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Revista trimestral publicada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura con la colaboración de la Comisión Española de Cooperación con la Unesco, del Centre Unesco de Catalunya y Hogar del Libro, S .A. Vol. XLIII, n ú m . 1, 1991 Condiciones de abono en contraportada interior.

Redactor jefe: Ali Kazancigil Maquetista: Jacques Carrasco Ilustraciones: Florence Bonjean Realización: Helena Cots

Corresponsales Bangkok: Yogesh Atal Beijing: Li Xuekun Belgrado: Balsa Spadijer Berlín: Oscar Vogel Budapest: György Enyedi Buenos Aires: Norberto Rodríguez

Bustamante Canberra: Geoffroy Caldwell Caracas: Gonzalo Abad-Ortiz Colonia: Alphons Silbermann Dakar: T . Ngakoutou Delhi: André Béteille Estados Unidos de América: Gene M .

Lyons Florencia: Francesco Margiotta Broglio Harare: Chen Chimutengwende H o n g Kong: Peter Chen Londres: Alan Marsh México: Pablo González Casanova Moscú : Marien Gapotchka Nigeria: Akinsola Ak iwowo Ottawa: Paul L a m y Singapur: S. H . Alatas Tokyo: Hiroshi Ohta Túnez: A . Bouhdiba Viena: Christiane Villain-Gandossi T e m a s de los próximos n ú m e r o s Transiciones a la democracia Cuestiones fundamentales de la democracia Cambios en el medio ambiente planetario

Ilustraciones: Portada: Dos forasteros, 1821. de Goya. A través de estos dos hombres peleándose, que se van hundiendo a medida que avanza la pelea, el pintor español ilustra la absurdidad de los conflictos violentos. Museo del Prado, Madrid, D R. A la derecha: La guerra en dibujos, con aviones que parecen tiburones. Extraído de Lake et Mortimer: le secret de l'espadon, de Edgar P. Jacobs. Copyright 1982. Ed. du Lombard. Bruselas.

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REVISTA INTERNACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES

Marzo 1991

Estudio de los conflictos internacionales 127

Editorial

Pierre de Senarclens El paradigma «realista» y los conflictos internacionales

Geoffrev Parker Continuidad y cambio en el pensamiento geopolítico occidental durante el siglo X X 21

Christopher R . Mitchell C ó m o poner fin a guerras y conflictos: decisiones, racionalidad y trampas 35

Kurt R . Spillmann y Kati Spillmann

La imagen del enemigo y la escalada de los conflictos 59

A . J . R . G r o o m ¡Sin compromisos! La resolución de problemas desde un punto de vista teórico

Maurice Bertrand La difícil transformación: de la «limitación de armamentos» a un «sistema mundial de seguridad» 93

Lázló Valki ¿Dónde están aquellos soldados? La evolución en las percepciones de las amenazas en Europa Oriental 109

Rodolfo Stavenhagen Los conflictos étnicos y sus repercusiones en la sociedad internacional 125

Yves Besson La crisis de identidad, paradigma de la conflictividad en el Cercano Oriente 141

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2

Shahram Chubin Los conflictos en el Tercer M u n d o : tendencias y perspectivas 157

M o h a m m a d - R e z a Djalili Análisis de los conflictos en el Tercer M u n d o : elementos de una tipología 175

Pramod Parajuli

Feng Lanrui

Debate abierto

Poder y conocimiento en el discurso del desarrollo: los nuevos movimientos sociales y el Estado en India 185

Estudio comparado de las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China 205

Jacques Hamel

El ámbito de las ciencias sociales

La reconstrucción empírica en las ciencias sociales: consideraciones teóricas y críticas 221

Vladimir V . Mshvenieradze, 1926-1990 235

Eric Tanenbaum y Mareia Taylor

Datos e información sobre ciencias sociales

El desarrollo de los archivos de datos de ciencias sociales 237

Servicios profesionales y documentales

Calendario de reuniones internacionales

Libros recibidos

Publicaciones recientes de la U N E S C O

Números aparecidos

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Editorial

En el lapso de dos años -1989 y 1990- el orden mundial que quedó establecido al terminar la Segunda Guerra Mundial ha llegado a su fin. Ningún autor de política-ficción habría osado imaginar un tal desenlace, en un período de tiempo tan breve. Europa ya no está dividi­da políticamente y las dos grandes potencias nucleares han alcanzado tal coincidencia de perspectivas y de políticas que las tensiones Este-Oeste que dominaron las relaciones inter­nacionales desde 1946 parecen pertenecer al pasado, y estar abriendo el camino a la emer­gencia de una suerte de seguridad que englo­baría, de punta a punta, todo el hemisferio norte.

Algunos analistas han deducido de ello que la guerra fría ha acabado con ventaja para uno de los dos protagonistas, y que asistimos al «fin de la historia»1, habiendo Occidente ganado el combate ideológico y hecho prevalecer sus va­lores democráticos y su sistema económico ba­sado en el mercado, en detrimento de otros va­lores y de otros sistemas. Según este punto de vista, subsistirían violencias locales, sobre todo de carácter étnico, pero serían los vestigios de una época pasada. ¿Realmente hemos entrado en la era posthistórica en la cual no existirán conflictos mayores? Es m u y improbable. La gestión del sistema global, constituido por una economía capitalista ahora completamente mundializada y por un conjunto interestatal cada vez más heterogéneo y fragmentado, sigue siendo en extremo complejo. Las tensiones y los conflictos regionales, de orden político, ideológico o étnico persisten, mientras que fac­tores c o m o los flujos demográficos o los riesgos ecológicos pueden ser los causantes de otros conflictos. Si bien la polarización Este-Oeste

quedó frenada, el eje conflictual Norte-Sur si­gue estando ahí, cada vez más lleno de peligros para la seguridad y el bienestar de toda la hu­manidad. Incluso la perspectiva de una c o m u ­nidad de seguridad que englobe todos los países del Norte parece lejana. En Europa del Este, justo después del desmoronamiento de las re­giones comunistas, han resurgido los conflictos regionales que habían quedado congelados du­rante cuatro decenios. Al igual que en las repú­blicas del Cáucaso y de Asia central, donde rea­parecen situaciones conflictivas latentes duran­te decenios. En el Próximo Oriente, m á s que nunca preso de la violencia, con la ocupación de Kuwait, el martirio del Líbano y el intermi­nable conflicto entre Israel y los palestinos de­seosos de una patria. En Africa pueden enume­rarse m á s de una docena de conflictos en curso.

Esta lista horrible podría prolongarse, pero basta para invalidar la metáfora hegeliana de un final de la historia, que no parece más perti­nente en 1990 que para el imperio napoleónico de principios del siglo XIX que inspiró al filóso­fo alemán.

D e ello se desprende que las relaciones in­ternacionales parecen encontrarse en un punto de inflexión importante. Se han realizado pro­gresos significativos entre las grandes potencias en materia.de desarmamento. El Este y el Oeste parecen de acuerdo en establecer un nuevo or­den mundial. ¿Estarán en disposición de hacer­lo? ¿Se incorporará el Sur a su elaboración? ¿No se prefigura el eje Norte-Sur c o m o el de mayores peligros? Los desequilibrios económi­cos y demográficos, que siguen siendo enor­mes, ¿no constituyen un desafío para la seguri­dad y la paz en el mundo?

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4 Editorial

Algunos acontecimientos recientes pueden invitar al optimismo. Después de la invasión de Kuwait, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, con el apoyo de la casi totalidad de la comunidad de estados, por primera vez desde la creación de la O N U , ac­tuaron conjuntamente (la decisión de enviar las fuerzas de la O N U a Corea en 1950 había sido adoptada en ausencia de la U R S S , país que entonces practicaba la política de no asistir al Consejo de Seguridad) en la aplicación del sistema de seguridad colectiva previsto por la Carta de las Naciones Unidas (capítulo VII, ar­tículos 41 y 42 principalmente) preveyendo la utilización del comité de Estado mayor, ador­mecido desde tiempo atrás, para mandar, de acuerdo con el artículo 47 de la Carta, las fuer­zas multinacionales que se pondrían a disposi­ción de las Naciones Unidas. U n a evolución de este tipo podría desembocar en un verdadero sistema de seguridad colectiva, en la que el Consejo de Seguridad y las fuerzas de las N a ­ciones Unidas adoptarían el papel de policía internacional2.

Falta por saber si esta primera tentativa de seguridad colectiva tendrá continuidad, y se extenderá a otros casos de conflictos, c o m o por ejemplo al Líbano, o al conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos. También falta por saber, si un sistema de seguridad de tales característi­cas podría ser realmente colectivo y hacer par­ticipar a los países del Tercer M u n d o en su es­tablecimiento. Sin lo cual, se correría el riesgo de que estos últimos lo percibieran como un dispositivo más al servicio de los intereses de las grandes potencias, y de los ricos contra los pobres.

La gestión del sistema mundial encaminada a la creación de un nuevo orden mundial sus­ceptible de asegurar la paz y la seguridad para todas las naciones exige, entre otras cosas, que

los responsables políticos posean una mayor base de conocimientos relativos a las causas, el desarrollo y la finalización de los conflictos. El estudio sobre los conflictos internacionales constituye un campo interdisciplinario, que analiza las causas y la evolución de los conflic­tos, así c o m o los comportamientos y las per­cepciones de las partes implicadas.

El objetivo de estos estudios es contribuir a la resolución de conflictos, a través de la eluci­dación de los factores y de los procesos políti­cos, militares, económicos, sociales, étnicos, cognoscitivos y psicológicos que intervienen. Teniendo el campo complementario de las in­vestigaciones sobre la paz (las cuales se basan más en el paradigma estructuralista y compor­tan una orientación normativa), los estudios sobre los conflictos, situados más bien, en el lado de la teoría de la acción y de la estrategia de actor1, elaboran una base conceptual y empí­rica preciosa para la gestión de un sistema in­ternacional complejo y conflictivo.

Exceptuando los textos de C . Mitchell y de L. Valki que fueron redactados posteriormen­te, los artículos de la sección temática son ver­siones revisadas de comunicaciones presenta­das en el «Coloquio sobre las tendencias actuales en el estudio de los conflictos interna­cionales», organizado el 8 y 9 de diciembre de 1989. en el Instituto de Investigaciones ínter-disciplinarias de la Universidad de Lausanne. Agradecemos a su organizador, Pierre de Se-narclens. tener a bien asociar la RICS a este coloquio. Los artículos que se encuentran a continuación, redactados por algunos de los mejores especialistas de los estudios sobre con­flictos internacionales, ofrecen a nuestros lec­tores una visión de las tendencias actuales en este campo.

A . K .

Notas

1. Francis Fukuyama, «La fin de l'histoire?». Commentaire, otoño 1989.

2. Maurice Bertrand. «Une "realpolitik" au service de quel ordre international?». Le Monde Diplomatique, octubre 1990.

3. Véase a este respecte A.J .R . G r o o m , «Paradigms in conflict: the strategist, the conflict researcher and the peace researcher». Review ojInternational Studies (1988), 14, págs. 97-115.

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El paradigma «realista» y los conflictos internacionales

Pierre de Senarclens

El análisis político de las relaciones internacio­nales surgió en los países anglosajones bajo la rúbrica de «teoría de las relaciones internacio­nales» y ha versado esencialmente sobre la pro­blemática de la guerra y los conflictos. Elabora­do en los años cuarenta c o m o un intento por estudiar rigurosamente, sin prejuicio normati­vo o ideológico, los fundamentos de las relacio­nes interestatales, pretendía distinguirse tanto de la historia diplomática c o m o de las perspec­tivas jurídicas, institucio­nales o normativas que ha­bían dominado hasta ese momen to la literatura de­dicada a las relaciones in­ternacionales. A la concep­ción legalista y optimista, al «idealismo» inspirado por el Presidente Wilson oponía un análisis político llamado «realista».

Esta corriente de pensa­miento, que se impuso pri­mero en Estados Unidos, está ilustrada por el libro de Hans Morgenthau Poli­tics among Nations, publicado en 1948 y reedi­tado muchas veces. Esa obra recogía los traba­jos del geógrafo Nicolas Spykman, el teólogo Reinhold Niebuhr, el politólogo Arnold W o l ­fers y el periodista Walter Lippmann. En Euro­pa este enfoque encuentra igualmente una vena fecunda gracias, sobre todo, al ensayo del histo­riador inglés Edward H . Carr, titulado The Twenty Years Crisis, publicado en 1939. Ter­minada la Guerra, numerosos politólogos pro­longan de m o d o original esa orientación teóri­ca, entre otros, John Herz, Hedley Bull. Ray-

Pierre de Senarclens es profesor de Re­laciones Internacionales en la Uni\ersi-dad de Lausana. Suiza. Fue Director de­la Sección de Derechos Humanos \ de la Paz de la U N E S C O desde 1980 hasta 1983. De sus numerosas publicaciones destacan: Le mouvement Esprit 1932-1941: Essai cnlupie. 1974; L Im­périalisme, 1980 en colaboración con Ph. Braillard; Yalta, 1984; La en.se des Salions L'nie.s. 1988.

m o n d Aron y Martin Wight1. Hasta nuestros días lo esencial de las obras, sobre todo las de carácter didáctico, publicadas en el m u n d o an­glosajón sobre la «teoría de las relaciones inter­nacionales» dimana de ese mismo paradigma. Este marco conceptual sigue dominando en muchos aspectos el estudio de la política inter­nacional.

Esta perspectiva no es únicamente acadé­mica, sino que viene orientando la diplomacia

estadounidense desde fina­les de la Segunda Guerra Mundial. Georges Kennan, el inspirador de la política de «contención», se aparta claramente de la tradición «idealista» estadouniden­se, al menos a comienzos de su ilustre carrera y pro­paga una visión de las rela­ciones internacionales que se inspira en la geopolítica europea. La administra­ción Truman en su conjun­to termina por adherirse a esa nueva representación

de las relaciones internacionales y desde enton­ces los círculos dirigentes de Estados Unidos, con la excepción incierta del Presidente Carter, se expresarán y comprometerán en ese sentido. H . Kissinger, consejero y m á s tarde Secretario de Estado del Presidente Nixon, y X . Brzezins-ki. colaborador próximo del Presidente Carter - a m b o s profesores de la Universidad de Har­vard antes de asumir la función pública- con­tribuyeron a esa literatura académica de inspi­ración «realista». Al comienzo de sus M e m o ­rias, en el capítulo titulado «Convicciones de

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un estadista», H . Kissinger muestra con toda claridad que el modelo «realista» había guiado su pensamiento y su acción diplomática2. Son innumerables los ensayos políticos y las m e m o ­rias de diplomáticos o estadistas que apuntalan esta corriente de pensamiento.

La aportación del «realismo» al análisis de los conflictos

Según la teoría «realista», el conflicto es el cen­tro de las relaciones internacionales. Así pues, su objetivo principal es explicar las guerras en­tre Estados. El punto de partida de su análisis es un postulado tradicional sobre la naturaleza humana y la historia; su pesimismo a este res­pecto se inscribe en una tradición filosófica in­memorial. Sin embargo, se concentra en la es­pecificidad de la política mundial y en la estructura que se desprende de ella. Los Esta­dos son los verdaderos «actores» de la sociedad internacional. La teoría de las relaciones inter­nacionales debe versar ante todo sobre el análi­sis de las relaciones interestatales. Esos actores asumen por sus propios medios la satisfacción de sus intereses, en particular sus ambiciones de seguridad o expansión. C o m o el sistema in­ternacional se caracteriza por la inexistencia de una autoridad común , de un gobierno central que disponga de medios de coerción, su estruc­tura es de tipo anárquico. Los conflictos y las guerras resultan de ese desorden institucional, específicamente, de las contradicciones ineluc­tables entre aspiraciones estatales irreconcilia­bles. El sistema es además m u y heterogéneo. Los Estados que lo componen no obedecen a la misma concepción de la política y están organi­zados según principios diferentes de legitimi­dad. Los pueblos siguen tradiciones culturales distintas, más aún, antagónicas. La política ex­terior de los Estados es a veces inconstante, so­bre todo cuando se ve sometida a los avatares y fluctuaciones de gobiernos democráticos. Por todas estas razones en las relaciones interesta­tales alternan la guerra y la paz, ya que ninguna autoridad puede imponer una ley soberana. El ámbito de las relaciones internacionales es el del estratega y el diplomático. R a y m o n d Aron lo ha designado c o m o el campo «diplomático-estratégico»3.

Así, pues, los autores «realistas» aplican a las relaciones interestatales el argumento de

Hobbes relativo a la sociedad civil: sin un po­der capaz de inspirar miedo, el hombre vivirá en estado de guerra4. Del m i s m o m o d o , el or­den internacional es precario dado que los Es­tados que lo componen buscan sólo su propio interés, sin estar obligados a obedecer al gobier­no de un poder supremo. C o m o la persona se­gún Hobbes, el actor estatal persigue objetivos racionales, sobre todo en relación con su nece­sidad de seguridad y sus ambiciones naciona­les. Si las relaciones internacionales constitu­yen ante todo un enfrentamiento de voluntades estatales en competición, la única manera de garantizar un orden precario, una paz relativa, consiste en mantener un equilibrio de fuerzas. Esta política se convierte, en efecto, en el mejor instrumento de las grandes potencias. Abando­nados a sí mismos, los Estados van a proteger su existencia o perseguir objetivos expansionis­tas. Son previsibles las alianzas que resultan en estos casos, ya que responden a la necesidad de evitar la preponderancia de un Estado o una coalición de Estados. La teoría de la disuasión nuclear y la búsqueda permanente de nuevos recursos militares corresponde plenamente a este paradigma. C o m o la guerra es una amena­za constante, se precisa de una defensa adecua­da que garantice todos los medios de seguridad. En la era nuclear esta política entraña una es­trategia tendente a disuadir al adversario gra­cias a una capacidad militar a la vez aterradora e irracional.

En los años sesenta este marco conceptual, ligado históricamente al período de la guerra fría, fue criticado con severidad por los teóri­cos de la «interdependencia». Estos minimizan las consideraciones de poder y seguridad, de­muestran la importancia de los esfuerzos reali­zados por los principales actores para limitar los riesgos de guerra y destacan la creciente in­tegración de la economía internacional y el pa­pel cada vez mayor de las instituciones interna­cionales y los actores transnacionales, entre los que figuran en primer lugar las sociedades mul­tinacionales. C o n todo, hacia finales de los años setenta se observa de nuevo un esfuerzo por conceptualizar la evolución de la sociedad internacional a partir de los postulados de la escuela «realista», en particular gracias a las obras de Kenneth Waltz The Theory of Interna­tional Relations- o de Robert J. Lieber No Common Power1'. La reaparición de este enfo­que coincide con la desilusión respecto de la

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El paradigma «realista» y los conflictos internacionales 7

La l'ux Imeiicaua que prevalecía desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se debilitó a partir de los años setenta, a pesar de que Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar: U S S Dwight D . Eisenhower atra\ iesa el Canal de Suez, el 24 de septiembre de 1 990. Sipj

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8 Viene de Seiitiieleii\

distensión Este-Oeste y el aumento de una ten­sión que recuerda la de la guerra fría.

Estos «neo-realistas» fundan su análisis en los mismos postulados clásicos, pero utilizan ciertos aportes de las teorías sobre los «regíme­nes», procurando integrar los factores institu­cionales y normativos en su análisis de la es­tructura de las relaciones internacionales.

Lieber reconoce, en efecto, que la política de poder no explica todo, y que para compren­der la política mundial no es suficiente caracte­rizar la sociedad internacional por la anarquía ni analizar la diplomacia y la estrategia de los Estados por las exigencias de su seguridad. A d ­mite que es preciso analizar el orden interna­cional teniendo en cuenta la coerción de la di­suasión nuclear, las consecuencias de la difusión del poder, el crecimiento de la econo­mía mundial y los factores de interdependencia entre los distintos Estados. Con todo, en último análisis el poder sigue siendo el árbitro de las relaciones internacionales. Las relaciones entre los distintos Estados se desenvuelven al mar­gen de la violencia y los débiles están a merced de los m á s fuertes, en particular de quienes dis­ponen de los medios militares para imponer su voluntad. Sin duda alguna, el derecho interna­cional público y las organizaciones interguber­namentales desempeñan un papel benéfico y contribuyen a resolver las crisis y los conflictos, pero la índole y la finalidad de las instituciones reflejan los proyectos de los principales actores del sistema.

La crítica del «realismo»

Los «realistas» tuvieron el gran mérito de ini­ciar un esfuerzo de reflexión politológica sobre las relaciones internacionales y romper con una tradición provinente de las disciplinas históri­cas o jurídicas. Para ello procuraron analizar la política internacional no c o m o una serie de acontecimientos históricos con m á s o menos sentido, ni c o m o un conjunto de instituciones en crecimiento orgánico, sino m á s bien deter­minar sus características principales, formular hipótesis sobre su dinámica profunda, definir las principales variables que marcan su evolu­ción y explicitar las configuraciones estructura­les sobresalientes.

N o obstante, desde el punto de vista de las pretensiones científicas que enunciaba en un

comienzo, esa perspectiva resultó decepcio­nante. Sus primeras ambiciones eran desmesu­radas. Morgenthau, principal inspirador de esa literatura, quería brindar al politólogo la posi­bilidad de comprender rigurosamente las ac­ciones de los estadistas, «leer» su pensamiento y hacer inteligible la lógica de su política exte­rior. La clave de lectura reposaba, empero, en postulados m u y frágiles de tipo «la política in­ternacional c o m o toda política es política de poder»7. D e manera general se mostraba m u y poco sistemático en el enunciado de los princi­pales conceptos de su teoría. Retrospectiva­mente parece incluso extraño que un pensa­miento tan intuitivo y aproximativo hubiera podido pretender crear una «teoría» de las rela­ciones internacionales.

M u y pronto sólo se denominó con ese térmi­no un cometido m u c h o más modesto que con­sistía en definir la especificidad de la política internacional, aislar las principales variables y sugerir algunas hipótesis sobre la estructura del sistema mundial. Sin embargo, los trabajos ulte­riores de esa escuela no siempre contribuyeron a la elaboración de marcos teóricos que favorecie­ran la comprensión de las relaciones internacio­nales. R . Aron, que se comprometió m u c h o so­bre este particular, no fue m u y riguroso en su método y entremezcló digresiones de índole his­tórica y sociológica que debilitaban su intento de conceptualización. H o y en día la corriente de pensamiento «realista» es m u y diversa. C o m ­prende autores que se diferencian considerable­mente de los primeros ensayos de teorización, pero sigue alimentándose de proposiciones bas­tante generales sobre la naturaleza conflictual de la política y sobre la especificidad «anárquica» del orden internacional.

Q u e la escena internacional sea poco inte­grada, esté próxima a la anarquía en ciertas cir­cunstancias por no tener un gobierno mundial y normas que puedan ser sancionadas; que sea menester tener en cuenta la relación de fuerzas; que la garantía de la seguridad nacional pase por políticas de alianza; todo esto son otras tan­tas proposiciones nada originales. D e hecho, este marco conceptual reproduce los postula­dos de las doctrinas políticas clásicas. Al pre­tender explicar científicamente las fuerzas que determinan la evolución de la política mundial, no hace sino reactualizar una filosofía política nacida del Renacimiento, que tiene sus oríge­nes incluso en la antigüedad griega, con las re-

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El paradigma «realista» y los con finios internacionales 9

flexiones de Tucídides sobre la guerra del Pelo-poneso.

Por inscribirse en el campo de lo político, las relaciones internacionales contemporáneas constituyen por esencia un conjunto de proce­sos y fenómenos en estrecha relación con los conflictos y las relaciones de poder y coerción. Sin embargo, puede impugnarse la pretensión de fundar un método científico en considera­ciones tan generales. N o avanzará la compren­sión de lo político si se reduce la complejidad de lo real a movimientos intemporales y se li­mita la explicación al enunciado de categoría abstracta. El análisis de los «realistas» es defec­tuoso por cuanto tiende a caracterizar la políti­ca de manera tradicional y descuidar el movi­miento histórico, en este caso los cambios ideológicos y estructurales que modifican la na­turaleza misma de las relaciones internaciona­les. La forma y la índole de esos conflictos va­rían necesariamente en función de los principios de acción y los sistemas de legitima­ción que orientan la política en las distintas épocas.

Por lo demás, al imponerse, el «realismo» no era menos ideológico que el «idealismo» que combatía. Estaba marcado por las expe­riencias trágicas de los años treinta. Sus tesis se afirmaron en contraposición a las ilusiones pa­cifistas y legalistas inspiradas por el Presidente Wilson después de las dos guerras mundiales, en el momen to en que aparecía una vez más una viva confrontación entre los Estados Uni­dos y la U R S S . La teoría racionalizaba una concepción política m u y generalizada en ese m o m e n t o en los círculos dirigentes anglosajo­nes, los círculos militares y diplomáticos, en particular. Esa política se imponía tanto más cuanto que el expansionismo soviético presen­taba analogías con la política exterior fascista. El fracaso de las políticas de «apaciguamiento» que acababa de comprobarse frente a la coali­ción del Eje. debía responder a una ley históri­ca que trascendía la coyuntura de los años de la posguerra. Así. los «realistas» procuraron m o s ­trar durante la guerra fría que ese conflicto te­nía causas objetivas que dimanaban lógica­mente de relaciones de fuerzas antagónicas y limitaciones geoestratégicas. C o m o Alemania. Francia e incluso Gran Bretaña habían perdido su capacidad de desempeñar un papel impor­tante en Europa y el m u n d o , la U R S S y los Es­tados Unidos, las dos grandes potencias victo­

riosas de la Segunda Guerra Mundial , no podían menos que verse comprometidas en una confrontación directa. Los «realistas» pro­ponían un esquema de análisis que legitimaba la continuidad de la política anglosajona, en particular el paso de una sociedad internacio­nal dominada por Gran Bretaña a un orden mundial conformado por los Estados Unidos. La política estalinista frente a Europa central, el Medio Oriente y el Mediterráneo parecía in­dicar la continuación de una ambición tradi­cional de Rusia, y la contención de ese empuje por parte de Estados Unidos era una reacción ineluctable que traducía el paso de la hegemo­nía británica a la Pax Americana. Así. con ese procedimiento teórico cobraban nueva profun­didad histórica los enunciados de la política ex­terior de Estados Unidos. Su éxito obedecía igualmente a que en plena guerra fría daba una justificación «científica» a las orientaciones de la política exterior de Estados Unidos, en una sociedad m u y marcada por el mito del progreso y por la dominación cada vez más acentuada de los credos tecnocráticos. En efecto, la teoría «realista» no se contentaba con retomar anti­guos aforismos, sino que les atribuía la condi­ción de científicos. La continuidad en las reac­ciones hegemónicas de las grandes potencias que dominaban la escena internacional era una prueba del carácter incontestable de las propo­siciones formuladas. Hoy en día el «realismo» sigue siendo una corriente de inspiración con­servadora que defiende la carrera armamentis­ta. La influencia que aún ejerce en algunas uni­versidades de Estados Unidos revela también esa dimensión ideológica.

Sus orientaciones son igualmente sospecho­sas desde un punto de vista ético. Pretendiendo que los criterios de la moral individual no son aplicables a los círculos dirigentes, los «realis­tas» sostienen implícitamente la razón de Esta­do, fundada en los intereses de seguridad na­cional. Apelan más o menos abiertamente al maquiavelismo y asocian sus concepciones a la mirada lúcida, racional y determinada que es­peran de un «príncipe ilustrado». Su perspecti­va no es amoral, puesto que defienden una po­lítica coherente de seguridad, orientada hacia el orden y la paz. Su reacción contra el idealis­m o obedece al rechazo de una política de «apa­ciguamiento» cuyas consecuencias históricas fueron trágicas. Sin embargo, la visión conser­vadora de algunos «realistas» atribuyó en la

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posguerra una autoridad moral a políticas in­sostenibles desde el punto de vista de los dere­chos humanos.

La noción de poder

Así, pues, el pensamiento «realista» se articula en torno al concepto de potencia-poder, en in­glés power. Esta sigue desempeñando un papel esencial ya que los «realistas» buscan en ella a la vez un elemento cuantificable de los recursos nacionales y una variable que dé un sentido unívoco a la acción de los factores internacio­nales. El poder es, pues, asimilable al papel que desempeñan el dinero y el beneficio en la eco­nomía de mercado, elementos necesarios a la explicación del régimen capitalista. Desde lue­go, la teoría económica constituye una referen­cia importante para los autores «realistas», preocupados por lograr un rigor comparable gracias a sus esfuerzos de conceptualización.

Sin embargo, este concepto sigue estando mal definido en el conjunto de los métodos que apelan a esa corriente de pensamiento. Todos estos teóricos afirman que el poder es un ins­trumento determinante de la política interna­cional y que los Estados propenden a intensifi­carlo, pero que no están en condiciones de ofrecer una definición convergente. Se podría comprender en términos esencialmente milita­res. A priori, esta perspectiva debería facilitar la aparición de una teoría, ya que los elementos de esa fuerza militar son, en principio, cuantifi-cables. En realidad, c o m o es bien sabido, los recursos materiales de la fuerza militar sólo tie­nen sentido dentro de una estrategia que abar­ca realidades políticas e intelectuales no ponde­rables. Incluso definida en términos restrictivos, la noción de poder no ofrece nin­gún criterio que permita comprender la capaci­dad y el papel de un Estado. La mayoría de los autores utilizan la noción de poder en una con­cepción m u y amplia -con elementos materia­les e inmateriales-, lo que complica todavía más el problema. Según Waltz, no es posible separar la capacidad económica, militar o de cualquier otra índole que pueden movilizar las naciones para imponerse. Reconoce además que la importancia de esos diferentes elemen­tos del poder cambian según las distintas épo­cas y que es difícil jerarquizar los Estados con precisión8. Morgenthau define c o m o elementos

constitutivos del poder ciertas realidades mate­riales o políticas, por ejemplo, los recursos mi­litares, la capacidad industrial, las materias pri­m a s , las ventajas geoestratégicas, el número de habitantes, etc. Integra además en el poder las características culturales, el estado de ánimo del país y las cualidades diplomáticas o guber­namentales. También asimila al poder la capa­cidad de controlar las acciones de los demás o de influir en ellas. Así, pues, la política de po­der es una relación psicológica que dimana de tres fuentes: la espera de un beneficio, el temor de una desventaja y el respeto por el hombre y las instituciones. Puede ejercerse a través de ór­denes, amenazas, la autoridad o el carisma de un hombre o una posición, o bien mediante la combinación de esas actitudes o fenómenos''. En la misma línea, R . Aron definió el poder en el contexto internacional como «la capacidad de una unidad política de imponer su voluntad a otras unidades», admitiendo, sin embargo, que el poder político «no es un absoluto sino una relación humana». Lo distingue de la fuer­za que está constituida por los recursos milita­res, económicos o morales que se movilizarán con un objetivo determinado según una políti­ca de poder1". Wolfers distingue entre poder e influencia: el primero define la capacidad de alterar el comportamiento de los demás actores mediante la coerción, mientras que la segunda significa la posibilidad de influir mediante la persuasión. Admite, empero, un continuo entre poder e influencia".

U n a parte de la literatura realista utiliza la noción de poder c o m o metáfora para caracteri­zar la política internacional. Esta última se asi­mila a las relaciones que predominan entre los Estados que engendran los armamentos, el na­cionalismo, la diplomacia de dominación, las relaciones económicas fundadas en la fuerza, la hegemonía, el equilibrio de poder y la guerra. En este tipo de relación todos los Estados persi­guen fines egoístas. El derecho, la moralidad y las instituciones ocupan un lugar subordinado. Se llega en último término a una especie de tau­tología. Así. E . Carr se contenta con afirmar que el poder «es en lodos los casos un elemento esencial de la política». Considera que la fuerza militar es de importancia suprema puesto que la guerra es la razón última del poder en las relaciones entre Estados. En lo esencial, la polí­tica internacional obedece a la dinámica creada por la power politics, es decir, a un tipo de rela-

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El paradigma «realista» y los conflictos internacionales 11

ciernes sociales en que rige la ley del más fuerte. Este poder tiene componentes militares, econó­micos e ideológicos. Así. pues, la política inter­nacional está determinada fundamentalmente por relaciones de dominación y violencia. N o cree necesario definir rigurosamente los atribu­tos de las fuerzas movilizadas en esos procesos conflictivos12.

A partir de consideraciones tan inconexas no se explica la manera de establecer los c o m ­ponentes del poder, determinar su nivel y pre­ver sus efectos con seguridad. D e hecho, los ele­mentos del poder se comprenden en una medida que sirve para expresarlos, pero no existe ningún patrón universal de esa medida. Por lo demás, este procedimiento no distingue entre el poder c o m o recurso, y la capacidad de influir en la acción de los demás actores del contexto internacional en un m o m e n t o dado. En esta teoría la pertinencia de este concepto se ve debilitada aún m á s por la confusión entre el fin y los medios. Los Estados perciben sus dife­rentes objetivos recurriendo a la política de po­der, pero además buscan esta última c o m o un fin en sí mismo. Esta confusión es tanto mayor cuanto que el poder se asimila a toda suerte de capacidades.

El Estado-actor racional

Para fundar su teoría de las relaciones interna­cionales, los «realistas» han intentado extraer la racionalidad del actor estatal y reducirla a la búsqueda de un cierto número de objetivos limitados. La idea de un Estado representado c o m o actor racional dimanaba directamente de la doctrina hegeliana y de la nacionalista del siglo xix. Postulaba un Estado que perseguía con ahínco una idea, un objetivo coherente. Re­flejaba la perspectiva de Clausewitz sobre la guerra c o m o enfrentamiento de voluntades antagónicas. En las circunstancias de esa época podía comprenderse tal concepción: los Alia­dos habían movilizado todos sus recursos para defender su seguridad nacional, mientras que parecía que la guerra fría obligaba a las grandes potencias a proseguir una estrategia relativa­mente unívoca.

D e hecho, Morgenthau admitía que podían variar los objetivos nacionales y, entre otras co­sas, distinguía entre los Estados satisfechos y los que no lo estaban, entre las políticas impe­

rialistas y las que tenían c o m o objetivo el pres­tigio". Esta diversidad de objetivos dificulta­ba, c o m o lo recordaba Wolfers, la previsión política y. por consiguiente, disminuía en m u ­cho el alcance de su teoría14. Los Estados no son c o m o los individuos en la sociedad natural definida por Hobbes, sino que son m u y diver­sos por su esencia misma . Sus intereses y sus voluntades son complejos y heterogéneos.

Y , sin embargo, los teóricos «realistas» si­guen ligados a una concepción elemental de la racionalidad estatal. Waltz compara los objeti­vos de las naciones a los de las grandes empre­sas en una estructura oligopolista. Mientras que éstas tienden a optimizar sus ganancias, los Estados «procuran garantizar su superviven­cia». Al sentar c o m o postulado los desórdenes y la violencia de una sociedad anárquica, asu­m e c o m o corolario que todos los Estados tie­nen c o m o objetivo esencial su propia supervi­vencia y que, por consiguiente, su política internacional responde ante todo a objetivos de estrategia militar. Los intereses nacionales se resumen, pues, en las exigencias de seguri­dad15.

Esta perspectiva presenta por lo menos tres graves fallos. En primer lugar, confunde los ca­sos límite, las situaciones extremas de conflic­tos en los que se juegan intereses importantes, con la evolución general de la sociedad m u n ­dial. D a d o que siempre es posible recurrir a la guerra, los partidarios de esta teoría deducen una explicación global de las relaciones inter­nacionales como si el espectro de la violencia dominara siempre los conflictos de intereses y valores entre los Estados. Esta deficiencia muestra además que no se quiere tener en cuen­ta las transformaciones experimentadas por al­gunas concepciones políticas dominantes, en particular las nociones de seguridad, c o m o con­secuencia de las mutaciones que se han produ­cido en el siglo X X . Ahora bien, las dos guerras mundiales y la crisis de los años treinta trastor­naron las condiciones de seguridad nacional y modificaron los sistemas axiológicos colecti­vos. La seguridad política no entrañaría en el futuro únicamente elementos militares, sino además la realización de proyectos socioeconó­micos que respondan a las aspiraciones de li­bertad, igualdad, prosperidad y felicidad de ca­da persona. En otros términos, han cambiado los sistemas de legitimación, y los principios que inspiran la política internacional reflejan

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Pierre de Senaivleiis

esas mutaciones. Esta evolución histórica con­lleva un fuerte crecimiento de la función guber­namental, pero paradójicamente también el de­bilitamiento de los valores tradicionales unidos a la autoridad estatal. Además , las tragedias bé­licas del siglo X X han limado en mucho las pa­siones nacionalistas de las sociedades indus­triales avanzadas, incluso si en otras regiones esas pasiones siguen intactas, c o m o en el Oriente Medio, o renacen de sus cenizas, c o m o en el Cáucaso y el Asia central.

Así, pues, la seguridad ya no es un asunto únicamente nacional, sino que requiere de una estrecha colaboración internacional que es ne­cesaria a nivel militar, pero aún más para ga­rantizar condiciones económicas, políticas y sociales que permitan la movilización de los re­cursos nacionales"'. Después de 1945. el Esta­do-nación cambió de naturaleza. Y a no puede sobrevivir adhiriéndose a una visión estrecha de la soberanía nacional. Esta quedará limitada por los procesos transnacionales de integración sean gubernamentales o privados. El actor esta­tal se vuelve tributario de alianzas militares, de instituciones internacionales, de relaciones de dependencia e intercambios económicos de ca­rácter obligatorio. Esto se aplica en particular a los Estados llamados del Tercer M u n d o . N o obstante, los Estados Unidos y sus aliados, que dominan la escena internacional, están igual­mente imbricados en una red de cooperación intergubernamental y se ven obligados, en con­secuencia, a definir su seguridad nacional te­niendo en cuenta esa situación.

Así, pues, la teoría «realista» afirma una concepción de soberanía en vías de desapari­ción. Mientras que para consolidar el Estado-providencia a finales de la Segunda Guerra Mundial se recurre a sistemas cada vez más ela­borados de cooperación internacional y a la proliferación de instituciones interguberna­mentales que persiguen ese mandato, esta teo­ría comprende una concepción obsoleta de la seguridad. Su modelo de actor racional plantea c o m o axioma que los gobiernos pueden seguir siendo amos y señores de su orientación políti­ca, en otros términos, que están en condiciones de determinar su régimen interno sin injeren­cia exterior. Ahora bien, estas hipótesis son inadecuadas porque no tienen en cuenta la di­námica de la economía internacional ni los cambios estructurales que conllevan los nuevos medios de comunicación e información. Por lo

demás, como se podía comprender intuitiva­mente antes de los trabajos de Graham Allison sobre el proceso de decisiones, con el enorme crecimiento de los organismos estatales duran­te el siglo X X se vuelve aleatoria la imagen de un actor unitario que persigue objetivos cohe­rentes y racionales17. D e todos modos este en­foque es insuficiente para esclarecer la política exterior de los Estados en tiempos de paz, sobre todo de los Estados nacidos de regímenes de­mocráticos.

Otra laguna del análisis «realista», por lo que a seguridad se refiere, es lo nuclear. A co­mienzos de la guerra fría, sus teóricos no c o m ­prenden el alcance de los cambios estratégicos y políticos que implica la fabricación de nuevos armamentos. Cuando Morgenthau publica en 1948 su obra Politics among Kations, elude la cuestión nuclear. Ahora bien, las armas atómi­cas han vuelto todavía más ambigua la idea de defensa nacional. Su fuerza no puede utilizarse en el marco de una estrategia clásica. Estas ar­m a s debilitan a veces la capacidad de acción de los dos «Grandes» ya que detrás de cada crisis internacional que pudiera oponerlos se vislum­bra el espectro de una escalada nuclear. Des­pués de 1945 la guerra ya no es una opción de política exterior. Según Clausewitz, es bien co­nocido que la tecnología de las armas moder­nas -nucleares o convencionales- podría hacer llegar los conflictos hasta sus últimas conse­cuencias. Así, pues, las guerras limitadas son al­go temible. Los estrategas de las grandes poten­cias lo saben y sus discursos sobre las guerras convencionales o la utilización de las armas nu­cleares tácticas se inscriben, explícitamente o no. dentro de la lógica de la disuasión. Hasta comienzos de los años cincuenta la preponde­rancia de Estados Unidos en lo referente a ar­mas nucleares contribuía al mantenimiento de la paz. M á s tarde la instauración del equilibrio del terror hace aún más manifiesta la irraciona­lidad de la guerra entre las grandes potencias y, por consiguiente, la obsolescencia de una concepción de las relaciones internacionales fundada en el postulado de la anarquía y el con­flicto.

Desde luego, las grandes potencias pueden recurrir a las armas para garantizar la perenni­dad de un cierto orden internacional y para es­tablecer, c o m o en el pasado, zonas de influen­cia, como lo atestiguan las intervenciones so­viéticas en los países del Este o las de Estados

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¡il paradigma «realista" y los conflictos internacionales

El fin del M u r o de Berlín: el triunfo de los valores democráticos en el Este \ en el Sur ha podido hacer creer en un «final de la historia». En realidad, los conflictos, las relaciones de dominio y de violencia continúan ocupando la escena internacional, («snim.

Unidos en América latina, el Caribe. Asia y Africa. Sin embargo, fuera de su zona de in­fluencia inmediata su capacidad de interven­ción es limitada y sus armas nucleares constitu­yen un débil recurso, c o m o lo demuestra la gue­rra de Corea, de Vietnam y de Afganistán.

Wolfers lo presintió. E n un artículo publica­do en 1950 conceptualizaba m u y bien los dile­mas de la disuasión, mostrando que la guerra ya no es una opción y preconizando una posi­ción defensiva fundada en la amenaza del te­rror nuclear18. Muestra además la polarización internacional que va a resultar de esa nueva amenaza y la carrera armamentista que ésta en­gendrará. Sugiere así ciertos límites del modelo «realista». G . Kennan e incluso Morgenthau van a interrogarse luego sobre las dificultades insolubles de la estrategia nuclear, admitiendo que la guerra atómica no es una opción racional para los Estados Unidos19. R . Aron dedica una buena parte de sus reflexiones al dilema de la seguridad nuclear, recordando que «sobrevivir

es vencer»20. La disuasión aparece pronto en la encrucijada de las contradicciones mantenidas por el rechazo del «apaciguamiento», la necesi­dad de manifestar su determinación y la impo­sibilidad de hacer la guerra.

Sin embargo, es difícil para los teóricos «realistas» reconciliar sus ideas sobre política internacional con los imperativos de la disua­sión nuclear. Si la guerra no puede seguir sien­do la continuación de la política por otros m e ­dios, tendrán que revisar y corregir su posición a este respecto. En un m u n d o en el que reina el equilibrio del terror, en una época marcada por la transnacionalización de los sistemas econó­micos, políticos y culturales, cambian de natu­raleza los enfrentamientos internacionales en­tre los principales actores del sistema. Así, du­rante la guerra fría el conflicto ideológico ad­quiere su propia autonomía en relación con las ambiciones estatales tradicionales. Al concebir el poder en sus componentes esencialmente mi­litares o geoestratégicos y definir a los actores

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14 Pierre de Senarclens

del sistema a partir de una visión m u y conven­cional del Estado y la soberanía nacional, los «realistas» descuidan una nueva característica de los conflictos internacionales: la lucha por difundir su influencia haciendo irradiar su au­toridad, su visión del m u n d o , su legitimidad. Así, salvo en el caso de R . Aron, no se encuen­tran en sus obras referencias a las dimensiones ideológicas de las relaciones internacionales. La guerra fría se percibe ante todo c o m o un en-frentamiento clásico, el conflicto ideológico que encubre esa realidad tradicional. La con­tención del m u n d o comunista se analiza en tér­minos de seguridad y no c o m o medio para di­fundir m o d o s de vida favorables al individua­lismo liberal y la economía de mercado. Pasan por alto los esfuerzos de las grandes potencias por controlar las instituciones internacionales, sus programas y su orden del día. Perciben el arma atómica c o m o instrumento de fuerza mi ­litar y no c o m o símbolo del poder necesario pa­ra afirmar una autoridad internacional.

Por último, los postulados de una racionali­dad universal, que inspiran una concepción de lo político fundada en el modelo del Estado-Nación de tipo occidental, se estrellan con los escollos de la diversidad cultural y con el carác­ter irreductible de proyectos ideológicos opues­tos a la visión del m u n d o y la historia heredada de la Ilustración. Desde luego, es posible apli­car al conjunto de conflictos del Tercer M u n d o esquemas de análisis nacidos del modelo «rea­lista», pero la explicación no es en m o d o algu­no suficiente.

La estructura del sistema internacional

C o m o en la evolución de la política mundial atribuyen una función preponderante a los re­cursos estratégicos, los «realistas» se interesan de m o d o m u y especial por la estructura de las relaciones internacionales que dimana de la configuración de la relación de fuerzas. Al de­pender de la política de actores estatales en conflicto, el sistema internacional se orienta sea hacia la hegemonía de un imperio sea hacia una forma de equilibrio entre los principales Estados. E n su perspectiva, la anarquía del sis­tema puede cristalizar en un orden relativo gra­cias al equilibrio político que resulta de fuerzas antagónicas. Esta evolución se considera c o m o

la respuesta del sistema a los esfuerzos de las grandes potencias por extender su hegemonía. En este sentido, tal evolución es un factor de or­den.

El equilibrio político internacional fue una máxima de gobierno en los siglos XVill y XIX, y los «realistas» ven en él la consecuencia de una necesidad histórica. D e hecho, c o m o con justa razón lo observó Anthony Giddens, el equili­brio en cuestión representaba m á s bien una jus­tificación de la política perseguida por las gran­des potencias que la realidad de una relación de fuerzas:i. Ahora bien, al equilibrio de las gran­des potencias, que se supone determinó el or­den internacional hasta 1914, sucede en la teo­ría «realista» la bipolaridad determinada por la oposición entre los Estados Unidos y la U R S S . Algunos autores llegan a comparar el equilibrio que se instaura entre ellos con el del Congreso de Viena, c o m o si fuera posible establecer ana­logías entre estrategias y universos políticos tan distintos. ¿Es realmente la disuasión fundada en el terror una prolongación lógica del equili­brio buscado por las cancillerías de las poten­cias europeas antes de 1914? La Segunda G u e ­rra Mundial engendró un m u n d o tan diferente en su principio y estructura que parece aleato­rio comprenderlo a partir de las concepciones políticas del siglo XIX. N o obstante, esta noción de equilibrio se utiliza de m o d o aproximativo para justificar la necesidad de hacer contrapeso a la U R S S . C o m o proyecto político, esta posi­ción es, sin duda alguna, razonable. Por el con­trario, es m u y discutible si se enuncia c o m o parte de una teoría con pretensiones científi­cas.

En efecto, se buscó el equilibrio en cuanto a armas estratégicas, y desde luego esa voluntad contribuyó a mantener la división de Europa en los círculos de influencia creados en la pos­guerra. Sin embargo, una vez definida la estruc­tura del sistema c o m o bipolar, queda por m o s ­trar el nexo entre esta configuración y la evo­lución de la sociedad internacional. Los «realistas» no han estado nunca en condiciones de explicarlo. Morton Kaplan intentó formular las leyes de funcionamiento de los sistemas de equilibrio, pero su tentativa quedó fallida22. Aron mostró la inanidad de ese intento, reco­rriendo la historia para demostrar el carácter universal de la ley del equilibrio de fuerzas, de­finida por H u m e . Al evocar el sistema bipolar fundado en la fuerza nuclear, Aron cree poder

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El paradigma «realista» y los conflictos internacionales 15

afirmar: «Se aplica la ley más general del equili­brio: el objetivo de los actores principales es no encontrarse a la merced de un rival. N o obstan­te, c o m o los dos grandes dirigen las acciones y los pequeños, incluso unidos, no pueden equi­valer a uno de ellos, el principio del equilibrio se aplica a las relaciones entre las coaliciones, formadas en torno a uno de los que dirigen las acciones. Toda coalición tiene c o m o objetivo supremo lograr que el otro no adquiera recur­sos superiores a los propios»21. Aron introduce asimismo ciertas consideraciones sobre las di­mensiones ideológicas de la estructura, afir­m a n d o con S. Hoffmann que los sistemas hete­rogéneos son fundamentalmente inestables y conflictivos.

También Stanley Hoffmann intentó sacar las consecuencias del equilibrio del terror. E n primer lugar, el «sistema diplomático-estraté­gico» se caracteriza por la estabilidad a nivel central y global del sistema, pero además por la inestabilidad en los niveles inferiores. En otros términos, gracias a la estructura bipolar carac­terizada por la potencia nuclear de los dos «grandes» se ha podido evitar hasta ahora la guerra entre los principales actores del sistema, sin disminuir, por ello, la violencia, en particu­lar las guerras convencionales en los países lla­mados del Tercer M u n d o , o la guerrilla y la subversión en la periferia, o incluso en uno de los campos. En segundo lugar, el sistema inter­nacional está fragmentado en subsistemas re­gionales. Dentro de esos conjuntos, la solución de los conflictos está determinada ante todo por la relación de fuerzas y las guerras son la continuación de la política mediante otros m e ­dios. E n consecuencia, el equilibrio estratégico nuclear no puede impedir la aparición de esas realidades conflictivas. Por lo demás, las gran­des potencias no se enfrentan militarmente, pe­ro su antagonismo produce crisis debido a su voluntad de modificar el statu quo y su esfera de influencia respectiva (la crisis de Berlín y de Cuba), o por su intención de ampliar sus rela­ciones conflictivas a un tercer Estado (guerra de 1973 en Oriente Medio). Por último, las grandes potencias se comprometieron a evitar la destrucción general consecuencia de un acci­dente o la escalada. H a n procurado controlar su armamento y limitar además su intervención más allá de su zona de influencia. Esta prudencia no les ha impedido, sin embargo, buscar ventajas marginales en zonas secundarias.

Sin embargo, la evolución de esta estructura conflictiva sigue siendo incierta. N o está garan­tizada la moderación y la frustración de ambi­ciones antagónicas puede provocar cortocircui­tos en todo momento . Son probables las crisis futuras y no es nada seguro que se pueda evitar un enfrentamiento militar directo. Tanto m á s que los cambios tecnológicos que han produci­do la miniaturización de la b o m b a atómica y una precisión cada vez mayor de los «vectores» inducen a la tentación de guerras limitadas de tipo convencional o nuclear24.

Para preservar el orden internacional y ga­rantizar su hegemonía, las grandes potencias crean organizaciones internacionales y definen las «reglas del juego» que marcan la dinámica de la política mundial. Ahora bien, a partir de los años 70 el debilitamiento relativo de la po­tencia de Estados Unidos puede poner en peli­gro «los regímenes» establecidos gracias a su autoridad. Así, pues, al margen de las concep­ciones «neorrealistas» se ve aparecer una litera­tura cuya posición y pretensiones teóricas son difíciles de situar y que versa sobre la aparición y el fin de los imperios, o bien sobre la evolu­ción de la sociedad internacional tras el debi­litamiento de la hegemonía de Estados Uni­dos 25. Sus autores destacan, por lo general, el peligro de inestabilidad y de conflictos c o m o consecuencia del desmoronamiento de la pre­ponderancia estadounidense y la aparición de nuevos polos de poder. Según Robert Gilpin, la Pax americana, lo m i s m o que anteriormente la Pax britannica era un factor de orden y estabili­dad internacional. Estados Unidos y Gran Bre­taña crearon y sancionaron las reglas del libre cambio, garantizaron la creación y aplicación de un sistema monetario internacional y procu­raron la seguridad de las inversiones26. Según esta orientación teórica, la relación de fuerzas sigue desempeñando, en último análisis, un pa­pel determinante en la política internacional. Sólo los dos «grandes» dominan la sociedad in­ternacional e influyen en su estructura. El inte­rés preponderante atribuido a esta última no­ción constituye la innovación principal de esta literatura. En efecto, esta visión muestra la na­turaleza obligatoria de la estructura del sistema internacional. Los «neo-realistas» orientan, pues, su análisis hacia la configuración de la relación de fuerzas entre los principales actores de la escena internacional. Del m i s m o m o d o que los economistas definen el mercado por la

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16 Picric ilc Sciuirck'iis

interacción de las principales empresas (estruc­tura oligopólica). Waltz explica la estructura política internacional por la interacción de las grandes potencias2". Los atributos de los acto­res tienen menos importancia que la estructura producida por su interacción. Esta última per­mite comprender y prever el comportamiento de los actores. Waltz rechaza, sin embargo, la noción de multipolaridad por considerar que la estructura del sistema internacional sigue es­tando dominada exclusivamente por las dos grandes potencias que deben su preponderan­cia al conjunto de los recursos económicos, mi­litares, científicos y tecnológicos que pueden movilizar para garantizar su independencia na­cional y lograr sus fines. En su perspectiva, esta estructura bipolar es mucho m á s estable y tran­quilizante que las del pasado.

Sin embargo, al no estar en condiciones de definir los elementos constitutivos del poder ni su finalidad en la era atómica, esos «neorrealis-tas» no pueden explicar claramente la ordena­ción de las alianzas y relaciones antagónicas en la escena mundial, ni los efectos de esa estruc­tura en la evolución de las relaciones interna­cionales. Por consiguiente, el equilibrio sigue siendo aproximativo ya que no dimana simple­mente de un equilibrio militar, sino de una re­lación de fuerzas que no puede evaluarse con claridad. A d e m á s , al definir la anarquía del sis­tema internacional en términos esencialmente políticos, no integran en la explicación de las estructuras los factores que dependen de las va­riables socioeconómicas. En su perspectiva, los desórdenes provienen de la falta de una autori­dad política única, y no de una polarización económica, social o cultural. Así, la estructura de las relaciones internacionales que conside­ran significativa nace del antagonismo Este-Oeste. Dicha estructura apenas si integra las re­laciones Norte-Sur y no destaca los sistemas re­gionales que obedecen a otra dinámica política. D e hecho, es difícil para esos teóricos definir las características estructurales de la sociedad internacional, lo que desde luego es una tarea ardua. Sin embargo, permaneciendo funda­mentalmente vinculados a una concepción clá­sica del actor estatal, la seguridad nacional y las relaciones de fuerza que conforman la política mundial, sin interrogarse sobre la concepción ideológica y los proyectos políticos de esas uni­dades en interacción, no logran obtener los ele­mentos significativos de esa estructura interna­

cional. Están condenados a poner de relieve un m u n d o bipolar, descuidando las características estructurales que escapan a esa oposición con-flictiva. o procurando a lo s u m o integrarlos en la «dimensión vertical» de las relaciones inter­nacionales. N o se explicitai! las condiciones ne­cesarias para pasar de la bipolaridad a la multi­polaridad del campo político-económico.

N o se puede descubrir la estructura del sis­tema internacional sin definir su principio de organización. Para que la ley del equilibrio sea válida, sería preciso, c o m o lo reconoce Headley Bull, que los principales actores del sistema de­cidan dedicar sus recursos a la optimización de su potencia estratégica. En realidad, pueden perfectamente perseguir otros objetivos, sobre todo la prosperidad económica, la estabilidad política y la armonía social. H . Bull reconoce con razón que el equilibrio de las potencias es tanto más difícil de lograr cuanto que la políti­ca internacional evoluciona «en varios table­ros»^. Así, pues, es preciso admitir una cierta diversidad de equilibrios en función de realida­des políticas heterogéneas, cambiantes y c o m ­plejas. Hoffmann reconoce, además, la existen­cia de una «dimensión funcional» de las rela­ciones internacionales.

El orden internacional

Si la dinámica de la política mundial no resulta únicamente del enfrentamiento de potencias antagónicas, el orden internacional deberá fun­darse también en normas jurídicas y morales, instituciones y principios ideológicos. El siste­m a pluripolar del siglo XIX constituía, c o m o lo reconoce Aron, un «compromiso histórico en­tre el estado natural y el reino de la ley»2M. M á s que cualquier otra, las guerras del siglo X X de­muestran la utilidad de normas integradoras. Durante la Segunda Guerra Mundial los Alia­dos procuraron definir los principios y sentar las bases institucionales de un nuevo orden in­ternacional. La Carta de las Naciones Unidas traduce perfectamente esta exigencia, del mis­m o m o d o que las numerosas organizaciones de carácter universal o regional que se crearon después de 1945 para animar y administrar una cooperación multilateral que empieza a ser indispensable para los proyectos de los Esta­dos.

El antagonismo Este-Oeste suscitó durante

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I.I paradigma «realista» y los conllictos internacionales 17

Biblioteca de la guerra (War Library). Pentagon. Washington. D . C . R Maiinck/Mugnurr

largo tiempo una división aparentemente irre­ductible de la sociedad internacional, pero este conflicto jamás acercó la sociedad internacio­nal a un sistema anárquico: los círculos dirigen­tes de Estados Unidos especulaban constante­mente sobre el hecho de que la U R S S no quería la guerra y que. además, el comportamiento y los compromisos internacionales de ese país eran previsibles y racionales. C o m o la guerra no era una opción posible de política exterior, los principales Estados mantuvieron mecanis­m o s de cooperación que atenuaban las conse­cuencias de su hostilidad mutua. Las armas de terror confirmaron aún más la necesidad y el peso de las instituciones, c o m o lo prueban la duración de las organizaciones internacionales de posguerra, su crecimiento y la proliferación de nuevas redes de cooperación interguberna­mental y de O N G .

Del m i s m o m o d o que el espectro de la vio­lencia civil no es el objeto principal de la vida política de los Estados, tampoco la amenaza de guerra puede dominar el estudio de las relacio­nes internacionales. Al centrar su investigación

en la relación de fuerzas, el espectro de con­frontaciones bélicas y los factores de anarquía, los teóricos «realistas» resultaron incapaces, y sobre todo poco preocupados, de explicar la mayoría de las relaciones interestatales tenden­tes a crear vínculos de cooperación fundados en negociaciones diplomáticas o técnicas de ti­po bilateral o multilateral. Descuidaron el aná­lisis de los vínculos de interdependencia que constituyen la trama de las relaciones interna­cionales, dejando de lado, entre otras cosas, el estudio de los movimientos de integración re­gional. N o pudieron explicar el papel ni la orientación de los numerosos actores de la so­ciedad internacional que no pertenecen al círculo estrecho de las grandes potencias. N o atribuyeron ninguna importancia a la prolife­ración de actores transnacionales que menos­caban sin cesar la soberanía de los Estados. Por otra parte, c o m o lo ha observado Keohane con toda razón, los teóricos «realistas» no aprecia­ron debidamente las repercusiones de los m e ­dios de comunicación e información en la re­ducción de la inseguridad internacional y en la

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18 Pierre de Senardens

extensión de los mecanismos de cooperación intergubernamental1". Tales fenómenos y pro­cesos han conllevado una modificación de la naturaleza y finalidad de la política, modifica­ción que repercute en el conjunto de las relacio­nes internacionales.

Los procesos que se están llevando a cabo en los países de Europa oriental parecen poner de manifiesto el triunfo de los valores occiden­tales e incitan al optimismo. Pareciera que la historia restablece la marcha del progreso hasta el punto de que algunos creen poder anunciar el «fin de la historia». Paradójicamente, ¿no de­biera la rapidez extraordinaria de estos sucesos convencernos más bien del carácter siempre in­determinado de la historia, de sus ardides, de sus subterfugios, de sus rupturas? Así, pues, no se puede reprochar a nadie que se vea sorpren­dido por acontecimientos que parecen modifi­car profundamente la evolución de las relacio­nes internacionales. Sin embargo, las transfor­maciones del c a m p o soviético invalidan las tesis sobre las limitaciones de la estructura bi­polar y asignan una importancia nueva a los atributos sociopolíticos e ideológicos de los ac­tores estatales. Dichas transformaciones pare­cen dar, además, un peso particular a las fuer­zas transnacionales en la política de los Estados y la evolución del sistema internacional. En la actualidad estas últimas hacen desmoronar desde el interior las estructuras del campo so­viético. Desde luego, las transformaciones del campo socialista cuentan con la autorización del Kremlin, pero responden, sin embargo, a limitaciones económicas, movimientos socio-culturales, corrientes ideológicas exógenas al régimen soviético, por lo que parecen contra­decir el marco conceptual tradicional y dan ra­zón a los adeptos del transnacionalismo. La li­mitación de las posibilidades de utilizar la fuer­za militar entre los Estados modernos, así c o m o el nexo cada vez m á s estrecho entre el poder y la acumulación del saber científico y técnico han modificado los datos político-es­tratégicos tradicionales. Las transformaciones de la sociedad internacional no alejan los ries­gos de guerras ni disminuyen el riesgo de vio­lencias o la realidad de crisis y antagonismos de toda índole. La perspectiva de una reconcilia­

ción Este-Oeste no hace inmediata esta utopía. La escena internacional sigue siendo un lugar en el que se exacerban las crisis, los conflictos y las relaciones de dominación y violencia que constituyen la esencia misma de lo político. En este caso específico se puede incluso pensar que las estructuras de la sociedad internacional contemporánea favorecen las relaciones de opresión y dependencia, los procesos de margi-nalización social, los movimientos migrato­rios, los conflictos étnicos, las guerras civiles y regionales y el terrorismo. Sin embargo, estos fenómenos no son explicables en el paradigma «realista». Ahora bien, un marco conceptual para el estudio de las relaciones internaciona­les, que no tiene nada que decir sobre los graves problemas planteados por el desarrollo, el m e ­dio ambiente, los refugiados, el crecimiento de­mográfico y los nuevos antagonismos religiosos y culturales, o que reduce esos fenómenos a confrontaciones interestatales tradicionales, es necesariamente incompleto y, en consecuencia, insuficiente. En efecto, la sociedad mundial no presenta las mismas características de integra­ción que la mayoría de los sistemas estatales y esta característica constituye un factor suple­mentario de desorden, e incluso en algunos ca­sos de anarquía. Las relaciones de fuerza se m a ­nifiestan de m o d o más abierto, sin la media­ción de instituciones y de normas investidas de una autoridad aceptada en términos generales y sin el m a n d o de un poder gubernamental. C o n todo, cuando la guerra no es una opción estratégica racional entre las grandes potencias, cuando es difícil delimitar los círculos de la po­lítica interior y los de la política exterior, cuan­do se erosionan las fronteras tradicionales de los países, en una época en que los organismos no estatales y las organizaciones interguberna­mentales influyen cada vez m á s en la vida de los Gobiernos y los pueblos, no se puede fundar el análisis politológico de los conflictos en afo­rismos intemporales o en categorías nacidas de un orden conceptual caduco que impide la comprensión de las principales estructuras eco­nómicas y políticas del m u n d o contemporá­neo.

Traducido del francés

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El paradigma «realista» y los conflictos internacionales 19

Notas

1. Véase a este respecto, entre otros. O . R . Holsti, «Models of International Relations and Foreign Policy», Diplomatic History, vol. 13. n u m . I. invierno de 1989. pp. 15-43.

2. Henry Kissinger. .1 la Maison Blanche, Fayard, t. I. 1979.

3. R a y m o n d Aron. Paix cl guerre entre les nations, París. Calmann-Lévy, 1962. p. 33 ss.

4. Véase a este respecto. C . R . Beitz., Political Theory and ¡niernational Relations. Princeton, Princeton University Press. 1979. p. 35.

5. R.J. Lieber, Ko Common Power. Understanding International Relations, Boston. Scott, Foresman & C o . . 1988.

6. Kennett Waltz. Theory of World Politics, Reading. Mass. Addison-Wesley. 1979.

7. Hant Morgenthau. Politics among Nations. Nueva York. A . Knopf, 6.-' edición. I 985. p. 5 y 33.

8. K . Waltz. Theory, op. cit. p. 1 34.

9. H , Morgenthau. op. cil pp. 31 ss.. y pp. 115 ss.

10. R . Aron. op. cil. p. 58.

1 1. Arnold Wolfers. Discord and Collaboration. Essays on International Politics. Baltimore. Johns Hopkins Press. 1962. pp. 103 ss.

12. E . H . Carr. The Twenty Years Crisis. 1919-1939, Londres, MacMillanCo.. 1962. pp. I02ss.

13. H . Morgenthau, op. cil. pp. 52 ss.

14. A . Wolfers. op. cil. p. 6.

15. K . Waltz, Theory of International Politics, Reading. Mass.. Addison-Wesley. 1979. p. 134.

16. Véase British Security. A Report by a Chatham House Study Group. Londres. Royal Institute of International Affairs, 1946.

17. Graham Allison. The Essence of Decision: Explaining the Cuban Missile Crisis. Boston, Little, Brown & Co. , 1971.

18. A . Wolfers. «The Atomic-B o m b in the Soviet-American Relations», en B . Brodie, The Absolute Weapon, Nueva York, 1946.

19. H . Morgenthau. .1 New Foreign Policy for the United Situes, Nueva York, F . A . Praeger. 1969. p. 207 ss.; G . Kennan The Nuclear Delusion, Nueva York. Pantheon Books. 1983.

20. R . Aron. op. cil. p. 654 ss.

21. Anthony Giddens, The Nation-Slate and Violence, Polity Press. 1985, p. 257.

22. Morton Kaplan, System and Process in International Politics. Nueva York. 1957.

23. R. Aron. op cil. p. 144-145.

24. Stanley Hoffmann. «L'ordre international», en M . Grawitz y J. Leca. Fraile de science politique, n u m . 1. París. P U F . 1985. p. 666-698.

25. Por ejemplo las obras de P. Kennedy. The Rise and Fall of the (¡reut Powers. Nueva York. R a n d o m House, 1988; T . Geiger. The Future ol the International System. The United States and the H oiid Political Economy, Boston, Unwin H y m a n . 1988; D . P . Calleo, Beyond American Hegemony. The Future of the Western Alliance, Nueva York. Basic Books. Inc. Publishers, 1987.

26. Robert Gilpin. The Political Economy of International Relations, Princeton. Princeton University Press. 1987.

27. K . Waltz. «Political Structures», en R . Kcohane. Neorealism and its Critics. Nueva York. Columbia University Press. 1986. pp. 88-89.

28. Headley Bull. The Anarchical Society. Londres. Macmillan. 1977. p. 113.

29. R. Aron. op. cil. p. 143.

30. Robert O . Keohane, After Hegemony. Princeton University Press, p. 245.

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Continuidad y cambio en el pensamiento geopolítico occidental durante el siglo XX

Geoffrey Parker

Durante el presente siglo han ocurrido en la es­cena internacional más cambios fundamenta­les que en cualquier otra época anterior de la historia. Entre esos cambios puede señalarse un enorme incremento de la población total del m u n d o , la difusión de la industrialización des­de su centro en el Atlántico Norte a otras m u ­chas partes del m u n d o , la radical transforma­ción del sistema del comercio mundial, los rá­pidos cambios tecnológicos, la utilización de gran n ú m e r o de nuevas fuentes de energía y de m a ­terias primas, y el conside­rable crecimiento de la ri­queza general que éstas ori­ginan. El m u n d o humano se ha consolidado en un so­lo sistema global y los acon­tecimientos que tienen lu­gar en cualquiera de sus re­giones pueden producir ondas de choque sísmicas en una extensa zona. Esto se ha visto claramente en las repercusiones mundia­les que han tenido los suce­sos acaecidos en la parte oriental de Europa a fines del decenio de los años ochenta.

El resultado de estos acontecimientos ha si­do la transformación completa del ámbito geo­político del m u n d o . A comienzos de siglo ese ámbito seguía siendo esencialmente eurocén-trico, y el poder mundial se concentraba en m a ­nos de los Estados más importantes de Europa occidental y central con sus imperios mundia­les y sus extensas esferas de influencia política, económica y militar. Colorear el m u n d o de ro­sa - o de verde o de azul o de cualquier otro

tono predilecto- se convirtió en característica de los nuevos atlas policromos que tanta in­fluencia ejercieron en la visión mundial de va­rias generaciones de jóvenes europeos. A la lar­ga, ello contribuiría a inculcarles peligrosas ilu­siones acerca de la importancia y el destino de su respectiva nación.

Al iniciarse el decenio final de este siglo se ha esfumado ese orden mundial eurocéntrico, dando lugar a un mosaico complejo de formas

geopolíticas que, a primera vista, parecen carecer de todo tipo de orden o cohe­rencia. El ámbito del m u n ­do consiste ahora casi ente­ramente en un gran n ú m e ­ro de Estados soberanos de tamaño m u y diverso, desde los de proporciones conti­nentales y subcontinenta-les, c o m o Australia y Chi­na, hasta los diminutos Es­tados insulares, c o m o Singapur y Jamaica. Cada uno de ellos, por lo menos en teoría, es absolutamente

independiente, y todos son iguales a la luz del derecho internacional. Algunos gozan de un al­to grado de homogeneidad, tanto política c o m o cultural, mientras que otros muestran una con­siderable diversidad interna, diferencia que no siempre depende del tamaño del Estado. Entre muchos, si no entre la mayoría, se han dado agrupamientos de carácter regional. Las finali­dades de estos agrupamientos varían entre la de vincular estrecha e inextricablemente entre sí a una serie de Estados contiguos y la de des­empeñar únicamente funciones concretas y li-

Geoffrey Parker es lector en la School of Continuing Studies. Universidad de Birmingham. Reino Unido, especializa­do en geografía política. De entre sus numerosas publicaciones destacan A political geography of European Com­munity. 1983: Western Geopolitical Thought in the Twentieth Century, 1985; y The Geopolitics of Domination. 1988. Actualmente está trabajando en un Diccionario de Geopolítica.

RICS 127/Marzo 1991

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22 Geoffrey Parker

mitadas. U n a docena aproximadamente de los Estados del m u n d o , ubicados en su mayoría en torno a la cuenca del Atlántico Norte, han lle­gado a dominar el sistema económico mundial, mientras que dos de ellos, las «superpotên­cias», monopolizan prácticamente por sí solos los armamentos de destrucción masiva. Otros Estados poderosos y extensos, c o m o India y Arabía Saudita, han alcanzado una situación de hegemonía regional limitada. Tal es la índo­le del ámbito geopolítico abigarrado y policro­m o que actualmente ha reemplazado al antiguo orden mundial eurocéntrico. Comprender m e ­jor ese ámbito es el empeño de los especialistas en geopolítica.

Esta disciplina consiste en el estudio de los Estados c o m o fenómenos espaciales, a fin de poder comprender las bases de su poderío y el carácter de las interacciones que se producen entre ellos. Para la geopolítica, el poder arraiga con firmeza en el carácter propio de la tierra. Así c o m o en la mitología griega el gigante A n ­teo, hijo de G e a y de Poséidon, deidades de la Tierra y del M a r , recibía su fuerza del contacto con el suelo que pisaba, del m i s m o m o d o el po­der del Estado emana del carácter del territorio que ocupa. El m u n d o es m u y variado en lo que atañe al clima, a la vegetación, a los suelos y a la geología, c o m o también a la distribución de las masas continentales. Tal diversidad ha conver­tido a su superficie en algo m u c h o más impor­tante que el mero teatro en que se viene repre­sentando el drama de la historia humana . Tal c o m o pensaban East y Prescott, el m u n d o geo­político constituye «un mecanismo de engra­najes m u y delicados», y la geopolítica es el es­tudio de c ó m o y para qué funciona ese mecanismo1 .

El estudio de la geopolítica ha tropezado con una serie de problemas. El principal de ellos consiste en que, si bien su papel c o m o dis­ciplina académica radica en buscar la objetivi­dad, por su proximidad a la toma efectiva de decisiones ha caído a veces en la trampa de jus­tificar e incluso de promover las políticas na­cionales. El ejemplo más notorio de ello fue la escuela alemana de Geopolitik en los años de entreguerra, cuando se dio una estrecha rela­ción entre los principales Geopo/itiker y algu­nas personalidades de la alta jerarquía del Ter­cer Reich2. El expansionismo germánico, centrado en la doctrina del Lebensraum (espa­cio vital), fue sustentado y sostenido por la pro­

pagación de las ideas geopolíticas, especial­mente de aquellas que dimanaban de la escuela de Karl Haushofer en Munich. M u c h o antes del final de la Segunda Guerra Mundial, la m a ­yoría de los principales geopolíticos se habían alejado de los excesos del régimen nazi, pero el daño estaba hecho y durante toda una genera­ción, tras la guerra, la geopolítica, al igual que su disciplina de origen, la geografía política, quedaría relegada a la periferia de las discusio­nes políticas serias. En el decenio de los setenta la situación ya había evolucionado, empezán­dose de nuevo a apreciar el valor del método geopolítico.

Otro problema inherente al estudio espacial del ámbito geopolítico del m u n d o estriba en que, c o m o se ha observado, ese ámbito está su­jeto a alteraciones de envergadura. D e ahí que el geopolítico se encuentre en la situación de tener que examinar unos fenómenos suscepti­bles de cambios súbitos y, en gran medida, im­previstos. D e resultas de ello, es posible que las explicaciones propuestas y sometidas a verifi­cación respecto de una determinada serie de variables no puedan sostenerse fácilmente en circunstancias radicalmente modificadas. En vista de lo cual, los profesionales de la geopolí­tica tienen que formularse las preguntas si­guientes: ¿Representa la transformación perió­dica del ámbito geopolítico del m u n d o un mero cambio de escena - o . en el mejor de los casos, el comienzo de un nuevo acto- en un drama histórico en curso que posee su propia trama y sus propios personajes? ¿ O bien señala el co­mienzo de un drama completamente nuevo, distinto e independiente del que le precedió? Quienes tienen por oficio observar y tratar de interpretar el escenario geopolítico están obli­gados a dar una respuesta a esta alternativa an­tes de seguir adelante. D e esa respuesta depen­de que la geopolítica sea limitada en su alcance y pragmática en sus conclusiones o bien que pueda tener un significado interpretativo m u ­cho más amplio, capaz de hacer afirmaciones dotadas de una validez que trascienda cual­quier lugar y época concretos y orientada a for­mular propuestas y teorías relativas al carácter fundamental del m u n d o h u m a n o .

Las principales figuras del pensamiento geopolítico occidental han sostenido en este punto opiniones m u y distintas. Las actitudes han variado entre la del geógrafo francés Vidal de la Blanche, quien expresó su recelo acerca de

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Continuidad y cambio en el pensamiento geopolítico occidental durante el siglo XX 23

«Globe terrestre», detalle. Castillo de Versailles, Escuela de Le Brun, siglo xvii.Giraudon.

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24 tieoïlïey Parker

lo que consideraba c o m o intentos prematuros de «formuler les lois»*, y la del geógrafo británi­co Haiford Mackinder, el cual no tenía incon­veniente en dar una explicación geopolítica ge­neral de la historia del m u n d o 4 . Sin embargo, sean cuales fueren las posturas respectivas con respecto a las teorías y las leyes, los geopolíticos han partido en realidad sobre todo del supuesto de que. si bien los actores y el escenario cam­bian a menudo, todo forma parte de un mismo vasto drama, no siempre fácilmente compren­sible. El ámbito geopolítico del m u n d o ha sido abordado c o m o si fuera una totalidad cerrada, finita e interdependiente, cuyas diversas partes sólo podrían entenderse cabalmente en función de la totalidad. También se ha partido de un positivismo subyacente en la creencia de que esa comprensión debe alcanzarse gracias al des­cubrimiento de pautas y de procesos repetiti­vos, fuertemente influidos por las peculiarida­des geográficas. La totalidad puede, pues, ser interpretada y explicada racionalmente y, se­gún Saul Cohen, «cabe compararla a un dia­mante, no a un fragmento de vidrio»-1. D e esta afirmación se han derivado una serie de ideas, proposiciones y teorías encaminadas todas ellas a profundizar la comprensión de los pro­cesos geopolíticos. En la base de esta forma de pensar está la orientación predominantemente occidental de la disciplina. Se ha supuesto ge­neralmente que este «Occidente», centrado en los países del Atlántico Norte, representa, de m o d o implícito o explícito, el progreso, la ilus­tración y la civilización. E incluso cuando O c ­cidente no ha estado manifiestamente a la altu­ra de semejante autoafirmación, se ha explicado el fracaso c o m o una pérdida transito­ria del estado de gracia más bien que c o m o el fruto de un fallo más profundo. Se ha conside­rado que la «ilustración» occidental contrasta tajantemente con lo que Kipling llamaba la «amada noche egipcia» que cubría la mayor parte del resto del m u n d o al que, gracias al estí­mulo occidental, se estaba obligando a avanzar «(¡Ay, cuan lentamente!) hacia la luz»6. Esta luz del «Primer M u n d o » contrasta de m o d o implí­cito con las tinieblas del «Segundo», «Tercer» y «Cuarto» mundos , lo que ha tendido a reflejar­se en las combinaciones de colores que se e m ­plean en los atlas políticos occidentales.

La interdependencia y la racionalidad se han considerado, así, como atributos del m u n ­do geopolítico; se ha estimado igualmente que

se trataba de un « m u n d o en profunda discor­dia», siendo a m e n u d o el cambio y el conflicto sus características más peculiares, en vez de la estabilidad y la cooperación. Al indagar las causas de esta situación crítica, los geopolíticos han prestado especial atención al reparto desi­gual de los recursos materiales y humanos del m u n d o . Se ha insistido en la importancia de los factores territoriales para explicar el carácter particular de cada Estado y las motivaciones de su comportamiento internacional. El estudio de los procesos y pautas propios del ámbito geopolítico ha exigido también que todo análi­sis riguroso sea diacrónico y la relación espa­cio-temporal ha conservado su importancia medular en el pensamiento geopolítico. Según Jean Brunhes, la «géographie dite politique» era, en su sentido más general, una «géographie de l'histoire»1. Nunca se ha pensado seriamente que los fenómenos geopolíticos fueran sólo ex­plicables en función del presente y las teorías han tomado inevitablemente en cuenta la di­mensión histórica. La oposición entre las expli­caciones deterministas y las probabilistas. que tanta importancia revistió en la evolución de las ideas geográficas a comienzos del siglo, ha seguido siendo también una característica im­plícita de reflexión posterior. Sobre esta base general se ha aceptado la investigación de los posibles esquemas futuros del desarrollo m u n ­dial c o m o un elemento fundamental de las fun­ciones de la disciplina. La tendencia a evitar calamidades y catástrofes tales c o m o la deca­dencia política y económica, la pérdida de la influencia internacional, los conflictos y la gue­rra ha dado origen a una tendencia normativa y «comprometida» en el pensamiento cuya base es la fe en el libre albedrío y en la capacidad del hombre para influir en los resultados.

Principales escuelas de pensamiento

Pese a todos estos elementos de unidad y conti­nuidad en el pensamiento geopolítico occiden­tal que acabamos de mencionar, han surgido una serie de «Weltanschaungen» (cosmovisio-nes) explicativas m u y distintas entre sí. Cabe reconocer seis escuelas principales de pensa­miento: la binaria, la marginalista, la ternaria, la zonalista, la centralista y la pluralista (figu­ra 1). Existen, por añadidura, los universalistas

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26 Geoffrey Parker

y los idealistas, que representan unas posturas o unos objetivos dimanantes de una o m á s de esas escuelas.

Para los binaristas el m u n d o se divide fun­damentalmente en dos polos importantes de poder. Aunque los principales centros de poder pueden modificarse históricamente, se mantie­ne un estado casi permanente de conflicto y en-frentamiento. El defensor m á s célebre de la in­terpretación binaria fue Haiford Mackinder, y su «Heartland» (territorio central) fue su con­cepto m á s sugestivo*. Postulaba este autor la dicotomía histórica entre el poder marítimo y el terrestre, siendo el baluarte principal de este último el remoto y -por lo menos a comienzos de siglo- invulnerable «Heartland» situado en el centro de Asia. La de Mackinder siguió sien­do a lo largo del siglo una importante teoría explicativa, aunque su atractivo aumentase o disminuyese según las circunstancias de la época.

Desde un principio se le opuso la teoría marginalista, perfeccionada en el decenio de 1940 por Nicholas Spykman , que situaba el centro real del poder mundial en un gran «rim-land» (territorio periférico) representado por una gigantesca medialuna que envolvía el con­tinente euroasiático". Según esta idea, tanto el m u n d o marítimo c o m o el continental, aunque hayan logrado aparecer c o m o los centros geme­los del poder mundial, adolecían de insuficien­cias y rémoras considerables para poder mante­ner ese papel. A largo plazo, ambos acabarían siendo esencialmente periféricos respecto del poder basado en los territorios periféricos, y los conflictos mundiales más importantes han te­nido por objeto controlar la totalidad o una parte de esos territorios, con su población y sus recursos inmensos y su situación geoestratégica central.

El pensamiento ternario considera que el ámbito geopolítico del m u n d o se escinde, al menos potencialmente, en tres, y no dos, cen­tros principales de poder. Esta teoría tiene afi­nidades con la escuela marginalista que tam­bién distingue tres macrorregiones geopolíticas -la marítima, la continental y los territorios pe­riféricos-, pero se separa de ella en la medida en que postula la existencia de cierto equilibrio entre esas regiones que se mantiene durante un lapso de tiempo. El surgimiento de una situa­ción ternaria supone la interposición de una «tercera fuerza» dentro de la escena binaria co­

m o reacción contra la división del globo implí­cita en la tesis binaria. Significa un intento deli­berado y positivo de impedir la consolidación de esa división y presentar una alternativa rea­lista a ella. Si logra asentar su base de poder, esta «tercera fuerza» puede alcanzar una posi­ción que le permita lanzar un desafío a uno de los dos protagonistas y sustituirlo quizás c o m o centro principal de poder. D e este m o d o , aun­que puede considerarse la concepción ternaria c o m o un intento de proponer un equilibrio en­tre tres centros de poder, puede también enten­derse c o m o un método que ofrece al sistema binario la posibilidad de adaptarse a las reali­dades cambiantes del poder para cobrar así nuevas esperanzas de vida. La idea de Mitteleu­ropa, tal c o m o fue elaborada a comienzos de siglo, constituye un ejemplo de la concepción ternaria, ya que postula la interposición de un nuevo polo de poder entre la esfera marítima y la continental a fin de impedir que puedan con­seguir una c o m ú n dominación del m u n d o .

Los seguidores del zonalismo ubican decidi­damente los centros naturales del poder m u n ­dial en las zonas templadas y subtropicales del Hemisferio Norte. Conceden así implícitamen­te al clima el papel principal en lo que atañe a la determinación de las estructuras geopolítias del m u n d o . Para ellos, los países más impor­tantes son los de América del Norte y Europa, junto con la Unión Soviética y Japón. James Fairgrieve consideraba también que el Asia de los monzones estaba capacitada para formar parte de este sistema de poder del Hemisferio Norte1". El predominio del Norte iba igualmen­te implícito en las teorías de los Geopolitiker alemanes. Ello podía verse en las pan-ideen de Karl Haushofer, grandes regiones del m u n d o destinadas a apuntalar el poder dominante de tres o cuatro naciones del Hemisferio Norte". Durante el decenio de los setenta, el Informe Brandt vino a poner de relieve las enormes dis­paridades existentes entre los recursos de los países de la zona nórdica templada («el Norte») y los de las tierras tropicales y ecuatoriales e m ­pobrecidas («el Sur»)' :.

D e aquí dimanó el significativo concepto de «Norte-Sur» visto c o m o la división m á s impor­tante y peligrosa del m u n d o moderno que exi­gía ser abordada urgentemente para evitar que ocurrieran toda una serie de catástrofes políti­cas y económicas. La idea se ha materializado en nuevas proyecciones cartográficas, la m á s

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Continuidad y cambio en el pensamiento geopolítico occidental durante el siglo XX 27

«El nuevo mapu de Europa en 1970». n R

célebre de las cuales es la ideada por Arno Pe­ters. La inclusión de China entre las potencias del Norte ha dado lugar a ese «pentágono» que Henry Kisinger y otros conciben al iniciarse el declive de la influencia mundial de las dos su­perpotências13. El panorama general se presen­ta c o m o un enorme conglomerado de poder en el Norte, escindido por discordias internas pe­ro que sigue manteniendo una posición domi­nante respecto del resto del m u n d o . Su situa­ción presente es la de una masa inestable que podría estallar violentamente o bien alcanzar una situación más equilibrada y estable.

En quinto lugar tenemos la escuela centra­lista, la cual se basa en las ideas de centro y periferia, especialmente las de Wallerstein y Modelski. U n núcleo político y económico mundial, constituido por los países capitalistas occidentales, domina y explota a una periferia mundial que consiste principalmente en el Ter­

cer M u n d o . En una semiperiferia de países m e ­nos desarrollados y de países en desarrollo se sitúan la Europa oriental y la Unión Soviética, el Mediterráneo y el Oriente Medio. La posi­ción dominante de Occidente se apoya en el control del capital internacional, la superiori­dad técnica y las poderosas redes socioeconó­micas que le sirven para ejercer su influencia. Entre estas últimas se incluyen las empresas multinacionales con sede en Europa y América del Norte.

Por último, la escuela pluralista niega la existencia de un monopolio natural del poder por una sola región del m u n d o . Sostienen sus secuaces que históricamente los centros del po­der mundial se han desplazado de un lugar a otro y que la periferia de un siglo se convierte en el centro del siglo siguiente14. U n a razonable previsión permite pensar que este proceso va a continuar probablemente. Para que tal situa-

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28 Geoffrey ¡'inker

ción pueda considerarse c o m o un orden m u n ­dial estable tiene que poseer lo que Saul Cohen denomina un «equilibrio dinámico»15.

Cada una de estas seis escuelas de pensa­miento trata de explicar la naturaleza real del orden del m u n d o , también se las puede conce­bir c o m o vinculadas entre sí en función de la evolución o el desarrollo. Sería así posible con­siderarlas no c o m o verdades recíprocamente excluyentes sino más bien c o m o teorías que ex­plican únicamente determinadas épocas y que sólo son plenamente verdaderas en función de uno y otro tipo de síntesis. En todo caso el con­cepto de cambio y movimiento es inherente a todas ellas y en cada una late la esperanza de un progreso hacia una situación mejor, junto con el temor a una regresión hacia algo peor. Mien­tras unos se esfuerzan por «alcanzar la luz», otros temen las tinieblas de la «noche egipcia». Las escuelas de pensamiento geopolítico son, pues, fundamentalmente escatológicas en la medida en que contemplan la posibilidad de una solución definitiva de los problemas del conflicto, pero prevén dos resultados probables m u y diferentes entre sí: el universalista y el in­ternacionalista. A primera vista no es posible atribuir a ninguno de los dos el monopolio del «bien» o del «mal», ya que cada uno tiene su propio siniestro esquema de tiranía o de anar­quía. El ideal universalista consiste en el movi­miento que tiende a la fundación de un solo estado universal que podría dimanar razona­blemente de uno u otro de los esquemas expli­cativos. El m u n d o binario podría llegar a su fin con el triunfo de uno u otro de los protagonis­tas. Este era el temor latente de Mackinder cuando afirmaba que «quien rige el "Heart­land" (territorio central) m a n d a en la Isla Mundial», y añadía la sombría declaración de que «quien gobierna la Isla Mundial manda en el Mundo» 1 6 . La fundación de un estado uni­versal sería igualmente el resultado probable del m u n d o ternario si una «tercera fuerza» lle­gara a ser lo suficientemente poderosa c o m o para desplazar a las otras dos. N o disponemos, por supuesto, de ejemplos de un acontecimien­to planetario c o m o éste, por lo que pensamos que se trata menos de una teoría geopolítica evolutiva que de una visión ideal - o de una pe­sadilla- de lo que podría ser el resultado defini­tivo de la historia. Sin embargo, en determina­das regiones del m u n d o se ha creado realmente un estado universal, del que son ejemplos el

Imperio R o m a n o en el Mediterráneo, el Impe­rio de Asoka en el subcontinente indio y el per­sistente Estado Imperial Chino en el Lejano Oriente.

En el otro extremo del espectro geopolítico se sitúa el ideal internacionalista que trata de escapar al ciclo histórico de las dominaciones y de acceder a un orden global en el que la liber­tad, la autodeterminación y el reparto de los recursos serían la norma. Al igual que ocurre con el estado universal, es posible considerar una evolución en este sentido a partir de algu­nos esquemas interpretativos. Esta teoría tam­bién se basa decididamente en la esperanza y en la fe más bien que en una prueba histórica positiva, aunque la existencia de agolpamien­tos como la Comunidad Europea es hoy indicio de que hay alguna posibilidad de avanzar en ese sentido. Este idealismo parte de la creencia de que la humanidad es capaz de obrar mejor de lo que nos dan a entender los testimonios del pasado. Si pudiera conseguirse tal cosa, decía Albert Demangeon, ello representaría una po­derosa demostración de la libertad de acción del ser humano y un indicio de que hemos con­servado cierto grado de libertad frente al deter­minismo, es decir frente al destino.

Aunque a lo largo del siglo sean varios los geopolíticos que han sostenido de m o d o inter­mitente los puntos de vista idealistas, el influjo de las diversas escuelas de pensamiento ha ten­dido a concentrarse en períodos bien determi­nados. En los años anteriores a la Primera G u e ­rra Mundial dominaba la concepción binaria, mientras que en los años de entreguerra cobra­ron mayor relieve las ideas marginalistas, ter­narias y zonalistas. Conceptos tales c o m o Mit­teleuropa y Lebensraum en Alemania contrastaban con communauté, entente y cor-don sanitaire en Francia. Tras la Segunda G u e ­rra Mundial volvieron a dominar las concep­ciones binarias, aunque a lo largo del decenio de los sesenta volvería a infiltrarse en el debate cierta dosis de pluralismo y, a partir del dece­nio de 1970, las teorías del centro y la periferia gozarían otra vez del favor de la nueva genera­ción de pensadores geopolíticos.

Las teorías geopolíticas y la situación internacional

Naturalmente, se plantea la cuestión de hasta

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Continuidad y cambio en cl pensamiento geopolítico occidental datante el siglo YA 29

qué punto estas ideas han recibido la influencia del Zeitgeist (espíritu de la época) dominante e incluso de si reflejan y consolidan los factores concretos de la situación internacional en de­terminado momento . Al abordar esta cuestión se debería tener siempre en cuenta que la situa­ción internacional es ya de por sí un fenómeno variable. Constantemente sobrevienen cam­bios graduales, pero los grandes cambios histó­ricos que afectan al ámbito geopolítico se pro­ducen por lo general súbitamente después de largos períodos de calma y de relativa estabili­dad. Aunque el esquema, tal c o m o se describe en el artículo de Mackinder de 1904 «El eje geográfico de la historia mundial» (véase la no­ta 4), pretendía ser una interpretación general de las corrientes de la historia, en realidad se ajustaba a la interpretación de la situación in­ternacional a comienzos de siglo. En menos de un decenio los considerables cambios ocurri­dos en el equilibrio de fuerzas a nivel mundial hicieron que la tesis de Mackinder pareciera mucho menos válida. Las ideas ternarias de los años de cntreguerra. junto con los primeros atisbos de la dicotomía entre Norte y Sur. refle­jaban a su vez la aparición de nuevos centros de poder que venían a lanzar un serio desafío a la posición mundial de las potencias occidentales. La vuelta a las ideas binarias a partir de 1945 y. especialmente, el renovado interés por la obra de Mackinder tuvieron que ver con el creciente enfrentamiento entre Este y Oeste que ha llega­do a veces a adquirir proporciones casi cósmi­cas.

A medida que menguaban el poder y la in­fluencia abrumadores de las dos superpotên­cias, ciertas dosis del pluralismo comenzaron a incorporarse a los esquemas geopolíticos con vistas al m u n d o de después de la guerra fría. Al mismo tiempo, la situación poscolonial favo­recía también las concepciones sobre centro y periferia, adaptándose en particular esas con­cepciones al estudio de la continuidad del pre­dominio de Occidente aun después de desapa­recer los instrumentos de dominación política. Esta tendencia ha ido acompañada de actitudes tajantemente críticas frente a lo que aparece c o m o neocolonialismo y frente a la injusticia general que muchos geopolíticos reconocen c o m o uno de los legados más duraderos del im­perio.

Pese a tan claros indicios de la estrecha rela­ción entre la difusión de ciertas ideas geopolíti­

cas y las condiciones de la época, también se dan aquí algunos elementos de continuidad. Durante la mayor parte de los tres primeros cuartos del siglo se aceptó la idea de que el en­frentamiento era inherente al sistema y de que lo m á s que cabía esperar de manera realista era limitar los efectos deplorables que producía. A toda manifestación de gran poder que se pro­dujese en cualquier parte del espacio geopolíti­co finito correspondería más tarde o más tem­prano un despliegue de fuerzas que vendría a contrarrestarla en otra parte. Se ha intentado comprender de diversas maneras la relación entre la aparición del poder político y el medio geográfico en el que se produce, pero en la prác­tica todos los geopolíticos sitúan los factores es­paciales, junto con los recursos físicos y h u m a ­nos, en el centro de la explicación del proceso. El modelo binario de conflicto se ha impuesto en general con más fuerza que los demás m o d e ­los de enfrentamiento. El «dos» ha resistido más que el «tres» o que el «cuatro», e incluso cuando había cuatro o más implicados en un conflicto éstos tendían a alinearse en dos cam­pos geoestratégicos. Finalmente, hemos sido testigos de la persistencia del modelo hegemó­nico que comprende un centro y una periferia del m u n d o , un dentro y un fuera, un «primero» y un «segundo», un «nosotros» y un «ellos», un «bien» y un «mal», una «luz» y una «oscuri­dad». También ha persistido la idea de un or­den geopolítico mundial en el que la domina­ción, en todos los sentidos de la palabra, preva­lece sobre la cooperación. El paradigma de la dominación se ha manifestado de formas m u y diferentes, desde las económicas, militares e ideológicas hasta las progresistas y humanistas. Sin embargo, su existencia ha servido de base al intento de formular normas con vistas a tras­cender la explicación de este o aquel período y a formular proposiciones generales y verifica-bles de validez universal.

Tras el estancamiento del período de pos­guerra, cuando el tema parecía congelado por la psicosis de la guerra fría, surge, mediada la década de los setenta, un nuevo pensamiento que impone un sentido más idealista. El objeti­vo de este proceso era lograr un cambio radical en la índole y el propósito de la geopolítica, de m o d o que en lugar de limitarse a tratar del po­der del Estado pasara a preocuparse más positi­vamente por la paz y por una distribución más equitativa de los recursos del planeta. La dia-

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30 Geoffrey Parker

láctica hegeliana se convirtió en parte de una nueva metodología encaminada a explicar las pautas y los procesos espaciales, pero el espíritu de la nueva geopolítica retornó a los geógrafos anarquistas de comienzos del siglo X X . Kropot-kin y Reclus. La concepción humanista en que se funda postula que las ideologías, las organi­zaciones y los sistemas nunca deben conside­rarse c o m o autónomos e independientes de los propios seres humanos.

La tradición humanista ya había tenido re­percusiones considerables en el estudio de esta disciplina cuando el ámbito geopolítico del m u n d o fue sacudido por el seísmo que se pro­dujo en el bloque comunista en 1989. El dece­nio de 1980 se había iniciado bajo el orden mundial de la posguerra que, pese a importan­tes modificaciones, seguía sólidamente instala­do. El m u n d o binario de la guerra fría se había convertido en un m u n d o binario-pluralista más flexible, y el pluralismo hacía serias incur­siones en la idea de un « m u n d o en discordia» entre dos grandes bloques. N o obstante, lo que Yves Lacoste ha denominado «les grands dis­cours manichéens»** seguía constituyendo el material básico de la geopolítica. U n decenio después apenas si existe el bloque soviético y nuevos agrupamientos geopolíticos están en vías de formación. La causa principal de este derrumbamiento ha sido el fracaso de la econo­mía centralmente planificada tal c o m o se prac­ticó en la Unión Soviética y en todo el bloque soviético. El heredero de la ideología en ruinas parece ser el nacionalismo subyacente, y éste es, a la vez, el catalizador de las tendencias cen­trífugas y la materia prima para la creación de nuevas estructuras. En China han aparecido los primeros indicios de un proceso similar, aun­que en 1989, en contraste con los movimientos centrífugos de Europa y de la Unión Soviética, se produjo una vasta e inflexible reafirmación de los controles centrípetos. Sin embargo, esta circunstancia ha sido excepcional y la desinte­gración de las estructuras protouniversalistas del comunismo ha continuado con rapidez.

¿ C ó m o reaccionará la nueva geopolítica an­te el cambio masivo que se está produciendo actualmente en Europa? La rigidez de las rela­ciones internacionales en los últimos cuarenta años ha dado paso ahora a un estado de fluidez; la certidumbre se convierte en incertidumbre, y ello impone una nueva evaluación de las ideas geopolíticas. Hay que volver a someter a prue­

ba la validez de las diversas teorías en función de las realidades recientemente aparecidas.

Estos acontecimientos de tan gran impor­tancia están lejos de representar un evento geo­político único en su género. A un período de dominación o hegemonía ha seguido normal­mente un período de fluctuación y de ajuste te­rritorial, antes de que pueda establecerse un nuevo orden. Si bien históricamente el nuevo orden se da a conocer por la consolidación de un nuevo régimen o dinastía, geopolíticamente consiste en la aparición de una nueva región política central en torno a la cual tiene lugar una consolidación territorial, seguida tal vez de una renovada expansión. Aunque ciertas for­mas de territorialidad c o m o el nacionalismo han sido catalizadores del cambio, las unidades territoriales más reducidas presentan un histo­rial particularmente halagüeño en lo que atañe a la supervivencia a largo plazo.

D e las teorías geopolíticas de dominación y decadencia se desprende la idea de que el perío­do de predominio ruso-soviético sobre gran parte de Europa oriental está tocando a su fin19. Ningún poder dominante ha dado muestras de ser eterno y, pese a las frecuentes y reiteradas referencias al Imperio R o m a n o c o m o precur­sor y modelo, en Europa los períodos de domi­nación, incluso parcial, rara vez han excedido de dos generaciones. Del mismo m o d o que es posible identificar las condiciones geopolíticas de la dominación, también pueden determinar­se las de la decadencia. A juzgar por las pautas observadas en el caso de los estados hegemóni­cos del pasado, esas condiciones son una ex­pansión territorial exagerada en regiones que, por razones geográficas, no pueden ser real­mente sometidas a control, unas esferas de in­fluencia excesivamente extensas más allá de las fronteras, una centralización desmesurada y poco práctica de la región política central y un desplazamiento del centro de gravedad del po­der económico y, subsiguientemente, del poder político del centro hacia la periferia. Todos es­tos factores hacen que la nación dominante re­sulte cada vez más incapaz de cumplir con el «destino» que ha elegido y se vea obligada a valorar de nuevo su posición.

Estas características pueden observarse ahora en la Unión Soviética y en su esfera de influencia. En los años cincuenta, Y . M . Goblet afirmaba que la Unión Soviética era «el impe­rio que no se atreve a decir su nombre; las letras

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Continuidad y cambio en el pensamiento geopolítico occidental durante el siglo XX 31

que designan a la U R S S constituyen en rea­lidad una ficción criptogramática que cubría lo que era, lo que sigue siendo, el Imperio Ruso»20. Se ajuste o no a la verdad este plantea­miento desde un punto de vista político o ideo­lógico, las normas por las que se ha guiado el comportamiento geopolítico de la Unión So­viética desde la revolución de 1917 han sido prácticamente idénticas a las de los estados he­gemónicos de la Europa del pasado. Considera­da en términos geopolíticos, la Unión Soviética es un intento final de mantener y prolongar el período de dominación rusa, del mismo m o d o que el Commonwealth Británico y la Unión Francesa representaban tentativas finales de apuntalar el poder mundial británico y francés. La modificación por Rusia de las antiguas es­tructuras imperiales para adaptarlas a las con­diciones del m u n d o moderno ha demostrado ser no menos vulnerable a las fuerzas de la de­cadencia.

La desintegración de las estructuras de do­minación de la posguerra y la aparición de uni­dades de organización más reducidas que tra­tan de reemplazarlas concuerda con el dicho de Schumacher de «pequeño es sinónimo de her­moso», idea que ejerció considerable influen­cia en el pensamiento socioeconómico de co­mienzos del decenio de los ochenta. N o obstan­te, en la escena internacional, pequeño no significa necesariamente logrado o seguro, y los estados europeos más reducidos se han encon­trado de m o d o inevitable en una situación de vulnerabilidad frente a las nada gratas atencio­nes de sus vecinos de mayor tamaño. Tal c o m o ha señalado O'Sullivan, el animus dominandi siempre ha sido la fuerza motriz de los asuntos del mundo 2 1 . En el transcurso de los siglos se ha planteado periódicamente el problema de có­m o alcanzar la paz y la seguridad sin esa domi­nación. Con este fin se han propuesto gran nú­mero de planes ambiciosos, aunque hayan sido m u y pocos los que lograron salir de los gabine­tes a la luz pública y menos aún los que se pu­sieron con éxito en práctica. A la hora de crear cierto tipo de orden a partir del desorden inter­nacional se ha recurrido repetidas veces a la op­ción más primitiva, menos cerebral, aunque más fácil y más atractiva a primera vista, de dominar por la fuerza. Tal opción se justifica con razones atávicas invocando conceptos de «destino nacional» cómodamente revestidos de religión o ideología. Las épocas en que la

idea de libertad y autodeterminación para las unidades territoriales más reducidas y vulnera­bles ha gozado de aceptación general han sido en general efímeras. El final de un período de dominación suele anunciar la llegada de otro período que estaba aguardando entre bastido­res. Escribiendo por la época en que se fragua­ba la Comunidad Europea, Louis Janz señaló a la atención el hecho de que en el pasado las tentativas de establecer unidades geopolíticas de gran magnitud iban asociadas menos con términos tales c o m o comunidad y ayuda m u ­tua que con otros c o m o expansión, anexión, conquista, penetración, ocupación, Anschluss y protectorado22. Al igual que sucedió con Aus­tria a fines del decenio de los treinta, la autode­terminación ha demostrado no ser más que un momento de respiro en el camino hacia la in­corporación a una unidad geopolítica de mayor tamaño. En opinión de L o w . Austria fue un ra­tón Mickey que en vano buscó protección con­tra los animales que le rodeaban; el resultado final fue la Anschluss (anexión) y no la Zusctin-incnschluss (asociación) (figura 2).

D e una disciplina de guerra a una disciplina de paz

U n a de las principales tareas de la nueva geo­política reside en plantearse la cuestión de có­m o asegurar un orden pacífico del m u n d o m e ­diante el acuerdo y el consentimiento en vez de acudir a la fuerza y a la dominación. Para algu­nos especialistas en geografía política, como Vidal de la Blanche y Albert Demangeon. que escribieron durante y después de la Primera Guerra Mundial, la solución estriba en llegar a «acuerdos regionales» que conduzcan al esta­blecimiento de «comunidades» de estados que actúen conjuntamente motivados por intereses recíprocos. Goblet proponía que se reemplaza­ra el antiguo orden internacional por otro diná­mico y evolutivo basado en negociaciones y en pruebas experimentales2'. Las ideas internacio­nalistas e integracionistas que han constituido la base de la cooperación entre los Estados de Europa occidental en los últimos cuarenta años deben mucho a las concepciones de los especia­listas franceses en geografía política. M á s re­cientemente, Yves Lacoste y otros especialistas pertenecientes a la escuela Hérodote de Francia han examinado con más detalles la base geopo-

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32 d a iJJ ivy Pinker

Hitler Dollfu« Mussolini

F I G I ' R A 2. D . L o w : El ratón Mickey busca protección (Evening Standard, Londres. 28 de febrero del934).i)R

lítica de un nuevo orden internacional en Euro­pa, señalando sus más amplias posibilidades de aplicación. En su aspecto m á s radical, este planteamiento no sólo exige modificaciones importantes en las estructuras del poder m u n ­dial, sino asimismo una reevaluación funda­mental de la idea de lo que el poder es, tanto dentro de cada Estado como en sus relaciones con los demás. El nuevo pensamiento se basa en la premisa de que la verdadera solución no reside en esa semimansión común de la «Euro-pe des nations» que proponía de Gaulle ni en una situación permanente de cooperación limi­tada entre Estados soberanos preconizada por Margaret Thatcher. La solución se parece más a la «Europe des régions» de Yann Fouéré, en la que la hegemonía colectiva de los poderes euro­peos postimperiales se ve obligada a dar paso al concepto «lotaringio» de unidad en la diversi­dad24. Si esta opción constituyera un modelo viable para la nueva Europa, representaría la afirmación del principio de la concertación frente al principio de dominación, de lo peque­

ño frente a lo grande, del pragmatismo frente al dogma y, sobre todo, de los mejores intereses de la humanidad, al m o d o de Reclus y Kropol-kin. frente a los del Estado hegeliano.

A finales del decenio de 1930. mientras so­bre una Europa atribulada se cernía la tormen­ta, Jacques Ancel enunció este principio a la vez como concepto geopolítico y c o m o afirma­ción de esperanza en el futuro. Aludiendo al derrumbe final de todo imperio, sostenía que las murallas de cada Jericó caen cuando suenan las trompetas que despiertan a las naciones confiadas y dormidas25. Medio siglo después, al iniciarse el último decenio de este agitado siglo, parece que el cielo se despeja, pero sigue siendo incierto el tiempo que va a hacer. Las posibili­dades de crear un m u n d o nuevo y mejor son mayores que en cualquier otro m o m e n t o desde 1945, pero el riesgo de fracaso sigue presente. Los paralelismos históricos en que se basan las teorías geopolíticas acerca de la naturaleza del ámbito mundial no son en verdad alentadores y bien podría recaer el m u n d o en sus viejas y

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Continuidad y cambio en el pensamiento geopolítico occidental durante el siglo XX 33

cruentas costumbres. La creencia general en el triunfo del «progreso» que imperaba a comien­zos de siglo iba a derrumbarse cruelmente po­cos años después. El horror de las dos guerras mundiales no sería nada en comparación con la devastación que causarían los mutuamente de­vastadores armamentos modernos en el caso de que estallara un tercer conflicto de ese tipo. Ello hace doblemente necesario que esa com­prensión de la «realidad» geográfica que es la virtud peculiar de la geopolítica aporte su con­tribución a la tarea de fundar los grandes idea­les y esperanzas de la humanidad en unas es­tructuras concretas y duraderas.

Tal como cayó el M u r o de Berlín, el Telón de Acero está hoy siendo desmantelado y se van asentando con m á s o menos tanteos las ba­ses de una nueva estructura internacional. ¿Cuál será la geopolítica correspondiente a esta nueva estructura? La concepción binaria había apuntalado y justificado la guerra fría, pero quedaba el idealismo en calidad de antídoto contra la plena aceptación de esa concepción c o m o algo definitivo y eterno. C o n todo, en lo que se refiere a la evolución del pensamiento geopolítico, parece haber echado raíces algo completamente nuevo. La antigua geopolítica giraba esencialmente en torno a la noción de enfrentamiento -pensando, si no siempre en su promoción activa, sí al menos en c ó m o adap­tarse a sus consecuencias y en c ó m o introducir mecanismos de seguridad dentro del «mundo en discordia». Ahora se estima indispensable convertir una disciplina de guerra en una disci­plina de paz. El modelo idealista ha sido hasta la fecha un modelo preceptivo; ha propuesto modos de pasar del conflicto a la cooperación, en vez de tratar, c o m o las demás escuelas de pensamiento afines, de comprender e interpre­tar las realidades del poder mundial. Pero urge dar al idealismo unos cimientos reales para que pueda ocupar un lugar sólido en el pensamien­to geopolítico y ser útil con vistas a crear un nuevo orden económico mundial lo suficiente­

mente fuerte para hacer frente a los riesgos que, por supuesto, siguen acechándolo. El modelo preceptivo tiene que convertirse en otro nor­mativo para poder ofrecer una opción realista a la humanidad frente al destino.

Halford Mackinder escribió su Democratic Ideals and Reality en 1919, tras la Primera Guerra Mundial. Había en este libro un pasaje de tono francamente poético en el que el autor recordaba que un general romano victorioso, cuando entraba triunfalmente en R o m a , iba acompañado en su carro por un esclavo cuya tarea consistía en murmurarle al oído que él, el general, era, como los demás hombres, un sim­ple mortal26. D e idéntica manera, añadía M a c ­kinder, durante las deliberaciones sobre el tra­tado de Versalles «un etéreo querubín» debería haber musitado las verdades sempiternas de la geopolítica en los oídos de los estadistas aliados allí reunidos para advertirles que perseguir ob­jetivos idealistas, sin prestar antes la debida atención a las realidades geográficas, está con­denado al fracaso. C o m o se vería después, el nuevo orden mundial creado por los estadistas en Versalles duró apenas veinte años y acabó en una conflagración mucho más horrible que la anterior.

Tal vez habría que incitar a un «etéreo que­rubín» contemporáneo, provisto de todos los dispositivos electrónicos modernos de la pre­sentación audiovisual, a que dirigiera adver­tencias similares a quienes hoy tratan de plan­tearse los grandes problemas y las grandes posi­bilidades del m u n d o . El querubín podría animarles a considerar la realidad geográfica no sólo como un factor que hay que tener en cuenta sino como un factor esencial para crear un m u n d o mejor y mucho más generoso. Tal vez entonces podrían alegrarse incluso los geo­políticos, como los manifestantes de Praga en 1989, de que al fin «ha llegado Godot».

Traducido del inglés

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34 Geoffrey Parker

Notas

I East, W . G . y Prescott, J .R .V. . Our Fragmented World, Londres, Muuiiillan, 1975, Capítulo 1.

2. Hess. W . R . (traducción inglesa de F. y C . Crowley), My Father Rudolf Hess, Londres, W . H . Allen, 1986, pág. 26 y ss.

3. Vidal de la Blache, P., «La géographie politique, à propos des écrits de M . Frédéric Ratzel». Annales de géographie, VII, 1898, páginas 79-111.

4. Mackinder, H J . , «The Geographical Pivot of History», Geographical Journal'23. 1904. págs. 421-437.

5. Cohen, S.B., Geography and Politics in a Divided World, Londres. Methuen, 1964.

6. Kipling, R . , «The White Man ' s Burden», 1899. en A Choice of Kipling's Verse, éd. de T .S . Eliot. Londres, Faber, 1941.

7. Brunhes, J. La Géographie Humaine, edición abreviada. París, Presses Universitaires de France, pág. 273.

8. Mackinder, H.J., Democratic Ideals and Reality: A Study in the Politics of Reconstruction, Londres, Constable, 1919.

9. Spykman, N.J., America's Strategy in World Politics. Nueva York, Harcourt Brace, 1942.

10. Fairgrieve, J., Geography and World Power, Londres, University of London Press, 1932, Capítulo XVIII.

11. Haushofer, K.. . Geopolitik der Pan-ideen. Berlín, Vowinkel, 1931.

12. Brandt, W . (Presidente), North-South: A Programme for Survival. Report oflndependent Commission on International Development Issues, Londres, 1980.

13. Parker, G . , Western Geopolitical Thought in the Twentieth Century. Londres, Croom Helm, 1985, pág. 161.

14. Gottmann, J. (ed.). Centre and Periphery: Spatial I 'ariaiions in Politics. London, Sage, 1980.

1 5. Cohen, S.B., «A N e w M a p of Global Geopolitical Equilibrium; A Developmental Approach», Political Geography Quarterly, marzo de 1982, págs. 223-241.

16. Mackinder, H J . , op. cit. 1919. pág. 194.

17. Demangeon, A . , Le Déclin de l'Europe. París, Payot, 1920, pág. 309.

18. Lacoste. Y . . «Editorial: les géographes, l'action et la politique», Hérodote 33, 1984.

19. Parker. G . , The Geopolitics of Domination. Londres y Nueva York. Routledge, 1988, Capítulo 8.

20. Goblet, Y . M . . Political Geography and the W 'odd Map. Londres, George Philip, 1956, pág. ix.

21. O'Sullivan. P. , Geopolitics. Londres, Croom Helm. 1986. pág. 6.

22. Janz. L. , «The Enlargement of the European Community». European Community 1, Londres. Oficina de la Comunidad Europea. 1973.

23. Goblet. Y . M . . Le Crépuscule des traités. Paris, Berger-Levrault, 1934, pág. 259.

24. Fouéré, Y . , L'Europe aux Cent Drapeaux, Paris. Presses d'Europe, 1968.

25. Ancel. J., Géographie des Frontières. Paris, Gallimard, 1938.

26. Mackinder, H J . .op. cit.. 1919. pág. 194.

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C ó m o poner fin a guerras y conflictos: decisiones, racionalidad y trampas

Christopher R . Mitchell

Durante el último decenio proliferaron los tra­bajos universitarios que tienen por objeto en­tender los procesos de la negociación bilateral para poner fin a los conflictos, tanto a nivel in­ternacional c o m o intranacional. La amplia bi­bliografía reciente sobre la negociación contie­ne información obtenida gracias a simulacio­nes experimentales (Druckman, 1973 y 1977; Pruit, 1981; Gulliver, 1979), monografías so­bre negociaciones destinadas a poner fin a las guerras, a los conflictos la­borales y a otros enfrenta-mientos (Zartman, 1978) y algunas experiencias y re­flexiones de los propios ne­gociadores (Zartman y Ber-m a n , 1982). El nivel alcan­zado por la investigación sobre el tema nos permite sistematizar los resultados disponibles para elaborar una especie de teoría gene­ral de la negociación, que puede predecir la estrategia óptima para que las partes en pugna lleguen a un acuerdo negociado.

H a y un aspecto íntimamente relacionado con el proceso general destinado a «poner fin a un conflicto» (o terminación de conflictos), también de suma importancia, que aún no ha conseguido despertar el mismo interés en los medios universitarios; se trata de las decisiones de las partes, más interesadas en la búsqueda de una solución que en proseguir los esfuerzos pa­ra obligar al adversario a rendirse. Iniciaremos pues este artículo con la división del «proceso general» de terminación de los conflictos en

cuatro subprocesos interconectados, cada uno de los cuales precisa un análisis y esclareci­miento propios: 1. U n proceso de decisión complejo que puede

comenzar, desde el punto de vista analítico, en el momen to en que los adversarios llegan a la conclusión (generalmente cada uno por su lado) de que una serie posible de solucio­nes de avenencia o transacción es preferible a la continuación de la guerra, los enfrenta-

mientos, la huelga, el blo­queo y otras formas de con­flicto declarado, opinión que persiste a lo largo del proceso de terminación. 2. U n proceso de comuni­

cación en el que los ad­versarios empiezan dan­do a conocer su deseo de iniciar conversaciones directas (en determina­das condiciones), e indi­can luego las condicio­nes en las que decidirán finalmente encontrarse e intentar alcanzar un

acuerdo negociado.

3. U n proceso de negociación en el que los ad­versarios, bilateralmente o con la ayuda de otras partes, intentarán negociar cara a cara la forma de llegar a la mejor de las solucio­nes de transacción aceptables (arreglos), una de las cuales será preferible (aunque sólo sea marginalmente) a la continuación del con­flicto.

4. U n proceso de materialización en el que se pone en práctica el acuerdo alcanzado, adaptándolo mediante negociaciones com-

Christopher R . Mitchell es profesor de Resolución de Conflictos Internaciona­les y Director de Investigación en el Centro de Análisis y Resolución de Conflictos. Universidad George M a ­son, Fairfax, Virginia, E E . U U . Con an­terioridad fue profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Londres. Es autor de los libros The Structure oj International Conflict (1981) y Peacemaking and the Consul­tant 's Role y editor de International Re­lations Theory (1978 con A . J . R . G r o o m ) y New Approaches to Interna­tional Meditation (1989 con Keith Webb).

RICS 127/Marzo 1991

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36 Christopher R. Mitchell

plementarias y (a veces) con la supervisión de terceros, para garantizar el cumplimiento de los términos de dicho acuerdo. E n muchas contiendas no se inician nunca

los subprocesos dos, tres y cuatro de este proce­so de terminación de conflictos. Algunas per­sisten hasta que una de las partes llega a una especie de «paz» cartaginense con su adversa­rio. E n otros conflictos puede ocurrir que se ponga en marcha el proceso de negociación di­recta, pero al no conseguirse una solución acep­table, se recae en la coerción mutua y el empleo de la fuerza (frecuentemente con mayor inten­sidad) c o m o resultado del fracaso. Otros con­flictos aún se caracterizan por las prolongadas negociaciones entre enemigos que procuran lle­gar a un acuerdo «satisfactorio» ejerciendo pre­sión sobre la otra parte hasta ponerla en una situación que la obligue a aceptar una solución de «transacción», que le parecerá preferible a la continuación de las hostilidades.

