Español lecturas 5 [2014]

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  • Quinto grado

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  • EspaolLibro de lectura

    Quinto grado

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  • Servicios editorialesEfrn Calleja Macedo

    Direccin de arteBenito Lpez Martnez

    Coordinacin editorialMary Carmen Reyes Lpez

    Asistencia editorialMara Magdalena Alpizar DazRub Fernndez Nava

    Coordinacin de ilustracinFabricio Vanden Broeck

    Diseo grficoMara Soledad Arellano Carrasco

    Captura de textosSelma Isabel Jaber de LimaYvonne Cartn Cid

    Ilustracin de ndiceEnrique Torralba

    Agradecemos al Comit del Libro que particip en la preseleccin de las lecturas.

    La sep extiende un especial agradecimiento a la Academia Mexicana de la Lengua por su participacin en la revisin de la primera edicin 2014.

    Espaol. Libro de lectura. Quinto grado fue coordinado por personal acadmico de la Direccin General de Desarrollo Curricular (dgdc) y editado por la Direccin General

    de Materiales e Informtica Educativa (dgmie) de la Subsecretara de Educacin Bsica (seb) de la Secretara de Educacin Pblica (sep).

    Secretara de Educacin PblicaEmilio Chuayffet Chemor

    Subsecretara de Educacin BsicaAlba Martnez Oliv

    Direccin General de Desarrollo Curricular/ Direccin General de Materiales e Informtica EducativaHugo Balbuena Corro

    Direccin General Adjunta para la Articulacin Curricular de la Educacin BsicaMara Guadalupe Fuentes Cardona

    Direccin General Adjunta de Materiales EducativosLaura Athi Jurez

    Coordinacin generalHugo Balbuena Corro

    Coordinacin acadmica Mara Guadalupe Fuentes CardonaAntonio Blanco Lern

    Comit de seleccin de libros de lecturaDepartamento de Investigaciones Educativas (die) del Centro de Investigacin y de Estudios Avanzados del Instituto Politcnico Nacional (Cinvestav), Universidad Pedaggica Nacional (upn), Escuela Mexicana de Escritores, Direccin General de Educacin Indgena (dgei), Direccin General de Desarrollo Curricular (dgdc) y Direccin General de Materiales e Informtica Educativa (dgmie).

    Apoyo tcnicoElizabet Silva CastilloAnayte Prez JimnezItzel Vargas Moreno

    Coordinacin editorialDireccin Editorial, dgmie/sepPatricia Gmez Rivera

    Cuidado editorialAlejandro Rodrguez Vzquez

    PortadaDiseo: Ediciones AcapulcoIlustracin: La Patria, Jorge Gonzlez Camarena, 1962leo sobre tela, 120 x 160 cmColeccin: ConalitegFotografa: Enrique Bostelmann

    Primera edicin, 2014 (ciclo escolar 2014-2015)

    D.R. Secretara de Educacin Pblica, 2014 Argentina 28, Centro, 06020, Mxico, D.F.

    ISBN: 978-607-514-805-2

    Impreso en Mxicodistribucin gratuita / prohibida su venta

    Espaol. Libro de lectura. Quinto gradose imprimi por encargo

    de la Comisin Nacional de Libros de Texto Gratuitosen los talleres de xxxxxxxxxxx

    en el mes de xxxx de xxxx.El tiraje fue de xxxxxx ejemplares.

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  • Promover la formacin de lectores desde los primeros aos de la Educacin Bsica es inters fundamental de la Secretara de Educacin Pblica, para ello se busca que los estudiantes tengan acceso, comprendan lo que leen y se interesen por la lectura. Esto implica generar diversas estrategias, por ejemplo: po-ner al alcance de los estudiantes materiales que constituyan un reto para su desarrollo lector; trabajar en las aulas para que con sus maestros apliquen estrategias de lectura y puedan com-prender los textos; fi nalmente, promover el uso de materiales impresos que faciliten la integracin de los estudiantes a la cultura escrita.

    Dichas estrategias se concretan en acciones que, a partir del presente ciclo escolar 2014-2015, se han puesto en marcha: la renovacin curricular y de materiales para aprender a leer y escribir, iniciando con primero y segundo grados; la renovacin del material de lectura de los seis grados, el cual se ha defi nido a partir de una se-leccin efectuada por parte de especialistas en lectura infantil, el anlisis de las mismas por parte de un comit de expertos que valoraron e hicieron ajustes para que los textos fueran inte-resantes, literariamente valiosos, mantuvieran un lenguaje adecuado a cada grado, didcticamente

    fueran tiles para desarrollar estrategias de lec-tura y constituyan un desafo para los estudiantes.

    Deseamos que los libros de lectura, uno por cada grado de Educacin Primaria, sean un ma-terial que aprecien y disfruten los estudiantes, as como un valioso recurso didctico para los maestros.

    La Secretara de Educacin Pblica agradece a los autores, editores y titulares de los dere-chos de los materiales, su apoyo para integrar la presente seleccin de textos. Cabe mencionar que en consideracin a los lectores a los que est dirigido este material: alumnos, maestros, padres de familia y sociedad en general, se in-corporaron algunos ajustes que buscan atender aspectos de uso ortogrfi co y gramatical, sin modifi car su sentido original. Ejemplo de ello es la revisin de la puntuacin, la correccin de errores, problemas de concordancia, la sustitu-cin de localismos por trminos reconocidos en Mxico, o bien la modernizacin del lenguaje en aquellos textos que as lo han requerido.

    En este proceso, la Secretara cont con el invaluable apoyo de la Academia Mexicana de la Lengua, a cuyos integrantes agradece profun-damente su compromiso y esfuerzo.

    Secretara de educacin Pblica

    La Patria (1962),

    Jorge Gonzlez Camarena.

    Esta obra ilustr la portada de

    los primeros libros de texto.

    Hoy la reproducimos aqu para

    mostrarte lo que entonces era

    una aspiracin: que los libros de

    texto estuvieran entre los legados

    que la Patria deja a sus hijos.

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  • estimado maestro:

    palabras, con las que se busca que los estudiantes puedan desarrollar su imaginacin, pero sobre todo, realicen la lectura de imgenes, poniendo en juego diferentes habilidades de comprensin lectora, como la inferencia y la interpretacin.

    Cabe destacar que la seleccin incluye au-tores mexicanos y extranjeros de muy diverso gnero, especializados y no en literatura infantil, lo que permite que sea un material variado y atractivo.

    Estimado maestro, le deseamos mucho xito en su tarea y esperamos que este libro lo apo-ye en su importante labor en favor de la niez mexicana.

    Este libro tiene como propsito impulsar el desarrollo lector de sus estudiantes; es decir, que aprendan a leer (y escribir), as como a emplear estrategias de lectura para comprender lo que leen y a disfrutar de la lectu-ra como actividad ldica.

    Las lecturas pueden abordarse en el orden que usted o su grupo lo deseen, pues constituyen una seleccin diversa que busca ser signifi cativa al desarrollo lector de los estudiantes.

    En la seleccin predominan los textos lite-rarios: cuentos, adivinanzas, poemas, canciones, textos rimados, entre otros. Encontrar tam-bin que en cada grado se incluyen historias sin

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  • estimado alumno:Bienvenido a tu Libro de lectura!

    Este material es propiedad de: , lector de quinto grado.

    Como lector, tienes derecho a:

    Que te reconozcan capaz de leer. Leer muchas veces un mismo texto. Pedir que te lean y escuchar leer. Leer lo que te guste y en cualquier sitio. Compartir lo que sientes y piensas de las lecturas.

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  • Que s, que no, que todo se acab

    Serenata huasteca

    Cuadrilla

    El gato con cartas

    La maceta de albahaca

    Romance de la doncella guerrera

    Ddalo e caro

    El Correvolando

    El jinete sin cabeza

    Lucy y el monstruo

    El doctor improvisado

    ngel de luz

    La muerte tiene permiso

    Oda al albail tranquilo

    La flor ms preciosa

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  • El Periquillo Sarniento

    Don Quijote de la Mancha

    Autorretrato .

    Litutunaku chan / Hormigas tutunak

    Kiwikgol / Dios del monte

    In xoxohuilhuicatl / El cielo azul

    Fbula del buen hombre y su hijo

    Lo creo y no lo veo

    Lagartija, Jirafa y Sanda

    El nagual, el unicornio, las sirenas, el dragn

    La calle es libre

    Joaqun y Maclovia se quieren casar

    Bibliografa

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  • 8Que s, que no, que todo se acab

    Texto: Miguel ngel Tenorio / Ilustracin: Abraham Balczar

    Dicen que hace tiempo, en cierto lugar, hubo una cancin muy famosa:

    Ay, Serafn todo tiene su fin. Que s, que no,que todo se acab.

    Pas el tiempo y la cancin pas de moda. Slo una vie-jita la recordaba y la segua cantando. Yo le pregunt si le gustaba mucho la cancin. Ella me dijo que s. Yo le pregunt por qu.

    La viejita se fue sin decirme nada. Pero luego regres y me dijo: Sintate, muchacho, te voy a contar un cuento.

    Yo me sent en una de las bancas de la plaza principal y ella me cont su cuento:

    En este pueblo, hace muchos aos viva una princesa. Todas la noches soa-ba que un gran prncipe vena a pedirla en matrimonio.

    En este mismo pueblo viva tambin un prncipe. Pero era un prncipe muy pobre. Para seguir siendo prncipe tena que trabajar.

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  • 9En su castillo, que no era castillo sino una casita muy chi-quita, ah tena un jardn de rosas. Bueno, tampoco era un jardn, sino un grupo de macetas apretujadas. Eso s, en las macetas haba rosas.

    Todo esto lo haca porque los domingos por la tarde haba que salir a la plaza principal. Ah muchas princesas, con sus damas de compaa, salan a dar la vuelta.

    Un domingo, en una de esas tantas vueltas a la plaza princi-pal, se encontraron. Quines? La princesa que soaba con un gran prncipe y el prncipe que tena que trabajar para seguir siendo prncipe.

    La primera vez slo se miraron. La segunda vez intercam-biaron sonrisas. A la siguiente, una ligera inclinacin de cabeza. Y para la ltima vuelta de la tarde, el prncipe decidi acercrsele a la princesa:

    Buenas tardes, cmo est usted?

    Por las maanas, antes de irse a tra-bajar, el prncipe regaba su jardn. Por las noches, antes de irse a dormir, tambin.

    Y los domingos, el prncipe se daba un buen bao y hasta se perfumaba. Cor-taba la mejor de sus rosas para ponrsela en alguno de los muchos agujeros que te-na su capa. Una capa elegante, pero vieja.

    Pues yo bien, y usted?Pues yo tambin.Dando la vuelta?S, y usted?Pues yo tambin.

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  • 10

    El prncipe pregunt: Pero de dn-de le viene tal creencia?

    Es cosa de la experiencia.El prncipe rpidamente aclar:La sola experiencia no hace a la cien-

    cia. Y el amor es una ciencia.Mucha ciencia, mucha ciencia, pero el

    amor tambin es inclemencia.Es una cosa de conciencia.Tambin de inconsistencia.Para eso yo tengo un remedio dijo

    el prncipe.Cul es?Pues la diaria presencia.

