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  • Utopa, asombro, al te ri dad: consideraciones metatericas acerca

    de la investigacin antropolgica*

    Esteban Krotz

    Los filsofos tienen que ver ms con esto que la ciencia verdadera u oculta; desde Platn el asombro les es hecho consumado o comienzo: pero cuntos habrn conservado en cuanto a esto el sealamiento inicial? Casi nadie ha men-tenido el asombro cuestionante ms all de la primera contestacin; nadie ha medido los "problemas" concretamente aparecidos de manera constante con la medida de este asom-bro o los ha concebido como sus refractacio-nes o transformaciones. Y ms difcil todava result percibir en el asombro no solamente la interrogante, sino tambin el lenguaje de una contestacin, el "asombro propio" consonan-te, el "estado final" fermentante en las cosas.

    (Ernst Bloch, Spuren)

    L La gnesis olvidada

    L A C O N S T I T U C I N D E LA A N T R O P O L O G A en el siglo x i x como disciplina cientfica es un proceso que pasa del establecimiento de sociedades antropolgicas y etnolgicas y la conformacin de redes de comunicacin entre investigadores interesados en esta temtica hacia el reconocimiento cada vez ms generalizado de la existencia de un campo propio de fenmenos y, posteriormente, de una determinada manera de abordarlos, hasta desembocar en

    * Dedico este ensayo a la memoria de ngel Palerm.

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    el reconocimiento social de la existencia de una nueva disciplina cientfica; este reconocimiento social se manifiesta, ante todo, en la creacin de un sistema particular de reclutamiento y entre-namiento de profesionales de la disciplina y de reproduccin del conocimiento mismo por medio de ctedras y carreras universi-tarias. Este proceso, sin embargo, se presenta a los practicantes posteriores de la nueva disciplina y, de modo general, a todos quienes se ocupan de la temtica socioantropolgica como even-to momentneo en el tiempo, como un evento que opera como lnea divisoria entre dos campos: el de la ciencia y el de sus ante-cedentes.

    Thomas Kuhn ha aclarado convincentemente por qu en las ciencias naturales los libros de texto, indicadores y bases para la reproduccin ampliada de una disciplina cientfica consolida-da, suelen prescindir de la exposicin gentica de su saber. En el mejor de los casos estas obras contienen una pequea intro-duccin o un apndice en cuyas pginas se describe una colec-cin de opiniones que a lo largo de la historia escrita pueden encontrarse acerca de la problemtica del campo cientfico de referencia. Algunas de estas opiniones son interesantes por curio-sas, otras parecen ser muestra de una inexplicable intuicin de generaciones pasadas, otras ms son simplemente abstrusas. Lo que todas tienen en comn es su carcter de pieza de museo, el ser completamente inservibles para el quehacer cientfico actual.1

    Las ciencias antropolgicas ofrecen un cuadro semejante. A menudo, cursos universitarios que se ocupan de la evolucin del pensamiento antropolgico solamente se imparten o encuentran inters a partir de los fundadores decimonnicos de la disciplina y muchas veces inters y conocimiento se mueven nicamente sobre la base de publicaciones posteriores a la primera guerra mundial. En cualquiera de los casos, todo lo anterior para decirlo con ms precisin: todas las obras escritas en los milenios anteriores de cultura occidental adquiere el dudoso status de "antecedente" o "precursor"; su relacin con la antro-pologa cientfica se asemeja a la que guarda la experimentacin de un alquimista medieval con el trabajo de un qumico contem-porneo. Es decir, la oposicin ciencia-no ciencia opera en un sentido de sustitucin definitiva y total: la antropologa como

    1 Vase el captulo xi de La estructura de tas revoluciones cientficas (1971) y par-

    ticularmente la referencia a los libros de texto (p. 214 y ss.)-

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    ciencia ha remplazado todas las (falsas) ideas anteriores. Naturalmente, esta concepcin no es nada nueva. Ya se

    encuentra en forma marcada entre los mismos antroplogos en trance de constitucin del siglo pasado. Los esquemas bipolares de Bachofen, Maine, Morgan y Spencer, para mencionar nicamente algunos de los ms conocidos, y su conviccin de que slo miembros de las sociedades ms evolucionadas de su tiempo pudieron realizar la creacin de conocimientos antropolgicos cientficos propiamente dichos, se conjugaron para ello. Es, ciertamente, una irona de la historia de Occidente que su juicio despectivo acerca de las llamadas especulaciones de autores anteriores haya sido repetido con respecto a ellos en los comienzos de la antropologa del siglo x x , tildando sus esfuerzos de "especulaciones seudohistricas". 2

    La consolidacin de las ciencias antropolgicas como disciplina cientfica es decir, el reconocimiento social de un campo de conocimiento que mereca este estatuto fue, pues, slo en parte el resultado del proceso "interno" entre investigadores dedicados a este conocimiento. 3 Fue tambin obra y expresin a la vez de la creciente divisin social del trabajo y, en particular, de la divisin social de la produccin de conocimientos. Pocos han dudado de lo benficos que resultaron estos procesos para la antropologa, ante todo en cuanto a la sistematizacin del conocimiento y del entrenamiento de sus practicantes como base confiable para la reproduccin ampliada de los materiales empricos y la reflexin terica. Otros resultados, en cambio, apenas han recibido atencin, y su valoracin parece menos clara. Entre ellos se encuentra, ante todo, el efecto epistemolgico-terico del corte entre los conocimientos precientfico y cientfico y la equiparacin del primero con el simplemente no cientfico. La negacin del carcter procesual de la constitucin de la antropologa como ciencia y la eliminacin de sus ahora llamados "antecedentes" del campo del quehacer cientfico llevaron conjuntamente al opacamiento prcticamente completo de las condiciones internas y externas de este proceso de constitucin. Como en todo proceso de produccin, sin embargo, tambin en ste sus condiciones generales y especficas obraron, de alguna manera, como

