Ethos Ciencia- Merton (ACT)

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“El ethos científico según Robert K. Merton” Exposición para la asignatura “Antropología de la Ciencia y de la Técnica” Presentado por: Daniela Avendaño C. Docente: Emilio Quevedo Universidad del Rosario Semestre I, 2010 Hasta ahora, el seminario ha visto a la Ciencia (o a las ciencias) como objeto de la historia. Sin embargo, es necesario fijar nuestra mirada en una perspectiva distinta. La ciencia juega un papel en la sociedad, y como institución, merece la atención de otras disciplinas, como la sociología. Una primera idea de la ciencia como institución la ofrece Robert K. Merton, sociologo funcionalista. Se propone por ello definir el ethos 1 de la misma, de tal forma que podamos ver cómo se acopla a las demás instituciones de la sociedad, o con cuales de éstas es menos compatible en determinada estructura u orden social (como en el caso de este texto, la democracia y la economía capitalista). En su texto “La estructura normativa de la ciencia”, Robert Merton ofrece una explicación de 4 principios -de los 5 que se aceptan actualmente- bajo los cuales se define el ethos de la ciencia. No obstante, para introducir dicha explicación, debemos situarnos en el contexto en el que sale a la luz este artículo. Esto ocurre en 1942, es decir durante la segunda guerra mundial. Durante este periodo se hizo evidente un crecimiento exponencial de la ciencia, especialmente porque, para muchos, ésta se vuelve una herramienta más de las potencias en conflicto. Además de esto, surgen los totalitarismos, estructuras sociales cuyo ethos entra en conflicto con la ciencia o incluso puede volverse un “falso amigo”. Las personas empiezan a dudar de ese auge y primacía que la ciencia tuvo durante 3 siglos, ya no confían en el científico. Es hora, por tanto, de que la ciencia se someta a una autoevaluación, el científico ya no es miembro de una élite plenamente diferencia del resto de la sociedad y la cultura, se da cuenta de su responsabilidad como individuo cuyas acciones tienen efectos en la estructura socio-cultural en la que desarrolla sus investigaciones. Para el momento en que se escribe el artículo, la ciencia aún 1 ethos: las características y normas sociales y culturales particulares de un grupo, organización o sociedad” Ver Lawson y Garrod, Dictionary of Sociology Ed. Taylor and Francis, 2001 1

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“El ethos científico según Robert K. Merton”Exposición para la asignatura “Antropología de la Ciencia y de la Técnica”Presentado por: Daniela Avendaño C.Docente: Emilio QuevedoUniversidad del Rosario Semestre I, 2010

Hasta ahora, el seminario ha visto a la Ciencia (o a las ciencias) como objeto de la historia. Sin embargo, es necesario fijar nuestra mirada en una perspectiva distinta. La ciencia juega un papel en la sociedad, y como institución, merece la atención de otras disciplinas, como la sociología. Una primera idea de la ciencia como institución la ofrece Robert K. Merton, sociologo funcionalista. Se propone por ello definir el ethos1 de la misma, de tal forma que podamos ver cómo se acopla a las demás instituciones de la sociedad, o con cuales de éstas es menos compatible en determinada estructura u orden social (como en el caso de este texto, la democracia y la economía capitalista).

En su texto “La estructura normativa de la ciencia”, Robert Merton ofrece una explicación de 4 principios -de los 5 que se aceptan actualmente- bajo los cuales se define el ethos de la ciencia. No obstante, para introducir dicha explicación, debemos situarnos en el contexto en el que sale a la luz este artículo. Esto ocurre en 1942, es decir durante la segunda guerra mundial. Durante este periodo se hizo evidente un crecimiento exponencial de la ciencia, especialmente porque, para muchos, ésta se vuelve una herramienta más de las potencias en conflicto. Además de esto, surgen los totalitarismos, estructuras sociales cuyo ethos entra en conflicto con la ciencia o incluso puede volverse un “falso amigo”. Las personas empiezan a dudar de ese auge y primacía que la ciencia tuvo durante 3 siglos, ya no confían en el científico. Es hora, por tanto, de que la ciencia se someta a una autoevaluación, el científico ya no es miembro de una élite plenamente diferencia del resto de la sociedad y la cultura, se da cuenta de su responsabilidad como individuo cuyas acciones tienen efectos en la estructura socio-cultural en la que desarrolla sus investigaciones.

