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¿Es la terminología un simple instrumento de ayuda para la traducción? M. Teresa Cabré, Rosa Estopà, Judit Freixa, Mercè Lorente y Carles Tebé A menudo, los traductores consideran la terminología una simple herramienta funcional que permite resolver la equivalencia conceptual en la traducción especializada. Aparte de esto, también se considera una pieza indispensable en la adecuación de un texto especializado, sobre todo si tiene un nivel alto de especialización. Es bien sabido que una de las características que identifican los textos especializados, en contraposición a los no especializados, es el uso de terminología y fraseología propias del ámbito del que trata el texto. Tiene un papel fundamental, en la naturalidad que trasluce un texto especializado, el hecho de que la terminología empleada coincida con la que usaría un especialista si hubiese producido originariamente el texto en la lengua de la traducción. Los requerimientos que la traducción pone a la terminología, como actividad de recopilación, análisis y propuesta de términos, son los de abastecer a los traductores de inventarios de términos validados que les puedan ser útiles, de forma directa, en el proceso de la práctica traductora. Si aquí se acabase la aportación que la terminología hace a la traducción, la formación de traductores sólo necesitaría que incluyese un curso de terminología aplicada a la búsqueda, clasificación, evaluación y utilización de fuentes documentales. Sin embargo, la cooperación que puede haber entre traducción y terminología va un poco más allá: los traductores, que conocen bien cuáles son sus necesidades terminológicas, pueden elaborar la terminología adecuada a sus necesidades de traducción. Incluso, la terminología puede convertirse en una herramienta clave para dotar a los traductores de una competencia cognitiva. En este comunicado nos proponemos, precisamente, presentar este último aspecto, apenas explorado, de cooperación entre terminología y traducción encaminada a la formación de los traductores. Intentaremos argumentar y justificar que la terminología, como herramienta cognitiva, puede convertirse 1

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¿Es la terminología un simple instrumento de ayuda para la traducción?

M. Teresa Cabré, Rosa Estopà, Judit Freixa, Mercè Lorente y Carles Tebé

A menudo, los traductores consideran la terminología una simple herramienta funcional que permite resolver la equivalencia conceptual en la traducción especializada. Aparte de esto, también se considera una pieza indispensable en la adecuación de un texto especializado, sobre todo si tiene un nivel alto de especialización. Es bien sabido que una de las características que identifican los textos especializados, en contraposición a los no especializados, es el uso de terminología y fraseología propias del ámbito del que trata el texto. Tiene un papel fundamental, en la naturalidad que trasluce un texto especializado, el hecho de que la terminología empleada coincida con la que usaría un especialista si hubiese producido originariamente el texto en la lengua de la traducción. Los requerimientos que la traducción pone a la terminología, como actividad de recopilación, análisis y propuesta de términos, son los de abastecer a los traductores de inventarios de términos validados que les puedan ser útiles, de forma directa, en el proceso de la práctica traductora. Si aquí se acabase la aportación que la terminología hace a la traducción, la formación de traductores sólo necesitaría que incluyese un curso de terminología aplicada a la búsqueda, clasificación, evaluación y utilización de fuentes documentales. Sin embargo, la cooperación que puede haber entre traducción y terminología va un poco más allá: los traductores, que conocen bien cuáles son sus necesidades terminológicas, pueden elaborar la terminología adecuada a sus necesidades de traducción. Incluso, la terminología puede convertirse en una herramienta clave para dotar a los traductores de una competencia cognitiva.

En este comunicado nos proponemos, precisamente, presentar este último aspecto, apenas explorado, de cooperación entre terminología y traducción encaminada a la formación de los traductores. Intentaremos argumentar y justificar que la terminología, como herramienta cognitiva, puede convertirse en una pieza clave en la formación del traductor especializado, porque, a través de la terminología, puede adquirir la competencia cognitiva requerida para entrar con seguridad en la traducción de una especialidad determinada. Si este planteamiento es adecuado, en la formación de los traductores de nivel elevado, capaces de ejercer la profesión con seguridad y con un margen amplio de autonomía, debe figurar una formación en terminología que vaya más allá de la información y el uso de fuentes de información. Justamente, en este esquema la terminología se convierte para el traductor, además de una herramienta funcional de apoyo para la traducción, en una herramienta cognitiva que le permite adquirir conocimientos de la materia que será objeto de traducción y, al mismo tiempo, le proporciona las unidades de denominación más propias para cada situación comunicativa.