    2 As la conocida expresin de Radcliffe-Brown (1972: 11). Para otros juicios seme

    jantes vanse Boas (1964: 180) y Gluckman (1968: 1 y ss.). 3 Para una sucinta exposicin de los enfoques internalista y externalista en la his

    toriografa de las ciencias vase la introduccin de J.R. Llobera (1980: 26 y ss.).

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    elementos constitutivos del conocimiento producido mismo, es decir, no slo del proceso sino tambin de su resultado. Su oscu-recimiento no las elimin y han seguido presentes, en forma ms abierta unas, ms reprimida otras, bajo la forma de su impug-nacin implcita otras ms. Pero s impidi que fueran explci-tamente asumidas o al menos discutidas. As, por ejemplo, la discusin entre una de las corrientes ms influyentes en el pen-samiento y los movimientos sociales europeos del siglo pasado, la utopa, y las ciencias antropolgicas nacientes simplemente no existe, aunque en verdad hay mltiples relaciones entre ellas y justamente en trminos constitutivos. 4

    La pregunta antropolgica nace del encuentro: el encuentro entre pueblos, culturas, pocas. Siempre los ha habido y por ello siempre ha habido antropologa, siempre ha habido la pregunta antropolgica, aunque en diversas formas y, desde luego, con respuestas ms diversas an. . Palerm ha elaborado todo un compendio de estos encuentros y de estas preguntas (1974). C. Lvi-Strauss (1975:18) ha sealado el encuentro entre Europa y Amrica como el origen de la antropologa europea. La pregun-ta que diera paso al evolucionismo decimonnico es una de estas preguntas tambin, formulada en relacin tanto con la discusin creacionista y de modelos evolutivos contrapuestos como con la expansin colonial de Europa con respecto a frica y Asia y de Estados Unidos y Rusia con respecto a las regiones todava no penetradas de sus propios territorios, as como tambin en rela-cin con los orgenes histricos de los estados nacionales bajo cuya forma se consolidaban las nuevas clases fundamentales del capitalismo industrial. 5 As, las dimensiones espacial y tempo-ral de una pregunta antropolgica se combinan en el contexto de una creciente centralizacin de poder y de riqueza en todos los niveles y, naturalmente, la respuesta antropolgica refleja la situacin del nuevo dominio. Pregunta y respuesta se formulan en torno y a partir de uno solo de los dos polos cjel encuentro y se presentan investidos de la autoridad que confiere el discur-so calificado de cientfico. sta, recin obtenida, opaca la cali-dad del conocimiento como parte de la conciencia "efecto espe-cfico de la complejidad organizada", como la definiera mucho

    4 Para un acercamiento preliminar a esta problemtica vase Krotz (1980, especial-

    mente el captulo 6). 5 Vanse aqu los sealamientos de Krotz (1981: 73 y ss.) y Voget (1973: 13 y ss.)

    as como las partes i y n de Palerm (1976).

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    ms tarde, pero tambin en trminos evolucionistas, Teilhard de Chardin (1975: 304), invalidando definitivamente todas sus elaboraciones anteriores. Su xito es tal que hasta el ltimo tercio del siglo siguiente, el nuestro, tradiciones basadas en elaboraciones anteriores surgen nuevamente como legtimos intentos de pregunta y elemento de respuesta antropolgica, aunque la antropologa marxista todava no haya reconocido adecuadamente sus propios orgenes y las implicaciones tericas y epistemolgicas de stos.

    Por todo esto, la indagacin de la historia de la antropologa no puede concebirse como la descripcin de planas secuencias cronolgicas o la elaboracin de genealogas justificadoras. La historia de la ciencia forma parte de la teora de la ciencia; la historia de la antropologa no solamente a partir de su constitucin como disciplina cientfica es parte de su metateora. En particular el anlisis de este proceso de constitucin permite por ejemplo, en una distincin ms precisa de ciertas connotaciones de las denotaciones que la que les fue posible a los antroplogos decimonnicos, ya que siempre la distancia de un contexto sociohistrico libera de algunos de sus condicionamientos cognoscitivos 6 reconocer, en su juego dialctico de ocultamien-to y desplazamiento, represin, reaccin e inversin algunos de los elementos constitutivos del problema antropolgico y, por ende, de la antropologa contempornea que, adems, sigue definindose en gran parte con respecto al evolucionismo decimonnico.

    II. El asombro se extingue

    Aristteles sostena que "lo que originariamente impuls a los hombres hacia las primeras investigaciones fue el asombro" (citado por Geymonat, 1961:9). Esta afirmacin no tiene por qu implicar una posicin empirista, ya que "no hay que olvidar que lo real no tiene nunca la iniciativa, puesto que slo puede responder si se le interroga" (Bourdieu y otros, 1975:55).7 Es decir,

    6 En el marco de este ensayo no puede tratarse la problemtica propia de la ideo

    loga, aunque hay que advertir que sta es ms compleja de lo que parecen conceder muchos tratados y cursos sobre la antropologa decimonnica.