Para el momento en que se escribe el artículo, la ciencia aún no reconocía un conjunto de principios o normas sobre las cuales basar su práctica, al menos no explícitamente. Más ello no significaba que no existiera un ethos de la ciencia, al contrario, el hecho de que había reproches morales dentro de la misma, es lo que permitió a Merton llegar a los 4 conjuntos de imperativos. Estos son producto, en última instancia, del fin institucional y sus métodos, en el caso de la ciencia: “la extensión del conocimiento certificado [… y...] enunciados de regularidades empíricamente confirmados y lógicamente coherentes” (Merton 1942, p. 358). De la misma manera, el fin institucional sólo puede buscarse por la eficacia de los métodos y las normas morales que lo hacen posible. El asunto es que las diferencias que se pueden encontrar en distintos estadios del desarrollo de la ciencia, en distintas épocas y distintas sociedades, nos muestran que este fin general puede ser más acorde al ethos de una u otra institución dominante. Por ejemplo, cuando el ethos de la religión es el dominante, pueden encontrarse muchos obstáculos para el desarrollo de la ciencia, mientras que si el ethos dominante es el de las instituciones democráticas, parecería que la búsqueda de conocimiento certificado adquiere mucha más importancia (o al menos es una de las hipótesis que maneja el autor). Por ello, un problema fundamental que podría trabajarse en base a este texto sería “¿cuál es la [estructura social] que brinda el contexto institucional más apropiado para [el] mayor desarrollo [de la ciencia]?” ( Merton 1942, p. 358).

Universalismo: Este es el primer conjunto de principios que considera Merton. El universalismo determina un conocimiento certificado por “criterios impersonales establecidos”. Es decir, cuando la comunidad científica acepta, de manera generalizada, un teoría o un resultado, no lo hace por factores personales que determinan al científico que inicialmente postuló el conocimiento, factores tales como nacionalidad, género, raza, entre otros.

1 “ethos: las características y normas sociales y culturales particulares de un grupo, organización o sociedad” Ver Lawson y Garrod, Dictionary of Sociology Ed. Taylor and Francis, 2001

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Señala el autor que para este caso, un ethos incompatible sería un ethos etnocentrista o nacionalista, pues no significa que la ciencia no se pueda desarrollar en un ámbito nacionalista, pero si podría traer obstáculos y contradicciones dentro de la institución misma. Por ejemplo: “Restringir las carreras científicas por otras razones que la falta de competencia es obstaculizar la promoción del conocimiento. El libre acceso a las actividades científicas es un imperativo funcional. La conveniencia y la moralidad coinciden” (Merton 1942, p. 361). El autor también habla de una oposición fuerte por parte de la estructura social en conjunto. En este caso ya no se observa el merito académico del científico, sino que cumpla con ciertos requisitos para hacer parte de una élite. Herramientas poderosas en contra del universalismo serían la ideología o valoraciones extracientíficas sustentadas en el ethos de otras instituciones.

Comunismo: Este segundo conjunto de imperativos define los “derechos de propiedad” de la ciencia. La ciencia es producto de y para la comunidad. Esto se puede ver en dos ámbitos. El primero es la necesidad de difundir los hallazgos científicos. Esto no sólo permite otorgar reconocimiento al autor, sino que pone a disposición de otros el conocimiento sobre el cuál se pueden sustentar investigaciones futuras. Esto último sería el segundo ámbito, derivado de la famosa cita de Newton: “si he visto más allá, ha sido encaramándome sobre los hombros de gigantes”. Al aceptar la validez de esta cita, Merton no niega la genialidad de grandes científicos como Newton, no obstante, otorga un papel de gran importancia a los antecedentes de la teoría. Es necesario notar que el comunismo es uno de los problemas más importantes, que además se empieza a vislumbrar ya en el artículo de Merton. Si la ciencia es de la comunidad, si la tecnología es para la comunidad ¿por qué debemos pagar por ella?

Desinterés: Este sea tal vez el conjunto más difícil de definir. En primer lugar, el autor parece trabajarlo desde lo negativo: en vez de decir lo que es, nos dice lo que no es. Lo primero que sabemos es que no debe entenderse desde las motivaciones del científico. Al igual que el universalismo y el comunismo, el desinterés debe ser entendido desde la perspectiva institucional, desde el fin institucional. Lo que nos dice al final el autor es que los motivos personales de los científicos deberán acoplarse a las normas derivadas del desinterés. Otro elemento que nos ofrece el autor es que, dado que por el comunismo el trabajo científico es básicamente público, el desinterés surgiría de la exigencia en la evaluación de hallazgos y teorías por parte del resto de la comunidad científica: “la traducción de la norma del desinterés a la práctica se halla efectivamente sostenida por la necesidad de los científicos de rendir cuentas, en última instancia, ante sus iguales” (Merton 1942, p. 367). El principal incumplimiento del desinterés que encuentra Merton es la creación de mitos y teorías “acientíficas” que imitan el estilo de la ciencia y toman de ella elementos para desinformar al lego, quien se verá mucho más atraído al mito dada la cercanía de éste último a lo cotidiano, en contraste con las formalidades técnicas de la ciencia real.

