Estado de Gracia - Cesare Pavese

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Estado de gracia - Cesare Pavese http://www.lainsignia.org/2001/mayo/cul_013.htm Los símbolos que cada uno de nosotros lleva en sí mismo, y reencuentra de improviso en el mundo y los reconoce y su corazón se sobresalta, son nuestros auténticos recuerdos. Son también verdaderos y legítimos descubrimientos. Es necesario saber que no alcanzamos nunca a ver las cosas la primera vez, sino sólo en la segunda. Entonces las descubrimos y las recordamos. Cada uno posee una íntima riqueza de imágenes -normalmente se reducen a algunos grandes motivos- que forman el vivero de nuestros asombros. Las encontramos frente a nosotros, en los momentos más imprevistos del año, sugeridas por un encuentro, por una distracción, por una señal; y cada vez fijamos en esas imágenes nuestra mirada como se escruta el propio rostro en el espejo. Ellas son una realidad enigmática y, no obstante, familiar, tanto más oprimente en cuanto se hallan siempre a punto de revelarse sin descubrirse jamás. Sucede que se las considera, en arte, como si fuesen recuerdos, y nos esforzamos por rehacer el primer movimiento, como si en ese origen se encerrara el secreto. Pero ellas no tienen origen, ésa es la cuestión. En su principio, no hay una "primera vez", sino siempre una "segunda". Y esta es la causa de su ambigüedad: en tanto son recuerdo, ellas comienzan a

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Ensayo de Cesare Pavese

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Estado de gracia - Cesare Pavesehttp://www.lainsignia.org/2001/mayo/cul_013.htmLos smbolos que cada uno de nosotros lleva en s mismo, y reencuentra de improviso en el mundo y los reconoce y su corazn se sobresalta, son nuestros autnticos recuerdos. Son tambin verdaderos y legtimos descubrimientos. Es necesario saber que no alcanzamos nunca a ver las cosas la primera vez, sino slo en la segunda. Entonces las descubrimos y las recordamos.

Cada uno posee una ntima riqueza de imgenes -normalmente se reducen a algunos grandes motivos- que forman el vivero de nuestros asombros. Las encontramos frente a nosotros, en los momentos ms imprevistos del ao, sugeridas por un encuentro, por una distraccin, por una seal; y cada vez fijamos en esas imgenes nuestra mirada como se escruta el propio rostro en el espejo. Ellas son una realidad enigmtica y, no obstante, familiar, tanto ms oprimente en cuanto se hallan siempre a punto de revelarse sin descubrirse jams. Sucede que se las considera, en arte, como si fuesen recuerdos, y nos esforzamos por rehacer el primer movimiento, como si en ese origen se encerrara el secreto. Pero ellas no tienen origen, sa es la cuestin. En su principio, no hay una "primera vez", sino siempre una "segunda". Y esta es la causa de su ambigedad: en tanto son recuerdo, ellas comienzan a existir slo desde una segunda vez, y esconden su nacimiento como un mtico Nilo.

Por qu justamente esas imgenes, y no otras? Por qu, con tantas imgenes que la realidad nos propone cada da, nos toca el xtasis de la "segunda vez" slo frente a alguna de ellas, que no fueron ni siquiera las ms insistentes? Evidentemente, la intensidad de un anterior contacto con hechos y cosas no basta para imprimirles la naturaleza del recuerdo. La eleccin se efecta segn motivos que se diran caprichosos, si no fuera por la devorante seriedad de estos smbolos, lo cual nos hace creer que en ellos se condensa la esencia misma de nuestra propia vida. Estamos aqu, sin duda, en el plano de lo instintivo, si es el instinto quien nos hace ser lo que somos y perseverar en el sentido de nuestras premisas vitales.