    El prncipe tom la rosa que traa consigo y se la dio a la princesa. Hizo una reverencia y le dijo: Aunque suene a imprudencia, quiero hacerle una confidencia.

    Qu clase de confidencia es esa? pregunt la princesa.El prncipe le dijo: Aunque suene a impertinencia, yo la

    quiero para quererla con mucha querencia.Mire usted nada ms, que impaciencia le dijo la prince-

    sa. Pero fjese usted que en este momento no quiero ser de nadie la querencia.

    El prncipe le pregunt que por qu tanta resistencia.La princesa contest:Yo s lo que son las querencias. Toda querencia tiene

    un principio y un final. Y despus de la querencia viene la ausencia.

    Y la princesa dijo: Ante tanta insistencia, creo que tendr benevolencia.

    El prncipe se puso muy contento, pero la princesa le dijo: Momento joven, momento; todava est por verse si usted es de mi conveniencia.

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  • 11

    Pues claro que lo soy dijo el prncipe en voz baja.

    Y hay una cosa ms dijo la princesa.Qu ms?Que mis padres den su anuencia.Que den su qu?Su anuencia.

    La princesa le dijo que al da siguiente le tendra una res-puesta. Por ahora, disclpeme, pero un estornudo est por salrseme sin decencia.

    El prncipe regres esa noche muy contento a su castillo. Reg su jardn y luego se acost en su cama real.

    Y esa noche, noms no pudo dormir. Un poco porque estaba contento y un mucho por los rechinidos reales de su cama.

    El prncipe quiso preguntar qu era eso de la anuencia, pero mejor se qued con su duda-dudencia. No fuera a ser que a la princesa le entrara la decepcin-decepcionencia. Por eso mejor dijo:

    Si es as, pronto quiero hablar con su excelencia. Y en voz baja aadi:

    A lo mejor me regala tantita anuen-cia, y pues entonces ya.

    Prudencia, joven, prudencia dijo la princesa.

    No conozco a ninguna Prudencia. O as se llama la que viene por ah?

    No, joven. Digo prudencia, que es paciencia. O sea: calma, clmex, calmantes montes. En otras palabras: calmencia.

    Y el prncipe contest: Muchas gracias por la advertencia.

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  • 12

    Pero al da siguiente por la tarde, el prncipe ya esperaba en la plaza con mu-cha impaciencia. La princesa no apareca.

    Por fin, una de las damas de compa-a se acerc al prncipe y le dijo: La princesa manda decir que tal vez s.

    El muchacho quiso preguntar algo ms, pero la dama de compaa se alej muy rpido de ah.

    Al da siguiente, toda la maana se la pas el prncipe co-miendo ansias. Ya le andaba por saber qu le diran esa tarde.

    Nuevamente fue a la plaza y ahora tuvo que esperar un rato enorme antes de que apareciera una de las damas de compaa.

    Anda, pronto, di qu cosa manda decir mi princesa.La dama de compaa lo mir un momento y luego le dijo:

    Ella dice que tal vez no.Entonces, no? pregunt el prncipe con mucho

    desaliento.No dijo la dama No confundas. Ella no dijo que

    no. Nada ms dijo que tal vez no. Y tal vez no, no es igual a decir que no. No es no. Y tal vez no es tal vez no.

    Ah dijo el prncipe, que tal vez no haba entendido. (O tal vez s. Quin sabe.)

    Al da siguiente el prncipe se volvi a presentar en la plaza. Pero esta vez no vino nadie. No hubo mensaje.

    Lo mismo pas al otro da y al otro.Lleg el domingo y el prncipe volvi a ponerse su mejor

    rosa en uno de los agujeros de la capa. Sali a la plaza y dio sus vueltas mirando a cada princesa que pasaba a su lado.

    Y es que creo que se me olvidaba decir que en la plaza las princesas giran en un sentido y los prncipes giran al contrario. Por eso sus miradas pueden cruzarse.

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  • 13

    En una de tantas vueltas, el prncipe volvi a encontrarse con la princesa del domingo anterior. Sin esperar ms nada fue con ella a hacer acto de presencia.

    Perdone mi insistencia dijo el prncipe, pero es que es muy grande mi querencia.

    Eso quisiera ver dijo la princesa pues yo no tengo urgencia.

    El prncipe le dijo: Mi amor siempre tendr vigencia y por si mi nombre no sabe soy Luis Placencia.

    Encantada dijo la princesa. Yo soy Inocencia.

    La princesa se alej. El prncipe se qued pensando en cmo demostrar su insistencia y su gran querencia. Tal vez ser cosa de hacer un poco de adulancia. O tal vez de jactan-cia... Uy, qu complicancia.

    Ya en su casa, el prncipe se puso piense y piense mientras miraba su rosa. De pronto, dio un grito y un enorme salto, por-que le pareca que haba encontrado finalmente la respuesta:

    Si bien no soy de los que tienen opulencia, bien puedo decir que soy de los que tienen inteligencia.

    Y el prncipe le envi un ramo con sus mejores rosas a la princesa.

    Al da siguiente se apareci por la plaza y se puso a dar vueltas y vueltas. Al poco rato lleg una de las damas de com-paa que le dijo: Dice la princesa que es usted muy amable.

    Los otros das fue el prncipe a la plaza a ver si haba alguna novedad de la princesa, pero no la hubo.

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  • 14

    Ay, Serafn todo tiene su fin.Que s, que no, que todo se acab.

    El prncipe mand el regalo y al da siguien-te se fue a la plaza a dar vueltas. Al poco rato apareci la dama de compaa con un recado: Dice la princesa que es usted un encanto.

    El prncipe se fue muy contento a su casa.Al da siguiente fue a la plaza y se encontr

    con la dama de compaa de todos los das. Ella le dijo: La princesa dice que buenas tardes y que siempre la recuerde.

    El prncipe se puso ms contento todava. Lleg a su casa y tom un lpiz y un papel. Empez a dibujar una plaza. En la plaza esta-ban un muchacho y una muchacha.

    Terminado el dibujo lo mand a la princesa.Al da siguiente se fue a la plaza a esperar alguna noticia.

    La dama de compaa de todos los das le dijo:De parte de la princesa, gracias.

    El prncipe, ya encarrerado, se puso a hacer otro dibujo. Esta vez sera un retrato de la princesa.

    De pronto, el prncipe tuvo una duda: haca mucho que no vea a la princesa. Ya no se acordaba bien cmo era ella. Hizo un gran esfuerzo de imaginacin y por fin estuvo el dibujo.

    Pens que tal vez era tiempo de otro regalo. Puso su in-genio a trabajar y arm una cajita musical con un muequito que pareca cantar la cancin de moda:

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  • 15

    Lo mand a la princesa y al da siguiente se fue a la plaza.La dama de compaa se acerc y le dijo: La princesa agra-dece mucho el dibujo, pero manda preguntar, quin es la muchacha que ah aparece?

    Cmo que quin es? pregunt el prncipe. Pues es ella. Dile que el dibujo est hecho con los ojos del corazn.

    Al da siguiente, la dama de compaa de todos los das ya estaba ah en la plaza esperando al prncipe, cuando ste lleg en busca de algn recado.

    Te tengo una mala noticia le dijo ella.Una mala noticia? pregunt el prncipe.SPues ndale, dmela ya.La princesa tir a la basura todos tus regalos.Todos? S. Y te manda decir que ahora s es no.

    El prncipe quiso decir muchas cosas, pero se qued mudo. La dama de compaa le dijo: Es que te anduvieron inves-tigando y ahora saben que no eres un prncipe como los de antes. Para seguir siendo prncipe tienes que trabajar. No tienes grandes riquezas. Y la princesa dice que quiere un prncipe como los de antes. As que pues no.

    El prncipe se qued sin aire. Las piernas se le doblaron. El corazn quiso detenerse y su vida pareca ponerse alas viejas para volar donde el nunca ms.

    La dama de compaa tuvo que sostenerlo antes de que cayera al suelo.

    El prncipe dijo: Es que ser prncipe en estos tiempos es bien difcil y hay que trabajar.

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  • 16

    En esos momentos el prncipe record que tena la leche en la lumbre y que a lo mejor se estaba tirando. Pero ya no tena mucho nimo como para ir corriendo. De todos modos, cuando llegara ya no habra leche. Habra que lavar la estufa, porque sera un cochinero.

    Cuando ya ms triste estaba, la dama de compaa se le qued mirando fijamente a los ojos para decirle: Perdone usted mi imprudencia, pero tengo para usted una confidencia.

    Sin mucho nimo el prncipe pregunt: Qu confidencia?

    Ella le dijo: Aunque suene a imperti-nencia, yo lo quiero a usted para quererlo con toda mi querencia.

    El prncipe, entre entusiasmado y ex-traado, pregunt: De dnde nace tal creencia?

    De la diaria presencia dijo ella.El prncipe se le qued mirando. Ella

    le ense el dibujo que el prncipe haba hecho, segn l, para la princesa.

    La muchacha del dibujo no era la princesa sino la dama de compaa.

    El prncipe le pregunt si ella esta-ba dispuesta a querer a un prncipe que tena que trabajar para ser un prncipe.

    Ella le dijo: Yo trabajo. T traba-jas. Yo no esperaba tener un prncipe, pero si t quieres ser el mo, yo ser tu princesa. Digo, si t quieres.

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  • 17

    Claro que quiero dijo el muchacho. Y los dos, con un beso, se dieron la respectiva anuencia. Caminando juntos, de la mano, pusieron fin as a una tan larga ausencia.

    Y se es el cuento que te iba a con-tar, dijo la viejita, que ya se iba a ir.

    Yo entonces le pregunt: Y qu pas con la princesa?.

    Ella se me qued mirando un rato muy grande. Me pareci como que que-ra llorar. Con su pauelo se limpi los ojos. Luego me dijo: La princesa, con tanta exigencia, se qued sin que nadie fuera su querencia. Y el resto de su exis-tencia la pasa, solamente, cantando con insistencia:

    Ay, Serafn todo tiene su fin. Que s, que no,que todo se acab.

    Y la viejita se fue cantando su cancin.

    Otra historia de nios es El duende del mar, donde conocers al guardin de los tesoros martimos. Bscala en tu Biblioteca Escolar.

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  • 18

    Serenata huasteca Texto: Jos Alfredo Jimnez / Ilustracin: Lourdes Guzmn

    Canto al pie de tu ventana, pa que sepas que te quiero. T a m no me quieres nada, pero yo por ti me muero. Dicen que ando muy errado, que despierte de mi sueo. Pero se han equivocado,porque yo he de ser tu dueo.

    Qu voy a hacer, si de veras te quiero. Ya te ador, y olvidarte no puedo.

    Dicen que pa conseguirte necesito una fortuna; que debo bajar del cielo las estrellas y la luna. Yo no bajar la luna, ni las estrellas tampoco, y aunque no tengo fortuna me querrs poquito a poco.

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  • 19

    Qu voy a hacer, si de veras te quiero. Ya te ador, y olvidarte no puedo.