    7 Vase aqu tambin la pertinente observacin de A.R. Radcliffe-Brown (quien

    por lo dems sostena una posicin espistemolgica incoherente): "La dificultad en la

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    el asombro no surge autnomamente de la realidad observable y observada, no se imprime en la mente vaca del observador. El asombro se funda, ontolgicamente hablando, en la dialctica entre identidad y diferencia, movimiento en el cual dos polos opuestos se complementan, en el sentido de que uno no puede ser sin el otro. El asombro es, histricamente hablando, el momento repetido y siempre nico del proceso cognoscitivo. Parafraseando a K. Kosik puede decirse que el asombro es el "punto de partida de la investigacin [que] debe ser. . . idntico al resultado" (1976: 48). As, hablar del asombro es hablar de una cualidad de la relacin entre las cosas y su conciencia.

    En el caso de las ciencias del hombre y de la sociedad, en el caso de la antropologa, el asombro se relaciona con y se explcita en la categora de la alteridad. La alteridad precisamente como categora y no como concepto es constitutiva para el trabajo antropolgico. Su uso, su reconocimiento, su comprensin implican siempre un conocimiento de lo propio, ante cuyo horizonte solamente lo otro puede ser concebido como otro. Justamente en vista del peso que tuvo la demostracin darwiniana para las ciencias sociales decimonnicas y, ms todava, para sus historigrafos, hay que recordar que "cuando pensamos las ciencias sociales solamente como 'parientes pobres' de las ciencias naturales, nos olvidamos de que un cierto conocimiento primario [insight] del orden social fue anterior al de la naturaleza. Todo pueblo primitivo ve la naturaleza a travs de la analoga con su organizacin social. La ciencia natural empez cuando leyes tales como las que implicaban gobiernos y tribunales fueron proyectadas sobre la naturaleza" (Beck, 1968: 81). Es decir, si la afirmacin aristotlica sobre el origen en el sentido doble de comienzo cronolgico y fundamento condicionante del esfuerzo cognoscitivo es vlida para ciencia alguna, entonces lo es para el caso de la antropologa.

    Pueden revisarse todos los pensadores que han dejado huellas reconocibles en la tradicin occidental y que de un modo u otro pueden y suelen ser considerados como precursores de la antropologa cientfica y encontrar en la obra de cada uno de ellos la alteridad reconocida como piedra angular de sus investigaciones y de sus construcciones tericas. Del mismo Aristte-

    ciencia no est en encontrar respuestas a preguntas una vez que stas hayan sido propuestas, sino en encontrar qu preguntas hacer" (1970: xm).

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    les se cuenta que recopil como base de sus estudios polticos 158 constituciones de estados y ciudades tanto griegos como extranjeros para compararlas con la de Atenas y elaborar pro-posiciones para su mejoramiento (Touchard, 1975: 45). La atrac-cin sentida por el orden social y poltico de los espartanos y el rechazo a la vida de los pueblos brbaros y el despotismo persa haban sido, pocos aos antes, motivo para que su maestro Pla-tn enjuiciara severamente el ordenamiento de la sociedad pro-pia y de los dems pueblos griegos y esbozara una opcin radi-cal a la situacin existente.

    De los viajeros y los historiadores, los misioneros y los admi-nistradores coloniales, los comerciantes y hasta los militares han salido durante siglos y siglos quienes, a partir del reconocimien-to de la alteridad, han utilizado los materiales etnogrficos de muchos lugares y de muchas pocas para penetrar la esencia del orden social, del ajeno y del propio. El llamado descubrimiento de Amrica, por ejemplo, slo se volvi relevante a partir del reconocimiento pleno de la imposibilidad de su comprensin en trminos de los conocimientos geogrficos, histricos, antropo-lgicos, etc., dominantes en la poca. Como resultado de un pro-ceso lento y sinuoso se impuso finalmente la categora de la alte-ridad y as se abri el camino hacia una comprensin ms amplia y ms profunda del orden y de la evolucin sociocultural de la humanidad, de las sociedades diferentes de la propia y de la propia sociedad.

    Alejo Carpentier (1979) ha evocado el sueo de la alteridad que precedi a su reconocimiento pleno en el caso de Amrica. Ello lleva a recordar que uno de los intentos "precientficos" del anlisis socioantropolgico occidental est constituido por la tra-dicin utpica de la que los nombres y las obras escritas y no escritas de Platn, Moro, Campanella, Owen, Cabet y Weitling son slo algunos pocos de sus ms conocidos representantes. Los elementos fantsticos, el lenguaje de otras pocas, las imgenes a veces grotescas y el significado de irrealidad por antonomasia que en el habla comn ha adquirido el vocablo "utpico" han contribuido a ocultar la calidad analtica de las utopas de todo tipo, tambin de las llamadas utopas sociales. Pero la conside-racin atenta y no prejuzgada la descubre con claridad. 8 La

    8 En el libro Utopa (Krotz, 1980) se presenta una versin ms detallada de este

    argumento.