A pesar de estos ejemplos de intentos abor­tados de poner fin a los conflictos, parece razo­nable afirmar que el inicio del subproceso de decisión destinado a terminar la contienda (op­tando por la búsqueda de una solución negocia­da) es fundamental y constituye el primer paso positivo. Asimismo, no basta con que una de las partes perciba una serie de transacciones posibles que son preferibles a la continuación del conflicto, puesto que si la otra parte juzga que los beneficios potenciales de la prosecu­ción de los combates son superiores a cualquier acuerdo que pueda lograrse o que «se haya ofrecido», el conflicto continuará. Por ende, y sin que pueda negarse la importancia del proce­so de negociación, es importante asimismo prestar atención a los procesos de decisión in­trínsecos a las partes que, alternativamente, tendrán que elegir entre: 1) perpetuar o, 2) ter­minar el conflicto, y también a las evaluaciones de los costos y beneficios que estas opciones, siempre cambiantes, ofrecen a los dirigentes de los antagonistas1.

Durante el decenio de 1980 algunos medios universitarios se ocuparon del problema de la terminación de los conflictos (incluidas, en cier­tos casos, las «decisiones de abandonar la con­tienda»). Algunas de las investigaciones inclu­yeron modelos tradicionales de los procesos conducentes a la decisión (mutua) de entablar un proceso de negociación. Wittman (1979), por ejemplo, presentó un modelo interesante

de «cómo se termina una guerra», mientras que el trabajo de Bueno de Mesquita (1980, 1981) sobre las decisiones de iniciar una guerra recal­caba, paradójicamente, que se podrían elabo­rar modelos similares para analizar las opcio­nes inherentes a la terminación de un conflicto importante. Lo que resulta interesante en el trabajo de estos universitarios (como por ejem­plo el de Nicholson, 1967) es que adoptaran el enfoque del Beneficio Previsto (EU, según las iniciales en inglés) para analizar las decisiones relativas a la guerra y la paz, tratando de inves­tigar las circunstancias que hacen «racional» proseguir los combates en vez de abandonar la coerción y resolver el conflicto mediante algún tipo de arreglo, renunciando a la victoria total. Estos autores parten del supuesto de que las de­cisiones de poner fin a un conflicto, c o m o cual­quier otra decisión humana , son el resultado de un proceso racional de elección, y pueden por tanto entenderse mejor recurriendo a un m o d e ­lo formal de adopción racional de decisiones.

Características del proceso de adopción de decisiones para terminar un conflicto

A primera vista puede parecer inadecuado re­currir a modelos tradicionales para analizar las decisiones políticas, en particular en circuns­tancias complejas y, con frecuencia, emociona­les, c o m o son los conflictos sangrientos. Sin embargo, es posible elaborar un modelo formal para procesos aparentemente irracionales (por ejemplo, la esquizofrenia). M á s aún, no es ab­surdo aducir que en cualquier conflicto los in­dividuos que deben decidir su continuación o su fin evalúan las ventajas y los inconvenientes de prolongar la contienda, intensificarla, avan­zar propuestas de paz o indicar que las ofertas del enemigo no son del todo rechazables. El he­cho de que este tipo de evaluaciones incluya gran número de factores, muchos de los cuales son «irracionales» y se presentan en forma irre­gular, rudimentaria pero eficaz, no significa que no puedan analizarse sistemáticamente utilizando modelos formales y precisos. La cuestión que se plantea en este artículo es la de saber si el enfoque clásico del Beneficio Previs­to es el m á s adecuado para entender las decisio­nes de terminar un conflicto o si, con algunas modificaciones, podría convertirse en un rao-

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El fin de una guerra: negociaciones entre oficiales norcoreanos y estadounidenses con el fin de determinarla frontera entre las dos Coreas, Panmunjon. 1953. Koysionc.

délo más preciso del proceso que se registra efectivamente cuando los dirigentes tratan de poner fin a una contienda mediante una solu­ción negociada.

U n breve examen de algunos casos de ter­minación de conflictos bélicos hace ver que los procesos de decisión subyacentes en los proce­sos más generales de terminación son comple­jos y variados. Es obvio que los responsables de los países contendientes no sopesan racional­mente cada mañana los pros y los contras de continuar combatiendo o negociar la paz. Por lo general, los estadistas están demasiado ocu­pados para considerar opciones fundamentales tales como: «proseguir o abandonar» la lucha. Es mucho más probable que las decisiones coti­dianas se refieran a la forma más eficaz de con­tinuar la contienda, asignar los escasos recursos disponibles y contrarrestar los últimos avances del enemigo. En otras palabras, las decisiones

típicas en tiempos de guerra podrían describir­se mejor con un modelo incremental que inclu­yera el proceso tan bien definido por Herbert Simon ( 1954) con el término «satisficing» (con­formarse con una solución menos que óptima) y por Charles Lindblom ( 1959), que lo denomi­nó «ajuste incremental de las políticas en vi­gor».

N o obstante, es evidente también que la continuación o terminación de la contienda es un tema que los dirigentes han de tratar una y otra vez, con criterios que pueden o no ser ra­cionales. El hecho de que esta opción sólo se considere en raras ocasiones no debería causar ninguna sorpresa, puesto que la decisión de buscar una paz negociada representa una inver­sión radical de una política a la que durante m u c h o tiempo se han sacrificado recursos, vi­das humanas, carreras políticas, en una pala­bra, toda la energía y la reflexión de un país2.

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N o parece desde luego que un modelo incre­mental de adopción de decisiones sea lo que mejor describe este proceso decisional, c o m o demuestran, por ejemplo, las actas de las deli­beraciones del Gobierno británico sobre la po­sibilidad de negociar un acuerdo de paz con las potencias centrales en 1916 (Ikle, 1971). Es, m á s bien, toda la forma de adoptar decisiones lo que parece cambiar radicalmente, y su des­cripción exigiría un modelo de «reconside­ración global» de la situación (básicamente distinto del modelo «de continuación incre­mental», que suele ser el más adecuado para las decisiones en tiempos de guerra)3. En este pun­to, pues, los dirigentes de las partes enfrentadas adoptarán probablemente un tipo de decisión que se puede describir mejor con un «modelo racional» y, quizás, una versión del procedi­miento de decisión del Beneficio Previsto.

Así, pues, parece plausible sostener que el proceso decisional de los dirigentes de países enfrentados en un conflicto importante se com­pone de dos «modos» distintos de adopción de decisiones, empleados sucesivamente. El pri­mero se centra en la continuación de los com­bates y abona el modelo incremental de deci­sión. Según Braybrooke y Lindblom (1970, págs. 66-71 ), las decisiones tienden a ser rutina­

rias, centradas en cambios menores y de efectos bastante previsibles. Sin embargo, en un m o ­mento determinado los dirigentes hacen frente a una situación que pone en entredicho toda su política, por lo que se impone reconsiderar la continuación de la contienda, sopesando las opciones, fines, medios, costos, beneficios y probabilidades. En este contexto parece m á s adecuado otro modelo de decisión, de acuerdo con la tipología de Braybrooke y Lindblom4. Todo el proceso podría representarse c o m o una continuidad incremental con interrupciones repentinas que obligan a los adversarios a con­siderar, temporalmente, otro proceso de adop­ción de decisiones5, c o m o puede verse en la fi­gura 1.

El resto de este artículo se dedica a estudiar estos períodos (generalmente breves) en que se reconsidera globalmente el proceso decisional, y los dirigentes han de escoger entre proseguir la guerra o iniciar las negociaciones. N o s cen­traremos en particular en la naturaleza del pro­ceso y en la forma adecuada de modelar lo que suele ocurrir en estos casos. Una de las cuestio­nes fundamentales consiste en saber si, en este m o m e n t o , es útil considerar el proceso de adopción de decisiones «racional», y si esta consideración abona la idoneidad del enfoque

Modos de decisión

Reconsideración global de la situación

Continuidad incremental

Detonante 1 Detonante í-1

El fracaso confirma lo acertado de la politica inicial ''Detonante 2

FIGURA 1. Alternancia de modos decisionales en la terminación de conflictos.

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del Beneficio Previsto para entender las deci­siones de proseguir un largo conflicto o suspen­der los combates y buscar una solución de tran­sacción.

Modelos de beneficio previsto. Principios fundamentales

Convendrá exponer en forma esquemática los principios básicos del enfoque del Beneficio Previsto aplicado al proceso de adopción de de­cisiones y, en particular, a las relativas a la ter­minación de los conflictos, c o m o hizo Wittman (1979).

Definición del Beneficio Previsto

Este enfoque consiste esencialmente en que los que deben optar entre diversas posibilidades calculan conscientemente el valor total o «be­neficio» de las consecuencias probables de su elección. Seguidamente se compara este benefi­cio con la probabilidad estimada de una conse­cuencia particular y se escoge la solución ópti­m a para conseguir el m á x i m o beneficio previsto.

El Beneficio Previsto se calcula combinan­do tres factores. Primero, las ventajas deriva­das de una determinada opción. Segundo, los costos inherentes a la opción elegida y el resul­tado previsto. Y , por último, la probabilidad es­timada de que la opción escogida dé el resulta­d o previsto, esto es, que se obtengan las ventajas sufragando los costos. Así pues, el B e ­neficio Previsto ( E U ) se define c o m o sigue:

E U = pu(A)-[l-p]u(C) [1]

Deben tenerse en cuenta tres características importantes de esta fórmula. Primero, al calcu­lar el Beneficio Previsto de una elección con el consiguiente resultado, el decisor «racional» considera siempre que los costos son un factor negativo en su evaluación. Segundo, la «adop­ción racional de una decisión» será la opción que dé el resultado con el m á x i m o Beneficio Previsto. Al plantearse el dilema de si debe o no continuarse un conflicto, los dirigentes «racio­nales» calcularán los costos (generalmente res­tándolos), los beneficios y las probabilidades correspondientes de «triunfar» prolongando la contienda y los compararán con los resultantes de los posibles arreglos negociados. Luego ele­

girán «racionalmente» la opción que genere el m á x i m o Beneficio Previsto.

Tercero, conviene observar que, c o m o ya se indicaba antes, la fórmula del E U (Expected Utility o Beneficio Previsto) tiene carácter for­mal y definitorio, indicando que el Beneficio Previsto del resultado X es una combinación de diversas ventajas que se obtendrán con el logro de X , menos los costos que éste implique, multiplicados por la probabilidad de alcanzar ese resultado X . Este tipo de razonamiento es m u y diferente de aquel consistente en indicar los factores que probablemente van a afectar la idea que el decisor se haga del Beneficio Previs­to de determinado resultado. C o n este último razonamiento podrá saber el decisor si el Bene­ficio Previsto de un resultado dependerá de cierto número de variables o, dicho de otro m o ­do, será afectado o causado por una serie de factores:

EE[X]=fIpu(A)]-[(l-p)u(Q] [2]

M á s adelante volveré a referirme a esta im­portante distinción pero, por el m o m e n t o , voy a ocuparme de las posibles aplicaciones de los modelos clásicos de Beneficio Previsto a los ca­sos de terminación de guerras6.

Elección racional y terminación de la guerra

Si se tiene presente que ambos adversarios de­ben llegar a una conclusión similar sobre la conveniencia de iniciar negociaciones de paz, el enfoque del E U basado en la idea de «agente racional» afirma que, para que pueda iniciarse el proceso de terminación de un conflicto, a m ­bos grupos de dirigentes deben estimar que existe la posibilidad de alcanzar un arreglo o solución de transacción [S] que ofrezca m á s ventajas que la continuación de la lucha ( W ) . E n consecuencia, tanto para la Parte X c o m o para la Parte Y :

X EUW < X EUSn [3] Y EUW < Y EUSn [4]

C o n este enfoque podría explicarse la conti­nuación de la guerra entre Irán e Iraq hasta 1989 (a pesar de los numerosos sondeos de paz del Gobierno iraquí y la intensa actividad de los mediadores potenciales) en la siguiente for­m a : a) para los dirigentes iraníes, los costos de alcanzar un arreglo de paz mediante una solu­ción de transacción (con o sin tropas iraquíes

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en el territorio iraní) seguían siendo m u y altos y superaban las futuras pérdidas militares que entrañarían la recuperación del territorio iraní ocupado y la posterior invasión de Iraq para derrocar a Saddam Hussein; b) los beneficios de continuar la guerra invadiendo Iraq exce­dían sobremanera, tanto en cuanto a apoyo na­cional c o m o a ventajas políticas regionales, a los beneficios del arreglo transnacional pro­puesto por Bagdad; y c) las probabilidades de salir triunfador de la contienda, según Teherán, seguían siendo buenas. D e ahí que, mientras que los iraquíes evaluaban m u y positivamente las ventajas de alcanzar un arreglo de avenen­cia, especialmente tras el éxito de su invasión inicial de Irán al comienzo de las hostilidades, la situación de los iraníes era prácticamente la opuesta. Traducido a fórmula, esto daría lo si­guiente:

Iraq E U X < Iraq E U S n [5] Irán E U W Irán E U S n [6]

Problemas de los enfoques clásicos del EU

Las obras recientes sobre terminación de los conflictos (Wittman, 1979; Mitchell y Nichol­son, 1983; y Teger, 1980) ponen de relieve cier­tos aspectos importantes en los que los enfo­ques clásicos del E U no resultan suficientes para elaborar modelos precisos sobre las deci­siones de terminación de un conflicto, plan­teando una serie de problemas respecto de su aplicación en tales situaciones. A continuación analizaremos tres de esos problemas.

El problema del agente único

La única forma de elaborar un modelo preciso del proceso decisional es suponer que cada an­tagonista posee una función (o, por lo menos, un orden de preferencia) unitario respecto al Beneficio Previsto. Partiendo de este supuesto es posible comparar los cálculos relativos de la «Parte X » acerca de las ventajas de continuar el conflicto [ W ] o de aceptar un arreglo [Sn] con los de la «Parte Y » . Al suponer que hay un diri­gente «único» responsable de las decisiones, se oculta el hecho de que dentro de cada parte an­tagonista se dan probablemente graves desa­cuerdos y divergencias, existiendo distintas facciones en el seno del gobierno, de la direc­ción sindical o de la comunidad que evalúan

diferentemente las alternativas existentes y los resultados posibles. Para dar un ejemplo histó­rico mencionaré el caso de la guerra de los bóers de 1899-1902, en la que los dirigentes de las dos repúblicas bóers, Transvaal y el Estado Libre de Orange, evaluaban de m u y distinta manera las ventajas de continuar la lucha o de cesar las hostilidades, aunque sólo fuera por el hecho de que la primera tenía una importante población no bóer que se aprestaba a dominar a la república sobre la base de cualquier resulta­do salvo la victoria total, lo que no ocurría con el Estado Libre de Orange. En tales casos po­dría permitirse la simple suma de las funciones de cada dirigente respecto del Beneficio Previs­to siempre que esas divergencias fueran de es­casa entidad, lo que no suele ocurrir. Cualquier modelo general de terminación de los conflic­tos que ignore esas diferencias corre el peligro de inducir a errores graves7.

La falta de interacción entre los beneficios y las probabilidades

La tendencia a ignorar las diferencias en el seno de las unidades decisoras y a considerar una función única, agregada, respecto de las venta­jas es un grave fallo de los enfoques clásicos del E U . Pero hay otro problema m á s grave, y que radica en el supuesto del que parte el modelo de que la evaluación que los dirigentes hacen de las ventajas de un resultado es independiente de la evaluación de las probabilidades de que ese resultado se produzca y, por ende, aquéllas no se ven afectadas por éstas8. A m b o s factores deben mantenerse claramente separados en el cálculo del Beneficio Previsto para que tal ope­ración sea fructífera. Si las probabilidades esti­madas de lograr un resultado pueden verse afec­tadas por los beneficios que se esperan del m i s m o y, al mismo tiempo, los beneficios de ese resultado pueden afectar también las pro­babilidades estimadas de alcanzarlos, los efec­tos se nos vuelven totalmente circulares, lo que anula la utilidad del modelo.

A u n así, son cada vez más abundantes las pruebas empíricas de que para los decisores existen diversos tipos de relaciones no fortuitas entre las probabilidades estimadas y los benefi­cios del resultado. E d m e a d señalaba en 1972 dos de estos tipos de relaciones corrientes, a las que denominó el «efecto Lewin» y el «efecto Irwin». El primero postula una relación clara y

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La guerra Iraq-Irán (1980-1988) fue un caso de engranaje. Prisioneros de guerra iraquíes en Iran, 1982. Aitred/Sipa.

reiterada entre la posibilidad remota de alcan­zar un resultado y la mayor valoración del mis­m o ; cuanto menor es nuestra posibilidad de lograr algo, más valor adquiere y m á s lo desea­m o s .

En cambio, el «efecto Irwin» postula la exis­tencia de una relación periódicamente observa­da entre el beneficio de un resultado y la proba­bilidad estimada de alcanzarlo, de m o d o que un resultado considerado valioso tenderá a in­crementar la probabilidad estimada de lograr­lo [Edwards (1962) y Pruitt y Hoge (1965), entre otros, intentaron demostrar experimen­talmente esta manera de ver]. A decir verdad, el efecto Irwin consiste en «wishful thinking», es decir una manera de tomar los deseos por realidades.

Las relaciones a las que acabamos de refe­rirnos no son sino algunas de las muchas cone­xiones causales posibles entre las probabilida­des estimadas de lograr un resultado y la evaluación de los beneficios y costos en caso de que se alcance. Independientemente de la fre­

cuencia de esas relaciones o de las circunstan­cias en que se produzcan, el simple hecho de que haya pruebas de la existencia de tales inter­acciones entre B (beneficios) y P (probabilida­des) a la hora de tomar decisiones reales plan­tea otro grave problema a quien desee utilizar algún tipo de enfoque de Beneficio Previsto pa­ra elaborar procesos de elección y decisión du­rante la terminación de un conflicto.

El problema de la función relativa a un beneficio estable

Por último, el tercer problema clave dimana del hecho de que son muchos los modelos de E U sobre terminación de conflictos que adop­tan un análisis fundamentalmente estático o que, en el mejor de los casos, se ocupan sólo de unos pocos aspectos dinámicos del proceso. En el modelo de Wittman, por ejemplo, los únicos elementos dinámicos son las estimaciones res­pectivas de las partes acerca de las probabilida­des de alcanzar la victoria (estimaciones basa-

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das en gran medida en las vicisitudes cambian­tes en el campo de batalla) y de los costos cre­cientes originados por la acción del enemigo9.

Son serias las dificultades que se oponen a la aceptación de un modelo basado en una serie tan limitada de supuestos acerca de los cam­bios en los cálculos de los dirigentes. Por ejem­plo, es frecuente que éstos cambien de opinión respecto de las posibilidades de éxito y de sus costos probables en función del comportamien­to del adversario. A d e m á s , con el paso del tiempo se modifican las evaluaciones sobre el mayor o menor interés de una u otra ventaja concreta. D e igual manera, los mismos costos pueden evaluarse de m o d o diferente en fun­ción, entre otras cosas, de la importancia de los recursos propios ya sacrificados en la lucha o aún disponibles para el futuro.

Necesidad de un modelo alternativo

En este breve análisis hemos puesto de relieve algunos de los escollos con que tropieza la adop­ción de un enfoque fundamentalmente «racio­nal» (tanto en el sentido económico c o m o en el que Clausewitz da a esta palabra) del proceso de decisión relativo a la terminación de los conflic­tos, enfoque basado en un modelo clásico del Beneficio Previsto. Hay suficientes pruebas cau­sales al respecto c o m o para afirmar que las par­tes contendientes no siempre se comportan de manera racional tratando de obtener el máximo provecho. Son muchas las guerras, las huelgas y hasta las disputas entre individuos que se pro­longan más allá del límite en que cada oponente puede esperar conseguir el equivalente de lo que ha perdido en la pelea. Por consiguiente, lo que necesitamos es uno u otro tipo de modelo de elección que tenga en cuenta los aspectos relati­vos al comportamiento (tal vez «no racionales») en el proceso decisional de terminación de los conflictos; un modelo que ayude a explicar, en sentido empírico, c ó m o deciden los líderes la mejor forma de poner fin a una contienda, en vez de cómo debería terminar ésta si los enemi­gos se comportaran de acuerdo con el modelo clásico de búsqueda del máximo provecho.

El beneficio previsto: un enfoque causal

Convendría que volviéramos a referirnos a la

distinción hecha anteriormente entre lo que afecta al Beneficio Previsto y la definición del Beneficio Previsto de un resultado (la conclu­sión de un arreglo negociado) consistente en las ventajas menos sus costos, modificados por la probabilidad estimada de alcanzar ese resulta­do, obtener los beneficios y pagar los costos. Parece manifiesto que: 1. Los dirigentes que han de optar entre conti­

nuar la guerra o terminarla sopesan de algún m o d o el valor o Beneficio Previsto de uno u otro resultado.

2. Las decisiones relativas al Beneficio Previs­to de un determinado resultado cambiarán con el paso del tiempo.

3. Por consiguiente, ciertos factores ejercen una influencia variable sobre este tipo de evaluaciones del Beneficio Previsto de los resultados, aun cuando la gama de resulta­dos posibles se mantenga estable a lo largo del tiempo. E n los enfoques clásicos de E U (BP) este

cambio se explica por la modificación de la naturaleza de los costos y los beneficios de las distintas opciones. A medida que los dirigen­tes vayan teniendo un conocimiento m á s pre­ciso de las consecuencias probables (quizás adicionales) del Resultado Y comparadas con las del Resultado X , el Beneficio Previsto de Y declinará comparado con el de X . El E U de proseguir la guerra y lograr una costosísima victoria podría disminuir, frente al E U de aceptar la negociación inmediata de un arre­glo, desde el m o m e n t o en que los dirigentes hayan tomado en consideración los posibles efectos desestabilizadores de la guerra respec­to de la posición política de su propia clase o grupo étnico. En este tipo de modelo, la modi­ficación de la evaluación se producirá c o m o consecuencia de un cambio en la importancia de los beneficios y los costos estimados de los resultados alternativos, de las probabilidades de alcanzar una victoria o de sufrir una de­rrota.

D e todos modos , una de las dificultades que plantea este modelo radica en que, vistas las cosas empíricamente, los dirigentes, individual o colectivamente, no siempre evalúan con sufi­ciente cuidado cada uno de los aspectos de los costos y los beneficios correspondientes a un resultado, combinándolos luego con las proba­bilidades, a fin de calcular el Beneficio Previsto general que entraña cada resultado particular

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de una serie dada. Parece que les es difícil aislar de manera sistemática cada uno de esos aspec­tos (de los beneficios y de los costos) correspon­dientes a cada uno de los resultados u opciones, y mucho más aún asignarles valores relativos para llegar a una evaluación general. C o m o han señalado John Elster (1983) y Paul Veyne (1976), los individuos parecen actuar como si las opciones o los resultados existieran en «ha­ces» o «paquetes» que no pueden deshacerse y rehacerse a voluntad.

N o obstante, parece ser que los decisores adquieren una cierta capacidad de evaluar glo­balmente el Beneficio Previsto relativo de los distintos resultados, con lo cual pueden compa­rarlos y elegir luego el que prefieren. Parece ser también que, aunque los decisores no exami­nen cuidadosamente las ventajas o los costos que acarrea cada decisión, la evaluación que hagan del E U de un resultado sufre el influjo de factores clave y entraña un cierto análisis de las ventajas y de los costes. Por último, estos jui­cios subjetivos acerca del Beneficio Previsto se modifican con el tiempo, de m o d o que existe cierto grado de conexión causal entre la evalua­ción final del E U y las circunstancias y decisio­nes del dirigente, lo que influye en sus juicios acerca de los resultados, en las comparaciones que entre ellos hace y, por ende, en la opción elegida.

En consecuencia, un m o d o fructífero de en­focar los modelos del proceso de decisión sobre la terminación de los conflictos sería elaborar un modelo causal que pudiera ayudarnos a su­perar ciertas insuficiencias del enfoque clásico del E U . Tal modelo partiría de la idea de que los dirigentes poseen una evaluación de las ven­tajas de un resultado y una estimación de las probabilidades de lograrlo. A d e m á s , este enfo­que implicaría: 1. comprender algunos factores (muchos, aun­

que no forzosamente todos, derivados de los beneficios y los costos previstos de lograr el resultado) que influyen en el nivel de E U de ese resultado10;

2. ser consciente de que el número y la influen­cia relativa de los factores causales pueden cambiar con el tiempo; y

3. dar por sentado que puede haber una cone­xión causal entre los beneficios del resultado y las probabilidades de lograrlo, y vicever­sa. En resumen, el modelo podría revestir la

forma de un modelo causal y sencillo c o m o el que a continuación se esboza en la figura 2:

E3

E2 E4

El URi E5

F I G U R A 2. Modelo causal de los beneficios de un arreglo

Para que la explicación sea m á s fácil, hemos elaborado simplemente este modelo de m o d o que refleje los factores causales (e) que influyen en la decisión del decisor sobre el nivel de bene­ficio de un determinado resultado, aunque también podría hacerse un planteamiento simi­lar y construirse un modelo causal para evaluar la decisión sobre el nivel de probabilidades de alcanzar determinado resultado mediante una decisión dada. Por consiguiente, mi análisis va a centrarse en adelante en las estimaciones del beneficio de un resultado dado, aunque po­drían formularse consideraciones análogas so­bre las evaluaciones de la probabilidad.

Para vincular más este enfoque con los m o ­delos clásicos de E U , puede sostenerse que las estimaciones del decisor consistirían en: 1. evaluaciones de: I) los beneficios relativos

que se obtendrían de la persecución y el lo­gro de una serie de resultados posibles, y II) los costos relativos que normalmente aca­rrearán esa persecución y ese logro.

2. estimaciones de las probabilidades relativas de lograr esos resultados. Sin embargo, la primera ventaja importante

del enfoque considerado es que, al sopesar la influencia de los costos y los beneficios que acarrean las decisiones sobre el valor de las di­ferentes alternativas, puede abandonarse la distinción tradicional entre esos dos factores. Los costos pueden considerarse simplemente c o m o beneficios negativos o, m á s precisamen­te, c o m o influencias independientes que redu­cen el nivel estimado de beneficio de un resul­tado. Así, pues, ese nivel se evaluará de acuerdo con la influencia de factores positivos (beneficios) o negativos (costes).

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Los modelos causales de las evaluaciones de los beneficios ofrecen otras ventajas para expli­car qué factores ejercerán probablemente más influencia en los decisores al evaluar las opcio­nes posibles y sus resultados. Primero, el m o d e ­lo considera una amplia gama de factores cau­sales al abordar la cuestión de por qué el beneficio de un resultado particular es mayor o menor que el de otros resultados alternativos. Segundo, puede abordar los problemas de la di­námica de las evaluaciones del beneficio y la cuestión de qué tipos de cambios podrían afec­tar las estimaciones del decisor sobre el benefi­cio relativo de determinados resultados (para más detalles, véase la sección 4). Por último, se evitan problemas inherentes a los modelos clá­sicos de E U basados en el supuesto fundamen­tal de que el beneficio y la probabilidad tienen efectos totalmente independientes.

Sin embargo, un enfoque causal plantea también numerosos interrogantes, especial­mente cuando se trata de los juicios de los deci­sores sobre opciones y resultados complejos, c o m o los que atañen a los procesos de termina­ción de conflictos. U n primer problema es el realtivo a las variables (e) que pueden afectar las evaluaciones de los beneficios y de las pro­babilidades en tales situaciones: su número, ti­po, clasificación y consecuencias. El segundo atañe a los cambios probables en la naturaleza, amplitud y consecuencias de esas variables causales y a las causas de esos cambios. Mani­fiestamente, una de las causas posibles de los cambios en los factores que afectan las evalua­ciones de los beneficios de los resultados radica en las modificaciones que se originan en el «equilibrio de las ventajas» de las partes en conflicto; pero, ¿cuáles son las otras variables que influyen tradicionalmente en las evaluacio­nes de los dirigentes al considerar las alternati­vas que se les presentan durante una contien­da? Por último, los modelos causales de este tipo ignoran en general las cuestiones de «ra­cionalidad» en el proceso de decisión, sustitu­yéndolas por un esquema explicativo basado en el supuesto de que es posible comprender ese proceso como un proceso de elección no ya conscientemente racional (o incluso irracio­nal), sino basada en evaluaciones de alternati­vas producidas por un determinado modelo de variables en el m o m e n t o de la elección, y de elección cambiante de acuerdo con las modifi­caciones de esos factores causales. Este tipo de

modelo sería mejor calificarlo de «no racional» en vez de racional o irracional.

El resto de este artículo tratará directamen­te de dos de estos temas y procurará arrojar al­guna luz sobre el tercero por deducción, tratan­do de dar respuesta a las tres cuestiones siguientes: 1. ¿Cuáles son las variables que influyen nor­

malmente en los juicios de los dirigentes acerca de las opciones y los resultados cuan­do se enfrentan con el problema de poner fin a una guerra?

2. ¿En qué forma podrían esas variables inde­pendientes influir en el beneficio relativo (o la probabilidad) de las posibles alternativas (principalmente, continuar hasta lograr la «victoria» o negociar un arreglo transaccio­nal)?

3. Cuando se plantea la posibilidad de termi­nar un conflicto, ¿qué es lo que normalmen­te modifica la influencia de esas variables principales en una dirección dada o en de­terminada magnitud?

Modificaciones de las evaluaciones de los beneficios

Las principales cuestiones que plantea el uso del modelo causal giran en torno a las causas que originan la modificación de las evaluacio­nes de los dirigentes sobre las ventajas de los resultados y opciones posibles. N o cabe duda de que es necesario analizar empíricamente los factores que influyen en la evaluación de los beneficios de alcanzar la victoria o de negociar un arreglo. Hay que preguntarse, además, si un gran número de factores causales tienen una re­percusión importante y si todos deben ser teni­dos en cuenta en todo momen to . Por último, se plantea la cuestión de saber qué es lo que oca­siona el cambio en: 1 ) el número y la amplitud de las variables influyentes: y 2) su influencia relativa en la evaluación.

Variables que influyen en las evaluaciones de los beneficios

El primer problema que se plantea es el de có­m o arrojar luz sobre las consideraciones que suelen influir en los decisores a la hora de eva­luar y de comparar los beneficios de las opcio­nes esenciales para poner término al conflicto.

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a saber: I) seguir combatiendo, con sus lógicos costos y los beneficios problemáticos que ello entraña; o II) aceptar una avenencia que pueda ser aceptable también por el adversario. H a y factores que son familiares y obvios. Por ejem­plo, parece poco probable que las personas se muestren indiferentes a los futuros beneficios (fB) que se espera obtener con los resultados alternativos, ya se trate de un aumento de los salarios, del dominio de unas islas en litigio, de la custodia de los hijos o, según las palabras de Bueno de Mesquita (1981), de la diferencia en­tre el comportamiento del adversario antes del conflicto y el que resultará de la derrota o la transacción". Asimismo, el beneficio de un re­sultado cualquiera se reducirá indudablemente a causa de los futuros costos previstos (fC) de proseguir la lucha o, por lo contrario, de lograr una transacción. E n los modelos clásicos de E U los costos pueden también revestir la forma de oportunidades perdidas (oC), pero pueden en­trañar además pérdidas reales de los recursos disponibles en ese m o m e n t o (costos «ocultos» o sC), que suelen pesar m u c h o m á s en los cálcu­los del decisor que los costos de oportunidad12. Ejemplos del primer tipo de costos son las posi­bilidades de esparcimiento perdidas o la baja de la producción causada por una huelga pro­longada, y del segundo tipo las víctimas reales y los daños materiales en los recursos producidos por cualquier conflicto que implique violencia organizada.

Menos obvias pueden resultar otras consi­deraciones que influyen muchísimo en las eva­luaciones de los decisores. Para algunos diri­gentes en pugna, los factores destacados que in­fluyen en las evaluaciones de una opción pueden revestir la forma de un menor apoyo dentro de su propio partido (iSPT) o entre alia­dos o protectores (aSPT). Para otros, los facto­res que ejercen una influencia positiva en la evaluación de las ventajas de determinados re­sultados podrían consistir en el hecho de crear­se una reputación de negociador «adecuada» (fBREP) que podría ser útil en la solución de otros conflictos ulteriores; o bien en el deseo de no revelar una vulnerabilidad especial a los ad­versarios potenciales13.

Por otra parte, ciertas evaluaciones de los dirigentes pueden ser influidas más fuertemen­te por aumentos repentinos de los costos o en las comparaciones que hacen entre los recursos disponibles y los que podrían conseguir. Por

ejemplo, una aceleración súbita de las peticio­nes hechas a los fondos sindicales durante una huelga (d2sC/dt) puede tener una repercusión mayor en la evaluación de los beneficios de continuarla hasta obtener las reivindicaciones buscadas en un lapso de tiempo mayor. Asimis­m o , en las evaluaciones de los beneficios puede influir la comparación entre el sacrificio que representan los futuros costos previstos (fC) y el nivel de los recursos generales (RES) que que­dan por gastar (fC/RES).

Los factores que influyen en los decisores en caso de conflicto (y cuando consideran la posi­bilidad de un arreglo transaccional) pueden desglosarse en cuatro grandes grupos: 1. factores interpartes 2. factores propios de las partes 3. factores propios de los aliados 4. factores ajenos al conflicto

Los factores interpartes son los más conoci­dos porque en esta categoría se incluyen todas aquellas cuestiones que se supone influyen en las evaluaciones de las ventajas en los modelos tradicionales de E U . Se trata de las ganancias resultantes del éxito obtenido en el conflicto14

-aumento de los salarios, de la productividad del trabajo, del territorio o del acceso a las m a ­terias primas (fB)-; de los recursos básicos ori­ginales de la parte contraria destinados a conti­nuar la contienda (bRES) y los recursos restan­tes para tal fin (bR - sC) ; de los costos «ocultos» ya invertidos para lograr el éxito (días de huelga, pérdidas salariales por días no trabajados, víctimas, ciudades destruidas) (sC); de los costos previstos que habrá que asumir para realizar cada uno de los resultados alterna­tivos (fC); y de los costos que se le han impues­to y pueden aún imponérsele al adversario [sc(ADV), fC(ADV)] en los casos en que haya adquirido valor en sí mismo el hecho de origi­narle esos costos15.

En cambio, a los factores propios de las par­tes se les reconoce generalmente una influencia menor en los cálculos de los decisores sobre las ventajas relativas de continuar el conflicto o de procurar una avenencia. N o obstante, está de­mostrado con creciente evidencia que estos fac­tores pueden ser de enorme trascendencia por la influencia que ejercen en las evaluaciones y, consiguientemente, en la elección resultante, sobre todo en el caso de que el liderazgo de una parte contendiente se vea amenazado por una facción rival, o cuando existen importantes di-

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visiones en el seno de esa parte. En esos casos, factores tales como el nivel de apoyo de los su­bordinados (iSPT), el nivel de credibilidad de los dirigentes (LCR), el grado de responsabili­dad de una persona o de una élite por la política en vigor, o la repercusión de un determinado resultado en la suerte de quienes dentro del propio grupo apoyan al dirigente o se oponen a él tienen un efecto importante (y, a veces, deci­sivo) en el beneficio final atribuido a modos de proceder opuestos y a sus consecuencias. Si los dirigentes asignan un valor supremo a mante­ner la unidad dentro de sus propias filas, cual­quier resultado que la amenace será considera­do c o m o poco provechoso frente a otros resul­tados alternativos que mantengan esa unidad. Si lo que importa verdaderamente es evitar re­sultados que ofrezcan a los rivales del propio bando la oportunidad de capitalizar política­mente una «liquidación», es normal que las op­ciones que impidan ésta sean más altamente apreciadas que las otras. Parece ser que este ti­po de factores suele influir en gran medida en los juicios sobre las ventajas relativas de conti­nuar el conflicto hasta la «victoria total» tantas veces prometida, en vez de aceptar una tran­sacción.

En otras ocasiones, son los factores propios de los aliados los que más pesan a la hora de asignar un beneficio relativo a las alternativas que se presentan. Las consecuencias probables de un resultado en un aliado o protector, ya sea como costos impuestos [fC(ALL)] o c o m o be­neficios otorgados [fB(ALL)], puede cobrar mucha importancia a la hora de evaluar las ventajas. La posibilidad de disgustar a otra agrupación o sindicato puede ser un factor im­portantísimo para prolongar la huelga. La re­nuencia a dejar que continuara solo la guerra su aliado, el Estado libre de Orange, fue un pode­roso factor que llevó a los líderes de Transvaal, durante la guerra de los bóers, a rechazar las ofertas británicas de arreglo.

Desde luego, la repercusión de estos factores propios de los aliados dependerá mucho de lo sensibles que sean los dirigentes de una de las partes de la coalición a los deseos, las aspiracio­nes y los objetivos de las otras. Esa sensibilidad puede modificarse con el tiempo y su disminu­ción puede ser la razón de que se acepten ofer­tas de transacción que se habían rechazado an­teriormente. C ó m o y por qué se produce ese cam­bio sigue siendo objeto de reflexión y estudio.

D e igual m o d o , los factores ajenos al conflic­to pueden ejercer un gran influjo en los juicios de los decisores acerca del arreglo transaccio­nal. A algunos dirigentes puede preocuparles la «reputación de negociador» de su gobierno y tratarán de utilizar su comportamiento en el conflicto actual para influir en el de sus adver­sarios en futuras contiendas. En cuanto a los dirigentes de las empresas, suelen negarse a aceptar ahora compromisos sobre ciertas cues­tiones porque temen que tal decisión deje m á s tarde la puerta abierta a futuras demandas de otros trabajadores. Así, pues, los factores que influyen en las evaluaciones en virtud de las cuales se rechaza una determinada opción, qui­zá no tengan su origen en preocupaciones rela­tivas a las ganancias o a los sacrificios del pre­sente (ni siquiera en problemas de política in­terna o en razones de reputación), sino en los juicios acerca de los posibles sacrificios futuros que pueden derivarse del comportamiento ac­tual y del efecto de demostración que lleva apa­rejado16.

Amplitud y número de las variables causales

Es fácil afirmar que estos factores pueden ejer­cer influencia en las decisiones relativas a la terminación de un conflicto y sostener que al­gunos desempeñan un papel más o menos im­portante en la determinación de las ventajas de los resultados del conflicto a medida que éste se desarrolla. En cambio, es m u c h o más difícil de­terminar qué factores podrían ejercer mayor influencia en un m o m e n t o dado y, lo que es m á s importante, c ó m o puede modificarse este grado de influencia con el transcurso del tiempo.

La bibliografía sobre la psicología de la elec­ción y el tratamiento de la información puede ofrecernos algunas pistas para resolver la cues­tión. Podría sostenerse que, independiente­mente de los muchos factores que potencial-mente influyen en la evaluación de los benefi­cios que hacen los dirigentes en el m o m e n t o de la decisión, su número será probablemente li­mitado, aunque sólo sea por el simple hecho de que la capacidad humana para tratar la infor­mación también lo es17. Son muchos los estu­diosos que sostienen que cada decisor sólo pue­de tener en cuenta un número limitado de fac­tores en el momen to de elegir. Las estimaciones

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del número de factores que influyen en las apreciaciones de cualquier persona ante una si­tuación compleja varían según los autores que han abordado el tema. Miller (1956) y Simon (1974) afirman que la cifra de esos factores se sitúa entre cinco y nueve tratándose de casos de elección tan variados como la compra de una casa o la firma de un acuerdo de paz18. Miller mantiene que son siete los factores que influ­yen con mayor frecuencia en la evaluación y la elección; Simon llega a la conclusión de que es­ta cifra se acerca probablemente más al cinco que al nueve; Warfield, recurriendo a un enfo­que diferente, afirma que son sólo tres los fac­tores que ejercen con toda probabilidad una gran influencia en cualquier situación comple-ja(1988).

En consecuencia, cabe simplificar conside­rablemente el problema de analizar lo que in­fluye con la evaluación del decisor sobre los be­neficios relativos de proseguir la lucha o de aceptar un arreglo. En cada ocasión, parece que el decisor, al evaluar el interés relativo de las alternativas que se presentan, sufre la influen­cia de una cantidad limitada de factores, y no del amplio número en que lógicamente cabe pensar.

Si los factores que influyen son sólo unos pocos y las evaluaciones del beneficio relativo de un arreglo inmediato (Sn) en comparación con el «éxito final» (en una futura fase) son re­lativamente sencillas, también lo es la estructu­ra de nuestro modelo causal. Este consistirá normalmente en un pequeño número de varia­bles independientes (e) que influyen en la eva­luación de las ventajas de un arreglo negociado (o, alternativamente, de la continuación del conflicto hasta alcanzar la «victoria») (figu­ra 3).

Cf/RES

Cs

Af. URi

STNi

CRD

FIGURA 3. Factores determinantes del benefi­cio de un acuerdo en T .

Modificación de las influencias sobre la evaluación de las ventajas

El objeto principal de este artículo es demos­trar que los juicios sobre el valor de los resulta­dos alternativos posibles de un conflicto son di­námicos, en el sentido de que no sólo cambian los resultados sino también los factores que in­fluyen en la evaluación de los decisores, modi­ficando así el valor de esos resultados. Por ejemplo, puede que en las primeras fases de un conflicto los dirigentes consideren que no es tan importante aprovechar al m á x i m o el apoyo de subordinados dentro de su propio grupo (iSPT) y que, por ende, éste influya m u y poco en la evaluación de las opciones que se les pre­sentan. Posteriormente, tras un conflicto costo­so y arduo, ese apoyo puede desempeñar un pa­pel clave en la evaluación del decisor. En lo que respecta a nuestro modelo, se ha agregado un nuevo factor a la estructura, factor que ahora repercute en las U alternativas.

Asimismo, podría argüirse que un determi­nado factor (por ejemplo, el apoyo interno a una élite) estaba (implícitamente) presente en la estructura del modelo desde el comienzo, aunque sólo empezara en una fase posterior del conflicto a tener importancia en la evaluación de U , aumentando esa importancia desde 0 hasta alcanzar un valor positivo.

La concepción formal es sencilla. El modelo podría contemplarse simplemente como una ecuación o c o m o una estructura causal (quizá la forma m á s sencilla sea un diagrama de valor positivo o negativo) con un número limitado de variables independientes. Algunas de ellas van siendo sustituidas con el tiempo, a medida que los dirigentes cambian de opinión sobre cuáles son los factores importantes que deben tenerse en cuenta y qué nuevos factores co­mienzan a influir en sus evaluaciones. Por en­de, algunos elementos desaparecen del modelo y son sustituidos por otros cuya influencia (con el paso del tiempo y de los acontecimientos y por motivos cuya plena comprensión nos esca­pa en parte) pasa a ser decisiva. La figura 4 ilus­tra este enfoque:

Este tipo de modelo puede utilizarse para representar diversas formas de dinamismo en el proceso decisorio relativo a la terminación de los conflictos, a saber, los siguientes hechos normalmente observables: 1. con el tiempo la gente cambia de opinión

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fC\,

iSPT

+

fB. — • u S n < « — Evaluaciones en T

LCR

Uc

fC(ALL),

d ^ C w

-dt Evaluaciones en T + 1

F I G U R A 4 . Modificación de las influencias sobre IL con el tiempo.

sobre lo que para ella es vital en un resultado y lo que carece de importancia;

2 . la gente cambia de opinión acerca de la im­portancia relativa que tienen para ella unos y otros factores en u n resultado posible, per­diendo algunos de esos factores importancia con el tiempo mientras la de otros aumenta ;

y 3. las personas pueden modificar, a menudo

repentinamente, su apreciación de si un de­terminado factor incrementa o reduce el va­lor de un resultado. U n a vez más, el segundo de estos tres gran­

des tipos de modificaciones puede abordarse simplemente en términos de modelo causal. Lo que estamos examinando es el hecho de que, independientemente de la naturaleza inaltera­ble de los propios factores, los decisores pue­den asignar, y de hecho atribuyen, diferentes grados de importancia a cada factor en distin­tos momentos. En cierta fase del conflicto las ganancias previstas (fB) pueden parecer el fac­tor m á s decisivo respecto de la decisión de con­tinuar o no la lucha. Pero en otra fase ulterior los costos previstos en proporción a los recur­sos restantes (cF/R) pueden convertirse en el factor determinante, a medida que cambian las opiniones y los valores de los decisores. D e

nuevo, el hecho de conservar el apoyo de los subordinados o partidarios o bien de hacer fra­casar los intentos de sus rivales dentro del gru­po puede influir simultáneamente, pero su im­portancia relativa comparada con los costos originados (sC) puede acrecentarse, aun cuan­do la magnitud de estos últimos aumenten en forma constante. Todas estas modificaciones pueden introducirse en el modelo mediante cambios en el nivel y la influencia de las varia­bles pertinentes. En los modelos pueden plas­marse los cambios en las preferencias de los di­rigentes, alterando el orden de los valores, de m o d o que en un m o m e n t o determinado del conflicto puede darse el caso siguiente:

fB | fB [ A D V ] | iSPT | fC/RES | sC | fC (ALL) | 0 [7]

mientras que en otro orden de influencia es sus­tituido por:

fC/RES | sC | fB | FC [ALL] | iSPT | fB (ADV) | 0 [8]

El tercer tipo de d i n a m i s m o a que nos he­m o s referido puede parecer al comienzo extra­ño , por n o decir «irracional». Sin e m b a r g o , no parece en principio que haya nada ilógico en que en cierto m o m e n t o determinados factores

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Cómo poner fin a guerras y confíelos: decisiones, racionalidad y trampas 49

U n conflicto que no tiene fin previsible: pueblo de Tokui. Chipre, en 1974. U n a línea invisible separa las comunida­des griega y turca, M . Rihoud/Magnum.

ejerzan una influencia positiva en las evalua­ciones del valor de un resultado y en que, en otro posterior (o viceversa), esa influencia sea negativa. D e hecho, el cambio puede ser repen­tino. E n la práctica suele observarse que la gen­te considera que hay factores que incrementan el valor de aquello que intenta obtener hasta un punto álgido, superado el cual su percepción de la situación se modifica y lo que antes se pensa­ba que aumentaba el valor de un resultado hace que de pronto ese resultado ya no valga la pena conseguirlo.

Para dar un ejemplo más claro de este fenó­meno tomaremos c o m o factor los costos ocul­tos (sC). En la teoría clásica de E U los costos ocultos no desempeñan ningún papel en la eva­luación de las opciones y los resultados, tenién­dose tan sólo en cuenta los costos futuros (fC), que suelen denominarse también costos «pre­vistos». Lo que se ha sacrificado hay que darlo por perdido, y los dirigentes racionalistas, a la hora de decidir, desprecian los sC al calcular

(en el m o m e n t o t) los costos y los beneficios relativos de los resultados que se lograrán en t + n. N o obstante, en la realidad del proceso decisorio, los costos ocultos parecen desempe­ñar un papel tan importante c o m o curioso y contradictorio (véase Edmead, 1971). En cier­tas fases del conflicto los líderes parecen amol­dar sus decisiones a un modelo en el que los costos ocultos actúan c o m o una inversión que contribuye a incrementar el valor atribuido a las ventajas y, en ocasiones, la probabilidad de lograr el resultado perseguido. D e acuerdo con nuestro modelo, este factor tiene un efecto po­sitivo en la evaluación de las ventajas de prose­guir la lucha hasta la victoria. Cuanto más in­vierte uno de los contendientes en la consecu­ción del éxito, más valor adquiere éste'1'. Lo gastado no se da por «perdido» sino que se con­vierte en «recursos invertidos».

N o obstante, en determinado momento la influencia sobre las evaluaciones del volumen de costos ocultos puede cambiar radicalmente,

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comenzando a ejercer influencia en calidad de costos auténticos o de «sacrificios». En tal caso, el peso de los sacrificios ya realizados se suma a los sacrificios presentes y a los previstos. Unos y otros se convierten en factores negativos que se refuerzan mutuamente y acaban incidiendo en la evaluación de las ventajas de perseguir un resultado victorioso. Puede que un cambio tan drástico c o m o éste guarde relación con el au­mento de las pérdidas o con el agotamiento de los recursos, de m o d o que la relación entre los sacrificios y los recursos restantes se aproxime a uno; o bien con el hecho de haberse superado un «punto álgido» en el proceso continuo de pérdidas, c o m o haber perdido la capital o el sis­tema defensivo de un río, o seis meses en un piquete de huelga20.

Cualquiera que sea el factor crucial, una vez superado ese umbral, puede invertirse completamente la forma en que un factor in­fluye en la evaluación de las ventajas de un resultado. Los costos ocultos, en términos de días de salario perdido, de hombres muertos, de territorios sacrificados o de fortunas dilapi­dadas, puede convertirse en motivo para re­chazar una posible avenencia y para continuar la lucha. Por lo contrario, otros costos simila­res pueden transformarse en una carga abru­madora que aumente la renuencia de una de las partes a seguir gastando e impulsa a sus dirigentes a proponer (o aceptar) arreglos tran-saccionales.

D e acuerdo con nuestro modelo, el valor real de uno de los parámetros se ha vuelto ne­gativo y el factor que antes realzaba el valor del resultado ahora lo disminuye21 (Compá­rense las dos estructuras alternativas de la fi­gura 4).

Por desgracia, por satisfactorio que sea re­conocer que las diversas formas de cambio pue­den introducirse en un modelo causal de análi­sis del proceso de decisión sobre terminación de los conflictos (modelo que ofrece al menos un complemento de los enfoques clásicos de E U ) , sirve de m u y poco para explicar los moti­vos por los que el decisor modifica su evalua­ción de las alternativas posibles. En la última parte de este artículo se exponen algunas ideas sucintas sobre los procesos que podrían origi­nar cambios en las evaluaciones que los diri­gentes hacen de las ventajas relativas de prose­guir o terminar un conflicto.

Orígenes del cambio endógeno en la evaluación de las ventajas

Nuestro último problema radica en dilucidar las razones por las cuales se producen cambios en las apreciaciones de los dirigentes (y, por de­ducción, si dichos cambios se producen de m o ­do sistemático y previsible). Por ejemplo, ¿qué es lo que determina cuándo no ejercen influen­cia las variables (asumiendo en este caso un va­lor cero) en U . es decir en las evaluaciones de las alternativas y opciones posibles por los de­cisores?

Parecen ser escasos los conocimientos siste­máticos de que disponemos acerca de la diná­mica subyacente en tales cambios de influencia sobre las evaluaciones y decisiones (cambio «endógeno»), aunque algunas ideas aplicables al caso pueden derivarse de la teoría de la atri­bución, de la de la prospección o de las teorías de la disonancia cognoscitiva. Sin embargo, ha­ce poco han aparecido algunos resultados inte­resantes en los trabajos experimentales sobre la trampa en la que cae la gente que se dedica a invertir cada vez más recursos para intentar al­canzar un objetivo inicialmente deseable (la «victoria»), hasta que llega un momento en que la inversión de recursos alcanza un volumen tal que, naturalmente, supera los beneficios que se esperaba obtener. D e acuerdo con las propias palabras de uno de los pioneros en la materia, los dirigentes «han invertido demasiado para poder abandonar» la lucha (Teger, 1980) y que­dan atrapados en una espiral ascendente de in­tervención y de inversión que va mucho más allá del punto en que los cálculos del Beneficio Previsto, que normalmente calificaríamos de «racionales», indican que ha llegado la hora de abandonar la lucha.

La trampa y la modificación de la evaluación de las ventajas

El trabajo sistemático realizado en torno a esta cuestión ha sido en gran parte de carácter expe­rimental, recurriendo al conocido juego de la subasta del dólar (Dollar Auction) consistente en adquirir un billete de un dólar por el menor número posible de centavos (Shubik, 1971). En muchos de estos experimentos los jugadores, una vez que habían decidido participar en la subasta del dólar, seguían invirtiendo recursos mucho más allá del punto en que podían obte-

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Acontecimientos preliminares

Etapa del conflicto

Influencias dominantes

Decisión de perseguir los objetivos y de presionar al adversario

Reconoci­miento de los probables costos a largo plazo

Los costos generales superan manifiestamente cualquier posible ganancia

Agotamiento de los recursos disponibles

Búsqueda de recompensas

T,

Justificación de los costos

T3

Castigo y reducción de las perdidas al mínimo

Abandono de la meta

Ganancias resultantes del cambio de política del adversario: recompensas por ganar

F I G U R A 5. Etapas del cambio en la evaluación.

Volumen de inversiones ya hechas; salvar la reputación; necesidad de probar la racionalidad de la inversión; autojustificación

D a ñ o causado al adversario. Minimización de las pérdidas generales

T

Costos futuros en proporción a los recursos restantes

ner algún beneficio pecuniario, aun en el caso de que lograran hacerse con el dólar subastado. Basándose en este ejemplo, los investigadores sostienen que las evaluaciones de los partici­pantes sobre los diversos resultados cambian a medida que aumenta la inversión de recursos (ofertas) y entran en juego nuevos valores que influyen en las evaluaciones iniciales de las consecuencias resultantes de «ganar» o «per­der» en el juego. Pese a iniciar la partida con la esperanza de obtener algún provecho financie­ro, la aparición de nuevos motivos, tales c o m o el deseo de hacer pagar al adversario el hecho de haber prolongado el juego (y de hacerlo m á s costoso) o de reducir al mínimo una pérdida inevitable, comienza a influir en la manera co­m o los jugadores valoran las diversas opciones y sus consecuencias. Según una hipótesis, estas nuevas valoraciones de las estrategias y las in­versiones son en gran medida consecuencia del resumen de los recursos ya invertidos para al­canzar la meta (según nuestra terminología, se trata de un ejemplo del fenómeno de «costos ocultos»).

Los analistas que han estudiado la trampa en la que caen los jugadores explican que éstos atraviesan distintas etapas en las que invierten

sus recursos para alcanzar alguno de los resulta­dos deseados (Rubin, 1981), implique o no ello directamente la presencia de un adversario. En cada etapa parece que ciertos valores básicos inciden en la evaluación que los participantes hacen de los resultados y también en su deci­sión de proseguir la partida o de abandonarla. M á s aún, al llegar a ciertos límites, esos valores dominantes cambian, con lo que la evaluación del beneficio relativo de las alternativas posi­bles (la «victoria» gracias a la continuación del conflicto o la «transacción» mediante un arre­glo negociado) puede variar muchísimo de un m o m e n t o a otro, aunque también puede mantenerse (aproximadamente) igual durante largo tiempo, debido a la influencia de los nuevos valores que surgen para justificar la persecución constante del objetivo, es decir ganar.

Simplificando al m á x i m o esta idea, cabe afirmar que un «tipo ideal» de «caer en la tram­pa» en una situación de conflicto puede pare­cerse mucho a la figura 5, en la que las cuatro etapas muestran que factores m u y diversos in­fluyen en las evaluaciones del interés de los re­sultados alternativos y, por ende, en las mane­ras de proceder.

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Fases de la «caída en la trampa»: búsqueda de recompensas y justificación de costos

C o m o ocurre con el juego de la subasta del dó­lar, la primera fase del conflicto corresponde a un proceso decisorio dominado por la búsque­da de recompensas. Esto significa que, una vez que se ha adoptado la decisión inicial de alcan­zar unas determinadas metas, la evaluación que los participantes hacen del provecho de las consecuencias resultantes de la victoria o del fin de las hostilidades por medio de un arreglo o avenencia, está fuertemente influida por las variables centradas en las ganancias que habían de obtenerse con el triunfo, aunque modificada por la conciencia que el decisor tiene de los probables costos futuros de continuar la con­tienda. La teoría de la disonancia cognoscitiva afirma también que este tipo de evaluación po­dría dimanar de factores psicológicos que re­fuerzan la necesidad de los dirigentes de sentir que se adoptó la decisión inicial correcta al dar los primeros pasos para alcanzar las metas de­seadas, convocando a los miembros del sindi­cato a una huelga, iniciando el embargo comer­cial o enviando una fuerza de intervención pa­ra recuperar las islas en litigio.

Sin embargo, en determinado m o m e n t o (quizá relativamente poco tiempo después de dar los primeros pasos en el conflicto), los diri­gentes suelen parecer cada vez m á s conscientes de los costos en que ya han incurrido y de los sacrificios futuros que se verán obligados a ha­cer ellos y sus seguidores. Llegados a este pun­to, entramos en la fase de la justificación de cos­tos. En esta segunda fase las ganancias poten­ciales (fB) siguen ejerciendo una importante influencia sobre las apreciaciones de los líde­res, pero hay también otros factores que nor­malmente empiezan a influir, c o m o la necesi­dad de justificar la decisión inicial y de invertir nuevos recursos para alcanzar la meta. Resulta entonces importante seguir demostrando que la inversión previa y los sacrificios presentes responden al sentido común político. U n o de los medios seguros para lograrlo es invertir m á s para probar no sólo la adhesión decidida a una acción determinada sino también lo acertado de la misma. Llegados, pues, a este punto, fac­tores tales c o m o los costos ocultos y la justifica­ción de la inversión cobran toda su importan­cia, con el corolario de que los costos previstos pesan m u c h o menos en los cálculos de los diri­

gentes. D e la obra de Staw se deduce que cuan­to mayores sean la inversión destinada a alcan­zar el éxito mediante una determinada política y la responsabilidad personal del líder en la elección inicial, mayores serán las probabilida­des de que las nuevas inversiones se utilicen para justificar retrospectivamente lo acertado de la decisión inicial. En este punto, lo impor­tante es «... intentar demostrar la racionalidad a los demás o probarles que un error costoso era en realidad la decisión correcta, enfocado el problema con una perspectiva a largo plazo...» (Staw, 1976, pág. 42).

Fases de la «caída en la trampa»: minimización de las pérdidas

En ciertos casos los conflictos pueden alcanzar un punto en el que los dirigentes antagónicos empiezan a cobrar conciencia de que los costos generales que les acarreará la lucha en caso de que continúe (o. incluso, el nivel de sacrificios ya hechos), son m u y superiores a las ganancias posibles que se obtendrán con el triunfo, al m e ­nos si se aplica la definición de «ganancias» utilizada en la primera y segunda fases del con­flicto. El comité de huelga se da cuenta de que, aunque se acepten plenamente sus reivindica­ciones salariales y se modifiquen las condicio­nes de trabajo, ello no compensará la pérdida de los salarios ni las dificultades que son de prever en el futuro. D e acuerdo con el enfoque clásico del E U , éste sería el momen to de aban­donar la lucha. N o obstante, hay otros criterios que pueden cobrar en ese m o m e n t o toda su im­portancia hasta influir en las valoraciones de los decisores, con lo que el conflicto entrará en la tercera fase, la de la reducción al mínimo de las pérdidas y el castigo.

En esta tercera fase puede incluirse entre los valores nuevos e influyentes el relativo al casti­go del adversario por su intransigencia y por su parte de responsabilidad en la creación de un callejón sin salida m u y costoso. Para cada uno de los contendientes lo fundamental será cer­ciorarse de que su oponente acaba perdiendo al menos tanto c o m o él mi smo , si no más. Según las palabras de Rubin. «... cada parte no aspira ya a ganar o ni siquiera a reducir las pérdidas al mínimo, sino a quedar igualada con el adversa­rio que originó el conflicto...» (Rubin, 1981, pág. 56). C o m o declaraba el emperador alemán Guillermo II en 1914: «¡Puede que nos derro-

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Cómo poner fin a guerras y conflictos: decisiones, racionalidad y trampas 53

ten, pero al menos los británicos perderán la In­dia!».

La siguiente hipótesis parece plausible: este elemento punitivo que influye en las aprecia­ciones de los decisores se verá afectado por la magnitud del daño ya causado por el adversa­rio (sC), pero también por el grado de responsa­bilidad de los propios dirigentes en la continua­ción de una determinada política, lo que les ha­ce vulnerables a las críticas de sus partidarios o a la pérdida de su posición preeminente. Los dirigentes que han puesto mucho de sí mismos en una determinada política y se han visto frus­trados en sus expectativas, es m u y probable que valoren la idea de «hacérselo pagar al ene­migo» c o m o uno de los aspectos esenciales del beneficio obtenible de cualquier resultado que se produzca.

En este punto otros factores que probable­mente influyan en la evaluación de las opciones y de sus consecuencias pueden contemplarse con un enfoque más clásicamente «racional». En esta tercera fase una motivación importante puede ser la de reducir al mínimo los costos futuros o los generales, de manera que esa re­ducción de los costos, y no ya la obtención del beneficio máx imo , se convierta en el elemento determinante de la evaluación de las opciones antagónicas por los dirigentes. Por ejemplo, se pueden sufrir pérdidas de todo tipo si se prosi­gue la huelga un mes más , antes de que ceda la patronal, pero las pérdidas serán aún mayores si con una medida de fuerza c o m o ésa no se gana nada que pueda compensar los sacrificios y las privaciones. Así, pues, puede ser que con­tinuar el conflicto siga siendo una opción m á s interesante que abandonar la lucha con las m a ­nos vacías, especialmente si la primera deci­sión permite reducir al mínimo los riesgos y la pérdida del apoyo de los partidarios, ofrecien­do más razones para justificar la acción y aca­llando las críticas dentro del partido.

Fases de la «caída en la trampa»: abandono de la meta

N o obstante, cuando el conflicto se prolonga y el adversario también se muestra intransigente, los dirigentes pueden alcanzar un nuevo punto álgido en el que aparece a las claras que se les están acabando rápidamente los recursos res­tantes para continuar la lucha que es improba­ble que sus protectores o aliados les sigan apo­

yando y que ya no pueden seguir sacrificando otras posibilidades por correr tras un triunfo cada vez más lejano y quizás ilusorio. Habrá llegado sin duda la hora de enfrentarse al mal trago de la derrota, c o m o les sucedió a los fin­landeses y a los franceses en 1940, a los bóers en 1902 y a los japoneses en 1945.

Llegado ese momento , una de las partes be­ligerantes entra en la fase que podría denomi­narse de abandono de la meta (fase dolorosa y generadora de divisiones), en la que la evalua­ción de las opciones parece depender completa­mente de consideraciones acerca de los proba­bles costos futuros en proporción a los recursos restantes y del carácter de las ganancias margi­nales que un adversario hábil podría conside­rar ventajoso ofrecer en esta fase. Además , pa­recen producirse otros cambios en los factores que afectan las valoraciones de los decisores. Los costos ocultos ya no aparecen como inver­siones para lograr la victoria, sino c o m o sacrifi­cios que no deben aumentar. Cuanto mayores hayan sido los sacrificios en pos de la victoria, tanto menos interesante parecerá ésta, incluso en el caso de que se alcanzara. Hay , por supues­to, otros factores que siguen influyendo en las apreciaciones de los decisores iniciales y que pueden hacer que no se acepte ninguna reduc­ción de las pérdidas ni que se abandone la lu­cha, ya que tal decisión podría acarrearles cos­tos elevadísimos dentro de su propio grupo, co­m o una situación humillante, la pérdida de su influencia o de sus cargos y el derrumbamiento profesional o incluso la desaparición física.

D e ahí que, para algunos decisores, la utili­dad de continuar la lucha pueda seguir pesando más que la de alcanzar algún arreglo o avenen­cia, aunque ello suponga el agotamiento casi to­tal de los recursos. Puede que ésta sea la expli­cación de la frecuencia con que se destituye a los dirigentes que han encabezado el conflicto cuando llega la hora de cambiar a rajatabla de política y buscar la paz. Es evidente que son muchos los factores que intervienen en este proceso, entre ellos la mala disposición proba­ble de un adversario al que sonríe la suerte y que por ello se negará a aceptar cualquier arre­glo con aquellos que considere responsables del conflicto. N o se trata, contra lo que suele supo­nerse, de que los decisores iniciales no hayan sido capaces de cambiar de opinión y de adap­tarse a las nuevas circunstancias, sino más bien de que sus apreciaciones sobre los resultados

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alternativos tienen en cuenta unos costos m u y concretos tanto para ellos c o m o para su grupo, facción o partido. Quienes no tengan que so­portar directamente tales costos podrán igno­rarlos, pero no en cambio esos decisores.

La «caída en la trampa» y la modificación de las evaluaciones

El esquema de clasificación que acabamos de formular de las fases y puntos álgidos del con­flicto es m u y general. Son m u y pocos los con­flictos de la vida real en los que se dé una pro­gresión tan clara de las fases de decisión y los factores señalados tampoco gobiernan las deci­siones de manera tan sistemática c o m o parece dar a entender nuestro sucinto esquema. N o obstante, la teoría de la caída en la trampa nos parece un punto de partida interesante para abordar sistemáticamente la cuestión de por qué algunos conflictos duran hasta mucho m á s allá del punto en el que los cálculos «raciona­les» (en el sentido clásico del E U ) ponen de m a ­nifiesto que las partes en pugna deberían poner fin a la contienda.

Además , este esquema plantea el problema de la introducción de algunos elementos diná­micos realistas en un modelo de proceso deci­sorio que constituye el primer elemento nece­sario del proceso general de terminación del conflicto.

Conclusión

C o m e n z á b a m o s nuestro artículo afirmando que, al menos en dos aspectos, el proceso de decisión sobre la terminación de conflictos po­día considerarse dinámico, especialmente res­pecto de la decisión continuamente pendiente entre proseguir la lucha o aceptar un arreglo. El primero de esos aspectos es el relativo a las cambiantes circunstancias exteriores de la in­teracción {dinamismo exógeno o situacional) que ofrece posibilidades cambiantes de ganan­cias y de costos en diversos momentos (por ejemplo, el balance de las ventajas de que se dispone en el campo de batalla, en los piquetes de huelguistas o en los tribunales). El segundo, igualmente importante, pero al que se presta menos atención, se refiere a las valoraciones cambiantes que los dirigentes hacen del Benefi­cio Previsto de las opciones que parecen ofre­

cerse (dinamismo endógeno o de valoración) y a las acciones posibles que cabe emprender. A u n cuando las decisiones objetivas que se pre­sentan a los decisores sigan siendo exactamente las mismas durante cierto tiempo, sus evalua­ciones subjetivas pueden cambiar considera­blemente c o m o resultado de factores dinámi­cos propios tanto del conflicto en sí m i s m o co­m o del decisor.

Justamente para dar cuenta de este segundo tipo de cambios, proponía una alternativa al enfoque clásico (y en gran medida estático) del Beneficio Previsto, a la hora de analizar las de­cisiones relativas a la terminación de los con­flictos. Esta alternativa se presenta c o m o un modelo causal en el que la evaluación que el decisor hace de las ventajas de un resultado se­rá influida de distinta manera en momentos di­ferentes por una serie de factores, además de las ganancias y costos futuros previstos que tienden a dominar el enfoque clásico.

H e m o s introducido el dinamismo en este modelo al sostener que, en ciertos momentos del conflicto, determinadas cuestiones gobier­nan las apreciaciones y evaluaciones de los de­cisores, aunque posteriormente puedan perder importancia a los ojos de éstos o incluso ser sustituidas por otras cuestiones que pasarán a ejercer la influencia principal en las evaluacio­nes individuales (o incluso colectivas). Tales «cuestiones» van desde las de carácter tradicio­nal y familiares (como los costos materiales previstos) hasta las que se olvidan o minimizan (como la influencia de los costos ocultos e in­cluso la repercusión que tiene la probabilidad estimada de éxito en el beneficio o valor). Por último, ya hemos analizado algunas ideas sobre la «teoría de la trampa» en la que cae el dirigen­te de un conflicto, ideas que podrían explicar cuando las apreciaciones de los dirigentes están dominadas por determinadas cuestiones y cuándo éstas pueden resultar menos influyen­tes.

En este artículo hemos presentado en forma sucinta las respuestas potenciales a los proble­mas que plantea el análisis del componente de­cisorio en el proceso de terminación de los con­flictos. Por otro lado, son muchos los proble­m a s que suscita este tipo de e s q u e m a aproximativo. Aunque haya conflictos que en la realidad correspondan a este proceso en cua­tro fases que hemos propuesto en el último apartado, se plantean grandes problemas de or-

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Cómo poner fin a guerras y conflictos: decisiones, racionalidad y trampas 55

den práctico al tratar de comentar los puntos álgidos en que cada fase (como la de justifica­ción de los costos) cede el paso a la siguiente (reducción al mínimo de las pérdidas). E n el juego de la subasta del dólar puede ser relativa­mente fácil calcular ese punto de transición. Desde el m o m e n t o en que la oferta de un juga­dor para comprar el billete de un dólar exceda los 101 centavos, resultará evidente que uno de los jugadores se encuentra en una situación en la que trata de adquirir el dólar intentando per­der sólo lo menos posible. Sin embargo, esos puntos álgidos son menos fáciles de calcular, incluso en los conflictos en torno a aumentos salariales y a costos financieros, como en el ca­so de una huelga. D e todos modos, la mayor parte de los conflictos de la vida real tienen un carácter multidimensional, y hasta las huelgas suelen acarrear ganancias y pérdidas que no re­visten un carácter pecuniario ni material.

Parece ser que, en determinados m o m e n ­tos, los decisores, incluso en los conflictos m á s complejos y difíciles de evaluar, llegan a la con­clusión de que no podrán obtener ninguna ga­nancia auténtica que compense las pérdidas su­fridas y de que deben reducir al mínimo las que aún habrán de afrontar. La tarea de la investi­gación consiste en averiguar si esos puntos de transición pueden reducirse a modelos, tanto si se trata de guerras internacionales c o m o de huelgas nacionales o de luchas entre clanes o grupos antagónicos.

N o hace falta hacer hincapié en otras difi­cultades que presenta el enfoque descrito, co­m o los problemas de la pugna entre dirigentes y las múltiples (y conflictivas) funciones relati­vas a las ventajas, los órdenes de preferencia y las evaluaciones de beneficios de probabilida­des en el caso de partes contendientes en pugna interna. U n a y otra vez vuelven a plantearse los perennes problemas de los conjuntos colecti­vos.

Considero, no obstante, que el enfoque aquí apuntado (que podría calificarse de «no racio­nal») ofrece algunas ventajas con respecto a los enfoques clásicos del E U a la hora de elaborar modelos de procesos políticos complejos que entrañan evaluaciones y decisiones de los diri­gentes. L o realista es plantearse el hecho de que los líderes cambian de opinión sin tratar de im­poner de manera deliberada o sistemática una idea de lo que son resultados positivos o negati­vos. E n m o d o alguno puede tacharse este c o m ­portamiento de «irracional», aun admitiendo que es apenas racional en el sentido económico clásico de la palabra, necesitamos pues m o d e ­los y medios de análisis que puedan habérselas con los fenómenos observados y que nos pue­dan ayudar a comprender por qué ciertos con­flictos acaban de acuerdo con los cálculos del máx imo aprovechamiento «racional» del Be­neficio Previsto y otros no.

Traducido del inglés

Notas

1. En todas las fases de cualquier proceso de terminación de conflictos los dirigentes se enfrentan con unas opciones y decisiones similares. Por ejemplo, el análisis de la fase de negociación obliga a prestar mucha atención a los procesos decisorios dentro de cada una de las partes que negocian («¿Tenemos o no un acuerdo que sea aceptable para el contrincante?»). Durante esta fase, sin embargo, la opción fundamental parece ser trivalente y no binaria: aceptar el acuerdo que

se nos ofrece; rechazarlo, pero seguir negociando con objeto de mejorarlo; rechazarlo, interrumpir las negociaciones y volver a la estrategia de pura coerción. Probablemente se apliquen principios similares a las fases tanto de comunicación c o m o de materialización.

2. Es m u y raro que un país y sus dirigentes se vean forzados a entrar en una guerra que desde el m i s m o primer día del conflicto tratan de evitar mediante la negociación de

un acuerdo. Pero el ejemplo de la guerra finosoviética del invierno de 1939-1940 nos enseña que estas situaciones no son del todo imposibles.

3. Tanto Etzioni (1967) c o m o Schulman (1975) han propuesto modelos alternativos de «exploración mixta» y de proceso de decisión «no incremental», respectivamente.

4. Podría también sostenerse que la decisión que debe adoptarse en

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esta fase sc presenta c o m o una opción binaria constante (proseguir la lucha o abandonarla), de forma que un modelo adecuado podría reflejar esa estructura.

5. Otra cuestión interesante, que examinaremos en otro artículo, es la de qué acontecimientos o situaciones ponen en marcha estas revisiones políticas y si los grandes reveses en el campo de batalla son sólo uno entre una serie de factores detonantes cuya existencia se observa periódicamente.

6. Al escoger una entre varias opciones, incluidas la de continuar una guerra quizás onerosa o la de buscar un arreglo transaccional mediante la negociación, la utilidad o valor suele presentarse c o m o «haces» o «paquetes» de beneficios (que van desde territorios o materias primas hasta un mayor apoyo interno), y lo mismo ocurre con los costos (pérdidas militares, disminución de la influencia sobre otros gobiernos, pérdida del apoyo interno). N o obstante, los enfoques del Beneficio Previsto parten del supuesto de que los decisores pueden evaluar cada una de las ventajas y luego adicionarlas para obtener un valor general de utilidad o beneficio, de m o d o que se pueda comparar esa utilidad general con otras utilidades agregadas. Empero, esto parece darse rara vez en la realidad.

7. Para algunas ideas acerca de este problema véanse Mitchell y Nicholson (1983).

8. A continuación voy a centrar mi atención en el caso de una sola función de Beneficio Previsto, el orden de preferencia o la evaluación de las ventajas, para poder ocuparme mejor de los problemas que plantean los cambios ocurridos con el paso del tiempo. Sin embargo, las cuestiones que plantean las partes contendientes no unitarias, la multiplicidad de los dirigentes o la suma de una serie de evaluaciones de las ventajas siguen constituyendo problemas

complementarios para cualquier modelo realista.

9. D e hecho, Wittman señala que el valor de un resultado u objetivo en disputa puede disminuir con el tiempo. Si dos países se disputan una provincia que resulta destruida c o m o consecuencia de la contienda, se habrá reducido, al menos parcialmente, el Beneficio Previsto de la victoria. U n ejemplo de ello podría ser lo ocurrido con los pozos de petróleo de Irán.

10. Este enfoque parece servir de fundamento al modelo de Wittman y refleja en gran medida el pensamiento de Clausewitz: «Si pretendemos obligar a un adversario a que se pliegue a nuestros deseos, tenemos que ponerlo en una situación que sea más insoportable para él que el sacrificio que le exigimos».

11. La fórmula de Bueno de Mesquita implica comparar las ventajas de la política actual de A con las ventajas (o falta de ellas) de la política actual de B , y luego el E U que se obtendrá si se consigue acercar la política futura de B a la deseada por A . Cuanto mayor sea la distancia que separa la política actual de B de la deseada por A , tanto mayor será el beneficio potencial resultante de la victoria y tanto mayores las desventajas resultantes de la derrota.

12. Thaler, por ejemplo, sostiene que las desventajas resultantes de una pérdida (por ejemplo, de dinero) suelen considerarse generalmente superiores a las ventajas proporcionadas por una ganancia equivalente. A la gente le duele más perder recursos que ya tiene que ganar otros al alcance de su m a n o . « U n a función de pérdida siempre es m u c h o más ardua que una de ganancia... a la primera se le concederá siempre mayor valor...» (Thaler, 1980, pág. 44).

13. Ikle señala que esta cuestión se planteó en un m e m o r á n d u m enviado al gabinete de guerra británico en 1916. E n él Lord Robert Cecil sostenía que los

británicos no debían hacer ninguna propuesta de paz en ese momento porque se interpretaría que se habían visto obligados a hacerla a causa del éxito de la campaña de los submarinos alemanes, con la consecuencia de que «se consideraría que nuestra posición insular más bien agrava que reduce nuestra vulnerabilidad. Nadie puede pensar en nuestro futuro dentro de diez años sin sentir graves terrores» (Ikle. 1971. págs. 48-49).

14. Hay una distinción que parece dejarse bastante de lado en los debates sobre los modelos de E U , y es la distinción entre: I) los beneficios logrados gracias al éxito futuro, de los que sólo se disfrutará tras la «victoria» y II) los beneficios «actuales», resultantes quizá de la continuación efectiva del conflicto. Respecto del debate sobre estos últimos beneficios, véase la obra de Mitchell (1980).

15. Es m u y probable que ocurra lo contrario en los casos en que cada parte contendiente valora recíprocamente la buena suerte y el éxito de la otra. Sin embargo, este tipo de relación parece poco probable en caso de guerra o de otro conflicto violento y prolongado.

16. Cuando la Gran Bretaña recuperó las islas Malvinas (Falkland), se sostuvo que un factor (posiblemente de poca monta) que influyó en la evaluación de las opciones y resultados hecha por el Gobierno británico fue el temor de los efectos que el abandono de la lucha por parte de los británicos antes de alcanzar la victoria podría tener respecto a la posibilidad de que Guatemala se apoderara igualmente de Belize o Venezuela de Guyana.

17. Puede que el número de estos factores aumente cuando se trate de decisiones adoptadas por un grupo, cuando la variedad de los factores aumenta a medida que aumenta el tamaño de ese grupo. Sin embargo, podría sostenerse

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Cómo poner fin a guerras y conflictos: decisiones, racionalidad y trampas 57

también que: I) los miembros de un grupo de decisión que encabezan una parte en conflicto serán influidos probablemente de un conjunto de factores comunes y pertinentes que inciden en su evaluación de los beneficios, y II) que el proceso de debate y evaluación en grupo pondrá normalmente de relieve unos factores idiosincráticos, dejando así que una serie de cuestiones de

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18. Sobre el concepto original, véase Miller ( 1956).

19. Parece que, tal c o m o sostiene Boulding, «los hombres y las ratas aprenden a amar aquello que les ha hecho sufrir...».

20. Tanto Schelling( 1960) c o m o Coser (1961) tienen cosas

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21. Para algunas ideas interesantes sobre el carácter de tales cambios súbitos en la dirección de la influencia de determinados factores, así como su posible conexión con la teoría de las catástrofes, véase Nicholson (1982).

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La imagen del enemigo y la escalada de los conflictos

Kurt R . Spillmann y Kati Spillmann

Al comienzo de su estudio sobre las conjeturas y percepciones de los Estados Unidos y la Unión Soviética por lo que respecta al desar­m e , Daniel Frei observa que nadie puede pre­tender afirmar que una imagen del adversario es objetivamente «correcta» y otra es una dis­torsión de la «verdad» y, por consiguiente, que obedece a una percepción errónea. También observa que no se trata de desenmascarar como falsos ciertos rasgos de la percepción de un ad­versario, sino más bien de promover la comprensión mutua de ambas partes m e ­diante un esfuerzo para po­nerse en el lugar de la otra y comprender así por qué el adversario percibe el m u n ­do de una manera determi­nada1. La superación de las formas aceptadas de rela­ción, estereotipadas y anta­gónicas, es un requisito previo para la superviven­cia de la humanidad en una época en que su autodes-trucción ya no es imposi­ble. Hasta ahora, la humanidad se podía permi­tir «reacciones primitivas» basadas en criterios de comportamiento arcaicos, que en un m o ­mento fueron razonables. Las consecuencias tal vez fueron graves, pero hasta este momento nunca había estado en juego la supervivencia de la humanidad. Con la posibilidad de la auto-destrucción nuclear y/o ambiental, resulta ab­solutamente necesario un cambio de paradig­mas, del que en política es ejemplo el llama­miento en favor de la empatia. Las tentativas de las potencias nucleares de delimitar sus esfe­

ras de interés por la fuerza podrían escalar peli­grosamente sin quedar otro recurso que hacer conjeturas en cuanto a la manera de controlar esos procesos de escalada2.

Con el aumento de la densidad demográfi­ca, resulta imperativo superar en la política de todos los días los criterios tradicionales de la percepción del enemigo y su potencial destruc­tivo. Pero no lo lograremos si teóricamente no comprendemos mejor de qué manera evolucio­

na la percepción del enemi­go y cuál es su función.

El síndrome de la imagen del enemigo

Del mismo m o d o que los médicos califican de sín­dromes ciertas manifesta­ciones complejas, pero tí­picas, de una enfermedad, algunos fenómenos de la esfera sociopolítica tam­bién pueden describirse con este término. Las siete

características que se indican a continuación corresponden al síndrome de la imagen del ene­migo3: 1. Desconfianza (todo lo que proviene del ene­

migo es malo o, si parece razonable, obedece a razones fraudulentas).

2. Culpar al enemigo (el enemigo es responsa­ble de las tensiones existentes y tiene la cul­pa de todo lo que es negativo en las circuns­tancias predominantes).

3. Actitud negativa (todo lo que hace el enemi­go es con intención de perjudicarnos).

Kurt R . Spillmann es Director del Cen­tro de Estudios de la Seguridad y Análi­sis de Conflictos en el Instituto Federal de Tecnología de Suiza y Profesor de Política de Seguridad e Investigación de los Conflictos. Sus libros incluyen Der Weltraum seit 1945 (1988); Aggressive USA? Amerikanische Sicherheitspolitik 1945-1985(1985).

Kati Spillmann ejerce de psicoanalista en Zurich, Suiza. H a publicado varios artículos sobre teoría psicoanalítica así c o m o sobre psicohistoria.

R I C S 127/Marzo 1991

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60 Kurt R. Spillmann y Kali Spilhminn

4. Identificación con el mal (el enemigo encar­na lo opuesto de lo que somos y de aquello por lo cual luchamos; quiere destruir lo que más estimamos, y por consiguiente debe ser destruido).

5. Simplificación negativa (todo lo que benefi­cia al enemigo nos perjudica, y viceversa).

6. Negación de la individualidad (todo el que pertenece a un grupo determinado es auto­máticamente nuestro enemigo).

7. Negación de la empatia (no tenemos nada en c o m ú n con nuestro enemigo; ninguna in­formación podrá hacernos cambiar nuestra percepción del enemigo; los sentimientos humanos y los criterios éticos hacia el ene­migo son peligrosos e imprudentes). La imagen del enemigo se forma, pues, a

través de una percepción determinada exclusi­vamente por una evaluación negativa. Sin e m ­bargo, por su propia naturaleza, las evaluacio­nes son subjetivas y, también en este caso, están profundamente arraigadas en el área irra­cional. U n llamamiento puramente racional en favor de una «mayor empatia» no llegará por lo tanto a las raíces reales de la imagen del enemi­go y, por consiguiente, no tendrá mucho éxito. El análisis de la evolución de la imagen del ene­migo debe, pues, comenzar por un análisis de la función y la evolución de las percepciones ne­gativas.

La imagen del enemigo a la luz de la biología evolutiva

La percepción se define aquí como un trata­miento de datos al servicio de la supervivencia. D e acuerdo con su función, la percepción debe concebirse en términos binarios estableciendo una distinción entre lo que contribuye a la su­pervivencia y lo que la pone en peligro. Así es­tablece el criterio básico del amigo y el enemi­go. Sólo con ayuda de este criterio básico de la percepción, el comportamiento puede adaptar­se razonablemente a las exigencias del entorno. N o obstante, de acuerdo con la variedad de las categorías ecológicas, diferentes formas de vida perciben diferentes señales como necesarias para la supervivencia. Por ejemplo, de toda la gama de amplitudes electromagnéticas, sólo cierta gama de frecuencias es registrada por el ojo h u m a n o c o m o luz «visible», puesto que las señales recibidas en esta frecuencia son sufi­

cientes, en circunstancias «normales», para una orientación razonable en el nicho ecológi­co ocupado por los seres humanos4 . Es evidente que la visión nocturna (es decir, la que requiere mayores amplitudes de frecuencia) no ha sido decisiva para la supervivencia de los seres hu­manos por lo que se dejó a los especialistas en otros nichos ecológicos, tales c o m o los murcié­lagos, los buhos y otros habitantes de la noche. En cambio, en todas las fases de la evolución, sí fue decisiva para la supervivencia la percep­ción oportuna y correcta de los enemigos po­tenciales, por ejemplo los posibles competido­res por el territorio, las mujeres, los alimentos y los lugares de reposo, a fin de poder reaccionar con la estrategia adecuada: la lucha, la amenaza o la fuga5.

La teoría de la epistemología6 evolutiva postula que el hombre, que no está dotado de medios especiales de supervivencia mediante el ataque o la defensa (tales c o m o colmillos, ga­rras, pezuñas, etc.) logró su supervivencia gra­cias a su capacidad cerebral, que le permite liberarse en gran medida del mero comporta­miento reflejo que gobierna al resto de los seres vivos y adaptarse mejor a situaciones ambien­tales diversas. Esa liberación del mero compor­tamiento reflejo también fue el resultado de un proceso diferenciado de la percepción. Gracias a ella, las circunstancias ambientales ya no se percibieron como inequívocas sino más bien como situaciones equívocas, abiertas a diver­sas opciones de comportamiento entre las cua­les el hombre tenía que distinguir y elegir. Esta elección de opciones implicaba que la acción debía evaluarse de manera prospectiva y juz­garse de acuerdo con cierto tipo de normas. Las percepciones «buenas» y «malas» y las aprecia­ciones de las percepciones eran evaluadas y di­ferenciadas de acuerdo con su contribución po­sitiva a la supervivencia. La selección natural eliminó las percepciones y evaluaciones inade­cuadas a lo largo de centenares de millones de años de evolución, durante los cuales nuestro cerebro se desarrolló c o m o centro de trata­miento de la información. Así, lo «bueno» y lo «malo» no se basaban en criterios morales, filo­sóficos o científicos sino más bien en su contri­bución con éxito a la supervivencia.

Para comprender esto debe tenerse en cuen­ta que nuestro cerebro no evolucionó c o m o un instrumento para identificar el m u n d o de una manera objetiva sino c o m o un instrumento pa-

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La imagen del enemigo y lu escalada de los conflictos 61

Cerebro conciencia pensamiento depósito-archivo

Cerebelo calculador de la coordinación del sistema locomotor

Tallo cerebral funciones vitales metabolismo

Corte longitudinal del cerebro h u m a n o -estructura vertical a lo largo de la pared interna de una de las dos mitades del cerebro, con las secciones cerebrales más importantes, inane Hannes Keiler (cd), ¡buken uivi dw /.ukuuii, Rmgier. zunch. i m . püg. ixo

ra incrementar nuestras posibilidades de super­vivencia, al igual que todos nuestros demás ór­ganos.

La historia del desarrollo del cerebro h u m a ­no se remonta a centenares de millones de años7. U n corte longitudinal de un cerebro hu­m a n o actual muestra la presencia simultánea de partes m u y antiguas y m u y recientes (con funciones y experiencias sumamente diferentes e incluso opuestas) cuyos efectos de penetra­ción, de intersección y de acumulación deter­minan (y limitan) la manera en que percibimos nuestro m u n d o , y también dirigen nuestro comportamiento.

Según las modernas investigaciones sobre el cerebro, casi todas las actividades estudiadas mediante la observación del comportamiento

de los seres vivos son el resultado de una inter­acción compleja entre numerosas zonas del ce­rebro, y cada zona tiene su propio método de tratamiento de la información. La investiga­ción moderna sólo conoce superficialmente los límites de esas regiones8.

La parte más antigua del cerebro humano, el tallo cerebral, se remonta a nuestro pasado prehumano, filogenético. Las estimaciones so­bre su antigüedad oscilan entre 500 millones y mil millones de años1'. Sin embargo, este «fósil en nuestro interior» sigue siendo vital para el hombre moderno porque controla ciertas fun­ciones elementales, como el equilibrio hídrico del cuerpo, mantiene la tensión arterial y la temperatura del cuerpo, etc. Todas las capas cerebrales posteriores dependen del tallo cere-

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bral y de sus límites, lo que significa que toda información pasa primero a través de las sec­ciones cerebrales más antiguas antes de llegar al cerebro propiamente dicho. Si por cualquier razón el tallo cerebral no cumple sus funciones vegetativas vitales (por ejemplo, la adecuada composición mineral de los fluidos corporales), las funciones cerebrales «más elevadas» queda­rán inmediatamente subordinadas a necesida­des elementales, tales c o m o la ingestión de ali­mentos. Esto significa que la razón y las facultades intelectuales se concentrarán en ase­gurar una supervivencia elemental a través de la fuerza irresistible del hambre y el estrés que les hará renunciar a su función normal de con­trol.

Desde el punto de vista de su desarrollo, el diencéfalo es varios centenares de millones de años más joven que el tallo cerebral y contribu­ye a la supervivencia mediante el control de la reacción frente a los estímulos ambientales. Las experiencias perfeccionadas a lo largo de millones de años y de innumerables generacio­nes están almacenadas en el diencéfalo en for­m a de programas innatos y sirven para domi­nar situaciones vitales de una manera reflexiva. El diencéfalo no se interesa en absoluto en una percepción refinada del entorno sino en una reacción normal frente a una configuración particular de los estímulos ambientales que son relevantes para la supervivencia de los organis­m o s respectivos. Por ejemplo, los experimen­tos han demostrado que, en los animales, las imágenes del enemigo están situadas en la zona del diencéfalo. «Mucho antes de que un pollo se enfrente realmente con el enemigo, éste se halla fijado en su cerebro, c o m o programa de conducta diseñado específicamente para su de­fensa. Este programa se pone automáticamente en acción a partir de un "reconocimiento inna­to" cuando aparece en el medio ambiente esa combinación específica y adecuada de caracte­rísticas que es el estímulo clave»10.

Estas reacciones defensivas arcaicas frente a todo lo extraño también parecen seguir sien­do efectivas en los seres humanos (programa­das en la zona del diencéfalo) c o m o lo demues­tra el temor, observado universalmente, que aparece en el niño de ocho meses.

El cerebelo es tal vez apenas más joven que el diencéfalo. Coordina los movimientos in­conscientes y complejos de los músculos y, por lo que sabemos hasta este momento , no desem­

peña una función especial en el contexto que nos interesa.

El cerebro es la región de actividad m á s compleja y diferenciada del sistema nervioso. Evolucionó bastante tarde en la historia del des­arrollo pero luego, durante su evolución (que no parece haberse completado aún), se expan­dió enormemente y se prolongó hacia el exte­rior forzando hacia el interior del cráneo las zo­nas cerebrales que se habían desarrollado anteriormente". Este proceso se produjo «re­cientemente» en el desarrollo filogenético, es decir hace aproximadamente 20 a 30 millones de años12.

El desarrollo específicamente humano del cerebro es aún más reciente. Es el producto de los últimos cuatro millones de años, durante los cuales la zona del cráneo, agrandada por el ce­rebro, triplicó su tamaño en m u y poco tiempo e hizo que el cerebro pasara a desempeñar la fun­ción principal". Esta expansión de lo cerebral hizo posible la antropogénesis, la transición del hombre de la primera a la segunda etapa, de la evolución biológica a la cultural. Este salto cuántico creó nuevos postulados a la vez cuan­titativos y cualitativos. En primer lugar, la ve­locidad de la adaptación posible al medio a m ­biente aumentó de seis a nueve veces debido al desplazamiento del proceso creativo de apren­dizaje, que pasó de los genes al cerebro (un acortamiento del proceso de aprendizaje de m i ­llones de años a días y horas). Todo ello abrió el camino al cambio cultural y podemos observar su velocidad creciente durante el breve período de nuestra misma vida14. En segundo lugar, se elaboraron programas de conducta (reflejos) más definidos gracias al desarrollo de la con­ciencia, el habla, el intercambio de ideas, la po­sibilidad de transmitir experiencias, que pudie­ron abrirse de ese m o d o a la influencia externa. La conciencia permitió que el Homo sapiens, dotado de un cerebro, se enfrentara a la natura­leza con su propia voluntad e imaginación. Así comenzó el conflicto entre la herencia biológi­ca y la cultura humana. Desde entonces la vida y la acción humanas tienen lugar en un contex­to de tensión compuesto de fijaciones arcaicas, conformaciones individuales variables y exi­gencias normativas. Así comenzaron a plan­tearse problemas éticos cada vez más comple­jos.

Los mecanismos arcaicos de defensa contra «el extraño» (la amenaza, el enemigo), que

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Imágenes del enemigo en llamas: auto de te de materiales de propaganda comunista en Budapest. 1956. tossing/ Magnum

componen el programa almacenado en las ca­pas profundas del diencéfalo, eran absoluta­mente necesarios para asegurar la superviven­cia en la primera fase de la evolución. Desde el comienzo de la evolución cultural surgió un in­terés opuesto por el extraño (y al mismo tiempo la capacidad de luchar contra él).

La evaluación del extraño como amenaza­dor o interesante, como un detonante del mie­do y la agresión, o como un objeto de interés, es sin duda alguna el producto combinado de las reacciones arcaicas del diencéfalo y de las reac­ciones adquiridas recientemente, y ya no refle­xivas, del cerebro. Esta evaluación dependerá del tipo de combinación que se produzca entre la imagen de la percepción y la imagen del ene­migo.

Si predomina un temor espontáneo, los procesos y reflexiones fisiológicamente m á s lentos del cerebro quedarán invalidados y suprimidos por los imperativos directos del diencéfalo.

Filogénesis y ontogénesis

Para comprender estos procesos arcaicos habrá que conocer mejor el primitivo desarrollo filo-genético del cerebro h u m a n o en correlación con las facilidades de percepción y evaluación del Homo sapiens. D e esa manera podríamos entender el significado y la evolución de las imágenes del enemigo; pero el conocimiento científico a este respecto sigue siendo m u y limi­tado. Sin embargo, hay otras esferas de investi­gación que en cierta medida colman una im­portante laguna en el conocimiento de cómo funcionan los seres humanos.

En psicología se han hallado pruebas de que la evolución filogenética puede observarse du­rante un cierto lapso de tiempo y en cierta medida, por lo menos durante el desarrollo ontogénico del niño. U n análisis detenido del desarrollo emocional y cognoscitivo, nos per­mitirá extraer conclusiones sobre la formación y la función de las imágenes del enemigo.

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Las conclusiones de Sigmund Freud y Jean Piaget

Sigmund Freud y sus seguidores se dedicaron ante todo a explorar el desarrollo emocional, mientras que Jean Piaget y sus seguidores hi­cieron investigaciones m u y importantes en la esfera del desarrollo cognoscitivo. A m b o s se centraron en el niño durante su crecimiento pa­ra proporcionar la clave del carácter específico de las emociones humanas y demostrar la uni­versalidad de la razón lógica. Aunque se ocupa­ran de aspectos diferentes del desarrollo h u m a ­no, sus descubrimientos son convergentes en la medida en que ambos llegan a la conclusión de que tras cualquier forma de conocimiento exis­te una base emocional de adaptación indivi­dual, y que la inteligencia para funcionar ha de estar motivada por un poder emocional. La di­ferenciación resultante en la esfera emocional se convierte así en la primera estructura básica del conocimiento o, en otras palabras, todas las emociones conllevan aspectos de conocimiento mientras que el conocimiento también incluye aspectos emocionales15. A m b a s escuelas de in­vestigación también llegaron a la conclusión de que existe un vínculo inseparable entre el proce­so ontogénico de desarrollo del niño y las emo­ciones, acciones y pensamientos del adulto.

Para Freud, la esencia del desarrollo psíqui­co reside en hacer conscientes los impulsos emocionales arcaicos e inconscientes a fin de poder analizarlos de manera diferenciada.

Para Piaget el conocimiento se inicia m u ­cho antes que el desarrollo cognoscitivo. C o m o biólogo llegó a estar convencido de que la vida contiene un conocimiento ipso fado y que tam­bién la inteligencia humana debe considerarse desde un punto de vista evolucionista.

Cada ser humano deberá tratar de alcanzar por sí m i smo los resultados complejos del trata­miento de la información gracias al cerebro. Estos resultados son la consecuencia de un lar­go proceso de aprendizaje y de desarrollo tanto en la esfera emocional c o m o en la cognoscitiva. Esta es una de las razones por las que la misma situación, la misma información o el mismo hecho no evocan automáticamente la misma interpretación o percepción en todos los seres humanos. La interpretación o la percepción de una situación depende mucho del repertorio mental, del punto de referencia individual, de las experiencias y expectativas personales que

predeterminan en forma decisiva la manera en que una información es recibida, interpretada y tratada.

Describiremos primeramente el desarrollo emocional normal y luego el desarrollo socio-cognoscitivo para destacar que la empatia, es decir la capacidad de identificarse con los sen­timientos de otras personas, que se propugna actualmente en política, es el resultado último de una diferenciación emocional y cognosciti­va exitosa surgida de un proceso complejo de maduración, aprendizaje y desarrollo. Por últi­m o , nos proponemos mostrar de qué manera a medida que se intensifica un conflicto, ya sea entre individuos o entre grupos, la capacidad de identificarse con los sentimientos del otro (de apreciar la situación en su perspectiva) se desintegra gradualmente y retrocede a la per­cepción elemental dualista de la primera infan­cia.

Con estas palabras hemos formulado una declaración importante: la imagen del enemigo no es el resultado de una acumulación sino m á s bien de una desintegración que implica una re­gresión a pautas arcaicas de comportamiento y a un funcionamiento emocional infantil.

El desarrollo de la capacidad humana para comprender lo que es extraño, nuevo y diferen­te, y para reflexionar al respecto y clasificar di­ferentes perspectivas en la esfera social desde una posición determinada, es el resultado de una diferenciación permanente de la capacidad afectiva y cognoscitiva. Para nuestro problema tiene mucha importancia el hecho de que este proceso pueda invertirse según las circunstan­cias y de que las regresiones en el desarrollo emocional y cognoscitivo pueden producirse fácilmente y en todo momento . Para compren­der mejor este proceso, presentaremos una bre­ve descripción del desarrollo del funciona­miento emocional y cognoscitivo y de la capacidad creciente de diferenciación así c o m o del proceso recíproco de posible regresión en ambas esferas.

La trayectoria del desarrollo emocional

Sobre la base de las ideas de Sigmund Freud, la moderna teoría de las relaciones objetivas ha demostrado empíricamente que la capacidad de percepción de uno mismo y de otros, el desa-

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rrollo de un sentimiento de pertenencia a un grupo y la capacidad de compartir los senti­mientos de otros son el resultado de un comple­jo proceso de relaciones e interacciones entre el niño y su entorno primero y m á s inmediato.

En este caso, por relaciones objetivas se en­tienden las experiencias mentales internas vivi­das sobre todo a través de la experiencia e m o ­cional de la relación con uno mismo y con las demás personas y cosas. Estas representacio­nes, que constituyen la vida interior, se forman en la matriz madre-hijo que, desde el primer día de vida, es importante para la superviven­cia no sólo en términos físicos sino también en términos psicológicos. Es necesario que en esta matriz puedan tener lugar experiencias y fun­ciones m u y concretas, así c o m o ciertas secuen­cias de desarrollo para que el niño pueda lograr con éxito el tránsito de la matriz simbiótica ha­cia la identificación individual estable que lo convertirá en un ser humano autónomo, capaz de percibir en forma realista a los demás y de establecer relaciones humanas. En otras pala­bras, la capacidad de establecer relaciones ob­jetivas es el resultado de un proceso de desarro­llo que no puede darse por supuesto16. En su relación personal con la madre, y más tarde con el padre, el niño adquiere los elementos básicos de esa capacidad, y al mismo tiempo, los ele­mentos básicos de comportamiento social.

En la adquisición de esta capacidad, la vida emocional del niño atraviesa diversas etapas distintivas de desarrollo. La percepción de uno mismo y de los demás, m u y importante en rela­ción con la cuestión de la imagen del enemigo, atraviesa brevemente cuatro etapas que confor­m a n , amplían y diferencian el potencial de emociones y percepciones y crean importantes vínculos emocionales entre el individuo y la so­ciedad.

En la primera etapa («nosotros dos somos uno») el niño transcurre las primeras semanas de su vida en la llamada fase simbiótica. El ni­ño es incapaz de percibir ninguna diferencia entre lo interior y lo exterior, entre el «yo» y el «no yo». Vive en una fusión alucinatorio-narci-sista con la madre que puede definirse c o m o la sensación de que «nosotros dos somos uno». La consecuencia de esta indiferenciación es una ilusión de omnipotencia. En esta etapa, las experiencias se clasifican en «buenas», es decir, agradables, y «malas», es decir, desagradables. Al mi smo tiempo, comienzan a almacenarse en

la memoria del niño recuerdos aislados de sen­saciones «buenas» y «malas».

En la segunda etapa («todo lo que no es uno mismo es amenazador») se produce la primera diferenciación notable. El primer signo visible de una incipiente distinción entre lo interno y lo externo es la aparición de la ansiedad frente al extraño, aproximadamente entre los seis y ocho meses, hecho que puede observarse onto­génicamente en todos los círculos culturales y que indica que el niño ya logra diferenciar algu­nos objetos externos. El niño rechaza y se siente amenazado por todo lo extraño, es decir por todo lo ajeno al «yo» (el «yo» en esta etapa es todo lo familiar). El rasgo peculiar de esta an­siedad frente al extraño es el hecho de que no hay ninguna experiencia negativa directa que se relacione con esa ansiedad o rechazo, es de­cir, que el niño no reacciona frente a un peligro real, sino m á s bien frente a lo que no es fami­liar, a lo extraño que, en un reflejo impulsivo, parece ser objeto de discriminación c o m o peli­groso. D e aquí que la clasificación primera y más original de datos en la esfera emocional se base en contrastes bien diferenciados entre sí, lo familiar y lo extraño, la seguridad y la a m e ­naza. En estas profundidades elementales lo fa­miliar y lo extraño tienen respectivamente el mismo significado que «bueno» y «malo».

En la tercera etapa, que tiene lugar entre el primer año de vida y el tercero, el niño aprende paulatinamente a distinguir entre sí mismo y la madre (entre el «yo» y el «tú»). Surge el senti­miento de su propio yo así c o m o el del «tú». Comienza entonces una etapa de desarrollo, es decir, la capacidad cada vez mayor de integrar lo bueno y lo malo, originariamente divididos, tanto en el yo c o m o en el objeto. (Inicialmente el niño es incapaz de percibir la madre que nu­tre y está disponible [el objeto bueno] y la m a ­dre no disponible y frustrante [el objeto malo] como una sola y misma persona.) C o n la inte­gración de estas representaciones opuestas, con el reconocimiento de que la madre c o m o objeto único posee cualidades buenas y malas, el niño logra dominar una parte de la realidad, lo que le permite mantener su amor a la madre (y a sí mismo) incluso a través de las decepciones. También consigue soportar y controlar los sen­timientos conflictivos, es decir ambivalentes, y funcionar en ausencia de una madre auxiliado­ra, capacidad que indica el logro de la separa­ción intrapsíquica.

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Todo este proceso implica una considerable expansión del repertorio emocional y del con­trol emocional y, por consiguiente, un aumento de la capacidad de hacer frente a las fluctuacio­nes de humor y a las frustraciones. También se amplía considerablemente la percepción del yo y del objeto. El niño se siente ahora como algo completo y permanente a través del tiempo y de las condiciones externas e internas cambian­tes. En esta etapa del «yo» y el «tú», la otra persona, al igual que el «yo», ha adquirido un rostro, una identidad, independientemente de que en ese m o m e n t o las relaciones sean de amistad y cooperación o de enemistad y c o m ­petencia. En esta etapa del desarrollo, las fuer­zas integradoras se han fortalecido suficiente­mente para impedir el proceso de división que en las etapas anteriores provocaban una totali­zación o demonización de la experiencia desa­gradable y frustrante17.

En este momen to , cuando la resistencia y la desconfianza con respecto al mismo objeto (la misma relación-persona) resultan tan posibles como la sumisión por amor o miedo, el niño tiene un conocimiento emocional por lo que respecta a las demandas, prohibiciones y valo­res, pero también por lo que respecta a la culpa, el poder y la impotencia.

Así llegamos entre el tercero y el sexto año de vida a la cuarta etapa (además del «yo» y el «tú», aparece el «él»). Sólo en este momento el niño llega a la etapa en que puede percibir a su padre c o m o algo independiente y separado de su madre. Este paso es decisivo en el proceso de socialización. El niño adquiere la capacidad in­terna y la disposición de entablar relaciones hu­manas no sólo diádicas sino también triádicas. Esto significa que puede mantener y hacer fren­te a una gran variedad de relaciones humanas, incluidas las que tienen lugar sin su participa­ción y fuera del grupo al que pertenece. Esta nueva capacidad permite la pluralidad, es decir, que el niño ahora se halla arraigado emocional­mente en su propia identidad de m o d o que pue­de mantener relaciones humanas a través de dis­tancias temporales y espaciales y a través de conflictos, y también aceptar que las personas mantengan estrechas relaciones entre sí sinÉque él mismo se sienta afectado y sin que ello provo­que temores de aislamiento y pérdida. Se han creado así las condiciones emocionales que per­miten al niño percibir otras identidades c o m o tales y aceptarlas en su naturaleza diferente.

En la tercera y cuarta etapas de desarrollo emocional observamos con particular claridad hasta qué punto el individuo y la sociedad son dos sistemas de acción que dependen uno del otro y c ó m o los niños, m u c h o antes de alcanzar la capacidad intelectual y racional de recons­trucción, «conocen», en la esfera emocional, las demandas, valores y códigos simbólicos, y ajustan sus acciones en consecuencia18. Este co­nocimiento se adquiere a través de las interac­ciones con los padres o con otras personas con las que mantiene una relación emocionalmente importante y los sustituyen, que se acercan al niño c o m o primeros portadores de datos con una información importante sobre su grupo m u c h o antes que resulte posible cualquier aná­lisis consciente de su contenido. Así, este «co­nocimiento» emocional radica en gran medida en el inconsciente. D e ahí que quede fuera del alcance del examen crítico y que resulte por lo tanto m á s accesible a la manipulación que las ideas obtenidas mediante un esfuerzo cons­ciente. Este «conocimiento» emocional es un factor importante en la formación de un senti­miento de pertenencia a un grupo, pero tam­bién por lo que respecta a la capacidad de iden­tificarse con los sentimientos de otra persona. ¿ C ó m o se llega a esta situación? La teoría de las relaciones objetivas establece una diferencia entre dos procesos básicos igualmente necesa­rios para llegar a esta situación: la internaliza-ción y la identificación.

En la interiorización, las relaciones inter­subjetivas se transforman en impresiones in-trasubjetivas. Esto supone una transformación de las relaciones con los objetos en el sentido de que las reglamentaciones internas asumen las funciones de los objetos vivos del m u n d o exte­rior. Por ejemplo, el padre dispone lo que está bien y mal, castiga' y elogia, -y este padre que castiga y elogia es interiorizado de tal manera que el niño se siente aceptado o rechazado se­gún lo que haga, sin necesidad de que el padre siga estando presente. Sin embargo, a lo largo de este proceso, no se internalizan solamente los objetos (tales c o m o el padre), sino también los conceptos de valores, ideales, obligaciones normativas, expectativas, etc. Así, estas de­mandas y actitudes pasan a formar parte de la estructura intrapsíquica, y el actuar contra ellas provoca sentimientos de culpa, de temor de pérdida de cariño y de miedo al castigo. A tra­vés de la interiorización de todas estas cualida-

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La repulsa del enemigo: un adolescente libanes hace un gesto de rechazo a un helicóptero extranjero, Beirut, 1984. Durand/Sigma

des, se crea un sistema de valores comunes pro­fundamente arraigado, que en general ya no es objeto de reflexión, y que prepara el terreno pa­ra una acción común y una interpretación y evaluación comunes de los datos que forman y determinan la percepción de la realidad so­cial. Puesto que, por lo menos en términos ge­nerales, el propio grupo de cada uno sólo puede definirse en cuanto que es diferente de otros grupos, las representaciones emocionales de valores específicos que distinguen al propio grupo de los demás se convierten en un c o m p o ­nente integrante del proceso general de sociali­zación, haciendo así una contribución signifi­cativa tanto a la concepción que el individuo tiene de sí mi smo como a la identidad social19.

Para comprender los fenómenos colectivos (por ejemplo, las imágenes del enemigo), es preciso analizar otro proceso básico del desa­rrollo: la identificación. La identificación es un proceso inconsciente que suele ir precedido de una imitación consciente. El conflicto interno cada vez mayor del niño entre sus sentimientos

de dependencia y su deseo de llegar a ser inde­pendiente, se convierte en una ansia de ser igual que el otro, amado (o temido) que el niño necesita tanto. En el proceso de identificación el niño asimila un rasgo característico del otro y cambiará según la imagen del otro20. En otras palabras: a través de la asimilación se cambian las propias estructuras internas. Pero asimila­ción no significa cambio de las estructuras in­ternas mediante la integración de elementos externos únicamente (como el comportamien­to o las actitudes); la asimilación significa tam­bién adquisición de conocimientos a través de la información inmanente en esos elementos.

Gracias al proceso asimilativo de identifi­cación, el niño adquiere nuevas estructuras in­ternas y se reconstituye a sí mismo. Al m i s m o tiempo, asimila información y adquiere, a tra­vés de esta osmosis inconsciente de las caracte­rísticas, comportamiento, sentimientos, etc. del «yo y el otro», una especie de «conocimien­to» del otro. Se encuentran aquí las raíces de la empatia, es decir de la capacidad de identifi-

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carse con otra persona y experimentar senti­mientos de solidaridad21.

En resumen, se puede decir que al comienzo del desarrollo emocional hay una distinción en­tre lo familiar y lo extraño que forma parte de las estructuras más elementales de percepción del m u n d o . Sin embargo, el desarrollo emocio­nal puede madurar y rebasar esa etapa indife­renciada y dicotómica. A la edad de cinco a sie­te años aproximadamente , se alcanza (idealmente) un nivel de diferenciación gracias al cual resultan posibles la construcción y la profundización de relaciones variadas y dife­rentes, de lo extraño a lo familiar. Las huellas del primitivo desarrollo emocional, incluidos el esquema «familiar-extraño» y los primeros valores y actitudes interiorizados, siguen laten­tes en segundo plano (aunque sin control cons­ciente) porque ontogenética y filogenéticamen-te están arraigados mucho m á s profundamente que el desarrollo cognoscitivo que se describe a continuación.

La trayectoria del desarrollo sociocognoscitivo22

El desarrollo sociocognoscitivo puede enten­derse c o m o una secuencia progresiva de la asi­milación de la información que permite adqui­rir la capacidad de inferir y adoptar el punto de vista de otro o de otros. El desarrollo cognosci­tivo se superpone al desarrollo emocional y lo complementa para que resulte posible lo que es específico del funcionamiento humano . Las funciones cognoscitivas residen en el neopalio y, por consiguiente, en términos filogenéticos, son m u c h o más recientes que la percepción emocional y preoral y que las funciones de orientación. En consecuencia, nuestra capaci­dad neopálica de pensar y comprender se halla continuamente en conflicto con el estrato m u ­cho m á s antiguo y poderoso de comportamien­to emocional y reflejo que, en nuestro m u n d o moderno, ha quedado en cierta medida peligro­samente anticuado. Con ayuda de las funciones cognoscitivas el hombre pudo salir del cautive­rio de los reflejos. Gracias a estas capacidades, es decir, evitando la regresión a criterios primi­tivos de diferenciación c o m o el de lo familiar y lo extraño, es posible superar el síndrome de la imagen del enemigo.

La empatia requerida para superar la ima­

gen del enemigo, es decir la capacidad de iden­tificarse con otra persona y adoptar su punto de vista, es el resultado reciente y sumamente deli­cado de un proceso óptimo de ese desarrollo cognoscitivo sumamente complejo, y siempre en peligro, que cada ser h u m a n o tiene que c u m ­plir ontogénicamente.

El psicólogo ginebrino Jean Piaget y sus se­guidores consagraron sus investigaciones inno­vadoras a este proceso del desarrollo. Hallaron que la capacidad humana de pensar e imaginar se manifiesta en una secuencia determinada de etapas de desarrollo y que este desarrollo forma parte de un proceso continuo de interacciones entre el niño y su entorno. El punto central de la teoría es que la comprensión mental (cogni­ción) es el resultado de interacciones entre el sujeto y el objeto mucho más complejas de lo que los simples objetos pueden provocar por sí mismos.

Al m i s m o tiempo Piaget, sobre la base de extensas investigaciones empíricas, demostró que el hombre debe primeramente formarse una imagen de su entorno y de sí mismo antes de poder enfrentarse con el m u n d o y moverse en él c o m o un ser que percibe y actúa. Pero estas imágenes no son preexistentes ni podrían formarse objetivamente según normas superio­res. En esto Piaget y Freud coinciden. A m b o s investigadores llegaron a la conclusión de que el hombre participa activamente en la cons­trucción de su realidad y de que, por consi­guiente, la realidad siempre implica un elemen­to personal y de desarrollo23.

La conciencia y la percepción, según Piaget, no consisten en una captación pasiva de la rea­lidad. El desarrollo de la percepción y de la con­ciencia implica una asimilación activa y paula­tina de los fenómenos que van surgiendo. Los objetos y su significado potencial sólo pueden ser captados en la medida en que una persona tiene a su disposición categorías de experien­cias o modelos de conducta que permiten una clasificación adecuada de la integración. Esto se aplica también a la esfera sociocognoscitiva de las relaciones personales. U n niño (o un adulto) no puede asimilar un movimiento sen­sorial o una estructura cognoscitiva sin haber dominado las formas preliminares necesarias de los movimientos que hay que aprender o de los conceptos o estructuras que se deben inte­grar.

El conocimiento se desarrolló primordial-

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mente a través de la organización, la coordina­ción y la estructuración de datos dentro del yo. Por eso el orden surge de una actividad ordena­dora y no de un supuesto orden inmanente de los propios objetos. La construcción de este or­den, así c o m o la configuración y diferenciación de las concepciones o imágenes humanas, sur­gen en líneas generales durante los primeros doce a quince años de vida. Este proceso se ca­racteriza por una complejidad creciente. Para nosotros tiene particular importancia el hecho de que este proceso es reversible y que, por con­siguiente, resulta posible una regresión tanto en la esfera emocional como en la cognoscitiva. Examinaremos por tanto el proceso de desarro­llo de la madurez de la cognición y luego, en la etapa siguiente, el proceso de regresión caracte­rizado por un deterioro progresivo del funcio­namiento maduro. Puede observarse una regre­sión de este tipo en la escalada de los conflictos entre individuos o grupos. La representación de un proceso de deterioro de este tipo debería ilustrar nuestra afirmación (hipótesis) princi­pal de que las imágenes del enemigo no son el resultado de un proceso de desarrollo, sino m á s bien el resultado de procesos regresivos que se remontan a emociones y modalidades de per­cepción y conciencia de la primera infancia.

Es interesante observar que el desarrollo so-ciocognoscitivo no comienza realmente hasta que el niño ha pasado por las etapas de desarro­llo básico emocional, a la edad de aproximada­mente seis años, en que el niño se siente afirma­do emocionalmente dentro de sí mismo y en el grupo.

En la primera etapa del desarrollo cognosci­tivo, aproximadamente hasta la edad de cuatro a seis años, predomina la simple atribución del propio punto de vista al otro. El «ego» del niño, aunque haya adquirido un conocimiento bási­co de c ó m o moverse dentro de su entorno so­cial, lo sigue percibiendo primordialmente des­de el punto de vista de un «ego individual». Sólo durante el proceso de desarrollo cognosci­tivo el niño aprende a concebirse como un «ego social» que sabe cómo integrar y asociar las múltiples relaciones sociales en su propia orientación de los procesos de acción y adop­ción de decisiones (etapa de la perspectiva ego­céntrica)24.

En la segunda etapa del desarrollo cognosci­tivo, es decir, entre los seis y los ocho años, re­sulta posible la distinción entre diferentes pun­

tos de vista, aunque inicialmente el niño sigue careciendo de la capacidad de aplicar esa dis­tinción en la esfera de la interacción social. En otras palabras, todavía no comprende que sea posible inferir los pensamientos, los.sentimien­tos y la situación de una tercera persona y te­nerlos en cuenta en el propio comportamiento. Falta todavía la capacidad de pensar en térmi­nos abstractos que permitiría reconocer que las perspectivas personales de diferentes indivi­duos pueden ser un factor determinante de reacciones diferentes frente a una misma situa­ción (etapa de la perspectiva relacionada con la información social).