1. La Terminología, una necesidad, un conjunto de prácticas, un campo de conocimiento

A menudo, la polisemia del término terminología, que permite indicar tanto la materia de estudio como el conjunto de términos que constituyen el objeto de estudio de esta materia, ha sido motivo de confusión en la bibliografía terminológica. No siempre se ha explicitado claramente cuándo se utilizaba uno u otro sentido al establecer las bases de la disciplina. Pero de hecho, si se distinguen estos dos sentidos, podemos afirmar sin

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que sea una contradicción que «la terminología es una materia que se ocupa de la terminología (de su descripción, explicación, recopilación, análisis y edición)». El primer uso remite a la materia o campo de conocimiento o disciplina; el segundo, al objeto: el conjunto de las unidades que permiten vehicular el conocimiento especializado.

La precisión de las actividades sobre los términos también permite distinguir entre aquello que constituye la teoría y lo que remite a la aplicación. Los términos son objeto de descripción y explicación de teorías como cualquier otro objeto de conocimiento. Sin embargo, al lado de esta actividad teórica (realizada con métodos científicos y encuadrada en supuestos previos que conforman un determinado marco teórico e, incluso, teorías en conjunto) la terminología ha sido objeto de muchas aplicaciones: de ahí que sea más conocida por sus utilidades que por la teoría que ha desarrollado.

En efecto, la terminología práctica ha tenido un crecimiento y una diversificación espectacular en los últimos cincuenta años. Éste no es el momento ni el lugar de profundizar sobre esta evolución, ni tampoco de reflexionar sobre por qué se ha producido ni qué causas sociopolíticas la han impulsado. Es suficiente con mencionar que en todos los campos en los que interviene el conocimiento especializado, que son múltiples y diversos, la terminología se ha convertido en una pieza indispensable. Esto se da por razones bastante evidentes: porque a través de la terminología, sobre todo, se expresan los contenidos especializados. Los textos especializados están llenos de términos: cuanto más alto sea su nivel de especialización, mayor será la cantidad de estos.

Entonces, se puede decir que debemos ver la terminología, al mismo tiempo, como una necesidad, o mejor dicho como un conjunto de necesidades, como un conjunto de prácticas y como un campo de conocimiento, más o menos diversificado internamente, de interés descriptivo y explicativo.

2. La traducción en el conjunto de las aplicaciones de la terminología

Las materias aplicadas que requieren terminología son abundantes y variadas. Como hemos dicho anteriormente, todas las prácticas en las que se trata, procesa, utiliza, manipula o difunde conocimiento especializado incluyen terminología. Sería impensable la expresión científica o técnica sin terminología, impensable para el científico y el técnico, impensable para los que se ocupan de las transacciones comerciales y financieras, impensable para los que regulan y gestionan los conocimientos y productos que derivan de ello, e indispensable para el mediador lingüístico, traductor, redactor, intérprete o divulgador. También sería impensable la planificación de una lengua sin tener en cuenta la terminología como uno de sus registros fundamentales, como lo sería también el trabajo documental sin términos, si la información descrita y clasificada es especializada; o las aplicaciones de ingeniería lingüística sin terminología cuando se trata de operaciones relacionadas con los contenidos especializados.

No hace falta decir que en cada una de estas aplicaciones, la terminología requerida puede variar cuantitativamente y cualitativamente; pero éste es un tema que merecería, por nuestra parte, una atención que la sesión de hoy no nos permite.

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Si nos limitamos sólo a la traducción, podemos decir que la terminología que requiere esta actividad debe contribuir al cumplimiento, por parte de la traducción, de un conjunto de condiciones sin las cuales no se puede hablar de calidad de la traducción, tanto de la traducción general (equivalencia, corrección, adecuación, naturalidad retórica y expresiva) como de la especializada (normalización, adecuación, precisión, concisión, sistematicidad).

Aun considerando imprescindibles estas condiciones, hay que matizar que el escenario preciso en que se lleva a cabo una traducción en particular y las características de las condiciones supraestructurales (sociocomunicativas y temáticas) de cada texto determinará un tipo u otro de terminología.

Vistas así las cosas, la actividad terminológica práctica al servicio de las aplicaciones diversas deberá distinguir, al menos de entrada, diversos contextos de trabajo terminográfico que determinarán el tipo de terminología pertinente. De entrada, un contexto de trabajo descriptivo y un contexto prescriptivo. En segundo lugar, un contexto monolingüe y un contexto bilingüe o plurilingüe. Y en tercer lugar, un contexto de planificación lingüística nacional o regional y un contexto de normalización o estandarización internacional.