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    sociedad soada, primero distante en el espacio, luego lejana en el tiempo y finalmente convertida en proyecto a corto plazo es la que descubre a la sociedad propia como la otra: distinta, es ms opuesta a un orden social acorde con las necesidades y las aspiraciones ms esenciales, ms humanas de los seres humanos. La contraposicin de las imgenes hace ver hasta el da de hoy en los escritos utpicos el descubrimiento incipiente, verdadera-mente germinal y no pocas veces profundamente acertado, de los mecanismos y estructuras bsicos de la organizacin social. Aunque es particularmente en el siglo xix cuando se hace patente el entrelazamiento entre utopa y ciencias sociales nacientes, ya en el caso de Moro puede ser descubierto, por ejemplo en la inte-rrelacin de las fuentes de la pregunta antropolgica y las de la utopa: quien expone la situacin de la isla Utopa es un marine-ro portugus que supuestamente particip en los viajes de Ame-rigo Vespucci, quedndose al trmino del ltimo en una parte no especificada del Nuevo Mundo, de donde realiz sus explo-raciones que finalmente lo llevaron a la sociedad fundada por el rey Utopos, "no slo la mejor, sino la nica digna, a justo ttulo, de tal nombre" (en Krotz, 1980: 44). En este contexto la mencin de El arpa y la sombra puede servir tambin para reme-morar el hecho de que todas estas utopas sociales y sus autores estaban profundamente compenetrados en las creencias, refle-xiones y esperanzas de amplios sectores de sus conciudadanos, la mayora iletrados, a las que sus obras, de alguna manera, die-ron voz.

    Siegfried Nadel ha reconocido cmo "la extraeza de las cul-turas primitivas, su independencia respecto de nuestra civiliza-cin, fueron vigorosamente sentidas por los primeros antrop-logos" (1974: 15-16), refirindose especficamente a Maine y Morgan y haciendo alusin incluso a Kroeber. El asombro ante lo multiforme y lo diverso de los pueblos salvajes y brbaros de su poca y el problema de la alteridad de los propios anteceden-tes de este tipo, representados para muchos todava bajo la for-ma de los sectores campesinos, 9 siguieron alimentando en el siglo pasado la pregunta antropolgica, aunque sta recibiera un tra-

    9 Recurdense aqu, a modo de ejemplo, el estudio comparativo de Maine sobre

    comunidades campesinas de la India y Europa Oriental y las obras de Kovalevsky y Cos-ta sobre el campesinado europeo (Parlem, 1976:166 y ss.; 186 y ss.; 190 y ss.). J. Duvig-naud ha sealado la conceptualizacin del proletariado industrial como preocupacin comparable (1977: 47).

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    to cada vez ms especializado por parte de una comunidad cien-tfica en trance de constitucin.

    Parece, sin embargo, que el proceso de "paradigmatizacin" de las ciencias antropolgicas, en particular el mencionado paso por la lnea divisoria no ciencia-ciencia, ha sido acompaado por una especie de "desmitificacin" de esta pregunta y del asombro que le haba dado origen. Ello significaba, consecuentemente, un cambio en la valencia de las categoras de la alteridad y, por ende, una inversin de la pregunta antropolgica. As, la cre-ciente importancia que los antroplogos decimonnicos confi-rieron al estudio de mitos y smbolos, rituales y creencias de las civilizaciones antiguas y de los pueblos primitivos aparece ya slo como eco lejano de la pregunta antropolgica original y como un resultado de la alteridad invertida.

    III. La utopa eliminada

    La presuposicin fundamental que haba impulsado la pregunta antropolgica segua presente en la antropologa evolucionista, pero con la modificacin a la que se acaba de aludir. La catego-ra de la alteridad se expresaba en el reconocimiento de la llama-da unidad squica de la humanidad, es decir, la aceptacin de una misma esencia humana para civilizados, brbaros y salva-jes, para antepasados primitivos y cultos contemporneos. Esto permita, sobre la base de este reconocimiento, un trabajo orde-nador del vasto material etnogrfico que elaboraba precisamen-te las diferencias entre los pueblos. Este ordenamiento, empero, no mantena la tensin dialctica de la alteridad, sino transfigur lo diverso en convergente. As, la civilizacin unitaria, gen-rica e industrial fue establecida como negacin del salvajismo y de la barbarie, englobando la multiformidad de los grupos socia-les correspondientes bajo el aspecto igualmente genrico de la no civilizacin.

    Es de sobra conocida y a menudo indebidamente simplifi-cada la relacin de la antropologa decimonnica con los con-textos sociopolticos y cultural-intelectuales del Primer Mundo de aquel siglo: el avance de la organizacin de las sociedades industriales sobre la base de las dos nuevas clases fundamenta-les, la consolidacin de los estados nacionales, homogeneizado-res de grupos sociales, etnias y regiones, y justificadores del nuevo

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    orden, la reparticin colonial de los continentes entre las nacio-nes consideradas como las ms avanzadas en todo sentido, repre-sentantes e integrantes exclusivos de la civilizacin, la emanci-pacin definitiva de las ciencias naturales del tutelaje religioso y metafsico, la generalizacin de un nico modelo de conoci-miento cientfico (orientado finalmente hacia la biologa) que fue acompaada por la creciente compartimentacin de sus disci-plinas.