Que nuestros recuerdos escondan el origen quiere decir, precisamente, que pertenecen a la esfera de lo instintivo-irracional. En esta esfera -la esfera del ser y del xtasis- no existe el antes y el despus, la segunda vez y la primera, porque no existe el tiempo. Todo lo que en ella es, es: aqu el instante equivale a lo eterno, a lo absoluto. En el concepto que tenemos de nuestro ser, ascendiendo en el recuerdo, asombrados de reencontrarnos nuevamente en l, no hallamos ya trazos del tiempo. Aqu, cada vez es una segunda vez o, digamos, un redescubrimiento, slo porque profundizando en ella nos volvemos a encontrar. Es evidente que el smbolo de una realidad -nosotros mismos- no puede tener principio. Esta realidad, para nuestro instinto, nunca ha tenido comienzo; simplemente es.

Ella es segn modos cuyo origen no siempre -ms an, casi nunca- estamos en condiciones de encontrar o de comprender. Tocamos su plena sustancia en instantes insospechados, as como en la oscuridad se toca un cuerpo o como nos encandila una vibracin de la luz: presentimos, intuimos que all estamos nosotros, pero por qu justamente ese contacto, ese relmpago con su modo inconfundible, y no otro, otra aparicin, sin que nada hayamos hecho para elegirlo, eso no lo sabemos. Sabemos, s, que la imagen inesperada no ha tenido comienzo en nosotros: por lo tanto, la eleccin ha llegado desde ms all de nuestra conciencia, ms all de nuestros das y conceptos; ella se repite cada vez, en el plano del ser, por gracia, por inspiracin, en definitiva, por xtasis.

Estos smbolos de nuestro ser son una cosa diferente del "ideal de vida" que alguno podra elegir. Todos nos construimos imgenes, fbulas, de una vida que nos gustara vivir, y que no siempre proyectamos en el futuro: a menudo rememoramos experiencias vividas, contemplndonos nada ms que para recordarlas. Pero no se pueden confundir estos conmovidos programas de actividad, as sea contemplativa, con los ntidos smbolos de nuestra perenne, absoluta realidad. Lo que nos permite reconocer a estos ltimos es el esfuerzo cognocitivo que nos imponen, la tensin absoluta y siempre vivaz de nuestro ser para aferrarlos, aprisionarlos, incorporarlos a nuestra sangre y, finalmente, conocerlos. Pues ese trnsito de lo desconocido a la claridad significa la iniciacin de un proceso, que se detendr solamente cuando los hayamos iluminado a todos; pero ellos huyen, recaen en lo indiferenciado, a lo que en definitiva pertenecen, con la parte ms rica de nosotros mismos.

Por otra parte, generalmente su materia es la misma que la de los "ideales de vida" o, mejor dicho, los ideales se han constituido alimentndose de estos grmenes, de estas figuras que, fermentando en nuestro espritu, han producido los vistosos organismos del sueo, adonde afluyeron elementos de la experiencia cotidiana y refleja. Aqu cada uno no tiene otra cosa que hacer ms que descomponer sus ms elaborados sueos de vida y, si llega a tener suerte, le quedar en el crisol, irreductible y tal vez inadvertida, alguna cosa en la que podr reconocer su verdad. Esta cosa es, a menudo, una nadera. S de un hombre a quien un simple ojo de buey totalmente abierto hacia el cielo vaco, lo pone en estado de gracia. Tal vez hubo en su vida ms ojos de buey que en la vida de los otros? Por qu de todas las posibles figuras del infinito eligi justamente sta? Todos somos sensibles a la idea de infinito, y ya Leopardi ha esclarecido esta cuestin, pero por qu un ojo de buey y no una arboleda o el perfil de una balaustrada sobre mar? Como quiera que sea, la referencia a Leopardi sugiere una sospecha. En qu medida, en la constitucin de uno de estos descubrimientos-recuerdo, interviene el influjo de la contemplacin? De cuntos de estos smbolos seremos deudores a los poetas que nos han grabado la imagen en el corazn?

