Será entonces el mar?. ¿La obscuridad de los orígenes acuáticos de la vida?. ¿El miedo a las sombrías vastedades que parieron voraces monstruos, ancestros remotos y terribles de nuestro linaje, cuyo recuerdo es mejor reprimir para no alborotar a sus

~ Rocco Mangieri, La consciencia liminar del texto, Mérida, Venezuela, 1996, mimeo. 4 Jonuel Brigue, op. cit., pág. 42.

Id., pág. 31.

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vicarios en el océano interior de nuestra psiquis?.5

pero es en Esa llanura temblorosa donde el mar adquiere las dimensiones de un poderoso símbolo al establecer una interesante analogía entre este referente cosmológico y el terrible laberinto de la psique humana, colocando al mar con sus calmas y bravuras como una metáfora ampliada de las aguas interiores que fluctúan en nuestros propios ámbitos afectivos. Así, el mar, no sólo en la intimidad del sujeto enunciativo expresa simbólica-mente los conflictos y vaivenes personales, sino también los problemas surgidos en las relaciones de una pareja cercana identificada en el texto como JJ y C y los estallidos y convulsiones sociales presenciados por el autor durante su estadía en Francia.

Nunca me había ocurrido esto de ver al mar como primero al levantarme, como último antes de dormir, esto de tenerlo presente todo el tiempo. Lo veo desde arriba, me asombra sin cesar su variable inquietud. Estaba bravo, se calmó hasta casi parecer un lago, volvió a enfurecerse [ ... ]

Y yo con este dolor que no puedo escribir ni decir ni gritar ni llorar ni vomitar ni eyacular ni sublimar ni embriagar. Pienso que podría somatizarse como tumor canceroso y me da miedo.6

La tormenta acuosa constituye un rasgo del estilo romántico consistente en relacionar el paisaje con la subjetividad. Lo que ocurre en él es reflejo o síntoma premonitorio de lo que ocurre en la interioridad o alrededor del sujeto.

Ayer, cuando yo estaba en la torre monstruosa mirando el vano pero tenaz asalto de las olas contra los fundamentos del castillo, me buscaron de urgencia para que atendiera una llamada de JJ. «He decidido romper definitivamente con C. Y no volveré atrás. Estoy seguro de que ella prefiere a P. Esta madrugada su falta de cariño me lo hizo entender claramente.7

También en el ámbito social el turbión de las aguas ofrece una relación analógica entre las furias de la naturaleza y los conflictos generados en el seno de las sociedades urbanas de hoy:

Está lloviendo mucho para ir a un café ahora [ ... ] Los camioneros españoles, italianos, ingleses y alemanes sufren también por la huelga francesa: no pueden entregar sus cargamentos. Oí en la radio que en algunos lugares se han producido enfrentamientos entre españoles que no sabían lo del cierre del tráfico y franceses [ ... ]

5 José Manuel Briceño Guerrero, "Los inquietantes cuadros de G. Saldate", en Sobre Geraldine Saldate, Mérida, Venezuela: Talleres Gráficos Universitarios ULA /Mérida, 1980, pág. 5.

~ Jonuel Brigue, op. cit., pág. 22. Id., pág. 23.

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Cesó la huelga, cesó la lluvia, se normalizó el tráfico.8

En estrecha relación con la simbólica del mar se presenta también la imagen del velero, que, como emblema de seguridad, resiste los embates de las olas y permanece inamovible ante los vaivenes del mar, de la afectividad. Sus altos mástiles son una figuración del ascenso en la vertical, que se proyecta hacia la luz y la vida, como el ser que alcanza su propia plenitud frente a las vicisitudes experimentadas en su relación con el mundo, como los feacios, señores del mar según Homero, que guiaron a Odiseo hasta la meta final: Itaca. «Pero los pequeños veleros de altos mástiles anclados en la marina apenas si aumentaban su leve balanceo: saben de tormentas verdaderas en alta mar.»9

