¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS_Rick M. Nañez

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Notas de apoyo para ¿Evangelio completo en mentes incompletas?,

de Rick M. Nañez

El movimiento explosivo más grande de toda clase en la historia ha sido la expansión del reino de Dios en los últimos sesenta años. Según ciertos cálculos, un setenta por ciento de esta expansión ha llegado de las manos

de los pentecostales, de los carismáticos o de los creyentes de la tercera ola. Dios ha honrado claramente a estos creyentes y ellos tienen mucho que ense­ñarles a otras partes del cuerpo de Cristo. Esas son las buenas nuevas. Las ma­las nuevas son que esta parte del cuerpo de Cristo, triste e innecesariamente, lleva ya demasiado tiempo siendo anti-intelectual. Esto no solo ha dañado la salud de una confraternidad más orientada al Espíritu, sino que ha evitado que tenga un mayor impacto en sus hermanos evangélicos más tradicionales.

Con gratitud a Dios me deleito en celebrar la publicación de ¿Evangelio completo en mentes incompletas?, de Rick Nañez. Manteniéndose firme den­tro de la tradición pentecostal carismática, no podemos tachar a Nañez de ser un crítico de afuera ni podemos acusarlo de no conocer la comunidad a la que desafía. No sé de ningún otro libro como este. Su singularidad está en ser un llamado indiscutiblemente pentecostal-carismático a la vida de la mente. Esta es una lectura de rigor para todos los creyentes pentecostales-carismáticos, y los que están fuera de este campo recibirán una nueva percepción acerca de sus compañeros pentecostales-carismáticos. Seguro que el libro de Nañez ayudará a traer un amor más profundo y más unidad por todo el cuerpo de Cristo.

J.P. Moreland, catedrático distinguido de Filosofía Escuela de Teología Talbot, director del Centro Cristiano Eidos,

y autor de Love Your God With All Your Mind [Ama a tu Dios con toda tu mente] (NavPress)

j Por fin un libro que ya hacía mucha falta pero que ha llegado a tiempo, dada la emergencia de los pentecostales y de los carismáticos en la academia teológica! Para los laicos en los bancos de las iglesias, quienes forman parte de estos movimientos, Nañez abre la posibilidad de cultivar la vida de la mente de una manera que no apague el Espíritu. Es una lectura necesaria para todos

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los estudiantes de primer año en las instituciones académicas de pentecostales y carismáticos.

Amos Yong, Dr. en Filosofía, editor de reseñas de libros, Pneuma: The Journal ofthe Society for Pentecostal Studies, [Neuma: Revista de la So­

ciedad de Estudios Pentecostales J y Profesor Asociado de Investigación de Teología, Universidad Regent, Facultad de 'Teología

Me resultó de mucho ánimo leer esta defensa hecha y derecha, discer­nida, cultural mente sensible y vigorosamente cristiana de la vida intelectual. El libro ofrece un comentario excepcionalmente útil sobre la grave situación general del aprendizaje en la sociedad moderna, además de observaciones singularmente sagaces sobre las trágicas consecuencias cuando las iglesias abandonan el esfuerzo intelectual responsable. La sabiduría del libro aumenta por el hecho de que su autor dice lo que se necesita decir sobre el esfuerzo intelectual cristiano mientras mantiene sus propias convicciones pentecostales con integridad.

Mark A. Noll, Profesor McManis de Pensamiento Cristiano, Wheaton College, y autor de The Scandal of the Evangelical Mind [El escándalo de la

mente evangélica]

Este libro es un llamado fuerte y sonoro a la claridad de pensamiento, además de a la plenitud del Espíritu entre los pentecostales y carismáticos. Na­ñez presenta un buen caso para la famosa frase del Obispo 1. O. Patterson a los estudiantes pentecostales: «Obtengan conocimiento pero sin dejar de arder».

Vinson Synan, Decano de Universidad Regent, y autor de The Holi­ness-Pentecostal Tradition: Charismatic Movements in the Twentieth Century [La tradición pentecostal de santidad: movimientos carismáticos en el siglo XX]

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COMPLETO

INCOMPLETAS

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COMPLETO

INCOMPLETAS -RICK M. NANEZ

Dedicados a la excelencia

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La misión de Editorial Vida es proporcionar los recursos ¡necesarios a fin de alcanzar a las personas para Jesucristo

y ayudarlas a crecer en su fe.

¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS? © 2006 Editorial Vida Miami, Florida

Publicado en inglés bajo el título: Full Gospel, Fractured Minds? Por The Zondervan Corporation © 2005 por Ríck M. Nañez

naducción: M arcela Robaina Edición: Madeline Díaz Diseño interior: Cristina Spee Diseño de cubierta: Sergio Daldi

Reservados todos los derechos. A menos que se indique lo con­trario, el texto bíblico se tomó de la Santa Biblia Nueva Versión Internacional. ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

ISBN -10: 0-8297-4755-9 ISBN - 13: 978-0-8297-4755-3

Categoría: RELIGIÓN / Teología cristiana / General

Impreso en Estados Unidos de América Printed in the United States of America

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PREFACIO DE STANLEY M. HORTON ................................................... 9

PREFACIO DE CLAUDIO FREIDZON ...................................................... 11

AGRADECIMIENTOS ••••••••• ••••••••...••.•••.•••..•••••.•••••••.••••••••.••••••••.••••.•••.••••. 13

INTRODUCCIÓN •••••••••••••••••.•. ••••...••••••••••••••••••••••.••••••••••••••••••••••••••••••••••• 17

PRIMERA PARTE ANATOMIA DE lA MENTE INCOMPLETA

1 . EL CORAZÓN Y lA CABEZA: Lo QUE lA BIBLIA ENSEÑA SOBRE LA MENTE .... 2 3

2. LA VIDA DE DIOS EN LA MENTE DE LOS SERES HUMANOS ........................ 34

3. EL APÓSTOL PABLO y SUS VERSíCULOS ANTI-INTElECTUAlES ..................... 46

4. MATEO, LUCAS y JUAN EN CUANTO A LOS ASUNTOS DEL INTElECTO ........ 59

5. Los PRIMEROS PENTECOSTALES y lA VIDA DE LA MENTE ......................... 7 2

6. LA MENTE LLENA DEL EspíRITU EN LOS TIEMPOS MODERNOS ..................... 92

7. lAs RAíCES ANTI-INTELECTUAlES EN EL SIGLO DIECINUEVE ...................... 112

8. CUATRO GIGANTES DEL EVANGELlCALlSMO DEL SIGLO DIEClNUEVE ............ 124

9. LA CULTURA MODERNA, EL ANTI-INTELECTUALlSMO y LAS CREENCIAS

PENTECOSTALES-CARISMÁTICAS ..................................................... 140

10. LA ANATOMíA DEL ANTI-INTELECTUALlSMO ...................................... 155

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SEGUNDA PARTE MUNICIONES PARA lA MENTE DEL EVANGELIO

COMPLETO

11 . EL FINO ARTE DE PENSAR: RAZÓN y LÓGiCA ....................................... 1 67

12. MOLDEEMOS LA MENTE HUMANA: EDUCACJÓN ................................... 179

13. CÓMO DEFINIR LA FE: TEOLOGíA .................................................... 192

14. CÓMO DEFENDER LA VERDAD: ApOLOGÉTICA ...................................... 203

15. PENSEMOS EN LA REALIDAD: FILOSOFíA ............................................. 214

16. DESCUBRAMOS LAS REALIDADES DE LA NATURALEZA: OENCJA .................. 229

1 7. ENSANCHEMOS LA MENTE: LECTURA ................................................ 244

18. PONDEREMOS LAS GRANDES MENTES DE Dlos ..................................... 259

19. DESAFíos y ADVERTENCIAS ............................................................ 2 75

20. CONCLUSiÓN y AYUDA PRÁCTICA ................................................... 285

BIBLIOGRAFÍA SELECTA ..................................... .......... "",,'., ..... , ...... 297

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Felicito al autor pentecostal Rick Nañez por su penetración sobre nuestra

· necesidad de afilar nuestra mente pentecostal. Aunque ha habido un sig-

· nificante aumento en el número de pentecostales que buscan obtener una

· preparación académica más alta, son demasiados los que todavía no ven la

necesidad. Es cierto que yo he aprendido mucho de cristianos sinceros con

poca educación académica, yeso me mantiene humilde. No obstante, Dios de­

finitivamente me llevó a la Universidad de California, donde estudié ciencias,

luego a Gordon Divinity School, a la Universidad de Harvard, al Seminario

Teológico de Nueva York y al Seminario Teológico Bautista Central. Aprendí

que el estudio profundo de la Biblia, de los idiomas bíblicos, de arqueología,

de psicología, de filosofía, de otras religiones y de historia de la iglesia afiló

mi aprecio por la verdad de la santa Palabra de Dios y me ayudó a ver la ne­

cesidad de depender del Espíritu Santo como mi guía. Todo lo que he escrito

ha sido resultado del estudio de la Palabra de Dios y de la oración. Dios ha

seguido dirigiéndome a lo largo de los ochenta y ocho años de mi vida. Rick Nañez viene de un trasfondo diferente, pero también ha sido diri­

gido por el Espíritu de Dios en su educación. Su profundo entendimiento de

muchos temas importantes se refleja en su investigación y en la redacción de este libro. Se atreve a indicar las debilidades y llama a los pentecostales y a

los carismáticos a buscar un equilibrio entre la mente y el Espíritu. Este libro lo moverá a buscar todo lo que Dios tiene para usted. Cuando lo termine, lea 1

Corintios 15 y ponga atención en cómo Pablo defiende lógicamente la verdad de la resurrección. Tal y como enfatiza Rick Nañez, todos necesitamos ser

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capaces de tomar parte en la defensa del evangelio. Las fuerzas enemigas nos rodean. Este libro le ayudará a encontrar y usar los recursos que Dios nos ha

dado.

STANLEY M. HORTON, Doctor en Teología

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Vivimos un tiempo glorioso en la iglesia. Al creciente mover del Espíritu Santo en la naciones debemos sumarle nuevas riquezas espirituales que nos ubican mejor como iglesia en el plan de Dios para esta hora.

Este libro de Rick Nañez contiene una palabra profética para este tiempo, un mensaje que también late en mi corazón y que resuena como una trompeta para esta época. Es el llamado de Dios a cultivar el don del intelecto y a apre­ciarlo como parte esencial de nuestro ser, creado por Dios. La iglesia está madurando. Jesucristo la sigue edificando tal como dijo que lo haría. Dios me permite ver en todo lugar, junto a un mover glorioso del Espí­ritu, nuevos énfasis sobre verdades olvidadas o incomprendidas. Años atrás, si un joven pentecostal decidía ir a la universidad era, cuando me­nos, incomprendido por algunos. Hoy la iglesia está involucrada en la educa­ción. Hemos entendido que necesitamos cristianos llenos del Espíritu Santo y también sabios en toda sabiduría como lo fueron Pablo, Lucas, Moisés, Daniel, Salomón, y otros tantos siervos de Dios que encontramos en las Escrituras. Dios me ha dado el privilegio de llevar adelante un ministerio mundial de avi­vamiento. Me ha llamado «como un rompe-hielos» a invitar a todo creyente a volver al primer amor, a dejar la rutina religiosa y ser lleno del Espíritu Santo, a vivir la gloria del Señor en una experiencia diaria de comunión íntima con el Espíritu Santo. Y me gozo al ver a las multitudes recibiendo el poder de Dios y a los pastores recibiendo restauración y aliento. Pero junto a este propósito trascendente animo a los miles de jóvenes de nuestra iglesia y a los de todo el mundo, a estudiar y capacitarse. Nuestra propia congregación, la Iglesia Rey de Reyes, en Buenos Aires, tiene un colegio primario y secundario bilingüe abierto a la comunidad. «Nuestro propósito es seguir avivando con pasión los fuegos de Pentecostés mientras que al mismo tiempo nos esforzamos por cultivar el jardín de nuestra mente con esmero y persistencia», dice el autor. Y así también lo creo yo. Ahora mismo me encuentro abocado a la creación de la primera universidad

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evangélica de Argentina; porque he entendido que la mente y la revelación deben caminar juntas en la rectitud de la verdad. Hay puertas que se abrirán solo para los cristianos que se hayan preparado. Si queremos ser luz en todas las esferas de nuestra sociedad, necesitamos cristia­nos apasionados, llenos del Espíritu Santo y que hagan uso del don del intelec­to dado por Dios, para que él los ubique en sitios de influencia. Celebro este libro. Valoro el aporte de un hombre de Dios, con un ministerio aprobado y destacado, como lo es el pastor Rick Nañez. Y me gozo por la oportunidad de su publicación. ¿Evangelio completo en mentes incompletas?, contiene una reflexión profun­da y transformadora. Mi deseo es que su mensaje transforme también tu vida.

REY. CLAUDIO J. FREIDZON

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Aproximadamente en 1989 comencé a charlar con mentes influyentes de dentro del movimiento pentecostal y carismático sobre el valor de la vida de la mente, así como de nuestra falta de discusión sobre este asunto.

Una por una, estas personas compartieron su preocupación por nuestra indife­rencia y, a veces, antipatía hacia la participación intelectual en la fe·del evan­gelio completo. Año tras año, yo sentía que el Señor me hablaba al corazón, empujándome suavemente hacia esa persona que yo debía ser. Sentí, y todavía siento, profunda humildad al pensar que él me iba a usar a mí para hablar sobre este asunto tan crítico.

El libro que usted sostiene en sus manos ha sido escrito para profesores, estudiantes, pastores y laicos. Yo sé que esto abarca mucho, pero me he es­forzado para que este volumen resulte fácil de leer a tantos como sea posible. Los eruditos pentecostales carismáticos están progresando en sus varias disci­plinas, pero parece que existe una brecha en el mercado literario entre los es­fuerzos académicos y el llamado a la espiritualidad intelectual en el ámbito de los laicos. Con este libro espero contribuir al cierre de esa brecha. Para poder hacerlo con éxito, no solo debemos seguir trabajando a un nivel erudito, per­mitiendo que nuestros hallazgos lleguen a los laicos, sino que debemos poner en sus manos los medios que les puedan ayudar a encontrarse con el erudito a mitad del camino. De esta manera, la sanidad de nuestra mente incompleta se logrará con más rapidez, lo que, a su vez, nos ayudará a convertirnos en lo que ya confesamos ser: personas del evangelio completo.

Quiero expresar mi agradecimiento a los que han ayudado a que esta obra sea realidad. Me siento profundamente agradecido por el movimiento pentecostal-carismático. Sin el amor, la pasión y la dirección de algunos de sus escogidos siervos, yo estaría todavía deambulando por el laberinto de la vida, abatido por la congoja, y tratando de atrapar los vientos de un elusivo llamado en mi vida. Ahí está Bill, un amigo mío del evangelio completo que

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me presentó a Cristo, y James, un líder carismático que me enseñó desde el comienzo sobre el indispensable valor de la oración. Charlie y Phil, dos esta­distas misioneros llenos del Espíritu, fueron los primeros en tocar mi alma a favor de las misiones mundiales; y dos profesores pentecostales, Hank y John, me provocaron a poner mis facultades racionales a la disposición de mi Padre celestial. ."

Además, al comienzo de mi expedición espiritual tuve el privilegio de encontrarme con unos cuantos autores que me aguijaron la mente para ofre­cérsela al Arquitecto de mi mente. The Improvement of the Mind [La mejora de la mente], de Isaac Watts, The Intellectual Life [La vida intelectual], de A. G. Sertillanges y The Mind Matters [La mente cuenta], de John Stott me han ayudado a pensar en el pensar como un llamado cristiano. Thmbién quiero agradecerles a mis perennes profesores, a mis reproductores de pensamien­tos: Fran~ois FeneIon, S0ren Kierkegaard, C. S. Lewis, David Martyn Lloyd­Jones, Francis Schaeffer, Carl R Henry, Peter Kreeft y Philip Yancey. Estos son los mentores a quienes he ido cuando he necesitado mentes compasivas, equilibradas, inflamadas, cristianas que se yerguen y brillan como faros sobre el inactivo y brumoso contorno de nuestro paisaje intelectual moderno. Estos son los amigos con los que he consultado una y otra vez para poder saber que no estoy solo.

Me siento igualmente agradecido por los amigos a quienes tengo cerca y que me animaron a lo largo del camino mientras luchaba por mantenerme enfocado. Les ofrezco mi agradecimiento a Jím y Lorí, Andy y Wendy, Wen­dell y Laura, que creyeron en el proyecto y lo demostraron de tantas maneras. Thmbién quiero dar a conocer mi aprecio a las personas de calidad -las ove­jas de mi anterior pasto-- de Victory Bible Church. Durante más de once años me ayudaron a desarrollarme como pastor. Sonrieron y me amaron mientras yo probaba a mezclar lo intelectual con lo devocional. Ellos me concedieron libertad y me dieron valor para buscar y enseñar una fe equilibrada.

Deseo expresar mi gran deuda con Zondervan por su disposición a ser mi socio en aguas un tanto no probadas. En un sentido, este libro es el primero en su género; por tanto, con valor y fe ellos han atravesado el umbral conmigo. Sin su voto de confianza, el mensaje contenido en este volumen quizás nunca hubiera llegado a las mentes del público lector. De nuevo, siento gran humil­dad y agradecimiento.

Le debo una buena palabra de agradecimiento a Jack Kragt, administra­dor de mercadeo académico de Zondervan, junto con todo su grupo de mer­cadeo. Su método -intenso, completo y singular- para asegurar el éxito de

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Agradecimientos

un nuevo título es impresionante. Lo hacen con entusiasmo y clase, de forma muy semejante a como lo hace un orgulloso padre al anunciar la llegada de su primogénito.

A través de mi redactor, Verlyn Verbrugge, he aprendido que no es ne­cesario ser presumido e indiferente para poder trabajar en el mundo de la re­visión. Verlyn me ha guiado suavemente para evitar los baches y las barreras que de otra manera podrían haber estorbado innecesariamente el fluir de mi mensaje. Con entendimiento, habilidad y bondad ha tomado un bloque de manuscrito y ha cincelado una escultura reconocible para el público vidente. Verdaderamente él es un ejemplo de alguien que posee el don y el arte del ministerio editorial.

En este momento debo hacer mención de mis hijos, Joseph y Christo­pher. Me doy perfecta cuenta del sacrificio que hicieron, al dejar a sus amigos y su ambiente familiar para trasladarnos a un ambiente más tranquilo donde yo pudiera investigar y escribir. No hay duda de que muchas veces durante el año en que escribí, sus baterías y trompetas fueron silenciadas por mi necesidad de solaz y pensamiento. Asimismo me complazco en el hecho de que son jóvenes que están cultivando una fe pensante.

Finalmente, estoy grandemente endeudado con mi esposa, quien ha so­portado con paciencia la vida de un bibliomaniático. Yo no habría podido es­cribir este libro sin su tolerancia mientras me apoderé de su comedor durante meses interminables, ensuciándolo con estrujadas copias de capítulos medio horneados y convirtiéndolo en un alcázar con barricadas de libros de referen­cia. Me siento honrado por tener una esposa que estuvo dispuesta a dejar un cómodo pastorado de once años para caminar por las inciertas aguas de un sabático para escribir. Cuando la cuestionaban los observadores menos entu­siastas, Renee seguía creyendo en la causa. Sin un alma gemela así, el mensaje de este libro nunca se habría materializado. Por todo esto, le doy las gracias, y le doy gracias a Dios por ella.

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arría el año 1985; la ocasión era la reunión anual de campamento de ve­rano de un líder carismático bien conocido. Yo acababa de conocer perso­nalmente al Señor el mes de agosto del año anterior y había experimen­

tado la plenitud del Espíritu Santo el siguiente mes de noviembre. Durante un período de diez meses, había estado bajo la enseñanza de varias prominentes personalidades pentecostales-carismáticas dentro de un radio de varios cientos de millas de mi pueblo natal, Wichita Falls, en Texas. Me refiero a predicado­res muy conocidos, como Kenneth Copeland, Oral Roberts, Jimmy Swaggart, Kenneth Hagin, Bob Tilton, Norvel Hayes y Billy Jo Daugherty. Cada uno puso un ladrillo en mis cimientos blandos pero crecientes. Aunque mis com­pañeros de viaje y yo pertenecíamos a una iglesia pentecostal local, una vez más emprendimos nuestro viaje de fin de semana para obtener más tesoros espirituales de la enseñanza ungida de un predicador más lleno del Espíritu.

En ese viaje devoré un libro escrito por el hombre a quien íbamos a ver. Hasta este punto, mi dieta literaria había constado de esos libros que me ha­bían regalado mis amigos pentecostales y carismáticos en la fe, libros como They Speak With Other Tongues [Hablan en otras lenguas J, The Late Great Planet Earth [El gran planeta tierra: difunto J, Angels on Assignment [Ánge­les con asignaciones], Armageddon 198? [Armagedón 198?], The Miracle of Seed Faith [El milagro de la fe en la semilla plantada l, 1 Believe in Visions [Creo en visiones], Pigs in the Parlor [Cerdos en el salón], God' s Formula for Success and Prosperity [La fórmula de Dios para el éxito y la prosperidad1 y Understanding the Anointing [Comprendamos la unción]. Una por una, estas obras me desafiaron y me estimularon en la vida de la fe. Este viaje no era diferente del resto; ¡yo estaba preparado para recibir un milagro!

Durante esa reunión de hace ya tantos años, sí ocurrió uno de los mila­gros más grandes de mi vida, pero no en la manera en que yo había anticipado. Todo comenzó cuando el predicador desafió a los participantes a vaciar la mente y luchar contra la tentación de pensar en ninguna cosa. Se nos instruyó

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a negarnos a permitir que la razón nos estorbara y a que no permitiéramos que la cabeza bloqueara la ruta a nuestro corazón. Cuando la mayoría había obe­decido las autoritarias directivas del predicador, este pasó a decirnos a cada uno de nosotros que nos volviéramos a la persona que estaba detrás y que le profetizáramos la vida de él o ella. Yo me quedé perplejo al ver la obediencia sin pensar de los miles que participaban en lo que parecía ser un ejercicio pe­ligroso y fútil.

Yo era un bebé en la fe cristiana, y había sido alimentado con la enseñan­za bíblica por solo corto tiempo. Pero me parecía que lo que estaba sucedien­do era un mal manejo de la mente de las personas y que había implicaciones filosóficas en la gimnasia mental de la que yo era testigo. Me di cuenta de que este grupo de creyentes profesantes no valoraban lo suficiente y malentendían el lugar que tiene el intelecto en la empresa de la adoración. Acosadores y obsesionantes interrogantes me importunaron después del incidente. ¿Cómo es que los adultos pueden perder tan fácilmente sus facultades para razonar? ¿Acaso consideraban su mente simplemente como calculadoras mecanizadas muy alejadas de la vida espiritual? O quizás era yo el único que no me daba cuenta; quizás no reconocía el asunto total al verlo.

Desde ese episodio, he observado y escuchado y he ponderado por qué hay tantos creyentes pentecostales y carismáticos que empequeñecen la «vida de la mente». La situación sería lo suficientemente confusa si simplemente permaneciéramos neutrales respecto a nuestras opiniones sobre la conexión entre lo intelectual y la vida espiritual. Pero parece que damos un paso más; con frecuencia sospechamos de la razón y damos la impresión de que en rea­lidad desconfiamos de la mente.

No me malentienda. Yo amo profundamente el movimiento pentecos­tal-carismático. Dentro de su esfera es donde yo escogí establecer mi ho­gar teológico. He decidido adorar y ministrar en el ambiente del «evangelio completo» por muchas razones. Sin ninguna duda, ha sido una bendición fenomenal para el cuerpo de Cristo por todo el mundo. Su entusiasmo espi­ritual, su apasionada búsqueda de lo trascendental y su disposición a la res­tauración de muchos de los dones del Espíritu Santo han captado la atención del pueblo de Dios y lo han enriquecido por todo el planeta. Por medio de su influencia, millones de fuera de los círculos de los llenos del Espíritu han sido alejados de la insensibilidad de una fe formal, rancia, y llevados hacia una espiritualidad significativa, vital. Son incontables los que por medio de su contacto con personas del evangelio completo han descubierto que no necesitan poseer órdenes santas para estudiar las Santas Escrituras ni para participar en el sacerdocio del reino.

Nuestro movimiento es con más frecuencia un lugar en el que se exhi­be el amor fraternal y en el que se anima y se cultiva un liderazgo robusto.

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Introducción

Una disposición a confesar las maravillas de Cristo, una liberadora expresión emocional en la alabanza y ánimo a participar en el ministerio del Espíritu son todas marcas de esta gran fuerza eclesiástica. De muchas maneras, este cuerpo de creyentes ha ayudado a la iglesia extendida en su búsqueda de experiencia en Cristo profunda y satisfactoria. A esto se añade el énfasis que ha puesto este movimiento en los encuentros de poder sobre el simple esfuerzo humano y en la disposición de Dios a bendecir a sus hijos con todas nuestras necesidades temporales, además de algunos de nuestros deseos. ¿Y quién puede negar el poderoso efecto que los pentecostales han tenido en el mundo de las misiones? Se podrían añadir muchas más características positivas a esta lista, ¡y por to­das ellas glorificamos a Dios!

Yo personalmente, habiendo adorado y ministrado dentro de esta comu­nidad en los últimos veinte años, he seguido experimentando la presencia de lo sobrenatural. Deseo grandemente que el Espíritu Santo sea mi guía; su ple­nitud es mi fortaleza, los dones del Espíritu están activos en mi vida y 10 fuera de lo ordinario todavía se me cruza en mi viaje espiritual. Las visiones, los sueños, algún que otro encuentro con la esfera demoníaca y la voz de Dios me han acompañado en mi peregrinaje al reino.

Me considero, en otras palabras, ser un creyente del «evangelio com­pleto» según la común definición pentecostal-carismática, pero mi entendi­miento de la expresión «evangelio completo» ha cambiado radicalmente --en mi opinión- para beneficio mío. Combinado con las actividades espirituales anteriores, he llegado a darme cuenta de que nuestro intelecto es una parte esencial de la imagen de Dios en los seres humanos, especialmente en la vida de los seres humanos nacidos de nuevo. Nuestra capacidad para reflejar, razo­nar, contemplar y pensar creativamente verdaderamente es un don de nuestro Creador. Por tanto, delegar estos aspectos de nuestra naturaleza a un segundo lugar, cortejar un prejuicio contra los asuntos de la mente, o sospechar de nuestras mercancías intelectuales no es simplemente anti-intelectualismo clá­sico, sino que es pecado.

Además de eso, defender un sistema de creencias llamado de evangelio completo, y a la vez poner en pugna la experiencia contra la lógica, la fe contra la razón y la espiritualidad contra el riguroso ejercicio mental, es faltar en ope­rar dentro del consejo completo de Dios según se comunica en su revelación escrita. En las siguientes páginas mi propósito es amonestar a mis hermanos pentecostales y carismáticos a volver a considerar algunos de los populares malentendidos tocantes al intelecto, para que nosotros como movimiento po­damos modificar la manera en que pensamos sobre el pensar, además de cam­biar de opinión sobre la importancia de «la vida de la mente».

Aunque hemos progresado en los campos de la educación, la política y la erudición, todavía somos un movimiento que ha acogido en lo profundo de

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su alma una definitiva predisposición contra los aspectos más cerebrales de la fe. Somos una subcultura substantiva que, mayormente, ha producido en masa un ejército con aspiraciones sobrenaturales, mientras que al mismo tiempo ha permitido a muchos mantener una vida intelectual superficial.

Me doy perfecta cuenta, por supuesto, de que dentro de nuestro movimien­to se encuentran tanto aquellos que han laborado para desarrollar totalmente su mente, como quienes han dedicado su vida al cultivo de la tierra intelectual del alma de otros. Inclino mi sombrero a ellos, y mi corazón late por ellos, porque muchos de estos han tenido que ir contra corriente y han pagado un alto precio para hacerlo. Aunque esto es cierto, seguiremos siendo un pueblo que se interesa profundamente en la sanidad física, pero que recela en extremo de la sanidad in­telectual. Permítame decirlo francamente: poseer un corazón lleno pero tener la cabeza vacía, o poseer un espíritu ardiente pero tener la mente perezosa resultan en mediocridad en el mejor de los casos, y en desastre en el peor.

Hay un sin fin de beneficios que se pueden cosechar como resultado de mantener una mente bien preparada -una mente incendiada- y mi deseo es demostrar muchos de estos en las páginas que tiene ante usted. Pero el pro­pósito final al afilar nuestro hierro pentecostal, debe ser reflejar la imagen de nuestro Creador, que nos invita a venir y razonar con él (Is 1:18) y nos manda a preparar nuestra mente para la acción (1 P 1:13). A su vez, estaremos mejor preparados para defender adecuadamente y contender correctamente a favor del cristianismo del evangelio completo. Al hacerlo así, seguramente apren­deremos a glorificar y a amar a nuestro Señor con toda nuestra mente como también con todo nuestro corazón y toda nuestra alma (Mt 22:37).

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EL CORAZÓN Y LA CABEZA: Lo QUE LA

BIBLIA ENSEÑA SOBRE LA MENTE

-------------------------~/>~ -------El clero pentecostal estaba lleno de «conocimiento de la cabeza»; no

se le enseñó sobre el Espíritu, y por lo tanto era ignorante, incluso

anti-intelectual, porque la sabiduría de Dios nunca se puede adquirir

por la simple mente «humana».

UNO DE LOS PRIMEROS LíDERES PENTECOSTALES, 191 5

«Maestro, Úuál es el mandamiento más importante de la ley?» «Ama

al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu

mente», le respondió Jesús.

JESUCRISTO

Las mentes carnales y orgullosas se contentan con sí mismas; les

gusta permanecer en casa; cuando oyen hablar de misterios no tienen

curiosidad para ir y ver el portento, aunque lo tengan muy cerca; y

cuando de verdad les cae en el camino, se tropiezan con él. JOHN HENRY NEWMAN

------------------------~~~> -------

e hristina, de veintidós años de edad, era una madre de dos niños que se abría camino en la vida diligentemente. Era activa en los deportes, le en­cantaba la poesía y era una programadora de computadoras muy empren­

dedora. Su vida era buena, pero en poco tiempo una pesadilla hecha realidad acabaría con todas sus esperanzas y ambiciones.

Un día antes de una operación para sacarle unas piedras de la vesícula biliar, Christina tuvo un sueño muy inquietante en el que los miembros de su cuerpo se negaban a obedecer los mandatos de su mente. Rara y trágicamente, en un intervalo de veinticuatro horas su visión nocturna se hizo realidad. No podía pone'rse de pie, las manos se le iban por todos lados, no podía comer, su postura se hundió y hasta su voz se volvió errática. «Ha sucedido algo horri­ble», exclamó. «Me siento sin cuerpo». Los miembros del cuerpo de Christina

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se negaban a obedecer a su mente para cumplir con sus deberes. En esencia, ¡SU boca, sus manos y sus pies estaban en rebelión contra la mente de Christi­na!

El anterior relato no es ficticio; está documentado en el éxito nacional de librería de Oliver Sack titulado The Man Who Mistook His Wife for a Hat [El hombre que confundió a su esposa con un sombrero]. En la flor de su vida, Christina quedó permanentemente lisiada por una rara enfermedad en la que los lóbulos parietales del cerebro no reciben comunicación de las otras partes del cuerpo. Los lóbulos de Christina funcionaban perfectamente, pero, como lo explica el Dr. Sack, «no tenían nada con que trabajar». Como resultado de eso, la paciente no experimentaba ninguna sensación en los tendones ni en las coyunturas y sus movimientos eran torpes. Aunque sus emociones y sus sentimientos eran muy sensibles, se dio cuenta de que su cuerpo era «ciego y sordo a su mente».l

Accidentalmente, Christina se había ocasionado su propia «ceguera cor­poral». Con el propósito de fortalecer su salud, había consumido grandes can­tidades de vitamina B-6. En moderación, la vitamina B-6 es algo bueno; sin embargo, ella se había dosificado demasiado.

Aproximadamente doscientos años antes de que Christina se encontrara con su espantosa enfermedad, otra persona comenzó a experimentar sínto­mas similares. La condición de esta otra persona también fue inducida por sí misma. Ella también se dosificó demasiado con cosas buenas; se atragantó de emoción, intuición y experiencia. Su nombre no era Christina sino Cristiana. y el desastre no se encontraba en un cuerpo físico, sino en un cuerpo espiri­tual: el cuerpo y la novia de Cristo.

CUANDO LA MENTE SE VUELVE SOSPECHOSA

A comienzos de 1880 la mayoría de la iglesia en América comenzó a experi­mentar una mutación radical. Por varias razones (con las que tratamos a lo lar­go de este libro), comenzó a separar el corazón de la cabeza, la fe de la razón, la experiencia de la lógica, el creer del pensar y el intelecto de la emoción. En resumen, la mente y el espíritu fueron puestos en pugna uno contra otro como archienemigos. Por tanto, tal y como el cuerpo físico de Christina dejó de obe­decer los mandatos de su cabeza, también el cuerpo de Cristo dejó de obedecer a su Cabeza. Aunque Jesús claramente ha mandado a sus seguidores a amar a Dios con toda la mente (Mt 22:37), y aunque el gran apóstol Pablo desafió al cuerpo de Cristo con las palabras «Sean ... adultos en su modo de pensan> (1 Co 14:20), la enseñanza sobre la importancia de usar el cerebro para la gloria

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de Dios comenzó a desvanecerse. Lo que había sido una enseñanza relativa­mente rara a lo largo de la historia de la iglesia comenzó a esparcirse como una plaga durante el siglo diecinueve.

Durante las etapas formativas de la «religión de avivamiento» en la nue­va república de América (1800-1850), muchos de entre las masas cristianas declararon la ciencia como adversaria de la fe y de la Biblia. El arte saludable de pensar críticamente volvió a ser nombrado «pensamiento negativo» y fue puesto en la misma categoría de la crítica ateísta de las Escrituras. La razón que Dios nos ha dado fue incorrectamente agrupada con la «diosa de la razón», y por tanto, redefinida como enemiga del creer. Además, muchos creyentes comenzaron a confundir la educación en las artes liberales con la seculari­zación de la educación a través del liberalismo. La multitud espiritualmente I"evitalizada pero intelectualmente pasiva del avivamiento evangélico del siglo diecinueve reclasificó la fe como un instinto o un sentimiento, y erróneamente separó la razón de la emoción: los gemelos siameses del alma.

En vez de indicar que los no cristianos estaban torciendo las definiciones de la ciencia y calumniando los orígenes y el uso correcto de la razón, del inte­lecto y de la lógica, muchos creyentes del siglo diecinueve simplemente se sa­lieron de estos campos de contención. En vez de responder con una estrategia de ofensiva y defender de una vez la fe entregada a los santos, simplemente se alejaron del estudio en esos campos. Por tanto, la razón humana (o, como so­lemos decir, «la cabeza») llegó a representar la facultad caída de las criaturas mundanas: la parte del ser humano que no puede evitar meterse en problemas, especialmente en los asuntos de la fe. En contraste, la emoción (o, como deci­mos, «el corazón») fue nombrado monarca reinante de la vida espiritual.

Cuando la iglesia separa la cabeza del corazón y la razón de la revela­ción, se hace culpable de poner una cuña artificial en la realidad unificada de Dios. Por supuesto, es cierto que este es el mismo error que cometieron los que estaban fuera del reino de Dios. La religión era para el mundo privado de los sentimientos; la mente era para tratar con los problemas de la vida. Por tanto, no nos debe sorprender ver dentro de la iglesia la gran confusión sobre la vida cuando esta trató de dividir la realidad de Dios como lo hizo el mundo. Por consiguiente, en algunos respectos, al abandonar los honorables orígenes, las definiciones y el lugar de las facultades intelectuales humanas, el evangelica­lismo del siglo diecinueve Gunto con el fundamentalismo y el pentecostalismo después) parece en realidad haber ayudado a fomentar la cosmovisión frag­mentada que es tan prominente hoy.

Como la víctima del defecto neurológico descrito al comienzo de este capítulo, la voz de la iglesia ha sido debilitada en el mundo. Su capacidad para sostenerse intelectualmente, para sostener una fuerte postura moral y ofrecer sus manos de ayuda ha sido afectada grandemente. Además, como Christina,

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muchos de dentro del cuerpo de Cristo en la América del siglo veintiuno que luchan por alimentarse a sí mismos, carecen de tono y de flexibilidad en «sus nervios». Mientras se convalecía mentalmente, las emociones de Christina, aunque vibrantes, no estaban en comunicación con su cuerpo. De manera muy similar, cientos de creyentes del evangelio completo sobresalen en los aspec­tos devocionales, emocionales y experimentales de su fe, pero les falta mucho en la esfera de la vida de la mente.

Solo por medio de ejercicios mentales continuos y rigorosos Christina, nuestra debilitada peregrina, pudo progresar, entrenando los miembros de su cuerpo físico para que volvieran a obedecer los mandatos de su mente. Y será solo por medio del mismo tipo de doloroso esfuerzo que el movimiento pente­costal carismático logrará recuperarse de su cómodo pero defectuoso método para considerar los asuntos que tienen que ver con el intelecto.

LA CABEZA Y EL CORAZÓN

Resulta sorprendente (al menos para este escritor) que a la luz de la generosa cantidad de enseñanza que encontramos en las Escrituras sobre «la mente», se haya escrito tan poco sobre este tema, especialmente por autores que se iden­tifican como del «evangelio completo». Además, en las iglesias pentecostales y carismáticas he detectado una notable escasez de predicación sobre este y otros temas relacionados. Aunque los temas como «el bautismo en el Espíritu Santo», «los dones espirituales», «la guerra espiritual», «la Cena del Señor» y «las lenguas» se mencionan solo unas cuantas veces en los sesenta y seis libros de la inspirada revelación de Dios, las iglesias se refieren a ellos con relativa frecuencia. Sin embargo, la Biblia se refiere muchas veces a los asuntos per­tinentes al intelecto, pero oímos muy poca enseñanza sobre esos temas. Dejar a un lado unos a costa de los otros es algo negligente. Pero parece que hemos dedicado muy poco pensamiento a nuestra negligencia de un tema bíblico tan importante y central.

Es importante que mantengamos en mente que el creyente del «evange­lio completo» es alguien que apasionadamente va tras todo el consejo de Dios. Pero somos tan culpables de ser cristianos a trozos como cualquier otro grupo. Nos llamamos del «evangelio completo», comparados con los cristianos que a propósito dejan fuera los aspectos carismáticos de la fe del Nuevo Testamento, y no obstante le restamos importancia a los aspectos intelectuales de la fe del Nuevo Testamento. En el análisis final, ¿cuál de las siguientes cosas es peor? ¿Descuidar los relativamente elusivos dones carismáticos que nos visitan solo bajo la discreción de Dios (1 Co 12:11) o faltar en civilizar y ejercitar activa-

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mente Jos dones intelectuales que Dios nos ha dado y que nos siguen a cada momento de nuestra existencia? Yo sugiero que ninguno es peor que el otro. Cuando la razón fría rechaza el fuego de la manifiesta presencia de Dios, la desilusión y el daño suben a la superficie. Asimismo, cuando los carismata (dones) no están en equilibrio con el buen pensar, seguramente el resultado es la misma confusión y el mismo daño.

Nuestro temor de que lo que llamamos los asuntos de «la cabeza» (el intelecto) se mezclen con los «del corazón» (10 espiritual) nos ha cegado a las directivas de la Biblia sobre amar a Dios con nuestra mente. Entonces, el primer paso para aclarar este mito es acudir a la Palabra de Dios y examinar lo que la mente de nuestro Creador dice sobre el asunto. A la luz de esto, co­menzaremos tratando de determinar cómo es que aquel que los creó usa los vocablos «cabeza» y «corazón».

LA VENERABLE CABEZA

La idea de que nuestra cabeza es, por naturaleza, un estorbo a la vida espiri­tual (actividad del corazón) es totalmente ajena al texto de la Palabra de Dios. Bíblicamente, la cabeza no es considerada como el hogar de la razón impía, inflexible en oposición al corazón o espíritu, donde tiene lugar la comunión devocional. Más bien, la cabeza es descrita como un símbolo de prestigio y respeto. La palabra del Antiguo Testamento ro,sh denota el lugar de ademán. La cabeza se rasuraba en momentos de aflicción (Ez 7:18) y durante una pro­mesa (Nm 6:5), y se cubría de ceniza como señal de penitencia (2 S 13:19). Además, el creyente·del Antiguo '!estamento consideraba que la cabeza era la fuente de la vida de uno, o que se semejaba a la cabecera de un arroyo o río (Gn 2:10; Is 1:6). Por último, ro,sh designaba al que ocupaba un puesto de superioridad (Jue 10:18).2 No parece que Moisés, David, Salomón, Isaías ni ningún otro de los santos del Antiguo Testamento jamás considerara la cabeza simplemente como una parte necesaria del cuerpo que está llena de malicia.

En el griego del Nuevo '!estamento, la cabeza (kephale) se reconoce como un lugar de honor y dignidad (Ap 4:4; 19:12). Al igual que con ro,sh en el Antiguo Testamento, el Nuevo '!estamento se refiere a kephale como la parte del ser humano que representa al individuo en su totalidad (Hch 18:1, 4,6). En referencias a 1 Corintios 11:2-15, donde Pablo habla de la cabeza, la palabra «cabeza» denota la fuente, el origen o aun el soberano de otro. En íntima relación con este último matiz, Pablo usa la palabra en Efesios 4:15-16 para enfatizar los aspectos de nutrir y dirigir de la dependencia del cristiano en Jesús como la Cabeza. Finalmente, Cristo como la Cabeza que está sobre

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todo poder demuestra su suprema autoridad, además de su capacidad para dar vida (Col 2:10).

La palabra «cabeza» se encuentra aproximadamente 360 veces en la Bi­blia, pero en ningún lugar parece tener los tonos negativos que le infieren muchos creyentes de hoy. La cabeza no es un mecanismo lógico razonador que simplemente transmite y almacena información. Es más, en lo que toca a la Palabra de Dios, esta ni siquiera se refiere a la cabeza como el lugar donde tiene lugar el razonamiento.

En la cultura americana moderna, entendemos por «la cabeza» el lugar done se dan el pensamiento, el razonamiento y el entendimiento, mientras que el corazón es «el asiento de las emociones». Cuando los cristianos le asignan a la cabeza rasgos anticuados, racionales y luego erróneamente igualan la ca­beza con la mente y, finalmente, apartan la mente del corazón, han logrado construir una doctrina peligrosa, no bíblica y contraproducente, que puede ser fatal para la fe de la persona. Pero esto es lo que ha sucedido, y al parecer sin causar alarma ninguna. Por tanto, no nos debe sorprender que este amplio error haya tenido repercusiones cataclísmicas en la vida de la mente entre los creyentes profesantes.

Como resultado de la confusión sobre estos términos, oímos a un mi­nistro pentecostal carismático muy conocido decir cosas como: «Si hubiera dejado mi mente fuera de la situación», en contraste con haberla dejado «salir en mi corazón». Este representante del evangelio completo se refiere a los pe­ligros de ser «dirigidos por la cabeza», e indica que «hay una gran diferencia entre el conocimiento de la cabeza y el conocimiento por revelación». Pero toda esta idea de «razonar en la mente versus obediencia en el espíritu» (una cita directa de este popular predicador) es ajena al texto bíblico. Ciertamente podemos razonar sin obedecer, pero ¿podemos en realidad obedecer sin la participación de nuestra mente? Hasta el creyente que habla en lenguas debe pensar en su mente: ¿Estoy dispuesto a lanzarme por fe? ¿Debo permitir que el Señor use mis labios? ¿ Ya han dado un mensaje en lenguas dos o tres asis­tentes? ¿Está hablando otra persona ahora mismo?, y así por el estilo.3

No hay duda de que podemos pensar sin hacer y hacer sin pensar. Nuestra mente puede luchar contra lo que Dios ha declarado, o podemos comportarnos en aparente obediencia pero hacerlo por motivos equivoca­dos. También nos inclinamos a decir con los labios lo que no sentimos ni creemos en nuestras emociones (Is 29:13). Y la raza humana ha sido cono­cida por salir con planes alternos a la voluntad de Dios, como fue el caso de Saúl (1 S 13), por ejemplo. Sugerir que cualquiera de estos escenarios (en los que calumniamos la verdad) indica una hostilidad fundamental entre la mente y el espíritu es en sí calumniar la verdad, una fabricación del cerebro humano. Ahora veremos por qué esta última dicotomía entre la cabeza y el

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corazón o entre razonar y creer es un mito compuesto por la mente moderna y no una realidad revelada por Dios.

EL CORAZÓN PENSADOR

Es más fácil aceptar que el «corazón» en el Antiguo Thstamento es el lugar de la razón y del pensamiento cuando uno se da cuenta de que en hebreo no existe otra palabra para «mente». A la luz de esto, las funciones de lo que lla­mamos «la mente» se dicen ser hechas por el corazón. La palabra del Antiguo Testamento para «corazón» es ¡eh; se traduce de tres maneras principales. Para el entendimiento hebreo, el/eh era «mente», «alma» y «corazón»; el asiento de la vida espiritual, emocional e intelectual del ser humano. La idea popular de que las emociones, el intelecto (o la razón) y «la voluntad» operan desde lugares diferentes contradice la enseñanza bíblica. El corazón es el lugar del pensamiento (Gn 6:5), de la recolección (Dt 4:9), de la objeción intelectual (Gn 17:17), de la meditación (Sal 19:14), de la toma de decisiones (2 S 7:3), del juicio (1 R 3:9), del entendimiento (Pr 8:5), de la planificación (1s 10:7) y de la comprensión (44:18-19).4

Es interesante que aunque todas las funciones anteriores lo son del co­razón, también son racionales en naturaleza. Aunque las Escrituras dicen claramente que «el corazón» es nuestro «razonador», parecemos luchar con reconciliar este hecho con la vida espiritual. ¿Acaso no somos un poco como el ateo que sin darse cuenta usa argumentos que en realidad caben mejor en la cosmovisión que dice: «Debe haber un Dios»? Este profesante escéptico critica la cosmovisión que, en realidad, ofrece algunos de sus argumentos más fundamentales. De una manera similar, muchos cristianos que no confían en «el intelecto» parecen no tener ningún problema a la hora de usar y hasta apoyarse fuertemente en él, eso es, hasta que se les indica que en realidad han defendido su importancia al depender de su ayuda. La mejor solución (aunque no siempre sencilla) es aceptar lo que la Biblia revela sobre este asunto.

La mayoría de nosotros conocemos bien Proverbios 23:7 (versión Reina Valera 1960) como para llenar el blanco: «Porque cual es su pensamiento en su _____ , tal es él». Por supuesto, la palabra que falta es leh: «corazón», el origen de creer o negar (Sal 14:1). El corazón manifiesta sus operaciones en que tiene voluntad (1 Cr 6:7-8), prevé, pesa ideas (Ex 36:2), razona (Dt 29:2-4) y sabe (Sal 90:12). Es también donde tiene lugar la conversación «interna» de la persona (JoeI2:12) y donde se llevan a cabo las funciones de la concien­cia (1 S 24:5). Según las Escrituras del Antiguo Testamento, el corazón es el «órgano» del pensamiento del hombre; es donde piensan los que están hechos a la imagen de Dios.

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El Nuevo Testamento usa la palabra «corazón}} en el mismo vasto orden de los atributos mentales, intelectuales y racionales. Esto es un tanto pecu­liar, ya que el idioma griego, a diferencia del hebreo, tiene una palabra aparte para «mente}} (vous). A pesar de esto, el corazón (tardía en griego) se designa como la parte del ser humano que decide (Mt 5:28), que llega a conclusiones (9:4), que produce ideas (12:34), que duda (Jn 14:1), que defiende y juzga (Ro 2:14-16), que recibe conocimiento (2 Ca 4:6), que piensa (Mr 7:21; He. 4:12) y que razona (Ro 1:21). La noción de que la cabeza o la mente es el asiento del pensamiento amenazador, racional y que el corazón es el único santuario de la emoción y del amor es novedosa, pero no es bíblicamente sana.

QUE EL VERDADERO "PENSADOR» SE PONGA DE PIE

Por supuesto, sería erróneo sugerir que el corazón es simplemente una entidad pensadora. Vemos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento que el corazón también expresa emoción y posee la capacidad de tener comunión con su Creador. Y aunque esto es cierto del corazón, también se dice que la mente tiene la capacidad de gozar de dulce comunión con Dios. Ambas face­tas human~s se describen como poseedoras de la capacidad de tener amistad o enemistad con Dios. Incluso el lector informal de la Biblia descubre que el alma también exhibe voluntad para estar o a favor o en contra de su Creador, y que el espíritu humano puede alabar y también maldecir a Dios.

Aunque cada una de estas palabras puede conllevar un matiz especial y parece inclinarse levemente hacia una función particular, la dificultad está en el hecho de que cada uno de ellos --el alma, el espíritu, la mente y el cora­zón- se pueden encontrar operando en todas las funciones mencionadas. Eso es, se dice que los cuatro tienen la capacidad para el pensamiento, la emoción y la voluntad. Una vez más, la idea de que la mente o la cabeza es racional e inferior, y que el corazón es emocional y superior es algo folclórico. Para expresarlo sencillamente, definir las funciones de los componentes internos de uno no es un asunto tan blanco y negro como afirman algunos.

No estoy sugiriendo que no hay ninguna diferencia entre el corazón, la cabeza y la mente. Nuestro corazón late en el pecho, pero es el término que se usa para el centro del ser de la persona. Nuestra cabeza está asentada sobre los hombros y contiene el cerebro, sin el cual no podemos hablarle a Dios. Y nuestra mente, dondequiera que esté, de alguna manera usa la enredada mate­ria gris que se encuentra encasillada en la calavera para poder experimentar a Dios y su creación. Aunque no lo entendemos todo, de una cosa podemos estar seguros: ¡la mente sí tiene importancia!

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Las Escrituras dan testimonio del hecho de que nuestros componentes no físicos están entrelazados y comparten responsabilidades. Primero, el corazón piensa, pero también es el asiento de la voluntad humana (Dt 8:2; Hch 8:22) y es el «lugar» del que irradian los sentimientos y humores humanos (1 S 1:8; Hch 2:26). Segundo, el alma pondera (1 S 20:4), desea y añora (Sal 63:1: Mt 6:25), conoce (Sal 119:14) y recuerda (Lm 3:20) -las mismas actividades representadas por el corazón-o Tercero, el espíritu humano también aparece presentado como el elemento pensador o razonador del ser humano (Is 29:24; Mr 2:8; 1Co 2:11). Además, el espíritu constituye el asiento de las emociones (Sal 143:4) y de la voluntad (1 Cr 5:26; Mt 26:41), con las mimas funciones del corazón y los afectos (Ef 4:17; 1 Ti 6:5; Tit 1:15), y ordena nuestros pro­pósitos como órgano de la conciencia moral (Ro 7:23,25; 8:7,27).5

Todo esto es para decir que estos términos variados no solo representan los elementos de nuestro ser corporal que funcionan en capacidades pareci­das, sino que los términos mismos (corazón, alma, mente, espíritu) parecen ser intercambiables. Los teólogos llenos del Espíritu Guy Duffield y N. M. Van Cleave indican que parece que en la Biblia se usan por lo menos nueve términos diferentes para referirse a la parte interior del ser humano: los cuatro arriba mencionados, además de vida (Mr 8:35); fortaleza (Le 10:27); sí mismo (1 Ca 4:3-4); voluntad (1 Ca 7:37) y afecto (Col 3:2). Sobre este asunto están de acuerdo con la gran mayoría de teólogos y eruditos prominentes.

Hay cientos de otros versículos que apoyan el punto de vista que se ex­pone en este capítulo; pero confío en que la lista anterior de citas bíblicas sea suficiente para resolver el asunto del peligro de poner la cabeza y la mente en contra del corazón y del alma. j Si Dios no pone unos en contra de los otros, es seguro decir que no lo debemos hacer nosotros! Si el término cabeza no lleva consigo sugerencias negativas, si la mente no es simplemente una coleccionis­ta de información, fría y racionalista y si el corazón opera en una capacidad intelectual (entre otras), entonces ser anti-intelectual es ser, en esencia, «anti­corazón» y es ser peligrosamente no bíblico.6

CONCLUSiÓN

El hecho de que la Palabra de Dios le atribuya con tanta frecuencia al corazón las mismas actividades cognitivas que atribuye a la mente es la razón por las que tan pocos creyentes carismáticos parezcan reconocer que esto indica el alcance de nuestro problema. Además, la verdad de que la Biblia desafía con frecuencia a los cristianos a la excelencia intelectual y el hecho de que muchos del evangelio completo tienen tendencias anti-intelectuales, combinado con la

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realidad de que ha sido un número tan escaso el que ha hablado muy claro so­bre el anti-intelectualismo en los círculos de los llenos del Espíritu, atestiguan nuestro dilema.

El cristianismo con celo y emoción pero sin conocimiento ni valor inte­lectual, cabe idealmente en una sociedad como la nuestra, donde lo común es una vida que no es racional, que se orienta a los sentimientos, que es subjetiva. Sin embargo, como hijos del reino, Dios nos insta a ser radicalmente distintos del populacho no regenerado que nos rodea. Debemos reconocer que la razón y la lógica son dones de Dios; que la mente y el intelecto son, en gran medida, su imagen en nosotros; y que la ciencia, la educación y las artes ofrecen lo mejor cuando están bajo el dominio de los que han sido llamados fuera de las cegadoras garras de una cosmovisión caída. Además, ¿acaso la falsa sabiduría de esta época presente no despedirá fácilmente la voz de la iglesia si esta no puede contender por su fe y defenderla y si no es capaz de dar razones supe­riores por haber puesto su esperanza en la Palabra de Dios y en el Hijo de Dios (1 P 3:15)?

Pero ¿cómo podemos amar a Dios de esta manera tan crucial con nuestra mente a menos que nos preparemos? ¿Cómo podemos prepararnos si ni siquiera entendemos el valor de nuestros dones intelectuales? Las respuestas están en aceptar que el corazón es el lugar del pensamiento y en evitar que haya una guerra fundamental entre la mente y el alma ... entre la cabeza y el corazón. Abordar este vital tema bíblico de cualquier otra manera es hacerlo de un modo cualquiera y con prejuicio, lo que a su vez es irresponsable y contraproducente.

Durante demasiado tiempo los pentecostales y los carismáticos han sos­tenido que los cristianos que verdaderamente creen en la Biblia deben sospe­char del intelecto. Ya es hora de volver atrás la marea, de prevalecer sobre este daño que nos hemos causado a nosotros mismos y de descontinuar nuestra práctica de exportarlo a otras culturas. Las emociones, las experiencias per­sonales y las «direcciones del Espíritu» tienen su lugar en la vida de la fe; no obstante, dejar nuestra mente fuera de la mezcla es tener un encuentro con nuestra propia variedad de «ceguera del cuerpo», como la joven del comienzo de este capítulo: es una pesadilla que no podemos dejar sin interrumpirla. Así que nuestro propósito es seguir avivando con pasión los fuegos de Pentecostés mientras que al mismo tiempo nos esforzamos por cultivar el jardín de nuestra mente con esmero y persistencia.

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NOTA 1 Olíver Sacks, The Man Who Mistook His Wife for a Hat [El hombre que confundió

a su esposa con un sombrero], Harper Perennial, NY, 1985, pp. 44-5l. 2 G. Bromiley, «Head» [Cabeza ],International Standard Bible Encyclopedia, ed. rev.,

Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1982, 2, pp. 639-40. 3 Joyce Meyer, El campo de batalla de la mente, Editorial Unilit, Miami, FL, 1997,

pp. 86-89. 4 T. Sorg, «Heart» [Corazón], The New International Dictionary of New Testament

Theology, ed. Colín Brown, Zondervan, Grand Rapids, MI, 1976, 2, p. 180; J. P. Moreland y David M. Ciocchi, Christian Perspective on Being Human [Pers­pectiva cristiana sobre cómo ser humano], Baker, Grand Rapids, MI, 1993, pp. 34-35.

5 La Escritura menciona las entrañas en varios lugares como conectadas íntimamente con, o que funcionan como, el corazón o la mente (Sal 7:9-10; 26:2; 73:21; Jer 4:19; 17:10; 20:12; Fíl 1:8; 2:1; Ap 2:23).

6 Marvin Vincent, Word Studies in the New Testament [Estudios sobre palabras en el Nuevo Thstamento], Hendrickson, Peabody, MA, 1991,4, p. 52; Kenneth Wuest, Wuest's Word Studies From the Greek New Testament [Estudios de palabras de West del griego del Nuevo Testamento], Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1973, 1, p. 238; F. F. Bruce, 1 & 2 Thessalonians [1 y 2 de Tesalonicenses] (WBC 45, Word, Waco, TX, 1982, p. 130; William Hendrickson, Exposition of 1 and JI The­ssalonians [Explicación de 1 y 2 de Tesalonicenses], Baker, Grand Rapids, MI, 1979, pp. 141-42; Sorg, «Heart», 2, p. 180; además, Brown incluye en esta obra por lo menos diez artículos sobre los temas de «Mente», «Corazón», «Cabeza» y «Comprensión». Donald Guthrie, New Testament Theology [Teología del Nuevo Testamento], InterVarsity Press, Downers Grave, IL, 1981, pp. 167-71; Walter Elwell, Evangelical Dictionary of Theology [Diccionario Evangélico de Teolo­gía], Baker, Grand Rapids, MI, 2001, pp. 331-32, 527-30; Moreland, Christian Perspectives, [Perspectivas cristianas] pp. 31-44; A.T. Robertson, Word Pictures of the New Testament [Imágenes de palabras en el Nuevo Testamento], 4, p. 38.

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LA VIDA DE DIOS EN LA MENTE DE LOS

SERES HUMANOS

Dios, que es sabiduría abstracta y que se deleita en que

sus criaturas racionales la busquen, y que sus ministros

estudien para propagarla, espera que ustedes sean padres

que acojan el conocimiento.

líDER PURITANO, 1600

El que entiende la verdad sin amarla, o que ama sin

entendimiento, no posee ni lo uno ni lo otro.

BERNARD DE CLAIRVAUX

Así que, podemos concluir, está bajo lo humano simplemente

dejarnos llevar por la corriente, rendirnos sin reflexionar

a las fuerzas y condiciones externas, implícitamente

estar de acuerdo con ser juguete de fuerzas exteriores.

DAVID GILL, EDUCADOR

Probablemente usted ha oído hablar del hombre que estaba convencido de estar muerto. Por supuesto, eso es ridículo porque la capacidad de la persona para razonar con respecto a su propia condición prueba, ipso

facto, que está viva. Pero como se puede imaginar, este pobre hombre armó un buen dilema, no solo para sí mismo sino también para su preocupado médico. Después de probar toda medida que se encuentra en el libro para convencer a su cliente de su verdadera condición, al médico se le ocurrió un brillante esquema.

El primer paso fue hacer que el paciente admitiera que los que están vivos sangran y que los muertos, no. Solo después de esto pudo probarle al equivocado paciente que todavía era una criatura viva. Por medio de varios ex­perimentos, incluso pincharles la piel a varios muertos en el mortuorio, el mé­dico logró convencer al hombre de que los muertos no sangran. Este frustrado

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La vida de Dios en la mente de los seres humanos

médico sabía que había encontrado la solución para su equivocado paciente, la al menos así creyó!

Cuando el médico le preguntó al hombre anteriormente confuso, este contestó: «Es verdad, los muertos no sangran». El médico entonces le informó que, como él se creía muerto, entonces si sangraba, algo andaba seriamente .mal con su modo de pensar. El paciente estuvo totalmente de acuerdo. Des­pués de que el médico pinchara al hombre con un alfiler, como era de esperar, este comenzó a sangrar. El prudente guía sabía que ya lo tenía ... ¡glorioso día! Cuando se le preguntó al paciente si todo este asunto estaba ya arreglado en su mente, el hombre exclamó: «Claro que sí, ya está arreglado; todo lo veo muy claro ahora: ¡Los muertos sí sangran!»

Como el problema presentado en esta absurda anécdota, el anti-intelec­tualismo es algo de un carácter bastante elusivo. Sus causas y síntomas son numerosos y su influencia es amplia. En breve, anti-intelectualismo se puede definir como un prejuicio contra el cuidadoso y deliberado uso de nuestro intelecto. Dada esta definición, casi cualquiera (especialmente los cristianos) puede decir que está libre de su tiranía. Esto, en sí, es parte de la naturaleza del problema, o sea, una falta de disposición para reconocer y admitir su presen­cia. Pocos admiten su dominio sobre ellos, muchos no han logrado escapar de las garras de este prejuicio.

En el capítulo anterior traté de disipar la noción de que la cabeza y el corazón son enemigos mortales. Demostré esto simplemente al llamar la aten­ción sobre las funciones -según la Escritura- de la cabeza, del corazón y de la mente. El propósito general de este capítulo es el mismo: explorar cómo la actividad de la mente está entretejida en la mismísima tela de la vida espiri­tual, además de mostrar la forma en que algunos de los héroes bíblicos de la fe usaron el intelecto que Dios les dio para su gloria. Sí, concedo, que después de leer este capítulo algunos quizás todavía digan: «¡Los cristianos no piensan!» No obstante, albergo la esperanza de que algunos de los que luchan con la relación entre la mente y la vida espiritual vean, quizás por primera vez, que una buena parte de experimentar la vida abundante se encuentra en el cultivo de la vida de la mente.

LA DOBLE REGLA: CUERPO, ALMA Y «LO ESPIRITUAL»

Generalmente no tenemos ningún problema a la hora de creer que Adán po­seía una complexión perfecta y que tenía comunión espiritual perfecta con el Padre. Además, parece que se acepta ampliamente que este «hijo de Dios», hecho a imagen de su Padre, fuera inteligente en extremo; en otras palabras, poseía un profundo intelecto. El que haya nombrado a toda criatura que existía tenía que haber sido bastante inteligente (Gn 2:19-20).

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Así que, ¿cómo nos relacionamos con esto? Por medio de la ciencia mé­dica, la nutrición y la súplica, hacemos casi todo lo que está dentro de nuestra capacidad para extender nuestra vida física, apresurándonos a volver a captar una porción de esas noventa y tres décadas de las que gozó Adán. Por medio de leer la Escritura, orar, ayunar y adorar, tratamos de recuperar una medida de esa comunión en el huerto con nuestro Creador, que nuestra cabeza federal (Adán) perdió en la caída. Pero cuando se trata del intelecto, muchos cre­yentes pentecostales carismáticos tienden a responder: «Thnga cuidado, pues [el intelecto] lo puede descarriar». Yo reconozco que enfatizar demasiado el intelecto a costa de otros ejercicios espirituales actúa en detrimento nuestro; pero lo mismo es enorgullecernos de nuestra vida devocional, o don espiritual o acercarnos a la mesa del buffet del restaurante Kentucky Fried Chicken local con glotonería.

Así que, los que dicen que debemos tener cuidado con nuestro intelecto por su naturaleza caída reciben un «amén» de este autor. No hay duda de ello: Nuestro ser completo cayó cuando, en Adán, nos comportamos irrazonablemente en el huerto, y, por supuesto, esto incluye nuestra mente. Pero para ser coherentes no podemos discutir en contra del cultivo del intelecto porque ha caído y al mismo tiempo, mimar, ejercitar, acicalar, medicar, proteger y orar por la sanidad del cuerpo físico, a pesar de su caída. Eso es algo fraudulento y sin equilibrio. Sin duda, debemos tratar nuestro carapacho físico caído con respeto a la luz del hecho. de que somos templo del Espíritu Santo (1 Co 3:16-17; 6:19). Pero debemos tratar la mente con por lo menos el mismo respeto, ya que nuestra mente es, en gran parte, ¡la mismísima imagen de Dios en el hombre! Es importante recordar que nuestro cuerpo o se pudrirá o será transformado en la venida del Señor, pero también que la transformación y la renovación de la mente es un proyecto para toda la vida de aquí y de ahora (Ro 12:2; Col 3:1-10).

Además de la común contradicción mencionada arriba, los creyentes pentecostales y carismáticos tienden a confundir el asunto todavía más cuan­do traen a la mezcla los «dones espirituales». Parecemos no tener ningún pro­blema con aceptar la noción de que Dios puede dar «palabra de sabiduría» o «palabra de conocimiento», revelando así información sobre la vida ordinaria de una manera extraordinaria; y esto es bueno. Pero muchos de nosotros pare­cemos dudar al adoptar la idea de que el cristiano puede glorificar a Dios por medio del diligente estudio de temas ordinarios o religiosos con el propósito de dominarlos y compartirlos con otros. Cientos de veces he visto a creyentes quedar asombrados e impresionados por el que dice tener una «palabra de co­nocimiento». Sin embargo, cientos de veces he visto a los mismos creyentes aburridos ante las palabras de conocimiento que se minaron a través de arduo estudio y oración. ¿Por qué es esto?

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El mal manejo y/o el mal entendimiento de ciertos pasajes de la Escritura sobre la naturaleza del conocimiento y de la mente fácilmente pueden llevar­nos a este método contaminado. Con frecuencia combinado con esto hay una jnsalubre lujuria por lo sensacional (como el intenso deseo de melodramáticas manifestaciones de los carismata). Aparte de estos dos peligros, al final pa­rece haber poca excusa para este contradictorio modo de pensar. Pero es esta p¡isma línea de razonamiento (o falta de razonamiento) la que nos ha estorba­do para recuperar la dimensión intelectual del paraíso perdido.

LA PALABRA DE DIOS Y LA MENTE DEL HOMBRE

La Biblia da por sentado que el ser humano es un ser racional, que Dios co­'munica su voluntad a través del conocimiento y que los seres humanos son capaces de entender ese conocimiento, aun con una mente caída. Dios espera que comprendamos, que nos tomemos en serio y que apliquemos sus palabras. Algunos dicen que el que no es cristiano no puede entender la verdad de Dios. Pero esto presenta por lo menos tres serios problemas. Primero, ¿cómo puede . uno que no es creyente convertirse en creyente si no puede sacar sentido del mandamiento de arrepentirse? Segundo, ¿cómo puede Dios pedirnos cuentas de la verdad si ni siquiera la podemos entender? Tercero, si los incrédulos no entendieron a Isaías, a Juan el Bautista, a Jesús, a Pedro y a Pablo, enton­ces ¿porqué fueron aserrados o crucificados y por qué la cabeza de algunos fue presentada como trofeo? ¿Fue porque los presentes no podían determinar exactamente lo que trataban de comunicarles estos profetas, o porque les en­tendían demasiado bien?