En la tercera etapa, a la edad de aproxima­damente ocho a diez años, se desarrolla la capa­cidad de reflexionar sobre nuestro propio c o m ­portamiento y motivaciones desde el exterior, es decir, desde el punto de vista de otra perso­na. Se hace así posible el razonamiento «pienso que él piensa que yo pienso...». Ahora el niño puede reconocer y aceptar que no hay un punto de vista «absolutamente» cierto y que las per­sonas pueden pensar y sentir en forma diferen­te acerca de la misma situación. También c o m ­prende que los motivos de una persona pueden ser contradictorios y que esa persona puede atribuirlos a una jerarquía; en otras palabras, puede comprender que las personas tienen orientaciones múltiples. Por último, el niño aprende a darse cuenta de que puede haber en conflicto motivos altruistas (en beneficio de otras personas) y egoístas (en beneficio propio) tanto en uno mismo como en los demás. Se des­arrolla así la capacidad para hacer frente a las contradicciones tanto en la esfera emocional como en la cognoscitiva: la reflexión de que en muchas ocasiones las personas hacen cosas que realmente no quieren hacer, y de que no hacen cosas que querrían hacer (etapa de la introspec­ción).

En la cuarta etapa, a la edad de aproximada­mente diez a doce años, resulta posible el des­cubrimiento de que uno puede adoptar las perspectivas de diferentes personas alternati­vamente y de que los demás también pueden hacerlo. Es posible relativizar la abstracción in­trospectiva a partir de la posición de uno mis­m o para situar el pensamiento a un metanivel, basado en el conocimiento de que los otros también pueden hacerlo. D e esta forma resul­tan posibles conclusiones complejas a partir de situaciones polivalentes y se llega a compren-

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der que la amistad, la confianza y la considera­ción sólo pueden funcionar sobre la base de una mutualidad múltiple (etapa de la perspecti­va mutua).

E n la quinta etapa, la etapa adulta, que se alcanza aproximadamente entre los doce y quince años, se reconoce paulatinamente la red de relaciones sociales globales y se da por su­puesto la perspectiva del sistema social tradi­cional con respecto a las normas y a las expecta­tivas de conducta, a veces también en forma negativa (perspectivas que difieren del sistema social y convencional).

El desarrollo sociocognoscitivo normal pasa así de un punto de vista egocéntrico a una orientación diferenciada en función de los ob­jetos y las personas. Gradualmente, se relativi­za y descentraliza la simple atribución de la propia concepción del m u n d o . Se desarrolla la comprensión de diferentes puntos de vista. Son posibles las concesiones mutuas como resulta­do de una capacidad cada vez mayor para acep­tar diversas perspectivas, lo que permite múlti­ples relaciones sociales sumamente matizadas. En este proceso de desarrollo de la cognición humana reside uno de los elementos clave esen­ciales de la empatia, generalmente ignorado: el llamado análisis perspectivo.

El desarrollo de todas estas posibilidades se ve amenazado, sin embargo, por sentimientos de inseguridad, por presiones sociales, por te­mores y tensiones de todo tipo, que se mani­fiestan en momentos de crisis y turbulencia. Incluso las capacidades sociales adquiridas m u c h o tiempo antes pueden perderse o desin­tegrarse en circunstancias de tensión. D e aquí que también los individuos adultos se compor­ten según reacciones de su primera infancia. E n las páginas siguientes se examinarán pues los rasgos peculiares del proceso de escalada que parecen implicar una regresión a formas m á s primitivas del pensamiento y la conciencia.

Rasgos característicos de los procesos de escalada

El impacto de los procesos de escalada sobre las funciones emocionales y cognoscitivas se reve­la c o m o una regresión gradual y del nivel de desarrollo alcanzado a un nivel menos diferen­ciado. Los conflictos de intereses y opiniones, el temor o la incomprensión suelen conducir a

graves conflictos y a confrontaciones peligro­sas.

Sin embargo, este proceso de escalada no sigue una trayectoria caótica sino que se desa­rrolla gradualmente en términos sorprendente­mente recíprocos con el desarrollo emocional y cognoscitivo.

La regresión y desintegración de las normas emocionales y cognoscitivas diferenciadas pro­ceden en cada nueva fase de la escalada según principios específicos que las partes en conflic­to respetan mutuamente en una coordinación tácita de expectativas25.

La escalada hacia un nuevo nivel (y con ella, la regresión y la ulterior desintegración de las funciones emocionales y cognoscitivas) sólo se produce cuando una de las partes interesadas, deliberadamente o no, da un paso que no es «aceptable» en el contexto de esa fase específi­ca de la escalada26.

Así, la correlación entre las diversas fases de la escalada y las correspondientes etapas del desarrollo emocional y cognoscitivo ofrece una indicación acerca del nivel predominante de escalada, de los peligros concretos de una in­tensificación de la escalada y de las condiciones previas de la «desescalada» partiendo del he­cho de que el desarrollo cognoscitivo (o su con­trario, la regresión) siempre está estrechamente relacionado con el comportamiento social.

La etapa 1 de la escalada forma parte de la vida cotidiana normal. Incluso cuando las rela­ciones son buenas hay momentos en que las ex­pectativas, las necesidades o las ideas opuestas provocan conflictos. Estos sólo pueden resol­verse procediendo con suma cautela,'reflexión diferenciada y empatia mutua, es decir, m e ­diante un análisis perspectivo mutuo. En esta fase se adquiere conciencia de las tensiones. Se hace un esfuerzo para hallar soluciones objeti­vas con la parte contraria y se prepara uno para comportarse de manera cooperativa. Si por cualquier razón es imposible llegar a un acuer­do, si una de las partes se obstina en su punto de vista, el conflicto se intensifica hasta llegar a la etapa siguiente.

E n la etapa 2, las partes fluctúan entre posi­ciones cooperativas y competitivas. Se tiene conciencia de los intereses comunes, pero los propios deseos predominan y aumenta su im­portancia. El análisis diferenciado de la infor­mación se torna limitado en favor de los pro­pios argumentos. Aumentan los puntos litigio-

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sos, se sugieren otras posibles derivaciones del conflicto, se utilizan la lógica y la comprensión para convencer o disuadir al adversario. Revis­ten cada vez más importancia los esfuerzos por imponerse y no permitir ningún debilitamiento de la propia posición, y aumenta la tentación de abandonar el campo de la mera discusión hasta que, en un m o m e n t o determinado, el conflicto se intensifica a causa de una acción tomada por una de las partes.

Al pasar a la etapa 3 de la escalada, es decir, a la esfera de las acciones concretas, se acre­cienta el temor de que puedan perderse las ba­ses para una solución común del problema. La interacción entre los grupos se hace más emoti­va e irritable. Todas las esperanzas se centran en la acción, renunciando a las discusiones es­tériles y exasperantes. Este cambio produce un sentimiento de satisfacción y reduce las tensio­nes internas, al menos por el momento . Sin e m ­bargo, las expectativas de las partes en el con­flicto son paradójicas: ambas esperan, por m e ­dio de la presión y la determinación, provocar un cambio en la parte opuesta, pero al m i s m o tiempo ninguna de las dos está dispuesta a ce­der voluntariamente. Se desarrolla así la con­tradicción inmanente en la escalada: las medi­das tomadas por una parte para provocar un cambio en la otra (es decir, la «desescalada») son interpretadas por la parte opuesta c o m o un indicio de escalada27.

E n la etapa 3 aumenta dentro del grupo la presión para aceptar la opinión común . Esta presión es uno de los primeros indicios visibles de que la escalada se está intensificando. Se aceptan cada vez menos las opiniones disiden­tes, es decir, las maneras diferentes de percibir y evaluar la evolución del conflicto. Esta pre­sión hace que muchos miembros del grupo, que en realidad tienen un punto de vista diferente o más diferenciado, guarden silencio y se con­viertan en espectadores28. La dificultad de opo­nerse a esta presión reside en el hecho de que el grupo reacciona a esa oposición con un despego total, evocando temores profundamente arrai­gados de soledad, pérdida y destrucción. La coincidencia cada vez mayor de opiniones im­plica una diferenciación cada vez menor de la percepción y una reducción de la capacidad de acción y reflexión. Se sacrifica una visión pon­derada y compleja de la realidad en aras de una versión limitada y simplificada más fácil de sustentar desde el punto de vista emocional.

Las verdaderas causas del conflicto se difu-minan y pierden importancia, en tanto que las características generales (la Gestalt) del adversa­rio se convierten en centro de atención y preocu­pación. Los estereotipos colectivos, tales como radicales, fascistas, judíos, capitalistas, etc. se aplican cada vez con más frecuencia como iden­tificaciones negativas del adversario.

Pese a todas las dificultades, el adversario, sin embargo, sigue teniendo un rostro. El alar­de de poder, la competencia entre perspectivas diferentes dominan el terreno que cada con­trincante desea ganar. Al igual que en la tercera etapa del desarrollo emocional, adquieren pre­ponderancia las cuestiones de potencia e impo­tencia, legalidad, culpabilidad y orden. Debido a las tensiones en aumento, la disposición a uti­lizar la empatia desaparece gradualmente. Para aliviar las tensiones internas, se siente la tenta­ción cada vez mayor de pasar a la acción a fin de tener más influencia sobre el adversario. Es­to a su vez puede conducir a un callejón sin salida en el que ambas partes rechazan cual­quier tipo de empatia y, por consiguiente, al­canzan una etapa crítica, la etapa 4 de la esca­lada.

En la etapa 4 , las funciones cognoscitivas retroceden a la etapa 2 del desarrollo, es decir, al nivel de seis a ocho años de edad. Es cierto que todavía se tiene conciencia de otras pers­pectivas, pero ya no se es capaz ni se está dis­puesto a considerar los pensamientos, senti­mientos y la situación del otro, ni a tenerlos en cuenta en el propio comportamiento. Así, tam­bién desaparecen las diferenciaciones indivi­duales, otro signo m u y grave de que la escalada va en aumento.

En la esfera emocional predominan los jui­cios tajantes, es decir, todo lo que no es «yo» o «nosotros» es amenazador y malo, y por consi­guiente, es rechazado. Se amplía así cada vez m á s la brecha entre los grupos en conflicto. Al m i s m o tiempo, aumentan las proyecciones m u ­tuas: los aspectos negativos del propio grupo que no corresponden a la imagen del grupo, se proyectan hacia el m u n d o externo o hacia el adversario29. Asimismo, los sentimientos de opresión se dirigen contra el adversario en los siguientes términos, más o menos: «Si tengo miedo es porque tú debes haberme amenaza­do». Además , los contendientes se sienten m u ­tuamente obligados por el adversario a asumir ciertos papeles que difícilmente pueden eludir

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pero que no corresponden a la imagen que tie­nen de sí mismos. C o m o resultado de esta iden­tificación proyectiva30, un grupo puede sentirse desafiado a manifestar cierto comportamiento, inconscientemente, que corresponde exacta­mente a la imagen proyectada por el adversa­rio.

En esta etapa de la escalada, el comporta­miento de los contendientes sólo puede com­prenderse si se hace una estimación exacta y se tiene conciencia del alcance de la regresión y de c ó m o esas imágenes proyectivas se interponen entre los contendientes y determinan los acon­tecimientos. Las partes en conflicto rechazan esas imágenes, que les persiguen como espíritus malignos, pero simultáneamente desean atri­buirlas al adversario; en otras palabras, ambas partes provocan y combaten al mismo tiempo cierta actitud del adversario. Aumenta m á s aún la presión sobre los individuos o grupos indife­rentes para que opten por un bando. Cualquie­ra que se mantenga en contacto con ambos gru­pos se hace sospechoso.

Si el conflicto no puede detenerse en esta etapa, la escalada se intensifica hasta un punto dramático. Esto es lo que ocurre cuando uno de los contendientes comete o amenaza con come­ter una acción determinada que el adversario considera un agravio, o una «pérdida de presti­gio» que debe ser objeto de una respuesta ade­cuada31.

E n la etapa 5 de la escalada aparecen indi­cios claros de una regresión progresiva en forma de una «representación» ideológica global extre­m a de las perspectivas antagónicas. Se invocan los «valores sagrados», las convicciones y las obligaciones morales superiores. El discurso asume dimensiones casi míticas. Los sentimien­tos simbióticos del grupo progresan (o más bien regresan) al sentimiento de «nosotros» (dos) so­m o s uno «solo», acompañado de delirios de o m ­nipotencia. En este momento la escalada alcan­za cimas alucinatorio-narcisistas32.

El conflicto se extiende a toda la concepción del yo, así como a la concepción del m u n d o , y las percepciones y evaluaciones individuales desaparecen. Lo que queda es una idea, una imagen compartida por todos. En relación con el adversario, el individuo se percibe ahora a sí mi smo casi exclusivamente como miembro de su grupo, a la vez que percibe a los individuos del grupo opuesto c o m o exponentes del grupo enemigo: el comportamiento interpersonal pa­

rece quedar eliminado; el comportamiento dentro del grupo determina los acontecimien­tos. En consecuencia, el poder y la violencia asumen formas impersonales y la percepción de la parte opuesta se petrifica en la imagen rígida del enemigo.

Así, el tratamiento emocional de la infor­mación vuelve a reducirse al esquema elemen­tal del tratamiento de la primera infancia a tra­vés de sensaciones contrapuestas, extraño/fa­miliar, amenazador/seguro o malo/bueno, y en la esfera cognoscitiva el punto de vista de cada uno representa la realidad. A este nivel de la escalada (o regresión) ya no hay una manera cualitativamente diferente de pensar y sentir.

Mediante la amenaza y el temor, ambos contendientes se esfuerzan por obtener el con­trol total de la situación, agravando así aún más el conflicto. Para conservar la credibilidad y disuadir al enemigo de recurrir a la fuerza, el propio grupo amenazador se siente obligado a emplear él mismo la fuerza. A su vez, esta acti­tud demuestra al grupo amenazado la naturale­za agresiva del amenazante y provoca un con­traataque y, por ende, una escalada mayor que puede llegar a la aniquilación total y la autodes-trucción. Se dévalua al enemigo hasta conver­tirlo en objeto y se le deshumaniza completa­mente. Se pierde así todo tipo de asociación o de sentimientos comunitarios, y desaparecen todas las normas y escrúpulos éticos humanos en el trato con el enemigo. Los criterios e m o ­cionales y cognoscitivos de diferenciación que permiten al ser humano sentir empatia sufren un colapso total en relación con el enemigo11.

Sin embargo, estos mismos seres humanos son capaces, en virtud de una reactivación de los procesos infantiles de diferenciación entre el «bien» y el «mal», de actuar en el seno de su propio grupo (bueno) como seres perfectamen­te racionales y normales. Por eso es tan difícil que un observador sin experiencia o mal infor­m a d o tenga en cuenta la verdadera percepción atávica del «yo» y «el otro», y pueda analizarla conscientemente para tratar de resolver un conflicto.

La función de la imagen del enemigo

Para poder orientarse en su entorno, el hombre se ve obligado a construir un sistema ordenado

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Con su aparición en la televisión iraquiana, el 16 de septiembre de 1990, pocas semanas después de la invasión de Kuwait, George Busch pretendía superar el síndrome de la imagen del enemigo. El jefe de Estado iraquí, Saddam Hussein, cuyo retrato aparece a la izquierda, ya había aparecido con anterioridad en las cadenas de televisión norteamericanas. Pa\ioisk\/s\gma.

dentro de una profusión caótica de datos, que le ayude a clasificar las experiencias, a juzgar el presente correctamente y a estimar el futuro en la forma más precisa posible. La mayor parte de este proceso de asimilación de datos parece preceder a la orientación consciente, por ejem­plo, a la coordinación «automática» de las fun­ciones corporales, al tratamiento visual de los datos, o al habla. Este tipo de tratamiento pre-consciente de la información parece ser mucho más amplio que cualquier otro fenómeno posi­ble en la esfera cognoscitiva. Juntamente con ese tratamiento, y también en la esfera social, hallamos una regularidad sistemática en la for­m a en que el proceso humano de elaboración de datos asimila las informaciones contradicto­rias paradójicas y alarmantes34.

A este sistema ordenado, fundamental para

la supervivencia, pertenecen los llamados este­reotipos que en las modernas investigaciones sobre los prejuicios ya no están considerados c o m o meras distorsiones irracionales o negati­vas de la realidad. Los estereotipos son en pri­mer lugar categorías que ayudan a dividir al m u n d o en unidades comprensibles y de fácil captación para evitar el caos y hacer posible una organización basada en valores, expectati­vas y conceptos comunes que permitan un comportamiento sensato en un m u n d o social. Ciertos criterios, c o m o la edad, el sexo, la pro­fesión, la nacionalidad, el idioma, y también la estatura física y el rango social, para no m e n ­cionar sino unos pocos ejemplos, forman parte de los estereotipos y categorías más comunes de orientación en el campo social.

Las condiciones previas de estas pautas co-

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munes de percepción y acción se establecen du­rante el desarrollo emocional a través de los procesos de interiorización e identificación.

Las imágenes del enemigo son un extremo patológico de las funciones de clasificación, distinción y definición tan esenciales para nuestra supervivencia, ya que corresponden a una regresión a criterios de funcionamiento emocional, de percepción y de conciencia de la primera infancia. Las consideramos patológi­cas porque cuando las imágenes del enemigo dominan la percepción, desaparece toda posi­bilidad de análisis objetivo y la esfera emocio­nal queda dominada por la diferenciación in­fantil y primitiva entre lo bueno y lo malo (el amigo y el enemigo). En otras palabras, falta la relación recíproca entre percepción y empatia necesarias para una captación adecuada del en­torno35.

N o obstante, la función de la imagen del enemigo corresponde a la función de los este­reotipos, con la diferencia fundamental de que la imagen del enemigo determina la orienta­ción mientras que los estereotipos nos ayudan a orientarnos. Las imágenes del enemigo clasifi­can categóricamente las amenazas y los aconte­cimientos incomprensibles. Explican una reali­dad difícil culpando de las calamidades a un grupo (brujas, judíos, comunistas, capitalistas, turcos, etc.). Al mismo tiempo, se promueven los valores propios, se fortalece la cohesión del grupo y el temor interno e indefinido puede proyectarse hacia alguna causa específica.

Así, al igual que con los estereotipos, se evi­ta el caos y se establece una base c o m ú n de va­lores, expectativas y concepciones del entorno social aunque a un nivel sumamente primi­tivo.

El impacto de las imágenes del enemigo

Las imágenes del enemigo son siempre el resul­tado de una escalada acompañada de una pau­latina regresión y disolución de los criterios cognoscitivos y emocionales diferenciados de la percepción y el comportamiento. Las conse­cuencias de esta regresión son enormes: las imágenes del enemigo cambian la psiquis, el in­telecto y el comportamiento humanos. La e m ­patia y la identificación se desintegran en tal medida que los seres humanos que son percibi­

dos c o m o enemigos no sólo son despojados de su individualidad sino que ya no son conside­rados ni siquiera c o m o semejantes.

En la esfera emocional, el sentimiento sim­biótico de «nosotros (dos) somos uno» predo­mina dentro del propio grupo, mientras que el grupo enemigo se percibe sobre la base de los criterios primitivos de la primera infan­cia según los cuales «todo lo que no es uno m i s m o (nosotros mismos)» es amenazador yjmalo. En la esfera cognoscitiva predomina la perspectiva egocéntrica, lo que implica que el punto de vista propio representa la realidad absoluta.

La presión de los sentimientos simbióticos de alianza dentro del grupo crea una desindivi­dualización dentro del mismo que puede tener repercusiones graves. La responsabilidad per­sonal, la culpabilidad, los escrúpulos, los re­mordimientos de conciencia, las normas ético-morales, todos los elementos básicos de la e m ­patia desaparecen en el trato con el enemigo que a menudo ya no es percibido siquiera c o m o un semejante. Sin los escrúpulos y las barreras habituales, el hombre llega a ser capaz de matar y torturar.

El crimen, la venganza, la tortura y la des­trucción masiva en la guerra, son las conse­cuencias que han caracterizado a la historia cultural desde las épocas primitivas.

Si consideramos las proporciones alarman­tes y las consecuencias de una percepción del yo y del otro que ha sufrido una regresión hasta el nivel de las imágenes del enemigo, es difícil comprenderlas c o m o una simple expresión de la destructividad y agresividad humanas. Pare­ce surgir algo m u c h o más amplio y elemental, a cuyo influjo las cualidades humanas específi­cas, adquiridas ontogénicamente, desaparecen, haciendo retroceder incluso a seres humanos maduros a etapas primitivas, preindividualis-tas.

El desmantelamiento de la imagen del enemigo

Para desmantelar una imagen del enemigo es preciso, ante todo, hacer un esfuerzo de «rein­dividualización», ya que este proceso exige gran energía y constituye un gran desafío. Sin un esfuerzo consciente de la voluntad, pero también sin el conocimiento de la dinámica de

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la escalada, resulta casi imposible un desman-telamiento de la imagen del enemigo que con­duzca a cambios básicos y duraderos. Hay que encontrar la forma de romper gradualmente el molde rígido de la interacción a nivel del grupo y convertirla en una reacción interpersonal. También hay que hallar la manera de diferen­ciar y por ende «reindividualizar» la percep­ción del enemigo en la esfera emocional y de reconstruir lentamente las etapas del análisis perspectivo en la esfera cognoscitiva. En este proceso de reconstrucción de las funciones pro­pias de la madurez, hay que volver de nuevo a la etapa del análisis perspectivo, partiendo de la etapa egocéntrica, para llegar a aceptar que existen otros puntos de vista, para estar dis­puestos a escuchar estos otros puntos de vista, para compararlos con los propios y, finalmen­te, para buscar juntos una solución mutuamen­te aceptable.

Así, pues, eldesmantelamiento dela imagen del enemigo implica la «reindividualización» y la reconstrucción de las diferenciaciones emo­cionales}' cognoscitivas. Este proceso sólo puede darse en los individuos y tiene que realizarse en dos sentidos: hacia dentro, es decir, en el pro­pio grupo, donde, en los primeros momentos de la escalada del conflicto surge la intolerancia frente a diferentes evaluaciones y percepcio­nes; y hacia fuera, hacia el enemigo que, c o m o categoría estereotipada no sólo ha perdido su individualidad sino a menudo incluso su hu­manidad. En otras palabras, también en la esfe­ra práctica y política el desmantelamiento tiene que producirse ante todo a través de los indivi-duos3''.

Durante mucho tiempo prevaleció la creen­cia de que el contacto habría de contribuir esen­cialmente al desmantelamiento de la imagen del enemigo. Si los grupos hostiles tuvieran la oportunidad de conocerse, aumentaría la acep­tación y la comprensión mutuas y se reducirían los conflictos.

En consecuencia, se organizaron programas educacionales, intercambios de estudiantes, acontecimientos deportivos, conferencias co­munes, etc.

Los resultados de las nuevas investigacio­nes indican claramente que los contactos tie­nen repercusiones positivas en condiciones m u y concretas o, para decirlo de otra manera: los contactos mal preparados o forzados, a m e ­nudo resultan contraproducentes37.

¿Qué condiciones deben cumplirse para que resulten posibles los encuentros constructivos?

Curiosamente, varios experimentos diferentes coinciden en que antes de que pueda tener lu­gar cualquier contacto personal, debe presen­tarse una información circunstanciada y dife­renciada sobre el otro grupo, por ejemplo, so­bre su historia, realizaciones, normas, estilo de vida y tal vez también sobre sus diferentes con­ceptos de la vida y las relaciones humanas.

Esta fase de la información puede compa­rarse con la experiencia de un piloto en un si­mulador, donde el peligro de una colisión pue­de presentarse sólo en teoría. En ausencia del enemigo, los aspectos emocionales son menos dominantes y, por consiguiente, hay mayores posibilidades de modificar su imagen estereoti­pada a través de la información, y tal vez inclu­so de reemplazarla por una imagen individuali­zada del enemigo con sus necesidades legíti­mas .

Sólo a través de la asimilación (en el sentido de aceptación) de esta información pueden su­perarse, en la etapa siguiente del contacto per­sonal, los peligros de una percepción dualista blanco-negro, típica de la imagen del enemigo.

Una combinación adecuada de la informa­ción y contacto con las bases de la comunica­ción que, sin embargo, deberá completarse m e ­diante la capacitación en comunicación de los posibles interlocutores en conversaciones futu­ras. E n los encuentros difíciles y sumamente delicados de este tipo, es esencial que los parti­cipantes conozcan la importancia de escuchar activamente, de elegir las palabras adecuadas, y hablar de tal manera que el otro sienta que es tomado en serio. Krauss y Deutsch, en su estu­dio clásico sobre las repercusiones de la c o m u ­nicación en los conflictos en escalada, llegaron a la conclusión de que sólo era posible relajar la tensión si los participantes habían seguido un curso de formación en comunicación y habían tomado conciencia de la importancia de estos factores38.

Herbert Kelman instruyó a israelíes, pales­tinos y egipcios en comunicación y análisis perspectivo antes de reunir a los tres grupos; el resultado fue un éxito, ya que fue posible cele­brar conversaciones francas y constructivas pe­se a las grandes diferencias de opiniones que seguían prevaleciendo3''. Sin un deseo mutuo de

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escuchar, sin un esfuerzo consciente de tratar al otro c o m o a un igual en las conversaciones, y sin una mínima correspondencia en el vocabula­rio, no puede haber diálogo.

Los experimentos recientes realizados en Is­rael han demostrado que grupos mixtos de do­centes, israelíes y palestinos, pueden evitar una regresión cognoscitiva entre ellos mismos y en­tre sus estudiantes y, por ende, evitar una esca­lada hacia las imágenes del enemigo, tras una capacitación esmerada y adecuada. La prepara­ción y capacitación de estos docentes incluía: 1. U n a introducción a la epistemología (¿Có­

m o se forma el conocimiento y en qué cir­cunstancias cambia?).

2. U n a introducción (a cargo de expertos c o m ­petentes y reconocidos) a la historia, la reli­gión, la ética y la sociología del grupo enemi­go (resulta decisivo un conocimiento pro­fundo del otro grupo y de sus perspectivas).

3. Seminarios en c o m ú n en que los interesados pueden expresar sus sentimientos y temores y donde pueden adquirirse instrumentos y materiales para reemplazar los prejuicios sobre el otro por conocimientos objetivos y diferenciados40. En las investigaciones recientes sobre los

conflictos se destaca cada vez más el valor de las llamadas negociaciones previas. Se puede comparar a una fase de diagnóstico durante la cual los interesados pueden intercambiar infor­mación y buscar posibles puntos de acerca­miento sin las tensiones públicas y sin necesi­dad de dar a conocer los resultados. La tarea esencial radica en una evaluación detallada del «triángulo conflictivo»"" de incomprensiones, choques de intereses y enemistades. Las nego­ciaciones previas implican la exploración m u ­tua de intereses, percepciones, necesidades, te­mores, etc.. una exploración informal pero m u y compleja desde el punto de vista emocio­nal y cognoscitivo. (Es sorprendente que hasta el momen to se hayan hecho tan pocas investi­gaciones sistemáticas sobre el impacto y la fun­ción de los malentendidos.)

Durante las negociaciones previas, los par­ticipantes se ven obligados a exponer y definir qué es lo que realmente quieren y por qué lu­chan, sobre qué estarían dispuestos a transigir y sobre qué valores básicos no podrían transi­gir42. La creencia general de que cada uno de los contendientes tiene ideas m u y claras en este sentido, tanto por lo que a él respecta como por

lo que respecta al otro, ha resultado sorpren­dentemente falsa. Durante estas negociaciones, se impone el reconocimiento mutuo y el respe­to de los sentimientos profundos de enemistad, cólera, pesar, culpabilidad y pérdida, y hay que encontrar una base común a partir de la cual el conflicto que separa a las partes también pueda percibirse c o m o una historia c o m ú n . Lo que se requiere, pues, es una diferenciación en la per­cepción de un conflicto profundamente arrai­gado que presenta aspectos amenazadores y aparentemente insuperables para ambas par­tes. El reconocimiento de que los temores, la aversión y las reservas hacia el otro no pueden ser monopolizados por un grupo, sino que es­tán recíprocamente compartidos por el grupo enemigo, desestabiliza la propia posición, pero es una condición previa para que comiencen a mitigarse los sentimientos y conceptos hostiles. Si este proceso no es (aún) posible, ambas par­tes pueden abandonar las negociaciones pre­vias no oficiales sin atraer innecesariamente la atención pública y sin desprestigiarse. Esta difí­cil tarea exige a menudo muchos intentos, que han de interpretarse como etapas destinadas a crear un clima que pueda facilitar sustantiva­mente las negociaciones oficiales ulteriores.

Sin embargo, lenta y trabajosamente se m a ­nifiesta la voluntad que hace posible la intros­pección de las causas de la hostilidad. Aquí se llega a la encrucijada entre la reducción y la prevención de las hostilidades; que puede pro­vocar un cambio fundamental en la compren­sión de la enemistad.

En la tarea general de desmantelamiento de las imágenes del enemigo, revisten importancia especial tres elementos de la esfera social: las relaciones públicas, la elaboración de progra­m a s educativos y la construcción de redes.

En las relaciones públicas es conveniente ofrecer información sobre el enemigo desde dos puntos de vista diferentes. Por una parte, es importante reconocer los logros y contribu­ciones positivas y destacar las similitudes. Por otra, las diferencias no deben ocultarse sino m á s bien presentarse, explicarse y definirse co­m o legítimas y tolerables. La imagen del enemi­go anónima y estereotipada colectivamente de­be destruirse mediante la presentación de bio­grafías individuales. Entre los ejemplos que tuvieron éxito porque permitieron adoptar una perspectiva a través de la individualización, ca­be citar las películas «Holocausto», «Raíces» o

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«Grito de Libertad». Pero el conocimiento de c ó m o funcionan los prejuicios y estereotipos es precisamente lo que hace tan difícil creer en el cambio básico de actitudes por medio de la in­formación. Los seres humanos con prejuicios no quieren aceptar ciertas informaciones o tien­den a deformarlas de conformidad con sus pro­pios prejuicios (disonancia cognoscitiva)43.

En la esfera educativa, se plantea el proble­m a del desmantelamiento de las imágenes del enemigo así como el de evitar la aparición de dichas imágenes. Sería conveniente desde el co­mienzo impartir una formación sólida y dife­renciada en materia de análisis perspectivo so­cial, sobre la naturaleza del prejuicio y sobre la dinámica de los conflictos. Esta tarea podría realizarse con éxito, sobre la base de los resulta­dos de las investigaciones de Piaget, tomando en consideración las diversas capacidades de las diferentes etapas de desarrollo. Hay pruebas empíricas cada vez m á s abundantes de que esta capacitación puede tener un impacto interno duradero44.

A d e m á s , la construcción de una red c o m ú n entre políticos conocidos, institutos de investi­gación y medios de comunicación tiene una im­portancia decisiva para que resulte posible el desmantelamiento continuo y sistemático de la imagen del enemigo. Sin el apoyo positivo de estas autoridades oficiales, no es posible llevar a cabo una tarea tan difícil y exigente.

Es de esperar que, con la difusión del cono­cimiento de los problemas del desarrollo e m o ­cional y cognoscitivo y de las particularidades de la dinámica de los procesos de escalada, se aprovechen con más frecuencia las posibilida­des de evitar estos procesos regresivos y se bus­quen soluciones en que la empatia no haya des­aparecido. Es necesario hallar nuevas formas de enfrentar los conflictos y los choques de in­tereses. Para ello, debemos tratar de compren­der a los demás y al m i s m o tiempo esforzarnos por ser mejor comprendidos.

Traducido del inglés

Notas

1 Daniel Frei, Perceived Images: U.S. and Soviel Assumptions and Perceptions in Disarmament, para el Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme. R o w m a n & Allanheld, Totowa (N.J.) 1986.

2. Véase Richard Ned Lebow, Nuclear Crisis Management: A Dangerous Illusion. Ithaca/Londres, Ithaca University Press. 1987. en particular el desilusionante capítulo «Miscalculated Escalation» págs. 104-153.

3. H e m o s elaborado estas siete características sobre la base de Dean G . Pruitt y Jeffrey Z . Rubin, Social Con/lid: Escalation. Stalemate and Settlement, Nueva York, R a n d o m House, 1986, pág. 95; de Friedrich Glasl, Konfliktmanagement: Diagnose

und Behandlung von Konflikten in Organisationen. Berna, Haupt, 1980, así como de Ole R . Holsti, «The Belief System and National Images. A Case Study», en Journal of Conflict Resolution», vol. VI, 1962, págs. 244-252.

4. Esta gama de valores medios, «normales» para la categoría ecológica del Homo sapiens, a la que éste ha adaptado su sistema de percepción y de conocimiento, es llamada por Gerhard Vollmer el «mesocosmos». La expresión ha sido elegida con precisión, puesto que los seres humanos, durante un largo período, hemos considerado erróneamente este cosmos de valores medios como la representación «objetiva» del cosmos propiamente dicho. Véase Gerhard Vollmer, «Mesokosmos und objektive Erkenntnis», en Vollmer Was können wir wissen?

vol. I, Die Natur der Erkenntnis, Stuttgart. S. Hirzel. 1988, págs. 57-115.

5. Andreas Phocas. Biologische Aspekte politischen Verhaltens, Studie, 1986. pág. 25; Andrew Bard Schmookler, The Parable of the Tribes: The Problem of Power in Social Evolution, Boston, Houghton Mifflin Co . , 1986. págs. 21 y siguientes: Irenäus Eibl-Eibesfeldt, Krieg und Frieden aus der Sicht der Verhaltensforschung, Munich, Piper, segunda edición, 1984, págs. 49-56.

6. Gerhard Vollmer, Evolutionäre Erkenntnistheorie, Stuttgart, S. Hirzel, 1975, 41987; Konrad Lorenz, Die Rückseite des Spiegels: Versuch einer Naturgeschichte menschlichen Erkennens, Munich, Piper, 1973.

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I. La exposición siguiente sobre la evolución del cerebro se basa en John C . Eccles, Das Gehirn des Menschen, Munich/Zurich, Piper, 1975. en H o i m a r von Ditfurth («Von den biologischen Grenzen der Vernunft, en Hannes Keller [redactor]. Denken über die Zukunft, Zurich, Ringier,

1986, págs. 177-189, en particular la pág. 186), y en Roland A . Leemann, «Aspekte des Menschlichen Denkens». Neue Zürcher Zeitung. 12 de julio de 1989, pág. 57.

8. Spektrum der Wissenchaft: Gehirn und Nervensystem. 9a. ed. Heidelberg, Verlagsgesellschaft, 1988, pág. VIII.

9. Las evaluaciones presentadas no provienen directamente del cerebro h u m a n o sino del desarrollo de secciones comparables del cerebro en la historia de la evolución de nuestros antepasados de las eras paleozoicas y mesozoicas. Véase Ditfurth. op. cit., y L e e m a n n . Aspekte des menschlichen Denkens, loe. cit.

10. Véase Ditfurth, op. cit., pág. 184.

II. Kahle, op. cit.. pág. 14.

12. Ditfurth, op. cit.. pág. 181.

13. Harry J. Jerison. «Palaeoneurology and the Evolution of M i n d » , en: Scientific American. vol. 234, enero de 1976, pág. 96.

14. Rupert Riedl. Evolution und Erkenntnis, Munich/Zurich, Piper, 1987, pág. 224 y siguientes: y Biologie der Erkenntnis; Die stammesgeschichtlichen Grundlagen der Vernunft, M u n i c h . 1988, pág. 33.

15. H a n s G . Fürth, Knowledge as Desire; An Essay on Freud and Piagel, N u e v a York, Columbia University Press, 1987, pág. 43 .

16. Margaret S. Mahler y Manuel Furer, Symbiose und Individuation, vol. 1, Psychosen im frühen Kindesalter. Stuttgart, Klett, 1979; Edith Jacobson, Das Selbst und die Welt der Objekte. Frankfurt S u h r k a m p , 1978; Jay r. Greenberg/Stepheti A . Mitchell, Objeci Relations in Psychoanalytic Theory, Cambridge (Mass.)/Londres, Harvard

University Press, 1983; Rubin und Gertrude Blanck, Jenseils der Ich-Psychologie; Eine Ohjektbezieh-ungstheorie auf der Grundlage der Entwicklung, Stuttgart. Klett-Cotta. 1989; Otto F . Kernberg, Innere Welt und äussere Realität; Anwendunger der objekl berziehungstheorie, Munich/Viena, Internationale Psychoanalyse, 1988.

17. La conservación de la identidad no sólo es sumamente importante en el marco de la psicología del desarrollo; también en las investigaciones sobre los conflictos, la «pérdida de prestigio» está considerada c o m o una etapa decisiva de la escalada en la formación de la imagen del enemigo y en el desarrollo de conflictos entre individuos y grupos. E . Goffman, « O n Face-Work»; Psychiatry, vol. 18, 1955, págs.

211-231; Herberte. Kelman. «Violence without Moral Restraint: Reflections on the Dehumanization of Victims and Victimizers», en Journal of Social Issues, vol. 29, 1973, N . " 4, págs. 25-61.

18. Fred Weinstein/Gerald M . Platt, Psychoanalytic Sociology; An Essay on the Interpretation of Historical Data and the Phenomena of Collective Behavior. Baltimore, T h e John Hopkins University Press, 1973.

19. Henri Taijfel, Gruppenkonflikt und Vorurteil: Einslstehung und Funktion sozialer Stereotypen. Berna/Stuttgart/Viena, Huber , 1982.

20. J. Laplanche/J.B. Pontalis, Das Vokabular der Psychoanalyse, vol. 1, Frankfurt, S u h r k a m p , 1973, pág. 219. 21. E n los trabajos de Freud, el término «identificación» adquirió un significado cada vez m á s importante. El proceso de asimilación que implica este término corresponde a la interpretación que hace Piaget de estos procesos, también primordiales para él. de la evolución y el desarrollo.

22. Por razones de comprensión nos limitaremos a la representación del desarrollo sociocognoscitivo elaborada a partir de Piaget, en el marco de las investigaciones sobre «La adopción de una perspectiva social» o «La

cognición social», en particular en Estados Unidos. Véanse Michael H . Chandler, «Social Cognition, A Selective Review of Current Research», en: W . F . Overton/J.M. Gallagher (eds.). Knowledge and Development, vol. 1, Nueva York. Plenum, 1976; John H . Flavell, Cognitive Development, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, (2) 1985; Carolyn Uhlinger Shantz. «Social Cognition», en: John H . Flavell/Ellen M . M a r k m a n (eds.). Cognitive Development, vol. 3 de la colección Handbook of Child Psychology. Paul H . Müssen (ed.), N u e v a York, John Wiley (4) 1983, págs. 495-555; Dieter Geulen (ed.), Perspektivenübernahme und soziales Handeln; Texte zur sozial-kognitiven Entwicklung. Frankfurt, Suhrkamp, 1982.

23. Hans G . Fürth, op. cit.. pág. 6.

24. La designación de estas etapas corresponde a Robert L . Selman. «Sozial-kognitives Verständnis; Ein W e g zu pädagogischer und klinischer Praxis», en: Geulen (ed.) op. cit.. págs. 230-237.

25. T h o m a s Schelling, «Bargaining, Communica t ion and Limited W a r » , Journal of Conflict Resolution, vol. 1, 1957, pág. 21.

26. Etapas de la escalada según Friedrich Glasl, op. cil.

27. Quincy Wright, «The Escalation of Conflicts», Journal of Conflict Resolution, vol. 9, 1965, págs. 434-442.

28. Véanse Irving L . Janis, Victims of Groupthink, Boston. Houghton Mifflin C o . , 1972, y un estudio monográfico: Ervin Staub, «The Evolution of Bystanders: G e r m a n Psychoanalysts and Lessons for Today», en Political Psychology, vol. 10, n u m . 1, 1989, págs. 39, 52.

29. Para el mecanismo defensivo de la proyección, véase A n n a Freud, «Das Ich und die Abwehrmechanismen», Die Schriften der Anna Freud, vol. 1, M u n i c h , Kindler, 1980, págs. 197-355.

30. Mientras que en el caso de la

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La imagen del enemigo y la escalada de los conflictos 79

proyección existe un claro sentimiento de dislanciamiento (el otro es perverso, codicioso, sucio, etc.). la identificación proyeclivu se caracteriza por una diferenciación insuficiente entre el objeto y el yo. De aquí que el impulso proyectado (destructivo, agresivo, etc.), así como el temor del mismo, continúe presente en la propia experiencia y que el otro deba ser mantenido siempre bajo control. Cuanto más intensa y primitiva sea la proyección de esta fantasía, más se identificará el otro con la fantasía proyectada. Véanse Melanie Klein, «Bemerkungen über einige schizoide Mechanismen». en: Hans Thorner (ed.). Das Seelenleben des Kleinkindes und andere Beiträge zur Psychoanalyse, Stuttgart, Klett-Cotta, 1983; T h . H . Ogden, « O n Projective Identification», International Journal of Psychoanalysis, vol. 60, 1979, págs. 357-374.

31. En su libro sobre la crisis de los misiles en Cuba, Robert Kennedy describe en términos impresionantes c ó m o ni U R S S ni E E . U U . deseaban entrar en guerra a causa de Cuba, pero c ó m o ambos debían tener en cuenta la posibilidad de que el adversario, para mantener su seguridad, su prestigio o su orgullo, tomase medidas que obligasen al otro a tomar también medidas por las mismas razones. En consecuencia, la escalada hacia la guerra habría sido inevitable. Robert F. Kennedy, Thirteen Days: A Memoir of the Cuban Missile Crisis. Nueva York, W . W . Norton & C o m p a n y Inc., 1969, pág. 62.

32. L .F . Richardson, Arms and Insecurity. Pittsburgh, Boxwood Press, 1960.

33. Robert Jay Lifton ofrece algunos ejemplos de este proceso en Home from the War: Viet Nam Veterans, Neither Victims nor Executioners, Nueva York, Simon and Schuster, 1973.

34. John D . Steinbruner, especialista norteamericano en

ciencias políticas, distingue cinco principios que permiten al sistema h u m a n o de percepción construir un m u n d o coherente a partir de la masa amorfa de información disponible: 1) memoria deductiva, 2) coherencia, 3) realidad, 4) simplicidad, 5) estabilidad. Véase John D . Steinbruner, The Cybernetic Theory of Decision, Princeton, Princeton University Press, 1974, págs. 95-102.

35. Walter G . Stephan/David Rosenfield, «Racial and Ethnic Stereotypes», en: Arthur G . Miller (ed.). In the Eye of the Beholder: Contemporary issues in Stereotyping, Nueva York, Praeger, 1982, pág. 92. En sus investigaciones sobre la esquizofrenia, tanto Arieti c o m o Cameron señalan que la socialización adecuada y la reflexión ponderada requieren una organización de la percepción en la que estén representados no sólo la propia conducta sino también el comportamiento recíproco implícito. Silvano Arieti, Interpretation of Schizophrenia, Nueva York, Robert Brunner, 1958; N . Cameron, «Perceptual Organization and Behaviour Pathology», en: R . R . Blake/G.V. Ramsey (eds.). Perception: An Approach to Personality, Nueva York, Ronald, 1951,

págs. 283-306.

36. Herbert C . Kelman/S.P. Cohen, «The Problem-Solving Workshop: A Social Psychological Contribution to the Resolution of International Conflicts», Journal of Peace Research, vol. 13, 1976, págs. 79-90.

37. Wolfgang Stroebe/A.W. Kruglanski/D. Bar-Tal/M. Hewstone (eds.). The Social Psychology ofTntergroup Conflict: Theory, Research and Applications, Berlin/Heildelberg, Springer, 1988; Miller (ed.), op. cit.: D a n Landis/Harry R . D a y / P . L . McGrew/James A . Thomas/Albert B . Miller, «Can a Black "Culture Assimilator" Increase Racial Understanding?», Journal of Social

Issues, vol. 32, 1976, págs. 169-183; John W . Burton, Resolving Deep-Rooted Conflict. A Hundbook, Lanham/Nueva York/Londres, University Press of America, 1987.

38. R . M . Krauss/Morton Deutsch, «Communication in Interpersonal Bargaining», en: Journal of Personality and Social Psychology, vol. 4, 1966, págs. 572-577.

39. Pruitt/Rubin, op. cit.. pág. 170.

40. Tali Ben-Gal/Daniel Bar-Tal, «Training Teachers for Jewish-Arab Coexistence in Israel». Documento presentado en la reunión anual de la Sociedad Internacional de Psicología Política, junio de 1989, Tel-Aviv.

41. Richard Ned Lebow, «Interdisciplinary Research and the Future of Peace and Security Studies», Journal of Political Psychology, vol. 9, n u m . 3, 1988. págs. 507-525.

42. John W . Burton, «Conflict Resolution as a Function of H u m a n Needs», en: Roger A . Coate/Jerel A . Rosati (eds.). The Power of Human Needs in World Society. Boulder/Londres, Lynne Rienner. 1988, págs. 187-204.

43. La existencia de información «incoherente» (es decir, la disonancia) es resentida c o m o irritante y amenazadora. El interesado se esfuerza por buscar la coherencia. Mediante la percepción selectiva y la captación selectiva de la información, se evita toda situación o información que pueda revivir o fortalecer la disonancia. Véase Leon Festinger, A Theory of Cognitive Dissonance, Stanford (Ca.), Stanford University Press, 1957.

44. Michael J. Chandler, «Egozentrismus und antisoziales Verhalten; Erfassen und Fördern der Fähigkeiten zur sozialen Perspektivenübernahme», en: Geulen (ed.) op. cit., págs. 471-484.

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¡Sin compromisos! La resolución de problemas desde un punto de vista teórico

A.J.R. Groom

Introducción

La teoría no es sólo un mero requisito de la respetabilidad académica, puesto que nada hay tan práctico como una buena teoría. N o basta con saber que la resolución de problemas pue­de dar buenos resultados, ya que éstos pueden ser en buena medida fruto del azar; es necesa­rio buscar una explicación tanto para sus éxitos c o m o para sus fracasos, de m o d o que pueda utilizarse inteligentemente. Además , se precisa un mar­co conceptual adecuado que oriente la futura estra­tegia al abordar el conflicto en todos los contextos so­ciales y en todos los niveles de organización. En resu­m e n , la resolución de pro­blemas forma parte de una filosofía coherente cuyo valor estriba en su verifica­ción empírica. N o se trata de lo que debiera ser, si­no de lo que es posible o de lo que ha sucedido. Evi­dentemente, la resolución de problemas no es ninguna panacea: no siempre ha dado buenos resultados, se puede utilizar mal el enfoque co­rrecto o algunos elementos primordiales, como por ejemplo, tiempo suficiente dedicado a un caso concreto, son factores externos que pue­den, deliberadamente o no, sabotear el proceso en una etapa delicada. Pero puede funcionar bien, c o m o atestiguan, por fortuna, múltiples pruebas en contextos m u y distintos, entre ellos el internacional y el intercomunitario. Ahora bien, sólo una conceptualización teórica y una

explicación suficientes pueden contribuir a que la resolución de problemas dé mejores resultados y, tal vez, a reducir las posibilidades de fracaso.

El contexto teórico puede contribuir tam­bién a que se entienda mejor la resolución de problemas c o m o una especie de asesoramiento radicalmente distinto del que Maquiavelo brindaba al Príncipe. Trata de emular el realis­m o y el sentido práctico de Maquiavelo, pero, además, de hallar un nuevo fundamento empí­

rico. El enfoque de resolu­ción de problemas reco­noce la dura realidad del conflicto, al igual que Maquiavelo y Hobbes, si bien se basa en premisas distintas pero comproba­das que pueden revolucio­nar (y han revolucionado) el planteamiento de un conflicto en múltiples á m ­bitos de interacción social, entre ellos los conflictos in­terestatales y entre c o m u ­nidades. Además , el enfo­que de resolución de pro­

blemas es positivo: no se trata de apartarse progresivamente de un mal conocido, sino de establecer un medio distinto y más adecuado de abordar los males de una sociedad. Es una respuesta al grito que todo conflicto parece ge­nerar: ¡tiene que haber un camino mejor!

La resolución de problemas implica ofrecer ese camino mejor, e incluso si no se contem­plan todos los detalles, la orientación general y las características principales están claras. El camino es conocido y la experiencia indica que existen ventajas que pueden conseguirse, esco-

A.J .R . Groom es profesor de Relacio­nes Internacionales en la Universidad de Kent (Canterbury) y Director del Centro de Análisis de Conflictos. H a publicado trece libros sobre teoría de las relaciones internacionales, organiza­ción internacional y estudios estratégi­cos y de conflictos. Sus obras más re­cientes son un volumen de ensayos, en colaboración con P . Taylor, titulado Frameworks for International Co-opera­tion (Londres, Pinter, 1990), y un estu­dio de las corrientes de la teoría de las relaciones internacionales, en colabora­ción con W . C . Olson, titulado The Study of International Relations; Then and Now, en prensa en Unwin H y m a n .

RICS 127/Marzo 1991

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llos que deben soslayarse y medios de vencer las dificultades. La resolución de problemas dista mucho de ser un nuevo alegato en favor de la buena voluntad, de la paz a cualquier pre­cio y de la paz con tal de que todo el m u n d o sea razonable, racional o bien intencionado; no es una cuestión de idealistas ilusos que esperan que brille la luz en el camino de Damasco. La resolución de problemas es una técnica, ensa­yada por profesionales experimentados y m u y sagaces que representaban a partes en conflic­tos encarnizados en todos los niveles, desde el individual hasta el interestatal, y que no han descubierto una fórmula mágica, ya que puede fallar, pero sí una vía mejor para cada cual des­de su propio punto de vista en todas las facetas del conflicto. C o m o las razones prácticas y los medios que la justifican se han comentado en otros ensayos', abordaremos aquí su marco teórico.

Diversos enfoques para abordar los conflictos

A grandes rasgos, existen tres enfoques para abordar los conflictos: el enfoque juridico-mo­ral o normativo, la negociación o el regateo coercitivos y el enfoque de resolución de pro­blemas. En pocas palabras, el enfoque jurídico o moral trata de abordar el conflicto aplicando una serie de normas jurídicas o morales. Es una manera válida de abordar los conflictos cuando existe un consenso básico entre las partes sobre esas normas, ya que entonces todos aceptan las reglas del juego y lo que se discute es simple­mente su aplicabilidad en un caso concreto. Es­te método suele utilizarse cuando el propio conflicto actúa para todas las partes como suce­de, por ejemplo, con el sistema electoral britá­nico (con la excepción de Irlanda del Norte), en el que sólo un partido suele formar gobierno, de m o d o que existe un auténtico conflicto entre las partes, pero las reglas para solventarlo son aceptables tanto para los ganadores como para los perdedores.

Cuando la disensión predomina sobre el consenso en cuanto a las reglas del juego, el en­foque normativo sirve de poco. O bien una de las partes o todas ellas rechazan las normas por inadecuadas, o hay que imponerlas. En el pacto de la Liga de las Naciones se indicaba un méto­do preciso para solventar los litigios del que se

daba por sentado que era evidentemente razo­nable para toda persona racional. Se estimaba que quienes pensaran de otro m o d o incum­plían deliberadamente las reglas del juego y, por consiguiente, por seguridad colectiva se les podía imponer dictatorialmente con toda justi­cia el respeto de las mismas. Por desgracia, lo que en Versalles era razonable y racional para los vencedores, no lo era tanto para los venci­dos o los revolucionarios. Así, a medida que avanzaba el período de entreguerras, el método normativo de abordar los conflictos fue susti­tuido por la negociación y el regateo coerciti­vos. Reinaba la disensión, y los más dotados para manipular toda una diversidad de medios de coerción se esforzaban por imponer su vo­luntad, a pesar, o a expensas de los deseos de los más débiles. Si los años veinte fueron la época del idealismo, los treinta fueron la del realismo, al menos según la terminología que emplea E . H . Carr en su famosa obra The Twenty Year Crisis2.

El enfoque realista tiene su fundamento fi­losófico en la tradición, de la que Hobbes y M a -quiavelo son los máximos exponentes, según la cual la tendencia a dominar es propia del indi­viduo o, al menos, del individuo que vive en sociedad. En posición de algún m o d o interme­dia se encuentra la escasez, considerada c o m o la motivación del afán de dominio. Habida cuenta de que los bienes materiales deseables existen en cantidades limitadas, un agente do­minante puede orientar su producción, distri­bución, intercambio y consumo en beneficio propio. Todos los individuos o grupos tratan de encontrarse en situación dominante y, si los dominados tienen la ocasión, tratarán de de­rrocar a los que ostentan el poder para ocupar ellos su puesto. La lucha entre los que tienen y los que no tienen es eterna, y tanto el Leviatán de Hobbes c o m o el Príncipe de Maquiavelo, conocedores de la situación, imponían siste­mas coercitivos para refrenar o neutralizar esas pretensiones de poder. Esta es, según se afirma, la ley de la naturaleza, y el Príncipe o Leviatán, prudentes, hacen cumplir la ley y respetar el orden en su reino gracias a su extremada y m a ­nifiesta capacidad de imponer su voluntad. La diplomacia coercitiva entre príncipes, que a ve­ces las guerras ponen a prueba, es el único m e ­dio de entenderse. En el mejor de los casos, co­m o sucedió a lo largo de la evolución del conjunto de los Estados europeos en los siglos

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xvill y XIX, los Estados se muestran dispuestos a cooperar para mantener el equilibrio de po­der: si entran en conflicto es porque cada uno desea establecer su propio orden mundial, pero cooperan para impedir que alguno de ellos lo consiga. Según esta concepción realista, la paz nunca podrá existir (sólo una tregua), ya que los vencidos o los débiles tienen un impulso instintivo, o motivado por la escasez, a procu­rar dominar, que les llevará a autoafírmarse y a aspirar al poder cada vez que surja una oca­sión. La paz no puede ser sino una tregua basa­da en el predominio avasallador del poder ac­tual y que se mantenga depende de una vigilancia constante para preservar esa prepon­derancia. Este es el mensaje de Hobbes y de Maquiavelo y la regla de oro implícita de la m a ­yoría de los profesionales y periodistas. Pero, c o m o temen lo peor, propician que suceda, ya que los preparativos para atajar lo que temen pueden ser interpretados por otros c o m o una amenaza y suscitar así otros preparativos por su parte, que a su vez justifican los primeros.

Según este enfoque realista, el regateo y la negociación coercitivos son el cauce habitual por el que discurre la dinámica de las relacio­nes sociales. El conflicto se considera omnipre­sente, puesto que se debe a una tendencia a do­minar, inherente al individuo o al individuo en sociedad, o imputable al menos a la escasez material. C o m o no todos pueden dominar, las relaciones sociales son una pugna forzosa entre dominantes y dominados. Por consiguiente, el conflicto únicamente puede zanjarse o arre­glarse, pero no resolverse. Por arreglo del con­flicto se entiende una situación en la que el ven­cedor o una tercera parte logra imponer un arreglo al vencido o a las partes litigantes, ya sea recurriendo a la coerción o a la amenaza de coerción. E n la práctica puede que la victoria no sea tajante, surgiendo un compromiso basa­do en el equilibrio de las fuerzas coercitivas. E n caso de que dejen de actuar o pierdan credibili­dad o eficacia las presiones ejercidas por el ven­cedor o la tercera parte, el conflicto se reanuda­rá, porque sus causas no han sido ni pueden ser abordadas, ya que, en último término, inde­pendientemente de la forma concreta que local-mente adopten, se relacionan con la cuestión permanente de quien dominará y quien será dominado. Los períodos de civilización y cal­m a que existen en la práctica se consideran co­m o política del poder disfrazada: la estructura

social establecida por el poder dominante es tan fuerte que no puede ser desafiada, pero su auténtica estabilidad depende de lo arraigada que esté en los dominados la convicción de que el orden, si se lo desafía, puede ser y será eficaz­mente defendido. La ley y el orden, la civiliza­ción, dependen de la voluntad y la capacidad de aquellos que los definen con éxito suficiente para imponerlos y defenderlos. N o se trata de valores permanentes ni autónomos. El impulso de subvertirlos no ceja nunca y no puede igno­rarse si se quiere estar tranquilo. A los hombres de Estado corresponde tener presente esta ley de la naturaleza e implantar sistemas sociales en los que los fuertes establezcan mecanismos suficientemente disuasivos para que la ley, el orden y la civilización prosperen. La única al­ternativa es la violencia civil constante: la civi­lización reposa sobre una tregua frágil. N o pue­de haber una paz auténtica.

El enfoque de resolución de los problemas ofrece una definición de paz m u y distinta. Uti­lizaremos la expresión «resolución de conflic­tos» para distinguirla de lo que dentro de la concepción realista hemos denominado «arre­glo de los conflictos». Por resolución de con­flictos se entiende una situación en la que todos los interesados (independientemente de que sean respetables o descarriados, criminales o bondadosos, fuertes o débiles estén m u y intere­sados o no tanto) establecen unas relaciones, sin tener en cuenta lo estrechas o distantes que sean, que, sin temor ni favor y con pleno cono­cimiento de la situación y de sus características estructurales, resultan esencialmente acepta­bles para todos según sus preferencias indivi­duales. A d e m á s , estas relaciones deben reflejar un «perfecto conocimiento» que elimine el riesgo de que la violencia estructural convierta a esos agentes en «esclavos felices». Gracias a ellas, la coerción manifiesta o estructural resul­ta innecesaria; cuando un conflicto queda re­suelto, la situación se mantiene por sí sola gra­cias a la satisfacción de las partes afectadas. Dos conclusiones se imponen: este enfoque es m u y distinto del de la negociación coercitiva, y suena a puro idealismo, ya que cada cual consi­gue lo que quiere y todo va de maravilla en el mejor de los mundos posibles (y, además, tanto para los santos c o m o para los pecadores). El resto de este artículo estará dedicado a demos­trar que el concepto de resolución de los pro­blemas implica un m u n d o conceptual m u y dis-

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tinto del de regateo coercitivo y c ó m o lejos de ser mero idealismo, permite resolver conflictos de m o d o que se respeten todos los valores esen­ciales, ya que, c o m o se argumentará, esos valo­res no escasean. ¡Qué duda cabe de que serán necesarios algunos cambios!, pero únicamente en el plano de la táctica y de los medios y no en el de los objetivos y los valores, lo que implica la necesidad de un debate convincente sobre ciertas cuestiones fundamentales y arduas, pa­ra el que nos servirá como punto de partida un análisis sucinto de la naturaleza del conflicto.

La naturaleza del conflicto

Rechazamos, por carecer de fundamento empí­rico, la pretensión del enfoque realista de que existe un impulso universal hacia la domina­ción. Es indiscutible que la tendencia a domi­nar y la conducta agresiva, independientemen­te del m o d o en que se definan, se dan con frecuencia, pero no como impulso innato sino c o m o reacción, adecuada o no, a situaciones que proceden del medio. U n impulso ha de ser vivido desde dentro y, en la medida en que en­frenta a un individuo o a un grupo contra otro en una situación mutuamente excluyente (do­minación o sumisión), la paz, en el sentido de acuerdo, es imposible. Ahora bien, si los inten­tos de dominación o la conducta agresiva son reacciones al medio, y como tales, no son in­mutables, la paz es posible en la medida en que tanto el agente c o m o el medio pueden cambiar de manera que sea posible resolver (o agravar) una situación conflictiva. La paz consiste en una serie de funciones y en un sistema de inter­acciones que resulten satisfactorios para todos los participantes en función de sus distintos cri­terios en un estado de «perfecto conocimiento» individual y general; se trata de una relación legitimada (pero no forzosamente «legal»). Así, pues, todas las funciones y transacciones pue­den situarse en un espectro que va desde la po­lítica máximamente coercitiva (la guerra sin cuartel) a la paz absoluta (que, en términos bí­blicos, «sobrepasa todo entendimiento»). Ade­más , la situación que ocupan las transacciones en este espectro puede variar con el paso del tiempo, ejemplo de lo cual puede ser el cambio radical de orientación de las relaciones franco-alemanas después de la Segunda Guerra M u n ­dial. Ninguna persona ni ningún grupo social

son totalmente independientes, pero la depen­dencia no implica necesariamente la relación coercitiva ni la dicotomía dominación-sumi­sión. La dependencia mutua (o diferenciación de funciones) puede legitimarse sin el menor rastro de política de poder disfrazada, prueba de lo cual es la función que cumple Suiza en el concierto de las naciones o la de los países es­candinavos y Canadá en el mantenimiento de la paz en las Naciones Unidas. La diferencia no supone forzosamente dominación aunque, in­cluso en una relación legitimada, los conflictos no escasean.

Desde el punto de vista de los especialistas en resolución de problemas, el conflicto es en­démico, es decir, se trata de un fenómeno natu­ral que surge en cualquier situación en la que haya centros distintos de adopción de decisio­nes y falte una información completa. Así, pues, aunque no fuera más que por casualidad, decisores distintos pero mal informados esco­gerán políticas que sean mutuamente incompa­tibles y, por consiguiente, conflictivas. En la mayoría de los casos, la socialización rutinaria se hace cargo de esos conflictos de un m o d o tan eficaz que no se perciben. Las personas no cho­can entre sí en un vestíbulo abarrotado donde cada cual va a lo suyo, ya que automáticamente y de m o d o literal cada cual sigue su rumbo. Existen procedimientos institucionalizados aceptables para todos que permiten descartar incompatibilidades indeseables e imprevistas en todos los planos de la sociedad. La O C D E es un ejemplo. Unicamente cuando fallan esos procedimienos institucionalizados y de sociali­zación, resultan insuficientes o se consideran inaceptables, surge ese conflicto en el sentido habitual del término, esto es. una serie de in­compatibilidades mutuas sometidas al regateo o la negociación coercitivos. Incluso en tal ca­so, para el especialista en el tema esas incompa­tibilidades no se deben a impulsos innatos ni a escasez de valores apreciados, ni siquiera for­zosamente a escasez de bienes materiales, sino a elecciones subjetivas y, por consiguiente, rao-dificables, tanto en lo que respecta a los medios c o m o a los fines. Así, pues, salta a la vista una diferencia fundamental entre el enfoque del re­gateo coercitivo y el de resolución de los pro­blemas: el primero mantiene que el conflicto es una «suma cero», y el segundo que las partes litigantes tienen la capacidad de definirlo así, por lo que será así en sus consecuencias, pero

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también que esa elección es tan innecesaria co­m o autodestructiva y que el objetivo de la reso­lución de problemas consiste en sustraerse a esa trampa tan perturbadora y de tan catastró­ficos efectos. El regateo coercitivo únicamente puede zanjar una disputa por algún tiempo, en tanto que con la resolución de problemas existe la posibilidad de suprimir el conflicto. La reso­lución de problemas no admite compromisos.

Abordando ahora el quid de la cuestión, un conflicto de «suma cero» es aquel en el que lo que uno gana lo pierde forzosamente el otro. Evidentemente, las partes en conflicto suelen ver su relación en estos términos, considerando la situación c o m o «o ellos o nosotros», de m o ­do que si «ellos» obtienen todo o parte, «noso­tros» tendremos que contentarnos con los res­tos. M á s aún, este diagnóstico de la situación origina inmediatamente un comportamiento basado en estas premisas. Así, pues, si un con­flicto se entiende c o m o de tipo «suma cero», surgen normas de comportamiento basadas en tal premisa que hacen que el conflicto se con­vierta por sus efectos en «suma cero». Pero, ¿concluye aquí la question?

Incluso los partidarios del enfoque realista admiten que el comportamiento no está total­mente predeterminado, pues si bien el impulso puede tener un objetivo general o la escasez puede agregar atractivo a ciertos valores o bie­nes, no impone los medios concretos para al­canzar ese objetivo ni sus características deta­lladas concretas. Para el especialista en resolución de problemas, que no reconoce que el impulso sea innato, el espacio para manio­brar es aún mayor. N o sólo pueden modificarse los medios conducentes a ciertos fines, sino que también se pueden cambiar los propios fines o, al menos, pueden ser redefinidos de m o d o que su búsqueda resulte funcional y no perturbado­ra. N o obstante, un caso especial se da cuando un agente tiene un solo objetivo, puesto que en­tonces su relación con su medio es, desde luego, una «suma cero». O alcanza el objetivo o no lo alcanza, o bien obtiene tan sólo una parte. Sin embargo, no deja de ser igualmente cierto que no existen agentes sociales o individuos que se encuentren en tal situación, ya que hasta un maníaco sexual tiene que parar de vez en cuan­do para comerse un bocadillo.

El especialista en la resolución de proble­mas sostiene que la naturaleza de las relaciones sociales es tal que, en teoría, o siempre de for­

m a inmediatamente evidente en la práctica, existe una gama infinita de objetivos y medios posibles entre los que el agente puede elegir. Evidentemente en la práctica, las escalas de tiempo, la falta de conocimiento, los factores acumulativos o sistémicos, el desarrollo de un medio, etc., limitan el conocimiento y la per­cepción de esta elección infinita. A d e m á s , for­m a parte integrante de la condición humana la imposibilidad de tener todo a la vez. En este sentido siempre hay escasez, puesto que hacer una cosa supone no poder hacer otra. Es m e ­nester elegir, pero toda elección implica un cos­to de oportunidad; cuando se ha decidido al­canzar un determinado valor, es m u y posible que no se disponga de la capacidad, del tiempo y de los recursos necesarios para tratar de obte­ner otros valores. La opción concreta que se ha­ga refleja unos valores básicos y la información disponible, y en ella influyen todos los factores, tanto objetivos c o m o subjetivos, que intervie­nen en el proceso de adopción de la decisión, entre ellos, por lo que respecta a los factores materiales, su abundancia o escasez relativas, el objetivo general y la deseabilidad subjetiva. Ahora bien, la mayoría de los agentes sociales procuran aprovechar al máx imo (o satisfacer al menos) una amplia gama de valores. También tratan de reducir al mínimo el costo de oportu­nidad que implica la búsqueda de una serie de valores, objetivos o bienes materiales en rela­ción con otras series de valores. Es evidente, pues, la importancia que tienen las variables referentes a la información, las funciones y la estructura.

Puesto que teóricamente hay una elección posible infinita de medios y fines, parece vero­símil que exista una opción viable que no sea conflictiva. Dicho de otro m o d o , cada agente o grupo de un sistema social podría en teoría, dis­poniendo de tiempo y de un conocimiento per­fecto, hacer una determinada selección que no implique ninguna incompatibilidad con la elec­ción de los fines y medios de otros grupos den­tro de ese mismo sistema. Ahora bien, ¿por qué un determinado agente, que ha invertido ya múltiples recursos para tratar de conseguir de­terminadas metas, debe renunciar a ellas para conseguir esta situación de compatibilidad? ¿Por qué tendría que poner la otra mejilla? ¿Por qué habría de acomodarse cuando los de­m á s agentes no lo hacen, tan sólo para evitar las incompatibilidades imputables tanto a la elec-

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ción de los demás c o m o a la suya propia? La primera respuesta a este dilema es que si

no existe un proceso de acomodamiento m u ­tuo, al menos cierto acomodo unilateral evitará la necesidad de pagar el costo de oportunidad de la búsqueda de valores incompatibles que es la que origina el conflicto. En otras palabras, no se trata de ser «el niño bueno» ni de noblesse oblige, sino que es m á s bien una cuestión prác­tica de incompatibilidad de los objetivos que busca un agente lo que genera el conflicto con otro. En tal caso, los objetivos que persigue pueden resultarle m u c h o más costosos de lo que serían si pudiera volver a definirlos o si se encontrara un medio de eliminar algunas de las incompatibilidades de las estrategias aplicadas. U n ejemplo contemporáneo de esta situación es el comprensible deseo de los israelíes a al­canzar el objetivo de la seguridad. Su forma ac­tual de hacerlo les obliga a pagar unos nevadí­simos costos de oportunidad en relación con otros valores.

Cambio de rumbo

Pero hay una segunda razón que explica por qué cambiar de rumbo es una propuesta realis­ta, a saber, porque la mayoría de los objetivos básicos que buscan los gobiernos o las partes de un conflicto no escasean. Examinemos cuatro ejemplos: la seguridad, el desarrollo, la identi­dad y la participación. Con miras a la seguri­dad, los israelíes han optado por una política de campamento armado, lo que resulta a todas luces perturbador en el sentido de que origina, en primer lugar, un campamento armado en el otro bando y, más recientemente, la Intifada. Así, su costo por lo que se refiere a otros valores es m u y elevado. Ahora bien, la seguridad puede obtenerse también mediante asociación, esto es, una situación en la que un agente puede des­empeñar una función importante, fundamental dentro de un sistema, con el acuerdo de todos los demás, de m o d o que los otros agentes no deseen proseguir un conflicto con el primero porque ello equivaldría a perder las ventajas de su cooperación dentro del sistema en perjuicio de todos. En otras palabras, una función acep­table dentro del sistema, cuya ejecución y reali­zación responda a las necesidades de todos, es la garantía de la seguridad de un agente deter­minado que cumple esa función. E n cierto m o ­

do, ello equivale a establecer una distinción en­tre la seguridad protectora, pero muchas veces autodestructiva, frente a una amenaza, y una concepción de la seguridad del medio en la que ésta parte de ese propio medio, libre de amena­zas. Este segundo tipo de seguridad no es algo que escasee; todos pueden disfrutarla. Sin e m ­bargo, la seguridad protectora del campamento armado puede ser considerada por otros c o m o una amenaza, y su respuesta activa puede redu­cir la protección e incrementar el costo de esa mal llamada seguridad. Ni que decir tiene que las dificultades prácticas de transformar un campamento armado en un medio de seguri­dad mediante asociación saltan a la vista, pero las posibilidades de seguridad para todos son patentes. Se ha fijado así un objetivo importan­te y realista.

Tampoco el desarrollo escasea. Es ésta una noción con múltiples facetas y dimensiones económicas, sociales, políticas y culturales. En resumidas cuentas, significa autorrealización. Sin embargo, por no considerar m á s que el as­pecto económico, es evidente que buena parte del crecimiento puede obtenerse mediante la especialización. Sin duda ésta es la experiencia del desarrollo económico del m u n d o occiden­tal desde la Segunda Guerra Mundial, que la mayoría de los economistas imputan al ex­traordinario crecimiento del comercio mundial sobre todo entre los propios países desarrolla­dos. H a y que imaginar cuál sería el grado de crecimiento económico si todos los países adoptaran una política económica autárquica. Evidentemente, la especialización sobre una base equitable y legitimada va en beneficio de todos, aunque la teoría del privilegio compara­tivo presenta algunos inconvenientes serios cuando los términos comerciales son desfavo­rables a algunas formas de especialización. Además , hay en el m u n d o recursos suficientes para cubrir las necesidades materiales básicas de todos. En términos más generales, la auto­rrealización no debe conseguirse a costa de los demás, sino en su beneficio, ya se considere en función del individuo o del grupo, pero ello re­quiere unas relaciones que no repudien la iden­tidad propia del agente.

La identidad surge de una relación. N o se trata de la fórmula cartesiana «pienso, luego existo», sino m á s bien de « m e relaciono, luego existo». El individuo es un animal social y care­ce de identidad si no mantiene relaciones con

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un medio. Es innegable que el individuo no po­dría seguir existiendo. Lo que hay que poner de relieve es que tales relaciones pueden y deben ser recíprocas y aceptables para todos. Además pueden ser múltiples, distintas y superpuestas. Si las relaciones se cortan o se imponen, se des­arrollará una cultura marginal entre los que ha­yan sido privados, que basarán su identidad en esa cultura marginal y no en la cultura domi­nante. Las relaciones que refuerzan el senti­miento de identidad de un agente suelen ser las que generan un sentimiento auténtico de parti­cipación.

Se da un alto grado de participación en una situación en la que existe consenso sobre el pro­ceso de adopción de decisiones, esto es, en la que cada cual desempeña el papel que, según estima, le corresponde. N o se trata de cumplir una función importante en una determinada decisión, sino de que el agente perciba la fun­ción que cumple c o m o suficiente. E n otros tér­minos, ninguna legislación convencional, el de­recho de voto, por ejemplo, puede proporcio­nar el sentimiento de participación, que debe estar vinculado a un determinado agente en un sistema concreto de transacciones. Tampoco se trata de jerarquía dentro de un sistema conven­cional de adopción de decisiones. E n la mayo­ría de los estudios sobre la industria y otros sec­tores se ha llegado a la conclusión, basándose en el análisis de sistemas, de que un procedi­miento de adopción de decisiones participati­vo y fundado en el consenso, en lugar de ser lento y engorroso, resulta de hecho más eficaz que las decisiones impuestas por una pirámide jerárquica. Dicho de ocho m o d o , una sola per­sona que manda desde arriba no es forzosa­mente el sistema m á s eficaz (aunque, desde lue­go, si todos están de acuerdo no hay ninguna razón para que no dé buenos resultados, sino una situación en la que todos los agentes perti­nentes del sistema cumplen la función que con­sideran importante en la determinación de va­lores, la fijación de los objetivos y la creación y aplicación de los medios para su obtención dentro de ese sistema.

D e este m o d o se puede hacer frente a la es­casez de recursos materiales de manera no con-flictiva. Al igual que ciertos valores fundamen­tales c o m o la seguridad, el desarrollo, la identi­dad y la participación abundan, otro tanto puede suceder con los recursos y bienes mate­riales. Hasta cierto punto, la demanda de estos

bienes y recursos se puede provocar «artificial­mente» o «culturalmente» mediante la publici­dad y otros medios similares, pero, en cual­quier caso, son a todas luces instancias en las que, ya sea por motivos artificiales, culturales o relacionados con las necesidades básicas, la es­cala temporal y el medio dictan que resulten insuficientes para responder a una demanda que ha sido «fijada» a corto plazo. Ahora bien, ello no implica la necesidad de conflicto, ya que puede idearse un sistema de distribución de un producto escaso que aumente al máximo la satisfacción de la totalidad de los objetivos de cada agente y reduzca al mínimo su costo de oportunidad. U n sistema así podría ser legiti­m a d o por todos y probablemente ofrecería una gran participación a cada agente en el grado en que tal participación fuera oportuna. N o obs­tante, podría ser sumamente desigual, literal­mente hablando, por lo que respecta a las por­ciones recibidas, siendo al mi smo tiempo su­m a m e n t e equitable a ojos de todos los participantes. La escasez de recursos materia­les puede dar lugar, c o m o sucede muchas veces, a rivalidades y conflictos, pero no hay ninguna razón intrínseca por la que deban hacerlo de manera perturbadora, y sí existen buenas razo­nes empíricas y prácticas para buscar un proce­dimiento de distribución que sea legitimado por todos c o m o participativo, equitable y fun­cional por reducir al mínimo el costo de opor­tunidad y elevar al máx imo la totalidad de va­lores. En un plano táctico, «todo de una vez» es siempre imposible y, por consiguiente, el pro­blema está en gestionar eficientemente el costo de oportunidad, cosa que un agente sólo puede hacer de manera que sea a la vez aceptable para él y para su medio. En el plano estratégico de los valores básicos no hay problema, ya que és­tos pueden ser plenamente satisfechos porque no escasean. Los deseos son harina de otro cos­tal.

Del examen de estos cuatro valores princi­pales que todos los Estados, todos los agentes y grupos, así c o m o todos los individuos, parecen desear obtener, no se desprende que su obten­ción por un grupo, Estado, agente o individuo se realice forzosamente a expensas de otros agentes. La meta fundamental de la resolución de problemas es hacer comprender a las partes en conflicto que no se encuentran en una situa­ción de «suma cero»; que su relación no debe ser entendida en términos de «ellos o noso-

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tros», y que tampoco se trata simplemente de «ser buenos», poner la otra mejilla y ceder, sino que tanto los medios c o m o los fines se pueden manejar de m o d o que se reduzca al mínimo el costo de oportunidad para obtener lo que se quiere, porque lo que se quiere está a disposi­ción de todos. Esto significa que lo que el espe­cialista trata en realidad de hacer es eliminar las disfunciones de la adopción de decisiones. La finalidad consiste en maximizar los objeti­vos, no a costa de los demás, sino en el contexto de los demás. El especialista no propone una política de apaciguamiento, sino un aumento de la racionalidad en el proceso de adopción de decisiones. En la práctica, ¿cómo se puede eli­minar la disfuncionalidad de los medios para alcanzar metas que existen, prácticamente para todos, en cantidad ilimitada? Existen dos for­mas que, según los especialistas, pueden utili­zarse para conseguirlo. U n a consiste en las téc­nicas de apoyo, y la segunda en aplicar la no­ción general de resolución de problemas.

La consecución de objetivos

Las técnicas de apoyo no se basan en la jerar­quía, no imponen directrices ni formulan jui­cios. N o emanan de ninguna autoridad, c o m o el Consejo de Seguridad de las Naciones Uni­das, y no implican juicio alguno por parte de quienes las aplican en cuanto a los méritos de un determinado agente en un caso concreto. A d e m á s , no se orientan a los resultados en el sentido de que tengan una meta preestablecida a la que traten de llegar los que recurren a ellas. La función de la persona o el grupo que las uti­lizan consiste más bien en proporcionar infor­mación, ante todo sobre hechos concretos y las diferentes formas de interpretarlos y, en segun­do lugar, información basada en la teoría. G e ­neralmente esta información se facilita a peti­ción de las partes y con mucha frecuencia se refiere a los procesos del conflicto. Dicho de otro m o d o , quienes intervienen en un conflicto suelen considerar que se encuentran en una si­tuación única.. N o hay nadie que sea tan inmo­ral ni tan malvado c o m o su adversario. Ahora bien, es indiscutible que los conflictos tienen sus reglas y modelos, y la función que cumple el elemento de apoyo es mostrar a las partes opuestas qué pueden esperar y hacerles ver que lo que les está sucediendo no tiene nada de ex­

traordinario. Sin embargo, el proceso no es ine­vitable: el curso e incluso la existencia misma del conflicto están sometidos a modificaciones por parte de los participantes. M á s aún, el ele­mento de apoyo puede aportar información del m u n d o real. Por ejemplo, en el conflicto de Chipre, sería m u y sorprendente que los chi­priotas no desearan adquirir la independencia, puesto que la Enosis es contraria a la tendencia actual de la sociedad mundial en general. Argu­mentos similares podrían avanzarse por lo que respecta a Puerto Rico. Además , otra función que cumple el grupo de apoyo es actuar c o m o una sonda para las propias partes. También puede interpretar fenómenos. Se trata, enton­ces, de facilitar información en el terreno aca­démico, de actuar c o m o sonda y c o m o intér­prete de las tendencias generales del m u n d o en relación con un conflicto determinado. El gru­po de apoyo carece de poder en el sentido con­vencional del término y no hace juicios. Su au­toridad se basa en su conocimiento de la teoría de los conflictos y de la naturaleza de la resolu­ción de problemas.

Es difícil entender en qué consiste la resolu­ción de problemas, a la vez porque difiere des­de un punto de vista conceptual de los supues­tos habituales y porque en el lenguaje cotidiano no se distingue de la negociación y el regateo. Así, pues, existe un problema de terminología ya en la base misma. Lo que se entiende por negociación y regateo es una relación de la que se da por sentado que es de «suma cero» y que, por tanto, es sumamente probable que tenga carácter coercitivo. La resolución de proble­mas , por su parte, es algo m u y distinto. Consis­te en examinar las dificultades de las que todas las partes implicadas pueden salir beneficiadas en principio y de las que de momen to salen to­das ellas perdiendo. C o m o ejemplo de resolu­ción de problemas en beneficio de todos cabe citar una de las formas más habituales de adop­tar decisiones en la Comun idad Europea. Cuando los Estados Miembros llegan a verse en un contexto de regateo se dicen que no va a servir para nada'y que es preciso aumentar el interés común. Es éste un factor importante que contribuye a un mayor grado de integra­ción. Así, pues, la solución de problemas no es una búsqueda de la victoria ni cuestión de ga­nar o perder. Todos pueden salir ganando, en el sentido de obtener el m á x i m o provecho de la totalidad de sus valores y de reducir al mínimo

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su costo de oportunidad. Los objetivos funda­mentales no escasean, por las razones que ya antes se han expuesto. El conflicto puede resol­verse en la medida en que haya unas relaciones legitimadas entre los agentes y que no depen­dan ya de amenazas o de algún tipo de coer­ción. Sin embargo, en la resolución de proble­mas es importante que todas las partes se sien­tan involucradas en el proceso y en un plano satisfactorio para cada una de ellas por separa­do. N o sólo todas las partes han de estar impli­cadas, sino que además deben estar satisfechas para que el especialista en la resolución de pro­blemas pueda resolver el conflicto. Conviene señalar que la resolución de problemas es un proceso continuo: la resolución de un problema concreto hará surgir casi siempre otro proble­m a , ya que los sistemas de interacción no están aislados y un conflicto, resuelto en un primer sistema, puede caracterizarse por una serie de transacciones y propiedades dentro de otro sis­tema diferente. Si un determinado conflicto ac­túa para terceras partes, la resolución del pri­mero requerirá casi siempre medidas para evi­tar problemas o paliarlos en otros sistemas. Cierto es que los problemas pueden estar inte­rrelacionados de tal manera que constituyan una cadena o un rompecabezas, lo que eviden­temente dificulta la tarea del especialista e in­dica que éste debe actuar partiendo del conflic­to más grave, generalmente en el plano local, y tratar ante todo de aislarlo de esa cadena para someterlo a análisis y ejercicios de apoyo antes de tratar de restablecerlo en su medio. En el caso de Chipre, esta actitud hubiera supuesto empezar por abordar las relaciones interiores y entre las comunidades respectivas, sin tener en cuenta a Turquía ni a Grecia. La resolución de problemas es también un proceso continuo porque, c o m o antes se ha dicho, el conflicto es endémico.

¿Qué es un problema? Su naturaleza suele ser objeto de polémica. En la resolución de un problema la naturaleza de éste, la identidad de las partes y la del sistema de transacciones co­rrespondientes son los aspectos cruciales y más difíciles del proceso. Ahora bien, proceso im­plica estructura y ésta puede tener una influen­cia autónoma. Así, pues, hay que tener en cuen­ta ambas cosas. U n error cometido en cual­quier nivel puede hacer que fracase todo el proceso. Por tanto, hay que magnificar el pro­blema para que tanto el especialista como las

partes interesadas puedan concentrarse en él mentalmente, ya que la definición del proble­m a puede ser parte esencial de su sustancia.

La consecuencia de esta idea es perceptible en el contexto de un problema social3. Piénsese en una sociedad en la que una raza domina a otra. Si la raza dominada es abúlica, fatalista y servil, por estimar que su situación forma parte de un orden divino, no se plantea problema al­guno. Para que éste surja, el esclavo tiene que creer que la libertad es posible. Del mismo m o ­do, si la parte dominante se desinteresa de su capacidad para dirigir a la raza servil estiman­do que forma parte del orden divino, sus m i e m ­bros tampoco tienen problemas. Ahora bien, si la raza dominada empieza a comprender el va­lor de la libertad y de la igualdad y cree, ade­más , que la libertad y la igualdad son objetivos que pueden alcanzarse, es entonces cuando se le plantea un problema.

La dificultad para la raza dominada estriba en que la solución de su problema requiere que éste sea reconocido por los miembros de la raza dominante. C o m o se ha podido observar en múltiples ocasiones, si bien el grupo dominado puede generar un problema para el grupo domi­nante, es sumamente difícil que genere el pro­blema corréelo. Si el grupo dominado se lanza a las calles y arroja piedras contra las ventanas del grupo dominante conseguirá a todas luces ocasionarle un problema. Pero se trata del pro­blema erróneo. ¿Qué sucede si se recurre a una tercera parte para resolverlo? Esta tratará de re­solver el problema visible según la definición de la raza dominante. Puede emplear la fuerza para atajar la violencia, o puede convencer a los dirigentes de la raza dominada de que la violencia no beneficiará su causa, o bien per­suadir a la raza dominante de que debe hacer algunas concesiones. Esto sería un ejemplo de mediación acertada, pero no de solución del problema.

En este sentido, es primordial no definir el problema, aceptando así implícitamente el contexto de poder de cada una de las partes. Corresponde a todas ellas definir el problema, lo que origina la dificultad de identificar a las partes, puesto que definir el problema e identi­ficar a las partes equivale a preguntarse si fue antes el huevo o la gallina. Pero para resolver este dilema hay una regla m u y sencilla: ¿se en­cuentran presentes todas las partes necesarias para una solución válida del conflicto? ¿Está

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completa la asamblea y no falta nadie que, aun­que desprestigiado, tenga en principio derecho a veto? Para las partes implicadas, esta actitud suele dar lugar a las transacciones más intensas en cualquier plano, tanto cualitativa c o m o cuantitativamente.

Conclusiones

Estos aspectos prácticos son el tema de otros artículos. En éste se han abordado cuestiones conceptuales y de definición. La resolución de problemas se ha definido c o m o un enfoque no jerárquico, no directivo y que no hace juicios, que da lugar a un proceso de participación en el que todas las partes en un litigio determinan juntas en qué consiste éste, con ayuda de técni­cas de apoyo, y llegan a su resolución, de m o d o que todas ellas se encuentren en una situación en la que puedan aprovechar al máx imo la tota­lidad de sus valores. Existen pruebas empíricas de diversas situaciones sociales, comprendidos los conflictos interestatales, que demuestran la posibilidad de este procedimiento. En primer lugar, es posible porque los agentes tienen una gran variedad de objetivos potenciales que re­flejan valores fundamentales cuya inevitable oportunidad de costo puede reducirse al míni­m o y, en segundo lugar, porque la realización de valores fundamentales está abierta a todos en la medida en que no escasean. Cada cual puede disfrutarlos, puesto que se trata de un bien colectivo en potencia.

La finalidad de la resolución de problemas es llegar a una solución válida de un conflicto sin pasar por la coerción. En una situación así se siguen produciendo cambios. Tal vez con­vendría exponer a grandes rasgos un modelo cibernético de cambio y adaptación al cambio en una situación de paz4. Para que se dé una situación de paz se precisa una reacción no coercitiva a dos características endémicas de todos los sistemas sociales, a saber, el cambio y el conflicto. Y a antes se ha señalado el carácter endémico del conflicto, que guarda estrecha re­lación con otro fenómeno omnipresente, el cambio. Este último se produce porque los estí­mulos son distintos para cada individuo y las personas tienen la capacidad de aprender, lo que implica la memoria. Al variar los estímulos en un medio natural y social, ningún individuo o grupo tiene la misma experiencia, lo que a su

vez origina estímulos diferentes en la medida en que la reacción de una persona a su medio concreto se convierte en estímulo para otras personas, de m o d o que la situación se autoper-petúa. Por consiguiente, todo sistema ha de contar con medios para integrar tanto los cam­bios c o m o los conflictos, y, para ello, necesita desarrollar a la vez la capacidad de estabilidad y la de cambio. La estabilidad por sí sola no basta (si bien cumple muchas funciones útiles), porque únicamente a través del cambio se pue­de ajustar un medio cambiante sin conflictos ni catástrofes. La cuestión está en saber cuánto cambio, cuándo, dónde, c ó m o y en qué senti­do. La innovación sistemática a través de las respuestas al intercambio de las informaciones recibidas del medio y del pasado, y el autoco-nocimiento para fijar objetivos, constituyen la base del concepto que fundamenta el proceso cibernético de adopción de decisiones. La ca­pacidad y la disponibilidad de responder y la información procedente de esas tres fuentes (el medio, el pasado y la propia identidad) exigen una constante vigilancia para evaluar su perti­nencia en la capacidad del sistema para salir adelante.

Únicamente se percibe un estímulo cuando tiene alguna relación con conocimientos o re­cuerdos existentes, ya que el aprendizaje es acumulativo. Incluso una revolución del apren­dizaje sólo se produce si se reconoce que las anomalías son suficientemente numerosas o considerables en comparación con la experien­cia pasada c o m o para generar una conceptuali-zación completamente nueva. U n a vez que se ha reconocido un estímulo e interpretado en re­lación con el recuerdo y el pasado, el conoci­miento de sí, esto es, los valores personales o del grupo, generan la respuesta adecuada. Esta respuesta refleja objetivos basados en valores cuya utilización al m á x i m o confiere sentido de finalidad a la existencia de un individuo o de un grupo. U n comportamiento orientado a un fin únicamente puede existir cuando hay auto-conocimiento o jerarquía de valores. La reac­ción o respuesta pasa al medio en funciona­miento y su adecuación se evalúa mediante la información que se recibe a cambio. Esta es un mensaje procedente del medio que indica el grado en el que una respuesta concreta a un es­tímulo tiene posibilidades de conseguir su fin y si tal fin resulta adecuado a juicio del medio. Así, pues, en ese intercambio de información

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hay dos elementos: si la meta fijada va a alcan­zarse y si es adecuada.

N o es difícil comprender por qué las cosas pueden ponerse feas. La totalidad del proceso implica elementos subjetivos importantes que pueden ser deformados por percepciones erró­neas, divergentes e inexactas, opciones auto-destructivas, etc. Pero puede haber también una dificultad más grave, la de negarse a res­ponder a la información recibida. Cabe la po­sibilidad de que los agentes se nieguen a modi­ficar su rumbo y pretendan forzar el medio, esto es, a los demás, a acomodarse a ellos. Esto es, desde luego, lo que hacen la diplomacia coercitiva y el sistema de política del poder. Pero el cambio existe y no es posible refrenar­lo eternamente. En este sentido, la política de poder y la diplomacia coercitiva fracasan siempre. La alternativa consiste en responder a la información facilitada por el medio y en modificar el rumbo. El medio propio de otros agentes hará esto mismo en una situación de relaciones legitimadas que es el objetivo de la resolución de problemas, de m o d o que no se trata de «ceder» siempre al medio, sino m á s

bien de que una y otra parte modifiquen su rumbo. Esto constituye una garantía de paz en una situación de cambio. El objetivo de la re­solución de problemas es llegar a esa situa­ción, y en este artículo se ha procurado presen­tar una breve panorámica de algunas de las ra­zones teóricas que lo posibilitan. Ahora bien, la auténtica prueba es empírica, y es en situa­ciones empíricas de gran dificultad donde ca­be reivindicar el enfoque de resolución de problemas en un grado suficiente que justifi­que su desarrollo y aplicación constantes. Si bien es cierto que este enfoque ha tenido fra­casos lamentables, también los han tenido otros. N o es una panacea ni una varita mági­ca, pero tiene suficiente viabilidad como para tratar de superar los compromisos y arreglos del enfoque consistente en el regateo coerciti­vo. En este sentido, no tiene que haber c o m ­promisos. La paz es posible en beneficio de todos. El desafío para el especialista en reso­lución de problemas está en darle una mayor probabilidad.

Traducido del inglés

Notas

1. Edward E . Azar y John W . Burton (eds.): International Conflict Resolution, Sussex, Wheatsheaf. 1986; John W . Burton: Resolving Deep-Rooted Conflict, Londres, University Press of America, 1987; Michael H . Banks (ed.): Conflict in World Society, Sussex, Wheatsheaf, 1984; Dennis J .D. Sandole e Ingrid Sandole-Staroste (eds.): Conflict Management and Problem Solving; Londres, Frances Pinter, 1987;

C . R . Mitchell: Peacemaking and the Consultant's Role, Farnborough, Gower , 1981; Diane B. Bendahmane y John W . McDonald Jr. (eds.): Perspectives on Negotiation, Washington D . C . , Center for the Study of Foreign Affairs, Foreign Service Institute D . C . , U . S . Dept. of State, 1986; Diane B . Bendahmane y John W . McDonald Jr. (eds.): International Negotiation, Washington D . C . , Center for the Study of Foreign

Affairs, Foreign Service Institute, U . S . Dept. of State. 1984.

2. E . H . Carr: The Twenty Years Crisis, Londres, Macmillan, 1981.

3. Agradezco a Richard Little esta formulación.

4. Véase Karl W . Deutsch: The Nerves of Government, Nueva York, Free Press, 1963.

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La difícil transformación de la «limitación de armamentos» a un «sistema mundial de seguridad»

Maurice Bertrand

La «limitación de armamentos» (traducción aproximada del inglés arms control) es el régi­m e n en el cual, manteniendo un poderío mili­tar considerable, se negocian entre adversarios potenciales las limitaciones cuantitativas y cualitativas de armamentos y, en consecuencia, se acepta proporcionar informaciones y se ad­mite su verificación. Este régimen es un inven­to de la era nuclear. Se puso en práctica a partir de los años sesenta entre los Estados Unidos y la Unión Soviética con los objetivos esenciales de evi­tar o de superar las posibles «crisis» y de reglamentar la carrera armamentista. Has­ta 1985, ningún otro país se incorporó ni fue incorpora­do a este régimen. En cam­bio, a partir de ese año. los acuerdos de reducción de armamentos y de estableci­miento de medidas de con­fianza negociadas en el marco o después de la C o n ­ferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Euro­pa (CSCE) involucraron en la limitación de ar­mamentos a todos los países europeos.

El acuerdo entre adversarios sobre la con­ducción de las guerras es un fenómeno antiguo, cuya historia se podría escribir; la negociación entre adversarios para impedir la guerra es un fenómeno reciente. En la búsqueda de la paz y de la seguridad, es una vía difícil, realista y con­creta, que se sitúa entre las políticas de fuerza (consistentes en preparar la guerra para obte­ner la paz) y las búsquedas idealistas relativas al «desarme» (a menudo calificado de «general

y completo») o a las tentativas de instituciona-lización de una «seguridad colectiva» que hasta el m o m e n t o ha resultado esquiva.

Por lo tanto, se trata de un decisivo invento conceptual que abrió el camino a una transfor­mación revolucionaria de las concepciones de la seguridad. En la actualidad se puede conside­rar que podría llegar a la eliminación de los sis­temas de defensa basados en las armas y las alianzas, y a sustituirlos por mecanismos insti­

tucionales de seguridad donde el control, las medi­das de confianza y la acep­tación de ciertas reglas per­mitirían garantizar el arbi­traje de los conflictos internacionales sin recurrir a la violencia. Esto signifi­ca que se está produciendo una transformación pro­funda de estructuras m e n ­tales configuradas por mi ­lenios de historia bélica.

Por lo tanto, no es sor­prendente que este nuevo método haya tenido difi­

cultades para imponerse y perfeccionarse. Es la forma que reviste o debería revestir el conflicto internacional cuando la guerra declarada se ha convertido en una imposibilidad. Sin embargo, esta forma es todavía m u y imprecisa y no ha terminado de evolucionar. C o n reticencia y lentitud se ha comenzado a reconocer que una guerra general -el enfrentamiento de dos ejér­citos que intentan destruir o vencer al enemi­go- ya no es posible cuando uno de ellos posee el arma nuclear. La teoría de la disuasión ha progresado difícilmente en las mentes, y aún

Maurice Bertrand es Consejero Hono­rario de la Cour des Comptes de Fran­cia. Antiguo miembro de la Unidad de Inspección Conjunta de la O N U (1965-1985) y miembro del grupo de 18 exper­tos para la reestructuración de la O N U (1966). Ha publicado varios libros y ar­tículos sobre relaciones y organizacio­nes internacionales. Su último libro pu­blicado es The Third Generation World Organisation (1989).

RICS 127/Marzo 1991

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más difícil ha sido reconocer que la limitación de armamentos es su corolario inevitable.

A la dificultad de comprender el carácter enteramente novedoso de la situación creada por la expansión de los arsenales nucleares por las dos superpotências, se añadió el hecho de que el juego estratégico en esta nueva situación ya no podía tener lugar en los campos de bata­lla. El fenómeno de irresponsabilidad resultan­te ha permitido el enfrentamiento de las teorías más opuestas, lo que desde comienzos de los años cincuenta ha dado a los problemas milita­res un carácter demasiado académico. N o obs­tante, debido a este mismo aspecto abstracto, el estudio de la evolución de las concepciones de la limitación de armamentos permite percibir mejor el juego de las fuerzas que, en una socie­dad planetaria en vías de constitución, tienden a favorecer o impedir el surgimiento de un sis­tema de seguridad capaz de suprimir el recurso de la guerra.

En 1943, en Los Alamos, Nils Bohr, que ha­bía participado en la construcción de la prime­ra b o m b a A , decía: «La nueva arma no contri­buirá solamente a transformar la guerra, sino que exigirá a la humanidad que trascienda su hábito ancestral de hacer la guerra». Desde los primeros años de existencia de las armas nu­cleares se multiplicaron las fórmulas a este res­pecto: «En cuanto Rusia tenga la bomba, ten­dremos una paz armada, y será una paz duradera» (Szilard, 1945); «hasta ahora, los ob­jetivos esenciales de los militares han sido ga­nar las guerras; en lo sucesivo, el objetivo será evitarlas» (Bunch Brodie, 1946); «extraña esta­bilidad» (Oppenheimer), «disuasión existen­cial, autodisuasión» (McGeorge Bundy), etc. En agosto de 1949, la explosión de la primera b o m b a atómica rusa debería haber permitido definir con precisión las consecuencias de esta situación de disuasión recíproca.

Ahora bien, esto no ha ocurrido. Para c o m ­prender la lentitud con la cual el concepto de limitación de armamentos se ha abierto paso en las mentes, hay que situarse en el contexto histórico, ideológico y político de las relaciones entre las dos superpotências desde 1945, es de­cir, en el contexto de la guerra fría hasta 1985 y, más tarde, en el de una situación política nueva que comienza a poner fin a esta guerra.

Del primer período surgió un sistema de li­mitación de armamentos m u y imperfecto e in­completo. El que debería surgir del segundo pe­

ríodo no ha tomado aún una forma definitiva, pero tal vez se pueda desde ahora trazar el per­fil de lo que podría ser un nuevo sistema m u n ­dial de seguridad.

Dificultad del avance conceptual entre 1945 y 1985

En el período 1945-1985 se distinguen tradicio­nalmente tres fases: - la fase de los comienzos de la guerra fría, de

1945 a 19621, -la fase de la distensión, de 1962 a 1981, du­

rante la cual los dos grandes continuaron en­frentándose en todas partes en el m u n d o , de­cidiendo al mismo tiempo ser prudentes en lo esencial, es decir, evitar las crisis graves2,

- finalmente, la fase de un resurgimiento de la tensión entre los dos grandes, de 1981 a 19853.

La historia de la carrera armamentista du­rante esos cuatro decenios corresponde bastan­te bien a las tres fases de este período.

En efecto, la primera fase, de 1945 a 1962, es la de la constitución de arsenales completos por ambas partes, incluyendo medios capaces de transportar el arma termonuclear hasta el corazón de los territorios del adversario en lap­sos cada vez más breves. Es también la fase en que desaparece la indiscutible superioridad mi­litar de Estados Unidos, sustituida por un equi­librio aproximado con la Unión Soviética.

En 1950, sólo se podían transportar las bombas atómicas en avión, y se trataba de bombas A . La bomba H aparece en 1952 en Estados Unidos y en 1953 en la Unión Soviéti­ca. En 1955, la Unión Soviética disponía de unas 20 bombas y algunos bombarderos estra­tégicos, frente a 4.750 bombas y 400 bombar­deros para Estados Unidos. El primer «Sput­nik» fue lanzado en 1957, antes del «Explorer» de Estados Unidos (febrero de 1958). En 1960, la Unión Soviética disponía de una fuerza de ataque auténticamente amenazadora, de 300 bombas, 50 bombarderos y, sobre todo, de alre­dedor de 20 misiles intercontinentales. Los m i ­siles lanzados desde submarinos ( S L B M ) apa­recieron en 1960 en Estados Unidos y en 1964 en la Unión Soviética. El reconocimiento foto­gráfico por satélite fue establecido en 1969 en los Estados Unidos y en 1962 en la Unión So­viética.

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La difícil transformación de la limitación de armamentos» a «un sistema mundial de seguridad» 95

Progreso en el control de los armamentos: el ejército soviético desmantela misiles SS-20 en una base de Kazakhstan, junio 1988. Sygma.

En cambio, durante la fase correspondiente a la distensión (1962-1981), los progresos cuali­tativos de la carrera armamentista fueron impor­tantes pero no modificaron fundamentalmente un tipo de equilibrio que se mantenía acompaña­do de una irrazonable carrera cuantitativa. Las innovaciones importantes se refieren a: - la instalación de sistemas A B M (sistemas an­

timisiles) en 1966 en la Unión Soviética y en 1974 en Estados Unidos;

- los misiles estratégicos con varias cargas in­dependientes, cada una de las cuales podía dirigirse hacia un objetivo diferente (multiple independantly targetable reentry vehicle, M I R V - vehículo de reentrada con cabezas múltiples guiadas independientemente) en 1970 (Estados Unidos) y en 1975 en la Unión Soviética;

- las armas llamadas tácticas, que podían en­viar cargas nucleares miniaturizadas a diver­sas distancias;

- los misiles de crucero, aviones sin piloto, de vuelo lento, que se podían lanzar desde un

avión, un buque o desde el suelo, y que eran difíciles de detectar por radar.

Durante esta fase, el número de cargas nu­cleares pasó de 1.550 en Estados Unidos y de 600 en la Unión Soviética en 1965, a 10.100 y 6.000 respectivamente, en 1980; y el de los lan­zamisiles estratégicos, de 1.850 en Estados Unidos y 525 en la Unión Soviética en 1965, a 2.046 y 2.582 respectivamente, en 1980.

Finalmente, durante la última fase (1981-1985), continuó la carrera cuantitativa; el nú­mero de cargas nucleares estratégicas alcanzó un cuasi equilibrio, con 11.200 para Estados Unidos y 9.900 para la Unión Soviética, y lo mismo ocurrió con los lanzamisiles que ascen­dieron a 2.939 para Estados Unidos y 2.682 pa­ra la Unión Soviética. Sin embargo, el sistema A B M de Estados Unidos, llamado Strategic De­fense Initiative (IDE-Iniciativa de Defensa Es­tratégica) sigue en su etapa de investigación y de experimentaciones preliminares, sin un ver­dadero avance tecnológico.

Al examinar el nacimiento y la evolución

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del concepto de limitación de armamentos du­rante este primer período, hay que tener pre­sente estos datos técnico-militares y político-ideológicos. En primer lugar, es m u y natural que, pese a las observaciones de Niels Bohr, Oppenheimer y otras personas bien intenciona­das, la era nuclear haya sido abordada con una mentalidad prenuclear. Desde comienzos de los años cincuenta, las opiniones se dividieron en cuanto a las maneras de atacar el problema, suscitándose discusiones y luchas de ideas y de influencia que en la práctica permitieron al jue­go de la carrera armamentista tomar el lugar de lo que habría podido o debido ser el juego bien entendido de la disuasión mutua y del equili­brio estratégico, garantía de la paz.

Apareció primero la idea según la cual el ar­m a nuclear era realmente utilizable, es decir, que no impedía el combate sino que se limitaba a transformarlo. En Estados Unidos, Paul Nitze, que durante cuarenta años fue uno de los «expertos» reconocidos en las negociaciones sobre la limitación de armamentos, sostenía ya en 1947 que, después de todo, el arma nuclear no era sino «el equivalente de un ataque de 220 B-29». Ahora bien, aunque el arma era utiliza-ble (ya se había utilizado en Hiroshima y Naga­saki, pero en una situación donde el adversario no podía responder de la misma manera), la consecuencia era que cada adversario debía prever una protección contra ella (de aquí los refugios antiatómicos) y que había que adquirir una superioridad sobre el adversario eventual, fabricando más bombas que él y más poderosas (de aquí la carrera por la b o m b a H ) ; entre tan­to, cada cual debía mantenerse permanente­mente en una situación en la que el chantaje de la utilización del arma nuclear le favoreciera en lugar de beneficar al adversario.

Esta actitud, en ambos campos, parecía has­ta natural, pues consistía en transponer simple­mente en la era nuclear los principios elemen­tales de estrategia que habían imperado duran­te toda la historia antes de 1949. Quienes insistían en el carácter absolutamente novedo­so de la situación, por ejemplo George Kennan desde el principio en Estados Unidos, tuvieron en esas condiciones muchas dificultades para hacerse escuchar y entender. Toda la historia de la evolución de la limitación de armamentos hasta 1985, y quizás hasta nuestros días, se ex­plica porque sólo fueron parcialmente c o m ­prendidos.

El motivo principal de la supervivencia de las estructuras mentales prenucleares en la era nuclear es, evidentemente, ideológico. Se trata, para los dos grandes, de mantener y desarrollar sus hegemonías. La división ideológica del m u n d o , combinada con el orgullo nacional, debe hallar una expresión en la búsqueda de la superioridad en materia de fuerza militar y de armamento. Para los «halcones» que domina­ban la escena política, la idea de que la guerra era imposible, lo que llevaba inevitablemente a aceptar el compromiso, no estaba m u y lejos de la traición. Este clima ideológico ha desempe­ñado en ambos campos un papel fundamental y en él reside toda la dificultad del problema.

La complejidad de la lógica de la disuasión tampoco ha facilitado las cosas. Esta lógica consiste en esforzarse por hacer creer al adver­sario que se puede ser lo bastante loco para des­encadenar el cataclismo nuclear y, por lo tanto, actuar c o m o si se preparara una decisión de es­te tipo en caso de crisis extrema o de amenaza fundamental contra el «santuario nacional». Consiste también en hacer todo lo posible para estar en condiciones de conservar una capaci­dad de represalia en caso de que el otro fuera el primero en recurrir al arma nuclear, sin dejarle suponer, sin embargo, que se está adquiriendo una superioridad que le amenaza realmente de capitulación, caso en el que se posibilitarían las reacciones de pánico en situación de crisis...

D e ahí la constitución de un acabado arse­nal de conceptos propios de esta lógica, relati­vos a la naturaleza de los objetivos estratégicos teóricos que hay que ser capaz de alcanzar: es­trategia «anticiudades» o estrategia «antifuer­zas»; o los métodos de intimidación progresiva en caso de ataque; «respuesta flexible», utiliza­ción de «armas de teatro» en el campo de bata­lla (posible únicamente si se posee una «pano­plia completa», de las armas tradicionales a los misiles intercontinentales, pasando por todos los grados de poder y de distancia de tiro de las armas nucleares). La O T A N adoptó esta fór­mula en 1967 (a propuesta de Estados Unidos en 1962), en lugar de la estrategia de represalias masivas (massive retaliation), inventada por Foster Dulles y adoptada por la O T A N en 1956. La elaboración, finalmente, de toda una familia de conceptos en torno a la hipótesis del «primer golpe» -vasto ataque nuclear destina­do a destruir la capacidad de represalia posible del adversario, incapacitándolo para infligir un

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daño sustancial al atacante-, de lo que deriva la importancia del papel de la «defensa antimisi­les» (o ABM-anti ballistic missile), de una efica­cia cuyo efecto reforzaría automáticamente la capacidad de ofensiva (reduciendo el peligro de los daños causados por el adversario al respon­der) y la capacidad de respuesta en caso de ata­que del adversario; de aquí, a su vez, la impor­tancia de la precisión y del número de cargas nucleares, que dio un impulso considerable al desarrollo de los misiles M I R V , y la importan­cia de la movilidad de los lanzamisiles, impi­diendo al adversario conocer de antemano sus posiciones.

El papel de «lo impensable», la inversión de lógica tradicional, en particular sobre el papel de la defensa, cuyo desarrollo aumenta propor­cionalmente la capacidad ofensiva, la necesi­dad de hacer creer de manera irracional en la propia determinación, la de no trastornar al ad­versario adquiriendo demasiada credibilidad, el desarrollo de armas cuya razón de ser es no ser utilizadas..., todas paradojas difíciles de comprender y que se prestan a múltiples inter­pretaciones. En estas condiciones, la teoría de la disuasión se convirtió rápidamente en el á m ­bito reservado de personas que presumen de suficiente inteligencia para percibir todas sus sutilidades; se convirtió en el objeto de una pe­dantería intelectual.

El hecho de que la concepción más simple y más racional de la disuasión haya podido resu­mirse en la fórmula «destrucción mutua garan­tizada» (mutually assured destruction, cuya si­gla es M A D , en inglés «loco») demuestra que la era nuclear ha añadido al placer de los juegos estratégicos las delicias de un absurdo aparen­te. En estas condiciones, no es sorprendente que los intelectuales, los universitarios en par­ticular, hayan hallado allí la ocasión de utilizar sus competencias en materia de manejo de ideas y conceptos. D e esta manera, en la era atómica, la institución militar ha sido sustitui­da por las concepciones estratégicas de los pro­fesores. Escribiendo libros sobre las armas nu­cleares se puede llegar a ser ministro de relacio­nes exteriores o. al menos, asesor en cuestiones de seguridad; Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski han tenido numerosos émulos que, con menos éxito, tratan de sostener tesis origi­nales o heterodoxas para hacerse notar, lo que, desde luego, aumenta la confusión.

N o existe una doctrina auténticamente ra­

cional o razonable de la disuasión, en la medi­da en que la extravagancia puede acrecentar el efecto disuasivo y, por lo tanto, la estabilidad, o llevar al adversario a la mesa de negociaciones; por ejemplo, la amenaza de expandir la defensa antimisiles, aunque no tiene ninguna posibili­dad de ser realmente eficaz (como en el caso de la IDE), puede preocupar al adversario y obli­garle a reflexionar o a modificar su comporta­miento. Desde luego, la carrera armamentista, tanto cualitativa como cuantitativa, ha sido di­rectamente alimentada por al menos cuatro desviaciones importantes respecto de lo que habría podido ser, por ambas partes, una con­cepción m á s «razonable» de la paz armada y del equilibrio entre los dos grandes.

La primera desviación ha sido la búsqueda casi permanente de la superioridad, c o m o si se hubiera tratado de ganar una guerra en el terre­no al viejo estilo, lo que no ha permitido nego­ciar con eficacia verdaderas limitaciones cuan­titativas, ni de incluir en las negociaciones (con excepción de los sistemas antimisiles) la prohi­bición del desarrollo de nuevas armas.

La segunda ha sido la ilusión del equilibrio cuantitativo, es decir, la idea de que el número de lanzamisiles y de cargas nucleares cumplía una función por sí mismo, en tanto que lo úni­co importante era la invulnerabilidad de la ca­pacidad de represalias. La mayor parte de los «expertos» y políticos ha sucumbido a esta ilu­sión. Robert M c N a m a r a intentó explicar que la «paridad» existía entre Unión Soviética y Esta­dos Unidos en octubre de 1962, en la época de la crisis de Cuba, porque, pese a una disparidad numérica de 17 a 1 (5.000 cargas estratégicas en Estados Unidos frente a 300 en Unión So­viética), un ataque nuclear contra la Unión Soviética no habría tenido sentido. En efecto, algunas decenas de misiles soviéticos habrían podido sobrevivir, en número suficiente para destruir Estados Unidos. Sin embargo, M c N a ­mara fue apenas comprendido y ciertamente no se le escuchó.

La tercera desviación ha sido la ilusión de la posibilidad de una defensa invulnerable contra los misiles del adversario, combinada con la idea de la superioridad moral de la defensa so­bre el ataque. Ilustran esta desviación las decla­raciones, por ejemplo, de Kosiguin en Glassbo-ro, en su entrevista con Johnson en enero de 1967, en respuesta al mismo M c N a m a r a que le explicaba que el despliegue de un sistema so-

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viético antimisiles llevaría directamente a una nueva escalada de la carrera armamentista: «la defensa es moral; la ofensiva es inmoral», res­pondió. Incluso después de la firma del tratado A B M , que consagraba la concepción inversa, la ilusión renació de sus cenizas bajo la forma de la I D E .

Finalmente, la cuarta idea falsa ha sido que la dignidad y la soberanía nacionales y las nece­sidades de la seguridad impedían admitir veri­ficaciones por el adversario en territorio nacio­nal. Las tentativas para superar este tabú (por ejemplo, la iniciativa «cielos abiertos» formu­lada por Eisenhower en julio de 1955), no tu­vieron éxito, pues los «medios técnicos nacio­nales», expresión con la que se designó en los tratados la observación por satélite, parecieron suficientes a todos.

N o corresponde aquí escribir la historia de las discusiones y las rivalidades en torno a estas diversas concepciones de la disuasión y del equilibrio estratégico, o del mantenimiento de la estabilidad en caso de crisis. Pero hay que observar en primer lugar que la reflexión, aun­que ha sido a m e n u d o abstracta, ha estado siempre teñida de ideología: el nacionalismo, la búsqueda de la hegemonía, la necesidad de sen­tirse en posición de fuerza, han influido sobre los teóricos mucho más que el afán de equili­brio y de preservación de la seguridad. Este as­pecto ideológico ha sido reforzado por la dife­rencia de niveles de comprensión del problema en varios niveles: - la opinión pública, que desea la paz, pero cree

de buena gana que se la obtiene por la fuer­za;

- los hombres políticos que utilizan los senti­mientos dominantes de la opinión para sus necesidades electorales (Kennedy que se refe­ría al «desequilibrio de misiles» en su campa­ña electoral de 1959 contra su competidor Nixon; Nixon en 1968, que utilizaba la mis­m a idea de desequilibrio para presentarse co­m o hombre fuerte contra su competidor de­mócrata Humphrey; Reagan haciendo lo mis­m o contra Carter en 1980, etc.), o, a menudo , tienen ideas escuetas sobre los problemas es­tratégicos (Reagan y su «guerra de las gala­xias», Kosiguin, ya mencionado);

- las instituciones militares, que defienden sus intereses y sus presupuestos (Eisenhower, a pesar de ser también militar, denunciaba el «complejo militar-industrial»);

- finalmente, los «expertos», que se afirman oponiéndose unos a otros, y que hacen su ca­rrera en la diplomacia o en las avenidas del poder.

En estas condiciones, las actitudes doctrina­les han sufrido evidentemente la influencia tanto de las situaciones de política interior (que en los Estados Unidos determinan la actitud del Congreso, por ejemplo, el Maccartismo en 1954 y el poder de la tendencia conservadora que favorece permanentemente a los «halco­nes» contra las «palomas»), c o m o por las de política exterior (los acontecimientos de Viet N a m en 1971 influyeron directamente la acti­tud de Nixon y de Kissinger frente a China y en las negociaciones S A L T I con la Unión Soviéti­ca; la invasión de Afganistán en 1979, que dio al Congreso una excusa para no ratificar los acuerdos S A L T II)4.

Así, puede parecer casi sorprendente que el concepto de la limitación de armamentos haya podido sin embargo abrirse paso a través de to­dos estos obstáculos y expresarse, en el período llamado de «distensión», en un número impor­tante de acuerdos (véase nota 2), los m á s im­portantes de los cuales fueron los acuerdos S A L T I, A B M de 1972 y S A L T II de 1979. El sentido común comenzó a hacerse escuchar a partir de 1962, evidentemente debido a la con­junción de diversos factores: El sobresalto creado no solamente entre la opi­

nión pública sino también en los medios políticos por haber rozado la catástrofe du­rante la crisis de Cuba5;

La existencia, desde comienzos de los años se­senta, de arsenales con misiles estratégicos dotados de cargas termonucleares que ga­rantizaban la posibilidad de destrucción mutua;

La certeza de que ningún progreso técnico po­día asegurar la superioridad absoluta a uno de los dos campos.

N o obstante, estas condiciones no permitie­ron a ninguno de ellos abordar el problema en su conjunto. La lógica de la lección de Cuba habría exigido que, para preservar la paz en el futuro, se intentara al mismo tiempo prevenir los accidentes y las crisis, garantizar la estabili­dad y detener o invertir la carrera armamentis­ta en todos los ámbitos.