    Ubicar la antropologa y a los antroplogos de tipo evolu-cionista en el contexto de su poca y de sus sociedades no signi-fica, naturalmente, concebirlos como simples voceros o legiti-madores del proyecto burgus del industrialismo decimonnico. Aunque las obras de estos autores ofrezcan probablemente mejo-res posibilidades que las de corrientes posteriores para ahondar en los procesos propios del conocimiento de la relacin entre cien-cia e ideologa, stos no suelen problematizarse lo suficiente; ello lleva, con frecuencia, a afirmaciones completamente infundadas y equivocadas ya slo por su simplismo. La consecuencia de tales simplismos no deja de ser curiosa: conduce a un anlisis funda-mentalmente sincrnico de la antropologa naciente. Por decir-lo de otro modo: se caracteriza por una subvaloracin del momen-to gentico, hecho que suele ser sealado comnmente como uno de los mecanismos del discurso ideolgico.

    Pero justamente de esta dimensin se est tratando aqu: la antropologa cientfica del siglo x i x como proceso que elimina de su interior a partir de cierto momento el de su reconoci-miento social como disciplina cientfica su gnesis, ostentn-dose a partir de entonces como digno representante del modelo dominante de generacin de conocimientos vlidos. La brecha as establecida entre la ciencia antropolgica y sus antecedentes corresponde, en cierto modo, a la separacin del condicionamien-to sociohistrico del esfuerzo cientfico de su proceso y sus resul-tados. El sealamiento de esta segunda separacin, sin embargo, ha ocultado con mucha frecuencia la primera. Indudablemente, la ampliacin y formalizacin sin precedente del sistema educati-vo general siempre de carcter eminentemente nacional en todos sus niveles (incluyendo a las universidades) han tenido una importancia todava poco investigada para que la "paradigma-tizacin" de las ciencias sociales se haya efectuado de este modo.

    La antropologa evolucionista consolidada y reconocida opt, pues, por una comprensin especfica de la categora de la alte-

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    ridad. Civilizacin, racionalidad industrial y occidental se con-virtieron en la medida de todo lo dems al grado de utilizar con preferencia una terminologa fundamentalmente negativa para su descripcin: los no occidentales, los no civilizados, los extemporneos. La necesidad del aislamiento tribal de los "otros" para poder estudiar la evolucin independiente se combinaba as fatalmente con la necesidad de ubicarlos en etapas evolutivas gene-rales, resultando en la afirmacin circular de la sociedad pro-pia, la sociedad del antroplogo en cuestin, como parmetro de evaluacin de todas las dems. "Suprimir la diversidad de las culturas sin dejar de fingir que se la reconoce plenamente"; as ha caracterizado Levi-Strauss (1979:310) esta manera especfica de ubicar la alteridad antropolgica.

    Este "falso evolucionismo" (ibid.) disolvi la tensin inhe-rente a la categora de la alteridad a favor de un plana contrapo-sicin de dos polos, donde un gnero de sociedades se defini en trminos de lo que le falta del segundo, pero no viceversa. Esto se pone de relieve ntidamente en la manera como la antro-pologa evolucionista se dedica a fundamentar la metfora for-mulada por Herder, y retomada por autores tan dismiles como Hegel, Marx y Freud, segn la cual la filogenia cultural recapi-tula con necesidad biolgica la ontogenia fisiolgica: el primiti-vo como nio. ste es el veredictum de las ciencias antropolgi-cas, ste es el cdigo organizador de su universo emprico, cdigo investido ahora de autoridad cientfica y definitiva. Aqu, final-mente, el enjuiciamiento utpico en cualquiera de sus formas ha quedado eliminado. La ciencia antropolgica no slo no cree necesitar de sus orgenes, de la pregunta antropolgica original, sino tambin carece de la posibilidad de recuperarlos al descali-ficarlos para siempre como no cientficos, no relevantes para y en el proceso de conocimiento cientfico. De manera concomi-tante, el asombro se pierde cada vez ms: degenera en mera curio-sidad por lo extrao y lo grotesco, es inseparable del juicio de antemano al cual corresponden los prejuicios de los pblicos lec-tores ms amplios de las obras antropolgicas.

    Naturalmente, aqu se est hablando solamente de la tenden-cia general tanto en relacin con los antroplogos de tipo evolu-cionista como en relacin con el conjunto de obras de cada uno de ellos. Es tendencia general en ambos casos, no caracterstica absoluta y frrea. Hay huellas de la pregunta antropolgica, ecos utpicos en no pocos de ellos, aunque a veces sea difcil sealar-

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    los por su ambigedad y porque se ocultan cada vez ms por la forma "cientfica" que en forma creciente adoptan el trabajo antropolgico de gabinete y los resultados publicados de las inves-tigaciones acadmicas.

    Pero no podran contarse entre tales "ecos" la demostra-cin de Maine sobre la existencia de un orden no catico e inte-ligible entre los pueblos primitivos, los intentos antidegeneracio-nistas de experimentar con sentido la tecnologa primitiva en su propio contexto industrializado por parte de Tylor, la insisten-cia de Spencer en la vinculacin necesaria, en anlisis y praxis, entre relaciones sociopolticas internas y con las colonias, la visin de Morgan acerca de un futuro que retomar rasgos centrales del orden social antiguo, la historia del mundo biolgico y social antiliberalista de Kropotkin, por mencionar solamente algunos ejemplos? El reconocimiento de estos "ecos" es necesario, jus-tamente para comprender la formacin de la teora antropol-gica como proceso, como fenmeno dialgico-dialctico en el tiempo (aunque no conozca cabalmente a sus propios interlocu-tores utpicos) y no como secuencia mecnica de obras, auto-res, corrientes. Pero es necesario, ante todo, para comprender la posibilidad de su transformacin a partir de la crtica. Ello no quita, sin embargo, la caracterstica predominante de la antro-pologa de este tiempo que es importante captar con toda preci-sin porque la mayor parte de la antropologa posterior se defi-ne, de una manera u otra, por su relacin con el evolucionismo decimonnico.