También en una aparente evocación a aquellas palabras de Heráclito es muerte para las almas convertirse en agua, Jonuel Brigue relata la muerte de una secretaria que se reventó por dentro por la pérdida de sus funciones renales. Este hecho adquiere en el relato una dimensión simbólica del agua como soporte material de la muerte. Las aguas estancadas en el cuerpo son la imagen de «un affua triste y sombría que transmite extraños y fúnebres murmullos», como diría Bachelard 1

. Además, su muerte es una representación del olvido: «De la oficina no fue nadie a los ritos funerarios ni al entierro» 11

. Su desaparición física la hace borrar de la memoria colectiva al no haber dejado una huella perenne en su tránsito por la vida, como en el caso de Horacio y de Pushkin, inmortaliza-dos en su obra literaria, pues lo que se hace palabra sale del ámbito de lo indiferenciado y se humaniza. La escritura es, sin embargo, como la «fuente de la memoria y del olvido» donde se bañaban los antiguos griegos de Levadía antes de oír los designios del oráculo de Trofonio: algunos escritores desaparecen por completo del recuerdo, mientras otros perduran ante el paso devastador del tiempo, erigiéndose un monumento contra el olvido, como lbn Arabí en cuyo cortejo fúnebre iban por un lado su ataúd, y por otro su obra poética, tan monumental el uno como la otra. «Pero, ¿puede el recuerdo remediar la

12 muerte?. ¿Puede el recuerdo curar de la muerte?» . El mar contiene en Esa llanura temblorosa toda la gama de significaciones posibles,

desde los ámbitos referenciales hasta los metafóricos y simbólicos: «es tan fuerte y tan libre que desgarra y degrada las redes del lenguaje»13 --escribe Jonuel Brigue. Su fuerza devastadora ejerce en la psique humana una especie de fascinación, de asombro, y al mismo tiempo de angustia y terror, curiosa integración de emociones contrapuestas, algo similar a la palabra deinós con la que los griegos calificaban la experiencia de lo sagrado.

No he logrado expresar la impresión del mar sobre mí [ ... ] Ese llano tembloroso, penetrable [ ... ] La inmensa obscuridad poblada por dentro, ese otro mundo del agua [ ... ] La posibilidad onírica no sólo de la caída en lo profundo, el ahogo, sino también

~Id., pág. 8,10. lJd., pág. 23,24.

Gastón Bachelard, El agua y los sueños, México: Fondo de Cultura Económica, 1988, pág. 77. 11

12 Jonuel Brigue, op. cit., pág. 9. 13 Id.

Id., pág. 22.

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del surgimiento temido, del aflorar de monstruos[ ... ] Por otra parte debo reconocer, en esa sensación de peligro y amenaza, un encanto, una fascinación. La belleza de lo terrible. La atracción del abismo. 14

Las aguas se erigen como un símbolo poético de lo infinito, de la belleza, del misterio, del dolor. .. del silencio. El mar es madre y matriz, fuente de vida y de muerte. Todo sale de él y todo vuelve a él. Es una metáfora ampliada del corazón humano y sus pasiones, de las capas profundas del inconsciente, habitadas por fuerzas misteriosas.

En el mar también se hallan representadas las insondables y caóticas fuerzas de la palabra, ~ue tratamos de dominar, pero que sólo crean la ilusoria coherencia del lenguaje1

. Podríamos decir, citando a Bachelard, que «la liquidez es un principio del lenguaje; el lenguaje debe estar henchido de agua» 16

; no obstante, para Briceño Guerrero sus únicos tesoros son el alma y la palabra; pero el alma es salvaje y la palabra no se d . d 17 qa ornar .

El castillo: un espacio de pruebas y transmutaciones Desde la mirada del autor, el castillo de La Napoule, construido en el siglo XI,