Pero la situación psicológica y política no es­taba suficientemente madura para eso. D e he­cho, en la preparación de los acuerdos S A L T I,

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La difícil transformación de la limitación de armamentos» a «un sistema mundial de seguridad» 99

El encuentro Bush-Gorbachov en Helsinki, septiembre dej 990: al margen del control de armamentos, todavía queda mucho que hacer para instaurar un sistema mundial de seguridad. Le Scgrciam/Svgma.

sólo hubo preocupación por el peligro de los mi­siles estratégicos intercontinentales. El único progreso intelectual importante (pero provisio­nal) fue comprender, por ambas partes, que el aumento de los sistemas defensivos podía ser peligroso pues suscitaba necesariamente una carrera aún más desenfrenada por el número, la precisión y la potencia de los misiles.

Por lo tanto, se necesitaron varios años de maduración de 1962 a 1968, durante los cuales la preocupación se centró ante todo en los peli­gros que podían derivar de la proliferación nu­clear, hasta que los dos grandes se decidieran a entablar negociaciones bilaterales para la limi­tación de los armamentos estratégicos (apertu­ra de las conversaciones en noviembre de 1969) y que se llegara, tres años después, a los acuerdos S A L T 1. por los cuales Unión Soviéti­ca y Estados Unidos se comprometían (tratado A B M ) a no desplegar sistemas defensivos anti­misiles, con sólo dos excepciones: 150 kilóme­tros alrededor de sus capitales y 150 kilóme­

tros alrededor de una rampa de lanzamiento de misiles intercontinentales ( ICBM) , lo que representaba en total 100 proyectiles antimisi­les c o m o m á x i m o (un protocolo de julio de 1974 redujo ulteriormente el número de luga­res autorizados a uno solo). U n acuerdo provi­sional (interim agreement) limitaba, por otra parte, el número de lanzamisiles I C B M autori­zados a 1.054 para los Estados Unidos y a 1.618 para la Unión Soviética6. El acuerdo no limitaba el número de cargas nucleares que podía transportar cada misil; finalmente, el acuerdo contemplaba la verificación de su aplicación por los «medios técnicos naciona­les», lo que representaba un modesto progreso intelectual y político, en la medida en que, co­m o señalaba el anuario del SIPRI en 1973, «la búsqueda de la información sobre las activida­des del adversario, hasta entonces considerada un tabú, ascendía a la categoría de una acti­vidad internacional reconocida y efectivamen­te útil».

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«En cuanto al resto», proseguía el m i s m o autor, «este acuerdo estimula la carrera tec­nológica armamentista e incluso la legitima: la "limitación", ¿se convertirá en "escala­da"?».

Esta era, evidentemente, la consecuencia ló­gica de un acuerdo limitado a una sola clase de armamento. Desde luego, las negociaciones de­bían continuar y los tratados preveían la prepa­ración de un acuerdo más completo. Empero, la marcha hacia S A L T II, marcada por el en­cuentro Ford-Brejnev de Vladivostock, en no­viembre de 1974, donde se decidió ampliar los futuros acuerdos al conjunto de los lanzamisi­les, donde se estableció un número límite glo­bal, y luego por una tentativa norteamericana en marzo de 1977 de superar la «fórmula de Vladivostock» (tentativa inmediatamente re­chazada por la Unión Soviética) no hizo pro­gresos decisivos.

El acuerdo S A L T II, de junio de 1979, fir­m a d o en Viena por Carter y Brejnev, preveía, a partir del 1.° de enero de 1981, un límite de 2.250 vectores estratégicos de toda clase, com­prendiendo un máximo de 1.320 misiles «pesa­dos», de los cuales 1.200 ( ICBM o S L C M - Sea Launched Cruise Míssil [misiles de crucero lan­zados desde el mar]) podían tener cargas múlti­ples ( M I R V ) , entre los cuales 880 I C B M como m á x i m o . El número de cabezas por misil M I R V se limitaba a 10 para los I C B M y a 14 para los S L C M . El acuerdo excluía las armas tácticas y los misiles de crucero, y permitía con­tinuar la carrera cualitativa en casi todos los ámbitos. El Senado de Estados Unidos se negó a ratificarlo.

C o m o resultado del acuerdo, en 1985, como ya se ha indicado, el número de lanzamisiles superaba en alrededor de 500 unidades los lí­mites aceptados, y el número de cargas nuclea­res estratégicas, debido al desarrollo de los M I R V , se había multiplicado por 2,5 aproxi­madamente para los Estados Unidos y por 5 para la Unión Soviética, desde 1972. En cuanto a los misiles de alcance intermedio y a las ar­mas nucleares tácticas (obuses de artillería, mi­nas, misiles de crucero, etc.), el número de car­gas nucleares ascendía a alrededor de 10.000 por cada lado. U n total de más de 40.000 car­gas nucleares para los dos grandes representa un resultado bastante paradójico de los esfuer­zos de limitación de armamentos; a esto se aña­de que la iniciación del programa IDE, tan caro

al Presidente Reagan, significaba poner en tela de juicio el tratado A B M de 1972, que sin e m ­bargo ambas partes habían firmado y ratificado por un lapso indefinido.

El concepto y la aplicación de la limitación de armamentos, que eran el resultado, para esta fecha, de 40 años de práctica de la disuasión recíproca, eran en definitiva modestos, tímidos y corrían peligro. Sin duda, se había aprendido que el enfrentamiento nuclear era imposible, pero el sentido común perdía terreno día a día y todas las desviaciones ideológicas que impe­dían poner en práctica una doctrina «racional» de la disuasión seguían alimentando una carre­ra armamentista sin límites.

Los progresos decisivos a partir de 1985

Las mismas fuerzas ideológicas y las mismas desviaciones siguieron manifestándose en el período que comienza en 1985. Sin embargo, ante los cambios ideológicos, doctrinarios y de política militar registrados en la Unión Soviéti­ca, apareció una nueva concepción de la limita­ción de armamentos, aplicada tenazmente en el lado soviético por Michael Gorbachov. En cier­ta medida, se confunde con la corriente «desar­me» , dando a esta última un carácter m á s rea­lista. En estas condiciones, quizá tenga posibi­lidades de ir m á s lejos que la precedente, y expresarse en la práctica de manera menos con­tradictoria.

En mayo de 1981, George Kennan, en una conferencia pronunciada en Washington, ha­bía sugerido que se considerara seriamente la posibilidad de reducir los arsenales nucleares en 50 %. La idea de que para mantener la paz no era necesario seguir construyendo algunos miles de lanzaproyectiles y de cargas nucleares suplementarias no tenía prácticamente ningu­na posibilidad de ser adoptada en el momento en que Kennan la exponía. Cinco años más tar­de, esta idea constituyó la base de las negocia­ciones que tuvieron lugar en la Cumbre de Reykjavik entre Gorbachov y Reagan, y, aun­que fracasó en ese momento debido a la negati­va norteamericana de renunciar a la IDE, cons­tituyó el marco de las nuevas negociaciones de limitación de armamentos estratégicos, rebau­tizadas S T A R T (Strategic A r m s Reduction

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La difícil transformación de la limitación de armamentos» a «un sistema mundial de seguridad» 101

Talks), donde se sustituía la palabra limitación por la de reducción.

Las novedades ocurridas a partir del semi-fracaso-semiéxito de Reykjavik se refirieron: - a la idea de que es posible suprimir completa­

mente una categoría de armas (supresión de misiles de alcance medio por el tratado F N I -Fuerza Nuclear Intermedia- de Washing­ton, en 1987);

- a la de que la verificación in situ de la aplica­ción de un tratado, por inspectores del adver­sario, se convierte en aceptable (idea también puesta en práctica por la verificación de la aplicación del tratado FNI) (Artículo 11, que organiza las inspecciones en el lugar durante 13 años después de la firma del tratado; Ar­tículo 12, que organiza medidas de coopera­ción para acrecentar la eficacia de la utiliza­ción de los «medios técnicos nacionales»);

- la idea derivada de las decisiones adoptadas en la C S C E (Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa), de establecer «medidas de confianza» consistentes en invi­tar a observadores del adversario a las manio­bras efectuadas por los ejércitos ubicados en Europa;

- la idea de que las negociaciones para la reduc­ción de armamentos deberían extenderse a todas las categorías de armas o, por lo menos, referirse tanto a las armas químicas (por to­dos los países), las armas nucleares estratégi­cas (los dos grandes) y las armas tradicionales (23 países).

Evidentemente, estas novedades no son sólo progresos intelectuales que vienen a per­feccionar la concepción abstracta de la limita­ción de armamentos. Fueron posibles gracias a la evolución ideológica en la Unión Soviética y en Europa Oriental, y por sus consecuencias prácticas en el plano de las políticas exterior e interna. El contexto fue profundamente modi­ficado por la decisión de la Unión Soviética de retirar sus tropas de Afganistán y por los gestos de apaciguamiento que ha inducido o provoca­do entre sus aliados (los cubanos en Angola, los vietnamitas en Camboya , etc.). Por su parte, las transformaciones extraordinariamente rá­pidas que se producen en Europa Oriental y en la Unión Soviética ponen en tela de juicio la oposición ideológica entre el Este y el Oeste (y, c o m o consecuencia, la línea de frente que atra­vesaba el centro de Europa) y, en definitiva, la razón de ser de dos alianzas militares.

Esta nueva situación ideológica y política debería por lo tanto permitir un análisis más completo de la noción de seguridad y una a m ­pliación de la noción de limitación de arma­mentos, para dar más importancia a la reduc­ción de las armas y a las medidas de control mutuo e internacional. Es imposible en la ac­tualidad determinar con precisión el nuevo ré­gimen de defensa o de seguridad al que se ha de llegar. Pero se pueden identificar los elementos que hay que tener en cuenta para comprender las principales orientaciones e imaginar los po­sibles desarrollos de esta evolución. Se trata de: Las negociaciones en curso sobre la reducción

de armamentos. Los tipos de resistencia que continuarán opo­

niéndose al desarrollo de la limitación de armamentos;

Las posibilidades de una nueva conceptualiza-ción de los problemas de seguridad.

La hipótesis del éxito de las actuales negociaciones

Y a no resulta ridículo suponer que el conjunto de las negociaciones en curso sobre la reduc­ción de armamentos podría tener resultados positivos en un plazo de tres a cuatro años. A m ­bas partes aceptan ya los objetivos generales de reducción o de prohibición y las discusiones se refieren actualmente a las formas de alcanzar­los. Se conocen las dificultades y, aparente­mente, existe la voluntad de superarlas. Las re­cientes concesiones sobre puntos importantes (por ejemplo, la inclusión de los aviones en las discusiones sobre las armas tradicionales, la aceptación de separar las negociaciones S T A R T de la condición previa del abandono de la I D E por los Estados Unidos, etc.) parecen indicar que se podrán encontrar soluciones a los obstáculos que subsisten. Ahora bien, el re­sultado significativo de un éxito de estas nego­ciaciones no residiría en las reducciones, aun sustanciales, del número de tanques, de avio­nes y de misiles, sino en el efecto psicológico que produciría: La evidente desaparición de una amenaza de

invasión o de agresión por ambas partes, Y la presencia en los territorios de ambas par­

tes de un verdadero ejército de controlado-res con el uniforme del «adversario».

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El mandato adoptado en enero de 1989 pa­ra las negociaciones F A C E de Viena (Fuerzas Armadas Convencionales en Europa) les atri­buye como objetivos «establecer un equilibrio estable y seguro entre fuerzas convencionales a niveles más bajos, eliminar las disparidades» y «prioritariamente, hacer desaparecer la capaci­dad de lanzar ataques sorpresivos y de iniciar una ofensiva a gran escala». Se refieren esen­cialmente a los tanques, los vehículos blinda­dos, las piezas de artillería y, desde la conce­sión del Presidente Bush, a los aviones de ataque.

El hecho de que la Unión Soviética haya pu­blicado un inventario preciso de sus arsenales, admitido la existencia de disparidades, acepta­do el principio de su eliminación (lo que le lle­varía a la destrucción de alrededor de 60 % de los vehículos blindados y piezas de artillería, en tanto que la O T A N sólo tendría que reducir sus cifras de 10 a 15 %) , efectuado reducciones uni­laterales antes de la conclusión de las negocia­ciones (retirada de 5.000 tanques de Europa Central y reducción de efectivos de 500.000 hombres), contribuye ya a hacer desaparecer la idea misma de la amenaza de la «marejada de tanques soviéticos sobre Europa» que desde hace 40 años justifica la política militar de la O T A N . La firma de los acuerdos confirmaría definitivamente esta transformación psicológi­ca y política.

Del mismo m o d o , en las negociaciones nu­cleares estratégicas S T A R T , que tienen por ob­jeto una reducción del 50 % de este tipo de ar­mamento, el problema esencial no consiste en determinar cuál será el número de lanzaproyec-tiles o de vehículos de lanzamiento y de cargas nucleares. Las reducciones actualmente previs­tas hasta el nivel de 6.000 cargas nucleares y 1.600 lanzaproyectiles o vehículos de lanza­miento en cada lado, permitirían de todas m a ­neras la existencia de enormes capacidades de destrucción. También en este caso el problema esencial es hacer desaparecer la amenaza de un ataque por sorpresa, el peligro del primer golpe. La conclusión de un acuerdo, que significaría que se han superado finalmente las dos dificul­tades que subsisten, es decir, la interpretación del Tratado A B M y los misiles de crucero lanza­dos desde el mar, tendría un efecto psicológico esencial, a saber, la convicción de que ninguna de las partes desea realmente la guerra.

Sin embargo, el efecto psicológico más im­

portante sea tal vez el resultado de la aplicación de las medidas de verificación y de control que serán previstas por los tratados. Según los cálculos de la C I A publicados en un informe de diciembre de 1988 sobre las medidas de verifi­cación que han de preverse para la ejecución del Tratado S T A R T , sería necesario prever al menos 2.500 instalaciones de control en el te­rritorio de la Unión Soviética, y casi otro tanto en el territorio de Estados Unidos. La verifica­ción del tratado sobre las armas tradicionales exigiría probablemente una organización toda­vía más compleja. Finalmente, los progresos de las negociaciones, desde la adopción del con­cepto de «medidas de confianza» por el Acta Final de Helsinki de la Conferencia sobre la Se­guridad y la Cooperación en Europa, han sido notables. A d e m á s del envío de observadores por ambas partes de un alto número de manio­bras organizadas por los países firmantes de los acuerdos7, se han adoptado medidas más seve­ras ( M C D S - Medidas de Confianza y de Segu­ridad) elaboradas por las reuniones de Belgra­do y de Madrid sobre la continuación de la C S C E , y luego por las negociaciones de la C D E (Conferencia sobre el Desarme en Europa, de Estocolmo, de enero de 1984 a diciembre de 1986). Finalmente, el último ciclo de negocia­ciones que comenzó en Viena en marzo de 1989 tiene por objeto extender y desarrollar es­tas medidas (posibilidad de enviar observado­res a maniobras donde participan m á s de 13.000 hombres, en lugar de 17.000 actualmen­te, perfeccionamiento de los métodos de obser­vación y de información recíprocas). Los sovié­ticos proponen incluso prohibir las maniobras con más de 40.000 hombres, lo que llevaría a ambas partes a suprimir ejercicios c o m o las maniobras anuales de la O T A N (Automn For­ge), que movilizan a más de 200.000 hombres.

Este extraordinario desarrollo de las medi­das de verificación, de observación y de control no podría dejar de reforzar, por ambas partes, la convicción de que la guerra se está convir­tiendo en una hipótesis puramente académica, que no justifica el mantenimiento de enormes aparatos militares, que se tornan cada vez m e ­nos utilizables, puesto que el resultado del con­trol consiste en impedir su utilización. La lógi­ca del esfuerzo de reducción de armamentos, combinada con la del desarrollo de las medidas de verificación, es reemplazar la desconfianza por la confianza. En el caso extremo, la noción

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de disuasión es antinómica con la de confianza. Por lo tanto, se comprende que se haya pro­puesto ir más lejos y crear una situación que, en lugar de limitarse a reducir las amenazas, las haría desaparecer completamente8.

Por esta razón, la situación que se creará por el éxito de las negociaciones en curso sobre las armas tradicionales y sobre las armas estra­tégicas será una situación inestable, en el senti­do de que conducirá inexorablemente a conti­nuar las negociaciones para alcanzar niveles de armamentos aún más bajos. Es posible que la supresión de la posibilidad de un ataque sor­presivo en Europa se deba, más que a las nego­ciaciones F A C E , a la evolución de la situación política. Pero surgirá inevitablemente la nece­sidad de avanzar aún m á s en la reducción de armamentos, especialmente en lo que se refiere a las armas nucleares de corto alcance, bajo la presión de una Alemania reunificada y de algu­nos otros países, con miras a la supresión o a la reducción a m u y bajos niveles de todas las ar­mas de este tipo instaladas en su territorio. Es m u y posible que esta reducción lleve también a buscar un nivel más bajo para las armas nuclea­res estratégicas. La idea de que las discusiones para la reducción de 50 % de las armas estraté­gicas son «un paso en la dirección correcta, pe­ro que es insuficiente» y que hay que «propo­ner eliminar todas las armas utilizables para el primer golpe» fue expuesta en particular por el ex Presidente Richard Nixon en un artículo pu­blicado en febrero de 1989 en Foreign Affairs. En él proponía revisar el actual proceso de las negociaciones S T A R T , sustituyéndolo por un esquema en dos fases que comprendería un pri­mer nivel de reducción menos ambicioso (y por lo tanto más rápidamente realizable) y un se­gundo nivel donde se procuraría alcanzar «el objetivo, mucho m á s difícil, de acrecentar la estabilidad estratégica reduciendo de ambas partes el número de armas capaces de destruir durante un primer golpe unos objetivos milita­res reforzados». El nivel de estas armas, las más amenazadoras, debería reducirse de manera m á s importante que la cifra de 50 % actual­mente en estudio, y propone una reducción de 75 % del actual nivel de este tipo de armas de parte soviética y de parte norteamericana (in­cluyendo los planes en curso, es decir, el M X , el Midgetman y el misil Trident II D 5).

«El problema no consiste en saber -escribe Nixon-, si ese tratado reduce el número de ar­

m a s nucleares, sino si reduce la posibilidad de una guerra nuclear... Nuestro juicio sobre el va­lor de cualquier acuerdo S A L T debe basarse en si aumenta la seguridad de nuestras fuerzas es­tratégicas y disminuyen las posibles tentacio­nes, por ambas partes, a recurrir a las armas nucleares en una crisis. Esta lógica, que actual­mente tiende a asignar a las negociaciones el objetivo de supresión de las amenazas, y no so­lamente su mera reducción, es la que inspira las propuestas formuladas por los soviéticos en materia de armas tradicionales, c o m o lo prue­ba el plan en tres fases presentado por el señor Shevarnadze: reducción en Europa en una pri­mera fase en que se eliminan las asimetrías en los efectivos y en cinco categorías de armas (tanques, aviones de ataque, helicópteros de combate, vehículos blindados y artillería), con reducción a un nivel inferior a 10-15 % del más bajo nivel actual de uno u otro lado; segunda fase que permita reducir estos armamentos a un nivel de menos 25 %; finalmente, tercera fa­se en que las fuerzas armadas de ambas partes sólo conservarían un carácter "estrictamente defensivo"».

Evidentemente, las negociaciones suple­mentarias que suscitará la firma de los acuer­dos que actualmente se negocian sobre las ar­mas nucleares y sobre las armas tradicionales se orientarán en la dirección indicada por el ex Presidente Nixon y por el Ministro de Relacio­nes Exteriores de la Unión Soviética, E . She­varnadze. Es decir, la concepción del control de armamentos podría evolucionar de manera de­cisiva hacia una nueva concepción de la seguri­dad militar basada en dos o tres nociones sim­ples pero de carácter enteramente novedoso: en especial, que es posible y deseable buscar la se­guridad mediante el desarrollo de medidas de control recíproco y, sobre todo, que es posible no solamente reducir las amenazas sino supri­mirlas.

Esta situación llevaría a las otras potencias nucleares, en particular Gran Bretaña y Fran­cia, a participar en las negociaciones sobre es­tas armas. El problema del nivel mínimo de ar­mamentos para garantizar la seguridad, de lo que habría que entender por «suficientemente razonable», se plantearía en definitiva a n u m e ­rosos países, con más agudeza que hoy.

Finalmente, hay que tener en cuenta que las negociaciones sobre la prohibición de la fabri­cación y la posesión de armas químicas, que se

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desenvuelven en el marco de las Naciones Uni­das (y por ende entre 159 países) también ha­cen esperar que puedan dar resultados positi­vos, pese a las enormes dificultades técnicas. A este respecto, hay que hacer dos observacio­nes: Su éxito conduciría a la instalación de un régi­

m e n de verificación y de inspección inter­nacional extraordinariamente complejo, con el establecimiento de un organismo compuesto por miles de inspectores, lo que fortalecería aún más en los países del Norte el efecto psicológico provocado por las m e ­didas de control relativas a los otros tipos de armas;

Q u e se extendería a todos los países, incluidos los del Tercer M u n d o , esta nueva concep­ción de la seguridad, basada más en el con­trol que en las armas. E n definitiva, la situación así descrita lleva­

ría a buscar, en el ámbito institucional, en qué instituciones se pueden enmarcar las medidas de control multilateral o mundial; cuáles son las estructuras y poder que conviene conferir­les; cuáles son las consecuencias que hay que extraer en el plano de las organizaciones regio­nales y de la organización mundial. ¿Las cues­tiones de seguridad no exigen acaso soluciones institucionales específicas, diferentes de las que se proponen en la actualidad para la orga­nización económica y política de la futura Eu­ropa, en la medida en que sólo se puedan resol­ver a nivel de una zona geográfica m u c h o más vasta? ¿Se puede organizar la seguridad en una zona geográfica determinada, sin tener en cuenta el resto del mundo?

Las resistencias a la limitación de armamentos

La presión que empuja a un nuevo régimen de seguridad nacional e internacional tendrá sin duda el contrapeso de las resistencias ideológi­cas y corporativas y de los intereses vinculados a la existencia de las estructuras actuales. Las resistencias ideológicas ya se han manifestado vigorosamente. Los conservadores de Estados Unidos, de Europa y de Unión Soviética, se niegan a admitir que los cambios en curso son durables y fundamentales. En Occidente, esta actitud ha tomado formas polémicas e incluso grotescas9, con la tesis básica de que sólo las

palabras han cambiado y de que no hay que bajar la guardia, sino, por el contrario, moder­nizar, desarrollar, fingir que nada ha pasado.

Es difícil pronosticar las formas que adop­tarán estas resistencias en el Este y en Occiden­te, en la hipótesis de un éxito del primer ciclo de negociaciones actualmente iniciadas, acom­pañado de un auge de la liberalización de Euro­pa Oriental. Sin embargo, se pueden determi­nar algunos elementos. En primer término, hay que esperar que la disminución de los presu­puestos militares provoque difíciles problemas de reconversión de una parte importante del personal militar y de las industrias de arma­mento, que hasta el momen to no ha sido al pa­recer objeto de estudios preparatorios serios. La presión que continuará ejerciendo el «com­plejo militar-industrial» tenderá a aumentar debido a que no solamente será amenazado si­no directamente afectado por las medidas de reducción.

La revolución intelectual que exige la trans­formación fundamental de la situación políti­ca, ideológica y estratégica también tropezará con dificultades. Durante m u c h o tiempo, la gente ha estado acostumbrada a pensar en tér­minos de estrategia tradicional, a hacer frente a una situación relativamente simple de oposi­ción entre dos campos rivales e ideológicamen­te distintos, y no podrán adaptarse fácilmente a una situación tan nueva.

Los matices ideológicos dentro de cada país y las diversas sensibilidades nacionales respec­to de los problemas de defensa provocarán reacciones m u y variadas. El análisis de la c o m ­plejidad del debate estratégico en Estados Uni­dos y en Europa demuestra claramente que no basta distinguir entre palomas y halcones. En un estudio reciente, Stuart Croft10 distingue en Estados Unidos cinco escuelas de pensamiento diferentes sobre la estrategia americana (radi­cal liberal dealers, defence democrats, conserva­tive dealer bilateralists, conservative defenders, conservative unilateralists), lo que conduce a cinco hipótesis diferentes para la estrategia americana (fortalecimiento del Tratado A B M , despliegue de una defensa antimisiles «liviana» de acuerdo con la Unión Soviética, búsqueda de un acuerdo de limitación de armamentos ra­dical con Unión Soviética, disminuyendo con­siderablemente la fuerza estratégica soviética en I C B M , combinado con el despliegue limita­do de defensas antimisiles negociadas, desplie-

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gue de una defensa antimisil generalizada para los misiles, y despliegue generalizado de defen­sas antimisiles que protejan también a las po­blaciones). En caso de éxito de las negociacio­nes en curso, es posible que aumente la comple­jidad del debate, que m u y probablemente se centrará en torno a la naturaleza de las amena­zas que habrá que afrontar en el futuro.

Hacia un nuevo sistema y una nueva concepción de la seguridad

E n definitiva, la visión política y la capacidad de dominar y de integrar todos los elementos de los problemas planteados condicionará la evolución del régimen de limitación de arma­mentos hacia un nuevo régimen m á s amplio que integre el control en la seguridad, o, por el contrario, su bloqueo o su rechazo en condicio­nes que permitirían conservar y desarrollar los sistemas de defensa tradicionales. E n otros tér­minos, el futuro depende en gran medida de la elaboración y adopción de nuevos conceptos en materia de defensa y de seguridad.

En este ámbito, el Este se ha esforzado m u ­cho más que el Occidente. En los discursos ofi­ciales y en los foros internacionales se han pro­puesto innumerables conceptos nuevos para apoyar los esfuerzos de negociación. H a n apa­recido los conceptos de «nivel de suficiencia ra­zonable», de «sistema completo de paz y de se­guridad internacional» (comprehensive system of peace and security, CSPS) , de «defensa de­fensiva», acompañados de las nociones de «se­guridad económica internacional», «disolu­ción de las alianzas militares», etc. D e esta m a ­nera se ha propuesto un completo vocabulario nuevo a las cancillerías occidentales, que lo han examinado con escepticismo y desconfianza antes de descartarlo casi por completo.

Empero, este rechazo occidental de los con­ceptos propuestos por el Este no ha ido de par con propuestas de conceptos sustitutivos. Por lo tanto, aún no están reunidas todas las condi­ciones que permitan efectuar progresos con­ceptuales decisivos. Sin embargo, los cambios son tan veloces que la reflexión deberá al m e ­nos seguir los acontecimientos, a falta de pre­decirlos. Ahora bien, en la hipótesis de un éxito y de una continuación de las negociaciones so­bre la reducción del armamento, de la aplica­

ción generalizada de medidas de control, y en la hipótesis complementaria de la continuación de la democratización de Europa Oriental y de la Unión Soviética, es posible imaginar al m e ­nos los tipos de problemas que será indispensa­ble resolver, bajo la forma de conceptos nue­vos. Se pueden enumerar, en los planos militar, institucional e ideológico: El problema del nivel mínimo de armamentos. El de los tipos de medidas de verificación y de

control que han de acompañarlo, El de los tipos de amenazas contra la seguridad

que habrá que afrontar en lo sucesivo y los medios correspondientes,

El del tipo de instituciones más adecuadas para organizar un nuevo régimen o sistema de seguridad nacional e internacional,

El del tipo de sociedad que correspondería a este tipo de régimen y de instituciones. Se trata sin duda de una vasta tarea, pero la

importancia de los cambios que ocurren actual­mente justifica que la reflexión política no se limite a una vitrina determinada. Los proble­m a s de seguridad siempre han estado vincula­dos a los asuntos institucionales e ideológicos. Por lo tanto, es natural que los cambios que se producen actualmente en los ámbitos ideológi­co e institucional cuestionen en lo fundamental la concepción de la seguridad, cuya evolución, a su vez, tendrá obligatoriamente repercusio­nes en los planes ideológico e institucional.

El alcance y la índole de las medidas, e in­cluso de los regímenes permanentes de verifica­ción y de control que se acepten finalmente de­terminará, evidentemente, la solución que cada país podrá dar al problema del nivel míni­m o de armamentos. La respuesta al problema de los tipos de amenazas que habrá que afron­tar en el futuro será esencial para determinar la concepción global de los sistemas de seguridad. A este respecto, se pueden esperar esfuerzos de imaginación considerables, alimentados por las diversas ideologías políticas que habrá que defender y fomentar. En torno a este tema se tejerán probablemente las concepciones más fantásticas y más erradas, justificadas única­mente por los prejuicios políticos y sociales de quienes las defenderán, lo que no les impedirá lograr un considerable éxito público. La histo­ria, ya recapitulada, de las ideas relativas a la disuasión durante el período 1945-1985, per­mite imaginar las contiendas ideológicas y teó­ricas que surgirán a este respecto.

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Por otra parte, la actual evolución del papel y el lugar del Estado-nación (cesiones de sobe­ranía en favor de instituciones regionales, so­bre todo en Europa, comienzo de aceptación de medidas de control militar, etc.), estará en lo sucesivo tan vinculado a la evolución de las concepciones en materia militar c o m o a la de las ideas en materia de interdependencia eco­nómica. Pero, aunque todos pueden compro­bar que entre los diversos niveles subnacional (autonomías internas), nacional, regional y mundial se comienza a esbozar una nueva dis­tribución de las funciones y los poderes, nadie puede predecir las nuevas estructuras políticas que producirá. La concepción hasta el m o m e n ­to aceptada en principio de la «seguridad colec­tiva» a nivel mundial, por intermedio del Con­sejo de Seguridad y de las Naciones Unidas, evolucionará quizás hacia un régimen más efi­caz si se logra superar los tabúes que hasta aho­ra le han impedido funcionar realmente.

La viabilidad de los mecanismos de seguri­dad que se podrán establecer depende de la so­lución que se halle (o que no se halle) a los enor­mes problemas que plantea la integración eco­nómica y política de una sociedad mundial dividida entre dos «mundos» totalmente dife­rentes, uno rico, postindustrial y compuesto por solamente mil millones de personas, el otro pobre, agropastoral, de industrialización inci­piente y con más de cuatro mil millones de ha­bitantes. La evolución y la ampliación de la concepción de la limitación de armamentos depende por lo tanto de un gran número de fac­tores y de sus combinaciones, lo que impide cualquier pronóstico. Sin embargo, el debate iniciado entre el Este y el Occidente, y en­tre conservadores y liberales en ambos campos, permite imaginar que en los próximos años se en­frentarán dos concepciones posibles de la se­guridad.

La primera procurará conservar lo esencial de las estructuras y de las tendencias a la exten­sión de los aparatos militares existentes, con un repliegue a un nivel puramente nacional si las alianzas existentes se distienden. Procurará justificar la continuación de la carrera arma­mentista cualitativa bajo todas sus formas (nu­clear, A B M , espacio, armas inteligentes, etc.), aunque deba hacer concesiones cuantitativas, y limitar al máximo, e inclusive destruir, lo que ya se ha adquirido en materia de limitación de armamentos.

La segunda intentará reducir considerable­mente los niveles actuales de armamento, su­primir completamente algunas categorías de armas, perfeccionar las medidas de control e institucionalizarlas para disminuir y, en lo po­sible, suprimir las amenazas de una agresión entre países que acepten estos regímenes de control permanente. Intentará fortalecer y re­formar las instituciones mundiales a fin de ga­rantizar un sistema eficaz de seguridad colec­tiva.

D e hecho, la aceptación de las primeras m e ­didas de limitación de armamentos por los tra­tados de 1972 (prohibición de los sistemas de­fensivos A B M , limitación de una categoría de armas, legitimación de los sistemas de observa­ción mediante los «medios técnicos naciona­les») han abierto el camino a una posible mar­cha hacia una sociedad mundial de que se ex­cluiría progresivamente la posibilidad de la guerra. Los progresos registrados desde enton­ces, es decir, la extensión de las limitaciones a otras categorías de armas (SALT II), los avan­ces en materia de medidas de observación di­recta (medidas de confianza de la C S C E ) y de las limitaciones impuestas (medidas de con­fianza y de seguridad de la C D E ) , de verifica­ción sobre el terreno y de supresión completa de una categoría de armas (Tratado FNI) , pare­cen tener posibilidades de continuar y de a m ­plificarse gracias a las actuales negociaciones, para desembocar en un nuevo régimen de segu­ridad internacional.

Empero, aunque desde 1985 se haya acele­rado el movimiento en esta dirección, no cabe esperar que prosiga de manera lineal. E n reali­dad, este movimiento sólo ha concernido a los dos grandes en cuanto a las armas nucleares, y a los dos grandes, y a algunos países europeos en cuanto a las armas tradicionales. Ahora bien, aun para estos países, una transformación política, institucional e ideológica de tal ampli­tud, suponiendo que sea posible, no podría pro­ducirse sin resistencia y sin vicisitudes. La ex­tensión a todo el planeta de un sistema de segu­ridad basado en el control mutuo aplicado a todas las categorías de armas -nucleares, tradi­cionales, químicas y biológicas, etc.- supone que: El conjunto de los países nucleares, incluida

China, acepte participar en un régimen de control de las armas de este tipo, lo Cual está aún m u y distante.

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Los países del Tercer M u n d o acepten partici­par en un régimen de control que hasta aho­ra sólo comprende a los países del Norte,

Los países ricos acepten pagar el elevado precio de una integración económica y social m u n ­dial.

Ahora bien, estos países ricos, debido a las transformaciones actuales en el Este y a los pro­gresos tecnológicos que permiten a todos entrar en una era postindustrial, tienden a constituir una sociedad cada vez más homogénea; en cambio, la sociedad planetaria, pese a la mar­cha hacia la interdependencia económica, si­gue siendo profundamente heterogénea, pues los países del Sur no tienen ni el mi smo m o d o de producción, ni las mismas ideologías, ni los mismos problemas de seguridad que los del Norte. El problema de saber si el Norte será capaz de conseguir que los países del Sur adop­ten un régimen de limitación de armamentos generalizado a todas las categorías de armas equivale en definitiva a preguntarse si el Norte es capaz de dar un carácter homogéneo a la so­ciedad planetaria, es decir, exportar hacia el Sur su ideología compuesta por una combina­ción de voluntad de enriquecimiento, de dere­chos humanos y de democracia, así como de transferir al Sur su capacidad de producción y de modernización y, finalmente, su nivel de vida.

Es m u y posible que la respuesta sea negati­va. En la actualidad es una m o d a afirmar que hay que revisar y corregir íntegramente la con­cepción de la seguridad internacional, para in­tegrar en ella, entre otras cosas las considera­ciones ecológicas. Pero aún se está m u y lejos de haber efectuado la reconversión intelectual ne­cesaria para definir y aceptar todas las conse­cuencias (especialmente económicas y finan­cieras) de una concepción de la seguridad adap­tada a los problemas y a las posibilidades de la sociedad moderna.

En realidad, actualmente tiene lugar una ca­rrera de velocidad entre la evolución de estruc­turas mentales habituadas a pensar el sistema internacional en términos militares, y el rápido desarrollo de nuevas amenazas que ya no son militares, sino que derivan de las migraciones masivas del Sur hacia el Norte, y que comien­zan a desestabilizar el m u n d o rico y desarrolla­do. Sería una extraña paradoja que una socie­dad capaz de concebir y aplicar un sistema des­tinado a suprimir la guerra se desintegre por no haber sabido reconocer los nuevos tipos de amenazas y haber aplicado oportunamente los medios de evitarlas. Pero la historia brinda muchos otros ejemplos de cataclismos que la lentitud de la evolución de las estructuras m e n ­tales impidió prevenir.

Traducido del francés

Notas

1. Este período se distingue, entre otras cosas, por el Plan Marshall (junio de 1947). el bloqueo de Berlín, la separación de la R F A y de la R D A , la Guerra de Corea (1950-1953), el surgimiento de China Comunista, la constitución de la O T A N ( 1949) y del Pacto de Varsóvia (1955), el ingreso de la R F A en la O T A N , la fase francesa de la Guerra de Indochina (1946-1954) seguida de la intervención norteamericana en Vietnam, la represión de la revolución húngara ( 1956). el comienzo de la guerra de Argelia. En este período, la Unión

Soviética estuvo dirigida por Stalin hasta marzo de 1953. luego por Malenkov, Bulganin y Jruchov. en tanto que en los Estados Unidos Eisenhower sucede a Truman en 1952. luego Kennedy a Eisenhower en I960. Este período concluye con la crisis de Cuba de septiembre a noviembre de 1962, que permitió a los dos grandes comprender que los peligros de un enfrentamiento nuclear eran m u y reales.

2. Es el período de la guerra de Vietnam, hasta la derrota norteamericana en 1975. de la ruptura ideológica entre Pekín y

Moscú ( 1963), del aniquilamiento de la Primavera de Praga (1968), de la normalización de las relaciones China-Estados Unidos ( 1971 ); es el gran período de la descolonización y del desarrollo de numerosos conflictos locales y regionales en los cuales los dos grandes están directa o indirectamente involucrados (del Congo al Oriente Medio, pasando por Africa. América Central y Asia). En la Unión Soviética. Jruchov gobierna hasta 1963, y le sucede Brejnev, en tanto que en los Estados Unidos se suceden Kennedy hasta 1963. Johnson

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hasta 1968. Nixon hasta 1974, Ford hasta 1976, Carter hasta 1980, año en que cede el lugar a Reagan. Pero es también el período durante el cual se firman el Tratado de Moscú sobre la prohibición de los ensayos nucleares (1963), los tratados sobre la desmilitarización del espacio y sobre la desnuclearización de América latina ( 1967), el tratado de no proliferación nuclear ( 1968), el acuerdo de los Cuatro sobre Berlín (1971), la iniciación de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa en 1972, la apertura de las negociaciones M F B R en 1973, el acuerdo S A L T I ( A M B ) en 1972, el acuerdo sobre la prevención de la guerra nuclear entre Unión Soviética y Estados Unidos en 1973, los acuerdos S A L T II en 1979.

3. Este tercer período se distingue por el desarrollo de la intervención militar soviética en Afganistán (comenzado a fines del año 1979), el aumento del armamento nuclear estadounidense en Europa (despliegue de los Pershing II). y por la iniciativa de defensa estratégica del Presidente Reagan, que tiende a contradecir todo el equilibrio estratégico Este/Occidente.

4. Casi todos estos ejemplos se refieren a Estados Unidos, cuya escena político-estratégica se conoce mejor. Sin embargo, todas las informaciones relativas a

Unión Soviética indican que, mutatis mutandis, los juegos político-estratégicos fueron comparables.

5. Véase el relato romántico de Robert M c N a m a r a en Blundering into disaster, Nueva York, Pantheon Books, 1987, pág. 11, sobre sus propias emociones, el 27 de octubre de 1962, después de que Kennedy y él mismo informaran a Jruchov que Estados Unidos emprenderían acciones suplementarias (further action) si no se retiraban los misiles soviéticos de Cuba: « N o especularé sobre lo que podría haber sido esta further action, pero sé que, cuando salía de la Casa Blanca esa tarde de un maravilloso otoño, y atravesaba el jardín para subir a mi auto y dirigirme al Pentágono, temía que quizá no volviera a ver otra noche de sábado».

6. La diferencia entre ambas cifras se justifica por la predominancia de los Estados Unidos en bombarderos estratégicos (450 frente a 140 de Unión Soviética), que no se incluyen en el acuerdo, por consideraciones estratégicas, y porque Estados Unidos disponían ya de misiles M I R V , lo que no era el caso de Unión Soviética cuando firmó el acuerdo.

7. A fines de 1988, en virtud de estos acuerdos, ambas partes habían notificado 83 «actividades militares» (33 la O T A N , 46 el

Pacto de Varsóvia. 4 los no alineados) y se habían invitado observadores a 35 de ellas. Además , se habían organizado 18 inspecciones a pedido (challenge inspections) en buenas condiciones (5 para Estados Unidos, 5 para Unión Soviética, 2 para Reino Unido, 2 para la R D A , 1 para la R F A y para Turquía, Bulgaria y Polonia). International Institute for Strategic Studies, Strategic Survey. 1988-1989. pág. 53.

8. Véase Graham T . Allison Jr. «Testing Gorbachev», Foreign Affairs, otoño de 1988.

9. «El hecho de que el Secretario General Gorbachov sepa sonreír y vestirse correctamente no significa que haya un cambio fundamental en los objetivos soviéticos». Caspar Weinberger, Foreign Affairs, primavera de 1988; véase también Thierry de Montbrial, «La sécurité exige la prudence». Foreign Policy, verano de 1988; «Informe sobre la disuasión selectiva», de la Comisión de Estados Unidos sobre la estrategia integrada a largo plazo: «el fracaso (de la nueva política soviética) podría llevar al régimen a buscar su legitimidad en el éxito militar en el exterior...» etc.

10. International Institute for Strategic Studies (1153) Adelphi papers 238. «The impact of strategic defences on European-American relations in the 1990s».

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¿Dónde están aquellos soldados? La evolución en las percepciones de las amenazas en Europa Oriental

László Valki

Las percepciones de amenazas en la posguerra

Las percepciones de amenazas en Europa Oriental han sufrido una evolución considera­ble desde que finalizó la Segunda Guerra M u n ­dial, en particular en el sentido de que las a m e ­nazas pueden cambiar según quien las perciba. Por ejemplo, durante los primeros años de la guerra fría se consideraba que el monopolio americano del arma nu­clear, y el hecho de que Es­tados Unidos rodearan a Unión Soviética y al nuevo «campo socialista» con un sistema de bases militares constituía una amenaza considerable. D e hecho, Stalin se sentía amenazado porque no estaba seguro de que Occidente respetara el acuerdo alcanzado en Yal­ta y no intentase modificar el statu quo militar de 1945. Sin embargo, ya en­tonces, se manifestó en los líderes soviéticos una esquizofrenia de tipo m u y particular: por una parte, reconocían los cambios que estaban produciéndose a su favor en las relaciones internacionales de poder y los utilizaban para crear su propia zona de influen­cia; por otra parte, eran conscientes de los peli­gros que implicaba la aparición de esta zona de influencia. El ejército soviético era más fuerte y más potente que nunca, disponiendo de una enorme experiencia militar; al mismo tiempo, era también más vulnerable, pues además de los territorios adquiridos en 1939-1940', tenía

que garantizar las condiciones apropiadas para las transformaciones políticas y sociales en otros seis países2. Era obvio para todos que di­chas transformaciones no eran en absoluto el resultado de procesos espontáneos, sino las consecuencias de una intervención decidida y enérgica y que por consiguiente distaba m u c h o de descansar sobre una base sólida3. Esto expli­caría el hecho de que los líderes soviéticos se viesen dominados por un complejo de superio­

ridad notable de veras, mientras que simultá­neamente también se des­arrollaba en su seno un in­curable complejo de infe­rioridad. Todos los hechos ocurridos en Europa Orien­tal después de 1945 confir­maron a Stalin que el punto de vista comunista del pro­greso de la historia era acertado, pero también era consciente de que el nue­vo sistema geopolítico y geoestratégico que había creado era en extremo vul­

nerable. Esa es la razón por la cual encontra­m o s en los discursos de Stalin y de otros políti­cos soviéticos afirmaciones que reflejan un en­tusiasmo misionero desesperado y un alto nivel de autoconfianza, que presagiaban una nueva expansión del socialismo, y al mismo tiempo, acusaciones insistiendo en los propósitos impe­rialistas y agresivos de las potencias occidenta­les, que revelaban percepciones de graves a m e ­nazas. Así, se atribuyó a Churchill el lanza­miento de la guerra fría (a pesar de que en Fulton el político británico se limitó a quejarse

László Valki es Profesor y Director del Departamento de Derecho Internacio­nal de la Universidad Eötvös. Buda­pest, Hungría. También es Director del Centro de Investigación de la Paz de la Academia de Ciencias de Hungría: H-1364 Budapest, P O B 109. Egytern tér 1-3, Hungría.

RICS 127/Marzo 1991

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de la política de la Unión Soviética en Europa Oriental); así, consideraron que la proclama­ción de la doctrina Truman, el Plan Marshall y la idea de la contención constituían la expre­sión de esfuerzos de expansión americanos (a pesar de que estaban orientados a mantener el statu quo); y por último, acusaron a las tres po­tencias occidentales de dividir Alemania (a pe­sar de que fue Moscú quien transformó rápida­mente el sistema político de la parte oriental del país y ordenó el bloqueo de Berlín). Al pare­cer. Stalin creía en lo que decía de conformidad con la versión m u y simplificada de la ideología marxista que él defendía, y que interpretaba to­das las acciones políticas c o m o una realización de las principales leyes de la historia. Muchas personas del hemisferio occidental compartían esta evaluación estalinista y en innumerables obras especializadas, se culpaba sobre todo a Churchill y a Truman de la Guerra Fría. A d e ­más, se planteaba la cuestión de c ó m o podría haberse atenuado la intensa percepción de amenazas que sentía el oso ruso, rodeado c o m o estaba por todas partes4. Esto se debió proba­blemente al hecho de que los intelectuales libe­rales occidentales no apreciaban la política do­méstica conservadora, y a veces claramente de derecha, de estos políticos. Además , la socie­dad anglosajona fue siempre partidaria de res­petar las reglas del «fair play»: ¿por qué. se pre­guntaban, la Unión Soviética tendría menos derecho a la «autodeterminación» en su propia zona de influencia que las otras grandes poten­cias en otras zonas del mundo?

La idea del «fair play» quizá también captó la imaginación de los líderes estalinistas. A m e ­dida de que la Unión Soviética emergía de la Segunda Guerra Mundial c o m o una auténtica superpotência, exigió inmediatamente que se le reconociera esta condición y, sobre todo, su igualdad. Inicialmente, Stalin y sus colabora­dores dejaron Teherán, Yalta y Potsdam con gran confianza en sí mismos, pues habían podi­do decidir el futuro del m u n d o en estas reunio­nes, libres de toda injerencia externa (como la presencia de Estados de segunda y tercera cate­goría), en una terna confidencial. Sólo se inclu­yeron otras dos grandes potencias entre los miembros permanentes del Consejo de Seguri­dad, sobre todo por razones de cortesía diplo­mática. Aunque la condición de la Unión So­viética c o m o superpotência no cambió ulteriormente, pronto desapareció la voluntad

de los Estados Unidos de compartir la respon­sabilidad de la toma de decisiones sobre los asuntos más importantes con Moscú, en tanto que Gran Bretaña pasaba a convertirse en una potencia de segunda clase. Esta es una de las razones importantes que explican la aparición de un complejo de inferioridad soviético. Sta­lin, Khrushev y Brezhnev hicieron todo lo posi­ble por modificar esta situación: deseaban te­ner el mismo rango que los Estados Unidos no sólo en Europa sino también en otros continen­tes. Los Estados Unidos intentaron impedirlo con su política de contención y su aplicación, bastante coherente aunque no siempre exitosa, exigiendo que la Unión Soviética permaneciese en su propia zona de influencia. Aunque oca­sionalmente Moscú pudo ampliar dicha zona, en general ello le ocasionó más inconvenientes que beneficios.

N o disponemos aquí de espacio suficiente para hacer un análisis detallado de cada una de las fases del cambio en las percepciones de amenazas5. Sólo deseo recordar el hecho bien conocido de que, en lo referente a Europa, el liderazgo soviético trata de compensar su pro­pia situación desfavorable manteniendo enor­mes contingentes de fuerzas arrhadas conven­cionales. Esto, sin embargo, intensificó las percepciones de amenazas en Occidente. Estas percepciones se agravaron c o m o consecuencia de las frases ciceronianas en los discursos de la Plaza Roja o en los manuales escolares acerca de la decadencia inevitable del sistema capita­lista, y de una posible guerra Este-Oeste, que aceleraría la liquidación del capitalismo y en la que los deseos de los pueblos coincidirían con los objetivos estratégicos de las fuerzas arma­das soviéticas. M e ha sorprendido siempre el hecho de que muchos expertos soviéticos, in­cluso aquéllos con una visión más amplia, no tuvieran en cuenta en absoluto que dichos dis­cursos y textos eran analizados en Washington y Londres como fuentes auténticas por exper­tos, que no tenían mucha oportunidad de fami­liarizarse con las intenciones reales de Moscú 6 . Los informes de los servicios de inteligencia coincidían con este análisis, al confirmar la existencia de una doctrina militar en extremo ofensiva y que no dejaba ninguna duda en la mente de los especialistas de que, de no existir una O T A N fuerte, el ejército soviético no se detendría hasta llegar a las costas del Atlán­tico.

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Stalin rodeado por Molotov, Vichinsky y Gromyko en la conferencia de Potsdam, 17 de julio-2 de agosto de 1945. Su muerte en mayo de 1953, apaciguó un poco la paranoia colectiva ligada a su personalidad. Magnum.

La muerte de Stalin, el fin de la paranoia colectiva asociada con su personalidad, y el pri­mer despliegue de armas nucleares soviéticas aumentó la confianza de los nuevos dirigentes en Moscú. En pocos años, vino a añadirse a ello el lanzamiento del Sputnik, que significaba el término de la invulnerabilidad nuclear del con­tinente americano, así como la desintegración acelerada del sistema colonial. Estos dos últi­m o s factores fomentaron explícitamente el complejo de superioridad: por una parte, por vez primera los Estados Unidos habían sido su­perados en el campo de la alta tecnología, y por otra parte, la retirada ignominiosa de las poten­cias coloniales del Tercer M u n d o parecía signi­ficar que el socialismo había prevalecido sobre el capitalismo. La mayoría de los textos escola­res soviéticos que trataban de esta cuestión ha­cían coincidir el comienzo de la decadencia del sistema colonial con la Gran Revolución Socia­lista de Octubre.

Sin embargo, estos acontecimientos sólo

calmaron temporalmente la esquizofrenia so­viética. Ello se debió sobre todo al hecho de que Moscú todavía era consciente de la vulnerabili­dad del bloque soviético. Los acontecimientos de 1953 en Berlín, de 1956 en Hungría y en Polonia, de 1961 una vez más en Berlín y más tarde los de 1968 en Checoslovaquia, indica­ban todos ellos que el sistema económico y po­lítico imperante en un país de Europa Oriental podía «protegerse» o estabilizarse durante dé­cadas, pero que el «sistema socialista mundial» c o m o noción histórica estaba m u y lejos de ha­berse consolidado; de hecho, se hallaba cons­tantemente en un estado crítico. Posteriormen­te, la segunda crisis de Polonia en 1980 volvió a demostrarlo. Se desconoce cuál fue la percep­ción en Moscú durante estos períodos acerca de la estabilidad del propio Estado multinacional soviético, y cuántos movimientos nacionalistas o étnicos fueron reprimidos en la Unión Sovié­tica antes de la «glasnost». Es posible, desde luego, que los dirigentes soviéticos no conside-

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rasen las crisis en los países de Europa Oriental, los levantamientos sofocados y los movimien­tos reprimidos, c o m o los fenómenos trascen­dentales tal como los valoramos hoy día. En definitiva, la lucha de clases era un proceso so­cial permanente y la índole del enemigo de cla­se era tal que podía resurgir una y otra vez. Era evidente que había que derrotarlo, recurriendo a las fuerzas «progresistas», y avanzando des­pués por la vía elegida. Sin embargo, segura­mente Moscú estaba al corriente de que la prin­cipal fuente de peligro en los países de Europa Oriental no era la amenaza externa; en todo ca­so, procedía del interior. Es m u y probable que esta constatación llevase a la creación, en los años cincuenta, de organizaciones de seguridad del Estado, dotadas de mucho personal, algu­nas de las cuales fueron disueltas posterior­mente. Cabe notar que en Rumania, por ejem­plo, se prestó más atención al fortalecimiento de las fuerzas de la Securitate que a las del ejér­cito. Resulta instructivo también recordar los países en los que sobrevivieron dichas organi­zaciones.

Los años posteriores a 1957 se caracteriza­ron por un optimismo que se debía en gran par­te al despliegue de los misiles nucleares. Khrus-hev llegó a un punto en que puso todas sus cartas del lado de las armas nucleares, exage­rando su número real en discursos públicos7 y comenzó a frenar el desarrollo de las fuerzas convencionales. Sin embargo, los americanos lograron equilibrar la situación rápidamente: durante la crisis de Cuba , tenían al menos una ventaja de 20 a 1 en cuanto al número de misi­les. La crisis de los misiles calmó la euforia so­viética, pero también tuvo un efecto modera­dor sobre la forma de pensar de Estados Unidos. A m b o s países adquirieron conciencia de la gravedad de la amenaza mutua y a partir de entonces, ambos se esforzaron por evitar el peligro de un apocalipsis. El año 1962 marcó el comienzo de la détente, caracterizada por la vo­luntad de evitar una confrontación directa en­tre las superpotências, y por un cierto deseo de llegar a una fórmula de transacción racional en numerosos campos.

Sin embargo, la esquizofrenia soviética no cejó durante este período de detente. Primero bajo el liderazgo de Khrushev, y luego con Brezhnev, los soviéticos comprendieron que la predestinación en la que habían creído no se estaba produciendo en Europa, y continuaron

la «lucha internacional de clases» en el Tercer M u n d o . En muchos casos, esta esquizofrenia se debía al hecho de que el apoyo a los movimien­tos «progresistas» aumentaba paradójicamente las percepciones de amenaza soviética. Según la vieja ideología, todas las intervenciones que promovían la victoria de las «fuerzas socialis­tas» en el Tercer M u n d o formaban parte de la evolución natural de la historia y eran por lo tanto legítimas, en tanto que las intervenciones occidentales que se oponían a este proceso eran necesariamente agresivas e imperialistas, y por tanto ilegítimas. Es posible que Moscú tuviera también la impresión de que los Estados occi­dentales amenazaban la seguridad de la Unión Soviética de manera directa en el Tercer M u n ­do. En el espectáculo de un cabaret de Buda­pest se hacía la pregunta «¿Por qué son los Es­tados Unidos una potencia imperialista?» «Porque intervienen en los asuntos internos de la Unión Soviética en el m u n d o entero». La aversión soviética quedaba confirmada cuando las intervenciones occidentales ayudaban a m e ­nudo a la extrema derecha, a las dictaduras co­rrompidas y liquidaban movimientos que te­nían poco que ver con la Unión Soviética o con el c a m p o socialista, tales c o m o el asesinato de Allende y la ayuda prestada a Pinochet en Chile.

La otra razón por la cual la esquizofrenia soviética no menguaba es que Occidente volvió a adquirir rápidamente la superioridad tecno­lógica. Si bien Gagarin fue el primer hombre en el espacio, Armstrong fue el primero en poner el pie en la Luna. Los medios de comunicación de Moscú no cometieron el error de los chinos, que no mencionaron en absoluto este último acontecimiento y, eventualmente, los dirigen­tes soviéticos se dieron cuenta de que la supe­rioridad americana se había transformado en un factor permanente. Esta situación llevó a la Unión Soviética a hacer esfuerzos ilimitados en la esfera del desarrollo militar, sin tener real­mente la esperanza de alcanzar a los Estados Unidos. Por supuesto que no era m u y agrada­ble ser el eterno «segundo», en particular para un país con ambiciones a escala mundial. En esas circunstancias, no había más alternativa que acusar a Occidente, justificadamente, de estimular la carrera armamentista, mostrando que cada sistema de armamento nuevo o más perfeccionado era siempre desplegado por el adversario. Estos análisis olvidaban en general

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el hecho de que los nuevos adelantos se inicia­ban a veces casi al mi smo tiempo, sin que uno de los bandos tuviera conocimiento de lo que hacía el otro.

Así, se libró una especie de guerra imagina­ria entre las principales potencias de la O T A N y la Unión Soviética, al menos con respecto a Europa (las guerras locales del Tercer M u n d o eran genuinas)8. Es interesante observar que se­gún los análisis occidentales, la tesis de la posi­bilidad de evitar una guerra nuclear sólo pasó a formar parte de la doctrina militar soviética a mediados de la década de los sesenta, y la no­ción de que tal guerra debía ser evitada, a m e ­diados de la década de los setenta9. N o cruza­ron la línea divisoria cuando surgía una crisis política en el campo opuesto, aunque la oportu­nidad puede haber sido tentadora. A pesar de que la cantidad de armamentos podía medirse y estimarse su calidad, y de que era posible eva­luar la calificación del personal, las condicio­nes de la infraestructura y la duración probable de la movilización, esto sólo permitía llegar a la conclusión, y no a otra cosa, de que en lo refe­rente a la mayoría de los sistemas de armamen­to de las fuerzas convencionales el Pacto de Varsóvia había adquirido una superioridad nu­mérica considerable. Era m u y dudoso que di­cha superioridad pudiese traducirse en un éxito militar10. Después de todo, prepararse durante décadas para una función de gala sin ensayos era sin lugar a dudas una empresa absurda, cu­ya falta de sentido era claramente percibida in­cluso por los movimientos pacifistas más inge­nuos. Por supuesto que cualquier paso en la carrera armamentista parecía siempre un acto altamente racional desde el punto de vista de los distintos actores, en la medida en que se concebía c o m o un mensaje importante, de he­cho como un mensaje político, en cuanto a la determinación, la intransigencia, el rechazo del compromiso y la superioridad de la sociedad en cuestión.

Cabe notar aquí que la existencia de la supe­rioridad cuantitativa no era sólo el fruto del re­petido complejo de inferioridad, sino la conca­tenación lógica del modelo de producción «socialista», caracterizado por un enfoque «cuantitativo». C o m o se sabe, conforme a este enfoque, la calidad es en general de importan­cia secundaria, un factor casi despreciable (re­cuérdense los datos publicados en esa época acerca de la producción de acero o de leche o

del número de espectadores de los teatros). En comparación con el arsenal del adversario, el despliegue de 10, 20 o 30.000 tanques más qui­zá daba una sensación de victoria a las jerar­quías militares, sin hacer un solo disparo.

La transformación

Antes de que se modificara la situación y se transformaran las percepciones de amenazas, tres secretarios generales se sucedieron a la ca­beza del Partido Comunista de la Unión Sovié­tica". Gorbachev fue el primer líder soviético en reconocer que la amenaza interna era esen­cialmente más grave que la amenaza externa. Esta amenaza sólo se manifestó inicialmente en la falta del crecimiento económico espera­do, pero después apareció también en el fenó­m e n o de crisis. Esta fue la razón por la que Gorbachev y sus partidarios proclamaron el principio de la suficiencia razonable y anuncia­ron que la doctrina militar de Unión Soviética y de la Organización del Pacto de Varsóvia de­bía transformarse12.

El hecho de reconocer y expresar que el ad­versario también podía tener percepciones de amenaza era m u y significativo. Hasta enton­ces, esta posibilidad nunca se había menciona­do, y es m u y probable que ninguno de los líde­res soviéticos anteriores hubiese considerado que la amenaza de Khrushev «os enterrare­mos» apoyada por 40.000 tanques, las tropas cubanas en Angola o las tropas soviéticas en Afganistán, también podría haber causado an­siedad en el bando adverso.

Estos dos factores llevaron lógicamente al reconocimiento del hecho de que, en el campo de las fuerzas convencionales, existían asime­trías entre el Pacto de Varsóvia y la O T A N , y que éstas debían eliminarse sin aumentar los sistemas de armamento existentes. En otras pa­labras, ello significaba que los nuevos dirigen­tes estaban dispuestos a proceder a reducciones en gran escala, y aún más, c o m o se comprobó en las negociaciones de Viena, que estaba dis­puesto a aceptar una paridad. Este hecho es im­portante, y no sólo desde un punto de vista mi­litar. Tal c o m o ya se indicó, las opiniones difieren respecto a c ó m o puede utilizarse la su­perioridad cuantitativa soviética. Según algu­nos especialistas, la superioridad cuantitativa queda compensada con ventaja por la superio-

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ridad cualitativa del campo occidental, que se manifiesta sobre todo en el nivel tecnológico más elevado del armamento, en la mejor for­mación del personal y en unos sistemas más efi­cientes de mando , control y comunicación. El establecimiento de la paridad significaría que la superioridad cuantitativa soviética desapa­recería, mientras que permanecería la superio­ridad cualitativa occidental. Si hasta ahora sólo podían hacerse conjeturas acerca de si los tan­ques fabricados en Occidente tenían una capa­cidad de fuego superior, una mayor precisión o una capacidad de defensa superior a sus equi­valentes soviéticos, y si esta superioridad c o m ­pensaba el mayor número de tanques soviéti­cos, hoy en día podemos afirmar con bastante certeza que, al alcanzar la paridad, la superiori­dad Occidental será general11. Evidentemente, esto lo saben los expertos soviéticos, y por lo tanto se puede sacar la conclusión de que en Moscú ya no existe el temor de un conflicto ar­m a d o en Europa. Probablemente se considera que un ejército convencional más pequeño bas­ta para garantizar la seguridad de la Unión So­viética, claro está con el apoyo de fuerzas nu­cleares disuasivas en el trasfondo. Todo esto revela una reducción considerable en la percep­ción soviética de una amenaza.

La voluntad soviética de establecer la pari­dad también muestra que Moscú no considera que el peligro de que un conflicto del Tercer M u n d o se extienda a Europa sea m u y impor­tante. Ello se deriva lógicamente del cambio de estrategia según el cual la Unión Soviética no desea continuar «la lucha internacional de cla­ses» en el Tercer M u n d o . La retirada de Afga­nistán y el hecho de que Moscú convenciese a Cuba para que se retirase de Angola, y a Viet­n a m para que abandonase Camboya , atesti­guan este cambio de orientación. Habida cuen­ta de que una parte de las amenazas percibidas por los soviéticos tenía su origen en los conflic­tos del Tercer M u n d o , c o m o resultado de las acciones anteriores también desaparecerán es­tas percepciones.

Sin embargo, el cambio más importante se produjo cuando Moscú modificó las fronteras de la región de Europa que consideraba amena­zada (más exactamente cuando permitió que la historia las modificara). Claro está que ello constituyó el resultado de un proceso. El nuevo dirigente soviético no abandonó la doctrina Brezhnev inmediatamente después de asumir

el poder. Primero procuró reducir la presencia soviética en Afganistán, luego se retiró comple­tamente, sin declarar sus objetivos con respec­to a Europa. Sólo más tarde, a decir verdad en un lapso de tiempo m u y breve y paralelamente al proceso de cambios en Europa Oriental, llegó a la conclusión de que no debía continuar la política de sus predecesores y sólo entonces re­nunció oficialmente a la doctrina Brezhnev. El nuevo dirigente se dio cuenta de que cualquier tipo de injerencia sería incompatible con su nueva filosofía política y, más aún, de que la vieja política habría tenido efectos desastrosos para la «perestroika» en la propia Unión Sovié­tica. Además , comprendió que no tendría sufi­cientes fuerzas para contener la ola revolucio­naria en Europa Oriental, pues la gestión de sus crisis internas cada vez más profundas estaban consumiendo toda su energía. U n o de los as­pectos más importantes de la rápida transfor­mación en la manera de pensar de Moscú fue en el hecho de que si bien se limitó a reconocer los cambios en Hungría y en Polonia, según al­gunas fuentes, apoyó explícitamente el derro­camiento de los regímenes estalinistas en Ber­lín, Praga y Bucarest. Esto lo hizo a pesar de que tenía conciencia de que los nuevos regíme­nes, c o m o ocurrió en Hungría y en Polonia, to­marían medidas mucho m á s radicales que las que hoy se identifican con la «perestroika» en la Unión Soviética.

Al renunciar a la doctrina Brezhnev, la prin­cipal fuente de la percepción soviética de a m e ­nazas (así como de su esquizofrenia) había des­aparecido, juntamente con la intangibilidad de la construcción geoestratégica y geopolítica es­talinista. M á s exactamente, la amenaza había cesado de existir de manera irreversible en el sentido geopolítico: en Europa Oriental, la Unión soviética ya no tenía nada que defender. En los próximos meses se verá qué ocurrirá en la esfera geoestratégica.

En lo referente a este último aspecto, duran­te mucho tiempo nadie pensó que las potencias de la O T A N podían amenazar el territorio de los Estados de Europa Oriental en el sentido clásico, y por ende la seguridad militar de la Unión Soviética. Incluso durante las crisis más agudas (en 1956, 1961, 1968 o 1981) nadie acu­só a los miembros de la O T A N de estar traman­do planes de adquisiciones territoriales, salvo a las referencias obligatorias al «revanchismo de Alemania Occidental» que, sin embargo, esta-

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La parte del telón de acero entre Hungría y Austria. Su apertura por parte de los húngaros en 1989 marcó el inicio del fin de la separación entre Europa del Este y del Oeste. Lessmg/Magnmn.

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ban sólo destinadas a fomentar las percepcio­nes de amenazas que podían derivarse de la reunificación alemana. Esta memoria histórica del cataclismo de la Segunda Guerra Mundial, la aparición de las armas nucleares y la crea­ción de un sistema económico mundial cualita­tivamente nuevo eliminaron la adquisición de territorios de las posibles opciones estratégicas. Lo que estaba en juego en Europa Oriental era únicamente el mantenimiento del orden socio-político, que naturalmente también podría ha­berse modificado mediante la intervención mi­litar externa. Afortunadamente, durante las últimas cinco décadas nadie hizo, ni podía ha­cer, una tentativa semejante. La seguridad de los Estados de Europa Oriental, en el sentido militar, estaba amenazada exclusivamente por sus propios aliados, a veces de una manera m u y tangible, aunque indudablemente sin reivindi­caciones territoriales, desde 1945.

Moscú no sólo puso fin a las limitaciones ideológicas de su política europea, que ante­riormente parecían válidas para la eternidad, sino que también comenzó a reexaminar sus puntos de vista militares. En otras palabras, el liderazgo soviético aceptó los cambios geopolí­ticos en Europa Oriental y ahora está adoptan­do su orientación geoestratégica a dichos cam­bios. Este último aspecto se manifestó de manera evidente en relación con las tropas so­viéticas estacionadas en cuatro países de Euro­pa Oriental. En junio de 1989, cuando se proce­dió al nuevo enterramiento de Imre Nagy, el pueblo húngaro manifestó su asombro cuando uno de los representantes de la oposición exigió la retirada de las tropas soviéticas. El público no estaba al corriente de las consultas confiden­ciales que se habían celebrado previamente en­tre los dos gobiernos en cuanto a la posibilidad de retirar las tropas, aunque en esa época las negociaciones no habían tenido éxito. Shevar-nadze había sostenido que la posición soviética se habría debilitado considerablemente si antes de que se terminaran las negociaciones C F E en Viena, se hubiese anunciado unilateralmente la retirada de las tropas estacionadas «temporal­mente»14. Los acontecimientos recibieron el impulso final con la transformación revolucio­naria en Checoslovaquia, tras lo cual Vaclav Havel planteó sin miramientos la cuestión de la retirada de las tropas. Moscú y la élite militar soviética no tenían mucha opción. Si no que­rían enfrentarse con protestas de masa contra

la presencia soviética, seguidas de manifesta­ciones, pancartas de «¡Fuera los rusos!» o, en el peor de los casos, explosiones y otras atrocida­des, debían sentarse a la mesa de conferencias y no sólo con los checoslovacos. El Gobierno húngaro aprovechó inmediatamente la oportu­nidad y también anunció su voluntad de nego­ciar15. En ambos países las conversaciones con­dujeron a resultados sorprendentes. M o s c ú comprendió que no podía esperar a que termi­nasen las negociaciones de Viena y, finalmente, aceptó retirar todas sus tropas antes del 30 de junio de 1991 l6.

En el m o m e n t o de escribir este artículo, es­taba por firmarse un acuerdo sobre la retirada de las tropas soviéticas estacionadas en la R e ­pública Democrática Alemana y en Polonia. Gorbachev es probablemente consciente de la inevitabilidad de la retirada; el ejército estacio­nado en estos dos países, menos de medio m i ­llón de soldados, sirve sólo c o m o argumento en manos de Moscú en las negociaciones sobre el futuro de Alemania.

N o creo que haya ningún obstáculo para la retirada de las tropas soviéticas, excepto el ya mencionado. Es absurdo suponer que la pre­sencia soviética continuará en la parte oriental de una Alemania unificada. Si no puede llegar­se a un acuerdo de aquí a entonces, las pancar­tas de «¡Fuera los rusos!» aparecerán en Dres­den y en Leipzig como aparecieron en Praga y en Budapest. En cuanto a Polonia, la situación es diferente ya que Varsóvia teme la unifica­ción alemana y por lo tanto, por el momen to , no alienta a la Unión Soviética a retirarse. Si, desde un punto de vista político, no hay nada que defender en los países de Europa Oriental, quiere decir que la amenaza occidental ha cesa­do de existir. Si la orientación principal de los procesos orgánicos de transformación coincide con los intereses a largo plazo de la política ex­terior de las potencias occidentales, sería c o m ­pletamente irrealista temer cualquier «apre­mio» militar de dichos procesos. Occidente apenas debería intervenir en las transformacio­nes en términos militares, puesto que basta proporcionar apoyo político para impedir que las economías nacionales de los países interesa­dos se desplomen durante el período de transi­ción y en los años siguientes. D e momento , no hay que temer una invasión militar o económi­ca. El capital internacional no parece prever in­vadir Hungría o Polonia; sólo los capitales de la

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República Federal de Alemania muestran gran interés en la República Democrática Alemana.

Los acontecimientos mencionados son tam­bién prometedores desde el punto de vista de la seguridad soviética. Si Occidente no tiene nin­gún interés en intervenir militarmente en Euro­pa Oriental, no habrá que desplegar tropas en los Estados fronterizos con la Unión Soviética. Aunque los estrategas militares siempre tienen que ponerse «en el peor de los casos», la analo­gía con 1941 sería absurda, ya que nadie quiere atravesar los países de Europa Oriental para amenazar la existencia de la Unión Soviética. La referencia incesante a esta hipótesis tiene un carácter de manipulación, o revela que al­gunas personas interrumpieron sus estudios de historia en el capítulo sobre la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuál sería la situación de Europa Occidental hoy en día si los alemanes y los franceses hubiesen establecido sus rela­ciones en la década de los cincuenta basándose en sus recuerdos de las tres guerras anteriores? Además , las fuerzas de la O T A N serían actual­mente y en un futuro inmediato poco aptas pa­ra llevar a cabo esta estrategia militar ofensi­va, y la Unión Soviética seguiría siendo una potencia nuclear contra la cual sólo podría lanzarse una guerra de intervención a expen­sas de un gran riesgo.

Naturalmente el argumento inverso tam­bién es válido. Las transformaciones en los paí­ses de Europa Oriental no pueden dejar de afec­tar las percepciones de amenazas de la O T A N . Las hipótesis de un «ataque por sorpresa», que nunca tuvieron fundamentos sólidos, han per­dido finalmente todo sentido. Las fuerzas ar­madas unificadas del Pacto de Varsóvia difícil­mente podrían hoy ser lanzadas y controladas por un m a n d o central. Cualquier otra hipótesis de conflicto armado limitado tiene poca proba­bilidad de materializarse ya que, sin el apoyo del país huésped, las tropas soviéticas estacio­nadas en Europa oriental no estarían en condi­ciones de amenazar la seguridad de un Estado miembro de la O T A N . Desgraciadamente, es­tas consideraciones se reflejan m u y poco de momento en la doctrina militar y en las reglas operacionales de la O T A N y, lo que quizá sea más importante, en su programa de moderniza­ción de armamentos. Es sabido que el desarro­llo de nuevos armamentos desde la planifica­ción al despliegue, lleva de 5 a 15 años, según el sistema de armamento. Por el momento , no te­

nemos conocimiento de ningún cambio impor­tante en el programa actual de la O T A N .

Sólo se oyen rumores de planes e ideas. Es alentador naturalmente que la O T A N haya fi­nalmente renunciado a la «modernización» de los misiles L A N C E , y que el Grupo de Alto ni­vel haya iniciado la retirada de la artillería nu­clear de la República Federal de Alemania17. Los participantes occidentales en las conferen­cias científicas internacionales ya han explica­do en diversas ocasiones que, a raíz de la retira­da de las tropas soviéticas de Europa Oriental, la doctrina oficial de la O T A N , de «la respuesta flexible» está perdiendo su sentido, ya que se basaba en el supuesto de que Estados Unidos, enfrentados contra el avance arrollador de las fuerzas convencionales soviéticas se verían obligados, tarde o temprano, a utilizar sus ar­mas nucleares en el campo de batalla. La apari­ción de una zona libre de armas soviéticas, de 400 a 600 kilómetros, es decir de un cordón de seguridad a lo largo de las fronteras actuales entre el Este y el Oeste pondría término a la percepción de amenazas en que se basa la doc­trina de la O T A N y la de los Estados Unidos. Asimismo, el concepto de F O F A (ataques con fuerzas de seguimiento) también quedaría anti­cuado, puesto que estos supuestos golpes en profundidad sólo significarían que las fuerzas de la O T A N atacarían, en su centro mismo, a las instituciones democráticas emergentes en los Estados de Europa Oriental.

D e hecho, estoy convencido de que la re­ducción de las percepciones de amenazas im­plicaría también que ambas alianzas militares han perdido su razón de ser. La Organización del Pacto de Varsóvia no se estableció con el objetivo de que, en caso de agresión externa, los países de Europa Oriental vinieran en ayu­da de la Unión Soviética sino, al contrario, de que la Unión Soviética defendería el imperio creado por Stalin contra todos los peligros ex­ternos e internos, en ausencia del cual, la Orga­nización ya no tiene sentido. Moscú probable­mente es consciente de este hecho; parece, no obstante, que el límite se fijaría en el hecho de seguir siendo miembro del Pacto de Varsóvia. Los dirigentes soviéticos posiblemente no tole­rarían que se traspasase ese límite, es decir, que un país se retirara del Pacto de Varsóvia. Evi­dentemente, el hecho de ser miembro parece ofrecer una garantía de que seguirá existiendo un cordón de seguridad a lo largo de las fronte-

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118 Lúszló lïi/ki

ras de la Unión Soviética y de que su posición geoestratégica no cambiará desfavorablemen­te.

En este sentido, los dirigentes de Moscú de­searían mantener algunos elementos del statu quo geoestratégico. Aunque no han protestado contra la adopción de ningún tipo de sistema político en los países de Europa Oriental, inter­pretarían la retirada del Pacto de Varsóvia co­m o una oportunidad para que un país dado se incorporara a la zona de influencia de la OTAN.

Es sintomático de que durante las negocia­ciones húngaro-soviéticas sobre la retirada de las tropas, los negociadores soviéticos temieran que un día Hungría permitiese que las fuerzas militares de una tercera potencia entraran en el país, aunque se tratase simplemente de dejar que los aviones de reconocimiento A W A C so­brevolasen su territorio, por no hablar del des­pliegue de instalaciones permanentes o de la entrega a dicha potencia de los centros de m a n ­do, control y comunicación abandonados por el ejército soviético.

Sin embargo, la historia por lo general no tiene en cuenta las percepciones de amenazas que existen temporalmente durante las princi­pales transformaciones sociales. Si se eliminan los principales obstáculos al desarrollo de los procesos sociales orgánicos, las percepciones secundarias no pueden frenar las transforma­ciones. Lo esencial son los procesos sociales profundamente arraigados y no el manteni­miento de un marco jurídico sin sentido. D e hecho, después de la retirada de las tropas so­viéticas sólo un factor puede a lo sumo mante­ner en existencia el Pacto de Varsóvia: el gran interés tanto en el Este c o m o en el Oeste por mantener a Gorbachev en el poder. Se estima en general que una retirada unilateral de la Or­ganización del Pacto de Varsóvia pondría en peligro la posición del Presidente soviético, lo que aparentemente todos quieren impedir co­m o lo demuestra la actitud reciente de los paí­ses occidentales en relación con los Estados bálticos. Por esta razón, el nuevo Gobierno de Hungría expresó sus opiniones con mucha cau­tela. El Ministro de Asuntos Exteriores anunció que no tenía intención de actuar unilateral­mente; su objetivo era que todos los miembros del Pacto de Varsóvia, incluyendo naturalmen­te a la Unión Soviética, iniciaran negociaciones conjuntas con miras a la disolución de la Orga­

nización18. La primera etapa consistiría proba­blemente en poner término al sistema de m a n ­do y control integrado y centralizado, por ser incompatible con la soberanía de los países de Europa Oriental el hecho de que una parte de sus fuerzas armadas, en caso de guerra o de alerta, esté controlada por Moscú. Por ello debería di­solverse el M a n d o de las Fuerzas Armadas Uni­ficadas aunque no sería absolutamente necesa­rio, por ejemplo, desmantelar el sistema de alerta temprana del Pacto de Varsóvia, puesto que podría seguir siendo útil hasta que se llega­ra a un amplio acuerdo entre el Este y el Oeste sobre el control de armamentos, a fin de tener en cuenta los intereses de seguridad legítimos de la Unión Soviética.

Del m i s m o m o d o , los órganos consultivos también podrían ser útiles durante algún tiem­po, para aplicar los acuerdos a que se llegase en las negociaciones C F E de Viena o durante el proceso de la reunificación alemana, en que los Estados miembros actuales pueden discutir, pero no tomar decisiones, acerca de los nuevos problemas.

A fin de eliminar cualquier temor por parte de la Unión Soviética en materia de seguridad una vez que se ponga término al Pacto de Var­sóvia, son varias las soluciones jurídicas inter­nacionales disponibles. Aunque los acuerdos bilaterales en vistas de amistad, cooperación y asistencia mutua no pueden mantenerse, ya que se refieren explícitamente a la protección del «sistema socialista», pueden ser reemplaza­dos por nuevos acuerdos según la «fórmula Fin­landesa». Según el acuerdo fino-soviético de 1948, ninguna de las partes puede formar parte de una «alianza o coalición» «dirigida» contra la otra parte. U n a prohibición de ese tipo po­dría extenderse a todas las alianzas militares bilaterales o multilaterales a fin de evitar posi­bles controversias acerca de la interpretación del término «dirigida». Al m i s m o tiempo, de­bería omitirse en estos instrumentos bilaterales la obligación de asistencia mutua, que sigue fi­gurando tanto en los acuerdos actuales c o m o en el acuerdo fino-soviético. U n a solución de este tipo contribuiría probablemente a impedir el desarrollo de una percepción de amenaza por parte de la Unión Soviética en relación con Eu­ropa Oriental.

D e hecho, estoy convencido de que la aboli­ción del Pacto de Varsóvia conduciría a la abo­lición de la O T A N en un período de tiempo

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La evolución en las percepciones de las amenazas en Europa Oriental 119

El final de la Segunda Guerra Mundial en Europa: las tropas soviéticas abandonan progresivamente la Alemania oriental, que quedó unida a la Alemania occidental el 3 de octubre de 1990. Nmosn.

históricamente breve. La razón es simple: la creación de la O T A N se debió a la amenaza resultante de la ideología y el poder militar co­munista. Es obvio que una vez desaparecido es­te último también deberá desaparecer el prime­ro. Paulatinamente la O T A N perderá su misión original y será difícil encontrarle una nueva función. La situación de la integración militar occidental no puede equipararse a una integración económica, pues si bien la amenaza oriental desempeñó un papel importante en la creación de las Comunidades Europeas, no desempeñó en absoluto un papel decisivo. Aun­que las relaciones entre los miembros europeos de la O T A N con los Estados Unidos nunca se asemejaron a las de los Estados de Europa Oriental con la Unión Soviética, es posible que los políticos de Europa Occidental también acogieran favorablemente una mayor autono­mía de sus países. En caso contrario, tarde o temprano, aparecerían los eslogans de tipo Yankee go home! en los muros de Europa Occi­

dental y una vez más habría asaltos a las bases militares americanas. La O T A N no puede so­brevivir c o m o una alianza militar solitaria por­que no tendría su polo opuesto. Aunque el te­rrorismo del Oriente Med io o el fundamentalismo islámico militante conlleva graves peligros, ninguna de estas imágenes del enemigo puede colmar el vacío dejado por el Pacto de Varsóvia. Naturalmente, por el m o ­mento, todo indica que ni Estados Unidos ni los demás Estados miembros piensan seria­mente en liquidar la alianza occidental. Esto es plenamente comprensible. Mientras la Unión Soviética no lleve a cabo una reducción drásti­ca, ante todo de sus fuerzas convencionales, mientras las relaciones de poder no se modifi­quen en ese vasto imperio, bien mediante la creación de una federación auténtica, de una confederación más o menos flexible, o incluso la aparición de algunos Estados autónomos, mientras Moscú no permita finalmente que se desarrolle un proceso histórico orgánico, los

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120 László Valki

miembros de la alianza occidental sentirán la necesidad de la integración militar y de mante­ner la estructura de un sistema común de toma de decisiones políticas. La política exterior de Gorbachev, la retirada de las tropas soviéticas a varios centenares de kilómetros y la liquida­ción del Pacto de Varsóvia no bastan por sí mismas. Por lo tanto, no es sensato vincular la disolución del Pacto de Varsóvia a la disolu­ción de la O T A N , a menos que la intención real sea ocultar el hecho de que se desea mantener la existencia del Pacto de Varsóvia.

Pero incluso si se cumplen estas condicio­nes, algunos miembros de la O T A N pueden es­timar necesario mantener algún tipo de presen­cia americana en Europa. En este sentido, po­drían ser útiles los acuerdos bilaterales, similares a los que los Estados Unidos tiene concertados actualmente, en forma de acuer­dos de asistencia mutua o de instalación de ba­ses militares, entre otros, con países miembros de la O T A N . La presencia limitada podría con­sistir en el despliegue de un número simbólico de tropas y el mantenimiento de armamentos y de equipos de infraestructura, que permitiesen el regreso de tropas americanas al continente en números superiores en caso de que surgiera una amenaza.

Se espera que como resultado de los proce­sos de transformación en Europa Oriental, des­aparezcan no sólo las alianzas militares sino también el concepto de Este y Oeste como con­ceptos políticos. Está surgiendo una Europa de democracias pluralistas que conducirá al esta­blecimiento de un sistema de seguridad paneu-ropeo. H o y en día, las grandes líneas de un sis­tema institucional de esa índole son claramente visibles. Algunos desearían concebirlo en el marco de la C S C E , con la participación de las dos grandes potencias. Otros piensan en exten­der la Unión de Europa Occidental y otros de­searían la creación de las Naciones Unidas de Europa, con el establecimiento de un Consejo de Seguridad europeo y un ejército común. Sin embargo, la historia contemporánea ha demos­trado que sólo un tipo de sistema de seguridad resulta viable: el sistema de bloques militares antagónicos en el que ambos bandos tienen fuerzas nucleares de disuasión. Este es precisa­mente el tipo de sistema que está perdiendo su finalidad ante nuestros ojos. Todos los demás sistemas de seguridad han demostrado ser ine­ficaces o lo demostrarían en caso de producirse

un conflicto armado. La C S C E , con su rígido sistema de toma de decisiones, sería absoluta­mente inadecuado, ya que debería decidir acer­ca de un conflicto entre partes que son a su vez miembros de la organización, y que por lo tan­to tendrían derecho de veto. Nadie aceptaría un sistema de «asambleas» regido por el voto de la mayoría, aunque los Estados miembros fueran democracias pluralistas. La ampliación de la Unión de Europa Occidental se limitaría a establecer un nuevo sistema de alianzas, pero cabe preguntarse, ¿con qué participación y pa­ra solucionar qué conflictos? C o n respecto a un Consejo de Seguridad, es bien sabido que en el marco de las Naciones Unidas nunca ha podi­do establecerse una fuerza militar conjunta; es­te tipo de institución no podría crearse tampo­co en Europa, con participantes europeos (más los americanos). ¿Quién proporcionaría el nú­cleo de las fuerzas armadas y cuál sería la com­posición del órgano supranacional con faculta­des para decidir acerca de su utilización? La experiencia histórica muestra que sólo un Esta­do o una alianza de Estados individuales puede tomar decisiones socialmente válidas y eficaces por lo que respecta a la utilización de los m e ­dios de violencia, puesto que sólo los Estados poseen el monopolio de la violencia, en el senti­do weberiano. Es difícil imaginar que los pue­blos del continente desearan crear un Estado supranacional, simplemente para llenar el va­cío de poder.

A mi juicio no deberíamos, por lo tanto, volver a pensar en el establecimiento de un nuevo sistema de seguridad europeo, sino apli­car la receta del funcionalismo que resultó tan eficaz en el período histórico que siguió a 1945: vincular a los Estados de tal m o d o que sean in­separables. Así, más que ampliar la Unión de Europa Occidental, debería ampliarse el Con­sejo de Europa, en el marco del cual una coope­ración amplia es posible en varios campos. La C S C E puede mantenerse, pero sólo como órga­no consultivo y no como órgano decisorio. Sin embargo, la tarea más importante consiste en hacer participar a los países de Europa Oriental en la integración de Europa Occidental. El pri­mer paso se dio en abril de 1990 en la Confe­rencia de las Comunidades Europeas de D u ­blin, al esbozarse un plan de acuerdos de aso-ciación'1'. Los doce Estados miembros difícilmente pueden ir más lejos en un futuro inmediato, ya que pasará mucho tiempo antes

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La evolución en las percepciones de las amenazas en Europa Oriental 121

de que los países de Europa Oriental puedan pretender ser miembros de pleno derecho. Sin embargo, a largo plazo, el objetivo podría ser una integración paneuropea, en cuyo marco una amenaza contra la seguridad nacional sería inimaginable, como ocurre actualmente entre los miembros de las Comunidades Europeas.

Hasta entonces, los pequeños Estados de Europa Oriental deberán proteger su seguridad nacional por sus propios medios. Esta seguri­dad ya no puede verse amenazada por un peli­gro total. Es de suponer que la O T A N podría representar una fuerza disuasiva suficiente, si los líderes soviéticos actuales fueran reempla­zados por la vieja guardia que intentaría resta­blecer la situación anterior a 1985 o anterior a 1990. Aunque todo está lejos de tranquilizar a Europa Oriental, es preferible partir de una realidad que establecer un sistema institucio­nal que no sería operacional.

C o m o resultado del proceso de transforma­ción en Europa Oriental probablemente deja­rían de existir no sólo las alianzas militares sino también las nociones de Este y Oeste c o m o con­ceptos políticos. Aunque temo que continúen las disparidades económicas, hay muchas espe­ranzas de que emergerán en Europa una c o m u ­nidad de democracias pluralistas. Así, la tarea de estudiar las relaciones de poder sumamente complejas entre el Este y el Oeste se reducirá al estudio de las relaciones entre las dos superpo­tências. Sin embargo, se plantea la cuestión de si surgirá una tercera gran potencia, aunque só­lo de carácter regional, en la forma de una Ale­mania unificada.

A mi juicio, la razón de la división de Ale­mania fue debido a la partición de Europa y al hecho de que Alemania Oriental quedara so­metida al dominio extranjero. Si este último deja de existir, tampoco puede mantenerse la división mencionada. En 45 años, no surgió la nación Alemana «socialista», contrariamente a la afirmación de Honeker. y la República D e ­mocrática Alemana no se convirtió en una se­gunda Austria. Al propio tiempo, muchos te­m e n que la reunificación contribuya a un resur­gimiento del nacionalismo alemán. Este es un fenómeno psicológico comprensible por parte de la generación que experimentó directamen­te el Tercer Reich. Sin embargo, estimo que las analogías históricas de 1933 o 1939 ya no tie­nen validez. N o veo por qué una Alemania uni­ficada debería regresar al punto en que comen­

zó el Tercer Reich. D e hecho, una regresión de esa índole sería imaginable sólo si volvieran a presentarse las condiciones de hace cincuenta años, lo que es completamente irrealista. El an­tídoto más importante y más fiable contra el nacionalismo es la integración europea. El na­cionalismo vendría causado más bien por unas políticas destinadas a impedir que los alemanes del Este ejerzan su derecho a la libre autodeter­minación.

Evidentemente, no todos los políticos c o m ­parten este punto de vista. En un principio, Margaret Thatcher expresó sus recelos en los términos más estridentes, pero también los po­lacos, los soviéticos y otros líderes expresaron sus reservas. Desde entonces, los políticos británicos y soviéticos han cambiado de pa­recer, pero sigue habiendo reservas por parte de Polonia. Esto se debe en gran parte a las vaci­laciones que, curiosamente, mantuvo durante mucho tiempo Helmut Kohl en cuanto al reco­nocimiento de la actual frontera polaco-alema­na. En vez de decir inmediatamente que nunca se volvería a las fronteras del Tercer Reich. Kohl hizo varias declaraciones ambiguas acer­ca del nuevo parlamento de una Alemania uni­ficada, que debería tomar las decisiones apro­piadas. La actitud del Canciller fue incompren­sible porque en los llamados acuerdos orientales (Ostvertäge), Alemania Occidental ya había reconocido la frontera polaco-alema­na, y lo mi smo había hecho la República D e ­mocrática Alemana en 1950. Así, por lo que respecta a la situación jurídica internacional, la cuestión es m u y sencilla: si dos Estados se unen, entran en vigor las normas de la sucesión de Estados, lo que implica en este caso que dos obligaciones que fueron contraídas por separa­do, se fundan simplemente por ser concordan­tes. N o emerge una nueva situación jurídica;' nadie puede referirse a «un cambio de circuns­tancias» y la cuestión puede considerarse re­suelta. Por lo tanto, las reservas de Polonia en. lo que respecta a la unificación no son sorpren­dentes: la desconfianza emocional fue amplifi­cada por las declaraciones del Canciller. Des­pués de las negociaciones «dos más cuatro», el Gobierno de Polonia terminó por aceptar la propuesta del señor Kohi y se contentará con esta solución. ¿Significa esto que están apare­ciendo nuevas percepciones de amenaza en Eu­ropa? La respuesta es probablemente sí. Estas y otras percepciones similares tienen consecuen-

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122 Maurice Bertrand

cias negativas como se vio claramente por la ac­titud del Gobierno de Polonia, por el hecho de que no ha instado a la Unión Soviética a retirar sus tropas y que no ha insistido en una revisión del Pacto de Varsóvia. Sin embargo, c o m o la amenaza real por parte de una Alemania unifi­cada no se materializará, estoy convencido de que pronto desaparecerán las percepciones con­siguientes. Sin embargo, esto sólo puede ocurrir si la República Federal Alemana actual y el futu­ro gobierno de la Alemania unificada siguen una política más prudente que la actual, y en sus de­cisiones y declaraciones, tienen en cuenta unas percepciones que están profundamente enraiza­das desde hace cincuenta años.

¿Dónde están todos aquellos soldados? m e preguntaba en el título de este artículo.

Por supuesto, los soldados no desaparecie­ron ni desaparecerán; simplemente abandona­rán los países extranjeros. Sus alianzas se disol­verán y serán reemplazadas por una coope­

ración panaeuropea no militar. N o se estable­cerán nuevas alianzas. Aunque el número de soldados en cada país se reducirá, el número de soldados profesionales probablemente perma­necerá al mismo nivel. D e hecho, todos los Es­tados europeos necesitarán unas fuerzas arma­das reducidas pero altamente cualificadas que puedan defender en caso de necesidad los inte­reses de la seguridad nacional.

N o es posible prever actualmente si nuevas amenazas reemplazarán las viejas que están desapareciendo. U n a vez que se disuelvan las alianzas, se producirá en el continente una es­pecie de vacío de poder, pero puede ocurrir que incluso hoy esa noción sea caduca. Por el m o ­mento, puede afirmarse con seguridad que si surgen nuevas percepciones de amenazas en uno u otro país, nunca alcanzarán el nivel ab­surdo de la Confrontación Este-Oeste durante los últimos cuarenta y cinco años.

Traducido del inglés

Notas

1. El tamaño de los territorios invadidos y de la población que habitaba en ellos era considerable, del orden de 450.000 k m 2 , con un total de 21 millones de habitantes (Lituânia. Letónia. Estonia. Ucrania Occidental. Bielorrusia Occidental y ciertas partes de Finlandia. Moldavia y Besarabia).

2. Alemania del Este. Polonia, Checoslovaquia. Hungría. Rumania y Bulgaria.

3. El sistema político que se convertiría en el modelo de Europa Oriental, esto es. la unificación forzada de los Partidos Comunista y Socialdemócrata. se llevó a la práctica en Alemania Oriental mucho antes que en otros países

(21 y 22 de abril de 1946). En las elecciones locales celebradas en septiembre de 1946 el S E D unificado (Sozialistische Einheitspartei Deutselllands) obtuvo el 57 % de los votos v en

diciembre de ese año. como resultado de un referendum «nacional», se nacionalizaron las propiedades de antiguos nazis en las zonas de ocupación soviética, lo que supuso más del 90 % de las empresas más importantes.

4. Fleming opina con otros autores que los orígenes de la «guerra fría» deben buscarse en la guerra de intervención contra Rusia Soviética y en el hecho de que Estados Unidos se negaron a reconocer, después de la Segunda Guerra Mundial, los intereses legítimos de Unión Soviética en materia de seguridad. Entre otras muchas obras pueden consultarse las siguientes: Denne F. Fleming, The Cold U 'ar and its Origins (New York: Doubleday, 1961). Véase también Gar Alperowitz, .Momie Diplomacy: Hiroshima and Potsdam, the Use of Atomic Bomb and the American Confrontation with Soviet Power (New York:

Simon and Schuster, 1965). David Horowitz. From Yalta to 1 ietnam: American Foreign Policy in the (>>/<:/HÜ/-(New York: Hil and W a n g . 1971). Michael Wolffsohn Die Debatte über den Kalten Krieg: Politische Konjunkturen. Historische-politische Analysen (Opladen: Leske Verlag, 1982), William A . Williams. The Contours of American History. (Chicago: World Publishing Company . 1961 ), etc.

5. Entre los numerosos trabajos consagrados a esta cuestión, cabe citar la obra de Michael McGwire, Military Objectives in Soviel Forcing Polier (Washington. D . C . , The Brookings Institution. 1987).

6. Otro tanto cabe decir de los autores húngaros. Véase, por ejemplo. Agota Szirles.lóvér. Tönendem (Historia), manual utilizado en el cuarto curso de la enseñanza secundaria en Hungría

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La difícil transformación de la limitación de armamentos» a «un sistema mundial de seguridad» 123

(Budapest, Tankonykiadó. 1982).

7. A este respecto, remitimos m u y particularmente al lector al discurso pronunciado por Khrushev ante el Soviet Supremo de la U R S S (Pravda, 15 de enero de 1960).

8. La expresión imaginary war (guerra imaginaria) fue empleada por primera vez por Mary Kaldor, The Baroque Arsenal ( Abadus. Sphere Books Ltd.. 1982).

9. Véase McGwuire. op. cit.

10. Véase B . R . Posen, «Measuring the Conventional Balance». International Security 9 (1984-1985).

11. Los primeros indicios de revisión de la doctrina militar soviética se remontan al discurso pronunciado por M r Gorbachov en el 27° Congreso del Partido

Comunista de la Unión Soviética (Pravda, 26 de febrero de 1986). Posteriormente, se hicieron en la Llnión Soviética un gran número de declaraciones en este sentido. Véase por ejemplo, la alocución que pronunció Chevardnadze el 25 de julio de 1988 en una reunión celebrada en el Ministerio Soviético de Asuntos Exteriores (Mczldunarodnaia Zhizny. 1988).

12. Véanse las resoluciones 1986 y 1989 de la Comisión Consultiva Política de la Organización del Tratado de Varsóvia (Ncpszabadsúg. 12 de junio de 1986 y 30 de mayo de 1987).

13. «European Security: A comparative Analysis of Quality and Quantity of Military Forces and \\ capons Systems. » Centro de Investigaciones sobre la Paz. Budapest, 1989 (inédito).

14. Dato proporcionado al autor por el ex ministro de asuntos

exteriores de Hungría Gyula Horn.

15. El autor del presente artículo tuvo el honor de participar en estas negociaciones.

16. D e hecho, la fecha límite se fijó en el curso de unas negociaciones entre soviéticos y checoslovacos. Semanas más tarde, los húngaros no pudieron obtener que se fijase una fecha límite más concreta.

17. h'épszahadság, 28 de abril y 11 de mayo de 1990.

18. i\'épszahtidság. 6 de abril de 1990. El partido de oposición «Alianza de Demócratas Libres» había reclamado ya en el Parlamento que se prescindiera unilateralmente el Tratado (Xépszahadság, 10 de mavo de 1990).

19. iXépszahadság, 29 de abril de 1990.

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Los conflictos étnicos y sus repercusiones en la sociedad internacional

Rodolfo Stavenhagen

La persistencia de los conflictos étnicos

En una reseña de los Estados en situación de conflicto armado en 1988 se señala que de un total de 111 conflictos en el m u n d o , 63 eran internos y se describe a 36 de ellos como «gue­rras de formación de Estados», es decir, con­flictos en que intervienen un gobierno y un gru­po de oposición que exige la autonomía o la secesión para una etnia o región particular1. D e he­cho, en los últimos años ha disminuido el número de conflictos interestatales clásicos y ha aumentado el número de conflictos in-traestatales, particular­mente en los países del Ter­cer M u n d o . En otro estudio se indica que «las matanzas realizadas por los Estados de miembros de grupos ét­nicos y políticos represen­tan más pérdidas de vidas que todas las demás formas de conflictos mortíferos combinados... c o m o promedio, han muerto a manos del Estado en­tre 1,6 y 3,9 millones de civiles inermes en cada uno de los decenios transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial...»2.

A pesar de estos datos, los especialistas de investigaciones sobre la paz y los conflictos y de las relaciones internacionales, han prestado relativamente poca atención en los últimos años a los conflictos étnicos3. Se ha prestado mayor atención a las confrontaciones entre Es­tados de tipo tradicional. Esta situación se debe

en parte a que muchos especialistas consideran que las confrontaciones étnicas son asuntos in­ternos de los Estados, quizá relacionados con gobiernos dictatoriales y/o represivos, o que son simplemente subproductos de conflictos más amplios.

Los conflictos étnicos y la teoría

A nivel teórico, los conflic­tos étnicos no encajan fácil­mente en los modelos ana­líticos tradicionales de los estudios de los conflictos o de la sociología del cambio y el desarrollo. Durante dé­cadas, el llamado paradig­m a de la «modernización» dominó el pensamiento en las ciencias sociales y, se­gún este punto de vista, el proceso de cambio social va de lo tradicional hacia lo moderno, de lo simple a lo complejo, del «particula­

rismo» al «universalismo», para utilizar con­ceptos elaborados por Parsons en la tradición weberiana. En este marco, los problemas étni­cos pertenecen al m u n d o «particularista» o premoderno, y se dejan de lado en el proceso de modernización. Si se plantean, son considera­dos como «obstáculos al cambio» o si no c o m o una consecuencia de una «modernización in­completa», y por ende de menor importancia para el teórico. Del mismo m o d o , las teorías de la «construcción de las naciones» ponen de re­lieve el carácter global de la transformación de

Rodolfo Stavenhagen es un sociólogo mejicano y profesor en el Colegio de México, Ciudad de México. Fue Direc­tor Adjunto de Ciencias Sociales de la U N E S C O , 1979-81. Autor de varios li­bros, actualmente investiga los proble­mas étnicos en América latina.

RICS 127/Marzo 1991

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126 Rodolfo Starenhagen

las unidades y lealtades subnacionales en el se­no de una entidad política más amplia. U n a vez más los problemas étnicos pueden ser con­siderados c o m o obstáculos en un proceso evo­lutivo más amplio.

Otras teorías vinculan los conflictos básica­mente a intereses económicos, en los que los actores colectivos tienden a ser clases sociales definidas en función de su posición en el siste­m a productivo. Cuando las relaciones sociales de producción son esenciales para determinar las relaciones de poder a nivel de una sociedad y a nivel internacional, los problemas étnicos pueden parecer definitivamente de importan­cia secundaria'4.

Así. comprobamos que. en general, las teo­rías liberales, funcionalistas y marxistas de los conflictos y el desarrollo han minimizado la importancia de los problemas y los conflictos étnicos5. Por lo tanto, hay pocos modelos teóri­cos útiles para orientar la investigación sobre estos problemas contemporáneos6.

Tipos de grupos étnicos en conflicto

A fin de situar los conflictos étnicos en una perspectiva adecuada, quizá sea útil referirse brevemente a los distintos tipos de situaciones en que los grupos étnicos interactúan dentro de un marco más amplio. Pero previamente, ha­brá que formular una definición, aunque sea limitada, de lo que se entiende por grupo étni­co, ya que el término se utiliza de manera bas­tante poco rigurosa en la literatura especializa­da y no hay un consenso general respecto a este concepto7. En pocas palabras, un grupo étnico o una etnia es una colectividad que se identifi­ca a sí misma y que es identificada por los de­más conforme a criterios étnicos, es decir, en función de ciertos elementos comunes tales co­m o el idioma, la religión, la tribu, la nacionali­dad o la raza, o una combinación de estos ele­mentos, y que comparte un sentimiento común de identidad con otros miembros del grupo. N o cabe duda que esta definición plantea más interrogantes de los que permite resolver, pe­ro puede ser útil c o m o introducción de este artículo.

Los grupos étnicos, así definidos, también pueden ser considerados c o m o pueblos, nacio­nes, nacionalidades, minorías, tribus, o c o m u ­

nidades, según los distintos contextos y cir­cunstancias. A m e n u d o se identifica a los grupos étnicos en función de sus relaciones con grupos similares y con el Estado. D e hecho, muchos conflictos étnicos en el m u n d o obede­cen a problemas surgidos a raíz de los cambios en la posición de un grupo étnico dentro del marco social m á s amplio. Procedamos ahora a identificar distintos tipos de situaciones que suelen producirse en todo el m u n d o :

1. Grupos étnicos dentro de un Estado que se autoidentifíca c o m o multiétnico o multinacio­nal. Estos grupos pueden basar su identidad en el idioma (como en Bélgica o en Suiza), en la religión (como en el caso de los sikhs, los m u ­sulmanes y los hindúes en India; los cristianos y los musulmanes en Líbano), en la nacionali­dad (como en Unión Soviética) o en la raza (Su-dáfrica). En estos casos, los grupos étnicos dis­tintos de la nacionalidad dominante o mayoritaria pueden o no disfrutar de un estatu­to jurídico especial, y se encuentran en una si­tuación minoritaria y no dominante.

2. Grupos étnicos dentro de un Estado que no reconoce formalmente su propia composición multiétnica, c o m o Francia, Japón, Indonesia. Turquía, Portugal y muchos países africanos. En este caso, las minorías pueden tener una im­plantación regional, tales c o m o los bretones y los corsos en Francia, los escoceses en Gran Bretaña; o pueden ser raciales (como los negros en Estados Unidos), religiosas (como los coptos en Egipto o los Baha'i en Irán), lingüísticas (co­m o los bereberes en Argelia), o tribales (como en Afganistán); o una combinación de varios de estos elementos.

3. Minorías nacionales que se identifican con su etnia en un Estado vecino en el que pueden disfrutar de una situación mayoritaria (como los húngaros en Rumania, los turcos en Bulga­ria, los albaneses en Yugoslavia, los chícanos en Estados Unidos).

4. Múltiples grupos étnicos en un Estado en que ninguno de ellos goza de una posición do­minante particular, específicamente en países coloniales de independencia reciente, en los que el propio Estado es una creación relativa­mente débil y artificial; esta situación tiende a prevalecer en el Africa Subsahariana.

5. Minorías étnicas asentadas a ambos lados de la frontera entre Estados distintos y que se encuentran en situación minoritaria en ambos Estados, c o m o ocurre en las zonas fronterizas

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Los conflictos él nicos y sus repercusiones en la sociedad internacional 127

Conflictos étnicos: los tamiles en Sri-Lanka. Phihppoi S\gr

de Asia sudoriental, con los vascos en España y Francia y los kurdos en Oriente Medio. 6. Emigrantes y refugiados étnicos, producto de migraciones importantes, particularmente de países del Tercer M u n d o hacia otros países del Tercer M u n d o o hacia naciones industriali­zadas. Si bien en los siglos anteriores los colo­nos europeos colonizaron muchas áreas del m u n d o , y sus descendientes constituyeron gru­pos étnicos en muchos países (bien c o m o mino­rías o c o m o mayorías), en las últimas décadas las corrientes migratorias se han invertido y los inmigrantes del Tercer M u n d o se asientan aho­ra en sus antiguas metrópolis, constituyendo enclaves étnicos en muchos países y plantean­do graves problemas sociales y culturales. 7. Pueblos indígenas y tribales que constituyen un caso especial de grupos étnicos, y que se consideran en general c o m o minorías, habida cuenta de las circunstancias históricas de su conquista e incorporación a las nuevas estruc­turas estatales, así c o m o de su apego a la tierra y al territorio y de sus resistencia secular al ge­nocidio, el etnocidio y la asimilación. Los pue­blos indígenas se encuentran principalmente

en las Américas, Australia y Nueva Zelanda, pero muchos pueblos tribales de Asia meridio­nal y sudoriental también se consideran hoy en día c o m o indígenas, así c o m o los inuit y los sa-mi en las regiones polares septentrionales*.

Esta clasificación esquemática no agola to­das las posibilidades de situaciones de interac­ción entre los grupos étnicos, y puede haber su­perposición entre distintas categorías. Sin embargo, es un mecanismo útil para identificar situaciones en las cuales tienden a producirse los conflictos étnicos.

Variedades de conflictos étnicos

El término de «conflicto étnico» abarca hoy en día una amplia gama de situaciones. D e hecho, puede sostenerse que el conflicto étnico en sí no existe. Lo que sí existe son conflictos socia­les, políticos y económicos entre grupos de per­sonas que se identifican mutuamente según cri­terios étnicos: color, raza, religión, idioma, origen nacional. A menudo , dichas característi­cas étnicas pueden ocultar otras características

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distintivas, tales como intereses de clase y po­der político, las cuales, cuando se analizan, pueden resultar ser los elementos más impor­tantes del conñicto. Sin embargo, cuando se utilizan las diferencias étnicas de manera consciente o inconsciente para distinguir a los adversarios en una situación de conflicto de­terminada -en particular cuando se han con­vertido en poderosos símbolos de moviliza­ción, c o m o suele ocurrir-, la etnicidad se convierte efectivamente en un factor determi­nante de la naturaleza y la dinámica del con­flicto9.

Los especialistas distinguen en general en­tre sistemas jerarquizados y no jerarquizados de relaciones interétnicas, aunque hay numero­sos casos en que es difícil establecer una dife­rencia entre ambos. En los sistemas no jerar­quizados, pero que están sin embargo m u y divididos, pueden producirse conflictos étni­cos entre grupos que comparten en proporcio­nes relativamente iguales riqueza y poder, cuando uno o varios de los grupos teme o perci­be que su posición respecto a otro grupo étnico tiende a deteriorarse. En estos casos, el conflic­to étnico puede ser localizado y particularista, sin afectar el centro del poder político. Sin e m ­bargo, se puede sostener que la mayor parte de los casos de conflictos étnicos en el m u n d o hoy en día implican un sistema jerarquizado o es­tratificado de relaciones interétnicas en el que los diferentes grupos étnicos no sólo están je­rarquizados según una escala de poder, presti­gio y riqueza y situados en general en una posi­ción superordinada o subordinada en relación con los otros, sino lo que es más importante, en el que el centro de poder y el aparato del Estado están controlados, en mayor o menor medida, por una etnia dominante y/o mayoritaria, de­jando a la etnia o a las etnias subordinadas en una situación de marginación.

A menudo , en los sistemas étnicos jerarqui­zados o estratificados, un grupo étnico puede identificarse o coincidir con una clase social. Se pueden citar como ejemplos a los trabajadores emigrantes del Tercer M u n d o étnicamente di­ferenciados en Europa Occidental, la historia de los negros en Estados Unidos, los trabajado­res indios tamiles de las plantaciones de Sri Lanka, los pueblos indígenas de América lati­na, los africanos en Sudáfrica, etc. Sin embar­go, la estratificación étnica es también un fenó­m e n o que existe en sí, cualquiera que sea la

afiliación de clase de los miembros de un grupo étnico. En los sistemas estratificados, los con­flictos sociales y políticos pueden manifestarse c o m o conflictos étnicos y por lo general afectan el poder del Estado, amenazando el modelo institucional en que se basa el poder estatal. Los conflictos étnicos más importantes de la década de los ochenta -Líbano, Sri Lanka, In­dia. Timor Oriental, Irlanda del Norte, Chipre, Eritrea, Burundi, Sudáfrica, Sahara Occiden­tal, Nicaragua- reminiscentes de los conflictos étnicos ocurridos anteriormente en Nigeria, Pakistán y Canadá, implican no sólo una con­frontación entre grupos étnicos, sino también entre uno de estos grupos y el Estado etnocráti-co, es decir, el Estado controlado por un grupo étnico dominante.

La persistencia de los conflictos de esta ín­dole durante períodos relativamente largos y la violencia intensa que puede acompañarlos, ha llevado algunos observadores a establecer una distinción entre los «conflictos de interés» y los «conflictos de valores» o «conflictos de identi­dad»; los primeros son más fácilmente de nego­ciar o resolver que los segundos. Los conflictos étnicos son por lo general de segundo tipo, en los que las metas o los objetivos de las partes en conflicto tienden a excluirse mutuamente o son incompatibles y por lo tanto m u c h o m á s difíci­les de resolver. Las diferencias étnicas y c o m u ­nales, según afirma E . Azar y otros, pueden ser el origen de los conflictos sociales prolongados con que se enfrentan tantos países en el m u n d o de hoy10.

U n a de las razones para estas diferencias ra­dica en el modelo casi universal de la nación-estado, inspirado en el nacionalismo europeo de los siglos xviii y xix que sirvió de ejemplo para la creación de estados en todo el m u n d o , en particular c o m o un legado del sistema colo­nial. Muchos conflictos étnicos se producen porque el modelo homogeneizante e integrador de la nación-estado, que se manifiesta en ideo­logías oficiales, políticas gubernamentales de diversa índole, actitudes sociales dominantes y comportamientos políticos, entra en contradic­ción con la identidad étnica y social de los gru­pos subordinados. Cuando la ideología domi­nante de la nación-estado es incapaz de acomodar la diversidad cultural y étnica, au­menta la posibilidad de que se produzcan con­flictos étnicos duraderos. El genocidio cultural o etnocidio, que acompaña a menudo dichos

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conñictos, son fenómenos frecuentes en m u ­chas partes del m u n d o .

El conflicto étnico puede manifestarse de distintas formas, desde la actitud individual ca­racterizada por el rechazo, la exclusión y la hos­tilidad acompañada de estereotipos, prejuicios, intolerancia y discriminación a nivel de las re­laciones interpersonales, pasando por la acción política institucional y los movimientos sece­sionistas, hasta las confrontaciones violentas que pueden revestir las formas de disturbios, matanzas, genocidios, levantamientos, rebelio­nes, revoluciones, terrorismo, guerra civil, gue­rras de liberación nacional y guerra entre Esta­dos.

Las comparaciones internacionales de si­tuaciones en que se producen conflictos étnicos denotan la existencia de problemas recurrentes que suscitan movilizaciones étnicas y que son la causa profunda de muchos conflictos étni­cos. Estos problemas se vinculan a la distribu­ción de recursos y de poder entre los grupos étnicos, a la cuestión de la tierra y del territorio (reservas, colonización, inmigración, etc.), al idioma, la religión, la identidad cultural, y a la discriminación basada en la raza o en el co­lor".

Cuatro ejemplos

U n breve análisis de cuatro de los conflictos étnicos m á s importantes ocurridos en el m u n ­do en el decenio de 1980-1990 muestran la in­teracción de estos factores. 1. E n Irlanda del Norte, las raíces históricas del conflicto entre los protestantes mayoritarios que desean permanecer vinculados a Gran Bre­taña y los católicos minoritarios que aspiran a unirse a la República de Irlanda, se remontan al siglo xvi. Los católicos nacionalistas irlande­ses estiman que han sido tradicionalmente ob­jeto de discriminación por parte de los protes­tantes unionistas dominantes. La partición de Irlanda, decidida por Gran Bretaña en 1920, no resolvió este antiguo conflicto y cuando re­surgió de manera violenta en 1969, la imposi­ción de la administración directa por Londres en 1972 no contribuyó a resolver el problema. U n acuerdo anglo-irlandés firmado en 1985 «ha sido por lo general bien acogido... c o m o un medio equilibrado y pragmático de reconocer las identidades y los intereses de ambas c o m u ­

nidades en Irlanda del Norte», pero ha sido re­chazado tanto por los unionistas c o m o por los republicanos tradicionalistas12. N o es probable que se encuentre pronto una solución a este conflicto. 2. El conflicto en Sri Lanka, ha atravesado dis­tintas fases. Los tamiles minoritarios, que se distinguen por su religión e idioma de la m a y o ­ría budista cingalesa, están concentrados sobre todo en el noroeste de la isla, donde se asenta­ron hace m á s de dos mil años. U n subgrupo lo constituyen los tamiles de origen indio llevados por los británicos durante el siglo XIX y a co­mienzos del siglo X X para trabajar en las plan­taciones de té de las tierras altas centrales. U n a vez proclamada la independencia, la comuni­dad cingalesa estimó que los tamiles habían ob­tenido privilegios económicos y políticos des­proporcionados de los británicos y procedió a cambiar la situación. Primeramente, se negó la ciudadanía a la mayoría de los trabajadores ta­miles de origen indio; después se adoptó una política basada en el uso exclusivo del idioma cingalés y se modificaron los requisitos de in­greso en la universidad a fin de favorecer a la juventud cingalesa; y por último se implantó el budismo c o m o religión oficial. Aunque poste­riormente algunas de estas medidas fueron re­vocadas o atenuadas, los tamiles estimaron que eran víctimas de discriminación. La moviliza­ción étnica tamil asumió distintas formas des­de la defensa de sus tierras contra la coloniza­ción por «forasteros» cingaleses a rei­vindicaciones políticas destinadas a lograr la autonomía regional o la federación. Por últi­m o , las organizaciones tamiles militantes exi­gieron la creación de un Estado separado (Ta­mil Eelam), e iniciaron un conflicto armado para lograr dicho objetivo. Después de una se­rie de disturbios violentos en que cientos de ta­miles murieron y quedaron sin hogar (1983-1985) y durante los cuales muchos m á s 'se convirtieron en refugiados internos e inter­nacionales, el conflicto se transformó en una guerra civil total. El movimiento tamil recibió ayuda de simpatizantes del estado indio meri­dional de Tamilnadu, y el gobierno cingalés op­tó por una política de victoria militar en n o m ­bre de la soberanía nacional. A medida que el conflicto se prolongaba, con un número de víc­timas cada vez mayor y sin que se previera una solución, en 1987 se firmó un acuerdo entre la India y Sri Lanka en el que se permitía la inter-

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vención militar india para garantizar el cese de las hostilidades y reconocer diversas reivindi­caciones de los tamiles.

En 1990, a solicitud del gobierno de Sri Lanka. India retiró sus tropas. El movimiento de guerrilla tamil, que no fue realmente dislo­cado por el ejército de la India, manifestó su voluntad de negociar con el gobierno central. Pero entre tanto, un movimiento cingalés bu­dista de signo extremista intensificó sus violen­tos ataques contra el gobierno central, lo que a su vez acarreó violentas contramedidas del go­bierno. U n a vez m á s . cientos de civiles fueron víctimas de esta escalada. A comienzos de 1990. después de la retirada de las tropas in­dias, el nivel de violencia parecía haber dismi­nuido, pero no se preveía una solución política a corto plazo13. A mediados de este año. el con­flicto se recrudeció.