    IV. La historia como teora

    En todo lo anterior se ha insistido en la importancia de revisar crticamente y de aprovechar de modo consecuente la historia de las ciencias antropolgicas, su gnesis, en trminos de una teo-ra de las ciencias antropolgicas. Se ha insistido tambin en que una crtica del evolucionismo desde una teora de la ideologa corre el peligro de volverse ideolgica por olvidar esta dimen-sin evolutiva del conocimiento antropolgico mismo que es, ante todo, proceso. Este enfoque no impide ni vuelve innecesario, sino que complementa, el anlisis de una cierta correspondencia entre los intereses de la burguesa industrial y la investigacin antro-polgica de aquella poca. La supresin del carcter procesual

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    del conocimiento y el opacamiento ideolgico de su gnesis, su anlisis como resultado de ciertas condiciones sociales de un momento histrico dado y sin considerarlo tambin resultado de pensamiento e investigacin anteriores, hara caer a la historio-grafa de la ciencia antropolgica burguesa del siglo x i x en el mismo error de perspectiva en que incurri la misma burguesa decimonnica cuando se defina cada vez ms exclusivamente por la oposicin a los dems sectores sociales y se negaba cada vez ms a recordar su proceso de nacimiento. Tuvo que hacerlo, ya que "las tres palabras, libertad, igualdad, fraternidad, seala-ban. . . una direccin de un estar despegado que une a los hom-bres finalmente a s mismos, a su esencia desarrollable. . . Pero se mostraba tambin que en ellas mismas y entre ellas no todo estaba afinado; estn llenas de ambigedades. El uso que la bur-guesa ha hecho de ellas y al que han servido no ha pasado sin dejarle sus huellas. Su resplandor se ha dividido: pestaea como el ojo de un encubridor; brilla como la luz de 1789" (Bloch, 1975:176). Separados entre s estaban tambin los dos polos inhe-rentes a la alteridad, proporcionando as una base para su enfren-tamiento directo, no dialcticamente articulado, en fin, para la subsuncin de uno a otro.

    La antropologa del siglo x i x , no obstante los ecos utpi-cos que contiene, es ejemplo de este olvido y de que "no se haba podido abusar de las tres palabras, si de antemano todo hubiera sido claro entre ellas" (ibid.). La antropologa evolucionista repre-senta uno de los ejemplos ms llamativos de la transfiguracin del concepto de fraternidad: gran parte de su esfuerzo estaba des-tinado a cimentar la conviccin de la igualdad esencial de todos los seres humanos, consideracin que no poco tuvo que ver con los movimientos antiesclavistas. Pero la aceptacin de la frater-nidad se basaba finalmente sobre la igualdad abstracta y funda-ment as una nueva relacin entre seores y siervos: humanos ambos, pero cada quien en su lugar.

    Sin embargo, hay que repetir que aqu no est en discusin el aprovechamiento de la investigacin antropolgica en funcin de la legitimacin del colonialismo. No lo est, pues, el proble-ma de la antropologa aplicada, sino el de la teora de la antro-pologa. 1 0 El tema es un determinado aspecto de la configura-

    1 0 Justamente para obviar esta interpretacin equvoca (vase tambin Krotz, 1977:

    363) se ha evitado casi por completo hablar del problema en trminos de sujeto-objeto

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    cin especfica de la antropologa decimonnica a la que toda la produccin antropolgica del siglo xx, al menos de su primera mitad, se refiere, incorporando de manera inconsciente muchas de sus premisas, aunque explcitamente se oponga de modo vehe-mente al paradigma evolucionista.

    "Todo sistema de pensamiento ha tratado de demostrar G. Devereux nace. . . a manera de defensa contra la angustia y la desorientacin" (1977:44; vase tambin 58 ss). Berger y Luckmann, por su parte, han identificado el proceso del cono-cimiento con la elaboracin de sistemas clasificatorios que orde-nan el caos de las percepciones. Por ello, todo contacto cultural crea problemas de legitimacin entre las partes involucradas (1972: 139) y redunda en demostraciones de superioridad frente a lo otro, a lo extrao. El evolucionismo decimonnico deja ver con clari-dad esta caracterstica del proceso cognoscitivo en antropologa y no evoca en seguida su presencia en la reanudacin evolu-cionista, cuando L.A. White (1964) intenta superar precisamen-te el subjetivismo decimonnico mediante la elaboracin de cri-terios objetivos (en parte por ser cuantificables) y formula su ley del desarrollo cultural en trminos de aprovechamiento energ-tico por ao y por cabeza justamente en vsperas de Hiroshima y Nagasaki?