destruido en el XIV, reconstruido en el XVII y luego arruinado para ser restaurado a principios del siglo XX, adquiere una importante dimensión literaria en la obra que nos ocupa. Desde él Jonuel Brigue ve el mar en su serenidad y en su bravura. Con él se introduce una poética de lo fantástico mediante la ruptura de lo real, ya anunciada en las palabras colocadas sobre el pórtico principal: Once upon a time (había una vez). De este modo la escritura engendra un extrañamiento del espacio, evocando la conocida fórmula de los cuentos maravillosos infantiles. El mismo nombre del castillo en su etimología significa «ciudad nueva». ¿Acaso el espacio de las utopías, de los sueños y de las ensoñaciones?. También a un lado de la entrada principal se halla una curiosa inscripción en piedra: MYTH-MYSTERY-MIRTH (mito-misterio-júbilo). Su restauración se debe al ingenio artístico de Henry Clews quien dedicó fortuna y creatividad para erigirse un monumento a su memoria y a la de su esposa. Todo en el castillo tiene su impronta estética: esculturas, pinturas, mobiliario, las llaves, puertas y pestillos ingeniosos, hasta su propia tumba ubicada en una de las cuatro torres, la más reciente, en la que suponía uno de lo residentes del castillo la existencia de un tesoro oculto. De las otras torres, dos son de estilo sarraceno de los siglos X y XI, mientras la otra, descrita como una torre monstruosa, es del XIV. En tal espacio se producen fenómenos paranormales provocados por el fantasma de Henry Clews.

La primera noche que pasé aquí, ante la abrumadora presencia de Clews, me sentí obligado a explicarle mi visita y el uso que iba a hacer de sus cosas íntimas [ ... ] le expliqué quién era yo[ ... ] le agradecí su hospitalidad y le agradecí que me ayudara

:: Id., pág. 57,58. 16 Jonuel Brigue, ANFISBENA Culebra Ciega, Caracas: Ediciones Greca, 1992, pág. 159. 17 Gastón Bachelard, op. cit., pág. 286.

Jonuel Brigue, Esa llanura temblorosa, pág. 58.

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en mi trabajo. No me respondió nada, pero dormí bien en esa monumental cama[ ... ] Otros residentes, que no hicieron eso, tuvieron pesadillas y escucharon extraños ruidos o vieron sombras inexplicables. 18

También los jardines, extensos y laberínticos, con sus estatuas monstruosas que asemejan gárgolas medievales, configuran un espacio sobrenatural. Así, el castillo adquiere en esta obra un extraño carácter simbólico. Su descripción fisica no es gratuita: tiene cuatro torres-imagen de estabilidad-y el mar bate contra sus bases pero no lo derriba. «Afuera se está desatando una tormenta, pero en el castillo hay seguridad, luz y calor. Y silencio: los ruidos de la tormenta llegan como recuerdos lejanos.»19

El castillo, como la casa, el templo y la ciudad, funge como símbolo del centro, del eje del mundo, de la matriz universal, es en sí mismo un microcosmos. También es una imagen del hombre, espacio de pruebas iniciáticas y transmutaciones.

Mi casa, hecha de materiales visibles y tangibles, columnas, ladrillos, tejas, madera, bases firmes y riostras, mi casa que cualquiera mira sostiene otra casa invisible donde yo vivo de verdad. En mi patio se materializan las afecciones de mi entraña. Cuando vienes a visitarme entras en mí. Ten cuidado de no quebrar mi corazón.20

Por otra parte, los diálogos que sostiene el narrador con el fantasma revelan conocimiento y dominio sobre los misterios del más allá. Así, dice el espectro: «A veces logro usurpar el cuerpo de algún distraído o de algún borracho. Por poco tiemfio [ ... ]El cuerpo tuyo me quedaría bien, pero tienes un cierre que sólo tú puedes abrir.» 1

Además, la curiosa inscripción en piedra en la entrada del castillo: MI-TO-MISTERIO-JUBILO, remiten al lector contemporáneo, entre otras posibilidades, a los antiguos misterios dionisíacos. Antes de ascender al Olimpo, Dionisos bajó a los infiernos en busca de su madre Semele. Para ello pidió ayuda a un brujo llamado Polimno a fin de que lo guiara, ofreciéndole una recompensa que le entregaría a su regreso. Consiguió que Hades dejara en libertad a Semele, aunque para ello el dios tuvo que dar algo que apreciaba mucho: el mirto-planta de hoja perenne-, origen de la corona que los iniciados se ceñían en la frente en los misterios en honor a Dionisos. A este dios pertenecen la noche, el misterio, el sueño y la alegría, siendo el mirto el árbol de la muerte y-aparente paradoja-de la inmortalidad.