    Yo s que hay muchas mujeres y que sobra quien me quiera, pero ninguna me importa, slo pienso en ti, morena. Mi corazn te ha escogido y llorar no quiero verlo, ya el pobre mucho ha sufrido, ora tienes que quererlo.

    Qu voy a hacer,si de veras te quiero. Ya te ador,y olvidarte no puedo.

    Lee toda la recopilacin de canciones mexicanas de Mara Luisa Valdivia Dounce en el libro Cancionero mexicano, de tu Biblioteca Escolar.

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  • 20

    Cuadrilla Texto: Carlos Drummond de Andrade

    Ilustracin: Abraham Balczar

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  • 21

    Juan amaba a Teresa que amaba a Raimundo que amaba a Mara que amaba a Joaqun que amaba a Lil que no amaba a nadie.

    Juan se fue a Estados Unidos, Teresa al convento, Raimundo muri en un accidente, Mara se qued de ta soltera, Joaqun muri de amor y Lil se cas con J. Pinto Fernndez que no haba entrado en la historia.

    Lee ms textos de este tipo en Palabreras: retahlas, trabalenguas, colmos y otros juegos de palabras.Busca el libro en tu Biblioteca Escolar.

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  • 22

    El gato con cartas

    Eran las seis de la maana...El Gato con Botas se puso su mejor

    traje y se pein; tom su alforja, guard en su chaleco la carta que haba escrito durante la noche y sali a entregarla.

    Pero cuando abri la puerta...Junto a las botellas de leche encontr

    una postal que no era para l. Como vio que la poda entregar, pues le quedaba de paso, el Gato con Botas, con su carta en el chaleco y su alforja an vaca, tom la postal y empez a caminar.

    Caperucita Roja estaba desayunando. Cuando vio llegar al Gato con Botas, dio el ltimo bocado a su bolillo con na-tas y sali sonriendo a recibirlo.

    Entonces, con un maullido gustoso, el Gato con Botas le dijo:

    Junto a las botellas de leche encontr esta postalque es para ti.

    Texto: Mara Luisa Valdivia Dounce Ilustracin: Natalia Gurovich

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  • 23

    Caperucita Roja estaba muy contenta. Le contaba al Gato con Botas las aventuras de su abuelita cuando, de repente, se acord de que en su buzn haba encontrado una carta que no era para ella.

    Entonces, con la mejor de sus sonrisas, Caperucita Roja le pregunt al Gato con Botas si l podra ir a dejar la carta.

    El Gato con Botas vio la carta y, como le quedaba de paso, acept llevarla.

    Cmo puedo agradecerte el favor? le pregunt Cape-rucita Roja.

    Dame diez panecillos para comer en el camino.Y as, el Gato con Botas, con su carta en el chaleco, meti los

    diez panecillos en su alforja, tom la carta y sigui su camino.

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  • 24

    El Prncipe Azul estaba leyendo en el jardn. Cuando vio llegar al Gato con Botas, cerr su peridico, se quit los ante-ojos y esper a que el felino se acercara.

    Entonces, con un maullido solemne, el Gato con Botas le dijo:

    Caperucita Roja encontr en su buzn esta carta que es para ti.

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  • 25

    El Prncipe Azul estaba conmovido.Le comentaba al Gato con Botas que era la primera nia

    que le escriba y que le gustara mucho conocerla y platicar con ella... cuando, de repente, se acord de que en su corres-pondencia haba encontrado un telegrama que no era para l.

    Entonces, en tono ceremonioso, el Prncipe Azul le pre-gunt al Gato con Botas si l podra ir a dejar el telegrama.

    El Gato con Botas vio el telegrama y, como le quedaba de paso, acept llevarlo.

    Cmo puedo agradecerte el favor? le pregunt el Prncipe Azul.

    Dame tu espada para defenderme en el camino.Y as, el Gato con Botas, con su carta en el chaleco y con

    los diez panecillos en su al forja, se ci la espada reluciente, tom el telegrama y sigui su camino.

    Blanca Nieves estaba escribiendo tranquilamente. Cuando vio llegar al Gato con Botas, con toda calma guard papel y pluma y sali a recibirlo.

    Entonces, con un maullido pausado, el Gato con Botas le dijo:

    El Prncipe Azul encontr en su correspondencia este telegrama que es para ti.

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  • 26

    Blanca Nieves estaba sorprendida.Le deca al Gato con Botas que le daba gusto la visita, pero

    que no podra terminar el libro que estaba escribiendo, cuando, de repente, se acord de que en su reja se haba encontrado un sobre que no era para ella.

    Entonces, ahora con cierta prisa, Blanca Nieves le pregunt al Gato con Botas si l podra ir a dejar el sobre.

    El Gato con Botas vio el sobre y, como le quedaba de paso, acept llevarlo.

    Cmo te puedo agradecer el fa-vor? le pregunt Blanca Nieves.

    Dame tu capa de seda para taparme si me da fro en el camino.

    Y as, el Gato con Botas, con su carta en el chaleco, con los diez panecillos en su alforja y con la espada reluciente, se puso la capa de seda, tom el sobre y sigui su camino.

    El Ogro estaba cocinando un extrao puchero. Cuando vio llegar al Gato con Botas, avent cucharn y mandil y lo sa-lud gruendo.

    Entonces, con un maullido ronco, el Gato con Botas le dijo:

    Blanca Nieves encontr en su reja este sobre que es para ti.

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  • 27

    El Ogro estaba muerto de risa.Le aseguraba al Gato con Botas que si l desapareciera de los

    cuentos, los pobres hroes dejaran de serlo, pues ya no corre-ran ningn peligro ni aventura, cuando, de repente, el Gato con Botas lo interrumpi:

    Otro da hablaremos de eso. Aho-ra tengo que irme, pues quiero entregar la carta que escrib.

    El Ogro vio la carta y, como conoca al destinatario, le pregunt al Gato con Botas:

    Cmo quieres que corresponda el favor que me has hecho?

    Dame un buen consejo.Al lugar donde vas, slo podrs

    entrar cuando hayan dado las seis de la tarde; entonces vers la ventana, que na-die jams ha visto, en lo ms alto de la torre ms alta. Si eres astuto y gil como pareces, la ventana se abrir y podrs entrar. se es mi consejo. Y esta pizca de pimienta, que t sabrs cundo utilizar, es un regalito que quiero darte.

    Y as, el Gato con Botas, con su car-ta en el chaleco, con los diez panecillos en su alforja, con la espada reluciente y con la capa de seda, meti la pizca de pimienta en la otra bolsa de su alforja y sigui su camino.

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  • 28

    Eran las seis de la tarde...El Gato con Botas haba llegado al castillo. De un gran

    brinco subi a la torre mas alta, la ventana se abri y l en-tr. Sac los panecillos de su alforja y con ellos hizo diez mil migajas que fue tirando para no perderse mientras cruzaba puertas, pasillos, salones y... de repente, cuando tir la l-tima migaja, oy que alguien roncaba.

    En ese momento, el Gato con Botas supo qu hacer: sac la pimienta de la otra bolsa de su alforja, le sopl fuerte y esper.

    La Bella Durmiente estornud y estornud, y por fin se despert!

    Cuando vio al Gato con Botas tan Gato con su chaleco, tan distinguido con la espada reluciente y tan simptico con la capa de seda, la Bella (que ya no era durmiente) sus pir, sonri y...

    Entonces, con un maullido suavecito, el Gato con Botas le ronrone al odo:

    Junto a mi corazn encontr lo que en esta carta escrib para ti.

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  • 29

    Dicen por ah que desde entonces, el Gato con Botas y la Bella Despierta siempre andan juntos. Unos opinan que ella le unt manteca en los bigotes; otros creen que l la tiene encantada contn-dole todas las hazaas de sus seis vidas.

    Si es verdad o es un cuento, quiz nadie ha de saber. Lo nico que es cierto es cuanto acabas de leer. Una carta es un misterio,quin lo habr de resolver?Piensa t, que ests despierto, lo que puede contener.

    Si te gustan los animales, inventa nuevos ejemplares con las partes de los que ya existen en el Animalario universal del Profesor Revillod. Bscalo en tu Biblioteca Escolar.

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  • 30

    La macetade albahaca

    Texto: Pascuala Corona / Ilustracin: Sergio Aguilar-lvarez Bay

    rase una vez un zapatero muy pobre que viva frente a pala-cio y que tena tres hijas.

    Las nias tenan una maceta de albahaca en la ventana y salan a regarla un da cada una; todas las tres eran muy her-mosas y un da que el rey sali al balcn vio a la mayor regando la maceta y le dijo: Nia, nia, t que riegas la maceta de albahaca, cuntas hojitas tiene la mata?.

    La nia, mortificada de que el rey le hablara y no sabiendo qu contestarle, cerr la ventana.

    Al da siguiente le toc regar la maceta a la segunda nia. El rey sali al balcn como el da anterior y le dijo: Nia, nia, t que riegas la maceta de albahaca, cuntas hojitas tiene la mata?.

    La nia azorada de que el rey le ha-blara, mejor se hizo la sorda y se meti.

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  • 31

    Al tercer da sali la nia menor a regar la maceta y el rey, que estaba en el balcn, luego que la vio le dijo: Nia, nia, t que riegas la maceta de albahaca, cuntas hojitas tiene la mata?.

    Y la nia, que se pasaba de lista, le contest: Sa-cra Real Majestad, mi rey y seor, usted que est en su balcn, cuntos rayos tiene el sol?.

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  • 32

    El rey se qued sorprendido de la contestacin de la nia y avergonzado de no poderle contestar se meti co-rriendo y despus de pensar y pensar se le ocurri que como la nia era muy po-bre le convena mandar a un negro que le paseara la calle gritando que cambia-ba uvas por besos.

    La nia, que nada se imaginaba, tan pronto como oy al negro sali a su en-cuentro y le dio el beso que peda a cambiode las uvas. A la maana siguiente que sali a la ventana a regar la maceta, el rey ya estaba en el balcn y luego que la vio le dijo: Nia, nia, t que riegas la maceta de albahaca, t que le diste el beso a mi negro, cuntas hojitas tiene la mata?.

    A la pobre nia le dio tanto coraje que cerr la ventana y se meti decidida a no volver a regar la maceta.

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  • 33

    El rey, que ya estaba acostumbrado a ver a la nia, se en-ferm de amor de no verla y su mdico de cabecera, viendo que no poda curarlo, mand llamar a todos los mdicos del reino a ver cul de todos lo aliviaba.

    Para esto la nia, que slo estaba esperando la ocasin para desquitarse, se disfraz de mdico y fue a palacio llevando del bozalillo un burro macho, y llegado que hubo a la presencia del rey le dijo: Sacra, Real Majestad, si gusta usted curarse es menester que le bese el rabo a mi burro y que salga maana al balcn a recibir los primeros rayos del sol.

    El rey, con tal de curarse, hizo lo que le recetaba aquel mdico, as que despus de besar el rabo del macho se acost a dormir.