Cuando Adán cayó, lo hizo porque entendía que ya no era huésped en la casa de Dios sino un fugitivo en la casa del perro (recuerde que en hebreo la palabra «corazón» es la mente). Adán sabía y entendía los caminos de Dios, pero se decidió en contra de andar en ellos. Escogió no pensar los pensamien­tos de Dios. En su lugar, al suprimir la verdad (Ro 1:18,28), voluntariamente permitió que su mente fuera cegada (2 Co 4:4) y así se hizo enemigo del padre en su mente (Ro 8:7).

Cuando Dios nos llama a volver a él, declara: «Deje el ... hombre inicuo sus pensamientos» (Is 55:7, RVR). Al hacerlo así, llama al arrepentimiento a aquellos cuyo pensamiento se ha vuelto vano (Ro 1:21). La palabra «arrepen­tirse», en su sentido más estricto, quiere decir cambiar de opinión o pensa­miento. Por tanto, se dice que el acto de arrepentirnos nos lleva al conocimien­to de la verdad: nos devuelve a la realidad (2 Ti 2:25). Esto explica por qué a los que una vez andaban «en la vanidad de su mente)) (Ef 4:17, RVR) se les

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manda ser «renovados en la actitud de su mente» (v. 23) y a ser transformados continuamente «mediante la renovación de su mente» (Ro 12:2; en griego, «entendimiento» y «mente» tienen la misma raíz, nous). Y los que desean atraer el entendimiento correcto deben permitir que «las cosas de arriba» ocu­pen su mente (Col 3:1-10) y deben responder al mandato de preparar la mente para la acción (1 P 1:13).1

Cuando un pecador arrepentido recibe el Espíritu de verdad, Dios le abre la mente (Le 24:45). Recibe dominio propio (2 Ti 1:7), permitiéndole así amar a Dios con toda su mente (Mt 22:37). Como el endemoniado en quien había una legión, los que son puestos en libertad de la esclavitud mental/espiritual (Ro 8:7) se encuentran en su mente cabal (Mr 5:15), pues los que antes eran enemigos de Dios en su mente ahora poseen la «mente de Cristo» (1 Co 2:16). Pablo 10 dice sucintamente en Romanos 8:5-6: «Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz». Sin ninguna duda, la mente es un gran factor en nuestra relación con nuestro Creador.

HOMBRES DE FE, HOMBRES QUE APRENDEN

La mente no solo es un elemento importante del acto de pasar a la vida de fe, sino que nuestra forma de usar esa mente mediante nuestro andar en fe es también algo vital. Primero: pensaremos mejor sobre el pensar y aprendere­mos más sobre la naturaleza de aprender cuando reconozcamos que Dios no crea abismos entre el conocimiento y la excelencia espiritual. Tampoco pone cuñas entre el conocimiento en el cerebro y el conocimiento en el corazón ni entre la información que se obtiene con sudor y la que se obtiene por intui­ción. Segundo: la Palabra de Dios demuestra que el conocimiento, para toda intención y propósito, es neutro. Debido a esto, a Dios le interesa más cómo se usa el conocimiento que si simplemente se posee o no. Thrcero: por supuesto, es imposible aplicar el conocimiento a menos que primero se posea ese cono­cimiento.

No importa cuánto conocimiento contenga nuestro cerebro, pues hay tres actitudes básicas hacia el conocimiento en sí. Por causa de pura sospecha o absoluta pereza, podemos despreciar la idea de que lograr conocimiento es im­portante. O podemos buscar, encontrar y acaparar conocimiento, usarlo para nuestra propia gallancia Y enorgullecernos de lo que sabemos. Finalmente, en humildad podemos ir apasionadamente tras el conocimiento y luego usar lo

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que sabemos para servir a otros, para avanzar el reino de Cristo y para glorifi­car a nuestro Dios.

, Así que, de nuevo, el contraste no está entre el llamado «conocimiento de la cabeza» y el «conocimiento de revelación», ni entre la vida intelectual y la vida espiritual. El contraste más bien está entre el corazón o mente obedien­te y el corazón o mente desobediente. En la economía de Dios el conocimiento con acción es lo opuesto al conocimiento sin acción (Mr 4:24) y el conoci­'miento acompañado del orgullo es la maligna contraparte del conocimiento con humildad. Sin embargo, al final la suprema disparidad (respecto a nuestro intelecto) es esta: el uso apasionado, intencional de la mente para el reino y la gloria de Dios ... j o no!

Resulta interesante el hecho de que muchos personajes bíblicos de in­fluencia fueran oriundos de ciudades conocidas por su excelencia educacio­nal e intensidad intelectual. Abraham se crió en Ur de los caldeos, donde en años recientes se ha desenterrado una de las bibliotecas más grandes de la antigüedad. Entre los cientos de miles de «libros» (tablas de piedra) que se encontraron ahí, muchos tienen que ver con el estudio del comercio, gobierno, medicina, derecho, matemáticas y literatura. Thmbién Daniel, que vivía en Babilonia, recibió una excelente educación (Dn 1).2

Moisés resultó beneficiado de una extraordinaria preparación académica en Egipto. Pablo venía de la ciudad donde se encontraba la famosa «Universi­dad de Thrso», y Apolo se crió bajo la sombra de una de las grandes maravillas de mundo antiguo, la legendaria biblioteca de Alejandría (Hch 18:24)'. Quizás sea más que una simple coincidencia que una cuarta parte del Antiguo Testa­mento fuera escrito por Moisés, de quien se dice que «fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios» (Hch 7:22); mientras que en el Nuevo Testamento, el «Doctor Lucas» y «Pablo el docto» son autores del cincuenta por ciento de su contenido total. Con esto en mente, nos volveremos a tres ejemplos bíblicos principales de hombres que recibieron la ayuda de Dios con un sello de apro­bación por su excelencia intelectual.

PABLO, EL ERUDITO DE DIOS

No es ningún secreto el hecho de que Pablo fuera un vehemente estudiante y de que usaba lo que aprendía. Él admite haberse sentado bajo la tutela del gran Ga­maliel, el administrador de la academia más distinguida del judaísmo del primer siglo (Hch 22:3). Ignoramos si asistió o no a la «Universidad de Tarso». Pero estamos seguros de por lo menos tres de estos hechos: Pablo conocía la filosofía y la literatura griega (Hch 17:27; Tit 1:13-14); otros reconocían su sofisticado

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nivel de preparación intelectual (Hch 26:24); y él no despreciaba su preparación secular sino que la usaba en todo momento. Incluso Pedro, que fue inspirado por el Espíritu Santo, señala que el complejo pensamiento de Pablo era inspirado por el Espíritu Santo y que a los «indoctos» les resultaba difícil entender sus epístolas (2 P 3: 16). Esto conlleva en sí tremendas implicaciones respecto al uso que hace Dios del poder del cerebro humano.

¡Piénselo! ¿Cómo se puede decir que una porción de la revelación bíbli­ca excede a otra sección de la Escritura en sutileza y complejidad intelectual a menos que la pericia intelectual se haya tomado en consideración? ¡No es por casualidad que Dios escogiera a Pablo para recibir (por medio del Espíritu) la obra maestra del Nuevo Testamento sobre la justificación por la fe (el libro a los Romanos): la Carta Magna de la fe cristiana!

Además de escribir epístolas bellas, poderosas y complicadas, Pablo también usaba regularmente sus capacidades intelectuales, retóricas y apolo­géticas en sus viajes misioneros. En Tesalónica el Espíritu Santo lo inspiró y le dio poder para presentar una montaña de pruebas, mostrando que las profecías del Antiguo Testamento sobre el Cristo se cumplieron en Jesús (Hch 17: 1-4). En Atenas utilizó para el reino su capacidad para razonar; participó en diálogo cultural y hasta citó a dos poetas griegos antes de ordenar a los atenienses que se arrepintieran (17:17,22-31). Desde su discurso sobre el «altar al dios no co­nocido» hasta el llamado al altar para encontrarse con el único Dios verdadero, Pablo demostró su distinción intelectual.

Por supuesto, solo porque Dios decida usar a ciertos siervos eruditos no quiere decir que él exija o prefiera a los académicos para las labores de su reino. Pero sí indica que Dios no se esforzó demasiado para reclutar a hombres que no poseían ninguna preparación académica superior. No solo ha usado Dios a hombres preparados, sino que también los ha preparado para el mi­nisterio por medio de afinarles el intelecto. Pablo es un gran ejemplo. Si fue apartado para el uso de Dios al nacer (Gá 1:15), ¡entonces parece que lo más probable era que sus «muchas letras» (Hch 26:24, RVR) fueron preparación para el ministerio que asumiría unos treinta años después! Lo mismo se puede decir de José, primer ministro de Egipto; de Moisés, heredero del trono de Egipto y presidente de la nación de Israel; y de Salomón, el constructor del templo terrenal de Dios, y a quien ahora nos volvemos.

SALOMÓN, EL SABIO DE DIOS

En el caso de Salomón, es Dios el factor motivador detrás del genio de este brillante individuo. Como Pablo y Apolo, Salomón era sabio en las Escritu-

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ras. Y al igual que los otros, sobresalía en lo que con frecuencia llamamos «conocimiento secular». Por supuesto, es evidente que ni la gran sabiduría de Salomón ni su conocimiento de la Palabra de Dios evitaron que tuviera una vida de adulterio e idolatría. Y aunque esto es cierto, en sí no quiere decir que podemos dar el salto espectacular (como muchos lo hacen) de dar a entender que el conocimiento automáticamente nos aparta de la intimidad con Dios y de la humildad ante nuestro Dios.

El argumento de que Salomón se apartó del Señor por haber ido tras el llamado conocimiento secular (como algunos han sugerido) no tiene más peso que el argumento de que se aventuró a salir de sus raíces espirituales por la riqueza de su conocimiento acerca de Dios. Ya seamos plomeros, filósofos o profetas, todos nosotros debemos estar siempre preparados y dispuestos a tomar parte en -a actuar sobre- la verdad que nos ha sido revelada. De otra manera, en la búsqueda espiritual, logramos muy poco más que perseguir el viento. El problema de Salomón no era saber mucho sino no vivir lo suficiente según lo que sabía.

En 1 de Reyes 4:29 leemos que «Dios le dio a Salomón sabiduría e inteli­gencia extraordinarias». De nuevo, la sabiduría de Salomón no estaba limitada al conocimiento llamado «sagrado» (como si se pudiera separar del secular), sino que abarcaba muchas disciplinas del pensamiento. Parece haber sido un biólogo experto, científico, zoólogo, botánico, filósofo, poeta, músico, políti­co y abogado. Sus tratos con delegados extranjeros, su ingenio en los casos jurídicos, su comprensión de la fauna y la flora, de la ingeniería arquitectural y su talento artístico lo hacían un hombre renacentista nacido antes de su tiempo (1 R 3-6; Ec 1-2). Hay poca duda de que Salomón se habría sentido muy a gusto en compañía de mentes gigantes como Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Copérnico, Blaise Pascal, Jonathan Edwards, C. S. Lewis y otros como ellos.

Dios bendijo a Salomón con excelencia intelectual al mismo tiempo que él se agotaba estudiando y dedicándose a investigar y explorar la sabiduría de Dios (Ec 1:13; 12:9). El conocimiento que acumuló Salomón no le fue inyec­tado en la mente al estilo de una inyección soberana, sino que le llegó poco a poco mientras crecía y aplicaba el intelecto que Dios le había dado (Ec 1:16). Todo esto era un don del Señor. «El SEÑOR es un Dios que todo lo sabe» (1 S 2:3) y él hizo el mundo según su sabiduría (Sal 104:24; Pr 3:19). Los necios creen que la sabiduría se adquiere fácilmente (Pr 17:16), pero los sabios bus­can con pasión el conocimiento de Dios (4:7). Observe también que el Creador revela sus pensamientos y su sabiduría a los seres humanos (Am 4:13).

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DANIEL Y LOS MUCHACHOS

Un último ejemplo bíblico en el que Dios participó directamente a la hora de dar su aprobación para el aprender secular es Daniel, el extraordinario sabio del siglo VI a.c., que era un hombre dedicado a la oración, al ayuno y a la guerra espiritual (Dn 6:3; 9:1-27). Al igual que Salomón, era un hombre de letras; pero a diferencia del poeta de Proverbios, este profeta de la historia panorámica de Dios llevaba una vida circunspecta.

En Daniel leemos que Nabucodonosor, rey de Babilonia, capturó Jerusa­lén (1:1-2). Después llamó a los principales oficiales de su corte para escoger a algunos de los israelitas cautivos y prepararlos para servir en su palacio (1:3-4). El rey fue muy específico con su norma para los nuevos reclutas. Entre los requisitos, la distinción intelectual parece haber sido lo más importante. Pidió a jóvenes que demostraran capacidad para toda clase de aprendizaje, mucha­chos que fueran prontos a entender y que estuvieran bien informados (1:4). La preparación de estos hijos de Dios (Daniel, Ananías, Misael y Azarías) con­sistía en clases de cultura, lingüística y literatura. Serían enseñados durante tres años (1:5) y el objetivo era preparar a Daniel y a sus amigos para prestar servicio en el palacio del rey.

Está claro en la Escritura que Dios puso al pueblo de Israel bajo la cauti­vidad babilónica (por su desobediencia) bajo el reino de Nabucodonosor (Jer 27:6; 29:4). Sabemos que Daniel y sus amigos fueron dotados por Dios en sus habilidades intelectuales (Dn 1:4,6). También leemos que Dios les ayudó en lo que aprendían (1: 17 -20) y que de manera sobrenatural los rescató en más de una ocasión (Dn 3:6). Lo que todo esto nos dice es que Dios fue el superin­tendente de la vida de estos sofisticados estudiantes de una manera detallada y personal. Como con Pablo, el Señor había preparado a estos jóvenes para su futuro ministerio y su estado en la vida. Quizás el aspecto más impresionante de su historia es que su preparación se llevó a cabo en un ambiente severamen­te secular que promovía los estudios paganos.

Basados en esta información, es justo decir que en sí no había nada inde­bido en que Beltsasar, Sadrac, Mesac y Abednego se aplicaran a los estudios superiores de los babilonios. Además de matemática avanzada (en relación a esa época, por supuesto), astronomía, ingeniería y administración, estos jó­venes creyentes habrán estudiado los dioses caldeos y la mitología antes de recibir su título universitario babilónico. Como indica Daniel 1:4, la literatura también habrá sido una de sus materias principales y los manuscritos de Moi­sés definitivamente no habrán sido la base para ese estudio.

Es interesante que no se diga nada negativo de la preparación académica, religiosa y cultural que recibieron estos judíos. De hecho, como se mencionó,

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en realidad Dios hizo que los cuatro jóvenes eclipsaran a todos los demás en todo el reino con su excelencia intelectual:

A estos cuatro jóvenes Dios lo dotó de sabiduría e inteligencia para entender toda clase de literatura y ciencia ... El rey los interrogó, y en todos los temas que requerían de sabiduría y discernimiento los halló diez veces más inteligentes que todos los magos y hechiceros de su reino. (Dn 1:17a,20, itálicas mías)

Dios no solo les permitió a estos hombres aprender la académica babi­lonia diez veces mejor (Dn 1:20) que los otros, sino que les dio poder para permanecer espiritualmente firmes en medio de una sociedad radicalmente pagana. No cedían en lo absoluto cuando se trataba de transigir la Palabra de Dios. Cuando se les mandó comer alimentos que no estaban en armonía con las leyes dietéticas de Moisés, permanecieron firmes en su determinación a negarse (1:8-16). Asimismo, cuando se decretó que los tres amigos adoraran una imagen de oro, y cuando Daniel fue notificado de que la oración a su Dios estaba prohibida, cada uno desafío los edictos que iban en contra de la volun­tad revelada de Dios.

Estos siervos de Dios que se encontraron en el campo caldeo evitaron la vana práctica de tragarse los camellos y colar los mosquitos (Mt 23:24). Si esto parece un criterio demasiado amplio, lea el libro de Daniel y llévelo a Dios; él es quien los mandó a estudiar a Babilonia, el que los hizo sobresalir y el que dirigió a Daniel a referirse a los otros tres por sus nombres paganos. Si ellos preferían morir en una hoguera antes que desobedecer a Dios, pero parti­ciparon libremente en la vida académica del día, entonces la única conclusión sana a la que podemos llegar es que consideraban que sus estudios agradaban a Dios. Aunque asaltados por los ataques del enemigo, estos píos ejemplos lograron asimilar su recién adquirido conocimiento a una vida dedicada a su Creador. Atesoraron su conocimiento secular, lo usaron para la gloria de Dios y exhibieron una vida ejemplar sin importar si residían en una cultura pagana o santa. Junto con Pablo, Salomón y Daniel, este también es nuestro llamado.

CONCLUSIÓN

La tarea de investigar a fondo el tema de «la vida de la mente y la Biblia» es de inmensas proporciones. Pero esto es de esperarse a la luz del hecho de que Dios haya creado al ser humano como un ser racional, de que haya revelado su verdad de una manera inteligente y de que incluso haya hecho disponibles las ilustraciones de los santos que valoraban y empleaban sus dones intelec-

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tuales para su gloria. Nuestro Señor nos desafía a todos a ceñirnos los lomos de nuestra mente (1 P 1:13), nos ordena a todos a amarlo con toda nuestra mente (Mt 22:37) y promueve el desarrollo de nuestra mente a medida que llevamos cautivo todo pensamiento por Cristo y su reino (2 Co 10:5).

El señorío no está limitado a la llamada dimensión «religiosa» de nuestra vida, sino que incluye nuestra lógica, nuestros esfuerzos mentales, nuestros dones intelectuales y todas las otras empresas del cerebro. Como explica Pablo claramente en Romanos 12:1, la única respuesta «razonable» a la misericordia de Dios es ofrecernos a nosotros mismos como sacrificios vivos, y esto abarca no solo las capacidades carismáticas sino también la capacidad cognitiva, no solo nuestro cuerpo sino también nuestro cerebro.

Claramente, Dios desea que sus seguidores no solo sean gente de ora­ción, guardianes de los dones espirituales y adoradores que lo demuestren, sino también una asamblea de pensadores excelentes. Nada que no sea un discipulado unificado, entero, servirá para los que están en el servicio del Rey. Sin embargo, con demasiada frecuencia muchos de nosotros de dentro de la comunidad pentecostal carismática faltamos en nuestra convicción y pasión por este método para la vida de la fe. Tendemos a adorar el acto mismo de adorar, a estar en contra de los sermones detallados, llenos de doctrina, coque­teamos con un aprecio por la diversión en el santuario y exhibimos señales de adicción a lo que «se siente bien». Nuestra fascinación por la fama, la novedad y la moda son indicaciones de que pensar cristianamente no encabeza necesa­riamente nuestra lista espiritual de deseos.

Yo espero que la clase de información bíblica positiva concerniente al intelecto que se compartió en este y en el anterior capítulo satisfaga a los que sospechan de la mente. Pero he aprendido por experiencia que con frecuencia no es ese el caso. Como ejemplo, un querido amigo mío tiene el incansa­ble hábito de oír mis argumentos «positivos» y luego simplemente responde, «Bueno sí, ¿pero qué me dices de donde la Biblia dice ... ?» En vez de tratar con las pruebas que yo presento, él trata de atraparme dentro de su territorio sin siquiera reconocer mi evidencia. El sabe que esto me disgusta y por eso contesta de esta manera mayormente en broma. Sin embargo, he conocido a cientos de cristianos que sinceramente creen que esta es una manera viable de responder a aquellos con los que no están de acuerdo. Porque esta es una maniobra tan común, debemos prestar atención a algunos de los «sí, pero».

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... • • NOTAS

t J. Goetzmann, «Conversion» [Conversión], en New International Dictionary of New Testament Theology, 1, p. 355.

2 David Beck, Opening of the American Mind [Apertura de la mente norteamericana], Baker, Grand Rapids, MI, 1991, pp. 175, 179; A. R. Millard, «Ur», [Ur] ISBE, 4, pp. 951-52.

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3 EL APÓSTOL P ASLO y SUS VERSÍCULOS

ANTI-INTELECTUALES

------------------------~/>~ -------Vivimos en uno de los períodos más anti-intelectuales del cristianismo

occidental. O sea, estamos contra la mente; yeso se ha convertido en una [llamada] virtud entre los cristianos.

R. C. $PROUL, MAESTRO y FILÓSOFO, 1999

Debo ser franco con usted: el mayor peligro que amenaza al cristianismo evangélico americano es el peligro del anti-intelectualismo.

CHARLES MALlK, ANTERIOR EMBAJADOR LIBANÉS EN LOS EE.UU.

Cuando convenía a su [de Pablo] propósito, él citaba a los autores griegos, tal como en otras ocasiones empleaba las sutiles líneas

rabínicas de razonar. .. San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín, siguiendo a Pablo, aprendieron a apreciar y a utilizar los estudios

clásicos. FRANClS $CHAEFFER, FILÓSOFO CRISTIANO

Lleno de furia, mi bisabuelo tomó su escopeta belga de dos cañones, marca T-Baker, y se fue a una ciudad vecina. A la caza de un enemigo implaca­ble, con una descarga única y humeante entregó el alma a los brazos de su

Creador. El arma que usó en el crimen había permanecido escondida durante décadas, solo para salir en los años 80 como regalo de mi abuelo para mi papá. Así, la legendaria saga pasó sin ser desafiada hasta que ....

Un día mi papá recibió una llamada de una pariente muy lejana que es­taba tratando de ponerse en contacto con los que habían caído muy lejos de su árbol genealógico. En el curso de la conversación, la mujer le contó a mi papá que su tía conocía por completo la historia anterior y que su tía era, de hecho, no solo la hija de nuestro legendario tirador sino que también era la hija de la víctima. ¿Cómo era posible eso?

Contraria a la comúnmente aceptada crónica del antiguo crimen, la mu­jer contó el resto de -y la verdad de- la historia. El perpetrador no había

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El ap6stol Pablo y sus versículos anti-intelectuales

sido mi bisabuelo después de todo, como yo había creído por tanto tiempo; más bien, fue el hermano de mi bisabuelo el que había disparado el arma en ese sofocante ocaso en Texas hace ya tantos años. Y de hecho, él fue el que disparó la ahora clásica escopeta. En la época en que los tiroteos desde los vehículos en movimiento no eran comunes, mi tío en tercer grado fue a la casa de su novia, le pegó un tiro por la velada ventana (hiriéndola solamente) y se apresuró a confirmar su prematura coartada. En cinco minutos, al darle luz a la historia de los padres de su tía (la mujer víctima y el hombre perpetrador), una persona de otra manera perfectamente extraña había logrado desmentir el mito que se había contado cientos de veces, o por lo menos la versión a la que nos habíamos acostumbrado oír, compartir y creer.

EL PODER DEL MITO

El poder del mito no se puede medir. A través del tiempo, las almas emprende­doras se han jugado la vida por la atracción de una Atlántida, por la dote que se le atribuye a la fuente de la juventud o por la recompensa de un enigmático El Dorado. El poder del mito ha acabado con imperios adolescentes y ha asig­nado a multitudes a los campos de muerte de muchos locos. Creer verdades a medias o medio creer consumadas falsedades ha hipnotizado a naciones, ha encadenado a la sufrida humanidad con los grillos de la esclavitud y ha aprisionado la mente de las subculturas que sufren. El movimiento pentecostal carismático es una de esas subculturas; y un mito al que tendemos a aferrarnos es el de creer que la Biblia empequeñece las facultades del ser humano para razonar.

No es tan raro como usted quizás cree que los cristianos no distingan entre las fábulas y los hechos de la Escritura. Por ejemplo, aunque muchos creyentes dan por sentado lo contrario, las Escrituras no nos dicen que Dalila le cortara el pelo a Sansón, que el arca de Noé estaba sobre el monte Ararat, ni tan siquiera que tres sabios visitaron a Jesús cuando nació. No hay ningún libro de Revelaciones en la Biblia, Absalón no quedó colgado del árbol por el pelo y no se nos dice que la «marca» puesta en Caín fuera una señal de juicio o maldición. Además, Dios no limitó a Noé a meter dos de cada clase de animal en el arca, ni tampoco indica la Biblia que el dinero sea la raíz de todo mal. A estas podríamos añadir docenas de otras mentiras que son comúnmente acep­tadas.

Por supuesto, todos tendemos a creer esta clase de pedazos de infor­mación flotantes, y se podría decir que hay poco daño al referirse al libro de Apocalipsis como Revelaciones. Pero son demasiados los que dan un paso

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más y creen conceptos totalmente erróneos que pasan por verdad bíblica. Por ejemplo, en vez de adoptar la idea bíblica de la «fe», que con mayor frecuencia indica confianza radical que lleva a la acción, muchos cristianos hablan de la fe como una vaga idea emocional, que se ha de usar cuando hay poca eviden­cia para apoyar su caso. Algunos igualan la fe a una fuerza mágica creativa por medio de la que pueden fabricar todos sus deseos, y luego están los que han sido llevados a creer que fe es lo mismo que confesar que algo es verdad.

O tome el caso del concepto moderno de «iglesia». En su mayor parte, cuando pensamos en «iglesia», casi automáticamente concebimos un lugar de ladrillos y cemento construido para protegernos de la lluvia. En contraste, la Biblia se refiere a personas cada vez que menciona la palabra. En la enmara­ñada terminología del cristianismo popular, «adoración» también ha pasado por una mutación, convirtiéndose en esa parte de la reunión de los santos cuando las voces suben al acompañamiento de una orquesta o de instrumentos mecanizados. Como resultado de segregar el concepto bíblico de «reverente sumisión» (el verdadero significado de «adoración») de nuestra vida diaria, fracasamos a la hora de integrar el señorío de Cristo dentro de los llamados deberes mundanos de la vida, al mismo tiempo que glorificamos ese angosto trozo del «culto en la iglesia» cuando elevamos cantos a Dios. Algunos se re­fieren al resultado de este falso y turbio modo de pensar como «adoración de la adoración».!

Podría seguir sobre cómo creemos que el verdadero «compañerismo» no sucede hasta que se sirve el pastel, y sobre cómo dudamos de si ha habido «buena predicación» si no ha habido una demostración de gran emoción y vo­lumen que rompe los tímpanos. Además, cuando como creyentes del evange­lio completo hablamos de «los dones», casi siempre nos referimos solamente a los aparatosos y misteriosos dones de palabra extática. ¿Y qué del concepto bíblico de diezmar, que ha llegado a significar «dar 10 que yo quiera dar»; y del evangelismo, que ha sido reducido a decirle a un compañero de trabajo sin salvación que uno va a una buena iglesia donde hay buena predicación y buen compañerismo?

La noción básica de «misiones» también ha sido atrapada en la misma red de mala interpretación. En el pensamiento de muchos, uno no está cum­pliendo con el trabajo misionero a menos que primero haya atravesado un gran cuerpo de agua. La «oración» se iguala con frecuencia a simplemente pedir y recibir. «Avivamiento» se ha degenerado a un puñado de reuniones planeadas con un predicador especial. Y, ser «nacido de nuevo» se equipara con demasiada frecuencia a citar una corta oración en un altar, apiñado emo­cionalmente.

Podría seguir citando nuestros torcidos conceptos de lo que son el dis­cipulado, la santidad, los tiempos finales y así por el estilo. El punto al que

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quiero llegar es a que estamos dispuestos a recibir ciertas definiciones como verdad (sin importar lo torcidas que sean) y luego seguir con nuestros asuntos espirituales con poco deseo de volver a examinarlos para clarificarlos y modi­ficarlos.

Mientras labro este capítulo, tengo frente a mí veintiún volúmenes con aproximadamente 6,500 páginas, completamente llenos de falsa información que comúnmente se considera confiable. Estas obras revelan 1,500 supersti­ciones, conspiraciones, mitos y verdades a medias que la gente de toda clase social ha adoptado con entusiasmo. Estos falsos fragmentos solo tienen dos cosas en común: ¡Todos son falsos y en varios tiempos de la historia, la mayo­ría del populacho ha creído que son verdad!2

De nuevo, probablemente nunca importará si erróneamente llamamos «Big Ben» a la famosa torre del reloj en Londres (solo las campanas llevan este título, no la torre). Ni tampoco estorbaremos la evangelización mundial si se­guimos rodeando el pesebre del Niño Jesús con tres magos (no se nos dice que fueran tres ni tampoco que estuvieron presentes en el momento de su nacimien­to). Pero si cambiamos un aspecto fundamental de las Escrituras (la vida de la mente) por los mitos, seguramente pagaremos por ello, ¡y así lo hemos hecho! Cuando creemos estas medias verdades, comenzamos a hacer cosas extrañas e ilógicas, como usar nuestro intelecto para promover el anti-intelectualismo o usar nuestras capacidades para razonar para defender la doctrina de «la fe, no de la razón».

Mientras entendamos malla relación entre el don de la fe y el don de la razón, faltaremos en vivir y ministrar como debemos. También le hacemos un daño incalculable al reino de Dios al describir la experiencia cristiana con la demasiada común declaración mítica: «No se trata de la cabeza, sino del corazón». ¡Podemos cambiar esto! Pero para poder hacerlo, debemos preparar nuestra mente con la mente de Dios; debemos pensar críticamente, ponderar filosóficamente, ejercitar nuestro intelecto y participar en la disci­plina mental.

Dios quiere que mejoremos el mundo interior de nuestra mente y de nuestra imaginación y nos invita a ver la interconexión de la vida total. Ya no debemos restringir «la vida de la mente» solo a lo que pensamos. Más bien, debemos madurar en estos asuntos, prestar cuidadosa atención a la manera en que pensamos. Solo por medio de estos tipos de empresas intelectuales logra­remos ceñir los lomos de nuestra mente (1 P 1:13) y así poder llevar cautivo y obediente todo pensamiento a Cristo (2 CA 10:5). El primer paso para lograr esto se dio en los capítulos 1 y 2. El segundo paso nos exige que tratemos con las fraudulentas interpretaciones que muchos creyentes de hoy añaden a los llamados versículos anti-intelectuales.

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lOS «VERSíCULOS ANTI-INTElECTUAlES»

Un pastor pentecostal, un evangelista del evangelio completo y un misionero del movimiento carismático, visitaron nuestro hogar en momentos diferentes y los tres señalaron el mismo puñado de versículos para desafiar las ideas presentadas en este libro. Los pasajes bíblicos llamados a comparecer por mis visitantes son las respuestas de norma que he oído un sin fin de veces desde que me convertí al cristianismo. Dos versículos son de 1 Corintios; el primero trata de la inutilidad de la «sabiduría humana» (capítulo 1) Y el segundo ad­vierte que «el conocimiento envanece» (capítulo 8). Un tercer versículo citado en oposición a mi tema es de 2 Corintios 3: «la letra mata, pero el Espíritu da vida». Ahora debemos examinar cómo es que estos «versículos anti-intelec­tuales» han sido mal interpretados y cómo podemos luchar para devolverlos a su contexto correcto.

1 CORINTIOS 1:17-2:5: IlSAllllRla .. MANlI!

Pues está escrito:

«Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la inteligencia de los inteligentes».

¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el erudito? ¿Dónde el filósofo de esta época? ¿No ha convertido Dios en locura la sabiduría de este mundo? (1 Co 1:19-20)

La idea de que Pablo por lo general le quita importancia al intelecto, al debate, a la filosofía, al conocimiento secular o a la vida de la mente no tiene sustancia. Concedo que un examen superficial de estos dos versículos podría hacer que el lector piense que Pablo pone el intelecto en contra de la espiri­tualidad, y la erudición humana en contra de la cruz, pero un examen más detenido da un significado muy diferente.

Pablo comienza 1 Corintios dando gracias a Dios (1 Co 1:4) y haciéndo­les cumplidos a los corintios (1:5) por su riqueza de conocimiento. Luego, en 1:10-11, él revela su propósito en escribirles: «que se mantengan unidos en un mismo pensar yen un mismo propósito» (itálicas mías). Tercero, el enfoque de los capítulos anteriores de esta carta tienen que ver con la tendencia de los corintios a poner en pugna a varias personalidades (Apolo, Pablo y Pedro) (1:12; 3:3-9,22-23; 4:6). ¡Ellos ansiaban «ser alguien» (al menos vicariamen­te) al apegarse a la estrella más reciente en relumbrar. Pablo dice que esta con-

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ducta es mundana, que se estaban comportando «como hombres» (3:3, RVR), creyendo que de alguna manera habían «llegado» al dar su voto al predicador más elocuente o al que se imaginaban que exhibía la más profunda perspicacia (4:6-21)!

Algunos de estos creyentes ahora desprecian a Pablo (1 Co 4:1,6,18; 9:1-27) y se sienten tentados a considerar su mensaj&<le ]a cruz simplemente como una de muchas opciones o como algo muy elemental para ellos, ahora que se creen ser como reyes (4:8-21). Al poner su fe en seres humanos (2:5), están en peligro de descartar el único «Amén» a las promesas de Dios (2 Co 1:20) y así perder el poder y el valor de la muerte y resurrección de Cristo.

A la luz de la situación en Corinto, Pablo defiende su comisión apostóli­ca, además de la exclusiva verdad del evangelio. Les informa que Dios no es­coge a las personas por su nobleza o perspicacia especial (1 Co 1:26-31). Más bien, a pesar de su bajeza, Dios los escoge para ser herederos de su salvación. Les recuerda que no llegaron a Dios por su propia «sabiduría»; por tanto, no se deben creer sabios de un modo mundano (arrogante). Si de hecho recibieron el mensaje de Cristo por gracia, entonces no tienen razón para gloriarse (4:7). Si se glorían, se condenan a sí mismos, porque el mero hecho de gloriarse despoja la cruz de todo su significado para ellos (1:17). Eso es, ¡la persona no puede simultáneamente «depender de la cruz» y «valerse por sí misma»!

Pablo básicamente está diciendo algo así: «Si eran tan sabios, ¿por qué no lo resolvieron todo antes de que yo viniera con la revelación de Dios acerca de la cruz?» (1 Co 1:21). A los que Pablo se refiere como «sabios» son sabios ante sus propios ojos humanistas, y por tanto rechazan la sabiduría de la obra de Cristo en el Calvario. Su punto es que la revelación divina es el único pozo del que se puede extraer información para poder entender correctamente la verdadera condición de la humanidad y el remedio para esa condición. Ade­más, el poder de la resurrección de Cristo confirmó el origen divino de esa re­velación. Si alguien dice tener «sabiduría humana» por encima de revelación divina, entonces, en esencia, está proponiendo que la muerte y resurrección de Cristo no es más que otra filosofía emocionante, que ni se distingue entre las muchas ni tiene absoluto dominio.

Pero Dios no condena la sabiduría con carta blanca. Sabemos esto por­que en 1 Corintios 2:6 Pablo se refiere (de manera positiva) a hablar «sabidu­ría entre los que han alcanzado madurez». No hay duda de que Dios sí frustra la inteligencia de Jos inteligentes, pero solo cuando los «inteligentes» tratan de definir ]a realidad y la salvación aparte de su Hijo. También, el erudito o escriba que buscan la salvación a través de las buenas obras o de la moralidad están tan perdidos como el pagano que con balbuceos se inclina ante una si­lenciosa imagen de piedra. No obstante, sin ]a copia fiel y la labor lingüística

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de los escribas, las Escrituras nunca habrían sobrevivido las edades oscuras de la historia de Israel.

Dios no pone estigma en la sabiduría secular, en la agudeza filosófica, en la empresa erudita ni en la marcada inteligencia. Pero sí condena el hecho de confiar para ser salvos en cualquier sistema de creencia aparte de la «fe en su gracia por medio de la cruz de Cristo». Por esto es por lo que Pablo se propuso predicar solo este mensaje cuando estaba entre ellos (1 Co 2:2) y es la razón por la que no usó la forma emocional de persuasión retórica que con frecuencia utilizaban los predicadores contratados (2:1,4). Pablo se da perfecta cuenta de que la manipulación psicológica basada en los sentimientos es un poderoso medio; recuerde que él se crió en Tarso donde las escuelas eran re­conocidas por su experta preparación en el arte del discurso persuasivo. Pablo sabía que al seducir emocionadamente a sus oyentes, el poder de su mensaje se vaciaría.

No es que Pablo esté en contra de la argumentación persuasiva. De he­cho, cuando Pablo predicó por primera vez en Corinto, se dice que «discutía en la sinagoga, tratando de persuadir a judíos y a griegos» (Hch 18:4,19). Para Pablo existe una diferencia considerable entre manipular las mentes con la técnica y persuadir a las mentes con una defensa razonada. Durante un año y medio Pablo utilizó esa defensa (18:11) y como resultado, fue testigo de mu­cho fruto espiritual entre ellos.

Finalmente, según 1 Corintios 1, debemos notar que los milagros también se cuentan como culpables que pueden estorbar creer en Cristo. Siendo este el caso, nosotros (especialmente los pentecostales y carismáticos) debemos mencionar el énfasis de este capítulo con excepcional cuidado. Si el intelecto (1:19), la erudición (1:20) y la sabiduría (1:21) son en sí un detrimento o un estorbo al cristianismo, entonces los milagros (1 :22), también resultan indebi­dos. Pero, por supuesto, Pablo no está proponiendo que estos elementos de la experiencia humana sean, por naturaleza, dañinos para la espiritualidad. Más bien, Pablo está tratando de comunicar que todos estos pueden convertirse en un impedimento para la fe cuando se enfatizan más que la obra de la cruz. Ese es el centro exacto de su argumento.

Pablo escribe claramente que es tan erróneo que los judíos pongan'su fe en las señales milagrosas como lo es que los griegos la pongan en su propia intelectualidad para resolver problemas. Ninguno de los dos puede tomar el lugar de la revelación de Dios de su Hijo, ni tampoco pueden ofrecer salvación para el alma. ¡Además, una minuciosa lectura de los Evangelios prueba que una generación adúltera se tipifica más por el tráfico de milagros que por la búsqueda de la sabiduría (Mt 12:39; 16:4; Le 11:29)! Al final, no es nunca el intelecto, los milagros, las cosas materiales ni las obras el blanco de la lista de tiro de Dios. Más bien, es la confianza que ponemos en estas cosas sobre y en

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contra de la gracia de Dios por medio de Cristo lo que nos pone al nivel de tiro de su celosa ira (l Ca 1:18).

En resumen, los de dentro del movimiento del evangelio completo que luchan con el anti-intelectualismo harían bien en aprender por lo menos cinco cosas de esta porción de la Palabra de Dios. (1) El enfoque de 1 Corintios 1 no está en el carácter negativo del intelecto, del aprender, de los milagros ni de la filosofía; más bien, se enfoca en el problema de las actitudes erróneas acerca de estos.

(2) Ya sea que la persona admita que está exigiendo señales milagrosas o no, hay peligro en vaciar el poder de la cruz en su vida al pedir constantemente confirmación sobrenatural antes de obedecer la Palabra de Dios. Exigir que ciertos dones se manifiesten en el culto de la iglesia antes de considerarlo «es­piritual» también se relaciona íntimamente con exigir «señales milagrosas» (1 Ca 1:22).

(3) Quienes pertenecemos aJ movimiento pentecostaJ carismático tende­mos a poseer una debilidad que nos hace seguir a las personalidades. Somos demasiados los que vamos tras el hombre o la mujer de la hora por su simpatía, su técnica o su aparente éxito exterior. Nuestro Creador declara que esto tam­bién es mundano.

(4) Debido a que muchos pentecostales han sido testigos del poder mani­fiesto de Dios de forma extraordinaria, existe la perpetua tentación de pensar que ya hemos llegado, que nosotros como movimiento somos más espirituales, o que somos dueños de la verdad y de la experiencia. Debemos tener cuidado de no poseer una actitud de superioridad, una actitud que dice: «Si tú consigues lo que yo tengo, tú también puedes pertenecer al pueblo especial de Dios». Pablo tiene unas cuantas cosas que decir a los que se comportan como si fueran realeza (gigantes espirituaJes entre enanos religiosos), a los que ya se han hecho reyes (1 Ca 4:8).

(5) Cuando usamos una predicación estridente, superficial y de poca sus­tancia en vez de una exposición sonora, cuando consideramos que responder a un llamado al altar es lo mismo que salvación y cuando confiamos en la ma­nipulación emocional o en la música conmovedora que llena el altar, estamos en peligro de hacer lo que Pablo se negó a hacer. La «elocuencia y sabiduría» a las que se refiere en 1 Corintios 2:1 es confianza en la fineza del ambiente y de las emociones en vez de en el contenido o en la verdad del mensaje de Cristo.

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1 CtRINTlOS 8:1: IlEl CONOCIMIENTO ENVANECEII

En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, es cierto que todos tene­mos conocimiento. El conocimiento envanece, mientras que el amor edifica.

Al igual que el pasaje que acabamos de tratar, este tiene poco sentido si no se tiene en cuenta su contexto inmediato. Es aparente que lo que aquí se enseña tiene algo que ver con el «envanecimiento» o el orgullo en conexión con la sabiduría, pero la naturaleza de este conocimiento está escondida hasta que realizamos un examen más profundo. No es posible que el versículo pueda significar que toda sabiduría produce orgullo. Si este fuera el caso, entonces saber que el conocimiento envanece haría, por el mismo hecho, culpable a la persona que reconoce esta verdad. Esto reduce el versículo a pura tontería.

Una vez más, Pablo trata con una actitud hacia la sabiduría, no con la sabiduría en sí. El Hijo de Dios sabe más que todos los seres terrestres com­binados (Col 2:3), ¡pero él no se envanece! él sabe física subatómica, cálculo, las leyes de termodinámica y la anatomía detallada de toda criatura viviente. Como indica 1 Corintios 8:6, todas estas cosas han venido del Padre a través del Hijo, todo esto y más, pero él no está envanecido ni lleno de orgullo.

Aun cuando Jesús andaba entre nosotros, él tenía mayor conocimiento del Padre y de los seres humanos que cualquier otro que viviera antes, durante o después de su andar como humano. Él era el Pensador de pensadores, el Lógico de los lógicos y el Intelectual de los intelectuales, pero no estaba en­vanecido por la sabiduría que poseía. Por supuesto, Jesús tenía una mente no caída, lo que representaba toda la diferencia en la manera en que manejaba su sabiduría. Esto es exactamente con lo que Pablo trata en este versículo: animar a los seguidores de Jesús a manejar la sabiduría de la misma manera que lo hizo Jesús.

En vez de exhibir en su vida las bienaventuranzas, los corintios son cul­pables de exhibir malas actitudes; actitudes que claman a gritos: «¡Todo es acerca de MÍ!» En el caso de 1 Corintios 8, algunos de los creyentes están comiendo alimentos que ha sido sacrificado a ídolos falsos. Pueden hacerlo con la conciencia limpia porque poseen el conocimiento de que «un ídolo no es absolutamente nada» (8:4). Su crimen no está en comer esos alimentos sino en las actitudes que exhiben, en vez de su capacidad para comer de esos sacrificios. O sea, algunos de los creyentes más débiles, que no reconocen esta libertad, están disgustados y confusos por el hecho de que otros se están tomando la libertad de almorzar en la mesa del ídolo (8:7).

Pablo básicamente vuelve a tocar el problema con el que había tratado en 1 Corintios 1 y con el que tratará en los capítulos 11-14. En el primer pasaje,

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se dirigió a los que decían: «yo conozco a Pedro, tú solo conoces a Pablo»; en el segundo, se dirige a los que dicen: «no te necesito, tengo suficientes dones y conocimiento». Pablo les/nos demuestra la falsedad de eso cuando declara: «Si ... entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento ... pero me falta el amor, no soy nada» (13:2).

Por medio de Pablo, Dios demuestra su interés por el hecho de que el ejercicio de la libertad que se toman algunos esté destruyendo la fe de otros (1 Ca 8:9-11). Él desafía a los creyentes más fuertes a abstenerse de algunos de sus privilegios para ayudar a los hermanos más débiles (8:13; 10:28-29). Si los cristianos más fuertes siguen tomando su libertad de acuerdo con el co­nocimiento que poseen (que los ídolos no son nada), entonces los más débiles serán tentados a hacer lo que todavía consideran ser pecado (8:10). Pablo les recuerda a los sabios corintios que Cristo murió por los hermanos débiles y que entremeterse en su fe es algo serio. Como resultado, los instruye a que hagan lo que edifica al cuerpo: Amar a los hermanos más débiles, jno dejar que sean destruidos por lo que tú sabes (8:11)!

En el caso de 1 Corintios 8 la realidad de que «un ídolo no es absoluta­mente nada» se presenta como algo positivo y como una señal de la madurez de los corintios (por lo menos en este asunto). Por naturaleza, la sabiduría no envanece automáticamente al que la posee. Pero si esa sabiduría se usa de un modo egoísta, entonces se peca. Por el contrario, si los creyentes sabios son como Cristo, si están dispuestos a humillarse por los demás (Fil 2:5-8), están dando prueba de que aman a Dios y de que son contados entre los hijos de Dios (1 Ca 8:3,13).

2 CORINTIOS 3:6: lilA lETRA MATA, PElO El EsPIRITO DA VIIAII

Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el de la letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida.

Un día, mientras me encontraba apoyado en la baranda de un puente con vistas a nuestro instituto bíblico, se me acercó un hermano que «tenía una pa­labra» para mí; usted ya sabe, de la variedad de que Dios me dijo que le dijera. Tenía que ver con mi actividad mientras estaba en el puente: estaba leyendo un libro. Hacía solamente como un año que yo había conocido al Señor, así que me quedé pasmado cuando este profeta nombrado por sí mismo me miró fijamente y declaró: «La letra mata, pero el Espíritu da vida». Pasó luego a aconsejarme sobre los peligros que se encuentran en las «letras muertas», o sea, en los libros escritos por simples hombres. A la luz del hecho de que esto venía de un compañero que asistía a un instituto bíblico, que pagaba por sus

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libros de texto y que se sentaba a los pies de hombres sabios, el episodio en­tero me pareció un tanto curioso. Además, yo estaba leyendo un libro sobre el Espíritu Santo, lo que hacía su palabra todavía más irónica.

No puedo contar las veces que el fragmento anterior de la Escritura se me ha repetido a lo largo de los años. Ser el custodio de una substanciosa biblioteca personal me ha hecho el blanco principal de los súper espirituales que parece que nunca encuentran la necesidad de alimentarse de la sabiduría de los sazonados escritores espirituales de todas las épocas. Por supuesto, me he dado cuenta de que estos tienden a ser los mismos que sin cansarse ofrecen su propia variedad de sabiduría.

En cualquier caso, la idea de que «la letra» a la que se refiere Pablo es la página impresa de los escritos no bíblicos (o bíblicos) es absurda. ¿Es que leer -con muy poca oración y una falta de comunión con Jesús- puede dismjnuir el amor que tiene el alma a las cosas de Dios? ¡Claro que sí! Pero tambi~n lo puede el amor al golf, al dinero, a los deportes, a la fama, al éxito, a la po~ción y hasta a la familia (Mt 10:37). Pero esto no es todo el asunto con el que trata Pablo en 2 Corintios 3:6.

La «letra» a la que se refiere Pablo es simplemente la ley del antiguo pacto (2 Co 3:3,7,14). La leyes la manera en que Dios demuestra al mundo entero que la humanidad no ha cumplido con esta norma (Ro 3:19). Si alguno guarda toda la ley pero falta en un solo punto, es culpable de no cumplir con toda ella (Stg. 2:10). Esta esclavitud, como Pablo la describe en Romanos 7:7-20, es como andar en una máquina andadora eterna y tortuosa. Solamente pro­duce agotamiento, tentación, frustración, condenación y maldición. Por tanto, mientras que «la letra» (la ley) nos hace ver nuestro propio fracaso ante Dios y nuestra separación de él (muerte, 2 Co 3:7), el Espíritu, que trae justicia como un don (3:9), ofrece vida (salvación).

Pablo pasa a escribir que el mensaje de Cristo fue el factor liberador de la vida de los corintios y que, cuando se convirtieron a Cristo (2 Co 3:16), su mente «embotada» recibió luz (3:14). Como recibieron la verdad del nuevo pacto, también encontraron el ministerio del Espíritu y, a su vez, recibieron libertad de la exigente esclavitud de «la letra» (la ley) y del pecado. De ese modo, Pablo pasa a declarar que donde está el Espíritu del Señor hay «liber­tad» y hay «vida» (3:6,17).

Sí, Pablo contrasta las «cartas de tinta» con las «cartas escritas en el co­razón» (Véase 2 CA 3:1-3). La salvación de los corintios fue el resultado del ministerio de Pablo a ellos. Así que, por medio de este comunicado, Pablo les recuerda que su nueva libertad -su libertad en el Espíritu- les llegó cuan­do él predicó a Cristo entre ellos. Hablando por sí mismo y sus compañeros, afirma: «Ustedes mismos son nuestra carta, escrita en nuestro corazón» (3:2). Esto es por qué les escribe esta carta de tinta a los corintios.

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CONCLUSiÓN

Hace años, mientras estaba en una clase dedicada al estudio del Espíritu Santo, un estudiante dijo algo que se me quedado grabado en la memoria. Este joven fanático, que se conocía por su apariencia agitada y su elevada sospecha de las cosas demoníacas, debatía calurosamente con nuestro instructor sobre el uso de las lenguas en un ambiente corporativo. Este joven místico argüía que no se debe poner límite en la cantidad de mensajes extáticos que se pueden dar en un culto de la iglesia. El profesor le hizo ver que Pablo, escribiendo a los corin­tios, les dijo que solo permitieran que dos --o a lo más tres- congregantes dieran un mensaje en lenguas en una reunión (1 Co 14:27). Con disgusto en el rostro y provocación en la voz, el estudiante gritó al maestro: «No me importa lo que diga Pablo; ¿cómo se le puede decir al Espíritu Santo que se calle?»

Muchos pentecostales y también no pentecostales han usado los pasajes bíblicos con los que hemos tratado en este capítulo como arietes en contra de las fortificaciones del intelecto, de la mente, de la lógica, de la filosofía, de la enseñanza superior, de la hermenéutica, de la apologética, de las ciencias, de la búsqueda de conocimiento y de la lectura de la gran literatura. Porque las ideas tienen consecuencias, todos debemos tratar de tener más cuidado cuan­do interpretamos los llamados «versículos anti-intelectuales». De otro modo, podríamos encontrarnos pensando lo que el joven en realidad dijo: «No me importa lo que diga Pablo; no voy a decirles que se callen a mis nociones e interpretaciones preconcebidas».

NOTAS 1 O. Michel, «Faith» [Fe], New International Dictionary of New Testament Theology,

1, pp. 599-605; Merrill C. Tenney, Pictorial Encyclopedia of the Bible [Enciclo­pedia pictórica de la Biblia], Zondervan, Grand Rapids, MI, 1976,5, pp. 969-75; Elwell, Evangelical Dictionary of Biblical Theology [Diccionario Evangélico de Teología Bíblica], pp. 95-97; Wuest, Word Studies [Estudios de palabras], 3, pp. 109-24; James Hastings, A Dictionary of the Bible [Diccionario de la Biblia], Hendrickson, Peabody, MA, 1988,2, pp. 412-13.

2 Entre los volúmenes más fascinantes sobre estos temas se encuentran lo siguien­tes: «The Bible Tells Me So» [La Biblia lo dice], «Offbeat History» [Historia no convencional], «The 60 Greatest Conspiracies» [Las sesenta conspiraciones mayores], «Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds» [En­gaños populares extraordinarios y la locura de las multitudes], «Studies in Con­temporary Superstitions» [Estudios sobre supersticiones contemporáneas], «The Dictionary of Misinformation» [Diccionario de la desinformación], «Architects of Conspiracy» [Arquitectos de conspiración], «Fads, Follies, and Delusions of

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the American People» [Modas pasajeras, locuras y engaños del pueblo norte­americano], «Legends, Líes, and Cherished Myths of American History» [Le­yendas, mentiras y mitos apreciados de la historia americana], «The Dark Side of Church History» [La cara oscura de la hitoría de la iglesia], y «The Rewriting of America's History» (La reescritura de la historia de América].

ss

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MATEO, LUCAS y JUAN EN CUANTO A

LOS ASUNTOS DEL INTELECTO

----------.------------~/>~

Si vamos una generación detrás de la de los autores del Nuevo Testamento para conocer a los hombres que fueron discipulados por los apóstoles encontraremos tratados, apologías y cartas circulares de

admirable inteligencia por parte de aquellos intensamente devotos Padres de la Iglesia.

DAVID HAZARD, PEDAGOGO CRISTIANO

La educación no le da al hombre el poder del Espíritu. Son la gracia y los dones los que ofrecen los carbones vivos que emanan del altar. San Pedro era pescador. ¿Cree usted que asistió a la Universidad de

Harvard? PREDICADOR POPULAR DEL SIGLO XIX

Nos fuimos al extremo al despreciar la educación y la cultura terrenal .. , Si el aumento de cultura de hoy añade a nuestro logro,

y por lo tanto aumenta la gloria de Dios, la recibimos con gusto. Cultura al que cultura¡ aprender al que aprender¡ refinamiento al que refinamiento¡ pero para todos nosotros, el toque de Dios en nuestra

alma. DONALD GEE, líDER PENTECOSTAL, COMMENTS ON Acrs

[COMENTARIOS SOBRE HECHOS] 4, P. 13, 1946 ---->

Para 1976, a la edad de doce años, yo ya llevaba cuatro años en el deporte de carreras de palomas mensajeras. En la primavera de ese año fui ben­decido con un nuevo amigo. Un bello y prometedor prodigio nació de

mi mejor pareja de palomas. Un día el chiquitín se cayó de su nido y los otros pájaros de su sección se burlaron de él. Lograron picotearlo tan fuertemente y por tanto tiempo que le rompieron el suave cráneo, hasta dejarle expuesto el cerebro. Lo natural, en el competidor mundo de las carreras, era simplemente

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deshacerme del herido pichón, pero no tuve corazón para hacerlo. Además, al observarlo, creí reconocer algo de grandeza en su carácter.

A base de alimentarlo con la mano y de cierto ungüento misterioso que supuestamente era milagroso, el chiquitín se recuperó. No tenía muy buena apariencia, pero se recuperó. A causa de sus heridas perpetradas por la pandi­lla de pichones, quedó con los ojos sobresalidos, dándole un aspecto grotesco, con la nariz desfigurada y la cabeza totalmente rapada de toda pluma. Aunque su número de registro era un imponente «AU - 76-WF - 32», yo afectuosa­mente lo llamaba «Scrub» (Restregado). Scrub pasó a ganar primeros premios contra cientos de otros pájaros en las estaciones de carrera de un radio de cien, doscientas y trescientas millas. Llegó a ganar el apreciado premio «Young­Bird Hall of Fame» y pasó a ser una sensación entre mis palomas criaderas, produciendo docenas de grandes ganadores de premios. A la joven edad de seis años, este apasionado y raro pajarito moteado murió de un tumor en el cerebro. A primera vista, era solo una imperfecta ave de carrera; pero con justicia y tiempo, yo reconocí cierta «alteridad» en él. Con un examen más detenido llegué a ver que era superior, no inferior, al pájaro común. Era una mente en fuego y no un restregado después de todo.

Mientras que Pablo el apóstol ha sido designado como el astuto erudito de la tradición del Nuevo Testamento, pocos han acusado a Pedro, a Juan y a Mateo de poseer poder testudo. A la luz de sus humildes estaturas en su vida antes de Cristo, algunos que critican la participación racional en los asuntos del corazón han hecho causa suya incluir al mencionado trío entre los héroes del anti-intelectualismo: restregados mentales comunes, sin letras y toscos. A primera vista se podría pensar que eran hombres sin letras, desgarbados intelectuales que creían que cuanta menos preparación y letras se poseyera, mayor era el potencial para el poder espiritual y la pureza. Pero al escudriñar más detenidamente podemos detectar que eran algo más que el anti-intelec­tual promedio. Como mi amigo pájaro, lo que estos hombres necesitan es una oportunidad justa para probar que no solo son «mentes en fuego», sino indivi­duos que promueven lo mismo, ¡y que no son restregados después de todo!

Mateo, el ineducado recaudador de impuestos que escribió que el cielo es­taba escondido de los «instruidos» (Mt 11:25), fue también el autor del Evange­lio que dijo que el mayor mandamiento de Dios era amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (22:37). Juan, el «Hijo del trueno», que dijo que no necesitamos más maestros humanos que nos enseñen (1 Jn 2:27), utilizó el antiguo concepto filosófico del Logos -Lógica encarnada- para ayudar a elucidar la deidad de Cristo (Jn 1: 1-18). Y Pedro, el humilde pescador que (junto con Juan) era considerado un hombre ignorante y sin letras (Hch 4:13), rogó a sus oyentes que prepararan la mente para entrar en acción (1 P 1:13).

Aunque virtualmente carece de esfuerzo y de dolor -por lo menos mo-

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mentáneamente- poner nuestra fe en la interpretación de la Escritura que me­jor se preste a nuestra situación, a la larga no es ni prudente ni carece de dolor. Quizás nos sintamos mejor con nosotros mismos por nuestra falta de prepara­ción académica, quizás nos sintamos justificados por no sentirnos agradados por los intelectuales engreídos sin espiritualidad, o quizás durmamos mejor sabiendo que pasamos veinticinco horas a la semana frente a la TV (o parti­cipando en nuestra diversión favorita) en vez de invertir tiempo en mejorar nuestra mente. Pero esto no hace más correctas nuestras falsas interpretaciones de los versículos llamados anti-intelectuales.

Además, ¿no son las falsas interpretaciones de pasajes bíblicos aislados el material del que se forman los cultos y las sectas? Las ideas de bautizar a los muertos, de la posesión demoníaca de los cristianos, de la supremacía de la raza blanca, de legalismos de toda índole y de cientos de otras doctrinas peligrosas se derivan de la hermenéutica torcida, que al final es el resultado del pensamiento incorrecto.

Si este es el caso, entonces debemos tener mucho más cuidado al inter­pretar estos versículos que tratan de los asuntos de pensar, de aprender y de la mente. Aunque yo creo que es falso decir que los demonios pueden habitar en un cristiano, estoy convencido de que si el enemigo de nuestra alma puede envenenar nuestra manera de pensar sobre el pensar, tendrá abundante oportu­nidad de inhibir nuestro andar espiritual en cientos de maneras. En el capítulo anterior examinamos algunos de los supuestos ataques de Pablo al intelecto; ahora examinemos la aparente alabanza que hace Lucas de la ignorancia de Pedro y de Juan, la censura que hace Mateo de los sabios y letrados y la con­jeturada advertencia de Juan contra los tutores humanos.

HOMBRES SIN ESTUDIOS NI PREPARACIÓN

Al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús. (Hch 4:13)

Como las porciones de la Escritura que examinamos en el capítulo an­terior, con mucha frecuencia los que cortejan una propensión anti-intelectual, perciben que este versículo le quita importancia al intelecto. Los que ven con mirada feroz a través de los estrechos lentes del prejuicio cuando explican ver­sículos como este, con frecuencia hablan con dogmatismo y facilidad. «¡Dice lo que dice, que eran ignorantes y sin letras!» Pero cuando el zapato está en el

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otro pie, estos mismos hermanos exclaman: «fallo», y exigen que se le dé al contexto su debido respeto.

Por ejemplo, cuando los que niegan a las mujeres un lugar como líderes en la iglesia citan a Pablo cuando dice que «Guarden las mujeres silencio en la iglesia» y «No permito que la mujer enseñe al hombre» (1 Ca 14:33-34; 1 Ti 2:12), la mayoría de los creyentes del evangelio completo sostienen que se han de tener en cuenta los significados griegos y el ambiente cultural para poder acertar debidamente el verdadero significado de estos versículos. Hacemos lo mismo cuando alguien cita de la obra carismática de Pablo: «¿Hablan todos en lenguas?» (1 Ca 12:30); «el don ... de lenguas será silenciado ... pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá» (13:8-10); y «en la iglesia pre­fiero emplear cinco palabras comprensibles y que me sirvan para instruir a los demás, que diez mil palabras en lenguas» (14:19).

Mientras estoy aquí sentado, me vienen a la mente cientos de estas situa­ciones, en las que se hacen maniobras de doble norma para proteger nuestras nociones preconcebidas. Parece que casi todos (cualquiera que sea el campo al que pertenezcamos) exhibimos este prejuicio en alguna ocasión; pero también parece que prácticamente nadie lo admite jamás. Extraño.

Cuando los que promueven la vida de la mente toman un versículo como Hechos 4:13 y tratan de explicarlo en su contexto, el anti-intelectual debe (en consideración a la integridad) permitir que este versículo supuestamente claro sea explicado aun más. Es deshonesto decir que nosotros explicamos los versí­culos para promover nuestra causa pero al mismo tiempo decir que los demás simplemente usan mal los versículos cuando lo que muestran deshacen una de nuestras doctrinas favoritas. El Espíritu Santo es el «Espíritu de verdad»; por tanto, nos hará bien honrar a su tocayo cuando examinamos los pasajes controversiales.

Antes que todo, si Juan y Pedro, considerados como hombres «sin es­tudios» e ignorantes, eran como su Maestro (Hch 4:13b), entonces uno debe reconocer que Jesús también era un hombre ignorante y «sin estudios». Por supuesto, esto no se ve muy bien, especialmente a la luz del hecho de que Co­losenses 2:3 nos informa que en Cristo «están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento». Si todo fue creado por Jesús (Jn 1:3), si en él subsisten todas las cosas (1 Col 1:17) y si él es el autor de todos los principios que regulan el universo, es difícil considerarlo como un hombre ignorante y «sin estudios».

Segundo, si la «ignorancia» y la falta de letras se refieren al conocimien­to secular, entonces, una vez más, no tenemos ninguna esperanza de estar en la fila de la «ignorancia apostólica». La mayoría de nosotros hemos asistido a la escuela para aprender matemáticas, lenguaje, ortografía, ciencia, geografía, historia, escritura y cosas por el estilo. Ya sea que hayamos hecho trampa para

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pasar (aprendimos a hacer trampa), que hayamos aprendido geometría arqui­tectural como ingenieros, que en la escuela de cocina se nos haya instruido so­bre la temperatura de las hamburguesas, o que hayamos estudiado teología al nivel de doctorado, todos nosotros tenemos estudios. Además, si creemos que este versículo condena el aprender en general, entonces ¿por qué nos jactamos cuando nuestro hijo obtiene la nota máxima en álgebra, cuando es el primero de la clase o cuando es aceptado en la facultad de medicina? Claramente, el pueblo cristiano en la práctica -en realidad- no se opone del todo a apren­der. Ni tampoco Jesús; él estudió las tablas de multiplicación (por lo menos hasta 70 por 7; Mt 18:22), sabía cómo interpretar las condiciones del tiempo (16:2-3) y crecía en conocimiento y en sabiduría con Dios y los hombres (Le 2:52).

Entonces ¿por qué tantos creyentes hablan como si sospecharan de cul­tivar la mente para la gloria de Dios y basan sus convicciones en los pasajes bíblicos como el que tenemos a mano? Personalmente, yo creo que las raíces del asunto son variadas. (1) Por el hecho de que nuestros líderes espirituales hayan descuidado el llamado a desafiamos como creyentes a amar a Dios con toda nuestra mente, no nos damos cuenta de esta necesidad y privilegio.

(2) Somos estorbados por las falsas definiciones de aprender, las falsas dicotomías entre nuestra vida sagrada y la secular, las falsas opiniones de la creación de Dios y las inadecuadas opiniones de su señorío. Asimismo, mu­chos carecen de disposición para invertir el sudor, las lágrimas, el tiempo, la energía y el dinero necesarios en algo que no materializará ganancia tangible (y relativamente rápida). Pensando de este modo, buscamos citas bíblicas que nos ayuden a justificar nuestra falta de interés en los asuntos que combinan el intelecto y el reino de Dios.

(3) Si este pasaje enseña que la ignorancia es una virtud, entonces ¿por qué vemos a los apóstoles enseñando dondequiera que van? ¿Y cómo es que se manda a los creyentes a aprender? Proverbios 1:5 encarga al sabio que aumente «su saber»; Romanos 15:4 declara que <<todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos». Se pueden añadir docenas de versículos de la Biblia. Además, parece raro que a lo largo de la historia de la iglesia, Dios escogiera repetidamente a hombres de gran sabiduría para llevar a cabo sus negocios, si es un hecho que él consideraba el aprender como un estorbo. No tiene más que pensar en algunos de ellos: Justino Mártir, San Clemente de Alejandría, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Wycliffe, Tyndale, Lutero, Juan Calvino, John Owen, Jonathan Edwards, John Wesley y muchos otros, ¡todos personas con gran preparación!

(4) La verdadera clave de Hechos 4:13 está en el significado de las pala­bras «sin estudios ni preparación». Estas palabras tienen que ver con una clase especial de preparación rabínica y una posición oficial. El pasaje conlleva la

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idea de: «¿Cómo es que estos tipos han llegado a saber lo que saben? Ellos no asistieron a nuestros planteles». Los expertos de la ley se sorprendieron al enterarse de que estos hombres, que eran laicos, tuvieran tanta autoridad al hablar de los asuntos de la ley. La palabra griega para «sin estudios» indica que eran considerados analfabetos en cuanto a la preparación rabínica del día. La palabra «ignorante» es el término griego idiotes, denotando que estos hom­bres no tenían ninguna posición oficial; para los «expertos», eran simplemente civiles.

Lo que sorprendió tanto a los presentes no fue que estos hombres fueran tan in inteligentes, sino que tuvieran tanto conocimiento y tanta confianza en ese conocimiento (4:13,29,31). Sería como si los senadores de Atenas que dis­cutieron con Platón notaran que él no pertenecía a su particular grupo político pero que era más que capaz de sostenerse en su presencia, y luego recordaran: ah, claro, ¡él ha pasado tiempo con Sócrates! Por lo menos durante tres años los apóstoles habían estado con Jesús, en quien residía todo conocimiento. Jesús, el gran rabí, derramó su vida y su conocimiento en los hombres que asistían a diario a la Escuela de Cristo.

En ciertos respectos, los apóstoles estaban bien educados, solo que no en las escuelas particulares a las que habían asistido los ancianos judíos. Simple­mente considérelo así. Si Pedro y Juan se sentaban bajo la enseñanza de Cristo al menos durante dos horas al día, en cuarenta y dos meses cada uno habría acumulado más «horas de clase» que un estudiante de hoy en una universidad con un plan de cuatro años.