3. La revolución sandinista de 1979 en Nicara­gua, después de varios años de una guerra de guerrillas, logró derrocar a la sangrienta dicta­dura que había durado más de 30 años y pudo establecer un gobierno popular revolucionario. Habida cuenta de las orientaciones marxistas de los nuevos dirigentes, el gobierno fue objeto m u y pronto de una guerra larvada, de un boicot económico estricto, y de tentativas de derroca­miento por parte del gobierno de Reagan. En su lucha de resistencia contra el imperialismo y en defensa tanto de la revolución c o m o de la sobe­ranía nacional en peligro, los sandinistas qui­sieron rápidamente establecer su control efecti­vo sobre todo el país. Esto les hizo entrar en conflicto directo con los miskitos y otros pue­blos indígenas de la costa Atlántica, una región que nunca se había integrado efectivamente en la estructura política centralizada de Nicara­gua. Habida cuenta de sus viejos vínculos cari­beños con el Reino Unido y los Estados Uni­dos, y de la influencia de la Iglesia morava, que fue establecida originalmente por misioneros americanos, los miskitos. muchos de los cuales habían sido educados en escuelas misioneras americanas a lo largo de la costa, desconfiaban de los revolucionarios de habla española de la región occidental, que ahora estaban a cargo del gobierno central y que deseaban cambiar el estilo de vida, las actividades económicas y los derechos a la tierra tradicionales de este pueblo indígena. Los sandinistas, a su vez, mostraron poca simpatía por las reivindicaciones «étni­cas» de los indios y estimaron pronto que su

resistencia a las políticas revolucionarias equi­valía a una acción contrarrevolucionaria. En 1981 se produjeron detenciones, evicciones, desplazamientos de población y diversos actos de violencia; algunos miskitos se incorporaron de hecho a las fuerzas de la Contra, apoyadas por los Estados Unidos. Otros buscaron refugio entre las comunidades miskitos en la orilla opuesta del Río Coco en el vecino Honduras, mientras que otros optaron por promover sus objetivos en el marco de las nuevas estructuras políticas del país.

En 1985, el régimen sandinista reconoció sus errores y procedió a rectificar su política. Tras extensas consultas se promulgó una nueva Constitución para Nicaragua en 1988 en la que se garantizaba la autonomía regional para las comunidades de la Costa Atlántica, pero al mi smo tiempo se reservaba un amplio control para el gobierno actual. La mayoría de los refu­giados miskitos regresaron del extranjero, otros depusieron sus armas y volvieron a iniciar una actividad política legítima, y otros muchos aceptaron el reto sandinista de obrar por una autonomía regional efectiva en el marco de las nuevas estructuras políticas14. A comienzos de 1990, el gobierno sandinista fue derrotado en las elecciones y una coalición de partidos opo­sitores asumió el poder. La mayoría de los mis­kitos votaron contra el gobierno revoluciona­rio. Al m o m e n t o de escribir este ensayo todavía no se sabe exactamente c ó m o procede­rá el nuevo gobierno para resolver el problema de la autonomía.

4. En las provincias 1'ascongac/a.s de España, en el país de Euzkadi, el nacionalismo regional surgió c o m o una fuerza política en el siglo XIX, después de que el gobierno español central hu­biese abolido antiguas instituciones legales lo­cales. Al m i s m o tiempo, la industrialización in­cipiente provocó migraciones y conflictos de clase cada vez m á s agudos. Durante la dictadu­ra de Franco, se prohibió el idioma vasco y otras manifestaciones étnicas. El nacionalismo vasco se fortaleció durante los años cincuenta y sesenta, y en los años setenta logró imponerse una organización separatista militar conocida c o m o E T A , que utilizaba tácticas terroristas. Los vascos no sólo reclaman sus instituciones tradicionales sino también su lengua y se consi­deran racialmente distintos de otros españoles. A pesar de que se garantiza la autonomía regio­nal en la nueva Constitución Española y el Es-

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Conflictos cínicos: los turcos en Bulgaria. i oicsnci/s^rmi.

tatuto de Autonomía regional de 1978. los efec­tos de la crisis económica en el plano local han contribuido a aumentar la simpatía en la pobla­ción por el movimiento nacionalista. También ha recibido el apoyo de los vascos de Euzkadi del norte, es decir, de la Francia vecina, pero en esta región el nacionalismo vasco es un proble­m a de escasa importancia. Los gobiernos de Es­paña y de Francia se han puesto de acuerdo pa­ra combatir conjuntamente el terrorismo de E T A . Actualmente parecen darse las condicio­nes para lograr una solución pacífica al proble­m a en el marco del proceso democrático, pero las tensiones y las confrontaciones violentas entre los nacionalistas vascos extremistas y las fuerzas represivas del gobierno central siguen siendo agudas, y las diferentes fracciones na­cionalistas vascas no han logrado todavía po­nerse de acuerdo para adoptar una estrategia común 1 5 .

C o m o lo muestran los casos descritos ante­riormente, cuando el conflicto étnico se produ­ce entre un grupo étnico minoritario y una et­nia dominante que controla el poder del Estado, es frecuente que se ponga en tela de

juicio el concepto de nación y la índole del Es­tado mismo . En el contexto de las ideologías estatistas dominantes de nuestra época, este ti­po de conflicto amenaza la estabilidad de las instituciones de un país y pone claramente de manifiesto las debilidades de las estructuras políticas existentes. Cuando los mecanismos políticos que pueden llevar al consenso de los partidos en conflicto no existen o no son ope­rantes, aumentan las probabilidades de recurso a la violencia por una o ambas partes, lo que a su vez crea una espiral en escalada de violencia y contraviolcncia.

E n los casos mencionados anteriormente, todos los elementos que acompañan en general al conflicto étnico están presentes en mayor o menor medida en cada uno de ellos. Huelga de­cir que no todos los elementos están presentes en todos los casos: por ejemplo, el problema de la distribución desigual del poder económico o político, la cuestión del control de la tierra y el territorio, el conflicto lingüístico, la identifica­ción religiosa de las partes, la cuestión de la identidad y de la autoestima del grupo, el pro­blema del mantenimiento de las fronteras, la

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idea estereotipada del adversario, la ansiedad y el temor del «otro» generado por las distintas percepciones de lo que está en juego, la utiliza­ción y el papel de los mitos y símbolos movili-zadores. etc.

Movimientos étnicos

Los objetivos de las organizaciones y movi­mientos étnicos que participan en el conflicto varían según las circunstancias y pueden -y a menudo así ocurre- cambiar con el tiempo. L o que comienza c o m o una simple protesta contra la discriminación o la opresión política, o con­tra las injusticias y desigualdades percibidas puede transformar el objetivo de la plena igual­dad o de una mayor libertad individual en una exigencia de mayor autonomía local o regional, de participación en el poder político y cambios en la estructura del Estado, para llegar al sepa­ratismo y la independencia. En general, los m o ­vimientos secesionistas, cuyo costo político, económico y humano es m u y alto, no han teni­do mucho éxito en la época contemporánea. Sin embargo, el objetivo de la secesión o de la creación de un Estado separado, inspira m u ­chos movimientos étnicos y es utilizado a m e ­nudo por ellos c o m o un elemento para negociar a nivel político. D e hecho, no hay nada que un Estado establecido tema m á s que la amenaza de una secesión territorial. Los Estados mejor prefieren perder poblaciones que territorios. Desde el Tratado de Westfalia. las fronteras te­rritoriales de los Estados han sido consideradas c o m o los límites sagrados del sistema interna­cional. Se han llevado a cabo demasiadas gue­rras por parcelas de territorios para que poda­m o s subestimar el poder del «imperativo terri­torial» que algunos estudiosos atribuyen a nuestra naturaleza animal.

Los vínculos étnicos

U n problema importante que se plantea en re­lación con los movimientos políticos étnicos es la índole del vínculo étnico en sí. es decir, el significado de la etnicidad. Hay dos escuelas principales de pensamiento al respecto. Los «primordialistas» sostienen que la etnicidad es un vínculo primordial entre los miembros de una comunidad «natural», que precede a los es­

tados-naciones modelos y a los sistemas de cla­ses, y que los trasciende. La identidad étnica es una característica permanente de la vida del grupo, que puede ser reprimida a veces o existir sólo de manera latente. El objetivo y la función de los movimientos étnicos consiste en «des­pertar» una etnia y suscitar una conciencia co­lectiva en torno a la misma; en otras palabras, y parafraseando a Marx, en transformar a la «et­nia en sí» en una «etnia para sí». Muchas etnias estarían de acuerdo con este enfoque. Los vas­cos, los tamiles, los kurdos y muchos otros sos­tendrían sin lugar a dudas que su identidad ét­nica existía antes de que se produjeran los con­flictos actuales en que se ven envueltos16.

Los «instrumentalistas», por su parte, tien­den a considerar que la etnicidad es un arma política, que puede crearse, consolidarse, utili­zarse, manipularse o descartarse, en función de las conveniencias políticas. La identidad étnica es sólo una de las muchas opciones que una co­lectividad dada puede utilizar en beneficio pro­pio; se trata de una cuestión de «elección racio­nal»17. La identidad de los indios miskitos en Nicaragua, por ejemplo, se considera por lo ge­neral c o m o un fenómeno bastante reciente y que se ha activado sin duda a raíz del conflicto político que se produjo en dicho país. Lo mis­m o puede decirse de la identidad de los palesti­nos, de los sikhs, de los eritreos, de los saha-rauis y de otros muchos grupos en todo el m u n ­do que invocan la identidad étnica para difundir su mensaje político. Si bien toda gene­ralización sería arriesgada, es probable que la mayor parte de los conflictos étnicos actuales contenga una mezcla de ambos ingredientes: la identidad étnica probablemente tiene sus raí­ces históricas en la conciencia colectiva, pero también ha sido utilizada intencionadamente por las élites militantes para movilizar el apoyo y delimitar un área precisa de acción política.

Las élites étnicas y las masas

La última afirmación nos lleva a analizar otro aspecto importante de los conflictos étnicos contemporáneos, que es el de la relación entre las élites y las masas, entre los líderes y los se­guidores, entre los militantes y los espectado­res, en otras palabras, el papel de la «vanguar­dia» étnica. N o todos los miembros del grupo étnico participan de la mi sma manera en los

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conflictos étnicos. Aunque es posible que los individuos sean víctimas de discriminaciones o de genocidio simplemente por su afiliación ét­nica, las reivindicaciones y demandas étnicas son formuladas y fomentadas generalmente por las élites militantes antes de que la base de la etnia haya incluso tenido conciencia de ellas, y por supuesto antes que las haya formulado como reivindicaciones propias. A su vez, las élites pueden dividirse en distintas facciones que se distinguen no sólo por lo que respecta a cuestiones de estrategia y de táctica sino tam­bién, a menudo , por lo que respecta a los objeti­vos del conflicto en sí. Así ocurre con los vas­cos, los tamiles, los kurdos, los miskitos, los re­publicanos irlandeses, los palestinos y muchos otros. Cabe preguntarse si las élites étnicas ex­presan simplemente las exigencias y aspiracio­nes subyacentes de los pueblos que pretenden representar, o si imponen sus propias ideolo­gías sobre sus seguidores y sobre sus adversa­rios y rivales políticos. N o es posible responder fácilmente a este interrogante en la medida en que en situaciones de conflicto étnico, por su propia índole es poco probable que las decisio­nes se tomen democráticamente entre los miembros de una etnia en conflicto. Cuando se procede a consultas m á s o menos democráticas (como ocurrió con las elecciones de Euzkadi en 1979 o en el referéndum de Quebec en 1980) los elementos m á s radicales generalmente no reciben el apoyo masivo popular de sus propios pueblos.

La internacionalización de los conflictos étnicos

A primera vista, la mayoría de los conflictos étnicos parecen ser asuntos internos de las na­ciones-estados. Los grupos étnicos se enfrentan entre sí en el marco de una sociedad ya existen­te; o bien una etnia lucha por sus derechos y el poder con un gobierno central; es posible que se pongan en tela de juicio las políticas estatales e incluso que se modifiquen; también es posible que se modifique la situación o el estatuto jurí­dico de una minoría étnica. E n la medida en que el sistema internacional moderno se basa en el principio de la soberanía del Estado, estos problemas internos se dejan cómodamente al margen de las preocupaciones de la comunidad internacional. Esta puede ser la situación ideal

que respetan los autores contemporáneos pero, de hecho, los conflictos étnicos y la situación de las minorías étnicas han tenido desde hace tiempo consecuencias internacionales y las si­guen teniendo hoy en día.

Los estados europeos manifestaron su preo­cupación por la protección de los cristianos ba­jo el Imperio Otomano; a raíz de la Primera Guerra Mundial se firmaron algunos tratados para la protección de las diversas minorías na­cionales18; la Sociedad de las Naciones creó un régimen internacional para la protección de las minorías que se derrumbó después de la Segun­da Guerra Mundial. U n a vez más , durante este período, se firmaron varios acuerdos bilatera­les entre Estados, relativos al trato de las mino­rías nacionales, religiosas y lingüísticas.

Afinidades étnicas allende las fronteras

Hay varias razones por las cuales un conflicto étnico puede desbordarse a través de las fronte­ras nacionales y afectar actores externos. Es fre­cuente que un grupo étnico en conflicto tenga miembros de la misma etnia en otros países. Así, los tamiles de Sri Lanka, los kurdos, los vascos, los sikhs, los miskitos, los católicos de Ulster, los turcos en Chipre y en Bulgaria, los albaneses en Yugoslavia, los húngaros en R u ­mania, entre otros, tienen grupos étnicos afines en otro país que por lo general, pero no siem­pre, es un país vecino, en los que buscan y a menudo obtienen apoyo político y material. Los insurgentes tamiles encuentran apoyo en Tamilnadu, al otro lado del Estrecho de Palk; los militantes vascos de Euzkadi del sur en­cuentran refugio en el País Vasco francés al igual que los miembros del I R A en la República de Irlanda. Las comunidades sikhs en Gran Bretaña y Canadá apoyan la lucha de los sikhs en el Punjab. Los militantes nacionalistas kur­dos en Irán, Iraq, Turquía y Siria han encontra­do apoyo en los países vecinos según las cir­cunstancias inestables y cambiantes de la polí­tica en el Oriente Med io . Los refugiados miskitos de Nicaragua fueron acogidos por las comunidades miskitos en la vecina Honduras antes de que volvieran a sus hogares cuando cambiaron las circunstancias. Así, las relacio­nes con grupos étnicos afines en el exterior pue­de ser un importante factor en la evolución de

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un conflicto étnico al parecer exclusivamente interno.

Se impone aquí una nota de cautela. La idea según la cual un conflicto étnico es un asunto meramente interno o doméstico es un mito más de los Estados. D e hecho, si un grupo étni­co se ve afectado por un conflicto, es m u y lógi­co, no sólo en virtud de una «razón de Estado» ficticia sino también en virtud de una «razón de etnia» igualmente ficticia que otros grupos étnicos afines, dondequiera que se encuentren, presten apoyo a los miembros de su misma et­nia, sin tener en cuenta las fronteras internacio­nales o la cuestión de la soberanía de los Esta­dos. Se trata evidentemente de un asunto obje­to de controversia, puesto que lo que puede parecer lógico para los miembros de una etnia es algo m u y peligroso y subversivo para los Es­tados. U n ejemplo: cuando el conflicto entre los miskitos y el Gobierno Revolucionario Ni­caragüense llegó a su apogeo, diversas organi­zaciones indígenas internacionales sugirieron que los indígenas tenían la responsabilidad de ayudar a sus hermanos en lucha. Claro está que el gobierno nicaragüense, que se encontraba en ese m o m e n t o en una situación de víctima de una intervención externa, consideró que esta posición constituía una clara invitación a una nueva injerencia en sus asuntos soberanos. La mayoría de los gobiernos reaccionan de mane­ra similar y pretenden a menudo negar la im­portancia de las causas locales de un conflicto étnico, atribuyéndolo simplemente a una inje­rencia extranjera en sus asuntos internos.

El apoyo ideológico externo

Pueden haber otras razones para explicar la participación externa en un conflicto étnico. El caso más corriente se refiere a las simpatías ideológicas que una de las partes en el conflicto puede suscitar entre los actores externos y és­tos, a su vez. pueden considerar el conflicto ét­nico c o m o una oportunidad para ampliar su in­fluencia y fortalecer su ideología. M u c h o se ha escrito sobre la participación de la Libia de Gaddafi en diversos conflictos de esta índole: su apoyo a los movimientos nacionalistas ex­tremistas, tales c o m o la E T A y el IRA, y el pa­pel que ha desempeñado prestando apoyo a la rebelión de los moros en Filipinas y organizan­do después las negociaciones entre los dirigen­

tes moros y el gobierno de Filipinas. Los movi­mientos izquierdistas de la década de los 70 y de los 80 apoyaron los «movimientos de libera­ción nacional» en distintas partes del m u n d o . Los grupos conservadores a su vez, proporcio­naron apoyo moral y a veces material a los go­biernos de tendencia ideológica afín que trata­ba de hacer frente a los conflictos étnicos.

Los vecinos afectados

Algunas intervenciones extranjeras no tienen nada que ver con la etnicidad o la ideología, sino simplemente con la geopolítica. Los países vecinos pueden fácilmente verse inducidos a intervenir en un conflicto étnico por sus pro­pias razones políticas de Estado. Así. por ejem­plo, tanto Irán c o m o Iraq han apoyado a los kurdos que luchan contra el Estado en el país vecino y. sin embargo, han sido acusados de reprimir a los kurdos en su propio territorio. India ha acusado a Pakistán de apoyar el movi­mento nacionalista extremista sikh en el Pun­jab, así c o m o a la rebelión musulmana en Ca­chemira por razones geopolíticas propias. Y el gobierno de India a su vez ha sido acusado de actuar de manera similar tanto en Sri Lana co­m o en Tibet.

La participación de las superpotências

Por último, la participación de las grandes po­tencias ha aumentado a medida que se han multiplicado los conflictos étnicos en el m u n ­do. Unión Soviética, por sus propias razones políticas, ha intervenido en el conflicto étnico de Etiopía, apoyando primero a una de las par­tes y después a la otra, sin preocuparse m u c h o de la ideología o la etnicidad. Estados Unidos han apoyado sistemáticamente a los cristianos en Líbano, a los miskitos contra el gobierno sandinista de Nicaragua, al gobierno de Sri Lanka contra la insurrección tamil, al gobierno filipino contra los moros y las rebeliones triba­les, a los ovambos contra el gobierno de Angola y a los h m o n g contra el gobierno del Vietnam, entre otros. Al comienzo de 1990, las tres repú­blicas bálticas de Unión Soviética declararon su independencia unilateralmente y recibieron muestras de simpatía y comprensión de Occi-

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Conflictos étnicos: los vascos en España. bi-L/s¡r

dente, es decir, de los mismos países que no aprueban la independencia de los vascos, de los irlandeses del norte, de los ciudadanos de Q u e ­bec o de Puerto Rico.

El peso de la historia

Algunos movimientos étnicos o nacionalistas son hoy día legados de períodos anteriores de formación de estados o de imperios y, por tal razón, arrastran las consecuencias internacio­nales de dichos procesos. Actualmente, las re­públicas del Báltico de Unión Soviética mani­fiestan de nuevo una tendencia nacionalista re­primida durante mucho tiempo y ponen en tela de juicio los acuerdos secretos entre Stalin y Hitler que permitieron a Unión Soviética ane­xionar las tres repúblicas bálticas independien­tes en 1940. El movimiento independentista de Puerto Rico todavía rechaza la incorporación de la isla a Estados Unidos como resultado de

la guerra hispanoamericana de 1898. Varios grupos étnicos en India, que hubiesen optado por la independencia de haber tenido la opor­tunidad de hacerlo, rechazan la manera en que la formación del estado indio limitó su propia soberanía (Sikkim, pueblos tribales de Bihar y Assam). Lo mismo puede decirse de los karen y shan en Birmânia, así c o m o de Timor Oriental y de Papua occidental, que forman parte ac­tualmente de Indonesia. Los conflictos en el Sa­hara occidental y en Chipre tienen un origen similar. Las Naciones Unidas se han ocupado de algunos de estos casos en el marco de sus órganos especializados, en particular cuando está en juego la noción de la «libre determina­ción de los pueblos». Pero, en general, las N a ­ciones Unidas tienden a favorecer el respeto de la soberanía del Estado por encima de sus sim­patías por la libre determinación de los pueblos que no constituyen un Estado, salvo en algunos casos de descolonización flagrante, tales c o m o Namibia.

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136 Rodolfo Sluvenhagen

El cambiante equilibrio etnodemográfico

Cuando los conflictos étnicos surgen c o m o re­sultado de emigraciones o del cambiante equi­librio demográfico en algunos países, el «país de origen» de los emigrantes puede manifestar cierta preocupación a nivel internacional o bi­lateral acerca del bienestar de sus hijos. Así, In­dia manifiesta interés en la suerte de los indios en Africa oriental o en el Pacífico (Uganda, Fi­ji). China adopta una actitud paternal con res­pecto a los millones de chinos expatriados en Asia sudoriental y otras regiones. Turquía y Ar­gelia, entre otros, han firmado acuerdos con los gobiernos de Europa occidental por lo que se refiere a la situación de sus trabajadores emi­grantes en estos países.

Intervención directa

El acuerdo de 1987 entre India y Sri Lanka es un ejemplo reciente de una intervención direc­ta formal por parte de una potencia regional en un conflicto étnico interno. Varios precedentes hicieron esta intervención casi inevitable, co­m o se señaló anteriormente. Además, India, c o m o potencia regional cada vez más impor­tante, manifestó su preocupación por las impli­caciones geopolíticas de la inestabilidad en su flanco meridional. India ofreció sus buenos ofi­cios c o m o mediador, con poco éxito, entre los insurgentes tamiles y el gobierno de Sri Lanka. Según los términos del acuerdo firmado por In­dia y Sri Lanka en 1987. las tropas indias desar­marían a la guerrilla tamil, y el gobierno de Sri Lanka a su vez reconocería algunas de las rei­vindicaciones legítimas del movimiento tamil. Sin embargo, de hecho, las tropas indias ayuda­ron a reprimir varias de las facciones tamiles, con grandes pérdidas en vidas humanas, y fue­ron consideradas en Sri Lanka, tanto por los tamiles c o m o por los cingaleses, c o m o una nue­va fuerza de ocupación. En 1990 se retiraron las tropas indias. En el ejemplo de Sri Lanka, la intervención extranjera siguió una pauta casi previsible. En la primera fase, India simpatizó discretamente con una de las partes en conflic­to (los tamiles), luego hizo un esfuerzo de m e ­diación, después intervino militarmente c o m o «pacificador», con un mandato limitado; pos­teriormente fue acusado de tratar de imponer

su propio diktat a las partes en conflicto, y por último fue objeto de repulsa por todas las par­tes afectadas1''.

La etnización de las relaciones internacionales

En Sri Lanka tal como en el caso de Euzkadi, de Ulster, de Chipre y muchos otros, puede afir­marse que un conflicto étnico interno «se des­bordó» hacia la arena internacional y se trans­formó en un conflicto internacional. Sin e m ­bargo, ocurre a m e n u d o que las relaciones internacionales entre los Estados adquieren un tinte étnico cuando se producen conflictos étni­cos reales o potenciales. Las políticas exteriores de algunos países están claramente inspiradas en simpatías o consideraciones étnicas. Es in­necesario recordar la utilización agresiva por parte de la Alemania nazi de los alemanes étni­cos en el extranjero durante la preparación de la Segunda Guerra Mundial. Hasta hace m u y poco las potencias coloniales planteaban sus objetivos coloniales en términos de teorías de supremacía racial. Cada vez que hay víctimas «blancas» en algún disturbio político en un país del Tercer M u n d o , los gobiernos y la opi­nión pública de los países occidentales mani­fiestan especial preocupación mientras que se presta poca atención a las numerosas víctimas locales. La política exterior de Estados Unidos es particularmente sensible a los deseos de los grupos de intereses americanos que encuentran apoyos en el Congreso y en la Casa Blanca. Así, a pesar de que los intereses del gobierno ameri­cano están del lado del régimen que preconiza la supremacía de los blancos en Sudáfrica, no puede ignorar las presiones de la comunidad afroamericana contra cl apartheid manifesta­da, en particular, en la demanda pública de sanciones económicas contra Sudáfrica. U n a de las razones que explica el apoyo continuo de Estados Unidos a Israel es la fuerza del «lobby» de los judíos americanos en el Congreso. Los americanos de origen árabe empiezan a c o m ­prender la importancia de esta actividad para manifestar su propio apoyo a la causa árabe. El apoyo de Estados Unidos a Polonia durante los últimos años reflejaba tanto una ideología anti­soviética c o m o las presiones de la comunidad polaca en Estados Unidos20.

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Los conflictos étnicos y sus repercusiones en la sociedad internacional 137

. V ^ \ V V ; V 4 . Í & * , - Í ; : , A

Conflictos étnicos: los kurdos que viven en Iran. Irak, Turquía, Siria y U R S S . Boubai/Top.

La opinión pública, las organizaciones no gubernamentales y los conflictos étnicos

La internacionalización de un conflicto étnico tiene otros aspectos, al margen de la interven­ción directa o indirecta de los estados vecinos o de las superpotências. La opinión pública m u n ­dial, en particular de Occidente, siempre puede ser manipulada mediante la utilización de los medios de comunicación de masas. Recorde­m o s simplemente la cobertura por todos los medios de comunicación de que fueron objeto la Intifada y la resistencia negra en Sudáfrica durante algún tiempo, hasta que los gobiernos de Israel y de Sudáfrica respectivamente impu­sieron restricciones estrictas a dicha cobertura. Casi de la noche a la mañana, el interés de la

opinión pública mundial decayó. Los palesti­nos y los chiítas en el Líbano, entre otros, han aprendido a utilizar el poder de los medios in­ternacionales de comunicación para llamar la atención o a granjearse la simpatía de la opi­nión pública mundial (ambos aspectos no son siempre coincidentes).

En la medida en que muchos de los conflic­tos étnicos actuales se producen en el Tercer M u n d o , muchas organizaciones no guberna­mentales y organismos de voluntarios que tra­bajan en los países del Tercer M u n d o pueden desempeñar un papel en la intervención inter­nacional. A veces, se convierten en abogados en el exterior de la causa de algunos grupos ét­nicos en conflicto. Los kurdos, los miskitos, los tamiles, el pueblo de Timor oriental, los negros de Sudáfrica y otros pueden contar con el apo­yo y la simpatía de muchas de estas organiza­ciones que operan desde Europa occidental y

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138 Rodal lo StciYc'iihtigeii

América del Norte y que no sólo proporcionan una publicidad en el extranjero a la causa del grupo étnico, sino que también canalizan re­cursos y todo tipo de ayuda para dichos grupos. Los organismos donantes del mundo industria­lizado desempeñan un papel cada vez m á s im­portante en los proyectos de desarrollo en m u ­chos países subdesarrollados. Si bien una parte de la ayuda se destina directamente a proyectos locales y contribuye al bienestar de la pobla­ción a nivel de la base, a menudo se canaliza a través de organismos gubernamentales locales. Los grupos étnicos en conflicto con un Estado a menudo se quejan de que dicha ayuda no les llega, o se les retiene y en realidad refuerza el poder del Estado. En tales circunstancias, los organismos donantes pueden amenazar con re­tirar o suspender sus contribuciones a un país dado, intentando influir de este m o d o en el comportamiento de un gobierno en relación con el conflicto. C o m o ejemplos, cabe citar las presiones que ejercieron sobre el gobierno de Sri Lanka muchos organismos donantes para que modificara sus políticas respecto a los ta­miles. Se ejercieron presiones similares sobre el gobierno de Sudán en relación con el conflicto en el Sudán meridional, o sobre Etiopía en el conflicto del Tigré y Eritrea. Los gobiernos, por supuesto, reaccionan negativamente a estas po­líticas, considerándolas como una injerencia inadmisible en sus asuntos internos.

Las Naciones Unidas

Otra forma importante y potencialmente más eficaz de interés internacional se manifiesta a través del sistema de las Naciones Unidas. Si bien las Naciones Unidas respetan escrupulo­samente la soberanía de los Estados, en princi­pio pueden verse implicadas en conflictos étni­cos (al igual que en otros tipos de conflictos in­ternos) en el marco de tres mandatos distintos: a) cuando un conflicto representa un peligro claro para el mantenimiento de la paz; b) cuan­do se trata de un problema de descolonización y c) cuando implica violaciones masivas de de­rechos humanos. Las Naciones Unidas han e m ­prendido misiones de mantenimiento de la paz en algunos conflictos étnicos (Líbano. Chipre), pero sólo cuando el conflicto había adquirido un carácter internacional y había intervenido un país externo. En el marco de la función de

las Naciones Unidas en el proceso de descolo­nización, la Asamblea General ha aprobado muchas resoluciones en relación con el derecho a la libre determinación de los pueblos, pero estas resoluciones no siempre han sido respeta­das por los Estados que ejercen el poder sobre el territorio y los pueblos afectados. Pueden ci­tarse c o m o ejemplos el Sahara Occidental y Ti­mor Oriental21.

En los últimos años, los órganos competen­tes de las Naciones Unidas se han preocupado cada vez más por las situaciones de conflicto en que se producen violaciones masivas de los de­rechos humanos. Sin lugar a dudas, los procedi­mientos en los órganos competentes de las N a ­ciones Unidas son m u y lentos y complicados. Sin embargo, cada vez con más frecuencia se les pide que actúen para poner término a di­chas violaciones. La Comisión de Derechos H u m a n o s , el Comité de Derechos H u m a n o s , la Subcomisión de Prevención de Discriminacio­nes y Protección a las Minorías, entre otros ór­ganos especializados, han examinado los casos de violaciones de los derechos humanos en el marco de conflictos étnicos. En los últimos años, por ejemplo, la Subcomisión se ha ocupa­do de la situación en Sri Lanka, de la suerte de los chakmas y otras tribus de las montañas de Chittagong de Bangladesh, de los pueblos indí­genas de las Américas, el genocidio ocurrido en Armenia hace más de setenta años (los arme­nios desearían que las Naciones Unidas reco­nocieran que este genocidio tuvo lugar mien­tras que el gobierno turco lo deniega), y por su­puesto, del apartheid. Las comunicaciones sobre violaciones de los derechos humanos so­metidos a los órganos especializados de las N a ­ciones Unidas se basan en los derechos estipu­lados en el Pacto Internacional de Derechos Ci­viles y Políticos y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Los conflictos étnicos, por su duración, su in­tensidad y su carácter a veces irracional, con­ducen m u y a menudo a violaciones masivas de los derechos humanos.

Consecuencias de la internacionalización

La internacionalización de los conflictos étni­cos puede tener distintos tipos de consecuen­cias por lo que respecta al propio conflicto. U n

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Los conflictos cínicos y sas repercusiones en lu sociedad internacional 139

especialista ha distinguido cinco pautas al res­pecto: a) la exacerbación del conflicto c o m o re­sultado de la intervención extranjera; b) la pro­longación del conflicto c o m o resultado de una intervención de intereses externos; c) la m o d e ­ración del conflicto a consecuencia de las pre­siones internacionales; d) la conciliación de las partes en el conflicto c o m o resultado de la m e ­diación o la intervención de un elemento exter­no; e) la transformación del conflicto, es decir, que el conflicto étnico puede ser superado por intereses no étnicos de terceros y transformarse en otro tipo de conflicto totalmente distinto".

Conclusiones

El estudio de la internacionalización de los conflictos étnicos y de la etnización de las rela­ciones internacionales se encuentra en sus co­mienzos. Las ciencias sociales y la teoría inter­nacional todavía no han hecho muchas contri­

buciones en este nuevo campo. La importancia mundial de los conflictos étnicos no puede ne­garse o desconocerse. A medida que los princi­pales conflictos ideológicos del siglo X X se difu-minan en el horizonte, los conflictos de identi­dad y de valores, es decir, los conflictos étnicos de fondo, adquirirán sin duda mayor relevan­cia y virulencia. Habrá que encontrar nuevas formas de abordar y resolver estos conflictos. Pueblos que se definen étnicamente y que no constituyen un Estado están pasando a ocupar la escena internacional a medida que se trans­forman las funciones tradicionales del Estado. Otros actores (trátese de Estados o de organiza­ciones no gubernamentales) se ven implicados en los conflictos étnicos. La comunidad inter­nacional, y en particular las organizaciones multilaterales de carácter regional y universal deben hacer frente al desafío que plantean los grupos étnicos en conflicto.

Traducido del ingles

Notas

1. Peler Wallensteen (Editor), States in Armed Conflict I988, Uppsala. Uppsala University. Department of Peace and Conflict Research. Report n u m . 30. julio de 1989.

2. Barbara Harff y Ted Robert Gurr. «Genocides and Politicides since 1945: Evidence and Anticipation», Internet on the Holocaust and Genocide. Jerusalén, Institute of the International Conference on the Holocaust and Genocide, Numero especial 13, diciembre de 1987.

3. K u m a r Rupesinghe. «Theories of Conflict Resolution and Their Applicability to Protracted Ethnic Conflicts», en K u m a r Rupesinghe (compilador). Ethnic Conflicts and Human Rights, Oslo, The United Nations University and Norwegian University Press, 1988; véase también Michael Banks, «The International Relations Discipline: Asset or Liability for Conflict

Resolution?» en Edward E. Azar y John W . Burton. International Conflict Resolution. Theory and Practice, Sussex. Wheatsheaf Books. 1986.

4. Para un enfoque conceptual reciente sobre las relaciones sociales de producción, véase Robert W . Cox, Production. Power, and II 'oriel Order: Social Forces in the Making of History, N e w York, Columbia University Press. 1987.

5. Para una crítica anterior de esta negligencia, véase Rodolfo Stavenhagen, «Ethnodevelopment: a Neglected Dimension in Development Thinking», en R a y m o n d Apthorpe y A . Krahl (Editores). Development Studies: Critique and Renewal. Leiden, A . J. Brill. 1986.

6. Para una contribución importante en este campo, en la que se hace mucho hincapié en la psicología social c o m o un factor

explicativo, véase Donald L. Horow itz. Ethnie Groups in Conflict. Berkeley, University of California Press,'1985.

7. U n instrumento útil para la investigación sobre la etnicidad es la obra de Fred W . Riggs (Editor), Ethnicity ¡niercocta Glossary. Concepts and Terms uses in Ethnicity Research. Honolulu. International Social Science Council (International Conceptual Encycloplcdia for the Social Sciences, v. I). 1985.

8. Sobre los pueblos indígenas, véase Comisión independiente sobre las cuestiones humanitarias internacionales. Indigenous Peoples. A Global Quest for Justice. Londres. Zed Books. 1987.

9. Véase Rodolfo Stavenhagen. «Ethnic Conflict and H u m a n Rights. Their Interrelationship», en K u m a n Rupesinghe (Compilador), op. cit.

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140 Rodolfo Stavenhagen

10. Edward A . Azar. «Protracted International Conflicts: Ten Propositions», en Edward A . Azar y John W . Burton, op. cit.

1 1. Véase Jerry Boucher, Dan Landis & Karen Arnold Clark (Editores), Ethnic Conflict. International Perspectives, Londres. Sage Publications, 1987.

12. T o m Hadden y Kevin Boyle. «Northern Ireland: Conflict and Conflict Resolution» y Paul Arthur, «The Anglo-Irish Agreement: Conflict Resolution or Conflict Regulation?», en Kumar Rupcsinghc (Compilador), op. at.

13. K u m a r Rupesinghe (Compilador), op. cit.. Part V . «The Tamil-Sinhalese Conflict in Sri Lanka».

14. K u m a r Rupesinghe (Compilador), op. cit.. Part IV. «Ethnic Conflict in Nicaragua».

15. Fernando Reinares, Violencia y politica en Euskadi, Bilbao. Desclée de Brouwer, 1984; Philippe Oyamburu, L'Irréductible Phénomène Basque, París. Editions Entente. 1980: Patrick Busquet, Claude Vidal, Le Pays Basque et sa Liberté, Paris, Le Sycomore. 1980;

Robert P. Clark. «Euzkadi: Basque Nationalism in Spain since the Civil War», en Charles R . Foster. Nations without a State. Ethnie Minorities m Western Europe. N e w York. Praeger, 1980; J. Martin Ramirez and Bobbie Sullivan. «The Basque Conflict», en Jerry Boucher, Dan Landis y Karen Arnold Clark, op. cit. Ken Medhurst. «Basques and Basque Nationalism», en Colin H . Williams (Editor). National Separatism, Vancouver. University of British Columbia Press, 1982.

16. Harold Isaacs, The idols oj the Tribe: Anthony D . Smith, The Ethnic Origins of Nations, Oxford. Basil Blackwell, 1986.

17. Michael Banton, Racial and Ethnic Competition, Cambridge, Cambridge University Press. 1983; Donald L. Horowitz, op. cit. Benedict Andersoon. Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread ol'Nationahsm. Londres, Verso, 1983.

18. Francesco Capotorti. Study on the Rights of Persons belonging to Ethnic. Religious and Linguistic Minorities, N e w York, United Nations. 1979: Jay A . Sigler,

Minority Rights. A Comparative Analysis, Westport, Greenwood Press, 1983.

19. K . M . D e Silva. «Indo-Sri Lanka Relations 1975-1989: a Study in the Internationalization of Ethnic Conflict», documento presentado al ICES International Workshop on the Internationalization of Ethnic Conflict». 2-4 de agosto. 1989. Colombo, Sri Lanka.

20. Kenneth Longmyer. «Black American Demands», y Daud J. Sadd y G . N . Lendermann. «Arab American Grievances» en Foreign Policy, num. 60. Otoño 1985 (Sección especial sobre « N e w Ethnic Voices»).

21. Hector Gros Espiell, /:/ derecho a la libre determinación. Aplicación de las Resoluciones de las Naciones Unidas. Nueva York, Naciones Unidas, 1979.

22. Ralph R . Premdas, «The Internationalization of Ethnic Conflict: Theoretical Explorations», documento presentado al «ICES International Workshop on Internationalization of Ethnic Conflict», 2-4 de agosto de 1989. Colombo. Sri Lanka.

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Las crisis de identidad, paradigma de la conflictividad en el Cercano Oriente

Yves Besson

El fenómeno de la afirmación de la identidad

Para todo observador del escenario del Cerca­no Oriente, es obvio que m á s allá de las formas interestatales en que se manifiestan allí los con­flictos recientes o del presente, actúan fuerzas, intereses y estrategias de otra índole. A u n cuan­do estos factores de conflicto hayan sido tam­bién identificados en otras regiones del m u n d o , y puedan seguir siéndolo, parecen haber traspasado en el Cercano Oriente un umbral que hace de su viru­lencia algo enteramente es­pecífico. La desintegración del Líbano, en particular, está llena de peligrosas po­sibilidades de contagio, que sólo ha podido ser evi­tado en otras partes, y por el m o m e n t o , mediante una agravación de la coacción y la violencia estatal.

Estos acontecimientos, potencialmente m u y volá­tiles, obligan al analista a poner en entredicho y revaluar el planteamiento teórico del estudio de los conflictos en el Cercano Oriente. Global­mente, la situación en esta región es conflicti-va, m á s allá de determinados factores más visi­bles pero que son también síntomas de la de­gradación política, social y moral, c o m o son la corrupción, el derroche de las riquezas petrolí­feras, la evolución de tipo estalinista de algunos regímenes, las rivalidades interárabes, las ten­tativas de manipulación de la causa palestina, el conflicto Irán-Irak, la arrogancia de la con-

Yves Besson. Licenciado en Letras - His­toria, Universidad de Ginebra. 1964. Doctor en Ciencias Políticas, Instituto Universitario de Altos Estudios Interna­cionales, Ginebra, 1978. Diploma de la Fletcher School of Law and Diplomacy, Universidad Tufts, Medford, Mass., E E . U U . , 1968. Diploma del Centro de Estudios Arabes del Oriente Medio, Shemlan, Líbano, 1973. Diplomático suizo de 1970 a 1981. Profesor auxiliar de Relaciones Internacionales en la Uni­versidad de Friburgo, de 1981 a 1990. Director de las Operaciones de la Oficina de Socorro y de Obras Públicas de las N a ­ciones Unidas para los refugiados palesti­nos en el Próximo Oriente (OOPS) en Je-rusalén desde julio de 1990.

ducta israelí o la dependencia dramática de un país postrado como Egipto. Esta revaluación del planteamiento teórico se ha efectuado en dos direcciones, partiéndose de la conciencia de la importancia - m á s claramente percibida hoy en día- del choque dialéctico producido por la irrupción de la razón occidental y de su modelo nacional-estatal en el m u n d o del Cer­cano Oriente. Esta difusión intelectual y física, que se llevó a cabo primero hasta 1914-1918,

en el conjunto otomano, unitario y tradicionalista, y luego en una zona fragmen­tada y sometida brutal­mente a la modernización por los flujos y reflujos co­loniales, ha hecho sentir de m o d o continuo su influen­cia. Las dos tendencias que caracterizan hoy en día la orientación de las investi­gaciones son, por un lado, la atenuación de las diver­gencias entre orientalismo e historia social, con la con­siguiente aparición de un

neo-orientalismo y de una nueva historia so­cial, menos alejados el uno del otro de lo que pudiera parecer a primera vista; y, por otra par­te, la reafirmación de la importancia de esa rea­lidad a la que se ha dado el nombre de identi­dad o etnicidad1.

A las distintas tendencias que han domina­do los planteamientos occidentales de estos úl­timos cuarenta años corresponden, globalmen­te, tres grandes tipos de análisis.

El primero parte de esta idea: las diversas comunidades del Cercano Oriente, divididas

RICS 127/Marzo 1991

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142 Yves Bessoii

en Estados -en la mayor parte de los casos, arti­ficialmente- por obra de la situación colonial y de la historia reciente, comparten determina­das características históricas y culturales que constituyen su auténtica esencia (esto es. carac­terísticas ontológicas), y que determinan y li­mitan sus posibilidades de evolución, imponen horizontes y fronteras a su c a m p o político, c hipotecan su proceso de modernización. Estos elementos ontológicos han tenido que afrontar desde el siglo XIX el choque provocado por la irrupción de otros conceptos cuya influencia no es m e n o s poderosa, esto es. los conceptos que articulan el modelo racional y jurídico del Estado nacional, producto de la historia euro­pea. El modelo occidental ha sido trasplantado al Cercano Oriente, pero sin éxito por el m o ­mento. H a y que preguntarse entonces si es po­sible que arraigue, y en la nueva corriente de pensamiento encontramos dos respuestas de sentido contrario:

a) la de algunos analistas occidentales que esti­m a n que la persistencia de esos elementos ontológicos en el Cercano Oriente constitu­ye un obstáculo que se opone a la moderni­zación y lleva a toda una serie de callejones sin salida generadores de conflictos;

b) la de los islamistas y los fundamentalistas que piensan que han encontrado una solu­ción de los problemas que plantea la histo­ria a la evolución de sus sociedades, solu­ción que consiste en el rechazo del modelo occidental y la construcción de otra moder­nidad, cuyos cimientos han de ser precisa­mente dichos elementos ontológicos2.

La segunda corriente hace hincapié en las posibilidades de evolución, pese a los obstácu­los, y en la capacidad que tienen estas socieda­des de integrar y armonizar lo m o d e r n o (alóge­no) con lo tradicional. E n esta corriente encontramos tanto a los teóricos de la moderni­zación, relativamente desprestigiados hoy en día, con su optimismo de inspiración neolibe­ral, c o m o a los de la teoría de la dependencia de inspiración marxista o marxizante. Parten a m ­bas escuelas de la idea de que existen procesos históricos de desarrollo, que atraviesan etapas y pueden aplicarse a todas las sociedades; los que defienden la teoría de la dependencia esti­m a n además que las fuerzas del capitalismo in­ternacional obran en detrimento del desarrollo y de la modernización. En esta perspectiva, ca­da caso estudiado en el Cercano Oriente o en

otras zonas constituye un ejemplo que permite ilustrar el m o d e l o teórico, de acuerdo con orientaciones contrapuestas, sumidas éstas a su vez en una gran lucha planetaria. Los liberales, optimistas, creen que con determinadas adap­taciones, sectoriales y limitadas, y mediante la aceptación de ciertos principios (la laicidad, por ejemplo), el proceso de modernización aca­bará por ponerse en marcha; los marxistas o los socialistas sostienen que la gravedad de las de­pendencias es tal que es menester modificar primero profundamente las reglas del juego mundial. Sin embargo, a m b o s son internacio­nalistas, en la medida en que insisten en la in­fluencia decisiva que ejercen factores externos y relaciones económicas (macroeconómicas) en la modernización política. N o s encontramos aquí ante un caso de influencia bastante ambi ­gua del marxismo sobre el liberalismo, en la medida en que este último adquiere así un fuer­te carácter ideológico, puesto que acaba por considerar que la economía de mercado, por sí m i s m a , puede bastar para que los hombres al­cancen la felicidad a través del desarrollo que permite'.

La tercera corriente, por último, está repre­sentada por algunos politólogos que estiman que, en el caso del Cercano Oriente, los Estados actuales, tal y c o m o son reconocidos por la co­munidad internacional, y sean cuales fueren sus insuficiencias, sus taras congénitas y sus fracasos, han conseguido al m e n o s lo m á s difí­cil, o sea, durar. Para ellos, el hecho de que to­davía no haya desaparecido ninguno de los Es­tados que surgieron tras la descolonización - y en particular, la supervivencia del Estado liba­nes- es algo absolutamente fundamental. Esti­m a que el fortalecimiento del stale-building acabará por suscitar la aparición de un senti­miento de solidaridad interna -nation-buil­ding- en un proceso de modernización, aunque para ello haya que hacer no pocas concesiones al despotismo4.

¿ Q u é críticas pueden hacerse a estas tres co­rrientes? ¿Disponemos acaso de un plantea­miento que permita progresar en el análisis del desarrollo de las sociedades del Cercano Orien­te, sin tener que decidir previamente si esa evo­lución debe por fuerza ajustarse al modelo de la razón estatal de tipo occidental, o al modelo marxista que ha de enfrentarse por lo d e m á s hoy en día con terribles interrogantes? ¿Cuáles podrían ser los instrumentos conceptuales m á s

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I.as crisis de identidad, paradigma de la conliietiridad en el Cercano Oriente 143

Las identidades y los conflictos: un religioso judío y un palestino en Jerusalén. M Bji-\m/Magnum.

apropiados en el análisis de los conflictos del Cercano Oriente?

A la primera tendencia mencionada, o sea, la corriente esencialista o «primordialista», cabe objetar que los elementos ontológicos fundamentales -que han inspirado tantas obras sobre el Estado islámico o la sociedad musulmana- no han quedado determinados de una vez para siempre, ya sea por suerte, c o m o piensan los islamistas, o por desgracia c o m o te­m e n algunos analistas occidentales para quie­nes se trata de elementos arcaicos que es m e ­nester eliminar o bien encerrar en un espacio social y político claramente definido, antes de poder modernizar y desarrollar. En el marco más limitado del estudio de los conflictos del Cercano Oriente, estos elementos ontológicos

deberían ser, pues, considerados más bien co­m o realidades imaginadas con arreglo a deter­minadas modalidades, realidades informadas de nuevo por éstas en cada época de la historia y proyectadas en una actualidad que es a su vez transitoria, sometidas a los imperativos de la época. El islamismo -y hasta el islamismo inte­grista- no es hoy lo que fue en el siglo pasado. Hay muchas diferencias entre el wahhabismo saudí del siglo XIX y los islamismos de hoy en día, que son a su vez m u y diversos según sus orígenes: irachí-chiíta, libanés-chiíta, egipcio-sunnita o marroquí-sunnita. por ejemplo. Si adoptamos una epistemología dinámica, con­vendrá que tengamos en cuenta el carácter evo­lutivo de los dos modelos antagónicos, y el pro­ceso dialéctico iniciado con la llegada de

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144 Yves Bcsson

Napoleón Bonaparte a Egipto, sin limitarse a uno de los dos. Por último, la corriente esencia-lista afirma la necesidad de una evolución radi­cal de uno u otro de estos dos modelos, pero siempre en detrimento de uno de ellos. Admite, pues, el carácter irremediable del conflicto.

En cuanto a la segunda corriente, parte de una tipología de la modernización c o m o cho­que violento y conflictivo o c o m o adaptación con liberalización progresiva, pero entendida siempre c o m o victoria final del modelo occi­dental. Por último, la tercera corriente funda su análisis en el supuesto de la perennidad del Es­tado, en el papel decisivo que ha de desempe­ñar éste en la modernización y la construcción voluntarista de una sociedad renovada, gracias a la seguridad que permite una comunidad in­ternacional organizada por y para los Estados, naturalmente solidarios en su defensa frente a las impugnaciones que vienen de entidades si­tuadas en otras esferas. Esta corriente va a ofre­cer, a más o menos largo plazo, posibilidades de adaptación a los elementos ontológicos, al crear para ellos lugares de integración político-jurídicos e institucionales en un campo político reajustado, c o m o va a ofrecer también posibili­dades de dominar, atenuar y resolver los con­flictos. N o puede por menos de comprobar, sin embargo, que la forma de poder estatal sin fre­no que encontramos hoy en día en el Cercano Oriente ha sido puesta con frecuencia al servi­cio de los que la controlan, y que constituyen una especie de nueva tribu, de identidad ideo­lógica, producto de una modernización trunca­da, mutilada, monopolizada y saqueada por una minoría.

Identidad: la palabra nos lleva al punto de partida de nuestras reflexiones. Desde hace al­gunos años, el modelo que parte del concepto de identidad ha vuelto a estar en boga en el estudio del Cercano Oriente. Esta región cons­tituye un mosaico de diversas comunidades, de grupos simples o complejos cuyos lazos se cru­zan, cuyas vinculaciones se ven determinadas en la mayor parte de los casos por lazos ances­trales, reales o tenidos por tales. Para estos gru­pos, esos lazos determinan directa o indirecta­mente el lugar que cada uno de ellos ocupa, ya se trate de individuos o de comunidades, en el campo político y socioeconómico del Estado o de la región, o hasta en un plano superior. Estos lazos de diversas índoles: religiosos, étnicos en el sentido más estricto, lingüísticos, culturales.

y a veces también socioeconómicos, están en muchos casos superpuestos e imbricados. Estos vínculos impiden una clara visión ya que, al haberse vuelto a instalar, pasando por la puerta trasera, en las trastiendas de las fachadas esta­tales, hacen que sean en muchos casos inútiles nuestros instrumentos conceptuales, y en este caso concreto los referentes a la guerra y a la paz. Además, estos lazos son omnipresentes y duraderos; son constantemente recreados y por tanto resisten todos los intentos de suprimirlos. Son, también, símbolos de oposición a conside­raciones materialistas. Nuestra razón, con de­masiada frecuencia, al aplicarse a los países de Oriente se ha interpuesto entre el observador y lo observado, petrificando la razón oriental en una supuesta inmovilidad y reconociendo úni­camente a la nuestra las virtudes de la flexibili­dad5. La etnicidad podría entonces definirse c o m o la síntesis de un cierto número de rasgos distintivos y de componentes que determinan la identidad, que forma parte de la naturaleza esencial de un grupo determinado y ejercen una influencia de tipo axiomático en la mente de los individuos que lo componen. Estos ras­gos de identidad han de ser, sin embargo, consi­derados como unas variables que pueden evo­lucionar de m o d o independiente o bien juntas, en función del tiempo y del lugar, en la repre­sentación que de ellas se da o que surge, ya sea espontáneamente, ya sea por la movilización. Ni que decir tiene que esa brusca aparición de­be ser clarificada. La identidad islámica iraní-chiíta, producto de la revolución de Jomeini o de las ideas de Shariati, ha sido considerada por ejemplo c o m o algo de carácter ontológico por sus actores, y ello aunque su expresión ver­bal deba m u c h o a la modernidad importada (en la integración y utilización del concepto de república, por ejemplo6). La etnicidad no es, pues, una cualidad estática que un grupo posee o no posee, sino un conjunto de variables de diversos tipos, cuya esencia queda manifestada de m o d o sensible mediante una expresión ver­bal adaptada o readaptada de m o d o permanen­te. D e ahí que toda amenaza, real o percibida c o m o tal, contra la integridad, la prosperidad o la supervivencia de la comunidad, pueda desencadenar lo que podríamos llamar una movilización de la identidad. Y , al contrario, condiciones de gran seguridad y de existencia armoniosa de la comunidad pueden mantener su identidad en estado latente. Sin embargo.

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una situación de dominación y de miseria eco­nómica y social a veces no basta para suscitar un despertar de la identidad; otros factores ex­teriores pueden también desempeñar un papel, como puede verse en la evolución de la c o m u ­nidad chiíta en el Líbano. V a a ser pues menes­ter examinar por qué y c ó m o una comunidad con una cierta identidad latente puede movili­zarse y, pasando por períodos de ideologiza-ción y politización llegar a lo que podemos lla­mar etnicidad. Habrá después que aislar, entre todos los factores de conflicto, el factor de la afirmación de la identidad, que tiene una ten­dencia natural en muchos casos a actuar disfra­zado, ocultándose tras una retórica más moder­na, para conseguir supuestamente una mejor aceptación por parte de la comunidad interna­cional. Sin embargo, es preciso, en primer lu­gar, desde este punto de vista, efectuar un rápi­do e x a m e n histórico de la evolución del Cercano Oriente desde hace un siglo.

La dimensión de la identidad en el Cercano Oriente: algunas consideraciones históricas

Bajo la dominación otomana, pero también durante los siglos anteriores, la zona del Cerca­no Oriente disfrutó de una situación de coexis­tencia relativamente armoniosa o, al menos, en un orden político y social que podríamos lla­mar tradicional, siendo los dos polos mayorita-rios de esta tradición la identidad árabe y el islam. La identidad étnica quedaba definida por tres rasgos distintivos primordiales: la reli­gión, la lengua, definidora de la etnia en el sen­tido más estrecho, y una determinada idea del tiempo histórico o de la temporalidad. Algunas comunidades compartían plenamente estos tres rasgos distintivos: tal era por ejemplo el caso de las comunidades árabes musulmanas sunnitas, mientras que los árabes chiítas esta­ban ya en una situación periférica con respecto a esa plenitud; otras, como la de los árabes cris­tianos, sólo tenían dos de los tres, mientras que los griegos ortodoxos, los armenios o los judíos, diferentes por su lengua y su fe, lo único que tenían en común con los demás era una misma idea del tiempo. A este respecto, el caso de los turcos era especial: disponían del poder políti­co pero sólo compartían con los demás dos de los tres rasgos distintivos7. Estas comunidades

coexistían, en el sistema otomano, gracias a ese doble patrimonio musulmán y bizantino insti­tucionalizado en el millet, que determinaba las relaciones entre el Estado otomano y los diver­sos grupos árabes o no árabes, musulmanes o no musulmanes. El millet otomano era la en­carnación del deber de protección con respecto a los pueblos del Libro, pero tal y como ha que­dado previsto en el orden coránico, o sea, c o m o condición particular discriminatoria. La elec­ción del calificativo en este caso depende de la interpretación que se dé del tercer rasgo distin­tivo, o sea, el concepto del tiempo. Este último era compartido por las tres religiones del Libro. Condicionaba su visión del m u n d o y de la his­toria y estructuraba su memoria. Permitía ci­mentar un orden de las cosas común en su esen­cia, aun cuando los signos elaborados para representarlo fueron profundamente diferentes y potencialmente conflictivos. Esta temporali­dad no veía en la historia un encadenamiento sin fin de causas y efectos ni separaba radical­mente el pasado y el presente, la historia y la cosmología. Al contrario: al yuxtaponer lo uni­versal cósmico y lo particular local, proponía a cada comunidad de la zona otomana una posi­bilidad de libre representación de sí misma, con signos propios para cada una. U n a con­ciencia del tiempo de este tipo, que no vincula los acontecimientos, ni temporal ni causalmen­te, sino que los conecta al ponerlos en relación mediante la religión (y en este caso la etimolo­gía aclara el concepto) con una Divinidad, po­dría ser definida como una simultaneidad a lo largo del tiempo8. En esta simultaneidad estaba presente de m o d o constante un sentido perma­nente, que se daba así tanto al destino humano como a la naturaleza de las cosas. «La armonía otomana» era, pues, ante todo, una visión del m u n d o y de la historia compartida por las dis­tintas comunidades religiosas y lingüísticas del imperio. La penetración colonial del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial acabaron con este orden, cuando la razón occidental introdujo el producto de su propia revolución conceptual, esto es, la conciencia de un «tiempo homogé­neo y vacío»9, el tiempo que miden el reloj y el calendario, y que sólo la acción de los hombres puede llenar. V a a desaparecer así paulatina­mente esa conciencia, en el Cercano Oriente, de una simultaneidad a lo largo del tiempo, transversal, atemporal y llena de m o d o perma­nente, profeticamente, de causas y efectos m e z -

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ciados, siendo sustituida por el tiempo medido y vacío de la razón occidental. La superioridad técnica y militar de Europa sólo ha sido. pues, el vehículo, el instrumento de una revolución mental que desde hace un siglo está desarticu­lando y trastornando el m u n d o del Cercano Oriente, afectando su identidad en lo que tiene de más íntimo y profundo.

U n a de las consecuencias de este choque fue, pues, la aceleración radical de las potencia­lidades conflictivas, al quedar destruido el úni­co rasgo distintivo compartido por el conjunto de las comunidades del Cercano Oriente, y también debido al hecho de que las comunida­des minoritarias, cristianas, judías u otras, que sólo estaban ligadas al orden otomano por uno o dos de los rasgos distintivos comunes, se en­contraron así menos alejadas (pasivamente) o más próximas (activamente) de esa razón occi­dental, presentada c o m o la modernidad. En efecto, la irrupción de la razón occidental, vista por muchos c o m o una impugnación no sólo de los símbolos sino de la esencia misma de la identidad, sobre todo por aquellos que no po­seían todos los rasgos distintivos que hemos mencionado anteriormente, iba a llevar las po­sibilidades de conflicto hasta el corazón mismo de la identidad árabe-musulmana. N o es. pues, de extrañar que los árabes cristianos fueran los iniciadores de la Nadha y de un renacimiento literario del árabe clásico. Al ser los primeros afectados, pero también los primeros que se ad­hirieron a la razón occidental moderna, de lo que se trataba en este caso para ellos, que que­rían salvaguardar su porvenir en la región, era de un intento de compensar esa pérdida de soli­daridad ontológica con la mayoría árabe m u ­sulmana mediante una mayor atención presta­da a otro rasgo distintivo: la lengua. Tratábase sin embargo de una lengua árabe a la que se iba a confiar, al margen de su carácter sagrado, y mediante la secularización de lo escrito, un pa­pel de apoyo y vehículo para un nuevo concep­to, el de nación; y no cabía la menor duda para ellos de que éste, puesto que había logrado sus­tituir en Europa a las viejas comunidades m e ­dievales, podría desempeñar el mismo papel en el Cercano Oriente, y garantizar al mismo tiem­po su supervivencia en tanto que comunidad minoritaria10.

Durante el período entre las dos guerras mundiales, la región se dividió en Estados bajo la influencia de la dominación colonial. Pudo

dar la impresión de que la Turquía kemalista, Egipto, Irán y Arabia Saudita, durante algún tiempo, y pese a la existencia en su seno de mi ­norías étnicas en el sentido amplio, iban por la senda de la constitución de Estados nacionales. La evolución en el «creciente fértil» fue mucho más problemática. Al contrario de lo ocurrido en Egipto, por ejemplo, los nuevos Estados y las nuevas fronteras creadas por Francia y Gran Bretaña eran en muchos casos arbitra­rias, dividían a grupos y comunidades entre va­rios Estados que eran a su vez demasiado ex­tensos. Además , las políticas de las potencias mandatarias, lo hicieran éstas o no voluntaria­mente, contribuyeron a exacerbar las relacio­nes entre las comunidades. Todos estos facto­res provocaron una movilización vertiginosa de las identidades, su proyección en el campo político y su transformación en etnicidades po­líticas. Quedó entonces fortalecida la «división religiosa» libanesa, que había ya surgido en 1861 " . y se manifestaron el conflicto nacional árabe-judío en Palestina, las rivalidades reli­giosas y étnicas en Iraq y en Siria, y la cuestión kurda. En todas partes, bajo la retórica nacio­nalista que servía para disfrazar ambiciones es­pecíficas y exclusivas, empezaron a manifestar­se con impaciencia las etnicidades que deseaban apoderarse de lo que parecía tener que convertirse en un formidable instrumento de poderío: el aparato de Estado. Añádase a es­to que el sistema internacional reconocía a este último tanto el monopolio de la utilización de la fuerza c o m o una legitimidad interna y exter­na que hacían de él un instrumento excepcio­nalmente útil en los conflictos entre comunida­des, superficialmente secularizados, suscitados por la razón occidental y por otros factores. Es­tas mismas comunidades, lanzadas a ese tiem­po homogéneo y vacío de la modernidad, sen­tían a la vez una profunda nostalgia por el m u n d o otomano, sentimiento que en la mayor parte de los casos no era explícito, y una ambi­ción de poder a la que el discurso de la afirma­ción de la nación daba legitimidad y nuevo vi­gor, permitiendo al mismo tiempo ocultar su carácter de afirmación de la identidad.

Al retirarse las potencias mandatarias tras la Segunda Guerra Mundial, los países del Cer­cano Oriente alcanzaron la independencia y la plena soberanía. Los grandes problemas de que hablaban continuamente los representantes del nacionalismo en sus diversas formas ideológi-

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El conflicto libanes, una tragedia compleja e interminable, en el cual las identidades comunitarias son uno de los factores fundamentales. De Muiikr.

cas: nasserismo, baasismo o panarabismo. o el conflicto con Israel, no habían hecho desapare­cer las manifestaciones propiamente étnicas. Cuando éstas se presentaban de m o d o abierto y se enfrentaban con los Estados existentes, eran sometidas a una represión implacable en n o m ­bre de la razón de Estado; cuando conseguían, sin embargo, infiltrarse en el discurso estatal o ideológico, constituían una corriente subterrá­nea que fomentaba continuamente conflictos cuyos actores, atentos a lo que pudiera pensar la opinión internacional, utilizaban sin freno una retórica nacional-estatal, jurídica, política y económica para beneficio de las grandes po­tencias protectoras que querían establecer su influencia en la región.

La derrota árabe de junio de 1967 y los con­siguientes fracasos del nacionalismo en sus for­mas nasserista o baasista. mostraron con creces el vacío de la retórica ideológica y de afirma­ción de la nación. La agravación de los proble­

mas económicos y sociales y el fortalecimiento de los aspectos opresores de los aparatos estata­les, que estaban en manos de una de las c o m u ­nidades, c o m o por ejemplo en Siria, contribu­yeron a limitar el campo de la acción política y a poner en peligro m á s directamente la existen­cia misma de las comunidades minoritarias o postergadas. En la mayor parte de los casos, la única manifestación de la modernidad con que estaban realmente en contacto las poblaciones era la de los instrumentos de coacción intelec­tual, religiosa y física. Añádase a esto que la destrucción del equilibrio libanes, que fue una especie de modelo otomano reducido y adapta­do, dio a entender claramente a las distintas comunidades del Cercano Oriente que iba a ser necesaria una mayor movilización de la afir­mación de la identidad. Esta movilización se llevó a cabo ya en el marco regional (con un aumento del papel político de lo religioso, so­bre todo del islam), ya en el marco más estre-

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cho de un Estado o una zona subregional (transformación del conflicto árabe-israelí en conflicto palestino-israelí después de 1967, di­visión defacto del Líbano entre las distintas et­nias, monopolio del poder alauita en Siria).

Lo que se desprende de este rápido bosque­jo histórico es que, desde hace más de setenta años, las comunidades del Cercano Oriente no han conseguido encontrar, apoyándose en uno de los dos rasgos distintivos -la lengua o la reli­gión- una solución para sustituir al tercer rasgo desaparecido, o sea, ese concepto común del tiempo histórico destruido por la irrupción de la razón occidental. Fracaso general, pero con tres excepciones: Arabia Saudita, Estado islá­mico y dinástico. Turquía, Estado nacional fundado en la lengua, pese al problema kurdo y a la búsqueda desesperada de la modernidad, e Israel, Estado nacional fundado en la exclusivi­dad de una religión y una lengua. El caso egip­cio osciló constantemente entre el modelo de un Estado nacional mediterráneo y una situa­ción de epicentro del m u n d o árabe y musul­m á n . La existencia de una identidad egipcia preislámica hace empero de este Estado un ca­so aparte, y la presencia de una importante mi­noría copta que no comparte con la mayoría árabe musulmana ni el rasgo distintivo religio­so, ni siquiera en algunos casos el rasgo distinti­vo étnico en el sentido estricto, hace que el país esté expuesto a las vicisitudes que entraña lo ét­nico.

El factor étnico en los conflictos actuales o potenciales

En el plano teórico, distamos todavía de haber llegado a una cierta unidad de pareceres, aun­que fuera relativa, en la presentación de m o d e ­los que puedan orientar las investigaciones. Pa­rece ser sin embargo posible determinar algu­nos puntos de acuerdo. En primer lugar, nadie parece poner ya en duda que, en el Oriente M e ­dio, los componentes relacionados con la iden­tidad hayan hecho ahora irrupción, y probable­mente de m o d o duradero, en el ámbito de los conflictos (aunque cabe preguntarse si habían estado alguna vez realmente ausentes). En se­gundo lugar, los Estados del Cercano Oriente, al haber adquirido una cierta legitimidad, constituyen en muchos casos el lugar y el con­texto donde se desarrollan estos conflictos. D e

aquí que el análisis se encuentre ante conflictos en los que los actores son tanto comunidades rivales, en el seno de los territorios y de la esfe­ra estatales y con la participación del aparato del Estado, c o m o una o varias comunidades que se enfrentan directamente con el aparato de Estado, o bien, por último solidaridades co­munitarias, basadas en la afirmación de la identidad, que ejercen su influencia de m o d o conflictivo por encima de las fronteras estata­les pero intentan utilizar los aparatos de Estado en interés de sus respectivas causas. Los objeti­vos que están en juego en estos conflictos están relacionados, de m o d o aislado o acumulativa­mente, con campos m u y diversos, como el de­seo de un control exclusivo del poder de Esta­do, una mayor participación en ese poder, la mejora de la condición social, la seguridad co­munitaria, un mayor acceso a las riquezas pro­ducidas, o bien el control de riquezas específi­cas y de gran significado político y económi­co12.

Añádase a esto que, c o m o ya señalamos an­teriormente, la caída del Imperio otomano, la división colonial de la región en Estados, la ideología de la afirmación de la nacionalidad y la influencia marxista han desestabilizado pro­funda y duraderamente el conjunto de la región al acabar la Primera Guerra Mundial. Este en-frentamiento entre tradición y modernidad ha sido, desde entonces, extremadamente conflic­tivo; su ámbito es a la vez local, estatal, regio­nal e internacional, y en él se acude a actores exteriores cuyo interés por la evolución de la región obedece en muchos casos a motivos pro­pios, pero que se convierten de m o d o conscien­te o inconsciente en participantes directos en estos conflictos etnonacionales. Importa con­signar al respecto que estos actores exteriores, como Estados Unidos, U R S S o Reino Unido y Francia, han utilizado constantemente, con al­gunas variantes, tipos de interpretación de los conflictos del Cercano Oriente que remiten de hecho a los fundamentos históricos o ideológi­cos de su propia política. Son muchos los ejem­plos que vienen a la mente, desde la firma del Pacto de Bagdad a la intervención naval y hu­manitaria francesa en el Líbano en 1989, sin olvidar la crisis de Suez en 1956. En cada uno de estos casos, cabe preguntarse quién ha utili­zado a quién; es c o m o si este gran juego de la afirmación de la identidad consiguiera frecuen­temente, con extrema habilidad, aprovechar ya

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sea el apoyo proporcionado y sus resortes, ya sea las reglas y usos de las relaciones internacio­nales para sus propias actividades y objetivos, violando sin el menor escrúpulo esas reglas y usos cuando estorban demasiado.

Las dificultades con que tropezamos para elaborar una teoría de los conflictos de tipo ét­nico son considerables. Dicha teoría podría, claro está, tomar c o m o punto de partida, en el caso del Cercano Oriente, las investigaciones y trabajos referentes a los conflictos internacio­nales. Pero el hecho de que estos vínculos entre relaciones internacionales y conflictos de tipo étnico sean a su vez utilizados por los actores en el Cercano Oriente, y ello en conflictos que son a primera vista conflictos de afirmación de la identidad, y viceversa, complica todo inten­to de teorización. Esta mezcla de géneros es, permítaseme la expresión, una cortina de hu­m o ; desdobla el campo del análisis y el número de incógnitas con que se enfrenta el analista. El estudio de la política siria del presidente Hafiz al Asad ilustra perfectamente lo que decimos: ¿es acaso una política de Estado?; ¿o m á s bien una política alauita que utiliza el aparato de Estado? Los dos puntos de vista han sido utili­zados en el análisis; pero cuando se llega a los puntos clave de la investigación, corremos el riesgo de encontrarnos con que son poco satis­factorios y mutuamente incoherentes. ¿ C ó m o salvar el obstáculo13?

Y lo m i s m o pudiera decirse, por tomar un ejemplo específico, del estudio del fundamen­talismo islámico y de sus objetivos políticos. E n palabras de E d m o n d Burke III, puede decir­se, en resumen, que el debate sobre si nos en­contramos ante movimientos políticos islamis­tas o ante movimientos sociales en Estados y sociedades musulmanes ha desembocado en orientaciones de la investigación sumamente diferentes y en resultados no menos diversos, en particular en el estudio de los conflictos14. Los estudiosos de los movimientos sociales han intentado mostrar c ó m o surgen protestas y conflictos sociales, pero sin dar una importan­cia prioritaria a los símbolos de identidad o ét­nicos elaborados en esos conflictos, mientras que los especialistas de los movimientos isla-mistas han prestado mayor atención a los con­ceptos y la retórica islamista en las distintas en­tidades políticas en las que éstos han surgido. Esta última escuela se ha interesado no tanto por las causas del movimiento c o m o por los

símbolos por él producidos y por los efectos in­ducidos por la representación de estos símbo­los. Estos dos métodos de análisis del fenóme­no islamista provienen ambos de un antiguo li­naje intelectual que parte de M a x Weber y Karl Marx. Podría mencionarse también aquí una tercera escuela, de inspiración durkheimista. Parte ésta de la siguiente idea: c o m o la integra­ción de las sociedades plurales del Cercano Oriente sólo puede efectuarse sobre la base de una conciencia de formar parte de una misma entidad, las perturbaciones sociales provoca­das por la modernidad económica y política han llevado a los individuos a sumirse en las capas m á s profundas de su identidad étnica, en busca de su propia seguridad. D e aquí que la modernización suscite directamente la movili­zación de la afirmación de la identidad y el ca­rácter étnico, y en este caso la aparición de fun­damentalismos y más concretamente del fun­damentalismo islámico15.

La eventual utilización de alguno de estos modelos depende también de lo que el observa­dor prefiere: ya sea una visión más bien funcio-nalista, en la que se insiste en el consenso sobre determinados valores, en la interdependencia de las comunidades y en el mantenimiento del sistema, aun cuando deba éste ser modificado; ya sea una visión estructuralista que hace pasar al primer plano la utilidad de la rivalidad, del conflicto y de la jerarquización étnica. Por lo demás, estos dos paradigmas tienden a acercar­se uno al otro, admitiendo cada cual la utilidad de parte de los postulados ajenos.

D e todos estos planteamientos y de sus apli­caciones concretas en el análisis se desprenden, a fin de cuentas, determinadas convergencias. Puede observarse entre historiadores y politó-logos una tendencia a no limitarse al campo del discurso político de las élites y a explorar tam­bién el de la acción de los grupos locales. D e m o d o paralelo, las ciencias sociales han pasado asimismo del estudio de los rasgos distintivos de identidad normativos y ontológicos (el is­lam c o m o sistema normativo, por ejemplo) al de la cultura popular (el islam c o m o es vivido por el musulmán del montón, en el plano lo­cal). Por último, la ampliación de los campos epistemológicos y la profundización simultá­nea, m u y localizada, del análisis, han permiti­do que se inicie una historia comparativa de las sociedades del Cercano Oriente. Estas idas y venidas continuas del analista entre el plano lo-

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cal y los elementos regionales, estatales o sim­plemente exteriores, permite una presentación más precisa y un análisis m á s profundo de los conflictos. Este método comparativo consiste en el examen de un conflicto particular en sus múltiples contextos. Al ir m á s allá del simple examen de los rasgos distintivos de identidad (islámicos o de otro tipo) y de sus relaciones con elementos ontológicos, permite intentar comprender mejor las modalidades y razones del inicio, en distintos niveles y en distintos momentos, de una movilización conflictiva de las identidades que desemboca en una afirma­ción de lo étnico en el plano político y/o mili­tar16.

El análisis global, desde el punto de vista de la identidad, tanto de los conflictos del Cerca­no Oriente c o m o de otros conflictos, sigue de­pendiendo hoy en día de una condición previa: una definición clara y por todos aceptada de los conceptos utilizados y de la terminología17. T o ­das las investigaciones sobre la cuestión de la identidad y de la etnicidad han desembocado en una sobreabundancia y una confusión se­mánticas, debidas tanto a las ideologías c o m o a los proyectos y a la subjetividad de los investi­gadores. N o corresponde aquí abordar esta cuestión. Sería sin embargo útil poner coto a esta invasión de la forma en detrimento del fondo. Antes de examinar cuáles son los ele­mentos y los factores utilizados en los conflic­tos de afirmación de la identidad, o en los con­flictos en que interviene ésta c o m o componen­te, bueno sería ponerse de acuerdo sobre la definición del término conflicto. C o m o ya lo señaló Horowitz, la mayor parte de las defini­ciones que han sido presentadas por el m o m e n ­to entrañan nociones c o m o lucha, enfrenta-miento y disturbios, estableciéndose así una distinción entre conflicto y otros conceptos co­m o competición, competencia o rivalidad. Al­gunas definiciones van aún más lejos e inclu­yen en el concepto la idea de enfrentamiento directo a fin de obtener algún beneficio exclusi­vo, o hasta la de utilización de medios intrínse­camente incompatibles con el objetivo afirma­do. Parece ser sin embargo preferible confor­marse con una definición sencilla, aun cuando en numerosos conflictos étnicos encontremos esa nota de exclusivismo o exclusión del otro. A decir verdad, si introducimos desde un princi­pio estas dos características que son la exclu­sión y la incompatibilidad entre objetivos y

medios, anticipamos ya lo que debería dejarse como parte de la investigación y el examen es­pecíficos, y limitamos así el campo m i s m o de estudio al introducir una categorización dema­siado estricta. Es preferible, pues, según Horo­witz, atenerse a la definición propuesta por Le­wis Coser, o sea, que «el conflicto es una lucha en la que lo que se busca es alcanzar objetivos y al mismo tiempo neutralizar, dañar a rivales o eliminarlos»18.

Volviendo al caso del Cercano Oriente, y profundizando algo más , hay que preguntarse ahora por qué (y por qué en determinado m o ­mento), por quién o por medio de qué, y por último c ó m o , han sido movilizadas estas iden­tidades, transformándose así en etnicidades y proyectándose en el campo político. Desde ese punto de vista, los Estados y las sociedades, en el Cercano Oriente, están caracterizados por una gran diversidad de identidades netamente afirmadas, pero también por la existencia de clases socioeconómicas y por determinados ti­pos de distribución y ejercicio del poder políti­co. Quiere esto decir que algunas identidades comunes, pero separadas por fronteras estata­les, mantienen relaciones diferentes, según los casos, con las clases sociales existentes y con los que disponen del poder. Las identidades del Cercano Oriente tienen, pues, que habérselas en muchos casos con asimetrías de condiciones y situaciones que determinan y modifican no sólo su capacidad de acción sino también lo que podríamos llamar su umbral de moviliza­ción. A este respecto, basta con recordar aquí, por ejemplo, el caso de las minorías cristianas desperdigadas por toda la región, y el papel que desempeñó para ellas el polo libanes con predo­minancia árabe cristiana; o bien el caso de los chiítas, minoritarios en casi todos los países, y el papel que ha desempeñado para ellos el polo chiíta iraní (y por lo tanto no árabe); o, por últi­m o , el caso kurdo, no árabe pero sunnita, y que no dispone de ningún polo de referencia esta­tal. Nos encontramos, pues, en todas partes con sociedades caracterizadas por dialécticas asi­métricas entre identidades, clases socioeconó­micas y ejercicio del poder político-militar, dialécticas estructuradas a su vez por desigual­dades que remiten a estos tres componentes. Es de señalar que estas estructuraciones m á s o m e ­nos sólidas y duraderas, según los casos, y gene­radoras de desigualdad o hasta de exclusión, se han efectuado a menudo a través del dominio

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del aparato de Estado, dominio presentado co­m o legítimo y que ha actuado c o m o instrumen­to de legitimidad no sólo en el plano interno sino también en los marcos regional o interna­cional, marcos utilizados a su vez c o m o agentes de legitimación. Todos estos lazos forman, pues, una madeja extraordinariamente compli­cada en los distintos niveles de análisis.

Si queremos estudiar más de cerca la cues­tión del umbral de movilización y, por consi­guiente, el origen de un conflicto, vamos a com­probar en primer lugar que los datos circuns­tanciales (históricos y socioeconómicos) en el sentido más amplio, y las dialécticas de clases, de ejercicio del poder y de desigualdades étni­cas, han suscitado en el Cercano Oriente movi­lizaciones en las que el elemento dominante es la afirmación de la identidad, movilizaciones que o bien se expresan libre o claramente, o bien avanzan bajo el disfraz de un discurso ideológico que en muchos casos está destinado al m u n d o exterior. En este sentido, el arabismo ha de ser considerado c o m o una movilización étnica, en particular en un discurso de afirma­ción nacionalista. La etnicidad es un dato su­mamente plástico, que toma formas diferentes y más o menos restrictivas dependiendo de las necesidades de los actores a los que Rothschild da el nombre de empresarios de la moviliza­ción política de la etnicidad o empresarios polí­ticos19. El discurso ideológico baasista de Hafez El Assad y de los que le rodean ha constituido también una empresa de movilización alauita, aunque desde luego se haya manifestado m e ­nos claramente que la de los chiítas libaneses, por ejemplo. Estos empresarios políticos, apro­vechando las riquezas de un fondo de datos his­tóricos, psicológicos, culturales o sociales, rein­terpretando y «re-presentando» esos datos, sus­citan la aparición en el campo político de toda una proyección de símbolos destinados a modi­ficar o fortalecer las dialécticas de las desigual­dades. Pero lo importante es que los aconteci­mientos históricos mencionados más arriba, y que caracterizaron la caída del sistema otoma­no, han dado a las identidades, ahora politiza­das, una triple cualidad de principio. Se han convertido a un tiempo en principio de legiti­mación de Estados y gobiernos gracias a una interpretación truncada del concepto de na­ción; en segundo lugar, se han utilizado c o m o un principio inverso de impugnación de regí­menes y sistemas en nombre de una interpreta­

ción estrecha del derecho de los pueblos, y tam­bién, por último, en una vía de acceso, corrupta y corruptora, al poder económico y político. Si ampliamos así la noción de «empresario políti­co» introducida por Rothschild, puede profun­dizarse el análisis de los componentes de afir­mación de la identidad de los conflictos del Cercano Oriente y de su evolución en el tiem­po, examinándose por qué y cuándo ha sido es­cogido tal o cual rasgo distintivo de identidad por tal o cual categoría de empresarios políti­cos. H a de entenderse por categorías de empre­sarios políticos las categorías establecidas en esas sociedades por la configuración de las cla­ses y las funciones sociales, el ejercicio del po­der militar o político, o las divisiones basadas en la identidad de grupo. Se comprueba desde luego que existen empresarios políticos no étni­cos, cuyos motivos son ideológicos y que suelen luchar contra las solidaridades comunitarias, étnicas o de identidad, porque su meta es la construcción de una nación y un Estado. Este tipo de proyecto de transformación política y social de las identidades del Cercano Oriente, ya sea en el sentido de una modernización de tipo liberal encaminada a la edificación de nue­vas solidaridades, pluriétnicas y con agrupacio­nes voluntarias, ya sea en el sentido de una m o ­dernización de tipo socialista que hace hinca­pié en la conciencia de clase, ha estado continuamente presente en el discurso político desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embar­go, si bien se ha conseguido ocultar en muchos casos los componentes de afirmación étnica que subyacían en esos proyectos de m o d o per­manente, sus fracasos políticos y sobre todo económicos, y su incapacidad de crear signifi­cados, les han despojado de ese revestimiento y sólo han quedado los elementos de afirmación de la identidad20. Y es así como los fracasos de la ideología de la nación árabe del nasserismo han suscitado a la vez un retorno a la afirma­ción de la identidad egipcia y a explosiones is­lamistas. Los fracasos de estos empresarios ideológicos han dejado la vía libre a los empre­sarios de la etnicidad política o, m á s concreta­mente, a otras categorías de empresarios políti­cos que utilizan otros rasgos distintivos en los que el elemento de afirmación de la identidad aparece m á s claramente y es más netamente ex­clusivo. La evolución del Baas sirio es significa­tiva al respecto, ya que ha pasado de un arabis­m o socializante, que está hoy en día claramente

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desprestigiado, a una estricta defensa, en apa­riencia, de los intereses sirios, pero una defensa de intereses cuya presentación y aplicación es en muchos casos el disfraz de la promoción y supremacía de los alauitas; mientras que el so­cialismo, o el sistema así llamado, sólo es útil en la medida en que permite un dominio abso­luto del aparato de Estado en todo el campo social, político y económico. Podemos conside­rar, pues, que todos los empresarios ideológi­cos o ideologizantes que han aparecido desde la descolonización en el Cercano Oriente se han visto obligados, en un momento u otro, y aun­que hayan dispuesto del dominio del aparato de Estado, a enfrentarse con la etnicidad, pro­yectada en el campo político, mediante la inte­gración, la asociación o la represión.

Llegados a este punto de la reflexión, es también interesante señalar que los umbrales de movilización han ido tomando continua­mente importancia, en función no sólo de los fracasos de los empresarios ideológicos sino también de la aceleración de los procesos de integración de estas sociedades en los circuitos de la modernidad. Esta modernidad, en sus manifestaciones cambiantes pero siempre de­terminadas por elementos exteriores, se centra ahora en tres campos que representan cada uno un desafío directo para las sociedades, los Esta­dos y las comunidades del Cercano Oriente: la secularización, la democracia liberal con arre­glo a la razón occidental y sus tendencias uni­versalistas, y la comunicación, que es a veces considerada c o m o el último disfraz de la viola­ción colonial de las conciencias.

Por otra parte, la movilización de las identi­dades en el sentido de la etnicidad acentúa, m o ­difica, da expresión ideológica y vuelve a re­crear a veces los rasgos distintivos de identi­dad, según las necesidades del m o m e n t o . Intenta así, sumiéndose en las capas más pro­fundas y más íntimas de la identidad personal y comunitaria, contribuir a salvaguardar deter­minados elementos ontológicos por intermedio de la politización. Al hacerlo, sin embargo, transforma esa etnicidad mediante la utiliza­ción en muchos casos intensiva de determina­dos instrumentos y herramientas conceptuales del combate político, que son forzosamente modernos. Esta relación se nutre y fortalece por sí misma, ya que la etnicidad encuentra en la modernidad los medios de proyectar en el cam­po político actual los símbolos que la represen­

tan. La revolución iraní y la utilización perver­tida que ha sabido hacer, con suma habilidad, de los instrumentos de comunicación y del dis­curso políticos modernos, o la acción de los grupos terroristas de las etnicidades fragmenta­das, dan una buena ilustración de lo que deci­m o s . Por último, y se trata de otra área de inte­rés que importa destacar, esta irrupción de las etnicidades en la política contribuye a satisfa­cer en muchos casos necesidades que no son políticas, necesidades premodernas, de convi­vencia comunitaria, m u y alejadas de la racio­nalidad tecnocrática de la modernidad. En re­sumen, toda movilización política de la identi­dad «etnitiza» la modernidad y «moderniza» la identidad étnica. Este intercambio dialéctico potencia la escalada de la conflictividad tanto para los empresarios como para los que son así movilizados. Según Spillmann, que recoge las ideas de Freud y de sus sucesores sobre el desa­rrollo afectivo, y otras de Piaget y de su escuela sobre el desarrollo cognoscitivo, esa ascensión constituiría de hecho, y en sentido contrario, una regresión hacia las primeras fases de las ad­quisiciones infantiles21. Encontramos una vez m á s en la patológica situación libanesa una cla­ra ilustración de esto. Estamos aquí en el centro m i s m o de esa noción de mutilación presentada por Shayegan22.

Conclusiones

Estas reflexiones, por fuerza incompletas, so­bre un eventual planteamiento teórico de los componentes de afirmación de la identidad en los conflictos del Cercano Oriente, han intenta­do mostrar que, históricamente, el choque de la introducción de la razón occidental ha dejado sentir continuamente su influencia, y que sigue afectando a la evolución de la región. Y a se tra­te de la razón liberal o de la razón marxista, de la idea de Estado nacional, que en el Cercano Oriente sólo ha desembocado en muchos casos en la creación de Estados sin nación y de nacio­nes sin Estado, de la hegemonía política euro­pea o de la dependencia económica, técnica y financiera, la modernización ha acumulado en estos países numerosos estratos cuya génesis ha sido siempre foránea. Tras un modelo vino otro, dejando cada vez tras de sí ideologías im­puestas superficialmente y que sólo tienen sen­tido entre las élites que las introdujeron. El des-

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Las crisis de identidad, paradigma de la conßictividad en el Cercano Oriente 153

pertar de la conciencia de clase que propusie­ron algunos, el individualismo racional y de ti­po ideológico, o la segmentación en grupos plu­ralistas y voluntaristas que propusieron otros, factores éstos relacionados con la mundializa-ción de la ciencia y de las tecnologías y con las interdependencias o dependencias económi­cas, han impuesto todos ellos, por acumulación dialéctica, divisiones reales y potenciales, étni­cas o etnonacionales. Hasta la «división por co­munidades religiosas» libanesa, y aun podría­m o s decir que sobre todo ella, sistema que fue la última tentativa de modernización de la vía otomana, ha acabado por estallar, dejando ver todas las combinaciones posibles de moviliza­ción de los rasgos distintivos de identidad, so­ciales y religiosos, regionales e ideológicos, se­gún el momento y las necesidades.

Cada uno de los métodos teóricos que se han utilizado por el m o m e n t o permite abordar un sector del campo de análisis y comprender una parte de la realidad. Desde hace algunos años, la tendencia a tener en cuenta la etnici-dad c o m o m o d o de acción política operativo y racional se ha manifestado m á s claramente. Los estudios sobre el terreno, realizados de m o ­do m u y localizado, han permitido comprender mejor por qué y cómo , en circunstancias que se transforman, surgen nuevas categorías de e m ­presarios políticos, que no se confunden con las élites clásicas, mejor conocidas y clasificadas-13. Tienden también a buscar estos estudios el por­qué de la movilización, en particular en el caso del fundamentalismo islámico24. N o por ello deja de ser cierto, sin embargo, que el número y la variedad de los parámetros que intervienen en lo que podríamos llamar las estrategias de afirmación de la identidad, o estrategias étni­cas, en el Cercano Oriente son tales, y tan mul­tiformes, que de poco sirve en su caso una teo­ría de conjunto, por mucho que se perfeccione.

y que esa complejidad obliga ahora a los espe­cialistas de las ciencias sociales e históricas a centrar sus investigaciones en casos m u y espe­cíficos. D e aquí que todo estudio de conjunto, aunque sea sobre los rasgos distintivos m á s fre­cuentes c o m o el islam, el sunnismo o el arabis­m o , ya sólo tenga un interés limitado y en m u ­chos casos abstracto. En esta perspectiva, la re­flexión teórica futura deberá ocuparse de m o d o más decidido de lo problemático y lo conflicti-vo, y no de las doctrinas en sí, cuyo análisis y estudio remiten demasiado frecuentemente to­davía a un orientalismo que hoy ha quedado superado. Dicho sea con otras palabras, y por tomar un ejemplo, lo interesante hoy en día ya no es tanto saber si el islam normativo plantea determinados problemas, y por qué los plantea, sino descubrir cuándo, dónde y c ó m o plantean determinados problemas esas normas, pero esas normas tal y c o m o son percibidas, vividas y reimaginadas localmente.

Por último, además de las diversas orienta­ciones de investigación posibles mencionadas más arriba, la cuestión del inicio de la movili­zación en pro de la afirmación de la identidad gracias a la acción de los empresarios de la poli­tización de las identidades colectivas presenta todo un campo de estudios particularmente in­teresante en el Cercano Oriente. Ese campo abarca en particular el examen de las estrate­gias, del capital de símbolos de cada uno y de sus transformaciones tácticas, o sea de las m o ­dalidades variables de su funcionamiento y de su proyección en lo político. Difícilmente po­dría exagerarse, a mi entender, la importancia de este campo de estudios para el examen de los conflictos actuales y potenciales en el Cerca­no Oriente.

Traducido del francés

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Notas

1. La importancia que se ha dado en los trabajos sobre el Cercano Oriente al factor étnico, o de afirmación de lo étnico, ha sido variable. M u y presente en las publicaciones de Albert Hourani, que ha sentado las bases de este tipo de planteamiento de su obra Minorities of the Arab H 'arid (Londres, Oxford University Press, 1947), y que vuelve a utilizar el concepto en sus libros y ensayos ulteriores, ese elemento parece quedar un poco olvidado en el decenio de los años cincuenta. Vuelve a desempeñar un papel de primer plano, en particular, en Ideological Revolution in lhe Middle East de Leonard Binder (New York, Willey. 1964). Encontrará el lector una buena reseña de los principales trabajos publicados sobre el tema desde hace treinta años en: Milton Esman e Itamar Rabinovich, eds.. Ethnicity, pluralism and the state in the Middle East (Ithaca y Londres. Cornell Univ. Press, 1988), págs. 8-11.

2. Enfoque bien presentado en el libro de Bertrand Badie, Les deux Etals: pouvoir et société en Occident et en terre d'Islam, Paris, Fayard. 1986.

3. Además de la obra fundamental referente a esta corriente, o sea: Karl Deutsch. Nationalism and Social Com mimical ion (Cambridge. M . I . T . Press. 1953). consúltese también la de Myron Weiner. ed.. Modernization: The Dynamics of Growth. Nueva York. Basic Books. 1966.

4. Véase, sobre esta corriente. Gabriel Ben Dor. Stale and Conflict in the Middle East. Emergence of the Post-Colonial State. N e w York. Praeger, 1983.

5. Véase M o h a m m e d Arkoun, Pour une critique de la raison islamique. París, Maisonneuve et Larose, 1984, págs. 155-191, en lo referente a autoridades y poderes en los países islámicos.

6. Sobre este problema y sus consecuencias, véase: Daryush Shayegan, Le regard mutilé: Schizophrénie culturelle: pays traditionnels face à la modernité. Paris. Albin Michel, 1989, en particular las págs. 105-136.

7. Sobre la problemática de las identidades minoritarias, véase lo dicho en el excelente libro de Laurent y Annie Chabry, Politique et minorités au Proche-Orient. Les raisons d'une explosion. Paris. Maisonneuve et Larose. 1984. sobre todo las págs. 15-60.

8. Véase Erich Auerbach. Mimesis. La presentación de la realidad en la cultura occidental. Madrid, F C E , 1983, cap. I. cit. por Benedict Anderson. Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Londres, Verso, 1983, págs. 29-30.

9. Debemos este concepto a Walter Benjamin. «Tesis de filosofía de la historia», en Discursos interrumpidos I. trad. J. Aguirre. Madrid. Taurus. 1973.

10. Sobre todos estos problemas relacionados con lo que Shayegan, op. cit.. llama el «hechizo del mundo» , véase Kamal H . Karpat, An Inquiry into the Social Foundations of Nationalism in lhe Ottoman State: from Social Estates to Classes, from Millets to Nations. Princeton, Princeton Univ. Press., 1973. Research Monograph n u m . 39; Benefict Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, op. cit.: Georges Corm, L Europe et l'Orient. De la hulkanisation à la lihanisation. Histoire d'une modernité inaccomplie. Paris. La Découverte, 1989; Laurent et Annie Chabry, Politique et minorités au Proche-Orient. Les raisons d'une explosion, op. cil.

11. Véase Georges C o r m . Géopolitique du conflit libanais. Paris, La Découverte. 1986.

12. Véase Ben Dor, op. cit.

13. El lector encontrará un planteamiento teórico de los conflictos étnicos desde un punto de vista general en las obras de Donald Horowitz, Ethnic Groups in Conflict. Berkeley. Univ. of California Press, 1985 y Joseph Rothschild, Ethnopolitics: A Conceptual Framework. N . Y . . Columbia Univ. Press.. 1981.

14. Edmond Burke III e Ira M . Lapidus, cds., Islam, Politics and Social Movements. Londres, L B . Tauris. 1988. págs. 17-35.

15. Véase en particular Samuel P. Huntington. Political Order in Changing Societies. N e w Haven. Yale Univ. Press., 1968.

16. Por lo que respecta a esta evolución de las investigaciones sobre el tema, véase una buena ilustración de esta tendencia en: Milton Esman e Itamar Rabinovich, eds.. op. cit.. pero consúltese también la contribución de Kais Firro, The Druze in and between Syria, Lebanon and Israel. págs. 185-197; o algunos capítulos de Bruno Etienne, L'islamisme radical. París, Hachette, 1987. en particular el cap. VII, págs. 207-258. Sin olvidar la obra anteriormente mencionada de E . Burke III e Ira Lapidus. Puede encontrarse por último un planteamiento interesante en el artículo de Edward E . Azar, «Protracted Social Conflict: Theory and Practice in the Middle East». Journal of Palestinian Studies. 3, N.° 1. 1978. págs. 41-60. Utilizando un concepto enriquecido con aportes tomados de la psicología y de numerosos trabajos referentes a la identidad personal y colectiva, preparo la publicación de una obra teórica sobre lo que yo llamo, en el caso del Cercano Oriente, el proceso conflictivo continuo (PCC), con una tipología específica de la conflictividad en el Cercano Oriente.

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Las crisis de identidad, paradigma de la conjliclividad en el Cercano Oriente 155

17. Se encontrará en la obra de Gabriel Ben-Dor y David B . Dewitt, Conflict Management in the Middle East (Lexington. Mass. , Lexington Books. 1987), un buen planteamiento politológico de los conflictos del Cercano Oriente.

18. D . Horowitz, op. cit., pág. 95.

19. J. Rothschild,«/), cit.

20. Véase la obra notable de Fouad Ajami, The Arab Predicament. Arab Political Thought and Practice since 196 7. Cambridge. Cambridge Univ. Press., 1981.

21. Sobre estos aspectos psicológicos de la «escalada» del

conflicto, véase el estudio de Kurt y Kati Spillmann, Feindbilder: Entstehung. Funktion und Möglichkeiten ihres Abhaus, Zürcher Beiträge zur Sicherheitspolitik und Konfliktforschung, Heft n u m . 12, E T H Z , Zurich, 1989.

22. D . Shayegan. op. cil.

23. Cabe mencionar aquí el proyecto de investigación iniciado por el U N R I S D en febrero de 1990, en Ginebra, sobre el tema «Los conflictos étnicos y el desarrollo. Para realizar este proyecto se ha reunido, bajo los auspicios de este Instituto de las Naciones Unidas y la dirección de

Rodolfo Stavenhagen. a un grupo de especialistas de los problemas étnicos, que vienen de regiones o Estados en los que la problemática de la afirmación de la identidad es particularmente apremiante. El proyecto prevé la publicación de estudios monográficos cuyos resultados permitirán sin duda alguna enriquecer, gracias a sus aportes comparativos, los conocimientos teóricos sobre el tema.

24. Citemos por ejemplo a B . Etienne, op. cit.. cap. VIL sin olvidar por ello numerosas investigaciones c o m o las de Michel Seurat en Francia o Michael Gilsenan en Oxford.

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Los conflictos en el Tercer Mundo: tendencias y perspectivas

Shahram Chubin

Introducción

Si la futurologia, como la mayor parte de los estudios históricos, consiste en un análisis del presente que refleja las preocupaciones y ética que prevalecen en ese m o m e n t o dado, cual­quier conjetura acerca de futuras guerras debe tener m u y en cuenta el actual ambiente de opti­mismo. Las modificaciones de las relaciones entre las superpotências, que quizá conduzcan a la supresión de las alian­zas militares del Oeste y del Este, a la reducción de las fuerzas armadas y la dismi­nución de múltiples inter­venciones en el Tercer M u n d o , plantean el inte­rrogante del ordenamiento futuro del m u n d o , de la ín­dole de la intervención en el futuro de las superpotên­cias en terceras zonas y de las repercusiones que éstos y otros cambios habrán de tener en la dinámica en las relaciones en el Tercer M u n d o . A ú n no se sabe en qué medida la expe­riencia de los Estados postindustriales (demo­cráticos), que virtualmente no han conocido conflicto armado alguno desde 1945, y que no se han combatido mutuamente ni en Europa, es transferible o tiene pertinencia para los Países Menos Adelantos ( P M A ) o el Tercer M u n d o .

C o n la aparición de las armas nucleares, «el arma absoluta», y su posesión por ambas super­potências, algunos analistas afirmaron que la guerra había perdido su razón de ser. Y a no podía tener ninguna función útil, como conti-

Shahram Chubin es Director de Planifi­cación Estratégica del Grupo M en Gi­nebra. Suiza. Anteriormente fue Direc­tor Adjunto del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres y Director de Investigación para el Pro­grama de Estudios Estratégicos en el Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra. Actualmente sus investigacio­nes se centran en los problemas de las armas químicas y de la tecnología de misiles en el Oriente Medio y sobre los conflictos en el Tercer M u n d o en gene­ral, temas sobre los que ha publicado varios estudios.

nuación de la política por otros medios, por ejemplo, pues su capacidad de destrucción in­troducía una desproporción entre cualquier ob­jetivo concebible y los medios que sería menes­ter utilizar para alcanzarlo. Así, pues, ya no se podía seguir considerando a la guerra un ins­trumento político, sino un acto suicida, habida cuenta de la espantosa capacidad de destruc­ción de las nuevas armas.

A decir verdad, la posesión de las armas nu­cleares moderó las políticas de ambas superpotências en todas las regiones1 y, pe­se a algunas situaciones de extrema tensión, se evitó la guerra y se impuso una paz «fría». En Europa, se ins­tauró (o adecuó) una comu­nidad de defensa que hizo impensable la guerra entre sus miembros. Se elevó la disuasión a doctrina abso­luta de evitación de la gue­rra. Dicha disuasión se ba­saba en la voluntad o a m e ­naza de utilizar las armas

nucleares para proteger los intereses funda­mentales. Constaba de una voluntad plausible ('credibilidad') y de una evidente capacidad a recurrir a armas que entrañarían una destruc­ción y aniquilación generalizadas, tanto de quien las emplease como de su adversario.

La disuasión se basaba en gran medida en las «represalias», es decir, en la capacidad de «lograr destruir» al Estado enemigo, y en acre­cer el costo de una posible agresión por parte de éste, a fin de disuadirle de intentarla. La disua­sión nuclear, en cambio, no consistía en una

RICS 127/Marzo 1991

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estrategia de restricción, esto es, en impedir los movimientos del adversario y su acceso a posi­bles fuentes de aprovisionamiento, ni de defen­sa, y muchos consideraron alarmantes los es­fuerzos consagrados a mejorar la defensa, por creer que disminuían la capacidad de disua­sión, pues la disuasión nuclear incitaba al ad­versario a no actuar ante los enormes peligros y consecuencias que podía entrañar un error de cálculo. Para disuadir no era necesario conven­cer al 100 % de que se daría una respuesta; bas­taba, habida cuenta de los riesgos, con desper­tar dudas e incertidumbres suficientes para inhibir a la parte contraria; una posibilidad li­mitada de respuesta habría de mover a cautela al otro Estado, el cual no sabría con certeza si podría escapar a las represalias y, por consi­guiente se mostraría renuente a lanzarse en pri­mer lugar a una empresa de resultado incierto.

La aplicación de la disuasión fue «extendi­da» a Europa mediante fuerzas armadas de ti­po tradicional, que servían de «alambres dispa­radores de trampas», y asimismo instalando armas nucleares tácticas y «de campo de bata­lla» en el territorio europeo: aquéllas servían de instrumento inicial de defensa para ganar tiem­po y éstas de eslabón de la cadena de disuasión estratégica de los Estados Unidos de América. Conjugadas, debían constituir una disuasión de múltiples niveles, esto es, una respuesta fle­xible. En ningún momento se juzgó que una po­lítica fundada únicamente en una estrategia de restricción o de defensa tradicional bastaría pa­ra defender a Europa, en parte por la abruma­dora superioridad de la U R S S en armas tradi­cionales y en parte por la falta de fiabilidad de la disuasión tradicional, c o m o se desprende de la experiencia histórica.

N o podemos estar seguros de si se hubiese mantenido la paz sin la existencia de las armas nucleares ni, a decir verdad, los intensos prepa­rativos militares a ambos lados del Telón de Acero. Sobre lo que sí podemos especular es sobre el papel desempeñado por las armas nu­cleares en lo que se refiere a suscitar tanto te­m o r ante los peligros de enfrentamiento y esca­lada de las crisis pequeñas c o m o para coartar todo recurso a la fuerza a cualquier nivel. Si una de las principales causas de guerra ha sido, a lo largo de la historia medir la distribución del poder («un desacuerdo sobre las fuerzas re­lativas de las distintas partes») y si la guerra era el « m o d o más convincente de medir la distri­

bución del poder»2, c o m o ha afirmado Geof­frey Blainey, se plantea el interrogante de si en la época nuclear esta cuestión no se ha transfor­m a d o . Blainey ha conjeturado que algunas gue­rras se produjeron a causa del «barómetro con­fuso del poder»; que las guerras estallaban cuando «ambos rivales consideraban que po­dían alcanzar más mediante la guerra que por conducto de la paz» y que «la paz... significa un acuerdo general sobre la medición (del po­der)»1. Al parecer, en la época nuclear, se han modificado radicalmente las dudas sobre la ca­pacidad relativa de ambos rivales y del costo de la guerra frente al de la paz.

Si las armas nucleares disminuyeron la pro­babilidad de enfrentamientos militares direc­tos entre las superpotências en Europa, la tre­gua consiguiente (afirmaban algunos) aumentaría la probabilidad de desplazar esa ri­validad a terceros lugares. La inestabilidad y los conflictos de esas zonas, juntamente con su presunta importancia para la credibilidad y prestigio geopolíticos de las superpotências y las necesidades de éstas de control de las rutas y los recursos, se tuvieron por otras tantas fuer­zas que las impulsaron a una rivalidad de al­cance mundial. La amenaza de la guerra nu­clear obligaría a actuar con cautela y a dirigir los esfuerzos a las guerras indirectas, la subver­sión, la infiltración, el terrorismo y las activida­des de propaganda.

A decir verdad, lo que estaba en juego en cualquier país del Tercer M u n d o , salvo rarísi­m a s excepciones, difícilmente podía justificar correr el riesgo de una guerra nuclear evocado por los fantasmas de Sarajevo. Fashoda y Aga­dir. La amenaza de las armas nucleares incita­ba a atenuar la rivalidad entre las superpotên­cias en lo tocante a crisis remotas o periféricas, aun en los momentos más tensos de la guerra fría. Desde entonces, por diversos motivos (al­gunos de ellos compartidos por ambas superpo­tências), c o m o la excesiva extensión de los te­rritorios controlados y el desencanto hacia el Tercer M u n d o así c o m o una redefinición de su propia rivalidad y su desideologización, se ha iniciado una tendencia a disminuir los compro­misos en dichas zonas.

Sin la intervención de las superpotências, los conflictos en los P M A no superan las di­mensiones regionales ni son capaces de alterar ni de desestabilizar radicalmente el sistema in­ternacional considerado en su conjunto. Pero

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Los conflictos en el Tercer Mundo: tendencias y perspectivas 159

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La ausencia de conflicto armado entre las grandes potencias no debe hacer olvidar que desde la Segunda Guerra Mundial 160 de los más de 1 70 conflictos armados de los que se tiene noticia han tenido lugar en el Tercer M u n d o : los «cascos azules» de la O N U lomando posición en la ribera occidental iraní de Kasr-ek-Chirin. el 18 de agosto de 1990, mientras que en la ribera oriental ondea la bandera iraquí. Ahmed/Siru.

quizá se trate de un fenómeno temporal. Con­forme proliferan las armas nucleares y un núme­ro cada vez mayor de Estados consigan armas de destrucción masiva y dominar las técnicas y poseer los medios necesarios para lanzarlas a distancias cada vez mayores, el sistema interna­cional en conjunto se verá afectado.

Aunque las armas nucleares modificaron radicalmente los cálculos tradicionales sobre los conflictos bélicos, no fueron el único factor en lo que parece ser una desbelicización de los Estados postindustriales. La amenaza nuclear incitó a una contención en todos los planos, pe­ro la experiencia europea de guerras en repeti­ción también había llevado al agotamiento. Ac ­tualmente las instituciones y los hombres de Estado democráticos muestran un mayor inte­rés por la cooperación y la integración interna­

cionales, que tratan de fomentar. En el decenio de 1990, si la guerra es un mecanismo obsoleto o no, es un interrogante aún sin responder, pues persiste en el Tercer M u n d o , pero es m e ­nos discutible el hecho de que ha cambiado el uso general del poder, tradicionalmente conce­bido en buena parte como poder militar. La guerra, antaño, identificada predominante­mente con las grandes potencias, que tendían a intervenir desproporcionadamente en los con­flictos bélicos, se ha convertido hoy en día en asunto propio de los Estados débiles y m e n o ­res. Entretanto, el poder consta en la actualidad de más variables que nunca, y no sólo requiere sustentos económicos sino la capacidad de in­novar y de competir en el terreno de la econo­mía y de la tecnología avanzada.

El fenómeno de la guerra en el Tercer M u n -

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160 Shahrum Chiihin

do ha sido un dato habitual de la política inter­nacional desde 1945. aunque no está claro si se trata de un período de transición o de una si­tuación casi permanente. Es evidente que nin­guno de los tres rasgos que caracterizan al m u n ­do industrializado han podido servir para limitar el recurso a la fuerza en esas regiones; nos referimos a la existencia de armas nuclea­res, a la experiencia histórica y a las limitacio­nes que conlleva la democracia, todo lo cual no tiene vigencia en el entorno del Tercer M u n d o . U n interrogante de importancia es si existe una relación estrecha entre el proceso de desarrollo (político y económico) y la guerra, es decir, en­tre el subdesarrollo y una posible propensión a los conflictos. A primera vista, el proceso mis­m o de construcción de un país está lleno de ten­siones, al tiempo que el entorno internacional de esas regiones es sumamente permisivo.

Al mi smo tiempo, es intuitivamente «ob­vio» que. al haber más Estados, tiende a haber más guerras; que la proliferación de entidades estatales desde 1945 habrá de complicar las re­laciones internacionales, m á s aún si se tiene en cuenta que en su mayoría no proceden de una tradición occidental y que han conferido al sis­tema internacional una textura claramente he­terogénea. Pues bien, Quincy Wright ha obser­vado (con reservas) que «la probabilidad de guerra disminuirá en proporción al aumento del número de Estados del sistema»4.

Si se sigue aislando las guerras entre las po­tencias menores de los peligros de escalada ha­cia el empleo de armas nucleares y de una ca­tástrofe que afecte a todo el sistema, ¿hay motivos para preocuparse ante lo que algunos podrían denominar «una fase normal» del des­arrollo? Y a hemos indicado que puede haber­los. E n primer lugar, existen armas nuevas con mayor poder de destrucción y de más alcance. A ú n está por demostrar si los Estados pueden repetir la política de disuasión nuclear (como ha sugerido provocadoramente Ken Waltz). aunque sólo sea porque la situación ya no es bipolar, y porque sus capacidades nucleares son deliberadamente ambiguas en lugar de de­claradas abiertamente. La disuasión basada en las armas tradicionales es más problemática y apenas menor si se conjuga con armas quími­cas y biológicas y con una capacidad nuclear declarada. La preocupación no puede por m e ­nos que aumentar si a esto añadimos los incen­tivos desestabilizadores o de respuesta antici­

pada que proporcionan los cohetes, así c o m o la adquisición de nuevas armas por países pro­pensos a la guerra.

Son muchos los motivos para pensar que proseguirán los conflictos en las zonas a que nos venimos refiriendo: la aparición de nuevos nacionalismos agresivos, las ideologías trans­nacionales que amenazaban a la integración de entidades nuevas o inestables, los problemas étnicos y religiosos avivados por vecinos o ene­migos, la distribución desigual de los recursos y la falta de solidez de los equilibrios regionales de poder, por sólo mencionar algunos. T o d o es­to aumenta la inseguridad y ha sido causa tradi­cionalmente de guerras. En teoría, son tres los tipos de guerras interestatales entre Estados en desarrollo: 1. las sostenidas con países fronteri­zos; 2. las sostenidas con potencias exteriores; 3. las sostenidas contra las superpotências.

Pudiera ser que un tipo de guerra llevada a cabo en los últimos decenios, la guerra antico­lonial, carezca en la actualidad de vigencia. Es­te hecho, juntamente con el alcance limitado de la mayoría de los aspirantes a ser potencia re­gional (como la India o Sudáfrica), puede signi­ficar el eclipse virtual de la segunda categoría. N o hay motivo alguno para confiar en que las guerras del primer tipo disminuyan, y las del tercero seguirán siendo una fuente de conflic­tos posible mientras las superpotências sigan teniendo un ámbito mundial (aunque sus acti­vidades sean selectivas). Así, pues, las pregun­tas que se plantea al estudioso de los conflictos del Tercer M u n d o son numerosas y m á s fáciles de formular que de responder: 1. ¿Aumenta o disminuye la frecuencia de los

conflictos en el Tercer M u n d o ? 2. ¿Qué relaciones existen entre la inestabili­

dad, el desarrollo y la guerra? 3. ¿Recurren a la guerra por distintos motivos

los Estados que se hallan en diferentes fases de desarrollo o de su historia o a causa de sus distintas estructuras políticas?

4. ¿Está cambiando tanto la institución de la guerra que este hecho constituye una dis­continuidad radical frente al pasado? ¿Se aplica esta situación al Tercer M u n d o ?

El cambio y la continuidad

En las dos generaciones últimas, la guerra ha sido sinónimo de conflicto en el Tercer M u n d o .

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Los conflictos en el Tercer Mundo: tendencias y perspectivas 161

La llamativa diferenciación entre la paz arma­da alcanzada entre el Oeste y el Este frente al predominio del recurso a la fuerza en todos los demás lugares ha sido explicada de diversas maneras por referencia a la amenaza nuclear y a la desbelicización de las sociedades postin­dustriales, por un lado, y a las tensiones y ca­racterísticas de la descolonización y del perio­do subsiguiente, por otro. A d e m á s de la notable diferencia numérica de los conflictos entre los Estados desarrollados y entre los subdesarrolla-dos, hay otras. Algunas, c o m o el nivel de tecno­logía y organización, característicos de sus acti­vidades respectivas en la guerra, no deben sorprender. El que esos Estados hayan iniciado conflictos por sentirse menos inhibidos y limi­tados para hacerlo, ya sea por la índole de sus instituciones políticas (o su carencia), el aleja­miento geográfico y político de los centros de poder y la consiguiente insignificancia relativa sistemática de sus disputas concretas, puede constituir otra explicación parcial. U n a posible diferencia más profunda radica en la posibili­dad de que los Estados que han recurrido a la fuerza en el m u n d o contemporáneo lo hayan hecho por motivos que difieren de los de los Estados postindustriales, los cuales hallan m e ­nos razones para combatir. En resumen, la con­dición o índole de esta primera categoría de Es­tados puede tener tanta importancia en su voluntad de recurrir a la fuerza c o m o las expli­caciones sistemáticas y más profundas que ha­cen hincapié en sus capacidades militares.

La frecuencia del recurso a las armas, las causas y consecuencias de las hostilidades im­portantes y los factores tendentes a proseguir, disminuir o aumentar esos conflictos son, por tanto, las cuestiones que abordaremos a conti­nuación. Forzosamente, haremos más hincapié en unos asuntos que en otros, y en ocasiones nuestra visión será impresionista, pues preten­demos estimular el debate y los análisis en pro­fundidad más que exponer conclusiones empí­ricas cerradas.

U n a cuestión sustancial a este respecto es la inexistencia virtual de guerras de importancia entre las principales potencias. Las guerras en que intervienen estos Estados han tendido a ser los coletazos finales de proceso de descoloniza­ción o se deben a circunstancias anómalas, co­m o en el caso de las Falklands/Malvinas. Tra­dicionalmente, la condición de gran potencia se obtenía y perdía en la guerra, y las grandes

potencias que definían sus intereses con ampli­tud solían intervenir de m o d o desproporciona­do en los conflictos. H o y en día, en particular en los últimos años, han disminuido radical­mente las expectativas de una guerra de impor­tancia en la que intervengan las grandes poten­cias. Se pone el acento en la disuasión y hay quien afirma que ésta es en sí inestable y debe­ría ser sustituida por una «defensa no ofensi­va».

Las explicaciones de esta feliz situación di­vergen: hay quien se refiere al éxito de la estra­tegia occidental en lo tocante a disuadir a la U R S S , en una fase de expansión. Otros opinan que se trata de la culminación de una tendencia secular a largo plazo, en la que el pensamiento (y la práctica) occidental considera que ya no se puede practicar la guerra: Ya no es posible ha­cer la guerra, en el sentido de alcanzar ganan­cias positivas a cambio de un costo en vidas y recursos lo suficientemente limitado para ser proporcionado a las ganancias. Conforme a es­ta opinión, la «tendencia de la guerra a engen­drar una tregua», patente desde 1860, ha obli­gado a reconocer que así son las cosas, c o m o se observa, contemporáneamente, en la capaci­dad, aun de los P M A que disponen de alguna tecnología, de «imponer una tregua aun a las potencias m á s adelantadas», c o m o demuestra la actuación de los mujadiyines afganos5. Otros autores, en cambio, c o m o Bernard Brodie, ha­cen más hincapié en la aparición de las armas nucleares y en su importancia para modificar los cálculos sobre la utilidad de la guerra, al inutilizar todo cálculo de costos y beneficios. El resultado es el mismo: la guerra ya no es un elemento racional de una opción económica de la política exterior. La disuasión nuclear ha sustituido a la guerra y c o m o resultaría difícil mantener dentro de ciertos límites cualquier hostilidad ante la existencia de la amenaza nu­clear, también se debe evitar la guerra de tipo tradicional.

Otros analistas ponen m á s el acento en «la obsolescencia de las guerras de grandes dimen­siones»6, atribuyéndole distintas causas, que van desde la necesidad de alejar el «día del jui­cio» a tendencias de la desbelicización de la so­ciedad postindustrial. Otros más ven en la des­aparición del combate ideológico entre el Este y el Oeste, y en la victoria de este último, el inicio de un período de trivialización de los asuntos internacionales, en el que los contables

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predominarán sobre los estrategas y la alta polí­tica será sustituida por cálculos económicos a ras de tierra.

H o y en día, conforme se distienden los blo­ques y se hace más selectiva la competencia en­tre las superpotências en terceras regiones, no sólo se halla m á s desperdigado el poder, sino que su validez se define en términos más gene­rales, que incluyen múltiples factores además de la capacidad militar.

¿Hasta dónde afectará todo esto a los con­flictos en terceras regiones y en qué medida son importantes o decisivas dichas fuerzas externas para las dimensiones de esos conflictos?

Según un estudio, m á s de 160 de los cerca de 170 conflictos de importancia, tanto interes­tatales c o m o intraestatales. acaecidos desde la Segunda Guerra Mundial han tenido lugar en los países en desarrollo7. Según otro estudio, un tercio de los países del Tercer M u n d o se han visto mezclados en guerras, y casi el 50 % en insurrecciones8. C o m o era de esperar, en el pe­ríodo inmediatamente posterior a las colonias ( 1945-1970), en el que sucedieron cerca de 120 de esos conflictos, las intervenciones fueron un rasgo característico de cerca de dos terceras partes de ellos. Ahora bien, desde entonces, la tendencia ha sido hacia guerras internas e in­tervenciones de otros Estados del Tercer M u n ­do.