    A la maana siguiente, muy tem-pranito, sali al balcn y la nia, que lo estaba esperando regando la maceta, tan luego como lo vio le dijo: Sacra, Real Majestad, mi rey y seor, usted que est en su balcn, usted que bes el rabo del macho, cuntos rayos tiene el sol?.

    El rey, dndose cuenta de lo bien que lo haba engaado la nia, se meti muy enojado y mand llamar al zapatero.

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  • 34

    Luego que lleg el buen hombre a la presencia del rey, ste le dijo: Vecino zapatero, quiero que a las tres horas del tercer da me traigas a tus tres hijas. A ms ordeno que la menor venga: baada y no baada; peinada y no peinada; a caballo y no a caballo; y sbete que si no lo cumples penas de la vida.

    El pobre zapatero se fue muy triste a su casa y les dijo a sus hijas lo que el rey haba dispuesto; a las dos mayores todo se les fue en llorar; en cambio, la ms chica le dijo: No te apures, papacito, ya vers cmo yo lo arreglo todo.

    Y as fue: a las tres horas del tercer da se present el zapatero en palacio con sus hijas; adelante iban las dos mayores y ms atrs la chiquita montada en un borrego con un pie en el aire y otro en el suelo; tiznada de medio lado y el otro bien refregado; media cabeza enmara-ada y la otra hasta trenzada.

    Viendo el rey que haba acatado sus rdenes, se dio por bien servido y le dijo a la nia: En premio a tu astucia puedes llevarte de palacio lo que ms te guste.

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  • 35

    Y despus de decir esto se fue el rey a dormir la siesta. La nia, que no esperaba otra cosa, a qu no se imaginan lo que hizo? Pues mand llamar a cuatro pajes y con mucho cuidado se llev al rey a su casa.

    Cul no sera la sorpresa del rey al despertarse y hallarse en una casa pobre y desconocida!

    Lo primero que hizo fue llamar a sus lacayos, a sus pajes, a la guardia, pero en vez de ellos lleg la nia y le dijo: Sacra, Real Majestad, mi rey y seor, usted fue lo que ms me gust de palacio, por eso me lo traje a mi casa.

    El rey, viendo que con esa nia lleva-ba siempre las de perder, se cas con ella.

    Y salta por un callejnY cuntame otro mejor.

    Si quieres conocer otro cuento, lee El flautista de Hamelin. Est en tu Biblioteca Escolar.

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    Romance de ladoncella guerrera

    Texto: Tradicin oral / Ilustracin: Len Braojos

    PersonajesEl padreLa hija (o don Martn) La madreEl prncipe La reina El reyUn narrador

    El padre: Pregonadas son las guerras de Francia con Aragn, Cmo las har yo, triste,viejo, cano y pecador?Oh maldita suerte ma,yo te echo mi maldicin:que me diste siete hijas,y no me diste ni un varn!

    Un narrador: Ah habl la ms chiquita, en razones la mayor:

    La hija: No maldigis a la suerte, que a la guerra ir por vos;me daris las vuestras armas,vuestro caballo trotn.

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  • 37

    El padre: Conocernte en los ojos,hija, que muy bellos son.

    La hija: Yo los bajar a la tierracuando pase algn varn.

    El padre: Conocernte en los pies, que muy menuditos son.

    La hija: Pondrme las vuestras botas, bien rellenas de algodn.

    El padre: Conocernte en los pechos, que asoman bajo el jubn.

    La hija: Yo los apretar, padre, al par de mi corazn.

    El padre: Tienes las manos muy blancas,hija, no son de varn.

    La hija: Yo les quitar los guantes, para que las queme el sol.

    La hija: Cmo me he de llamar, padre, cmo me he de llamar yo?

    El padre: Don Martinos, hija ma, que es como me llamo yo.

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  • 38

    Un narrador: Dos aos anduvo en guerra, y nadie la conoci,si no fue el hijo del rey, que de ella se enamor.

    El prncipe: Herido vengo, mi madre,de amores me muero yo, los ojos de don Martnson de mujer, de hombre no.

    La reina: Convdalo t, mi hijo, a las tiendas a comprar; si don Martn es mujer, corales querr llevar.

    Un narrador: Don Martn, como entendido, a mirar las armas va.

    Don Martn: Qu rico pual es ste para con moros pelear!

    El prncipe: Herido vengo, mi madre,amores me han de matar; los ojos de don Martnroban el alma al mirar.

    La reina: Llevarslo t, hijo mo, a la huerta a descansar; si don Martn es mujer,a los almendros ir.

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  • 39

    Un narrador: Don Martn no ve las flores, una vara va a cortar.

    Don Martn: Oh, qu varita de fresno para el caballo arrear!

    El prncipe: Herido vengo, mi madre,amores me han de matar;los ojos de don Martnnunca los puedo olvidar.

    La reina: Convdalo t, mi hijo,a los baos a nadar;si el caballero no es hombre, se tendr que acobardar.

    Un narrador: Todos se estn desnudando, don Martn muy triste est.

    Don Martn: Cartas me fueron venidas, cartas de grande pesar,que se halla el conde mi padreenfermo para finar; licencia le pido al rey para irle a visitar.

    El rey: Don Martn, esa licencia no te la quiero negar.

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  • 40

    Un narrador: Ensilla el caballo blanco, de un salto se va a montar, por unas vegas arribavuela como gaviln.

    La hija: Adis, adis, el buen rey, y tu palacio real!,que dos aos te servcomo doncella leal,y otros tantos te sirviera, si no fuera al desnudar.

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  • 41

    Un narrador: yela el hijo del reyde altas torres donde est, revienta siete caballospara poderla alcanzar.

    La hija: Corre, corre, hijo del rey, que no me habrs de alcanzar hasta en casa de mi padre,si quieres irme a buscar!...Campanitas de mi iglesia, ya os oigo repicar;puentecito de mi pueblo, ahora te vuelvo a pasar. Abra las puertas, mi padre, bralas de par en par! Madre, squeme la rueca, que traigo ganas de hilar, que las armas y el caballo bien los supe manejar!

    La madre: Abre las puertas, Martinos, y no te pongas a hilar!Ya estn aqu tus amores,los que te van a llevar.

    Otra historia de castillos y guerreros es el ltimo pjaro, la ltima piedra, de Seyed Mahdi Shojaee, sobre el rey de Yemen y el Santuario Sagrado de Dios. La puedes encontrar en tu Biblioteca Escolar.

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    Ddalo e caro Texto: Josephine Evetts-Secker, adaptacin / Ilustracin: Len Braojos

    En tiempos remotos, viva en la antigua Grecia un hombre muy sabio llamado Ddalo que era un famoso escultor, carpin-tero e ingeniero. Todos los que vean sus inventos se quedaban asombrados y su fama no tard en extenderse por el mar Mediterrneo, desde Atenas, su ciudad natal, hasta la isla de Creta. En aquellos tiempos, Creta era un reino extremadamente rico y poderoso, con muchas islas ms pequeas del Mediterr-neo bajo su control. Estaba gobernada por el rey Minos y la reina Pasifae, unos monarcas muy poderosos que residan en un palacio en la ciudad de Knosos. Cuando Minos oy hablar de Ddalo, le envi una invitacin para que acudiera a tra-bajar en Creta. Minos quera que construyese un inmenso laberinto para encerrar a un extrao monstruo, con cabeza de toro y cuerpo de hombre, que la reina haba concebido. Los monarcas se avergonzaban de aquella criatura, el Minotauro. Le tenan miedo y queran ocultarla.

    Ddalo lleg con su hijo, caro, y se puso manos a la obra para proyectar una intrincada estructura de senderos que vol-van sobre sus pasos y cambiaban inesperadamente de direccin. En el centro del laberinto dej espacio suficiente para que el Minotauro corriera libremente.

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  • 43

    Minos se mostr muy complacido: Qu maravillosa es tu creacin, Dda-lo! exclam. Sin duda eres el mejor ingeniero de toda Grecia. Nadie ms podra haber concebido un laberinto tan extraordinario. Debes quedarte aqu para siempre y trabajar para m. Te ha-rs famoso, amigo mo!.

    No obstante, aunque la vida en el palacio de Minos y Pasifae les ofreca to-das las comodidades, y aunque tenan todo lo que necesitaban, Ddalo e caro pronto empezaron a sentirse como en una crcel. Pues Minos era consciente de que slo Ddalo saba cmo llegar al centro del laberinto y no quera que un secreto tan importante traspasara las fronteras de su isla. Para que Ddalo estuviera contento, le dio un magnfico taller y le ofreci cuantos aprendices ne-cesitara. Incluso le dijo que era libre para hacer todo lo que deseara su corazn. Pero en cuanto termin de construir el laberinto, Ddalo dej de disfrutar con su trabajo. En lugar de ello, empez a so-ar con regresar a la ciudad que haba dejado atrs.

    Recuerdas las calles de Atenas, hijo mo? deca a ca-ro. Qu ciudad tan esplndida, con sus hermosos edificios y jardines. Una ciudad que complace a todos los dioses, pero en especial a Palas Atenea, hija de Zeus. Cunto anhelo volver a entrar en sus templos.

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  • 44

    caro slo guardaba un vago recuerdo de la ciudad, pero le encantaba escuchar los relatos de su padre. Habladme de Atenas, deca mientras contemplaban la puesta de sol y las aves marinas los sobrevolaban. Alejada de ellos por la inmen-sidad del mar, Atenas pareca muy lejana.

    A medida que transcurran los das, el deseo de Ddalo de regresar a su pa-tria fue en aumento y su anhelo arrastr tambin a su hijo. Pero Minos no les daba permiso para abandonar la isla y ellos pasaban los das a orillas del mar, viendo a los barcos entrar y salir del puerto de Heraclea.

    Ojal furamos pjaros! exclam caro. Entonces seramos libres y podramos ir adonde quisiramos! Po-dramos regresar a Atenas volando!.

    De repente, la fantasa de caro se apo-der de su padre. Eso es, caro! Exacto! Debemos aprender de los pjaros.

    La idea se adue de l y Ddalo dedic a ella todas las horas del da, apenas dirigiendo la palabra a caro, quien lo segua por la orilla del mar, recogiendo conchas y alguna que otra pluma de pjaro. Ddalo murmur para s, luego hizo un gesto con los brazos y dijo a caro: Recoge cuantas plumas puedas, pequeas y grandes, y tremelas... Y no gastemos ninguna de las velas que tenemos.

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    caro supo al fin lo que su padre estaba planeando. Juntos dispusieron las plumas en forma de alas, ordenndolas por tamaos. Cuando tuvieron suficientes para hacer dos pares de alas, las fijaron con la cera de las velas y aadieron las co-rreas de sus sandalias para poder atrselas. caro comparta el entusiasmo de su padre y se senta til cada vez que recoga un montn de plumas. Al fin lo tuvieron todo listo. Ante ellos haba cuatro resplandecientes alas blancas, con una estructu-ra ms intrincada que los serpenteantes senderos del laberinto. Conteniendo la respiracin caro esper a que su padre le atara su par de alas a los brazos y los hombros. Cmo pesan, padre!, exclam cuando las tuvo bien sujetas.