Los descensos que realiza Jonuel Brigue a la tumba de Henry Clews podrían sugerir un descenso a los infiernos, la entrada en un ámbito sagrado de pruebas iniciáticas, de transmutación alquímica, de dominio del mundo inferior, de un conocimiento esotérico. Tal sentido pareciera corroborarse por el hecho de que la misma tumba está decorada por enigmáticos símbolos de probable origen masónico.

También se sorprende al lector con el relato de un picnic celebrado en un paisaje

:~Id., pág. 25. 201d. 21 Id., pág. 88.

Id., pág. 70.

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abrupto, donde un paso en falso puede conducir a la muerte. Accesos laberínticos y escabrosos, a través de un pueblo vetusto y fantasmal, de «viejos muros descalabrados y cercas desportilladas» ... una aldea de piedra cansada, cercana a la frontera entre Francia e Italia. Espacio extrañamente configurado para la celebración de un banquete ritual, donde el autor participa de un extraño ágape, llega a sentirse un niño y aprecia a los demás comensales como sus hermanos. El ámbito externo donde se desencadenan los hechos vuelve a convertirse en una metáfora, o, en el mejor de los casos, en una proyección simbólica de la compleja dinámica psíquica y espiritual de su propio espacio interior. Así, tal convivium tiene lugar en un ambiente que traspasa los límites de lo real, instaurándose en las fronteras de la ensoñación y evocando con ello las reminiscencias de una estética propia de lo fantástico. <<Ahora pienso que la aldea era irreal, inventada por él [J.J. ], y no se oían ni niños porque los niños éramos nosotros y él la madre ... »22

Así como el mar es una imagen de la complejidad del psiquismo humano, también el castillo y la aldea advienen en la obra como un símbolo, como extensión del espacio interior del sujeto.

El triunfo de Eros sobre el «alma salvaje» En la doctrina platónica sobre el Amor, Eros se perfila como un semidios, como un

intermediario entre los polos separados, actuando como agente de atracción en busca de la unidad perdida. Como tal semidios, no posee ni belleza ni virtud, por ello las busca infatigablemente reuniendo los pedazos dispersos. Pero tal doctrina quedaría incompleta si se refiriera sólo a la atracción de los sexos. Por el contrario, la vía erótica propuesta en el Simposium de Platón es una especie de yoga eidético, un camino progresivo que, partiendo de la atracción de los cuerpos, pasa a la contemplación de la belleza en las almas, luego al enamoramiento por las leyes y las buenas costumbres, después al amor por el conocimiento, camino que debe irremediablemente conducir al filósofo a la contemplación definitiva de la Belleza Absoluta que da sostén a este universo.

El erotismo es un tema recurrente en la obra de Jonuel Brigue. En Esa llanura temblorosa nuevamente adquiere un protagonismo importante, desplazándose por los múltiples pliegues de la escritura desde la evocación de una memoria de lo sensible hasta la exploración de lo imaginario y lo onírico. En ello busca satisfacer el deseo sublimándo-lo a través de la creación estética que produce un goce en el escritor por el intento de domar la palabra y en el lector la fruición placentera del acto receptivo. Así, el acto discursivo se convierte en Briceño Guerrero en un acto erótico al transgredir el uso cotidiano del lenguaje, transfigurándolo en una creación artística. Como lo ha señalado Octavio Paz23

, la escritura erotiza al lenguaje al poner en palabras las sensaciones vividas.

Y o visité prostíbulos con mis amigos, pero no pude convencerme de que debía acostarme con las prostitutas. Me quedaba hablando con ellas y les pagaba la bebida sin usarlas a riesgo de parecer marico. Una me habló de su novio; le pregunté cómo

~~Id., pág. 69. Cf Octavio Paz, La llama doble, Barcelona: Seix Barral, 1995.

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hacía para tener novio siendo puta. Ella me dijo que con los clientes era su oficio darles placer y alivio, pero al novio «me lo pongo donde es, para gozar.

Tuve una novia que me dejaba gozarla pero pensando en otro. El gozo se me fue al 1 d . '24 pozo y a eJe.