En lo que tocaba a los «expertos», Pedro y Juan eran hombres que no po­seían calificaciones especiales. No tenían preparación técnica en las complejas reglas de la ley y sus interpretaciones hechas por los hombres (Mt 15:2,3,6; Mr 7:3,5,8,9,13), pero sí conocían el Antiguo Testamento de cabo a rabo. También es útil tener en cuenta que eran judíos en una nación judía, predicaban a los judíos, predicaban «el judío» y debatían con las autoridades judías sobre las tradiciones y las Escrituras judías. Para los líderes era algo extraño que estos pescadores estuvieran tan seguros de lo que decían ¡sin haber asistido a sus escuelas rabínicas judías! Esto muestra que Jesús valora altamente el conoci­miento, no la ignorancia, y que este conocimiento que se aprende, combinado con el poder del Espíritu Santo, ofrece un refrescante y revolucionario denue­do para proclamar el contenido de la Palabra de Dios.

La medida sancionada por Dios para los cristianos no es ignorancia ni deficiencia a la hora de aprender. Su criterio no es ni la brillantez ni la igno­rancia, sino el cultivo y el buen uso de la mente que nos ha dado a cada uno. Tanto Pedro, el tosco pescador, como Pablo, el pulido fariseo anterior, indican que las mentes agudas son mejores medios en las manos de Dios que las men­tes apagadas, no desarrolladas (como 1 P 1:13; 2:15; 3:15; 4:7; 2 P 1:5,12-15;

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3:1,16; y Hch 9:22; 17:2,24-31; 18:4; 19:8-9; 2 Ti 1:7; 2:15; 4:5). Yo creo que todos sabemos que esto es cierto con respecto a nuestro llamado vocacional temporal, terrenal. De modo que el presente desafío es aplicarse el mismo principio a nuestro llamado eterno, celestial.

ESCONDIDAS DE LOS SABIOS Y DE LOS ENTENDIDOS

En aquel tiempo Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños». (Mt 11 :25)

También este versículo ha sido interpretado con frecuencia como si la persona que tiene un apetito saludable por la nutrición intelectual o que busca sabiduría está en peligro de perderse las cosas de Dios. Pero podemos estar seguros de que esta interpretación no es verdadera, puesto que Dios mismo repetidamente encomia al sabio y desafía al que no es sabio a que se haga sabio.

En Mateo 10, Jesús les manda a sus seguidores que sean «prudentes como serpientes» (Mt. 10:16, RVR) y en el capítulo 11, solo cuatro versículos después de declarar que el Padre ha escondido «estas cosas de los sabios y de los entendidos» (11:25, RVR), Jesús invita a los humildes de corazón a que vengan y aprendan de él (11:29). También Pablo era un hombre de mucho saber (Hch 26:24); sin embargo, Dios le dio tres revelaciones en proporciones poderosas (Hch 9; 2 Ca 12:2). No hay más que consultar rápidamente en cual­quier concordancia las palabras «sabio», «conocimiento», «aprender» y sus derivados para constatar que las Escrituras están repletas de las declaraciones de su valor.

Claramente, los «sabios» a los que Jesús se refiere aquí no son los aca­démicamente sabios, los «entendidos» no son simplemente conocedores y los «niños» no son literalmente infantes. Los que Jesús está diciendo es que la salvación del Padre está verdaderamente escondida de los que se consideran demasiado sabios como para someterse a Dios, de los que se creen ser tan entendidos como para no necesitar a Cristo y de los que se niegan a seguir a un humilde Salvador. El mismo principio básico está establecido para los lla­mados <~ustos», «ricos» y «saludables». En esos casos, no es que sean estor­bados para entrar en el reino de Dios porque posean verdadera salud espiritual, riqueza material o salud física, sino que se consideran como que no necesitan a Cristo (Mt 9:12-13; Le 12:16-21).

En contraste, los que son humildes de corazón (Mt 11 :29), los que de­penden de un Salvador (como los niños que dependen totalmente de otros),

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estos son los benefactores de la revelación de Dios de la redención por medio de su Hijo. Estos son los que toman nota y confiesan su falta interior, ya sean ricos o pobres, religiosos o mundanos, judíos o gentiles, en buen estado físico o con sobrepeso, eruditos o ignorantes, buscadores de señales o seculares. La aptitud intelectual no es todo el asunto en Mateo 11; más bien, el tema princi­pal es la actitud de los oyentes, o sea, si son arrogantes (llenos de sí mismos) o si tienen hambre en lo profundo de su corazón.

Como pueblo lleno del Espíritu, estamos convencidos de que hablar en lenguas es algo bueno; pero también reconocemos que si hablamos en lenguas pero faltamos al demostrar amor, solo estamos retiñendo címbalos; y como añade Pablo, no somos «nada» (1 Co 13:1-2). Y aunque creamos que dar con alegría es una bendición para nosotros y para el reino (2 Co 9:7), también re­conocemos que los que creen que aplacan a Dios echando dinero en el plato de la ofrenda se encuentran en grave peligro espiritual. De igual manera admi­timos que el bautismo y la participación en la Cena del Señor son sumamente importantes. Pero también creemos que si confiamos solo en esos actos físicos para la salvación espiritual, estamos muy equivocados.

Además, ¿quién de entre nosotros querría alegar que la oración es algo negativo? Sin embargo, sabemos que la oración no vale nada cuando se expresa con motivos equivocados (Stg 4:3), cuando se presenta como simple parloteo prolongado (Mt 6:7) o cuando proviene de una raíz de orgullo (Mt 7:21-23; Le 18:13-14). Todo esto dice que no podemos establecer un caso en contra de adquirir preparación, conocimiento o educación académica basándonos en versículos como Mateo 11:25, al igual que no podemos establecer un caso en contra de orar, ayunar, ofrendar o hablar en lenguas solo porque se nos advier­te que no pongamos nuestra fe en la participación en estas prácticas.

No se equivoque en esto, hemos de usar nuestra mente cuando com­paramos religiones, cuando pesamos las evidencias del cristianismo (de lo contrario, no podemos culpar al converso mormón) y cuando interpretamos las Escrituras. Algunos quizás digan que esto es simple racionalismo, pero yo sugiero que los que acarician la racionalización poco escrupulosa, sacando versículos aislados de la Escritura fuera de sus contextos, negándose a recono­cer los buenos argumentos contrarios a su dogma, como también especializán­dose en los pormenores y pormenorizándose en las especializaciones, estos, sugiero yo, se acercan más a cortejar el racionalismo que los que examinan minuciosamente la gramática, la sintaxis y el contenido de un texto.

Estamos prontos a aceptar literalmente las palabras de Jesús cuando dice que el reino está escondido de los sabios, pero muy lentos a usar el mismo «simple» principio cuando declara: «Dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece» (Le 6:20). La mayoría de nosotros nos negamos a creer que la persona deba ser muy pobre para recibir la vida eterna, espe-

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cialmente cuando otros pasajes hablan de las bendiciones materiales de Dios (6:38). La congruencia nos dicta que consideremos la declaración de Cristo sobre los «sabios y los entendidos» de la misma manera, ya que en otra parte nos manda «aprender» de él, a ser «astutos como serpientes» y a amarlo con toda nuestra mente.

NO NECESITAN DE QUE NADIE LES ENSEÑE

En cuanto a ustedes, la unción que de él recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica -no es falsa -, y les enseña todas las cosas. Permanezcan en él, tal y como él les enseñó. (1 Jn 2:27)

En 1990 comencé a dar clases sobre la carta de 1 Juan, versículo por versículo. Cuando llegó el momento de enseñar la última porción del capítulo 2, yo naturalmente leí los últimos versículos, incluso el 27. Después de citar el pasaje anterior, un fuerte «amén» resonó de una pareja que asistía al estudio esa noche. En 1999, mientras daba una ponencia en un país extranjero, cité el mismo versículo, con la intención de elaborar sobre cómo nosotros como pentecostales con frecuencia malentendemos su significado. Otra vez, tres o cuatro «amenes» prominentes se oyeron en el aula universitaria antes de que yo pudiera expresar mi intención. En el verano de 2001 me encontraba ense­ñando sobre el valor de preparar nuestra mente para la defensa de la fe. Des­pués de citar 1 Juan 2:27, un conspicuo «amén, hermano» se oyó en la primera fila. Este tipo de reacción es otra de las reveladoras señales de que muchos del evangelio completo no solo acogen varias formas de anti-intelectualismo sino que han formado su caso sobre falsas interpretaciones de versículos como este.

En una de las ocasiones arriba mencionadas, yo hice una pausa y en un tono festivo pregunté al que decía «amén» qué era lo que estaba alabando. Le expliqué que parecía que estaba diciéndole amén al maestro, (a mí), quien estaba citando a Juan, quien a su vez estaba enseñando que no necesitamos maestros. El buen hermano simplemente permaneció en silencio con una tra­viesa sonrisa, reconociendo el callejón sin salida en el que él mismo se había metido. La pareja que mencioné anteriormente fue menos maleable, pues des­pués me presentaron un rimero de cuadernos que contenían «revelaciones» que supuestamente habían recibido directamente de Dios. Por supuesto, estos documentos habían sido adivinados sin la ayuda de un mediador entrometido, por lo menos no uno de naturaleza terrenal. Estos, se me dijo, serían muy pronto usados como material para enseñar en un grupo pequeño de estudio.

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¡Ay! Ya no tuve que especular por qué habían gritado «amén» cuando cité 1 Juan 2:27.

Durante mis veinte años de ministerio entre pentecostales y carismáti­cos, he conocido a cientos de creyentes del evangelio completo que fiel y apa­sionadamente sondean las páginas de la Biblia. Buscan, contrastan, emparejan y aplican lo que creen que revelan las Escrituras. En un sentido verdadero, somos un pueblo que ama y conoce la importancia de la Palabra de Dios. No obstante, por variadas razones, muchos también tienden a tratar, como a mas­cotas especiales, esas porciones de la Escritura que parecen poner la intuición etérea contra la instrucción de proposición. Es el antiguo debate de Biblia contra Espíritu, doctrina contra experiencia, razón contra revelación, que con frecuencia se pasa al país del misticismo y racionalismo: una batalla en la que los participantes se olvidan de que ambos extremos no tienen equilibrio y que elementos de ambos, lo racional y lo místico, constituyen nuestra composi­ción.

De mi propio andar espiritual yo he aprendido cuán fácilmente es alistar­se en la infantería del campo intuitivo, especialmente cuando hemos sido libe­rados de una dieta de instrucción correcta, pero fría, sin vida; y cuando mentes organizadas pero no apasionadas nos han informado pero han fracasado en inspirarnos. Además, cuando hemos experimentado dirección sobrenatural, «palabras de sabiduría» peculiares pero precisas, confirmación ordenada por Dios y escalofriante iluminación, las inclinaciones místicas de nuestra psique comienzan a construir una teología que sugiere que solo recibimos «lo bueno» directamente del cielo. Si continuamos en esta línea de pensamiento, conec­tamos las pocas experiencias intuitivas genuinas con otras que son poco más que ilusiones, formando una regla teológica con las excepciones. Luego nos hemos propuesto sospechar de los maestros terrenales. Hay mucho más que eso en ello, pero ofrece una indicación del proceso general y peligroso.

A la luz de lo anterior, parece existir una noción muy difundida de que lo que Juan está enseñando en este pasaje es que si «tenemos el Espíritu», hemos de tratar de adquirir información espiritual de Dios sin ninguna mediación humana. Por supuesto, como pentecostales y carismáticos, estamos persua­didos de que Dios no solo puede, sino que también nos revela (según su vo­luntad) conocimiento de otra manera desconocido (1 Ca 12:8). Obviamente, ese conocimiento debe alinearse, en principio, con su Palabra ya revelada. Sin embargo, es algo muy distinto dar un paso más y declarar que no necesitamos que nadie nos enseñe. Pero esto es lo que algunos dicen (y muchos más creen pero no lo dicen) cuando malinterpretan el texto bajo consideración.

Hay varios puntos principales que son vitales para el propio entendimien­to de este pasaje de 1 Juan. Primero: cuando las Escrituras indican «nadie», «cualquier hombre», «cualquier cosa» o «algo», no lo dicen necesariamente

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en el sentido absoluto; el contexto debe decidir el alcance. Por ejemplo, cuan­do Marcos escribe: «todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá» (11:24, RVR), hay condiciones para ello. El que ora debe perdonar (11:26) y lo que se pide debe pedirse en el nombre de Jesús (Jn 14:13a).

En otras palabras, Marcos 11 :24 no quiere decir que simplemente pro­nunciar las palabras «en el nombre de Jesús» sea suficiente para obtener lo que pedimos; sí así fuera, el poder de la oración se reduce a una máquina vendedora automática. Más bien, la idea es pedir lo que da gloria a Dios a través de Cristo (Jn 14:13b). Si el «algo» en Juan 14:14, RVR y el «todo» en Marcos 11:24 significan literalmente «todo lo que querramos», entonces es razonable pensar que dos creyentes pueden orar por la cosa opuesta y ambas se cumplirán: ¡erróneo! Además, bajo estas circunstancias, si alguien orara «en el nombre de Jesús» por la muerte de un enemigo, el Señor estaría obligado a entregar un cadáver. La sencilla respuesta a este dilema es que hay condicio­nes en estas promesas.

Muchos otros versículos se engloban bajo esta misma categoría. Por ejemplo, cuando al lector que piensa se le dice que «todas las cosas son posi­bles para Dios» (Mr 10:27, RVR), seguramente se da cuenta de que algunas cosas no son posibles para Dios. Dios mismo nos enseña que él no puede men­tir (Nm 23:19). Tampoco puede crear a otro Dios, hacer que 2+2=5 ni dejar de existir. De nuevo, cuando Pablo escribe «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil 4: 13), no está tratando de comunicar que si de verdad lo cree, él puede correr una milla en un minuto, volar a la luna sin ayuda ni crear otro universo de la nada; más bien, está tratando de enseñarnos que él ha aprendido a contentarse en cualquier circunstancia, no importa cuán difícil o deleitosa sea (4:11-12).

Habiendo dicho todo esto, en el caso de 1 Juan 2:27, el «nadie» no puede significar absolutamente nadie, pues el mismo Juan es maestro y declara que su enseñanza es la verdad. Él llega incluso a decir que «todo el que conoce a Dios nos escucha, pero el que no es de Dios no nos escucha» (4:6). El pro­blema de la iglesia en Éfeso (probable receptora de la carta) era que los falsos

. maestros estaban tratando de confundir a la iglesia. Juan claramente le dice al le'(;tor: «estas cosas les escribo acerca de los que procuran engañarlos» (2:26). El «nadie» en este caso (2:27) significa «nadie más», o sea, nadie que no en­señe lo que enseñaron los apóstoles.

En los primeros tres versículos de 1 Juan solamente, Juan se refiere a «nosotros» ocho veces y a «nos» una vez. Este lenguaje establece el tono de la carta, denotando la autoridad de lo que los creyentes han recibido «desde el principio» (1:1-3). Mientras que los apóstoles predicaban que Jesús es el Verbo de vida (v. 1), que venía del Padre (v. 2) y que es el Hijo de Dios (v. 3) y que «la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado» (1:7), los

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falsos maestros decían que Jesús no era el Cristo (2:22), que no había venido en la carne (4:3,15) y que ellos no tenían pecado (1:8,10).

No son asuntos circundantes los que se disputan, sino ¡el corazón mismo del evangelio! Si los cristianos de la época de Juan se rinden al mensaje que dice que «Jesús no es en realidad el Hijo de Dios», su esperanza para vencer al mundo y tener vida eterna será destrozada (1 Jn 5:4-5,11-12). A la luz de todo esto, el Espíritu, por medio de Juan, anuncia que el cuerpo de Cristo no tiene necesidad de estas enseñanzas supuestamente instructivas pero en realidad he­réticas de los falsos profetas.

El Espíritu Santo, que mora dentro (Jn 14:16), es sin ninguna duda el Espíritu de verdad (16:13) y ha traído la verdad a los que bautizó para que formen parte de su cuerpo. El énfasis en este pasaje está en un depósito de in­formación que fue enviada por el Espíritu Santo a la mente de los apóstoles y luego fue distribuida a los creyentes. Él claramente enseña que el mensaje que habían oído «desde el principio» es a lo que deben afianzarse firmemente (1 Jn 2:24). ¡El depósito de verdad que fue derramado sobre ellos por medio de la proclamación de los apóstoles (el hecho de que Jesús es el Hijo de Dios y el camino a la salvación) ha permanecido en ellos y deben guardarlo con toda su fuerza! Su bautismo en el cuerpo de Cristo los califica para recibir esa verdad, pero otros maestros (falsos maestros) están tratando de reemplazar esa verdad con mentiras.

En vista de esto, Juan les dice que no necesitan a estos maestros. Es algo como la escena de Corinto (1 Ca 1), donde Pablo ya había predicado el men­saje de la cruz y los corintios no necesitaban de ninguna «otra» sabiduría; así también los efesios han recibido la verdad apostólica del evangelio y por tanto no necesitan de otro «mensaje de salvación», de «otros» llamados apóstoles.

El hecho de que Cristo le haya dado a su cuerpo el don de maestros (Ef 4:11) nos dice que Juan no está tratando de incluir a todos los maestros en esta advertencia. También, a Timoteo se le mandó a enseñar a otros para que a su vez enseñen a otros más (2 Ti 2:2) y Pablo mismo enseñó en Corinto du­rante diez meses (Hch 18:11), como también en Éfeso durante casi tres años (19:10). Aprender a los pies de otros ha sido el método de esparcir la verdad de Dios desde que él nos ha confiado esta revelación. Imaginar que Juan en 1 Juan 2 está instruyendo a los creyentes a que eviten a los maestros humanos no solo descuida el contexto de la enseñanza de Juan, sino que reduce el versículo a un simple disparate, ¡ya que el mismo Juan era maestro!

CONCLUSiÓN Aunque hay otros pasajes de la Escritura con los que los creyentes atacan el anti-intelectualismo, los que tratamos en este y en el anterior capítulo son los más citados. Mi sincera oración es que los ojos de muchos corazones hayan

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Mateo, Lucas y Juan en cuanto a los asuntos del intelecto

sido informados, o por lo menos que se haya ofrecido ayuda para algunos que tratan regularmente con individuos que mantienen un prejuicio contra la men­te. Si los que guardan prejuicio contra la mente no están dispuestos a recibir las anteriores exposiciones, entonces se cuestiona si es que serían movidos si se escribiera:

Queridos electos desconocidos en el mundo: Permítanme explicarles esto; escuchen con cuidado lo que digo (Hch 2:14b). Preparen su mente para la acción (1 P 1 : 13a), pues es voluntad de Dios que al así hacerlo ustedes silencien las ignorantes palabras de hombres insensatos (1 P 2:15). El fin está cerca. Por tanto tengan la mente clara (1 P 4:7a). Por esta misma razón, hagan todo esfuerzo para añadir a su fe virtud; a la virtud conocimiento (2 P 1 :5).

Queridos amigos, esta es mi segunda carta a ustedes. He escrito ambas como recordatorio para estimularlos a pensamientos sanos (2 P 3:1). Pablo tam­bién les escribió con la sabiduría que Dios le dio. Sus cartas contienen algunas cosas que son difíciles de comprender, las que personas ignorantes e inestables tuercen como lo hacen con otras Escrituras (2 P 3:15-16). Por tanto, queridos amigos, siendo que ustedes ya saben esto, tengan cuidado de no ser arrastrados por el error. Crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salva­dor Jesucristo. ¡A él sea la gloria ahora y para siempre! Amén (2 P 3:17-18).

Con mucho afecto, el Pescador restregado

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5 Los PRIMEROS PENTECOSTALES y LA VIDA

DE LA MENTE

--------------/~>' --La educación académica está matando al cristianismo. Yo tenía un tío que no sabía leer ni escribir, pero se salvó y luego después Dios le

enseñó a leer en las Escrituras. Pero ahora el conocimiento de la cabeza se mete en la religión ... Cuanta menos educación, más pronto se

puede aceptar la salvación. UNO DE LOS PRIMEROS PENTECOSTALES, 1908

Muchas personas tienen una idea equivocada de que el bautismo en el Espíritu Santo quita toda necesidad de trabajar arduamente, pero no

es un aparato para disminuir el trabajo. Se podría decir: "Supongo que no tendré necesidad de estudiar¡ que no necesitaré pensar».

DONALD GEE, UNO DE LOS PRIMEROS LíDERES PENTECOSTALES

Yo no pienso¡ eso se lo dejo a Dios. JUANA DE ARCO

Algunos hombres tienen intelectualidad, pero se supone que el cristiano es el poseedor del Espíritu. Nunca debe haber ningún mal

entendimiento con respecto a esto. JOHN G. LAKE, UNO DE LOS PRIMEROS LíDERES PENTECOSTALES

En el siglo 11 a.e. Lucio Apuleyo, oriundo de Numidia, escribió una narra­ción en prosa que ha probado ser de mucha influencia mucho después de su muerte. La obra por la que más se recuerda se titula El asno de oro.

En esta alegoría parcialmente autobiográfica, Apuleyo traza la historia de la metamorfosis de un hombre desde la imagen de un burro ignorante a la de un hombre.

En los libros 4-6 de esta obra, el autor realiza una crónica de la historia de «Cupido y Psique». Aquí se dispone a crear una metáfora religiosa, metá­fora que no solo sirvió para expresar su intención original sino también, en

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cierto sentido, para connotar el dilema intelectual en el que estamos enredados hoy. Cupido (el hijo del amor, de la emoción, del romance y de la belleza) se presenta radiando una dignidad divina que todos buscaban. Mientras que Psi­que (que simboliza el alma o el aspecto racional del hombre), aunque se daba cuenta de su propio valor y belleza, tenía poco que mostrar de su don intelec­tual. Ella lloraba por su infertilidad, pues aunque tenía mucho que ofrecer, era la única sin casarse de entre sus hermanas. Sus dos hermanas, aun siendo in­finitamente menos seductoras, habían celebrado dos espléndidas bodas, cada una con un rey.

Con el tiempo se le asignó un esposo a Psique. Su cónyuge es «esa mal­vada cosa-serpiente» de las sombras del Estigio (el mundo subterráneo). El so­berano del reino en el que ella vivía la acompaña en sus «mortíferas nupcias», donde el dios del Hades «impulsó a la desventurada Psique hacia su suerte». Cuando los habitantes de la tierra se dieron cuenta de que habían perdido a su amada Psique, salieron a buscarla por las verdes colinas del reino. Después de encontrarla, ella les reveló que no había sido consumida por la bestia del infierno sino que vivía en «una morada, no hecha por manos humanas». Era un palacio de oro, cedro, marfil y plata, diseñado por un carpintero que poseía una naturaleza «divina o medio divina», y que había insuflado su propia alma en el edificio. La casa en la que ella vivía se describe además como j «diseñada para la conversación de los dioses con los hombres»!1

De la misma manera que Cupido fue preferido antes que Psique, así tam­bién el movimiento pentecostal carismático en su totalidad con frecuencia ha favorecido las románticas fuerzas de la emoción, del sentimiento y de la ex­periencia, siempre asignando al poder de la razón las regiones más bajas de la tierra. Pero como hemos visto, la vida de Psique (esto es, el lugar de la mente) es un don de Dios, hecha por el divino Artesano (el Verbo) y que mora en el santuario interior de nuestro ser. Aunque Cupido tiene un lugar vital en el arreglo general de la vida, sin Psique no se puede ni siquiera escribir la palabra «Cupido», definir lo que es «vida» ni discernir lo que es bueno o espiritual.

Hay un número de voces de fuera y un creciente número de dentro de nuestro movimiento que dan testimonio de nuestros prejuicios contra las di­mensiones intelectuales de la vida espiritual. Estos nos desafían a volver a considerar la belleza de la mente que Dios nos ha dado y la parte que le toca en la vida de la adoración. Yo animo al lector a que lea el resto de este libro con las palabras del Pastor Jack Hayford en mente. En un artículo en la revista Charisma de 1990, en el que trata de la importancia de una vida carismática equilibrada:

Un buen comienzo sería estar más prontos a confiar en las intenciones de los críticos comprensivos. En vez de juzgar los

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llamados a tener más cuidado en la teología como una amenaza a nuestro estilo de libertad, haríamos bien en prestarles atención ... Pero con demasiada frecuencia la respuesta de los líderes carismáticos y de los laicos, que han sido ofendidos por crítica anterior, es un total rechazo de dichas sugerencias. Así que parte del desafío que tenemos ante nosotros es cultivar una nueva tolerancia y sabiduría hacia los que nos preguntan.2

OPINIONES DE FUERA DEL CAMPO

El historiador John Nichol, cuya publicación en 1996 de The Pentecostals [Los pentecosta1es] precipitó nuevo interés erudito en el pentecostalismo ame­ricano, escribió sobre el aparente anti-intelectualismo de muchos de los prime­ros pentecostales y de cómo el antagonismo hacia la preparación académica era problemático para centenares de protestantes. Desde ese momento, otros muchos comenzaron a escribir sobre nuestra falta de profundidad teológica, nuestra tendencia a establecer doctrina basados en las experiencias y nuestra vulnerabilidad ante el anti-intelectualismo.3

El escritor inglés Michael Green, autor de 1 Believe in the Holy Spirit [Creo en el Espíritu Santo] (1975), subraya la tendencia de nuestro movimien­to a «tildar la doctrina de no importante». Subraya cómo ser irracionales en nuestro método es poco, si acaso, mejor que ser demasiado racionales. El co­nocido líder y autor John R. Stott también indicó a mediados de los 1970 que «uno de los rasgos más serios, al menos de algunos» de los cristianos pente­costales es su declarado anti-intelectualismo. «No doctrina, sino experiencia», mantiene él, es el grito de guerra de demasiados creyentes del evangelio com­pleto. Sin embargo, en su acostumbrado equilibrio, su sugerencia para los que tienen «fervor sin conocimiento» es que tengan cuidado de no caer en el error de «poseer conocimiento sin fervor»; el propósito es, afirma, tener «devoción prendida en fuego por la verdad».4

Mark Noll, profesor de la Universidad Wheaton, contiende que el pente­costalismo ha aportado su parte al moderno «desastre para la vida de la mente» y que ha ayudado a muchos otros movimientos a hacer daño al pensamiento evangélico en la América del siglo veinte.5 Otros indican que los carismáticos parecen aburrirse con la información intelectual, que le darnos muy poca base teológica a nuestras experiencias y que nuestros métodos de interpretar la Es­critura pueden ser extremadamente subjetivos. Con variadas medidas y de va­rias maneras, los censores no pentecostales básicamente dicen que somos más bien ambivalentes hacia las revisiones racionales y los equilibrios teológicos contra el error.6

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Por supuesto, también existen aquellos que rozan el ridículo al tratar de condenar nuestro movimiento como absoluta locura. Considere la siguiente acusación exagerada: «Los carismáticos son incapaces de ejercer lógica y es­tán demasiado incapacitados por su emocionalismo y ceguera espiritual como para manejar la Palabra de Dios honesta y eficazmente».7

Se debe notar que las preocupaciones arriba mencionadas fueron expre­sadas en obras escritas a lo largo de cuarenta años. En otras palabras, los de afuera han venido aludiendo a este problema a través de considerable tiempo. y aunque se pueden encontrar docenas de declaraciones equivalentes de obras más antiguas, es más importante permitir que nuestros críticos de afuera se dirijan a tiempos más contemporáneos. Además, nuestros propios primeros representantes formaron un caso lo suficientemente fuerte con sus propias de­claraciones anti-intelectuales.

Thmbién se debe notar que de los críticos que he mencionado en las no­tas finales de esta sección, todos menos uno tienen cosas positivas que decir sobre el movimiento pentecostal carismático. ¡Esto es importante! La mayoría admite que es nuestra disposición y pasión por la participación personal del Espíritu en la vida cotidiana lo que desafía sus tradiciones demasiado reserva­das. En otras palabras, estos hombres no están en contra de todo lo que cree­mos. Tienen sentido y equilibrio para saber que tirar a los bebés saludables el agua sucia del baño es derrotarse a sí mismos. A la luz de esto, debemos tener cuidado de no hacer lo mismo con sus exhortaciones correctivas.

OPINIONES DE DENTRO DEL CAMPO

Una de las voces más prominentes de dentro de nuestro movimiento, que ha articulado sus preocupaciones acerca de la participación de la mente en el proceso hermenéutico es Gordon Fee. Fee, un erudito del Nuevo Testamen­to, contiende que podemos demostrar una falta de congruencia y de exce­lencia cuando interpretamos la Escritura, y que tendemos a ignorar, o hasta despreciar, nuestras raíces históricas. Otros de igual opinión indican que he­mos tratado muy débilmente de producir literatura teológica y que estamos menos dispuestos a apoyar la preparación teológica avanzada y estamos más dispuestos a ofrecer preparación en las áreas de estudio secular. La mala for­mación doctrinal, un rechazo del análisis intelectual de nuestras experiencias religiosas y una renuencia a participar en la erudición pentecostal, son más debilidades cognitivas que señalan algunos de dentro de las confraternidades del evangelio completo.8

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Russell Spittler, un erudito pentecostal excepcional, ha luchado pacien­temente durante muchos años por la excelencia y la distinción en el campo del pensamiento de dentro del evangelio completo. Ha lamentado el hecho de que «el pentecostalismo es una tradición mayormente anti-intelectual» y que pocos son los pentecostales que aceptan las recomendaciones incluso de los eruditos llenos del Espíritu. Spittler insta a los de dentro del sector pentecostal a que sean «cristianos pensadores», para poder afectar mejor para la gloria de Dios a la cultura humana caída. Pasa a enunciar el llamado a que los pente­costales aprovechemos el día, reconociendo nuestras oportunidades y respon­sabilidades para alcanzar a una población más y más preparada. Después de desafiar al creyente a proclamar una fe experimental, declara: «Pero hay más que hacer a un nivel teológico ... No dejemos sin alcanzar a los pensadores que también buscan la realidad».9

Otro líder del pentecostalismo, que ha considerado estos asuntos es Gor­don Anderson. Anderson, al comentar sobre la validez de un método pentecos­tal verdadero y genuino para interpretar la Biblia, escribe sobre nuestro méto­do, a veces defectuoso, tocante a los asuntos doctrinales: «Los pentecostales no son muy conocidos por la buena exégesis, hermenéutica y teología, eso es un hecho». Nota que con frecuencia tomamos decisiones doctrinales después de haber considerado el asunto a través de «un sentido simplista de lectura de la Biblia y a través de prácticas problemáticas como alegorizar»; además, «los pentecostales han desarrollado doctrinas y prácticas supuestamente basadas en la Biblia, pero sus métodos han sido puestos en duda». Asimismo ha mencio­nado los peligros derivados de sacar doctrina de expresiones proféticas y de depender demasiado de la emoción, los cuales pueden llevar a «aceptar des­cuidadamente a líderes, doctrina y prácticas que deberían ser rechazados».lO

Dios está levantando dentro de nuestros rangos a los que se atreven a abordar nuestra sospecha de la educación académica, el marcado anti-intelec­tualismo, la vergonzosa hostilidad hacia la historia y la languidez en los atrios de la cultura americana. Esta pequeña contingencia de análisis discriminatorio también está comenzando a mencionar la pérdida en el evangelio completo entre los campos de la filosofía, el castigo general de nuestras facultades cog­nitivas y nuestra apatía hacia la apologética. 11

Es importante que el lector reconozca que los que contienden por el vi­gor intelectual y que hacen un llamado a las multitudes llenas del Espíritu a ceñirse la mente también promueven los elementos experimentales, emocio­nales y extático s de la fe. Por tanto, al mismo tiempo que avanzan las normas cognitivas de un movimiento, que se ha quedado atrás en estos asuntos, ellos siguen predicando sobre la necesidad de la constante influencia del Espíritu Santo. Los creyentes del evangelio completo no pueden descontar las voces de esta creciente «nube de testigos». Es por medio de su gracia por lo que

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Dios está tratando de llamar nuestra atención. Está haciendo sonar la alarma para que después de habernos convertido en un pueblo de ardor y bendición, no miremos hacia atrás con pesar, al ver que al descuidar la mente, a la larga quizás hayamos perdido el alma misma de nuestro movimiento.

El movimiento pentecostal carismático es un fenómeno. Como una co­rriente eclesiástica, este descendiente moderno del Espíritu ha tejido su ca­mino dentro de la tela de muchas naciones. Su influencia ha ayudado a llenar el obsesionante vacío espiritual de cientos de millones, trayendo esperanza y ofreciendo un desagüe por medio del cual se facilita una directa experiencia con Dios. Su contagioso júbilo y entusiasmada expectación han llegado hasta lo profundo del sustrato de una humanidad que yacía en un desierto existencial a consecuencia de dos guerras mundiales.

Sin duda, el movimiento pentecostal carismático está cumpliendo con un papel decisivo en el rescate de multitudes de entre las frías aguas de la religión convencional pero con frecuencia sin vida. Personalmente, yo me inclino a creer que a través de su soberanía, Dios permitió a varios hombres y mujeres (como los primeros pentecostales) «ver», intuir las corrientes del pensamiento colectivo y preparar el cambio del mecánico humanismo hacia su gloria. Yo no sé esto con toda seguridad, pero sí sé que se necesitaba algo bastante parecido al movimiento pentecostal carismático en el preciso momento en que surgió en el escenario de la historia.

Cualquier otra cosa que se pueda decir sobre este movimiento, hay algo seguro: está representando una parte integral como un renacimiento religioso global contemporáneo. Aunque nuestro movimiento ha luchado con la falta de equilibrio y' los excesos, y aunque hemos empequeñecido el arte y la impor­tancia del pensamiento excelente, su mensaje ha sido un soplo de aire fresco y vivificante para los huesos secos sin esperanza de la modernidad. Por estas razones lo escojo como mi movimiento, mi hogar. Además, debido a que este es el medio sagrado particular en el que Dios me ha sembrado, alimentado y ha hecho uso de mí, que hablo y escribo con un sentido de deber sobre los elementos de dentro de su composición que a veces estorban la obra de Dios por medio de él.

ANTI-INTELECTUALlSMO EN LOS COMIENZOS DEL PENTECOSTALlSMO (1901-1930)

En el resto de este capítulo ofreceré un breve resumen del temperamento anti­intelectual que tiñó los primeros años de nuestra tradición llena del Espíritu. Ahora pasamos al coliseo donde parejas de compañeros -el corazón y la cabeza, el intelecto y la experiencia, la razón y la revelación, además de las

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grandes mentes y los grandes místicos- jhan sido trágica e innecesariamente obligados a entrar en un combate mortal!

CHARLES 'ARlAI U873 - 19291

No me sorprendió cuando descubrí por primera vez que el hombre a quien muchos consideran el «Padre del pentecostalismo» y «Fundador y proyector del movimiento de la fe apostólica» exhibía variados síntomas de anti-intelec­tualismo. Charles Parham, que ha sido llamado «el individuo más importante en el origen del movimiento pentecostah>, tendía a poner lo que él consideraba «educación del Espíritu» en pugna contra el estudio, lo intuitivo contra lo racional y la interpretación privada contra la hermenéutica bíblica ortodoxa. Aunque fue en una escuela (Bethel Bible School) donde un pentecostal del siglo XX sobresalió por primera vez entre el cristianismo americano, la irra­diante influencia del movimiento no llevaba consigo ninguna consideración notable hacia los elementos que ordinariamente se asocian con la educación genuina. El pensamiento crítico, la rigurosa exactitud, el interés cultural y el minucioso razonamiento no eran ni los puntos fuertes de Parham ni su directa progenie espiritual. 12

El mismo Parham se había matriculado para prepararse para el ministerio en el otoño de 1891. Durante su breve estadía en Southwestern Kansas Colle­ge, luchó con si debía o no dedicar su vida al ministerio. En un punto se sintió dirigido a cambiar sus estudios al campo de la medicina. Sin embargo, más tarde anunció: «Fue el diablo el que me hizo creer que yo podía ser médico y cristiano también».13 Después de ser liberado de sus ambiciones médicas, dijo haber recibido una revelación de que la educación académica estorbaba el verdadero servicio del corazón a Dios en el ministerio. Después de llegar a estas conclusiones, dejó ese plantel para no regresar nunca a los estudios formales. Cuando todavía era adolescente y después de estudiar menos de un año, denunció la preparación institucional (Parham aún no contaba veinte años en esa época).

A pesar de su profesada disposición en contra de los planteles, en contra de lo establecido, Parham estableció el Bethel Bible School en octubre de 1900. Después de varias semanas, veinticinco estudiantes se matricularon y comenzaron sus estudios. El método de Parham para la preparación bíblica re­vela su prejuicio contra el valor de las ideas de los hombres, es decir, las ideas de otros hombres. El programa de estudios básicamente consistía en leer las Escrituras y ofrecer sus comentarios personales sobre varios textos bíblicos.

Es importante notar que los métodos de Parham se basaban en los del «Holy Ghost and Us Bible School» [Instituto Bíblico del Espíritu Santo y No-

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sotros], de Frank Sanford, en Lewiston, Maine. Ese nombre lo dice todo. Par­ham era solamente uno en una larga línea de solitarios que han considerado a todos los que los han precedido como no confiables en términos de enseñanza doctrinal y exposición bíblica. ¡Durante cien años (1800-1900), una multitud de espíritus independientes a los que se le había inyectados una doble dosis de individualismo contenido en sí mismo se propusieron corregir a todos los que estaban afianzados en sus costumbres! Cualquiera que fuera lo que Parham llevara a cabo, era eclipsado con frecuencia por un tono de contradicción de sí mismo y un aura de superioridad.

El método demasiado simplista de lo que se ha llamado «la Biblia so­lamentismo» puede sonar como algo noble, pero también tiene resabios de muchísima espiritualidad, exclusividad e ingenuidad. Es impensable que un médico moderno descarte todo lo que se ha escrito sobre la práctica de la medicina durante 2,400 años y se refiera solo a las enseñanzas «puras» de Hipócrates (460-377 a.c.). Pero este es precisamente el método de muchos de los pioneros religiosos del mundo: «Lo único que necesitamos es la Biblia y al Espíritu Santo». Con frecuencia esta ha sido su única declaración de fe, o sea, solamente hasta que puedan inventar cómo llevar a imprenta los «otros» credos.

Es cierto que sin las Escrituras y la ayuda del Espíritu estamos doctrinal y espiritualmente perdidos. No obstante, siempre que se han descuidado la erudición y la historia, inevitablemente salen a flote cientos de doctrinas con­tradictorias. El hecho de abstenerse de la llamada empresa académica lleva, en el mejor de los casos, a volver a inventar la rueda y, en el peor de los casos, a fundamentos inseguros que cambian con cada corriente de opinión y «direc­ción especial». Aunque comienzan cumpliendo con el juramento hipocrático espiritual, la mayoría de los activistas de «la Biblia solamente» delegan en la hipocresía cuando insisten en que los demás tomen sus interpretaciones como la única verdad.

Aunque Parham había expresado que la preparación institucional para el ministerio era un detrimento, no obstante estableció un instituto bíblico. La «escuela de fe» que había comenzado en octubre de 1900 permaneció solo du­rante unos meses, cerrándose en la primavera de 1901. Además, él desanimó a otros de confiar en las palabras de los hombres, sin embargo viajaba mucho y lejos para poder descubrir las últimas tendencias doctrinales. Y aunque él creía que la Biblia era el único texto que uno necesita para estudiar, escribió voluminosos artículos, imprimió folletos, publicó un periódico bisemanal y escribió por lo menos dos libros. Logró esta apasionada promoción de sus des­cubrimientos teológicos con la ayuda de una imprenta que convenientemente guardaba en su hogar en Topeka. 14

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Parham luchó con voracidad por sus descubrimientos teológicos, no obs­tante declaró firmemente que «las personas verdaderamente espirituales no discuten sobre puntos de doctrina». Aunque él despreciaba el concepto de establecimientos espirituales jerárquicos, luchó furiosamente por sostener el liderazgo del movimiento pentecostal cuando su declinante influencia era evi­dente para la mayoría. Además, insistió en que cuando él predicaba, su «mente no tomaba parte», pero redactaba meticulosamente sus mensajes para poder imprimirlos en noticieros y en sus sermones publicados, A Voice Crying in the Wilderness [Voz que grita en el desierto]Y

Parham sí tenía fuertes convicciones doctrinales. Pero al negarse a reco­nocer la riqueza de los tesoros teológicos que ofrecían los hombres del pasado, tendía a enmarañar sus bejucos teológicos. Enseñaba que el bautismo en agua no era necesario, pero luego dijo que el «bautismo triple» concordaba con el mandato bíblico. Según él, los anglosajones eran literalmente las diez tribus perdidas de Israel; los hindúes eran descendientes de Abraham; y las razas ne­gra, roja y amarilla pertenecían a los «paganos». También enseñaba que el don de lenguas fue dado para capacitar al que lo recibe para predicar en la lengua de cualquier oyente para el que fuera enviado. Esto, sugería él, evitaría que los misioneros perdieran su tiempo con el mundano deber de estudiar idiomas.16

La historiadora Edith Blumhofer observa lo siguiente sobre la metodolo­gía teológica de Parham:

Parham ejercía considerable inventiva con varias doctrinas. Su preferencia por enraizar la doctrina en su meditación privada sobre la Escritura, y su convicción de que el Espíritu Santo se comunicaba directamente con él, indudablemente influyó en el carácter de su ense­ñanza ... Su rechazo incondicional de los líderes religiosos reconoci­dos contribuyó a su impaciencia ante los puntos de vista tradicionales que diferían de los suyos.

Blumhofer continúa hablando de la reacción de Parham cuando hombres de conocimiento y equilibrio trataban de dirigirse a su flojedad de doctrina: «Como el movimiento atraía a algunos que se interesaban por equilibrar la experiencia espiritual con la ortodoxia doctrinal, él respondió enfatizando su interpretación privada de la Escritura».!? En muchos aspectos, la misma vida de Parham es un clásico estudio de anti-intelectualismo, y en variados grados, ¡nosotros somos hijos suyos!

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WULlIM SEYMIIR n870-1922J

La credibilidad e influencia de Parham comenzó a desvanecer a medida que surgían repetidos informes de supuestas actividades inescrupulosas. En esta coyuntura crítica, Dios consideró propicio poner a William Seymour, un pre­dicador negro del movimiento de santidad, al frente del movimiento pente­costal. En 1906 Seymour se matriculó en el recién establecido instituto de Parham en la ciudad de Houston, Texas. Las enseñanzas de Parham consistían principalmente en compartir su opinión personal sobre varios pasajes bíblicos. También se llevaba a cabo una innovadora «enseñanza del Espíritu», en la que profetizar nuevos entendimientos e instruir por medio de lenguas extranjeras e interpretaciones era con frecuencia el método didáctico. Ahí fue donde Sey­mour oyó la doctrina del bautismo del Espíritu Santo, y esta le convenció.18

Aunque él no experimentó este fenómeno durante las pocas semanas que estuvo bajo el tutelaje de Parham, sí encontró la plenitud del Espíritu un par de meses después, mientras pastoreaba una pequeña congregación en Los Án­geles. Dos días después de su encuentro pasó su pequeño rebaño a un local re­cién adquirido. La localidad física de este lugar de reunión ha sido unida para siempre con la expansión nacional e internacional del Pentecostés moderno. La calle en la que la deslucida capillita metodista de madera estaba situada se llamaba «Azusa». Con lo anterior en mente, no nos debe sorprender que algunas de las mismas orientaciones anti-intelectuales, intrínsecas dentro de la filosofía de Parham acerca del cristianismo, también fueran evidentes en el derramamiento de Azusa.

lZUSA: 8Ulllllel0ll, PEIITEClSTllISlt y 11IT1-IIlTELECTUllISMD

Comenzando con el primer volumen de The Apostolic Faith (La fe apostólica J, el periódico mensual de Azusa (editado por Seymour), su ambiente intelectual quedó establecido. Un tono de exclusividad promoviendo el «conocimiento sin estudio» resulta aparente en toda su primera edición. Tome, por ejemplo, los comentarios que hizo Seymour sobre Parham y sus seguidores sobre la manera en que llegaron a descubrir la verdad tocante a «Pentecostés»:

Después de buscar a lo largo del país por todos lados, no en­contraron a ningún cristiano que tuvieran el verdadero poder pente­costal. Así que hicieron a un lado todos los comentarios y notas y esperaron ... Habían tenido una experiencia que se comparaba con el segundo capítulo de Hechos, y ahora entendían el primer capítulo de Efesios. 19 (énfasis mío)

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Luego Seymour informa de un joven que hacía poco había sido lleno del Espíritu Santo y había comenzado a escribir en idiomas extranjeros que «nunca había aprendido en ninguna escuela»; y que «el Señor ha dado idio­mas a los ignorantes, griego, latín, hebreo». Asimismo: «No se confundan al teorizar, sino esperen en Jerusalén ... Él revelará toda la Palabra desde Génesis hasta Apocalipsis» (énfasis mío). El viejo adagio de «presentarse como un obrero digno del texto bíblico» recibió un ataque directo. Fue reemplazado con «solamente esperen, Dios hará el trabajo en su lugar». ¡Por supuesto, esto resultó muy bien hasta que dos santos fieles reciben dos interpretaciones vas­tamente distintas de Génesis 1: 1 FO

Durante los tres años siguientes, este tabloide fue enviado a más de 80.000 hogares cada mes. Imagínese la influencia que ejerció en la mente de los suscriptores. Durante este tiempo en el que se estableció el fundamento del pentecostalismo, cientos de miles leyeron sobre las maravillosas obras en la vida de los que asistían a estas reuniones. Su fe fue alentada por las maravillas descritas y sus esperanzas fueron elevadas porque venía ayuda del cielo. Por todo esto estamos agradecidos; sin embargo, las multitudes también fueron expuestas a una mentalidad que engendraba prejuicios contra la impor­tancia del intelecto y la belleza de la mente. Los efectos se verían, y se ven, hasta un siglo después.

Una y otra vez, salpicados a través de las páginas de este periódico del «evangelio completo» hay frutos descarados, además de semillas latentes de espiritualidad sin mente. Muchos que no tenían «educación escolar» y que «no aprendieron en libros» fueron nombrados profetas del Señor. Es ciertamente razonable que Dios puede usar a los que no tienen preparación académica para expresar su Palabra, pero no se trata de esto. El problema está en el continuo énfasis del hecho de que los logros espirituales los hacían regularmente los que carecían de preparación. Una y otra vez se decía que los que verdade­ramente tenían hambre estaban siendo tocados por el Espíritu, mientras que los pensadores y los teólogos lo rechazaban. Dicho simplemente, glorificaban la actividad no cognitiva y criticaban las virtudes intelectuales a través del incesante matrimonio de dos conceptos: «falta de preparación» y «espirituali­dad».21

Rara vez, si es que alguna, se encomendaba actividad alguna de la mente, de estudio o del intelecto. El ministerio médico era considerado como algo carnal y los libros y sermones escritos por meros hombres eran condenados al fuego del Día del Juicio. Se decía que en muchas reuniones no había ningu­na predicación. Pero cuando la había, solo se permitían los mensajes que «el Señor predicaba». La teología y los credos eran considerados enemigos del avivamiento; por tanto, cuando la interpretación de la Escritura era necesaria, solo el Espíritu Santo podía hacerlo Y

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Respecto al método de varias congregaciones en los cultos de adora­ción, se dijo: «No necesitamos estos himnarios de la tierra ... no necesitamos órganos ni pianos ... el Espíritu Santo toca el piano en el corazón de todos ilOsotros y da interpretación del canto y lo canta en inglés» (énfasis mío).23 ¡No estoy poniendo en duda si esto sucedió o no; simplemente estoy indicando una actitud que sugiere que las cosas verdaderamente espirituales esquivaban la mente! Supongo que los grandes himnos de Lutero, Watts, Wesley y Cros­by palidecían en la evaluación de los que eran directamente inspirados, o al menos así se podría concluir. Finalmente, cuando se llegaron a utilizar instru­mentos musicales, los líderes decían que la música no era del hombre, sino el resultado sobrenatural del don que Dios daba de tocar instrumentos. Ya se tra­tara del estudio personal o de sermones predicados, de misiones o de música, no es difícil determinar que en los primeros días de nuestro movimiento, los elementos cerebrales y las disciplinas intelectuales de la vida espiritual eran empequeñecidos en el mejor de los casos y con frecuencia denigrados.

las I'CUAS lE 1910 y 1920

Durante las décadas de 1910 y 1920 un número de creyentes «llenos del Es-·píritu» siguieron castigando los asuntos de la mente. Aunque algunos de los primeros pentecostales estaban bien preparados, muchos creían que ni la ins­trucción religiosa ni la secular debería interesar a los «llenos del Espíritu» y que hasta eran dañinas para la espiritualidad. Varios líderes de la embriónica iglesia pentecostal denunciaban la participación en la política y en los asuntos sociales y se manifestaban en contra de las artes y las ciencias.

Algunos hasta consideraban la organización misma como algo anatema. Vea, por ejemplo, los sentimientos de Frank Bartleman, un líder clave durante los primeros veinticinco años del movimiento pentecostal: «Se debe decir la verdad. Al comienzo de su historia, Azusa comenzó a faltar al Señor también. Dios me mostró un día en que se iban a organizar ... Y así fue, al siguiente día encontré un rótulo fuera de Azusa».24

Creyendo que las iglesias denominacionales habían caído víctimas del enemigo, cientos de pentecostales fueron convencidos de que cualquier tipo de alianza con ellas le reportaría a su reputación un colapso espiritual. Al pre­guntarle acerca de permanecer en las iglesias denominacionales, E. N. Bell, primer presidente de las Asambleas de Dios, contestó: «No veo ninguna ma­nera en que uno pueda ser fiel a Dios ... y al mismo tiempo permanecer en estas iglesias».25 Unos pocos de entre los importantes del evangelio completo consideraban que casi todas las iglesias que no eran pentecostales estaban «en contra de Dios» y eran «anticristianas». Con esto en mente, es fácil ver

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cómo, en los primeros veinte años del movimiento pentecostal, poco se dice de utilizar los profundos pozos de los tesoros doctrinales del pentecostalismo. Así que, aunque vemos un caldero de fervor espiritual hirviendo durante estos años formativos, también podemos detectar una filosofía de coalición que, al examinarla, tiene resabios de presunción cultural e intolerancia teológica.

Como se comentó brevemente, hacer participar la mente y los esfuerzos en causas políticas era tan malo como participar en aprender y en organiza­ciones. Después de hacerse pentecostales, muchos despreciaban toda parti­cipación política. A. J. Tomlinson, primer supervisor general de la Iglesia de Dios (Cleveland, Tennessee), al hablar de su conversión dijo: «Yo nunca he tomado ninguna parte en la política desde entonces, ni he votado»; y continuó: «Yo solamente votaré por Jesús». En un artículo del Evangelío Pentecostal de 1922, el presidente de las Asambleas de Dios, W. T. Gaston, afirmó: «Yo no creo que ningún cristiano está jamás autorizado en la Palabra de Dios para meter la nariz en la política».26 Me pregunto cómo responderían a esta postura política los puritanos (en la década de 1620), los padres fundadores (en la de 1770), los abolicionistas (alrededor de 1850) y los activistas de los derechos civiles (durante el periodo de 1930-1960).

Aparte de la política, parece que había poco, si es que lo había, interés en los asuntos sociocientíficos principales del día. Recuerde que el movimiento pentecostal estaba siendo formulado en medio del mismo apogeo que el de­bate darwiniano (Juicio del Mono de Scopes, 1925); pero es difícil encontrar a líderes del evangelio completo que trataran persistente y totalmente con el asunto. Un historiador pentecostal cita el consenso de los primeros pentecos­tales sobre el asunto cuando escribe: «Había acuerdo en que "Dios no quería a eruditos ni a personas sabias. Que él no tenía necesidad de la ciencia. Lo único que quería eran corazones puros"».27 Esto refleja la conducta del mo­vimiento de santidad de treinta años atrás; pues otro autor dice: «Satisfechos en su propia mente de que la Biblia era la Palabra de Dios, los de la santidad mayormente abandonaron la inútil lucha contra la ciencia».28

También existía la sospecha hacia lo que muchos se referían peyorati­vamente como la «sabiduría de libros~~. Se quejaban de que los que recogían información con su mera mente humana estaban llenos solo de «conocimiento de la cabeza», y por tanto habían perdido la influencia de la enseñanza del Espíritu. Howard Goss, el sucesor de Charles Parham, hizo la siguiente decla­ración sobre el tema:

Mientras nosotros escudriñábamos las Santas Escrituras y calen­tábamos lo que nos tocaba con la oración ... otros sucumbieron a ser polillas de biblioteca. A esos, él [Dios] tiernamente llevó hacia aguas quietas, llanas, donde los perdimos de vista. Ellos se satisfacían con

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menos, ¡de modo que recibieron menos! ¿Por qué? Porque los libros en sí son solo cosas muertas. 29 (énfasis mío)

Lo irónico es que uno lee esta declaración exactamente en un libro que Goss publicó.

Las anteriores son manifestaciones de la renuencia de la generación fun­dadora del pentecostalismo a involucrar el intelecto en los asuntos que ahora han llegado a saturar nuestra sociedad. Un prejuicio contra las iglesias deno­minacionales nos hizo privarnos de vastas medidas de la riqueza teológica que pudo haber reforzado el cemento de nuestros cimientos. La regla de no parti­cipar en la política silenció la voz de una creciente masa que pudo haber ayu­dado a efectuar mucho cambio positivo en el destino de nuestra vida nacional. y un retiro casi monástico del campo de la ciencia limitó nuestra capacidad para dirigirnos a, y ayudar a formar, los gigantescos efectos de la ciencia en nuestra cultura. Espero que hoy veamos el desastre de una ideología torcida que en gran parte es el resultado de dejar nuestra mente colectiva nacional bajo el control de los que no conocen a su Creador. La culpa, por supuesto, no se puede atribuir solo a los pentecostales; también existía una actitud anti-inte­lectual a través de mucho del cristianismo fundamentalista.

EDUCAR¡ ADOCTRINAR Y DEBATIR

Aunque muchos de dentro de la vanguardia de los primeros líderes pentecos­tales exhibían evidencia del anti-intelectualismo clásico, existían aquellos que no solo poseían una mente excelente y preparada sino que hacían un llamado a una base educativa más profunda y más amplia para los que buscaban ministe­rio. Cierto es, estar de acuerdo con que Qay valor en prepararse para el minis­terio no es necesariamente lo mismo que «amar a Dios con toda la mente»; sin embargo, puede ser un paso hacia la dirección correcta para recobrar el campo intelectual perdido. La enseñanza puede ser cualquier cosa desde lactar en el pecho de la academia aristotélica a alimentarse de la «doctrina profetizada» de un maestro que se ha nombrado a sí mismo. La mayoría de nosotros nos damos cuenta de la mala nutrición educativa, rampante en nuestra sociedad, que progresivamente se hace más y más tonta, una sociedad rebosante de toda clase de escuela imaginable. Esto en sí prueba que puede haber vastos abismos que separan el cultivo del verdadero intelecto de la simple asistencia a sesio­nes académicas.

Aunque una banda minoritaria de creyentes llenos del espíritu luchó por cierta preparación intelectual, no debemos suponer automáticamente que la mente de los estudiantes de estas primeras escuelas aprendió a ocupar su in-

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telecto para la gloria de Dios. La mera adoctrinación (recibir enseñanza sobre qué pensar, no cómo pensar) no cuenta cuando se mide la verdadera educa­ción, pues programar una mente con simple información no solo falla al afilar el «hierro intelectual» de la persona, sino que en realidad ¡desafila al intelecto al lavar el cerebro de sus sujetos para que crean que en realidad su mente ha sido afilada!

Por lo tanto, aunque durante las primeras décadas del pentecostalismo se establecieron muchas escuelas, la mayoría de ellas no preparó a sus estudian­tes a leer sabiamente, a pensar críticamente ni a defender la fe. Con todo, el círculo de ministros y laicos prominentes que llegaron a constituir las Asam­bleas de Dios parecía atraer más que a una justa parte de los que consideraban necesaria la preparación institucional para el ministerio. En el primer Concilio celebrado por las Asambleas (abril de 1914), se ofrecieron cinco objetivos principales para su reunión. Entre estos cinco, el grupo recomendó «una pro­posición para presentar ante el cuerpo un Instituto de Preparación Bíblica Ge­neral con un departamento de literatura para nuestro pueblo».30

Estos esfuerzos educativos se encontraron con toda clase de resistencia. Algunos hasta llegaron a decir que los que escogían el camino de la educación ya no podían por derecho llamarse pentecostales. Decían que la educación automáticamente tomaba el lugar del poder de Dios. Otros dedujeron que era este mismo cambio de la experiencia al intelecto lo que había engañado y luego había lanzado a las denominaciones hacia el desliz abismal de un estado reincidente.31

Cuando consideramos la actitud general de los primeros pentecostales, no nos sorprende que pasaran treinta y cinco años antes de que un plantel de las Asambleas de Dios ofreciera su primer título hecho y derecho de cuatro años. Thvieron que transcurrir sesenta y dos años desde los días de Parham antes que se estableciera la primera universidad pentecostal y sesenta y nue­ve años antes del establecimiento del primer seminario teológico pentecostal. ¡Compare estos números con el establecimiento de la universidad de Harvard en 1636, especialmente a la luz del hecho de que los puritanos apenas habían comenzado a poblar Boston in 1630. Los Padres puritanos, cuyo credo inte­lectual era «Toda verdad es de Dios, dondequiera que se encuentre», estaban convencidos de que una nación santa sin el profundo cultivo de la mente esta­ba muy lejos del plan de Dios para América.32

CONCLUSiÓN

Así que, este es un breve examen de la vida intelectual de los primeros años del pentecostalismo. No debemos condenar a esos primeros pioneros pente-

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costales que pudieron haber entendido mal la relación entre la cabeza y el corazón y entre la experiencia y el conocimiento. Más bien, debemos aprender de sus malos cálculos y prejuicios. Y como el santo remanente de los días de Ne~mías, debemos edificar el muro de la ciudad de Dios y al mismo tiempo llevar\«el hierro afilador» a nuestro lado para no avanzar en una cosa a costa de otra (Neh 4:17-18).

Los millones de entre nosotros que anhelamos la manifiesta presencia del Espíritu Santo debemos darnos cuenta de que si llevamos instrumentos intelectuales no afilados, seremos encontrados en falta cuando se nos llame a defender la realidad de esa misma presencia. En vez de ignorar, de no dar im­portancia, de justificar o dar una paliza a los pioneros pentecostales que des­preciaban los asuntos del intelecto, debemos aprender humildemente y orar ardientemente pidiendo que la pasión de estos padres pioneros sea conferida a nuestras cómodas almas, al mismo tiempo que evitamos la antipatía hacia la vida de la mente que algunos de ellos exhibían.

Con almas encendidas y con dedicación sacrificada, estos pioneros abrie­ron intrépidamente el camino para un curso de un siglo por el que navegarían los carismas de Cristo. Con la ayuda de Dios, nosotros -los pentecostales y carismáticos de hoy-, como misioneros pioneros en un nuevo siglo, atrevá­monos a pagar el precio para que todo nuestro ser se encienda, abriendo un camino prometedor para las generaciones venideras. En otras palabras, resol­vámonos a amar a Dios con todo nuestro corazón y mente. Con la guía de la mano del Maestro, seguramente podemos hacerlo. ¡Ojalá lo hagamos!

.... ........ J • NOTAS

1 Lucio Apuleyo, «Cupido y Psique», en El asno de oro, ed. F. R. B. Godolphin, Creat Classical Myths [Grandes mitos clásicos], Random House, NY, 1964, pp. 412-28.

2 Iack Hayford, «A Remedy for Imequilibrio» [Una solución para la falta de equili­brio], Charisma and Christian Life, septiembre 1990, p. 74.

3 John Nichol, The Pentecostals [Los pentecostales], Logos Intemational, Plainfield, NI, 1966, pp. 77-78; Millard Erickson, Christian The%gy: One-Vo/ume Edition [Teología cristiana: Edición en un volumen], Baker, MI, Grand Rapids, 1983, p. 836; íb. The Evangelica/ Mind and Heart [La mente y el corazón evangélicos] Baker, Grand Rapids, MI, 1993, p. 200.

4 Iohn R.W. Stott, Your Mind Matters [Tu mente importa], Inter Varsity Press, Downers Grove, n, 1972, pp. 6,7,9,10; Michael Green, 1 Believe in the Ho/y Spirit [Creo en el Espíritu Santo], Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1975,294,208.

5 Mark Noll, The Scandal of the Evangelica/ Mind [El escándalo de la mente evangé­lica], Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1994, p. 24.

6 Martin Marty, «Pentecostalism in the Context of American Piety and Practice» [El

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pentecostalismo en el contexto de la piedad y de la práctica norteamericanas], en Aspects of Pentecostal-Charismatic Origins, ed. Vinson Synan (Bridge-Logos Newberry, FL, 1975, pp. 205-6, 209; Carl F. Henry, Toward a Recovery ofChris­tian Belief [Hacia una recuperación de la creencia cristiana] (Crossway, Whea­ton, IL, 1990, p. 27; Donald W. Dayton, Theological Roots of Pentecostalism [Raíces teológicas del pentecostalismo], Hendrickson, Peabody, MA, 1991, p. 23. Watson Mills, Speaking in Tongues [Hablar en lenguas], Word, Waco, TX, 1967; Victor Budgen, Charismatics and the Word ofGod: A Biblical and Histo­rical Perspective on the Charismatic Movement [Los carismáticos y la Palabra de Dios: perspective bíblica e histórica del movimiento carismático], Presbyte­rian & Reformed, Harrisburg, PA, 1985, p. 181; H.J. Stolee, Speaking in Ton­gues [Hablar en lenguas], Augsburg, MN, 1963, pp. 134-35; Quentin Schultze, Televangelism andAmerican Culture [Televangelismo y cultura norteamericana], Baker, Grand Rapids, MI, 1991, p. 84; George Marsden, Religion andAmerican Culture [La religion y la cultura americana], Hartcourt Brace Jovanovich, San Diego, 1990, pp. 151-59; Tom Smail, The Love of Power [El amor al poder], Bethany, Mineápolis, 1994, pp. 13-19; Arthur Clement, Pentecost or Pretense? [¿Pentecostés o Pretensión], Northwestern, Milwaukee, 1981, pp. 56,133,40-41; George Dollar, The New Testament andNew Pentecostalism [El Nuevo Testamen­to y el nuevo pentecostalismo], Nystrom, Sarasota, FL, 1978; O. Talmage Spence, Charismatism: Awakening or Apostasy? [El movimiento carismático: ¿despertar o apostasía?], Bob Jones, Greenville, SC, 1978, pp. 98ss; Arthur Johnson, Faith Misguided: Exposing the Dangers of Mysticism [Fe descaminada: Exposición de los peligros del misticismo], Moody Press, Chicago, IL, 1988; Harold Bloom, The American Religion [La religion norteamericana], Simon & Schuster, NY, 1992, p. 179; Richard Culpepper, Evaluating the Charismatic Movement [Evaluación del movimiento carismático], Judson, Valley Forge, PA, 1977, p. 10; Richard Quebedeaux, The New Charismatics [Los nuevos carismáticos], Harper & Row, San Francisco, CA, 1976, p. 40; Richard Lovelace, « Evangelical Spirituality: A Church Historian's Perspective» [Espiritualidad evangélica: La perspectiva de un historiador eclesiástico], en Joumal of the Evangelical Theological Society, 31, marzo 1988, p. 33.

7 Bob Jones, «Foreword» [Prólogo] a Spence, Charismatism, viii. De todos los autores mencionados arriba, Jones parece ser el único incapaz de desenterrar ni siquiera un solo rasgo positivo en el pentecostalismo. ¡Esta misma declaración parece haber sido expresada por uno cuya lógica ha sido incapacitada por su prejuicio emocional sobre el tema!

8 Gordon Fee, Gospel and Spirit: Issues in New Testament Hermeneutics [Evangelio y Espíritu: Sobre la hermenéutica del Nuevo Thstamento], Hendrickson, Peabo­dy, MA, 1991, pp. x-xi; íb., «Hermeneutics and Historical Precedent -a Major Problem in Pentecostal Hermeneutics» [Hermenéutica y precedente histórico: un problema importante en la hermenéutica pentecostal], en Perspectives on the New Pentecostalism, ed. Russell P. Spittler, Baker, Grand Rapids, MI, 1976, p. 122; William G. MacDonald, «Pentecostal Theology: A Classical Viewpoint» [Teología pentecostal: punto de vista clásico], en Perspectives on the New Pen-

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tecostalism, 69; R. Hollis Gause, «Issues in Pentecostalism» [Asuntos del pen­tecostalismo], en Perspectives on the New Pentecostalism, 114; Clark Pinnock, «The New Pentecostalism: Reflections of an Evangelical Observef» [El nuevo pentecostalismo: reflexiones de un observador evangélico], en Perspectives on ~e New Pentecostalism, 185.

9 Russell Spittler, «Maintaining Distinctives: The Future of Pentecostalism», [Distinti­vos que se mantienen: el futuro del pentecostalismo], en Elements of a Christian Worldview, ed. Michael Palmer, Logion, Springfield, MO, 1998, 10; fu., «The Theological Opportunity Lying Before the Pentecostal Movement» [La oportu­nidad teológica que se presenta ante el movimiento pentecostal], en Aspects of Pentecostal-Charismatic Origins, 243.

10 Gordon Anderson, «Questions, Problems, Challenges» [Preguntas, problemas, de­safíos], lado uno de la Cinta #1 de la serie en casetes «Pentecostals at the End of the 20th Century» [Los pentecostales al final del siglo XX]; fu., «Doctrines» [Doctrinas] y «Problems, Evaluation, Conclusion» [Problemas, evaluación, con­clusión], en la Cinta #4 de la serie en casetes «The Prophecy Movement» [El mo­vimiento de la profecía]; fu., «Pentecostals Believe in More Than Tongues» [Los pentecostales creen en algo más que en el don de lenguas], en Pentecostals From the Inside Out, 56-56; consultar también Stanley Burgess y Gary McGee, Dictio­nary of Pentecostal and Charismatic Movements [Diccionario de movimientos pentecostales y carismáticos, Zondervan, Grand Rapids, MI, 1988, pp. 57, 773.

11 L. Grant McClung Jr., «Salvation Shock Troops» [Tropas del shock de la salvación], en Pentecostals From the Inside Out, 86; William Menzies, «The Movers and Shakers» [Los que mueven y los que sacuden], en Pentecostals From the lnside Out, 40; William G. MacDonald, «Pentecostal Theology: A Classical Viewpo­inÍ» [Teología pentecostal: punto de vista clásico], en Perspectives on the New Pentecostalism, 69; R. Hollis Gause, «Issues in Pentecostalism» [Asuntos del pentecostalismo], en Perspectives on the New Pentecostalism, 114; Clark Pin­nock, "The New Pentecostalism", 185; Gary McGee, Conversación con Del Tarr, parcialmente citada en el artÍCulo de Tarr titulado «Transcendence, Immanence, and the Emerging Pentecostal Academy» [Transcendencia, Imanencia y la emer­gente academia pentecostal], en Pentecostalism in Context: Essays on Honor of William W. Menzies, ed. Wonsuk Ma y Robert P. Menzies, Sheffield Academic Press, Sheffield, 1997, p. 204.