Desde el punto de vista de trabajo terminológico, en un contexto descriptivo, la terminología es una actividad de recopilación e ilustración de fórmulas detectadas en el discurso especializado. El discurso proporciona la información cognitiva y lingüística para expresar el conocimiento. El trabajo terminográfico que da como resultado es una amplia lista de unidades de conocimiento de diferentes grados de lexicalización (y, por lo tanto, incluye unidades terminológicas, fraseológicas y contextos específicos) que presentan un índice importante de variación formal de diferente tipo. El resultado permite elegir variantes de acuerdo con parámetros de corrección y adecuación del discurso especializado.

En cambio, si se sitúa en el marco de un trabajo descriptivo de orientación conceptual destinado a garantizar la comunicación internacional en un determinado registro, la terminología se entiende como una actividad destinada a proporcionar unidades unívocas de expresión y comunicación. Por eso, los especialistas en terminología, terminólogos de formación lingüística o especialistas, intervienen para establecer una (pretendida) unidad conceptual sobre la base (consensuada) de la fijación de unas equivalencias interlingüísticas no siempre fáciles de establecer, decididas a través de la reducción de las variantes en cada lengua. El resultado es una lista plurilingüe de denominaciones estandarizadas correspondientes a un único concepto preestablecido.

En cuanto al segundo factor contextual que determina el carácter monolingüe o plurilingüe de la terminología, es obvio que en un contexto de traducción la terminología debe ser plurilingüe, si bien este plurilingüismo adquiere diferente valor según el contexto sociopolítico y sociolingüístico en que se produce, o mejor dicho, del que participan las lenguas, sobre todo la lengua de llegada. El valor de la lengua de traducción en el contexto de normalización de una lengua (lenguas minorizadas) es diferente del que adquiere una lengua de traducción en una organización claramente plurilingüe, como es el caso de las organizaciones internacionales. El traductor, en este último caso, necesita equivalencias fiables y adecuadas. En el primer caso, a menudo

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debe acuñar unidades neológicas para expresar determinados conceptos especializados. Por lo tanto, en este caso adopta la función de neólogo.

Finalmente, el trabajo terminológico cambia de características según si se lleva a cabo en un contexto de planificación lingüística o de normalización internacional. En la normalización de una lengua, la terminología, a menudo neológica, debe compaginar el carácter genuino del sistema de la lengua con sus posibilidades de ser asumidas por los usuarios reales; este equilibrio conduce frecuentemente a la propuesta de diversas formas de denominación para referirse a un mismo concepto. Por el contrario, en un contexto de estandarización internacional, la terminología que se elabora es uniforme y, por consenso, mononímica y monosémica.

3. La terminología y la traducción

Se ha dicho repetidamente que la terminología es imprescindible para la actividad traductora si se trata de traducción especializada. La traducción, concebida como una actividad práctica, se enfrenta a problemas de terminología que debe resolver para no frenar el proceso de traducción. En su actividad profesional, el mediador comunicativo en general, y el traductor en particular, se enfrentan a problemas terminológicos de naturaleza distinta cuando no disponen de documentos de consulta adecuados.

Todos los traductores reconocen haber vivido situaciones problemáticas que han tenido que superar a través de la documentación o sirviéndose de los especialistas; otros, empleando los recursos que les da su propia competencia lingüística e interlingüística, y la competencia terminológica y factual.

Parece obvio constatar que un texto especializado cuya traducción no contenga las unidades léxicas que un especialista nativo habría empleado si hubiese producido el texto conduce a una traducción de poca calidad, no en el nivel de la equivalencia (todas las ideas pueden ser expresadas de forma parecida en todas las lenguas), sino en el de la adecuación y naturalidad del texto traducido. Resolver los problemas terminológicos de la traducción implica asumir que la búsqueda de términos sigue un camino ligeramente diferente al de la traducción.

Así pues, realizar una traducción especializada requiere conocer los elementos metodológicos y recursos para resolver problemas de terminología planteados en la traducción. Por lo tanto, los traductores necesitan una buena formación en terminología.

Al lado de esta actividad terminológica puntual, el traductor puede convertirse en productor de terminología sistemática. Sólo los traductores conocen bien las necesidades terminológicas de la traducción y, por lo tanto, serán capaces de elaborar glosarios terminológicos adecuados en cuanto a la selección de entradas y la información necesaria.

