Eugenio Zappietro, el comisario que admira a Oesterheld

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98 [ Cultura ] 10 de marzo de 2011 C uatro pipas duermen sobre un ceni- cero vacío y las palabras del comi- sario inspector Eugenio Zappietro flotan sobre el recuerdo de sus humos sherlockianos. Este policía, que ocupa el puesto de jefe de la División Museo Poli- cial e Investigaciones Históricas y que –en- tre otras cosas– escribió un libro sobre la historia de la Policía Federal desde el año 1580, es también un héroe oculto de la his- torieta nacional que trabajó con grandes dibujantes y que, con el nombre de guerra de Ray Collins, publicó algunas de las se- ries argentinas más leídas. Zappietro dice que cuando terminaba su jornada como policía comenzaba el trabajo como guionista y escritor. Y despliega sus historias sobre el mundo del hampa y la escritura en una oficina colmada de pa- peles y de memorabilia policial, que aquí, en el séptimo piso de San Martín 353, es el único reducto de los vivos. Más allá, en los varios metros cuadrados en los que se extiende el Museo Policial, están los seres inanimados de un pasado violento pero indolente y las esquirlas inmóviles de la lucha eterna entre el crimen y la ley. “La idea de fundar el Museo de la Policía Federal Argentina nació en 1892, pero re- cién se cristalizó en 1899. Fue el segundo museo en el mundo: sólo el de Scotland Yard es más viejo”, dice el director Zappie- tro. Dos años antes de su inauguración, el comisario de pesquisas José Sixto Álvarez había presentado sus Memorias de un vigi- lante. Álvarez no era otro que Fray Mocho, quien también era periodista y que fundó la revista Caras y Caretas en 1898. Ahora su retrato custodia un pasillo, no muy lejos de la fotografía del Petiso Orejudo. Fray Mocho fue el primero de una larga dinastía de policías escritores, que, luego de los libros autobiográficos del célebre comisario Evaristo Menesses en los años 60, alcanzó su auge con la publicación del primer volumen de 20 cuentos policiales argentinos, que reunía historias de Félix Carrasco, Plácido Donato, Héctor Morel, Evaristo Urricelqui y de nuestro hombre de las cuatro pipas, Eugenio Zappietro: todos eran policías. ¿Policías escritores? Zappietro no cree en la existencia de una bohemia para los uniformados: “Primero búsquese algo para comer y después dedíquese al arte”, suelta, mitad en broma, mitad en serio. “Aquellos policías tal vez fuéramos bohemios como porteños, conociendo la calle y el tango, pero no en la función pública. Además nos bañábamos todos los días.” Por detrás de unos lentes gruesos, dos pequeños ojos claros aseveran sus dichos. Zappietro se va por las ramas y vuelve, enlaza los temas y acentúa su decir con gestos de manos. El anillo de la medalla de san Benito va y viene cuando relata que desde muy joven aprendió a combinar dos trabajos que se confirmarían como dos vocaciones insepa- rables: el de policía y el de escritor. En las comisarías, Zappietro conoció a algunas leyendas de la lucha contra el crimen, como el comisario Evaristo Urri- celqui. “Fue el mejor detective de la Policía Federal de los últimos 60 años”, asegura. En las redacciones, en cambio, Zappietro conoció a otras leyendas, como Julio Aní- bal Portas, que en la Editorial Abril lo puso a escribir guiones de historietas y que le exigió que buscara un nombre de fantasía, “en lo posible que sea americano”, y así fue que Zappietro se transformó, a los 23 años, en Ray Collins, el guionista. El rayo de la inspiración Algunas de las piezas de Ray Collins de- berían ingresar, también, en un museo: fueron publicadas en las revistas más exi- tosas de la Editorial Columba (El Tony, Fantasía y D’Artagnan), que vendían unos 250 mil ejemplares por semana a mediados de la década de 1970, y también fueron firmadas con otros seudónimos, que las hacen imposible de compilar. Za- Escribe Javier Sinay Eugenio Zappietro, policía e historietista El comisario que admira a Oesterheld Con el seudónimo de Ray Collins creó algunos de los relatos más exitosos del cómic nacional. Trabajó junto a los más talentosos del género. Dirige el Museo de la Policía Federal y escribió un libro sobre la historia de la fuerza. >> Dos vocaciones. El comisario inspector Eugenio Zappietro en su oficina desde la que dirige el Museo de la Policía Federal. En la foto inferior, fragmento de una de las tiras que escribió con el seudónimo de Ray Collins: Precinto 56. Con Hugo Pratt tengo una deuda, porque fue quien me encargó una de las historietas que más satisfacciones me dio: Precinto 56.