    El "etnocentrismo es la condicin natural de la humanidad", ha afirmado I.M. Lewis (1976: 13). La antropologa decimon-nica lo demuestra ante todo como elemento constitutivo de su proceso cognoscitivo y no tanto como problema de valores o de accin y es difcil ver su superacin en las corrientes que la impugnaban. Es decir, el etnocentrismo no se revela primordial-mente como problema de la relacin entre investigacin antro-polgica y la utilizacin de sus resultados ni como problema de la adscripcin de clase, etnia o nacin de sus practicantes. El an-lisis de la categora de la alteridad lo revela como elemento cons-titutivo del proceso cognoscitivo, de un proceso, finalmente, que tiene una dinmica relativamente propia que se prolonga bas-tante ms all de la vigencia del paradigma mismo. La historia de la teora antropolgica se convierte as en parte integrante de la teora de la antropologa.

    de la investigacin, ya que existen numerosas experiencias que demuestran cmo esta terminologa suele desviar la atencin del problema propiamente epistemolgico hacia la problemtica de tipo poltico o de la antropologa aplicada con la que se encuentra, naturalmente, relacionado, pero debe y puede separarse para fines analticos.

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    La crisis de la antropologa es, actualmente, un hecho poco controvertido. En su comprobacin se suelen mezclar la lstima con el cinismo y para su superacin parece disponerse a menudo slo de voluntarismo. Pocas veces se encuentra, en cambio, la reflexin sobre los fundamentos socioepistemolgicos del conocimiento antropolgico (y, como ya se ha repetido varias veces, incluso donde la teora de la ideologa no ha degenerado en un mero recurso retrico para la ridiculizacin de posiciones opuestas, esta reflexin se ha limitado al estudio de las condicionantes externas del proceso cognoscitivo mismo). El imperialismo cultural que se extiende en nuestros pases y que en la antropologa se expresa por medio de fenmenos tales como el surgimiento peridico de modas intelectuales procedentes de los pases industrializados y la frecuencia con que los antroplogos realizan parte de sus estudios en estos pases, la burocratizacin de la investigacin antropolgica que convierte al antroplogo en recolector y maquilador de datos empricos, la ausencia generalizada de confrontacin real de los resultados al interior de la comunidad cientfica y con los informantes, 1 1 han sido factores que han contribuido eficazmente al subdesarrollo de esta reflexin. La problemtica de la categora de la alteridad es solamente uno de los tpicos centrales de esta reflexin que se propone aqu como tarea urgente para aclarar y resolver la actual crisis de la produccin de conocimientos antropolgicos.

    As como no es posible elaborar una historia de la ciencia bajo un enfoque internalista, sino que se impone su articulacin con un adecuado enfoque externalista, aqu no se defiende tampoco el diletantismo filosfico ni el ejercicio epistemolgico como solucin de la crisis. Pero a partir del reconocimiento de una dinmica propia del proceso cognoscitivo en antropologa se hace necesaria la investigacin precisamente de su lgica interna, sus implicaciones, el condicionamiento de sus propios resultados.

    La teora de la antropologa necesita de la teora antropolgica para su realizacin, pero no a modo de dato histrico petrificado, sino a modo de su lugar de realizacin. Lo que hace falta, pues, no es una nueva materia en los planes de estudio, mesas de discusin adicionales en los congresos antropolgicos, etc., sino el nfasis en una dimensin terica para muchos nueva e inusitada de la praxis de la investigacin antropolgica.

    1 1 Vase para este ltimo aspecto Krotz (1983).

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    V. Hacia el asombro como asombro mutuo

    En la ciencia antropolgica establecida, el lugar por excelencia de la pregunta antropolgica es la praxis de la investigacin. Fiel a la tradicin especfica que esta ciencia representa dentro del conjunto de las ciencias sociales, el componente ms significati-vo de esta praxis es el llamado trabajo de campo. Por ello es, en principio, alentador que en los ltimos aos los diversos pro-gramas de estudio en Mxico han estado recuperando el trabajo de campo sistemtico como elemento formativo de primera importancia. Por ambos hechos, algunas consideraciones sobre la investigacin de campo proporcionan una buena oportunidad para relacionar los elementos hasta ahora referidos como el que-hacer cotidiano del antroplogo.

    En muchas discusiones entre antroplogos acerca de las carac-tersticas adecuadas o inadecuadas del trabajo de campo, se per-filan dos posiciones mutuamente opuestas, de las que una se for-mula ante el trasfondo de la caricatura de la otra. As, mientras que una concede importancia primordial a la realidad emprica por observar y elabora sus categoras analticas a partir de sta para ponerse a salvo de los peligros del idealismo deductivista, la otra parte de esquemas analticos de determinados autores y ve en su aplicacin a los fenmenos de la realidad observable la nica posibilidad de escapar del empirismo plano. Indepen-dientemente de consideraciones ms amplias es obvio un deno-minador comn o al menos un peligro en ambas posicio-nes. Las dos "captan" la realidad social en categoras cuya subjetividad en el sentido de que son inadecuadas a la reali-dad no se cuestiona. La segunda posicin difcilmente puede obviar la distorsin de la realidad investigada por su encajona-miento en el lecho de Procusto de los conceptos preconcebidos al cual en caso extremo solamente servirn de ilustracin. La pri-mera posicin, en cambio, difcilmente puede asegurarse ante el peligro de encontrar en la realidad meramente los reflejos de la propia organizacin mental y conceptual no explcita. Las dos concepciones tienen en comn que, de manera implcita o expl-cita, no conceden valor de interrogante a la realidad observada, es decir, ambas posiciones eliminan tendencialmente la primera de hecho, que no de forma, la segunda de manera expresa el asombro como actitud del investigador, la alteridad como ele-mento constitutivo de su anlisis.