12 Claude Kendrick, The Promise Fulfilled [La promesa cumplida], Gospel Publis­hing House, Springfield, MO, 1961, p. 37; Menzies, Anointed to Serve [Ungidos para servir], Gospel, Springfield, MO, 1971, p. 85; James Goff Jr., «Questions of Health and Wealth» [Cuestiones de salud y bienestar], en Pentecostals From rhe lnside Out, 67.

13 Charles Parham, A Voice Crying in the Wilderness [Voz que clama en el desierto], Joplin Printing, Baxter Springs, KS, 1944, pp. 15-19; Robert Anderson, Vis ion of the Disinherited [Visión de los desheredados], Oxford Univ. Press, NY, 1979, p. 58; Sarah Parham, The Life o[ Charles F Parham: Founder o[ the Apostolic Faith Movement lVida de Charles F. Parham, fundador del movimiento de la fe apostó­lica], Tri-State Printing, Joplin, MO, 1930, pp. 6-10.

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escuela bíblica hablan sobre la educación], General Presbytery Minutes, agosto 14-20, 1951.

32 Milliard Collins, «Establishing and Financing of Higher Educational Institutions in the Church Body of the Assemblies of God» [Establecimiento y financiación de insti4,lciones de educación superior en el cuerpo eclesiástico de Las Asambleas de Dios],'Gollins, Austin, TX, 1959, pp. 31-36. Menzies, Anointed to Serve [Ungi­dos para servir], 355; C. M. Robeck, Jr., «Seminaries and Graduate Schools» [Se­minarios y escuelas de post-grado], en Dictionary o[ Pentecostal and Charismatic Movements, 774-75 (la Oral Roberts University fue la primera universidad pen­tecostal acreditada y Charles Manson Theological Seminary fue el primer semi­nario pentecostal totalmente acreditado). Véase también Samuel Eliot Morison, The Founding o[ Harvard College [La fundación de la Universidad de Harvard], Harvard Univ. Press, Cambridge, MA, 1935, p. 432.

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LA MENTE LLENA DEL ESPÍRITU EN LOS

TIEMPOS MODERNOS

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Hay una necesidad de que las iglesias pentecostales ... añadan a

nuestro ferviente testimonio de la experiencia ... un esfuerzo intelectual

más determinado para definir nuestra fe. No debemos gozar de una

profunda emoción a costa de un pensamiento poco profundo.

DONOALD GEE, LÍDER PENTECOSTAL, 1 935

No se supone que los creyentes hayan de dejarse llevar por la lógica.

Jamás hemos de ser llevados por el buen sentido. El ministerio de

Jesús nunca fue gobernado por la lógica ni por la razón.

KENNETH (OPELAND, LÍDER CARISMÁTICO POPULAR, 1975

Razonar abre la puerta al engaño y trae mucha confusión .... A los

seres humanos les resulta difícil renunciar al razonamiento ... pero una

vez se logra el proceso, la mente pasa a un estado de descanso .... Yo

no quiero razonar, entender ni ser lógica.

JOYCE MEYER, CONOCIDA PREDICADORA PENTECOSTAL, 1 995

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En el comienzo de la década de 1970 un gran terremoto sacudió el sur de California. El epicentro estaba cerca del centro de Los Ángeles. A una corta distancia del epicentro se encontraba una iglesia presbiteriana prísti­

na y recién construida. Después del terremoto, la gente se congregó para ver su atesorada propiedad y poder determinar cuánto daño había sufrido el edificio, si es que alguno.

Al llegar a la iglesia, la congregación se quedó admirada y deleitada. Ni una sola ventana se había rajado y tanto como alcanzaban a ver, la estructura estaba segura e intacta. Solo para estar seguros llamaron a unos ingenieros para que examinaran la estructura más meticulosamente. Lo que los inge­nieros encontraron después de su meticulosa investigación fue que durante los tumultuosos temblores, el edificio entero se había salido de sus firmes cimientos. El veredicto llegó: El lugar estaba totalmente inseguro, poniendo

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La mente llena del Espíritu en los tiempos modernos

en peligro a todo el que se atreviera a ignorar su fortuita condición. El edificio entero fue demolido. Luego se reconstruyeron los cimientos y se modificaron las zapatas, y así la estructura soportaría mejor la furia de futuros terremotos. La empresa fue costosa, pero ahora el edificio sería competente para albergar a su produ<.;to más precioso: el pueblo de Dios.

En el capítulo anterior vimos que muchos de los primeros en mover los comienzos del pentecostalismo fallaron a la hora de depositar suficientes can­tidades de refuerzo cognitivo dentro del suave cemento de sus cimientos. Aun­que colocaron zapatas de experiencia largas y anchas, su base intelectual era alarmantemente estrecha. El pentecostalismo nació en tiempos tumultuosos, partiendo de un extenso período de extrema espiritualidad individualista y de convulsiones religiosas y filosóficas continentales. Fue testigo de los dañinos efectos de mezclar la modernidad que se centra en el hombre con la religión de la razón y de abogar por la razón antes que por la revelación. Por tanto, el pentecostalismo se convirtió en el siguiente pase reaccionario en el siempre oscilante péndulo donde las masas van de la experiencia a la erudición y vuel­ven otra vez. Nuestro movimiento se estableció en el suelo movedizo del anti­intelectualismo, pero al igual que el sacudido edificio de la iglesia (que, de paso, estaba cerca de Azusa), también se encontraría con múltiples temblores poco después de ser establecida.

Menos de veinticinco años después del avivamiento de Azusa tuvo lugar la «Guerra de los mundos, 1 Parte»; las piernas de Wall Street, el centro de la bolsa de valores, habían recibido un golpe aplastante y la economía americana comenzó su descenso hacia una depresión que llegó hasta el cuello. Además, los fantasmas de Darwin, Nietzsche y Wagner ya estaban revolviendo una poción de furor para derramarla en la mente de un hombrecito austríaco loco. Freud estaba ofreciendo su mercancía psicoanalítica, y montones de teología liberal europea estaban siendo importados a los consumidores cristianos ame­ricanos. Respecto al pentecostalismo en sí, había controversias sobre la signi­ficancia de las lenguas, la naturaleza de la santificación y la persona de Cristo (el debate de «Uno Solo~~), que dividió nuestra joven fraternidad del evangelio completo. ¡Durante las décadas de nuestra formación, verdaderamente hubo muchas sacudidas!

De modo que, ¿qué hicimos a la luz de todo el temblor? ¿Seguimos en la vena del pragmatismo americano y dijimos: «Si está dando resultado no tratemos de arreglarlo»? ¿Volvimos a visitar los panoramas de la historia y reconocimos el valor que la iglesia había puesto tradicionalmente en «la vida de la mente» cuando forjaba y formulaba sus futuros caminos? ¿Reconocimos que las Escrituras promueven el cultivo y el uso del intelecto? En general, yo creo que creímos que nuestros cimientos estaban más o menos seguros y por tanto hicimos muy poca crítica de sí mismos. Con ansiedad escatológica,

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nos seguimos desarrollando sobre los inseguros cimientos de una fe de expe­riencia en vez de una base más equilibrada de emoción y razón, experiencia e intelecto, piedad y conocimiento.

El principio de la crítica de uno mismo es una condición básica e indis­pensable para cualquier tipo de crecimiento: social, filosófico, moral, intelec­tual o espiritual. Cuando nos negamos a participar en una crítica de nosotros mismos, o cuando ignoramos el escrutinio de afuera, construimos un refu­gio de deliberada ignorancia que, con más frecuencia que no, trae consigo terquedad intelectual y arrogancia espiritual. El débil razonamiento, que es algo como «No se puede discutir con el éxito», o «Dios no nos bendeciría si estuviéramos equivocados» es resultado de un tipo de santa idolatría que con frecuencia es el resultado de opciones demasiado simples e ingenuas sobre la Palabra de Dios. Estos débiles argumentos suenan bien hasta que nos damos cuenta de que los mormones y los musulmanes, la fe Bahai y el budismo y todos esos por el estilo, dicen lo mismo.

Si deseamos poseer la verdad, gozar de genuina certeza, mantener la capacidad de procesar ideas y aprender durante toda la vida, es necesario que seamos diestros a la hora de renunciar a nuestros errores. Pero antes de poder hacerlo, debemos ser capaces de reconocer nuestros errores. Esto exige que nos corrijamos a nosotros mismos, 10 que a su vez depende de nuestra capaci­dad para aceptar la crítica. A los treinta o cuarenta años nuestro movimiento todavía estaba progresando impresionante mente. Era un organismo devoto marcado por los milagros y el celo. Estaba compuesto de gente que testifica­ba, oraba, buscaba de Dios, amaba a Dios. Sin embargo, no era un pueblo que tenía pasión por amar a Dios con toda la mente. San Agustín, en la antigüedad, al reflejar en el drama posterior a su conversión, dijo: «Mi pecado era todavía más incurable porque yo imaginaba que no era pecador». La mayoría de los pentecostales se imaginaban que no eran anti-intelectuales, y por tanto su pre­juicio era todavía más incurable.

En este capítulo vamos a conocer a uno de los ingenieros dominantes que llegó poco después del tembloroso cruce de los siglos diecinueve y veinte para inspeccionar más escrupulosamente nuestros cimientos. 1l"ató desespe­radamente de estimular nuestro pensamiento sobre el pensar y ofreció sabios consejos para remediar nuestra falta de equilibrio. Además de sus intentos, yo ofreceré algunas de las variadas formas y medios por los cuales el anti-intelec­tualismo ha llegado hasta nosotros, los modernos del evangelio completo.

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La mente llena del Espíritu en los tiempos modernos

¿HAY UN INGENIERO EN CASA?

Donald Gee (1891-1966) era un «vidente» lleno del Espíritu -un ingeniero escudriñador- de los primeros días de la historia del pentecostalismo. Du­rante medio siglo Gee viajó por todo el mundo, tanto confirmando el poder de Dios en el movimiento como también comunicando la necesidad de un mensaje pentecostal bien equilibrado. Asumió las responsabilidades difíciles y no populares que frecuentemente van con el territorio profético. Por su amor hacia el movimiento pentecostal, confrontó sus posibles peligros, poniendo el dedo en los expuestos nervios de los excesos e inconstancias que, con más frecuencia que no, acompañan el éxtasis de una fe altamente emocional.

Gee no era de esos monótonos estirados que se asustaban al pensar en la alabanza demostrativa y que se inquietaban por el fenómeno enviado del cielo. Sentía fervor por la presencia perceptible de un Dios santo, pero mantenía un intelecto prendido en fuego, 10 que era una rara combinación entre los rangos pentecostales carismáticos de ese tiempo. Sobre el tema de la milagrosa inter­vención de Dios, Gee contendía que la manifestación de las sanidades sobrena­turales no solo daba vida y encendían nuevas obras de la iglesia sino que eran, en un sentido real, la vida misma de Cristo que emanaba de las manos y de los corazones de los miembros de su cuerpo. Sin embargo, dando equilibrio a la doctrina, reprendía a los que exageraban clamores de sanidad o que negaban el evidente padecimiento físico de la persona para la supuesta gloria de Dios.1

Ese mismo equilibrio convincente se puede detectar en todos los dife­rentes temas sobre los que enseñó. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial apoyó ávidamente la causa de los Aliados, pero advirtió a las masas pentecostales en contra del error demasiado común de ofrecer una lealtad me­cánica a la política de nuestro gobierno. «Patriotismo sin pensar», lo llamó él: una devoción impulsiva basada en la simple emoción. Sobre el fenómeno de «la unción» y de los dones espirituales, él creía que estas intervenciones sobrenaturales permitían que los siervos de Dios sobresalieran mucho más de lo que lograrían sobresalir de otra manera, aun con las mejores capacidades naturales. Al mismo tiempo, argüía que «el ministerio que Dios ha dado no debe confundirse con el perezoso y descuidado hábito de algunos predicado­res que desperdician preciosas horas que deberían pasar en preparación ... ¡Un verdadero profeta necesita preparación! »2

En medio de abundantes convulsiones culturales y filosóficas, Donald Gee siguió sosteniendo un estandarte contra las tentadoras tendencias de la época. Pero después de cincuenta años de observar a su atesorado movimien­to, a Gee no le impresionó su mejora intelectual. En los años finales de su mi­nisterio se lamentó por los cientos de creyentes que profesaban ser llenos del Espíritu pero que desfilaban exhibiéndose como superestrellas espirituales. Se

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decepcionó porque después de treinta y cinco años de historia (1966), el pue­blo pentecostal, en gran parte, todavía exhibía una obsesión hacia lo emocio­nal, lo espectacular y la búsqueda de señales. La fabricación de doctrina arran­cada de textos aislados, la interpretación de la Escritura basada solamente en la opinión, la mala interpretación de tomar los sentimientos por fe y apartarse de la responsabilidad a favor de las llamadas direcciones, fueron todas ellas acusaciones que hizo en contra de las confraternidades del evangelio completo de su época.3

Además, Gee estaba convencido de que mientras los pentecostales ex­plotaran la Escritura de maneras supersticiosas y creyeran que «la unción» venía como resultado de citar a gritos versículos de la Biblia, habría muy poco progreso en el uso intelectual de la Palabra de Dios. También habló de la tenta­ción entre el pueblo pentecostal de especialmente confundir la agitación de la emoción con el Espíritu Santo. Para Donald Gee, los dones del Espíritu ope­raban «a través del entendimiento, o de la mente, o del intelecto del creyente que estaba lleno del Espíritu». Por un lado, él sabía que los creyentes deben ser animados con sana instrucción. Por otro lado, él se daba cuenta de que los que más necesitaban enseñanza con frecuencia poseían una «indisposición a ser enseñados» y estaban aptos a creer que siempre tenían razón porque sentían que habían sido divinamente dirigidos. ¡Estas advertencias están en armonía con el tono de la expresión profética: simultáneamente antiguas pero al mismo tiempo contemporáneas, tan refrescantes como raras y tan excepcio­nales como esenciales!4

El hermano Gee ha sido recordado como «El apóstol del equilibrio», «El apologeta del pentecostalismo» y como el que «está en el nivel más alto de contribución al movimiento pentecostal americano». Otro escritor afirma de Gee que fue «extremadamente importante para el éxito del movimiento pente­costal cuando un creciente fanatismo y una tendencia hacia el exceso emocio­nal amenazaban nuestra supervivencia». Además, la bien conocida historiadb­ra del pentecostalismo, Edith Blumhofer, pronuncia este impresionante juicio sobre el hombre: «Un hombre notable, conocido por luchar preventivamente con asuntos problemáticos y controvertidos, Gee era ampliamente reverencia­do como un estadista pentecostal y se puede sostener que es el representante más astuto que el movimiento ha producido hasta hoy».5

Así que de nuevo se podría plantear la pregunta: ¿Cómo respondieron los movimientos llenos del Espíritu de las décadas de 1940, 1950 Y 1960 a las di­rectivas de Gee? ¿Las iglesias pentecostales tomaron en serio el pronóstico que ofreció este ingeniero, un adivinador que consideraba que ciertas porciones de nuestro cimiento «necesitaban reparación»? ¿Tratamos de excavar más profun­damente los pozos de nuestro pensamiento que de otra manera no eran profun­dos? ¿O poseíamos una indisposición a ser enseñados, habiendo sido llamados

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una vez más por dirección divina y unciones incuestionables, empujándonos, pero de nuevo, para seguir nuestros propios sentimientos infalibles? Solo el fu­turo traerá a la luz las respuestas a estas preguntas, ¡y nosotros somos el futuro!

SUTILEZAS ANTI-INTELECTUALES

No hay duda de que para el final del ministerio de Gee, el agudo y agresivo anti-intelectualismo que era tan evidente en nuestros primeros años había sido desafilado. No obstante, de muchas maneras, el prejuicio continuó manifes­tándose. Una de las maneras en que esto tuvo lugar fue por medio de la sutil influencia de la literatura popular. En el limitado espacio siguiente, ofreceré solo unos cuantos ejemplos de cómo esta presuposición ha manchado la pági­na impresa y el discurso oral.

Es importante mantener en mente que todas las personalidades que resal­tamos en los capítulos anteriores, en este capítulo y en los dos que siguen, se han dirigido a millones, en persona y por imprenta. Esto es significativo y trae consecuencias colosales. Con frecuencia son los excepcionalmente populares entre el público cristiano los que suelen promover el prejuicio contra la mente. Esto, en sí, tiene mayores repercusiones para los que como nosotros son pasto­res locales, misioneros o hacedores de discípulos. Cuando un libro popular ha caído de la lista de los éxitos de librería, o cuando el evangelista y su equipo han dejado las ondas del aire o se ha ido de la ciudad, nos queda la difícil tarea de pastorear a los que han sido arrastrados por la poderosa voz de un nombre bien conocido, la voz del que ha sembrado semillas de escepticismo sobre el valor del intelecto en el corazón de los oyentes o de los lectores.

A principios de los 1940, Carl Brumback escribió una admirable apo­logética para la experiencia pentecostal, titulada What Meaneth This? [¿Qué quiere decir esto?]. Su caso a favor de la causa pentecostal contiene muchos puntos excelentes y persuasivos. Y aunque había, y todavía hay, una necesi­dad de más obras de esta naturaleza, parece que él promueve en parte una leve inclinación en contra de la razón que Dios nos ha dado. Por supuesto, siempre que alguien trata de dirigirse a un tema que ha sido descuidado por mucho tiempo, corre el riesgo de aparecer sin equilibrio (sin excluir a los presentes). De nuevo, no es que el libro esté patentemente en contra de la mente; pero todos conocemos el poder de la sutileza, elusivo pero potencialmente injurio­SO.6

Es cierto que por medio de su libro (que fue altamente promovido du­rante tres décadas), el autor demostró que los creyentes de la persuasión pen­tecostal podían defender el trinitarianismo y la doctrina bíblica de ser llenos del Espíritu Santo. ¡No obstante, faltó a la hora de ayudar a los pentecostales

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a ver que es el intelecto y el uso de la razón de lo que dependemos principal­mente para poder ejecutar esa misma defensa! Este es un error fundamental que muchos cometen al tratar de hacer campaña por la obra sobrenatural y experimental del Espíritu. Donald Gee, en cambio, se encarga de esta base al declarar: «Si la plenitud del Espíritu es emocional, también es intelectual» y «Seamos totalmente claros en que el bautismo quiere decir recelo intelectual de la verdad». 7 El último método, más juicioso, defiende la experiencia y tam­bién ofrece los medios para defenderla.

Al tratar con la enseñanza de Pablo sobre las lenguas, Brumback insiste en la noción de que para la mente humana no es posible formar las clases de palabras asociadas con el hablar en lenguas. «No son entendidas por la men­te», puesto que «no tienen nada que ver con la mente ni con el intelecto del hombre». Y con un giro de sarcasmo, pregunta: «¿Qué has dicho, Pablo? ¿Que tu entendimiento fue infructífero cuando hablaste en lenguas? ¿Quieres decir que en tu vida llena del Espíritu de verdad experimentaste momentos en los que tu maravillosamente iluminada mente estaba pasiva?» Aunque cabe duda de que se pueda hallar verdad en sus proposiciones, esta insistencia y este tipo de cáustico castigo ofrecen innecesariamente material para los apetitos anti­intelectuales.8

Cierto es que ciertamente existe la deificación de la razón; por tanto, el creyente debe cuidarse de no caer en este error. Pero este definitivamente no es el problema en el ambiente pentecostal carismático. Nuestro obstáculo es el anti-intelectualismo. Y siendo este el caso, se debe tener cuidado de no re­forzar este problema; sin embargo, eso es exactamente lo que tienden a hacer declaraciones como la anterior, pues de ellas se puede recibir la impresión de que algunos igualan la abstinencia de pensamiento con la profundidad de espiritualidad (la misma impresión que dan los primeros escritos de Azusa). Pablo sí nos instruye a que dejemos de pensar, pero a que dejemos de pensar como niños y a que pensemos como adultos (1 Co 14:20).

Sabemos que la sola investigación racionalista no puede ni descubrir la verdad de Dios que de otra manera está velada, ni tener la más mínima parte en merecer la salvación; pero tampoco lo puede la nutrición, y sin nutrir el cuerpo, morimos. Hablamos abiertamente del valor de la nutrición sin quitarle valor a la intervención sobrenatural de Dios, pues sabemos que ambas tienen su parte en la vida del bienestar. Por tanto, solo porque el intelecto o el poder para razonar no pueda hacer ciertas cosas no quiere decir que no puede hacer nada. Si yo puedo escribir un libro sobre el valor de la «vida intelectual» sin tener que difamar lo sobrenatural, así también se debe poder escribir sobre la validez del bautismo del Espíritu sin restarle importancia a la vida de la mente.

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El libro de Brumback es una obra de notable valor que provoca a pensar, especialmente a los que luchan con la pertinencia de las lenguas para hoy. Sin embargo, yo encuentro que refuerza innecesariamente el mismo espectro que nos persigue: el prejuicio en contra de la mente. Resulta interesante que en sus palabras finales, Brumback termine haciendo lo que muchos otros han hecho al hablar en contra de la mercancía de la razón. Dése cuenta de que él dice: «Confiamos en que esta respuesta pentecostal a la pregunta pentecostal de "¿Qué quiere decir esto?" sea lo suficientemente razonable para satisfacer su mente» (énfasis mío).9 Hay dos lecciones que podemos aprender de esta declara­ción. Primero, es necesario el uso de la razón, aplicado a través de la mente, para probar que la intervención sobrenatural de Dios en nuestra vida es razonable. Segundo, ¡es necesaria la razón para probar que la razón no es nuestro todo! Seguramente no es imposible sintetizar los dos.

LA DÉCADA DE 1960 Y AÑOS POSTERIORES

Aunque los institutos de preparación abundaban en los campos pentecostales carismáticos, las resurgentes olas de afecciones anti-intelectuales arrasaban con quienes se adherían a ellas. Hay pocas dudas de que la revolución contra­cultural de las décadas de 1960 y 1970 influyó la vida de la mente tanto del populacho secular como del sagrado. En este período de perplejismo filosófi­co, el sentimentalismo triunfó sobre lo racional y, en nombre del amor, la sen­sación marginó a la lógica. En este ambiente etéreo, la experiencia destronó al mero conocimiento y los atentados por «escapar de la realidad» lanzaron a la nación a una hacia las regiones relativistas, existencialistas, un lugar donde el himno eran los «sentimientos, -nada más que sentimientos-», y donde las mentes vacías parecían ser sinónimas de la espiritualidad. En medio de todo esto, sin duda fuimos vacunados en contra de la vida de la mente.

y EL RITMO SIGUE ...

La clara indiferencia hacia la vida de la mente durante las décadas de 1980 y 1990 me puso en alerta ante el hecho de que teníamos un problema serio. Hasta mediados de los 1990 yo había invertido poco esfuerzo en buscar la actitud histórica de nuestro movimiento hacia el intelecto. Era conciente del prejuicio contemporáneo, pero no lo veía necesariamente como el fruto de nuestras raíces. Veía y oía suficiente evidencia desde los bancos y el púlpito, de parte de estudiantes, profesores y en publicaciones pentecostales carismá-

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ticas, sin tener que despertar los fantasmas del anti-intelectualismo del pasado pentecostal.

A las pocas semanas de haber llegado a Cristo, creyentes bien intencio­nados comenzaron a enterrarme con sus libros favoritos. En una visita con­creta al hogar de la «abuela de la iglesia», salí con doce volúmenes livianos, doblando la cantidad de forraje de evangelio completo que me esperaba en una tabla fijada en la pared alIado de mi cama. Entre los libros que llegaron a mi posesión había un delgado folleto escrito en 1970 por Williard Cantelon, titulado El bautismo del Espíritu Santo. Es simplemente una corta explicación y defensa de su título. En este folleto la actitud de Cantelon replicaba la de muchos otros que escribían sobre el mismo tema. Informaba al buscador (de forma confusa) que «dos facultades, las últimas que se tienen que entregar, siempre son la mente del hombre y su lengua»lO (¿dónde cabe la voluntad?). Él iguala la bendición de ser lleno del Espíritu con vaciar la mente, y también acierta que la debe entregarse, diciendo que activa ni ser

fructífera cmu1llo t~:~:;~III,,¡=: Como tlllnlJack, C

escribe:

convencido

V",''''''''''V espiritual na.~lDllelntp espiritual». 11 El

que es confuso es lógico. Es que no sabía

absolutamente

Yo recibí el conocido tratado de John Sherrill (cientos de miles fueron impresos) titulado Hablan en otras lenguas el mismo día que recibí el libro de Cantelon. Aunque el libro de Sherrill ayudó a multitudes en la búsqueda de la plenitud en el Espíritu, como Cantelon, sus escritos también cortejan una incli­nación en contra de las cosas intelectuales. Sherill anota una conversación que tuvo con un estudiante seminarista inmediatamente antes de su conversión. El estudiante le dijo que Nicodemo (Juan 3) fracasó al tratar de comprender las cosas espirituales porque razonó. Él (el estudiante) tejió su propia «lógica» al decir con seguridad que «la razón de Nicodemo era una lógica; el simple hecho de que usara la lógica le evitó lograr el éxito en su búsqueda del reino». ((No es la lógica sino una experiencia lo que nos dice quién es Cristo», fue su argumento final. 12

Sherrill cuenta que a la siguiente mañana su vecina también le dio pala­bras de sabiduría sobre el asunto de la salvación. Ella le aconsejó lo siguiente: «Tú estás tratando de acercarte al cristianismo a través de la mente; y la verdad es que no se puede hacer de ese modo ... no puedes llegar a él por medio del

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ticas, sin tener que despertar los fantasmas del anti-intelectualismo del pasado pentecostal.

A las pocas semanas de haber llegado a Cristo, creyentes bien intencio­nados comenzaron a enterrarme con sus libros favoritos. En una visita con­creta al hogar de la «abuela de la iglesia», salí con doce volúmenes livianos, doblando la cantidad de forraje de evangelio completo que me esperaba en una tabla fijada en la pared alIado de mi cama. Entre los libros que llegaron a mi posesión había un delgado folleto escrito en 1970 por Williard Cantelon, titulado El bautismo del Espíritu Santo. Es simplemente una corta explicación y defensa de su título. En este folleto la actitud de Cantelon replicaba la de muchos otros que escribían sobre el mismo tema. Informaba al buscador (de forma confusa) que «dos facultades, las últimas que se tienen que entregar, siempre son la mente del hombre y su lengua»lO (¿dónde cabe la voluntad?). Él iguala la bendición de ser lleno del Espíritu con vaciar la mente, y también acierta que la debe entregarse, diciendo que activa ni ser

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escribe:

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que es confuso es lógico. Es que no sabía

absolutamente

Yo recibí el conocido tratado de John Sherrill (cientos de miles fueron impresos) titulado Hablan en otras lenguas el mismo día que recibí el libro de Cantelon. Aunque el libro de Sherrill ayudó a multitudes en la búsqueda de la plenitud en el Espíritu, como Cantelon, sus escritos también cortejan una incli­nación en contra de las cosas intelectuales. Sherill anota una conversación que tuvo con un estudiante seminarista inmediatamente antes de su conversión. El estudiante le dijo que Nicodemo (Juan 3) fracasó al tratar de comprender las cosas espirituales porque razonó. Él (el estudiante) tejió su propia «lógica» al decir con seguridad que «la razón de Nicodemo era una lógica; el simple hecho de que usara la lógica le evitó lograr el éxito en su búsqueda del reino». ((No es la lógica sino una experiencia lo que nos dice quién es Cristo», fue su argumento final. 12

Sherrill cuenta que a la siguiente mañana su vecina también le dio pala­bras de sabiduría sobre el asunto de la salvación. Ella le aconsejó lo siguiente: «Tú estás tratando de acercarte al cristianismo a través de la mente; y la verdad es que no se puede hacer de ese modo ... no puedes llegar a él por medio del

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intelecto». Por fin, ella exclamó: «Eso es lo que espero que te suceda hoya ti. .. que sin comprender, sin siquiera saber por qué, digas que "sí" a Cristo» (énfasis mío). 13 j Bienvenido al evangelismo moderno!

Entre los muchos libros que tengo, escritos por creyentes del evangelio completo, pocos son los que tienen un saborcillo a bullicioso anti-intelectua­lismo. Pero muchos sutilmente advierten en contra de mezclar los asuntos de la mente con la experiencia espiritual. Es este constante aluvión de «la mente no», «la cabeza no», «la lógica no», «el intelecto no», sino «el Espíritu» lo que ha sembrado profundamente las semillas de este prejuicio en el suelo del alma llena del Espíritu. Recuerde que Jesús dijo que «sí» al espíritu ya la mente.

Otro ejemplo de este prejuicio intelectual es aparente en un libro que conseguí pocas semanas antes de escribir este capítulo. El libro es A Touch of Glory [Un toque de gloria], escrito por Lindell Cooley. Al describir los «rostros de avivamiento», o sea, a los que asistían a los cultos de la Asamblea de Dios de Brownsville, en Pensacola, Florida, Cooley distingue entre los que «parece que tienen hambre de verdad» y los que tienen «rostros intelectua­les». Ahora, hay gente de aspecto humilde, expresiones preocupadas, rostros que reflejan desesperación y portes orgullosos, pero no hay categoría para determinar el intelecto de la persona. Cooley quizás quiere decir que algunos parecían escépticos, burlones o dudosos. Es desafortunado y extraño que un alto respeto por el intelecto o una sospecha de engaño se equiparen con una falta de hambre por las cosas espirituales. Pero esta actitud no es tan rara como desearíamos que fuera. 14

ANTI-INTELECTUALlSMO GOTA A GOTA

Hay muchas señales de este problema en nuestro movimiento, y se presentan de formas muy diferentes. Yo he hablado sobre el tema con casi doscientos pastores; muchos sienten lo mismo. He realizado encuestas entre casi 1,300 laicos sobre los hábitos de lectura, opiniones sobre la mente y conocimiento de nuestra propia historia; por lo general, exhiben una coherente sospecha de las empresas intelectuales. Yen trece de los veintiséis países a los que he viajado, los líderes dentro del movimiento pentecostal carismático han expresado su preocupación por las variantes formas de anti-intelectualismo.

Además, hay indicaciones de que nuestro movimiento todavía está muy atrasado en la búsqueda de preparación académica a nivel universitario. Vea­mos, por ejemplo, la masiva encuesta de 1993 en la que se preguntó a 113,000 personas sobre su creencia religiosa y su nivel de preparación. De los trein­ta grupos religiosos incluidos en la encuesta, los pentecostaIes ocuparon el puesto veintiocho. Eso quiere decir que solo dos grupos más (uno fue el de

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los Testigos de Jehová) tenían menos graduados de universidades que nuestro movimiento. Esto puede ser difícil de creer, pero también lo es el hecho de que esta sea la primera generación en la historia de Estados Unidos cuyos hijos están menos preparados que sus padres.15

Una encuesta nacional del año 2000, llevada a cabo entre 14,301 congre­gaciones demuestra resultados parecidos. En las Asambleas de Dios (quizás el promotor pentecostal carismático de alta preparación más progresista y más fuerte) solo el 12.7% de sus pastores posee títulos de maestría o doctorado. Esto contrasta con el 61 % de pastores en las otras cuarenta denominaciones de la encuesta. Cuando se le pidió a las iglesias de las Asambleas de Dios que pu­sieran en orden los asuntos de más importancia para la adoración, la Escritura recibió el 76.4%, la presencia del Espíritu Santo recibió el 22.9% y la razón humana y el entendimiento recibieron solo la tercera parte del 1 %. Además, más de 14% de los encuestados creía que la doctrina y los credos históricos tienen poca o ninguna importancia.

De todos los números de la encuesta anterior, quizás uno de los más reveladores y más graves resulte el hecho de que uno de cada seis (17%) cree que la razón y el entendimiento tienen «poca o ninguna» importancia para la gente de fe; ¡esto dice volúmenes! Combine esto con el hecho de que (como documentan los autores) los graduados de universidades de las iglesias más grandes, más progresistas, eran más propensos a tomarse tiempo para res­ponder la encuesta. Si estos son los resultados de las Asambleas de Dios, me pregunto ¿cómo serán las estadísticas si respondiera el asistente promedio de la iglesia promedio en todas las denominaciones pentecostales?16

Nuestra falta de interés por los asuntos intelectuales, artísticos, sociales, políticos, filosóficos y científicos dice muchísimo. La falta de predicación o de escritos sobre el valor de la vida de la mente y nuestra falta de enseñanza sobre apologética y las cosmovisiones son más muestras de nuestro prejuicio contra lo intelectual. Además, ¿algún pentecostal ha escrito un libro sobre el anti-intelectualismo y los medios por los que se puede remediar? Y luego están las citas contemporáneas de fuera y de dentro de nuestros propios ran­gos, que revelan una creciente conciencia de este problema en el mundo del evangelio completo. Además, ¿cómo puede ser que hayamos escapado de las garras del anti-intelectualismo cuando hombres como Sproul, Malik, Henry, Bloom, Noll, Guinness, Sire, Moreland y otros duros analistas han hecho so­nar la alarma sobre la futilidad en nuestras universidades, en nuestras iglesias evangélicas y en nuestra nación en general? Desde los profetas de la cultura hasta las corrientes de pensamiento, y desde los laicos de los bancos de la igle­sia hasta los predicadores en el púlpito, hay evidencia de que nuestras mentes están en peligro.

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Al ponderar sobre las maneras en que se ha manifestado este problema en medio de nosotros, me viene a la mente un conocido en el ministerio, que tiene el hábito de decir: «Bueno, no estoy tratando de ponerme todo teológico contigo», y «No importa, mi mente nunca tiene razÓfi». Y todos quizás hemos oído la ilustración de los «cuarenta y cinco centímetros que hay entre la ca­beza y el corazófi», o los que hablan del «conocimiento del corazón» como obediencia y del «conocimiento de la cabeza» como hipocresía. Pero recuerde que existe el «corazón equivocado», o sea, el corazón con conocimiento que decide no humillarse ante los mandatos de Dios. Además, ¡yo nunca he oído hablar de un alma que funcione que no tenga cabeza!

Estas señales no solo ocurren en los pueblecitos donde no hay nada qué hacer, sino que también hay muchas figuras de influencia entre el evangelio completo que parecen indiferentes ante los peligros de promover el anti-in­telectualismo. Está el tipo que dice que los que tratan de defender la fe están simplemente pidiendo disculpa por la verdad. También afirma que la discusión de la exactitud doctrinal es una pérdida de tiempo total. Otros advierten que la mente siempre lo meterá a uno en problemas espirituales, que la lógica nunca puede ayudar a encontrar el reino de Dios, que Dios ofende a la mente para poder revelar al corazón y que los creyentes siempre están en peligro cuando se dejan llevar por el sentido comúnY

Estos son los tributarios del anti-intelectualismo que son moldeados en la jerga popular, y que luego gotean incesantemente a través de las décadas, hasta formar cascadas dentro de la mente de las masas pentecostales carismá­ticas. Nos demos cuenta o no, esto ha afectado nuestra manera de pensar sobre el pensar y, a su vez, ha alterado la manera en que vivimos, ministramos y adoramos a Dios.

Mientras escribía este capítulo, recibí de parte de mi suegro el número mensual de la revista Charisma. A lo largo de los años, he notado frecuentes tendencias anti-intelectuales y numerosas incongruencias en la lógica en la sección «Letters» (cartas al director) de esta publicación. Ese ejemplar no era diferente. En una carta, un lector sostenía que «Dios no tiene que tener una razón para hacer algo». En otra nota, un lector criticaba públicamente a un líder cristiano en particular por criticar públicamente a otro líder cristiano y argüía que los cristianos no deben discutir. Al final, esta persona presentó el argumento de que los argumentos no tienen ningún valor al ser comparados con las experiencias. ¡Qué red tan enmarañada estamos tejiendoPs

El mismo número de Charisma contiene un artículo titulado «New Gay Pentecostal Denomination Says Homosexuality Isn't Sinful» [Nueva deno­minación pentecostal de homosexuales dice que la homosexualidad no es pe­cado]. Primero se debe entender que la revista en sí no está a favor de esta «denominación homosexuah). Pero aquí está el problema: los congregantes

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homosexuales de este grupo «pentecostal» justifican su postura por medio de la experiencia, no la doctrina. Dicen que «experimentan la misma adoración avivada y los dones espirituales de los que se gozan en las denominaciones pentecostales tradicionales».19 El todo del asunto es este: Si «Dios no tiene que tener una razón para hacer algo» y si «debemos gozar de cualquier cosa que él nos mande» (dos citas directas de la sección de «Cartas»), ¿adónde nos lleva eso? Al tratar con problemas como «pentecostales homosexuales», quedamos sin ningún argumento ni a favor del cristianismo bíblico ni en contra del pen­tecostalismo homosexual. ¡No debemos olvidar que las ideas siempre tienen consecuencias!

LA LUCHA POR EL CAMPO DE BATALLA DE LA MENTE

Deseo ofrecer un último ejemplo de la batalla con la que nos enfrentamos al tratar de amar a Dios con nuestra mente. La autora del éxito de librería del que citaré es extremadamente popular en la arena pentecostal carismática contem­poránea. Personalmente, yo creo que esta persona es tan notable debido a su estilo sensible, directo como un tiro seguro, y desafiante. Mi familia y yo he­mos ayudado a apoyar su ministerio comprando muchas de sus series grabadas y libros y nos hemos beneficiado de su excelente enseñanza. Pero sospecho que después de llamar la atención a algunas de sus declaraciones anti-intelec­tuales, ¡algunos desearán darme a míun tiro seguro! No obstante, necesitamos considerar este ejemplo claro y contemporáneo.

La maestra es Joyce Meyer, el libro es El campo de batalla de la mente, y su audiencia es de millones. Es irónico que estos ejemplos particulares vengan de una obra que se dirige al valor de la mente. Al principio compré este libro para poder dar un ejemplo positivo de cómo una líder carismática se esforzaba por prestarle ayuda a la vida de la mente en nuestro movimiento. Tenga en mente que, en las propias palabras de Meyer, este es el libro «más poderoso y más popular, de más venta» (mucho más de un millón) de todos sus libros.20

Yo me sentí muy animado cuando leí los primeros nueve capítulos. Pare­cía que Meyer estaba desafiando al pueblo del evangelio completo a comenzar a pensar sobre su pensamiento y a hacer uso de la razón que Dios le ha dado. Pero cuando llegué al capítulo titulado «Una mente confusa», el tono del libro parecía haber cambiado. Salomón nos dice: «Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él». Mi corazón comenzó a pensar en el estilo de lógica de Joyce Meyer. Al tratar con las razones por las que el pueblo de Dios se confunde, Meyer pone en la lista razonar (<<pensar lógicamente») como la más culpable. Indica que se incurre en este error cuando la persona trata de averi­guar por qué una enseñanza o hecho es cierto o lógico y contiende que si no

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tememos al poder de la razón, entonces nuestra cabeza nos dirigirá y Satanás nos puede robar fácilmente de la voluntad de Dios.21

Meyer pasa a explicar que a la luz de la predilección de la mente humana por la lógica, el orden y la razón, el creyente no debe ser tentado a invertir tiempo excesivo para tratar de entender todo lo que dice la Palabra de Dios. A la luz de su adicción a razonar, ella escribe sobre cómo Dios le exigió que renunciara a ello. Ella cuenta cómo ya no podía tolerar el dolor y la labor de razonar y que llegó a entender que la condición normal en la que Dios quiere que resida nuestra mente no es el razonamiento. Ella sugiere que cualquiera que sea adicto a razonar debe asimismo tomar la resolución de renunciar a ello, aunque sea «difícil para los seres humanos renunciar al razonamiento y simplemente confiar en Dios». Ella está convencida de que a la larga, el cris­tiano se evitará mucha decepción y confusión y de que el dolor que acompaña a la razón llegará a ser reemplazado por el discernimiento y el conocimiento de revelación.22

Además de leer estas declaraciones en su libro, yo oi a Meyer hablar sobre este tema en la televisión. Refiriéndose a profesores que le habían pre­guntado sobre sus estudios teológicos, declaró: «Todas estas personas creen que son muy inteligentes». Después de preguntas sobre su preparación, ella les contesta con alborozo: «Yo tengo el título más importante de todos; tengo un título del Espíritu Santo». «Yo era una persona de la cabeza», declara, «pero me di cuenta de que no se puede seguir la dirección de Dios y pensar demasia­do» (en ese momento la multitud irrumpe en un fuerte aplauso).23

En la práctica resulta difícil ser coherente con estos tipos de declara­ciones. Aunque Meyer censura el «razonamiento» y «tratar de entender», ella razona y trata de entender. Aunque dice que no debemos pasar excesivo tiempo tratando de entender lo que dice la Palabra, ella pasa a hacer una lista y a comentar sobre cientos de referencias bíblicas en su libro, tratando de entender lo que la Biblia enseña sobre el tema de «la batalla de la mente». Ad~más, dice que hasta que no llegó a entender la enseñanza de Pablo sobre la razón, no pudo ser liberada de ella. Finalmente, mientras se prepara para probar a sus lectores por qué no se deben molestar con tantas razones, declara: «Razonar es peligroso por muchas razones» (énfasis mío).24

Sin duda alguna, hay un lugar donde la mente humana se detiene de re­pente y donde comienza el misterio. ¡Nuestra mente finita no puede comenzar a medir la longitud de la eternidad, la anchura del espacio, dónde la huma­nidad de Cristo supo de su deidad, cómo está formada la Trinidad por tres personas, dónde convergen la soberanía de Dios y el libre albedrío humano ni cómo pudo ser creado todo de la nada! Nuestra mente simplemente no fue for­mada para entender todos los detalles de dichos asuntos, pues la razón nunca descubrirá lo que ha sido la intención de Dios que permanezca escondido. No

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obstante, sin el duro, largo y profundo pensamiento de los Padres de la Iglesia, que minaron y le dieron forma a las doctrinas de la Trinidad y de la verdadera naturaleza de Cristo, quizás nunca hubiéramos gozado de la belleza y de las riquezas de estas enseñanzas. Hay muchas cosas que la razón no puede hacer, pero esas cosas que sí puede hacer deben ser hechas. Bajo el señorío de Cristo. Por ejemplo, ¡la razón nos ayuda a leer el libro de Meyer, que ofrece muchas joyas para ayudarnos a manejar nuestra vida de pensamiento!

Al final, yo creo que la intención de Meyer es tratar con cierto tipo de razonamiento y no con razonar en general. En un lugar de eso, ella escribe del «razonamiento carnal», que parece ser distinto del razonamiento «no carnal». Aunque esto es más verosímil, no es lo que el capítulo comunica. Yo creo (no estoy seguro) que Meyer quiso decir «temof», «preocupaciófl)), «duda)) y «ra­cionalizaciófl)) cuando habla de «lógica)), «razófl)) y «pensar)). La racionaliza­ción es enemiga de la fe, de la humildad, de la sinceridad y de lo sobrenatural; o sea, tratar de dar razones creíbles pero no ciertas. Además, ella tiene razón cuando sugiere que «a la mente humana le gustan la lógica y el orden y la ra­zóm). Nuestro Dios es un Dios que claramente exhibe estos atributos y como somos hechos a su imagen, nosotros también, al reflejar su naturaleza, somos un pueblo de lógica, orden y razón.

Cuando pienso en la extraña relación que hay entre la fe y la razón, me viene a la mente un aspirante universitario. Él razonaba que un predicador pentecostal podría ayudarle con su fe, así que vino a mí. La razón lo llevó a plantear un sinfín de preguntas provocativas e importantes sobre la bondad de Dios y el origen de todo lo que existe. Su razón lo desafiaba a buscar la verdad. Al final, dio un salto de fe --confiando en un sistema de creencias- no basa­do en hechos ni evidencia sino basado en «simple fe)). Al hacerlo, mi amigo escogió entregarse a algo que no podía ser probado: juna tendencia ateísta de la evolución!

Las líneas de batalla no están entre la fe y la razón, puesto que la razón que está en contra de la clara revelación de Dios siempre es errónea, y la fe en la revelación de Dios siempre es correcta. Pero también es cierto que la razón que está alineada con la voluntad de Dios siempre es correcta y que la fe en todo lo que no es verdad de Dios es errónea. Los que como Meyer, Brumback, Sherrill y otros hacen declaraciones negativas sobre la naturaleza de la razón quizás no sean verdaderamente anti-intelectuales en su filosofía de la fe. Y espero no haber malinterpretado a ninguno de mis hermanos en la fe. Quizás algunos de ellos podrían haber explicado mejor lo que quieren decir. Pero a donde quiero llegar es simplemente a que al hacer estas declaraciones tienden a reforzar la inclinación en contra del valor de la razón en la mente del lector u oyente. Y esto es lo que debemos tener cuidado de no hacer.

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La mente llena del Espíritu en los tiempos modernos

UNA ESPECIE, MUCHOS HíBRIDOS

Una pequeña minoría de dentro de los círculos de los que son llenos del Es­píritu promueve un equilibrio entre los aspectos experimentales de la fe y los aspectos intelectuales. Yo me he topado con, o leído, sobre muchos de los hombres y mujeres extraordinarios de nuestro movimiento de todo el mundo que están entre los de vanguardia en los campos académicos, políticos, artísti­cos y de cambio social. Algunos han vencido desventajas, han ido contra la co­rriente y, aunque no han sido comprendidos, personalmente han conquistado las corrientes del anti-intelectualismo. Otros han tenido la suficiente fortuna de pertenecer a ese diminutivo contingente de dentro de nuestros rangos que enseña que el discipulado de la mente es una parte integral de la madurez es­piritual. Pero esto mayormente es la excepción, no la regla.

Hay prominentes líderes pentecostales carismáticos que abogan por un uso limitado del intelecto en la vida espiritual. Otros rebajan los dones cog­nitivos al nivel de un enemigo (todos excepto los que sus editores necesitan para publicar sus libros). Unos pocos señalan la importancia de la mente, pero son extremadamente intolerantes en la forma en que consideran el tema. Estos imaginan que la «vida de la mente» está limitada a lo que uno piensa, y no re­conocen el incalculable valor de vigorizar la vida intelectual en sÍ. Finalmente, existen los que dan toda clase de definiciones caseras a los elementos que se relacionan con la mente (razón, lógica, intelecto, etc.), con frecuencia toman­do prestadas las descripciones y los análisis del mundo no cristiano. Como se mencionó, estas variaciones del problema pueden desenredar las marañas del anti-intelectualismo. Además, cuando se cuelan dentro de los rangos de los laicos, producen tendencias e híbridos todavía más exóticos de esta irracional especie.

En 1999 yo llevé a cabo tres encuestas sobre «la vida de la mente» para determinar si lo que yo creía haber percibido constantemente era, de hecho, el punto de vista que prevalecía. Para la primera encuesta, un total de doscientas iglesias (desde quince a mil quinientos asistentes) recibieron mi cuestionario. Lo que yo había descubierto ser verdad en quince años de ministerio fue, hasta un mayor grado, el caso entre los 1,296 que respondieron (aproximadamente cuatro por ciento respondieron). Esta encuesta simplemente ofrecía dieciséis temas. Se les pidió a los participantes que indicaran, en una escala de «dos a diez», el valor que le daban a los diferentes temas.

El punto fundamental de la encuesta mostró que estos creyentes pen­tecostales carismáticos consideraban la guerra espiritual, el corazón, la ex­periencia, las lenguas, la demonología y los dones como los elementos más valorados. Estos recibieron un promedio de 8.75 en la escala. Al otro extremo, estaban el intelecto, leer literatura clásica, estudiar historia, la cabeza, la

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¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?

apologética, la lógica, la teología y la razón. Juntos, estos temas ocuparon un 4,25. ¡Es interesante que sin la cabeza, el intelecto, la lógica ni la razón, uno no puede ni siquiera comprender las instrucciones de la encuesta misma, mucho menos delinear dónde pertenece cada tema en la escala (según su eva­luación)! Los resultados de esta encuesta me confirmaron otra vez que esta inclinación en contra del intelecto es real, constante y que probablemente pasa desapercibida entre el constituyente promedio de nuestro movimiento.

Estamos rodeados del problema de la inclinación a estar en contra del intelecto. Si usted pone atención, lo oirá. Solo en el par de semanas transcu­rridas antes de terminar este capítulo, he tenido la desafortunada oportunidad de oír decir a un pastor que siempre que oye a un predicador mencionar la necesidad de alta preparación académica, cierra sus oídos a la voz de ese pre­dicador. También oí a un maestro de escuela dominical denigrar la biblioteca de la iglesia porque había demasiado material teológico «sesudo». Cuando hace poco le pregunté a un misionero que establece escuelas en otros países si se enseñaba apologética en sus escuelas cristianas, dijo que, en su opinión, la mayoría de las personas de otros países no poseen la capacidad mental para tratar con temas tan complicados. Finalmente, cuando compartí con un pro­fesor de evangelismo que Jonathan Edwards era filósofo, el tipo simplemente dijo que para Edwards la filosofía debió haber sido solo un pasatiempo antes de negar a Cristo. Con esto, él estaba insinuando que no es posible ser predi­cador evangelista y filósofo simultáneamente.

¡Todas estas cuatro declaraciones fueron de pentecostales! El problema de restarle importancia al intelecto o de sospechar de la razón todavía está entre nosotros; y viene en tantas formas y tamaños como uno se pueda ima­ginar.

CONCLUSiÓN

A diferencia de la mayoría de nuestros críticos, que por lo general están fuera de nuestro movimiento, yo he ido a Brumback, Meyer, Gee, Bennett, Sherrill, la revista Charisma y muchos de los demás, no para criticar ni examinarlos sino para encender mi fe. Aunque yo señalo el confuso capítulo de Meyer sobre la «Confusión», en el pasado yo me beneficié de muchas de sus series grabadas. También he citado a Lindel1 Cooley, pero esto no es 10 mismo que decir que no estoy de acuerdo con todo, ni con mucho, de su libro. Mi familia y yo viajamos 1,400 millas para estar de pie en las prolongadas filas fuera de la Asamblea de Dios de Brownsville, en Pensacola, Florida. En cada uno de los cultos a los que asistimos, mi corazón nunca dejó de recibir un desafío y

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apologética, la lógica, la teología y la razón. Juntos, estos temas ocuparon un 4,25. ¡Es interesante que sin la cabeza, el intelecto, la lógica ni la razón, uno no puede ni siquiera comprender las instrucciones de la encuesta misma, mucho menos delinear dónde pertenece cada tema en la escala (según su eva­luación)! Los resultados de esta encuesta me confirmaron otra vez que esta inclinación en contra del intelecto es real, constante y que probablemente pasa desapercibida entre el constituyente promedio de nuestro movimiento.

Estamos rodeados del problema de la inclinación a estar en contra del intelecto. Si usted pone atención, lo oirá. Solo en el par de semanas transcu­rridas antes de terminar este capítulo, he tenido la desafortunada oportunidad de oír decir a un pastor que siempre que oye a un predicador mencionar la necesidad de alta preparación académica, cierra sus oídos a la voz de ese pre­dicador. También oí a un maestro de escuela dominical denigrar la biblioteca de la iglesia porque había demasiado material teológico «sesudo». Cuando hace poco le pregunté a un misionero que establece escuelas en otros países si se enseñaba apologética en sus escuelas cristianas, dijo que, en su opinión, la mayoría de las personas de otros países no poseen la capacidad mental para tratar con temas tan complicados. Finalmente, cuando compartí con un pro­fesor de evangelismo que Jonathan Edwards era filósofo, el tipo simplemente dijo que para Edwards la filosofía debió haber sido solo un pasatiempo antes de negar a Cristo. Con esto, él estaba insinuando que no es posible ser predi­cador evangelista y filósofo simultáneamente.

¡Todas estas cuatro declaraciones fueron de pentecostales! El problema de restarle importancia al intelecto o de sospechar de la razón todavía está entre nosotros; y viene en tantas formas y tamaños como uno se pueda ima­ginar.

CONCLUSiÓN

A diferencia de la mayoría de nuestros críticos, que por lo general están fuera de nuestro movimiento, yo he ido a Brumback, Meyer, Gee, Bennett, Sherrill, la revista Charisma y muchos de los demás, no para criticar ni examinarlos sino para encender mi fe. Aunque yo señalo el confuso capítulo de Meyer sobre la «Confusión», en el pasado yo me beneficié de muchas de sus series grabadas. También he citado a Lindel1 Cooley, pero esto no es 10 mismo que decir que no estoy de acuerdo con todo, ni con mucho, de su libro. Mi familia y yo viajamos 1,400 millas para estar de pie en las prolongadas filas fuera de la Asamblea de Dios de Brownsville, en Pensacola, Florida. En cada uno de los cultos a los que asistimos, mi corazón nunca dejó de recibir un desafío y

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La mente llena del Espíritu en los tiempos modernos

una buena dosis de esperanza y de enriquecimiento, no solo a través de los mensajes predicados sino también a través de la música de Lindell.

He tratado de indicar lo que me parecen ser declaraciones (hechas por algunos de mis hermanos llenos del Espíritu) que pueden darle fuerza a las convicciones anti-intelectuales en la mente de los oyentes o lectores. Como usted ha visto -y seguirá viendo a lo largo de este libro- a los que he citado como que hablan o escriben una declaración cuestionable, también he tratado de dar sinceros cumplidos. j Quizás no sea lo natural, pero ciertamente es lo correcto!

Cuando ofrecemos medidas correctivas a nuestros hijos, a un amigo o a un alma perdida en necesidad, no condenamos todo lo que hacen. Más bien, ayudamos a guiarlos, aislando el problema de su vida y ofreciéndoles solucio­nes, todo mientras seguimos amándolos. Con demasiada frecuencia comete­mos el error de renunciar a un ministerio o individuo por algún desacuerdo que tenemos con ellos sobre un par de asuntos, porque han hecho algo insensato o porque han tenido algún fracaso aislado. Millones de personas le han hecho esto mismo al movimiento pentecostal carismático. Y nosotros le hemos he­cho lo mismo a los individuos y denominaciones o iglesias con las que hemos tenido desacuerdos. Esto no debe ser así.

Durante demasiado tiempo el pueblo del evangelio completo ha estado cerrado cuando se le pregunta sobre el tema de «la mente)), y yo creo que lla­mamos a eso mente cerrada. Nuestra prisa por «encender la mente)) es quizás la misma razón por la que en cien años de historia pentecostal, pocos, si es que algunos, han escrito un volumen hecho y derecho sobre este tema. Hemos compuesto montañas de literatura que trata con la importancia de nuestro ser físico (ej., sanidad), pero pocos han escrito sobre nuestra necesidad de glori­ficar a Dios con nuestro ser intelectual. Tenga en mente que no es a base de excluir la experiencia como hemos de fomentar el intelecto, ni tampoco se nos pide que aumentemos nuestra mente a costa de la emoción o de la piedad. El equilibrio es el blanco al que debemos tirar: amar a Dios con cuerpo, espíritu y mente.

Más atrás en este capítulo hablamos de Donald Gee, ingeniero inspector y metafísico del alma pentecostal. Oímos el llanto de su corazón, llamando a los creyentes llenos del Espíritu a arreglar cuentas con la dicotomía no natural entre el entusiasmo y la excelencia mental. Él desafió a nuestros predicadores a que ofrecieran una edificación saturada de estudio e instó a nuestro pueblo laico a confiar menos en el celo sin peso y a apoyarse más en el refrescante céfiro de la razón que Dios nos ha dado. Me pregunto, ¿qué le diría Gee--el apóstol del equilibrio- a nuestro centenario movimiento cuando atraviesa el umbral de un milenio no conocido?

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¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?

Al comienzo del capítulo 5 cité un artículo de la revista Charisma de 1990 en el que el pastor Jack Hayford desafiaba a los lectores a ser más re­ceptivos ante los esfuerzos de los que se arriesgan a desafiamos a volver a considerar uno o más de nuestros actos o creencias. Él compartió con nosotros el hecho de que muchos de dentro de la tradición pentecostal carismática au­tomáticamente rechazan la muy necesaria corrección en el presente por haber sido objeto de injusta crítica en el pasado. Finalmente, nos desafió a tener una mente abierta, a ser tolerantes y sabios cuando se nos pida volver a considerar algunas de las cosas que hemos llegado a creer. Mi pregunta simplemente es: «¿Cómo hemos salido, a la luz de los dos capítulos anteriores?»

Como embajadores llenos del Espíritu para el siglo veintiuno, debemos abandonar nuestra vacilación y amar a Dios con toda nuestra mente, diligen­temente afilando y cuidadosamente utilizando el intelecto que Dios nos dado y así ser del evangelio completo en todo respecto.

.." ...... JI •

NOTAS 1 Donald Gee, The Pentecostal Movement: Including the Story ofthe War Yéars (1940-

1947) [El movimiento pentecostal, incluyendo la historia de los años de la Gue­rra: 1940-1947], Londres, Elim, 1949, p. 33 y 40ss; íb., «nophimos 1 Left Sick» [El nófimo que dejé enfermo], 8-10 (mi profesor de misiones, el Dr. Charles Greenaway, me dio esta obra escrita a máquina en hojas sueltas en 1986); íb., Concerning Spiritual Gifts [Sobre dones espirituales], Gospel Publishing, Sprin­gfield, MO, 1994, p. 53.

2 Donald Gee, Ministry Gifts ofChrist [Dones de Cristo para el ministerio], 1930, se­gún se cita en Pentecostal Experience [Experiencia pentecostal1 de Womack, p. 179; Gee, Concerning Spiritual Gifts [Sobre dones espirituales], p. 13.

3 Donald Gee, Temptations 01 the Spirit-Filled Christ [Tentaciones del cristiano lleno del Espíritu], 1966, según se cita en el capítulo 5 de Pentecostal Experience [Ex­periencia pentecostal1 de Womack, pp. 81, 84, 85, 89, 90, 91 respectivamente.

4 Donald Gee, Concerning Spiritual Gifts [Sobre dones espirituales], p. 141; íb., Temptations y Concerning, según se cita en Pentecostal Experience de Womack, pp. 92, 93, 123.

5 D. D. Bundy, «Donald Gee», en Burgess y McGeem, Dcitionary 01 Pentecostal and Charismatic Movements [Diccionario de movimientos pentecostales y caris­máticos], p. 330; Synan, Aspects 01 Pentecostal-Charismatic Origins [Aspectos de los orígenes pentecostales-carismáticos], p. 218; Menzies, Anointed to Serve [Ungido para servir], p. 171. Womack, Wellsprings 01 the Pentecostal Movement [Fuentes del movimiento pentecostal], p. 269; Bumhofer, The Assemblies [Las Asambleas], 1, p. 48.

6 Carl Brumback, What Meaneth This? [¿Qué significa esto?], Gospel Publishing, Springfield, MO, 1947.

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La mente llena del Espíritu en los tiempos modernos

7 DJ. Wilson, «Carl Brumback», en Burgess y McGee, Dictionary of Pentecostal and Charismatic Movements, [Diccionario de movimientos pentecostales y carismáti­cos], p. 447; Donald Gee,All With OneAccord [Todos en sintonía], Londres, 1961, citado en Womack, Pentecostal Experience [Experiencia pentecostal]"p. 235.

8 Brumback, What Meaneth This? [¿Qué significa esto?], pp. 124-33. 9 Íbid., p. 344. 10 WilIard Cantelon, The Baptism ofthe Holy Spirit and Speaking with Cod in the Unk­

nown Tongue [El bautismo del Espíritu Santo y cómo hablar con Dios en la lengua desconocida J, Logos Intemational, Painfield, NJ, 1970, pp. 17, 20, 52, 71.

II Íbid., p. 77. 12 John SherrilI, They Speak With Other Tongues [Hablan con otras lenguas], Spire,

Westwood, NJ, 1970, p. 10. l3 'Íbid., p. 77. 14 Lindell Cooley, A Touch of Clory [Un toque de gloria], Destiny Image, Shippens­

burg, PA, 1997, p. 10. 15 Barry Kosmin y Seymour Lachman, One Nation under Cod [Una nación bajo Dios],

Random House, Westminster, MD, 1993, p. 45; Charles Sykes, Dumbing Down Our Kids [Entonteciendo a nuestros jóvenes ], (Sí. Martin's, Gordonsville, VA, 1995, p. 121.

16 Para otros resultados relacionados con la teología, doctrina, credos y niveles de preparación académica en las congregaciones, vea los resultados de la encuesta en http://fact.hartsem.edu.

17 Paul Crouch, «Praise-a-Thon» [Maratón de alabanza], 1tinity Broadcasting Network (10 de noviembre de 1987), íb., «Praise-a-Thon», programa en TBN (2 de abril de 1991); Steve HilI, en dos mensajes en la Asamblea de Dios de Brownsville, Pen­sacola, Florida, 1998, y en un programa de televisión llamado «Awake America» [América, despierta], desde Mineápolis; Kenneth Hagin, 1985 reunión Annual Hagin Camp, Tulsa, OK; Jimmy Swaggart, culto en Family Worship Center, Ba­ton Rouge, LA (abril de 1986); John Arnott, The Father's Blessing [La bendición del padre], Creation House, Orlando, FL, 1995, 182; Kenneth Copeland, «The Force of Faith» [La fuerza de la fe], Kenneth Copeland Ministries, Fort Worth, TX, p. 10; íb., Believer's Voice of Victory [La voz de la victoria del creyente], marzo de 1982, 2.

18 «Letters» [Cartas], Charisma, enero 2000,12. 19 «New Gay Pentecostal Denomination Says Homosexuality lsn't Sinful» [Nueva

denominación pentecostal gay afirma que la homosexualidad no es pecado], Ca­risma, enero de 2000, 20.

20 Joyce Meyer, programa «Life in the Word» [Vida en la Palabra] (3 de enero de 2000).

21 Meyer, El campo de batalla de la mente, pp. 11-12, 86, 89. 22 Íbid., pp. 90, 91, 93. 23 Joyce Meyer, programa «Life in the Word» [Vida en la Palabra] (3 de enero de

2000). 24 Íbid., pp. 90, 92.

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1 LAS RAÍCES ANTI-INTELECTUALES EN EL

SIGLO DIECINUEVE

Tendían a darle demasiado énfasis a la inmediata conversión personal a

Cristo en vez de a un estudiado tiempo de reflexión; a la predicación

emocional, simple, popular en vez de a los sermones intelectualmente

cuidadosos y doctrinalmente precisos; y a los sentimientos personales y

a las relaciones con Cristo en vez de a un profundo entendimiento de

la enseñanza y de las ideas cristianas.

J. P. MORELAND, APOLOGISTA CRISTIANO

En 1740 los principales intelectuales de América eran los clérigos ...

En 1 790 \o eran los estadistas.

EDMUND S. MORGAN

El ministerio con educación formal y la preparación teológica ya no

son un experimento. Otras denominaciones los han probado y han

probado ser un perfecto fracaso ... Ciertamente, hemos caído en

tiempos malvados.

PETER CARTWRIGHT, 1810

El hecho poderoso en cuanto a estos protagonistas es que en relación

con la sabiduría acumulada de teología protestante, tenían pocas ideas

y eran poco capaces de celebración. Una revolución religiosa ... que

producía una falta de confianza en las predicaciones calmadas ... un

tipo de justificación por sentimientos más que por fe ... y una división

innecesaria entre la cabeza y el corazón.

PERRY MILLER, GANADOR DEL PREMIO PULlTZER

----------------------~~~p ------

Mientras viajaba por Israel en 1994, tuve la oportunidad de visitar el sitio de Tello Megiddo. Un «tello» es un promontorio que ha resultado de sucesivas capas de ocupación humana. A medida que una civilización

conquistaba y se desvanecía, la siguiente construía sus casas directamente so-

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Las raíces anti-intelectuales en el siglo diecinueve

bre las ruinas de la anterior. Megiddo es el tello que controla el pasaje que hay entre el llano de Sharon y el valle de Jezreel, en la parte norte central de Israel. Nuestro guía nos explicó que este maravilloso punto de ventaja era uno de los puntos militares más estratégicos del país y que su alta elevación ofrece una vista de águila del mismo sitio donde muchos cristianos creen que tendrá lugar la «última batalla», Armagedón (Ap 16:14-16).

Mientras inspeccionaba la losa cubierta de hierba que estaba abajo, se me ocurrió que la vista de la que estaba gozando venía directamente de los pueblos que se habían depositado a sí mismos en la monstruosidad terrenal. Debajo de mis pies estaban apiñados miles de años de historia, representando una acumulación de dinastías fallecidas. Por cada uno de los veinte niveles de civilización, la anterior había funcionado como el cimiento de la próxima y el ángulo en el que cada generación subsiguiente contemplaba el gran campo de batalla abajo había sido alterado por las contribuciones del pueblo que la había antecedido.

Como con Tello Meggido, episodios anteriores de historia ofrecen las claves ocultas para ver el panorama -las creencias- que poseemos nosotros los modernos. Cuando se trata de las raíces de la falta de interés por parte del pentecostalismo por cultivar la vida de la mente, debemos alejarnos mucho del nivel de sus manifestaciones del siglo veintiuno. No es por casualidad por lo que este movimiento llegó a la escena de un siglo que todavía estaba sin tocar (1901) transportando un cargamento entero de bagaje anti-intelectual, que fue la consecuencia religiosa cultural de las fuerzas ideológicas que se habían estado introduciendo sin parar por las fronteras del pensamiento americano. Los primeros creyentes pentecostales poseían un apetito del tamaño de una pinta por las artes liberales, el método científico y la excelencia intelectual primordialmente, porque la marca de espiritualidad que los había alimentado era en sí producto de una disposición nacional que llevaba urdiéndose más de un siglo.

Por tanto, si queremos identificar y entender las nociones pentecostales carismáticas sobre la disciplina mental, la participación cultural y el pensa­miento crítico, debemos excavar la información de las épocas precedentes. Así como los siglos diecinueve y veinte tienen las llaves que abren los mis­terios, los infortunios y la magnificencia del siglo veintiuno, la última parte del siglo dieciocho nos deja ver el apuntalamiento del siglo diecinueve. Si podemos clasificar algunos de los sedimentos filosóficos que están cimenta­dos en lo que somos, podemos entender mejor por qué hemos llegado a pensar de la manera en que pensamos sobre la vida de la mente.

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¿EVANGEUO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?