4. La terminología, herramienta cognitiva del traductor

Además de la idea de que la terminología es una herramienta imprescindible para la práctica de la traducción especializada, y que los traductores formados en terminología pueden elaborar la terminología más adecuada para la traducción, defenderemos a

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continuación que la formación en los fundamentos y los métodos de la terminología puede ser un elemento clave de la formación cognitiva de los traductores, ya que es un factor privilegiado en la representación privilegiado en la representación del conocimiento especializado, aunque no el único.

En efecto, los lenguajes de especialidad son los instrumentos básicos de comunicación entre los especialistas; y la terminología, el elemento más importante para precisar cognitivamente su sistema de denominación. Con la terminología, además de ordenar el pensamiento, los especialistas transmiten el conocimiento sobre una materia, en una o más lenguas.

La ordenación del pensamiento y la conceptualización representan la dimensión cognitiva de la terminología, y la transferencia de conocimientos constituye su dimensión comunicativa. La terminología es la base de la comunicación entre los especialistas, y el traductor especializado que actúe de mediador se convertirá, de hecho, en una especie de especialista, y debe actuar como tal en la selección de términos.

En este marco, el traductor especializado, como mediador entre dos interlocutores (uno de ellos especialista), debe ponerse en la piel del que emite el mensaje y asumir sus mismas competencias, aunque si fuesen hablantes de una misma lengua no necesitarían un intermediario para su relación comunicativa. Si no se adapta a la competencia, la traducción difícilmente será buena. Asumir sus competencias, tanto en conocimientos como en habilidades, presupone conocer la materia que traduce (porque el emisor conoce el tema del que habla), saber expresarla de forma precisa y adecuada y hacerlo como lo haría espontáneamente un especialista, hablando su lengua nativa.

Siguiendo con este razonamiento, si mantenemos que para cumplir coherentemente su función de intermediario de la comunicación el traductor debe tener una competencia paralela a la del especialista, que de forma natural se comunica sobre la especialidad, necesitará simular que es un especialista, que conoce la materia y su especificidad cognitiva y que utiliza los mismos elementos léxicos de la especialidad que los expertos. Para cumplir ambos objetivos, el trabajo terminológico aparece como un factor clave. A través del trabajo terminológico, a partir del análisis de textos, el traductor adquiere la competencia lingüística y cognitiva en la especialidad de que tratan.

La característica más prominente de los textos científico-técnicos es la presencia de unidades específicas de un ámbito especializado. El grado de especialización de estos textos hace variar la densidad terminológica: cuanto más alto sea el nivel de especialización, más espesor terminológica. Por eso, si las unidades terminológicas son el modo privilegiado de expresión del conocimiento especializado, podemos decir que su primera función es la de representar este conocimiento. Cada unidad terminológica corresponde a un nudo cognitivo dentro de un campo de especialidad.

Pero la representación conceptual de una materia no acaba con el establecimiento de sus nudos cognitivos, sino que tan importantes como los nudos son las relaciones conceptuales que se establecen entre ellos. Estas relaciones se expresan lingüísticamente a través de preposiciones, conjunciones, verbos, locuciones o diferentes tipos de unidades léxicas.

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El conjunto formado por los nudos cognitivos entrelazados por relaciones constituye la representación conceptual de un texto. Y justamente a partir de la generación de representaciones conceptuales variadas de diversos textos se establecen por consenso determinadas representaciones de una materia o disciplina.

Así, extraer la estructura conceptual de los textos y proyectarla en mapas conceptuales parece un camino importante, porque cuando el traductor integra conocimientos de la materia, aprende las formas más adecuadas de expresarla.

5. Del análisis de los textos a los mapas conceptuales

El análisis de los textos especializados y la posterior elaboración de sus mapas conceptuales permiten al traductor adquirir el conocimiento necesario para poder traducirlos adecuadamente y de forma natural, como si el productor fuese un especialista.

En la traducción de un texto especializado, la comprensión del texto es una fase básica que consta, al menos, de dos etapas. Primero, el traductor hace una lectura del texto para identificar a) el objeto o el tema del que trata y el entorno en que se estructura el contenido del texto y b) los aspectos que se desarrollan sobre este objeto. A partir de este entramado, el traductor lee otra vez el texto y localiza c) los nudos que vehiculan el conocimiento especializado sobre este objeto y que se estructuran en el entorno de cada aspecto detectado, d) las relaciones conceptuales que se establecen entre estos nudos conceptuales y el objeto temático y e) las relaciones conceptuales que se establecen entre los mismos nudos.