Por lo general, los conflictos entre los Esta­dos desarrollados y los subdesarrollados han si­do una herencia de la época colonial. En otros casos, c o m o en Corea. Vietnam y Afganistán, la lucha entre los dos bloques ha sido un factor esencial, pero aun entonces, en particular en los dos últimos casos, había una situación de gue­rra civil antes de que la intervención extendiera el conflicto. N o es probable que en el futuro aumente este tipo de guerra entre Estados ade­lantados y Estados menos adelantados.

U n segundo tipo de conflictos, el de las gue­rras interestatales en el Tercer M u n d o , no ha sido frecuente hasta la fecha. Esta modalidad de guerras «clásicas» entre dos países tiene sus ejemplos m á s patentes en los conflictos árabe-israelí, entre Irán e Irak y entre la India y el Pa­kistán.

El tercer tipo es el de las guerras internas, esto es, las hostilidades que acompañan a la construcción y formación de un Estado nacio­nal (incluidas las guerras de secesión y las gue­rras civiles), entre otras las acaecidas en Nige­

ria, Etiopía, Sudán, Chad y el Líbano. Es un hecho notable el que, donde la competencia en­tre Oriente y Occidente ha enconado las dispu­tas locales, la causa principal de la inestabili­dad ha sido una situación local de guerra civil (como en el Vietnam, Afganistán, Kampuchea , Angola y Etiopía).

En tanto que el primer tipo de conflictos es­tá disminuyendo y el tercero predomina, ¿se tiende a conflictos del segundo tipo, es decir, hacia las guerras interestatales?

Antes de abordar la cuestión, es necesario analizar brevemente las relaciones entre las ar­mas (los gastos y suministros militares) y los conflictos. U n planteamiento especialmente burdo de esta cuestión es afirmar que existe una relación causal e invariable entre ambos aspectos, es decir, considerar que la guerra es consecuencia de los armamentos o, por decirlo en otras palabras, considerar que las armas son un factor independiente entre las causas de la guerra. Si esta opinión se conjuga con la de que los gastos militares se detraen de los «necesa­rios», c o m o la enseñanza y la atención de sa­lud, da lugar a la formulación ritual de consig­nas y a una retórica que perpetúa una burocracia egoísta interesada en el desarme por el desarme m i s m o .

Debería ser evidente que no se pueden ha­cer generalizaciones útiles acerca de un m u n d o en desarrollo del que forman parte tanto la In­dia c o m o Benin. Asimismo es infructuoso atri­buir a las armas o a los gastos militares un papel concreto haciendo abstracción del contexto. L o que sí podemos decir es que el aumento de los gastos militares de esos países sólo se entiende por referencia a diversos factores: - un atributo de la soberanía es la capacidad de

defender el territorio propio, y para esos nue­vos Estados fue natural poner el acento en la seguridad «material»;

- para dichos Estados, «empezar desde cero» o empezar a asumir el costo de construcción o adquisición de buques y aviones no podía por menos que ser elevado;

- las nuevas fuerzas armadas de esos Estados, tanto si su reclutamiento era nacional c o m o entre minorías, se convirtieron en garantes primordiales de la seguridad (a menudo de la seguridad interna) y adquirieron intereses propios en que se alcanzase determinado ni­vel de gastos;

- la disponibilidad de armas de fuentes exterio-

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Los conflictos en cl Tercer Mundo: tendencias y perspectivas 163

res, a menudo en condiciones m u y favora­bles, facilitó los gastos, ya fuese por motivos genuínos de seguridad o por prestigio.

Las consecuencias que esta «militariza­ción» del planeta han tenido en el surgimiento, ejecución o resultado de los conflictos del Ter­cer M u n d o no están claras ni se pueden genera­lizar. Ahora bien, lo que no cabe poner en duda es la magnitud de la cesión de armas modernas a los Estados en desarrollo: sus gastos militares pasaron de 28.000 millones de dólares (en dóla­res de 1986), en 1960, a 144.000 millones de dólares en 1987, multiplicándose más de dos veces considerados c o m o porcentaje de los gas­tos militares mundiales9.

En 1987, los países en desarrollo adquirie­ron más de las tres cuartas partes de las armas comercializadas en el m u n d o . Las cesiones de armas tuvieron lugar porque hubo proveedo­res, muchos de los cuales atendían a supuestos intereses estratégicos. Para dar un indicador parcial, en el quinquenio de 1975 a 1979 única­mente, los suministros de armas soviéticas a 30 P M A se calcularon en 23.200 millones de dólares (y los de Estados Unidos a un nivel si­milar); en 1982-1986. se calcula que U R S S su­ministró 59.700 millones de dólares en armas a 32 Estados (Estados Unidos facilitaron sumi­nistros aproximadamente similares)10.

Es sabido que las cifras sobre ventas de ar­mas son engañosas. En primer lugar, no son acumulativas; las armas tienden a ser «consu­midas», las tasas de desgaste son elevadas, en particular en los conflictos bélicos y en climas extremados o si su mantenimiento es insufi­ciente. En segundo lugar, las cifras expresadas en dólares pueden exagerar la situación y celar los costos cada vez mayores de la infraestructu­ra de apoyo a los sistemas de armas, al no decir­nos nada sobre una situación que puede ser en realidad de disminución del número unitario de armas cedidas.

Según un estudio de las cesiones de armas, éstas han tendido a dirigirse a las zonas en las que existen conflictos (el Oriente Medio, Asia Sudoriental), pero esta situación se puede ex­plicar lo m i s m o por el desgaste de las armas y la necesidad de sustituirlas que por una relación causal, pues en la zona árabe-israelí la primera guerra (1949) tuvo lugar antes de que llegasen cantidades importantes de armas a la región. En el Golfo Pérsico, la acumulación de armas antecedió al estallido de las hostilidades, pero

fue una respuesta a la retirada de la protección británica y estuvo causada asimismo por la dis­ponibilidad de excedentes monetarios.

Las experiencias de Irán en 1980 y de la In­dia en 1962 muestran que la debilidad militar, aparente o real, puede llevar a cálculos erró­neos a los vecinos y precipitar la guerra y la derrota. Ahora bien, en otras circunstancias, c o m o en el período posterior a 1967, en Israel, ni siquiera una evidente potencia militar ha bastado para hacer desaparecer todas las a m e ­nazas. En otros lugares, la combinación de la disuasión nuclear con la tradicional ha tenido resultados estabilizadores; sin duda alguna, el equilibrio de Europa, considerablemente mili­tarizado, ha mantenido la paz y no existe moti­vo alguno a priori para presumir que no pueda suceder otro tanto en una situación dada en cualquier otro lugar.

La guerra y los Estados en desarrollo

Pese a que el m u n d o es cada vez más pequeño, al crecimiento de las fuerzas transnacionales, a la transparencia de la política incluso en los Es­tados más remotos y a la infiltración de las ideas, las modas y las ideologías en cualquier parte del m u n d o , siguen existiendo diferencias palpables entre las situaciones de los países en desarrollo y las del Occidente democrático y postindustrial (así c o m o con respecto al Este, aunque esté menos adelantado política y eco­nómicamente). Estas diferencias de situación pueden hacer que sea más difícil de reproducir la pauta europea de disuasión estable. También pueden hacer que sea relativamente más atrac­tivo utilizar la guerra c o m o instrumento polí­tico.

Las diferencias, en pocas palabras, son de dos clases: políticas y económicas, y están inte­rrelacionadas. A menudo se supone que entre la pobreza, la desigualdad y el recurso a las ar­mas hay más una correlación que una relación causal. Existe el axioma, de carácter intuitivo, de que las guerras no se inician simplemente «en la mente de los hombres», sino en la aflic­ción de la pobreza y la desigualdad y en el seno de un sistema internacional anárquico. Si tal es el caso, el desarrollo suprimirá por sí mismo algunas de las causas fundamentales de la gue­rra.

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164 Shahram Chiibin

Las condiciones políticas en que la guerra sigue siendo un instrumento político adecuado deben ser examinadas m á s a fondo, aunque só­lo sea para cotejarlas con las existentes actual­mente en Occidente. Hay una separación nota­ble entre el crecimiento o aumento del naciona­lismo estatal de los P M A y la tendencia de los Estados desarrollados a transcender o sublimar sus nacionalismos en una integración m á s a m ­plia. Tradicionalmente, «el conflicto ha sido un factor esencial del desarrollo de la conciencia nacional y de la formación de los Estados»11. Está por ver si las guerras de independencia y de descolonización y las vinculadas a la cons­trucción y formación de los distintos países irán seguidas de guerras interestatales de carác­ter nacionalista.

Lo que está claro es que hoy en día la m a y o ­ría de los Estados se hallan bajo la presión de sus minorías, que solicitan la plenitud de dere­chos y cierto grado de autonomía. El vigor del nacionalismo sobre las tendencias particularis­tas queda garantizado, con todo, aunque se re­fuerce gracias a las facultades de coerción cada vez mayores de los Estados modernos (Basta con comparar la longevidad de Saddam H u s ­sein, Hafiz al Asad y M . Gadafi con la política de sustitución acelerada de dirigentes políticos vigente en Siria y en Iraq en el decenio de 1960). En el escenario contemporáneo, Etio­pía, Sudán, Sri Lanka, India y Pakistán consti­tuyen una lista incompleta de Estados con fisu­ras internas. La señal m á s esperanzadora puede ser la inexistencia de signos de que las grandes potencias tengan interés en intervenir en nin­guno de ellos.

El equilibrio entre lo que ha sido denomina­do «etnopolítica» y el Estado nacional deberá ser reforzado. Aumentarán los incentivos para recurrir a la fuerza si los vecinos plantean una amenaza a la integridad política de un Estado dado. A d e m á s , aunque arriesgado, el factor m i s m o de la guerra produce un efecto de solidi­ficación y definición que los dirigentes políti­cos pueden utilizar (como da a entender Wight) para reforzar su autoridad (La guerra entre Irán e Iraq es un ejemplo reciente).

Las estructuras internas (o más bien la falta de estructuras) de muchos de estos Estados son un elemento que permite recurrir a la fuerza. A falta de instituciones políticas sólidas (entre ellas la prensa libre), a los dirigentes les resulta más fácil seguir sus propias preferencias (y los

intereses de su régimen) sin tener que rendir cuentas políticamente a nadie. Cuando unas fuerzas armadas poderosas (por ejemplo) cons­tituyen un grupo de interés, las decisiones acer­ca de la paz y de la guerra pueden tomarse sin reflexión suficiente o ser desproporcionadas.

Existen, claro está, diferencias considera­bles entre los distintos P M A . Basta con compa­rar el papel tradicionalmente preeminente de las «antiguas» fuerzas armadas de América la­tina, en cuyos países las fuerzas armadas son por lo general reducidas, con la considerable magnitud de las fuerzas armadas de los distin­tos países de Oriente Medio. Las guerras de es­ta última región no tienen comparación (ni en escala ni en intensidad) con los conflictos triba­les o fronterizos de Africa. Tampoco hay c o m ­paración por lo que se refiere a las cesiones de armas, pues cerca de las dos terceras partes de los suministros de armas llevados a cabo en 1984-1989 se concentraron en el Oriente M e ­dio, incluyendo el Golfo Pérsico12. También hay grandes diferencias por lo que se refiere al desarrollo económico y la capacidad tecnológi­ca: compárense, por ejemplo, los países recien­temente industrializados con algunos Estados africanos pobres.

Conforme avance el desarrollo económico en muchos de esos Estados, la vida dejará de ser «repugnante, brutal y breve» y el recurso a la fuerza dejará de ser una consecuencia natu­ral de esa situación. Ahora bien, en la medida en que algunos Estados (fundamentalmente africanos) queden al margen de ese crecimiento y sigan retrasándose o estancándose, puede ser más tentador utilizar la fuerza, tanto para con­quistar recursos c o m o por cuestiones de fronte­ras. En la situación inversa, los P M A que por primera vez dispongan de verdadero poder, aunque sea relativo, pueden hallar irresistible el papel de «matón» regional, en particular si no hallan barreras que se les opongan.

Por lo general, estas zonas son comparables, al menos en el sentido de que en ellas hay pocas limitaciones políticas internas a la utilización de la fuerza. Ahora bien, recientemente se ha visto en Argentina lo que en los años cincuenta se vio en Egipto y Siria, es decir, que una guerra fallida es políticamente arriesgada incluso para un régi­m e n represivo. Y en América latina (al igual que en Europa Oriental) existe ahora una tendencia en pro de la democracia que no tiene paralelo visible, hasta ahora, en el Oriente Medio.

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Los conflictos en el Tercer Mundo: tendencias y perspectivas 165

Los factores que influyen en los conflictos entre los P M A

Los cambios acelerados y generalizados que hoy en día tienen lugar en las relaciones entre las superpotências (y sus bloques respectivos) no pueden por menos que influir en los conflic­tos del Tercer M u n d o . Las vinculaciones m u n ­diales, que a menudo son más teóricas que rea­les, existen sin duda alguna en cierto sentido. En el nivel más abstracto, el ejemplo de las su­perpotências que disminuyen su enfrentamien-to mundial y avanzan hacia formas más explí­citas de cooperación repercutirá en las concep­ciones de otros Estados, situación ésta que se reafirmará conforme se impongan medidas de control de armas tradicionales tras las limita­ciones de las armas nucleares y porque la relati­va decadencia de las superpotências parece de­berse en parte a la excesiva importancia atri­buida a su componente militar. Las reflexiones al respecto pueden influir en las reflexiones de los dirigentes del Tercer M u n d o acerca de la utilidad de las armas.

La disminución de la competencia entre las superpotências y la tendencia a una interven­ción más selectiva en los conflictos del Tercer M u n d o disminuirá las cesiones de armas y fo­mentará una tendencia hacia una polarización menor de los conflictos. Si el resultado de lo anterior es una menor mundialización de las disputas locales con la consiguiente reducción del peligro de escalada, también habrá de en­trañar una menor influencia de las potencias exteriores en la realización, finalización y re­sultado de dichos conflictos. Puede significar, incluso, una menor atención o preocupación hacia cierta clase de conflictos que no pongan en peligro inmediato intereses vitales. El precio a pagar por esta diferenciación entre los distin­tos tipos de conflicto puede ser un aumento de su fluidez y autonomía y el que, por lo tanto, estén menos sujetos a los intereses o influencias de las potencias externas. En resumen, el precio de una reducción del comercio de las armas y de las guerras «por procuración» puede ser un m u n d o en el que estallen más guerras locales. Por otra parte, los Estados del Tercer M u n d o no pueden recurrir a la guerra con la seguridad de que obtendrán asistencia para poner fin al conflicto ni de que obtendrán automáticamen­te apoyo. Así, pues, su influencia en las super­potências (hecho éste procedente de la guerra

fría) está disminuyendo juntamente con la de sus «protectores». En tanto que las causas de los conflictos de ese tipo habitualmente han si­do de índole local y por ello no se acabarán, el entorno externo se ha vuelto, a fin de cuentas, menos propicio y receptivo para esos conflic­tos.

A medida que los bloques alcancen acuer­dos de limitación del armamento tradicional en Europa, surgirán nuevas presiones para ven­der armas al Tercer M u n d o . Los Estados c o m o Francia, que poseen fuertes motivaciones es­tructurales y financieras para disminuir los cos­tos unitarios de sus sistemas de armas y mante­ner intacta su infraestructura nacional de de­fensa, tenderán a aumentar o por lo menos mantener las ventas de armas por motivos m e ­ramente comerciales. La U R S S también tendrá motivos para mantener o aumentar las ventas de armas a fin de obtener divisas. Los proble­mas que plantean las motivaciones comercia­les, en lugar de estratégicas, de dichas cesiones de armas y tecnología se deben a la tendencia a la irresponsabilidad que a menudo las acompa­ña. Basta con reflexionar acerca del papel juga­do por los bancos italianos, las compañías far­macéuticas alemanas y la industria nuclear francesa, para advertir c ó m o dichas ventas efectuadas por quienes carecen de una perspec­tiva mundial o estratégica y subordinan las consideraciones políticas a las comerciales, constituyen en potencia una amenaza mayor que la actuación de las superpotências en lo que se refiere a armar indiscriminadamente al Ter­cer M u n d o .

Otro fenómeno que ya es visible, pero pro­bablemente habrá de acelerarse, es el creci­miento de las industrias nacionales de armas en más países en desarrollo. La India, el Brasil. Corea, la República de Taiwan y Argentina son ejemplos obvios, pero la lista no es aumentable indefinidamente. La difusión de esta capaci­dad habrá de entrañar la aparición de más Esta­dos autónomos en este aspecto, más capaces de sostener determinadas categorías de conflictos sin recurrir a proveedores externos y que, en algunos casos, podrán facilitar armas a otros Estados.

Conforme los Estados en desarrollo mayo­res acrezcan su propia producción, podrán ha­llarse en situación de cooperar con otros países en desarrollo. Pueden utilizar la riqueza de un Estado menor para financiar proyectos o for-

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mar un consorcio a fin de elaborar nuevos siste­mas de armas (por ejerrfplo Iraq y Egipto, y a m ­bos con là Argentina, piara producir el misil su­perficie a superficie Condor 11). D e ese m o d o , pueden superar las limitaciones de financia­ción y el atraso tecnológico de uno de ellos y, aunando sus recursos, concebir sistemas de ar­mas más eficaces que si lo hiciesen por sepa­rado.

Según se vaya desvaneciendo la guerra fría, la categoría de Estados denominados «el Ter­cer M u n d o » se volverá tan imprecisa c o m o ya lo es la de países «en desarrollo» para referirse por igual a los países recientemente industriali­zados y a los últimos del pelotón. La diferencia­ción que ya existe en algunos aspectos puede aumentar en cuanto a la capacidad militar. U n grupo de países en desarrollo -aproximada­mente una docena- tienen o buscan disponer o poder acceder a armas nucleares, químicas y biológicas. Esos mismos Estados están adqui­riendo cohetes u obteniendo la tecnología de su fabricación que les permitan ocasionar daños a zonas hasta ahora alejadas y consideradas apar­te. A falta de sistemas de dirección suficiente­mente perfeccionados, dichos Estados pueden verse movidos a combinarlos con armas de a m ­plia capacidad de destrucción local o de des­trucción masiva para aumentar su eficacia. C o ­rolario de lo anterior puede ser la inclinación, dictada quizá por consideraciones económicas, a sustituir con dichas armas los sistemas de ar­mas tradicionales, cuyo costo cada vez es m a ­yor y que les puede resultar difícil mantener o sustituir. Limitándose meramente a apelar a la razón o a la virtud no se podrá acabar con las presiones en pro de atajar en el camino de la posesión de las armas u obtenerlas con rapidez, ni tampoco con la tendencia a invertir en esas armas, que poseen cualidades casi mágicas y totalmente míticas.

¿ C ó m o influye esta proliferación en los con­flictos regionales? Será más sencillo empezar por las potencias exteriores. Para éstas, la difu­sión de este tipo de tecnología significa eviden­temente riesgos en lo que se refiere a su propia capacidad de proyectar su influencia. C o m o mínimo, complica su entorno de combate. Y si la tendencia se vuelve m u y pronunciada, habrá que plantear interrogantes acerca de hasta dón­de deben llegar sus acuerdos de control de ar­mas y de qué grado de «capacidad cualitativa» desearán mantener. La supuesta amenaza que

constituye Gadafi ya está siendo alegada para mantener un número mínimo de misiles balís­ticos de tecnología avanzada ( A T B M ) o una ca­pacidad limitada de defensa (del mismo m o d o que ocurría con las motivaciones expuestas por Robert M a c N a m a r a a propósito de China a mediados de los años sesenta).

En cuanto al planeta considerado en su con­junto, la difusión de esta tecnología juntamente con su empleo ocasional, o incluso frecuente, tiene consecuencias directas e indirectas. En primer lugar, la utilización de armas anterior­mente prohibidas (por ejemplo, las químicas) va acabando con los tabúes que puedan existir contra su empleo. En el caso de las armas nu­cleares, esta situación tendría graves conse­cuencias para las principales potencias nuclea­res y sus propias relaciones mutuas de disua­sión. En segundo lugar, es probable que estas armas hagan confuso el umbral entre lo que es­tá vedado y lo que no lo está. Así, por ejemplo, la frontera entre las armas estratégicas y las ar­mas tácticas se volverá borrosa, aunque sólo sea porque, gracias a sistemas de dirección pre­cisos, las municiones guiadas (por ejemplo, los misiles de crucero) pueden ser tan eficaces para algunas misiones c o m o las asignadas anterior­mente a las armas nucleares. Esta nueva situa­ción plantea la cuestión del control de las ar­mas, en el sentido de que las potencias exterio­res deberán sopesar las ventajas de proseguir una política de restricción de la difusión de su tecnología con medidas sustitutorias de «ges­tión», es decir, aceptar que «el lobo ha salido de la madriguera» y tratar de estabilizar la situa­ción, por ejemplo suministrando la tecnología adecuada, como son los mecanismos de m a n d o y control perfeccionados.

Al m i s m o tiempo, los peligros de implica­ción en un entorno militar tan peligroso, tende­rán a plantear con más agudeza la cuestión del papel de las potencias exteriores: puede que ha­ya que elegir entre separar tajantemente ambos tipos posibles de conflictos de la diplomacia de prevención.

También se han observado las repercusio­nes de estas nuevas capacidades en la política regional y en tensiones mayores. El mayor al­cance de estas armas hace que puedan utilizar­se contra países a los que, en cambio, sería difí­cil llegar con armas tradicionales. Habrá que ampliar la noción de «región», a fines prácti­cos, conforme se produzcan «reacciones en ca-

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Los conflictos en el Tercer Mundo: tendencias y perspectivas 167

dena» (ya sea por contagio o para oponerse a una nueva amenaza posible). Además de un círculo cada vez mayor de políticas que pueden acrecer la tensión, la aparición de cohetes de mayor alcance en los arsenales del Tercer M u n ­do podría implicar directamente a una super­potência: la U R S S . Situada cerca del arco de P M A más cercano a dichas armas, la U R S S ha manifestado en repetidas ocasiones su conster­nación ante la proliferación de dichos sistemas y ha observado que el problema que plantea la existencia del cohete Jericó II no es meramente teórico, pues dicho cohete puede alcanzar el te­rritorio soviético.

Las repercusiones de estos sistemas de ar­mas en los conflictos del Tercer M u n d o son a un tiempo más sencillas y complicadas. En pri­mer lugar, estos sistemas y otras tecnologías exógenas que puedan aparecer m á s adelante no son en sí mismos buenos ni malos; pueden uti­lizarse para fomentar la disuasión o para aca­bar con ella, para suscitar un equilibrio o para desequilibrar una situación. E n términos prác­ticos, estas armas tenderán a ampliar el alcance de la guerra y aumentar su intensidad. Asimis­m o , pueden tender a separar la intensidad de una guerra de la base industrial del país y a dis­minuir la duración de un conflicto. Según se utilicen, según lo precisas que sean y según las contramedidas que se adopten, podrían llegar a ser, pero no lo son necesariamente, decisivas en el plano militar (Pues los misiles de tierra a tie­rra o las armas de crucero no perfeccionadas no son especialmente eficaces).

Quizá lo m á s preocupante sean las conse­cuencias que estos sistemas de armas tienen en la estabilidad. Según las características que po­sean, pueden ser vulnerables al ataque y, por consiguiente, en lo fundamental armas de «pri­mer golpe», lo que hará que ambos campos tiendan a disparar primero. En tal caso, la inca­pacidad de estas armas para sobrevivir a un primer ataque tendrá por efecto «acortar la m e ­cha», lo que hará que ambos campos tiendan a elaborar doctrinas basadas en el ataque preven­tivo, que son inherentemente desestabilizado-ras y peligrosas si se produce una crisis. En tal caso, lo más probable es que en el futuro esta­llen guerras esporádicas.

Si se considera a estas armas una alternativa a los sistemas tradicionales de armas, y un ata­jo para obtener una capacidad militar efectiva, o c o m o contramedidas frente a la capacidad

nuclear que se atribuye a un enemigo, o m o d o de mantener en rehén a la población adversa­ria, será cada vez menos claro el límite entre las armas tradicionales y otras modalidades de ar­mas y disminuirá el umbral de utilización de armas de destrucción masiva. Aunque se adop­ten sistemas que puedan sobrevivir a un primer ataque y doctrinas responsables, son pocas las posibilidades de establecer un sistema eficaz de disuasión. La historia enseña que no es proba­ble la eficacia de una disuasión basada en ar­mas tradicionales. Por otra parte, la reproduc­ción de una disuasión basada en armas nuclea­res no es un proceso mecánico, pues se basa además en factores históricos y culturales. Pa­rece dudoso que haya posibilidades de forjar una disuasión estable basada en tecnologías in­termedias, de capacidad ambigua, que los ad­versarios posean en magnitudes indetermi­nadas.

En tanto que las armas nucleares han confe­rido cierta moderación a las relaciones entre las superpotências, y en particular a su competen­cia militar, las nuevas armas de destrucción masiva y/o de mayor alcance de los Estados en desarrollo pueden aumentar los daños que toda guerra entraña, pero asimismo alimentar la ilu­sión de que se pueden vencer y acabar con rapi­dez las guerras. U n elemento esperanzador es que quienes han tenido la experiencia de una guerra moderna habitualmente no se lanzan a otra a la ligera. Los que están obteniendo ahora el acceso a las tecnologías modernas son los mismos que ya han participado en conflictos interestatales de importancia, guerras que han resultado invencibles en el sentido tradicional del término. Esta situación puede hacerles pre­cavidos hasta cierto punto a propósito de los riesgos de conflicto y de las posibilidades de una victoria a bajo costo. Pero para el sistema internacional, la difusión de la tecnología jun­tamente con la del poder en términos generales habrá de significar un m u n d o m á s anárquico y menos ordenado que el que hemos conocido durante la guerra fría bajo el predominio de las superpotências.

Las perspectivas de guerra en los Estados en desarrollo

Resulta difícil generalizar útilmente acerca de la posibilidad de que estallen conflictos en un

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168 Shahrain Chubin

grupo tan diverso de países cuyas motivaciones y capacidades respectivas son m u y distintas. A d e m á s , cualquier detección de «tendencias» es forzosamente impresionista (más que pre-dictiva), y tiene más utilidad heurística que en lo tocante a formular políticas. Ello no obstan­te, conviene efectuar un balance de las fuerzas que influyen en las perspectivas de que estallen guerras en el Tercer M u n d o .

La guerra en el Tercer M u n d o se está con­virtiendo en una cuestión más heterogénea, con amplias variaciones por lo que se refiere a sus niveles de violencia y capacidades milita­res, lo que hace que sean distintos los tipos de guerra posibles. La situación de los P M A fuer­temente armados y capaces de tender a enta­blar graves conflictos habitualmente contra otros Estados (por ejemplo, en el Oriente M e ­dio, el Golfo Pérsico, Asia Meridional y Asia Oriental) contrasta con la de los países de m e ­nores fuerzas armadas, menos experiencia en guerras interestatales y preocupados funda­mentalmente por sus fronteras y en particular por su seguridad y prestigio internos (por ejem­plo, los Estados africanos y latinoamericanos).

Son m u y escasos los P M A que hoy en día están en la situación de los Estados africanos de los años cincuenta, que disponían únicamente de fuerzas de policía; la mayoría cuentan en la actualidad con fuerzas aéreas y navales de cier­ta entidad. Ahora bien, cada vez es mayor la distancia entre los Estados que apenas llegan a controlar sus fronteras y los que pueden lanzar cohetes a larga distancia, fabricar armas y obte­ner o manufacturar armas químicas, biológicas e incluso nucleares. Sin embargo, nada indica que m á s de un puñado de Estados de esas ca­racterísticas sean aún capaces de sostener una guerra moderna durante largo tiempo, es decir, que posean el nivel de organización y de logísti­ca y la capacidad económica suficiente para ser independientes en lo que se refiere a lograr ar­mas, si bien, gracias a la adquisición de algunos misiles, se pueden causar grandes estragos en breve tiempo.

Juntamente con factores políticos, tanto in­ternos c o m o internacionales y los gastos y ries­gos conexos, ante todo los que entrañan los nuevos sistemas de armas, puede que recurrir a las armas c o m o instrumento de la política de un Estado se esté convirtiendo, no todavía en algo del pasado, pero sí en algo menos frecuen­te. Los costos que entraña una guerra están al

parecer aumentando considerablemente, aun­que no por primera vez, pero, ¿basta esto para renunciar a ella, en lugar de utilizarla, aunque sea en menor medida, c o m o instrumento polí­tico? ¿Habrá de convertirse la guerra en un ins­trumento excepcional, en lugar de habitual, de la política del m u n d o en desarrollo? ¿Acabará por ser tan infrecuente, para dichos Estados, c o m o lo es ya para el m u n d o industrializado?

Las limitaciones

Toda enumeración de los factores que actual­mente se oponen al estallido de la guerra debe­rá comenzar por la propuesta de que el cálculo de los costos y beneficios, es decir de los riesgos frente a los objetivos, rara vez arroja resultados positivos. Y así es no sólo, ni principalmente, por motivos técnicos, si bien es cierto que la difusión de las armas ha aumentado la capaci­dad de los Estados de menor entidad de impo­ner situaciones sin salida a potencias más fuer­tes (como ilustra el ejemplo del Stinger en Afga­nistán). E n conflictos asimétricos c o m o éstos, las diferencias entre los sistemas de armas cuentan menos que la capacidad de enjugar los costos, incluida la capacidad de proseguir. Po­cas potencias industrializadas cuentan con apoyo político interno a operaciones prolonga­das y costosas en el Tercer M u n d o . En guerras e intervenciones de esas características, los Esta­dos desarrollados se enfrentan hoy en día a una población «nativa» movilizada (en lugar de aquiescente), situación ésta m u y alejada de la de la época de los Raj.

Se pueden aplicar consideraciones similares a los conflictos internos del Tercer M u n d o , donde los resultados de las guerras no han sido concluyentes políticamente hablando, aunque los resultados militares fuesen claros. Si se im­pide al país victorioso cosechar los frutos de su victoria, ya sea porque las grandes potencias se lo impiden o porque la guerra no basta para imponer decisiones a quienes no están dispues­tos a aceptarlas (como es el caso del conflicto árabe-israelí), acaba por ser considerada trivial o, sencillamente, desproporcionada a los obje­tivos que puede alcanzar. Los dirigentes deben tener en cuenta hoy en día las consecuencias internas de las guerras sin resultados claros (Is­rael en el Líbano. Irak en Irán) o, en otro caso, el costo regional de una guerra victoriosa. Se puede considerar que la guerra es un instru-

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Los conflictos cu el Tercer Mundo: tendencias y perspectivas 169

mento atrayente para desviar la atención de una situación política interna irresoluble, pero sus peligros pueden aumentar el valor de una situación de no guerra/no paz, en lugar de una situación de guerra declarada, que tiende a ser más peligrosa y costosa. Dichos dirigentes deben considerar asimismo las repercusiones prácticas de la modificación de las relaciones entre las superpotências; al poder ejercer m e ­nos presión, ya no pueden contar con patroci­nadores extranjeros que los apoyen sin antes medir suficientemente las consecuencias, les suministren armas o consigan que se establezca una paz honorable.

Dejando aparte el hecho de que las armas pueden no ser decisivas (según el tipo de guerra y los objetivos del conflicto), también pueden no estar disponibles, no ser reemplazables o te­ner un precio prohibitivo. El aumento de los precios de los armamentos, la noria de las c o m ­pras, modernización y envejecimiento de sus componentes o la saturación y los problemas de asimilación han influido incluso en los clientes más inmunizados, los Estados del Gol­fo Pérsico. La extraordinaria inflación del pre­cio de las armas que ha vuelto tan onerosa una inversión militar para los Estados que tratan de superar a otros o de mantener su supremacía cualitativa sobre sus vecinos, ha hecho dismi­nuir el interés que ofrece adquirir nuevas ar­mas . También en este caso, la experiencia repe­tida de las guerras, tanto la directa como la in­directa, ha dado lugar a que surjan burocracias desmesuradas, por un lado, y Estados cuartele­ros, por otro11.

Al menos por lo que se refiere a los Estados de Oriente Medio considerablemente armados, se ha llegado al punto en que disminuyen los beneficios que conllevan las inversiones milita­res. A consecuencia de lo que Shaid Feldman denomina «el cansancio acumulado», puede disminuir la voluntad de apoyar guerras que no sean vitales. Quizá no estemos lejos de que aminore la propensión de los dirigentes a lan­zarse a ellas.

Desde una perspectiva más amplia, se dis­cierne esa misma orientación, aunque menos pronunciada: la noción de «dilema de seguri­dad» ya no es meramente académica, está sub­yacente al «nuevo pensamiento en materia de seguridad» de la U R S S posterior a la glasnost y coincide con el espíritu de la época. Si cada vez ofrecen menos interés las inversiones en armas

es porque existen otros modos de definir la se­guridad o de computar la potencia. H o y en día, la seguridad se define por referencia a algo más que las armas, el territorio o el poderío militar; tienen mucha más importancia la situación económica y la estabilidad y la legitimidad tan­to política como psicológica.

El ejemplo de las superpotências también está teniendo efectos de demostración: no hay un ambiente favorable a la guerra, y no sólo porque las superpotências estén disminuyendo sus compromisos en el Tercer M u n d o . Los diri­gentes de los países en desarrollo que estudian la posibilidad de recurrir a la fuerza deben te­ner en cuenta la probabilidad de una condena unánime en el seno del Consejo de Seguridad, de que se dicte un embargo sobre las armas e incluso de que se adopten medidas militares conjuntas contra el agresor. En términos gene­rales, el ambiente no es propicio a las guerras locales.

El aumento de las medidas legislativas in­ternacionales contra determinados tipos de guerra también desempeña un papel, aunque no sea cuantificable, en lo que se refiere a limi­tar las ocasiones de empleo de la fuerza. La oposición a las guerras de hegemonía, conquis­ta territorial, adquisición o anexión o en busca de ganancias materiales o de la gloria es un he­cho real. Lo mismo sucede con las normas con­tra los tipos de intervención sancionados por las leyes internacionales anteriores14, que se re­fuerzan día a día.

Si bien existen factores jurídicos, prácticos y políticos que limitan el empleo de la fuerza, también hay otros en virtud de los cuales des­encadenar una guerra sigue siendo un instru­mento político factible y racional.

Los factores que facilitan la guerra

U n interrogante de importancia es si la utilidad de la fuerza o de la guerra está disminuyendo en términos generales o únicamente en lo que se refiere a los Estados desarrollados. Dicho en otros términos: ¿se ha universalizado la con­ciencia de la disminución de las ventajas que entraña el empleo de la fuerza? En caso contra­rio, ¿hasta qué punto se aplica por doquier? Es difícil saber en qué grado es geográficamente específica la tendencia en contra de un conflic­to de grandes dimensiones entre los Estados de­sarrollados, en qué medida depende de las ar-

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170 Shahrum Chuhin

m a s nucleares o está relacionado con su fase o nivel de desarrollo histórico. Si en el futuro el comportamiento de los P M A se adapta a las pautas seguidas por los otros países, se seguirán resolviendo los conflictos por la fuerza. Con­forme a dicho modelo, se pasará de las guerras civiles a las guerras interestatales clásicas ali­mentadas por el nacionalismo (como sucedió en Europa entre los siglos xv y xix). Por otra parte, estos Estados pueden saltarse una fase y pasar directamente a una época menos propen­sa a las guerras. Según se responda a estos inte­rrogantes y pareceres, dichos Estados influirán de una u otra forma en las políticas de otros Estados frente a los conflictos que puedan sur­gir en el futuro: si se les considera trampas peli­grosas para las superpotências, podrá ser indi­cado aplicar políticas de diferenciación. Y otro tanto, si se considera que dichos conflictos son anómalos y reflejan querellas atávicas que son expresión de atraso. Ahora bien, si se considera que se trata de una fase inevitable y necesaria de la evolución histórica, podrá ser adecuado aplicar otras políticas.

Las situaciones de los P M A dejan amplio campo de maniobra para recurrir a las armas. Se puede disminuir el recurso a la guerra para construir un país, pero debe persistir frente a la competencia que representan la lealtad y la ad­hesión a otras fuentes, ya sean tribales, étnicas o confesionales. C o m o ha descubierto Iraq, la guerra puede aglutinar a la población de un país, aunque pagando un precio elevado.

La guerra puede seguir siendo atractiva, no sólo porque permite obtener riquezas o alcan­zar la gloria, sino para obtener la obligada legi­timación. La guerra por recursos escasos y vita­les, c o m o el agua en las regiones áridas, en de­terminadas circunstancias, puede parecer necesaria para la supervivencia. Las ideologías y fuerzas transnacionales que rechazan o su­bordinan el nacionalismo y las fronteras estata­les, aunque ya no predominan, aún no se han extinguido totalmente. U n a causa tradicional de guerra, la medición de fuerzas para implan­tar la ley del más fuerte en una región, puede no resultar anacrónica ni frivola, en un m o m e n t o en que Estados nuevos establecen contactos mutuos y tratan de definir sus respectivas jerar­quías regionales.

Resulta difícil saber si los Estados recurren a la guerra con menos frecuencia que en el pa­sado, o por distintos motivos, habida cuenta

del aumento del número de Estados y de la difi­cultad de distinguir las motivaciones de los conflictos. Lo que sí es más claro es que ha au­mentado la capacidad de más Estados de infli­gir daños considerables a otros. Puede que los Estados no sean ya capaces de combatir duran­te m u c h o tiempo contando con su propio poder o con el poder de que piensan disponer, pero, utilizando armas modernas, pueden alcanzar zonas anteriormente inaccesibles. C o n ello, las guerras pueden tener un carácter más regional, conforme aumenta el alcance de las armas y la amenaza que supone. Esta posibilidad de ex­pansión horizontal, o de extensión geográfica, de la guerra va aunada a la perspectiva cada vez menor de escalada de la mayoría de las guerras locales, en términos verticales, esto es, de que intervengan en ellas las superpotências, lo cual puede ser una situación satisfactoria, pero por otra parte puede dar lugar a la fragmentación de la política internacional y propiciar un en­torno m á s permisivo para guerras cada vez m á s autónomas.

Relacionada con todo esto está la tenden­cia, anteriormente mencionada, de interven­ciones Sur-Sur; ejemplos recientes de ello son Israel, Sudáfrica. Siria. India y Vietnam. Otros ejemplos son las intervenciones de Irán e Irak en Líbano, de Cuba en Africa, de Libia en Chad y de Egipto anteriormente en Y e m e n . Dichas intervenciones pueden aumentar si se regiona­liza la política y las potencias locales no hallan enfrente a nadie que se les oponga.

Conclusiones

«La historia de los asuntos internacionales en los últimos cinco siglos» (nos recuerda Paul Kennedy) «ha sido con demasiada frecuencia una historia de guerras, o al menos de prepara­ción a la guerra»15. La tendencia de los últimos cuarenta años a un número menor de conflictos entre las grandes potencias aún no se ha tradu­cido en menos conflictos entre todos los Esta­dos. Es en el Tercer M u n d o donde se han con­centrado las guerras y es también ahí, aunque no en exclusiva, donde se han invertido recur­sos considerables en armamentos. Aunque este hecho no es de extrañar, habida cuenta de la debilidad militar de la mayoría de esos Esta­dos, y puede haber estabilizado la amenaza de guerra, la carencia de otros procedimientos de-

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Los conflictos en el Tercer Mundo: tendencias y perspectivas 171

terminados para resolver las disputas no puede por menos que influir en las decisiones acerca de si utilizar o no las armas. Al mismo tiempo, el aumento del nacionalismo, tan visible en muchos Estados, juntamente con el renaci­miento de la conciencia nacional en Europa Oriental y en el «imperio interno» de la Unión Soviética, que desentona de la tendencia a la integración de Europa Occidental, puede in­fluir en las perspectivas de que estallen conflic­tos. Estas diferenciaciones en las que el Norte (u Occidente) se halla en desacuerdo objetiva­mente con los países en desarrollo, pueden in­fluir también en las posibilidades de que se des­encadene algún conflicto. Es un hecho eviden­te, no sólo en los nacionalismos, apasionados y en buena medida nuevos, frente a su desplaza­miento por lealtades tanto por encima c o m o por debajo del nivel del Estado nacional (esto es, por lealtades supranacionales y regionales o locales) en el Norte. Es asimismo evidente por lo que se refiere a los derechos humanos, terre­no en el cual las presiones mundiales han crea­do virtualmente una norma universal, a la que algunas zonas (como el Oriente Medio) dan muestras evidentes de conformarse en escasa medida.

La sustitución parcial del m u n d o radical­mente bipolar por un sistema más borroso dis­minuye las presiones en pro de una interven­ción exterior; sin una competición mundial sis­temática (inherente al sistema analizado por Ken Waltz), la periferia puede reaparecer c o m o tal, con menos importancia. Pero la no inter­vención, si bien conduce a pasar por alto y mar­ginalizar a determinados países, no puede constituir una gran mejora para el Tercer M u n ­do.

A diferencia de lo sucedido en la Europa postclaussewitziana"1. en los países en desarro­llo seguirá habiendo guerras. Pero es más pro­bable que la violencia en el Tercer M u n d o sea interna en lugar de consistir en guerras interes­tatales (salvo cuando países vecinos estén en­vueltos en un problema interno que afecte a ambos). Parecen improbables las guerras regio­nales de coalición. Otro tanto sucede con el e m ­pleo de la fuerza para obtener recursos (agua, etc.), si se dispone de otros medios para solu­cionar las disputas y hacer coexistir los distin­tos intereses. Tanto el costo de la guerra c o m o los problemas políticos que habrá de entrañar la traducción de sus resultados en ventajas con­

cretas harán que se recurra en menor medida a la guerra, incluso en los países en desarrollo.

Las perspectivas de los países en desarrollo son, más bien turbulentas que tendentes a una estabilización espontánea. Las presiones y ten­siones del desarrollo económico, la integración política, la legitimación y la institucionaliza-ción17, resultan m u c h o más fuertes a causa de la transparencia e interdependencia del actual sis­tema internacional. Las distintas facetas y ele­mentos del poder hacen prever una mayor dife­renciación en el planeta, así c o m o entre los pro­pios P M A .

Pues bien, pese a sus diferencias, los países menos adelantados pueden coincidir en el ca­rácter injusto del sistema internacional actual y de sus normas y convenciones, en el que apenas se les deja decir nada y aún se les permite tener menos influencia. Esa solidaridad puede ser to­davía más fuerte, en particular si el comercio se convierte en una competición entre bloques y deja de lado a los Estados más débiles. Los m o ­vimientos demográficos, incluso los tempora­les o la emigración y el empleo estacional, jun­tamente con la permeabilidad de la sociedad moderna, hacen que la seguridad sea más inter-dependiente y esté menos sometida a un con­trol exclusivamente nacional, c o m o se ha visto con el terrorismo y los secuestros de aviones. Se trata de cuestiones que no son causas clásicas de conflictos, pero que pueden llegar a serlo conforme mengua el m u n d o , se desplazan o son desplazadas las poblaciones y los Estados se vuelven más interdependientes y sensibles a las actividades recíprocas. Esos problemas y los que simboliza el asunto Rushdie, a los que M i ­chael Howard denomina «la interfaz perturba­da entre el m u n d o desarrollado y el m u n d o en desarrollo, que tan peligrosamente puede ali­mentar la división en el seno de nuestras comu­nidades multiculturales»18, pueden aumentar, con consecuencias para la seguridad interna de los Estados más ricos. Hay otros problemas a propósito de los cuales cabe predecir que surgi­rán diferencias (por ejemplo, el de los refugia­dos), aunque no es seguro que se conviertan en fuente de conflictos. Así, por ejemplo, los pro­blemas ambientales no conducen por sí mis­m o s a la guerra, pero tampoco dan lugar forzo­samente a soluciones justas. En términos gene­rales, p o d e m o s afirmar que se están modificando las perspectivas del m u n d o desa­rrollado en materia de seguridad y, por consi-

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guíente, el sentimiento de amenaza y la propia noción de seguridade Algunos de los nuevos problemas habrán de entrañar un mayor inte­rés por la cooperación con los Estados en desa­rrollo y otros empujarán a los Estados más ri­cos a relaciones de competición y posiblemente de enfrentamiento con el Tercer M u n d o menos próspero.

En algunos de estos Estados ha aumentado la capacidad de infligir grandes daños con inde­pendencia de sus posibilidades económicas ge­nerales. C o m o se indicó anteriormente, el có­m o y el si dichos Estados hacen la guerra, po­dría arrastrar a otros Estados al plantear interrogantes sobre los posibles umbrales y ta­búes, así como más directamente. Al implicar a otros Estados, los P M A que disponen de una capacidad militar más perfeccionada habrán de plantear difíciles interrogantes acerca de cuál es la política adecuada a las terceras par­tes. Así, por ejemplo, ¿deberán los proveedores de armas buscar conscientemente producir equilibrios regionales mediante el suministro de tecnología y mecanismos que fomenten la estabilidad, aumenten el control y refuercen la defensa, o deberán simplemente quedarse aparte a contemplar lo que pasa?

El espectro del futuro puede que no sea la escalada (como en la analogía de los Balcanes), sino la fragmentación y el desorden. Conforme las superpotências tengan menos motivos para disputarse en el Tercer M u n d o , disminuirán sus motivaciones para preocuparse por lo que allí acontece, especialmente en los Estados Unidos, país en el que el período de atención que se dedica a una cuestión es breve, se consi­dera que las sutilezas no son norteamericanas y es dudoso que se sea capaz de concentrarse en más de un problema al mismo tiempo:n.

U n a de las ironías del m u n d o de la posgue­rra es que buena parte de los progresos alcanza­dos en el terreno del control de las armas ha tenido lugar en la zona relativamente pacífica de la confrontación entre el Este y el Oeste, en tanto que apenas se ha aplicado en los Estados propensos a los conflictos de fuera de Europa. U n a de las grandes aportaciones del control de las armas ha sido su comprensión de que es pre­ciso que los competidores estén igualados para tomar conciencia de en qué aspectos pueden cooperar con sus rivales, y planear estrategias tanto a largo como a breve plazo. Otra aporta­ción importante ha sido la de que se puede fo­mentar el diálogo político entre los adversarios mediante medidas de control de armas que, se­gún avanzan, pueden contribuir a disminuir las tensiones fundamentales y a mejorar las rela­ciones. Las medidas para promover la confian­za y la transparencia que son condiciones pre­vias indispensables de la predicibilidad fortale­cen la estabilidad y, con el paso del tiempo, alientan una actitud de reciprocidad y de poner el acento en la seguridad mutua. A m b o s aspec­tos del control de las armas, la importancia atribuida al juego repetido y la posible contri­bución de las armas y las decisiones militares (por ejemplo, acerca de la doctrina), que, aun­que sean unilaterales, pueden ayudar a dismi­nuir las tensiones y la desconfianza, son aplica­bles a situaciones vigentes en las zonas más mi­litarizadas del Tercer M u n d o . U n a vez que los distintos gobiernos entiendan que son perti­nentes y útiles para resolver sus problemas de seguridad, y actúen en consonancia, las guerras serán un acontecimiento menos frecuente y fortuito en el Tercer M u n d o .

Traducido del inglés

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Notas

1. Michael Mandelbaum. The Nuclear Revolution: ¡niernational Politics before and alier Hiroshima. Nueva York, Cambridge University Press. 1981.

2. Geoffrey Blainey. The Causes of Wars, Nueva York, York Free Press, 1973, págs. 1 14 y 226.

3. Ibidem, págs. 86. 122 y 127.

4. Quincy Wright. A Study of War (ed. abreviada). University of Chicago Press, pág. 122.

5. Russell Weighley, «War and the Paradox of Technology», International Security, otoño de 1989, vol. 14, n u m . 2. págs. 200-201.

6. Véase el título de la obra de John Mueller, Nueva York. Basic Books, 1989.

7. Véase István Kende. «Wars of Ten Years 1967-1976», Journal of Peace Research, 1978, vol. 15, n u m . 3; « N e w features of armed conflict in developing countries». Development and Peace, primavera de 1983; K . Subrahmanyam. «Third World Arms Control in a Hegemonistic World», en Thomas Ohlson (ed.). Arms Transfer Limitations and Third World Security, Nueva York, Oxford

University Press (para SIPRI), 1988, pág' 33.

8. Gabin Kennedy, The Military in the Third World, Nueva York, Scribners, 1974, pág. 53.

9. RuthSivard, World Military and Social Expenditures, Nueva York. 1989.

10. David Ed. Albright, «The U S R R and the Third World in the 1980's», en Problems of Communism, marzo-junio de 1989, vol. 37, n u m . 2-3. págs. 58-59, quien cita World Military Expenditures and Arms Transfers, 1987, Arms Control and Disarmament Agency, Washington D . C . , marzo de 1988.

11. Martin Wight, Power Politics (ed. de Hedly Bull y Carsten Holbraad), 1979, pág. 103.

12. H'oiid Military Expenditures and Arms Transfers, Washington D.C., ACDA, 1989.

13. Puede hallarse un análisis del costo de la burocracia militar en Oriente Medio en: Anthony Cordesman, «The Middle East and the Cost of the Politics of Force», The Middle East Journal, invierno de 1986, vol. 40, n u m . 1,

págs. 5-15.

14. Véase Hedley Bullied.). Intervention and World Politics, Clarendon Press. Oxford, 1984.

15. Paul Kennedy, The Rise and Tail of the Great Powers. Nueva York. Random House, 1987. pág. 537 (Existe versión en español).

16. Kenneth Booth, «Redefining East-West Security», International Affairs, enero de 1990, vol. 66, n u m . 1. págs. 17-46.

17. En cuanto a las tendencias en una zona, puede verse: Colin Legum, «The Coming of Africa's Second Independence». The Washington Quaterly, invierno de 1990, vol. 13. n u m . 1. págs. 129-144.

18. Michael Howard. «1989: A Farewell to Arms?», International Affairs, verano de 1989. vol. 65. n u m . 3. pág. 413.

19. Para un análisis de algunos de estos problemas, véase el número especial de Survival. «Nonmilitary Aspects of Security», noviembre-diciembre de 1989.

20. Robert Axelrod. The Evolution of Cooperation. Nueva York, Basic Books. 1984.

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Análisis de los conflictos en el Tercer Mundo: elementos de una tipología

Mohammad-Reza Djalili

Desde hace algunos años, el acercamiento entre el Este y el Oeste, que hace prever cambios es­tructurales profundos a nivel global, y las inci­pientes soluciones de varios conflictos regiona­les, han dado lugar a que las guerras del Tercer M u n d o quedaran relegadas a un segundo plano en las preocupaciones de la comunidad inter­nacional. Esto es tanto más cierto cuanto que la gran cobertura mediática de algunos conflictos, c o m o la guerra de Líbano o el alzamiento pales­tino, ha banalizado los ho­rrores de la guerra provo­cando un sentimiento de hastío en la opinión públi­ca internacional. Pero, si bien algunos focos de con­flicto se han extinguido y otros han perdido intensi­dad, persisten numerosas tensiones, nuevas amena­zas se perfilan en el hori­zonte y la guerra sigue o m ­nipresente en los tres conti­nentes que forman el Sur del planeta1.

Por otra parte, a pesar de la calma momentánea y del aroma de paz que flota en el aire desde hace algún tiempo, no hay que perder de vista el hecho de que desde 1945 a nuestros días los enfrentamientos arma­dos regionales han sido una característica cons­tante de la vida internacional. H a y muchas probabilidades de que ello siga siendo así du­rante los años venideros. En efecto, ¿cómo sen­tirse optimista cuando se sabe que aquí y allí existen los ingredientes de múltiples explosio­nes y enfrentamientos, y que nuevos factores, debidos en particular al estancamiento econó­

mico, la deuda, el tráfico de la droga, la degra­dación del medio ambiente, el incremento de­mográfico y la amplificación de los fenómenos migratorios han venido a añadirse a las causas tradicionales de enfrentamiento?

E n este período en que, por vez primera, pa­rece posible considerar cerrado el capítulo de la posguerra, y puede pensarse en la renovación del sistema internacional, no hay que llevar al Tercer M u n d o a una marginación que ¡no sólo

sería nociva para ejsos paí­ses, sino que ademas perju­dicaría en el futura al con­junto de la comurjidad in­ternacional2. Entre los numerosos problemas a que deben hacer frente Africa, Asia y América latp na, los conflictos armados merecen una atención par­ticular en la medida en que llevan en sí los riesgos evi­dentes de propagación y de escalada que pueden a m e ­nazar la estabilidad, a m e ­nudo precaria, de muchas

naciones y de regiones enteras. El mejoramien­to del clima internacional puede ofrecer una nueva ocasión para calmar los ánimos, circuns­cribir y atenuar los riesgos y tratar de reducir las causas de los desequilibrios que conducen a los enfrentamientos armados.

En las circunstancias actuales, que se carac­terizan a la vez por una clara mejoría de las relaciones Este-Oeste y por la aparición de nue­vos peligros en el Sur, los especialistas en políti­ca internacional deben concentrar su reflexión, quizás aún más que en el pasado, en los conflic-

M o h a m m a d - R e z a Djalili. politólogo. exprofesor de la Universidad de Tehe­rán, enseña actualmente en la Universi­dad de Lausana y en el Instituto Uni­versitario de Altos Estudios In­ternacionales de Ginebra. Es autor de varias obras entre las cuales figuran: Re­ligion et révolution: I Islam shi 'He el I '/;-tat (1981) Les relations internationales (1988), Diplomatie islamique, stratégie internationale du khomeynisme (1989). Su dirección es: 46. chemin des Cou­driers. 1209 - Ginebra, Suiza.

RICS 127/Marzo 1991

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tos del Tercer M u n d o . C o m o es natural, esta reflexión puede adoptar las formas m á s diver­sas, pero si se desea hacer algunas comparacio­nes, siempre será necesario ir más allá de los casos particulares y articular un marco de aná­lisis general que pueda aplicarse a la mayoría de los conflictos, para lo cual es indispensable una clasificación o tipología de los conflictos del Tercer M u n d o . En este ensayo intentare­m o s presentar una tipología específica en el contexto del análisis de las relaciones interna­cionales en general. Para ello, ante todo proce­deremos a hacer una definición precisa de los conflictos que son objeto de dicha tipología.

Definición de los conflictos en el Tercer M u n d o

Hasta el término de la Segunda Guerra M u n ­dial, el conflicto corresponde en general al fe­nómeno de la guerra, entendido c o m o un en-frentamiento armado entre potencias que tiene un carácter territorial manifiesto. Desde 1945, la noción de conflicto se ha ampliado conside­rablemente de resultas del mayor número de conflictos internos que muchas veces han ad­quirido dimensiones internacionales, por lo que el análisis estratégico ya no puede ignorar­los. Pero el problema que se plantea entonces es el de determinar el momento en que una ten­sión o una crisis se transforma en conflicto. ¿Es el instante en que esta tensión degenera y se transforma en un enfrentamiento con uso de la fuerza? ¿O bien aquel en que toma la forma de un golpe de estado, o de un acto de terrorismo? Las respuestas varían según las perspectivas que se adopten3.

Es posible ver en toda situación de conflicto o acto de violencia social el germen de un con­flicto más amplio o, a la inversa, desde un pun­to de vista mucho más restringido se pueden tomar en consideración sólo los conflictos ar­mados que presuponen la existencia de dos gru­pos hostiles, el empleo de una o de varias fuer­zas organizadas, una cierta continuidad en los enfrentamientos y un nivel de organización por ambas partes. V e m o s pues que, según los crite­rios que se adopten, el inventario de los conflic­tos del Tercer M u n d o puede variar considera­blemente4.

Según un estudio estadístico realizado por un investigador de la Universidad de Baviera,

entre 1945 y 1985, se registraron 160 conflictos armados, de los cuales 151 tuvieron lugar en el Tercer M u n d o . D e los 172 Estados que forman la comunidad internacional, un 54 % intervinie­ron por lo menos una vez en un conflicto; desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1985, el m u n d o ha conocido sólo 26 días de paz abso­luta. En cuanto a la frecuencia de los conflictos, en 1955 hubo 15, en 1965. 24, en 1975,21 yen 1985, 33. El número de muertos provocados por estos conflictos se sitúa, según las estimaciones, entre los 25 y los 35 millones de personas5.

Si se opta por la definición restrictiva (con­flicto: enfrentamiento armado organizado y de una cierta amplitud), se plantea un segundo problema: ¿cómo considerar por igual conflic­tos m u y localizados, c o m o la intervención de Senegal en Gambia en 1980, y las «grandes gue­rras» del Tercer M u n d o , como el conflicto ara-be-israelí (1948-1949, 1956, 1967, 1973), la guerra de Corea ( 1950-1953), la guerra de Líba­no (1975-) o la guerra Irán-Iraq (1980-1988)? Hay que distinguir entre las operaciones únicas o los enfrentamientos fronterizos y los conflic­tos mortíferos y de larga duración. Pero en este caso también la delimitación es difícil y necesa­riamente arbitraria. Y ello tanto más , y ahí resi­de la tercera dificultad, cuanto que los datos de que dispone el investigador sobre los conflictos del Tercer M u n d o son a menudo poco de fiar, incompletos y difícilmente verificables6.

A estas tres dificultades cabe añadir otra más , que se deriva de la tendencia de ciertos sectores de la opinión pública internacional a presentar globalmente al Tercer M u n d o c o m o una zona plagada de conflictos cuyas causas na­die conoce realmente y a cuya solución la co­munidad internacional no puede contribuir en nada. Claro está que si los conflictos del Tercer M u n d o no deben minimizarse en ningún caso, tampoco hay que caer en el extremo opuesto, que consistiría en confundir Tercer M u n d o , violencia y enfrentamientos armados. La vi­sión apocalíptica deforma la realidad, que por definición es más matizada y compleja, e impi­de la reflexión sistemática y el planteamiento racional de los conflictos.

Tipologia

Las motivaciones, las bazas enjuego, los objeti­vos y las modalidades son por lo general los

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Análisis de los conflictos en el Tercer Mundo- elementos de una tipología \11

Consecuencias de un conflicto de tipo hegemónico: kuwaitíes huyendo hacia Arabia Saudi, tras la ocupación de su país por parte de Irak, el 2 de agosto de 1990. siodiiart-Kai//Cosmos.

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factores a partir de los cuales se pueden distin­guir los conflictos entre sí y establecer las cate­gorías. Pero una tipología elaborada con datos de esa índole, por útil que resulte, puede indu­cir a error al investigador, por cuanto a m e n u ­do es difícil distinguir claramente entre las cau­sas reales y los pretextos alegados, los objetivos declarados y los objetivos inconfesados, las funciones aparentes y las funciones subyacen­tes de cada conflicto. Además , las motivacio­nes y los objetivos de los dos contendientes no son necesariamente los mismos en un comien­zo, y pueden variar en el curso del conflicto. Por lo demás, un conflicto armado suele estar motivado por causas diversas, aunque en el m o m e n t o de iniciarse las hostilidades haya una serie de razones, de tipo económico por ejem­plo, que parezcan prevalecer sobre las causas de naturaleza ideológica, territorial o de otro tipo. La multiplicidad de las causas y su inter­conexión hacen problemático todo intento de clasificación.

Para atenuar estas dificultades, podríamos imaginar otra tipología de naturaleza m á s bien jurídica, basada en la distinción entre conflicto interno (guerra civil clásica) y conflicto inter­nacional. Otra posibilidad consistiría en recu­rrir a los datos geoespaciales, según la «locali­za c i ó n » del conflicto, proponiendo una tipología basada en la extensión territorial del conflicto (restringido/amplio). Aunque estos métodos ofrezcan posibilidades más sistemáti­cas, no dejan de ser sin embargo m u y estáticos, son incapaces de integrar los elementos exter­nos que influyen indefectiblemente en la evolu­ción de un conflicto, y sobre todo, se prestan mal a una reflexión sobre la variedad de los conflictos, difícilmente reducibles a dos tipos ideales7.

Sería sin duda m á s adecuado un enfoque m á s dinámico, que tuviera en cuenta tanto el contexto regional c o m o el contexto internacio­nal y que no pasase por alto el grado de depen­dencia o de autonomía de cada conflicto res­pecto al entorno externo, al tiempo que permitiera establecer una clasificación m á s precisa de los conflictos sin caer en una enume­ración fastidiosa que privaría de toda utilidad a la tipología. Al tomar en consideración la exis­tencia en el ámbito político de distintas esferas de acción a nivel nacional, regional y global, todas las cuales contribuyen a la configuración de la realidad internacional, se podría construir

un modelo tipológico de tres niveles que corres­ponderían a los conflictos globales, los conflic­tos regionales y los conflictos entre Estados*. Se trata en realidad de construir una tipología es­tructurada, que no se limitaría a una clasifica­ción meramente enumerativa sino que tendría por objetivo establecer un conjunto coherente en el que se combinasen diversas categorías, al tiempo que facilitaría la percepción de las inte­racciones entre los distintos niveles.

Conflictos de dimensiones globales en el Tercer Mundo

Pertenecen a esta categoría los conflictos de la descolonización, los que son resultado de la ri­validad entre las dos grandes potencias o de la proyección al Sur del conflicto Este-Oeste, y las intervenciones de las grandes potencias en el Tercer M u n d o . N o se trata, pues, únicamente de los conflictos Norte-Sur, noción a nuestro juicio más limitada y que abarca esencialmente los conflictos de tipo metrópoli-colonia o cen­tro-periferia, que tienen pocos elementos en co­m ú n con las relaciones Este-Oeste.

Los conflictos de la descolonización deben clasificarse en el grupo de los conflictos en el Tercer M u n d o de dimensiones globales, ya que la descolonización es un fenómeno cuyas reper­cusiones exceden con mucho de las relaciones entre el colonizador y el colonizado y que han dado lugar a la transformación de todo el siste­m a internacional mediante la multiplicación del número de actores, la mayor heterogenei­dad de la sociedad internacional y la introduc­ción, por vez primera, de la problemática del desarrollo a nivel mundial. Este tipo de conflic­tos ha caracterizado básicamente la historia contemporánea durante tres decenios que van m á s o menos de 1945 a 1975, pero ello no quie­re decir que los conflictos de descolonización hayan desaparecido del todo. Es m u y posible que en el futuro asistamos al resurgimiento de este tipo de conflictos en relación con la evolu­ción de las cuestiones referentes a las nacionali­dades en la U R S S , o a la situación en el Tibet o en Nueva Caledonia.

La aparición del Tercer M u n d o en la escena internacional no fue solamente, ni m u c h o m e ­nos, un resultado de las luchas armadas y las guerras de liberación nacional. La descoloniza­ción se hizo hasta cierto punto de manera rela­tivamente pacífica, pero hubo algunos casos en

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Análisis de los conflictos en el Tercer Mundo, elementos de una tipología 179

que las potencias coloniales trataron de perpe­trar su presencia a toda costa, aunque ello su­pusiera el enfrentamiento armado. Los conflic­tos resultantes fueron enfrentamientos de carácter limitado (levantamiento de Casablan­ca en 1952, intervención de los Países Bajos en Indonesia en 1947-1948), conflictos de larga duración pero de baja intensidad (Chipre 1955-1959, Kenya 1952-1957), o guerras de grandes proporciones y elevado costo, por to­dos los conceptos (guerra de Indochina 1946-1954, guerra de Argelia 1954-1962).

El sistema de equilibrio nuclear y disuasión que se instaló entre las dos grandes potencias al término de la Segunda Guerra Mundial, y que prohibía todo enfrentamiento armado directo entre ellas, tuvo c o m o consecuencia, de algún m o d o natural, el desplazamiento de su rivali­dad a la zona periférica del sistema internacio­nal que surgió después de la formación de los dos grandes bloques, o sea al Tercer M u n d o . A pesar de las tentativas de numerosos países de esta zona para eludir la lógica de la confronta­ción entre bloques, el Tercer M u n d o no fue ca­paz de protegerse eficazmente contra los efec­tos de la rivalidad Este-Oeste. Transformado en teatro de las «estrategias indirectas», los paí­ses del Sur recibieron ayuda, armas y apoyo lo­gístico, político y diplomático según la posición que hubiesen adoptado respecto de uno de los dos bloques. A veces se rebasaban los límites del mero apoyo y una gran potencia intervenía directamente en un conflicto. La guerra de C o ­rea (1950-1953) preludia ya las intervenciones de los años 1960-1970. En Vietnam, Estados Unidos intervienen masivamente, sobre todo a partir de 1967, para frenar el avance comunista en Asia, con una reacción que se estimaba cru­cial para el porvenir del « m u n d o libre». La des­colonización portuguesa se produjo en el m o ­mento en que Estados Unidos estaban aún traumatizados por su derrota en Vietnam, lo que permitió a movimientos de tendencia mar­xista conquistar el poder en Mozambique y en Angola, con el apoyo logístico soviético y la ayuda de tropas cubanas en el caso de Angola. En Africa oriental, la caída del Negus y las riva­lidades locales entre somalíes y etíopes lleva­rían al injerto duradero del esquema de con­frontación Este-Oeste en esta parte del océano Indico.

Analizando el desplazamiento del conflicto Este-Oeste al Tercer M u n d o , un especialista so­

viético comprobaba hace poco que los soviéti­cos «habían hecho lo posible por obstaculizar el desarrollo del capitalismo en los países libera­dos e imponer nuestro modelo de desarrollo bajo la bandera de la lucha antiimperialista. El Occidente, por su parte, tiende a explicar los complejos procesos en el interior de los países del Tercer M u n d o y sus propias contradiccio­nes como resultados de las amenazas de M o s ­cú».

Ello tuvo por resultado no sólo que se vin­cularan los disturbios sociales y los conflictos regionales del Tercer M u n d o al contexto Este-Oeste, sino también «que se desnaturalizara profundamente la mentalidad de los países del Tercer M u n d o , su visión objetiva de los proble­mas ; estos países aprendieron a explotar las contradicciones de las grandes potencias y a atribuirles sus propios problemas y faltas: esta forma de proceder fomentó en ellos el egoísmo individual y de grupo, y favoreció su participa­ción en los conflictos y en la carrera de arma­mentos»1'.

La intervención directa en algunos países del Tercer M u n d o de las grandes potencias oc­cidentales, c o m o Estados Unidos y Francia, o de Unión Soviética, no siempre se inserta en el marco Este-Oeste sino que puede derivarse de otras consideraciones, en particular de orden geoestratégico. Así, Estados Unidos han consi­derado siempre que la estabilidad de América Central es una necesidad imperiosa para su se­guridad nacional, y han intervenido varias ve­ces en esta región (Guatemala en 1954, Santo Domingo en 1965, Granada en 1983, Panamá en 1989) bien para impedir cambios que po­drían ser contrarios a sus intereses, o bien para contribuir al derrocamiento de un régimen o de un dirigente que ya no les convenía. En cuanto a Francia, que está vinculada a los estados afri­canos por numerosos acuerdos de defensa o de asistencia militar, sus intervenciones han con­sistido en «acciones exteriores», entre otros en Mauritania, Jibuti, Zaire, República Centroa-fricana, Chad y Gabón. Por su parte, Unión So­viética, que ya había intervenido militarmente en Budapest y Praga en los años 1950-1960 pa­ra preservar los «logros del socialismo», ha li­brado durante m á s de una década una guerra en Afganistán que no deja de recordar las gue­rras de conquista territorial que Rusia libró a fines del siglo pasado en Asia central y el Cáu­caso.

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180 Mohammund-Ri'zu Djulili

Conflictos regionales

Pertenecen a esta categoría los conflictos entre Estados, las guerras derivadas de la aparición de potencias hegemónicas en las esferas de ac­ción regionales y los conflictos de tipo irreden­tista.

Los conflictos entre Estados son «conflictos regionales» diríamos por definición, puesto que se distinguen de los conflictos generaliza­dos en los que participan numerosos beligeran­tes y diversas coaliciones, y que abarcan un te­rritorio m u y vasto, c o m o fue el caso de los dos conflictos mundiales del siglo X X . Por lo de­más , hay m u y pocos conflictos entre Estados, incluso bilaterales, que no tengan consecuen­cias más o menos importantes a nivel regional. En cualquier caso este tipo de conflicto clásico, por lo general causado por un desacuerdo sobre el trazado de las fronteras, al que se suman a veces antagonismos ideológicos o ambiciones económicas, ha sido m u y frecuente durante la segunda mitad del siglo x x en los tres continen­tes del Tercer M u n d o . Así, de Africa pueden recordarse los conflictos Libia-Chad (1973-1987), Malí-Burkina Faso (1985-1986) y Marruecos-Argelia (1962); de América latina los conflictos Honduras-El Salvador (1969), Nicaragua-Honduras (1957) y Ecuador-Perú (1981), y de Asia los conflictos India-Pakistán (1947-1949, 1965, 1971). China-India ( 1962). Irak-Kuwait (1960). Irán-Irak (1980-1988), etc.

A pesar del cese de las hostilidades entre es­tos dos últimos países en 1988 o del fin del con­flicto Chad-Libia, las posibilidades de desenca­denamiento de las hostilidades en los países del Sur son aún m u y numerosas. Citemos c o m o ejemplo las discordias persistentes entre Tur­quía y Grecia a propósito de Chipre, o entre India y Pakistán respecto de Cachemira, entre otras muchas desavenencias que aún persisten en uno u otro lugar.

La aparición de potencias regionales con vocación expansionista en el Tercer M u n d o es una realidad indiscutible, aunque la literatura al respecto guarde una extraña discreción sobre este tema. Algunos países, por razones históri­cas o apoyándose en el peso que les confiere la extensión de.su territorio, la importancia de su población o la voluntad de un dirigente caris­mático, se atribuyen un papel que rebasa larga­mente los límites de las fronteras nacionales.

La aspiración a practicar una política de lide-razgo regional ha inducido a algunas potencias regionales a servirse de la fuerza armada para alcanzar su objetivo. Así sucedió con India en el subcontinente, con Vietnam en Indochina o con Sudáfrica en el Africa Austral. Incluso al­gunos Estados de reducidas dimensiones, c o m o Libia, se han dejado tentar por el hegemonismo regional.

En cuanto a los conflictos de tipo irredentis­ta, aunque hasta ahora han sido menos frecuen­tes que los otros tipos de conflictos, también han dejado su impronta en la historia del Ter­cer M u n d o contemporáneo. En el Africa Orien­tal, por ejemplo, la voluntad declarada del go­bierno somalí de llevar a cabo una política de reunificación de todas las poblaciones de ori­gen somalí en el marco de un solo Estado ha creado una situación de conflicto latente en to­da la región, situación que degeneró en un en-frentamiento armado en el caso de la guerra del Ogaden (1977-1978). En la parte asiática del m u n d o árabe, en la política siria de dominio de Líbano es fácil reconocer reminiscencias irre­dentistas derivadas de la utopía damascena de la Gran Siria.

Conflictos internos

En el Tercer M u n d o , los conflictos internos de un Estado son los más numerosos, los más mor­tíferos y a veces los m á s largos. Según estima­ciones de Evan Luard, de los 127 conflictos ar­m a d o s m á s importantes del período comprendido entre 1945 y 1986, 17 fueron conflictos de descolonización. 24 «guerras de fronteras» motivadas por reivindicaciones te­rritoriales y 73 guerras internas1".

Estos conflictos se originan por los trazados arbitrarios de fronteras en la época colonial, las diferencias étnicas y religiosas, el enconamien­to de las rivalidades político-ideológicas entre el poder y las fuerzas de oposición, el centralis­m o excesivo y la homogenización forzada, y la falta de estructuras de concertación democráti­ca y de un consenso nacional. Aunque ocurran dentro de un solo Estado, estos conflictos no pueden considerarse internos en el sentido es­tricto del término, ya que tarde o temprano, directa o indirectamente, este tipo de conflicto tiene consecuencias internacionales".

La clasificación de los conflictos internos en categorías bien definidas es un ejercicio ingra-

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Análisis de los conflictos en el Tercer Mundo: elementos de una tipologia 181

to, ya que a m e n u d o es difícil disociar las dife­rencias políticas de las étnicas, y de las opo­siciones religiosas y culturales. Las reivindica­ciones autonomistas y regionalistas van acom­pañadas a veces de divergencias ideológicas profundas; en otros casos, la unidad ideológica no impide que persistan reivindicaciones auto­nomistas. E n esas condiciones, se puede a lo más distinguir dos categorías diferentes de con­flictos internos en un Estado: la lucha armada generalizada y la lucha armada localizada. E n el primer caso, se trata de impugnar un poder instalado (los sandinistas contra Somoza en Ni­caragua, por ejemplo), fenómeno que también se puede denominar levantamiento popular, guerra revolucionaria o incluso guerra civil ideológica. Las luchas armadas localizadas, por su parte, pueden ser de tipo secesionista, c o m o fue el caso de la guerra de Biafra o el alzamien­to del Pakistán oriental que condujo a la crea­ción de Bangladesh, o bien de tipo autonomis­ta, c o m o la guerra del Kurdistan en Iraq, la rebelión de la minoría musulmana en Filipinas o la revuelta tamil en Sri Lanka. Pero en ocasio­nes la voluntad autonomista puede ocultar también una política secesionista inconfesada, o utilizarse para derrocar un poder central apo­yándose en un particularismo local. Cualquiera que sea su causa, la persistencia de un conflicto dentro del Estado puede conducir a un proceso de descomposición del Estado, sobre todo si tiene una dimensión externa, c o m o el caso de Líbano, o por lo menos cuartear las estructuras estatales, c o m o ocurre en Perú, Colombia, El Salvador o Etiopía.

Posibilidades y límites de una tipología estructurada

El modelo de tipología en tres niveles de los conflictos del Tercer M u n d o que acabamos de esbozar permite, c o m o puede verse en el esque­m a siguiente, distinguir ocho tipos diferentes de conflictos que pueden agruparse en tres rú­bricas según figura al pie.

En este modelo, cada conflicto está situado en relación con las repercusiones que puede te­ner en un espacio político dado, que no se co­rresponde necesariamente con un espacio geo­gráfico. Supongamos por ejemplo un conflicto de descolonización que se sitúe esencialmente en un territorio geográficamente delimitado (el territorio colonial y accesoriamente la metró­poli); sin embargo, en nuestra tipología se clasi­ficaría c o m o un conflicto global del Tercer M u n d o , puesto que, en cierto m o d o , pone en entredicho la naturaleza, la composición, y el futuro del sistema internacional en su conjun­to. Por lo demás, este modelo ofrece la posibili­dad de situar, si es necesario, un conflicto da­do, c o m o por ejemplo el conflicto libanes en el que es m u y difícil distinguir entre los distintos elementos, a distintos niveles, lo que supone una de las principales características de esta ti­pología, que se distingue por su flexibilidad, su fluidez y sobre todo porque toma en considera­ción la existencia de una especie de relación dialéctica entre las tres esferas que la compo­nen.

En general, esta tipología ofrece ventajas bastante claras. En primer lugar permite apor­tar correcciones al enfoque globalista, que po-

Conflictos del

Tercer M u n d o

Conflictos

globales

. «

' Conflictos

regionales

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Conflictos

—Tí f

• • *

^Conflictos de descolonización

Dimensión «Sur»

.del conflicto Este-Oesle

• Intervenciones de las grandes

potencias

Conllictos enlre Estados

Conflictos hegemónicos

•»Conflictos irredentistas

Luchas armadas generalizadas

Luchas armadas lozali/adas

O c h o tipos de conflictos

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182 Mohammurul-Rczu Djalili

dría hacer pensar que un sistema mundial basta para explicar la dinámica de sus partes consti­tuyentes y que los conflictos del Tercer M u n d o son generalmente reflejo de la rivalidad Este-Oeste y de las ambiciones imperialistas, o bien la consecuencia de la actividad de los vendedo­res de armas que en los conflictos regionales encuentran el medio no sólo de obtener benefi­cios substanciales sino también de poner a prueba sus nuevos modelos. Este modelo, si por una parte reajusta la visión globalista, per­mite por la otra evitar que el sistema interna­cional se vea c o m o algo totalmente descom­puesto y dividido en subsistemas regionales completamente autónomos o cerrados. Por lo demás, la existencia misma de las interacciones entre los subsistemas es lo que permite a las grandes potencias y a las organizaciones inter­nacionales ejercer un cierto control sobre el desarrollo de los conflictos.

La segunda ventaja de este modelo es que no se limita a presentar una visión del m u n d o esquemática y unilateral utilizando el concep­to, en cierta medida ambiguo, de sistema inter­nacional subordinado12. En efecto, además de la dificultad de dar una definición rigurosa de la subordinación, este concepto es incapaz de reflejar la complejidad de las interacciones, que pocas veces van en sentido único. Ahora bien, en las guerras del Tercer M u n d o se c o m ­prueba a menudo que las causas profundas son la mayoría de las veces locales, y que las gran­des potencias intervienen, con diversas m o d a ­lidades, una vez ha empezado el conflicto, bien por voluntad propia o bien arrastradas por las partes beligerantes, sin que sus intereses estén claramente definidos.

Por último, el interés de esta tipología radi­ca asimismo en su capacidad de indicar, de m a ­

nera quizá más precisa que en los otros m o d e ­los, los distintos ejes conflictivos que atravie­san el conjunto del sistema internacional y po­ner de relieve los puntos de cruce de esos ejes. Esta última particularidad permite compren­der mejor la noción de seguridad internacional y describir sus múltiples facetas.

En definitiva, este modelo, sin que pretenda proporcionar un marco de análisis ideal, des­provisto de puntos débiles, abre posibilidades de reflexión en lo que se refiere al análisis c o m ­parativo sistemático de las guerras del Tercer M u n d o . Al tener en cuenta ciertos elementos de diferenciación, permite distinguir un n ú m e ­ro bastante considerable de conflictos evitando al m i s m o tiempo una diversificación excesiva que legitima sólo el análisis de casos, que es poco propicio para una reflexión global. C o m o modelo de estructura no jerárquico ni rígido, esta tipología permite abordar el fenómeno de los conflictos en el Tercer M u n d o c o m o un fe­nómeno dinámico cuyas características pueden variar en el curso de las hostilidades de manera autónoma o en relación con la evolución del entorno regional e internacional. Asimismo, al hacer hincapié en la «movilidad» de los con­flictos induce al observador a prestar más aten­ción a la existencia, en el núcleo mismo de cada situación conflictiva, de los riesgos de derrapa­je y desbordamiento que pueden conducir a una mayor internacionalización de una guerra del Tercer M u n d o , lo que haría quizá que la comunidad internacional reaccionara de m a ­nera m á s eficaz para frenar o resolver el con­flicto, pero también podría, a la inversa, dar lugar a una crisis internacional grave cuyo des­arrollo es, por definición, imprevisible.

Traducido del francés

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Análisis de los conflictos en el Tercer Mundo: elementos de una tipología 183

Notas

1. En los anales de los conflictos del Tercer M u n d o , 1988 constituye un hito excepcional: en pocos meses, los soviéticos anuncian la retirada próxima del ejército rojo del Afganistán, los iraníes y los iraquíes aceptan un alto el fuego, se desbloquea la situación de Namibia, turcos y chipriotas entablan negociaciones, el Frente Polisario y las autoridades marroquíes establecen contacto, y en Camboya se inicia el proceso de retirada de las fuerzas vietnamitas. La nueva distensión de las relaciones entre el Este y el Oeste permite a las Naciones Unidas desempeñar un papel apreciable en esta evolución. Véase al respecto. Brian Urquhart, «Conflict Resolution en 1988: the Role of the United Nations». SIPRI Yearbook 19X9. págs. 445-460.

2. A propósito de la marginación del Tercer M u n d o en la vida internacional, véase Steven R . Davis, « W h y the Third World Matters», International Security. verano de 1989. págs. 50-70. y Peter Lyon. «Marginalization of the Third World». The Jerusalem Journal of International Relations. vol. II, n u m . 3. 1989, págs. 64-74.

3. Acerca del paso del estado de tensión al de conflicto, véase Franco A . Casadio. «Conflits et cadre stratégique». Etudes polcmologtques. n u m . 30, 2.° trimestre 1984, págs. 24 y 25.

4. Basándose en criterios tales como los combates prolongados entre fuerzas armadas de dos o más Estados, o de un gobierno y de una oposición organizada, con empico de armas más o menos perfeccionadas y que hayan ocasionado la muerte de un millón de personas, como mínimo el SIPRI Yearbook I98H enumeraba 36 conflictos armados en 1988 en el planeta. 35 de los cuales localizados en el Tercer M u n d o .

5. Mir A . Ferdowski. «Regional Conflicts in the Third World: Dimensions, Causes, Perspectives», Law and Stale, vol. 38. 1988. págs. 28-49.

6. Así. por ejemplo, los cálculos de las pérdidas de vidas humanas y los perjuicios económicos de la guerra entre Irán e Iraq, suelen variar del simple al doble, según la fuente de que se trate.

7. Sobre este género de tipología, véase nuestro estudio «Reflections on a Typology of Conflicts in the Third World». Unesco Yearbook on Peace and Conflict Studies, Paris. 1982. págs. 3-12.

8. Bratton Michael ha utilizado un método similar para estudiar fenómenos distintos a los conflictos. Véase su «Patterns of Development and

Underdevelopment». International Studies Quarterly. vol. 26. n u m . 3. 1982. págs. 333-372.

9. Andrei Kolossovski. «Tiers Monde: zones de risque». La vie internationale, agosto de 1989, pág. 45.

10. Evan Luard. The Blunted Sword. The erosion of Military Power in Modem World Politics. Londres. L B . Tauris. 1988. págs. 57-79.

1 1. Se pueden distinguir diversos grados de injerencias externas en un conflicto interno; también se puede tratar de medir las repercusiones externas, en el plano regional e internacional, de un conflicto entre Estados. Véase al respecto Lincoln P. Bloomfield, «Coping with Conflict in the Late Twentieth Century», international Journal. X L I V , otoño de 1989, pags. 772-802.

12. Acerca del concepto de sistema internacional subordinado, véase Leonard Binder, «The Middle East as a Subordinate International System». World Politics, vol. 10. 1958. págs. 408-429, y Michael Brecher, «International Relations and Asian Studies: The Subordinate State System of Southern Asia, World Politics. vol. 15, 1963. págs. 213-235.

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Poder y conocimiento en el discurso del desarrollo: los nuevos movimientos sociales y el Estado en India

Pramod Parajuli

El primer articulo de esta sección, escrito por Pramod Parajuli, hace referencia a anteriores números de la RICS dedicados al desarrollo y al Estado, pero más particularmente al número 117, septiembre 1988, sobre «Las relaciones lo­cales-mundiales», y al núm. 122, diciembre 1989 sobre «El conocimiento y el Estado», dado que analiza las relaciones de poder entre los ni­veles local y estatal, así como los vínculos entre el discurso y la acción.

El segundo artículo, es­crito por Feng Lanrui es la continuación de un número sobre «El trabajo» (XXXII, 3, 1980), así como de un ar­tículo sobre «Desempleo en­tre la juventud china», núm. 116, junio 1988, pági­nas 229-310.

A.K.

La doctrina del desarrollo

H a llegado el momento de analizar críticamente las relaciones entre los nuevos movimientos sociales en India, el papel del Estado y la doctrina del desarrollo. Los pre­supuestos convencionales acerca del desarrollo han llegado a un callejón sin salida. Los nuevos movimientos sociales de mujeres, indígenas y pobres del campo desafían los indicadores esta­tales de crecimiento y afirman que los nuevos parámetros del desarrollo son las condiciones de vida, la sostenibilidad y la igualdad. Este nuevo punto de vista tiene importantes conse­cuencias para el paradigma del desarrollo y la

posición del Estado sobre el conocimiento, pues los nuevos movimientos sociales expresan una sólida crítica de la ideología del desarrollo. Además, impugnan el papel del Estado-nación custodio de los grupos subordinados. Final­mente, regeneran y rearticulan el conocimiento existente de los grupos subordinados como un sistema válido de pensamiento, que rechaza la idea básica de lo que se entiende por conoci­miento y sobre quiénes son los que conocen.

La aparición de nuevos movimientos sociales coin­cide con el declive de la he­gemonía del pensamiento sobre el desarrollo tanto en el «Primer M u n d o » (Sut­ton, 1989; Nerfin, 1986; Friberg y Hettne, 1988) co­m o en el «Tercer M u n d o » (Addo , 1988; Kothari, 1988;Nandy, 1987; Shiva, 1988; Chatterjee, 1986). C o m o Paulo Freire, nos re­ferimos al Primer y Tercer Mundos no como divisio­nes geográficas sino c o m o

sectores de población divididos por la ecuación del poder. Sostenemos que el Tercer M u n d o es un concepto político que simboliza un m u n d o de silencio, de opresión, de dependencia, de ex­plotación, de violencia ejercida por las clases dirigentes sobre los oprimidos (Parajuli, 1986). E n este sentido, el así llamado Primer M u n d o tiene su propio Tercer M u n d o , y el Tercer M u n d o tiene su propio Primer M u n d o . En tan­to que en el Primer M u n d o la crítica del desa­rrollo se centra en el «subdesarrollo» y en el «sobredesarrollo», en el Tercer M u n d o la base

Pramod Parajuli, nepalés, es analista y militante de movimientos e ideologías populares. H a creado y prestado aseso-ramiento a diversos grupos populares. Tras terminar su doctorado en educa­ción para el desarrollo internacional en la Universidad de Stanford, se propone investigar sobre problemas de movi­mientos sociales, el discurso del desa­rrollo, la ecología y la política del cono­cimiento en los nuevos movimientos sociales.

R I C S 127/Marzo 1991

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186 Pramod Partijuli

del creciente descontento con el desarrollo es la crisis de supervivencia e identidad.

Para analizar esta oposición entre el pensa­miento sobre el desarrollo y los nuevos movi­mientos sociales recurriremos a la noción gramsciana de «hegemonía» (Gramsci, 1971; 1985)1 y a la noción de Foucault de «discurso» (Foucault, 1980, 1988)2, para demostrar que la hegemonía se construye en el campo del dis­curso.

La oposición entre los nuevos movimientos sociales y el Estado son «discursos» porque son relaciones que no están determinadas para siempre. Son relaciones hegemónicas en las cuales se puede discutir el significado de cada elemento de la relación. Foucault (1980) dice que el poder no tiene centro, sino que está dis­perso a través de la estructura social en diver­sos focos de poder, cada uno de los cuales ex­presa una relación de explotación y subordinación. En tanto que las relaciones de explotación separan a los productores directos de lo que producen, las relaciones de domina­ción establecen diferencias en función de las formas étnicas, sociales y religiosas.

La noción de hegemonía de Gramsci es im­portante para analizar esta oposición. Aunque Gramsci consideraba los conflictos de clase co­m o relaciones centrales en la historia, les daba un carácter más amplio de «conjunto de rela­ciones» referido a un vasto espacio de lucha que abarca tanto la política y la economía co­m o la filosofía, la cultura y la ideología (Car-noy, 1984). Argumentaba que la hegemonía no es un proceso político que tiene lugar entre los polos opuestos de una cultura «dominante» que se impone y una cultura «débil» subordina­da, sino entre dos ideologías antagónicas. Esta es la razón por la cual la cultura de los grupos subordinados nunca afronta la cultura domi­nante de un m o d o completamente sometido o totalmente resistente. En la lucha para abrir sus propios espacios de resistencia y afirmación, las culturas subordinadas tienen que negociar y llegar a compromisos en torno a los elementos de la cultura dominante a que están sometidos y aquellos que conservan c o m o representativos de sus propios intereses y anhelos (Bennett, 1987). Ranajit Guha , el historiador de los su­bordinados, ha expresado esta dialéctica de manera sucinta: «La hegemonía se mantiene en una condición de dominación (D) tal que, en la composición orgánica de esta ultima, la persua­

sión (P) pesa más que la coerción (C). Definida en estos términos, la hegemonía funciona c o m o un concepto dinámico y conserva la estructura más persuasiva de la dominación siempre y ne­cesariamente abierta a la resistencia» (Guha, 1989:231).

En la actualidad, el pensamiento sobre el desarrollo articula una relación de domina­ción-subordinación entre el Primer M u n d o y el Tercer M u n d o . En este esquema imperialista de desarrollo, el Tercer M u n d o queda relegado a la periferia tanto en teoría c o m o en las rela­ciones concretas. Teóricamente, el Primer M u n d o somete al Tercer M u n d o de muchas maneras, tales c o m o la «exclusión», la «discri­minación» y el «reconocimiento»3. Mediante la exclusión, el Primer M u n d o resta importan­cia al Tercer M u n d o en la formulación de la teoría del desarrollo. A d e m á s , el Primer M u n ­do discrimina el conocimiento del Tercer M u n ­do, atribuyéndole un carácter irracional e infe­rior a la racionalidad occidental. A u n en los casos en que se reconoce al Tercer M u n d o , el Primer M u n d o lo caracteriza c o m o una región de lo inconsciente y de fuente de fantasía (Franco, 1988;Nandt, 1989).

Desde el punto de vista del discurso hege­mónico, el desarrollo funciona en varios nive­les. En primer lugar, vincula a los Estados-na­ción con la circulación mundial del capital fomentando una cultura mundial basada en la tecnología moderna y en un sistema de c o m u ­nicaciones e información que lo impregna todo (Kothari, 1988; Abdel-Malek, 1981). Procura hegemonizar no sólo el espacio económico, si­no también el secular y temporal. C o m o dice Mouffe (1988:92). «las relaciones capitalistas han penetrado casi todos los aspectos de nues­tras vidas: la cultura, el tiempo libre, la muerte, el sexo; hoy en día todo es una fuente de ganan­cias para el capital». La lógica del proceso de acumulación del capital subordina el Tercer M u n d o al Primero, destruyendo su medio a m ­biente y transformando a cada individuo en un consumidor.

El Estado-nación en el Tercer M u n d o es una noción problemática. El Estado moderno del Tercer M u n d o no ha evolucionado de m a ­nera natural; su estructura fue impuesta por Europa y fomentada c o m o el motor de la ideo­logía poscolonial del desarrollo y el progreso. El desarrollo, reconocido por el orden internacio­nal c o m o el único agente legítimo del cambio

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Poller v conocimiento cu el discurso del desarrollo- los nuevos movimientos sociales v el Estado en India 187

La Conferencia del movimiento de liberación de las mujeres indias, discutiendo sobre cuestiones ecológicas, 4-6 de febrero de 1988. p. Parajuii.

social, sólo podía ser llevado a cabo por los apa­ratos de Estado modernos, y no por los tradi­cionales. Seth (1989:619) ha observado aguda­mente que los habitantes del Tercer M u n d o tienen que vivir c o m o pueblo sin un Estado o en un Estado que no es el suyo. La expansión del modelo europeo de Estado al resto del m u n ­do proporcionó beneficios a Europa. Para los Estados-nación europeos resultó más fácil coo­perar entre sí y mantener su propia soberanía, al tiempo que establecían la hegemonía sobre los nuevos Estados-nación.

Al m i s m o tiempo, los Estados de las socie­dades en desarrollo arbitraban entre la «con­ciencia universal del capital» y los sectores de población marginados por ésta, tales c o m o las mujeres, los indígenas y los pobres rurales. El Estado somete a estos grupos al discurso domi­nante de las élites nacionales. En el discurso del desarrollo se encarga al Estado unificar la eco­nomía nacional, establecer un mercado nacio­nal c o m ú n e imponer normas lingüísticas y cul­

turales. El estado indio ha influido en los con­flictos de clase, étnicos, de género y de casta, mediante el secularismo, la democracia políti­ca y el sistema económico capitalista. El discur­so del desarrollo del estado indio se expresa en un vocabulario de «protección y desarrollo», pero subordina a las mujeres, a las tribus y a las minorías. C o n el pretexto del Estado benefac­tor, las élites nacionales han transformado las diferencias de casta, de género y de etnia en relaciones de dominación. Cada entidad social es definida por el Estado y ordenada en rela­ción con el Estado. El Estado, en su función de custodio oficial y de desarrollador de estos gru­pos, les niega cualquier opción creativa.

Los nuevos movimientos sociales desafían, c o m o diría Octavio Paz, «el ogro filantrópico» del Estado-nación moderno, que aspira a ser una fuerza de dominación con ambiciones to­talitarias, y que al m i s m o tiempo se presenta c o m o el guardián de sus ciudadanos. Intenta regular la «acumulación» y la «legitimización».

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188 Pramod Parajiili

el «capitalismo» y la «democracia». C o m o re­presentantes de los «pueblos-nación», los nue­vos movimientos sociales desafían la autoridad del Estado y su pretensión de representar al pueblo. Al afirmar los elementos locales, re­gionales y étnicos, los actores de estos movi­mientos intentan superar tanto la explotación económica c o m o la subordinación político-cul­tural que ejerce el Estado. En tanto que el esta­do indio trata de integrar a cada individuo co­m o ciudadano (mediante los procesos electorales democráticos) y c o m o consumidor (a través del mercado libre), los actores de los movimientos sociales procuran obtener una administración social autónoma (Seth, 1989). Aunque la base de la administración social pue­de haber sido en gran medida destruida por el Estado y por los cambios inducidos por el desa­rrollo, algunos de estos movimientos se abocan a la regeneración de este tipo de gobierno. Ejemplos de estas opciones son la versión de «repúblicas de aldeas» de M a h a t m a Gandhi (Chatterjee, 1986, capítulo 4 y Parekh, 1989, capítulo 5), así como la noción de un «Estado civil» (Seth, 1989:626). Pueden surgir otras for­mas en la medida en que los movimientos fe­ministas, ecológicos e indígena articulen for­mas alternativas de gobierno.

Los nuevos movimientos sociales difieren de los movimientos opuestos al sistema tradi­cionales, tales como los partidos de oposición, de dos maneras: en primer lugar, el objetivo central de estos movimientos no consiste en obtener el poder del Estado mediante las elec­ciones o una revolución violenta, sino median­te la transformación de la naturaleza de la política. En segundo lugar, los nuevos movi­mientos sociales en la India y en otros lugares descartan el mito de una vanguardia. En estos movimientos, los antagonismos se expresan no sólo mediante las clases, sino a través de múlti­ples «focos de poder» tales c o m o el género, la etnia, la casta y la identidad regional.

La parcialidad de los movimientos contrahegemónicos

Esta tensión entre el Estado desarrollista y los nuevos movimientos sociales puede ser carac­terizada c o m o una lucha por la hegemonía. Por su propia índole, las relaciones hegemónicas no son unidireccionales ni monolíticas; están atra­

vesadas por resistencias y quiebras. Los movi­mientos de liberación hegemónicos y contrahe­gemónicos interactúan en el campo del poder mediante un lenguaje de consenso, así c o m o de contestación. En tanto que el estado indio utili­za la coerción y la persuasión para generar el consenso en torno al desarrollo, los movimien­tos contrahegemónicos de los marginados recu­rren a la estrategia dual de «colaboración» y «resistencia». Esto explica las tensiones que se encuentran tanto en el discurso dominante so­bre el desarrollo c o m o en los nuevos movi­mientos sociales.

En el análisis del discurso contemporáneo sobre el desarrollo utilizaremos la exposición de Guha (1989) sobre los lenguajes de domina­ción y subordinación en la India colonial y pre-colonial. Sostenemos que la metáfora del esta­do indio sobre el desarrollo lo presenta c o m o el protector y benefactor de los desfavorecidos. A través de los períodos precolonial, colonial y poscolonial de la India se encuentra una con­tinuidad de la metáfora. El desarrollo es un sustituto contemporáneo de la ideología del «dha rma» en la India precolonial y del «mejoramiento» en la India colonial (Guha, 1989).

Elementos constituyentes Precolonial"1 Colonial Poscolonial

Coerción Dunda Orden Ley y orden Persuasión Dharma Mejoramiento Desarrollo/

protección Colaboración Bhakli Obediencia Participación

en el desarrollo Resistencia Dharmic Legitimidad Nuevos

movimientos sociales

Disidencia Disidencia

La explicación completa de la formulación precedente rebasaría los límites de este artícu­lo. Al yuxtaponer el discurso del desarrollo en el contexto histórico de la dominación y la su­bordinación en la política de India, nos propo­nemos demostrar la manera en que los grupos subalternos impugnan el desarrollo. En nuestra opinión, los debates contemporáneos sobre el desarrollo de India ejemplifican la dialéctica entre persuasión y colaboración, entre coerción y resistencia. Por una parte, la perdurable tra­dición democrática de India ha creado un espa­cio político donde han surgido los nuevos m o ­vimientos sociales. Por otra parte, la creciente burocratización y centralización política de los

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Poder y conocimiento en el discurso del desarro/lo: los nuevos movimientos sociales y el Estado en India 189

años setenta y ochenta han reprimido las lu­chas locales por la automonía. En tanto que los nuevos movimientos sociales se han beneficia­do a veces de los programas de desarrollo y bie­nestar patrocinados por el Estado, estos progra­mas han constituido también una vía para la impugnación del Estado.

C o n el pretexto de desarrollo, el Estado ge­nera sucesivos programas a fin de hacer suyas las iniciativas populares. Por ejemplo, después de un decenio de luchas de las mujeres, de los pueblos indígenas y de los pobres rurales, la úl­tima estrategia del Estado indio ha consistido en apropiarse de sus demandas c o m o si el pro­blema del deterioro ecológico y la subordina­ción de las mujeres pudieran resolverse en el marco del paradigma dominante del desarro­llo. Sin embargo, a medida que el Estado asume cada vez más estas demandas, se van poniendo de manifiesto las contradicciones entre la acu­mulación capitalista y la democracia, revelan­do no sólo la contradicción entre el capital y el trabajo sino también aquellas que derivan de la ruptura de la circulación natural de la materia entre los humanos y la tierra. La capacidad del Estado para movilizar los recursos ideológicos y materiales para los programas de desarrollo atraviesa una aguda crisis.

Los nuevos movimientos sociales utilizan múltiples estrategias para contrarrestar el po­der del Estado, aplicando sus propios indicado­res para evaluar la conveniencia del desarrollo. El problema, argumentan, no consiste mera­mente en integrar a las mujeres al desarrollo o para «ponerse al nivel de los hombres»; se trata de buscar identidad y autonomía para los rele­gados a la periferia por las políticas de desarro­llo del Estado. Los nuevos movimientos socia­les c o m o los disidentes dhannic de la India precolonial y los disidentes «legítimos» de la India colonial representan la resistencia de los subordinados.

Los nuevos movimientos sociales, portado­res de una hegemonía naciente, no son unifor­mes ni están exentos de tensiones. Las contro­versias y las tensiones entre los movimientos femeninos, indígenas y ecologistas de India no están de ningún m o d o resueltos. N o tienen un código uniforme de lo que se debe y no se debe hacer, no están encerrados en categorías uni­versales o en esquemas predeterminados. En cambio, en el núcleo de estos movimientos hay un espíritu autocrítico y una permanente pug­

na interna. E n cada lucha hay una tensión in­terna entre la tendencia a asir las oportunida­des y la defensa de la identidad, entre la participación en el espacio politicoeconómico existente y la búsqueda de la autonomía. D e los conflictos sociales que aparecen en este proceso de transformación emerge una nueva cultura (Touraine, 1988).

En las siguientes secciones se exponen las tensiones entre el estado indio y las clases po­pulares en los movimientos femeninos, en los movimientos de defensa del bosque y contra­rios a los embalses.

Los movimientos femeninos

Los movimientos femeninos contemporáneos de India son los más visibles y afirmativos en su desafío al orden político, económico y cultu­ral establecido. Tienen la posibilidad de ofrecer un marco distinto no sólo a las relaciones entre los hombres y las mujeres, sino también a las relaciones entre los humanos y su medio a m ­biente, el conocimiento y el poder, el Estado y la sociedad civil.

Los movimientos femeninos de India no tienen una composición homogénea ni una orientación uniforme. Existen tres tendencias diferentes: los «desarrollistas», los «feministas-socialistas» y los «ecofeministas»5. Amparada en el marco teórico de las «mujeres en el desa­rrollo», la orientación desarrollista ha logrado, con un éxito considerable, obtener el patroci­nio estatal para el progreso económico de las mujeres. Las orientaciones ecofeministas y fe­ministas-socialistas también han utilizado la ideología desarrollista liberal del estado indio, así c o m o el contexto positivo generado por el Decenio de la Mujer, para atraer la atención pública sobre la opresión de las mujeres en las esferas doméstica y pública. En el ámbito do­méstico, han planteado problemas relativos a los crímenes relacionados con la dote, la vio­lencia masculina contra las mujeres y proble­m a s de herencia. Los movimientos femeninos en las zonas rurales de la India también han planteado los temas de la paga igualitaria para las mujeres, y han luchado para que se apliquen sistemas de garantía de empleo y leyes de sala­rio mínimo. Las mujeres rurales se han afanado por proteger los entornos ecológicos que garan­tizan la existencia de una biomasa para la agri-

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cultura, la cría de animales domésticos, la ali­mentación, el agua y el aire sanos.

En sus campañas contra la dote y otras la­cras sociales, las mujeres han venido cobrando conciencia de que sólo atacan el síntoma y no la enfermedad (Omvedt, 1989). H a n llegado a la conclusión de que deben luchar por derechos de herencia, por la tierra y la propiedad. Han comenzado a demostrar que el desarrollo indu­cido por el Estado subordina a las mujeres. Sos­tienen que el Estado patriarcal y su modelo ca­pitalista de desarrollo es una de las causas principales de la subordinación de las mujeres. La tecnología moderna y la revolución verde en la India rural han desplazado y subordinado el trabajo femenino al trabajo masculino. El des­censo del trabajo femenino es mayor (aproxi­madamente 90 %) en Punjab -la tierra de la re­volución verde-, seguido por Tamil N a d u , Bengala occidental y Maharastra, tres Estados donde las relaciones capitalistas de la produc­ción en el sector agrícola son más visibles (Kel-kar, 1981).

Algunos estudios han demostrado que, en tanto que aumenta el trabajo de las mujeres, su valor disminuye debido a que producen para el consumo familiar y no para el mercado. Por ejemplo, el estudio de Srilata Batliwala de­muestra que la contribución de las mujeres, los hombres y los niños en la India rural es de 53, 31 y 16 % (de horas totales de trabajo por hogar por día) respectivamente (citado en Shiva, 1988:118). Sin embargo, las mujeres reciben menos salario y menos alimentación. Su presti­gio y condición respecto de los cultivos para el mercado disminuyen debido a su pérdida de poder de decisión sobre las necesidades de gra­no en el hogar o sobre el precio y el ingreso procedentes del grano.

N o hay que sobreestimar las crecientes preocupaciones ecológicas de las mujeres. En una medida que resulta alarmante, la reduc­ción de la fertilidad del suelo se debe a los m é ­todos reduccionistas de la agricultura científi­ca, las políticas forestales y los grandes embalses. Según algunos cálculos, India pierde cada año al menos 2,5 millones de hectáreas de tierra. C o m o consecuencia, la cantidad de tie­rra cultivable per capita ha disminuido de 0,48 hectáreas en 1951 a 0,26 en 1981 (Showdhry, 1989:141). La agricultura de capital intensivo introducida por la revolución verde destruye la fertilidad del suelo por agotamiento de los nu­

trientes (Shiva, 1988:143). A d e m á s , este tipo de agricultura exige mucha agua pero conserva m u y poca.

Las mujeres rurales de India comprenden la interdependencia entre la fertilidad del suelo y la durabilidad de los recursos vitales. Cuando se intenta detener la extracción de bauxita en Ghandhamnardan, Orissa, de caliza en el valle de D o o n . o de uranio en Sighbhum, Jharkhand. estas mujeres expresan una visión del m u n d o en la que se comprende la interdependencia del agua, el suelo, los bosques y la agricultura. Re­sulta irónico que el estado indio no haya logra­do proteger ni desarrollar estas economías campesinas. En consecuencia, la crítica del Es­tado se ha convertido en un tema fundamental de los movimientos feministas.

Estos problemas ecológicos y agrícolas han ensanchado las diferencias entre los grupos de mujeres que buscan el patrocinio del Estado y los que desean la autonomía respecto de éste. En tanto que los desarrollistas acusan a los au­tonomistas de ser demasiado políticos, anties­tatales y antimasculinos, los autonomistas acu­san a los desarrollistas de conformarse con integrar a las mujeres en el «maldesarrollo» pa­triarcal. Las diferencias entre las orientaciones ecofeministas y feministas-socialistas son tam­bién notorias. Aunque ambas son antipatriar­cales y anticapitalistas, la crítica ecofeminista va contra el proyecto homogeneizador del de­sarrollo tecnológico y capitalista (Shiva, 1988), en tanto que la crítica feminista-socialista se centra en la opresión de las mujeres en las rela­ciones semifeudales de producción (Omvedt, 1987). Estas controversias no constituyen lí­neas divisorias sino un proceso positivo en el desarrollo cultural y la autocrítica. U n a teoría feminista del Estado y el desarrollo sólo podrá surgir a través de estos debates.

Los desafíos feministas a la hegemonía del Estado indio han comenzado a surgir en los frentes académicos y de militantes. Algunos análisis recientes del nacionalismo indio han demostrado la subordinación del género feme­nino a los valores patriarcales de casta (Chat-terjee, 1989; Chakravarti, 1989), en tanto que los grupos militantes de mujeres han demostra­do que el Estado no sólo utiliza su propia vio­lencia sino que es también una de las fuentes de la violencia contra las mujeres en la familia, los lugares de trabajo o el vecindario. Los grupos de mujeres están estableciendo los vínculos en-

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Poder y conocimiento en el discurso del desarrollo: los nuevos movimientos sociales y el listado en India 191

tre el Estado, el capitalismo y el patriarcado (Kothari, 1986;Shiva, 1988), disipando el mito del Estado guardián y protector de las mujeres.

Las luchas forestales

Muchas comunidades luchan también activa­mente para conservar y recuperar el control lo­cal de los recursos forestales. Las tribus, las m u ­jeres y los montañeses han comenzado a oponerse a las políticas desarrollistas de los programas sociales forestales promovidos por el Estado indio y el Banco Mundial. Estos gru­pos han comprendido que estos programas pro­mueven el cultivo de unas pocas especies fores­tales de crecimiento rápido tales c o m o el eucalipto y la teca para satisfacer las necesida­des de una economía de mercado (Fernandes, 1988; Kulkarni, 1987). En comparación con la scraya (Shorea Robusta), la teca tiene un valor de mercado superior y madura en 40 años en lugar de 60, pero las tribus de Jharkhand y de otros lugares sostienen que la productividad de la biomasa de la seraya es mejor. D e sus semillas se extrae aceite, sus ramas se utilizan para leña, sus hojas y corteza para medicina y su madera para las viviendas. Los festivales Jharkhandi co­m o Sohrae, Karam, se asemejan al ciclo vital de las serayas. En las economías de montaña y fo­restales estos árboles son también una garantía contra el hambre (Fernandes et al, 1988).

Por estos motivos, los movimientos de base arrancan los árboles jóvenes de teca y de euca­lipto (Omvedt, 1987). En 1983. los pequeños agricultores del distrito de Tumkur en Karna-taka arrancaron los eucaliptos y los sustituye­ron por tamarindos y mangos; en 1980, las tri­bus de Jharkhand arrancaron las tecas y plantaron serayas en su lugar.

En 1985, sólo alrededor del 10 % de la su­perficie de la India estaba aún forestada6. D e aquí que la gestión local o estatal de los recur­sos forestales que quedan en el país sea una cuestión crítica. ¿Quién debe tener el control de estos recursos: el Estado o la gente que de­pende directamente de ellos? Las mujeres rura­les y los nativos sostienen que salvar los árboles es de su incumbencia, pues aún conservan la Aranya Sanskrit! (cultura forestal) que se basa en la «interdependencia creativa entre la evolu­ción humana y la protección de los bosques». N o se considera a los bosques como un recurso

en el sentido de una mercancía cuantificable, sino c o m o una fuente de luz y aire, alimento y agua, fertilidad y sustento (Bahuguna, 1988). Las asociaciones religiosas y rituales tales como Sarna (bosquecillos sagrados)7 en las tribus, y tapovan en los hindúes, protegen el carácter sa­grado de los árboles. Tanto para las tribus co­m o para los hindúes, los bosques simbolizan una inagotable fuente de fertilidad cósmica (Shiva, 1988).

En Jharkhand, las tribus han impuesto di­versas sanciones sociales a la tala de árboles. Por ejemplo, la tala se limitaba a algunas esta­ciones, así c o m o a ciertas etapas del crecimien­to de los árboles. Además , no se debían talar las especies sagradas de árboles o aquellos que se encontraban dentro de la superficie del Sarna. N o se permitía a nadie cortar más árboles que los necesarios para satisfacer las necesidades domésticas. Se trataba a los bosques c o m o una parte integral del sistema de sustento vital que había que preservar. Además , los recursos fo­restales estaban vinculados a la continuidad de la tribu a través de la creación de mitos y ritos. Refiriéndose a los modos de conocimiento de los indígenas americanos, P a m Colorado ( 1988:50) señala el valor intrínseco de un árbol en sus conciencias: «La ciencia nativa, a menu­do entendida a través de imágenes relacionadas con los árboles, es holística. Mediante procesos espirituales, sintetizan información de los á m ­bitos mental, físico y cultural-histórico. C o m o un árbol, las raíces de la ciencia nativa se hun­den profundamente en la historia, el cuerpo y la sangre de la tierra».

El movimiento Chipko, dirigido básica­mente por mujeres al pie del Himalaya, consti­tuye otro ejemplo8. En este caso se trata de plantar especies de árboles ecológicamente adecuados para obtener el forraje, los frutos y la leña que conservarán las fuentes de agua y la vegetación, de la región. La política ecológica Chipko tiene cuatro aspectos. Su meta básica es preservar los bosques naturales. Chipko decla­ra que el agua (junto con el oxígeno y el suelo) es el principal producto de los bosques. El m o ­vimiento procura convertir los bosques de m o ­nocultivo en bosques mixtos, dando prioridad a los árboles que favorecen la autosuficiencia de la comunidad en las necesidades básicas. Chipko también apoya el control local de la co­munidad sobre la gestión de los bosques (Bahu­guna, 1988:9).

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192 Pramod Purujuli

¿De quién es el agua? La oposición a los embalses

Los grandes embalses son otro terreno de anta­gonismos. En tanto que el Banco Mundial pro­pone una agricultura de monocultivo m u y tec-nificada y de alto consumo de agua, los movi­mientos Santal, Mundas y Hos adivasis de Jharkhand defienden los sistemas agrícolas y de gestión del agua basados en el uso moderado del agua y en estanques y depósitos administra­dos en el plano local.

La construcción de grandes embalses priva de agua al sector rural y agrícola para responder a las necesidades urbanas e industriales; en cambio, la técnica local de construcción de ahars (sistemas de recolección de agua de llu­vias), de estanques y depósitos procura usar de manera óptima el agua disponible para fines agrícolas locales. El movimiento popular para detener el proyecto de embalse polivalente Su-barnarekha9, por ejemplo, ha logrado no sólo postergar la construcción del embalse, sino también regenerar los sistemas indígenas de irrigación como una alternativa ante los gran­des embalses.

Estos esfuerzos locales para resolver los pro­blemas del agua son urgentes en un período en que India debe enfrentar simultáneamente gra­ves problemas de sequía, desertificación e inundaciones, causados por un modelo de des­arrollo que intenta resolver el problema del agua sumergiendo los bosques y las montañas, desviando los ríos, construyendo embalses y canales (Singh, 1990)10. En el vocabulario del desarrollo, los bosques y los ríos son tratados de manera lineal en lugar de cíclica. Se conside­ra a los ríos como bestias salvajes que hay que domar, administrar y controlar. C o m o lo dice un anuncio publicitario de cemento en India, «el río es furioso pero el dique resistirá».

En cambio, las luchas de oposición a los e m ­balses de las poblaciones marginadas han de­mostrado que «contener un río es contener al pueblo». Es. esencialmente, detener el ciclo de la vida. Los grandes embalses han tenido gra­ves consecuencias externas tales c o m o la poca disponibilidad de agua, y una excesiva sedi­mentación y explotación del agua. Para los adi­vasis. los grandes embalses no son los templos prometidos por Nehru, el difunto Primer M i ­nistro de India, sino «ghaats» ardientes (pira funeraria). Para este pueblo, el precio de los

grandes embalses ha sido su propia superviven­cia e identidad. Estos proyectos monumentales han desplazado millares de personas. C o m o lo expresa la memoria local de los campesinos santal desplazados por la corporación del Valle de Damodar ( D V C ) , el resultado del desarrollo no ha sido otro que sus propias piras funera­rias". Los santal desplazados expresaron esta alienación de las siguiente manera:

¿Qué empresa vino a mi tierra e instaló una karkhanav-

dejó su nombre en las islas y los estanques con el nombre de D V C ? arrojó en el río la tierra extraída por una m á ­

quina. cortó la montaña y construyó un puente bajo el que corre el agua los caminos vienen dándonos la electricidad. Después de instalar la karkhana todos los prajali los interrogaron preguntaron de quién era ese nombre al llegar la tarde nos pagaron con pedazos de papel ¿dónde guardaré esos papeles que se disuelven en el agua? En cada casa hay un pozo que da agua para las berenjenas y las coles alrededor de cada casa hay un muro que la asemeja a un palacio. Nuestra lengua santal ha sido destruida en el

distrito. Vinieron y la convirtieron en un gliaut ardiente con el nombre de D V C (citado en Shiva. 1988:190)

En estas líneas se concentra la profunda re­sistencia de los pueblos indígenas contra los grandes proyectos hidráulicos. En todas partes, los proyectos de desarrollo se han negado a es­cuchar las voces de las tribus, las mujeres y las castas inferiores. El Estado modernista científi­co ha recibido el mandato de destruir sus entor­nos ecológicos (Viswanathan. 1987). Por la ló­gica del desarrollo, los pueblos marginados de­ben aculturarse o desaparecer.

Desarrollo, endogeneidad y crítica del crecimiento

El desarrollo ya no es una vaca sagrada ni una verdad incuestionable. Los problemas plantea-

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Poder y conocimiento en el discurso del desarrollo: los nuevos movimientos sociales y el Estado en India 193

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Cartel mural, pueblo de Jitpur, Jharkhand. India, durante el «Bir Melo», festival del bosque. Su mensaje: «salvad a los seres humanos salvando el bosque», p. Parajuii.

dos por los movimientos ecológicos, femeninos e indígenas han dado lugar a importantes deba­tes sobre la relación entre la ecología y la econo­mía: ¿cómo deben usarse los recursos ambien­tales c o m o los bosques, el agua y los minerales? ¿En beneficio de quién? ¿Para el lucro a corto plazo o para la conservación a largo plazo del forraje, el combustible, el alimento, los fertili­zantes y las fibras? ¿La irrigación y los embalses deben ser de alta capitalización, con tecnología y recursos externos, o basarse en tecnologías nativas?

Estos movimientos han demostrado las dos falacias relativas al desarrollo. La primera es que favorece la igualdad interna; la segunda es que fomenta el crecimiento económico, permi­tiendo a los países subdesarrollados «alcanzar» a los desarrollados. Empero, es evidente que el objetivo de los países en desarrollo era «alcan­zar» y no lograr la igualdad. El resultado, iróni­co y cruel, es que no han alcanzado ni logrado

la igualdad. El desarrollo no ha logrado la igual­dad mediante el crecimiento ni conseguirá el crecimiento mediante la igualdad.

La metáfora del crecimiento se impugna ahora tanto en sus premisas epistemológicas c o m o en cuanto a la posibilidad de alcanzar sus metas. Desde el punto de vista epistemológico, el crecimiento no es necesariamente bueno, y más crecimiento no es siempre mejor. Los acto­res de los nuevos movimientos sociales apoyan la ética de la «supervivencia - durabilidad -coexistencia y flexibilidad», en lugar del proce­so irreversible de «dominación - expansión -crecimiento - eficacia», que impregna la ideolo­gía desarrollista (Friberg y Hettne, 1988). En términos prácticos, el desarrollo no es un asun­to de conocimiento científico aplicado al logro del progreso, sino el producto de configuracio­nes históricas particulares entre los llamados Primer y Tercer M u n d o s .