    Ddalo pareci preocupado durante unos instantes, pero luego le respondi en tono tranquilizador: En cuanto alces el vuelo, no notars el peso, hijo mo. Los vientos te llevarn y te sentirs tan liviano como las plumas que me trajiste.

    caro at al robusto cuerpo de su padre su par de alas, an ms grandes que las suyas, y los dos se asomaron al borde de un acantilado, mirndose nerviosamente y contemplando el abismo que se abra ante ellos. Debemos darnos prisa dijo Ddalo, porque los hombres del puerto pueden vernos e intentar detenernos. Pero quiero hacerte unas advertencias, caro, antes de que saltemos al vaco. Recuerda lo que tantas veces te he dicho. Haz lo que haga yo. Sgueme. No te ale-jes de m. El sol derretir tus alas si vuelas demasiado alto y quedas atrapado por el intenso calor de Apolo. Y si vuelas demasiado bajo, las pesadas aguas del ocano de Poseidn empaparn tus alas y te arrastrarn al fondo del mar. Oyes lo que estoy diciendo, hijo mo?.

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  • 46

    S, padre, susurr caro. De repente, not que el terror se apoderaba de l. Primero mir al vaco que se abra entre ellos y las rocas de la playa. Luego con-templ el inmenso cielo azul y el sol, brillante y abrasador. Te seguir padre, y har lo que t hagas.

    caro se entusiasm cuando empez a usar las alas para desplazarse por el aire. Gradualmente, aprendi a cambiar de direccin y a descender y remontarse con las corrientes de aire. Qu de prisa vuelo! grit. Y qu alto!.

    Ahora ya se haba adelantado a su padre, olvidando su promesa de seguirlo. As es como deben sentirse las gavio-tas! exclam. As es como deben sentirse los dioses!, pens, con repentino temor. Pero el placer de volar volvi a apoderarse de l y empez a remontarse ms y ms alto, frenticamente.

    Ddalo le toc el brazo en seal de aliento y luego, dando un grito, salt al vaco azul. Dando un grito similar, el mu-chacho salt detrs de su padre, lleno de confianza. Durante unos instantes, los dos cayeron en picada, hasta que una rfaga de viento detuvo su descenso, y el aire clido los retuvo breve-mente. Luego otra rfaga de viento los arrastr y los dos fueron llevados con suavidad hacia el mar por una corriente de aire.

    Los agricultores que estaban trabajando en los campos cercanos al mar vieron dos pjaros inmensos surcando el cielo y se sorprendieron. Algunos sintieron terror, creyendo que eran dioses. Otros, concentrados en el arado, no percibieron nada extraordinario. En alta mar, algunos marineros sintie-ron curiosidad, otros estaban demasiado cansados como para sorprenderse por nada. Entonces, de repente, quienes estaban observndolos, vieron sobre el mar una nube de espuma: uno de aquellos pjaros inmensos haba cado del cielo.

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    Ddalo llevaba un buen rato llamando a su hijo, intentando refrenar su mpetu. Pero los vientos se haban llevado susadvertencias cada vez ms lejos hasta desaparecer en la inmensidad de los cie-los. caro no haba odo nada y se haba elevado cada vez ms, surcando teme-rariamente el cielo lleno de jbilo. Ni siquiera haba notado que la cera ca-liente estaba derritindosele en los brazos y la espalda. No se dio cuenta hasta que empez a caer en picada hacia las pro-fundas aguas del mar. Entonces grit de terror. Pero todo sucedi demasiado de prisa...

    Ddalo an segua volando detrs de caro y pudo ver cmo su querido hijo se precipitaba en las oscuras aguas del mar, como un pjaro que ha sido alcanzado por una resortera. Volvi a gritar, pero el viento se llev sus palabras. Ddalo supo que no poda detenerse. Con el corazn roto, sigui vo-lando hasta las costas de la isla ms cercana. All, se quit las alas y contempl el mar. Su hijo no se vea por ninguna parte. Abrumado por el dolor, qu otra cosa poda hacer sino derra-mar amargas lgrimas por el hijo que haba perdido?

    Y desde aquel da el mar donde cay el pobre caro lleva su nombre: el mar Icario.

    Lee Animales fabulosos y deja volar tu imaginacin. Bscalo en tu Biblioteca Escolar.

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    El Correvolando Texto: Versin de Mara Teresa Lerma Garrett

    Ilustracin: Lourdes Guzmn

    Que me acuerde, yo era muy chico cuando o nombrar por primera vez al Correvo-lando. Y si me acuerdo, es porque casi, casi presenci una de sus hazaas y, en todo caso, estuve en medio del barullo que se arm por su causa esa madrugada.

    Vean, fue as: mi amigo, el Pepe, me vino a despertar tem-prano, con la noticia de que la noche anterior el alcalde de nuestra ciudad, la Real Villa de San Felipe de Austria, haba dado una fiesta magnfica en su mansin, en honor de no s qu alto personaje enviado por el rey de Espaa.

    La verdad es que detalles como el nombre o la pinta de los invitados nos dejaban de hielo, mientras que saber que nada ms la cena se compona de treinta y dos platos y catorce postres se lo dijo al Pepe su madre, que era una de las cocineras de la casa enfiebraba nuestra imaginacin y codicia. Pobres de nosotros que apenas si comamos una vez al da! Sin duda alguna, buscando bien encontraramos en el patio de la casa, o en los corredores que llevaban a las cocinas, algn trozo de pastel o alguna golosina olvidada. Quin sabe?

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  • 49

    Con esa ilusin, nos largamos de carrera hasta la Plaza Ma-yor, donde estaba la casa, sin reparar mucho en el movimiento de guardias y soldados. Al querer deslizarnos por la gran puerta, vimos que era imposible: se nos cruzaban empleados de la casa, gente que entraba y sala desordenadamente, sin hablar de los que, como nosotros, se haban quedado a medio camino, curiosos y amontonados, en espera de conocer el sentido de tan extrao trajn.

    Todo empez a aclararse cuando, en medio de un perma-nente taconear de botas y de susurros apresurados, se abrieron paso los guardias que haban ido a despertar al jefe de la po-lica, el seor Riquelmes. Yo lo conoca, y no slo de nombre: l, en persona, haba apresado unos das antes a un hermano de mi padre, por haber estado diciendo no s qu cosas en contra de los espaoles, y an lo tena encerrado. Pero esa maana perdi su aire de soberbia. No haba estado ni cinco minutos en casa del alcalde cuando ya volva a salir, abochornado y temeroso, huyendo de la voz enfurecida que lo persegua:

    Si usted no me trae al ladrn hoy mismo, lo har destituir! grit el alcalde.

    S, seor murmur el jefe de la polica.

    Usted es responsable de la estupidez de sus hombres!

    S, seor.Todos ustedes son unos incapaces!S, seor.Y

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  • 50

    Ya estaba el seor Riquelmes fuera de vista, y de odos supongo, pero el alcalde segua gritando fuera de s, colorado y zapateando en la reja de entrada de la casa. As fue como nos enteramos, el Pepe y yo, de que haba ocurrido un gran robo en la mansin, justamente esa noche en que tanta gente esta-ba presente, y que, por la importancia de los invitados, se haba reforzado la guardia. Y la gente ya iba comentando el detalle del robo: alguien se haba llevado un cofre lleno de monedas de oro, un collar de perlas y otro de esmeraldas y una sopera de plata. Olvidados por completo de nuestras ilu-siones de recuperar algn vestigio de la fiesta, el Pepe y yo no tenamos suficientes odos para escuchar, y sentamos nacer una admiracin sin lmites por el desconocido autor de tan increble acto.

    Tantas cosas ha robado! Cmo las sacara sin ser visto? se preguntaban.

    Fue alguien muy hbil. Pusieron guar-dias armados en todas las puertas.

    Hay que ser valiente para arriesgar-se tanto!

    O ser muy pobre y estar desesperado.Burlarse as del alcalde. Qu risa!Y desaparecer luego como si nadaHabr sido el Correvolando dijo

    alguien. se tiene pies con alasY entre comentarios y burlas la gente se fue dispersan-

    do, mientras mi amigo y yo nos quedamos soando con el Correvolando, pies con alas, hombre-pjaro Cmo sera? Quin sera? Dnde estara?

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    Todo el da la ciudad estuvo alborotada por el suceso, so-bre todo que Riquelmes, sin duda espantado por las amenazas del alcalde, mand registrar, casa por casa, todos los alrede-dores, sin dejar una calle, y le pag a media poblacin para que obtuviera informes. Puso adems a toditos sus policas tras del ladrn, dejando sin custodia la Plaza Mayor y sin guardias la crcel.

    Dio resultado. Nunca antes haba sucedido, y yo s que despus de esa vez, jams volvera a ocurrir: lo atraparon. S, atraparon al Correvolando. Lo amarraron. Entre diez hom-bres lo trajeron a la Plaza. La noticia cundi en un instante, y nadie la crea. Yo estaba an vagando por la calle, y oa decir que no era posible, que se no era cualquier hombre, que estaba hecho de viento, que corra ms veloz que un caballo des-bocado, que a su voluntad se hacia invisible, que no exista

    Pero parece que s exista, porque yo lo vi. Bueno, alcanca divisarlo: flaquito, moreno, muy derecho, con una sonrisa extraa en los labios. Me dio pena, una pena rara. Metido en medio de la gente, vi cmo lo llevaban a empujones hasta la polica, a la crcel. Lo trataban mal, como a cualquiera. Pero l era diferente de cualquiera, eso lo iba a saber tiempo des-pus, cuando soltaron a mi to, que estaba en una celda y pudo ver y escuchar todo lo que sucedi.

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    As es que eres el famoso Correvo-lando, eh? dijo burln el jefe de la polica. Y qu nombre es se? No tienes nombre de cristiano?

    Mi nombre? No lo sabr usted ni lo sabr nadie contest muy serio el Corre-volando.

    Con que sas tenemos? No quie-res decir tu nombre? Pues bien: cincuenta azotes para soltarle la lengua orden Ri-quelmes.

    Y lo azotaron hasta dejarle la espalda en sangre. Pero l no se quej, no grit, no habl.

    Y ahora? dijo Riquelmes. Con-fiesa al menos que fuiste t el canalla que rob en casa del seor alcalde! Confiesa! O, quieres ms azotes?

    No les tengo miedo a los golpes. Ni a usted. Pero s: fui yo dijo, mirando al polica recto a los ojos.

    Descarado! Ladrn! As que fuiste t? Dnde ocultaste el botn? Dnde estn las monedas de oro y las joyas de la seora?

    No las encontrarn. No tengo nada. Apenas pasaron por mis manos, y lo que no est ya repartido entre la gente pobre de mi pueblo, est camino a las pampas de Cliza, donde acampa el valeroso ejrcito de mi capitn don Esteban Arze dijo seguro y orgulloso el hombre.

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    A estas palabras, cont mi to, Riquelmes se puso lvido de ira, o tal vez de miedo. Nombrar en esos tiempos a Arze, a las guerrillas que luchaban ya contra los espaoles, era como nombrar al diablo, como invocar fuerzas desconocidas que podan cambiar el orden del universo. Por eso, el jefe de la poli-ca quiso darle un escarmiento al Correvolando. Lo conden al calabozo, orden atarle las manos, encadenarle los pies y dejarlo sin alimento, sin agua, sin luz.