EL EspíRITU DE LA DEMOCRACIA EN UNA ÉPOCA DE REVOLUCiÓN

Aunque una medida liberal de individualismo, del espíritu pionero y un aire de autonomía acompañó a los peregrinos de la Roca de Plymouth (1620), se tardaron otros ciento cincuenta años en que estos elementos profundamente asentados hicieran erupción en una declaración total de independencia en el nuevo mundo. Este espíritu democrático que estalló en la segunda mitad del siglo dieciocho definió para siempre el temperamento de una tierra ocupada por los libres y los valientes.

Los historiadores han designado el período de treinta y siete años desde 1763 hasta 1800 como la «Época revolucionaria». Durante ese intervalo fue cuando se deterioraron rápidamente las relaciones entre Inglaterra, la Madre patria, y sus lejanos hijastros que moraban al oeste del Atlántico. Se incen­diaron las pasiones, rugieron guerras y la reorganización, como también la autodefinición, preocupaban los pensamientos de la nueva mente americana. Esta época de tumulto fijó el escenario para el siguiente siglo cuando, como sugirió un historiador, «el cosmos entero estaba en caos». El analista cultural W. R. Ward somete que este no fue solo un tiempo turbulento, sino que fue «la generación más importante en la historia moderna, no solamente de la religión inglesa, sino de todo el mundo cristiano».!

Tejidas con la fibra de esta joven «nación bajo Dios» había numerosas imágenes híbridas de libertad e igualdad. Fue durante estas convulsiones con­tinentales cuando las filosofías, las cosmovisiones e incluso la idea de la ver­dad misma estaban siendo pesadas en la balanza. Y así nació una gama de perspectivas radicalmente nuevas sobre el estado y la naturaleza del hombre, sobre Dios, las Escrituras, la iglesia, los derechos humanos, el gobierno, la historia, la teología, la mente y cosas por el estilo.

Además de eso, las iglesias del siglo dieciocho se encontraban ante su propia multitud de desafíos. La última cuarta parte de ese siglo conoció un tiempo de severo declive, diversificación y desbaratamiento de la iglesia ame­ricana en su totalidad. Hasta las iglesias en avivamiento del primer gran des­pertar de Nueva Inglaterra fueron severamente afectadas por las distracciones de la revolución de América. En parte, la mengua se debía al hecho de que muchos de los pastores locales fueron llamados al servicio militar, dejando a sus congregaciones sin un ministerio educado y disciplinado. Además, una multitud de ministros que tenían credenciales de Oxford o de Cambridge aban­donaron el país y volvieron a Inglaterra en oposición a la revuelta de América. Los emisarios ecuestres de Wesley (los jinetes itinerantes) fueron agudamente afectados de la misma manera. Por supuesto, su lealtad estaba con Inglaterra, y por tanto virtualmente todos sus ministros (con la excepción de Francis Asbury,

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Las raíces anti-intelectuales en el siglo diecinueve

el protegido de Wesley) emprendieron el viaje de regreso a su hogar durante cincuenta y cuatro días a través del Atlántico.

Las iglesias anglicanas recibieron el golpe más fuerte durante este tu­multo religioso político. Más de 70,000 parroquianos abandonaron el país, casi todos sus pastores salieron y sus dos escuelas, Kings College (Universi­dad de Columbia) y la Universidad de Pensilvania, hicieron radicales movi­das para separarse de sus orígenes anglicanos. El impacto fue prácticamente apocalíptico. En comparación con la población de hoy, esto sería como si 7.2 millones de personas salieran ¡rápidamente! por las fronteras de nuestro país.

El corazón del clérigo académicamente preparado en América experi­mentó un infarto intelectual que le dejó incapacitado y tambaleante después de un golpe casi de muerte. Vale, Harvard, Princeton y otros planteles de prepa­ración ministerial también enfrentaron pruebas extremas. Muchos profesores fueron llamados a ser soldados y un alto porcentaje de los estudiantes deam­buló hacia las garras del deísmo. El historiador Sidney Ahlstrom expresó el asunto sin rodeos: «Las iglesias tuvieron poca oportunidad para recuperarse, y aunque la hubieran tenido, el clima intelectual era demasiado debilitante». Estos asuntos, arguye él, «afectaron desastrosamente el reclutamiento y el en­trenamiento de los clérigos».2

Durante estos años de renovación, la ola del anti-intelectualismo co­menzó a crecer. El oleaje llegó a convertirse en un maremoto que sacudió al siglo diecinueve con la fuerza de un cataclismo. Hasta los años revoluciona­rios, el ministerio y la disciplina mental, el avivamiento y la razón, lo secular y lo sagrado, como también los motes de «pastor» e «intelectual» subsistían lado a lado. Pero las actitudes hacia la política, la educación, la religión y la sociedad entre las cosas cerebrales y las cosas espirituales estaban cambiando rápidamente y lanzándose sobre el alma de la nación. Un historiador lo expre­sa de esta manera: «En 1740 los intelectuales principales de América eran los clérigos, en 1790 eran los estadistas».3

Según George Marsden, erudito en estudios religiosos americanos, el Gran Avivamiento en sí (1726-1756) en realidad había preparado la tierra para las semillas de dichos sentimientos. Las colonias estaban pobladas ma­yormente por los disidentes contra Inglaterra. Estos, a su vez, al ser sacudi­dos de su sueño espiritual por el Gran Avivamiento, se unieron a las iglesias que, en un fuerte sentido, se oponían a la Iglesia Anglicana. A la luz de esto, las inclinaciones independientes de los disidentes aumentaron.4 A medida que multitudes de almas recién despertadas celebraban su emancipación del angli­canismo, ellos a su vez alimentaron, y se alimentaron, del creciente apetito por la independencia. Pronto, todo fue lavado en la sangre de una patria revolucio­naria. La sospecha de los «hombres de letras» y la crítica de la autoridad en ge­neral se pusieron de moda. En pocas palabras, los años revolucionarios fueron

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¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?

una época en que la idea de libertad y justicia para todos (con la excepción de los afroamericanos y los americanos nativos), -una época en que la idea de que todo hombre debe hacer lo que es correcto ante sus propios ojos- se fue introduciendo en lo profundo del alma de nuestra nación, afectando todos los aspectos del pensamiento y de la vida.

Ahlstrom escribe que la iglesia de América «llegó a un punto más de­caído de vitalidad» durante los años 1780-1800 que en cualquier otro tiempo en la historia del país.5 Pero si la mente americana estaba impregnada de las semillas de anti-intelectualismo en los movimientos hacia la autonomía del anglicanismo (1760-1775) -o sea, si durante el período de gestación de 1775 a 1800 el nuevo americano estaba mal nutrido en un vientre falto de nutrientes intelectuales- entonces es de esperar que el nacimiento de una cultura ba­sada en los sentimientos llegara a producirse a la vuelta del siglo. En ciertas maneras, la nueva república se convirtió en un criadero de retardo intelectual, una nación donde la historia había comenzado de nuevo, donde la «libertad» se igualaba con ir en contra de la autoridad y donde sus habitantes se esfor­zaban por borrar de su memoria el gran valor que una vez se le atribuyera a la espiritualidad intelectual. Estábamos determinados a compararnos solo con nosotros mismos: se había levantado una nueva medida.

De ese modo se definieron los márgenes del anti-intelectualismo nacio­nal, y durante los cien años siguientes (1800-1900), los cristianos de la tra­dición de avivamiento ampliaron y profundizaron estas brechas invencibles. Este período fue marcado por una sospecha contra el clérigo cultivado, por demasiado énfasis en lo que las masas lograrían al combinar su poder y por una pugna innecesaria entre el hombre común contra el académicamente pre­parado. Una creciente falta de confianza en la razón, un aumento de interés en la religión entusiasta, orientada a la emoción y una actitud insurgente hacia la autoridad tuvieron su parte en la transformación de la mente religiosa del país. Todos estos elementos combinados crearon una variedad de cristianismo singular y raramente nueva. Estos fueron los ingredientes explosivos, que, al ser mezclados y encendidos, prendieron la furia de un infierno anti-intelectual.6

RELIGiÓN INDEPENDIENTE PARA UNA NACiÓN INDEPENDIENTE

Mientras el primer Gran Avivamiento (1726-1756) estaba en su apogeo en Nueva Inglaterra, John Wesley tuvo su experiencia de «corazón que comienza a arder» en la vieja Inglaterra (1738). Treinta y tres años después, en 1771, Wesley mandó a Francis Asbury, el «padre del metodismo americano», a ayu­dar a cuidar de los 300 laicos que habían sido acumulados en los dos años

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Las raíces anti-intelectuales en el siglo diecinueve

anteriores. En 1816 sus números habían aumentado a más de 200,000; para 1856, el número de miembros en plena comunión subió a más de 1,5 millón. Durante ochenta años, de 1820 a 1900, la Iglesia Metodista tuvo la prestigio­sa posición de ser el cuerpo protestante más grande de Arnérica. Esta es una estadística vital cuando se evalúa el componente filosófico y psicológico del cristianismo americano moderno.7

Ningún otro grupo prosperó más en la frontera americana que los meto­distas, principalmente porque parece haber sido una combinación casi perfecta entre los dos. Muchos historiadores pasados y presentes han observado que el pensamiento metodista armonizaba mucho mejor con el nuevo ambiente que había en América que las denominaciones más antiguas del país. Entre las varias características que compartían estas dos entidades eran la crítica del pasado, rogativas por lo sencillo, una predilección por lo práctico, un empuje de la experiencia a costa del dogma y un énfasis en el celo a costa del conoci­miento.8

En muchas maneras, el «Avivamiento de Kentucky», concentrado en Cane Ridge, fijó la etapa espiritual por muchas décadas futuras. Fue ahí donde parecieron converger la conversión personal inmediata, las emociones sin ata­duras, el evangelio sencillo, el cristianismo primitivo, el espíritu democrático y el pueblo común. La primera reunión de campamento que se llevó a cabo en conjunción con el avivamiento fue en julio de 1801, pero el evento que le dio notoriedad a las reuniones tuvo lugar el 6 de agosto de 1801. Comenzadas por los presbiterianos y continuadas por los metodistas y los bautistas, las reunio­nes atrajeron a más de 25,000 asistentes en cada una. De ahí en adelante, la «reunión de campamento» se convirtió en una palabra común en la frontera.

Cuando el siglo dieciocho yacía ya enterrado en las cenizas de la revo­lución, muchas de sus anteriores convicciones religiosas fueron amontonadas en el mismo ataúd. Los énfasis en la doctrina, en la autoridad, en la lógica y en la educación fueron considerablemente reducidos en los círculos evangélicos populares. En muchos respectos, el cultivo del intelecto, los esfuerzos por co­nectar el todo de la vida a una cosmovisión cristiana coherente y el llamado a un clérigo preparado académicamente fueron abandonados en las encrucijadas de estos tiempos tumultuosos. Una cortina de cierre descendía después del primer acto de la saga americana. El ocaso de una era anterior se avecinaba rá­pidamente, una época en que los líderes cristianos bien equilibrados y astutos que habían pasado por el avivamiento, moldeaban la mente de sus discípulos espirituales. El escenario estaba preparado para el segundo acto. En gran par­te, el cristianismo americano había pasado por una mutación, volviendo a caer en un modo primitivo. Se trataba de una era en que el valor de la mente fue notablemente ensombrecido por la emoción y en que la religión mentalmente disciplinada fue desplazada por el pragmatismo de sentido común.

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Un factor más que quizás ayudó a retardar la pasión del movimiento evangélico en expansión por la mejoría intelectual era el asunto de la llamada «separación entre la iglesia y el estado~~. Aunque el origen y el significado de este asunto se ha visto rodeado de mucha mala comprensión y complejidad, capaz de volver la marea, varias cosas están claras. Primero: el documento (una carta) que se refiere a una separación así (escrita en 1802 por Jefferson mientras el avivamiento de Kentucky rugía por las montañas) simplemente confirmaba que no habría ningún establecimiento federal de ninguna denomi­nación sobre otra.

Segundo: con el paso del tiempo otros intérpretes Gueces del Tribunal Supremo) de la Primera Enmienda sugirieron que la religión no debe tener nada que ver con los asuntos del gobierno.

Tercero: los campos opuestos siguieron arguyendo sobre si esta sepa­ración entre iglesia y estado tenía el propósito de ofrecer libertad para la religión o libertad de la religión. En este ambiente se hizo más ancho el golfo entre la religión y la política, entre los asuntos públicos y la fe privada, entre lo secular y lo sagrado, entre lo espiritual y lo intelectual. Esto le ofreció un ímpetu todavía mayor al espíritu libertario que había dado fuego a la Revolu­ción Americana para persistir en afectar a las iglesias. Aunque estos últimos intérpretes de la «separación» habían engañado al pueblo, el populacho rea­vivado, de espíritu libre lo aceptó y así llegó a resentir «el establecimiento». Considerando el estado secular como un elemento que constriñe, muchos cre­yentes del siglo diecinueve simplemente abandonaron el campo de la política y de la educación a la élite con conocimiento libresco. Después de todo, ¿qué tenía que ver la Nueva Jerusalén (América: La Ciudad en un Monte) con el gobierno «ateniense» ? Todos estos sirvieron como ingredientes para hacer una cultura anti-intelectual, una cultura que hacía muy poco había luchado por la libre expresión de ideas y por la libertad para poner en práctica sus ideales.

LA DESLIZANTE PENDIENTE DEL AVIVA-MIENTO

Mientras que los padres puritanos, Wesley y Edwards, habían tejido concien­zudamente la «religión del corazón~~ con la mente, muchos de dentro de nues­tra nación indivisible bajo Dios se sentían con libertad de dividirlas. El siglo diecinueve conoció a muchos hombres espirituales y muchas mentes intelec­tuales; sin embargo, descubrir ambos atributos envueltos en la misma piel se hacía más y más infrecuente. Esto no nos sorprende, considerando que, como lo dice el historiador George Marsden, «el anti-intelectualismo era un rasgo del avivamiento americano».9

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Las raíces anti-intelectuales en el siglo diecinueve

El populacho avivado de principios de 1800 veía los sucesos de 1801 bastante de la misma manera en que más tarde los primeros pentecostales veían los sucesos de 1901 (como la nueva era del Espíritu). El Espíritu había caído de nuevo sobre toda carne. De ese modo, los que una vez se habían preparado especialmente para el ministerio eran ahora una minoría entre las masas movidas por el Espíritu. Salieron predicadores por todas partes; y en muchos lugares, los únicos requisitos para el ministerio en el púlpito eran pa­sión y un testimonio cristiano. Un comentarista del avivamiento de Kentucky escribió: «Ahora todos tenían igual privilegio para ministrar la luz que habían recibido, de cualquier manera que el Espíritu los dirigiera».lO

En la lluvia de visiones, profecía y sanidades, la implicación era que había llegado la aurora de una nueva era de lo milagroso; Dios estaba de­rramando su gracia en América de una manera extraordinaria. ¡Ciertamente había llegado una nueva era! Estaba marcada por conversiones persuasivas de miles y miles, por la nueva visitación de milagros y por compartir con todos los creyentes el sacerdocio antes privado y con frecuencia docto. Sin embargo, la desventaja de este avivamiento explosivo era que la animosidad hacia la mente que había estado germinando en el siglo dieciocho floreció totalmente con la aurora de la religión liberada y frecuentemente sin riendas en el siglo diecinueve.

El historiador religioso Nathan Hatch dice de esta era: «Los aspectos volátiles de la religión popular, por mucho tiempo refrenados por la iglesia, fueron reconocidos y fomentados desde el púlpito».B De nuevo, una verdade­ra avalancha de profetas nombrados por sí mismos, predicadores, líderes y vi­sionarios cayó en la mezcla de la religión americana. Los americanos estaban cansados de la tiranía de un rey que se había nombrado a sí mismo y que es­taba a tres mil millas de distancia; optaron en lugar de ello por la regla de tres mil reyes que se habían nombrado a sí mismos y que estaban a una milla de distancia. Mientras que un solitario sacerdote pontificado de raza de Cambrid­ge anteriormente se había puesto de pie para descifrar los misterios de la Santa Escritura, ahora el sacerdote preparado, exiliado al desierto hermenéutico, fue reemplazado por todo un reino de sacerdotes, cada uno de los cuales, o así parecía, creaba su propio dogma, con frecuencia basado en la simple opinión, en las direcciones internas, en el estudio superficial y en la popularidad.

Una vez más, no hay duda de que vino una tremenda cantidad de bien como resultado de los vientos de sanidad de la visitación de Dios por gracia. Sin embargo, igualmente existen pocas dudas de que la herida intelectual que nos perpetramos a nosotros mismos durante esta era nos ha perseguido como fantasmas durante los siguientes doscientos años. Los oradores con una predi­lección en contra de la tradición, de la historia, del credo, de la organización, del clero y de la autoridad hicieron sus propias tarimas durante estos tiempos

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benditos pero caóticos. Además, los gigantes históricos de la fe fueron redu­cidos a tamaño normal por las masas sin tutelaje que se negaban a creer que cualquiera se prestara mejor para «hacer teología», sino que suponían que todos estaban a un mismo nivel cuando se trataba de descifrar y entender la Palabra de Dios. Esto puede sonar muy bueno, pero ¿alguna vez ha tratado usted de enseñar en este ambiente?

Un periodista, alarmado por la garduña religiosa, escribió en 1805: «Na­die está garantizado por la palabra de Dios para publicar al mundo los descu­brimientos del cielo o del infierno que supone que ha tenido en un sueño, en un trance o en una visión».12 En 1808 el nieto de Jonathan Edwards, Timothy Dwight, desafió a los seminaristas de todas partes que se escaparan del asalto de ignorancia que impregnaba el paisaje cristiano. Preguntó que si a los que querían ser zapateros se les exigía un aprendizaje de siete años, j entonces por qué se quejaban tantos predicadores de solo pensar en una preparación igual para tratar con los corazones de hombres! Claramente, muchos creían que llevaba más aprendizaje y habilidad trabajar con las suelas de los zapatos que con las almas de los hombres. Otros se quejaban de que se estaban levantando muchas rarezas doctrinales en las iglesias porque el evangelio estaba siendo anunciado no solo por hombres que no sabían leer ni escribir, sino también por los que libre y frecuentemente propagaban odio por el aprender.13

Durante estos tiempos, la página impresa se usaba al máximo para difun­dir las últimas tendencias de la religión popular en la nueva república. Hatch indica que muchos miembros poco conocidos del clero fueron elevados al estatus de Jonathan Edwards y Timothy Dwight por medio del surgimiento de una cultura religiosa democrática impresa. Hofstadter indica que los que se aferraban al emocionalismo y al entusiasmo, además de los que abogaban por el anti-intelectualismo, fueron los que inundaron los mercados literarios religiosos durante la primera parte del siglo diecinueve.14

RELATIVISMO, AVIVA-MIENTO Y RELlGION SUBJETIVA

Como se animaba al creyente liberado a «ministrar de cualquier manera que dirija el Espíritu», no nos debe sorprender que las cuatro sectas principales americanas nacieran durante esta conmoción del siglo diecinueve. El mormo­nismo tuvo su estreno en 1830, el adventismo en 1844 (aunque el adventismo de hoy ha perdido muchas de sus características de secta y se parece al evan­gelicalismo contemporáneo), la Ciencia Cristiana en 1879 y los Testigos de Jehová en 1884. Los líderes de los cuatro movimientos fueron autodidadas; los cuatro creían que restaurarían el verdadero cristianismo; y los cuatro sos­tenían que eran privada y personalmente dirigidos por Dios. Estas sectas no

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eran más que el resultado extremo natural de una mentalidad en contra de la historia, de la tradición, del credo, de la teología y del intelecto. El avivamien­to evangélico no padeció en error hasta el mismo grado que padecieron las sectas clásicas, pero debido a un similar descuido de la integridad intelectual sí padecieron.

Aunque el racionalismo (razón sin revelación) se había ido metiendo progresivamente en la vida política, educacional y religiosa de alcurnia de la nación, no logró penetrar en las iglesias tradicionales. El avivamiento evangélico, de hecho, indujo a las masas a ponerse en contra de la ola de tendencias racionalistas que rápidamente podrían haber reducido la tela de la Nueva República a un promontorio de trapos ideológicos, si se hubiera destilado hasta el populacho general. Sin embargo, con esto en mente, es como si le quitáramos por completo las bisagras a la puerta de atrás mientras barricamos la puerta del frente. O sea, el racionalismo no podía entrar en la iglesia marchando triunfante, pero al anti-inteIectualismo y al relativismo, sus parientes mutados, se les permitió no solo entrar sino que al parecer fue­ron muy bienvenidos.

Es la antigua historia de la viga y la paja en el ojo, del camello y el mos­quito, de los árboles y el bosque, de matar a los bandidos después de darse un tiro en el pie, o de las victorias atenienses y el caballo de Troya. Este sutil error nos recuerda la caída de grandes guerreros en manos de un amante o la muerte de una gran personalidad que, después de luchar con valentía, muere por una inyección que era solo para su bien (como Jonathan Edwards, que encendió el Gran Avivamiento pero que murió a causa de una vacuna contra el saram­pión). El avivamiento evangélico del siglo diecinueve había logrado evitar la gran plaga del racionalismo. No obstante, al mismo tiempo se había ofrecido a recibir un germen que llegó a infiltrar la base de una nación entera.

Se pudo haber esperado que los líderes del avivamiento popular hubie­ran tratado de detener las rampantes declaraciones anti-intelectuales desde el principio, pero no lo hicieron. Para cuando varios líderes de las reuniones de Cane Ridge expresaron su convicción de que la razón y 10 racional habían sido locamente lanzados al viento, cientos de miles habían recibido una in­yección con un prejuicio en contra de la mente. Entre los líderes que después repudiaron la irracionalidad de los varios aspectos del avivamiento se con­taban James M'Gready y Alexander Campbell. Antes habían soplado ellos mismos las llamas en Cane Ridge. Pero después de ocho años vieron que el movimiento había producido toda clase de «predicador cismático, totalmen­te desconectado de todo sistema de doctrina». Estos hombres discernieron que «el sentimiento, no el pensamiento», se había convertido en la regla de demasiados cristianos. 15 M'Gready se lamentó de que «el cristiano más divi­no y más grande de la tierra, si tenemos un mensaje calmado, desapasionado,

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no puede mover (a la multitud] más de lo que podría mover alleviatán».16 Como el gran promontorio de Meggido, la sustancia de la religión popu­

lar se concretó en el cimiento de la naciente república. Y como múltiples capas de la basura cultural esparcida por la arena del tiempo, así también muchas ideas locales fueron metidas en las mentes de una nación adolescente. El prag­matismo, el experimentalismo, el emocionalismo, el romanticismo, el indivi­dualismo y el anti-intelectualismo formaron la loma sobre la que se colocaron futuras décadas y futuros siglos. Desde esta posición teorética y teológica, los gigantes del evangelicalismo del siglo diecinueve predicaron a las masas, siendo testigos del nuevo nacimiento de cientos de miles de almas. A medida que los perdidos eran atraídos por los pasillos de serrín, estos depositaban sus pecados -y con frecuencia su intelecto- al pie del altar, volviendo a sus asientos con las dos mercancías más preciadas entre los creyentes americanos: Jesús y sus sentimientos.

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NOTAS 1 Sydney Ahlstrom,A Religious History oftheAmericanPeople, 2 vols [Historia religio­

sa del pueblo americano], Image Garden City, NY, 1975, 1, p. 437; Stephen R. Gra­ham, Cosmos in the Chaos: Philip Schaff's Interpretation of Nineteenth-Century Religion [El cosmos en el caos: La interpretación de Philip Schaff de la religión del s. XIX], Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1995; George S. Wood, según se cita en The Democratization of American Christianity, ed. Nathan O. Hatch, Yale Univ. Press, New Haven, cr, 1989, p. 220; W. R. Ward, «The Religion of the People and the Problem of Control, 1790-1830», en Popular Belief and Practice, ed. G. J. Cuming y Derek Baker (Cambridge: Cambridge Univ. Press, 1972),237.

2 Ahlstrom, A Religious History, 1, p. 443. 3 Edmund S. Morgan, «The American Revolution Considered as an Intellectual Move­

ment» [La revolución americana considerada movimiento intelectual], en Paths of American Thought, ed. Morton White y Arthur M. Schlesinger Ir., Houghton Mifflin, Boston, MA, 1963, p. 11.

4 George Marsden, Religion and American Culture [Religión y cultura americana], p. 29.

5 Ahlstrom, A Religious History, 1, p. 442 6 Ver Hatch, Democratization; John Woodbridge, Mark Noll y Nathan Hatch, The

Gospel in America: Themes in the Story of America' s Evangelicals [El evangelio en América: Temas de la historia de los evangélicos americanos], Zondervan, Grand Rapids, MI, 1979; Mark Noll, Nathan Hatch y George Marsden, The Sear­ch for Christian America [La búsqueda de la América cristiana], Crossway, Wes­tchester, IL, 1983, Y Richard Hofstadter, Anti-Intellectualism in American Life [Anti-intelectualismo en la vida americana], Knopf, NY, 1963, p. 81.

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7 Hoftstader, Anti-Intellectualism, 97; Ezra Squier Tipple, Francis Asbury: Prophet 01 the Long Road [Francis Asbury: profeta del largo camino], Methodist Book Concem, NY, 1916, p. 191; Mark Noll, A History 01 Christianity in the United States and Canada [Historia del cristianismo en los Estados Unidos y Canadá], Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1992, p. 173; Dayton, Theological Roots 01 Pen­tecostalism [Raíces teológicas del pentecostalismo], p. 63; Synan, The Holiness­Pentecostal [La santidad pentecostal], p. 218; Ahlstrom, A Religious History, 1, p.530.

8 Ahlstrom, A Religious History, 1, p. 529; Ian H. Murray, Revival and Revivalism: The Making and Marring 01 American Evangelicalism 1730-1858 [Avivamiento y Reavivamiento: la hechura y matrimonio del evangelicalismo americano], Ban­ner of Truth, Edinburgo, 1994, pp. 183, 187.

9 George Marsden, Fundamentalism and American Culture [Fundamentalismo y cul­tura americana], Oxford, NY, 1980, p. 212.

!O Richard M'Nemar, The Kentucky Revival, or, A Short Story olthe Late Extraordina­ry Outpouring 01 the Spirit 01 God [El avivamiento de Kentucky, o historia breve del tardío y extraordinario derramamiento del Espíritu de Dios], NY, 1846, p. 31. Ver también, Murray, Revival and Revivalism, 169.

11 Hatch, Democratization, 4, p. 10. Ver también The New York Times 1998 Almanac [Almanaque de 1998 del Nuew York Times], ed. John W. Wright, Penguin Put­nam, NY, 1997, pp. 264-266.

12 Ver Richard Bushman, Joseph Smith and the Beginnings 01 Mormonism [Joseph Smith y los comienzos del mormonismo], Univ. ofIllinois Press, Urbana, Illinois, 1984, p. 59.

J3 Timothy Dwight, A Sermon Preached at the Opening 01 the Theologicallnstitution in Andover [Un sermon predicado en la aperture de la Jnstitutción Teológica de Andover], Boston, 1808 pp. 7-8 (según citado en Hatch, Democratization, p. 19). Véase asimismo Lyman Beecher, Address to the Charitable Society lor the Edu­cation olIndigent Pious Young Men [Discurso a la Sociedad de Caridad para la Educación de jóvenes piadosos e indigentes], Ya1e Univ. Press, New Haven, Cl; 1814, pp. 5-8.

14 Hofstadter, «Religion of the Heart» [Religión del corazón]; Anti-Intellectualism, 2 Parte, Hatch, Democratization, p. 11.

15 Jan Murray, Revival and Revivalism [Reactivación y Avivamientos], p. 189. 16 Informe de M'Gready, «The Religious Intelligence» [La inteligencia religiosa],

Presbyterians in the South, ed. Emest T. Thompson (John Knox, Richmond, VA, 1963, 1,pp. 164-165.

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8 CUATRO GIGANTES DEL EVANGELlCALlSMO

DEL SIGLO DIECINUEVE

----------------------~~~ ------No hay duda de que la naturaleza del espíritu evangélico en sí hizo

anti-intelectualista el avivamiento evangélico, pero las condiciones

americanas ofrecieron un ambiente particularmente liberador para el

impulso anti-intelectualista.

RICHARD HOFSTADTER, GANADOR DEL PREMIO PULlTZER

Me veo obligado a decir claramente que, a mi juicio, no tenemos entre

nosotros ni los hombres ni las doctrinas de los días pasados ... Una

vez permitamos que el ministerio evangélico vuelva a las costumbres

de 1700, creo firmemente que tendremos tanto éxito como antes.

Estamos donde estamos porque no nos podemos comparar con

nuestros padres.

J. C. RYLE, líDER ECLESIÁSTICO, 1868

Sin embargo, a mediados de 1800 las cosas comenzaron a cambiar

dramáticamente ... una predicación emocional, sencilla, popular en

vez de los sermones intelectualmente cuidadosos y doctrinal mente

precisos; su efecto general era enfatizar ... los sentimientos personales

y la relación con Cristo en vez de un profundo entendimiento de la

naturaleza de la enseñanza e ideas cristianas.

J. P. MORELAND, APOLOGISTA

El movimiento de santidad y el pentecostalismo compartían ciertas

opiniones ... por instinto y convicción, se volvieron a esas técnicas

populistas que habían caracterizado a la religión popular americana

durante más de un Siglo.

NATHAN HATCH, HISTORIADOR

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Cuatro gigantes del evangelicalismo del siglo diecinueve

EL CAMBIO DE GUARDIA

Un interesante y a la vez trágico suceso histórico ilustra bien la guerra de valores, pensamiento y religión que rugía durante los primeros días del establecimiento de nuestra nación. Cuando Thomas Jefferson, un deís­

ta consumado, asumió la presidencia en 1801, escogió a Aaron Burr como vicepresidente. Resulta interesante el hecho de que Burr fuera nieto de Jona­than Edwards. En 1840, mientras otro de los nietos (Timothy Dwight) dirigía la universidad de Yale en un fenomenal despertar espiritual, avivando almas muertas y levantándolas de sus figurativos sepulcros, Burr, que había recha­zado totalmente la fe, mandó -¡literalmente!- al sepulcro a Alexander Ha­milton, un apasionado estudiante de la Biblia. Como resultado de un duelo a pistolas ocasionado por los intentos de Hamilton de bloquear la candidatura de Burr como gobernador de Nueva York, Hamilton murió el 12 de julio de 1804.1

En el espacio de cinco cortos años (1799-1804), los cimientos de las naciones fueron sacudidos. Las atrocidades de la Revolución Francesa se es­taban divulgando y Napoleón y su pandilla prevalecían en el mundo. George Washington murió, Jefferson juró su cargo como presidente, y los fuegos del avivamiento de Can e Ridge y Yale ardieron durante cientos de días. Fueron tiempos emocionantes; pero como hemos visto, también eran tiempos de tran­sición, que fijaron el tono del siglo para la vida de la mente.

Los que en el siglo dieciocho abogaban por mezclar la fe de experiencia con el cultivo intelectual -para la gloria de Dios- eran una raza moribunda. Francis Asbury murió en 1816 y Timothy Dwight, en 1817. Desde la aurora de Cane Ridge (1800) hasta la muerte de D. L. Moody (1899), los habitantes de la nación más grande de la tierra experimentaron un hambre de la mente, cau­sada por ellos mismos. A medida que manos callosas cultivaban la frontera, y a medida que pioneros pragmáticos abastecían de combustible la revolución industrial, la mente evangélica se sometía a un tipo de 10botomÍa a la medida. Un adivinador de los tiempos había declarado más bien cándidamente, que «La influencia del avivamiento evangélico era intelectualmente retrógrada».2 Otros dijeron que estos eran tiempos de «mentes reducidas», «extremo nacio­nalismo», «dejarse guiar por los sentimientos», «ningún interés en las artes ni en las ciencias, «desprecio por la educación» y «devoción parecida a la superstición».3

Por supuesto, existían esos evangélicos imparciales que luchaban en me­dio de esta guerra ideológica entre dos bandos. Pero debido a que se aferra­ban a los beneficios de la razón y de la revelación, eran considerados como desafortunados esquizofrénicos, alojados en la encrucijada de cosmovisiones conflictivas. Los racionalistas veían a estos sensibles santos como supersti-

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ciosos porque inocentemente aceptaban las Escrituras como verdad de Dios. Los del avivamiento, por el contrario, consideraban a estos evangélicos como prostitutas que se acostaban con el archienemigo, la diosa de la razón, porque estos creyentes equilibrados también respetaban altamente el poder del inte­lecto. Para mediados de la década de 1850 esta desunión en el cristianismo americano entre la mente y la emoción se había hecho tan ancha que un pastor preocupado y bien conocido exclamó: «Existe una impresión general de que ser un clérigo con intelecto es ser deficiente en piedad y de que los ministros eminentemente piadosos son deficientes en intelecto».4

LOS GIGANTES DEL EVANGELlCALlSMO POPULAR DEL SIGLO DIECINUEVE

Entre 1800 Y 1900, cuatro de los más notables jugadores en la proliferación del evangelicalismo del avivamiento eran Peter Cartwright (1785-1872), Charles Finney (1792-1875), Dwight L. Moody (1837-1899) y Billy Sunday (1862-1935). Juntos, gozaron de ciento ochenta años de ministerio en el siglo diecinueve. Cada uno ha sido llamado el más grande en su propio respecto, cada uno contribuyó al ambiente anti-intelectualista de su época y cada uno también ha tenido un efecto en el espíritu y las metodologías del pentecosta­lismo.5

PUER CUTWRIIlRT

Cartwright ha sido tachado de ser el jinete itinerante más famoso de su época. Durante sus sesenta y nueve años de ministerio (1803-1871), predicó no me­nos de 25.000 veces y fue testigo ocular del crecimiento exponencial del me­todismo en América. ¡En las siete décadas que coincidieron con su ministerio, el movimiento metodista pasó de 65,000 a dos millones!6

La metamorfosis intelectual que tuvo lugar entre los tiempos de Wesley y la era de Cartwright (1790-1870) es asombrosa. Lo que Wesley había defen­dido con tanta valentía (el cristianismo pensador), Cartwright parece haber­lo abandonado casi por completo: ¡aquí no hay ninguna bonanza intelectual! Asbury (1745-1816), al igual que Finney (1192-1875), era algo parecido a un híbrido intelectual. Así que, aunque Cartwright había observado la alta esti­mación de la vida de la mente en su mentor, Francis Asbury (como Asbury la había visto en Wesley), él mismo estaba dos veces distanciado de la época cuando la razón, la ciencia, la literatura y la lógica eran atesoradas entre los

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Cuatro gigantes del evangelicalismo del siglo diecinueve

clérigos. Es decir, ambos eran una interesante mezcla de la mentalidad del siglo dieciocho y del diecinueve. Ambos eran hombres educados, pero cada uno también tenía los pies plantados firmemente en los suelos intelectuales de dos épocas en conflicto.

Asbury había sido un lector tan voraz como su propio mentor, John Wes­ley. Estaba resuelto a cultivar sus capacidades mentales, a incrementar cons­tantemente su entendimiento de historia, política y filosofía. Su objetivo era leer por lo menos cien páginas al día. Al hacerlo, se enseñó a sí mismo griego, hebreo y latín. Se dice de él que con facilidad y profundidad podía conversar sobre Josefo, Herodoto, Luis XlV, Galileo y Sir Isaac Newton (por nombrar algunos cuantos). Y una cosa más: Al igual que Wesley, ¡hizo casi todos sus estudios montado a caballo!

Después de su muerte, en 1816, Carwright recogió el testigo de jinete itinerante de Asbury, pero dejó caer la batuta intelectual. Desde este momento en adelante, la banda de evangelistas metodistas al galope, que se ganaron el alma de América se olvidó del acento en el intelecto del Padre Wesley. En su totalidad, el colectivo democrático depreció el valor de la vida de la mente, y Cartwright personificaba esa depreciación.7

En su autobiografía, Cartwright atacó repetidamente la preparación teo­lógica, los seminarios, el aprender de los libros y a los predicadores que habla­ban inglés correcto. Por un lado, su libro -las crónicas de su ministerio-- es un volumen verdaderamente notable, con muchas historias emocionantes de la presencia de Dios en la gran frontera americana. Por otro lado, también contiene una miríada de flagrantes anotaciones anti-intelectuales. El dice de sí mismo y de otros ministros metodistas: «Teníamos poca o ninguna educación; ni libros ni tiempo para leer o estudiaT».8 Cuando este rufián puñetero se con­virtió en Cane Ridge, su estilo y metodología eran todo menos predestinados. Con un formidable porte, resuelta quijada, agudos ojos negros y vociferadora voz, este cristianizado oriundo de Kentucky se dirigía a multitudes por todo rincón y hendidura de la frontera. Y dondequiera que iba, difundía dos mensa­jes: el estado perdido del hombre y la futilidad de mezclar el intelecto con la Je.

De vez en cuando, decía algo al parecer gratuito sobre la educación, como: «Yo no deseo devaluar la educación». No obstante, un «pero» seguía inmediatamente. En este caso particular, el «pero» va seguido de «este mi­nisterio con educación formal y esta preparación teológica ya no son un ex­perimento. Otras denominaciones las han probado, y han demostrado ser un perfecto fracaso».9 Evidentemente no se daba cuenta, no recordaba o no quería recordar que sus propios héroes (Whitefield y los Wesley) se habían graduado en Oxford.

En el capítulo de su autobiografía titulado «El predicador de la montaña»,

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Cartwright sugiere que «desde John Wesley hasta el día de hoy», el secreto del éxito está en un «fuego bautismal del Espíritu Santo ... no en el conocimiento teológico aprendido».lO Es cierto que Wesley hacía énfasis en el Espíritu que santifica, preserva y da poder, pero nunca fue a costa del enriquecimiento de la mente. Wesley era «Wesley» porque abogaba por y representaba ambas cosas: un bautismo de fuego y,un bautismo de aprender. Sin anchura intelectual, se crea a un Cartwright, y sin profundidad experimental, se fomenta a un fariseo. Cuando ambos se descuidan, se tiene a un cristiano nominal que no tiene idea de por qué cree lo que se le ha dicho que crea. Pero cuando se combinan las dos dimensiones de la espiritualidad, la experimental y la intelectual, se crea a un Pablo, San Ambrosio, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Lutero, Cal­vino, Knox, Wesley o a un Edwards.

Continuando con las memorias de Cartwright, uno encuentra que criti­ca a los pastores por predicar «sermones preparados» (recordando a Finney), que se jacta de lo que Dios rindió a través de ministros sin universidades ni libros (como Seymour más tarde), y que degrada a los pastores que estudiaban teología con regularidad. Decía que los metodistas que buscaban educación estaban «imitando como monos al mundo», y dice de sí mismo: «Cuando Dios me quitó las escamas de los ojos, este pecador pudo ir a predicar directamente, sin ninguna preparación teológica». En un capítulo más adelante, simplemente dice: «No condescenderé a parar y decir que soy amigo de aprender. .. ¿Qué ha hecho el aprendizaje por el mundo?» ¡Él podría haber hallado una respues­ta apropiada a su pregunta si hubiera ponderado más por qué se llamaba a sí mismo metodista wesleyano!11

Aparte de la paradoja de que adondequiera que iba vendía libros para sostener su ministerio, parece que su amor por los libros y su deseo de una educación mejor eran deprimentes. Pero están esas declaraciones en el pre­facio de su Autobiografía que muestran al final que él se arrepintió de eso en cierto modo: «Mi constante convicción es que yo no puedo escribir un libro que será respetable, o que valiera la pena leer; yo no tengo libros que me guíen». Después de sesenta y nueve años de desanimar a un ejército de predicadores de emprender inútiles prácticas, él se lamenta: «Yo tiré mis ma­nuscritos de diarios a los topos y a los murciélagos. De este acto en mi vida me he arrepentido profundamente. Si pudiera volver a vivir mi vida ministerial, mi presente convicción es que mantendría un diario escrupulosamente». Para esa época él ya había dado rienda suelta ante millones de sus pensamientos negativos sobre el aprender. 12

Habiendo leído la autobiografía de Cartwright, la recomiendo altamente a cualquiera que cree que se le hace difícil el ministerio o que está en busca de una chispa para encender un infierno en su alma por las almas. Los esfuerzos misioneros de Pedro cambiaron el destino eterno de muchas vidas; sin embar-

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go, su comentario sobre la vida intelectual del cristiano desanimó a multitudes de norteamericanos para que no amaran a Dios con su mente. Cartwright se parece a los fieles hermanos ganadores de almas que hablan claramente contra nosotros los pentecostales y carismáticos; hacen un mundo de bien y un mun­do de daño simultáneamente.

CHIRLES FINNEY

He mencionado que Finney, al igual que Asbury, ni siquiera cabía dentro del molde del puritanismo intelectual del siglo dieciocho ni del de la mente en pe­ligro del reavivamiento del siglo diecinueve. Tanto Asbury como Finney veían a Wesley en sus momentos de necesidad, pero el último era el menos probable en admitirlo. Asbury trompeteaba el valor de los maestros de los días pasados, mientras que Finney dijo más de una vez que necesitaba solo de la Biblia y de la filosofía de su propia mente: «Yo no he leído nada sobre teología excepto mi Biblia; no tenía ningún lugar adónde ir sino directamente a la Biblia».B

En su perenne clásico, Revivals of Religión [Avivamientos de religión], Finney habla de su desprecio por el sermón escrito: «La experiencia de cada año ha madurado la convicción en mi mente, de que el hombre que escribe menos, puede, si lo desea, pensar más». 14 Finney y Cartwright eran dos de los críticos más populares y abiertos de los mensajes escritos; no obstante, resulta extraño que uno puede leer sus protestas en sus Discursos, Memorias y Autobiografías, respectivamente. Aunque hoy esa costumbre casi no existe entre los que se llaman a sí mismos del evangelio completo, hacemos bien en recordar que Lutero, Latimer, Baxter, Chalmers, Payson, Davies y Edwards se cuentan entre los de las ligas mayores que escribían sus mensajes y luego los leían desde el púlpito. Los resultados eran profundos; ¡nos referimos a estos resultados como la Gran Reforma y el Gran Despertar! Por supuesto que no se encuentra ninguna virtud particular en leer sus sermones, pero tampoco hay virtud en repetidas generalidades, en triviales monotonías ni en la predicación emocional novelesca.

Además de la aversión de Finney por los sermones escritos, él detestaba la mayoría de las obras literarias del día. Lo expresó bruscamente: «Déjeme visitar su habitación o su salón, o dondequiera que tiene sus libros; ¿Qué hay ahí? Byron, Scott, Shakespeare y un sin fin de otros burlones y blasfemos». Quizás un volumen particular que guardo en mi biblioteca habría ayudado a Finney a rechazar este innecesario prejuicio en contra de Shakespeare. Un li­bro que circulaba en los días de Finney se titula Shakespeare' s Knowledge and Use ofthe Bible [Sobre el uso y el conocimiento de la Biblia en Shakespeare). Es en esencia una defensa de trescientas páginas de la increíble comprensión y

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compromiso que Shakespeare tenía ante las Santas Escrituras. Además, el tes­tamento de Shakespeare comienza así: «Encomiendo mi alma en las manos de Dios mi Creador, creyendo por los méritos de Jesucristo, mi Salvador, que soy hecho partícipe de la vida eterna». Tristemente, cientos de predicadores del siglo diecinueve daban por sentado que si una obra no era totalmente «evan­gelio», debía ser antievangelio. Aunque Finney no llegó hasta esto, anduvo muy cerca. Esta es la herencia que después fue vertida en los movimientos de la santidad y del pentecostalismo.15

Uno encuentra múltiples declaraciones anti-intelectuales al leer los es­critos de Finney. Varios seminarios, preparación teológica, ministros con edu­cación formal y estudios clásicos fueron añadidos a su lista negra. Al recibir ser ordenado en la Iglesia Presbiteriana, admitió que nunca había ni siquiera leído la norma del credo de más influencia para todos los afiliados presbiteria­nos: la Confesión de Westminster. El ministerio de Charles Finney era verda­deramente una extraña mezcla de actitudes viejas y nuevas hacia la vida de la mente. Rechazaba la autoridad de los hombres, pero dirigía el Oberlin Colle­ge. Les decía a los ministros que tiraran sus notas, pero él publicaba rimeros de las suyas. Dice no haber tenido ningún lugar adonde ir sino directamente a la Biblia, pero a veces reconoce haber estudiado diligentemente los escritos de Wesley. y estaba convencido de que los avivamientos no eran milagros en absoluto, pero empleaba por tiempo completo a un guerrero de oración (el Padre Nash) para el propósito de pedir a Dios su manifiesta presencia.

Como se explicó, el anti-intelectualismo no está confinado a flagrantes comentarios en contra del valor del intelecto; con frecuencia es simplemente una actitud o modo de pensar. A este respecto es que Finney promovía el anti­intelectualismo. Su ministerio estaba marcado por un proceder pragmático, centrado en los asistentes, individualista, en contra de la autoridad. Finney reforzó la disposición anticlerical, orientada a la emoción de las masas que confiaban en sí mismas, que, a su vez, engendraban sospecha hacia los que estudiaban teología, filosofía y las artes. Al final, todo esto tuvo consecuen­cias para el ministerio evangelístico de Finney, haciéndole volver a examinar seriamente su método populista. 16

La constante insistencia de Finney de que «un avivamiento no es un milagro, ni depende de un milagro, en ningún sentido» volvió a perseguirlo. La predicación altamente emocional a gente altamente emocional, doctrinal­mente analfabeta produjo una forma más bien rara del cristianismo en Amé­rica. Finney dijo más tarde que estas masas habían experimentado «arrepen­timiento y fe temporales», pero que «no lograron permanecer en él» y que «por supuesto, pronto volverían a su estado anterior».17

Mucho de lo que Finney logró fue de tremendo valor. Aguijoneaba a los predicadores para que hablaran de una forma recta, transparente y apasionada.

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Además, promovía la milagrosa presencia de Dios y enfatizaba la necesidad de la oración intercesora, la radical conversión inmediata y el arrepentimiento violento. Estos atributos se necesitaban desesperadamente y fueron altamente apreciados por muchos. Pero a pesar de todo esto, sus técnicas pragmáticas y su evangelismo centrado en la emoción dejaron no solo a una hueste de creyentes que volvieron al mundo, sino también una multitud de clérigos que proliferaban en sus cuestionables métodos.

Finney ha sido reconocido como algo parecido a un intelectual; sin em­bargo, como lo expresó un historiador al describir a Finney y a Mahan (la mano derecha de Finney en Oberlin), «su cultura era excepcionalmente an­gosta; sus puntos de vista sobre el aprender eran extremadamente instrumenta­les; y en vez de aumentar su herencia intelectual, constantemente la contraían [restaban]». Se ha dicho que «más que ninguna otra persona, Finney moldeó la manera en que la gente percibía el avivamiento a mediados de la tercera parte del siglo diecinueve». Hay quien dijo de él: «Finney hizo un llamado a una revolución para centrar la vida religiosa en las audiencias». La audiencia sí, de hecho, se convirtió en la fuerza que guiaba el avivamiento evangélico. No solo echaron al agua lo que consideraban el peso muerto de la mente sino que casi abandonaron del todo el barco del intelecto. Además, esa audiencia se convirtió en la siguiente generación de capitanes, que a su vez dirigieron a la iglesia y a la nación hacia el siglo que se aproximaba. Verdaderamente, hubo una revolución. l8

DWJOIT l. MOODY

Dwight L. Moody es el tercero de los cuatro participantes principales que esta­mos considerando en los círculos evangélicos populares del siglo diecinueve. Repito lo dicho: yo creo que estos hombres de Dios fueron usados grandemen­te para avanzar el reino. 1bdos ellos fueron testigos tremendos del Señor Jesús, y cada uno sirvió al Maestro fiel y fervientemente. A la luz de eso, mi oración personal es que Dios nos ayude a todos nosotros a exhibir siquiera una porción de la pasión que demostraron estos hermanos mayores. El propósito de este capítulo, no obstante, no es delinear los aspectos admirables de los evangelis­tas del siglo diecinueve. Más bien, es exhibir la disminución de la vida de la mente de 1800-1900 para que nosotros, como pueblo lleno del Espíritu, poda­mos ver cómo nos llegó el prejuicio anti-intelectual que ahora poseemos.

Moody también estaba a dos generaciones de distancia de la época en que la razón y lo racional eran valorados como dones dados por Dios, cuando la «mente cristiana» era un componente esencial de la vida espiritual y cuando la preparación teológica no era optativa. Él cabe muy bien en el molde de sus

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predecesores directos. Uno de los biógrafos de Moody dice al referirse a su filosofía evangelística: «El evangelismo, entonces, en cuya tradición estaba parado Dwight L. Moody, se derivaba más del segundo Gran Avivamiento de principios de 1800; y fueron Charles Grandison Finney y Peter Cartwright, agentes del «cristianismo muscular», quienes tipificaban esta tradición».19

Un ejemplo de esta despreocupada actitud hacia los asuntos teológicos críticos se puede ver en sus reacciones ante un estudiante de instituto bíblico que había estado luchando sobre la autoría del Pentateuco. Moody respondió así a la pregunta del joven: «Si un hombre tiene cólico, ¿qué le importa dónde se cultivó la mostaza que lo alivió?» 0, después de que un amigo le pregun­tara qué pensaba de la controversia sobre la supuesta doble autoría de Isaías, Moody contestó: «Mira, de todos modos no importa mucho quién haya escrito el libro. Dios pudo haber usado a media docena de Isaías»?O Estas quizás no parezcan graves pérdidas de inmuebles intelectuales; sin embargo, esta era exactamente la época en que los cimientos de los libros Génesis, Isaías y Da­niel estaban siendo cuestionados y desmantelados por los críticos racionalistas del otro lado del Atlántico.

El consejo de Moody para los que se inquietaban por los pasajes difíciles de la Biblia era «mirarlos directamente al rostro y seguir, [pues] la Biblia no fue hecha para ser entendida». Además, les aconsejaba a los santos que «aca­baran con la erudición y los catecismos descoloridos». Mientras los seculares, los románticos y los líderes de sectas mercadeaban su devastadora mercancía doctrinal, se oía a Moody decir: «¡Mi teología! Yo no sabía que tenía una. Quisiera que usted me dijera cuál es mi teología». Por tanto, no nos debe sor­prender que, en su opinión, los bribones educados en seminarios fueran con mucho «los más bajos de todos los bribones».21

Según reconociera él mismo, Moody no leía prácticamente nada aparte de la Biblia, y regularmente dirigía críticas informales contra la ciencia, la literatura y la cultura. Aprender, creía él, era con frecuencia un estorbo para el «hombre del espíritu», dejando muy claro que «no queremos intelecto, sino el poder de Dios». Fue esta constante degradación de la excelencia intelectual y su perpetua oposición del celo y del espíritu contra el conocimiento y la edu­cación lo que inmovilizó la mente de millones de cristianos, cristianos que, en parte, formaron la base del movimiento pentecostaJ.22

Por supuesto, el hecho de que Moody careciera de una educación univer­sitaria e hiciera comentarios antagónicos sobre la cultura superior no quería decir que estaba en contra de la preparación básica para los ministros. Corno Cartwright, que fue instrumental a la hora de establecer el McKendree Colle­ge, y Finney, que dirigía Oberlin, Moody también se propuso establecer el Ins­tituto bíblico Moody. Algunos podrían creer que es raro que los que critican

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los esfuerzos intelectuales también establezcan escuelas, pero no es tan raro como uno podría pensar a primera vista.

Antes que todo, el hecho de que un instituto de aprendizaje sea estable­cido no dice nada del contenido, propósito o metodología de sus programas. Yo una vez vi un rótulo en un edificio, que decía: «Universidad de Medicina Moderna». Me impresionó el rótulo, aunque el edificio era menos que impre­sionante. Cuando llegué a cumplir con mi compromiso para predicar en ese pueblo, le pregunté al pastor sobre la «universidad». Se rió entre dientes y dijo que un tipo de Europa (creo) había establecido el imperio con un personal de dos para enseñar técnicas quiroprácticas y sanidad con medicinas de hierbas. En otras palabras, los títulos pueden engañar.

Segundo: uno puede establecer un excelente centro de preparación para preparar a ministros, pero esto no quiere decir necesariamente que se ofrezca una educación excelente y amplia. Es como las escuelas técnicas de hoy: Son proficientes en preparar a los obreros del mañana, pero no enseñan nada sobre las ciencias políticas, retórica, lógica, filosofía y así por el estilo. Siempre ha habido y siempre habrá una necesidad de establecimientos de aprendizaje que enseñen los fundamentales de la Biblia, la oración, evangelismo y ministerio pastoral. Pero no debemos confundir este angosto método para el ministerio práctico con el amplio cultivo de las mentes cristianas para un aprendizaje óptimo, de toda la vida, en un mundo de complejidad y cambio.

Tercero: el hecho de que la persona haya establecido una escuela no in­dica necesariamente cuáles son sus pensamientos respecto a la relación entre la fe y la razón, una educación liberal y el cristianismo, o teología y ministerio práctico. ¿Recuerda a Parham? El estableció «escuelas» en muchos lugares, pero él era el único maestro y usaba un solo texto, la Biblia. Y luego están las escuelas como el Jimmy Swaggart Bible College and Seminary. Swaggart hablaba burlonamente contra los católicos, la psicología y la crítica bíblica y luego liberaba a sus estudiantes del culto en la capilla para que volvieran a sus clases a seguir estudiando a los Padres de la Iglesia, psicología y crítica bíbli­ca. Aunque se burlaba del aprendizaje en libros y atacaba el conocimiento de la cabeza, al mismo tiempo predicaba que lo único que uno necesita es el po­der del Espíritu Santo, ¡en tres cortos años llegó a tener en su instituto bíblico un cuerpo estudiantil de 1,500 alumnos!

Finalmente, solo porque grandes mujeres y hombres de Dios hagan de­claraciones anti-intelectuales no quiere decir necesariamente que están igual­mente en contra de todos los componentes que forman la vida intelectual. Prácticamente todo pentecostal que habla en contra de la inutilidad del «cono­cimiento de la cabeza» manda a sus hijos a la escuela todos los días durante doce años para que adquieran conocimiento de la cabeza. Y la mayoría de los creyentes del evangelio completo que hacen comentarios sarcásticos sobre

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teología desean tener un mejor entendimiento de cómo concuerdan los temas de la Biblia. Además, muchos predicadores, pasados y presentes, que han de­gradado la mente desean haber estudiado más para poder estar mejor prepara­dos para dar mejores respuestas a los difíciles interrogantes con se enfrentan ahora. Lo principal es que sin importar qué lugar ocupe el líder cristiano en la escala, si hace comentarios anti-intelectuales, innecesariamente fortifica los sentimientos anti-intelectuales en el corazón de los oyentes.

Bun SUNDAY

El erudito contemporáneo George Marsden indica que Billy Sunday exhibía la mayoría de las mismas características de los grandes evangelistas de previas épocas, tanto las encomiables como las cuestionables. Sugiere que Sunday, Finney y Moody estaban básicamente tejidos de la misma lana, indicando que los tres estaban más o menos en contra de, y operaban como ajenos a, las iglesias establecidas. Se ha dicho que Sunday reflejaba el desinterés de Mo­ody por los asuntos teológicos, al mismo tiempo que combinaba las técnicas pragmáticas, de avivamiento de Finney. Corno Cartwright, Finney y Moody, Billy Sunday era altamente estimado por los creyentes americanos, tanto que según la opinión popular de comienzos del siglo empató con Andrew Carnegie como el octavo hombre más importante de Estados Unidos.

Se asemejaba a los demás mencionados en este capítulo en otra cosa más: Sunday también demostraba un descuido de la vida intelectual. La edu­cación era uno de los blancos que le encantaba atacar con un poético carác­ter vengativo. Por ejemplo, en una ocasión emitió la siguiente condena: «La iglesia en América moriría de seca pudrición y se hundiría cuarenta y nueve brazas en el infierno si todos sus miembros fueran millonarios o graduados universitarios».23

Sunday creía que si los niños recibían una educación escolar pero no re­cibían la Biblia, estarían mucho más propensos a caer de cabeza en la profun­didad de la depravación que si no recibían ninguna. Llegó incluso a declarar que lo que se aprende en la escuela era «peor que inútil» si no llevaba a sus beneficiarios a Cristo. Con pasión predicaba: «El camino al reino de Dios no es por la universidad». Por tanto, no es de sorprender que les dijera algo como lo siguiente a sus enamorados espectadores: «Miles de graduados universita­rios van lo más rápido que pueden derechos al infierno. Si yo tuviera un millón de dólares daría 999,999 a la iglesia y 1 a la educación».24

Aunque él también increpaba contra los sermones escritos, se ha dicho que más del setenta y cinco por ciento de sus sermones fueron «prestados» de los que se habían tomado el tiempo de escribirlos. Con chocante insensi-

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bilidad hablaba de sus deseos de «sentenciar a muerte a cincuenta escritores populares» y de cómo «la erudición se puede ir al infierno» si no se dirigía directamente al entendimiento común de la gente común. Este punto de vista sobre la erudición igualaba su opinión general sobre la doctrina, jactándose: «Billy Sunday no sabe más sobre teología de lo que sabe un conejo sobre ping pong». Quizás por eso, cuando la junta de presbíteros le hizo preguntas funda­mentales sobre doctrina, él contestó: «Eso es demasiado profundo para mí». Sunday era constante en sus puntos de vista sobre el aprender; no solo hablaba en contra de la erudición teológica sino que también la vivía.25

Además de con eruditos, graduados universitarios, autores clásicos, no­velistas y otros escritores profesionales, Sunday se enfadaba con los que di­seminaban política, los que cortejaban la filosofía y los que enfatizaban la importancia de la ciencia y de la sociología. Recuerde que estamos hablando del hombre que durante cierto tiempo fue considerado por muchos el cristiano más popular de América. La religión popular nunca ha tenido mucho tiempo para los complicados asuntos del cultivo cultural y de la profunda perspicacia. Más bien, el cristiano popular está satisfecho con la simple piedad, salpicada de una saludable medida de emoción e infectada por la epidemia de diversión de última moda. Aunque mucho bien fue forjado a través de este interesante pero controversial siervo de Dios, desafortunadamente, él estimuló más la na­turaleza sensorial y las inclinaciones anti-intelectuales del pueblo americano. Después de que Billy llegara al pueblo, el culto de los domingos volvía a ser lo mismo.

EL IMPACTO DE LOS CUATRO

Hombres como Finney y Moody hicieron mucho bien para el reino de Dios y para la sociedad americana en general. Rasparon y lucharon por escuelas para los pobres y para las mujeres. Fueron campeones de la emancipación de los esclavos y lucharon vigorosamente por la abolición de las bebidas alcohólicas. También enseñaron a una hueste de agotados peregrinos cómo encontrar la puerta de otra manera oblicua que lleva al camino estrecho de la vida eterna. Por su incansable industria en estas áreas estamos agradecidos, pero por su fal­ta de atención (y a veces aversión) a enseñar a una nación cómo ser cristianos pensadores, no podemos ser tan caritativos. Como observó T. S. Eliot sobre el siglo diecinueve, hubo demasiados cristianos que fueron obligados a ser solamente piadosos, mientras que muy pocos fueron desafiados a «pensar en categorías cristianas».26 Variados grados de cambio social llegaron de mano de la iglesia del siglo diecinueve, pero la mayoría parecía satisfecha con la piedad

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personal y la religión privada, mientras pensadores de carácter menos noble se propusieron transformar la mente de una nación.

Cuando se suman los públicos de Cartwright, Finney, Moody y Sunday, estos hombres le hablaron al corazón -la mente- de un incalculable número de cristianos del siglo diecinueve. Se dice que Sunday se dirigió a millones. En un conjunto de reuniones particular, la asistencia se calculó ser de 1,443,000. Cartwright tuvo reuniones de campamento durante cincuenta y dos años con multitudes de hasta 10,000 en cada reunión. A Moody se atribuye haber ha­blado a, quizás, quinientos millones de oyentes. En un grupo de convocatorias solamente, predicó ante un millón y medio de asistentes. Finalmente, de los aproximadamente diez millones que se sentaron bajo el ministerio de Finney, se calcula que medio millón de almas saltaron por la vereda de aserrín para sentarse en el «asiento de la ansiedad».27

Piense en ello, un billón de personas se sentaron bajo la tutela de es­tos cuatro hombres. Eran hombres por medio de los cuales Dios estaba re­conciliando al mundo y que le «dieron forma al cristianismo de la república americana».28 Pero también eran hombres que abogaban por la emoción y la utilidad, con frecuencia a costa del ejercicio intelectual y del cultivo cognitivo. Estos eran los maestros de la mente evangélica que con demasiada frecuencia promovían fórmulas demasiado simples, dogmáticas, reduciendo el evangelis­mo a simple pragmatismo y la educación a mezquinas formas de adoctrinar.

Desde 1801, cuando a Cartwright se le dio licencia para predicar, hasta 1899, el año de la muerte de Moody, la guerra rugió. No era tanto una guerra entre los amantes de Dios y los que odiaban a Dios, sino que era una batalla para determinar si es que los que profesaban amar a Dios lo harían con o sin la mente totalmente empleada. Una nueva raza de mentalidad cristiana se había forjado en la caldera de una nación liberada pero susceptible. Fue durante este intervalo de torcimiento de la mente, de establecimiento de cimientos, cuando el ideal puritano de pensar total y cristianamente fue rendido a cambio de una comida de avena con leche populista. El maquinado conflicto entre la apasio­nada piedad y un intelecto elevado acabó en una inquietante separación de los dos. El matrimonio ordenado por Dios entre la mente y el espíritu fue casi aniquilado, casi divorciado.

CONCLUSiÓN

Las fuerzas llenas del Espíritu de comienzos del siglo veinte se apoderaron del cristianismo popular de Cartwright, Finney, Moody y Sunday. El histo­riador Nathan Hatch se fija en que (entre varios otros grupos cristianos de la

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lista) «el... movimiento de santidad y el pentecostalismo compartían ciertas perspectivas ... por instinto y convicción volvieron a esas técnicas populistas que habían caracterizado la religión popular americana durante más de un siglo».29

El mismo Finney ha sido llamado «la segunda influencia más impor­tante en la creencia clásica pentecostal en sus principios».30 Según el teólogo Fredrick Bruner, Finney fue «la influencia que le dio forma a la teología me­todista en las iglesias de santidad» y «el puente histórico principal entre el wesleyanismo y el pentecostalismo moderno».31 Fue el avance por Finney del «perfeccionismo» de Wesley lo que impulsó la propagación del «bautismo del Espíritu Santo» a través del movimiento de santidad. Otros reconocen que la mayoría de las iglesias pentecostales recibieron su primer impulso del meto­dismo y del avivamiento de santidad. Además, en el campo de la técnica evan­gelística, «el movimiento renovador americano ha sido la influencia formativa más importante en el movimiento pentecostal moderno».32

Respecto al efecto de Moody en nuestro movimiento, su metodología de avivamiento ha sido importante para el ambiente evangélico en el que nació el pentecostalismo moderno. Moody no solo abogaba por la necesidad del bautismo del Espíritu, sino que también predicaba sobre el inminente regreso de Cristo y creía en los dones del Espíritu del Nuevo Testamento y en la sa­nidad por fe, cosas centrales todas ellas para el pentecostalismo. Blumhofer menciona a Moody como una figura a quien algunos pentecostales trazan sus raíces. Esto no debe sorprender, al ver que algunos de los primeros relatos del hablar en lenguas evangélicas resonaron de sus reuniones en Londres en 1875. Finalmente, el historiador Vince Synan ha resumido esta conexión al escri­bir: «La experiencia religiosa de los pentecostales también tiene un parecido asombroso con las experiencias de Wesley, Finney y Moody».33

NOTAS 1 George Marsden, Religion and American Culture [Religión y cultura americana], p.

49; Tim LaHaye, Failh ofOur Founding Fathers [La fe de los padres fundadores], Wolgemuth y Hyatt, Brentwood, TN, 1987, p. 141; Noll, The Search for Chris­tian America [La búsqueda de la América cristiana], pp. 75-76.

2 Norman Sykes, Church and State in England in lhe Eighteenth Century [La iglesia y el estado en Inglaterra durante el siglo XVIII], Cambridge Univ. Press, Cam­bridge, 1934, pp. 398-99.

3 A. C. McGiffert, Protestant Thought before Kant [El pensamiento protestante antes de Kant], Duckworth, Londres, 1911, p. 175; S. M. Duvall, The Methodist Epis­copal Church and Education up to 1860 [La iglesia y la educación metodista

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Episcopal hasta 1860], AMS Press, NY, 1928, pp. 5-8, 12. 4 Bela Bates Edwards, de sus Writings [Escritos], Boston, 1853,2, pp. 497-98. 5 Al comparar la disciplinada preparación de los que impulsaron el avivamiento del si­

glo dieciocho en América con los líderes del reavivamiento del siglo diecinueve, uno se da cuenta de un conspicuo contraste. Mientras que los líderes más promi­nentes del primer Gran Avivamiento se habían preparado en Yale, Princeton, Dar­tmouth, Oxford y Edimburgo respectivamente, los que dirigían los avivamientos del siglo diecinueve pasaron casi por completo de lado esta fase de preparación ministerial. Esto no significa todo, pero tengo confianza en que pasaremos por alto significantes implicaciones para el tema a mano si simplemente respondemos que: «¿Acaso no puede usar Dios a hombres sin títulos?» En otras palabras, no debemos dar a entender que esta divergencia no significe absolutamente nada.

6 Ahlstrom, A Religious History [Historia religiosa], 1, p. 531; Peter MarshalI y David Manuel, From Sea to Shining Sea [Del mar al mar brillante], Revell, Thrrytown, NY, 1986, p. 89.

7 Tipple, Francis Asbury, 90; Charles Ludwig, Francis Asbury: God's Circuit Rider [Francis Asbury: jinete itinerante de Dios], Mott Media, Milford, MI, 1984, p. 124.

8 Peter Cartwright, The Autobiography of Peter Cartwright [La autobiografía de Peter Cartwright], 1856, p. 11. Ver MarshalI y Manuel, From Sea to Shining Sea [Del mar al mar brillante], p. 85.