Sin embargo, los defensores del discurso del

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desarrollo presentan a estos nuevos movimien­tos sociales como grupos que quieren porciones más grandes del pastel económico. Este juicio es el resultado de una visión reduccionista de la política y la economía, que puede resumirse en el proverbio nepalés «el dinero puede hablar pero no escuchar». Estos movimientos no son grupos tradicionales de presión que intrigan para obtener su parte de la recompensa del pro­ceso de desarrollo, sino que procuran redefinir toda la matriz del desarrollo y el progreso, la supervivencia y la identidad, el cuerpo y la sa­lud, los alimentos y la nutrición, el tiempo y el espacio, la naturaleza y el ser humano, los h o m ­bres y las mujeres. Conciben diferentes mane­ras de lograr la igualdad y la democracia, la au­tonomía y la identidad.

En India, como en Europa, la crítica del cre­cimiento está cada vez más vinculada al crite­rio de que el m u n d o siga siendo habitable (Ha-bermas, 1981:35). El fundamento orgánico de la existencia humana está en crisis. El deterioro ecológico ha alterado la fertilidad de los suelos, la productividad y, de manera concomitante, nuestra salud. En ambos continentes se cobra conciencia de que el proceso de maldesarrollo ha despojado no sólo al trabajador sino tam­bién al suelo. Sin embargo, hay una diferencia entre las recientes interpretaciones de los m o ­vimientos europeos y los de India. Algunos (Habermas, 1981; Fuentes y Frank, 1989; Boggs, 1986) sostienen que las nuevas políticas de Europa tienen que ver fundamentalmente con una crisis de la calidad de vida, y se intere­san menos en la distribución de los beneficios económicos y de los servicios. La preocupación básica de los movimientos ecológicos y femeni­nos de India, a diferencia de los europeos, es detener el control monopólico de los ricos so­bre sus recursos naturales (Agarwal, 1985; Kot-hari, 1988;Omvedt, 1987). Los conflictos entre movimientos ecológicos en India no se refieren al uso «productivo» versus «uso protector» del medio ambiente, sino que se trata de otros usos «productivos» (Guha, 1988). La crisis ecológi­ca se debe en gran parte a la desigual distribu­ción de los recursos entre los diversos estratos de población en un contexto ecológico determi­nado. Esta es la razón por la cual los movimien­tos ecológicos de Asia meridional proponen medidas correctivas a los modelos desiguales y al maldesarrollo que han creado una sociedad dual: la isla india de consumismo rodeada por

el océano «Bharatiya» de pobreza14. En tanto que la isla de prosperidad está habitada por el «triángulo de acero» de políticos, industriales urbanos y ricos agricultores, y burócratas15, las masas (las tribus, los nómadas, los artesanos rurales, los campesinos sin tierra, los trabaja­dores agrícolas, los agricultores pequeños y marginados y los habitantes de guetos urbanos) viven en el océano de pobreza (Gadgil, 1990; Kothari, 1988). Por este motivo, los movimien­tos ecológicos de Asia meridional son al m i s m o tiempo movimientos de campesinos, de muje­res y de pobres.

N o obstante, el atractivo de estos movi­mientos deriva de que la lucha por la supervi­vencia se ha convertido en una lucha por la au­tonomía regional así c o m o por la formación de identidades étnicas y de género. Aunque las lu­chas encontraron su ímpetu inicial en los pro­blemas concretos de la disminución del nivel de vida, han evolucionado hasta cuestionar se­riamente el conjunto del modelo de crecimien­to y desarrollo.

La política de los movimientos sociales: poder del Estado o poder del pueblo

La importancia política de estas luchas reside en que impugnan las nociones integracionistas y desarrollistas del estado indio. Además , se re­conoce que la clase dirigente ha articulado sus intereses de clase c o m o el interés común de to­da la nación. Sin embargo, el ámbito de los su­bordinados no pudo ser incorporado en la ideo­logía de la clase dirigente durante las luchas por la independencia ni después de ésta. Al comba­tir la dominación británica, las élites naciona­listas subordinaron los problemas de las muje­res, las castas inferiores y las etnias nativas al proyecto hegemónico de independencia nacio­nal. Los dogmas del nacionalismo indio esta­ban basados en actitudes patriarcales hacia las mujeres, y en actitudes paternalistas hacia los dalit y las tribus. Después de arrogarse el poder de definir y articular los problemas de las muje­res y las minorías indias, las élites nacionalistas las resubordinaron en nombre de la gran causa de swadeshi (Chatterjee, 1989). Caracterizadas c o m o diosas y madres en la ideología colonial, se aconsejó a las mujeres indias permanecer en el ethos patriarcal de la cultura aria. Del m i s m o

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m o d o , los dalit y adivasis fueron sujetos al es­tricto código moral de jerarquías de castas.

El Estado tiene también otra limitación de­rivada del legado de sus vínculos con la metró­poli. La «conciencia universal del capital» bus­ca la participación de los Estados-nación c o m o actores jurídicos, independientemente de que cuenten con la representatividad y el apoyo del pueblo (Seth, 1989). Chatterjee ( 1986:168) des­cribe acertadamente esta paradoja de los Esta­dos del Tercer M u n d o : «El Estado nacionalista, refugio de la revolución pasiva, encuentra aho­ra para "la nación" un lugar en el orden m u n ­dial del capital, procurando mantener en sus­pensión perpetua las contradicciones entre el capital y el pueblo... El Estado actúa ahora co­m o el ente racional que asigna y arbitra para la nación. Se niega legitimidad política a cual­quier movimiento que impugne esta presunta identidad entre el pueblo-nación y el Estado-representante de la nación».

Las contradicciones y limitaciones de los modelos particulares de desarrollo para las tri­bus y las mujeres del estado indio tienen raíces históricas. Sin embargo, la historiografía y aná­lisis elitista del estado indio (Frank, 1979; R u ­dolph y Rudolph, 1987), consideran la política c o m o la pugna entre las castas dominantes y/o las regiones geográficas por el poder y los privi­legios. Sostienen que las élites locales, provin­ciales y de casta compiten por su parte de los frutos del desarrollo (Guha, 198*9; Gupta , 1989). Bardhan ( 1984) brinda un necesario m e ­joramiento de este análisis, identificando tres clases propietarias dominantes: los intereses de los terratenientes, las élites industriales y la bu­rocracia, elementos competidores en el estado indio. Aunque este análisis muestra la relativa autonomía del estado indio respecto de seg­mentos de las élites dirigentes, no explica la manera en que los nuevos movimientos socia­les impugnan la legitimidad básica del Estado.

Estos análisis no explican las contradiccio­nes de las políticas estatales de desarrollo, ni analizan la manera en que el Estado busca legi­timidad a través de diversas reformas y/o con­cesiones a los grupos competidores (Gupta, 1989). La escena del Estado se asemeja a un monólogo pasivo de élites competidoras, sin las voces de disidencia o contestación de la m a ­yoría oprimida.

Los análisis del Estado en Europa y en Esta­dos Unidos tampoco han arrojado una visión

satisfactoria de los nuevos movimientos socia­les. Esta insuficiencia aparece tanto en las tra­diciones desarrollistas-difusionistas (véase K a -zancigil, 1986:123-5) y neo marxistas (Carnoy, 1985; Therborn, 1986). E n tanto que el prime­ro se refiere a la evolución del Estado c o m o ve­hículo de desarrollo capitalista o socialista, este último se centra en las clases sociales c o m o ca­tegoría fundamental y no toma seriamente en cuenta a las categorías de mujeres, grupos étni­cos y otras minorías.

El Estado periférico no sólo se ha empobre­cido teóricamente; también su base es frágil. Su capacidad de representar al «pueblo-nación» se ve limitada porque emergió dejando de lado el tejido social nativo de las instituciones, movi­mientos sociales, hermandades y redes de soli­daridad comunitaria que configuraron la socie­dad civil en las sociedades preestatales. Kazan-cigil (1986:138) ha descrito sucintamente esta pobreza de los Estados periféricos: «El Estado periférico, completamente absorto en la tarea de constituirse, construyendo el aparato e inte­grando comunidades segmentadas en una na­ción, las ha ignorado o a menudo las ha consi­derado sólo obstáculos que había que superar. Por esta razón, los movimientos populares y las redes de instituciones y solidaridades, algunos de los cuales podían haber sido transformados y movilizados en recursos sociales para la for­mación del Estado-nación moderno en la peri­feria, han funcionado c o m o contrapoderes y centros de resistencia contra un Estado que los excluía».

Los actores de los nuevos movimientos so­ciales procuran recuperar su territorio perdido de un Estado desarrollista-integracionista. R e ­curren a estrategias ofensivas y defensivas con­tra un sentido moral generalizado de injusticia (Fuentes y Frank, 1989:181). En India, estos parámetros son dharma (rectitud) y nyaya (jus­ticia) (Guha, 1989). Según argumenta Offe ( 1985), en el contexto de los nuevos movimien­tos sociales europeos, la alternativa política de estos grupos reside en el desmantelamiento del paradigma «lo privado versus lo público» de la antigua política. Al incorporar lo «privado» y lo «doméstico» en un discurso público legítimo, los nuevos movimientos sociales trascienden «las fronteras institucionales de la antigua polí­tica». Aquí reside la esperanza de trascender la meta de capturar el poder del Estado para trans­formar la propia naturaleza de la política.

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También en India los parámetros modernos de nación, ciudadanía y democracia están cam­biando, en tanto que la identidad y la autono­mía de los subordinados se convierte en un ele­mento afirmativo en lugar de un accesorio del discurso nacionalista. La nueva política, tal co­m o la conciben estos movimientos, integra la sociedad civil y el Estado de m o d o que permite una relación dinámica entre las relaciones «po­líticas» y «sociales», los partidos y los movi­mientos (Boggs, 1986:19). Cuando la sociedad civil adquiera autonomía, el Estado dejará de gobernarla y se convertirá en un elemento den­tro de ella (Laclau y Mouffe, 1985). Al mismo tiempo, no habrá un sujeto político histórico privilegiado; en su lugar, cada sujeto sociocul-tural será dotado de su propia productividad simbólica.

La impugnación del conocimiento

Los nuevos movimientos sociales son también lugares de creación y regeneración de un cono­cimiento sometido. Gracias a estos movimien­tos, los indígenas, las mujeres y otros grupos marginalizados han reafirmado su propio co­nocimiento, que expresa su autonomía e iden­tidad. Este conocimiento se elabora en las m e ­morias locales de resistencia y lucha de sus vi­das cotidianas; en otras palabras, la base de su sistema de pensamiento es una historia de lu­chas. La resurrección del conocimiento someti­do tiene lugar de dos maneras. En primer lugar, los movimientos regeneran el conocimiento so­metido que había perdido actualidad aplastado por el conocimiento dominante. Al m i s m o tiempo, lo modifican mediante la autocrítica y lo ponen al servicio de la lucha contemporánea por su identidad y autonomía.

Entre la manera en que el discurso del desa­rrollo define las bases del subdesarrollo y la m a ­nera en que las ven los subordinados existe una amplia diferencia de significado. Según Gusta­vo Esteva, intelectual mexicano, en tanto que el primero está impregnado de especialización moderna, este último representa valores comu­nitarios «plurales» y autónomos (Esteva, 1987). Pero no se trata meramente de una yux­taposición de «tradición» versus «moderni­dad» o «rural» versus «urbano», ni de «núcleo» versus «periferia», que aparecen en los textos sobre el desarrollo. N o se trata de una opción

entre conocimiento tradicional y conocimiento moderno, sino entre diferentes tradiciones de conocimiento (Nandy, 1987). El surgimiento de un conocimiento subordinado es una tenta­tiva de modificar las relaciones de poder entre estas tradiciones. N o es un conflicto exclusiva­mente semántico. La naciente conciencia ex­presa el anhelo de los subordinados de obtener no sólo su autonomía política y económica, si­no también la capacidad de definirse a sí mis­m o s y de definir sus aspiraciones y el proceso de desarrollo.

Véase, por ejemplo, el poder de conceptos tales c o m o «subdesarrollado», «atrasado», «desnutrición», «barraquismo», «agricultura de subsistencia», que se utilizan en el discurso del desarrollo. Nadie niega que la vida en la periferia es extremadamente penosa, pero es diferente definirla c o m o «subdesarrollada» y sostener que esta deficiencia sólo puede ser su­perada mediante la ayuda extranjera, la indus­trialización y el crecimiento de un mercado li­bre. En estas fórmulas, el pueblo del llamado «Tercer M u n d o » es tratado c o m o un paciente que necesita constantemente medicación, ase-soramiento y competencias del «Primer M u n ­do». Hay sólo un diagnóstico -el subdesarro­llo- y sólo un tratamiento -la inyección de ayu­da (Rahnema, 1988). La consecuencia m á s peligrosa de esta actitud reduccionista es que los países desarrollados han reclamado la hege­monía no sólo sobre la definición del problema sino también de su solución.

Es cierto que durante los últimos cuarenta años la validez de las nociones desarrollistas ha sido casi universalmente aceptada en todas las sociedades, tornando la disidencia de ayer en el orden establecido de hoy (Nandy, 1989:270). N o es sorprendente que una gran parte del dis­curso de los nuevos movimientos sociales esté también atrapado en estas categorías. Sin e m ­bargo, todavía hay esperanza. En la aldea natal del autor, al pie del Himalaya nepalés, los cam­pesinos y las mujeres entienden el medio a m ­biente como un equilibrio del espacio social, el mérito religioso y el bienestar de la comunidad. Para ellos, el bienestar ecológico está sumido en el acto espiritual de construcción de cliau-paaris plantando árboles banyan, pipaly swami alrededor de las fuentes de agua, en los lugares comunes de la aldea y en los caminos. El chau-paari no refleja un conocimiento aislado sino un conocimiento intrínseco a la existencia. En

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primer lugar, el chaupaari fomenta la planta­ción de árboles. En segundo lugar, proporciona un espacio social en torno al cual se celebran las reuniones de vecinos, las festividades de la al­dea y las ceremonias religiosas y culturales; un chaupaari es una señal de responsabilidad so­cial pues provee sombra y aire fresco a los via­jeros, vaqueros y cabreros fatigados. U n movi­miento ecológico elaborado sobre la base de es­tos sistemas de conocimiento también puede regenerar los espacios sociales de la mujer (Pa-rajuli y Enslin, 1990).

Los subordinados crean espacios sociales al menos parcialmente refiriéndose a los valores simbólicos y rituales vigentes en el pasado. En Nepal, las mujeres han utilizado los espacios rituales socialmente sancionados tales c o m o teeß6 para criticar la injusticia de una sociedad patriarcal. Las mujeres de la agrupación Sistren de Jamaica también utilizan la tradición de la «narración» c o m o depósito de conocimiento en su lucha contra una sociedad racista y sexis­ta: «La tradición de la narración contiene las verdades más poéticas sobre nuestras luchas. Los cuentos son uno de los lugares donde pue­den refugiarse con seguridad los elementos m á s subversivos de nuestra historia, ya que a través de los años los narradores convierten los he­chos en imágenes divertidas, vulgares, sorpren­dentes y mágicamente reales. Estas narraciones codifican las amenazas más evidentes para los poderosos en imágenes furtivas de resistencia en las que puedan apoyarse cuando las luchas abiertas son imposibles o para reunir valor cuan­do es necesario» (colectivo Sistrens, 1987:3).

Los poemas Teej de las mujeres nepalesas o las narraciones de las mujeres jamaicanas c o m ­binan la imaginación estética con el proceso de adquisición de facultades. Su conocimiento es­tá inmerso en las maneras en que discuten los significados, las identidades y el conocimiento sobre el desarrollo en ámbitos tales como la agricultura, la silvicultura y la conservación del agua o el suelo. Aunque estos poemas y narra­ciones puedan no tener un carácter directa­mente liberador, y aunque puedan ser parciales y contradictorios, se refieren a la lógica más ín­tima y duradera de las luchas sociales.

En México, un consorcio de análisis, desa­rrollo y autogestión trabaja en la regeneración del vigor comunitario de los barrios urbanos de Tepito (a ocho manzanas de la plaza principal de la ciudad de México). Fomentan lo que lla­

m a n visión indígena contra la visión colonial. Según este grupo, algunos conceptos nativos ta­les c o m o comida, salud, morada y cultura tie­nen significados m u c h o m á s profundos y perti­nentes desde el punto de vista cultural que aquellos propagados por el discurso del desa­rrollo, que ha sustituido estas nociones por las de abastecimiento de alimentos, servicios m é ­dicos, vivienda y transporte, así c o m o servicios educativos (Redclift 1987:167-170); Esteva (1987). En el contexto de comunidades agríco­las de Estados Unidos, Wendell Berry (1988: 50) formula comentarios similares: «La gente se une en la tierra por el trabajo. La tierra, el trabajo, el pueblo y la comunidad están c o m ­prendidos en la idea de cultura. Pretender des­cribir la tierra, el trabajo, el pueblo y la c o m u ­nidad mediante información o cantidades pa­rece invariablemente arrojarlos unos en contra de otros. Así, se usa el trabajo para explotar la tierra, al pueblo para explotar su trabajo, a la comunidad para explotar al pueblo. Y en lugar de tierra, trabajo, pueblo y comunidad, tene­m o s las categorías industriales de recursos, la­bor, gestión, consumidores y gobierno».

Las razones que explican la definición de los problemas en estos términos cuantificables y observables, como lo hace el discurso del de­sarrollo, son comprensibles. Estas nociones configuran un cuadro uniforme de los proble­mas del Tercer M u n d o , así como una solución uniforme y cómoda de aplicar y evaluar. Pero en esta traducción se pierden las maneras de definir los problemas y de resolverlos propias de los campesinos nepaleses, de las mujeres ja­maicanas y de los pobladores mexicanos. El al-bedrío histórico de aquellos en cuyo nombre se realiza el proyecto de desarrollo queda someti­do en este proceso.

D e esta manera, el discurso dominante del desarrollo subyuga el conocimiento de los su­bordinados perpetuando dos supuestos. El pri­mero es que los subordinados se identifican con los valores dominantes y no pueden dar una interpretación válida de su propia opre­sión. El segundo es que son cognoscitivamente incapaces de articular su propio punto de vista. Por el contrario, sostenemos que los oprimidos son capaces no sólo de resistir al conocimiento dominante, sino también de articular sus pro­pias concepciones del m u n d o . En muchos as­pectos, su conocimiento autónomo se opone al conocimiento dominante desarrollista. Por

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ejemplo, en tanto que la racionalidad desarro-llista considera la naturaleza c o m o un recurso que hay que explotar para obtener productivi­dad y beneficios ( W C E D , 1987), las mujeres y las tribus de Asia meridional están demostran­do que la naturaleza es la auténtica base y la matriz de la vida económica (Shiva, 1988: 224). Para ellas, los elementos de la natura­leza que la concepción dominante ha tratado co­m o «deshechos» son la base del sustento y la ri­queza.

Muchos argumentan que estos ejemplos son demasiado locales, limitados y contextúales pa­ra que se los pueda considerar un conocimiento válido. Esta crítica es bienvenida. Los subordi­nados no reclaman la universalidad de su cono­cimiento, como lo hacen los grupos hegemóni­cos. Haraway (1988) afirma que el conocimien­to feminista es un «conocimiento situado» que se aplica también al conocimiento de otros gru­pos subordinados. El conocimiento situado no es objetivo ni relativista en el sentido tradicio­nal del término Es un conocimiento del que só­lo es responsable aquél que lo tiene. Es un co­nocimiento que acepta su localización en el tiempo y el espacio, es siempre un conocimien­to particular y distinguible. A diferencia de la ciencia moderna, no reclama la universalidad ni, por lo tanto, la responsabilidad. C o m o dice Haraway (1988:583) acerca del conocimiento feminista, sólo la perspectiva parcial promete una visión objetiva: «Todas las narrativas cul­turales occidentales acerca de la objetividad son alegorías de las ideologías que rigen las re­laciones de lo que llamamos mente y cuerpo, distancia y responsabilidad. La objetividad fe­minista se refiere a la ubicación limitada y al conocimiento situado, no a la trascendencia y a la fragmentación de sujeto y objeto. Nos permi­te ser responsables de lo que aprendemos y de la manera en que vemos».

El conocimiento situado no debe confun­dirse con el relativismo. El conocimiento situa­do niega el relativismo tanto c o m o la objetivi­dad científica. Ninguno de ellos se sitúa, se m a ­terializa ni acepta la parcialidad del conocimiento; ninguno asume riesgos y por lo tanto imposibilita una aprehensión correcta (Haraway, 1988:584). Por el contrario, el cono­cimiento situado es intrínsecamente participa­tivo. Shiva (1988:38-41) observa acerca del co­nocimiento ecológico de las mujeres en India: «Las maneras ecológicas de conocer en la natu­

raleza son necesariamente participativas. La naturaleza en sí misma es el experimento, y las mujeres como silviculturas, agricultoras y ad­ministradoras del agua son los científicos tradi­cionales. Su conocimiento es ecológico y plural, refleja tanto la diversidad del ecosistema natu­ral c o m o la diversidad de las culturas a que da lugar la vida natural».

El conocimiento situado es intencionada­mente político porque es un proceso de carác­ter participativo y de responsabilidad de quien conoce. Es el eco del reclamo de identidad y supervivencia de las víctimas de la explotación y la subordinación. Sin embargo, el conoci­miento situado no tiene un carácter fundamen­tal, pues los subordinados saben que la esencia-lidad es un arma de los opresores y no de los oprimidos. En tanto que a los opresores intere­sa crear un conocimiento neutro, desencarna­do, inmediato, trascendente, a los marginados interesa crear un conocimiento localizable en el tiempo y el espacio, encarnado en la lucha y participativo en su funcionamiento. Sólo este conocimiento puede brindar una concepción del m u n d o m á s adecuada, durable, objetiva y transformadora.

Conclusión: ¿adonde van los nuevos movimientos sociales?

D e lo expuesto se desprenden varias preguntas. ¿ C ó m o se configurará la política de los nuevos movimientos sociales? ¿Continuarán los diver­sos movimientos funcionando separadamente, o encontrarán un terreno c o m ú n para formar una «voluntad popular-nacional»? ¿ C ó m o se articularán los conocimientos de estas identi­dades? Sólo el futuro dirá lo que surgirá de es­tos múltiples microexperimentos. Hay que sus­pender los juicios formulados mediante los lentes teóricos existentes. En cambio, propone­m o s especular sobre las posibles orientaciones futuras.

Los nuevos movimientos sociales de India brindan un contradiscurso a la «conciencia universal del capital» que trata de colonizar el territorio precapitalista de las mujeres, las tri­bus y los campesinos. En este sentido, los nue­vos movimientos sociales buscan y promueven la identidad personal y colectiva. Por esta ra­zón se atribuye un gran valor a los espacios so­ciales particulares y pequeños, a las formas des-

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centralizadas de interacción y a las esferas pú­blicas no diferenciadas. Para citar la frase de Habermas (1981:39), están en la «sutura entre el sistema y el m u n d o de la vida». Son una reac­ción a la «colonización» del m u n d o de la vida por los sistemas económico y político-adminis­trativo. Los nuevos movimientos sociales no creen en la «igualdad mediante el crecimien­to». La meta no es igualdad o democracia sino ambas.

Estos movimientos también han desviado su interés de la captura del poder del Estado hacia la reactivación de la sociedad civil y a la construcción de movimientos sociales capaces de transformar sus mundos. La pregunta cru­cial es: ¿cómo interactuará esta sociedad civil reactivada con el estado indio y sus partidos políticos? La promesa de los nuevos movi­mientos sociales reside en la pérdida de vigen­cia de la imagen benevolente del Estado en la India independiente y otros lugares. Se con­vierte cada vez más en un apéndice de las fuer­zas del mercado y del orden económico inter­nacional. Los partidos políticos también han perdido el vigor y la credibilidad para proponer alternativas.

Sin embargo, los nuevos movimientos so­ciales de India y otros países serían ineficaces sin vínculos y solidaridad mundial. La cons­trucción de movimientos múltiples y de víncu­los entre ellos en todo el m u n d o tiene tres fun­ciones fundamentales. La primera consiste en desmitificar el desarrollo como la meta inevita­ble de todo país. Los pueblos están cansados de probar una alternativa de desarrollo tras otra (tales c o m o el desarrollo integrado, el ecodesa-rrollo, el desarrollo sostenido). Consideran, co­m o lo señala Nandy (1989:270) que «la mayor parte de los esfuerzos son también productos de la misma concepción del m u n d o que ha pro­ducido el concepto principal de ciencia, libera­ción y desarrollo. Ahora están buscando una alternativa al propio desarrollo». Ahora es ne­cesario abandonar, c o m o lo dice Majid Rahne-m a (1988) el desarrollo c o m o un «sueño de

Frankenstein», que ha dañado, quizá de mane­ra irreparable en muchos casos, los sistemas in-munitarios propios de las culturas locales y de las economías de subsistencia. Es urgente rege­nerar estos sistemas de inmunidad.

La segunda función es buscar la solidaridad entre los nuevos movimientos sociales de todo el m u n d o mediante la redefinición de la d e m o ­cracia política y económica. Hay que definir la democracia no sólo c o m o democracia repre­sentativa, sino c o m o una relación social con­sultiva y participativa. Los nuevos movimien­tos sociales tienen la capacidad de iniciar este proceso de participación. La democracia parti­cipativa requiere una modificación de la no­ción predominante de poder. Debemos comen­zar por reconocer que el poder no se ejerce ne­cesariamente mediante los aparatos de gobierno o los partidos políticos, sino que se manifiesta en cada ámbito de nuestras vidas en todas las formas culturales, comunicativas y éticas. Por ello, la cuestión no consiste en inte­grar a los nuevos movimientos sociales en los Estados-nación, sino en reestructurar el Estado para ajustado dentro de cada sociedad civil.

La tercera tarea es desarrollar un sistema de conocimiento distintivo que pueda representar las experiencias de los grupos subordinados re­curriendo a formas alternativas de producir y validar conocimiento. N o proponemos que el conocimiento de las mujeres, los dalit y los in­dígenas se integren en el conjunto prefabricado del discurso dominante sobre el desarrollo. El conocimiento desarrollista es, en muchos as­pectos, antitético de los intereses de estos gru­pos. En cambio, proponemos una doble tarea para los nuevos movimientos sociales. En pri­mer lugar, hay que regenerar el conocimiento folklórico de sentido común de estos pueblos para adaptarlos a las luchas contemporáneas y, en segundo lugar, reconstruir el lenguaje del discurso dominante sobre el desarrollo a la luz del conocimiento surgido de la base.

Traducido del inglés

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Notas

* Este análisis surgió de los dos años de viajes (1987-1988) y la participación del autor en movimientos populares en la India y Nepal. El autor agradece los conocimientos que le transmitieron los diversos grupos ecologistas de la región de Jharkhand, en India, así c o m o a su madre y sus amigos de su aldea de Gunjanagar, Chitwan, Nepal. En Stanford fueron m u y útiles los contactos con Elizabeth Enslin y Richard Haavisto, en las diversas etapas de preparación del texto. El autor agradece especialmente a Akhil Gupta y Pradeep Dhillon sus explicaciones sobre la complejidad de la economía política india. N o obstante, el autor es el único responsable de las insuficiencias de este artículo.

1. Existe una abundante bibliografía sobre la noción gramsciana de hegemonía. En términos de Gramsci, la hegemonía es la predominancia obtenida por consentimiento más que por la fuerza, de una clase o grupo sobre otras clases, recurriendo a múltiples medios por los cuales las instituciones de la sociedad civil difunden y popularizan las ideas de las clases dirigentes en grado tal que las clases subordinadas perciben y evalúan la realidad social en ese contexto. En otras palabras, es la orquestación de la voluntad de los subordinados en armonía con el orden establecido del poder (Gramsci, 1971;Carnoy, 1984; Sasson, 1986).

2. Foucault señala que el campo del discurso está constituido básicamente por relaciones de poder, en tanto que el efecto primario del conocimiento es el ejercicio de estas relaciones. El discurso es un campo de estrategias y tácticas que crea diferenciaciones, poniendo límites a lo que se puede manifestar, y a quienes pueden hacerlo.

3. Esta acertada terminología es de Franco (1988), que la utiliza para analizar la subordinación de los textos latinoamericanos a los norteamericanos y europeos.

4. La configuración precolonial de la dominación y la subordinación estuvo orientada por los conceptos supremos, no sólo de las prerrogativas de coerción (Danda) sino también una obligación de proteger, fomentar, apoyar y promover al subordinado (Dharma). Dharma también supone, de parte de los subordinados, adaptarse al lugar de cada uno en la jerarquía de casta, clase, edad y género. Por otra parte, los subordinados utilizaron simultáneamente la absoluta servilidad a la deidad c o m o si fuera autoinducida y voluntaria (Bhakti), y la oposición moral a la autoridad real cuando no protegía al subordinado (Guha, 1989:239-71).

5. Estas categorías no son fijas y en absoluto perfectas. Por su parte, las mujeres de la India y los militantes de estos movimientos tampoco se categorizan a sí mismos en estos términos. Por el contrario, un grupo determinado de mujeres puede ser categorizado c o m o «desarrollista» en una ocasión, «socialista-feminista» en otra y «ecofeminista» en una tercera. Sin embargo, en las agrupaciones y redes regionales y nacionales, estas orientaciones tienden a adquirir un carácter distinto.

6. En tanto que la meta del Gobierno indio es conservar 33 % de la cobertura forestal y sólo ha podido poner 22 % de la tierra bajo el control del Departamento Forestal, algunos estudios aéreos recientes han mostrado que sólo 8-10 % cuenta con bosques cerrados (Omvedt, 1987). Se calcula que cada año India pierde 1,5 millones de hectáreas de

cobertura forestal (Chowdhary, 1989).

7. Sarna es un núcleo de bosque original protegido desde el establecimiento de cada comunidad. Entre los Santal, Mundas y Hos, Sarna es el hogar de las deidades y un espacio público donde se adoptan las decisiones de la comunidad y lugar de encuentro de lo sagrado y lo profano.

8. En los años ochenta, el movimiento Chipko se popularizó en la conciencia ecológica de India. Desde entonces el movimiento se ha extendido a 300 aldeas en los distritos del norte de Utter Pradesh. En los Ghats occidentales del sur de India y en las montañas de India central están surgiendo movimientos similares. El movimiento Chipko consiguió una sanción legislativa del Estado indio en 1981. En la actualidad, un decreto gubernamental prohibe la tala de árboles a más de mil metros en todo el país y particularmente en zonas de 40 mil kilómetros cuadrados alrededor de los distritos de Tehri y Garhwal en Utter Pradesh (Bahuguna, 1988).

9. El embalse polivalente Subarnarekha es uno de los proyectos hidráulicos más grandes de la región de Jharkhand. Esta realización, cuyo costo se calcula en 127 millones de dólares, está destinada a irrigar 250.000 hectáreas de tierras, proveer agua para usos industriales y municipales, reducir las inundaciones y generar 10 megawatts de electricidad. Comprende dos grandes embalses, uno en Chandil. en el río Subarnarekha, y otro en Icha, en el río Kharkai, con dos represas y siete largos canales de irrigación.

10. India es el constructor de embalses más grande del m u n d o . En los últimos tres decenios se han construido más de 1.554 embalses

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Poder y conocimiento en el discurso del desarrollo: los nuevos movimientos sociales y el Estado en India 201

en el país. Entre ellos, 50 son grandes proyectos de irrigación que abarcan más de 10 mil hectáreas cada uno, y 517 son proyectos medianos (Omvedt, 1987; Singh, 1990).

11. Configurada según el modelo de la Tennessee Valley Authority, de Estados Unidos, la Corporación del Valle de Damodar fue uno de los primeros proyectos de valles fluviales en India.

12. Karkhana significa industria, con el uso de herramientas y máquinas.

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13. Praja es el sujeto de un dirigente, el Raja. Praja simboliza aquí la situación de carencia de poder.

14. Esta acertada frase de «India» para indicar el sector modernizado y «Bharat» para indicar el sector rural procede de una entrevista personal con el dirigente campesino Sharad Joshi, en Pune, febrero de 1987.

15. El «triángulo de acero», según el ambientalista indio Madhav Gadgil, consta de tres actores, aquellos que reciben los subsidios

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del Estado (los manufactureros urbanos y los agricultores ricos), los que deciden sobre los subsidios (los políticos) y los que los administran (la burocracia),

16. Tcej es un festival anual exclusivamente femenino, en el cual las mujeres se bañan en comunidad en los ríos sagrados, ayunan, cantan y bailan para purificarse y recibir los poderes de fertilidad y personalidad de la divinidad hindú ShivafParajuli y Enslin, 1990:55).

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Estudio comparado de las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China

Feng Lanrui

Las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China

Los artículos sobre el problema del empleo en China aparecidos en la prensa extranjera han producido alarma. Según las estimaciones pu­blicadas, en 1989 unos 10,5 millones de perso­nas buscaban trabajo en las ciudades y aldeas del país'. A fines del año se había logrado colo­car a 4,9 millones, mientras que 5,8 millones seguían desocupados. El ín­dice estimado de desem­pleo2 había pasado, con respecto al año anterior, del 2,6 al 3,8 % y China al­canzaba, por segunda vez en el decenio, un nivel de desempleo excepcional­mente alto.

La primera crisis de desempleo se había produ­cido diez años antes, en 1979. En esa época estaban sin trabajo 15 millones de personas, y el índice de des­empleo llegaba al 5.8 %. En respuesta a este sombrío panorama, China adoptó una política de apertura, desarrolló múltiples facetas de la economía y abrió nue­vos canales de empleo. Los resultados se mani­festaron m u y pronto; en el decenio siguiente, 78,8 millones de personas encontraron trabajo y la situación del empleo se normalizó. E n Chi­na se considera que la situación del empleo es «normal» cuando se reúnen dos condiciones: en primer lugar, que en todo el país el número de personas aspirantes a un empleo sea aproxi­madamente de 10 millones y que en general

Feng Lanrui, economista, es investiga­dora principal de la Academia China de Ciencias Sociales y, al mismo tiempo. Secretaria General del Consejo de Aso­ciaciones Económicas de China y miembro del Comité Permanente de la Asociación Popular China de Amistad con los Países Extranjeros. Entre sus principales publicaciones cabe mencio­nar Salario y empleo ( 1982); El empleo en la fuse inicial del socialismo (1988) y Distribución, salario, empleo ( 1988). Es también autora de decenas de artículos, entre ellos «Desempleo entre la juven­tud china», RICS, N . " 116. Domicilio: 34 Dongzongbu Hutong, Beijing 100005, República Popular de China.

esas personas puedan encontrar trabajo ese año o el siguiente; y, en segundo lugar, que el índice de desempleo no supere el 3%. En 1988 ese índice era sólo del 2,06 % (véase Cuadro 1).

Si calculamos que al iniciarse el Séptimo Plan Quinquenal 30 millones de personas bus­caban trabajo y que en los cinco años del mis­m o un promedio de seis millones por año lo consiguieron, el panorama de la m a n o de obra y del empleo resulta optimista.

N o se han tenido en cuenta aquí por lo menos dos cuestiones. En primer lugar, la agricultura ya acu­saba un importante exce­dente de mano de obra que era necesario desviar a otros sectores. En segundo lugar, en la cifra sobre la m a n o de obra debía haber­se incluido el personal con­siderado supérfluo por las empresas durante estos cinco años. Se mantenía, al mismo tiempo, una especie de optimismo ciego con

respecto al desarrollo de la economía. T a m p o ­co se consideró importante el ligero aumento del desempleo observado en 1986, cuando en realidad ya se habían producido algunos cam­bios sutiles en la situación. En 1989 estos cam­bios se manifestaron en una contracción gene­ral de la economía. Por un lado, no se había previsto que ese año tantas empresas interrum­pieran total o parcialmente su producción. Se­gún las estimaciones, estas empresas daban ocupación a un millón de «empleados inacti­vos»'. Además, el ritmo de crecimiento de la

RICS 127/Marzo 1991

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206 Feng Lanriti

economía del país había disminuido considera­blemente, reduciéndose en consecuencia el nú­mero de puestos de trabajo que aquélla podía ofrecer. Las cifras publicadas por la Oficina Nacional de Estadística muestran que en 1989 encontraron trabajo sólo tres millones de per­sonas, lo que indica que en ese año 7,5 millones de jóvenes no pudieron encontrarlo y que el ín­dice de desocupación no era el 3,8 % estimado originalmente, sino más del 4,5 %. A u n así, en esta cifra no se toma en cuenta a las personas que quedaron sin trabajo ese año.

Según numerosos artículos de prensa, el año 1989 se caracterizó por un nuevo aumento del empleo. En realidad, ese año se produjo la dis­minución del empleo más importante del dece­nio, alcanzando la desocupación un nivel sin precedentes, c o m o se desprende del gráfico aquí reproducido. Las cifras de la derecha del mismo representan el índice de colocación y las de la izquierda el de desempleo. Las cifras ante­riores a 1988 son las publicadas por la Oficina Nacional de Estadística o se han calculado so­bre esa base. Las cifras de 1989 se fundan en las estimaciones formuladas a principios de año. Se ha recurrido a este tipo de estimaciones por­que las cifras publicadas en febrero de 1990 por

la Oficina Nacional de Estadística sólo indica­ban el número de personas empleadas, y no el de personas desempleadas ni el índice de des­empleo. Con todo, las estimaciones bastan para explicar la crisis de desocupación de 1989 y la gran depresión del nivel laboral.

El extraordinario nivel de desempleo de 1989 afectó a todas las zonas del país. En Bei­jing buscaban trabajo 130.000 personas, entre ellas graduados de diversos tipos de disciplinas y soldados y oficiales desmovilizados. Este año marcó, pues, la ola de desempleo más grave co­nocida desde 19834. Según el Zhongguo Lao-dong Bao de 10 de marzo de 1990, desde el 1.° de julio de 1988 «se han expedido en Shangai 130.000 tarjetas de desempleo; y quedan aún algunos desempleados sin tarjeta». Quiere de­cirse que en esa ciudad había por lo menos 130.00 desempleados. En la provincia de Jiang-su el número de personas sin trabajo ascendía a 620.000, cifra próxima al triple de la media anual de todo el último decenio5. Se estima que en ese año todas las ciudades y aldeas de la pro­vincia podían ofrecer, como máximo, 150.000 empleos. Con un índice de colocación de apro­ximadamente el 24 %, el índice de desempleo era de alrededor del 5 %, superior a la estima-

C U A D R O 1. Situación laboral de los trabajadores urbanos desde 1978

Año Trabajadores

urbanos1

(x 10.000)

Personas aspirantes a un empleo

ese año

Personas que encontraron

empleo ese año

(x 10.000)

índice de

colocación3

(%)

Personas ya conta­bilizadas

en el ejercicio

precedente (x 10.000)

Desempleo

(%)

1978 1979 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989

9.514 9.999

10.526 11.059 11.365 11.746 12.229 12.808 13.373 13.810 14.267 13.4992

1.078 1.538 1.309 1.125

969 899.3 957,5

1.052,1 1.057.5 1.075.7 1.140,5 1.050

(estimación)

544 902,6 900 820 665 628,3 721,5 813,6 793,1 799,1 844,3 490

(estimación)

50.4 58 68 72 69 69,8 75.3 77.3 74.9 74.2 74,0 46.66

530 635.4 409 305,5 304.9 271,4 235,7 238.5 246.4 276,6 296.22 560

5.3 6,0 4.9 3,8 3.2 2.3 1,9 1,8 2.0 2.0 2,06 3.8-4

(estimación)

Cifra establecida en junio de 1989. Las cifras correspondientes a los trabajadores urbanos son las publicadas por la Oficina Nacional de Estadística en su «Anuario Estadístico de China». Por índice de colocación se entiende la relación entre el número de personas que buscan empleo en un año determinado y el número de personas empleadas al final de ese año.

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Estudio comparado de las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China 207

0

9

8

7

6

5

4

3

i

1

B .

^ V

1978 79 80 82 83 84 85 86 87

100

90

80

70

60

50

40

30

20

10 89

índice de desempleo (Curva A )

índice de colocación (Curva B)

Evolución del índice de desempleo y del índice de colocación, desde 1979 a 1989.

ción nacional del 3,8 al 4 %. En la ciudad de Nanjing las personas sin trabajo llegaban a 56.000 y la ciudad sólo podía ofrecer entre 25.000 y 27.000 empleos, que alcanzaban ape­nas para atender a la mitad de la demanda. El aumento del índice de desocupación era inevi­table.

D e lo dicho se desprende que la segunda gran crisis de desempleo del decenio ya había empezado a manifestarse en 1989.

Estos dos momentos de intensificación del desempleo presentan características distintas y difieren en sus causas, sus antecedentes y su es­tructura. Por otro lado, las soluciones para su­perar esta segunda crisis no serán las mismas. A continuación vamos a hacer un examen c o m ­parado de las dos grandes crisis de desempleo del pasado decenio.

Distinto desarrollo temporal de a m b a s crisis

La agravación del desempleo en 1979 siguió al período de grandes destrucciones de la Revolu­ción Cultural y a los tres años de estancamiento subsiguientes. El modelo económico instaura­do por la Revolución Popular, que había esta­do al borde del colapso, comenzaba apenas a recuperarse, y el crecimiento era lento. El siste­m a de la explotación agrícola familiar recién establecido seguía siendo objeto de debates. El nivel de la producción agrícola era todavía ba­jo, y aún no se habían producido excedentes importantes de mano de obra. Los diversos sec­tores de la economía china necesitaban un ajus­te. La agricultura, la industria pesada y la in­dustria ligera mostraban graves desequilibrios

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208 Feng Laiiriti

y el sector terciario acusaba un gran atraso. La economía urbana estaba exclusivamente basa­da en los organismos y establecimientos estata­les. La propiedad colectiva existía sólo de pala­bra. Las actividades económicas suprimidas durante la Revolución Cultural no se habían restablecido, ni habían aparecido todavía otros factores económicos. La estructura sumamente centralizada de la economía planificada per­manecía intacta y los mecanismos del mercado todavía no habían entrado en juego. Las exis­tencias de bienes eran escasas y la economía no había comenzado a funcionar nuevamente. Es­te es uno de los aspectos de la situación. Por­que, al mismo tiempo, 1979 fue uno de los años que más esperanzas suscitó desde la creación de la Nueva China. El Partido acababa de cele­brar la Tercera Sesión Plenária de la Undécima Reunión del Comité Central. Las reformas y las directrices políticas adoptadas por esta Sesión Plenária representaron una formi­dable ruptura y un nuevo impulso para la eco­nomía. Comenzaba así un nuevo período de reformas económicas que creaba condiciones favorables para resolver el problema del de­sempleo.

Los antecedentes de la crisis de desempleo de 1989 fueron totalmente diferentes. Los re­sultados de un decenio de reformas aparecían con claridad y los cambios sociales y económi­cos eran evidentes. La economía socialista de mercado había adquirido estatus jurídico y se desarrollaba con rapidez. Pese a que los meca­nismos de mercado aún no funcionaban plena­mente, comenzaba con todo a formarse un mercado de materiales de producción, un mer­cado monetario y un «mercado de m a n o de obra». La actividad económica se recuperaba gradualmente. Gracias al sistema de produc­ción agrícola basado en la responsabilidad con­junta de la familia, la capacidad productiva au­mentaba y engendraba importantes excedentes de m a n o de obra, que rápidamente se desvia­ban hacia los centros urbanos. El Estado permi­tía el establecimiento de diversos tipos de enti­dades económicas, sujetas a la dirección de la economía oficial. Las empresas colectivas e in­dividuales y otras entidades económicas no so­cialistas se desarrollaron en diversa medida y la economía monoestructural quedó sustituida por una estructura económica pluralista. El sec­tor terciario era floreciente y las relaciones en­tre los tres principales sectores económicos se

equilibraron gradualmente. La economía china se desarrollaba con bastante rapidez.

En cambio, surgieron una serie de proble­mas económicos y sociales, c o m o la inflación, el aumento de los precios, el incremento del dé­ficit financiero, el alza cada vez mayor del défi­cit del comercio exterior, etc., que reflejaban la situación conflictiva de un modelo de desarro­llo acelerado con resultados mediocres y escasa eficacia y que agravaban el desequilibrio entre la oferta y la demanda. N o existía separación entre la política y la actividad comercial, y m u ­chos se valían de su situación de poder para obtener beneficios personales. La burocracia y la corrupción adoptaban formas cada vez m á s graves y suscitaban el descontento de la pobla­ción. En el tercer trimestre de 1988 se tomaron medidas para consolidar la recuperación eco­nómica y ejercer un control sobre los mecanis­m o s del mercado. Se aplicó una política de res­tricciones financieras y monetarias que permitiría abordar las dificultades económicas desde su base. A partir de 1989 se pusieron en práctica nuevas medidas económicas, c o m o el control de los gastos y la reducción de la crea­ción de bienes de capital, que dieron origen a una depresión del mercado y a un estancamien­to de la producción. El fenómeno afectó a todos los sectores de la industria en diversa medida y engendró una situación difícil, caracterizada por la escasez de fondos, de recursos energéti­cos y de materias primas. La producción de las empresas estatales acusó un descenso vertigi­noso. Las subvenciones del Estado aumenta­ban a medida que aumentaba su déficit y la car­ga resultaba insoportable. Decenas de miles de empresas colectivas, entre ellas las de pequeñas ciudades y aldeas, y de empresas comerciales e industriales individuales y privadas quebraron y tuvieron que interrumpir sus actividades. El sistema económico entero de la Revolución Po­pular estaba amenazado. C o n estos anteceden­tes económicos y sociales surgió la segunda gran crisis de desempleo del decenio.

Crecimiento natural de la mano de obra urbana: primera comparación entre los factores determinantes de ambas crisis

El crecimiento demográfico, con sus efectos en el crecimiento natural de la m a n o de obra.

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Estudio comparado de las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China 209

constituyó un factor determinante de las dos crisis del empleo. Los nacidos durante la explo­sión demográfica que siguió a la Liberación co­menzaron a alcanzar la edad activa a partir de la segunda mitad del decenio de 1960, y ello contribuyó al aumento excepcional del desem­pleo de 1979. En 1967 más de tres millones de adultos jóvenes se incorporaron a la fuerza de trabajo urbana del país. C o m o es natural, ello creó una gran presión sobre el empleo. Fue ade­más en el decenio de 1960 cuando se inició la Revolución Cultural. El modelo económico de la Revolución Popular se vio gravemente afec­tado, las posibilidades de empleo disminuye­ron y apareció el problema de la desocupación. Para hacer frente a tal situación, se lanzó un llamamiento a los jóvenes, animándolos a esta­blecerse en las zonas rurales. El llamamiento fue seguido de medidas coercitivas que condu­jeron al traslado a dichas zonas de 15,6 millo­nes de graduados de los ciclos básico y superior de la enseñanza secundaria. La aplicación de esta importante decisión política atenuó tem­poralmente la situación bastante grave de des­empleo y evitó una crisis aún más seria. Sin embargo, el desplazamiento de los jóvenes con instrucción a las zonas rurales no era la solu­ción al problema del desempleo, ni bastaba pa­ra elevar la productividad de la mano de obra rural, urbanizar el campo o llevar a cabo la m o ­dernización agrícola. U n a de las consecuencias más graves de esta política de traslado de jóve­nes con instrucción al campo fue que, cuando ya no se pudo seguir manteniendo las medidas coercitivas, millones de estos jóvenes exiliados regresaron en masa a los pueblos y ciudades y contribuyeron al alto nivel de desempleo de 1979.

Asimismo, el aumento natural de la m a n o de obra urbana fue. por su carácter ininterrum­pido, un importante factor determinante de la segunda crisis de desempleo iniciada en 1989. Los nacidos durante la explosión demográfica de los decenios de 1960 y 1970 han alcanzado la edad activa a principios del decenio de 1990. Según las cifras de la Oficina Nacional de Esta­dística, en los cinco años comprendidos entre 1968 y 1972 la población del país experimentó un aumento medio de 21.600.000 personas por año. Si se considera que la población urbana representaba el 20 % de esta cifra, el crecimien­to medio de esta población fue de 4,3 millones de personas por año. Esas personas, que llegan

a la edad activa alrededor de 1990, necesitan trabajar. Se estima que en 1990 entre 4,5 y 5 millones de nuevos aspirantes a un empleo se sumarán a los 7,5 millones de desempleados contabilizados el año anterior. Estos dos gru­pos representan ya de por sí entre 12 y 12,5 millones de desempleados. En la cifra no se in­cluye al personal de las empresas que hayan in­terrumpido su producción, a los empleados que sean declarados supérfluos (ese año) ni a los trabajadores agrícolas desocupados.

Las circunstancias de la actual crisis de des­empleo, caracterizada por una mano de obra recientemente formada difieren un tanto de las que rodeaban al fenómeno hace diez años. Los jóvenes desempleados de 1979 eran en su m a ­yor parte los mismos estudiantes de los ciclos básico y superior de la escuela secundaria en­viados al campo durante la Revolución Cultu­ral. A fines del decenio de 1970 tenían alrede­dor de 30 años; habían tenido que resolver ya muchas dificultades y disponían de cierta expe­riencia y aptitudes de trabajo. La situación de los jóvenes que alcanzaban la edad activa a fi­nes del decenio de 1980 y comienzos del de 1990 es bastante diferente. Son mucho más jó­venes, en general menores de 20 años. Los gra­duados del ciclo secundario básico apenas tie­nen 16 o 17 años. Tienen escasa experiencia de las relaciones sociales, sus condiciones de vida son bastante benignas y carecen relativamente de aptitudes profesionales. D e ahí que sea más difícil darles un empleo.

Los jóvenes víctimas de la actual crisis de desempleo difieren también de los «jóvenes instruidos» de hace 10 años por sus criterios para elegir un trabajo. Sus expectativas son ele­vadas y sus condiciones más exigentes. El tipo de empresa (en el decenio de 1989 los jóvenes demostraban una preferencia por las empresas privadas, que ofrecían salarios elevados; en la actualidad han vuelto a optar por las empresas estatales), la dificultad del trabajo, la posición social que representa, el salario y los beneficios que ofrece, la distancia entre el lugar de trabajo y el hogar y la calidad de las relaciones h u m a ­nas son factores que se toman en considera­ción. Los jóvenes prefieren seguir siendo «bus­cadores de empleo» a aceptar un trabajo desagradable, aburrido, sucio o agotador, que no corresponde a sus aspiraciones. Además en el decenio de 1980 se aceleró el desarrollo eco­nómico, el índice de empleo urbano aumentó.

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210 Fenn Lanriii

el número de personas que dependían de un salario fue disminuyendo constantemente y muchos jóvenes, con sus familias para respal­darlos económicamente, podían esperar mejo-es posibilidades de trabajo. La situación del empleo no era tan apremiante c o m o en el dece­nio de 1970 y principios de 1980 para los jóve­nes con instrucción que regresaban del campo.

Crecimiento mecánico de la fuerza de trabajo urbana: segunda comparación entre los factores determinantes de ambas crisis

El crecimiento mecánico de la fuerza de trabajo urbana ha sido principalmente una consecuen­cia del desplazamiento de la fuerza de trabajo rural hacia las ciudades.

El último éxodo masivo de fuerza de traba­jo rural a las ciudades comenzó poco antes de la mitad del decenio de 1980. Hasta entonces el fenómeno más próximo de migración de un gran número de campesinos a los centros urba­nos en busca de trabajo, databa de la Revolu­ción Cultural. Las fábricas, minas y otras e m ­presas, ante el éxodo de tantos jóvenes al campo, contrataron a 14 millones de campesi­nos que acababan de llegar de las zonas rurales. Se trataba naturalmente de un desplazamiento anormal, independiente de las fuerzas de pro­ducción. El tipo de corriente humana de doble sentido que se crea entre la ciudad y el campo fue una de las principales causas de la gran cri­sis de desempleo de 1979.

A fines del decenio de 1980, las circunstan­cias eran diferentes. En primer lugar, la desvia­ción de la fuerza de trabajo rural hacia las ciu­dades y aldeas fue el resultado directo del desarrollo de las fuerzas productivas y una eta­pa necesaria de la «urbanización»: 1) el sistema de producción basado en el grupo familiar ha­bía incrementado la productividad agrícola. La tierra ya no podía dar cabida a la fuerza de tra­bajo agrícola excedentária, y este factor se ha­bía convertido en una de las principales causas de desempleo latente. En 1989 se contabilizaba un excedente de m a n o de obra agrícola de 150 a 200 millones de personas. Los campesinos tu­vieron que ir a ganarse la vida a otros lugares; 2) el resultado de los bajos salarios agrícolas y la tentación de los empleos urbanos bien remu­nerados; 3) la atracción de las mejores condi­

ciones económicas y culturales de las zonas ur­banas; 4) el desplazamiento de la fuerza de trabajo rural, expulsada de sus tierras por el avance de la construcción de industrias y edifi­cios de viviendas.

La situación de hace 10 años difiere tam­bién de la actual por las tendencias y los efectos del éxodo de la fuerza de trabajo rural. Según las estadísticas, cerca de 90 millones de los 134 millones de trabajadores agrícolas fueron ab­sorbidos por las pequeñas empresas de ciuda­des y aldeas. El enorme éxito6 de esas empresas en los últimos diez años no puede disociarse de la contribución que ha hecho esa parte de la fuerza de trabajo agrícola. Otra parte de los tra­bajadores fue contratada por las empresas mi­neras y las industrias urbanas. Cabe distinguir dos categorías: la primera está formada por los trabajadores temporeros. Los campesinos re­presentan una proporción importante de los más de 100 millones de personas que, en todo el país, trabajan como empleados asalariados no permanentes. La segunda categoría c o m ­prende a los campesinos autorizados a abando­nar las zonas rurales en aplicación de la política oficial. Constituyen lo que comúnmente se co­noce como «población ex campesina». Los resi­dentes en zonas rurales que cumplen con los trámites correspondientes se inscriben c o m o residentes urbanos. Están autorizados oficial­mente a buscar empleo y gozan de todos los beneficios reconocidos a los residentes urbanos (asignación de alimentos y productos básicos, subvenciones, guarderías y educación de los hi­jos y otros beneficios).

El traslado a las ciudades de las personas de estas dos categorías de trabajadores rurales ha tenido consecuencias importantes en el desa­rrollo de la economía urbana. Las empresas de las ciudades han podido obtener beneficios ele­vados gracias a la m a n o de obra que represen­tan los ex campesinos contratados como e m ­pleados temporeros. Estos se han hecho cargo de las tareas difíciles, sucias y agotadoras que los trabajadores urbanos no querían o no po­dían realizar, poniendo de esta forma remedio a la falta de este tipo de m a n o de obra en las ciudades. Unos 10 millones de campesinos re­convertidos en obreros de la construcción han edificado rascacielos en las ciudades de todo el país. La fuerza de trabajo rural emigrada a los centros urbanos para emplearse en actividades comerciales o de servicios ha representado una

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Feng Lannti 211

gran aportación para el sector terciario, ha traí­do prosperidad a las ciudades y ha facilitado la vida de la gente. El éxodo de los campesinos a las ciudades en el pasado decenio y su incorpo­ración a los sectores no agrícolas han contribui­do al desarrollo de la producción y a la creación de un sistema de progreso social, por lo que re­presentan una etapa necesaria en la transición hacia la modernización y la urbanización de China.

Este éxodo histórico de la fuerza de trabajo agrícola ha sido el resultado de varios mecanis­mos, que en muchos casos eran simplemente acontecimientos naturales. Numerosos campe­sinos de las regiones subdesarrolladas del inte­rior han emigrado a las zonas costeras y a las regiones desarrolladas en busca de trabajo. Cientos de miles de agricultores de Shangai, Guangzhou, las ciudades y aldeas del delta del río de las Perlas, la zona especial de Shenzhen, la región meridional de Jiangsu y las ciudades costeras de la provincia de Shandong se dedi­can al trabajo no permanente. Además, se cal­cula en un millón el número de personas que forman la «ola de trabajadores» que anualmen­te se trasladan a las grandes ciudades de la cos­ta. Previendo la situación de escasez que esto iba a producir, el país ofreció activamente orientación a la población. A medida que la presión sobre el empleo en las ciudades se hacía más fuerte, las autoridades adoptaban medidas administrativas que incitaran a los campesinos a regresar a las zonas rurales. En cambio, las empresas acogían con sumo agrado a estos agri­cultores llegados a la ciudad en busca de traba­jo. Su contratación como trabajadores tempo­reros representaba para ellas una fuente de m a ­no de obra barata y las eximía del pago de cuotas a la seguridad social (pues en esa época el sistema de protección social de China sólo amparaba a los empleados permanentes y tra­bajadores bajo contrato). Además , los trabaja­dores rurales se mostraban obedientes y fáciles de manejar y, cuando ya no eran necesarios, se los enviaba simplemente de regreso al campo. En los últimos diez años han llegado así a las ciudades por diversos cauces entre 18 y 20 mi ­llones de campesinos que han encontrado tra­bajo como obreros temporeros, a través de di­versos canales. Y cada vez que el ritmo de la economía disminuye y las necesidades de m a ­no de obra se reducen, el desempleo urbano au­menta inevitablemente.

Otros campesinos llegaron a las ciudades de resultas de la planificación administrativa. C o ­m o ya se ha dicho, durante un período de diez años el gobierno autorizó a unos diez millones de agricultores a abandonar el campo; la mayo­ría de esas personas necesitaban trabajar. Por ejemplo, en 1989, 240.000 ex campesinos de la provincia de Jiangsu se marcharon a la ciudad para buscar trabajo. Estas personas representa­ban el 39 % de los aspirantes a un empleo (véa­se Cuadro 2). El desempleo de los ex campe­sinos es mayor en determinadas regiones. E n los tres primeros trimestres de 1988 se exten­dieron 2.378 tarjetas de desempleo a ex campe­sinos en la ciudad de Huainan, provincia de Anhui. Este grupo de personas representaba el 20,26 % de la población urbana desempleada. N o está previsto que la situación mejore en el decenio de 1990.

Así, pues, de acuerdo con los datos disponi­bles, el crecimiento mecánico de la fuerza de trabajo urbana es otro importante factor de la crisis de desempleo a fines del decenio de 1980 y principios del de 1990.

Transformación de la oferta de empleo: tercera comparación entre los factores determinantes de ambas crisis

En la presente sección vamos a examinar las transformaciones que se han producido en la oferta de empleo desde el punto de vista de los cambios en la estructura económica y, particu­larmente, en el régimen de la propiedad. Si se analiza la situación del empleo en función del régimen de la propiedad, observamos un proce­so de «contracción-expansión-contracción» que afecta al proceso de «disminución-aumen­to-disminución» de la oferta de m a n o de obra. La contracción de la oferta de empleo caracte­rística de fines del decenio de 1970 resultaba en primer lugar de la aplicación a largo plazo de una política basada primordialmente en las grandes empresas estatales. Casi todas las coo­perativas urbanas se convirtieron por entonces en empresas del Estado; las pequeñas se fusio­naron o se convirtieron en cooperativas en gran escala. En principio la gestión y organización de estas cooperativas en gran escala y de las empresas estatales no presentaban diferencias: unas y otras se administraban de acuerdo con

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212 Feng Lanriii

C U A D R O 2. Desglose del número total de aspirantes a un empleo en la provincia de Jiangsu en 1989 (estimación)

Categoría Cifras absolutas

(cientos de miles) Porcentaje del total

1. Personas desempleadas ya contabilizadas el año anterior

2. Graduados de la escuela secundaria superior en el año en curso

3. Empleados declarados supérfluos por las empresas

4. Personas puestas en libertad tras purgar una condena a la rehabilitación o a la reforma mediante el trabajo

5. Campesinos a quienes se han confiscado sus tierras

6. Diversos tipos de ex campesinos (incluidas las 200.000 personas enviadas al campo en el decenio de 1960 y posteriormente autorizadas a regresar a la ciudad)

7. Total

12

24

62

19

29

5

3

5

39

100

una planificación estatal (regional) unificada. Los doctrinarios de la época las denominaban «falsas cooperativas». La empresa privada, si­nónimo de capitalismo, estaba sujeta a restric­ciones e incluso prohibida. Hacia 1978 sola­mente 1 50.000 personas trabajaban para empresas de particulares, en comparación con el total de 1.260.000 de diez años antes, y esta fuente de empleo desapareció prácticamente. Así, la oferta de empleo generada por las coope­rativas y empresas de particulares se agotó casi completamente. En 1979 los establecimientos y entidades estatales eran básicamente las úni­cas fuentes de trabajo posibles. Pero estos esta­blecimientos sólo podían ofrecer un número li­mitado de puestos, lejos de los 15 millones de empleos necesarios al año. La división de los factores de la economía en unidades fue una causa importante del aumento excepcional del desempleo a fines del decenio de 1970. En la Tercera Conferencia Plenária de la Undécima Reunión del Comité Central celebrada en di­ciembre de 1978 se decidieron una serie de re­formas y una política general de apertura. La Conferencia decidió promover el comercio agrícola, atraer las inversiones extranjeras, ad­quirir tecnologías modernas y métodos de ges­tión de otros países y permitir el desarrollo de la economía privada. La Conferencia sobre M a n o de Obra y Empleo, celebrada en agosto de 1980, decidió reformar el sistema de gestión y organización de la m a n o de obra, sustituyen­do la acentuada centralización del sistema por una política de «triple integración». Esto con­tribuyó a mejorar la situación del empleo e in­

fluyó positivamente en la ampliación de la es­tructura del empleo. En lugar de dejar ejercer el monopolio de la oferta de trabajo a las empre­sas estatales, se han creado múltiples posibili­dades gracias a la propiedad colectiva, a la pro­piedad privada, a las empresas mixtas, etc. Los estrechos cauces del empleo se han ensancha­do. En el decenio comprendido entre 1979 y 1988 se resolvió el problema del desempleo pa­ra 78 millones de personas. Pero a partir del segundo semestre de 1988 la oferta de empleo tendió a contraerse, fenómeno que se agudizó considerablemente en 1989. Este paso de una tendencia expansiva a otra de contracción no constituía simplemente un ciclo histórico sino que presentaba nuevas características particu­lares. Si el gran aumento del desempleo de diez años antes se relacionaba con el monopolio de la oferta de empleo por parte de las empresas estatales, la nueva crisis actual no puede diso­ciarse del estancamiento de las posibilidades de empleo ofrecidas por el Estado.

La experiencia pasada muestra que las uni­dades de trabajo estatales tienen todavía gran importancia entre las múltiples fuentes de empleo que se han ido ampliando en los úl­timos diez años. Las cifras del Cuadro 3 mues­tran que alrededor del 60 % de los aspirantes a un empleo consiguen anualmente colocar­se en unidades de trabajo estatales. A partir del último trimestre de 1988, en que se apli­caron restricciones económicas, esta impor­tante fuente de empleo comenzó a dar mues­tras de debilitamiento c o m o consecuencia de las dificultades que afectaban a las empre-

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Estudio comparado de las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China 213

sas del Estado, y en 1989 se estancó en gran parte.

En ese último trimestre de 1988 las autori­dades del país aplicaron una política de restric­ción doble, y las empresas estatales tuvieron en general que hacer frente a dificultades vincula­das con la escasez de capitales, de materias pri­mas y de energía. La capacidad para ampliar la producción se había debilitado y las cifras de colocación experimentaron un descenso que duró dos años. En 1989 siguieron aplicándose las medidas de organización y consolidación y se logró contraer el mercado monetario, redu­cir la creación de bienes de capital, disminuir los gastos y controlar el aumento del total de los salarios. Respecto de la gestión de la fuerza de trabajo, se aplicó a las empresas estatales un plan uniforme de contratación mínima, conge­lación de puestos vacantes, selección y reduc­ción del personal7. U n a vez más se adoptó una organización sumamente centralizada con res­pecto a la m a n o de obra y el empleo. Según el plan de contratación establecido por el estado, con excepción de algunas nuevas unidades que gozaban de exoneraciones parciales y de otras en plena expansión, que podían contratar un número determinado de trabajadores, las e m ­presas estatales no estaban autorizadas a hacer contrataciones. Las vacantes producidas por razones naturales (jubilación o muerte de los trabajadores) no debían cubrirse. En cambio, las empresas debían informar de las reduccio­nes de personal al Ministerio de Trabajo, el cual les autorizaría a contratar a personal de conformidad con los objetivos establecidos. Es­tas dos medidas produjeron en general una pa­ralización de la oferta de empleo de las empre­sas estatales, calculándose que de este m o d o se suprimieron tres millones de puestos de traba­jo. Las otras dos medidas aplicadas, es decir la selección y reducción de personal, también contribuyeron a aumentar el desempleo.

La paralización de la oferta de empleo de las empresas estatales agravó considerablemen­te la crisis de desocupación. Examinemos aho­ra la situación de las empresas cooperativas y privadas c o m o fuentes de empleo.

En los últimos diez años las cooperativas urbanas, entre ellas las pequeñas empresas de las ciudades, habían contribuido en gran medi­da al esfuerzo por resolver el problema del e m ­pleo, situándose en este punto en segundo lu­gar, tras las empresas estatales.

Las cooperativas contrataron aproximada­mente el 30 % de las personas recientemente empleadas en las ciudades. Sin embargo la m a ­yoría de las creadas en los últimos diez años lo habían sido con el fin de dar trabajo a los de­sempleados. La inversión era pequeña y los equipos y locales tenían carácter precario. Las posibilidades de desarrollo o transformación de estas empresas eran reducidas. Hace algunos años el gobierno les concedió incentivos mone­tarios y fiscales que les permitieran desarrollar­se. Dada la contracción del mercado monetario en los últimos dos años, esas empresas han te­nido que hacer frente a las mismas «tres caren­cias» que las empresas estatales. Para colmo, una vez expirado el período de exoneración fis­cal, la carga impositiva y los costos se agrava­ron y las condiciones de pago se volvieron más difíciles. En 1989 las pequeñas empresas urba­nas hubieron de hacer frente a la medida urgen­te adoptada por el Banco Agrícola de imponer un crecimiento nulo del nivel de pagos. A prin­cipios del año el 70 % de las empresas pasaban ya por una situación de depresión y cientos de miles de pequeñas empresas urbanas habían te­nido que cesar en sus actividades. Solamente en la provincia de Hebei más de 1.200 socieda­des de las ciudades de Tangshan y Zhangjiakou y de la región de Lunzhou se habían visto obli­gadas a cerrar sus puertas. En la provincia de Jilin la inversión en las pequeñas empresas ur­banas fue un 41 % inferior a la del mismo pe­ríodo del año anterior. Al haberse interrumpi­do la creación de bienes de capital, el sector de la construcción decayó gradualmente y en el se­gundo semestre de 1989 más de dos millones de obreros de origen campesino regresaron a las zonas rurales. Es de prever que en 1989 y 1990 la capacidad de las cooperativas urbanas y de las pequeñas empresas de las ciudades pa­ra absorber la fuerza de trabajo habrá dismi­nuido considerablemente.

La proporción correspondiente a la empre­sa privada urbana en el conjunto de la econo­mía nacional ha sido siempre reducida. A u n ­que en los últimos diez años ha experimentado un crecimiento, sigue siendo poco importante, y además tampoco es estable. C o m o se des­prende del Cuadro 3, el número de personas contratadas por empresas privadas aumenta todos los años. En el decenio considerado, la aceleración máxima del ritmo de aumento se situó entre 1983 y 1985. La cifra más elevada

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214 Feng Lanrui

C U A D R O 3: Desglose del personal urbano empleado recientemente entre 1978

Año

1978 1979 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989

Desgl <

Fuerza de

trabajo urbana

274.9 688.5 622.5 534.3 408.1 406.5 449.7 502.3 431.6 411.7 422.6

ose por principales categorías je empleados (x 10.000)

Fuerza de

trabajo rural

148.4 70.8

127.4 92 66 68.2

123 150.2 166.5 166.8 159.9

Graduados de universidades.

escuelas secundarias,

escuelas profesionales y

escuelas técnicas

37.7 33.4 80

107.9 117.4 93.4 81.7 88.5 99.3

117.1 130.8

Otros

1

83.4 109.9 70.1 85.8 73.5 60.2 67.1 72.6 95.7

103.5 131

y 1988

Estructura del empleo

Unidades estatal

(x 10.000)

392 567.5 572.2 521 409.3 373.7 415.6 499.1 536.3 499.4 492.2

es

%

72 62.8 63.6 63.5 61.5 59.4 57.6 61.3 67.6 62.5 58.3

Unidades de propiedad colecti

(x 10.000)

152.4 318.1 278 267.1 222.3 Ï70.6 197.3 203.8 223.8 214 263.2

va

% (X

28 35.2 30.9 32.6 33.4 27.2 27.4 25 28.2 26.8 31.2

Empresas privadas

10.000)

17 49.8 31.9 33.4 84

108.6 110.7 33 85.7 88.9

%

0.19 0.55 3.8 5

13.4 15 13.6 4.2

10.7 10.5

Cifra de empleo total (x 10.000)

544 902 900 820 655 628.3 721.5 813.6 793.1 799.1 844.3

Nota: En el primer trienio del Séptimo Plan Quinquenal (1986-1988), cada año el 62,7 %del total de los empleados recientes ingresaban en unidades de trabajo estatales, el 28.7 % se integraba en unidades de trabajo colectivas y la empresa privada absorbía el 8.5 %. Fuente: «Anuario Estadístico de China de 1989». Los porcentajes anuales se calculan sobre la base de las estadísticas publicadas en el Anuario.

corresponde a 1984, año en que encontraron colocación en este tipo de empleos 1.068.000 personas, es decir, el 15 % del número total de nuevos empleos. En 1986 la proporción dismi­nuyó drásticamente al 4,2 %. Este porcentaje se ha incrementado nuevamente en los últimos dos años, en que las empresas privadas absor­bieron a más de 800.000 personas, es decir más del 10 % de los nuevos empleados, pero sin que se reprodujeran los niveles de 1984. Tras las medidas administrativas y de organización adoptadas en 1988, el sector de la empresa pri­vada, además de las dificultades propias deri­vadas de las «tres carencias», ha tenido que ha­cer frente a una presión de tipo político. En algunos lugares este sector ha debido soportar medidas sumamente enérgicas. Y a a fines de junio de 1989 el número de empresas privadas de carácter comercial e industrial había dismi­nuido en relación con el año anterior. El plan propuesto a principios de año de colocar en es­te tipo de empleos a unas 700.000 personas que buscaban trabajo no llegó a materializarse. Hay pocas esperanzas de que los próximos tres años de aplicación de las medidas administrativas y de consolidación sirvan para que esos centena­

res de miles de personas puedan encontrar tra­bajo en las empresas privadas.

C o m o acabamos de demostrar, la contrac­ción general de la oferta de empleo ha sido una de las causas principales de la crisis.

Transformaciones de la estructura industrial: cuarta comparación entre los factores determinantes de a m b a s crisis

En esta sección vamos a examinar las causas de las dos grandes crisis de desempleo desde el punto de vista de las transformaciones de la es­tructura industrial. Debemos considerar dos aspectos de esa estructura: 1) el sector indus­trial; no se analizará la agricultura, ya que la influencia de este sector en el empleo urbano es bastante reducida; 2) el sector terciario. E m p e ­zaremos por examinar la influencia de la es­tructura industrial en la primera de las dos grandes crisis de desempleo.

C o m o ya se ha indicado, la amplia oferta de empleo de hace diez años dependía directa­mente de la estructura industrial. Esta no sólo

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Estudio comparado de las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China 215

condicionaba las estructuras de empleo, sino también sus niveles. China no estaba dotada de una estructura industrial racional. La industria pesada recibía una atención desproporcionada en comparación con la industria ligera, lo cual le aseguraba un crecimiento automático. La in­versión en la industria pesada no permite ab­sorber la cantidad de m a n o de obra que podría emplear la industria ligera con la misma inver­sión. El carácter sumamente atrasado de las empresas con alto coeficiente de m a n o de obra, del sector del abastecimiento y de otros servi­cios ha limitado las posibilidades de la econo­mía china para absorber m a n o de obra, factor éste de importancia en la crisis de desempleo de 1979. E n mi artículo de 1982 m e referí a esta situación en detalle*, por lo que no he de volver sobre este tema en este trabajo.

El ajuste de las estructuras industriales, con miras a mantener el crecimiento de la econo­mía, representó un importante factor de las re­formas de la organización económica en 1979. Tras muchos años de arduo trabajo, durante el Sexto Plan Quinquenal se obervó cierta mejo­ría estructural en los diversos sectores de la economía nacional y en el sector terciario. El porcentaje de la inversión, la producción y la m a n o de obra de la industria ligera resultó su­perior al de cualquiera de los cinco años ante­riores (véase Cuadro 4). U n cambio similar se produjo en el sector terciario. En este sector se alcanzaron, en cuanto a inversión, valor de producción y m a n o de obra, un mayor número de objetivos que en cualquiera de los cinco años precedentes (véase Cuadro 5). El mejora­miento de la estructura industrial fue m u y re­ducido, pero aun así ayudó considerablemente a superar la crisis de desempleo de 1979.

Sin embargo, en la segunda mitad del dece­nio de 1980, es decir durante el resto del Sépti­m o Plan Quinquenal no se registró ninguna nueva mejora; por el contrario, surgieron una serie de dificultades nuevas.

En primer lugar, aparecieron nuevos pro­blemas relacionados con la estructura indus­trial. La industria manufacturera se desarrolla­ba a demasiada velocidad. Concretamente, las industrias manufactureras pesadas mantuvie­ron un ritmo de desarrollo m u y rápido durante todo el decenio. Gracias a ello este sector se convirtió en el más pujante de toda la industria pesada, seguido por el de las materias primas. La industria minera era el que presentaba el

ritmo de desarrollo más lento. Ello originó gra­ves desequilibrios dentro del sector de la indus­tria pesada. En 1988, el valor de la producción de ésta fue de 7.704.530.000.000 de yuanes, es decir el 50,73 % del valor de producción total de la industria. La industria manufacturera pe­sada arrojó un valor de producción de 3.858.51O.OOO.OO0 de yuanes, es decir más del 50 % del valor de la producción total del sector de la industria pesada; el valor de la produc­ción correspondiente al sector de las materias primas fue de 2.972.080.000.000 de yuanes, o sea el 38,57 % del total; y el correspondiente a la industria minera, de 873.490.000.000 de yuanes, representaba el 11,34% del total. La industria manufacturera dejaba bastante reza­gada a las industrias minera y de materias pri­mas, debilitando de esta manera los ya frágiles vínculos entre estos sectores y agravando aún más los desequilibrios de la estructura indus­trial.

En segundo lugar, los sectores del comercio, la vivienda y los servicios de abastecimiento, así c o m o otras actividades de servicios del sec­tor terciario, comenzaron a desarrollarse con bastante rapidez. Sin embargo, las comunica­ciones y el transporte, las telecomunicaciones y la banca no consiguieron salir de su atraso. Las deficiencias en los sectores de las comunicacio­nes y el transporte, la energía y las materias pri­mas originaron un atolladero que frenó el desa­rrollo de la economía de China en su conjunto. En el decenio de 1980, la parte correspondiente al sector terciario en el total de la producción nacional fue superior a la de los decenios ante­riores (véase Cuadro 5); sin embargo, se produ­jeron graves desequilibrios estructurales den­tro del propio sector terciario.

Resultado de los graves desequilibrios de la estructura industrial para todas las empresas industriales del país fueron las «cinco caren­cias», de carbón, electricidad, materias primas, transporte y financiación, que afectaron el de­sarrollo de la economía nacional.

En el tercer trimestre de 1988 se impusieron restricciones económicas encaminadas a c o m ­batir un nuevo ciclo inflacionista. En 1989 se adoptaron nuevas medidas para reducir la m a ­sa monetaria, moderar la demanda y vigilar la adquisición de bienes y materiales. Aunque es­tas medidas contribuyeron a aminorar un poco la inflación, la contracción de la demanda dio también lugar a una contracción de la oferta y

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216 Feng Luiinii

el problema del desequilibrio entre ambos fac­tores quedó sin resolver. El resultado fue el des­censo de la producción; el índice de crecimien­to de la producción industrial en 1989 fue del 0,9 %, y en octubre de 1989 y enero y febrero de 1990 fue incluso negativo9.

Este descenso de la producción industrial trajo aparejada la pérdida de varios millones de empleos.

E n el segundo semestre de 1989 la contrac­ción de la economía se manifestó en una depre­sión del mercado. Las ventas disminuyeron y comenzaron a acumularse las existencias de bienes. Las empresas, con escasos recursos fi­nancieros, funcionaban por debajo de su capa­cidad. Las interrupciones totales o parciales de la producción se hicieron m á s frecuentes, se re­dujo el salario de muchos miembros del perso­nal y, aunque conservaban su empleo, perma­necían inactivos. Las empresas se retrasaron en sus pagos recíprocos y ello originó un círculo vicioso.

El sector terciario sufría asimismo los efec­tos de la depresión. El turismo internacional, las tiendas, los hoteles y los restaurantes sufrie­ron un bajón en sus actividades y se abandonó

la creación de bienes de capital. En 1989 se in­terrumpieron o aplazaron 18.000 proyectos de construcción en todo el país. El 57,1 % de la primera tanda de 1.018 empresas disueltas por las autoridades centrales lo fueron por proble­mas de circulación de bienes y de capital. El programa de reforma administrativa y de con­solidación produjo el cese de muchas activida­des comerciales privadas. D e las empresas co­merciales e industriales de particulares existen­tes a fines del año anterior, dejaron de existir 2.184.000 en el primer semestre de 1989 y el sector perdió más de tres millones de puestos de trabajo. En 1989 había 900.000 empresas privadas urbanas menos que a fines del año an­terior (cifras dadas por la Oficina Nacional de Estadística hasta el 21 de febrero de 1990). En realidad esa cifra era superior.

En lo que atañe a las causas relacionadas con la estructura industrial, la crisis de 1989 difería de la crisis anterior en que: 1) diez años antes la estructura industrial se caracterizaba principalmente por el desequilibrio entre la in­dustria ligera y la pesada, ya que la primera se hallaba gravemente rezagada con respecto a la segunda. La crisis actual deriva principalmente

C U A D R O 4. Comparación entre la industria ligera y la industria pesada en función de la inversión, el valor de la producción y la fuerza de trabajo

Año

Media del Quinto

Plan Quinquenal

Media del Sexto

Plan Quinquenal

Media del Séptimo Plan Quinquenal

1976 1977 1978 1979 1980

1981 1982 1983 1984 1985

\

1986 1987 1988

Porcentaj ede las inversiones

Industria ligera

12,60

12.86 11.08 10.70 11.90 18,46

15,61

20,08 17,82 13,73 12,42 14,21

14,62

15,47 14,52 14,15

Industria pesada

87.40

87,64 88,91 89.30 88.08 81.53

84,84

79,92 82,18 86,27 87,58 85.79

85.38

84.52 85,48 85,85

Porcentaje del valor de producción

Industria Industria ligera pesada

44.15 55.85

43,72 56.28 43,72 56,28 42,70 57,30 43,12 57,96 46,95 53,04

50.04 49,96

51.50 48,57 50.48 49,52 49,64 50,36 49,56 50,44 49,59 50,41

47,85 52,15

46,50 53,49 46.79 53,21 49.27 50,73

Porcentaje de la fuerza de trabajo

Industria Industria ligera pesada

37,85 62,13

39,73 61,27 36,14 63,86 36.44 63,56

39,10 60.89

41,06 58.94

40,93 59.07 41,29 58.71 41,13 58.87 41,03 59.97 40.92 59,09

41.65 58.13

41,39 58.59 41,99 58.00 42,11 57,88

frota: Las cifras consignadas en el cuadro se han calculado sobre la base de los datos publicados en el Anuario Estadístico de China.

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Estudio comparado de las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China 217

C U A D R O 5. Inversión,

Año

Media del Quinto Plan Quinquenal

1976 1977 1978 1979 1980

Media del Sexto Plan Quinquenal

1981 1982 1983 1984 1985

Media del Séptimo Plan Quinquenal

1986 1987 1988

P N B y m a n o de obra

Inversión

Industria primaria

13.7

12.38 15.5 11.78 9.5 9.85

6.58

9.3 7.5 6.53 5.50 4.11

3.62

3,72 3.73 3.4

%'

Industria secundaria

52.6

61.61 61.86 59.2 41.41 51.32

47.2

48.8 46.9 49.23 47.5 43.6

51.45

46.78 52.0 55.6

Industria terciana

33,7

26.1 22,6 24,0 30,7 40,24

47,14

41,9 44,5 44,2 45,0 45,4

45,75

49.5 44,3 41,0

PNB%2

Industria primaria

21,9

25,15 20,8 28,4 31,5 30,4

32,56

32,4 33,9 33,8 33.0 29,7

27,97

28,4 28,2 27.3

Industria secundaria

69,5

68,34 69,8 48,6 47,9 49,0

45,7

47,3 45,9 45,5 44.6 45.1

46,57

46.4 46.3 47.0

M a n o de obra %}

Industria terciana

8.6

8.5 9.4

23.0 20.6 20.6

21,5

20,4 20,0 20,3 21,9 24,9

25,5

25,3 25,6 25,7

Industria primaria

71.96

75.8 74.5 70.7 69.9 68.9

66.1

68.2 68.36 67.2 64.2 62.5

22.4

61,1 60.1 59.5

Industria secundaria

16.66

14.5 14.8 17.6 17.9 18.5

19.5

18.6 18.7 19.0 20.0 21.1

60.2

TT |

22.5 22.6

Industria terciana

11.38

9,7 10.7 11.7 12.2 12.6

14.4

13.2 13.0 13.8 15.8 16.4

17.37

17.0 17.6

1. Calculado sobre la base de los datos que figuran en la página 105 del Anuario Estadístico de China de 1989. 2. Las cifras anteriores a 1987 representan la producción total de la sociedad en su conjunto, calculada sóbrela base

de los datos indicados en la página 4 4 del Anuario Estadístico de China de 1989. Las cifras posteriores a 1978 se calculan sobre la base de los datos que figuran en la página 28 de dicho anuario.

3. Calculado sobre la base de los datos que aparecen en la página 105 del Anuario Estadístico de China de 1989.

del enorme atraso de las industrias de la ener­gía, las comunicaciones, la minería, las mate­rias primas y otras actividades básicas, que han obstruido y frenado el desarrollo de la econo­mía nacional. 2) Las medidas administrativas y de organización han repercutido en el mercado del consumidor de manera demasiado intensa y repentina. La depresión del mercado genera necesariamente un discurso de la producción de bienes de consumo. A su vez, la disminución de la producción de bienes de consumo dificul­ta la venta de materiales de producción, los fondos no circulan y la producción se desplo­m a . Decenas de miles de empresas de grande y mediano tamaño terminaron suspendiendo to­tal o parcialmente la producción. N o sólo eran incapaces de absorber nueva m a n o de obra, si­no que hasta el personal empleado permanecía inactivo. 3) La crisis de desempleo se produjo en circunstancias paradójicas en las que, por una parte, la demanda general superaba a la oferta global y, por otra, la debilidad del mercado hacía que se acumularan los bienes. Esta situación de coexistencia de penuria y excedentes explica la dificultad de superar la crisis actual.

Un nuevo enfoque para superar la actual crisis de desempleo

Las características de la crisis de desempleo que se inició en 1989 difieren de las de la crisis anterior; el número de desempleados es mayor, su extracción social es más compleja, la crisis tendrá una duración más prolongada y será más difícil de superar. La situación general es m á s sombría que la de hace diez años.

En primer lugar, hay un mayor número de desempleados, y sus antecedentes son m á s complejos.

¿Cuántas son exactamente las personas afectadas por la actual crisis de desempleo? N o se dispone de cifras exactas. Las personas ac­tualmente sin trabajo pueden dividirse a gran­des rasgos en las siguientes categorías: 1. En la primavera de 1989, se calculaba en

10,5 millones el número de jóvenes que bus­caban trabajo en las ciudades. A fines del año tres millones lo habían encontrado, mientras que 7,5 millones seguían desocu­pados. Por sí solo, este grupo sitúa ya el índi­ce de desempleo en más del 3,8 %.

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218 Feng Lannti

2. En 1989, se estimaban en un millón las per­sonas «recientemente declaradas excedentá­rias» (estas cifras se refieren al personal e m ­pleado temporalmente por empresas estata­les, cooperativas y empresas privadas)10.

3. En 1989, las empresas funcionaban por de­bajo de sus capacidades y muchas suspen­dieron parcial o totalmente su producción. En noviembre había en el país aproximada­mente 25.000 empresas que no trabajaban y unos cuatro millones de empleados inacti­vos. La mayoría de estas personas cobraban un salario parcial, pero en realidad eran se-midesempleados. Estos tres grupos representaban 12,5 millo­

nes de personas, a las que hay que sumar las que se encuentran en otras dos situaciones. U n a es la del llamado «personal de reserva» de la empresa. Los economistas estiman que son entre 1.5 y 2 millones las personas en esta situa­ción de desempleo encubierto. La segunda ca­tegoría es la de la enorme masa itinerante de m a n o de obra (peones que trabajan en proyec­tos de obras públicas). Se trata de los trabajado­res llegados de las zonas rurales y contratados c o m o obreros de reserva. En este grupo se in­cluyen los campesinos que, emigrados a la ciu­dad años antes, encontraron empleos tempora­les y luego se quedaron sin trabajo y los jóvenes que dejan el campo por primera vez para bus­car un empleo. El grupo, bastante importante, puede representar a veces 100.000 o hasta un millón de personas que se desplazan por las grandes ciudades y las zonas costeras; de ahí que se les pueda llamar «desempleados itine­rantes». Si estas personas se incluyeran en las estadísticas de desempleo, las cifras resultarían bastante alarmantes.

Si analizamos simplemente la composición de la masa actual de desempleados con arreglo a las tres categorías citadas, la situación es m u ­cho más compleja que la de hace diez años. C o n la excepción de los jóvenes instruidos, los recientemente declarados excedentários y los empleados inactivos de hoy tienen más edad, mantienen una familia y asumen unas responsa­bilidades y no pueden contar con sus mayores. El obrero de origen campesino que regresa a las zo­nas rurales tras haberse quedado sin trabajo en la ciudad descubre que las tierras disponibles no abundan. Incapaz de encontrar otro trabajo, pasa por largos periodos de vagabundeo y se convierte en un factor de inestabilidad social.

La segunda diferencia estriba en la duración de las crisis de desempleo.

La crisis actual, que se inició en 1989, va a tener una duración mayor. La de 1979 se resol­vió en tres años, mientras que en el caso actual serán necesarios cinco. Las razones son las si­guientes: En primer lugar, los diez años de cre­cimiento excepcional de la fuerza de trabajo fueron el resultado de los diez años de la explo­sión demográfica ( 1968-1977) ocurrida 16 años antes. Esto es algo perfectamente evidente. Sin embargo, el aumento de la población en los úl­timos cinco años fue ligeramente inferior al del primer quinquenio. Entre 1968 y 1972 la po­blación experimentó un incremento anual de 21.606.000 habitantes. Entre 1973 y 1977 ese incremento fue de 15.612.000 personas, lo que significa que el crecimiento natural de la fuerza de trabajo no descenderá al nivel de hace cinco años hasta después de 1992. Sólo entonces po­drá observarse una reducción del número de desocupados resultantes del fuerte crecimiento demográfico. La segunda razón estriba en la di­ficultad para eliminar uno de los factores de la crisis de desempleo, a saber, el desequilibrio de la infraestructura industrial. En los dos últimos años se han estado aplicando medidas adminis­trativas y de consolidación. Las decisiones de la autoridad central seguirán poniéndose en práctica durante tres años más. Si en estos tres años se logra también ajustar la estructura eco­nómica, es probable que el índice de desempleo disminuya. Si no, la crisis se prolongará.

El último factor, el más importante, es el ritmo de crecimiento económico. U n creci­miento económico sostenido es fundamental para acabar con el alto nivel de desempleo. Si se consigue reducir suficientemente la masa monetaria y se activa el mercado de m o d o que la economía pueda superar rápidamente la crí­tica situación actual, es posible que el índice de desempleo disminuya en los próximos tres a cinco años; de lo contrario, su nivel actual se mantendrá.

En tercer lugar, debemos señalar la dificul­tad para superar la crisis de desempleo.

C o m o es sabido, la solución de esa crisis de­pende de la combinación de varios factores. Entre ellos el fundamental es el desarrollo eco­nómico, que es lo único que puede producir un aumento sustancial de la demanda de m a n o de obra. En este punto las condiciones de hace diez años eran más favorables que las actuales.

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Estudio comparado de las dos crisis de desempleo del pasado decenio en China 219

El crecimiento excepcional del desempleo que se inició en 1989 se produjo en el marco de una economía deprimida. La economía de la Repú­blica Popular había experimentado por prime­ra vez en diez años un crecimiento negativo que trajo aparejada la disminución de la de­manda de m a n o de obra. Se había previsto que en los primeros meses del año se podría procu­rar trabajo a 4,5 millones de personas, pero las previsiones nunca se cumplieron. A fines de noviembre la cantidad de empleados se había reducido en más de 400.000 en relación con los años anteriores. Los próximos tres años serán un período de austeridad económica y de apli­cación de medidas administrativas y de conso­lidación; las inversiones en capital fijo seguirán disminuyendo y la demanda de m a n o de obra menguará en consecuencia; continuará aumen­tando el número de empresas que cierran sus puertas o suspenden sus actividades, y habrá cada vez más empresas improductivas y e m ­pleados inactivos. Las cooperativas atravesa­rán dificultades aún más graves. Seguirá dismi­nuyendo el número de empresas privadas e in­dividuales; la lentitud cada vez mayor del ritmo de desarrollo dificultará la solución de la crisis de desempleo.

Un nuevo enfoque en un nuevo contexto

El anterior análisis muestra que la actual crisis de desempleo es mucho más grave que la de hace diez años y obliga a adoptar un nuevo en­foque y a buscar nuevas soluciones para supe­rarla.

Este nuevo enfoque se orienta según dos perspectivas: la del empleo y la del desempleo.

Desde la perspectiva del desempleo: 1. Hay que reconocer que en China existe des­

empleo y que este fenómeno puede prolon­garse. Lo que hay que tratar de determinar es qué índice de desempleo resulta acepta­ble. ¿Sería en condiciones normales soporta­ble para la sociedad un 30 % de desemplea­dos?

2. Es menester establecer medios para la ges­tión de los problemas del desempleo y ela­borar una primera serie de instituciones, le­yes y reglamentaciones; el gobierno debe crear instituciones encargadas de gestionar esos problemas y velar porque esos procedi­mientos y reglamentaciones se apliquen. Por el momen to , lo más urgente, es llevar un

registro de los desempleados y concebir un sistema de indemnización que les garantice la satisfacción de sus necesidades elementa­les.

3. Se debe impartir gradualmente una capaci­tación profesional y establecer redes de in­formación y una orientación profesional más eficaz.

4. Es necesario prever un sistema de subsidios. Por conducto del sistema de asistencia so­cial (función que normalmente incumbe al Ministerio de Administración Civil), debe prestarse ayuda a las personas que lleven largo tiempo desempleadas, es decir aque­llas cuyos subsidios de desempleo hayan ce­sado y que no hayan podido encontrar tra­bajo. Es también necesario crear las institu­ciones pertinentes y dictar las leyes adecuadas. Desde la perspectiva del empleo el nuevo

enfoque debe prever cuatro transformaciones principales: 1. Transformación de los objetivos en materia

de empleo. En lugar de tratar únicamente de colocar a individuos en empleos, se deberá perseguir el doble objetivo de resolver el problema del desempleo y, al mismo tiem­po, mejorar los resultados económicos. Hay que renunciar a conseguir el pleno empleo a costa de la productividad, c o m o hasta ahora se ha hecho.

2. Transformación de la política de empleo. La política de triple integración debe sustituir­se por una política de empleo competitiva, caracterizada principalmente por el desplie­gue de las fuerzas del mercado. Para lograrlo es necesario adoptar medidas encaminadas a establecer un mercado de trabajo regulado sobre bases macroeconómicas.

3. Transformación de los mecanismos de e m ­pleo. En armonía con la transformación de la política, debe sustituirse la atribución ofi­cial de empleos por la distribución regida por las fuerzas del mercado y el control m a ­croeconómico directo del gobierno por la re­gulación indirecta. El resultado de esta transformación será la creación de un autén­tico mercado de trabajo. El gobierno debe permitir la libre circulación de la m a n o de obra e introducir reformas en la estructura salarial de m o d o que los salarios se convier­tan en una palanca reguladora del mercado de trabajo.

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220 Fcnn Lain ni

Transformación de la fuente principal de empleo. Ello entraña la transformación del régimen de propiedad estatal en una econo­mía basada en la propiedad colectiva y pri­vada. Es necesario esforzarse en desarrollar intensamente la actividad colectiva, indivi­dual y privada para crear las condiciones que permitan absorber un gran volumen de m a n o de obra. Al mismo tiempo habrá que transformar las empresas estatales e incor­porarlas al mercado bursátil, con lo que se beneficiarían de la vitalidad del desarrollo y se fomentaría el empleo.

H e m o s tratado aquí de hacer un esbozo m u y sencillo de un enfoque capaz de superar la crisis de desempleo. El empleo es un tema m u y complejo que exige reformar una serie de siste­mas interrelacionados con vistas a la solución de un gran número de problemas conexos, ela­borar un conjunto de leyes, instituciones y pro­cedimientos y adoptar las medidas adecuadas. D e todos modos, lo primero es resolver el pro­blema de cuál es el enfoque correcto para abor­dar la cuestión del empleo.

Traducido del chino

Notas

1. La cifra de 10,5 millones admite dos explicaciones; según la primera, esta cifra abarca el total de puestos de trabajo que se necesitaban en las ciudades y aldeas en 1989 (véase Wen Huí Bao. 20 de junio de 1989): según la otra, se refiere al número de jóvenes candidatos a un empleo en las ciudades y aldeas en ese año (véanse los comentarios en Zhongguo Laodong Bao. 24 de agosto de 1989). La autora de este artículo opta por la segunda explicación.

2. El índice de desempleo citado en el presente artículo corresponde al «índice de aspirantes a un empleo» que aparece en el Anuario Estadístico de China, basado en el siguiente método de cálculo: Desempleo = número de desempleados urbanos / número de personas empleadas por la comunidad urbana + Número de desempleados urbanos.

Según el método de cómputo chino, el número de desempleados resulta de la diferencia entre el número de aspirantes a un empleo en un año determinado y el número de personas efectivamente empleadas ese año.

3. En septiembre de 1989 había en todo el país 25.000 «empresas perezosas» con cuatro millones de

«empleados poco activos», que representaban aproximadamente el 4 % de todas las personas empleadas.

4. Rennün Ribao. 14 de junio de 1989.

5. En la provincia de Jiangsu 2.270.000 personas consiguieron empleo entre 1979 y 1988, es decir a razón de 227.000 por año de ese decenio.

6. En 1988 la producción total de las empresas municipales y comunales fue de 649.600 millones de yuanes chinos, equivalente al 24 % del producto nacional correspondiente a ese año. lo que representaba para el estado 31.000 millones de yuanes chinos de impuestos, o sea el 13 % del total de los ingresos fiscales del país en ese año, y un ingreso en divisas de 8.020 millones de dólares de E E . U U .

7. En la «contratación mínima» se tiene en cuenta el número total; según la reglamentación vigente, sólo pueden contratar obreros las empresas recién creadas y desarrolladas con arreglo al plan del estado, las demás no están autorizadas a hacerlo, «Congelar los puestos vacantes» significa no permitir a las antiguas empresas llenar las vacantes que se produzcan de manera normal. Por

«seleccionar» se entiende separar y despedir a los trabajadores empleados de forma no conforme con el plan, en especial los obreros de origen campesino. «Reducir el personal» significa separar de sus puestos a los empleados excedentários de las empresas, sin por ello considerarlos desempleados en la sociedad.

8. Véase 1 ) mi artículo «Sobre los factores que influyen sobre el empleo en nuestro país». Remain Ribao, 16 de noviembre de 1981. y 2) «Desempleo urbano en China». Las ciencias .sociales en China, n ú m . 1. 1982. Beijing.

9. Cifras publicadas por la Oficina Nacional de Estadística. En octubre de 1989. la producción industrial total disminuyó en un 2,1 % en relación con el mismo período en el año anterior. En enero de 1990, el total de la producción industrial se redujo en un 6.1 % en relación con el m i s m o período del año anterior. En enero y febrero de 1990. la producción industrial total disminuyó en un 0.9 % en relación con el mismo período del año anterior.

10. «Investigaciones sobre la estrategia del desarrollo del trabajo y del empleo». Ciencias del Trabajo Chinas, n ú m . 1. 1990.

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La reconstrucción empírica en las ciencias sociales: consideraciones teóricas y críticas

Jacques Hamel

Introducción

Las dificultades que actualmente se reconocen a los métodos clásicos de acopio de datos en ciencias sociales, tales c o m o las encuestas esta­dísticas, han despertado de nuevo el interés por los métodos de observación directa o participa­tiva. Estos métodos se pueden definir breve­mente c o m o una investigación de campo cuyo objetivo es reconstituir un objeto o caso social en sus propiedades empíri­cas. En opinión del antro­pólogo Maurice Godelier, la observación participati­va se puede considerar co­m o «la inmersión prolon­gada en las relaciones so­ciales locales, el descenso en el pozo. Sólo a partir de las informaciones recogi­das por un observador en el seno de un pequeño grupo social se construyen las teo­rías antropológicas... (con miras a) reconstruir una ló­gica social global»1.

En otros términos, la observación local de las relaciones sociales permite llegar a la «lógi­ca social global» mediante una teoría cuya ex­plicación es válida de m o d o general o global en razón de las cualidades de rigor y profundidad de esta observación, puestas precisamente de relieve por el planteamiento metodológico que ha regido su definición. Este planteamiento metodológico ha predominado en antropología hasta el punto de caracterizar a esta disciplina con respecto a la sociología y a las otras cien­cias sociales. El uso de este planteamiento en

Jacques Hamel es investigador y profe­sor en el Departamento de Sociología de la Universidad de Montreal (C.P. 6128. Succ. A . Montreal. Quebec, Ca­nadá, H 3 C 3J7). Sus trabajos tratan de metodología, economía, análisis de la técnica y teoría sociológica de la transi­ción. Dirige en la actualidad dos inves­tigaciones de campo relativas a la eco­nomía francófona en Quebec y a la «generación del 68».

esta disciplina es, en más de un aspecto, obliga­torio por su propio objeto: las sociedades exóti­cas o rurales donde escasean las fuentes manus­critas y resulta m u y complicado aplicar el cues­tionario. L a investigación de c a m p o , la observación directa y el contacto prolongado con informantes de primera calidad allanan las dificultades inherentes a este contexto. Las vir­tudes de este planteamiento metodológico e m ­piezan a ser reconocidas para los fines de la ex­

plicación de las sociedades modernas. D e esta manera la antropología ha irrumpi­do en los estudios de los medios urbanos e indus­triales capitalistas; en estos casos, el uso de la observa­ción favorece la aplicación de nuevos enfoques. Al fi­nal de una conferencia pro­nunciada en un coloquio sobre «la situación actual y el porvenir de la antropolo­gía en Francia», Maurice Godelier presentó esta perspectiva c o m o un reto

en los términos siguientes:

«Estimamos que ya es hora de que algunos de nosotros se dediquen a una antropología de la empresa capitalista, de las formas de control social que en ella imperan, de las representacio­nes que tienen las diferentes partes sociales de la empresa... Se nos podría objetar que ésta no es tarea de antropólogos; pero la antropología es ante todo un método y no se limita a ninguna esfera determinada. Penetrar en la empresa pa­ra observar directamente lo que en ella ocurre y no captarla desde fuera mediante cuestionarios

RICS 127/Marzo 1991

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y encuestas estadísticas, es tarea que puede rea­lizar la antropología y eso basta para justificar este proyecto en el plano científico»2.

Aunque el objetivo de la antropología de ga­nar terreno a costa de la sociología es justo y leal, hay que destacar las cualidades conferidas a la observación participativa desde el punto de vista de su fecundidad respecto de la reco­lección de información y de la transición de lo local a lo global que caracteriza perfectamente este planteamiento metodológico. En el presen­te artículo se pretende precisamente discutir las virtudes y las dificultades vinculadas con la recolección de informaciones por vía directa, cuya construcción funcional permite la transi­ción de lo local a lo global, sin la menor velei­dad polémica hacia la antropología. Se analiza­rán estos problemas y virtudes a la luz del método de intervención sociológica de Alain Touraine que, a nuestro juicio, se puede consi­derar, con toda razón, c o m o un prototipo de este planteamiento participativo en sociología y que resume a la perfección sus dificultades. Los medios de resolver las dificultades que se reconocen en la intervención sociológica refle­jan los debates actuales de la epistemología del conocimiento cualitativo, cuyo horizonte esta­rá determinado en estas páginas por los recien­tes trabajos de Gilles-Gaston Granger y A n ­thony Giddens. En la parte final de este artícu­lo, una investigación de campo llevada a cabo en la perspectiva de la antropología industrial ya mencionada por Maurice Godelier permiti­rá plantear de manera concreta los problemas de la observación participativa y los medios de resolverlos o, según los términos más generales a los que aquí se dará prioridad, del estudio de casos.

El método de intervención sociológica

En el contexto de los recientes debates que han puesto en tela de juicio los métodos estadísti­cos y de encuestas por cuestionario, la defini­ción del método de intervención sociológica es indudablemente oportuna y fecunda. Desde es­te punto de vista, hay que reconocer a Alain Touraine el mérito de haber presentado c o m o un reto a la sociología un método de investiga­ción directa cuya determinación se remite pro­gresivamente a la observación participativa y a

la dinámica de grupo. Este método se puede describir brevemente «como un proceso inten­so y detallado durante el cual algunos sociólo­gos inducen a los actores de un conflicto a ha­cer un análisis de su propia acción. Este proceso supone una serie de etapas que consti­tuyen la historia de la investigación»1. En resu­midas cuentas, la intervención sociológica tie­ne lugar en el seno de un grupo de militantes de una acción colectiva que, en compañía de sus aliados y adversarios, hacen su análisis a peti­ción y bajo la dirección de un equipo de soció­logos que adhieren a la teoría de los movimien­tos sociales. Durante los encuentros se invita a los participantes a situarse en el marco de las perspectivas de análisis suscitadas y alimenta­das por los investigadores quienes, desde un co­mienzo, se fijan el objetivo de frenar las presio­nes ideológicas y el juego político con objeto de alcanzar el «nivel más elevado al que puede lle­gar la acción considerada»4. U n a vez determi­nado este sentido supremo, con la ayuda del equipo de investigadores y con la participación directa de los protagonistas de una acción so­cial conflictiva, se puede definir y movilizar una línea de acción política con miras a resol­ver el conflicto, a eliminar las resistencias y oposiciones entre los actores sociales. La preci­sión del sentido supremo de la acción social y de la línea política que de él se desprende para los fines de la solución del conflicto se c o m ­prueba en la segunda etapa de los debates en que. con este objeto, los participantes se adhie­ren a las hipótesis presentadas por el equipo de investigadores. Si se logra esta adhesión, se puede comprobar el valor del autoanálisis y del sentido que de él se desprende a su término, y aplicar así directamente sus virtudes al movi­miento social.

En diversos aspectos, el método de inter­vención sociológica es pariente cercano de la observación participativa de los antropólogos, más allá de su intención propiamente política de resolver un conflicto social. Según la defini­ción propuesta por Maurice Godelier de la ob­servación participativa, este aspecto interven­cionista también figura en ella, pero en menor grado. Sin perder de vista este aspecto, no lo incluiremos en el presente estudio crítico del método de intervención sociológica, en el que se insistirá m á s bien en sus virtudes y en sus dificultades propiamente metodológicas. Este estudio crítico, por severo que pueda parecer.

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no le quita oportunidad y fecundidad, y, a nuestro juicio, los problemas detectados resu­m e n las dificultades de la relación entre teoría y práctica propias de la sociología, que Alain Touraine ha definido en términos que las po­nen claramente de manifiesto.

C o n fines de autoanálisis, el método de in­tervención sociológica requiere la participa­ción de los protagonistas de un movimiento so­cial, reconstituido a escala reducida por la composición del grupo de participantes que aquí se define como representativa, ya que «ca­da grupo ha sido construido a partir de una re­presentación teórica del conflicto tan completa y diversificada c o m o sea posible»5. A d e m á s del aspecto propiamente militante que interviene en la selección de los participantes involucra­dos en la intervención sociológica, ¿cuáles son el carácter y el rango de esta representatividad? ¿Refleja estrictamente una selección de perso­nalidades altamente calificadas para los fines del autoanálisis de la acción social? Este pro­blema es de envergadura ya que la reunión de estos militantes tiene por objeto recrear nada menos que un movimiento social en su mate­rialidad histórica y social. El grupo o taller, por sus debates, se considera aquí c o m o «la figura del movimiento, con sus múltiples significados y sus configuraciones m á s o menos estables»6. La definición de la composición del grupo de militantes, de sus aliados y adversarios deter­mina, en primer lugar, el valor del autoanálisis que ocurre dentro de él. Importa señalar que la constitución del grupo debe poner de manifies­to los diversos conflictos de un movimiento so­cial y, con este fin, este grupo se define en con­cordancia con una representatividad teórica de este conflicto, «una imagen que se forjan los sociólogos de un problema o de un debate»7. Esta elección de los protagonistas, que determi­na el éxito o el fracaso de la intervención socio­lógica, depende del equipo de investigadores que debe solucionar los problemas de la repre­sentatividad y de la dinámica del grupo. Estas responsabilidades fundan incontestablemente un primer poder que el equipo de sociólogos di­fícilmente podría ignorar.

La aclaración del sentido supremo de la ac­ción social plantea graves problemas. E n efec­to, este sentido se adquiere al final del autoaná­lisis del grupo mediante la conversión de los participantes a las hipótesis esbozadas y pro­puestas por un miembro del equipo de investi­

gadores, el analista, durante los debates. Ahora bien, el valor de este sentido no depende en m o d o alguno del rigor manifestado por el ana­lista en la elaboración de estas hipótesis, que podrían explicar desde un punto de vista socio­lógico y resolver desde un punto de vista prácti­co (o político) los términos de los conflictos; en realidad, deriva de que los participantes en la intervención sociológica suscriben este senti­do. La definición o manifestación de este senti­do supremo no descansa sobre bases metodoló­gicas sino que se establece por una rigurosa conversión de los participantes a las hipótesis del equipo de sociólogos que, por lo demás, preside y maneja la dinámica de esta conver­sión. El equipo de investigadores dispone así de un segundo poder que, a todas luces, puede aprovechar para establecer la validez de las hi­pótesis que ha elaborado.

Sin embargo, la crítica del método de inter­vención sociológica no puede reducirse a estos poderes, a partir de los cuales puede o no proce­der el equipo de investigadores en la organiza­ción del autoanálisis de los diversos conflictos con la participación de los principales protago­nistas. Pero dichos poderes corresponden, por derecho, al equipo, en virtud de la determina­ción de las modalidades funcionales de este método. A nuestro juicio, cabría más bien con­siderar la transición del sentido primero, que constituye los significados atribuidos al con­flicto social por los protagonistas que autoana-lizan su propia acción, al sentido segundo o sentido supremo de esta acción social. N o po­demos dejar de comprobar que las modalida­des de esta transición son sumamente vagas y que se reducen al virtuosismo del analista que propone en definitiva el sentido supremo de la acción. Aunque se confiere al sentido primero el rango de «verdadero conocimiento de la ac­ción social»8, es indiscutible que su sentido su­premo sólo puede alcanzarse mediante el ana­lista, cuyos servicios son necesarios «porque el actor sólo tiene una conciencia limitada de los significados de su acción»9. Destaquemos, no obstante, «que el acceso a ese sentido supremo sólo puede lograrse a través de lo que expresa el actor (sobre su acción): se trata del único mate­rial disponible»10. El problema es aquí m u y complejo: ¿cómo podría el analista alcanzar la etapa suprema de una acción social a través de significados definidos desde el comienzo c o m o limitados? ¿En qué se convierte, dentro de la

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labor del analista, la determinación (o manifes­tación) del «sentido más elevado al que puede llegar la acción social»?

Sin duda, los actores del conflicto social es­tán movilizados en función del autoanálisis, pero igualmente cierto es que corresponde al analista orientar este último hacia el descubri­miento de su sentido supremo y cuyo carácter supremo reside precisamente en lo que busca el analista c o m o sociólogo, es decir, una explica­ción del conflicto social dentro del orden de una determinación a nivel de la sociedad, «de las dimensiones del sistema social o de las con­diciones de la acción que escapan a la concien­cia de los actores sociales»". Desde este punto de vista, la conciencia de los actores sociales es evidentemente limitada, local, relativa estricta­mente a un conflicto social cuyas motivaciones o fundamentos no son y no tienen que ser con­siderados por dicha conciencia en su totalidad, es decir, desde el punto de vista «de las dimen­siones del sistema social», sino desde el estricto punto de vista de las acciones constitutivas de este conflicto social. La intención del analista, sociólogo en este caso, consiste en alcanzar m e ­diante su tarea «esas dimensiones del sistema social» que determinan globalmente un con­flicto social determinado. Hallamos nueva­mente aquí la acertada idea del sentido supre­m o de la acción social, definido en consonancia con la teoría sociológica elaborada por el ana­lista, quien aprovecha con este fin el concurso de los propios actores de un conflicto social. Sin embargo, hay que admitir que, para obte­ner este resultado, el analista no puede sino apoyarse en el sentido local, limitado, de los actores de un conflicto social, a fin de alcanzar ese nivel global de las «dimensiones del sistema social» que lo determinan. El aspecto crucial de esta tarea del analista en la intervención socio­lógica sería entonces propiamente metodológi­co: ¿cómo logra llevar a cabo esta transición del sentido primero de los actores sociales al senti­do segundo de la acción social estrictamente considerada desde el punto de vista de las de­terminaciones sociales que la constituyen y que conciernen, en primer lugar, al analista para los fines de la definición del sentido supremo de la acción social, es decir, de su explicación dentro de una teoría sociológica? A falta de una defini­ción funcional precisa de la tarea del analista, que trascienda las aptitudes y la pericia de que pueda dar prueba, es lícito pensar que la expli­

cación del sentido supremo de la acción social constituye una iniciativa sumamente arriesga­da ya que puede ocasionar: a) una sistematiza­ción del sentido primero de los actores sociales que en m o d o alguno ni de por sí puede ser el sentido m á s elevado de la acción social, ya que está «limitado» y es local desde el punto de vis­ta de una conciencia que se percata de las «di­mensiones del sistema social»; o b) una sustitu­ción del sentido de la teoría sociológica de los movimientos sociales por el sentido de los acto­res sociales, escamoteando así nada menos que el sentido primero y específico de la acción o el conflicto social considerados.

En otras palabras, la elaboración del sentido supremo de la acción social, es decir, la defini­ción de la teoría sociológica, puede, en un caso, reproducir, en un nuevo esfuerzo, el sentido primero de los actores sociales, lo cual no pue­de ser en sí m i s m o una explicación propiamen­te sociológica; en el otro caso, puede sustraerse a este sentido primero cuyas cualidades heurís­ticas con miras a alcanzar las «dimensiones del sistema social», las propiedades de la acción so­cial que se remiten a «limitaciones estructura­les», están implícita o explícitamente definidas c o m o limitadas.

Los problemas de la transición del sentido de los actores al sentido sociológico: las consideraciones de Anthony Giddens

Aunque el método de intervención sociológica merece varias críticas, conviene subrayar que las dificultades manifestadas son clásicas en las ciencias sociales, que están presentes bajo di­versos títulos y con distintos grados, en las teo­rías sociológicas de Pierre Bourdieu, R a y m o n d Boudon y, en la tradición anglosajona, en la teoría de la estructuración de Anthony Gid­dens. N o se trata, en este breve artículo, de exa­minarlas detalladamente. Se hará hincapié en la teoría de Anthony Giddens cuya reciente for­mulación, en el libro La constitution de la socié­té, pretende precisamente plantear en términos nuevos y fecundos los problemas relativos a la transición del sentido primero de los actores sociales al sentido de la teoría sociológica y de lo local a lo global que, por el m o m e n t o , se defi­nen en forma de dualismo. «Las sociologías in­terpretativas se basan en un imperialismo del

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sujeto individual, en tanto que el funcionalis­m o y el estructuralismo hacen alarde de un im­perialismo del objeto societal (de las limitacio­nes estructurales). La destrucción de estos dos imperios constituye uno de mis principales ob­jetivos en este esfuerzo de elaboración de la teoría de la estructuración. Según esta última, el objeto de estudio por excelencia de las cien­cias sociales es el conjunto de las prácticas so­ciales realizadas y ordenadas en el espacio y en el tiempo, y no la experiencia del actor indivi­dual ni la existencia de totalidades sociales. Los actores sociales no crean estas actividades sino que, m á s bien, las recrean sin cesar utilizando los mismos medios que les permiten expresarse en calidad de actores»12. (Subrayado del au­tor.)

E n el edificio de la teoría de la estructura­ción, los medios de que disponen los actores sociales para expresarse en cuanto tales son re­lativos a los recursos y a las competencias cog­noscitivas involucradas repetidamente en la acción. La movilización de estos recursos y competencias cognoscitivas funciona según re­glas que de ningún m o d o se pueden reducir a las limitaciones estructurales que determinan, en forma causal implacable, la acción social. Las propiedades estructurales reconocidas en estas reglas de m o d o positivo (en calidad de re­glas que habilitan para la acción) o de m o d o negativo (en calidad de limitaciones) definen, por consiguiente, las relaciones o sistemas so­ciales en forma de modelos normalizados de los que estas propiedades son a la vez el medio y el resultado de las acciones que organizan de m o d o repetitivo.

E n esta perspectiva se da por sentado que el fundamento de la producción y la reproduc­ción de las relaciones o sistemas sociales es la acción de los actores competentes en la movili­zación de recursos y cuya competencia es prin­cipalmente cognoscitiva. «Todos los seres hu­manos son agentes competentes. Todos los actores sociales poseen un conocimiento nota­ble de las condiciones y de las consecuencias de lo que hacen en su vida cotidiana... E n general, los actores son igualmente capaces de dar un informe discursivo de lo que hacen y de las ra­zones por las cuales lo hacen. Sin embargo, en lo esencial, la competencia de los actores se in­serta en el curso de los comportamientos coti­dianos»11.

D e este m o d o , los actores sociales disponen

de una competencia cognoscitiva adecuada pa­ra dar forma a una explicación que pone de m a ­nifiesto las propiedades estructurales de las re­glas que definen la movilización de los recursos constitutiva de su acción ordinaria. Pero la competencia cognoscitiva de los actores socia­les no deja de ser relativa, y su relatividad se define esencialmente por los límites de su com­petencia discursiva, determinados «por el in­consciente y por las condiciones no reconoci­das y las consecuencias no intencionales de la acción»14. El objetivo de las ciencias sociales, en particular la sociología, es precisamente el estudio de estas condiciones no reconocidas y no intencionales de la acción social que esca­pan a las competencias discursivas de los pro­pios actores sociales. N o obstante, para apre­hender estas condiciones inconscientes el estudio sociológico debe arrancar de las com­petencias discursivas limitadas de los actores sociales que dan acceso a sus competencias cog­noscitivas, cuyo alcance latente se puede apro­vechar en la explicación de los fundamentos de la acción social, del tejido social, con la condi­ción de activar ese alcance latente mediante las capacidades conceptuales superiores de los ins­trumentos utilizados en este estudio sociológi­co.

N o se puede dejar de señalar aquí un paren­tesco entre la teoría de Anthony Giddens y el método de intervención sociológica de Alain Touraine, que se hace aún más patente cuando se examina la teoría de la estructuración a la luz del planteamiento metodológico que está en ella determinada en términos de una «doble hermenéutica». «Esta se refiere al doble proce­so de traducción o de interpretación utilizado: por un lado, las descripciones de los sociólogos deben transmitir los marcos de significación al que recurren los actores para orientar sus com­portamientos: por otro lado, estas descripcio­nes son categorías interpretativas que, a su vez, exigen un esfuerzo de traducción dentro y fuera de los marcos de significación de las teorías so­ciológicas»15.