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Eugenio Zappietro, el director del Museo de la Policía Federal, es también un gran guionista del comic argentino. Entrevista publicada en la revista El Guardián, en marzo de 2011.

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Cuatro pipas duermen sobre un ceni-cero vacío y las palabras del comi-sario inspector Eugenio Zappietro

f lotan sobre el recuerdo de sus humos sherlockianos. Este policía, que ocupa el puesto de jefe de la División Museo Poli-cial e Investigaciones Históricas y que –en-tre otras cosas– escribió un libro sobre la historia de la Policía Federal desde el año 1580, es también un héroe oculto de la his-torieta nacional que trabajó con grandes dibujantes y que, con el nombre de guerra de Ray Collins, publicó algunas de las se-ries argentinas más leídas.Zappietro dice que cuando terminaba su jornada como policía comenzaba el trabajo como guionista y escritor. Y despliega sus historias sobre el mundo del hampa y la escritura en una oficina colmada de pa-peles y de memorabilia policial, que aquí, en el séptimo piso de San Martín 353, es el único reducto de los vivos. Más allá, en los varios metros cuadrados en los que se extiende el Museo Policial, están los seres inanimados de un pasado violento pero indolente y las esquirlas inmóviles de la lucha eterna entre el crimen y la ley.“La idea de fundar el Museo de la Policía Federal Argentina nació en 1892, pero re-cién se cristalizó en 1899. Fue el segundo museo en el mundo: sólo el de Scotland Yard es más viejo”, dice el director Zappie-tro. Dos años antes de su inauguración, el comisario de pesquisas José Sixto Álvarez había presentado sus Memorias de un vigi-lante. Álvarez no era otro que Fray Mocho, quien también era periodista y que fundó la revista Caras y Caretas en 1898. Ahora su retrato custodia un pasillo, no muy lejos de la fotografía del Petiso Orejudo. Fray Mocho fue el primero de una larga dinastía de policías escritores, que, luego de los libros autobiográficos del célebre comisario Evaristo Menesses en los años

60, alcanzó su auge con la publicación del primer volumen de 20 cuentos policiales argentinos, que reunía historias de Félix Carrasco, Plácido Donato, Héctor Morel, Evaristo Urricelqui y de nuestro hombre de las cuatro pipas, Eugenio Zappietro: todos eran policías.¿Policías escritores? Zappietro no cree en la existencia de una bohemia para los uniformados: “Primero búsquese algo para comer y después dedíquese al arte”, suelta, mitad en broma, mitad en serio. “Aquellos

policías tal vez fuéramos bohemios como porteños, conociendo la calle y el tango, pero no en la función pública. Además nos bañábamos todos los días.” Por detrás de unos lentes gruesos, dos pequeños ojos claros aseveran sus dichos. Zappietro se va por las ramas y vuelve, enlaza los temas y acentúa su decir con gestos de manos. El anillo de la medalla de san Benito va y viene cuando relata que desde muy joven aprendió a combinar dos trabajos que se confirmarían como dos vocaciones insepa-rables: el de policía y el de escritor. En las comisarías, Zappietro conoció a algunas leyendas de la lucha contra el crimen, como el comisario Evaristo Urri-celqui. “Fue el mejor detective de la Policía Federal de los últimos 60 años”, asegura. En las redacciones, en cambio, Zappietro conoció a otras leyendas, como Julio Aní-bal Portas, que en la Editorial Abril lo puso a escribir guiones de historietas y que le exigió que buscara un nombre de fantasía, “en lo posible que sea americano”, y así fue que Zappietro se transformó, a los 23 años, en Ray Collins, el guionista.

El rayo de la inspiraciónAlgunas de las piezas de Ray Collins de-berían ingresar, también, en un museo: fueron publicadas en las revistas más exi-tosas de la Editorial Columba (El Tony, Fantasía y D’Artagnan), que vendían unos 250 mil ejemplares por semana a mediados de la década de 1970, y también fueron firmadas con otros seudónimos, que las hacen imposible de compilar. Za-

Escribe Javier Sinay

Eugenio Zappietro, policía e historietista

El comisario que admira a OesterheldCon el seudónimo de Ray Collins creó algunos de los relatos más exitosos del cómic nacional. Trabajó junto a los más talentosos del género. Dirige el Museo de la Policía Federal y escribió un libro sobre la historia de la fuerza.

>> Dos vocaciones. El comisario inspector Eugenio Zappietro en su oficina desde la que dirige el Museo de la Policía Federal. En la foto inferior, fragmento de una de las tiras que escribió con el seudónimo de Ray Collins: Precinto 56.

Con Hugo Pratt tengo una deuda, porque fue quien me encargó una de las historietas que más satisfacciones me dio: Precinto 56.”