9 Cartwright, Autobiography, [La autobiografía de ... ] p. 64. 10 Íbid., p. 144. 11 Íbid., pp. 145, 164,204,265-67. 12 Íbid., pp. 11-13; véanse también pp. 236, 315, 338. 13 Charles Grandison Finney, Memoirs [Memorias], NY, 1876, pp. 42, 45, 46, 54. 14 Charles Finney, Revivals of Religion [Avivamientos de religión], CBN Univ. Press,

Virginia Beach, VA, 1978, pp. 225-26. 15 Finney sobre literatura, según citado en William G. McLoughlin, Modern Reviva­

lism [Avivamiento moderno], Ronald Press, NY, 1959, pp. 118-20. Ver sobre Shakespeare, Charles Wordsworth, On Shakespeare's Knowledge and Use ofthe Bible [Sobre el uso y el conocimiento de la Biblia en Shakespeare], Smith, Elder, and Co, Londres, 1864; William Burgess, The Bible in Shakespeare [La Biblia en Shakesperare], Winona, Chicago, 1903, p. xii.

16 Ver Hatch, Democratization [Democratización], pp. 196-201; Woodbridge, The Gospel in America [El evangelio en América], pp. 145-46; Hofstadter, Anti-In­tellectualism [Anti-intelectualismo], pp. 92-94; Marsden, Religion and American Culture [Religión y cultura americana], pp. 49-55; Y Murray, Revival and Reviva­lism [Avivamiento y reavivamiento], pp. 223-74. Ver Benjamin B. Warfield, Per­fectionism [Perfeccionismo], Baker, Grand Rapids, MI, 1981, pp. 2:10, 21-28.

17 Finney, Lectures [Conferencias], p. 27; Warfield, Perfectionism, 2:24. 18 Hofstadter, Anti-Intellectualism, p. 91; Woodbridge, The Gospel in America [El

evangelio en América], p. 145; Hatch, Democratization, 197. 19 James Finlay Jr., Dwight L. Moody: American Evangelist [Dwight L. Moody: Evan­

gelista americano], Univ. ofChicago Press, Chicago, IL, 1969, p. 3.

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20 D. L. Moody, Boston Evening Transcript [Transcripción del Boston Evening], 5 de enero de 1897; Boston Globe, 8 de enero de 1897, incluído en Findlay,American Evangelist, 410.

21 J. C. Pollock Moody Without Sankey [Moody sin Sankey], Hodder and Stoughton, Londres, 1966, pp. 58-61; McLoughlin, Modern Revivalism [Avivamiento mo­derno], pp. 213,273.

22 Gamaliel Bradford, A Worker in Souls [Un trabajador de almas], George H. Doran, NY, 1927, pp. 24-26, 30-37, 64, 212.

23 Sydney E. Mead, The Lively Experiment: Shaping 01 Christianity in America [El experimento vivo: cómo se modeló el cristianismo en América], Harper & Row, NY, 1963, pp. 114-15; Marsden, Religion andAmerican Culture [Religión y cul­tura americana], p. 179; Hofstadter, Anti-Intellectualism, p. 115.

24 William B. McLoughlin, Billy Sunday Was His Real Name [Su nombre auténtico era BilIy Sunday], Univ. of Chicago Press, Chicago, 1955, pp. 138, 282-83.

25 Written sermons [Sermones escritos]: McLoughlin, Billy Sunday, pp. 26, 125, 132, 138, 164-70; Earle E. Cairns, Endless Line 01 Splendor [Línea incesante de es­plendor], 1)rndale, Wheaton, IL, 1986, p. 194; Hoftstadter, Anti-Intellectualism, pp. 115, 122; Os Guiness, Fit Bodies Fat Minds [Cuerpos en forma, mentes obe­sas], Baker, Grand Rapids, 1994, p. 38.

26 T. S. Eliot, Christianity and Culture [Cristianismo y cultura], Harcourt Brace, NY, 1940, p. 22.

27 Elgin Moyer y Earle E. Cairns, Wycliffe Biographical Dictionary 01 the Church [Diccionario biográfico Wycliffe de la iglesia], Moody, Chicago, 1982, p. 143; J. D. Douglas, The New International Dictionary 01 the Christian Church [Nuevo diccionario internacional de la iglesia cristiana], Zondervan, Grand Rapids, MI, 1978, p. 940; Cairns, Endless Line [Línea sin fin], pp. 159-60, 192.

28 Moyer y Cairns, Wycliff Biographical Dictionary [Diccionario biográfico Wycliffe de la iglesia], p. 143.

29 Hatch, Democratization, p. 214. 30 Leonard Lovett, «Black Origins of the Pentecostal Movement» (Orígenes negros

del movimiento pentecostal], p. 128. 31 Fredrick Dale Bruner, A Theology 01 the Holy Spirit [Teología del Espíritu Santo],

Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1970, p. 37. 32 William DeArteaga, Quenching the Spirit [Constreñir al Espíritu], Charisma, Lake

Mary, FL, 1996, p. ] 09. 33 Menzies,Anointed to Serve [Ungido para servir], p. 26; Blumhofer, TheAssemblies

[Las Asambleas ... ], 1, pp. 17,381; Lovett, Black Origins [Orígenes negros ... ], p. 128; Synan, The Holíness-Pentecostal (La santidad pentecostal], pp. 99, 217-18.

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I

LA CULTURA MODERNA, EL ANTI­

INTELECTUALlSMO y LAS CREENCIAS

PENTECOSTALES - CA RlSMÁ TICAS

El anti-intelectualismo hace surgir la forma más extrema de la pereza. Se

encuentra en las personas para quienes los principales objetivos en la

vida son el aumento de placer, dinero, fama o poder. Es casi como si

desearan no tener la carga de tener un intelecto que podría distraerlos

de su fanática devoción a los propósitos no intelectuales.

MORTIMER ADLER, PEDAGOGO Y FILÓSOFO

Resulta monstruoso ver un mismo corazón a la vez ser tan sensible ante

las cosas menores y tan extrañamente insensible ante las más grandes.

Es un embrujo incomprensible.

BLAISE PASCAL

La vigilancia es especialmente aconsejable en las reuniones donde

nuestros espíritus est~n más propensos a conmoverse; durante

los sermones poderosos, las oraciones emocionales o los himnos

sentimentales o cuando otros están ejerciendo dones espirituales.

Controlar nuestro propio espíritu no es apagar al Espíritu Santo. Es

manifestar templanza. (Énfasis mío)

DONALD GEE, LíDER PENTECOSTAL

Un mes antes de cumplir dieciséis años fui testigo de la tormenta perfecta. Mientras trabajaba encima de una torre de agua en una granja de bagres en el centro norte de Texas, un amigo mío y yo vimos un tornado y luego

informamos al Servicio Meteorológico Nacional. Poco sabíamos que veinte minutos después un ciclón, resultado de esas mismas hirvientes nubes de esa calurosa tarde de primavera, se convertiría en el infame y siniestro monstruo del «Martes Negro». El 10 de abril de 1979, a las 6:00 p.m., lo que se ha lla-

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La cultura moderna, el anti-intelectualismo y las creencias pentecostales­carismáticas

mado el tornado más dañino que jamás se haya archivado le dio en el costado a la ciudad de Texas conocida afectuosamente por más de un siglo como «La Ciudad de Fe»: Wichita Falls.

Todas las condiciones eran ideales ese día para producir una tormenta perfecta. La presión barométrica, la humedad atmosférica y la capa superior de aire frío se juntaron en las afueras de Wichita para producir una enorme célula de un tamaño sin precedentes, en la que cinco embudos satélites ali­mentaron al tornado original. Este tornado, que en momentos era de una milla y media de ancho, era tan bajo y estaba tan cerca del suelo que tenía más an­chura que altura y por eso muchos se equivocaron y lo tomaron por una simple tormenta. Hechizó a la Ciudad de Fe con una implacable fuerza de 260 millas por hora. Permaneció en el suelo durante 47 minutos, destruyendo más de una quinta parte de nuestra ciudad de 100,000 habitantes, dejando 52 muertos y 1,700 heridos a su malvado paso.

En ese oscuro y notorio día, todo estaba en contra de la ciudad. Vea us­ted, a lo largo de la frontera entre Texas y Oklahoma se encuentra el legendario «Callejón de los Tornados», y en el corazón del Callejón de los Tornados está Wichita FallS (la casa de mi familia se llamaba la «Granja de Caza del Callejón de los Tornados»). Para colmo de males, la ciudad había mandado a la mayoría de sus unidades de rescate a otras dos ciudades que ya habían sido devastadas por otros tornados ese día. Así que sus circunstancias, su posición y todas las condiciones eran correctas; todo estaba en contra de Wichita. Todo menos una cosa: recuerde que estamos hablando de «La Ciudad de Fe».

Los wichitanos se irguieron valientes ante la ocasión. La recuperación fue tan rápida que más de un observador dijo que la recuperación de la ciudad había sido casi increíble. En menos de dos años de esta tormenta virtualmen­te apocalíptica, Wichita Falls recibió el AlI-American-City Award de 1981 (Premio para una ciudad totalmente americana). No solo les dio esperanza a las víctimas de tornados en todas partes, sino que se convirtió en un modelo internacional para investigación y seguridad contra tornados por la singular información recopilada después del tornado.

Durante muchos años después de ese día, pequeñas caras -fantasmagó­ricos recuerdos de los vientos de pesadilla- aparecían en lugares inesperados. Cientos de caras de relojes eléctricos se habían congelado en el tiempo en el preciso instante en que la corriente eléctrica fue cortada por la tormenta ase­sina. Estos relojes permanecían escabullidos con otros artículos en las cajas de lugares de ventas de segunda mano. Sus miradas vacías y fijas que decían 6:02, 6:03, 6:04 o 6:05 seguían provocando un disturbio en nuestras mentes.

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EL COLAPSO DE LA MENTE

En este capítulo, me gustaría hacer un círculo completo y hablar del disturbio del que dimos evidencia en los capítulos 5 y 6. Este disturbio --esta tormen­ta- es la que ruge no solo en la mente de muchos creyentes pentecostales ca­rismáticos, sino también por su mente. Al ser confrontados con los problemas de cosmovisión, apologética, filosofía, ciencia, literatura, teología, las artes e historia, nuestras miradas fijas o respuestas triviales traicionan el hecho de que, en algún punto de la línea fue impedida la corriente que llegaba a nuestro desarrollo intelectual.

La «vida de la mente» fue golpeada de lado por las olas del anti-intelec­tualismo del cambio de siglo. Por las muchas razones que ya consideramos en los dos capítulos anteriores, las condiciones eran perfectas para dar entrada al siglo veinte de la mano de un modo de ver toda la vida basado en los sen­timientos. Pero como la tormenta de inmensa célula descrita arriba, que fue alimentada por otros embudos satélites, la actitud anti-intelectual de muchas personas llenas del Espíritu ha sido puesta en vigor alimentada todavía más por elementos de dentro de su singular composición histórica y doctrinal. Es­tos elementos no son ruinosos en sí, pero cuando se filtran por un prejuicio ya presente en contra del intelecto, pueden ser desastrosos para la vida de la mente.

En los últimos cincuenta años, un manantial delgado pero continuo de advertencias ha emanado de los eruditos sobre la muerte del intelecto en el Occidente, en las Américas, en Estados Unidos, en nuestras escuelas primarias y secundarias, además de nuestras universidades. Y a eso hay que añadirle que, de vez en cuando un crítico aquí y un profeta allí de entre los católicos, los de la Reforma o los de la rama evangélica se atreven a sonar la alarma para dar informe de la tormenta. Las señales nos rodean por todos lados, pero ¿le prestaremos atención a la advertencia a tiempo para evitar la catástrofe cogni­tiva?l

Una cosa es si nosotros como movimiento fallamos a la hora de ver que el anti-intelectualismo no es bíblico (capítulos 1-4). Esto es distinto de negar que ha habido muchísimas señales de anti-intelectualismo en la iglesia ame­ricana, esparcidas durante los últimos dos siglos (de ahí las evidencias de los capítulos 5-8). Pero otra cosa es si fallamos a la hora de ver que ciertos ele­mentos de dentro de nuestra historia y doctrina pueden añadir más tentación para ser anti-intelectuales (este capítulo). Además, es un asunto totalmente diferente si decimos que nosotros no tenemos ningún problema en el área de la vida de la mente. Esto sería parecido a decir que América, o que Occidente, o que los evangélicos podrían estar experimentando una crisis -una falta de pensamiento de primera c1ase- ¡pero que nosotros no!

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La cultura moderna, el anti-intelectualismo y las creencias pentecostales­carismáticas

Si usted todavía no se ha convencido de que existe el problema en nues­tra cultura general de una falta de amor por y una búsqueda de la verdad, o si rechaza la idea de que la iglesia está faltando en glorificar a Dios con toda la mente, entonces dudo que lo convenza el resto de este libro. Pero si usted es un creyente lleno del Espíritu, que ve la influencia además de la propagación del anti-intelectualismo en el movimiento pentecostal carismático, va de ca­mino a ser parte de la solución. Antes de poder ser un modelo para el mundo, primero debemos ayudar a nuestra nación. Y antes de poder ayudar al cuerpo de Cristo más grande en América, primero debemos conocernos y cambiarnos a nosotros mismos. Para hacer esto, es necesario que seamos conscientes de algunos de los factores de nuestro movimiento que pueden reforzar el mito del anti-intelectualismo. Si se lo permitimos.

En el resto de este capítulo mi propósito es ofrecer un índice extenso de los factores que han fomentado o que todavía fomentan un prejuicio anti-inte­lectual en la cultura americana más grande, además de un «embrutecimiento» de la misma. También se ofrecerá una lista de las creencias sostenidas entre los cristianos americanos que pueden fomentar o que han fomentado la pasividad intelectual. Después de hacer esto, procederé a indicar esos pocos rasgos par­ticularmente dentro del pentecostalismo que pueden ser de estímulo añadido, haciendo avanzar nuestro prejuicio en contra del discipulado de la mente.

COMPONENTES DE LA CULTURA MÁS AMPLIA QUE PUEDEN EMPOBRECER LA MENTE

Es importante mantener en mente cuatro pensamientos significativos respecto a las siguientes listas. Primero, solo porque un elemento de nuestra cultura se encuentre en la lista siguiente no quiere decir que, por necesidad, promueva el anti-intelectualismo.

Segundo, cada uno de los factores se manifiesta de maneras variadas. Así que sin ponerse «un gorro para pensar», quizás no se pueda discernir inmedia­tamente la manera en que se exhiben a si mismos estos elusivos factores.

Tercero, cualquiera de los siguientes factores, si es lo suficientemente fuerte en la filosofía vital de una persona, puede anclarla en el campo del anti­intelectualismo.

Cuarto, aunque categorizo las siguientes tendencias culturales como «Generales», «Cristianas» y «Pentecostales», se traslapan considerablemente. Estos componentes están interrelacionados, se oponen entre sí, se apoyan uno a otro y hasta pueden elevarse uno al otro. Algunos son la energía que impulsa el anti-intelectualismo y algunos son el resultado de la pasividad cerebral.

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¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?

DISPOSICiÓN DE 11 CULTURA EN GENERAL

Democratización Contaminación auditiva Utilitarismo Racionalismo Miríada de distracciones Inteligencia sintética Pragmatismo Hedonismo Juventudismo Tecnologismo «Dios» de la diversión Excesiva especialización Sociedad microondable Egoísmo Caricatura del intelectual Fragmentación Existencialismo Materialismo Desfuncionalismo Cultura de sentimientos Cultura de divorcio Posmodernismo Subjetividad Narcisismo Romanticismo Pluralismo Pensamiento no abstracto Analfabetismo literario Uso de clichés Falta de disciplina Primitivismo La experiencia lo es todo Relativismo Populismo Humanismo A-historicismo Escuelas embrutecidas Reduccionismo Nacionalismo sin pensar Individualismo Locura por la terapia Pasividad Actividad Novelería

TENDENCIAS EN El CRISTIANISMO AMElICANO

Fideísmo Anticlericalismo Televangelismo Antiteología Falta de apologética Voluntarismo Fácil creencia El evangelio «simple» No día de reposo Compartamentalización Mensajes más cortos Misticismo Falsas definiciones de «espiritual» Mensaje de prosperidad Emocionalismo Mentalidad de audiencia Proteccionismo Monasticismo Solamente la Biblia El evangelio social Avivamientismo Neo ortodoxia Alta crítica

Liberalismo Pensamiento positivo Dieta literaria no profunda Polarización Premilenialismo FilisteÍsmo Consumerismo Acomodación Celebridaísmo Superstición Sensacionalismo Pragmatismo Mentalidad de súper estrella Mentalidad de diversión Pugna de fe contra razón Demasiado énfasis en las necesidades temporales Falsa idea de lo que es la cultura Gigantismo: Lo «grande» es de éxito Falsa opinión de «inspiración» Fragmentación del ser del hombre Poner la predicación sobre la enseñanza

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La cultura moderna, el anti-intelectualismo y las creencias pentecostales­carismáticas

Formato sensible al buscador Pugnar el conocimiento contra la experiencia Ignorancia de la historia de la iglesia Prejuicio contra los sermones escritos Falsa dicotomía entre la «cabeza» y el «corazón» Falta de compromiso con el discipulado intenso Ignorancia de las raíces de la educación y de la ciencia modernas Interpretación subjetiva, pasiva de la Biblia

Falta en reconocer a los pasados gi­gantes intelectuales del cristianismo Mal entendimiento de las Escrituras que tratan del aprender y la sabiduría Incapacidad de distinguir entre razón, razón de ser y racionalismo Creencia en y expectación de «direcciones personales» Pocos líderes se dirigen a la pobreza intelectual del cristiano Falsas definiciones de «iglesia», «fe», «avivamiento», «razón» y otros con­ceptos clave

Eu.uTlS JlJlel.uus ni LIS e'ICIUIS If lIS llUIS In Es"RITa

Una vez más, aunque nuestro movimiento ha ayudado a millones en su bús­queda de salud espiritual, latente dentro de su genio hay características que lo hacen especialmente vulnerable a los peligros del anti-inte1ectualismo. Por supuesto, un capítulo escaso no puede tratar adecuadamente con cada una de estas a profundidad; esta tarea exigiría un volumen solo para eso. Como habrá quien insista en malinterpretar el propósito de esta sección, per­mítame decirlo una vez más: no considero estos factores fundamentalmente anti-intelectuales. Más bien, son solo propensos a ser mal juzgados en relación con la vida de la mente; especialmente cuando no están equilibrados por otros bloques importantes, estorban el deseo y/o capacidad de la persona para usar el intelecto para el avance del reino y para la gloria de Dios.

(1) MUCHOS DE LOS PRIMEROS PENTECOSTALES CARECÍAN DE EDUCACIÓN FOR­

MAL. Esto, por supuesto, no los descalificó para trabajar para el Maestro. Sin embargo, sí fijó la norma para los que se convirtieron en sus seguidores, pues rara vez el estudiante se elevará sobre su tutor. En los capítulos 5 y 6 vimos que varios de los primeros líderes pentecostales hablaban abiertamente de su desprecio por la educación. No nos debe sorprender que la mayoría de ellos tu­viera poca educación formal. Valorar poco lo que no poseemos parece formar parte de nuestra naturaleza (sin importar cuán santos seamos).

Es más, las escuelas consideradas de nivel «universitario», a las que asis­tieron muchos de estos, con frecuencia eran poco más que pequeñas institu­ciones que ofrecían materias solo hasta el nivel de secundaria. Como vimos anteriormente, a veces el currículo no era más que un flojo programa para adoctrinar con textos de prueba. El pedagogo pentecostal WiIliam Menzies sostiene que una razón de la falta general de educación era el hecho de que

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estas escuelas se interesaban más por «el desarrollo espiritual que por la exce­lencia académica».2

La historiadora Edith Blumhofer nos informa que en las décadas de 1930 y 1940, la preparación para el ministerio en los institutos bíblicos todavía se consideraba sospechosa entre muchos de los del evangelio completo. Además, un alto porcentaje de los que se matriculaban en los institutos bíblicos «no habían terminado una preparación de escuela secundaria, y algunos ni siquiera la habían comenzado».3 Como si esta combinación no fuera lo suficientemente desafiante en sí, había problemas para encontrar a pentecostales preparados para enseñar en las escuelas. Incluso en fecha tan tardía como 1944 (cuarenta y tres años después del derramamiento de Topeka), los profesores de nuestros mejores planteles pentecostales solo poseían un promedio de 3.9 años de edu­cación después de la escuela superior, y muchos de estos habían sido educados en institutos bastante parecidos a aquellos en los que enseñaban ahora.4

De nuevo, no sugiero que la educación institucional superior necesaria­mente haga o deshaga el ministerio de la persona. Ni tampoco quiero decir que asistir a establecimientos de aprendizaje superior lo hace a uno estar «a favor de lo intelectual». Es corriente encontrar fa estudiantes universitarios, e incluso a profesores, que están a favor de la educación (o quizás sea mejor decir «a favor de la información»), pero que son anti-intelectuales (aunque yo creo que es imposible encontrar a una persona que esté en contra de la educa­ción pero que esté a favor de lo intelectual). De modo que muchos de nuestros primeros líderes no solo estaban en contra de la educación, sino que también carecían de educación. Esto, a su vez, dio forma a nuestro movimiento en sus años embrionarios, alejándolo de un profundo respeto para la vida de la mente en general. La idea de educar a la persona entera no era ajena para el primer movimiento pentecostal pero fue severamente disminuida y por eso todavía experimentamos algunas de sus influencias hoy.

(2) ALGUNAS DE LAS DOCTRINAS A LAS QUE SE ADHIEREN LOS CREYENTES DEL

EVANGELIO COMPLETO OFRECEN OPORTUNIDAD ESPECIAL PARA LA PROMOCIÓN DEL

ANTI-INTELECTUALISMO. Aquí tenemos una lista de algunas creencias que caen dentro de esta categoría: (a) el bautismo del Espíritu Santo; (b) los dones ver­bales; (c) el rapto; (d) la santificación; y (e) la teología de altar. A primera vista, estas creencias pueden parecer bastante separadas de la cuestión que nos ocupa. Con paciencia, espero que el lector llegue a ver a qué me refiero.

(a) La idea de que un «bautismo por el Espíritu Santo» es un tipo de cura para todo sigue siendo un tanto común entre nuestra gente, aunque prevalecía más en el pasado. Algo parecido a esto es aparente en nuestra época formativa cuando Parham enseñaba que los que eran bautizados con el Espíritu Santo, marchando en el ejército de Dios de los últimos días, ayudarían al cuerpo de Cristo a evitar «desperdiciar miles de dólares y con frecuencia su vida en

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vanos intentos de hacerse conversadores en lenguas casi imposibles que el Espíritu Santo podía hablar tan libremente».5 Pocos, si es que algunos, creen esto hoy, pero relacionado con esta mentalidad está el concepto de que si el Espíritu Santo «enseña todas las cosas», «lleva a toda verdad» y se deleita en usar a «hombres ignorantes», entonces ¿por qué pasar sin necesidad por los rigores de la disciplina mental e intelectual?

Además, como pentecostales tenemos fuertes convicciones sobre el sa­cerdocio de los creyentes y su conexión con «el bautismo». Una de las posi­bles desventajas que pueden acompañar la doctrina vital del sacerdocio de los laicos es la creencia de que los que han sido bautizados en el Espíritu Santo no necesitan maestros terrenales. Una vez le oí a Billy Graham decir: «El paquete más pequeño del mundo es la persona que siempre está envuelta en sí misma». Cuando los creyentes llenos del Espíritu se creen ser los custodios de la verdad del evangelio completo surge una tentación muy real de pasar por alto el vasto depósito de sabiduría que Dios ha depositado en otros custodios. ¡Por eso, las bendiciones del sacerdocio, en vez de convertirse en un don más grande, más rico para el mundo y para el cuerpo, se vuelven en un montón de pequeños paquetes independientes envueltos en sí mismos!

Desde los días de Parham, muchos creyentes llenos del Espíritu pare­cen haber usado «el bautismo» como una muleta para evitar participar en el pensamiento y en el estudio exigente. Como hemos visto, Donald Gee se dirigió a este asunto varias veces a lo largo de cuarenta años. Entre las varia­das declaraciones sobre esta tendencia está la siguiente: «Muchos tienen la idea equivocada de que el bautismo en el Espíritu Santo quita toda necesidad de duro trabajo, pero no es un aparato para reducir trabajo. Se podría decir: "Supongo que ya no tengo necesidad estudiar; no tengo necesidad de pensar; no tengo necesidad de orar"».6

Una falta de profundidad y un sentimentalismo parecen acompañar a muchos que se apoyan solamente en el Espíritu para su alimento intelectual. Por supuesto que no se trata de si el Espíritu Santo puede o no puede satisfacer toda necesidad; se trata de si lo hará o lo hace. ¿El bautismo es simplemente para sustituir, o para complementar, la preparación intelectual? ¿Se contra­dicen los dones del intelecto y el don del Espíritu Santo, o provienen de la misma fuente? Estas son preguntas vitales respecto a esta doctrina.

(b) La segunda doctrina de los pentecostales que puede promover anti­intelectualismo es la de los «dones verbales»: palabra de sabiduría, lenguas e interpretación, palabra de conocimiento y profecía. La idea de que los idiomas extranjeros, el futuro, el profundo discernimiento y la información, todos des­conocidos, pueden ser inyectados en el alma y luego salir a borbollones por los labios del creyente, puede convertirse en un potente catalizador del anti­intelectualismo.

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Uno podría pensar que es algo frívolo, o hasta inútil, dedicar muchí­simo y valioso tiempo a examinar los enredados bejucos de la historia o a pronosticar las tendencias sociológicas de los variados campos misioneros si «el conocimiento de revelación~~ cae del cielo como maná. Además, el pueblo lleno del Espíritu puede ser disuadido de pasar noches para poder analizar gramáticamente los verbos hebreos o de rebuscar en la hermenéutica difícil si Dios libremente da sus «dones informativos» del pasado, presente y futuro a los que son verdaderamente espirituales.

Es la enseñanza de que estos dones sobrepasan el intelecto lo que puede promover tan fácilmente un prejuicio anti-intelectual. Piense en ello: Es ten­tador abandonar el ejercicio intelectual meticuloso si Dios se inclina a ofrecer los misterios más grandes por medio de mentes desligadas. De hecho, la mis­ma naturaleza de esta provocación se parece a la tentación original, que pro­metió esclarecimiento, conocimiento y sabiduría sin participar en la escuela de Dios para aprender durante toda la vida (Gn 3:4-6).

No estoy disputando el hecho de que Dios sea un Dios de revelación so­brenatural. Él me ha revelado cosas que de otra manera no habría podido des­cubrir estudiando. Por estos encuentros me siento humillado y agradecido. Sin embargo, es una tontería suponer que estos dones sobrenaturales de revelación hacen inservible la vida intelectual. Nadie se atrevería a poner una necesidad de oxígeno contra una necesidad de agua. Ambos son de tremendo valor, y el uno sin el otro crea problemas mayores. Cuando se emplea el lenguaje del pentecostalismo popular, con expresiones como «hablar en el Espíritu» con­tra «hablar en la carne», o que el conocimiento se filtra por «el corazón» y no por «la cabeza», todo el asunto de la supremacía del «conocimiento de revelación» contra el «aprender intelectual» se confunde exponencialmente. Pero esto parece ser la norma en las mentes de muchos de los del evangelio completo.

Como ejemplo, considere la siguiente declaración de la cuñada de Char­les Parham sobre hablar en lenguas. Ella afirmó que «corrientes de risa llega­ron a mi corazón. Yo ya no podía pensar palabras de alabanza, pues mi mente estaba sellada».7 En otro lugar, al referirse a su habilidad para predicar profé­ticamente con la unción, Charles Parham dijo: «Nuestra mente no tomó parte, nos convertimos en oidores interesados».8 Si este ejemplo parece anticuado, no tiene más que volver al capítulo 6 o recordar mi ilustración de apertura en la introducción.

Algunos podrían decir que la Biblia misma usa la terminología anterior. En 1 Corintios 14 Pablo habla de «orar en lenguas» como orar en espíritu, y se refiere a «orar con el entendimiento» como orar en el lenguaje aprendido de los que están presentes. Pero Pablo no pone la mente humana en contra del Es­píritu de Dios, como algunos suponen. Ni tampoco ni tan siquiera remotamen-

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te sugiere que hablar en lenguas o cualquiera de los otros dones verbales sean superiores a hablar en el lenguaje nativo de la persona; en realidad, su énfasis es totalmente lo opuesto. Promueve el uso de la mente en las demostraciones públicas de los dones verbales. 9

A veces Dios ha depositado una palabra de sabiduría o palabra de co­nocimiento en mi mente, dejándome a mí decidir si debo o no compartir esta infusión sobrenatural con otra persona. Estas son experiencias que humillan, que a veces disturban, y otras, deleitan. Pero debemos tener cuidado de no cambiar las reglas por las excepciones. O sea, aunque Dios se llevó a Elías, no debemos dejar nuestro trabajo y esperar a que llegue una flamante carroza. De igual manera, no debemos evadir el proceso de estudiar para presentarnos aprobados simplemente porque Dios puede dar y da «conocimiento de reve­lación» y discernimiento sobrenatural por medio de sus dones espirituales. No estamos dispuestos a dejar que un médico trabaje en nosotros si dice ser dirigido simplemente por conocimiento de revelación; también exigimos que posea cierto «aprendizaje de libros a la antigua».

Parecemos luchar con la idea de que si algo no es lógico, entonces de­ber ser ilógico; o que si alguien no es anti-intelectual, entonces debe ser un racionalista; o que si cierto suceso no es de una naturaleza racional, entonces por necesidad es irracional. Esta forzada dicotomía ha chapuceado de muchas maneras nuestro pensamiento sobre el pensar. Pregunta: ¿Es reír y llorar algo racional, emocional o intuitivo? Parece ser las tres cosas, y ninguna a expensa de las otras. ¿Nuestra mente es física, espiritual, química o efímera? Parece ser todo lo anterior y más.

Solo porque algo es físico (que «usa» el cerebro) no indica que no pue­da ser de una naturaleza inmaterial también. Si lanzamos el brazo frente a nuestro hijo al meter los frenos mientras conducimos, no podemos decir que esta acción sea solo física; también tiene que ver con la emoción, con el pen­samiento y con el instinto. De igual manera, debemos tener cuidado de no estar tan prontos a discutir que como los dones espirituales y otras actividades espirituales no son completamente racionales, no deben ser racionales en ab­soluto. Hay mucho trabajo por hacer en esta área de concentración para poder ayudarnos a pensar mejor sobre las dimensiones espirituales e intelectuales de nuestro andar por fe, especialmente en el área de los dones verbales.

A los cinco dones verbales se les puede añadir nuestro método a veces confuso y el entendimiento de revelación, inspiración e iluminación. Tenemos una tendencia a yuxtaponer las tres en una mezcla de arreglos. Añada a esto «los dones» y conseguimos una interesante mezcla que, de nuevo, se inclina fuertemente a disminuir el intelecto. A veces creo que Platón es más respetado que el apóstol Pablo. ¿Cómo? En Fedro, de Platón, él habla de la dignidad de la «divina locura», en la que el estado dado por los dioses, entusiasmado de

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estar fuera de sí es mucho más preferido que el estado corriente de la sensatez humana. Propone que aunque las profetisas griegas de la antigüedad hablaban con frenética locura, pronunciaban tantas cosas maravillosas; pero que cuando utilizaban la «simple mente», no podían decir nada de gran valor. Yo creo que más de lo que nos damos cuenta, albergamos el mismo tipo de noción. 10

(e) Una tercera doctrina pentecostal prominente que puede prestarse ha­cia el anti-intelectualismo es la creencia en el «rapto» de la iglesia. No se trata simplemente del concepto bíblico de un «arrebatamiento» del pueblo de Dios, lo que puede promover un despego de las empresas cognitivas. Más bien, es cuando uno cree que este suceso sucederá muy pronto y que el tiempo se nos está acabando. Entonces las tendencias hacia el escapismo pueden traspasar lo límites con demasiada facilidad. En vez de desperdiciar valioso tiempo pre­parando la mente, debemos hacer lo práctico y simplemente allegarnos a los perdidos.

Al final, el modo de pensar escapista perpetúa no la Gran Comisión (pues esta es una misión de «hacer discípulos», vea Mateo 28:19), sino solo el ganar a los perdidos, que seguro que es algo grande, pero es solo el primer paso. El discipulado tiene que ver con volver a darle forma a la persona entera por medio de discipular los componentes individuales de la vida de un recién convertido. Esto es difícil, si no imposible, para los mentores si ellos mismos no se han tomado tiempo para disciplinar adecuadamente su propio espíritu, cuerpo e intelecto. El caso se hace aun más difícil si tratan de concentrarse en hacer discípulos mientras fijan su mirada en la cara del reloj escatológico.

«Jesús viene pronto» era, en muchos respectos, el tema central de los comienzos del pentecostalismo, y sin duda era (y es) un tema bíblico muy positivo y vital. Examinando de nuevo las reuniones de la Calle Azusa, un portavoz de las reuniones cooperativas en Hot Springs, Arkansas de 1914, dijo: «Casi toda ciudad y comunidad en la civilización ha oído hablar. .. de la profecía que ha sido predominante en todo este gran derramamiento, y que es "Jesús viene pronto"».H Uno naturalmente se podría preguntar si vale la pena o no dedicarse a aprender durante largo tiempo si cree que este era el «último avivamiento» y que le espera solo un corto futuro.

Además del asunto con que tratamos arriba, también existe la tendencia a considerar la participación en los asuntos culturales como una pérdida de tiempo si es que el barco se está hundiendo de todos modos. Se ha expresado de esta manera: «¿Por qué desperdiciar tiempo y energía volviendo a arreglar las sillas de la cubierta del Titanic?» Hasta cierto grado substancioso, así era como consideraba J. N. Darby el mundo secular. Darby (1800-1882) fue prin­cipalmente responsable de volver a introducir la teología de la pretribulación y, a su vez, influyó fuertemente en el movimiento pentecostal en sus comien­zos. Él creía que el rapto tendría lugar muy pronto y que la verdadera iglesia

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La cultura moderna, el anti-intelectualismo y las creencias pentecostales­carismáticas

no debía participar en los asuntos «seculares». En los «últimos días» la iglesia estaba aquí, no para transformar al mundo sino para reunir rápidamente a los perdidos antes que la ira de Dios fuera derramada sobre la iglesia apóstata. William DeArteaga dice que para Darby, «los días finales estaban tan cerca que la evangelización ya no era lo principal, sino lo único. No había tiempo para que la iglesia se interesara por los asuntos sociales ni que siquiera enseñara la vida cristiana a los discípulos» .12

Enseñar sobre el rapto llegó poco a poco hasta los cimientos del pen­tecostalismo, donde produjo un pensamiento tocante la falta de tiempo para dedicar en la incansable preparación privada y en el riguroso debate público. En 1908 William Seymour fue repulsado por uno de los miembros de más influencia de su congregación (Florence Crawford) por casarse, a la luz del «hecho» de que el rapto estuviera tan cerca. En 1988 una familia que yo co­nocía personalmente logró desanimar a su hijo de asistir a la universidad del estado a la luz de los 88 «hechos»13, indicando el inminente rapto de la iglesia. Estas son las mismas personas que dejaron que sus caballos corrieran libres «ese día» para que los animales no murieran de hambre en el corral cuando la familia partiera. El rapto no tuvo lugar, pero una redada de otra naturaleza sí tuvo lugar. Yo creo que Cristo vendrá en un momento que no sabemos, y creo que seremos arrebatados con él. Sin embargo, también creo que hasta que él venga, debemos estudiar para presentarnos aprobados y debemos amar a Dios con toda nuestra mente.

(d) La cuarta doctrina que podría promover un prejuicio en contra de la coherencia intelectual es nuestra particular inclinación a la «santificación». La idea de que «la carne», «el mundo» y «el diablo» han de evitarse a toda costa con frecuencia hace que tratemos «al mundo y todo lo que hay en él» como un enemigo. O sea, la cultura más amplia se ha de ignorar o menospreciar. Ade­más, como «el mundo» menospreció nuestro movimiento en sus comienzos, podemos caer en la trampa de menospreciar a la «sociedad más alta» en el nombre de la «santificación». A la luz de esto, cometemos el crítico error de desdeñar la alta cultura, creyendo que esta y «el mundo» son una misma cosa, o de llamar «mundano» lo que no es explícitamente cristiano.

La coherencia en esta vena es imposible. Nos veríamos obligados a pre­guntar si manejar un automóvil, aprender a escribir, cepillarse los dientes o jugar un partido de voleibol son algo cristiano o no. Con esta mentalidad, la esquizofrenia espiritual encuentra un nido ideal. Esta falsa opinión «del mun­do» ha hecho que muchos de dentro del evangelio completo se salgan de las universidades seculares, del campo de la política, del arte, de las humanidades, de la tecnología y de las ciencias. Cuando la «santificación» o la «santidad» se cuelan por este angosto filtro, no solo sufren los pozos del pensamiento social

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y cultural, sino también el agregado pensamiento crítico entre los rangos de los llenos del Espíritu.

(e) La quinta doctrina que cortejan los creyentes pentecostales carismá­ticos y que puede atrincherar el prejuicio anti-intelectual es la de la «teología del altar». La idea de que una bendición instantánea de limpieza y poder se puede recibir por fe en vez de por el arduo proceso de «buscar» fue promovida fuertemente a partir de 1840. Donald Dayton dice de esta doctrina: «Esta en­señanza tendía a evaporar la lucha espiritual más característica del metodismo del siglo dieciocho y fomentaba la inmediata apropiación de la experiencia».14 Esta ideología se llevó al pentecostalismo del siglo veinte y se ha manifestado de numerosas maneras.

Los americanos en general casi sin vacilación son seducidos por la con­veniencia, el pragmatismo y los resultados instantáneos. En breve nos esfor­zamos por convertirnos en una sociedad completamente microondeable. Aña­dido a esto está la creencia de que «el bautismo», la sanidad, la salvación y la liberación pueden tener lugar al depositar el problema en el altar, y tenemos una estructura filosófica que fácilmente puede prestarse a la mentalidad de «ganancia sin dolor». Íntimamente relacionada con las expectaciones de in­mediación en el altar está toda la idea de reprender a Satanás y su influencia de una ciudad o nación entera en una sola arremetida. Si esta simple fórmula es viable, parece que Jesús la habría usado para su amado Israel.

Yo sí creo que Dios le da bendiciones fenomenales al corazón de los humildes que echan toda su ansiedad sobre él. Él es el Padre lleno de gra­cia, que se deleita en dar buenas cosas a sus hijos. Ciertamente hay veces que Jesús derrama una bendición sobre nuestra necesitada alma, que es casi imposible imaginar o contener. Dios me ha ministrado a mí en el altar, en mi cuarto privado, en mi oficina y al frente del edificio de la iglesia. Dios también me ha usado en ocasiones mientras ministraba en el altar para echar fuera malos espíritus. Pero estas realidades no significan, por necesidad, que la resuelta actividad mental se haga obsoleta. Ni tampoco quiere decir que los resultados dilatados son inferiores a esas experiencias que a veces pare­cen estar al alcance de la mano en el altar. No tiene más que preguntarles a Eva, a Abraham, a José, a Moisés, a David y a los fieles soldados de la «galería de la fe» de Hebreos 11.

Hay varias otras creencias que sostenemos que, al combinarlas con un prejuicio ya presente contra el intelecto, amplían el problema. Solo puedo mencionarlas aquí: el razonamiento circular basado en «el Señor me dijo», modificar nuestra teología para que quepa en nuestra experiencia, forzar los sucesos corrientes dentro de un contexto de los últimos días, confundir el uso exacto de los dones espirituales, «si se siente bien, debe ser del Espíri­tu», teología de «nombra y reclama» y nuestro ávido apetito por milagros.

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CONCLUSiÓN

Si ya luchamos contra las tentaciones del anti-intelectualismo, entonces cuan­do las creencias ya mencionadas se unen, forman un fuerte argumento contra el caso para los logros intelectuales, el cultivo cultural y el pensamiento crí­tico. Como puede ver, todas las coaliciones son perfectas para nuestra propia «tormenta perfecta». Y aunque hemos avanzado en nuestra lucha contra el anti-intelectualismo, se nos induce una y otra vez a participar en un tipo de es­piritualidad sin mente. Pero así como el pueblo de Wichita Falls -«La Ciudad de Fe»- se puso a la altura del destructivo monstruo del «Martes Negro», así también nosotros -el movimiento pentecostal carismático- podemos poner­nos a la altura de las circunstancias.

La vida del Espíritu seguramente encuentra mayor efectividad cuando mora segura en la casa del intelecto. Con todo lo que está en mí, declaro: ¡Si uniéramos el poder de la mente con el poder del Espíritu, el ingenio escolás­tico con el amor que entibia el corazón, la apologética con la unción, el vigor intelectual con la vitalidad emocional y nuestra capacidad contemplativa con los dones carismáticos, el impacto positivo que podríamos tener en nuestra cultura y en las naciones está más allá de la imaginación! Y podemos poner­nos a la altura de las circunstancias, puesto que nosotros, también, somos un pueblo de fe, una «Ciudad de Fe».

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NOTAS 1 En las décadas de 1940 y 1950, C. S. Lewis comenzó a poner en alerta al mundo

occidental sobre su desastre intelectual: que su alma moría. Otros vieron la cala­midad: Solzhenitsyn, Carl F. Henry y hasta la Madre Teresa. En la década de 1960 Richard Hofstadter presentó Anti-Intellectualism in American Lile [Antiintelec­tualismo en la vida americana], y en la de 1970, John Stott publicó Your Mind Matters [Tu mente es importante]. La década de 1980 trajo The Great Evangelical Disaster [El gran desastre evangélico], de Francis Schaffer y Closing the Ameri­can Mind [La mente americana se cierra], de Allan Bloom. Yen la de 1990 Mark Noll escribió Scandal 01 the Evangelical Mind [Escándalo de la mente evangéli­ca] y John Armstrong editó un volumen titulado The Coming Evangelical Crisis [La inminente crisis evangélica].

2 Menzies, Anointed to Serve, [Unigido para servir], p. 355. 3 Blumhofer, The Assemblies [Las Asambleas], 1, p. 329. 4 Menzies, Anointed to Serve [Unigido para servir], p. 355; Anderson, Vision of the

Disinheríted [Visión de los desheredados], pp. 101-2. En un estudio, se encontra­ron a solo nueve de cuarenta y cinco líderes pentecostales prominentes que habían recibido una educación formal después de sus años adolescentes. Esto representa

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solo un veinte por ciento, comparado con el sesenta por ciento de entre todos los demás clérigos americanos. La misma encuesta dice que mientras que un treinta y tres por ciento de los predicadores no pentecostales se había graduado de la universidad y pasó al seminario, solo un cinco por ciento de los líderes pente­costales de esa época podía decir lo mismo. Además, se debe observar que esta información compara a los líderes pentecostales más prominentes de la época con el predicador protestante promedio. Si estas estadísticas son tan siquiera aproxi­madas, aportan significancia al tema de este capítulo.

5 Parham, A Voice Crying in the Wilderness [Voz que clama en el desierto], p. 28. 6 Womack, Pentecostal Experience [Experiencia pentecostal], p. 7I. 7 Parham, The Life ofCharles F Parham [Vida de Charles F. Parham], pp. 60-61. 8 Parham, Voice [Voz], p. 3I. 9 Solo es necesario ver las palabras y frases clave para determinar el punto principal

de Pablo: «nadie le entiende» (1 Co 14:2, RVR); « ... si no os hablare con reve­lación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?» (v. 6); «cómo se sabrá» y «distinción de voces» (v. 7); «sonido incierto» (v. 8); «si por la lengua no diereis palabra bien comprensible» y «hablaréis al aire» (v. 9); «carece de significado» (v. 10); y «si yo ignoro el valor de las palabras» (v. 11). ¿Por qué es importante todo esto? ¡Porque Dios quiere que en la asamblea de creyentes todos entiendan con la mente! Además, Pablo no está diciendo: «usen la mente algunas veces y no la usen otras». Lo que dice es que si uno habla una lengua, la mente es infructífera. Luego plantea la pregunta teórica: «¿Qué, pues?» (v. 15). Su res­puesta es ¡que usará la mente! De ahí en adelante, Pablo sigue dando énfasis al aspecto intelectual de los dones de Dios: «el que ocupa lugar de simple oyente» (v. 16); «no sabe lo que has dicho» (v. 16); «prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar» (v. 19); y finalmente: «Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino ... maduros en el modo de pensar» (v. 20). Las lenguas quizás no sean racionales en sí, pero tampoco son irracionales; por el contrario, son no racionales, pero su interpretación debe ser racional para ser de valor para el que las oye.

ID Platón, Fedro, pp. 244, 249, 265 (ver sus Diálogos), Princeton Univ. Press, Prince­ton, 1961, pp. 491,492,495,496,510,511.

11 Assemblies of God, Combined Meetings, 151 General Council [Reuniones combina­das], 914, p. 2.

l2 DeArteaga, Quenching the Spirit [Contristar el espíritu], p. 104; ver también Men­zies, Anointed to Serve [Unigido para servir], 23.

13 Ver Edgar C. Whisenant, «88 Reasons Why the Rapture is in 1988» [88 razones por las que el rapto es en 1988], (edición del autor, 1988).

14 Dayton, Theological Roots of Pentcostalism [Raíces teológicas del pentecostalis­mol, p. 69. Para un breve pero intenso estudio sobre la teología del altar o del sur­gimiento del llamado al altar, ver lain Murray, The Invitation System [El sistema de invitación], Banner ofTruth, Carlisle, PA, 1967.

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10 LA ANATOMíA DEL ANTI­

INTELECTUALISMO

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El anti-intelectualismo es una disposición a descontar la importancia de

la verdad y de la vida de la mente. Al vivir en una cultura sensorial y

en una democracia cada vez más emocional, los evangélicos americanos

de la última generación simultáneamente han puesto en forma el cuerpo

y han embrutecido la mente.

Os GUINNESS, AUTOR y PENSADOR

Aun en el caso de los instrumentos musicales, tales como la flauta o

el arpa, Úómo se reconocerá lo que tocan si no dan distintamente

sus sonidos? Y si la trompeta no da un toque claro, ¿quién se va a

preparar para la batalla?

EL APÓSTOL PABLO, A LOS CORINTIOS

U na mujer que había comenzado hacía poco tiempo a asistir a nuestra igle­sia se puso de pie, caminó hasta la plataforma y comenzó a hablarle a la congregación, -al menos parecía que estaba hablando--. Al terminar la

música, me di cuenta de que aunque la mujer movía los labios, no hacía nin­gún ruido. Al peguntarle qué hacía, me contestó: «Estoy dando una profecía en silencio. Solo los que tienen oídos para oír pueden oír lo que el Espíritu está diciendo». Yo sí recibí el mensaje. ¡Muy claramente! Pero no tenía nada que ver con lo que ella creía y esperaba estar comunicando. En su propia mente, ella estaba compartiendo exactamente lo que creía que Dios quería que com­partiera. Pero con la confusa manera en que compartía su «don», de hecho no estaba impartiendo ningún mensaje. Como la cita bíblica mencionada arriba, sus notas no se distinguían, su sonido no era claro, su llamado a la batalla no se entendió.

Al llegar a este punto en este libro necesito hacer una pausa momentánea y ponderar dos preguntas: ¿He tocado una nota clara -he dado una imagen clara- de lo que es el anti-intelectualismo? Y ¿ha oído el lector -el oyen­te- un llamado claro? Si el lector no ha recibido mi mensaje, entonces ¿quién

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estará listo para la batalla? Antes de pasar a la segunda parte de este libro, don­de investigamos las disciplinas que pueden ayudar al movimiento pentecostal carismático a reforzar la vida de la mente, quiero estar seguro de que no se me ha malentendido. Es importante tener un firme entendimiento de los matices del anti-intelectualismo, como también poder determinar si hemos tratado de escapar y no comprender sus definiciones.

Hace muchos años, cuando mi familia y yo íbamos a salir del pueblo por una semana, les di instrucciones a dos amigos míos para que cuidaran de mis palomas. Cuando regresé, lo que contemplé parecía una escena de una película de Alfred Hitchcock. Luego noté que los recipientes de agua estaban llenos de polvo y que el recipiente donde la comida estaba guardada, seguía lleno hasta el tope. ¡Horror de horrores, mis pájaros de sangre pura habían sido obligados a un ayuno de una semana! Ambos amigos habían asentido con la cabeza cuando yo les di las instrucciones sobre cómo cuidar de los pájaros, pero cada uno pensó que yo le hablaba al otro.

¿Cuántas veces nos hemos sentado en el banco, hemos oído un mensaje penetrante, y con sencillez y presunción hemos desviado las flechas de verdad hacia nuestro cónyuge, hacia nuestro hijo o hacia la hermana Fulana? Yo soy así y usted es así, puesto que todos somos hijos de Adán. Es necesario poseer transparencia espiritual y humildad como la de Cristo para acercarse al pastor después del culto y decirle: «Usted estaba hablando de mí. No me gusta, pero es la verdad. Quiero asumir mi responsabilidad. ¿Me podría ayudar?» ¡Es un día feliz cuando el clérigo oye estas palabras! Pero esos días son pocos y es­casos porque nuestra naturaleza es tal que cada uno supone que el predicador está hablando de otro.

En todos mis años de hablar sobre la importancia de la vida de la mente y sobre el problema de las actitudes anti-intelectuales, nunca me ha dicho nadie: «Yo soy anti-intelectual», o «Yo creo que la educación es del diablo». ¡Nunca! Cierto es que para muchos es fácil mezclar el intelecto con el Espíritu. Pero ¿qué de los cientos a los que he oído hacer comentarios cortantes en contra de la mente? Estos de cierta manera se imaginan que yo hablaba de otros creyen­tes al referirme a los que tienen tendencias anti-intelectuales.

¿Por qué es esto? Creo que la respuesta está en el hecho de que ningu­no de nosotros quiere ser conocido como alguien con prejuicios, pues eso es exactamente lo que es el anti-intelectualismo. A la luz de esto, encuentro ne­cesario profundizar un poco más en los tonos y matices del prejuicio en contra del intelecto. En los capítulos anteriores he ofrecido evidencia con anécdotas; ahora voy a examinar la naturaleza misma del problema.

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La anatomía del anti-intelectualismo

UN PREJUICIO CONTRA EL INTELECTO

Como se señaló en el capítulo 2, el anti-intelectualismo se puede definir como un prejuicio en contra del cuidadoso y deliberado uso del intelecto de la per­sona. También es una actitud general que reacciona negativamente ante de­claraciones positivas sobre los aspectos intelectuales de, o participación en, la vida de la fe. Sin ninguna necesidad pone el valor del intelecto en contra de otros elementos igualmente importantes que se albergan dentro de la expe­riencia cristiana.

Igual que la mundanalidad, el anti-intelectualismo, más que nada, es una actitud. Ambas manifestaciones se exhiben de muchas maneras, pero son sim­plemente síntomas del verdadero problema. Algunos cristianos dicen que no son mundanos porque no consumen tabaco, no beben alcohol, no mienten ni llevan un peinado extravagante. Sin embargo, aunque cuelan estos mosquitos sintomáticos, quizás se tragan una manada de camellos en la forma de chisme, materialismo, orgullo, celos, ira, avaricia o falta de oración. Muy bien podría­mos ser «mundanos», pero con fineza nos salimos de las garras de nuestra propia interpretación conveniente, que no incluye lo que es mundanalidad.

De igual modo, muchos del evangelio completo mantienen que no son anti-intelectuales porque tienen cierta preparación universitaria, porque usan su mente en el trabajo, porque estudian las Escrituras o porque aprueban de la preparación en los institutos bíblicos. Pero cuando se les pregunta sobre sus opiniones sobre el uso del intelecto en los asuntos espirituales, con frecuencia reaccionan negativamente, citando capítulo y versículo sobre la supuesta ani­mosidad entre la mente del hombre y el Espíritu de Dios, entre la fe y la razón y entre la experiencia y el intelecto.

Cuando a personas así se les pregunta sobre el valor que le dan al estudio de la historia, la importancia de la cultura, el mérito de la lógica en el cristia­nismo, el arte de la argumentación, los beneficios de los esfuerzos teológicos serios o su conocimiento de la literatura clásica, la respuesta se intensifica. Con frecuencia se quitan el velo de la modestia y explotan con una andanada de razones por las que estos intereses deben ser de poca importancia para el creyente verdaderamente «lleno del Espíritu» o de cómo el intelecto ha hecho que muchos cristianos se descarríen.

EL INTELECTO CONTRA ...

En la subcultura pentecostal carismática, el intelecto frecuentemente se pone en pugna contra el sentimiento, pues a menudo decimos que una fe bien ra-

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zonada es incompatible con la acción entusiasta o con la emoción íntima. Las energías intelectuales se ponen muchas veces en oposición a la revelación, porque los caminos de Dios no son nuestros caminos y así, conjeturamos, nuestro intenso razonamiento acerca de las cosas profundamente espirituales solo puede ser resultado de nuestra naturaleza caída. También tendemos a con­trastar lo intelectual con lo espiritual o lo humilde, pues muchos proponen que los que se inclinan hacia el intelecto se hacen muy sabios para su propio bien y al final se parecen a la serpiente discursante del huerto del Edén.

Además, lo práctico con frecuencia se tacha de irreconciliable con los aspectos más intelectuales de la vida. Consideramos que a menos que veamos resultados concretos y más bien inmediatos de nuestra energía o actividad, su valor debe palidecer en contraste con los esfuerzos que producen algo tangible e instantáneo. Para muchos pentecostales y carismáticos, el intelecto también está en contra de la belleza del «sacerdocio del creyente» o de la llamada democracia del cuerpo de Cristo. Este razonamiento prejuiciado sugiere que la voz de todos es igual en el reino de Dios; por tanto, los que son menos edu­cados, sencillos de mente, que no se interesan por los asuntos intelectuales no tienen desventaja. Si esto es cierto (razonan ellos), entonces uno debe cuidarse de los que dicen poseer un punto de vista mejor por su supuesta capacidad superior para pensar o por su almacenamiento de conocimiento.

Como cualquier otro prejuicio, el anti-intelectualismo se basa sólida­mente en mitos. Al igual que la persona que se ofende con cierta raza por el color de la piel, así los que desprecian el intelecto están en el negocio de pelear contra los débiles hombres de paja de su propia hechura. Su enemigo existe en forma de poca sustancia. Como hay poca satisfacción en apuñalar a oponentes rellenos de paja, la mente prejuiciosa lucha usando con más frecuencia la emo­ción o la refutación que la buena lógica, sólidos argumentos y el razonamiento coherente. Siendo el prejuicio una opinión hostil preconcebida sin suficiente conocimiento, el anti-intelectualismo, en cierto sentido, es la madre de todo prejuicio, o sea, de toda intolerancia irracional.

YO NO TENGO PREJUICIOS, SIMPLEMENTE SOY ...

Naturalmente, nos es difícil comprender los matices del prejuicio hasta que nosotros mismos recibimos su venenosa mordida. Cuando yo era niño, tenía un tío que, por el hecho de que mi madre provenía de la Alemania destrozada por la guerra de Hitler, se divertía llamándome «Nazi~~. Y, con un apellido como «Nañez», no era poco común que los chicos de mi bus escolar hicieran chistes sobre los «espaldas mojadas» y los hispanos. Por cierta razón, cuando

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La anatomía del anti-intelectualismo

mi tío o los chicos del bus decían que solo estaban bromeando, yo no podía creerles.

Como cristiano, pastor, misionero y seminarista yo, al igual que muchos de ustedes, he sido el blanco de declaraciones con prejuicio que tienen que ver con todo esto. Cuando los críticos que no conocen nuestro estado espiritual o profesional en la vida degradan a los del campo religioso derechista, atacan a los predicadores avarientos o envilecen los estudios teológicos posgraduados, reconocemos la descarada navaja del prejuicio, no importa cómo la disfracen o la expliquen. Sin importar 10 que diga la persona después de estas declara­ciones, es bastante difícil ignorar los comentarios hechos en esta vena.

Además, está ese mundo entero de prejuicio que los pentecostales cono­cen muy bien. Probablemente todos sentimos el tormento de las nociones pre­concebidas y las palabras injustas sobre los «costales santos» que se cuelgan de los candelabros, que hablan en jeringonza y que sostienen serpientes con las manos. Somos sensibles a la más mínima traza de intolerancia cuando el blanco es algo muy querido para nosotros. Nuestra primera impresión, cuando somos ridiculizados, no es que los críticos posean una pequeña medida de amor hacia el pentecostalismo ni que es más probable que tengan buenas ra­zones para su aparente odio hacia nuestro movimiento. ¡Más bien, 10 primero que pensamos es que no nos han dado una oportunidad razonable, que han sido mal informados, que ignoran nuestras creencias, que están predispuestos, que en realidad se han creído una mentira! Equivocar un prejuicio no es tan fácil como puede parecer al principio.

Además, nosotros como pentecostales y carismáticos estamos prontos a detectar el prejuicio del escéptico cuando avanza en la forma del antisobrena­turalismo.

• Si mencionamos milagros -y un conocido automáticamente responde: «Esos televangelistas hablan de milagros pero 10 único que les interesa es el dinero»- no tenemos que deliberar sobre 10 que quieren decir.

• Cuando nos referimos a hablar en lenguas y un familiar inmediatamente reacciona diciendo: «Una vez conocí a una persona que decía hablar en lenguas y se volvió loca», no decimos: «Me pregunto qué creerá de las lenguas».

• Cuando compartimos con un compañero de trabajo cómo fuimos sana­dos físicamente por el Señor Jesús y él dice: «Cree 10 que quieras, pero las Escrituras enseñan que esos dones cesaron con los apóstoles», sospe­chamos que un prejuicio acecha en las sombras.

• Nos cansamos de los que responden a nuestra fe de experiencia con un «Bueno, tienes que tener cuidado; ya sabes que puedes perder el equili­brio y confundirte por las emociones}}.

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• Cuando la persona cree que tiene que responder a su interés en una fe demostrativa, emotiva señalando a los radicales, a los extremistas, a las excepciones y a los raros sin equilibrio, usted sabe que tiene animosidad contra lo que compartió con ella.

En todas esas ocasiones, usted podría preguntarse por qué la persona es quis­quillosa o al parecer antiexperiencia, pero de una cosa usted está seguro: Está recelosa de unirse a su entusiasmo y quizás es plenamente antagonista hacia el tema. La persona puede decir que no tiene antipatía hacia el pentecostalismo, pero si lo primero que le sale de la boca sobre el tema es algo negativo, ¿qué otra cosa podemos pensar?

Hace tiempo tuve un vecino que guardaba una profunda antipatía contra los extranjeros (todos menos los noruegos; su madre era de Noruega). Siempre que yo mencionaba a alguna persona afroamericana, asiática o de Oriente Me­dio, se le enrojecía la cara al mismo tiempo que expresaba profundo desprecio. Un día le pregunté por qué tenía tanto prejuicio. En respuesta, exhibió toda clase de gimnasia lingüística para tratar de convencerme de que él no tenía prejuicios. Al final, dijo que no estaba en contra de los extranjeros, ¡simple­mente era que no quería vivir cerca de ellos!

Es como una persona que pone en práctica el nepotismo y dice: «Yo no soy nepotista, es solo que los únicos trabajadores cualificados de mi ciudad tienen mi mismo apellido». O qué del chauvinista que declara: «Yo no tengo prejuicios contra las mujeres, creo que todo hombre debe ser dueño de una». ¡Lo que quiero decir es que ya admita o no la gente ser chauvinista, nepotista, antisemita, antipentecostal o anti-intelectual, de la abundancia del corazón ha­bla su boca!

YO NO SOY ANTI-INTELECTUAL, SIMPLEMENTE SOY ...

Entonces, ¿qué hemos de pensar cuando tantos pentecostales y carismáticos responden negativamente a la mención del intelecto, cuando muy fácilmente podrían haber respondido con un comentario positivo? ¿Qué están diciendo de verdad los creyentes del evangelio completo cuando, si yo les indico el valor de la teología y de la apologética, responden: «Bueno, pero nuestra fe es algo del corazón, no de la cabeza»? ¿Por qué cuando se promueve el valor de la educación tantos de los que abogan por ser llenos del Espíritu instantáneamen­te mencionan citas bíblicas sobre «hombres ignorantes y sin letras» y sobre los peligros de la «sabiduría de este mundo»? ¿Cuál es la diferencia entre un escéptico de la emoción que dice: «Sí, un método emocional de la fe 10 llevará

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La anatomía del anti-intelectualismo

al mal camino» y un escéptico del intelecto que dice: «Sí, un método intelec­tual de la fe lo llevará al mal camino»?

Cuando alguien se apasiona por un tema, no se queda sentado sin ha­cer nada al presentársele una oportunidad para expresar su pasión. Esta es exactamente la razón por la que tantos creyentes llenos del Espíritu (y evan­gélicos) están preparados para trabar combate cuando se menciona la im­portancia de la vida de la mente. Tienen prejuicio en contra de lo que ellos consideran ser un enemigo de la fe. Creen tener la responsabilidad espiritual de mantener el intelecto en su debido lugar: en el atrio exterior, donde los extranjeros se mezclan con los de menos fe.

Son numerosas las maneras en que algunos de los nuestros representan el intelecto como un villano. Los hay que tienen reacciones de reflejo rotuliano ante la palabra «intelecto», como si la palabra en sí fuera causa para lanzar el guante. Los hay que leen con voracidad, pero hablan de los peligros de leer. Se pueden sentir justificados en su ataque porque lo único que han leído son libros con los que estaban de acuerdo. Algunos tienen educación universitaria, pero ponen en guardia a los que buscan «demasiada educación», sea lo que sea esto. Y los hay que enseñan -incluso profesores- cuyo punto de vista es estrecho y que simplemente adoctrinan a sus alumnos.

Lo que necesitamos entender es que las actitudes anti-intelectuales no se limitan a los que tienen poca educación formal. Si consideramos el pro­blema de esta manera, entonces todos podemos decir que no tenemos este prejuicio; que es lo que muchos parecen decir. Algunos dicen cosas como: «El pastor Smith no es anti-intelectual, pues asistió al instituto bíblico»; «Clara no es anti-intelectual, es maestra de escuela»; o «¿Roberto? Él no está en contra del intelecto, siempre lo veo leyendo}}.

Yo he conocido a hombres que dicen que aman a su madre, a su esposa y a sus hijas, pero que se aprovechan de toda oportunidad para hablar de las mujeres como objetos sexuales o ciudadanas de segunda clase creadas para doblarles la ropa interior y hacerles la comida. He conocido a hombres de ne­gocios que les dan trabajo a minorías, pero a quienes les gusta contar chistes sobre esas mismas minorías, que por lo regular las presentan como personas ignorantes y perezosas. ¿Y qué de algunos que contribuyen a la caridad pero que siempre hablan con desprecio de los pobres, y al mismo tiempo, sus po­bres padres desempeñaron tres trabajos cada uno para poder pagarles sus estu­dios de derecho? Recuerde, se dice que hasta Hitler pudo haber tenido sangre judía.

La idea central es que el prejuicio viene en todas las medidas y estilos; y para que alguien lo exhiba no es necesario que evite contacto con o que se nie­gue a usar aquello contra lo que tiene el prejuicio. Por tanto, la persona puede decir que no tiene prejuicio, o el creyente puede decir que no es anti-intelec-

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tual; pero cuando oímos la válvula de presión de su corazón -la boca- sa­bemos que no es así. Podríamos preguntarnos cómo puede ser esto. Hay tantas razones por las que la persona tiene prejuicio, tantas como hay personas con prejuicios.

¿POR QUÉ LUCHAMOS CON EL ANTI-INTELECTUALlSMO?

Como dijimos anteriormente en esta obra, a muchos simplemente se les ha dicho que la Biblia enseña que la mente está en enemistad con el Espíritu de Dios y que la razón es lo opuesto de la fe. Pero todos leemos la misma Biblia; entonces ¿por qué algunos aceptan esta noción y otros no? Hay causas funda­mentales que tientan a algunos a desear cultivar una inclinación anti-intelec­tua!' Cuando el corazón se encuentra con el prejuicio, es el «no querer» o el «querer» lo que hace la diferencia.

Algunos temen exponer sus creencias al escrutinio, a la lógica o a las opiniones alternativas. Quizás en un tiempo su fe fue profundamente sacudida por los fuertes datos presentados por un evolucionista, un islámico o un ateo. En vez de prepararse para dar excelentes razones por la fe que tanto aman, miman su fe y así acusan de peligroso el intercambio intelectual.

Algunos han tenido una mala experiencia con profesores intelectuales pero poco prácticos, con seminaristas mundanos o con eruditos arrogantes. A la luz de esto, en vez de emprender una demostración de que podemos ser in­telectuales y al mismo tiempo espirituales, simplemente escogen estereotipar a los que buscan la alta preparación como intelectuales que hablan sin demos­trarlo en su andar.

Otros atacan la razón, la lógica, la filosofía o leer ampliamente porque se sienten amenazados o porque sienten envidia. Estos sentimientos se vuel­ven en prejuicio al revés. Es como el estudiante de secundaria que todavía toma el bus escolar mientras sus amigos van en un brillante sedan de cuatro puertas. En vez de tomar un trabajo barriendo suelos para poder comprar su propio «transporte», él le quita importancia o critica el orgullo y el gozo de sus amigos para sentirse mejor. El que guarda sentimientos anti-intelectuales dice: «Sí, pero el intelecto no lo es todo». O sea, que prefiere criticar al que ha trabajado para obtener su conocimiento antes que admitir que le gustaría poseerlo.

Este último punto nos lleva al simple hecho de la pereza. Los hay que desean la amplitud de pensamiento, la longitud de razonamiento y la profun­didad de conocimiento pero que no están dispuestos a trabajar para lograrlo. Este método sin profundidad es coherente con su exclamación de: «¡No es práctico!» Muchos de esta categoría prefieren arreglar su césped una vez más

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La anatomía del anti-intelectualismo

para impresionar a sus vecinos, alquilar más vídeos para su placer en mirarlos, ver la bola de fútbol ser lanzada por todos lados por gente que nunca conoce­rán, o ir de pesca una vez más antes que llegue el frío.

Con frecuencia, nuestro pragmatismo rápidamente se degenera en he­donismo, materialismo o pereza. Como alguien que salió bastante mal en su primer semestre de universidad y que luchó durante muchos años para lograr comprensión en la lectura, yo entiendo demasiado bien la batalla de mantener alejada toda distracción para poder preparar la mente y cultivar el intelecto. El hombre que es demasiado perezoso como para tomar un trabajo de un día cri­ticará al que se prepara para forjar una carrera. Con frecuencia el que arguye en contra del cacumen intelectual es culpable de lo mismo.

Aunque quiero tener extremo cuidado con la manera en que expreso este punto, creo que es una consideración viable. Quizás algunos albergan antipa­tía en contra de la vida de la mente por la influencia del enemigo. ¿Es posible? Como pentecostales y carismáticos, somos muy aficionados a la idea de que los demonios o los malos espíritus influyen en las tendencias sociales, la pro­paganda religiosa y los pensamientos de los individuos, ¿no es cierto?