De manera que, a final de esta segunda lectura, el traductor puede trazar una constelación cognitiva del texto, ya que ha identificado todos los nudos que concentran el conocimiento especializado, sus relaciones y las diferentes unidades lingüísticas que expresan tanto estos nodos como los vínculos. De hecho, con este análisis el traductor realiza un proceso cognitivo similar al que imperceptiblemente hace un aprendiz de especialista cuando adquiere conocimiento especializado.

A modo de ejemplo, veamos una muestra del proceso de estructuración, del conocimiento que seguiría un traductor en el momento de preparar la traducción de un texto especializado como el siguiente:

La Esclerosis Múltiple (EM) es una enfermedad del Sistema Nervioso Central (SNC) que afecta de forma focal a la sustancia blanca. La lesión característica consiste en una desmielinización segmentaria de la sustancia blanca del SNC, asociada a un infiltrado inflamatorio perivascular en las fases activas (o agudas) de la enfermedad. Si bien la causa de la enfermedad sigue siendo desconocida, hay numerosos datos que indican que el sistema inmunológico desempeña un papel importante.

Después de una primera lectura, reconoce el objeto temático del texto (1) y los aspectos de este objeto al que se hace referencia (2, 3, 4 y 5):

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A partir de este esquema cognitivo y después de la segunda lectura, el traductor elabora el mapa conceptual completo del texto, constituido por nudos de conocimiento (rodeados y encuadrados) y relaciones entre nudos (subrayados). Así, el traductor percibe el tipo de unidades que expresan el conocimiento especializado del texto (las unidades de conocimiento especializado están formadas básicamente por unidades terminológicas, con negrita) y los elementos que expresan las relaciones conceptuales entre estas unidades de conocimiento especializado, como muestran os dos cuadros siguientes:

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Después del análisis de la estructura cognitiva del texto y a través de la elaboración y de la interiorización de su mapa conceptual, el traductor ya es capaz de controlar, a un básico pero suficiente, el contenido, como si fuese un especialista, y la forma en que este contenido se expresa lingüísticamente en los textos especializados. Este control cognitivo del texto a partir de sus unidades lingüísticas puede garantizar que la traducción tenga el mismo carácter que el original.

6. Conclusiones

A lo largo de este comunicado hemos analizado las líneas de cooperación entre la terminología y la traducción que se han descrito más frecuentemente en los ámbitos traductores, pero además de estas líneas, hemos defendido que la terminología puede convertirse, para traductor especializado, en una pieza clave en su formación cognitiva en la materia que constituirá el objeto de su traducción. Justamente con esta idea, ante la pregunta inicial expresada por el título del comunicado: ¿es la terminología un simple instrumento de ayuda a la traducción?, respondemos que, sólo si desciframos metafóricamente la palabra instrumento como cualquier módulo de conocimientos encaminado no sólo a complementar, sino sobre todo a integrar el conjunto de módulos que describen interactivamente la formación del traductor, la terminología es, en efecto, una herramienta de ayuda a la traducción. Pero si entendemos instrumento en un sentido literal, respondemos que la terminología es mucho más que una herramienta; la terminología se convierte en un elemento básico en la formación cognitiva del traductor especializado.

Cuatro son los puntos que apoyan y, a la vez, explican esta idea:

1. La comunicación especializada se caracteriza, entre otros elementos, por la especificidad de los temas y la perspectiva cognitiva (el tema del que trata es

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especializado y el texto vehicula un conocimiento especializado sobre la realidad).

2. Los individuos que producen textos especializados poseen una competencia cognitiva sin la cual estos textos no serían especializados. Controlan los conceptos y sus relaciones. Este control procede de un conocimiento sólido y riguroso de la estructura conceptual de una materia.

3. El traductor debe tener un determinado grado de competencia cognitiva sobre un tema para asegurar la traducción. Esta competencia incluye la estructura conceptual básica y las unidades de expresión de los conceptos y conocimientos especializados (términos, fraseología, unidades colocacionales y oracionales específicas).

4. El análisis de los textos a través de la detección y organización de las unidades que vehiculan el conocimiento especializado parece una buena estrategia de formación cognitiva. Si un traductor es capaz de trazar e interiorizar los mapas conceptuales de una materia será capaz de controlar el contenido como si fuese un especialista, al menos a un nivel elemental de especialización y conservará así, para la traducción que lleva a cabo, la condición de texto especializado que tenía el original.

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