La primera hermenéutica está destinada a captar los «marcos de significación que utilizan los actores» cuya comprensión (o explicación), dentro de las significaciones de las teorías so­ciológicas, permite el acceso a las condiciones no reconocidas y no intencionales de la acción social. La revelación pública de estas condicio­nes entraña necesariamente una segunda her-

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menéutica definida c o m o un «esfuerzo de tra­ducción de los marcos de significación de las teorías sociológicas» que permitiría poner de manifiesto y mitigar la insuficiencia de las competencias discursivas de los actores socia­les. E n la perspectiva del método de interven­ción sociológica, conviene aquí cabalmente ha­blar del «sentido más elevado» de su propia ac­ción al que pueden llegar los actores sociales16.

Esta doble hermenéutica tiende asimismo un puente, según Anthony Giddens, entre las sociologías interpretativas y las sociologías es­tructurales, entre lo cuantitativo y lo cualitati­vo, entre lo local y lo global; un puente cuyas bases metodológicas descansan en «un punto de partida (que) es hermenêutico en la medida en que (la teoría de la estructuración) admite que la descripción de las actividades humanas exige conocer bien las formas de vida que estas actividades expresan» (el subrayado es nues­tro)17.

La doble hermenéutica tiende un puente, pero esto no quiere decir que la dualidad clási­ca entre «significación» y «estructura» y, parti­cularmente, entre lo local y lo global, haya de­saparecido de la teoría de la estructuración. En efecto, aunque el marco de las significaciones de los actores sociales determina una compe­tencia discursiva, ésta tiene límites que dificul­tan la aprehensión de las condiciones no reco­nocidas y no intencionales de la acción; por lo tanto, de la acción en sus limitaciones estructu­rales globales o generales. Por su parte, el mar­co de significación de un actor social tiene un alcance demasiado restringido para poner de relieve el carácter global de las razones y limita­ciones estructurales de su acción. «La investi­gación que aborda ante todo problemas de or­den hermenêutico puede tener alcance general en la medida en que, en relación con un conjun­to amplio de contextos de acción, contribuye a dilucidar la índole de la competencia de los agentes y, en consecuencia, las razones de su acción.

»Los estudios etnográficos, por ejemplo, en antropología, la tradicional investigación de c a m p o organizada en una comunidad de pe­queñas dimensiones, no constituyen estudios que, de por sí, se presten a la generalización; pueden, no obstante, prestarse a ella sin gran dificultad cuando su número es suficiente para permitir establecer un juicio sobre su carácter típico» (el subrayado es nuestro)1".

La teoría de la estructuración confirma, por consiguiente, las oposiciones clásicas de las ciencias sociales, aunque su propósito inicial busque y deje presagiar lo contrario. La teoría de Anthony Giddens tropieza con las mismas dificultades metodológicas y prácticas del m é ­todo de intervención sociológica de Alain Tou-raine en la definición funcional de las transicio­nes: 1) del «marco de las significaciones de los actores» al «marco de significaciones de la teo­ría sociológica»; y 2) de lo local a lo global. La doble hermenéutica propuesta ofrece, pese a estos defectos, una vía de solución: «la descrip­ción de las formas de la vida social» que, a nuestro juicio, es obligatoria en la definición de estas transiciones.

Los problemas de la determinación de un objeto de investigación

Este aspecto se abordará mediante la breve pre­sentación de una investigación de c a m p o sobre la economía francófona en Quebec. La finali­dad de esta investigación consiste en poner de manifiesto la especificidad de esta economía francófona dentro de la economía de Quebec constituida también por intereses económicos extranjeros (estadounidenses y británicos). C o n este fin se han reconstituido empíricamen­te prácticas económicas francófonas en colabo­ración con informantes escogidos y mediante materiales (archivos, etc.) característicos de es­te método monográfico[i>.

La participación de informantes-clave para explicar el fenómeno o problema que constitu­ye el objeto de la investigación sociológica sus­cita, de entrada, las mismas dificultades que plantea el método de intervención sociológica de Alain Touraine. Esto se debe a que la parti­cipación de informantes-clave y el uso de los materiales ya constituidos con diversos fines ponen de inmediato en juego un criterio20 que no pertenece, en verdad, al orden de una teoría sociológica, pero a partir del cual los investiga­dores deben proceder en la determinación de esta teoría sociológica. La consideración de es­te punto de vista es por lo tanto obligatoria en todos los sentidos, incluida una investigación cuya finalidad, contrariamente al método de intervención sociológica, no estriba en estable­cer el sentido de una acción o de una práctica social sino rigurosamente su configuración e m ­pírica. N o hay por consiguiente otra opción, en

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las ciencias sociales, que la de considerar debi­damente este punto de vista cuyo desglose y tratamiento determinarán progresivamente la aprehensión primera del objeto por el investi­gador, y su explicación dentro del orden de una teoría sociológica.

A fin de establecer las prácticas económi­cas francófonas en Quebec, un equipo de so­ciólogos21 reunió a obreros, empleados y ge­rentes de una empresa francófona de la región del Centro de Quebec22, en el marco de deba­tes cuya preparación y organización se aseme­jan al método de la intervención sociológica. Sin embargo, el objetivo de las discusiones no consistía en poner de manifiesto el sentido m á s elevado de los distintos conflictos consti­tutivos de las prácticas económicas de la histo­ria de esta empresa, sino reconstituir las pro­piedades empíricas de estas prácticas. La reconstitución se realizaba según el punto de vista de estos actores que de ningún m o d o se puede considerar limitado. Estas prácticas económicas aparecen, durante la discusión, en sus múltiples aspectos, políticos, personales, anecdóticos, históricos, cuya riqueza depende de la experiencia social de los participantes in­vitados a narrarla a fin de alcanzar el objetivo del equipo de sociólogos. Estas declaraciones son, indiscutiblemente, materiales de primera calidad en lo que atañe a la finalidad ya que, de algún m o d o , constituyen la experiencia vi­va y real de una práctica social que se trata de explicar obedeciendo a un riguroso criterio so­ciológico.

Si hay un criterio limitado, es sin duda el sociológico, y la riqueza de los materiales exige ante todo someterlos a una reducción para de­terminar el objeto relacionado con la especifi­cidad de esta disciplina, a saber, explicar toda práctica por una determinación social. La espe­cificidad de la sociología exige un desglose de dichos materiales en función de ese objetivo, mediante instrumentos teóricos que lo deter­minan con exactitud y que, por otro lado, de­terminan la imaginación sociológica que es ne­cesario movilizar para los fines de este desglose.

Ante la abundancia de criterios y de la ri­queza de la explicación inmediata de los acto­res invitados a reconstituir, bajo la dirección de los sociólogos, las prácticas económicas francó­fonas, se dio prioridad a algunas formas de re­ducir o delimitar estos criterios en el plano de

la determinación social en ellos implícita y que el análisis sociológico trata precisamente de po­ner de manifiesto, conservando a la vez las cua­lidades empíricas de esos puntos de vista. Esta tarea se realiza por ensayo y error mediante un método inductivo cuyo éxito depende del des­cubrimiento de una vía que permita agotar la riqueza de la explicación inmediata determina­da por el parecer de los informantes, considera­da c o m o material del análisis propiamente di­cho. Los peligros de error y de retroceso al punto de partida propios de esta tarea de inves­tigación no menoscaban de ningún m o d o su ca­lidad ni la objetividad que la define. Conviene aplicar aquí la consigna de la antropóloga Fran­çoise Zonabend: «Reconozcamos que la más estricta objetividad pasa necesariamente por la subjetividad más intrépida». La audacia de es­ta tarea está, no obstante, determinada por su finalidad de dar una explicación desde un pun­to de vista sociológico y se orienta por la expe­riencia práctica y táctica acumulada en las teo­rías sociológicas.

E n la primera aproximación al material constituido por el criterio de los informantes movilizados por el equipo de sociólogos (cuyo objetivo consistía, c o m o se ha dicho, en la ex­plicación sociológica de las prácticas económi­cas francófonas en Quebec) se tomaron en cuenta, se adoptaron y luego se abandonaron23

distintas pistas de investigación porque no lo­graban agotar la explicación inmediata que ofrecían estos actores. Estas pistas de investiga­ción estaban a m e n u d o relacionadas con teo­rías sociológicas perfectamente constituidas cuyo planteamiento resultaba insuficiente para introducir esta explicación primera en la pers­pectiva de una explicación propiamente socio­lógica. El concepto de proceso de trabajo pare­ció particularmente fecundo para este fin y su definición extensiva, formulada en el contexto de la sociantropología del trabajo24, equivalía a un hilo de Ariadna que permitía establecer ca­balmente las cualidades empíricas de la expli­cación primera, recogida en calidad de mate­rial de análisis mediante la participación directa. Considerado como relación con la na­turaleza, un proceso de trabajo es una cadena de acciones, individuales o colectivas, destina­da a extraer de ella recursos que, en su forma inmediata o tras haber experimentado una se­rie de transformaciones de aspectos y de esta­dos, se convierten en bienes sociales.

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La tarea de reducción de este material obe­dece entonces a este criterio que determina pre­cisamente su desglose en el orden de la defini­ción de lo que teóricamente es (desde el punto de vista sociológico) un proceso de trabajo, a saber: 1) los recursos que constituyen el objeto de trabajo en el marco de este proceso; 2) los medios de trabajo, es decir, los instrumentos y mecanismos que se aplican a estos recursos a fin de transformarlos; 3) las capacidades físicas e intelectuales, por ejemplo, la fuerza, la habili­dad, la astucia y los conocimientos de los parti­cipantes directos e indirectos en un proceso de trabajo. Estos recursos, medios y capacidades físicos e intelectuales se configuran dentro de las relaciones sociales de producción determi­nando, en primer lugar, la organización del proceso de trabajo. Mediante este enfoque teó­rico, las prácticas económicas francófonas po­drían entonces evaluarse, de m o d o heurístico, en su totalidad, tal c o m o habían sido construi­das empíricamente en la explicación primera recogida directamente entre los informantes es­cogidos. Este enfoque teórico está expresamen­te definido en una táctica metodológica desti­nada a aprehender una totalidad orgánica, y su definición ha sido orientada por las considera­ciones de Marx sobre la producción material entendida en su sentido genérico: «Llegamos a la conclusión que producción, distribución, in­tercambio y consumo no son idénticos, sino que todos son miembros de una totalidad, dife­rencias en el seno de una unidad... U n a forma determinada de producción determina, por consiguiente, determinadas formas de consu­m o , de distribución, de intercambio, así c o m o ciertas relaciones de estos diferentes momentos entre sí... Existe una acción recíproca entre es­tos diferentes momentos; así ocurre en cada conjunto orgánico»25.

Este enfoque teórico es el objeto de investi­gación y su definición tiene relación con el tra­bajo sociológico: no puede ser proporcionada por los propios informantes. Por otro lado, es­ta definición determina, precisamente, el des­glose de la explicación primera que los infor­mantes ofrecen de las prácticas económicas de las que han sido actores, para alcanzar la de­terminación social que es la explicación socio­lógica que se pretende lograr2'1. El objeto de investigación es el punto de transición entre una explicación primera de su propia acción, proporcionada de inmediato por los actores

sociales, a una explicación segunda, determi­nada por un criterio particular: el de la expli­cación sociológica. Por el m o m e n t o importa señalar que se trata de un punto de transición y no de un punto de ruptura. Conviene anali­zar este punto mediante un esquema aclarato­rio (véase fig. 1).

La definición de este objeto de investiga­ción es primordial para los fines del análisis y, en este sentido, debe contener cualidades o vir­tudes estratégicas y heurísticas en las que se ba­sa el rigor de este análisis. Citando las palabras de Marx , que evocan a la perfección la determi­nación de la transición entre una explicación primera y una explicación segunda, definida según el registro específico de la sociología, el objeto de investigación es c o m o «una ilumina­ción en que están sumidos todos los colores y que revela las tonalidades peculiares de cada uno, c o m o un éter especial que pusiera de m a ­nifiesto el peso específico de todas las relacio­nes sociales que de él emergen»27.

El objeto de investigación determina una transición y es además un punto de mira que condiciona el desglose de una explicación pri­mera dentro de una segunda, a fin de poner de manifiesto una determinación social, tal c o m o en ella está construida en forma de una especi­ficidad.

El problema de la descripción

E n el análisis sociológico sólo se puede proce­der a partir de esta explicación primera, sin ne­cesidad de recomenzarla, pues esta explicación inmediata no es una explicación sociológica en el sentido definido anteriormente: una explica­ción limitada a una determinación social. El objeto de investigación, por las propias virtu­des de su definición, permite alcanzarla, aun­que esta determinación social que se pretende alcanzar es inmediatamente construida según los términos y modalidades, es decir, el senti­do, de esta explicación primera, cuya relativi­dad refleja precisamente el carácter inmediato entre esta explicación y la acción. E n estas con­diciones no hay acción y sentido; la acción so­cial sólo se puede alcanzar si se construye en este sentido: el sentido inmediato que le atribu­yen sus propios actores, y entregado a los soció­logos que lo recaban para los fines de su investi­gación. El objeto de investigación de estos so­ciólogos se debe localizar en esta explicación

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F I G U R A 1. Determinación de las transiciones entre el sentido de los actores y el sentido sociológico, y entre lo local y lo global

Explicación Definición teórica de las propiedades

empíricas

Objeto de investigación

Reconstitución empírica

Casos

Objeto que ha originado la investigación

Carácter sociológico específico

Proceso de trabajo

Sentido sociológico

teórico

Global •

Sentido de los actores: «teoría en actos»

Prácticas económicas Forano

Práticas económicas francófonas

Local

primera, de m o d o que en este caso es obligato­ria una tarea de descripción.

Es oportuno ofrecer sobre este punto un ejemplo concreto, vinculado con la investiga­ción sobre las prácticas económicas francófo­nas en Quebec. La investigación de campo ele­gida permitió recoger entrevistas con ex obre­ros cuyas observaciones, suscitadas por un esquema de diálogo elaborado por los sociólo­gos y determinado por el objeto de su investiga­ción, es decir, la organización del proceso de trabajo en una empresa, eran de este orden: «Por aquel entonces él manejaba la cosa c o m o un asunto de familia, c o m o una familia que vi­ve en el campo en una granja...», « m e voy allí», « m e las arreglo con mi hermano», «no hagas eso, vamos a hacerlo juntos»... «un asunto de familia... no valía gran cosa»28.

El análisis del contenido de esta entrevista requiere, en primer lugar, la descripción de lo que se define, desde un punto de vista socioló­gico, c o m o proceso de trabajo (véase la defini­ción teórica antes expuesta) tal c o m o se cons­truye a través de las observaciones recogidas, es decir, de las propias palabras de los informan­tes o, según Anthony Giddens, «en la forma de la vida social». Para aprehender las propieda­des empíricas del proceso de trabajo hay que

considerarlo en esta construcción primera, dentro de la explicación inmediata que de él dan los actores sociales que han participado en ella directamente. El análisis se efectúa en una especie de cruce epistemológico en que el obje­to de investigación, definido según las exigen­cias de la teoría sociológica, se debe manifestar en una explicación primera que no es réducti­ble a informaciones dispersas sino que está or­ganizada en forma de teoría de actos29. Las ba­ses epistemológicas de esta teoría en actos se deben tomar en cuenta en el análisis, ya que en ellas se halla determinada una configuración del objeto de investigación que revela su espe­cificidad sociológica, es decir, en el orden de la organización de una sociedad.

Volviendo brevemente al ejemplo anterior, según las observaciones de las personas que res­pondieron a las encuestas sobre las prácticas económicas francófonas, resultaba que el tra­bajo era «un asunto de familia», «un asunto en­tre parientes», etc. La explicitación de esta base epistemológica, facilitada por la descripción del objeto de investigación formulada en las declaraciones, permitió «comprender»30 y lue­go explicar estas prácticas económicas en la perspectiva de la teoría según la cual los lazos de parentesco pueden formar parte de las rela-

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ciones sociales de producción31. La teoría del parentesco proporciona los instrumentos teóri­cos y metodológicos que exige la construcción teórica de la índole específica de la organiza­ción del proceso de trabajo reconstituida empí­ricamente, es decir, en definitiva, según las cualidades estratégicas de este objeto de inves­tigación, la especificidad de las prácticas eco­nómicas francófonas en Quebec.

La definición del objeto de investigación y la transición de lo local a lo global

Las cualidades estratégicas que rigen la deter­minación del objeto de investigación autoriza­ba, desde un punto de vista metodológico, la transición de lo local a lo global, tal c o m o se destacó anteriormente. Abordaremos ahora es­te último punto.

La determinación del objeto de investiga­ción es incontestablemente primordial, ya que en ella se encuentra definido un desglose cuyo valor heurístico se debería averiguar en primer lugar. La determinación de este objeto depende de cuestiones m u y sencillas a primera vista: a) ¿Qué es lo que se quiere explicar precisamente? b) ¿ C ó m o determinar la especificidad de las re­laciones sociales que dan lugar a esta explica­ción?

Estos puntos requieren una estrategia don­de se impone la imaginación sociológica. Según el ejemplo anterior, era necesario explicar las prácticas económicas francófonas en la socie­dad de Quebec dominada por intereses econó­micos extranjeros. Por lo demás, los estudios sobre la economía de Quebec han demostrado este carácter de dominación o de dependencia del exterior12. Sin discutir estos estudios, nos parece que hay que relativizados mediante el análisis propiamente dicho del carácter especí­fico de esta economía francófona en el contexto de esta dominación o dependencia. E n resumi­das cuentas, el análisis de la economía de Q u e ­bec ha tratado sobre todo de la economía domi­nante (británica o estadounidense) a la que está subordinada la economía francófona, sin to­mar en cuenta debidamente o suficientemente la especificidad de esta economía dominada. ¿Cuál es la índole de esta economía, además de distinguirse por la subordinación a una econo­mía dominante? U n a economía cuya naturale­

za específica hace precisamente posible esta dominación33. A fin de determinar esta especi­ficidad, ¿habría que analizar todas las empre­sas de Quebec (francófonas y anglófonas) o, en menor medida, bastaría con una muestra re­presentativa? Se prefirió m á s bien el método de casos, dentro de una estrategia metodológica que orientó la elección de una empresa defini­da c o m o un caso dotado de virtudes heurísticas para los fines del análisis destinado a establecer la especificidad, la índole original de la econo­mía francófona. Se eligió la empresa Forano, ubicada en la región central de Quebec, por el tipo de desarrollo de esta región, donde la in­dustrialización no fue impulsada por capitales extranjeros, c o m o ha ocurrido en el resto de Quebec.

A primera vista, este caso constituye un m o ­do de acceso ideal a la especificidad de las prác­ticas económicas francófonas, ya que se puede suponer que la dominación exterior interviene allí en menor grado debido a la historia del de­sarrollo de esta región. La definición del objeto de investigación, es decir, la organización del proceso de trabajo tal c o m o se ha mencionado anteriormente, determina un segundo desglose estratégico para establecer la especificidad de estas prácticas económicas y explicarlas así en su generalidad, es decir, en aquello que las ca­racteriza. Este segundo desglose se determina desde un punto de vista teórico mediante los instrumentos teóricos y metodológicos adecua­dos. La figura 1 resume estas etapas.

Según el objetivo de la investigación (o sea, explicar las prácticas económicas francófonas en Quebec) y la estrategia metodológica adop­tada con fines de explicación, es legítimo supo­ner que la gestión y la organización del proceso de trabajo de la empresa Forano son represen­tativas de las prácticas económicas francófonas y que, por lo tanto, su análisis permite determi­nar el carácter específico que las explica desde un punto de vista sociológico. Aclaremos que dicha representatividad es sociológica, no esta­dística, y que se determina en el marco del or­den de las propiedades específicas de las rela­ciones sociales que constituyen una determi­nada sociedad. Aunque no pretendemos inter­venir en el célebre conflicto de los métodos al que este punto nos lleva, convendría citar un texto de Françoise Zonabend en que se desta­can los méritos del método de casos o método monográfico, desde el punto de vista de la defi-

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nición de la representatividad: «Sólo el método monográfico ofrece la posibilidad de precisar las condiciones sociológicamente pertinentes de la representatividad ya que, al abocarse a describir los procesos concretos de la formación de las (relaciones sociales), pone de manifiesto los factores de mayor importancia, los m o m e n ­tos de ruptura m á s determinantes, al menos pa­ra cada objeto estudiado. Esto posibilita la ge­neralización, pues se ve claramente en qué es­triba la particularidad de cada caso. D e m o d o que a los «especialistas de lo particular», c o m o a veces se les califica, les corresponde trabajar tanto c o m o los demás en «lo general»34.

Por la profundidad y las virtudes heurísti­cas que se le reconocen, el método de casos no constituye estrictamente un planteamiento lo­cal sino que determina la transición de lo local a lo global por sus cualidades metodológicas. Este punto ha sido captado a la perfección por el antropólogo Clifford Geertz, quien, defen­diendo precisamente la opinión contraria a la crítica que reduce el método de casos al estudio de lo particular, en el sentido de un exotismo que a menudo se le reprocha a la antropología, destaca con razón: «La mejor formulación de este tipo de estructura aldeana (al que aspira­ban los primeros antropólogos) consiste tal vez en representarla, recurriendo al modelo de la intersección de planos de organización so­cial teóricamente distintos (...). U n a aldea no es un caserío ni un grupo que frecuenta la misma iglesia, sino un ejemplo concreto de intersección de diferentes planos de organi­zación social, en un lugar definido de m o d o general»15.

Sin duda, los casos seleccionados deben contener un valor estratégico que permita un desglose metodológico cuya definición o expli­cación establece precisamente la generalidad de la explicación que se desprende de este tipo de casos. Según Clifford Geertz, el caso36 selec­cionado debería ser un observatorio de las «in­tersecciones de planos de la organización de la vida social», de m o d o que sea posible, en estas condiciones, describir minuciosamente la ló­gica interna de esta vida social, el carácter es­pecífico de las relaciones sociales con su fun­damento.

La epistemología de las matemáticas y de las ciencias exactas demuestra que lo m i s m o ocurre en estas disciplinas. Gilles-Gaston Granger permite aclarar este punto. Granger

matiza un tanto las tesis de René Thorn, al defi­nir la transición de lo local a lo global, caracte­rística, a su parecer, del conocimiento cualitati­vo. «Por la palabra explicación entendemos aquí la relación entre lo local y lo global en la que ha insistido con razón el matemático René Thorn. H e m o s visto que T h o m caracteriza la singularidad c o m o «concentración» de lo glo­bal dentro de lo local. Pero sugiere, de m o d o m á s general, que el planteamiento teórico se opone al planteamiento pragmático en tanto que consideración de los problemas globales, que se han de solucionar por reducción a situa­ciones locales típicas; se opone a la considera­ción de los problemas locales que se han de so­lucionar por medios globales... Reconoce en la propia ciencia esta doble orientación. Pero la inteligencia de las formas, tal c o m o la entiende, al aspirar, c o m o se ha señalado, a la compren­sión de su génesis, supondría esencialmente el movimiento que caracteriza el saber cualitati­vo por excelencia y que parte de las singularida­des para descubrir y volver a introducir en ellas lo global»37.

El conocimiento científico de los procesos de la naturaleza, por ejemplo, se produce a par­tir de la reconstitución de «casos» en laborato­rio, es decir, de dispositivos experimentales cu­ya construcción se define de m o d o estratégico con este fin. Se sientan las bases de este conoci­miento de los fenómenos naturales mediante el estudio de casos, es decir, recurriendo a una medida cualitativa de las propiedades específi­cas de estos fenómenos, que debe precisamente revelar el caso determinado en forma de proto­tipo elaborado según las exigencias metodoló­gicas.

Frente a esta actitud sería inútil buscar en Granger una oposición franca y tajante al cono­cimiento cuantitativo, a la que lo conduce o in­vita la célebre controversia entre los partida­rios de los métodos cuantitativos y los de los métodos cualitativos, controversia que, en últi­m a instancia, se basa en un profundo equívoco. Este equívoco podría disiparse si se distinguie­ran y reconocieran las lógicas constitutivas de cualquier planteamiento de investigación, en­tre las cuales no existe contradicción alguna.

Estas lógicas, llamadas aquí «lógica del des­cubrimiento» y «lógica de la prueba», se con­funden a m e n u d o dentro de un m i s m o plantea­miento de investigación; diferenciarlas permi­tiría mostrar que el método de casos interviene

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en ellas en dos formas cuyo estatuto respectivo conviene distinguir y destacar.

El método de casos se puede presentar, en primer lugar, en forma de estudio de un caso particular destinado a someter a prueba la vali­dez de las hipótesis cuyo valor de generalidad se desprende del valor de una teoría. El caso seleccionado debería ser representativo, en el sentido de los cánones de un positivismo justi­ficado aquí perfectamente, ya que su estudio pretende generalizar la explicación obtenida al estudiar otros casos que presentan propiedades idénticas o parecidas. El método de casos se puede presentar, en segundo lugar, en forma de estudio de un caso a fin de suscitar o, m á s exac­tamente de engendrar, hipótesis cuyo rigor per­mite la definición primera de una teoría; este estudio de caso adquiere así un valor estratégi­co para los fines de la generalización de esta teoría. E n lo que atañe a este punto, la audacia metodológica puesta de manifiesto en la deter­minación del caso en cuestión es en definitiva recompensada por la riqueza y el valor de las hipótesis que se obtienen al final de su estudio. El método de casos es válido en el marco de un planteamiento heurístico cuya definición fun­cional permitiría establecer una especificidad a la que se aspira y que se podría determinar den­tro de una teoría en forma de una hipótesis cuyo valor de generalidad exige ser sometido a prueba. En la perspectiva de la lógica de la prueba, el estudio de caso tiene valor desde un punto de vista propiamente metodológico, pues el planteamiento de investigación arranca de una hipótesis teórica cuya definición funcio­nal es el estudio de caso.

Señalemos que, en la lógica del descubri­miento, la hipótesis se establece dentro de una generalidad empírica, es decir, en la revelación de las propiedades específicas del caso cuyo va­lor las evidencia c o m o rasgos dominantes (Françoise Zonabend) o caracteres típicos (Anthony Giddens), c o m o características gene­rales. Inversamente, en la lógica de la prueba, la

generalidad de la hipótesis es teórica y se dedu­ce del uso metodológico del estudio de casos.

Ahora bien, c o m o lo sugiere resueltamente la breve distinción establecida entre las lógicas constitutivas de un planteamiento de investiga­ción, no puede haber prueba antes de un descu­brimiento. El método de casos, en su definición heurística, goza de un derecho inmediato de ciudadanía dentro de un planteamiento de in­vestigación. La descripción de las propiedades específicas es obligatoria en la definición de las teorías explicativas.

Conclusión

La descripción de la forma de la vida social, según Anthony Giddens, es imperativa en lo que se refiere a su explicación sociológica. E n estas condiciones, la descripción monográfica o el estudio de caso destinado expresamente a reconstituir un objeto en sus propiedades e m ­píricas no nos hace retroceder en m o d o alguno hacia una edad de piedra de la sociología, c o m o suele admitirse con demasiada precipitación en la actualidad. El método de casos es necesa­rio para la definición de las transiciones del sentido de los actores sociales, constitutivo de sus propias acciones, al sentido de la teoría so­ciológica, y de lo local a lo global. El método de explicación sociológica es, progresivamente, relativo y tributario de estas transiciones, cuya explicitación se puede realizar de manera ideal mediante el estudio de casos. N o se puede, en efecto, poner de manifiesto las propiedades empíricas de un caso en forma de carácter espe­cífico, dentro del orden de las relaciones socia­les constitutivas de una sociedad determinada, sin explicitar debidamente la medida de las cualidades empíricas y típicas del caso. Así se fundamentan los valores empírico y represen­tativo de la explicación del caso.

Traducido del francés

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Notas

* Este texto es el resultado de los seminarios de investigación que reunieron a Gilles Houle, Paul Sabourin, Linda Binhas, Stéphane Kelly, Jacques Warren y Laurent Saumure del Departamento de Sociología de la Universidad de Montreal. Expresamos nuestro reconocimiento por la ayuda, directa o indirecta que han aportado. Para sus investigaciones actuales, el autor recibe la ayuda financiera del Consejo de Investigaciones en Ciencias Humanas de Canadá.

1. Annick Gwenael, «Entretien avec Maurice Godelier», en Entretiens avec Le Monde, 6, Paris, La Découverte/Le Monde , 1985, págs. 148-149. Convendría aquí añadir un extracto de otra entrevista concedida por Maurice Godelier, donde define con mayor exactitud la observación participativa: «Creo que se habla de m o d o un tanto difuso de la observación participativa; para mí, la relación de observación participativa es una relación que he constituido de m o d o m u y orgánico, con gran empeño, día a día, ya que constantemente pido a las personas con quienes convivo que interrumpan la fluctuación de su actividad para establecer una distancia respecto de sí mismas, lo cual nos lleva a un proceso de conocimiento, de interpretación, de representación; en esta relación se constituye asimismo una intersubjetividad intelectual». Marc Auge, Pierre Bonté, Maurice Godelier y col., «Ethnologie et fait religieux». Revue française de sociologie. X I X , 1978, pág. 583.

2. Maurice Godelier, «L'anthropologie économique en France», en La situation actuelle el l'avenir de l'anthropologie en France, Paris, Editions du C N R S , 1978, págs. 6I-62.

3. François Dubet, Alain Touraine y Michel Wieviorka, «Une intervention sociologique avec Solidarnosc», Sociologie du travail. 24,3. 1982. pág. 280.

4. Alain Touraine y col.. Mouvements sociaux d'aujourd'hui, Paris, Editions Ouvrières, 1982, pág. 14.

5. Michel Wieviorka. «L'intervention sociologique», en Marc Guillaume (Dir. de la pub.), L'étal des sciences sociales en France. Paris, La Découverte, 1986, pág. 160.

6. Idem.

7. François Dubet, Acteurs sociaux et sociologues. Le cas de l'intervention sociologique, Paris, C A D I S . noviembre de 1988 (texto inédito), pág. 18.

8. F. Dubet, op. cit., pág. 13. Es m u y difícil sostener lo contrario: ¿cómo podrían no conocer la acción quienes la llevan a cabo? Algunas corrientes del marxismo han seguido este rumbo (L. Althusser), con las consecuencias que se saben. Subrayemos de paso el carácter pretencioso de este pensamiento según el cual el actor se equivoca, en tanto que el analista (que no participa en la acción) tiene indefectiblemente razón.

9. ídem.

10. ídem.

11. Ibid., pág. 17.

12. Anthony Giddens, La constitution de la société, París, Presses Universitaires de France. 1987, pág. 50.

13. Ibid., pág. 344.

14. Idem.

15. Ibid., pág. 347.

16. Habría mucho que decir sobre las virtudes prácticas (o políticas) de esta hermenéutica, pero en este artículo sólo importa destacar la afinidad de los puntos de vista de Anthony Giddens y de Alain Touraine.

17. Ibid. pág. 51.

18. Ibid.,. pág. 393.

19. Véase a Françoise Zonabend, « D u texte au prétexte. La monographie dans le domaine européen». Etudes rurales. 97-98, 1985:33-38.

20. Por criterio se entiende aquí la intención, implícita o explícita, que determina la relatividad de todo saber, de todo conocimiento, trátese del conocimiento propio de los actores sociales o del conocimiento científico. El criterio de los actores sociales tiene mucha relación con el carácter inmediato de este conocimiento respecto de la acción social, cuya inmediatez define precisamente su sentido. Sobre este tema consúltense los trabajos del epistemólogo canadiense Gilles Houle, quien, como sagaz lector y crítico de las obras de G . Granger y de J-B. Grize. aporta atinadas consideraciones a la definición de las formas del saber. Además de los títulos indicados en la nota 30. véase «Le sens c o m m u n c o m m e forme de connaissance». Sociologie et sociétés. X I X , 2, octubre de 1987:77-86; «L'économie c o m m e forme sociale de connaissance». Sociologie du sud-est. n u m . 51-54, enero-diciembre de 1987:145-166.

21. Este equipo estaba constituido por Gilles Houle, encargado de la investigación. Paul Sabourin y Jacques Hamel, del Departamento de Sociología de la Universiad de Montreal.

22. Se trata de la empresa Forano de Plessisville, metalurgia especializada en la fabricación de conductores y de material de transmisión.

23. El análisis se inicia, por ejemplo, desde el punto de vista de la gestión propiamente administrativa de la empresa y de sus estrategias comerciales y financieras adoptadas por su dirección. Estos puntos de vista

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teóricos tenían, en las primeras etapas de la investigación y frente al material recogido, un alcance heurístico m u y limitado. Ante estos resultados fue necesario escoger otro punto de vista que permitiera englobar la gestión administrativa y las estrategias comerciales en un objeto de investigación que permitiera aprehenderlas aprovechando al m á x i m o las cualidades empíricas del material acopiado. Es decir, un punto de vista que, sin referirse exclusivamente a la gestión y a las estrategias, dejaría vislumbrar su carácter específico. Este objeto de investigación fue definido mediante la noción de proceso de trabajo (véase la continuación del texto).

Al final del análisis del proceso de trabajo se pudo investigar la gestión administrativa y las estrategias comerciales: prueba definitiva del valor heurístico del punto de vista inicialmente elegido y que se refería a la organización del proceso de trabajo.

24. Sobre la antropología del trabajo, véanse los estudios precursores de Pierre Bouvier; especialmente «Pour une anthropologie de la quotidienneté du travail». Cahiers internationaux de sociologie, L X X I V , 1983:133-142: Le travail, Sociales, I. 2. 1984, y, recientemente. Le travail au quotidien. Une démarche socio-anthropologique, Paris, P U F , 1989, (colección Sociologie d'aujourd'hui).

25. Karl Marx, Contribución a la crítica de lu economia política (traducción francesa), París, Editions sociales, 1977, págs. 286-287.

26. Para los sociólogos; no para los actores sociales que explican estas prácticas de m o d o menos restringido, tal c o m o hemos señalado anteriormente:

explicación en términos anecdóticos, personales, psicológicos, históricos, etc.

27. Karl Marx . op. cit., pág. 172.

28. Entrevista con M . J.A. Racine, 21 de marzo de 1981.

29. Suscribo esta acertada fórmula de Gilles Houle, cuyos trabajos sobre la teoría del conocimiento merecen especial atención; véanse «L'idéologie: un m o d e de connaissance». Sociologie et sociétés, X I , I, abril de 1979:123-145; e «Histoires et récits de vie: la redécouverte obligée du sens c o m m u n » , en Danielle Desmarais y Paul Grell (dirs. de la pub.). Les récits de vie, Montreal. Editions Saint-Martin, 1986:35-51.

30. Sería conveniente distinguir sucintamente entre «comprender» y «explicar», sin detenernos en la conocida distinción u oposición entre comprensión y explicación. Comprender designa aquí la captación del objeto de investigación (definido desde un punto de vista sociológico), tal c o m o está empíricamente construido en las observaciones o en lo que aquí hemos denominado «teoría en actos» de los actores sociales. Explicación designa la construcción propiamente teórica de las propiedades empíricas de este objeto de investigación.

31. Hipótesis del antropólogo Maurice Godelier. elaborada en varias obras, principalmente Horizon, trajets marxistes en anthropologie, París, François Maspero, 1979 y, más recientemente, L'idéel et le matériel, París. Fayard, 1984.

32. Para una reseña de estos trabajos, véase Jacques H a m e l y Gilles Houle. « U n e nouvelle économie politique québécoise francophone: problématique et

enjeux». Cahiers canadiens de Sociologie/The Canadian Journal of Sociology, 12, n ú m . 1-2, 1987:42-63; también Arnaud Sales (en colaboración con Lucie Dumais), «La construction sociale de l'économie québécoise». Recherches sociographiques, X X V I , 3, 1985:319-360; Gilles Paquet, «Le fruit dont l'ombre est la saveur: réflexions aventureuses sur la pensée économique au Québec», Recherches sociographiques, op. cit:365-397.

33. Esta perspectiva del análisis desde el punto de vista dominado en vez del dominante constituye un cambio profundo en los términos que prevalecen en los estudios sociológicos clásicos en los que, en primer lugar y exclusivamente, se considera el criterio dominante para los fines de la explicación. Este cambio se debe principalmente a los trabajos de Maurice Godelier; consúltense sus estudios sobre la ideología, «La part ideelle du réel», L'Homme, XVIII. 3-4, 1978:155-188.

34. F. Zonabend, « D u texte au prétexte», op. cit., pág. 35.

35. Clifford Geertz. «Form and Variation in Balinese Village Structure», American Anthropologist, 61 (6), diciembre de 1957, citado por Patrick Champagne . «Statistique, monographie et groupes sociaux», en Etudes dédiées ù Madeleine Grawilz. Ginebra, Dalloz, 1982.

36. Entedemos casos en un sentido no réductible a un espacio físico (por ejemplo: una aldea) sino en el sentido general de objetos de la sociología (conflicto, práctica social, etc.).

37. Gilles-Gaston Granger, Pour la connaissance philosophique, Paris. Odile Jacob, 1988, pág. 114.

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Vladimir V. Mshvenieradze 1926-1990

Vladimir Vlassovitch Mshvenieradze, que fue director de la División del Desarrollo Interna­cional de las Ciencias Sociales en la U N E S C O , desde 1972 hasta 1978, murió súbitamente en Moscú el 28 de m a y o de 1990, a la edad de sesenta y cuatro años. Mshvenieradze fue un excelente especialista en historia de la filosofía y en filosofía política, aunque trabajó también en cuestiones de sociología política y publicó numerosas obras y artículos sobre estos temas, en inglés, en ruso y en georgiano.

Nacido en Tbilissi, el 1 de marzo de 1926, de m u y joven se enroló en la aviación soviéti­ca y participó en las últimas fases de la II G u e ­rra Mundial. Después de la guerra, realizó sus estudios superiores en Tbilissi y en Moscú, donde obtuvo su doctorado en filosofía, e ini­ció una carrera académica, marcada por bri­llantes éxitos tanto a nivel nacional como in­ternacional y por numerosas publicaciones. Ultimamente era director adjunto del Institu­to de Filosofía de la Academia de las Ciencias de U R S S , de la cual había sido elegido m i e m ­bro corresponsal en 1987, y a nadie le cabe du­

da que habría sido nombrado Académico en un futuro próximo.

C o n su espíritu independiente y su franque­za, incluso antes de la perestroïka y de la glas-nost, hubiera sido un excelente académico en el seno de esta institución que acaba de ganar su autonomía respecto al poder político. Fue un participante activo de la cooperación intelec­tual internacional, c o m o miembro de la U N E S ­C O , donde dio prueba de eficacia y de compe­tencia, así como de filósofo y sociólogo.

M á s allá de sus capacidades intelectuales y de sus éxitos universitarios. Vladimir Vlasso­vitch tenía una personalidad excepcional, lle­na de notables cualidades humanas y de una atención sin fallos para con los demás, dotado de una generosidad y de una afectividad ple­namente georgiana. Este es el recuerdo que guardarán de él sus m u y numerosos amigos y colegas, entristecidos por su desaparición, tan­to en la U N E S C O c o m o en las instituciones y asociaciones de ciencias sociales con las que colaboraba.

Ali Kazancigil

RICS 127/Marzo 1991

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El desarrollo de los archivos de datos de ciencias sociales

Eric Tanenbaum y Mareia Taylor

En el curso de los tres últimos decenios, la RICS ha publicado una cantidad nada despreciable de estudios relativos a los datos, información y do­cumentación en ciencias sociales, tanto como tema principal de varios números (XVI, 1, 1964; XXIII, 2, 1971; XXVIII, 3, 1976, y XXXIII, 1, 1981), como bajo la forma de artículos indivi­duales que aparecen en la presente sección. De entre estos últimos, el artículo más reciente (en el núm. 123, 1990) es un análisis del desarrollo de los archivos de datos en tanto que infraestructuras de la investigación en cien­cias sociales en Alemania. El siguiente artículo estu­dia los archivos de datos so­bre ciencias sociales britá­

nicos.

Eric Tanenbaum y Mareia Taylor son vicedirectores del Archivo de Datos del Consejo Británico de Investigación Económica y Social. Su dirección: Uni­versidad de Essex, Wivenhoe Park. Col­chester, Essex C04 35Q, Reino Unido.

AK.

Introducción

Los archivos de datos de ciencias sociales son uno de los logros m á s duraderos del decenio de 1960. E n este artículo analizare­m o s su evolución.

Para comenzar describiremos cuáles fue­ron los motivos que dieron origen a los «ban­cos de datos», destinados a permitir la auto­matización de la información relativa a las ciencias sociales para ponerla al alcance de to­dos. A continuación describiremos la forma en que evolucionaron hasta nuestros días. Pa­ra concluir esbozaremos c ó m o se orientarán en el futuro.

A u n q u e el presente artículo se refiere a los

archivos de datos en general, se basa en la ex­periencia del Archivo de Datos del Consejo Británico de Investigación Económica y So­cial1. (British Economic & Social Research Council) para ilustrar algunos puntos. Y a que nuestra referencia a ellos será constante a lo largo de este trabajo, podemos considerar este artículo también c o m o una monografía sobre la evolución de un archivo hasta el decenio de 19902.

C o n el paso de los años, los archivos de datos evolu­cionaron, pasando del pa­pel pasivo de simples depó­sitos de información al de distribuidores activos de datos relativos a las cien­cias sociales, con la flexibi­lidad necesaria para adap­tarse a las necesidades cambiantes de los especia­listas del sector.

Antecedentes: un caso

de determinismo tecnológico

D o s factores fundamentales modelaron la evo­lución de los archivos: a) la «candidez» tecno­lógica y b) la inseguridad financiera. La histo­ria de los archivos de datos, en sus comienzos, sigue un curso paralelo al de la informatización en el ámbito académico. C o m o la mayor parte de los proyectos de ciencias sociales estaban orientados al uso de computadoras, los archi­vos de datos desempeñaban m á s bien el papel de consumidores de informática que de inno­vadores en la materia1. Al adoptar la tecnología

RICS 127/Marzo 1991

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238 Eric Tanenbaum y Mareia Taylor

de otras disciplinas, los archivos tuvieron que adaptarse también a sus exigencias.

En segundo lugar, en todas partes los archi­vos de datos dependían de fondos renovables y, por lo tanto, potencialmente no renovables, el llamado «dinero blando». Puesto que estaban sujetos a examen por parte de sus homólogos, los archivos tenían que asegurarse de que éstos se mostraran satisfechos con ellos. A pesar de que siempre han estado en la vanguardia de la investigación social cuantitativa e informatiza­da, los archivos debían mantenerse dentro del entorno de los usuarios potenciales. Con fre­cuencia, este entorno no estaba tan des­arrollado c o m o los archivos hubieran deseado. Puesto que no podían permitirse dejar a sus usuarios rezagados, los archivos tenían que lo­grar un equilibrio entre lo que resultaba técni­camente posible y lo que consideraban acepta­ble los investigadores.

Los comienzos

Los orígenes de los archivos de datos centrali­zados de carácter social se remontan a fines del decenio de 1950, cuando se realizaron millones de entrevistas y encuestas de investigación de mercado. Puesto que todos los cuestionarios de las entrevistas se transcribían en fichas indivi­duales, portátiles y reproducibles («tarjetas I B M » ) , para su tratamiento en «clasificadores» electromecánicos, los investigadores podían aprovechar los datos de las encuestas mucho tiempo después de que éstas hubieran servido para su finalidad original.

Estas tarjetas de computadora de fácil re­producción permitieron suministrar copias de los datos a cualquier analista. M á s aún, la re­ducción de las respuestas de los cuestionarios a simples perforaciones rectangulares en un tro­zo de cartulina comprimía los datos lo suficien­te para permitir que esta información se envia­ra por correo. Desde el punto de vista funcional se trataba, sin lugar a dudas, del precursor, po­co sofisticado tecnológicamente, de nuestras redes informáticas actuales.

En varios países los investigadores acadé­micos de las ciencias sociales se dieron cuenta, cada cual por su parte, de la ventaja que repre­sentaría reciclar la información que las empre­sas de investigación de mercado habían obteni­do y almacenado en tarjetas de computadora.

Por ello, crearon registros de distribución cen­tral o archivos de datos sobre ciencias sociales, mecanolegibles, para fomentar este enfoque ecológico de los datos de investigación, cuyo origen configuró, no obstante, el mercado ini­cial.

La mayor parte de los datos almacenados por empresas comerciales dedicadas a la inves­tigación de mercado se concentraban en la opi­nión pública. Por ello no resulta sorprenden­te que los politólogos y los sociólogos fueran los m á s atraídos por estos archivos «incipien­tes».

C o n el tiempo, la relación entre el archivo y su usuario se hizo recíproca. Los investigadores académicos de estas disciplinas comenzaron a almacenar sus propios datos en los archivos pa­ra que fueran redistribuidos a otros investiga­dores. Los datos sobre las investigaciones de mercado, aunque todavía importantes, perdie­ron preponderancia a medida que se iban alma­cenando datos de las principales encuestas científicas, tales c o m o los estudios nacionales sobre las elecciones4 y las encuestas sobre las costumbres nacionales5.

El decenio de 1980

A partir de este origen c o m ú n de los archivos, su evolución se bifurcó. Los bancos de datos británicos, estadounidenses, alemanes y holan­deses se concentraron en archivar, confirmar, documentar y transmitir registros de datos a ni­vel individual, obtenidos de encuestas sociales por muestreo. Los archivos italianos y norue­gos, por otra parte, produjeron bases de datos nacionales e integradas geográficamente, de las que extrajeron datos sobre determinadas uni­dades geográficas.

La evolución de estos dos tipos de archivos converge en el decenio de 1980. En la actuali­dad todos los archivos ofrecen registros indivi­duales así c o m o resúmenes de bases de datos integrados en su contexto geográfico. M á s aún, la cooperación entre archivos produce datos comparativos transnacionales para su uso en la investigación social6 y hace que los productos de cada archivo estén disponibles gracias a su red. Para ello se han firmado diversos acuerdos internacionales de intercambio de datos que fa­cilitan el flujo internacional de información so­bre ciencias sociales7.

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El desarrollo de los archivos de datos de ciencias sociales 239

Motivos de su auge: pasado, presente y futuro

Al entrar en este nuevo decenio, los archivos de datos sociales, a diferencia de muchos otros proyectos de ciencias sociales, gozan de buena salud. Bélgica, la República Federal de Alema­nia, los Países Bajos, Dinamarca, Noruega, Ita­lia y Gran Bretaña cuentan con archivos de da­tos de ciencias sociales nacionales reconocidos. Aunque no se los pueda clasificar de nacionales en el sentido que tiene esta palabra en Europa, varios de los archivos de datos creados hace m u c h o tiempo en los Estados Unidos de A m é ­rica y el Canadá desempeñan tareas similares.

Quizás un indicador mucho más impresio­nante de la vitalidad de los archivos de datos sea la creación de nuevos servicios nacionales de datos en Australia, Austria, Hungría, India, Israel, Suécia y Unión Soviética. Además , exis­ten proyectos actualmente en debate para la creación de servicios similares en Eire, España, Finlandia, Francia y Suiza.

Aunque existen diferencias entre los distin­tos servicios, se desprenden tendencias c o m u ­nes m u y claras. En todas partes los archivos de datos se esmeran por mejorar su potencial téc­nico y su contenido.

Progresos técnicos

Los archivos de datos en ciencias sociales na­cieron cuando los investigadores de esa mate­ria, dedicados a estudios cuantitativos, deci­dieron adoptar la tarjeta perforada c o m o norma para el almacenamiento de datos y al­canzaron su madurez cuando se abandonó esta norma, quizá también debido a ello.

La sustitución en todo el m u n d o de los dis­positivos electromecánicos de registro de fi­chas individuales, c o m o los clasificadores, por computadoras electrónicas, marcó el fin de la norma única de almacenamiento de datos. Ca­da fabricante de computadoras creó sus pro­pias normas de almacenamiento, haciendo m u y difícil el intercambio de datos de investi­gación producidos por computadoras de dife­rentes orígenes. En realidad, esto limitó el in­tercambio de datos a los investigadores que utilizaban el mismo tipo de computadora o que deseaban reciclarse c o m o analistas de sistemas informáticos para poder efectuar el intercam­bio de datos entre computadoras.

En el aspecto más positivo, las computado­ras electrónicas liberaron a los investigadores de la rígida estructura lógica de los datos causa­da por el almacenamiento de fichas unitarias. C o n los soportes lógicos modernos destinados a la gestión de datos se pueden modelar los «mismos datos» de muchas formas distintas. N o obstante, la utilización de datos estructura­dos para un programa informático específico generalmente exige tener acceso a ese progra­m a . C o m o sea que muchos de ellos son exclusi­vos de un sistema (e incluso a veces exclusivos de una institución), el acceso general a los datos suele ser imposible.

Los problemas «causados» por el uso gene­ralizado de computadoras incompatibles dio nueva vida a los archivos. La conversión de las normas de computadoras para permitir el in­tercambio de datos se convirtió en la función m á s obvia de los investigadores.

Metafóricamente hablando, los archivos se rodean de una «armadura» técnica de protec­ción. Por regla general, transforman los regis­tros de datos de cualquier sistema de computa­doras utilizado en su país en una norma única para uso propio. A la inversa, cuando un inves­tigador desea obtener datos, el archivo convier­te los datos de la norma propia a las necesida­des del analista.

La «armadura» garantiza la integridad del archivo de datos. En caso necesario, quizá co­m o consecuencia de un cambio de computado­ras, el archivo puede proceder a la conversión de toda la información registrada mediante una simple operación. D e este m o d o , es posible mantener actualizados los datos acumulados de acuerdo con la evolución tecnológica.

La capacidad de facilitar la utilización de los datos por distintos sistemas informáticos asegura a los archivos un lugar reservado en el m u n d o de la investigación. Además , amplía el alcance de los datos disponibles para los inves­tigadores. En este caso la capacidad técnica de los archivos viene a reforzar su contribución sustantiva. Ejemplo de ello es la experiencia del Archivo de Datos Británico.

Logros importantes

Las fuentes más importantes de datos de en­cuestas sociales británicas son los estudios rea­lizados por las oficinas gubernamentales. Has­ta hace poco, todas estas encuestas (por

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240 Eric Tanenbaiim y Mairia Taylor

ejemplo, la «encuesta general de hogares» y la «encuesta sobre la fuerza laboral», realizadas por la División de Encuestas Sociales de la Ofi­cina de Población, Censos y Encuestas; la «en­cuesta sobre los gastos familiares» del Departa­mento de Empleo , y la «encuesta nacional sobre alimentos» del Ministerio de Agricultu­ra, Pesca y Alimentos) se llevaron a cabo m e ­diante programas informáticos adaptados es­pecialmente. Los datos se organizaron específicamente para estos programas. En con­secuencia, no tenían acceso a esta información los investigadores en ciencias sociales que care­cían de los conocimientos informáticos necesa­rios para realizar la compleja tarea de desen­marañar estos datos, paso fundamental y previo al descifrado del complejísimo conteni­do de los mismos por parte del analista.

El Archivo de Datos resolvió el problema. Tras haber adquirido los derechos de distribu­ción de estas grandes fuentes de datos, elaboró un programa de conversión para transformar estos registros a un formato más útil. D e esta forma los investigadores pueden aplicar los módulos informáticos que conocen a los resú­menes de datos pedidos al Archivo. En la Figu­ra 1 puede verse la popularidad de estos regis­tros en el contexto de la demanda general de información del Archivo de Datos.

Los datos oficiales brindan a los investigado­res sociales enormes posibilidades. El gobierno británico, por ejemplo, goza de una reputación envidiable por sus descripciones cuantitativas de las «condiciones sociales» del país. U n famoso escritor del siglo XIX describía la situación con las siguientes palabras: «La estadística social de Alemania y de los demás países del occidente de la Europa continental comparada con la inglesa es verdaderamente pobre. Pero, con todo, desco­rre el velo lo suficiente para permitirnos atisbar la cabeza de Medusa que detrás de ella se escon­de. Y si nuestros gobiernos y parlamentos institu­yesen periódicamente, como se hace en Inglate­rra, comisiones de investigación para estudiar las condiciones económicas; si estas comisiones se lanzasen a la búsqueda de la verdad pertrechadas con los poderes de que gozan en Inglaterra, y si el desempeño de esta tarea corriese a cargo de h o m ­bres tan imparciales e intransigentes como los inspectores de fábricas de aquel país, los inspec­tores médicos que tienen a su cargo la redacción de los informes sobre "Public Health" (sanidad pública), los comisarios ingleses encargados de

investigar la explotación de la mujer y del ni­ño, el estado de la vivienda y la alimentación, etc., nos aterraríamos ante nuestra propia reali­dad»8.

Desde que Marx escribiera estas palabras en Das Kapital, el resto de Europa ha conseguido alcanzar a Gran Bretaña. N o obstante, el conte­nido de este pasaje sigue siendo correcto. A ú n en esta época de recortes presupuestarios, el Gobierno sigue efectuando investigaciones a gran escala sobre los diversos aspectos de la vi­da social. Al poner los datos obtenidos de estos proyectos al servicio de la investigación social general se enriquece este trabajo. Los archivos de datos sirven de conducto para la distribu­ción de este material.

Aunque estos datos sumados a los recursos de que ya disponen los investigadores sociales permiten intensificar su vida laboral, sigue pendiente la pregunta de saber si estas ventajas son recíprocas. ¿Los investigadores originales se benefician poniendo sus datos a disposición de otros analistas? En una palabra, la respuesta es «sí». El nuevo análisis de los datos o «análi­sis secundario» agrega valor a los mismos, y ello de diversas maneras.

Análisis secundario

Se llama «análisis secundario» el análisis de los datos que hacen otros investigadores distintos de los primeros y para fines diversos también de aquéllos para los cuales fueron almacena­dos9. Aunque la figura 1 hace suponer que se trata de un fenómeno reciente, el trabajo de Durkheim y Booth10, entre otros, demostró que el análisis secundario es un enfoque clásico de la investigación social cuantitativa. En tanto que estrategia investigativa, tiene a la vez bene­ficios sustantivos y económicos.

Beneficios sustantivos

Los análisis secundarios permiten compensar muchas deficiencias asociadas con las investi­gaciones primarias de datos. Si echamos una ojeada al carácter de los datos vemos dónde re­side su punto débil.

C o m o lo muestra el «cubo de datos»" de la figura 2, todo dato existe en un espacio tridi­mensional. La investigación primaria conven­cional tiende a concentrarse sólo en dos face-

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F I G U R A 2. El cubo de datos.

tas. Aunque la elección de los aspectos varía según los proyectos, los investigadores origina­les utilizan mucho menos la faceta temporal, quizá debido a que los fenómenos sociales en­vejecen al mismo tiempo que el investigador. C o m o resultado de ello, los que almacenan da­tos primarios pueden decir poco sobre los cam­bios que éstos sufren.

Esto podría aplicarse también a otras res­tricciones en la perspectiva del primer investi­gador. C o m o se ve en la figura 3, el ámbito dis­ciplinario de los usuarios del archivo de datos se ha ampliado considerablemente a lo largo de los años. La disciplina del investigador («¿los sociólogos interpretan el m u n d o del mi smo m o d o que los geógrafos?») o su ubicación geo­gráfica («¿los australianos interpretan el m u n ­do del mismo m o d o que los italianos?») puede distorsionar la interpretación de los datos. A d e m á s de las diferencias de interpretación in­terdisciplinarias, las tradiciones estadísticas preferidas varían entre las disciplinas (por

ejemplo, el enfoque taxonómico favorecido por muchos geógrafos frente a la orientación conti­nua de los economistas).

En este sentido, cabe mencionar asimismo que, en cierto m o d o , los enfoques estadísticos dependen también en cierta medida del ele­mento temporal. En la medida en la que distin­tas estrategias estadísticas producen diferentes marcos interpretativos, puede ser igualmente útil la capacidad para analizar nuevamente los datos a la luz de las convenciones estadísticas actuales.

Los archivos de datos sociales ofrecen datos que permiten a los investigadores ampliar las posibilidades de generalizar su análisis. Gra­cias a la capacidad de los archivos de guardar datos acopiados en distintos momentos y c o m ­partir datos recogidos en diferentes naciones, eliminan las restricciones al uso de los datos permitiendo su confirmación intertemporal y transnacional. U n a vez más los archivos saldan la deuda con sus creadores ayudando a mejorar

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la credibilidad de los resultados de la investiga­ción social. Los análisis originales y los análisis secundarios, que abordan los problemas comu­nes a todos los datos primarios, acrecientan el valor de éstos.

Los archivos también ayudan a dar un sig­nificado más amplio a los resultados obtenidos de las fuentes de datos individuales. El Cua­dro 1, que contiene una lista seleccionada de proyectos de análisis basados en una única fuente de datos, muestra cuan variado puede ser una fuente única de datos. Puesto que cada uno de estos estudios utiliza una única fuente de datos, su conjunto constituye el marco de los propios datos.

C U A D R O 1. Proyectos de investigación que utilizan una única fuente de datos.

1. U n estudio intersectorial sobre la distribución de la renta en el Reino Unido.

2 . Diferencias por sexos en el absentismo laboral por enfermedad.

3. Enfoques alternativos para la clasificación de las mujeres por clases sociales.

4. Imposición fiscal, incentivos y distribución de la renta.

5. Valor económico del salvamento de vidas.

6. Problemas en el análisis del capital humano : el caso de Gran Bretaña.

7. Educación, ocupaciones e ingresos de hombres y mujeres.

8. U n análisis de la variación en la satisfacción en el empleo.

9. Factores determinantes del régimen de ocupación de viviendas en el Reino Unido.

10. Modelos de formación y disolución de la familia en la Gran Bretaña contemporánea.

11. Factores socioeconómicos que determinan las dife­rencias de fecundidad.

12. Circunstancias que afectan a las familias con niños en edad preescolar o escolar primaria.

13. El programa comparativo internacional sobre la metodología del ciclo de vida para la integración de los indicadores sociales.

14. Factores económicos de la discriminación. 15. La relación entre los factores socioeconómicos, la

declaración de enfermedad por el enfermo y el uso de los servicios sociales.

16. El crecimiento y la distribución de las prestaciones sociales en la industria británica.

17. U n análisis de los ingresos laborales. 18. Evaluación del paquete de gestión de datos SIR. 19. Trabajo, hogar y matrimonio en las primeras etapas

del ciclo de vida.

Beneficios económicos

Los factores económicos contribuyen también a la popularidad de los análisis secundarios que sugiere la figura 1. Para decirlo claramente, se trata de una estrategia investigativa poco costo­sa. Los analistas secundarios, al no tener que efectuar el trabajo sobre el terreno, pueden concentrarse en el análisis de los datos. D e este m o d o se ahorra m u c h o tiempo y dinero, c o m o lo ilustra la experiencia británica.

En los últimos años, el Archivo de Datos distribuyó datos que costaron millones de li­bras conseguir. Si consideramos el número de sus usuarios, esto representó m á s de 30 millo­nes de libras en 1988. C o m o la mayoría de los usuarios del Archivo de Datos trabajan en ins­titutos politécnicos y universidades financia­das por el gobierno, esto constituye una adición importante al presupuesto de investigaciones del sector académico. Su repercusión aumenta­rá probablemente a medida que los archivos de datos en ciencias sociales desarrollen sus pro­gramas actuales. A continuación describimos varios de ellos.

El decenio de 1990

Los archivos creados en el decenio de 1980 son servicios de información general que pueden utilizarse para proyectos de datos especializa­dos. Estos servicios de datos responden a nece­sidades comunes: adquisición, documentación y difusión. En el resto de nuestro artículo nos concentraremos en la evolución actual del Ar­chivo de Datos por lo que respecta a cada uno de estos sectores. En otros países se están lle­vando a cabo proyectos similares.

Adquisición

Los archivos de datos obtienen registros de da­tos por recomendación de los investigadores sociales. N o obstante, en la actualidad se orien­tan principalmente a rellenar las lagunas en su recopilación. U n ejemplo de este enfoque es el proyecto británico que se examina a continua­ción.

El «proyecto de bases de datos sobre zonas rurales» («Rural Areas Data Base Project», que tiene varios copatrocinadores12 se basó en las necesidades en materia de datos de los investi-

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El desarrollo de los archivos de datos de ciencias sociales 245

gadores rurales para clasificar los datos dispo­nibles sobre las zonas rurales de Gran Bretaña. El proyecto reunió estos datos en una fuente central desde donde pueden distribuirse a los investigadores interesados en distintas formas (como «datos brutos», mapas, informes inter­pretativos, etc.).

El proyecto exigió la participación de perso­nal adicional que se financió independiente­mente del presupuesto destinado al personal del Archivo. N o obstante, al aprovechar los ser­vicios centrales existentes, el proyecto sólo oca­sionó los costos marginales de los especialistas, que se concentraron en los aspectos sustantivos de la base de datos. Al distribuir los costos co­munes en varios proyectos, esta estrategia de desarrollo constituye un enfoque económico para reforzar el acopio de datos en sectores has­ta ahora deficientes.

Este proyecto es un ejemplo del nuevo inte­rés en datos «administrativos» o «producidos por procesamiento». La información generada por procesos administrativos privados y guber­namentales excede en mucho la cantidad de da­tos generados por investigaciones sociales adaptadas a los deseos del cliente. Y a en 1851, el filósofo social y activista francés Pierre Jo­seph Proudhon destacó el enorme potencial que ofrecen los residuos administrativos, al es­cribir: «Ser gobernado significa que cada opera­ción, cada transacción, cada movimiento, será controlado, registrado, inventoriado, valorado, sellado, medido, numerado, evaluado, patenta­do, autorizado, sancionado, avalado, sermo­neado, obstaculizado, reformado, rechazado, castigado»13.

Si Proudhon ( 1809-1865) hubiera escrito en el decenio de 1980, podría haber añadido que, en cada etapa, se almacena en computadoras la información recogida. N o obstante, su mensaje destinado a los investigadores sociales instru­mentales es m u y claro. Para los estudiosos de la organización social, queda aún por explotar una veta de información14.

Documentación

El Archivo de Datos posee más de 3.000 regis­tros de datos distintos, que van desde encuestas de mercado estrictamente definidas hasta el Banco de datos de series cronológicas macroe­conómicas de la Oficina Central de Estadísti­cas, con más de 10.000 series individuales. U n

investigador que desee saber si existen datos de interés en uno de estos registros tiene varias op­ciones de búsqueda.

El Catálogo de Archivo de Datos[i (publica­ción bianual en dos volúmenes) describe estos registros de acuerdo con un esquema común. Debido a su extenso índice, el investigador in­teresado en temas generales encuentra rápida­mente los estudios que resultan pertinentes a su sector.

N o obstante, el analista secundario que de­sea ubicar datos puntuales más que estudios ge­nerales exige un servicio diferente que permita buscar temas específicos. Para satisfacer esta necesidad, el Archivo de Datos ha codificado cada uno de sus estudios con palabras clave se­leccionadas de acuerdo con el contenido del in­dicador. Estas palabras clave, escogidas de un vocabulario controlado, elaborado a partir de un diccionario de la U N E S C O sobre términos de ciencias sociales16, se han introducido en un sistema informatizado de gestión de informa­ción que presta apoyo a las sesiones de consulta interactivas17.

A d e m á s de producir «metadocumenta-ción» acerca de estudios completos, el Archivo de Datos ofrece también «microdocumenta-ción» por temas. Esta documentación puede incorporarse directamente módulos de análisis estadístico de uso corriente.

Por último, el personal del Archivo ha fo­mentado la adopción de normas de cataloga­ción coherentes para registros de datos meca-nolegibles. Al reconocer la necesidad de estas normas si se quieren incluir los registros de da­tos en los sistemas de índices de las bibliotecas «convencionales», los miembros del Archivo han participado activamente en el desarrollo y la promoción de un proyecto de clasificación normalizado18.

Difusión de datos

Varios proyectos en curso facilitarán el acceso de los investigadores a los datos. Estos proyec­tos se basan en las nuevas técnicas de almace­namiento de datos y comunicaciones entre computadoras («redes»); más adelante los exa­minaremos bajo el epígrafe correspondiente.

Técnicas de almacenamiento de datos

El Archivo ha venido utilizando en diversas

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246 Eric Tanenbaum y Mareia Taylor

formas los discos ópticos, uno de los más inte­resantes progresos realizados en la tecnología de almacenamiento masivo y abordable. Pri­mero, el Archivo fue uno de los principales sub-contratistas de la British Broadcasting Cor­poration (BBC) en el reciente proyecto de vi­deodisco interactivo realizado para la conme­moración del 900° aniversario del Domesday Book. C o m o parte de su contribución figura­ban unas 2.500 «series de datos» que descri­bían las facetas sociales, económicas y políticas m á s importantes de Gran Bretaña en el decenio de 1980. El trabajo del Archivo sobre el disco le dio la posibilidad de desarrollar técnicas para que los datos fueran accesibles en este soporte. Desde entonces ha producido un videodisco in­teractivo sobre las zonas rurales del país para la BBC.

El Archivo adoptó también discos ópticos, aunque de tipo diferente, para el almacena­miento en línea de su colección de datos de 3.000 registros. Aprovechando los progresos lo­grados en la red de sistemas de comunicación entre computadoras descritas a continuación, los investigadores podrán transferir registros de datos del sistema de computadoras del Ar­chivo a su propio sistema. Con esto se elimina la manipulación de voluminosas cintas magné­ticas que eran el medio tradicional de suminis­tro de la información.

Por último, el Archivo de Datos está produ­ciendo varios discos compactos ( « C D - R O M » ) que contienen registros de datos que pueden analizarse de inmediato en las computadoras personales disponibles en el mercado. Puesto que cada disco compacto puede almacenar unos 600 megabytes de material, los archivos pueden suministrar grandes subgrupos de sus colecciones (por ejemplo, registros de docu­mentación y datos) directamente a los usuarios finales a m u y bajo costo. Los C D - R O M deben constituir una opción interesante para aquellos que deseen crear laboratorios de datos sobre ciencias sociales a nivel local sobre bases sóli­das.

Por m u y interesantes que resulten los discos ópticos, el Archivo todavía trabaja con su pa­riente más pobre, el disco flexible o «floppy».

En 1985 comenzó un programa para poner a disposición de las escuelas secundarias (que disponían de microcomputadoras con disco flexible) datos sobre ciencias sociales, agregan­do resúmenes de sus depósitos de datos a los módulos de los soportes lógicos utilizados en las escuelas. Su primer producto contenía indi­cadores del censo de población de 1981[9. Los discos posteriores se refieren a la salud, la cri­minalidad y problemas en las zonas urbanas pobres. Se han vendido cientos de ellos a las es­cuelas.

Comunicaciones entre computadoras

En la mayor parte de los países, los investigado­res en ciencias sociales se mantienen en enlace entre sí y también con los archivos nacionales a través de una o m á s redes informáticas. Esto les permite el uso interactivo de la información y las transferencias de registros. En muchos paí­ses los usuarios tienen acceso directo al conte­nido de los archivos nacionales. En Gran Breta­ña, por ejemplo, el Archivo de Datos ofrece un sistema bibliográfico en línea así c o m o acceso directo a algunos de los registros de datos más populares que están almacenados en su propia computadora o bien en uno de los varios cen­tros informáticos, distribuidos por todo el país. En el futuro, los investigadores podrán utilizar grandes registros complejos de datos sociales informatizados del mismo m o d o que ahora uti­lizan la documentación impresa. Gracias a es­tos esfuerzos, los archivos de datos sobre cien­cias sociales están ampliando el alcance de la información social disponible.

El Archivo es responsable también de un «sistema de teleconferencias» informatizado para los especialistas en ciencias sociales britá­nicos. Este sistema permite a las personas co­municarse entre sí a través de la red, suminis­trando «tableros de anuncios» sobre los princi­pales depósitos de datos del Archivo20. Las personas que trabajan con estas series de datos comparten su experiencia, sus problemas y, muchas veces también, sus soluciones21.

Traducido del inglés

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El desarrollo de los archivos de datos de ciencias sociales 247

Notas

1. En sus 23 años de vida, el Archivo de Datos Británico (British Data Archive) ha cambiado de nombre en varias ocasiones. Fue fundado en 1967 con el nombre de Banco de Datos (Data Bank) y en 1972 se convirtió en el Archivo de Encuestas (Survey Archive), nombre que mantuvo hasta 1982 en que se cambió por el de Archivo de Datos. Durante este período, el Consejo de Investigaciones bajo cuyos auspicios funciona cambió también de nombre, pasando del Consejo de Investigaciones en Ciencias Sociales (Social Science Research Council) a Consejo de Investigación Económica y Social (Economic and Social Research Council).

Cabe destacar también que cuando escribimos «Archivo de Datos», nos referimos al del Consejo de Investigación Económica y Social y, en cambio, cuando utilizamos esta expresión en minúsculas, nos referimos a este tipo de archivo en general.

2. Después de escribir este artículo hemos leído el análisis sobre la evolución de los archivos de Erwin Scheuch, que ofrece elementos comparativos con el estudio monográfico sobre Gran Bretaña que presentamos aquí. Véase Scheuch, E . K . ( 1990) «De los archivos de datos a una infraestructura para las ciencias sociales». Revista Internacional de Ciencias Sociales. 123. págs. 101-121.

3. La situación está cambiando. La importancia que se da actualmente a la información dentro de la «tecnología informática» parece indicar que las previsiones fueron erróneas en lo que se refiere al suministro de computadoras convencionales (o más exactamente, de soportes físicos o equipos). Quizás hubiera debido prestarse mayor atención, mucho antes, a las necesidades de

los consumidores de informática, como son los archivos de datos.

4. Los estudios sobre los electores siguen siendo importantes. Véase de Guchteneire, P . y L. LeDuc y R Niemi (1985) «A Compend ium of Academic Survey Studies of Elections Around the World» Electoral Studies, IV: 167-182.

5. Los datos de uno de los estudios más importantes de este tipo, G . Almond y S. Verba, el proyecto «Civic Culture» (Cultura Cívica), sirvió de base a más de 500 nuevos análisis efectuados por investigadores que no pertenecían al grupo original. Este es un buen ejemplo de «análisis secundario». M á s recientemente, el Programa Internacional de Encuestas Sociales (ISSP) se ha estado encargando de coordinar el acopio anual de datos censales sobre temas sociales de actualidad en 11 países. Estas encuestas contienen tanto preguntas específicas de un país como otras comunes a todos los países. U n a de las condiciones para participar en el ISSP es que los datos sean de dominio público poco tiempo después de su acopio. Véase Davis, J. y R . Jowell (1989) «Measuring National Differences: A n Introduction to the International Social Survey Programme (ISSP)» en Jowell, R . , S. Witherspoon y L . Brook (eds.) British Social Attitudes: Sped cd International Report (Londres: Gower).

6. A decir verdad, el grupo de trabajo conjunto, recientemente creado por la Fundación Científica Nacional de los Estados Unidos y el Consejo Británico de Investigación Económica y Social destacaron la necesidad de colaborar en la investigación para crear grandes series de datos comparativos de referencia, tarea que ya realizan desde hace varios años los archivos. Véase (la referencia del informe).

7. Por ejemplo, el «acuerdo sobre flujo transfronterizo de datos» del Comité de Archivos Europeos de Datos en Ciencias Sociales ( C E S S D A ) y los «acuerdos para el intercambio de datos» de la Federación Internacional de Organizaciones de Datos (IFDO).

8. K.. Marx ( 1964), El Capital «Crítica de la Economía Política», Fondo de Cultura Económica, México, tomo I, págs. X I V - X V , Prólogo a la primera edición.

9. Existen varias publicaciones excelentes sobre los análisis secundarios. Véanse por ejemplo. Dale, A . et. ai. (1988), Doing Secondary Analysis (Londres: George Allen & Unwin) , Kieeolt, K . y L . Nathan (1985) Secondary Analysis of Survey Data (Londres: Sage), C . Hakim (1982) Secondary Analysis in Social Research (Londres: George Allen & Unwin) y H . H y m a n (1972) Secondary Analysis of Sample Surveys (Nueva York: Wiley).

10. E . Durkheim(1897). El Suicidio. Akal Editor, 1982: C . Booth (1886), «Occupation of the People in the United Kingdom 1801-1881» JRSSXLIX 314-344.

11. El «cubo de datos» vuelve a aparecer varias veces en la bibliografía sobre el tema. U n a de las primeras fuentes es R . B . Cattell (1952), «The Three Basic Factor Analytic Research Designs - Their Intercorrelations and Derivatives», en Psychological Bulletin IL:499-520.

12. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el Departamento del Medio Ambiente, la Comisión sobre las zonas rurales, la Comisión de montes, la Comisión de desarrollo y el Consejo de Investigaciones Económicas y Sociales, entre otros.

13. P.J. Proudhon(1969). General Idea of the Revolution in

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248 Eric Tanenbaum y Mareia Taylor

the xix Century (Nueva York: Haskell House Publishers, pág. 294).

14. Se sabe muy poco acerca de cómo analizar datos de este tipo. Los sectores problemáticos se refieren a la vinculación de datos, su confidencialidad y su muestreo. M . Anderson y E. Tanenbaum (1984), «Report on Administrative Statistics» (Informe sobre estadísticas administrativas), presentado ante el Consejo de Investigación Económica y Social, Swindon, Reino Unido, sugiere un plan de trabajo para la actividad en este sector.

15. M.Taylor (editor) (1986), Data Archive Catalogue (Cambridge: Chadwyck-Healey).

16. U N E S C O (1982) Bibliografía de vocabularios, diccionarios, encabezamientos de materia y esquemas de clasificación de ciencias sociales (mono y plurilingües), núm. 54, Informes y Documentos de Ciencias Sociales, París, U N E S C O .

17. Para una descripción completa, véase B . Winstanley ( 1986), IRONS: Information Retrieval On-Line System (Colchester: E S R C Data Archive).

18. Véase Taylor, M . y B . Winstanley (1989), Cataloguing Computer Files: A Guide to Standards (Colchester: E S R C Data Archive); y U K Computer File Cataloguing Group (1989) Draft Standards for the Cataloguing of Computer Files:

Revised Edition (Londres: Library Association).

19. H . Midgley, E. Tanenbaum, N . Walford y D.Walker (1985), Census for Schools (Colchester: E S R C Data Archive).

20. Por ejemplo, la encuesta general de hogares, el Banco de datos de series cronológicas macroeconómicas del C S O , los estudios sobre las elecciones, el banco de datos de empresas EXSTAT.

21. Véase R . Blake y E . Tanenbaum (1987), The Essex Bulletin Board (Colchester: E S R C Data Archive) para mayor información.

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Servicios profesionales y documentales m Calendario de reuniones internacionales La redacción de la Revista no puede ofrecer ninguna información complementaria sobre estas reuniones.

1991

Viena Centro Internacional de Información para la Terminología: III Colo­quio de I N F O T E R M - Terminología para la transferencia de conoci­mientos INFOTERM, P. O Box 130. .4-1021 Viena (Austria)

Primavera Praga Unión Geográfica Internacional; Comisión «Geografía y administra­ción pública»: Reunión sobre «Desarrollo local y gobierno local» Prof. Olga Viklakova. Ustav Statni Sprévy, Jungmannova 29, Postovni schrénka c.45, 11000 Praga (Checoslovaquia)

11-14 marzo

21-23 marzo

25-30 marzo

Bangkok

Washington, DC

Canterbury (Reino Unido)

Unión Geográfica Internacional; Comisión «Población y Geografía»: Coloquio Dr. N. Nakavachara, Dept. of Geography, Chulalongkorn University, Bangkok 10500 (Tailandia)

Population Association of America: Reunión PÍA, 1429 Duke Street, Alexandria, VA 223143402 (Estados Unidos de América)

Centro Europeo de coordinación, investigación y documentación, en ciencias sociales; Consejo Internacional de Ciencias Sociales: VI Confe­rencia (Tema: Cambio social y sistemas de información en Europa) D. Streatfteld, National Foundation for Educational Research, The Mere, Upton Park, Slough. Bershire 9L1 2DO (Reino Unido)

27 mayo Honolulu, Hawai Asociación Científica del Pacífico: XVII Congreso (Tema: Hacia el si-3 junio (Estados Unidos glo del Pacífico: los retos del cambio)

de América) PSA, Bishop Museum, P. O. Box 17801. Honolulu. Hawai 96817 (Esta­dos Unidos de América)

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250 Servicios profesionales y documentales

26-28 junio Copenhague Institute of Organisation and Industrial Sociology: VIII Conferencia In­ternacional SCOS, Copcnhtiguen Btissincss School, 23B. Blaagaardsgadc, DK-2200 Copenhuguen A ' (Danmark)

2-5 julio Copenliaguen Instituto Internacional de Ciencias Administrativas: M e s a redonda. (Tema : La gestión de los servicios sociales) USA. I rue Delacqz, Ble. ¡I, B-1050 Bruxelles (Bélgica)

8-12 julio Budapest International Association for Cross-Cultural Psychology: II Congreso Europeo de Psicología / / European Congress of Psychology, Nal, Scientific Organizing P. O. Box 4, H-1378 Hungary (Budapest)

4-9 agosto

18-23 agosto México DF

Asociation of Asian Social Science Research Councils: IX Conferencia General AASSREC c/o Indian Council of Social Science Research, 35 Ferozc-shah Rd. New Delhi-110001 (India)

Federación Mundial para la Salud Mental: Congreso bienal 1991. (Te­m a : El hombre y la ciencia para la salud mental) Federico Pílenlo Silva. C O M E C T A . A. C, Apartado Postal 22-421, Tlal-pan 14000, México, DF (México)

Septiembre Europa Occidental Tribunal Internacional del Agua: Reunión Tribunal International de l'Eau, Damrak 83-1. 1012 EN Amsterdam (Países Bajos)

15-17 septiembre Padua (Italia)

24-28 septiembre Dublin

25-29 septiembre Baltimore (Estados Luidos)

Unión Geográfica Internacional; G r u p o de estudio sobre los cambios del medio ambiente en zonas kársticas: Conferencia internacional Dr. Aldtno Bondesan. Dipl. de Geografia. Vniversila degli Sludí di Pado-va. Via del Sanio 26. 35123 Padova (Italia)

Federación Internacional para la Vivienda, el Urbanismo y la Habilita­ción de los Territorios: X L Congreso FIIIUAT. 43 Wassenaarseweg, NL-2596 C G La Haya (Países Bajos)

International Society for the History of Rhetoric: Reunión Prof N. Struever, Humanities Center. The John Hopkins University, Baltimore. M D 21218 (Estados Unidos de América)

21-25 octubre París E A P S , U I E S P , I N E D : Congreso Europeo de Demografía SOCFI. Congrès européen de démographie. 14 rue Mandar. 75002 Paris (Francia)

Noviembre Minia (Egipto)

Unión Geográfica Internacional; G r u p o de estudio sobre el hambre y la investigación de sistemas de producción alimentaria: Conferencia in­ternacional sobre las zonas y lugares críticos Prof. F. A'. Ibrahim. Institute of Geoscienei: University of Bayreuth. P. O. Box 3008. D-8580 Bayreuth (Alemania)

Page 244: Estudio de los conflictos internacionales: paradigmas, geopolítica ...

Servicios profesionales y documentales 251

1992

20-24 enero I badán (Nigeria)

U n i ó n Geográfica Internacional; Comis ión «Salud y desarrollo»: R e u ­nión Dr. Base, F. Iyun. Depl ot Geography, University oflbadan. Ibadan (Ni­geria)

30 abril 2 mayo

Denver Population Association of America: Reunión (Estados Unidos PAA. 1429 Duke Street, Alexandria. VA 22314-3402 (Estados Unidos de de América) América)

Junio Brasil Conferencia de la Naciones Unidas sobre el med io ambiente y el desa­rrollo Naciones Unidas, Nueva York, N.Y. 10017 (Estados Unidos de América)

13-17 julio \ "tena Instituto Internacional de Ciencias Administrativas: X X I I Congreso in­ternacional USA. I rue Defacq, Ble. Il, B-1050 Bruselas (Bélgica)

9-14 agosto Washington, DC Unión Geográfica Internacional: X X V I I Congreso Internacional 27lh IGU Congress Secretariat, 17th and M Streets N W.. Washington, DC 20036 (Estados Unidos de América)

1994

Praga U n i ó n Geográfica Internacional: Conferencia regional Dr. J. Kvitkovic, Geograficky mistan CGI'SAV Ul. Obrancov miem 49, 81473 Bratislava (Checoslovaquia)

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Libros recibidos

Generalidades, Civilización, Progreso

Activités de l'OMS dans la région eu­ropéenne, 1989: Rapport annuel du directeur général. Copenhague, Or­ganisation mondiale de la santé, 1990. 188 p. carta, ill. graph, index. 12 FS.

International Conference on Science and Technology al the Service of De­velopment: The Role of Governmen­tal and Social Institutions, Kiev, 28 June - 2 July 1989: Proceedings. Kiev. Academy of Sciences of the Ukrainian S S R , Nauka D u m k a , 1990.361 p. Rbl.1.10

Lagadec, Patrick. States of Emer­gency: Technological Failures and Social Déstabilisation, trad, inglesa de J. Phelps. London; Boston; Sin­gapore; Sydney; Toronto; Welling­ton, Butterworth-Heinemann, 1990. 283 p. bibl. £19.95.

United Nations University; Univer­sity of Belgrade. International Semi­nar on the Transformation of the World, 1st, Belgrade, Yugoslavia, October 1979: Science and Techno­logy in the Transformation of the World, ed. by Anouar Abdel-Malek, Gregory Blue, Miroslav Pecujlic. Tokio, The United Nations Univer­sity, 1982.497 p.

Sociología

D e n n e n , J. V a n der; Falger, V . (eds.). Sociobiology and Conflict: Evolutionary Perspectives on Com­petition, Cooperation, Violence and Warfare. London: N e w York; To­kyo, C h a p m a n and Hall, 1990. 388 p. bibl. index. £35.

Foster, Arnold W . ; Blau, Judith R . (eds.). Art and Society: Readings in the Sociology of the Arts. Albany, State University of N e w York Press, 1989. 513 p. bibl. index ( S U N Y Se­ries in the Sociology of Culture).

Green, Eileen; H e b r o n , Sandra; Woodward, Diana. Women's Leisu­

re. What Leisure'.' Basingstoke, MacMillan, 1990. 199 p. bibl. in­dex.

Población

Lindgren, Jarl. Towards an Aging Society: Some Demographic and So-cieconomic Aspects of Population Aging in Finland. Helsinki, The Po­pulation Research Institute, 1990. 118 p. fig. tabl. bibl.

United Nations. Department of In­ternational Economic and Social Af­fairs. Expert Group Meeting on Po­pulation and Human Rights, Gene­va, 3-6 April 1989 - Population and Human Rights: Proceedings. N e w York, United Nations, 1990. 230 p. tabl. ( S T / E S A / S E R . R / 1 0 7 ) .

- . - . World Population Monitoring, 1989, Special Report: The Popula­tion Situation in the Least Develo­ped Countries. N e w York, United Nations, 1990. 260 p. fig. tabl. (Po­pular Studies, 113).

Ciencia política

Algérie. Université d'Oran; Unité de recherche en anthropologie sociale et culturelle. Espaces maghrébins: Practiques et enjeux, Taghit, 23-26 nov. 1987: Actes du colloque. Oran, URASC-ENAG/Editions, 1989. 322 p. fig./carte.

Drezon-Trepler, Mareia. Interest Groups and Political Change in Is­rael. Albany, State University of N e w York Press, 1990 ( S U N Y Se­ries in Israeli Studies). Encuaderna­do $49.50; Rústica $16.

Gaxie, Daniel; Collovald, Annie; Gaïti, Brigitte (y otros). Le social transfiguré: Sur la représentation po­litique des préoccupations sociales. Paris, Presses universitaires de France, 1990. 203 p. tabl. 80F.

México. Secretaría de Relaciones Exteriores. Memoria del Foro de consulta sobre los factores externos y

el contexto internacional. México, Instituto Matias R o m e r o de estu­dios diplomáticos, 1989. 247 p.

Saint-Ouen, François. Les portis politiques et ¡Europe: Une approche comparative. Paris, Presses univer­sitaires de France; Genève, Institut universitaire d'études européennes. 1990. 229 p. bibl. 140F.

Serbin, Andres. Elnicidad, clase y nación en la cultura política del Ca­ribe de habla inglesa. Caracas. Bi­blioteca de la Academia nacional de la historia. 1987. 477 p. bibl.

Ciencias económicas

Addo, Herb (ed.). Transforming the World-Economy'.' Nine Critical Es­says on lhe New International Eco­nomic Order. London; Sydney; T o ­ronto, Hodder and Stoughton, in assoc. with United Nations University, 1984. 298 p. tabl.

Anheier, Helmut; Seibel, Wolfgang (eds.). The Third Sector: Comparati­ve Studies on Nonprofit Organiza­tions. N e w York; Berlin, Walter de Gruyter. 1990. 414 p. ill. index. (De Gruyter Studies in Organization. 21). D M 1 4 8 : $59.95.

Ghose, A . K . Economic Growth and Employment Structure: A Study of Labour Outmigration from Agricul­ture in Developing Countries. Gene­va. Internationa] Labour Office, 1990. 98 p. tabl. bibl. (World E m ­ployment Programme). 15 FS .

Gonzalez, Mike; Del C a m p o Urba­no, Salustiano; M e s a , Roberto (eds.). Economy and Society in the Trans­formation of the World. Tokyo, The United Nations University; Lon­don, T h e MacMillan Press Ltd.. 1989. 206 p. index.

Grundmann, Siegfried; Lever, Wil­liam F . (eds.). Social and Economic Changes in Metropolitan Areas, in collab. with C . Villain-Gandossi. Vienna, European Coordination Centre for Research and D o c u m e n -

Page 246: Estudio de los conflictos internacionales: paradigmas, geopolítica ...

254 Libros recibidos

talion in Social Sciences, 1989, 236 p jig. tabl/carta

Nagai, Michio (ed.). Development in the Non-Western World. Tokyo, United Nations University; Sophia University; The International Uni­versity of Japan, 1984. 243 p.

Senju, Shizuo; Nakarmura, Zentaro. Economic Engineering for Executi­ves: A Common-Sence Approach to Business Decisions. Tokyo, Asian Productivity Organization. 1990. 159 p. fig. bibl. index. Encuaderna­do $32.95; Rústica $27.50.

United Kingdom. Employment De­partment Group. Ethnic Minorites and Employment Practice: A Study of Six Organisations, by Nick Jew-son. David Mason. Sue Waters, Ja­net Harvey. /London/, Employment Department Group, 1990. 199 p. (Research Paper, 76).

- . - . Women's Employment Patterns in the U.K., Erance and the USA, by Angela Dale and Judith Glover. /London / . Employment Depart­ment Group 1990. 78 p. fig. tabl. (Research Paper. 75).

Derecho

World Health Organization. Regio­nal Office for Europe. Is the Law Fair to the Disabled'' A European Survey, coord, by Geneviève Pinet. Copenhagen, World Health Organi­zation, 1990. 354 p. ( W H O Regio­nal Publications, European Series, 29). 45 Sw.Fr.

Previsión y acción social

European Conference on Environ­ment and Health, 1st, Frankfurt, 7-8 Dec. 1989: The European Charter and Commentary. Copenhagen, World Health Organization, 1990. 154 p. ( W H O Regional Publica­tions. European Series. 35). (Engl, and Fr. eds.). 26 FS.

Lonsdale, Susan. Women and Disa­bility: The Experience of Physical Disability Among Women. Basings­toke. MacMillan. 1990. 186 p. bibl. index. Encuadernado £30; Rústica £8.99.

Educación

Engel, Charles E. ; Vysohlid, Josef; Vodoratski, Victor A . Continuing Education for Change. Copenhagen, Regional Office for Europe; World Health Organization. 1990. 93 p. ( W H O Regional Publications. Eu­ropean Series, 28). 12 Sw.Fr.

Ciencias médicas

Le Centre de recherches pour le dé­veloppement international; Popula­tion Council. Choix et défis: La re­cherche d'un implant contraceptif -un effort mondial. Ottawa, Le Cen­tre de recherches pour le développe­ment international, 1990. 84 p.

Biografía, historia

Carlier, O m a r ; Colonna, Fanny; Djeghloul, Abdelkader; El-Korso, M o h a m e d . Lettrés, intellectuels, et militants en Algérie, 1880-1950. Al­ger. Office des publications univer­sitaires, 1988. 45,10 D A .

Van den Berghe, Pierre L. Stranger in their Midst. Niwot. University Press ofColorado. 1989. 300 p. ill.'

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Publicaciones recientes de la Unesco (incluidas las auspiciadas por la U n e s c o * )

Anuario estadístico de la Unesco 1989. París. Unesco, 1989. 1064 p. 350 F.

Bibliographic internationale des scien­ces sociales: Anthropologie / Interna­tional Bibliography of the Social Scien­ces: Anthropology, vol. 32, 1986. Lon­don; N e w York, Routledge / for / The Internat. Committee for Social Scien­ce Inform, and D o c . 1990. 609 p. (Diffusion: Offilib. Paris). 900 F.

Bibliographie internationale des scien­ces sociales: Science économique / In­ternational Bibliography ol the Sociul Sciences: Economics, vol. 35. 1986. London: N e w York. Tavistock Publi­cations / for / The Internat. C o m m i t ­tee for Social Science Inform, and D o c , 1990. 717 p. (Diffusion: Offilib, Paris) 900 F.

Bibliographic internationale des scien­ces sociales. Science politique / Interna­tional Bibliography of the Social Scien­ces: Political Science, vol.35. 1986. London; N e w York. Routledge / for / T h e Internat. Committee for Social Science Inform, and D o c , 1989. 751 p. (Diffusion: Offilib. París) 900 F.

Bibliographie internationale des scien­ces sociales: Sociologie / International Bibliography of lhe Social Sciences: Sociology, vol. 36. 1986. London; N e w York, Routledge / for / The In­ternat. Committee for Social Science Inform, and D o c , 1990. 351 p. (Dif­fusion: Offilib. Paris) 900 F.

Director}' of Social Science Informa­tion Courses, 1st ed. / Repertoire des cours d'information dans les sciences sociales / Repertorio de cursos en infor­mación en ciencias sociales París. Unesco; Oxford, Berg Publishers Ltd.. 1988. 167 p. (World Social Science In­formation Directories / Repertoires mondiaux d'information en sciences sociales / Repertorios mundiales de información sobre las ciencias socia­les). Encuadernado. 100 F.

Estudios en el extranjero / Study Abroad / Etudes à l'étranger, vol.

XXII. 1989-1990-1991. Paris. Unes­co, 1989. 1408 p. 82 F.

Europa. Asia y Africa en America Lati­na y el Caribe: Migraciones «libres» en los siglos XIX y XX y sus efectos culm-rales, coord, por B . Leander. París, Unesco; México. Siglo Veintiuno. 1989. 369 p. (El m u n d o en América Latina) 85 F.

Index translationum, vol. 37, 1984. Pa­rís, Unesco, 1990. 1099 p. 350 F.

Repertorio internacional de organismos de juventud, 1990 / Repertoire interna­tional des organismes de jeunesse / In­ternational Directory of Youth Bodies. Paris. Unesco, 1990. 477 p. index. 140 F.

Resistencia a la innovación de los com­plejos: III Foro de ¡ssyk-Kul. París. Unesco; Madrid, Instituto de Ciencias del Hombre, 1989. 180p. 98 F.

Selective Inventory of Social Science Information and Documentation Ser­vices. 1988. írded. / Inventaire sélectif des services d'information et de docu­mentation en sciences sociales /Inven­tario í/e seiricios de información y do­cumentación en ciencias sociales. Pa­ris. Unesco; Oxford. Berg, 1988. 680 p. (World Social Science Informa­tion Directories / Répertoires m o n ­diaux d'information en sciences socia­les / Repertorios mundiales de infor­mación sobre las ciencias sociales). Encuadernado. 150 F.

Unesco Yearbook on Peace and Con­flict Studies, 1987. Paris. Unesco: N e w York. Greenwood Press, 1989. 327 p. bibl. index. 280 F.

World Directory of Human Rights Teaching and Research Institutions. 1st ed. / Répertoire mondial des insti­tutions de recherche et de firmal ion sur les droits de l'homme / Repertorio mundial de instituciones de investiga­ción y de formación en materia de de­rechos humanos. Paris. Unesco: O x ­ford. Berg Publishers Ltd., 1988. 216 p. (World Social Science Infor­mation Directories / Répertoires mondiaux d'information en sciences

sociales / Repertorios mundiales de información sobre las ciencias socia­les). Encuadernado, 125 F.

H 'or/d Director)- of Peace Research and Training Institutions. 6th cd / Réper­toire mondial des institutions de recher­che et de formation sur la paix / Reper­torio mundial de instituciones de inves­tigación y de formación sobre la paz. Paris, Unesco; Oxford. Berg Publishers Ltd.. 1988,271 p. (World Social Scien­ce Information Directories / Répertoi­res mondiaux d'information en scien­ces sociales / Repertorios mundiales de información sobre las ciencias socia­les). Encuadernado. 150 F.

World Directory of Social Science Insti­tutions. ¡990. 5th ed. /Répertoire mon­dial des institutions de sciences sociales / Repertorio mundial de instilaciones de ciencias sociales. Paris. Unesco. 1990. 1211p. (World Social Science Information Services / Services m o n ­diaux d'information en sciences socia­les / Servicios mundiales de informa­ción sobre ciencias sociales). 225 F.

II orld Directory of Teaching and Re­search Institutions in International Law, 2nd ed., 1990 / Répertoire mon­dial des instil niions de formation el de recherche en droit international / Re­pertorio mundial de instituciones de formación y de investigación en dere­cho internacional. Paris. Unesco. 1990. 387 p. (World Social Science In­formation Directories / Répertoires mondiaux d'information en sciences sociales / Repertorios mundiales de información sobre las ciencias socia­les). 90 F.

World List of Social Science Periodi­cals, 1986, 7th ed. I Liste mondiale des périodiques spécialisés dans les sciences sociales / Lista mundial de revistas es­pecializadas en ciencias sociales Paris, Unesco, 1986. 818 p. index. (World Social Science Information Services / Services mondiaux d'information en sciences sociales / Servicios mundiales de información sobre ciencias socia­les). 100 F.

* Cómo obtener estas publicaciones: a) las publicaciones de la Unesco que lleven precio pueden obtenerse en la Oficina de Prensa de la Unesco, Servicio Comercial ( U P P / V ) . 7 Place de Fontenoy, 75700 París, o en los distribuidores nacionales; b) las copublicaciones de la Unesco pueden obtenerse en todas aquellas librerías de alguna importancia o en la Oficina de Prensa citada.

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Números aparecidos

Desde 1949 hasta 1958. esta Re-rula se publicó con el titulo de International Social Science Bullclin/Bnllciin micrnalioiuil des sciences sociales. Desde 1978 hasta 1984. la RICS se ha publicado regularmente en español y, en 1987. ha reiniciado su edición española con el número 114. Todos los números de la Revista están publicados en francés y en inglés. Los ejemplares anteriores pueden comprarse en la U N E S C O . División de publicaciones periódicas, 7, Place de Fontenoy. 75700 París (Francia). Los microfilms y microfichas pueden adquirirse a través de la University Microfilms Inc.. 300 N Zeeb Road. Ann Arbor. M I 48106 (USA), y las reimpresiones en Kraus Reprint Corporation, 16 East 46th Street, Nueva York. N Y 100,17 (USA). Las microfi­chas también están disponibles en la U N E S C O , División de publicaciones periódicas.

Vol. XI, 1959

N u m . 1 Social aspects of mental health* N u m . 2 Teaching of the social sciences in the

U S S R * N u m . 3 The study and practice of planning* N u m . 4 Nomads and nomadism in the arid zone*

Vol. XII. 1960

Num. Num.

Num. Num.

Citizen participation in political life* The social sciences and peaceful co-opera­tion* Technical change and political decision* Sociological aspects of leisure*

Vol. XIII. 1961

N u m . 1 Post-war democratization in Japan* N u m . 2 Recent research on racial relations* N u m . 3 The Yugoslav c o m m u n e * N u m . 4 The parliamentary profession*

Vol. XIV 1962

N u m . 1 Images of w o m e n in society* N u m . 2 Communication and information* N u m . 3 Changes in the family* N u m . 4 Economics of education*

Vol. XV. 1963

N u m . 1 Opinion surveys in developing countries* N u m . 2 Compromise and conflict resolution* N u m . 3 Old age* N u m . 4 Sociology of development in Latin America*

Vol. XVI. 1964

N u m . 1 Data in comparative research* N u m . 2 Leadership and economic growth* N u m . 3 Social aspects of African resource develop­

ment* N u m . 4 Problems of surveying the social science and

humanities*

Vol. XVII. 1965

Num. 1 M a x Weber today/Biological aspects of race* Num. 2 Population studies* N u m . 3 Peace research* Num. 4 History and social science*

Vol. XVIII. 1966

N u m . 1 H u m a n rights in perspective* N u m . 2 Modern methods in criminology* N u m . 3 Science and technology as development fac­

tors* N u m . 4 Social science in physical planning*

Vol. XIX. 1967

N u m . 1 Linguistics and communication* N u m . 2 The social science press* N u m . 3 Social functions of education* N u m . 4 Sociology of literary creativity

Vol. XX, 1968

N u m . 1 Theory, training and practice in manage­ment*

N u m . 2 Multi-disciplinary problem-focused re­search*

N u m . 3 Motivational patterns for modernization* N u m . 4 The arts in society*

Vol. XXI, 1969

N u m . 1 Innovation in public administration N u m . 2 Approaches to rural problems* N u m . 3 Social science in the Third World* N u m . 4 Futurology*

Vol. XXII, 1970

N u m . 1 Sociology of science* N u m . 2 Towards a policy for social research* N u m . 3 Trends in legal learning* N u m . 4 Controlling the h u m a n environment*

Vol. XXIII. 1971

N u m . 1 Understanding aggression N u m . 2 Computers and documentation in the social

sciences* N u m . 3 Regional variations in nation-building* N u m . 4 Dimensions of the racial situation*

Vol. XXIV 1972

N u m . 1 Development studies* N u m . 2 Youth: a social force?* N u m . 3 The protection of privacy* N u m . 4 Ethics and institutionalization in social

science*

Page 249: Estudio de los conflictos internacionales: paradigmas, geopolítica ...

258 Números aparecidos

Vol. XXV, 1973 Vol. XXXIV, 1982

N u m . 91 Imágenes de la sociedad mundial N u m . 92 El deporte N ú m . 93 El hombre en los ecosistemas N u m . 94 Los componentes de la música

N u m . 1/2 Autobiographical portraits* N u m . 3 The social assessment of technology* N u m . 4 Psychology and psychiatry at the crossroads

Vol. XXVI, 1974

N u m . 1 Challenged paradigms in international relations*

N u m . 2 Contributions to population policy* N u m . 3 Communicating and diffusing social science* N u m . 4 The sciences of life and of society*

Vol. XXVII, 1975

N u m . 1 Socio-economic indicators: theories and ap­plications*

N u m . 2 The uses of geography N u m . 3 Quantified analyses of social phenomena N u m . 4 Professionalism in flux

Vol. XXVIII, 1976

N u m . 1 Science in policy and policy for science* N u m . 2 The infernal cycle of armament* N u m . 3 Economics of information and information

for economists* N u m . 4 Towards a new international economic and

social order*

Vol. XXIX, 1977

N u m . 1 Approaches to the study of international or­ganizations

N u m . 2 Social dimensions of religion N u m . 3 The health of nations N u m . 4 Facets of interdisciplinarity

Vol. XXX, 1978

N u m . I La territorialidad: parámetro político N u m . 2 Percepciones de la interdependencia mundial N ú m . 3 Viviendas humanas: de la tradición al

modernismo N ú m . 4 La violencia

Vol. XXXI. 1979

N ú m . 1 La pedagogía de las ciencias sociales: algunas experiencias

N ú m . 2 Articulaciones entre zonas urbanas y rurales N ú m . 3 Modos de socialización del niño N ú m . 4 En busca de una organización racional

Vol. XXXII, 1980

N ú m . 1 Anatomía del turismo N ú m . 2 Dilemas de la comunicación: ¿tecnología con­

tra comunidades? N ú m . 3 El trabajo N ú m . 4 Acerca del Estado

Vol. XXXIII. 1981

N ú m . 1 La información socioeconómica: sistemas, usos y necesidades

N ú m . 2 En las fronteras de la sociología N ú m . 3 La tecnología y los valores culturales N ú m . 4 La historiografía moderna

Vol. XXXV 1983

N ú m . 95 El peso de la militarización N ú m . 96 Dimensiones políticas de la psicología N ú m . 97 La economía mundial: teoría y realidad N ú m . 98 La mujer y las esferas de poder

Vol. XXXVI, 1984

Núm. 99 La interacción por medio del lenguaje Núm. 100 La democracia en el trabajo N ú m . 101 Las migraciones Núm. 102 Epistemología de las ciencias sociales

Vol. XXXVII. 1985

N ú m . 103 International comparisons N ú m . 104 Social sciences of education N ú m . 105 Food svstems N u m . 106 Youth'

Vol. XXXVIII, 1986

N u m . 107 Time and society N u m . 108 The study of public policy N u m . 109 Environmental awareness N u m . 110 Collective violence and security

Vol. XXXIX. 1987

Num. 11 I Ethnic phenomena Num. 112 Regional science Num. 113 Economic analysis and interdisciplinarity Num. 114 Los procesos de transición

Vol. XL, 1988

N u m . 115 Las ciencias cognoscitivas N ú m . 116 Tendencias de la antropología N ú m . 117 Las relaciones locales-mundiales N ú m . 118 Modernidad e identidad: un simposio

Vol. XLI. 1989

N ú m . 119 El impacto mundial de la Revolución fran­cesa

N ú m . 120 Políticas de crecimiento económico N ú m . 121 Reconciliar la biosfera y la sociosfera N ú m . 122 El conocimiento y el Estado

Vol. XLI I, 1990

N u m . 123 Actores de las políticas públicas Núm. 124 El campesinado Núm. 125 Historias de ciudades Núm. 126 Evoluciones de la familia

*Números agotados

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Suscríbase

REVISTA HOMINES Revista Latinoamericana d e Ciencias Sociales

(Directora: Aline F r a m b e s - B u x e d a )

-Zora Moreno: "El teatro popular en Puerto Rico" -Jaime Ensignia: "El movimiento sindical en

Chile" -Sylvia Enid Arocho Velazquez: "Las medallas y

los museos en Puerto Rico" -Néstor García Canchini: "Sobre cultura popular" -Nils Castro:"Objetivos Estratégicos de Estados

Unidos en Panamá" -Aline Frambes-Buxeda: "Clases sociales y

política en la Integración Andina" -Andrés Serbin: "Vientos de cambio en la U R S S " -Antulio Parrilla: "La mujer en la Iglesia" -Liliana Cotto: "Sindicatos hoy en Puerto Rico"

Tarifa de Suscripción Anual (Dos Ediciones) Puerto Rico $15.00

Europa, Sur América, Africa, Asia $25.00 Estados Unidos, Caribe y Centroamericana $22.00

Envíe su cheque o giro postal a: Directora-Revista H O M I N E S , Depto. de Ciencias Sociales, Universidad Interamericana, Apartado 1293, Hato Rey, Puerto Rico 00919

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CONTRIBUCIONES Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional

Editor Konrad-Adcnaucr-Stiftung Asociación Civil Centro Inicrdisciphnano de Estudios sobre el Desarrollo Latinoamericano Director: Helmut Witielsbürgcr

Colaboradores del Centro Judith Bojman. Carlota Jackisch. Carlos Mcrlc. Omar Poncc. Hermann Schneider. Laura Villarruel. Helmut Witlclsburger

Administración > Documentación

Carlos Merle. Omar Ponce

Consejo de Redacción

Judith Bojman. Carlota Jackisch Hermann Schneider. Laura Villarruel. Helmut Wiiiclsbürgcr

Secretaria de Redacción

Laura Villarruel

Editorial

\rticulos

Ricardo Conibcllas Política, tomumcuiion i demot rucia

Heinrich Oberrcuter Medios de comuimación y i alana pollina

Lothar Roos Preocupación ¡mi cl mundo pohie

Peler Werhahn Ifílcsia-cionomiu

Rafael Braun Libcittid i solidai ¡dad en una eionomia de men ado

Hans-Jürgen Rosner

Piiiuipios cl IL i is de la Ltonoima Simal de Menudo

Entrevistas

Lniiensia a! 1'iesidente de la Rcpuhiua li\>cnitnu. Di C alios S Menem

Dossier '90

( n lamhio fundamental

Josef Thesing /./ desunollo de los atontei omentos en los países de Luí opa del liste r MÍ impacto en el I eren Mundo

Mano Vargas Llosa I lempos de tiailonto \ maia\dla

Volkmar Köhler , ( asa cut opea o I cnei Mundo '

Franklin Trem I Luí opa V2 e suas relutócs ion! a \mcntu Latina

.luergcn Wesiphalen Lalinoamcnca i el Menudo fluí opeo l meo

Milovan Djilas í na MSIOII i evolutional ta i tlcmoaatiiu de Luropa

Dieter Benecke Rckuioncs cntie Imana Latina \ ¡lemania a la luz de los iam/nos en Eutopu Oí lenta!

Ernest Precg LI acálmenlo de los bloques comen tales regionales

* Una sección documental referida al lema se publica exclusivamente en la sepárala (Dossier'90)

Comunicado de Prensa de la Reunión Con ¡unta del I onilo Monetauo Inlernacional y el Hamo Mundial, en H ashin^ton, DC

Documentos de la Cuidad ¡lemana

- Declaiaaón del Canalla Ledeiul de la Republica feilend de Manama, Helmut Kohl

- 'Halado Dos- Mús-Cuutro del 12 de sepiiembie de IWO

- Declaiaaón ¿lei Es-primei Ministro de la Rcpuhliiu Demoaatna de Memann Lothai de Mazière

Dcilaraaón de Curucas

Comentario de libros

Jean-François Revel Id conocimiento muid, por Enrique Aguilar

Personas j hechos

Disciti so del /'residente de la Repuhlua de ( osta Rua. Lu Rulad I Caldcion Eouimer en la sede del ( eniio de huesuda ion i fdiestiaiineiii Pollino tdmin¡s!>ulivo(( / ! / ' \)

Dieter Dollkcn La etonomia mundial se plómete un a tifie \uaas opoitttnidudcs a Ua\es icloimas y de la unification alemana

Piotr Cywinski listrei ha coopaaaón entie t s de usesniamtenlo sohic el SID I

Rita Maertens

llcmamu oifiamzu una campaña tonna la dioi;a

Jomadas Empújanos II

.Seminal ¡o "La Economía Soual de Menudo i el tul tu o del l'anu;ua\ ' Seminario intentai tonal "Luíopa 92 i los desafíos pata la intoiíanon en el Cono Sut"

Coloquio international "La modernización de la \i fient uta Rede fotuto del Estado, politica de apiste i tonseuienctas soaules"

Seminario "La Etonomia Souul de Menudo en Chile

Semtnat¡t) international "Ucstion imhieniul en los Países del ( onveiuu ladres Helio"

Publicaciones recibidas en la biblioteca del C I E D L A

Contenido del año 1990 de C O N T R I B U C I O N E S

Federico Fodcrs / . / set toi uíiiopecuaiio en el lontesto del Menudo C omún Europeo-, Paite integral o e\tepcion ¡usnfuuda a lu Etonomia Social de Mercado'.'

Wolfgang Grabisch / . / sector ufiíopecuano en la Rcpuhlua Lcdeiul de Hcmunia- su desarrollo y ilcsalios en el mano de una Lionomia Souul de Matado

Jorge Ciar/arelli / / enlamo de SID I. su familia y su entonto

¡dentones en linisd

Publicación trimestral de la Konrad-Adenaucr-Sli f tung A . C . - Centro Inierdisciphnai lo

de Estudios sobre el Desarrollo Latinoamericano C I E D L A

A ñ o Vil - N ° -4 (28) - Octubre-diciembre, 1990

Redacción > Administración: CIEDLA. Leandro N. Alcm 690 - 20' Pisi 1001 Buenos Aires. República Argentina.

Teléfonos (00541) 313-3522/3531/3539/312-6918 T L X 24751 K A S B . A A R F A X (00541) 311-2902

Derechos adquiridos por K O N R A D A D E N A U E R - S T I F T U N G A C Registro de la Propiedad Intelectual N.° 266.319

Hecho cl depósito que marca la lç> I I.723

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oo estudios sociales

IM." 66 /trimestre 4 / 1990

PRESENTACIÓN

ARTÍCULOS

ACERCA DE LA NOSTALGIA. Darío Rodríguez M .

Pág.

Pág.

5

1 1

LA TERCERA VIA DE DESARROLLO HOY: ¿CONJUNTO VACIO, SUEÑO NOSTÁLGICO, O DESAFIO AUN VI­GENTE? Joseph Ramos Pág. 31 OCHO AFIRMACIONES SOBRE LA FORMACIÓN, LA CIENCIA, LA DE­MOCRACIA Y LOS DERECHOS DEL HOMBRE. Juan Ruz R. Pág. 47 LA RACIONALIDAD UNIVERSI­TARIA EN EL PROCESO DE DE­SARROLLO Raúl Atria B. Pág. 57 TELEVISION Y EDUCACIÓN ANTE EL DESARROLLO Valerio Fuenzalida Pág 87 SOCIABILIDAD Y PARTICIPACIÓN COMUNITARIA EN HABITAT DE RADICACIÓN Y ERRADICACIÓN. Patricia Muñoz S.; Patricio de la Puente; Emilio Torres R. Pág. 97 AMBIENTE FAMILIAR Y CONSUMO DE ALCOHOL: UN ESTUDIO CORRE-LACIONAL EN ADOLESCENTES. Car­men Rojas C ; Alba Zambrano C. Pág. 119

LOS JÓVENES UNIVERSITARIOS Y LA SEXUALIDAD Paz Covarru-bias; Mónica Muñoz; Lorena Po-blete; Carmen Reyes, Pág. 129

MERCADO CAUTIVO O CAUTIVOS DEL MERCADO. Sergio Gómez. Pág. 165 LA DESCENTRALIZACIÓN DEL ES­TADO Y LA PARTICIPACIÓN DE AGRICULTORES Y CAMPESINOS EN EL DISEÑO DE POLITICAS AGRA­RIAS ESPECIFICAS. Carlos Amt­mann Pág. 179 ASPECTOS CONCEPTUALES DE PRIVATIZACIÓN DE EMPRESAS. José R. Parada D. Pág. 197

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

«DESARROLLO DE LA CREATIVI­DAD». (C.P.U.) Dr. Alberto Cris-toffanini. Pág. 227

D O C U M E N T O S

LAS ESPECIALIDADES MEDICAS Y EL PROCESO DE ESPECIALIZACION EN MEDICINA. Dra. Gabriela Ven-turini Pág. 233

E V E N T O S : CREATIVIDAD EN LA E M P R E S A Y E D U C A C I Ó N Pág. 251

corporación de promoción universitaria

Los artículos publicados en esta revista expresan los puntos de vista de

sus autores y no necesariamente representan la posición de la Corporación

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EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O COMITÉ DICTAMINADOR: Carlos Bazdresch P , José Casar, Jorge Hierro, Inder Ruprah, Lucia Segovia, Aarón Tor­

nei!, Rodolfo de la Torre, Kurt Unger. CONSEJO EDITORIAL Edmar L. Bacha, Enrique Cárdenas, José Blanco, Gerar­

do Bueno, Héctor L Diéguez, Arturo Fernández, Ricardo Ffrench-Davis, Ennque Florescano, Roberto Frenkel, Ricardo

Hausmann, Albert O Hirschman, David Ibarra, Francisco Lopes, Guillermo Maldonado, José Antonio Ocampo, Luis

Ángel Rojo Duque, Gert Rosenthal, Fernando Rosenzweig t (Presidente), Francisco Sagasti, Jaime Jose Serra, Jesús

Silva Herzog Flores, Osvaldo Sunkel, Carlos Tello, Ernesto Zedillo

Director: Carlos Bazdresch P. Subdirector: Rodolfo de la Torre

Secretario de Redacción: Guillermo Escalante A.

Vol. LVII (4) México, Octubre-Diciembre de 19Ô0 Núm. 228

ARTÍCULOS:

Michael Gavin

Fernando Navajas y Alberto Porto

Miguel Kiguel y Nissan Liviatan

Aarón Tornell y Andrés Velasco

Gerardo Marcelo Marti

Fernando Solis Soberón

Gonzalo Castañeda

SUMARIO

Politica comercial y balanza comercial: El argumento de los sub­sidios a la exportación

La tarifa en dos partes cuasi óptima Eficiencia, equidad y fman­damiento

Algunas implicaciones de los juegos de politica para las economias de alta Inflación

Fuga de capitales y ¡uegos distributivos

Argentina: La crisis de 1890 Endeudamiento externo y crack financiero

La política comercial de la ganadería bovina en México

Consecuencias macroeconómicas del auge en los mercados financieros de México durante 1986-1987

NOTAS Y COMENTARIOS.

Rodolfo de la Torre

R E S E Ñ A S BIBLIOGRÁFICAS:

Roberto Reyes Mazzoni:

DOCUMENTOS:

En busca de una perspectiva económica general: Conversación con Jagdish Bhagwati

Masahiko Aoki. La estructura de la economia japonesa

Ecologia y la economia mundial (Miguel de la Madrid Hurtado). Homenaje a don Rodrigo Gómez en el XX aniversario de su falle­cimiento (Miguel Mancera)

Personal Universidades. bibliotecas e instituciones

La Precio de suscripción por un año 1991 suscripción en México cuesta $75,00000

España, Centro

y Sudamenca (dólares) $25 00

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Resto del mundo (dólares) $35 00

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Fondo de Cultura Económica - Av de la Universidad 975 Apartado Postal 44975, México. D F

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La Revista internacional de ciencias sociales se publica en marzo, junio, septiembre y diciembre.

Precio y condiciones de subscripción en 1991 Países industrializados: 5.000 ptas. o 45 $. Países en desarrollo: 3.000 ptas. o 27 $. Precio del número: 1.500 ptas. o 15 $.

Se ruega dirigir los pedidos de subscripción, compra de un número, así c o m o los pagos y reclamaciones al Centre Unesco de Catalunya: Mallorca, 285. 08037 Barcelona

Toda la correspondencia relativa a la presente debe dirigirse al Redactor jefe de la Revue internationale des sciences sociales Unesco, 7 place de Fontenoy, 75700 Paris.

Los autores son responsables de la elección y presentación de los hechos que figuran en esta revista, del mismo m o d o las opiniones que expresan no son necesariamente las de la Unesco y no comprometen a la Organización.

Edición inglesa: International Social Science Journal (ISSN 0020-8701) Basil Blackwell Ltd. 108 Cowley Road, Oxford O X 4 1JF (R.U.)

Edición francesa: Revue internationale des sciences sociales (ISSN 0304-3037) Editions Eres 19, rue Gustave-Courbet 31400 Toulouse (Francia)

Edición china: Giioji shehui kexue zazhi Gulouxidajie Jia 158, Beijing (China)

Edición árabe: Al-Majalla Addawlya ¡il Ulum al Ijtimaiya Unesco Publications Centre 1, Talant Harb Street, El Cairo (Egipto)

Hogar del Libro, S.A. Ramelleres, 17,08001 Barcelona Imprime: Grinver, S.A. A v . Generalität, 39. 08970 Sant Joan Despi Depósito legal, B . 37.323-1987 Printed in Catalonia ISSN 0379-0762 ® Unesco 1991