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ppietro publicó sus historias en miles de páginas. Guionó las series de Joe Gatillo, Johnny Rosco, Garret, Los Vikingos, La-rry Mannino, El Cobra, Skorpio, Henda, Mandy Riley, Black Soldier, Larrigan, El Corso… Firmó fotonovelas en las revistas Leoplán, Vosotras y Para Ti. Y, por si fue-ra poco, escribió algunas novelas. Una de ellas, Tiempo de morir, fue finalista en el Premio Planeta de España, en 1967.

Durante sus mejores años como guionis-ta, Zappietro conoció a dos próceres del género: el italiano Hugo Pratt, creador del Corto Maltés; y Héctor Germán Oes-terheld, el gran guionista de la historieta argentina y autor de El Eternauta. “Con Hugo Pratt tengo una deuda porque fue quien me encargó una de las historie-tas que más satisfacciones me dio: Pre-cinto 56”, evoca. La anécdota está hecha

de la arcilla de los sueños: Ray Collins trabajaba entonces sobre “una del Oeste”, que era triste y amarga. Por eso Pratt lo invitó a tomar un café junto al dueño de la editorial y cuando estaban cruzando la calle, ¡zas!, el rayo de la inspiración: “Hacete una policial”, le dijo el italiano. “¿Pero cómo la querés?”, preguntó Zappie-tro, que nunca había hecho una de ésas. Y Pratt, como un personaje de Precinto 56

juan pablo barrientos

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que remata una escena, torció la boca y dijo: “Vos sabés bien cómo la quiero”. Za-ppietro entonces se apoyó en la música de la serie La ciudad desnuda para crear su historia y se dejó influir por lo que había mamado a lo largo de diez años en comi-sarías: “Después de tanto tiempo uno se impregna de lo que pasa y se convierte en un psicólogo aficionado que conoce bien los comportamientos humanos”.Con Oesterheld, la historia es un poco más triste. Zappietro se define como “su lector impenitente” y con cariño lo llama “el Viejo”. Leyéndolo, dice, aprendió sobre la psicología de los personajes y sobre su integridad. E incluso tuvo la suerte de continuar algunas de sus historias: San-tos Palma, El indio Suárez, El loco Sexton y Nekrodamus, aunque la que más lo mar-có fue Mort Cinder. El dibujante Alberto Breccia, que la había ilustrado ese trabajo, le preguntó una vez que opinaba. “Estaba adelantado treinta años a su tiempo”, res-pondió Zappietro, sin vacilar.¿Cuántos Mort Cinder, cuántos Etern-auta, cuántas ideas nuevas podría haber volcado Oesterheld al papel si no hubiera sido secuestrado por un grupo de tareas en 1977 y asesinado en algún momen-to de 1978? “El Viejo podría haber roto la historieta como Gardel podría haber roto el tango si hubiera vivido cinco años más”, considera Zappietro. “Podría haber-la llevado más allá. Y no es cuestión de gustos, el asunto es la profundidad con la que escribía”. A poco de la desaparición de Oesterheld, Pratt le preguntó a Zap-pietro –que además de guionista seguía siendo policía– si sabía algo. “Era un mis-

terio y no lo digo para sacarme el peso de encima”, sigue ahora. “No supe cómo fue ni quién lo hizo. El ‘quién’ podría haber parecido fácil de averiguar. Y sin embargo no pude...”.Zappietro recuerda aquella época y sus ojos se vuelven más azules. Y sus gestos, más vehementes. Y los seres inanimados del Museo (vigilantes de todas las épo-cas, escruchantes de cera, maniquíes en conspiración permanente) parecen co-brar vida y escucharlo con interés cuando cuenta que él mismo se salvó –por haber cambiado de planes a último momento– de la bomba que los Montoneros pusieron el 2 de julio de 1976 en el comedor del

edificio de la Superintendencia de Se-guridad de la Policía Federal Argentina. “Vivíamos en una olla a presión que ex-plotó”, considera. “Fijate esto: Oesterheld por un lado, yo por el otro. Parece una encrucijada digna de una novela de Gra-ham Greene, pero fue en serio. Por eso no me olvido de su mujer, Elsa, que me dio la mano en un homenaje que le hicieron y me agradeció por haber ido. Es que uno era hincha de Oesterheld: a mí me gus-taban sus historietas y no me importaba nada más que eso”.

>> Trabajo en equipo. Uno de los dibujantes que ilustró el mayor éxito de Zappietro, Precinto 56, fue el reconocido historietista José Muñoz, autor de los dibujos que ilustran esta nota.

Oesterheld por un lado, yo por el otro. Parece una encrucijada digna de una novela de Graham Greene, pero fue en serio.”

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