Lo erótico no está figurado en la obra de Briceño como un saber meramente sensorial, sino que tiende hacia una aprehensión del ser, hacia una sabiduría más allá de las fronteras corporales. Así, el erotismo adquiere también en su obra los rasgos de una sacralidad mística y ascética, pues aquel en su esencia no es más que sed de otredad.25

No te vayas. Quédate conmigo. No vayas a misa Elisa. No vayas a hundirte en los miembros calientes. Abandona los extremos del tubo digestivo. Abandona esos lugares donde Bartolini se mezcla con Malpighi. Deja quietos los cuerpos cavernosos. No tienes por qué habitar las alteraciones de los fuelles; que resoplen por cuenta de ellos. Y esos millones de caminitos húmedos, que vomiten y vomiten y expandan sus aromas. No te identifiques con las torsiones de las vértebras en culebra enloquecida. Quédate conmigo. Desde aquí veremos bien esas vesículas impacientes por vaciarse. Desde aquí podremos oler las exaltadas exhalaciones de podrido placer con su delicioso punto de dolor[ ... ] Afloja. Suelta todo eso. Quédate conmigo aquí, a dos metros más o menos por encima [ ... l Debajo de nosotros ese triste espectáculo. Detrás de nosotros el vacío insondable.2

En la travesía erótica por el mar interior que se plantea Jonuel Brigue en la obra que nos ocupa, se descubre un intento no sólo de explorar los vaivenes de la afectividad representada en el símbolo poderoso de las aguas, sino de buscar un autoconocimiento y, desde él, emprender el trabajo amoroso que conduce a la integración de los fragmentos dispersos de un sujeto en caída. «Trato de no tener ni cabos rocosos, ni promontorios duros, ni montañitas, ni montañas en los bordes de mi consciencia, sino sólo playas de arena fina.»27

En una entrevista que le hiciera Rubén Wisotzki, Briceño Guerrero añade al texto anterior:

... trato de quitarme las asperezas, trato de que me acaricien las aguas, no que me maltraten, pero sepa que me quedan promontorios. De todas maneras sigo tratando, sigo buscando una comunicación con los estratos más bajos de mí mismo. Somos ignorantes de nuestras almas. No las conocemos. Yo estoy dispuesto a descender a

~~ Jonuel Brigue, Esa llanura temblorosa, pág 46. 26 Cf Octavio Paz, op. cit., pág. 20. 27 Jonuel Brigue, op. cit., pág. 110.

Id., pág. 31.

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. . fi L h ' ' 1 h ' 28 mi m 1emo. o are, se que o are ...

La pasión nostálgica en el discurso de Jonuel Brigue A lo largo de toda su obra29

, Briceño Guerrero ha venido reflexionando no sólo sobre los fundamentos ontológicos de la palabra, del arte, la cultura y la identidad del sujeto latinoamericano, sino también sobre los acuciantes problemas que enfrenta el hombre como ser en caída, escindido, fragmentado, mediatizado, como producto de una hibridación genética y cultural y que se debate en medio de múltiples dificultades, no solamente de orden social sino de índole afectivo y espiritual. Para él la vida es conflicto y quien está deseando la tranquilidad, lo que está deseando en realidad es la muerte30

,

aludiendo de este modo a la vieja sentencia heraclitiana, según la cual el conflicto es padre y rey de todas las cosas.

Sin embargo, en medio de esa situación precaria de la condición existencial y de la incertidumbre del destino humano, Esa llanura temblorosa brinda una posibilidad de acercamiento, más allá de la experiencia lingüística, de religarse al caos primordial, de retomar al estado de gracia perdido mediante el recuerdo de sí, para integrarse a esa totalidad de la que alguna vez fuimos separados. Allí se articula la pasión nostálgica como una vivencia de la desgarradura producida por esa separación, donde la palabra se convierte en la sutura que reinstaura la plenitud entre el sujeto y el mundo. El acto poético propicia el retomo progresivo o súbito al origen, remontando el tiempo en un esfuerzo por abolir el orden cotidiano. Nostos es retomo, vuelta, camino; algos: dolor, pena, aflicción. Así la nostalgia es añoranza por aquello de lo que se está separado. «A veces me molesta el orden-cosmos-mundo y siento una especie de nostalgia del caos, de ese gran bostezo sin mandíbula, anterior a la tierra de ancho seno y al amor. Presencia atrapada por el mundo.»31