El escepticismo organizado: el escepticismo organizado debe distinguirse bien de otros tipos de escepticismo. En general no es una actitud frente a la actividad científica: no se niega la existencia de objetos materiales ni se duda de las capacidades del conocimiento al punto de hacerlo inválido. En este caso sí es el individuo, el científico, quien entra en juego: debe alejarse de sus creencias y prejuicios para poder tener una mirada independiente de los objetos que quiere conocer y de los distintos problemas que se puede plantear: “El investigador científico no preserva el abismo entre lo sagrado y lo profano, entre lo que exige respeto acrítico y lo que puede ser analizado objetivamente” (Merton 1942, p. 368). Es evidente que el escepticismo organizado puede generar problemas a visiones dogmáticas y totalizantes del mundo, puesto que si el científico empieza a dudar de alguno de los principios rectores de estas visiones, los hallazgos del científico a este respecto se va a ver como peligrosas y pueden ser incluso censuradas.

El problema del desinterés: el desinterés, como vimos, es tal vez la categoría más problemática de las que acabamos de explicar. Esto se debe a que “interés” siempre ha designado (por influencias filosóficas tal vez) algo que se deriva de la voluntad del sujeto, y si bien podemos

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hacer concatenar un interés (que es lo que hacemos con el fin institucional) y hablar de una “voluntad colectiva”, es mucho más difícil entender un conjunto de personas que, teniendo cada una intereses particulares, tienen que guiarse por una “carencia de voluntad” que, sin embargo, tiene en la mira un objetivo institucional definido. El problema en este caso parece lingüístico: en primer lugar, la definición inicial es ambigua; en segundo lugar, hay un uso generalizado para la oposición “interés/desinterés” que entra en conflicto con la definición que intentamos dar.

Richard Wunderlich intenta aclarar este problema. Si tenemos una definición más confiable, es probable que logremos superar el segundo problema. Este autor propone lo siguiente: “Desinterés es definido como un conjunto específico de medios (la presión institucional de la vigilancia) que genera o protege el fin deseado (la extensión del conocimiento certificado). Esto significa que es crucial para el fin, y no puede ser separado de ese fin sin ponerlo en riesgo” (Wunderlich 1974, pp. 375-376). Aunque esta definición parece más adecuada, sigue cayendo en el problema: para definir desinterés tiene que centrar la atención en algo que es un interés. Por lo mismo, se sigue cayendo en una contradicción, pues esto en lo que resulta es en una norma que no impide que el científico tenga un interés especial, o una motivación específica en su trabajo, sin embargo se le pide que los deje en un segundo plano y se centre en el fin institucional de la ciencia. Para concluir esta sección sería interesante proponer una solución pragmática al problema: sería más útil, provechoso, y definitivamente claro, llamar a este conjunto no “desinterés” sino “prioridad en los motivos”, y trabajar desde allí las normas que pertenecerían a esta categoría, intentando establecer si es posible o no acoplar esta nueva forma de designar el conjunto con la idea que inicialmente tuviera Merton.

Actualidad del problema: Finalmente, podría considerarse fructífero mostrar las distintas problemáticas de cada una de estás categorías en el mundo actual. En primer lugar, el universalismo: la falta de oportunidad de formación en disciplinas científicas en países en vías de desarrollo. En el caso del comunismo: las investigaciones de entidades militares y de algunas empresas de capital privado se siguen manteniendo en secreto, esto no sólo puede detener el avance de la ciencia sino que la deslegitima ante la sociedad. Los problemas del desinterés se relacionan ampliamente con esto, poniéndolo en términos de “prioridad en los motivos”, la empresa privada (por ejemplo las farmacéuticas) dejan a un lado el fin institucional y le dan prioridad al lucro que pueden obtener de la ciencia, especialmente la tecnología. Para finalizar, el escepticismo organizado es una forma de escepticismo incompleta: no se pone a prueba a sí misma. Para comprender esto, debemos considerar que la visión cientificista del mundo, nuestra confianza en la experimentación controlada, es un asunto de elección2. En algún momento de la autoevaluación a la que se somete la ciencia cabría preguntarle si los métodos de experimentación no dependen, en el fondo, de cada sujeto; las leyes matemáticas que derivamos de la realidad podrían ser constructos racionales, no necesariamente tienen que ser las leyes bajo las cuales funciona definitivamente la realidad. Esto no busca generar un escepticismo metódico, ni siquiera uno naturalista. Simplemente sirve para señalar que un margen de duda siempre es una ventaja para la ciencia siempre que con esto podemos evitar en buena parte el dogmatismo científico.

Bibliografía:

Lawson y Garrod, Dictionary of Sociology Ed. Taylor and Francis, 2001Merton, Robert. “La estructura normativa de la ciencia” en La sociología de la ciencia 2. Editorial

Alianza Universidad. Wunderlich, Richard. “The Scientific Ethos: A Clarification” en The British Journal of Sociology,

Vol. 25, No. 3 (Sep., 1974), pp. 373-377James, William. “The Will to Believe”. En: Thayer, H. S. (ed.). 1982. Pragmatism. The Classic

Writings. Hackett. Indianapolis.

2 Para esto ver James, William. “The Will to Believe”.

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