Si la persona niega que Jesús sea el Hijo de Dios, considerándolo un mentiroso, sin timidez atribuimos este punto de vista a Satanás. Si la persona cree que puede vivir en adulterio y servir a Cristo también, no somos lentos en pensar que el padre de la mentira ha infiltrado el juicio de esta persona. Ade­más, he oído decir en muchas ocasiones que los que se niegan a creer que los dones espirituales apostólicos son para hoy han sido cegados por el enemigo. ¿Por qué pensamos así? Simplemente porque creemos que las Escrituras en­señan que Jesús es el Hijo de Dios, que el adulterio es pecado y que los dones son para hoy.

Las Escrituras enseñan que debemos ser astutos como serpientes, pre­parar nuestra mente para la acción, amar a Dios con toda nuestra mente, bus­car entendimiento, forjar doctrina, prepararnos para poder dar buena razón de nuestra fe, argüir, debatir y ofrecer pruebas a los perdidos. Si estas son verda­des de Dios, y con todo, los creyentes luchan contra ellas cuando salen en con­versación, entonces ¿es posible que el enemigo de nuestra alma esté tratando de mantenernos alejados de estas verdades? Como ya mencioné al comienzo de este libro, si nuestra mente es la imagen de Dios en nosotros pero todavía consideramos nuestra cabeza/mente como enemiga de nuestro( a) corazón/fe, entonces estamos pecando cuando tenemos prejuicios en contra de las cosas intelectuales.

Por supuesto, siempre está la pregunta sobre los que no pueden ser «inte­lectuales», los que no tienen capacidad mental para sondear las profundidades de la apologética suposicional de Van Til o para argüir sobre la significancia escatológica de la literatura apocalíptica judía según la escatología realizada

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de Pablo. Por favor, tenga en cuenta que este libro no es sobre cómo hacernos «intelectuales», sino sobre no guardar actitudes anti-intelectuales en nuestro corazón y sobre desposar la vida de la mente con la vida del Espíritu.

Segundo, cualquiera que hace la pregunta sobre los que son incapaces de estudiar en serio, por lo regular no cree tener capacidades mentales limitadas. La mayoría usa esto para justificarse a sí mismo, como los que dicen: «A mí se me hace difícil aceptar el juicio de Dios sobre los que no son salvos. ¿Y qué de los pobres impíos que nunca han oído?» ¡Si de verdad se interesaran por los impíos, entregarían su vida a Cristo y se irían de misioneros a vivir entre las masas que están sin evangelizar!

Tercero, si Dios nos manda a todos a amarlo con toda nuestra mente, entonces tenemos que arreglar el asunto con Dios. Sin duda, Dios no espera lo imposible. Él no diría que los inválidos son «peores que los incrédulos» solo porque no tienen trabajo. No condenaría a una mujer estéril por no poder ser fructífera y multiplicarse. Ni criticaría a una víctima de un accidente dañada del cerebro por no hacerse neurocirujano.

De la misma manera, Dios nos ha creado a todos con diferentes niveles de capacidad intelectual. Él solo espera que nosotros usemos lo mejor que podamos lo que nos ha dado. Ahora, debemos tener cuidado cuando estemos ante Dios y le digamos que hemos estirado nuestra capacidad. Él podría recor­darnos a Milton y a Homero, pues ambos estaban ciegos cuando escribieron sus respectivas obras magnas, a Beethoven, que escribió su Quinta Sinfonía cuando estaba casi sordo, al hombre sin piernas que escaló el Everest; o a al­guien como mi suegro, ¡que cocinaba, conducía, estableció su propio negocio y dirigió la alabanza de una iglesia pentecostal durante muchos años, aunque estuvo confinado a una silla de ruedas por medio siglo!

Yo sinceramente me debo plantear esta pregunta: «¿Estoy preparándome para defender mi fe, explicar mi doctrina, comprender a mi vecino y luchar por el cambio cultural leyendo extensamente, aprendiendo a usar buena lógica y alimentándome de las grandes mentes de la antigüedad?» Si así lo hago, entonces voy en camino de amar a Dios con la mente y, por tanto, lo estoy complaciendo al obedecer su llamado y su mandamiento. Para los que están preparando su mente para la acción y a los que no lo están haciendo pero que añoran afilar su hierro intelectual, nos volvemos ahora a algunos de los instru­mentos que pueden ayudarnos en ese significante y estimulante proceso.

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SE811DI PARTE

MUNICIONES PARA lA MENTE

DEL EVANGELIO COMPLETO

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11 EL FINO ARTE DE PENSAR: RAZÓN y

LÓGICA

--------~-~~. ------Debemos usar nuestra mejor razón para saber cuáles son las verdaderas

Escrituras canónigas, para expandir el texto, para traducirlo fielmente,

para reunir justas y certeras inferencias de lo que acierta la Escritura;

para aplicar en asuntos de doctrina y adoración.

RICHARD BAXTER, LÍDER PURITANO

Cada día de reposo él [Pablo] razonaba en la sinagoga, tratando de

persuadir tanto a judíos como a griegos.

LUCAS, SOBRE EL APÓSTOL PABLO

Nunca podré repetirlo demasiado, Braintwister: No trates nunca

de usar la razón para tentarlos. La razón es nuestra enemiga. En vez

de eso, haz que piensen de la razón como algo sin sentimiento, o

anticuada o hasta eurocéntrica.

SNAKEBITE A SU APRENDIZ, BRAINTWISTER; THE SNAKEB/TE LETTERS [LAs CARTAS DE SNAKEBITE]

En otras palabras, no confíen en el razonamiento. El razonamiento

abre la puerta al engaño y trae mucha confusión ... El razonamiento

y la confusión van juntos ... El razonamiento es peligroso por muchas

razones.

JOYCE MEYER, líDER CARISMÁTICA

--------------.:::.---".. --

Los efectos que se destilan de nuestra pequeñez cerebral no solo son am­plios sino que también vienen en una vasta variedad de sabores. Muchos creyentes en confraternidades del evangelio completo tienden a promover

la predicación que hace sentirse bien, una mentalidad de audiencia de consu­midor y hermenéutica torcida. La fascinación por las celebridades cristianas, por la alabanza egoísta y el emocionalismo, además del cultivo de creencias sensacionales y marginales, son todos más indicadores de que muchos de los

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del evangelio completo han delegado el pensamiento reflexivo a la periferia de su vida de fe.

En nuestra insurrección contra la razón, hemos mutado «la fe encomen­dada una vez por todas a los santos» (Judas 3) y hemos fallado a la hora de prepararnos para defender esta fe. Aunque la razón, la lógica y el pensamiento crítico no son de ninguna manera nuestros únicos medios, sin ellos nos incli­n~remos a malinterpretar la Palabra de Dios, a poseer celo sin conocimiento y a casi ciertamente usar mal sus dones celestiales. La vida por fe no debe estar vacía del buen pensamiento; más bien, especialmente como cristianos, se nos encarga la responsabilidad de manejar fielmente esos pocos centímetros cúbi­cos de células grises que están dentro de nuestro cráneo. Al preparar nuestra mente para la acción (1 P 1: 13) nos aprestamos para el día de la batalla; y al mejorar la mente, nos convertimos en pensadores del reino y de este modo damos honor y gloria a Dios

FE Y RAZÓN

Los comentarios de una de las predicadoras del «evangelio completo» más populares de la década de 1990 ilustran el dilema común de poner la fe contra la razón. Ella postula: «A los seres humanos les resulta difícil entregar el ra­zonamiento y simplemente confiar en Dios».! A los que ven la fe como la an­títesis de la razón se les hace difícil explicar cómo podemos creer algo que la mente sabe que no es verdad, o cómo podemos confiar en algo si albergamos dudas sobre su validez. Además, ¿cómo podemos determinar si algo es cierto a menos que hayamos hecho uso de la razón que Dios nos ha dado? Cierta­mente, el corazón no puede regocijarse en lo que el intelecto ha considerado no ser exacto.

El conocimiento bíblico en sí se comprende por el don de la razón; de este modo no tiene sentido sugerir que fe y conocimiento, o fe y razón, tienen hostilidad mutua. Es cierto que fe en mi opinión (cuando es diferente de la Escritura) y fe en la Palabra de Dios son incompatibles, tal como la razón que niega la verdad de Dios es enemiga de la razón que acoge su voluntad. En otras palabras, la razón equivocada es lo opuesto de la razón correcta, y la fe en la información correcta es contraria a la fe en la información errónea. Esto, entonces, es donde se deben trazar las líneas de batalla.

Cuando yo saltaba en paracaídas, me lanzaba por fe de la avioneta de un motor. O sea, que confiaba en que caería libremente en extasiado arre­bato, y que viviría para contarlo. Aunque me lanzaba por fe, lo hacía con fe en la gravedad, fe en mi paracaídas, fe en mi juicio y acierto, fe en mi conocimiento de estos datos. De igual manera, cuando caí de cabeza en los

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El fino arte de pensar: Razón y lógica

brazos de Dios, lo hice por fe. Eso es, fe en que él me amaba, fe en que me perdonó, fe en que él no me torcería el cuello, fe en que él era fiel a lo que había prometido. Fe, en el sentido bíblico, es fe en o fe en que. Cualquier cosa que no sea eso es simplemente sentimentalismo, superstición, misticis­mo o ilusiones, que, en el análisis final, no es pensar.

Ahora, para los que pudieran decir que la razón es nuestro todo, es im­portante señalar que, por sí sola, la razón humana nunca puede encontrar el camino al cielo. Uno no puede subir gradualmente la escalera de la sabiduría y lograr descubrir la puerta del reino, y por medio de persistentes golpes inte­lectuales, romper la barrera entre los pensamientos humanos acerca de Dios y los pensamientos de Dios revelados a los humanos. Sin el precioso don de Dios de la revelación escrita de sí mismo, nosotros como humanos, por medio de la razón, nunca habríamos conocido nuestra condición espiritual ni la cura de Dios para esa condición.

Al contrario de eso, muchos confunden el racionalismo con la razón. Mientras que racionalismo es un sistema de creencias que sugiere que no hay ninguna cosa como revelación, la razón es algo que Dios da. De ese modo, la respuesta al racionalismo no es irracionalidad, el antídoto para el anti-in­telectualismo no es intelectualismo, y de ninguna manera es el misticismo la solución para el mal uso de la razón. La invitación de Dios todavía está en pie: «Vengan, pongamos las cosas en claro» (Is 1:18); su llamado todavía resuena «ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo ... que es su culto racional [logikosJ» (Ro 12: 1, transcripción personal); y su mandamiento todavía es contemporá­neo: «Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes» (1 P 3:15).

RAZÓN¡ FE Y SENTIMIENTOS

Olas de enseñanza sobre el romanticismo, el relativismo, el individualismo y la Nueva Era han desatado un énfasis creciente en los sentimientos a costa del pensamiento, en las emociones a costa de la doctrina y en la experiencia a cos­ta del intelecto. Siempre que estos encuentran un camino adentro, es a costa de deshacernos de nuestro timón racional. A su vez, esto lleva a muchos creyen­tes hacia las corrientes del descarrío, dentro del vasto mar de la subjetividad, donde las nubes cargadas de agua del misticismo dictan su camino espiritual.

Cuando esto sucede, los turbulentos vientos de la verdad a medias soplan a los indefensos náufragos hacia los malignos despeñaderos de la confusión y de la espiritualidad sin mente. Es desafortunado que tan pocos autores pente­costales carismáticos hayan escrito sobre la naturaleza y los peligros del misti­cismo y de la intuición subjetiva. Por esta ausencia, parecemos estar diciendo,

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¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?

o que el problema es raro en nuestros rangos, o que está propagado pero que es insignificante. Si esto es ciertamente lo que estamos declarando, entonces probablemente necesitamos más ayuda de lo que yo he sospechado.

Misticismo es generalmente esa manera de juzgar la verdad y la realidad por la que los sentimientos, impresiones y experiencias personales formulan la manera en que uno ve la vida y dictan las decisiones. Los que ven su vida espiritual de esta manera con frecuencia dicen que «saben lo que saben», y así se colocan más allá del escrutinio de la razón y del buen consejo. Aun cuando la «verdad» que reciben no llega a suceder, tienden a racionalizar por qué no sucedió, o alteran su «verdad» para que pueda caber lo que sí ha sucedido. Según ellos, la impresión que interceptan es autoritativa porque ha venido de dentro; y como ha venido de dentro, debe haber sido el Espíritu Santo; y como fue el Espíritu Santo, la voz no puede mentir. Este tipo de razonamiento cir­cular no solamente daña los testimonios del cristiano sino que causa multitud de dolor de corazón para amigos, familia y congregaciones que son rehenes de dicha tontería.

Probablemente todos nosotros recordamos numerosos incidentes raros que hemos observado como resultado de cuestionables fuertes impresiones, direcciones personales y voces internas. El punto al que quiero llegar no es inundar al lector con ejemplos, sino simplemente aludir al tipo de locura que puede resultar de deshacernos de la razón. Me recuerda a un hombre que per­dió su trabajo con buen sueldo porque «sabía» que debía hablar en lenguas frente a sus compañeros de trabajo que no eran cristianos. Su única defensa era que no podía decir a Dios que se callara. Dios ha sido culpado por chismes, avaricia, pereza, fornicación y un sin fin de otras actividades, en nombre de «ser dirigido» y en la ausencia de usar la razón.

Ni tampoco podemos olvidar a las multitudes de los que tienen fuertes sentimientos hacia cierta iglesia, solo para faltar en participar para así, muy convenientemente, poder «sentirse dirigidos» a escapar de ella e irse a otra congregación después de solamente pocas semanas. ¿O qué de los muchos pastores víctimas que han recibido el voto de la congregación? La voz demo­crática y la voz del Espíritu dijeron «sí» al candidato, pero apenas semanas o meses después el mismo Espíritu está diciendo a los mismos demócratas que ese no es su hombre. Todos cometemos errores, pero llamémoslos lo que son. Usted y yo sabemos que la lista puede seguir y seguir ...

LA DIRECCiÓN DEL EspíRITU SANTO

Ahora, habiendo dicho esto, es vitalmente importante que el lector comprenda que yo estoy totalmente convencido de que el Espíritu Santo todavía habla

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El fino arte de pensar: Razón y lógica

a su cuerpo y que una genuina dirección personal es uno de los métodos por los que Dios dirige a sus hijos. Si la persona apaga el poder y la presencia del Espíritu Santo al ser demasiado crítico, inevitablemente se perderá de algunos de los sucesos especiales en los que Dios desea que participe. Algo anda mal con nosotros si no nos alegramos al pensar en ser dirigidos por el Espíritu de Dios. Sin embargo, también hay algo malo si descartamos nuestra mente, confundiendo toda potente emoción interna con la voz de Dios y de ese modo basamos nuestro sistema de creencias en los portentos (reales o imaginarios).

Ciertamente, debemos acoger las ocurrencias inusuales, pero debemos creen solo lo que se enseña claramente en la Escritura. ¡Debemos probar todo espíritu, probar todas las cosas y de todos modos evitar ser extraños solo para ser extraños, porque con mayor frecuencia esto es simplemente orgullo! Es necesario que tengamos cuidado de no seguir todas las unciones internas (¡especialmente cuando nos servimos de ellas!), de no resolvernos a buscar señales y prodigios y de no echar fuera la lógica y la razón como si fueran enemigas de lo sobrenatural.

Los dos grandes límites entre los que debemos tratar de operar son los de apagar al Espíritu en un extremo y el del sensacionalismo en el otro. Parece como que siempre hay una multitud con la mente cerrada que automática­mente grita: «mala jugada» cuando se supone algo fuera del alcance de su experiencia personal. Luego están los que siempre están apoyando la manifes­tación más nueva y más extraña. Ya sea que seamos culpables de credulidad debido a nuestro temor de apagar al Espíritu, o que erremos al verdaderamente apagar al Espíritu por temor a la presunción, debemos tratar de conocer nues­tras propias debilidades y tendencias para poder dar equilibrio a nuestra vida espiritual. Si no estamos dispuestos a aceptar otros puntos de vista y si no somos sinceros con respecto a nuestros propios prejuicios, nunca podremos esperar encontrar ese equilibrio.

Mucho se podría, y es necesario, decir sobre la mente pentecostal-caris­mática. Hay una vasta cantidad de trabajo por hacer para poder ayudar adecua­damente al pueblo del evangelio completo a vivir una vida totalmente cons­ciente y examinada en medio de nuestra engañosa y perpleja sociedad. Uno de los primeros pasos hacia esta meta es simplemente ayudar a nuestro pueblo a ver que la razón y la fe no son enemigas mortales. Segundo, los que se ad­hieren a nuestro movimiento necesitan confinar sus convicciones doctrinales dentro del campo de la explícita enseñanza bíblica. Tercero, estamos obligados a enfatizar, a aprender ya enseñar el valor y el arte de la lógica.

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LA LÓGICA DE DIOS

Los que son devotos a Cristo con frecuencia tratan la lógica como a una hijas­tra rebelde. Pero al igual que muchos de los otros temas tratados en este libro, la lógica también debe ser promovida, especialmente por los soldados de la cruz. Los que están interesados en la verdad ciertamente necesitan interesarse por el buen pensamiento, y los que saben que sus pensamientos acerca de Dios, las Escrituras y la vida son de suma significancia, deben estar íntima­mente familiarizados con la lógica. Los creyentes que supuestamente se opo­nen a la idea de mezclar la lógica con el cristianismo cometen por lo menos uno de dos errores.

Primero, cuando los llamados antagonistas hablan contra la lógica, ine­vitablemente dan razones o argumentos del por qué consideran la lógica peli­grosa para la persona de fe. Por supuesto, quieren que el oyente acepte lo que ellos dicen ser lógico. De esta manera, revelan que para poder presentar su caso, deben utilizar lo mismo que presumen rechazar. El segundo error está íntimamente unido al anterior; este es errar por definición. Esas personas defi­nen la lógica como una facultad caída que yace más allá de poder ser reparada, o dicen que la lógica es el arte de disculpar lo sobrenatural dando explicacio­nes. Ahora razonemos juntos y veamos por qué la lógica es en realidad amiga nuestra.

La lógica, tal y como la define el diccionario Webster, es «la ciencia de los principios formales de razonamiento». En pocas palabras, la lógica es el estudio o la práctica de pensar correctamente. La lógica es seguir reglas de pensamiento y de realidad para poder llegar a conclusiones legítimas. Es el proceso de poner en orden los pensamientos de uno. La lógica es lo opuesto al pensamiento confuso y a las explicaciones dislocadas. Su uso apropiado revela incoherencias, destruye el prejuicio y desenreda los asuntos complejos. Cuando la lógica se aplica a la ciencia, a la política, a la religión, al arte, a la música, a la filosofía, a los asuntos morales o a cualquier otra disciplina, no solo examina el método que uno usa para juzgar los hechos, sino que también prueba cada eslabón de la cadena de la argumentación y su relación entre sí. De esta manera, la lógica representa la parte de un policía que sopla el silbato cuando se viola una de las leyes del razonamiento correcto. A la luz del hecho de que todos piensan, y dando por sentado de que todos quieren pensar correc­tamente, el ejercicio de la lógica es de extrema importancia. Al menos así lo creían los primeros padres de la iglesia, los eruditos medievales, los reforma­dores, los puritanos y las grandes figuras del Gran Despertar. ¡Hasta el gran Wesley enseñaba lógica en Oxford y escribió un libro de 247 páginas sobre la razón!2

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El fino arte de pensar: Razón y lógica

«EN EL PRINCIPIO ERA LA LÓGICA»

En su escaso volumen titulado Lógica, el filósofo cristiano Gordon Clark dio el atrevido y aceptado paso de traducir el prólogo al Evangelio de Juan: «En el principio era la lógica, y la lógica era con Dios, y la lógica era Dios» (Véase Jn. 1: 1, RVR). Ver a Cristo, el Verbo (Logos), de esta manera nos ayuda a com­prender por qué las leyes de la lógica están incrustadas dentro de la fibra de toda la creación (después de todo, todas las cosas fueron hechas por el Logos, Jn 1:3) y por qué al final nada tiene sentido sin tomar a Cristo en considera­ción. Clark en realidad dio el mismo paso que muchos de los primeros padres de la iglesia hace casi 2.000 años. Uno no tiene más que dar una rápida mirada a los índices que los padres de la iglesia antenicena o nicena pusieron en orden para ser testigo de su penetrante interés en el Logos.3

Atenágoras dice que el Lagos es «el entendimiento y la Razón del Pa­dre». Ireneo de Lyon define el Logos como «el principio que piensa». La defi­nición de Orígenes del mismo es «razón», optando por este sinónimo porque, a su entender, «él [Cristo] nos quita todo lo que es irracional y nos hace verda­deramente razonables». ¿Por qué es tan extraño que debamos pensar en Jesús como la Razón encarnada? ¿Es que no aceptamos prontamente el hecho de que él es el Verbo viviente? ¿Es la palabra «Verbo» más personal que «Lógica» o «Razón»? En realidad, una palabra es el resultado del pensamiento, pues es de la abundancia del corazón de lo que habla la boca.4

ARGUMENTAR COMO DEBE HACERLO UN CRISTIANO: RAZÓN, LÓGICA Y ARGUMENTACIÓN

Hacía solamente tres años que yo había conocido al Señor cuando tuve la for­tuna de toparme con una polvorienta copia de The Intellectual Life [La vida intelectual], de A. G. Sertillanges, un perenne clásico entre las mentes pensa­tivas. A través de toda esta mina de oro cerebral, el autor despierta, provoca e inspira a las almas aventureras a que le presten su mente a Cristo para el trabajo de él. Al hacerlo, él menciona el llamado a ocuparnos con «la Lógica viviente». Explica que este es el principio de participar apasionadamente en el desarrollo del intelecto durante toda la vida, donde la mente humana, la radical exploración intelectual y la mente de Dios se reúnen en el santuario de la verdad.5

Si deseamos pensar como Cristo sobre las cosas creadas y eternas, de­bemos andar en la Lógica viviente para que el Verbo viviente pueda obrar a través de nosotros. Para pensar correctamente, debemos poder detectar cuando

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¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?

los métodos incorrectos o las conclusiones ilógicas se nos meten en la mente. Además, a medida que buscamos descubrir una sana teología (tea lagos), va­mos a necesitar emplear una sana lógica, pues la teología no es nada menos que un discurso racional acerca de Dios basado en su mente revelada. Ya que a los creyentes se les manda destruir los argumentos inválidos y tomar cautivo todo pensamiento que contradiga a Cristo (el Logos; vea 2 Co 10:4-5), debe­mos saber cómo argüir debidamente.

Una noche, hace muchos años, un tipo visitó nuestra iglesia mientras yo enseñaba sobre el valor de la apologética y de preparar una buena defensa. En medio de mi enseñanza, se puso de pie para declarar que era pecado que los cristianos arguyeran. Después de tratar de aclararle más el valor de un argumento válido, explotó en una diatriba, diciendo por qué altercar nunca es de beneficio para el reino de Dios. No solo mutiló sus definiciones de argüir y altercar, sino que terminó haciendo exactamente lo que decía ser prohibido para los cristianos. Este hermano también había igualado reñir con ofrecer argumentos y altercó conmigo impulsado por la emoción en vez de la razón, luego salió lleno de cólera para nunca volver. Aquí estaba un caso en el que la persona denigró la lógica verbalmente, pero trató de usar lógica y razón para hacerlo. ¿Alguna vez ha tratado de apagar un incendio con gasolina?

Este hombre mal dirigido cometió el error que muchos creyentes parecen cometer: Había definido erróneamente la naturaleza de un argumento. Un ar­gumento es «una serie de razones que se usan para probar la verdad de lo que uno desea afirmar», 6 o dicho de forma más simple: un grupo de declaraciones con evidencias y una conclusión. Los que ofrecen razones para poder apoyar su caso pueden ofrecer o establecer un argumento, pero no tienen que ser argumentativos. De hecho, yo he visto que la persona con la menor cantidad de buenas razones a favor de su caso es por lo regular la más argumentativa. Aquellos cuyas explicaciones carecen de contenido parecen los más propen­sos a ponerse defensivos, emocionales y más estentóreos que los que están bien preparados para la discusión.

Los cristianos no deben evitar los argumentos sino recibirlos con agrado porque son la base del pensamiento correcto y de las explicaciones lógicas. Además, es imposible saber por qué creemos lo que creemos sin haber formu­lado un argumento en nuestra mente. ¡Aunque hay muchos ambientes en los que una buena discusión es de gran valor, un argumento tiene que ser verba­lizado para ser un argumento! Pero ya sea expresado o simplemente pensado, el argumento necesita ser válido. Aquí es donde la bisagra de la lógica se encuentra con la puerta del debate, y aquí es donde nos beneficiamos de estar al tanto de los errores más comunes al presentar un argumento.

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El fino arte de pensar: Razón y lógica

CÓMO RECONOCER UN ARGUMENTO ILÓGICO

Si usted es como yo, probablemente se ha visto involucrado en discusiones en las que no está de acuerdo con alguien, pero no sabía cómo expresar su des­acuerdo. Y es muy probable que haya experimentado la frustración de saber que el argumento de la otra persona tenía errores, pero no sabía exactamente dónde se equivocó dicha persona en su explicación. Finalmente, también he­mos sido arquitectos de argumentos que nosotros mismos hemos luchado por seguir, pero hemos continuado en ellos por nuestra incapacidad para discernir precisamente dónde nos apartamos del camino patente de la lógica.

Cometer errores en nuestro proceso de razonamiento prevalece tanto como el pecado, pero saber dónde está el error y qué hacer acerca de la lógica estropeada parece ser casi tan raro como los dientes en las gallinas. Ya este­mos hablando de los dones del Espíritu, de los debates presidenciales, de las escuelas públicas o de los sabores de helado, conocer las falacias comunes que plagan el pensamiento humano es de incalculable beneficio.

Ya que este libro no es de naturaleza técnica, no trataré de las falacias formales (que tienen que ver con la forma de los argumentos). Es en el am­biente de la falacia informal donde la mayoría de nosotros fallamos, o con el que somos acosados. Falacias informales son errores de claridad o de exacti­tud en el proceso de razonamiento. Varían desde la vaguedad no intencional hasta el deliberado engaño de los oyentes, y desde la gramática incorrecta hasta la evasión. No importa qué falacia sea nuestra favorita para usar o cuál se ha usado más para abusar de nosotros, pueden hacer que lleguemos a conclu­siones erróneas por razones inadecuadas, o incluso a conclusiones correctas por razones erróneas.

En la siguiente lista de falacias informales no trataré de ofrecer los nom­bres técnicos de estas falacias comunes, sino que simplemente ofreceré breves explicaciones de algunas de las maneras más difundidas en que rompemos las reglas del buen razonamiento.

• Apelar a las emociones de las personas en vez de a los hechos • Evadir una pregunta y pasar a lo que uno quiere decir • Argüir que el fin justifica los medios • Pasar la carga de la prueba al oponente para poder encubrir ignorancia • Usar excepciones para construir una regla • Proponer una elección de % cuando, en realidad, hay muchas más de

dos opciones

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¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?

Usar clichés irracionales, populares, en vez de una serie de declaraciones bien enlazadas Repetir lenguaje técnico para impresionar al oyente o para confundir a un oponente Comportarse como sí no hubiera ningún problema con su punto de vista, al mismo tiempo que se catalogan los problemas de un punto de vista opuesto Suprimir evidencia relevante pero desfavorable Descartar el punto de vista de otro sin dar una respuesta lógica Usar analogías falsas que se desboronan al examinarlas más de cerca Citar equivocadamente a otro, usando un tono diferente del discurso ori­ginal, o poner en las palabras un énfasis que anteriormente no lo tenían Atacar el carácter del que arguye en vez de atacar el argumento Decir que algo es correcto porque muchos lo hacen o porque se ha hecho mucho tiempo Usar definiciones incorrectas de palabras o conceptos Tratar de probar un hecho por medio del sentimiento o de la intuición Repetir la misma respuesta una y otra vez aunque aumente la evidencia a lo contrario Intentar probar que un rival está equivocado, trayendo a colación otras áreas no relacionadas, donde la persona quizá esté equivocada Sostener algo que es imposible verificar Salir con un tema totalmente diferente porque se está acabando la evi­dencia Luchar contra los síntomas de un problema en vez de contra el problema en sí Hacer demasiadas preguntas sin darle al oyente oportunidad para contes-tar Contestar las preguntas del otro solo con preguntas para mantener la carga de la prueba apartada de uno mismo Elevar la voz cuando el contenido se está desvaneciendo y así parecer que aumenta la autoridad Representar mal un punto de vista opuesto (superficialmente) y luego destruirlo Usar demasiadas palabras que lo abarcan todo, como nunca, todo, siem­pre, constantemente y otras así Usar una falsa humildad sarcástica: « Sí, yo estoy todo equivocado; todo lo que he dicho es incorrecto y todo lo que ha dicho usted es correcto».

Aunque indudablemente hay otras falacias informales y luego muchas falacias formales, la lista anterior debe dar una razonable indicación de la aguda re­flexión que es necesaria para poder razonar lógicamente. Fallar al comprender

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El fino arte de pensar: Razón y lógica

que los peligros del mal pensamiento prevalecen ha mantenido a las masas bajo el cautiverio de puntos de vista superficiales sobre muchos temas impor­tantes. En particular, nosotros como cristianos debemos interesarnos mucho por el proceso por el que llegamos a aceptar algo como cierto o falso. Además, como agentes de la verdad y embajadores de Cristo, debemos saber cómo di­suadir mejor a los perdidos de sus puntos de vista erróneos y desastrosos sobre la vida y la eternidad. Cuando sepamos esto, estaremos preparados para unir­nos a gente como Pablo, que «refutaba vigorosamente», «discutía ... tratando de convencerlos» (Hch 18:28; 19:8-9) para la gloria de Dios.

CONCLUSiÓN

En sus epístolas a los creyentes de Corinto llenos del Espíritu, Pablo desafió a los lectores a l1evar cautivo todo pensamiento hasta que estuviera en línea con la verdad de Cristo (2 CA 10:4-5). También les ordenó que fueran mejores pensadores, escribiéndoles: «no sean niños en el modo de pensar ... pero adul­tos en su modo de pensar» (1 Ca 14:20). Al seguir estas directivas nosotros, como hijos de Dios llenos del Espíritu de los tiempos modernos, podemos hacernos muy adeptos en ser más listos que Satanás en sus maquinaciones z1ógicas (2 Ca 2: 11). Y a medida que fortificamos nuestra aptitud para el buen pensar, magnificaremos la imagen de Dios en nosotros, dándole gloria al que ha enviado a su único Hijo, Jesús -el Lagos viviente- a nuestra vida. Si hay una habitación principal en esta tierra para las leyes de la lógica y para el excelente razonamiento, seguramente es en el corazón de los que son llamados por su nombre.

...... 'IIT EUd 111·''136 TI ....

NOTAS 1 Joyce Meyer, El campo de batalla de la mente, p. 91. 2 John Wesley, The Works of John Wesley [Obras de John Wesley], Baker, Grand

Rapids, MI, 1996 reimp., pp. 14:1, 12,33,78,147,161,319,345; 8:1-247; The Journals of John Wesley [Diarios de John Wesley], ed. N. Cumock, Londres, Epworth, 1916, 1, pp. 110-12, 133-34, 209-10, 237-38, 278, 295, 299, 300, 354; 3:320; A Compendium of Logic [Compendio de lógica]; Reasan and Religion [Razón y Religión]; Primitive Physics [Física temprana]; A Compendium of Na­tural Philasaphy [Compendio de Filosofía Natural]; 4, p. 190; 5, p. 247; Oden, Jahn Wesley's, p. 67; Telford, Letters, [Cartas], 4, pp. 123, 166; 5, pp. 176,342; Bonamy Dobree, John Wesley,: Folcroft Library editions, Folcroft, PA 1974, p. 23.

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3 Gordon H. Clark, Logic [Lógica], ltinity Foundation, Jefferson, MD, 1988, pp. 117-3I.

4 Atenágoras, Ante-Nicene Fathers [Padres antenicenos], ed. Schaff ed., 2, p. 133; Ire­neo, Ante-Nicene Fathers, [Padres antenicenos l, ed. Schaff, 1, p. 400; Orígenes, Ante-Nicene Fathers [Padres antenicenosl, ed. Schaff, 9, pp. 319-20.

5 A. G. Sertillanges, The Intellectual Lite: lts Spirit, Conditions and Methods [La vida intellectual: su espíritu, condiciones y métodos], Catholic University of America Press, Washington, D. C, 1987.

qbid., p. 1.

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MOLDEEMOS LA MENTE HUMANA:

EDUCACIÓN

El fin de aprender es reparar las ruinas de nuestros primeros padres

al volver a conocer a Dios correctamente, y como resultado de ese

conocimiento amarlo, imitarlo para ser como él.

JOHN MILTON, AUTOR DE PARAD/SE LOST [PARAíso PERDIDO}

La educación está matando al cristianismo ... El conocimiento de la

cabeza se mete en la religión... Hace que nuestros jóvenes duden del

nacimiento virginal. Cuanta menos educación se tenga, más fácilmente

se puede aceptar la salvación.

líDER PENTECOSTAL DE LOS PRIMEROS DíAS

No estamos en contra de que otros tengan educación, pero queremos

mantenerla fuera de nuestra organización. No mezclemos el instituto

bíblico con las tendencias intelectuales del mundo de hoy. Queremos

mantener nuestra organización pura y santa y sencilla.

ERNEST SUMRALL, líDER PENTECOSTAL

-------------::::::>"~ .-

Ya hace varias décadas que la educación ha sido atacada en el foro de la cultura popular. Desde las telenovelas que representan al profesional como un sabiondo intelectual abstracto, hasta canciones populares que

representan el aprender como algo impráctico y peligroso, las opiniones de las masas respecto al alto conocimiento han sido expresadas. Por ejemplo, tome un canto popular de los 1960, que todavía lo tocan todos los días las emisoras «nostálgicas». El artista orgullosamente proclama que él no sabe mucho de geografía, de álgebra, de historia, de biología, etc., pero lo que sí sabe es que ama a su chica y que es amado por ella. Su sinopsis de la vida es «que sería un mundo maravilloso)) si todos fueran como él.! A principios de los 1980, en un gran éxito de grabación de Pink Floyd que luego fue una película, el mensaje repetitivo es: «No necesitamos educación, no necesitamos control del pensa­miento)) y luego: «Maestros, dejen en paz a esos chicos)). 2

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Se podrían mencionar muchos ejemplos similares, pero quizás sea sufi­ciente añadir uno de un artista cristiano. El reverendo Dan Smith ha grabado un enérgico blues sobre su falta de educación formal. En la canción pone al seminario en contra del Calvario una y otra vez. Entretejida por toda esta úl­tima suposición está la siguiente declaración: «No tengo ninguna educación, como pueden ver fácilmente. Bueno, no soy intelectual, ni he tratado de serlo. Nunca me he obtenido un diploma, nunca he recibido un título». El propósito de indicar todo esto es que recibió todo lo que necesitaba del Calvario.3

Estos ataques y esta confusión sobre la educación superior van acom­pañados de la amplia noción de que cualquiera que se sienta en clases mucho tiempo, de hecho se convierte en una persona educada, sin importar lo que haya estudiado y cómo lo haya estudiado. Relacionado con esto está el siem­pre presente enigma del adoctrinamiento, la práctica de alimentar con cucha­ra un conjunto de creencias dogmáticas. Este método tristemente presupone que el estudiante no puede descifrar la verdad de entre un conjunto de puntos de vista competitivos. Con el tiempo, este método barato para la educación (desde el púlpito y en el aula) engendra una colonia de autómatas religiosos completamente armados con aburridos clichés y respuestas imitadas.

Aunque la persona puede enorgullecerse de su conocimiento, el remedio para el orgullo de lo que uno sabe no es de ninguna manera la ignorancia, tal como el remedio para la glotonería no es no comer, ni la cura para la avaricia es la pobreza. Además, la medjcina para las mentes mal formadas, para los corazones no educados y para el pensamiento fragmentado no es el escape in­telectual sino la verdadera educación, la educación que nos expande la mente y nos ayuda en el esfuerzo de armonizar nuestro amor por Dios con nuestro conocimiento procurado.

LA VERDADERA RELIGiÓN Y LA VERDADERA EDUCACIÓN

Desde el Antiguo '!estamento hasta el cristianismo del Nuevo Testamento y a lo largo de los primeros siglos de la era cristiana, la educación ocupó un lugar importante en la expresión y la expansión del mensaje del evangelio. Los antiguos judíos eran un pueblo altamente alfabetizado. Eso no nos debe sorprender, al ver que su Creador les comunicó la verdad de la realidad por medio de un libro, las Escrituras hebreas. Vale la pena destacar que en una fecha tan temprana como el 180 a.c. ya existían escuelas para niños varones judíos y que para el año 100 a.c., las escuelas primarias judías no eran poco comunes. Sin ninguna duda, el mismo Jesús aprendió a leer (Lucas 4:16) y a escribir (Juan 8:6b).

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Además, a Jesús se le llamó maestro más de cincuenta veces, y aunque no asistió a las academias de más renombre de los grandes rabinos (Juan 7:15), a los doce años se sentó entre los maestros de Jerusalén y los maravilló con sus notables preguntas y su «inteligencia y ... sus respuestas» (Lucas 2:46-47). El apóstol Pablo enseñó en el salón de discursos de Tirano en Éfeso durante dos años. También conocía la filosofía y la literatura griegas (Hechos 17:27-28; Tito 1:13), citaba a los antiguos poetas, hablaba con refinadas técnicas de retórica y escribía con una intricada y profunda habilidad en la disciplina del debate.

Cuando uno examina el libro de Proverbios, reconoce que este «manual para el estudiante» para la juventud de Israel no es un juego de niños. Sus amplios límites abarcan enseñanza sobre personalidades, lógica, tentaciones, labor, fe, amor, materialismo, integridad, generosidad, sexualidad, disciplina mental, los matices del orgullo, los principios de la amistad y muchos otros temas que desafían. Además, esta colección de sabiduría no solo les dice a los lectores qué pensar, sino que verdaderamente afila su hierro intelectual (Cf. Proverbios 27: 17), enseñándoles cómo pensar y por qué pensar de esta mane­ra,

El Nuevo Testamento guarda silencio relativamente sobre el asunto de la educación formal para los niños. No encontramos menciones específicas de escuelas primarias ni de universidades. Pero esto no nos debe extrañar, puesto que tampoco encontramos mención de edificios para iglesias, del uso de ins­trumentos en la alabanza del día de reposo, director de coro, buses de la igle­sia, escuela dominical ni de pastores para niños y jóvenes. ¡Ni siquiera tenían Biblias! Pero sí sabemos que la instrucción era la responsabilidad principal de la familia (Efesios 6:4; 2 Timoteo 1:5; 3:15), como debe ser hoy también, aunque tengamos otras instituciones que nos ayudan en el proceso.

Una de las razones por las que las escuelas «cristianas» no se mencio­nan en el Nuevo Testamento es que la primera iglesia estaba llena de judíos; por tanto, sus hijos naturalmente serían preparados de la misma manera que lo fueron anteriormente. Recuerde que la iglesia fue considerada una secta dentro del judaísmo durante la mayor porción del siglo 1. Sin embargo, todo esto cambió cuando el judaísmo rompió todos sus lazos con el cristianismo y cuando el imperio romano trató de perseguir específicamente a los que nom­braban el nombre de Cristo. Desde ahí en adelante, los cristianos comenzaron a establecer escuelas en cada esquina del imperio.

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SANTOS, ERUDITOS Y ESCUELAS

Al meternos en el siglo n, y más allá, vemos que las figuras principales del cristianismo no solo leían ampliamente sino que buscaban apasionadamente educación en todo nivel. Muchos de los primeros padres de la iglesia fueron hombres de notable preparación y pensadores del más alto orden. Eso quiere decir que no solo poseían voluminosas porciones de información sino que en­tendían algo de la naturaleza de juntar y unir todas esas porciones.

Estos gigantes de la fe asieron el hecho de que toda verdad es verdad de Dios, dándose cuenta de que el cristianismo tenía poderosas implicaciones no solo para una vida religiosa estrechamente definida, sino para toda la vida, especialmente la vida de la mente. Para ellos, Jesús era la Lógica Eterna, que unía todas las astillas de la realidad que se había fragmentado y esparcido por causa de la caída. Este punto de vista les permitía ver el mérito en lo que de otra manera se podría llamar aprendizaje «secular».

A medida que estos santos mentores enseñaban a una miríada de con­vertidos de la primera era cristiana, los desafiaban a una norma educativa más alta. Su propósito no era simplemente llenar de información el cerebro de los oyentes, sino condicionar su modo de pensar. Escuche los pensamientos de uno de los grandes maestros del cristianismo del siglo n, Clemente de Alejan­dría, cuando exhorta a los creyentes hacia la excelencia en la educación:

El hombre espiritual se aplica a las materias que ofrecen prepa­ración para conocimiento. Toma de cada rama de estudio su contri­bución a la verdad. Así que estudia la proporción de armonías en la música. En la aritmética, nota el aumento y la disminución de núme­ros y sus relaciones entre sí... Al estudiar geometría, que es lógica abstracta, comprende una distancia continua y una esencia inmutable que es distinta de estos cuerpos. Y por medio de la astronomía, se eleva mentalmente de la tierra.4

Muy probablemente, cincuenta años después de la muerte del apóstol Juan, se estaban estableciendo escuelas de catecismos donde los «buscadores» y los convertidos se sentaban bajo la tutela de renombrados maestros cristia­nos. Hacia el 225 a.e. existían instituciones bien desarrolladas en Alejandría, Roma, Antioquía y otros centros de población significativos. Los santos se reunían ahí para afilar su entendimiento y estirar su alma. En el curso de su asistencia, estudiaban geometría, fisiología, ciencia, lógica, filosofía, poesía antigua, ética, gramática y teología. Los primeros credos se examinaban y se explicaban, los asuntos doctrinales se forjaban y los sermones expositores se sacaban tanto de los libros del Antiguo como del Nuevo Thstamento.5

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Moldeemos la mente humana; Educación

Con este tipo de educación, el pensamiento de los estudiantes era elevado en claridad, sus convicciones morales eran reforzadas y su mente comprendía el significado y el poder de la Palabra escrita de Dios. Debido a que los prime­ros padres de la iglesia veían el cristianismo como un culto razonable, trataban de educar tanto el espíritu como la mente. En sus escritos se hace evidente que creían que todos los descubrimientos, crónicas y fortunas de aprender estaban disponibles para ser utilizados libremente por los que habían tomado el yugo de Cristo. Entendían de dónde provenían las leyes de la naturaleza; sabían cuál era el origen de los principios de la matemática, de la lógica y del pensa­miento. Se daban perfecta cuenta de que su Redentor es aquel «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2:3). Comenzando con estos impulsos inaugurales, el pueblo de Dios se convirtió en un impulso importante para el establecimiento de las grandes instituciones educativas de la antigüedad y en adelante.

Dondequiera que ha penetrado el mensaje de Cristo, la educación me­tódica ha sido uno de los resultados directos. Desde movimientos misioneros de tiempos remotos a los esfuerzos de los días modernos para formular el alfabeto y traducir la Biblia para las culturas sin evangelizar, la necesidad de y la participación en el cultivo intelectual ha servido para esparcir la causa de Cristo. Por tanto, la relación entre el cristianismo y la educación es doble. Pa­rece seguro decir que la educación avanza el reino y es avanzada por el reino una vez se ha establecido en un grupo particular.

Un énfasis en aprender, especialmente cuando emana de una profunda reverencia a Dios, ha servido a la humanidad una y otra vez. Durante cientos de años, los monjes de Europa preservaron los textos de las Escrituras, los escritos de los padres de la iglesia y la literatura clásica. En las etapas de em­brión de la Reforma, Wycliffe, Tyndale, Coverdale, Cal vino y Lutero lucharon por la educación de las masas y por la traducción de las Escrituras al idioma del hombre común. Y durante la época de oro del puritanismo, las aulas de las universidades de Cambridge y de Oxford estaban repletas de hombres que, por medio del sudor intelectual y la devoción apasionada, prendieron en fuego para Jesús en su parte del mundo.

Aunque Inglaterra llevaba siglos enfatizando la educación, cuando los puritanos ganaron poder, el número de escuelas se duplicó de verdad. Los puritanos mantenían un notable aborrecimiento hacia la pereza mental, la pa­sividad mental y la ignorancia intencional, convicción que los seguía de la cuna a la sepultura, de la prisión al parlamento, de la universidad a la catedral y de la Confesión de Westminster hasta la colonización del nuevo mundo del Occidente.

A la hora de establecer colonias en Norteamérica, el mismo ardor por la santurronería y la escolaridad acompañó la visión de los valientes corazo-

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nes de Nueva Inglaterra. Los puritanos fijaron el principio del santo aprender sobre el pináculo de su recién hallada «Ciudad sobre la colina». Como ejem­plo, la Universidad de Harvard fue establecida en 1636, solamente seis años después del primer gran éxodo de puritanos de Inglaterra al nuevo continente. En sus propias palabras, el establecimiento de Harvard fue motivado por su «temor a tener un ministro analfabeto para las iglesias, cuando nuestros pre­sentes ministros estén tendidos en el polvo». Y así, Harvard, junto con Yale y Princeton, fue responsable de popular los púlpitos vacíos y los campos misio­neros destituidos durante más de un siglo.6

Estas universidades influyeron a muchos de los óptimos líderes cristianos en la historia americana, incluso «al último puritano», Jonathan Edwards. Edwards, que comenzó el primer gran despertar, era graduado de y tutor en YaIe y luego fue rector de Princeton. El gigantesco avivamiento que tuvo lugar bajo su ministerio fue encendido mientras Edwards prestaba servicio en una iglesia en Northampton donde su abuelo, Saloman Stoddard, había pastoreado por cincuenta y siete años. El mismo Stoddard era graduado y bibliotecario de Harvard. El nieto de Edwards, Timothy Dwight, era graduado de Yale, con doctorados honorarios de Princeton y Harvard. Llevando el manto ungido de su abuelo y de su bisabuelo: Dwight ayudó a llevar a nuestra nación hacia el segundo gran despertar, que comenzó en 1802 mientras era rector de Ya1e.

Los padres peregrinos no solo enfatizaban la educación superior sino también la educación primaria. En 1647 procedieron con lo que se llamaba el «Acta de Satanás, el gran engañador», exigiendo que todo pueblo contratara y pagara a los maestros de escuelas. La ley adquirió su nombre de la idea de que Satanás guía con más facilidad a aquellos cuya mente no ha sido formada para pensar eficientemente.7 Tomaban en serio el mandato bíblico de preparar el entendimiento para la acción (1 Pedro 1:13). Nosotros también debemos soportar la tentación de mantener la vida espiritual en una esquina y la vida intelectual en otra. Debemos volver a unirnos a lo que la crema de la cosecha de Dios históricamente ha esposado: El Espíritu de Dios y la mente humana.

EL ESTADO DE LA EDUCAClON SECULAR y LA SAGRADA DE HOY

En la raíz de muchas de nuestras frustraciones respecto a la educación de hoy hay dos ideas básicas pero conflictivas. Una escuela de pensamiento supone que la educación principalmente tiene que ver con meter información en la mente; la otra ve la educación como el proceso por el que se forma la mente. En el fondo, es un asunto de información versus formación. La diferencia está entre decir a un aprendiz qué pensar versus enseñarle cómo pensar. Se puede

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comparar con el viejo adagio de darle a un hombre un pez o enseñarle cómo pescar. Un pez en la mano será suficiente para el día, pero lo deja a uno sin los medios para poder pescar por sí mismo al día siguiente.

La diferencia también se puede igualar a un predicador que le dice a la gente qué creer versus demostrar por qué debe creer lo que se le dice que crea. Lo primero produce mentes pasivas, perezosas, que se aburren con explicacio­nes, adictas a la diversión y temerosas del dolor que acompaña el verdadero pensar. El último tipo de instrucción transforma la mente cuando el oyente activamente participa de la lógica secuencia del mensaje y trabaja en pensar, lo opuesto a simplemente oír las palabras o recordar la información. Hay un vasto contraste entre los dos, contraste que se ve claramente en el rostro y en la vida de los que los experimentan.

Muchos de dentro de la iglesia han sido empañados por el adoctrina­miento, una mentalidad de espectador y el llamado aprendizaje de diversión. Las tres cosas promueven la pereza intelectual, además de confusión sobre lo que es de verdad la educación. Estos impostores de la educación fallan a la hora de preparar mentes sobre cómo pensar; por tanto, al final solo nos preparan para repetir como loros nuestras respuestas condicionadas. A la vez, nos encontramos sin saber qué decir cuando somos interrogados acerca de un aspecto ligeramente alterado del tema que creíamos saber. El adoctrinamiento en sí es el mito de aprender sin dolor. El cristiano promedio sabe muy bien que ponerse en forma físicamente probablemente le costará mucho tiempo. También dar por sentado que para ser bueno en un pasatiempo, un deporte favorito u ocupación, deben continuamente ejercer grandes volúmenes de es­fuerzo y hasta experimentar dolor. Pero cuando se trata de entender la Biblia, concentrarse en las palabras del pastor, o de sentarse en un aula, muchas de estas mismas personas esperan que los beneficios vengan sin costo alguno. Sabemos que la ósmosis no dio resultado cuando tratamos de dormir sobre nuestro libro de geometría el domingo por la noche para el examen del lunes por la mañana. ¿Qué nos hace pensar que dará resultado cuando tenemos los ojos abiertos pero la mente dormida mientras escuchamos la enseñanza del Libro de Dios el domingo por la mañana?

Ya sea en nuestras instituciones públicas o en las escuelas dominicales, parece que hemos llegado a creer que el ambiente debe estar lleno de tanta diversión y tan poca disciplina como sea posible. Nos inventamos programas elaborados para poder hacer que el aprender sea tan sin esfuerzo como ver nuestro concurso favorito en la televisión. De alguna manera hemos llegado a suponer que aunque todo lo demás que vale la pena obtener en la vida exi­ge sacrificio y lucha, las empresas intelectuales de la vida nos deben llegar lo más fácilmente posible. Sermones cortos, chistes voluminosos, historias graciosas o sentimentales y presentaciones rápidas, sencillas, pragmáticas son

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la regla en muchas de las plataformas de nuestras iglesias. Como resultado, las ideas de esfuerzo mental, lógica laboriosa e imposición intelectual se han convertido casi en foráneas en el ambiente de la educación en general y en la educación espiritual en particular.

Nuestra inclinación hacia el materialismo nos dice que nuestro césped, tejado nuevo o problema con el motor exige atención inmediata, sudor, dinero y pensamiento. Nuestro punto de vista hedonista dicta que el dinero que gana­mos duramente por trabajar más horas, la planificación estratégica y una cui­dadosa comparación de marcas y modelos deben acompañar nuestra compra de algún juguete nuevo para aparcarlo en el garaje. Nuestro punto de vista re­ligioso habla estrepitosamente del supremo sacrificio que otro tuvo que hacer para que nosotros podamos recibir la vida eterna. Nuestra filosofía vocacional dice que debemos estar siempre listos para prevenir las dificultades, planificar nuestra jubilación y luchar tan duramente como sea necesario para mantener nuestro empleo. Nuestro punto de vista intelectual, sin embargo, da por senta­do que la educación es algo que recibimos en la escuela, y que dedicar tiempo de calidad y esfuerzo a cultivar la mente ahora tiene poco valor práctico, espe­cialmente cuando incluye dolor.

Los maestros y predicadores del siglo veintiuno tenemos que luchar para no promover la escucha pasiva; tenemos miedo de enseñar cosas demasiado elevadas para el oyente, no dándonos cuenta con frecuencia de que la pasivi­dad hace avanzar la hipocresía y de que nada puede elevar la mente a menos que esté «por encima de la cabeza de uno». Así que calculamos cuál es el de­nominador común de más bajo nivel intelectual de un grupo, y lo convertimos en nuestro blanco. Al hacer eso, dejamos que la mente término medio siga siendo término medio, y que la que esté por encima de la media baje un pun­to. Y después decimos que los oyentes han recibido instrucción o enseñanza, cuando en realidad la mayoría de ellos simplemente ha escuchado el sonido de la voz de un maestro exponiendo de forma difusa hechos u opiniones inco­nexas en un espacio común.

En el púlpito hacemos lo mismo al predicar hasta la muerte «el simple evangelio», trillar generalidades o los temas «mascota» de nuestra denomina­ción, cavando ranuras estrechas pero profundas en las mentes poco exigentes, poco concienciadas, de los pagadores de diezmos. Y lo que es más: tendemos a evitar sermones complicados bien porque eso nos exigiría demasiado rigor y dolor mental, o bien porque se aparta de la ocupación que produce resultados inmediatos, lo que a su vez nos ayuda a sentirnos útiles. Algunos de nosotros dejamos a un lado los asuntos difíciles y bajamos de nivel nuestros mensajes porque la multitud quizá vaya disminuyendo si insistimos en la excelencia intelectual y en la vida espiritual. Si nuestro público comienza a buscar en

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cualquier otro lugar sermones de menor resistencia, puede que nuestra frágil auto estima (basada en el presupuesto y en el número de asistentes) comience a desmoronarse, y esto nos reporta un nuevo tipo de dolor.

La verdadera instrucción solo puede darse cuando se enseña a los oyen­tes cómo pensar por ellos mismos. Obviamente, quien educa tiene que enseñar lo que es correcto, pero eso solo ocurre sabiendo cómo pensar y siendo crítico con uno mismo. Lo que se aprenda fuera de estos parámetros es menos que educación verdadera. La instrucción sin pensamiento crítico, preguntas creati­vas y rigor lógico no es realmente instrucción en absoluto, sino solo compartir información y, en el mejor de los casos, almacenar datos.

UNA EDUCACIÓN LIBERAL

Cuando hoy día los cristianos oyen la palabra «liberal», la mayoría de ellos la relacionan con flojedad de extrema izquierda. Nos imaginamos que tiene algo que ver con elliberal-ismo. Vivimos en una época en la que los padres cristia­nos están preocupados por el excesivo involucrarse del gobierno federal a la hora de acunar a nuestros niños de guardería. Nos asustan los objetivos de la educación basada en los resultados, y nos frustra la instrucción relativista que es tan habitual en muchos de los colegios de la nación. En este tipo de ambien­te la idea de «educación liberal» puede sabernos a intromisiones ateísticas en las mentes de nuestros retoños. Por el contrario, una educación verdaderamen­te liberal desempeña el papel opuesto: libera al que aprende, al proporcionar generosamente las municiones intelectuales necesarias para liberar las mentes de quienes de otra forma serían capturados por cosmovisiones falsas.

Una buena educación nunca es el resultado de meramente meter en el cráneo de un pupilo tanta información como sea posible, sobre tantos temas inconexos como sea posible, sino que apunta a limpiar la mente del estudiante del pensar defectuoso, de hacer su juicio más preciso y a ayudar al cristiano a entender la experiencia humana como un todo. Esto, a su vez, le ayudará a pensar con la suficiente excelencia como para afectar al mundo temporal para el honor de su Hacedor.

El problema perenne de contemplar la vida de una forma fragmentada (algo aun más acuciante hoy día) parece ser una buena evidencia de que la caída ha afectado todo aspecto de nuestras vidas. Nos cuesta trabajo relacio­nar hechos y fe, la historia y lo contemporáneo, la cultura y Cristo, las modas pasajeras y la filosofía, la teología y las cosas prácticas, la oración y la mano de obra, las obras y la gracia, las leyes de la naturaleza y la intervención so­brenatural, el corazón, la cabeza, la mente, el alma, y etcétera. Una educación liberal puede contribuir a volver a coordinar todas esas cosas y miles de otros

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estratos diversificados de la vida, ayudándonos a ver todos los hechos de la experiencia humana a través de los ojos de la fe.

Se podría argumentar que la educación por sí misma no puede devolver­le la cohesión a la imagen rota de la experiencia humana. Es cierto que cuando la educación se disocia de la revelación de Dios, la vida se ensancha pero carece de su sentido por excelencia. Una vida informada quizá sea interesante y encantadora, pero al final será una vida deformada porque le falta contexto. También es cierto que cuando la revelación se desconecta de la educación, la vida está llena de significado, pero será estrecha y superficial. Cuando tiene lugar la auténtica educación liberal, la verdad de Dios en Cristo se incluye entre sus instrucciones yeso reporta anchura, profundidad, amplitud y signifi­cado.

La educación liberal se construye sobre las artes liberales. Se las llama «artes» porque su objetivo es darle forma o generar cierto tipo de mente, una mente liberada. Igual que un grabado delicado, cincelado con un frío pedazo de granito, la mente forjada y refinada por estas artes se libera de sus límites de prejuicios y estrechez. Pero esto no significa que seamos libres de deci­dir nuestras propias «verdades», de diseñar nuestra propias cosmovisiones o definir nuevas fronteras teológicas. Más bien somos liberados para ser pro­ductivos e imaginativos dentro de los límites de la verdad de Dios. Somos como caballos que han sido liberados de las oscuras y aburridas paredes de un establo, y soltados a un prado abierto y con aire puro, un prado ¡con vallas! Aunque las artes liberales por supuesto ayudan a liberar nuestras mentes, no debemos perder de vista el hecho de que en esta libertad hemos de permanecer cautivos en Cristo, cercados por las vallas de su verdad.

Hay muchos que han saltado al ámbito de una educación superior, olvi­dándose de prestarle una atención cercana a la fe, de sopesar constantemente sus motivos, y de realizar un escrutinio de la multiplicidad de ideas que vuelan hasta ellos desde todas las direcciones. Por eso, igual que botes que quitan el ancla y se dejan llevar por la corriente, estas personas pierden poco a poco su camino, y hacen naufragar su fe. Las sirenas del secularismo llaman desde la profundidad. Dicho con otras palabras: los cristianos que eligen el camino del entrenamiento universitario tiene que prepararse para luchar contra la lucha de la fe en la escena de cosmovisiones que entran en conflicto. Si abandonarnos este escenario, abandonamos la oportunidad de influir en millones de mentes flexibles que están buscando la verdad, y dejamos pasar la oportunidad de pre­pararnos intelectualmente para poder reducir a largo plazo el continuo surgir de tendencias seculares en la sociedad.

Una mente distraída está en peligro dondequiera que se encuentre, pero es aun más vulnerable en un ambiente universitario. Si uno comienza a ima­ginarse que la educación es una especie de remedio para todo, o si se olvida

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de que el cultivo del intelecto solo apunta a un componente del ser humano, inevitablemente esa alma comenzará a resbalar por la oscura y resbaladiza pendiente de la arrogancia y del sentirse perdido. El desarrollo de la mente tiene que darse bajo el señorío de Cristo. Aunque las emociones sin sentido, el sentimentalismo almibarado, la fe ignorante en nombre de la simple fe, la superstición mística y el sectarismo sean todos evidencia de una vida cristiana retorcida, una persona religiosa bien educada que haya perdido la fe por causa del secularismo es una deformación de la vida misma ...

Hemos de tratar de equilibrar una medida buena de humildad con las ar­tes liberales, y aunque quizá arrastremos un montón de papeles buscando una beca, nunca debemos permitir que estas cosas se conviertan en sustitutos de los sacrificios con un propósito y de una vida de servicio consagrada a Cristo. Si no sopesamos las verdades que descubrimos, nunca sabremos si de verdad son verdad. Y si no demostramos con pasión que conocemos la verdad, no la conocemos en absoluto. Así que, usemos nuestro cerebro para explorar todas las verdades de Dios, se encuentren donde se encuentren, pero hagámoslo con humildad, con cuidado, con sinceridad, y sobre todo, ¡con un cerebro que ha sido bautizado en el Espíritu Santo!

UNA HERRAMIENTA DISTINTA PARA CADA ARTE

Las artes liberales tradicionales son: gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, música y astronomía, con las tres primeras sirviendo de base para las cuatro restantes. Si cada una de ellas se enseña de forma apropiada le proporciona a la mente las herramientas para evaluar con sabiduría, investigar con exactitud, y expresarse de forma elocuente. La lógica ayuda al que apren­de a pensar de una forma coherente y razonable; la retórica ayuda al pensador a pronunciar sus pensamientos de una forma precisa, y la gramática ayuda a organizar y escribir esos pensamientos que de otra forma serían silvestres y confusos.8

Desde el siglo primero hasta la Edad Media y tocando el Renacimiento, las artes liberales sirvieron como plataforma desde la que se estudiaban to­das las otras disciplinas. Hasta el siglo diecinueve la mayoría de los líderes cristianos importantes defendieron el valor de las artes liberales. Al definir la educación, Lutero se refería a quienes evitaban las artes liberales, llamándolos «cabezas cuadradas, incapaces de conversar de forma apropiada sobre ningún tema».9 Y Wesley creía firmemente que incluso sus jinetes itinerantes, que salían a alcanzar a los de clase baja y sin estudios, deberían tener «primero, un buen entendimiento, una aprensión clara, un juicio sano, y una capacidad de

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razonar con cierta proximidad». Y explicaba que esas aptitudes solo se tienen estudiando las artes liberales. lO

El estudio de la lógica y las matemáticas le ayuda a la mente a razonar de una forma auténtica. El lenguaje nos ayuda a comunicar nuestros pensa­mientos razonados. Las ciencias naturales y sociales agudizan nuestra capaci­dad de plantear las preguntas apropiadas. Las humanidades (literatura, bellas artes, filosofía y ética) disciplinan la imaginación y entrenan a la mente para discernir cuál de muchas respuestas es probablemente la más superlativa. Es­tudiar filosofía, historia y teología le permite al estudiante captar las distintas corrientes de pensamiento y seguirles el rastro en diferentes épocas y latitudes. Poseer una perspectiva histórica resulta de incalculable valor como correctivo para prejuicios y estrechez de pensamiento. La exposición a los pormenores de la filosofía le ayudará a la persona a demostrar la relación entre diferentes sistemas de pensamiento. Y esto a su vez ayuda a mostrar por qué otros creen lo que creen, y por qué quizá resistan la oferta del evangelio.

Estas disciplinas no solo le proporcionan al estudiante la habilidad de pensar de una forma coherente, de comprender las interconexiones de la vida y de adquirir conocimiento, sino que le ayudan al cristiano a caminar en fe. Con estos atributos el creyente está mejor equipado para refutar la filosofía mala, defender la fe con integridad y claridad, interpretar la Escritura con más cui­dado, y con eso estar en una posición mejor para comprender por qué alguien piensa de la forma en que lo hace.

y por último, los instrumentos de extensión intelectual expuestos arri­ba sirven para desafiar las ideas que tanto atesoramos, pero que a veces es­tán equivocadas. Si pensamos de forma razonable y con la necesaria dosis de humildad, las artes liberales nos permiten revaluar nuestras creencias. Solo entonces estaremos equipados para reconfigurar ideas a medio entender, para rechazar nociones falsas, para reformar verdades a medias, o para alegrarnos porque somos capaces de retener con firmeza lo que ha sido probado entera­mente. Para quienes aman la verdad esto resulta una experiencia auténtica­mente liberadora.

CONCLUSiÓN

Después del bien de la salvación, la mente humana es el mayor beneficio que se nos ha otorgado. Por supuesto, sin nuestras mentes, no poseeríamos el quipo necesario para comunicarnos con nuestro Creador, leer su revelación, practicar su presencia, o incluso identificar su existencia. Nuestra mente es un reflejo de la mente de Dios, y nuestro deseo de entender el universo de

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Moldeemos la mente humana: Educación

ideas que Dios ha diseminado en su creación es una manifestación de nuestra relación con él.

Además de eso, nuestro esfuerzo por convertirnos en buenos pensadores nos prepara para vivir las vidas más efectivas posibles, al someter y regir la tierra (Gn 1:28). Al esforzarnos de forma personal y en grupo para formar nuestros intelectos por medio de la educación, permearemos inevitablemente nuestra sociedad con una fe ardiente que habita en mentes ardientes. Y con esta unión ordenada por Dios, al final le mostraremos a un mundo perdido lo que significa ser un pueblo con mentes renovadas e instruidas: ¡mentes mol­deadas por el Hacedor!

..... NOTAS

1 Sam Cook, «Wonderful World» [Mundo maravilloso]. 2 Pink Floyd, «El muro». 3 Dan Smith, «I've Been to Calvary» [He estado en el Calvario].

o

4 Clemente de Alejandría, Ante-Necene Fathers [Padres antenicenos], ed. de Schaff, 2, p. 484.

5 Charles Bigg, The Christian Platonists of Alexandria [Los platonistas cristianos de Alejandría], Clarendon, Oxford, 1888, pp. 41, 42, 50.

6 Ahlstrom, A Religious History [Historia religiosa], 1, p. 198; Leland Ryken, Worldly Saints: The Puritans as They Really Were [Santos mundanos: los puritanos tal y como eran], Zondervan, Grand Rapids, MI, 1986, p. 186; Peter Toon, «John Har­vard», en The New International Dictionary of the Christian Church, 453.

7 Samuel Blumenfeld, Is Pub/ic Education Necessary? [¿Es necesaria la educación pública?], Paradigm, Boise, ID, 1985, p. 10.

8 Gilbert Highet, Paideia [La Paideia], Oxford University Press, NY, 1945, 1, p. 314. 9 Martín Lutero, Works of Martin Lutero [Obras de Martín Lutero], Holman, Filadel­

fia, 1915,4, p. 122; 5, p. 298. lOWesley, Works [Obras], ed. De Baker, 10, pp. 480-500.

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CÓMO DEFINIR LA FE: TEOLOGÍA

La gente verdaderamente espiritual no hace uso de evasivas sobre puntos de doctrina.

CHARLES PARHAM, FUNDADOR DEL PENTECOSTALlSMO

¡Mi teología! No sabía que tuviera una. Quisiera que usted me dijera cuál es mi teología. DWIGHT L. MOODY

Es importante destacar que la teología no surgió de intereses especulativos. La teología surgió de las mismas necesidades prácticas de la iglesia primitiva cuando trataba de poner sus creencias de una

forma enseñable para instruir a los nuevos creyentes, para refutar herejías y para persuadir a los de afuera.