    A pesar de la paliza que haba aguantado, el Correvolando desafi an a Riquelmes:

    Hagan de m lo que quieran, no servir de nada. No existen muros ni grilletes capaces de detenerme.

    Y lo increble es que fue cierto. Esa noche lo encadenaron, lo encerraron, pusieron guardias a su puerta, y ah lo dejaron.

    Cuando al da siguiente volvi Ri-quelmes con el alcalde, encontraron el calabozo vaco, las cadenas tiradas en el suelo, intactas!

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    No lo crean ni los mismos prisioneros. Cuando se supo en la calle la noticia de la fuga, mi hroe volvi a brillar en mi mente. En muchos hogares miserables se dieron gracias a Dios. Volvieron a circular cuentos y comentarios. Alguien afirm, con aires de saber mucho, que si el Corre volando poda liberarse tan fcilmente, era porque tena en los pies huesos tan flexibles como los de las manos, de tal manera que poda deslizarlos entre los grilletes con slo quererlo. Otros decan que haba vivido en la selva, y se haba apropiado cualidades de los animales: trepaba como un felino, corra como un conejo, se haca chiquito como una hormiga Hubo quien sostuvo que posea poderes extraos, secretos de magia: atravesaba pare-des, caminaba sin tocar el suelo Mi cabeza daba vueltas, hervan en mi mente las preguntas. Pero ni yo ni el Pepe, ni nadie supo nunca la verdad.

    Lo que s es cierto y seguro es que escap. Tal vez se ocul-t en casas de los barrios pobres, hasta que la polica se cans de buscarlo. Pronto se supo de robos en las haciendas de los espaoles, all en el valle. Nosotros parbamos la oreja apenas se comentaba algo relacionado con el Correvolando, y oa-mos que llevaba la audacia hasta el punto de prevenir a sus futuras vctimas, y por ms que se apostaran centinelas y se guardaran los tesoros de la casa en los rincones ms ocultos, l lograba entrar, sustraer su botn ... y escapar!

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    Todo eso se grab en m para siem-pre: tal como el Correvolando viva en la memoria de la gente, as corra y volaba en mi imaginacin de nio.

    Pas el tiempo, vinieron luego aos de sangre y esperanza, la lucha contra Espaa, el nacimiento azaroso de nuestra nacin. Pero sa es otra historia. Ahora ha vuelto la paz, y yo soy un hombre maduro. El Pepe, que sigue siendo mi amigo, se burla de m: dice que entr a trabajar en la polica para tratar de agarrar yo al Correvolando! Yo no le hago caso, y si por ventura un da se cruzara mi camino con el suyo, no hara ni el intento de apresarlo. Como no se encierra al viento ni se atrapa un sueo con las manos, nunca, en ningn lugar, nadie atrapar al Correvolando!

    Te gustara conocer cmo se viva en otras pocas? Lee Viaje en el tiempo, en tu Biblioteca Escolar.

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    El jinetesin cabeza

    Texto: Rubn Fischer / Ilustracin: Fabricio Vanden Broeck

    Un seor ya viejo que se llamaba Carmelo tena una parcela en el valle de Mexicali, donde sembraba, segn la temporada, algodn o trigo; la cuidaba mucho y te-na la costumbre de regarla en la madrugada, porque a esa hora las matas aprovechaban ms el agua. Un da, como a eso de las cuatro de la maana, escuch muy cerca el trote de un caballo; se le hizo extrao que alguien anduviera por ah, pero con todo y eso, dijo con amabilidad:

    Buenos das!Como no le contestaron volte y cul fue su sor-

    presa pues no haba nadie, aunque el Canelo, su perro, no paraba de ladrar. Nunca crey en cosas de espantos y, sin embargo, esa vez le gan el miedo. Trat de calmarse y se fue para su casa. Todo el da se la pas inquieto; a la hora de la comida le platic a su mujer lo que haba ocurrido, pero ella no le crey.

    Pasaron los das y nada extrao se escuch en la parcela, pero un lunes muy temprano el seor sali acompaado del Canelo y cuando subi a su troca se dio cuenta de que haba olvidado su lonche. Al regresar a su casa, un caballo desbocado que corra sin freno hizo que se detuviera en seco, pues el animal andaba sin tocar el piso y se diriga justo hacia l, casi lo tena encima, cuando desapareci!

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    El seor trag saliva y no se movi durante un buen rato. Todava tembloroso entr a su casa, donde se qued dormido; a medioda su seora lo despert:

    Carmelo, levntate a comer, qu tienes? Ests plido.

    Es que me pas una cosa bien fea y ya no pude ir a la parcela dijo el seor y le cont lo del caballo aparecido.

    Al escuchar a su marido, la seora se persign por-que le dio mucho miedo y al ver que se diriga hacia afuera le dijo:

    No vayas a la milpa, te puede suceder algo malo!El seor no le hizo caso, se subi a la troca y se fue.

    Al llegar, dio unos pasos y se par bajo un rbol fron-doso. Caan a lo lejos los ltimos rayos del sol, cuando a su espalda escuch las pisadas de un animal que se acercaba. Al voltear, descubri a un enorme caballo blanco frente a l. Lo montaba un jinete vestido de cha-rro, quien dej al viejo quieto del miedo, pues su cuerpo terminaba en los hombros: no tena cabeza!

    Quin eres? pregunt armndose de valor para qu me quieres?

    No hubo respuesta. El seor empez a sudar, que-ra moverse y no poda: ver al jinete sin cabeza lo haba paralizado. Entre las ramas del rbol slo se oa

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    el sonido del viento. En eso, se escuch una voz que vena de quin sabe dnde. Pareca que sala de la tierra porque era hueca y tenebrosa:

    Soy Joaqun Murrieta. De seguro has odo hablar de m; vengo a confi arte un secreto.

    Qu es lo que quieres? dijo el seor en voz alta.

    Escucha con atencin lo que voy a decirte: en esta parcela enterr un mag-nfi co tesoro y quiero drtelo, pero con una condicin.

    Cul? pregunt Carmelo.Slo t puedes desenterrarlo. Nadie

    absolutamente nadie ms debe hacerlo, porque aquel que lo haga caer muerto, y t junto a l.

    La voz se fue apagando. En un abrir y cerrar de ojos el des-cabezado desapareci con todo y caballo. El seor se quedsorprendido. Despus de un rato se subi a su troca y se diri-gi al pueblo. Cuando lleg, era tanta su emocin, que a todos los que vea les platicaba su aventura y su buena suerte. Reuni las herramientas que necesitaba y regres a la parcela. Pero no volvi solo, lo acompaaba un grupo de hombres.

    A Carmelo no le import que destruyeran su sembrado, ya que por todos lados hacan hoyos con picos y palas; al cabo deunas horas, uno de ellos grit que haba dado con algo. Se fueron a ese lado del terreno y escarbaron con los rostros llenos de

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    felicidad. Encontraron costales hartos de monedas, cadenas, anillos y otros objetos de oro y plata. Brincaban y gritaban haciendo bulla, pero eso no dur mucho: un jinete sin cabeza en un gran caballo blanco apareci entre ellos.

    Carmelo se acord entonces de la advertencia de Joaqun Murrieta. Sin embargo era demasiado tarde. El jinete sin ca-beza dio una orden a su caballo, ste pate la tierra y el tesoro empez a hundirse jalando a todos los que estaban all entre gritos de espanto y desesperacin.

    Carmelo suplic que no lo hiciera, que lo castigara a l y no a aquellos ino-centes, pero fue intil: en unos segundos no quedaba nadie. Slo Carmelo y el jinete, que desapareci sin decir nada.

    Carmelo regres a su casa, no dijo nada a su esposa, se sent en la entrada y no se movi ms. Pasaron los das, el viejo no volvi a comer y se fue secando, secando hasta que se muri.

    Nadie ms supo de lo ocurrido. Se dice que Joaqun Murrieta sigue cabal-gando por aquellas tierras buscando a quin darle su tesoro.

    Si quieres leer ms historias en las que aparecen personajes extraos, lee Querido seor diablo, de tu Biblioteca Escolar.

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    Lucy yel monstruo

    Texto: Ricardo Bernal Ilustracin: Natalia Gurovich

    Querido Monstruo:

    Ya no te tengo miedo. Mi papi dice que no existes y que no puedes llamar a tus ami-gos porque ellos tampoco existen.

    Cuando sea de noche voy a cerrar los ojos antes de apagar la luz del bur y voy a abrazar bien fuerte a mi osito Bonzo para que l tampoco tenga miedo. Si te oigo gruir en el clset pensar que estoy dormida. No quiero gritar como siem-pre. No quiero que mi papi se despierte y me regae.

    Ya s que me quieres comer, pero como no existes nunca podrs hacerlo; aunque yo me pase los das pensando que a lo mejor esta noche s sales del clset, morado y horrible como en mis pesadillas... Maana, cuando juegue con Hugo, le voy a decir que te mat y que te dej enterrado en el jardn, y que nunca

    ms vas a salir de ah. l se va a poner tan contento que me va a regalar su yoyo verde y me va a decir dnde escon-di mis lagartijas (siempre ha dicho que t te las comiste, pero eso no puede ser porque mi papi me dijo que no existes y mi papi nunca dice mentiras).

    Voy a dejar esta carta cerca del clset para que la veas. Voy a pensar en cosas bo-nitas como en ir al mar, o que es Navidad, o que me saqu un diez en aritmtica.

    Adis, Monstruo!, qu bueno que no existas.

    Firma: Lucy

    P. D. No tengo miedo. No tengo mie-do. No tengo miedo.

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    Mi pequea Lucy:

    Cmo que no existo? Tu papi no sabe lo que dice. Acaso no me inventaste t misma el da de tu cumpleaos nme-ro siete? Acaso no platicabas conmigo todas las noches y te asustabas con los extraos ruidos de mis tripas?

    Todas las noches te observ desde el clset y t lo sabas... Aunque nunca me viste, conocas de memoria mis ojos, mi lengua y mis colmillos; pues todas, todas las noches me soabas.

    Por eso cuando le tu carta sent tan-ta desesperacin. Por eso destroc tus juguetes y me com de un solo bocado a tu delicioso osito Bonzo.

    Lo juro Lucy, t ya estabas muerta.Tenas los ojos abiertos y cuando to-

    qu tu barriguita estaba ms fra que mi

    mano. Seguramente te mat el miedo y yo no pude comerte pues no me gusta el sabor de los nios muertos. Lo nico que hice fue regresar al clset y llorar de tristeza hasta quedarme dormido... Pobre Lucy! Pobre Lucy y pobre mons-truo solitario!

    Ahora tendr que salir de aqu, alejar-me de los adultos que cuidan tu pequeo atad y dejar esta carta donde puedas encontrarla... Necesito la risa de un nio y necesito el miedo de un nio para se-guir vivo.

    Por cierto, Lucy, dnde dices que vive tu amigo Hugo?