Es claro que el primer contacto con la realidad espiritual es una acto de educacin y, por lo tanto, cada uno aprende a conocer las cosas en cuanto las haya conocido gustndolas. Esto se entiende en el sentido ms lato posible: un campesino, una mujer de pueblo, se habrn educado mediante la cancin, la ancdota, la recordacin de la fiesta de pueblo. Tambin aqu se repite el caso de la "segunda vez": nosotros admiramos de la realidad solamente aquello que ya una vez hemos admirado. Pero, como admirar significa expresarse dentro de s, la paradoja se ha resuelto aceptando que el primer descubrimiento de la realidad lo hacemos a travs de las expresiones ejemplares que de esta realidad se dieron en torno a nosotros. Con tales expresiones se vuelve al punto inicial, a esa nica vez -que puede extenderse a varios momentos acumulados en la experiencia- en que se form, dentro de nosotros, algo como el mito de cada imagen: a ese momento velado en la fabulos intemporalidad, cuando recibimos la impresin que deba dominar nuestro porvenir segn los modos de ese mito. As, la oscuridad de la "primera vez" sera explicable por la analoga que ofrece con la naturaleza del mito prehistrico: y por "primera vez" sera, en definitiva, absolutamente, lo que sucede una vez por todas.

No es fcil determinar hasta dnde pueda llegar este aprendizaje, pero parece evidente que las impresiones que nos fueron grabadas en el alma por las revelaciones de la poesa, conducen fatigosamente hacia la claridad, ayudando tambin -por qu no?- a conmover la materia exttica que dorma en nuestro fondo. Llega el momento en que la destinada estructura de nuestro verdadero ser -ese ser que es el modo,nuestro propio estilo de mirar- se transparenta y aflora, aparece y desaparece, y nos tienta a su comprensin-expresin. Todos somos entonces creadores, en cuanto intrpretes de nosotros mismos y del mundo. Y por lo tanto diremos que los smbolos, los descubrimientos-recuerdo de nuestra sustancia, son ciertamente un acto de gusto, pero de gusto activo, son la respuesta de nuestro instinto a las solicitaciones de la cultura. Puede suceder que el ojo de buey fuera el de la escuela donde pasaron los primeros aos y donde, aunque sea con indiferencia, se frecuentaron poetas, pero lo que en l importaba o importa todava es el cielo vaco e inmemorial.

Por lo tanto, ese tesoro de smbolos no es privilegio de quien escribe poesa, aunque tambin para hacer poesa son indispensables, sino que se trata de un bagaje soberanamente humano, necesario para mantener y defender la conciencia de s mismo y, en definitiva, para vivir. El campesino o la mujer del pueblo no nos dicen gran cosa, pero tambin ellos hablan, y por lo tanto transmiten y crean la realidad. Bajo la palabra, tiene vigencia tambin para ellos una inmvil eternidad de smbolos que, si bien no los fatiga con su enigma, los satisface sin que ellos lo sepan en su realidad instintiva.

Esto es tan cierto, que de cualquier individuo, aun del ms culto y creador, se puede sostener que los smbolos no radican tanto en sus hallazgos librescos o acadmicos, sino en los mticos y casi elementales descubrimientos de infancia, en los contactos humildsimos e inconscientes con las realidades cotidianas y domsticas que lo acogieron al principio: no la alta poesa sino la fbula, las rencillas, la oracin; no la gran pintura sino el almanaque y la estampa; no la ciencia sino la supersticin. Aqu todos los hombres son hermanos. Slo es distinto el impulso que la vida interior dar en adelante a estos smbolos: alguno sentir agigantarse en su alma el recuerdo remoto hasta abarcar el cielo, la tierra y a s mismo.

Por lo tanto, nada es tan saludable como, frente a cualquier alta construccin de la fantasa, esforzarse por penetrarla dejando de lado la hojarasca y aislando los smbolos esenciales. Ser un descender a la tiniebla fecunda de los orgenes donde nos espera lo universal humano, y al esfuerzo por arriesgar una encarnacin no le faltar una fatigosa dulzura. Se trata de tomar en su xtasis, en su eternidad, otro espritu. Se trata de respirar un instante la atmsfera enrarecida y vital, y confortarnos con la magnfica certidumbre de que nada la diferencia de la que se estanca en nuestra alma o en la del campesino ms humilde.Estado de graciapertrenece al libro de ensayos y relatosFeria dagosto, Cesare Pavese (Turn 1946). El presente texto fue extrado del libroEl oficio de poeta, Cesare Pavese (Universidad Iberoamericana /Biblioteca Francisco Xavier Clavigero-Centro de Informacin Acadmica-1994)