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    Como se seal claramente al comienzo de la parte II de este ensayo, el discurso del asombro no significa en modo alguno con-cederle prioridad cronolgica o epistemolgica a la realidad inves-tigada. No se trata de un asombro al que le correspondera, en un plano poltico, el populismo este asombro nuevamente eli-minara la tensin dialctica inherente al proceso cognoscitivo (y poltico). Ms bien, este asombro partira de una cierta dimen-sin de incomprensibilidad e ininteligibilidad de lo otro en pri-mera y en ltima instancias; este asombro se plasmara en la con-viccin de que "la palabra sencilla es, por mucho, demasiado; la palabra ms elevada, en cambio, por mucho, demasiado poco. . ." (Bloch, 1973: 244). Todo ello fundamentado en la cali-dad procesual tanto de la realidad social como de su conocimien-to. De modo congruente con esto, E. Bloch ha sealado en otro lugar que "la ciencia, particularmente, cansa al asombro cues-tionante, sin fondo, 'explica' cmo surgi esto o lo otro, cmo aqul llega a ser nuevamente el otro. . ." (1979:216).

    Para el caso de las ciencias de la sociedad y de la cultura, el problema de la relacin entre conocimiento y asombro expre-sa su especificidad en trminos de la alteridad: sujeto y objeto son parcialmente idnticos la causa ms profunda, adems, de la afirmacin sobre la imposibilidad de concederle prioridad de algn tipo a uno de los dos. Esta identidad parcial entre el estudioso y lo estudiado dialctica de identidad y diferencia significa de manera necesaria que el conocimiento de uno impli-ca siempre ya el del otro.

    Para la investigacin de campo en particular, sin embargo, vale que "quiz la maldicin de las ciencias del hombre sea la de ocuparse de un objeto que habla" (Bourdieu et al., 1975: 57). G. Devereux ha ahondado en esta problemtica y seala que "pro-bablemente la nica diferencia de importancia entre lo animado y lo inanimado es la conciencia, y entre el hombre y el animal, la conciencia de su propia conciencia: el saber que uno sabe" (1977: 49). La observacin citada de Levi-Strauss sobre los pri-meros contactos entre europeos y americanos 1 2 lleva a especifi-car y ampliar las presentes consideraciones de que la insistencia en el asombro del antroplogo no debe ocultar que se trata siem-pre de un asombro mutuo: el estudioso sobre los estudiados, los estudiados sobre el estudioso. Cualquier antroplogo encontra-

    1 2 Vase nuevamente Levi-Strauss (1975: 18 y 1979: 30; 309).

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    ra en la memoria de sus trabajos de campo indicios suficientes para corroborar este punto. 1 3

    En la investigacin de campo el asombro mutuo reconocido como tal se convierte, podra convertirse, en la base para la recuperacin del asombro de la pregunta antropolgica original. De ser as, significara que el antroplogo, al estudiar la "otra" sociedad, recobrara el asombro sobre s mismo y sobre su pro-pia sociedad. La antropologa del siglo X I X , al tratar de captar de manera sistemtica el proceso evolutivo de la realidad social, transform la alteridad etnocntricamente, suprimiendo as su componente utpico. Pero justamente en la utopa se vislumbra lo ms esencial del proceso evolutivo, aquello que en imgenes siempre cambiantes apareca como su resultado deseado y posi-ble: la felicidad como fin ltimo del proceso social. 1 4

    Para la antropologa y los antroplogos actuales la reflexin profunda sobre la categora de la alteridad no solamente abrira una nueva dimensin en el estudio de la historia de la teora antro-polgica al tratar de recuperar por medio de sta los ecos de aque-llas utopas que influyeron directamente sobre sus primeras for-mulaciones y al identificar los elementos que llevaron paulatinamente a su eliminacin y que finalmente conformaron el marco ampliamente aceptado del trabajo antropolgico con-siderado como cientfico. Como resultado ms importante, esta reflexin abrira tambin una nueva dimensin de la investiga-cin emprica, que partira y terminara entonces con el asom-bro sobre cuntas y tan diversas tentativas ha habido y sigue habiendo para alcanzar esta felicidad que esboza el sueo utpi-co. Y tambin por ello su investigacin tendr que comenzar con y desembocar en la ira sobre cuntos y tan diversos mecanismos ha habido y sigue habiendo para impedir su realizacin, tanto en la sociedad sobre la que se asombra el investigador como en la sociedad sobre la que se asombran los estudiados.

    1 3 Este hecho es tambin una base para concebir la posibilidad de transformar la

    investigacin antropolgica de un "estudio sobre. . en el "estudio con. . Para una exposicin ms detallada de esta posibilidad vase Krotz (1983: 210 y ss.).

    1 4 J. Cazeneuve (1968: parte i) ha elaborado un panorama de imgenes identifica-

    doras de la felicidad, de las que muchas se encuentran en las utopas de la tradicin occi-dental. stas sealan la dimensin correcta para la afirmacin de Duvignaud de que "si la antropologa tiene sentido, consiste en dar su lenguaje perdido a las sociedades dife-rentes" (1977: 45), que alcanza su reflejo tambin en las palabras que dirige Noys al tcnico Haran para convencerlo de destruir la eternidad: "Hay muchas felicidades, muchos bienes, variedad infinita. . . Esto es el Estado Bsico de la humanidad. . (Asi-mov, 1972: 185).

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