. Para Briceño Guerrero el caos es una no estructuración subyacente a la estructuración de la cultura con sus signos, con sus condicionamientos de la percepción, de la imaginación, de las emociones, del intelecto y de las maneras de comunicarse los hombres entre sí. En el artista, cuando es auténtico, se produce en algún momento de su vida una catástrofe interior, una ruptura, un desgarramiento del orden del mundo, una experiencia que colinda con la locura y con el crimen, experiencia que se hace lenguaje para ser compartida con los demás32

.

28 Rubén Wisotzki, «José Manuel Briceño Guerrero y la palabra domada. Descenderé a mi infieq1P,» (Entrevista), en El Nacional, cuerpo C, pág. 12, Caracas, 21-03-99.

VéaseDóulos Oukóon, Caracas: Editorial Arte, l 965;América latina en el mundo, Caracas: Editorial Arte, 1966; Triandáfila, Caracas: Editorial Arte, 1967; El origen del lenguaje, Caracas: Monte A vila, 1970; La identificación americana con la Europa segunda, Mérida: Universidad de Los Andes, Ediciones del Rectorado, 1977; Discurso salvaje, Caracas: Fundarte, 1980; Europa y américa en el pensar mantuano, Caracas: Monte Avila Editores, 1981; Amor y terror de las palabras, Caracas: Editorial Mando ria, 1987; El pequeño arquitecto del universo, Caracas: Alfadil Edic~es, 1990; Diario de saorge, Caracas: Fundación Polar, 1996.

31 Rubén Wisotzki, op. cit.

32 Jonuel Brigue, op. cit., pág. 58. cf Miguel Szinetar, «José Manuel Briceño Guerrero reincide en sus transgresiones. Nada

puede ser si falta la palabra». (Entrevista), en Verbigracia Nº 48Año11, El Universal, 10104199.

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ESA LLANURA TEMBLOROSA ... 203

¿Qué fue eso que me atravesó como una flecha y me dejó una herida en la afectividad? ¿Quién me abandonó de repente esta tarde mientras paseaba por los muelles? ~De dónde sale la bestia invisible que me oprime el corazón cuando duermo?.3

En la poética de Jonuel Brigue la nostalgia se plantea también como la búsqueda de una utopía estética donde el poeta es fundador de un nuevo orden, como una aspiración orientada hacia el mejoramiento de las condiciones de existencia en este mundo, para abrir nuevos horizontes a la comprensión y dar nuevo sentido a la vida en sociedad. Desde esa perspectiva se propone, así mismo, actualizar una vieja práctica consistente en dirigir la atención hacia la auto-observación y el recuerdo de sí, convocando al lector a un despertar de ciertos estratos ignorados de la consciencia. Por ello nos dice: «No se cuando pierdo el estado de gracia ni cuando lo adquiero. Voy a poner atención. En general me despierta la abyección.»34

. Por ello nos advierte también que: «La verdadera muerte es el olvido. ¿Podría uno recordarse siempre a sí mismo y así ser inmortal?.»35

La nostalgia por el caos de la que nos habla Briceño nos trae de nuevo a la memoria esa antigua idea de que el hombre es espejo del universo y de que en él está contenida la totalidad. «Tiendo a creer que las cosas externas, la naturaleza toda, el universo están en

, t d 36 m1, que yo con engo to as esas cosas ... » Desde los múltiples fragmentos de un espejo discursivo roto donde podemos mirar

las máscaras con que nos cubrimos para actuar en el teatro del mundo, Briceño Guerrero nos convoca en Esa llanura temblorosa a contemplar la esencia infinita que nos constituye, para congregar bajo una mirada única y totalizante nuestras diversas alteridades reflejadas allí, como en el espejo mágico de obsidiana atribuido a Tezcatlipo-ca, dios azteca del humo y del tiempo.

~! Jonuel Brigue, op. cit., pág. 36. 35 Id., pág. 82. 36 Id., pág. 16.

Id., pág. 58.

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