    Atentamente,el Monstruo

    * * *

    Quieres seguir leyendo historias fantsticas e imposibles de seres extraordinarios? Lee Cuentos de espantos y aparecidos, una antologa que est en tu Biblioteca Escolar.

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    El doctorimprovisado

    Texto: Versin de Alfonso Morales Ilustracin: Abril Castillo

    En una pequea poblacin haba un sastre tan lleno de hijos como escaso de recursos. Una maana que los nios lloraban de hambre, se decidi a correr fortuna y a no volver sino hasta que tuviera mucho dinero. Risa caus en su mujer, quien, ante tal resolucin, tuvo a bien pedirle el ltimo adis.

    Y que sale el sastre de su casa y triste va pensando en mujer e hijos, cuando voltea la cara y a la distancia ve a un caminante que lleva idntico rumbo. Siquiera tendr con quin hablar se dice mientras afloja el paso para dejarse alcanzar.

    Cuando piensa que ya debe estar cerca, vuelve otra vez la cara atrs Pero cul no fue su terror al ver al compaero que su infeliz suerte le destinaba!:

    Por qu te llenas de pavor al ver-me, si tantas veces me has llamado a gritos? le dijo la huesuda.

    Ay, seora Muerte! Cierto que a veces he deseado morir Pero hoy no, porque he salido a buscar fortuna para mis hijos que estn en la miseria, qu sera de ellos si me llevas? le contest el sastre a la calaca.

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    De ello no te aflijas que no vengo a llevarte. Mira mi capote qu viejo est, y yo teniendo que correr por tan distintos climas; temo que al pasar de uno clido a otro fro me sobrecoja una pulmona tirit la parca.

    Y quiere sin duda, mi seora, que lo zurza? le responde preparando dedal y aguja.

    Qu no ves que este pao no con-siente zurcido alguno? Mira le dice sacando algo de su vieja capa: aqu hay pao nuevo, ve si alcanza...

    Y alcanz para el nuevo capote, y hasta sobr para que el sastre se hiciera un traje, sentndose a coser en una pie-dra. Al terminar no supo qu hacer con su trabajo; ignoraba dnde la Muerte andaba. Poco dur su duda porque al mo-mento se le hizo presente, dicindole:

    Bravo! Eres cumplido. Dime cunto es lo que te debo.

    Nada cobro, seora, a las personas que yo aprecio.

    Sin embargo, todo trabajo merece re-compensa: toma este bolso lleno de oro. Y eso no es todo, pues quiero que al llegar a tu casa seas doctor en Medicina dijo la Muerte.

    Cmo podra serlo si no conozco la O por lo redondo? contest el sastre sor-prendido.

    De poco te asustas; hay algunos docto-res que saben tan poco como t o menos y son muy afamados replic la parca. Sers de los doctores el mejor.

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    Cmo he de recetar si no s leer y desconozco del latn?

    Toma primero casa grande, luego al-quila o compra coche y despus coloca, con letras grandes, la placa que diga: Mdico, cirujano y partero, alpata y homepata. Cuando te llamen para asistir a un enfermo fjate dnde me paro. Si me ves a los pies de su cama, dices que aunque parezca muy malito, no hay que temer por su vida; pero si estoy en la cabecera, entonces tomas el pulso, meneas la cabeza haciendo signo ne-gativo y dices, con tono magistral: No hay sino slo Dios que lo pueda salvar, no sin antes aconsejarle a la familia que diga al enfermo que arregle su testamento. Buena propina te darn los herederos.

    Agradezco el favor, seora, y por simpata quisiera pedirle otro: mi esposa est en vsperas de dar a luz y quisiera que usted se hiciera mi comadre llevando a mi hijo a bautizar.

    Si no es ms que eso, te lo prometo dijo la Muerte que sali corriendo por-que la llamaban dos grandes ejrcitos que libraban tremenda batalla.

    Y el antes sastre y ahora doctor encaminose gustoso a casa, donde encontr a sus muchachos pidindole pan a su pobre madre. Cuando se abalanzaron sobre l, los aquiet con una promesa que hizo pensar a su esposa que ya estaba demente, infelicidad que se agregara a la miseria.

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    l prometi para ese da comida de prncipes, que ya nunca faltara; ella lo crey perdido de sus sentidos, pero el oro del bolso dio para que todos pudieran comer, mucho y de lo me-jor, en una buena fonda.

    Mientras hijos y mujer duermen, va l a conseguir cntrica casa y ropa para toda la familia, que al despertar encontrar en lugar de sus hilachos. Cree soar la esposa con la ropa interior de lino y el vestido de seda, con la repentina riqueza, con el coche que est esperndolos para llevarlos a su nuevo hogar. Hecho un catrn, el apenas ayer miserable le cuenta lo del capote, el oro y el secreto de ser el non plus ultra de los mdi-cos habidos y por haber.

    Apenas l y su numerosa prole toman posesin de la casa, se deja venir corriendo un mozo en busca del doctor, porque su amo est grave. Sube al coche y se dirige a la casa indicada, toda ella revuelta y en alboroto que suspende su llegada.

    Conducido hasta donde se encuentra el enfermo, ve a su comadre la Muerte a los pies de la cama; y despus de muchas pantomimas y en medio de un silencio sepulcral, dice el improvisado doctor:

    Seores, la enfermedad es maligna, pero nada hay que se oponga a mi ciencia. Yo me comprometo a sanar al paciente enocho das: por ahora denle un bao de pies. Y que venga a mi casa un mozo con dos bote-llas para mandar unas cucharadas que debetomar cada media hora.

    Un cartucho de papel le dio la seora a cambio de sus servicios y l mand llenar con agua las dos botellas que el mozo traa, suficientes para que, a los ocho das, el enfermo se encontrara en completa salud.

    En otra ocasin el afamado doctor fue llamado a la casa de un riqusimo caballero que mora sin que nadie diera con

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    el remedio a su mal. Hubo junta de los mdicos ms acredi-tados de la ciudad, a la que fue llamado nuestro remendn. Los diez doctores ah presentes vieron con aire burln al pobre sastre, quien dej que los sabios hablaran y dieran por segura la muerte del enfermo. Vista su comadre en el buen sitio, se conform con decir:

    Yo lo salvar.En las barbas se le rieron los doctores y lo calificaron de

    loco y pretencioso. Sin embargo, a los tres das estaba el pa-ciente fuera de peligro gracias a las seis pldoras de migajn que sac de su bolsa y le hizo tragar.

    As fue que crecieron su fama y sus recompensas, hasta ya no tener tiempo ni para dormir. La mujer dio a luz un nio y la Muerte se present a cumplir su palabra. El doctor ofreci a la Muerte esplndido banquete, generosos vinos y fuertes aguardientes. Cuando la vio templadita le dijo:

    Querida comadrita, espero que te olvidars de tu compadre todo lo ms posible.

    Te prometo compadre, a fe de Muerte, que tres das antes de venir por ti te vengo a avisar.

    Tomaron otras copas a salud del ahijadito y despidin-dose de sus compadres se fue la Muerte a su oficio eterno.

    Y como no hay plazo que no se cumpla, una maana, muy temprano y sin molestar al portero, que se le aparece su comadre al famoso doctor:

    Compadre, te vengo a avisar que dentro de tres das vengo por ti.

    Con tal aviso ya no pudo conciliar el sueo, ni quiso salir a atender enfermos, ni tomar alimento alguno. Tampoco le consol que su mujer dijera que todo era una chanza de su comadre. As desconso-lado le hizo caso a su esposa cuando le dijo:

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    Mi comadre te conoce como ests ahora vestido, pero si cambias de traje no te conocer.

    Dicho y hecho, que se va por sus camisas y calzones de manta, una calzonera y una blusa; que se rapa cabello, barba, bigote y hasta cejas; y en disfraz de mozo que se pone en el corredor a regar macetas.

    Y en eso que sube la Muerte y pasa junto a l, sin saludarlo, yndose hasta la sala donde estaban su mujer y sus hijos. A ella s la saluda y le pregunta por el ahijado. Tambin le pre-gunta por el compadre:

    Comadrita responde su mujer mi esposo no est en la ciudad, fue a asistir a un enfermo fuera de aqu.

    Al or esto se despidi de su comadre prometiendo volver a visitarla. Ella, corts, sali a acompaarla a la puerta del co-rredor, donde su marido estaba atareado regando macetas. Y que pasa junto a l la Muerte, y que se voltea y dice:

    Comadrita, le dice usted a mi com-padre que mientras l viene, me llevo a este peln.

    Y que lo agarra del pescuezo y con l desaparece.Aqu se ve cmo tiene razn el versito que dice:

    Ni con la muerte tampocoprocures acompadrar,pues cuando menos espereste ha de venir a llevar!

    La muerte como personaje puede resultar muy divertida aunque, al parecer, nunca se le puede engaar; confrmalo leyendo Francisca y la muerte y otros cuentos. Encuntralo en tu Biblioteca Escolar.

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    ngel de luz

    Texto: Agustn Monsreal Ilustracin: Lourdes Guzmn

    Mam est en mi cuarto, le dije a mi hermana. Dice que quiere hablar con-tigo, que vayas.

    Mi hermana me mir con lstima, aunque tambin con reproche.

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    No puede ser, me contest. Mam est muerta.

    Ya lo s, pero ah est. Ven a ver.Bueno, est bien. Vamos.Y atravesamos la pared cogidos de

    la mano.

    Lee ms relatos de terror en Relatos de fantasmas, ocho cuentos de grandes autores. Bscalo en la Biblioteca Escolar.

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    La muerte

    S, debemos redimirlos. Hay que incorporarlos a nuestra civilizacin, lim-pindolos por fuera y ensendolos a ser sucios por dentro

    Es usted un escptico, ingenie-ro. Adems, pone usted en tela de juicio nuestros esfuerzos, los de la Revolucin.

    Bah! Todo es intil. Estos jijos son irredimibles. Estn podridos en al-cohol, en ignorancia. De nada ha servido repartirles tierras.

    tiene permiso Texto: Edmundo Valads / Ilustracin: Santiago Meja

    Sobre el estrado, los ingenieros conversan, ren. Se golpean unos a otros con bromas incisivas. Sueltan chistes gruesos cuyo clmax es siempre spero. Poco a poco su atencin se concentra en el auditorio. Dejan de recordar la ltima juerga, las intimidades de la muchacha que debut en la casa de recreo a la que son asiduos. El tema de su charla son ahora esos hombres, ejidatarios congregados en una asamblea y que estn ah abajo, frente a ellos.

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    Usted es un superficial, un derro-tista, compaero. Nosotros tenemos laculpa. Les hemos dado las tierras, y qu? Estamos ya muy satisfechos. Y el crdito, los abonos, una nueva tcnica agrcola, maquinaria, van a inventar ellos todo eso?

    El presidente, mientras se atusa los enhiestos bigotes, acari-ciada asta por la que iza sus dedos con fruicin, observa tras sus gafas, inmune al floreteo de los ingenieros. Cuando el olor ani-mal, terrestre, picante, de quienes se acomodan en las bancas, cosquillea su olfato, saca un paliacate y se suena las narices ruidosamente. l tambin fue hombre del campo. Pero hace ya mucho tiempo. Ahora, de aquello, la ciudad y su posicin slo le han dejado el pauelo y la rugosidad de sus manos.

    Los de abajo se sientan con solemnidad, con el recogi-miento del hombre campesino que penetra en un recinto cerrado: la asamblea o el templo. Hablan parcamente y las palabras que cambian dicen de cosechas, de lluvias, de ani-males, de crditos. Muchos llevan sus itacates al hombro, cartucheras para combatir el hambre. Algunos fuman, sose-gadamente, sin prisa, con los cigarrillos como si les hubieran crecido en la propia mano.

    Otros, de pie, recargados en los muros laterales, con los brazos cruzados sobre el pecho, hacen una tranquila guardia.

    El presidente agita la campanilla y su retintn diluye los murmullos. Primero empiezan los ingenieros. Hablan de los problemas agrarios, la necesidad de incrementar la produc-cin, de mejorar los cultivos. Prometen ayuda a los ejidatarios, los estimulan a plantear sus necesidades.

    Queremos ayudarlos, pueden confiar en nosotros.

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    Ahora, el turno es para los de abajo. El presidente los invita a exponer sus asuntos. Una mano se alza tmida. Otras la siguen. Van hablando de sus cosas: el agua, el caci-que, el crdito, la escuela. Unos son directos, precisos; otros se enredan, no atinan a expre-sarse. Se rascan la cabeza y vuelven el rostro a buscar lo que iban a decir, como si la idea se les hubiera escondido en algn rincn, en los ojos de un compaero o arriba, donde cuelga un candil.

    All, en un grupo, hay cuchicheos. Son todos del mismo pueblo. Les preocupa algo grave. Se consultan unos a otros: consideran quin es el que debe tomar la palabra.

    Yo crioque Jilipe: sabe muchoOra, t, Juan, t hablaste aquella vezNo hay unanimidad. Los aludidos es-

    peran ser empujados. Un viejo, quiz el patriarca, decide:

    Pos que le toque a SacramentoSacramento espera. ndale, levanta la manoLa mano se alza, pero no la ve el pre-

    sidente. Otras son ms visibles y ganan el turno. Sacramento escudria al viejo. Uno muy joven, levanta la suya bien alta. Sobre el bosque de hirsutas cabezas pueden verse los cinco dedos morenos, terrosos. La mano es descubierta por el presidente. La palabra est concedida.

    rale, prate.

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    La mano baja cuando Sacramento se pone en pie. Trata de hallarle sitio al sombrero. El sombrero se transforma en un ancho estorbo, crece, no cabe en ningn lado. Sacramento se queda con l en las manos. En la mesa hay seales de impa-ciencia. La voz del presidente salta, autoritaria, conminativa:

    A ver, ese que pidi la palabra, lo es-tamos esperando.

    Sacramento prende sus ojos en el inge-niero que se halla a un extremo de la mesa. Parece que slo va a dirigirse a l; que los dems han desaparecido y han quedado nicamente ellos dos en la sala.

    Quiero hablar por los de San Juan de las Manzanas. Traimos una queja contra el Presidente Municipal que nos hace mucha guerra y ya no lo aguantamos. Primero les quit sus tierritas a Felipe Prez y a Juan Her-nndez, porque colindaban con las suyas. Telegrafiamos a Mxico y ni nos contes-taron. Hablamos los de la congregacin y pensamos que era bueno ir al Agrario, pa la restitucin. Pos de nada valieron las revueltas ni los papeles, que las tierritas se le quedaron al Presidente Municipal.

    Sacramento habla sin que se alteren sus facciones. Pudiera creerse que reza una vieja oracin, de la que sabe muy bien el principio y el fin.

    Pos nada, que como nos vio con ren-cor, nos acus quesque por revoltosos. Que pareca que nosotros le habamos quitado sus tierras. Se nos vino entonces con lo de las cuentas; lo de los prstamos, sior, que

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    dizque andbamos atrasados. Y el agente era de su mal parecer, que tenamos que pagar hartos intereses. Crescencio, el que vive por la loma, por ai donde est el aguaje y que le intelige a eso de los nmeros, pos hizo las cuentas y no era verd: nos queran cobrar de ms. Pero el Presidente Municipal trajo unos seores de Mxico, que con muchos poderes y que si no pagbamos nos quita-ban las tierras. Pos como quien dice, nos cobr a la fuerza lo que no debamos

    Sacramento habla sin nfasis, sin pausas premeditadas. Es como si estuviera arando la tierra. Sus palabras caen como granos, al sembrar.

    Pos luego lo de mijo, sior. Se enco-rajin el muchacho. Si viera ust que a m me dio mala idea. Yo lo quise detener. Haba tomado y se le enturbi la cabeza. De nada me vali mi respeto. Se fue a ver al Presidente Municipal, pa reclamarle Lo mataron a la mala, que dizque se andaba robando una vaca del Presidente Municipal. Me lo devolvieron difunto, con la cara destrozada

    La nuez de la garganta de Sacramento ha temblado. Slo eso. l contina de pie, como un rbol que ha afianzado sus races. Nada ms. Todava clava su mirada en el ingeniero, el mismo que se halla al extremo de la mesa.

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    Luego, lo del agua. Como hay poca, porque hubo malas lluvias, el Presidente Municipal cerr el canal. Y como se iban a secar las milpas y la congregacin iba a pasar mal ao, fuimos a buscarlo; que nos diera tantita agua, sior, pa nuestras siembras. Y nos atendi con malas razones, que por nada se amuina con nosotros. No se baj de su mula, pa perjudicarnos

    Una mano jala el brazo de Sacramento. Uno de sus compaeros le indica algo. La voz de Sacramento es lo nico que resuena en el recinto.

    Si todo esto fuera poco, que lo del agua, gracias a la Virgencita, hubo ms lluvias y me-dio salvamos las cosechas, est lo del sbado. Sali el Presidente Municipal con los suyos, que son gente mala y nos robaron dos muchachas: a Lupita, la que se iba a casar con Herminio, y a la hija de Crescencio. Como nos tomaron desprevenidos, que andbamos en la faena, no pudimos evitarlo. Se las llevaron a fuerza almonte y ai las dejaron tiradas. Cuando re-gresaron las muchachas en muy malas condiciones, porque hasta de golpes les die-ron, ni siquiera tuvimos que preguntar nada. Y se alborot la gente de a deveras, que ya nos cansamos de estar a merced de tan mala autoridad.

    Por primera vez, la voz de Sacramento vibr. En ella lati una amenaza, un odio, una decisin ominosa.

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    Y como nadie nos hace caso, que a todas las autoridades hemos visto y pos no sabemos dnde andar la justicia, que-remos tomar aqu providencias. A ustedes y Sacramento recorri ahora a cada ingeniero con la mirada y la detuvo ante quien presida, que nos prometen ayudarnos, les pedimos su gracia para castigar al Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas. Solicitamos su venia para hacernos justicia por nuestra propia mano

    Todos los ojos auscultan a los que estn en el estrado. El presidente y los ingenieros, mudos, se miran entre s. Discuten al fin.

    Es absurdo, no podemos sancionar esta inconcebible pe-ticin.

    No, compaero, no es absurda. Absurdo sera dejar este asunto en manos de quienes no han hecho nada, de quienes han desodo esas voces. Sera cobarda esperar a que nuestra justicia hiciera justicia; ellos ya no creeran nunca ms en nosotros. Pre-fiero solidarizarme con estos hombres, con su justicia primitiva, pero justicia al fin; asumir con ellos la responsabilidad que me toque. Por m, no nos queda sino concederles lo que piden.

    Pero somos civilizados, tenemos instituciones; no podemos hacerlas a un lado.

    Sera justificar la barbarie, los actos fuera de la ley.Y qu peores actos fuera de la ley que los que ellos denun-

    cian? Si a nosotros nos hubieran ofendido como los han ofendido a ellos; si a nos otros nos hubieran causado menos daos que los que les han hecho padecer, ya hubiramos matado, ya hubi-ramos olvidado una justicia que no interviene. Yo exijo que se someta a votacin la propuesta.

    Yo pienso como usted, compaero.Pero estos tipos son muy ladinos, habra que averiguar

    la verdad. Adems, no tenemos autoridad para conceder una peticin como sta.

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    Ahora interviene el presidente. Surge en l el hombre del campo. Su voz es inapelable.

    Ser la asamblea la que decida. Yo asumo la respon-sabilidad.

    Se dirige al auditorio. Su voz es una voz campesina, la misma voz que debe haber hablado all en el monte, con-fundida con la tierra, con los suyos.

    Se pone a votacin la proposicin de los compaeros de San Juan de las Manzanas. Los que estn de acuerdo en que se les d permiso para matar al Presidente Municipal, que levanten la mano...

    Todos los brazos se tienden a lo alto. Tambin los de los ingenieros. No hay una sola mano que no est arriba, categ-ricamente aprobando. Cada dedo seala la muerte inmediata, directa.

    La asamblea da permiso a los de San Juan de las Man-zanas para lo que solicitan.

    Sacramento, que ha permanecido en pie, con calma, termi-na de hablar. No hay alegra ni dolor en lo que dice. Su expresin es sencilla, simple.

    Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos haca caso, desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas est difunto.

    Lee Por el agua van las nias, una bella historia ilustrada con fotografas tomadas por el fotgrafo C.B. Waite a principios del siglo xx, de nios y nias de Mxico que hallaba por el camino del ferrocarril. Bscala en tu Biblioteca Escolar.

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    Oda al

    Hombros redondos, cejassobre unos ojosserios.

    Pausado iba y vena en su trabajoy de su manola materiacreca.

    albail tranquilo Texto: Pablo Neruda / Ilustracin: Natalia Gurovich

    El albail dispusolos ladrillos.

    Mezcl la cal, trabaj con arena.

    Sin prisa, sin palabras, hizo sus movimientos alzando la escalera, nivelandoel cemento.

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    La cal cubri los muros, una columnaelev su linaje,los techos impidieron la furia del sol exasperado.

    De un lado a otro iba contranquilas manos el albail moviendo materiales. Y al findela semana,las columnas, elarco,hijos decal, arena, sabidura y manos, inauguraronla sencilla firmeza y la frescura.

    Ay, qu leccinme dio con su trabajo el albail tranquilo!

    Lee A la orilla del agua y otros poemas de Amrica Latina, que rene poemas de 19 pases. Bscalo en tu Biblioteca Escolar.

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    La flor ms

    Hace mucho tiempo vivi un prncipe que odiaba a su padre. Los dos estaban siempre enfadados y el rey haba decidi-do no dejar que su hijo participase en el gobierno de sus sbditos.

    El prncipe se cas y tuvo una hija, pero encontraba su vida muy aburrida. No tena nada que hacer de provecho salvo esperar a que llegase su hora mien-tras su padre se iba haciendo cada vez ms viejo y casquivano.

    preciosa Texto: Versin de Antonia Barber

    Ilustracin: Abril Castillo

    Por fin, el rey muri y el prncipe, que para entonces ya contaba con unos cuantos aos, se encontr de repenteconvertido en un rey poderoso