HAROLD H. DITMANSON, PEDAGOGO CRISTIANO

No resulta exagerado decir que durante el siglo diecinueve y ya bien entrado el siglo veinte, la religión prosperó mientras que la teología

cayó en bancarrota. HENRY COMMAGER, HISTORIADOR

--------~~~> -------

Un domingo por la mañana un joven escogió nuestra congregación para llevar a cabo su experimento de esa semana en particular. Había recorri­do toda la región en busca de una iglesia que pudiera satisfacer adecua­

damente su profundo apetito por la predicación inspirada. En ese entonces yo andaba en una expedición por el camino romano de Pablo, versículo por ver­sículo. Había laborado a través de los primeros tres capítulos del libro cuando nuestro amigo llegó a visitar. Después del mensaje, se me acercó con «pala­bras de ánimo». Me comunicó que habia sido desafiado por la exposición del texto y que los congregantes eran algunas de las personas más amistosas que

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C6mo definir la fe: Teología

había conocido últimamente. Yo me preparé, manteniendo en mente que esos elogios podrían preceder a palabras de crítica.

Efectivamente, dejó caer el otro zapato. Siguiendo los pasos de sus en­cantadoras afirmaciones hizo comentarios críticos sobre la falta de la presencia del Espíritu en mi sermón y en el culto de adoración en general. Me instruyó sobre los peligros de la «doctrina seca», sobre el fino arte de dar rienda suelta al Espíritu y sobre las cosas que él había experimentado, que sería difícil para mí imaginarlas. Este tipo se fue y no lo volví a ver en nuestros cultos de ado­ración.

Como un año después, mientras predicaba sobre el capítulo doce de la obra magna de Pablo, tuvimos otra visita. Después del culto conversé con este hombre sobre su familia y su ocupación. Después de la charla, comenzó a darme un discurso sobre la «teología muerta», informándome de la falta de enseñanza práctica en nuestras iglesias. Él consideraba que cualquier instruc­ción que no se pudiera aplicar inmediatamente era un simple mortero para la hipocresía. Según él, la única enseñanza viable era la enseñanza «práctica».

Poco sabía yo, hasta que revisé las listas viejas de visitantes, que este último visitante era el padre del anterior. En un sentido, esta conexión sirve para ilustrar dos actitudes hacia la teología con la que muchos de nosotros hemos tenido que tratar a base regular. Ambas se derivan de nuestras raíces evangélicas del siglo diecinueve, cuando los dos adversarios principales de la erudición teológica eran el experimentalismo y el pragmatismo. Estos egocén­tricos hijos gemelos del individualismo están perpetuamente interesados en las respuestas a preguntas como: ¿Qué hará por mí? ¿Lo puedo usar inmedia­tamente? ¿Cómo me hará sentir? ¿Es sencillo?

SERES TEOLÓGICOS SIN LÓGICA

Se ha esparcido una crisis sobre el paisaje del cristianismo moderno; sus ten­táculos han llegado hasta los recesos de mucho del evangelicalismo y del mo­vimiento pentecostal carismático. La crisis es la de menospreciar y descuidar la teología. Una afición por lo espectacular, por la manipulación emocional y por el discipulado superficial con frecuencia toma el lugar de la provechosa práctica de forjar un sistema de creencias ortodoxo, es decir, un sistema que nos pueda proteger contra la herejía, auxiliamos para articular los principios de nuestra fe, apartarnos de los prejuicios y ayudarnos a tender la mano a un mundo confundido por el clamor de un millón de opiniones turbias.

Por nuestro método cuasi democrático para la exposición de la Biblia, muchos fieles llenos del Espíritu dicen que su verdad es la verdad, encaje bien o no su descubrimiento con los principios probados y ciertos de la inter-

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pretación bíblica. Estos aumentan los rangos de los relativistas religiosos que tienen poca necesidad de las manos hermenéuticas del cuerpo de Cristo. Se convierten en arquitectos de su propia «ortodoxia», trivializando dos mil años de arduo pensamiento teológico. Como resultado, algunos de los que chillan más fuertemente en contra del autoritarismo papal, a su vez, se convierten en Papas del reino, hablando ex cátedra, denigrando a cualquiera que pone en tela de duda su interpretación privada.

En medio de esta garduña doctrinal, un sinnúmero de verdades a me­dias reinan supremas; Pues ¿quién puede errar en un ambiente saturado de los credos mudos: «A mí me da resultado»; «Eso es lo que significa para mí»; y «Dios me lo ha dicho»? Seguramente, las presas de la teología histórica han sido destrozadas por las presiones de la popularidad, donde la técnica vence a la verdad, los métodos son más importantes que el mensaje, lo práctico brilla más que la predicación que hace pensar y los que «se sienten bien» destronan a la convicción.

Cuando se descuidan los ricos depósitos de la teología, las superficiali­dades de la religión popular se levantan para situarse al frente y al centro, y los teólogos de una época más reflexiva son reemplazados por personalida­des del tipo de Hollywood. Sin una pasión por la doctrina fértil, el cuerpo se puede convertir muy fácilmente en un híbrido estéril, incapaz de generar una progenie vibrante, muchas veces conformándose con un crecimiento que se compone de no mucho más que de creyentes reciclados que han sido trocados en la mesa de la conveniencia y de la gratificación inmediata. Tal es el estado de una iglesia que se deshace de su herencia doctrinal, el estado de muchos sectores de la tradición evangélica y pentecostal.

RAíCES ANTITEOLÓGICAS

Son notables los paralelismos entre los primeros días del evangelicalismo del siglo diecinueve (1801-1825) y las primeras etapas del movimiento pentecos­tal (1901-1925). Ambos decían ser la fuerza soberana que Dios había levan­tado como protesta contra las iglesias no espirituales que lo rodeaban. Ambos censuraban con dureza a los ministros que invertían su mente en estudios teo­lógicos seculares y/o graduados. Los dos movimientos también decían que su credo era la Biblia solamente y que los sistemas doctrinales muchas veces eran complicadas falsificaciones de la sencilla Palabra de Dios. En vez de con­sultar libros meramente humanos, ambos veían hacia el cielo para recibir su teología. Ya en 1800, la intuición individualista tuvo un importante lugar en el establecimiento del movimiento renovador. Un líder del movimiento declaró: «Yo podría decir en verdad que el evangelio que fue predicado por mí, no fue

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Cómo definir la fe: Teología

al estilo del hombre; pues yo ni lo recibí de hombre, ni fui enseñado por hom­bre, sino por Jesucristo, a través del Espíritu Santo».l

La noción de que uno no necesitaba ninguna preparación especial para interpretar la simple Escritura era prevalente entre los primeros renovadores y los proponentes pentecostales. Ambos decían no tener obligación de con­sultar a ni conectar con otros, puesto que no necesitaban ningún sistema de creencias. Como lo dijo orgullosamente un predicador: «Yo me encerré, le pedí a Dios que me dirigiera hacia la verdad y que no me permitiera abrazar ningún error; me dispuse a creer lo que el Señor me iba a reve1ar».2 Es extraño que este método de discernir textos bíblicos «simples y sencillos» produjera (y sigue produciendo) docenas de resultados contradictorios, generando un conjunto extravagante de creencias marginales, sectarias y hasta de cultismo.

Mientras los evangélicos estaban ocupados levantando bellas estructu­ras para alojar a los santos, Darwin (1809-1882) y Wellhausen (1844-1918) estaban destruyendo los cimientos del libro del Génesis, uno por medio de la «ciencia» especulativa, el otro por medio de descubrimientos hechos en la alta crítica. Mientras las almas reavivadas competían con la «Primera Iglesia» a la vuelta de la esquina y las damas hacían protestas frente a las tabernas, Marx (1818-1883) y Nietzsche (1844-1900) tramaban la «muerte de Dios» y Friedrich Hegel (1770-1831) y William James (1842-1910) discutían sobre cuán relativa era la llamada verdad fundamental. En medio de los esquemas de Freud (1856-1939) y de Dewey (1859-1952) para hipnotizar la psique de las masas, muchos predicadores populares se preocupaban por la causa del mensaje democrático. Sin embargo, los creyentes no ignoraban todas las arti­ficiosas filosofías que flotaban; junto con el «santo del racionalismo» (como ha sido denominado John Stuart Mill), los santos del nuevo avivamiento se tragaron entera la teoría del pragmatismo. Amenazantes desafíos de todo el mundo tocaban a nuestra puerta, pero ¿había alguien en casa?

Esta falta de vigilancia mental que permitió que las teologías arriba mencionadas echaran raíces también hizo surgir una gran variedad de sectas. Esta breve ventana de tiempo vio a Joseph Smith (1805-1844) y a Brigham Young (1801-1877) engendrar a miles de pequeños dioses de los últimos días, mientras Miller (1782-1849) y sus seguidores acampaban en la cima de una montaña esperando la Segunda Venida. Mientras tanto, Mary Baker-Glover­Patterson-Eddy (1821-1910) estaba ocupada arreglando un matrimonio entre el panteísmo, el gnosticismo y el cristianismo. Virtualmente al mismo tiempo, Russell y Rutherford trabajaban arduamente, haciendo reservas para el ban­quete para los 144,000 que al ser testigos se habían ganado la entrada a los salones del reino.

Todo esto sucedió mientras los líderes del cristianismo popular, conser­vador, insistían en disminuir la importancia de participar en la vida de la men-

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te por medio de la excelencia teológica. Su grito era: «¡No es el intelecto lo que necesitamos; es solo el Espíritu!»

DEFINICIÓN DE TEOLOGíA

Como sucede con los términos «lógica», «espiritualidad», «adoración», «san­tidad» y un sinnúmero de otros temas amplios, todos parecen tener una de­finición casera de lo que es la teología. Teología, en su sentido sin adornos, es la combinación de dos palabras griegas: teos, que quiere decir «Dios» y logos, que denota «pensamiento, razón, discurso, lógica, palabra». De modo que teología es «pensamiento que trata con la naturaleza de Dios y su relación con la creación». A su vez, este pensamiento se puede dividir en docenas de subtemas. Así que, hacer teología es organizar ordenadamente las enseñan­zas (doctrinas) que se encuentran en la Biblia, mostrando cómo se relacionan entre sÍ. De esta interrelación, los creyentes tratan de comprender cómo se ha de poner en práctica en la vida la doctrina para la gloria de Dios. En pocas palabras, hacer teología es el acto de amar al único Dios verdadero con toda la mente para magnificarlo (engrandecerlo) en la vida cotidiana.

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Dados estos matices, uno se podría preguntar cómo es que un cristiano podría haber descuidado, o hasta denigrado, el acto de entregarse a la teología. Yo sugiero varias razones. Primero, muchos quizás sean simplemente muy pere­zosos como para consagrar el tiempo necesario para cultivar el jardín teológi­co de su corazón. Pablo instruye a Timoteo a que se dedique a la predicación pública y a enseñar doctrina (1 Ti 4:13) y le advierte: «Ten cuidado de tu con­ducta y de tu enseñanza» (4:16). En una carta posterior, Pablo le encarga a su hijo en la fe: «Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad» (2 Ti 2:15). Aunque los campos de la teología están maduros y las recompen­sas están listas para la cosecha, pocos parecen inclinados a invertir el interés, tiempo y sudor necesarios para cosechar su regalo.

Segundo, muchos pueden evitar meterse en las profundidades de la in­vestigación doctrinal por su mal entendimiento de la naturaleza de la teolo­gía. La consideran electiva en vez de necesaria, periférica en vez de central. Señalan a los que han sido usados por Dios aunque carecían de penetrante comprensión teológica; dicen que eso es prueba de que no necesitan aplicarse

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a los estudios doctrinales para poder ser un instrumento del propósito de Dios. Las personas así ignoran la regla de la historia de la iglesia y se afianzan de las excepciones. Además, raramente exhiben pasión por la oración, por el extraor­dinario fervor evangelístico o por una vida de sacrificio por los que sus repu­tados héroes vivieron y murieron. Los lentes pragmáticos por los que miran les hacen considerar la teología como algo opcional y así deciden no aceptar la amplificadora aventura que podría haber aumentado su reducida visión.

Debo recalcar que los que dicen que pueden irse al cielo sin acumular grandes medidas de conocimiento teológico se traicionan a sí mismos con su manera de comportarse en otras áreas de su vida. En su trabajo, matrimo­nio, asignaturas tecnológicas y otras cosas como estas, la mayoría no posee la actitud necesaria para poder valerse sin mucho conocimiento. ¡Ni tampoco los estudiantes universitarios se niegan a pagar $500 por una clase aburrida, dictada por un monótono «profe» en una fría sala de discurso, sentados en asientos duros para más! Se dan perfecta cuenta de que cuanto mejor sea la nota, mejor será el trabajo, y cuanto mejor sea el trabajo, mejor será el pago. A la luz del pago monetario, el detallado conocimiento de hechos supuestamente sin importancia de repente garantiza la inversión de largas horas y mucho café fuerte. Así que, a la luz de esta doble norma, ¿cómo debemos considerar al cristiano que corteja una aversión contra el esfuerzo intelectual cuando se trata de la investigación teológica para toda la vida y la excelencia doctrinal?

Una tercera razón por la que muchos de nuestra tradición le prestan solo una atención menor a la reflexión teológica quizá sea su lenta recompensa. Aunque podríamos regocijarnos por una valiosa pepita de discernimiento teo­lógico instantáneo, es más probable que el proceso se parezca al constante tictac del reloj. Como el paciente alumno de música que quiere lograr dominio de Las campanas de Rachmaninoff, el estudiante de teología cuya búsqueda lo lleva a las complejidades y sublímites del pensamiento teológico debe pagar el precio con tiempo, práctica, habilidad, oración -¿ya mencioné tiempo? ,- de esa manera posponen la genuina satisfacción.

Cuarto, muchos evaden el tema de la teología simplemente porque lo temen. Creen que aprender acerca de Dios y amar a Dios están tan distantes entre sí como lo están los planetas. Olvidan que es imposible amar a alguien a menos que primero se conozca a ese alguien, y que no es probable llegar a conocer a la persona si no se sabe algo acerca de ella. Para conocer a al­guien, uno debe saber lo que ha hecho en su vida y cómo piensa. Ya sea que nos propongamos forjar una relación con un amigo, con nuestro cónyuge o con nuestro Dios, debemos primero saber quién es esa persona antes de poder amarla por quien es. Es cierto, saber acerca de Dios no exige que lo conozcamos o lo amemos, pero amarlo sí exige que sepamos acerca de él.

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Sin embargo, algunos temen que al aprender más sobre de Dios, se enfriarán en su amor para él.

Yo sugiero que cuando los creyentes se enfrían hacia su Salvador, ya sea mientras se dedican al debate doctrinal, mientras coleccionan peluches o mientras corren maratones, es porque están experimentando un anhelo por una intimidad más profunda con Dios pero optan por no ir a él para satisfacer esa necesidad. Así, llenan el vacío (que ya había surgido) con lo que esté a la mano. Cuando vemos que esto le sucede a la persona que está en el campo de golf cuatro días a la semana, nos preguntamos qué habrá sucedido en su vida para alejarlo de su fe, que una vez fue ferviente. Cuando somos testigos de lo mismo en la vida de uno que estudia teología todas las noches hasta oscurecer, lamentamos que el demasiado «conocimiento teológico de la cabeza» ha apa­gado su vela espiritual. Los prejuicios no mueren fácilmente, pero debemos esforzarnos por ser humildes, coherentes y sinceros con estos asuntos.

las TElITlClONES 11 alBULla TEalOSICa

Aunque he conocido a muchos más cristianos que se jactan de su iglesia cre­ciente, de su espiritualidad, de sus bonitas sortijas rosadas, de su don espi­ritual, de su justificación de sí mismos o de su pulido vehículo de lujo, es cierto que el conocimiento teológico puede, ciertamente, llevar al pecado del orgullo. Cuando creemos que nuestro conocimiento de Dios nos pone por en­cima de la comunidad de santos más amplia, hemos comenzado a adoptar las características de un adversario de Dios al contrastarlas con las de sus hijos. Cuando usamos el cacumen teológico para humillar, avergonzar o manipular a los que están hechos a la imagen de Dios, estamos participando en un juego peligroso, contraproducente y debemos arrepentirnos.

Como dice el escritor contemplativo Thomas Merton: «Nuestro destino es vivir lo que pensamos; a menos que vivamos lo que sabemos, ni siquiera lo sabemos. Hasta que no hacemos nuestro conocimiento parte de nosotros mismos, a través de la acción, no pasamos a la realidad que significan nues­tros conceptos».3 Para estar en guardia contra el peligro arriba mencionado, debemos mantener en mente las siguientes pautas esenciales. Primero, debe­mos manejar la doctrina con unas manos y un corazón de oración. Estudiar metodología es un acto espiritual y debe ser supervisado por el Espíritu San­to. Cuando oremos con ahínco y con los motivos correctos, el Espíritu Santo mantendrá nuestro corazón humilde y nuestra mente flexible.

Segundo, cuando estudiamos teología necesitamos apropiarnos de la ra­zón que Dios nos ha dado. En Job 38:36, RVR leemos que Dios pone «la sabiduría en el corazón». Pascal tiene razón al decir: «El hombre es solo una

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caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña que piensa».4 Cuando nos vaciamos de la razón, invitamos a la herejía, y si despreciamos la lógica en los asuntos teológicos, optamos por proceder neciamente. Dios ha escogido revelarnos sus tesoros a través de medios racionales. La raza humana ha caído, pero todavía llevamos la imagen de Dios en nuestra capacidad para razonar. La teología, aunque espiritual, es también un proceso genuinamente intelec­tual. Dios nos ha hablado a través del medio racional del lenguaje escrito, y a través de nuestro corazón pensador es como entendemos el lenguaje de su «carta de amor».

Tercero, el respeto para los gigantes espirituales del ayer ofrece un sal­to gigante a los que desean entrar a la aventura teológica de la historia. Al consultar con los que Dios ha nombrado guías de enseñanza en el pasado, encontraremos suficiente oportunidad para practicar la virtud de la humildad. Eso es, cuando contemplemos el discernimiento, la riqueza, la sabiduría y la discreción de nuestros hermanos espirituales del ayer, andaremos humildes y más suavemente por el electrizante, aunque a veces enmarañado, laberinto de la teología.

LOS BENEFICIOS DE LA TEOLOGíA

Mientras hablaba de la importancia de pensar y de la teología con un grupo de estudiantes en un seminario en el extranjero, una joven dijo: «La fe cristiana tiene que ver con una persona, no con controversias teológicas». Este tipo de objeción es demasiado común entre los creyentes de nuestro día y tienen razón hasta cierto punto. Pero lo que no tienen en cuenta es el hecho de que las personas tienen que ver con hechos, sucesos e ideas. Si estos elementos no existen, entonces tampoco existe la persona, incluida la persona de Jesucristo. Él existe en el tiempo y en la eternidad, en referencia a quién es, lo que ha dicho, lo que hizo y lo que significan sus palabras.

Como todos los cristianos automáticamente «hacen» teología (tienen pensamientos acerca de Dios), el objetivo inicial es rendir una teología sana en vez de una teología defectuosa. Esto lleva al subsiguiente propósito de conocer a Dios de forma tan verdadera como cualquier mortal pueda hacerlo, lo que al final rinde el supremo propósito de la labor teológica: la gloria de Dios. Ningún beneficio puede sobrepasar a estos; pero al igual que la persona cuyo propósito es vivir más se asegura de muchos beneficios inmediatos al se­guir un horario de dieta y ejercicio, así también los cristianos, cuyo propósito supremo es glorificar a Dios al participar en el estudio teológico, acumulan muchos beneficios por el camino.

La teología nos ayuda a convertirnos en mejores discípulos, porque por

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naturaleza establece nuestra vida en la verdad bíblica. Vivimos en un mundo distinto al de cualquier otra época de la historia, en el que es más y más fácil ser expuestos a la tutela engañosa. ¡No tiene más que considerar cuán sencillo es que los creyentes caigan en la confusa interred de ideas cuando su suscepti­ble mente navega en las turbulentas aguas del ciberespacio! Anclamos en las traíllas tejidas por los grandes teólogos y en los métodos probados y verdade­ros de la interpretación bíblica nos evitará ser «llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas» (Ef 4:14).

Para esta medida preventiva no hay substituto. Ni sueños ni visiones, ni intuición ni corazonadas, ni siquiera la oración puede garantizar que usted escapará de los señuelos de las doctrinas engañosas. Incluso muchos de los padres de renombradas sectas tropiezan en su diabólica duplicidad mientras buscan la verdad en el cuartito de la oración. Pedro, que a veces se inclinaba a entretener de Satanás (Mt del manda-

en una tierra Segundo,

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que fueron los pincharon el orgullo de San de San Agustín llevaron a Lutero al final de su cuerda legalista. A su vez, el bien conocido co­mentario de Lutero sobre Gálatas llevó a Charles Wesley al arrepentimiento, y su tratado exegético del libro de Romanos aportó una santa tibieza al corazón del Wesley más famoso: John. Luego los comentarios de Wesley sobre el co­mentario de Lutero encendieron un fuego dentro del alma del reverendo que ambulante galopaba por todas las regiones interiores de América. El mismo Francis Asbury no solo consumía vorazmente miles de páginas de teología, sino que incansablemente exhortaba a otros miles de jinetes itinerantes a que hicieran lo mismo.

Es un grave error considerar los estudios doctrinales como una empresa seca, polvorienta, que simplemente infla las células del cerebro. El autor britá­nico C. S. Lewis tenía una fuerte convicción de que evitar las obras teológicas abstractas era privarse uno mismo de una sublime bendición. Según afirma:

Por mi propia parte, con frecuencia tiendo a encontrar los libros doctrinales más útiles en las devociones que los libros devocionales y

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más bien sospecho, yo creo, que muchos que dicen que «nada sucede» cuando se sientan o se arrodillan ante un libro de devoción, encon­trarán que su corazón canta sin pedírselo mientras se abren camino a través de un fuerte trocito de teología.5

Con respecto a cambiar la vida del cristiano, la teología también les in­forma a los creyentes sobre quiénes son y qué privilegios tienen como hijos de Dios. Cuando sabemos mejor cómo orar y cuando aprendemos por qué esta­mos aquÍ, somos más propensos a amar a Dios en dimensiones más profundas, a ofrecernos en mayor servicio a él y a seguir en un discipulado más resuelto. A su vez, estos productos del estudio teológico contrarrestan la saturadora superficialidad que tipifica a nuestra sociedad en peligro.

El tercer beneficio principal del pensamiento doctrinal devoto es poder articular nuestros dogmas de fe. Probablemente todos hemos luchado con la frustración de tratar de informar a otro individuo sobre nuestras creencias, pero nos vemos incapaces de ponerlas en palabras. Cuando esto sucede, no es solo desconcertante para el que habla sino frustrante para el que escucha. En­tonces, la dedicación a la contemplación doctrinal ayuda a desenredar nuestros pensamientos confusos sobre la vida y sobre Dios. La deficiente expresión de nuestras creencias es con más frecuencia que no el resultado del pensamiento confuso, que, a su vez, es la marca clásica de la pereza para la investigación teológica. A la inversa, estudiar teología nos ayudará a entender claramente lo que estamos tratando de comunicar a los demás.

Cuando entendemos mejor el significado del evangelio, nos hacemos mensajeros mejor calificados para los que están en peligro de perder su alma. Si por ninguna otra razón, los cristianos deben estudiar para presentarse apro­bados para poder relatar mejor el mensaje de realidad a los que están presos por el pecado. Muchos cristianos dicen saber lo suficiente como para salir del paso, o dicen que no tienen tiempo para invertir en las imprácticas diversiones de la teología. Nunca debemos pensar que el estudio de la teología es pura­mente para la fortificación de nuestra propia vida. En este asunto, también debemos considerar a los perdidos.

Cuarto, el estudio teológico a su vez ayuda a darle la vuelta a la ola del daño a las homilías. O sea, a medida que los pastores minan el tuétano de la teología, les dan su vez sustento teológico a sus rebaños. A medida que las ovejas se alimentan del tuétano, comienzan a desear una dieta de doctrina. Los sermones superficiales que son teológicamente raídos son muy baratos. Estos mensajes provisionales compuestos de graciosas ilustraciones, material prestado, meros textos bíblicos y respuestas simplistas tienden a aumentar la anemia teológica que se encuentra en sus oyentes.

Los sermones del tipo instructivo, de «cómo hacer», aunque evocan

lOl

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compromisos de corto plazo, con frecuencia están vacíos de la cuidadosa re­flexión teológica necesaria para establecer al ejército de Dios en las trincheras de la guerra cotidiana. Cuando buscamos solo aplicar la verdad sin definir, explicar ni defender su valor, lo único que hacemos es atajar los síntomas de problemas mayores y así siempre estamos colando los mosquitos y devorando los camellos. Una vasta mayoría de púlpitos y bancos han llegado a creer que la doctrina descuidada es perdonable pero que la extensa predicación teoló­gica no lo es. Esta es una razón por la que muchos pastores han adoptado el credo de un predicador popular que escribió: «He descubierto que la gente perdonará hasta la teología deficiente con tal de poder salir del culto antes del mediodía».6 ¡Dígale eso a Jesús!

Por último, pero de ninguna manera de menos importancia, cuando los cristianos participan en la conversación teológica de la historia --con un alma sincera y un corazón con hambre- comienzan a salir de sus estre­chos y con frecuencia intolerantes puntos de vista. A medida que se sienten insatisfechos con su presente nivel de comprensión, cambian sus creencias prestadas -que con frecuencia han sido aceptadas por fe ciega- por la ver­dad que ha sido extraída con la labor del amor. A medida que se disuelve el dogmatismo intelectual, la práctica de la madura reflexión, de la sólida argu­mentación y de la modificación doctrinal se convertirá en una parte integral de la vida espiritual del creyente. ¡Cuando esto suceda, habremos aprendido mucho sobre el arte de vivir, de movernos y de tener nuestro ser en nuestro Teos a través de su Logos!

r n • NOTAS

1 Caleb Rich, «A Narrative of Caleb Rich» [Narrativa de Caleb Rich], Candid Exami­ner 2, 1827, pp. 205-8.

2 Elhanan Winchester, The Universal Restoration [La restauración universal], Lon­dres, pp. xvii-xviii; Elias Smith, The Life, Conversion, Preaching, Travels, and Sufferings of Elias Smith [Vida, conversion, predicación, viajes y sufrimientos de Elias Smith], Beck & Poster, Portsmouth, NH, 1816, pp. 257-258. Todas estas referencias son citadas por Hatch, Democratization, pp. 40-43.

3 Thomas Merton, Thoughts in Solitude [Pensamientos en solitario], Burns and Oates, Londres, 1958, p. 67.

4 Blaise Pascal, Pensamientos, Penguin Books, NY, 1975, p. 95. 5 C. S. Lewis, «On the Reading of Old Books» [Sobre la lectura de libros antiguos],

God in the Dock, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1970, p. 205. 6 Vea Douglas Webster, Selling Jesus [Vender a Jesús], InterVarsity Press, Downer's

Grove, IL, 1992, p. 82ss., para comentarios sobre el problema de sermones abre­viados tipo «cómo hacer».

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CÓMO DEFENDER LA VERDAD:

ApOLOGÉTICA

----:::::>"":::::>"" -

Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay

en vosotros. EL APÓSTOL PEDRO

y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las

Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos.

LUCAS, EN HECHOS 1 7, RVR

Hay quienes pasan una vida entera -los llamamos apologistas­pasan su vida entera disculpándose por la Escritura.

líDER PENTECOSTAL-CARISMÁTICO

Si no vale la pena defender el cristianismo, entonces, ¿qué vale la pena defender?

EDGARD JOHN CARNELL, APOLOGISTA

-------------::::.-,... --

Estaba luchando en el suelo con los hijos de mi amigo cuando miré por la gran ventana panorámica y vi una columna de humo negro que subía en espiral sobre un grupo de enjutos árboles a una milla de distancia. Supuse

que era una fogata pero decidí cerciorarme. Cuando mi hijo mayor y yo llega­mos a la escena, nos encontramos con ser los primeros en aparecer en el sitio de un monstruoso incendio en una granja. Un perplejo muchacho estaba de pie, al parecer demasiado petrificado como para rescatar las docenas de vacas lecheras, becerros y caballos de exhibición que se encontraban en los graneros que ardían con horrible calor. Se había quedado en casa esa tarde cuando sus padres fueron a cenar al pueblo.

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Cuando mi hijo y yo entramos en ese infierno, vimos que cientos de be­cerros estaban amarrados en sus postes. Uno por uno arrebatamos del fuego a las indefensas y asombradas bestias, llevándolas a un lugar seguro. Después de varios viajes, hubo una devastadora explosión que destruyó la parte de atrás del granero. Entre las humaradas y los bramidos de los becerros reinaba el caos, pero después de todo, la mayoría del ganado sobrevivió. Cuando el in­cendio estaba controlado, cinco departamentos de bomberos y más de cien es­pectadores poblaban el achicharrado paisaje de esta granja de familia. Ese día yo me sentí orgulloso de mi hijo por haberse arriesgado tanto, por sacrificarse, por estar preparado en y fuera de tiempo. Esa tarde que había comenzado len­tamente, habíamos contendido por lo que era correcto y habíamos defendido a los inocentes.

Aunque no lo sabíamos entonces, otro incendio ocurriría en esa misma residencia solo unos pocos meses después. Esta vez la casa se envolvió en llamas: las llamas de un arsonista, del mismo asombrado muchacho que había prendido fuego al granero. Al principio me sentí molesto de que la descuidada idiotez de esta enemistad inveterada entre este muchacho y su familia había puesto en peligro a mi propia familia. No obstante, reconocí que sin importar los malvados motivos detrás de esta tragedia, mi hijo y yo tuvimos la oportu­nidad de contender por lo que era correcto y defender a las víctimas inocentes. Mezclando la misericordia con el miedo, habíamos arrebatado algunas de las criaturas de Dios de un incendio mortífero.

Judas, el medio hermano de nuestro Señor, originalmente había tenido el propósito de escribir una carta sobre la salvación en común que compartía con los que recibirían su carta. En vez de eso, se sintió movido a escribir una nota instando a los cristianos a luchar por la fe en contra de los que distorsionaban el auténtico mensaje de Jesucristo y a ayudar a los que eran arrastrados hacia el olvido espiritual. Judas escribe de hombres irrazonables que han rechazado la autoridad, de arrogantes codiciosos, de egoístas sin rumbo que no tienen raíces, jactanciosos, burladores, dudadores y aduladores (Jud. 8,10-12,16,18, 22). Sus instrucciones positivas eran contender por la verdad, dar respuesta a los escépticos, defender a los que dudan y arrancar a otros del fuego y salvar­los. Contender por la fe (polémica) y defender la fe (apologética) invariable­mente estaban cerca del corazón del ejército apostólico de Dios.

Originalmente mi intención fue hacer de este libro un manual de apolo­gética para creyentes pentecostales carismáticos. Mientras ponderaba en esa empresa, me di cuenta de que aunque algunos dentro de nuestro movimiento podrían estar listos para un manual pentecostal como ese, la mayoría quizás no habría siquiera luchado con la validez del tema. Luego me inquieté al llegar a darme cuenta de que además de la necesidad de ofrecer una defensa para la apologética, tenía que preparar primero el camino defendiendo la vida espiri-

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Cómo defender la verdad: Apologética

tual. Así fue que surgió la inspiración para el volumen que ahora usted sostie­ne en su mano. La importancia de la vida de la mente es la clave para aceptar la validez de la apologética. Si uno cuestiona seriamente el mérito de la razón, de la lógica, de la argumentación, de la filosofía, de la ciencia y de la teología en la vida del creyente, hay poca necesidad de demostrar cómo utilizar estas para defender la fe.

Por tanto, al igual que Judas (menos la inspiración canónica), yo escri­bo: Amados, cuando yo emprendí toda diligencia para escribirles acerca del camino de la apologética, se me hizo necesario escribirles y exhortarlos a que consideren que la ventaja de la razón, de la teología, de la educación y del intelecto una vez fue entregada a los santos, pero que ha sido descuidada por muchos de ellos.

DEFINICiÓN DE APOLOGÉTICA

Contrariamente a nuestro uso habitual de la palabra «disculpa», que indica una admisión de error o una expresión de deplorar algo, una «apología» en el sentido bíblico es una defensa racional de la fe cristiana. Pablo, en su carta a los filipenses, dice de sí mismo que fue llevado a Roma «para la defensa del evangelio» (Fil 1:7,16). Pedro también instaba a los que se encontraban en territorio hostil que se prepararan «para presentar defensa ... [al] que os demande» (1 P 3:15, RVR). En ambos casos, la palabra «defensa» es la traduc­ción castellana del término griego apología, que quiere decir «un discurso en defensa de algo»; por tanto, la apologética cristiana es ofrecer respuestas para la pregunta esencial: «¿Se puede defender racionalmente el cristianismo?»!

Como hemos visto, la tarea de la teología es bosquejar el contenido de la enseñanza de la Biblia sobre varios asuntos relacionados con Dios y la huma­nidad. La tarea de la apologética, entonces, es demostrar que estas enseñanzas son ciertas. Como con todo esfuerzo intelectual dedicado a explicar la fe, así también la apologética es un acto de guerra espiritual. Tomamos poco esfuer­zo para ofrecer a nuestros escépticos triviales respuestas o para decir que se han echado fuera una multitud de amenazantes espíritus. Pero prepararse para dar con habilidad respuestas a preguntas excelentes sobre nuestra fe requiere de mucho estudio, disciplina y paciencia. Debido a que los creyentes de los tiempos modernos tienden hacia las medidas de rápido arreglo, ser compe­tentes en la apologética es relativamente raro en nuestro movimiento. No se supone que la guerra por las almas humanas sea algo fácil. Por tanto, como pueblo del Espíritu y de poder, debemos oír lo que el Espíritu dice sobre la defensa de la fe y sobre confiar en Dios para recibir el poder para negarnos

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a nosotros mismos mientras nos preparamos para dar buenas respuestas a los que hacen preguntas difíciles.

DEFENDAMOS LA DEFENSA DE LA FE

Si Dios es lo suficientemente grande como para defenderse a sí mismo, si los creyentes poseen el poder de Cristo, si nuestro Padre nos dará palabras cuando sean necesarias y si muchos vienen a Cristo sin la ayuda de la apologética, entonces ¿por qué consagrar nuestro precioso tiempo para salir con respuestas racionales a las preguntas que tienen que ver con el cristianismo? La respuesta más clara es que Dios nos manda que lo hagamos. Aunque puede que haya numerosas otras razones, esto debe decidir el asunto. Pero para muchos esto no es suficiente. Estos, entonces, deben tomar de Dios la presagiosa tarea de argüir por qué él nos exige que hablemos con los seres humanos perdidos res­pecto a lo que él exige de ellos. Yo no puedo comprender por qué muchos que se niegan a prepararse para defender su fe, con todo esperan que el apologista dé varias respuestas buenas y racionales de su ejercicio adepto de la apologé­tica. Manteniendo el espíritu de la apologética, yo daré las razones por las que todo cristiano debe estar preparado para defender la fe.

(1) En el Antiguo Testamento, Moisés y los profetas usaron medidas de defensa al enfrentarse con un mundo incrédulo. La revelación de Dios resi­día como una solitaria isla de verdad en un tumultuoso mar de pensamiento pagano. Se ha indicado que Génesis 1:1 es quizás la epítome de los ejemplos bíblicos de la técnica de la apologética. En una sola arremetida este versÍCulo refutó todos los puntos de vista paganos y herejes sobre el origen de la vida que prevalecían en el mundo antiguo.2 Aun hoy, el ateísmo, el politeísmo, el naturalismo, el humanismo y el evolucionismo son todos desafiados por este versículo. En un sentido, las siguientes 1.400 páginas de la Biblia sirven como las pruebas que validan esta proposición maestra.

Además, los profetas apelaban repetidamente a los hechos de la historia, de la profecía, de la creación, de la lógica esmerada y de la providencia para poder razonar con las otras naciones. Argumentos muy bien razonados están esparcidos a través del Pentateuco, los Salmos y los profetas, indicando la existencia de Dios y haciendo sobresalir la responsabilidad de la humanidad para con su Creador. El largo argumento al estilo socrático presentado por Dios mismo a las objeciones de Job (Job 38-41) es un ejemplo principal de responderle a una mente escéptica con las traspasadoras flechas de la lógica.

(2) Jesús era un pensador experto, que usaba una multitud de estrategias de apologética. Al hacer milagros y por medio de la lógica y del debate, volvía a los interrogadores cabeza abajo. Los Evangelios también nos revelan a un

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C6mo defender la verdad: Apologética

Mesías que estaba totalmente familiarizado con las designaciones erróneas de los fariseos y de los saduceos. De ese modo, podía circundar sus errores, mostrándoles no solo que estaban equivocados sino dónde erraban (vea Mt 21:23-27; 22:15-46; Le 13:10-16; 18:2-8; Jn 5; 7:21-23; 8). Él también usa­ba una apremiante exposición razonada en sus parábolas, probando tan bien su caso que con frecuencia sus enemigos se frustraban y se enfurecían. Su capacidad para la argumentación, su énfasis en la mente y su deseo, además de su habilidad, para ofrecer buenas respuestas a preguntas difíciles y con­troversiales, se resumen bien en las narrativas de los Evangelios que regis­tran las discusiones entre Jesús, los fariseos, los herodianos y los saduceos. Fíjese en este ejemplo:

y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, dicien­do: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?

Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

(3) Las cartas de Pablo están llenas de ilustraciones, argumentos racio­nales, ejemplos históricos y respuestas razonables dirigidos a las acusaciones, dudas y falso razonamiento de los escépticos. Una rápida ojeada al libro de Hechos testificará de sus métodos apologéticos misioneros. Lucas escribe que era costumbre de Pablo razonar con, probar, debatir, persuadir, defender, re­futar, argüir y discutir en su esfuerzo por evangelizar a las cínicas, rebeldes ovejas de Israel, además de a los griegos que se inclinaban a lo cerebral aun­que eran escépticos (Hch 17:2-4,11-12,16-34; 18:4-13,19,28; 19:8-10; 22:1; 25:26).

Dondequiera que la falsedad había envenenado las mentes humanas (Hch 14:2), Pablo lo esclarecía todo con penetrante razón. Dondequiera que los intelectos curiosos escudriñaban cada día las Escrituras para determinar si lo que Pablo decía era verdad (17:11), el apóstol se ponía alIado para afirmar la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Dondequiera que los cíni­cos trataban de desacreditar el evangelio de Cristo, Pablo trataba, a su vez, de demoler sus mentiras con argumentos capaces de cortar hierro. Sin duda, él re­conocía la singular conexión entre las almas perdidas, el temor a la muerte, el poder de Dios y el empleo de la persuasión. Como señaló en 2 Corintios 5:11, RVR: «Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres».

(4) El Nuevo Testamento instruye a los creyentes a defender la fe. En su segunda carta a la iglesia carismática de Corinto, Pablo les dice a los corintios que emprendan guerra espiritual destruyendo argumentos y que traten con las falsas alegaciones opuestas a la enseñanza bíblica. La guerra a la que Pablo se refiere tiene lugar en el pensamiento y en el habla (2 Co 10:4-5). Cuando los creyentes de todos los tiempos dan respuestas honorables a los críticos egoís-

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tas y a las almas que buscan, sin duda siguen a Pablo, así como Pablo seguía a Cristo (1 Co 11:1).

En Tito 1:9, Pablo usa terminología apologética para instruir a los lí­deres de la iglesia sobre cómo «exhortar ... a los que se opongan» a la sana doctrina. La palabra «exhortar» (elencho) quiere decir «convencer». Pablo hizo esto mismo durante dos años en el salón de discursos efesio de Tirano, donde exhortó a los obstinados y enseñó a los dóciles hasta tal grado que todos los que vivían en la provincia de Asia oyeron el mensaje y su defensa (Hch 19:9-10).

(5) El apoyo bíblico mejor conocido para la apologética se encuentra en 1 Pedro 3:15. En este pasaje Pedro manda a los cristianos a también estar pre­parados para presentar defensa cuando los que buscan a Dios o los escépticos les pregunten cuál es su razón, o explicación lógica, para creer que el cristia­nismo es verdad. El verbo «exigir» (aiteo) indica que estas preguntas ocurren en la conversación normal cotidiana, no en un tribunal formal. Las palabras clave «siempre)) y «a todo el que)) indican el alcance de tiempo e influencia para la actividad apologética. En otras palabras, todos los cristianos han de prepararse para responder a todas las preguntas que haga cualquier persona en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia. jLo más importante es que esto se ha de hacer con gentileza y respeto!

(6) Los padres de la primera iglesia recibieron su lugar como apologistas de parte de los apóstoles y de los autores del Nuevo Testamento. De hecho, el siglo 11 d.C. se ha llamado «La época de los apologistas»."3 A medida que el cristianismo se expandió desde los bordes de Palestina hasta los confines del imperio romano, se encontró con toda clase de oposición. Las falsas filosofías, las religiones paganas, el pensamiento humanista, los edictos imperiales, las rarezas de la cultura y restricciones de toda clase se le presentaban a la iglesia novata. En respuesta a eso, los patrísticos «profetas guerreros» que se pegaban al gabán de los apóstoles se levantaron para defender el cristianismo en contra de las injustas acusaciones que habían llevado a la persecución y al martirio.

Quadrato (120 d.C.) le escribió al emperador Adriano arguyendo .por la superioridad de la fe cristiana, contrastándola con la adoración judía y la paga­na. Arístides (c.130) describió al único Dios y mostró que las nociones sobre la deidad de los caldeos, de los griegos y de los egipcios eran inferiores a las del cristianismo. Justino Mártir (c. 100-165) escribió Against Heresies [Contra las herejías], donde combatió contra el hedonismo y el gnosticismo. Atenágo­ras defendió la resurrección de Cristo. Tatiano (110-172) demostró la armonía de los Evangelios, y Orígenes (185-254) luchó por la causa de la creación so­bre las insuficiencias de las cosmologías alternativas. Otros contendieron por la deidad de Cristo y la inspiración de las Escrituras. Pelearon con el ateísmo, hicieron frente al politeísmo y dieron respuesta a las alegaciones de contradic-

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Cómo defender la verdad: Apologética

ción entre los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Como sus hermanos mayores en la fe, los santos del siglo JI se preparaban para responder a los que con malicia trataban de arremeter sus lanzas de crítica en la armadura de los justos y daban satisfacción intelectual y espiritual a muchos que sondeaban buscando resoluciones razonables para sus inquietantes dudas.4

(7) Los seres humanos han sido creados a imagen de su Dios racional. Cuando nosotros razonamos, explicamos, probamos, debatimos y ofrecemos buenos argumentos, exhibimos los atributos que nos ha dado nuestro Creador. ¿ QlJ.é mejor manera de hacer uso del divino don de la razón que dar razones satisfactorias de la veracidad de Cristo? Contrario al dogma popular cristiano, la fe no tiene lugar en una cabeza vacía, y la razón y el conocimiento no son lo opuesto de la fe y de la experiencia; son aliados, no rivales. Permanecen juntos en contra del pensamiento irracional, de los sentimientos, de la superstición y del prejuicio.

La fe en el mensaje del evangelio no tiene la intención de estar ausente de la razón, y el Espíritu Santo no convierte al alma sin darle información. ¡Asimismo, un evangelio vacío de su contenido oscila al borde del misticismo irracional, produciendo no solo «otro evangelio», sino a cristianos híbridos cuya fe está firmemente enraizada en el aire! Como el evangelio tiene sentido, lo~ creyentes son llamados a usar el razonamiento apologético, que a su vez refleja el carácter de su Dios.

(8) Los cristianos están obligados a participar en la apologética porque los incrédulos tienen muy buenas preguntas. La persona que hace preguntas quizás solo esté buscando escapatorias, usando una cortina de humo o de­safiando al cristianismo por diversión, o quizás sinceramente esté buscando alivio para la duda agonizante. No importa el motivo por el que pregunte, los cristianos deben poder dar respuestas justas y competentes. Aunque la apo­logética puede ganar adeptos para el cristianismo, su principal diseño es dar buenas respuestas a buenas preguntas.

(9) La apologética puede ayudar a eliminar las barreras a la fe y ayudar a los que no son creyentes a recibir el mensaje de Jesucristo. Por supuesto, la apologética no produce conversión; solo el Espíritu Santo a través de la Palabra compartida puede lograrla. Pero al demoler las objeciones (no a los objetores), se puede aclarar el camino para que la persona considere el evan­gelio. Dios no está desvalido sin los apologistas; pero ha decidido usarnos para preparar la tierra del alma de los hombres de la misma manera que nos usa para compartir el mensaje de Cristo mismo. Sin un predicador, ninguno oirá el evangelio (Ro 10: 14-15). Sin apologistas oirán muchos, pero algunos no podrán tragarse la verdad debido a las barreras intelectuales y culturales. Estos son a los que Dios se refiere como los que necesitan buenas respuestas para poner su esperanza en Cristo.

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Si la técnica de la apologética parece demasiado mundana o carnal, con­sidere el hecho de que Dios usa nuestros testimonios, un canto especial o actos de bondad cotidianos para aplastar el orgullo y perforar el alma sellada de la humanidad que va derecha al infierno. No es imposible que Dios use obras como hornear un pastel para un vecino solitario, cortar el césped de un rudo escéptico, o cuidar a los niños de una mamá soltera que se encuentra en apuros. Dios ha usado cada uno de estos actos de amor preevangelísticos para eliminar la hostilidad y abrir el camino para compartir el amor de Jesús. Si Dios puede usar estos medios ordinarios, entonces ciertamente puede usar el extraordinario instrumento de la apologética.

(10) Prepararse para defender la fe puede animar a los cristianos dán­doles fortaleza y certidumbre. No solo les ayuda a ver que su fe puede so­portar la prueba contra los críticos, sino que también les ayuda a pasar a la intimidante arena del testimonio público y privado. Además, cuando en momentos de prueba y duda, cuando los sentimientos son inconstantes y las circunstancias son graves, el creyente puede detener la invasión personal de las tramas enraizadas en la satánica incertidumbre. Esto produce una cohe­rente fuente de valentía para la vida y el ministerio.

(11) La apologética es necesaria porque vivimos en un día y en una época en que muchos nuevos conceptos están disputándose la singularidad del cris­tianismo. El postmodernismo, cuando se mezcla con el secularismo, es quizás nuestro desafío contemporáneo más severo, puesto que empaña los sentidos y destroza el juicio de muchos dentro de nuestra cultura. Aunque no es maligno en sí, el postmodernismo es un portador de muchos conceptos potentes y per­turbadores, puesto que con frecuencia acomoda una falta de creencia dentro de la verdad objetiva.

Los posmodernistas descartan la realidad independiente y constante, consideran relativo el lenguaje descriptivo, la autorealización y auto estima son primordiales y echan en el mismo sombrero filosófico la religión, los mi­tos y la ciencia. En años pasados (1780-1960), la mente occidental buscaba la verdad en la razón separada de la revelación, pero el curso ha cambiado. Ahora está de moda el pensamiento caótico, irracional que esencialmente quiere decir que todos están libres para interpretar la vida según el deseo del momento. Como un pueblo dirigido por la intuición, también debemos prestar atención, guardando nuestra mente contra la tempestad subjetiva, relativista del pensamiento posmoderno.

Además, si la iglesia de hoy no tiene cuidado, no se aprovechará de la singular oportunidad que se le ofrece gracias al síndrome posmoderno. En una cultura de pluralismo religioso y de relativismo moral, la norma y esperanza de un Cristo eterno puede ser singularmente atractiva. Mientras que la con­fusión, el descorazonamiento y la falta de significado destilan de la siniestra

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oscuridad del postmodernismo humanístico, en su lugar el orden, el ánimo y la significancia irradian de Jesucristo. Cuando la oscuridad aumenta, más brilla la luz. El día ha llegado. ¡Tire al viento sus medidas, prepárese para sondear los corazones de las masas posmodernas y deje que su luz apologética fulgure en una cultura cada vez más tenebrosa!

(12) Practicar apologética es también valioso porque ha ayudado a mu­chos a entrar al reino de Dios. Comenzando con la primera iglesia, usted puede encontrar un rastro coherente de almas inquietas y divagantes que, por medio de los esfuerzos apologéticos de testigos fieles, pusieron su esperanza en el Hijo de Dios. Desde Justino Mártir en 130 a.e. hasta Frank Morrison en 1930, muchos que han buscado la verdad indican que la apologética fue la maestra que los llevó a la conversión.

Considere a los siguientes hombres de fe que se han entregado a Cristo después de que sus objeciones al cristianismo fueron destrozadas.

e. S. Lewis le entregó su vida a Dios después de leer la defensa de la singularidad de Cristo, de Chesterton en El Hombre Eterno. Chuck Colson, poco después del escándalo de Watergate, se entregó al Señor como consecuencia de leer la obra apologética de Lewis, Mero Cristianismo. Viggo OIson, Maestro en Teología, se lanzó a un detallado estudio del cristianismo con la idea de desmantelar su andamiada. Después de exa­minar incontables volúmenes de obras apologéticas, tanto él como su esposa inclinaron la cabeza ante el Salvador viviente. Lee Strobel, autor de El caso de Cristo, se convirtió como resultado de tratar de destronar las afirmaciones de Cristo. 5

John Warwick Montgomery, apologista y profesor de derecho, fue lleva­do a Cristo a través del incansable testimonio de un compañero de cuarto en la universidad. Él había estado alimentando a Montgomery con una dieta saludable del mejor y más reciente material apologético que estaba disponible. Frank Morison, que escribió el clásico Who Moved the Stone? [¿Quién movió la piedra?] se propuso probar que la resurrección de Cristo no era nada más que un mito. Pero su escrutinio lo llevó a una fe blindada. Finalmente, Josh McDowell, uno de los más distinguidos defensores de la fe, como Olson, Morison y Strobel, estaba decidido a demostrar el error del cristianismo. En el curso de su empresa se persuadió de que las Escrituras son dignas de confianza y entregó su corazón, antes escéptico, a aquel a quien descubrió ser más que solo un carpintero.6

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Estos ejemplos no deben sorprender a los que conocen el libro de Hechos. En Tesalónica durante tres días, Pablo discutió con ellos, declarando y exponien­do por medio de las Escrituras la realidad y significancia de la muerte y re­surrección de Cristo (Hch 17:2-5). También los de Berea pesaron la evidencia que tenían ante ellos (17:11-12). En Atenas Pablo citó a los filósofos y poetas griegos y ofreció argumentos sobre la creación, la hermandad del hombre, las ansiedades religiosas y la resurrección (17:16-34). En Corinto predicó, testi­ficó,persuadió y discutió con sus habitantes (18:4,5,8,13,19). En cada uno de estos casos, vemos a muchas almas que rindieron el mando de su vida a Jesu­cristo como resultado del ministerio enriquecido por la apologética.

nENEMOS RESPUESTAS?

Permítame hacerle unas cuántas preguntas que necesitan discurso apologético provocativo hoy día: • ¿Cómo sabe que existe la verdad? • ¿ Cómo sabe que hay un Dios? • Si Dios es tan bueno, entonces ¿por qué hizo al diablo y a gente que es

tan mala? • •

• • •

Si Dios conoce el futuro, entonces ¿por qué no lo cambia? Si la Biblia fue escrita por seres humanos, entonces ¿cómo podemos sa­ber con certeza que no cometieron errores? Si Dios escogió los libros que debían estar en la Biblia, ¿cómo sabemos que fue él quien los escogió? Yo tengo un libro que muestra miles de errores en la Biblia; ¿qué dice usted de eso? Si Jesús era Dios y murió, ¿murió Dios? ¿Por qué ha cambiado tanto la Biblia a través de la historia? ¿Puede Dios dar una nueva revelación hoy? En caso afirmativo, ¿es igual a la de la Escritura? Si Dios quiere que todos se salven, entonces ¿todavía está Dios en con­trol si no consigue lo que quiere? Si hay cientos de interpretaciones de la Biblia, ¿cómo podemos saber cuál es la correcta?

¿Me entiende? Hay cientos de buenas preguntas que plantean no solo los es­cépticos y los críticos sino también los cristianos pensadores. Solamente el debate de la creación y la evolución rinde una multitud de intrigantes pregun­tas. Toda herejía, todo dicho difícil en la Biblia y toda supuesta discrepancia

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también ofrecen abundante munición para el sectario o para el que duda since­ramente. El pragmatismo, el pluralismo, el secularismo y el postmodernismo todos rinden su propia legión de controversias que tuercen el cerebro y escu­driñan el alma. Y cuando uno considera las áreas problemáticas más recientes de los campos de la medicina, la ciencia, la tecnología, la cibernética y la bioloética, el escenario se expande exponencialmente.

En un ambiente tan complicado, debemos ser escrupulosos con nuestros hechos, actitudes y respuestas. Muchos que dicen tener respuestas, simple­mente se vuelven al razonamiento circular o no ofrecen nada más que réplicas gastadas y simplistas, que no califican como soluciones satisfactorias. Pero el proteccionismo de sí mismo, las creencias dogmáticas pero no probadas y las respuestas emocionales no se prestan para el soldado de Cristo. Somos llamados a destrozar argumentos, a ceñirnos los lomos de la mente, a estudiar para presentarnos aprobados y a prepararnos para dar excelentes respuestas a grandes interrogantes. Cuando funcionamos en esta capacidad con humil­dad, compasión y gentileza, no solo pasaremos a la obediencia del llamado apologético de nuestro Maestro, sino que glorificaremos a Dios al reflejar su mente, su amor y su sabiduría ante los que desesperadamente necesitan de un Salvador.

..., -- • NOTAS

1 Colin Brown, New International Dictionary of New Testament Theology [Nuevo diccionario internacional de teología del Nuevo Testamento], 1, p. 51.

2 Henry Morris, El diluvio del Génesis, Baker, Grand Rapids, MI, 1976, pp. 37-38. 3 F. F. Bruce, The Defense of the Gospel in the New Testament [La defensa del evan­

gelio en el Nuevo Testamento], InterVarsity Press, Leicester, Inglaterra, 1977, p. vii.

4 Robert Grant, GreekApologists ofthe Second Century [Apologistas griegos del s.II], Westminster, Filadelfia, PA, 1988, pp. 34-175; David W. Bercot, A Dictionary of Early Chistian Beliefs [Diccionario de creencias cristianas de época temprana J, Hendrikson, Peabody, MA, 1998, p. 265.

5 Viggo Olsen, Daktar: Diplomat in Bangladesh [Diplomático en Bangladesh], Kre­gel, Grand Rapids, 1996; Lee Strobel, en el «Prefacio» de Reason to Believe [Razón para creer], de R. C. Sproul, Zondervan, Grand Rapids, MI, 1978, pp. 6-7; íb., El caso de Cristo, Zondervan, Grand Rapids, MI, 1998, 13-15. Zondervan tiene archivadas numerosas cartas de personas que han llegado a la salvación en Jesucristo como resultado de leer El caso de Cristo.

6 John Warwick Montgomery, Evidence for Faith [Evidencia para fe], Probe Books, DaIlas, TX, 1991, pp. 9-11; Frank Morison, Who Moved the Stone? [¿Quién mo­vió la piedra?], Faber and Faber, Londres, 1972, cubierta posterior; Josh McDo­well, The Best of Josh McDowell [Lo mejor de Josh McDowell], Nelson, Nashvi­lle, 1993, pp. 13-19.

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PENSEMOS EN LA REALIDAD: FILOSOFÍA

La buena filosofía debe existir, si por ninguna otra raz6n, porque es

necesario responder a la mala filosofía.

C. S. LEWIS

Yo entiendo la búsqueda filos6fica como una experiencia existencial

que se centra en el centro mismo de la mente humana, una conmoci6n

de la vida más interior de la persona.

JOSEF PIEPER, FILÓSOFO

Durante varios años, cuando mi hermano y yo viajábamos a pie,

nuestra costumbre era que el que caminara detrás leyera en voz alta

algún libro de historia, poesía o filosofía.

JOHN WESLEY

Durante los años 1985-1988 yo pasé muchas de mis calurosas y húmedas noches en el sur de Louisiana, alIado de la empapada ribera del río Mis­sissippi. Mi esposa y yo vivíamos a solo una milla de esta vía de agua

teñida por el lodo. Así que, por las noches yo corría hasta el dique, me abría camino entre los cenagosos jardines de cedros cargados de musgo y oraba a mi Padre en secreto mientras meditaba en la belleza de su creación. En la lengua nativa americana algonquina, esta enorme vía de agua se llamaba «Misi-Sipi», literalmente «Agua grande».

Con frecuencia me sentaba, cautivado, junto a esta gigantesca arteria continental, imaginándome el apuro por el que pasaba su maduro contenido de camino a la costa del Golfo. Hacía un mapa mental de su navegación más norteña desde Sto Paul, Minesota, donde los cristalinos arroyos se convergían, hasta sus convulsivos choques con los lodosos ríos Missouri y Ohio. Me sen­tía intrigado por el hecho de que lo que yo veía danzando hacia el sur era una mezcla determinada de elementos absorbidos de treinta y un estados y dos provincias canadienses. A lo largo de su viaje de 2,350 millas, este serpentino río había colado sedimento de los glaciales canales de Wisconsin, de las tierras

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bajas del interior y de las Grandes Llanuras, y hasta de los majestuosos Apa­laches: un río vital para millones de personas dentro de Estados Unidos.

Muy fácilmente uno se podría imaginar que de alguna manera miste­riosa, por su gran poder y fuerza, este poderoso arroyo dependía directa y únicamente del Creador. Pero Dios con frecuencia usa lo que ya existe para poder «crear» lo que parece nuevo. Respecto al Misi-Sipi, no sería más que una serpenteada cama de polvo si no fuera por las donaciones voluntarias de un sistema de drenaje de 1,2 millones de millas cuadradas. El poderoso Mis­sissippi fue compuesto de miles de sacrificados afluentes. En una vena similar, las vías de agua de la teología, de la metodología y de la práctica cristiana son, de igual manera en muchos respectos, los resultados de arroyos y riachuelos ideológicos. A lo largo de la historia el cristianismo ha sido formado y dirigido por las corrientes culturales y por los sedimentos filosóficos que lo han prece­dido.

¿Por qué esta lección de geografía? Simplemente porque tendemos a ol­vidar que los sucesos grandes, y hasta sobrenaturales, las formaciones y los movimientos resultan de cosas que los han precedido. Dios usó aguas catastró­ficas y basura para cavar el grandioso cañón del Colorado; maniobró la venida del Mesías a través de los genes de por lo menos cuarenta y dos generacio­nes de judíos; y da cumplimiento a las fuentes de los fuegos de avivamiento cuando prepara a su pueblo. A veces, este proceso puede extenderse desde las promesas de Joel, el profeta de Petuel, hasta el cumplimiento que se encuentra en Pentecostés bajo el profeta Pedro. Quiénes somos, qué pensamos y cómo nos comportamos se basa todo en las ideas de los que han existido antes de nosotros. Pero las fuerzas filosóficas de cada época no solo han estimulado el pensamiento cristiano, sino que han ayudado a los creyentes a hacer que su fe sea relevante para la sociedad en que viven.

A lo largo de la era de la iglesia, la relación entre la filosofía y el cris­tianismo ha sido de tensión, de competencia y a veces de plena hostilidad. La discusión sobre la parte que le toca a la filosofía en el desarrollo de la mente, el origen de su disciplina y los valores o peligros de profundizarse en su materia ha sido parte integral del flujo y reflujo de la historia de la iglesia.

Respecto a una mención explícita de filosofía en la Biblia, hay solamente una, y esta parece advertirles a los creyentes en contra de ocuparse superficial­mente del pensamiento filosófico. Sin embargo, al escudriñarlo más deteni­damente, el texto simplemente advierte a los cristianos colosenses que eviten cierto tipo de filosofía. Específicamente, Pablo les advierte a los colosenses que eviten la clase de filosofía que es hueca y engañosa (Col 2:8). La culpa aquí no la tiene la filosofía, al igual que la fe no es el delincuente de Santiago 2:14-26, ni que Corintios 1:22 trata de señales y sabiduría, ni que la oración es el problema en Mateo 6:7. Para ser más preciso, estas advertencias tienen

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que ver con la fe muerta, con la alabanza vacía, con la oración repetitiva, con la búsqueda de señales, con el orgullo en el conocimiento, con el falso cono­cimiento (1 Ti 6:20) y con la filosofía engañosa y vacía.

En el Antiguo Testamento nunca aparece la palabra «filosofía»; sin em­bargo, sí se señala repetidamente la sabiduría que está inmediatamente fuera del reino de la mancomunidad de Dios. Los de Egipto (ls 19:11-13), los des­cendientes de Esaú (Jer 49:7), los de la cultura fenicia (Zac 9:2) y muchos otros sabían mucho del mundo en que vivían. El mismo Moisés «fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en palabra y en obra» (Hch 7:22).1 En las Escrituras se nos informa que Dios es un Dios de conocimiento, y que los creyentes han de buscar apasionadamente el conocimiento, que han de amar a Dios con toda la mente y hacer 10 mejor que puedan para mostrarse aprobados ante Dios (Pr 1:7, 13:16; Mt 22:37; 2 Ti 2:15). Estos son indicado­res implícitos del deseo de Dios de que busquemos la sabiduría dondequiera que se encuentre.

La filosofía en sí nunca es condenada en las Escrituras. La idea de un amor por, o estudio de, la sabiduría (la palabra filosofía literalmente quiere decir «amar» [fíleo] «sabiduría~> [sofia]) no solo se escapa de la divina denun­ciación sino que suena fiel a lo que Dios aprueba. Uno solo necesita rebuscar el contenido de Proverbios para observar que en veintitrés de sus treinta y un capítulos, el autor le ruega al lector que busque, consiga y atesore la sabiduría. Además, cualquier análisis informal de Proverbios certificará que una saluda­ble porción de su contenido no tiene que ver con lo que de otra manera podría llamarse «conocimiento religioso». Proverbios, como también Eclesiastés, Job y muchos otros segmentos más pequeños de la Escritura, tienen una clara inclinación filosófica.

Entonces, ¿qué debe deducir el cristiano de la guerra de ideas que con frecuencia pone las especulaciones de la filosofía en contra de las llamadas sencillas, conspicuas enseñanzas de la Biblia? ¿Tiene la filosofía un lugar en la vida de fe, o es simplemente una entrometida falsa religión que trata de engañar a sus inocentes víctimas con verdades a medias? ¿Estas disciplinas son amigas o enemigas del cristianismo? ¿En realidad son archienemigas o amistosas socias que pertenecen a una familia común de la verdad?

TODA VERDAD ES VERDAD DE DIOS

Cuando se les pregunta «¿qué es la verdad?», muchos cristianos responden con alguna forma del cliché: «bueno, Jesús es la verdad», o «la Biblia, eso es verdad». No hay duda de que eso es cierto; sin embargo, a lo que esta ré­plica mordaz superficial falta en dirigirse es al asunto de la verdad fuera de

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la Biblia. El simple hecho es que todos creemos que hay verdad fuera de las palabras de las Escrituras, aunque la mayoría no está pronto a decirlo por te­mor de que alguien podría sospechar que es demasiado «progresista» o hasta relativista. La razón por la que pensamos así es porque hemos dedicado poco tiempo a la empresa de pensar sobre cómo pensamos y por qué pensamos lo que pensamos. Cualquier cristiano que ha andado con Dios por largo tiempo ya debe haberse dado cuenta de que no todo en la Biblia es verdad y de que hay verdad fuera del reino del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Antes que el lector prematuramente cierre este libro de golpe, déjeme explicar. Cuando Satanás le dijo a Eva «No moriréis» (Gn 3:4, RVR), estaba mintiendo; pero esta mentira se encuentra en las Escrituras. Cuando Pedro, hablando a la criada, sostuvo que ni siquiera conocía a ese hombre llamado Jesús, él también estaba mintiendo. Pero ahí está, exactamente al comienzo del Nuevo Testamento, un profeta que no está diciendo la verdad. ¿Entonces, qué? Alguien podría decir (como yo lo he oído): «Sí, pero Pedro todavía no "tenía" el Espíritu Santo». No tenemos tiempo para examinar esto en profundidad ahora mismo, pero diré que debemos tener cuidado con esta línea de pensa­miento; fácilmente nos podemos atrapar a nosotros mismos al darnos cuenta de que Pedro también reconoció a Jesús como «el Hijo del Dios viviente» (Mt 16:16) antes de «tener» el Espíritu Santo.

De modo que Pedro sí esperaba el derramamiento y ser lleno del Espíritu Santo el día de Pentecostés ¡tal como todos los profetas delAntiguo Testamen­to! No obstante, confiamos en que los arquitectos del Antiguo Testamento, desde Moisés hasta Malaquías, fueron dirigidos por el Espíritu Santo, ¿no es así? Por lo menos Pedro así lo creía (2 P 1 :21). Al final, no importa en qué lado de Pentecostés estaba Pedro; el caso es que mintió. De modo que, ya sea en el ejemplo de la serpiente del huerto del Edén hablándole al primer Adán -«no moriréis»- o la serpiente en Cesare a de Filipo, hablándole al último Adán a través de Pedro «de ninguna manera ... Esto no te sucederá» (Mt 16:22)-las mentiras no son verdad, aunque se encuentren en la Biblia. En una vena simi­lar, la verdad no es falsedad, aunque no se encuentre en la Biblia. San Agustín contendía que toda verdad es verdad de Dios, dondequiera que se encuentre. Él dijo: «Debemos mostrar que nuestras Escrituras no están en conflicto con ninguna cosa que [nuestros críticos] pudiera demostrar la naturaleza de las cosas de fuentes confiables».2

Ahora, volvamos a la sugerencia de que todos los cristianos creen en la verdad fuera de la Biblia. Aunque confiamos en que «2 + 2 = 4» es abso­lutamente cierto cien por ciento de las veces, ¿cómo explicamos el hecho de que no se encuentra en ningún lugar en la Santa Escritura? También creemos que dos cosas no pueden simultáneamente, exactamente de la misma manera, ser precisamente lo mismo y exactamente lo opuesto. Otra verdad que los

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cristianos sostienen universalmente es que, si A = B, Y B = C, entonces por necesidad no calificada, A = C. Por supuesto, no todos reconocerían inme­diatamente los anteriores postulados; sin embargo, cuando se trata de la vida cotidiana, parece que hasta los relativistas se dejan llevar por las leyes de la no contradicción. Por ejemplo, como indica el apologista Ravi Zacharias, aunque los hindúes podrían decir que algo puede ser tanto cierto y no cierto al mismo tiempo, también ellos miran hacia los dos lados al cruzar la calle, pues saben que será o el bus o ellos lo que sobreviva una colisión no solicitada.3

Si las indudables máximas matemáticas, las invariables leyes de la no contradicción y los puros principios de la lógica son todos verdad, pero no es­tán deletreados en nuestras versiones autorizadas de la Biblia, entonces ¿cómo explicamos que hay verdad fuera de la Escritura? De nuevo, la respuesta es que toda verdad es verdad de Dios, se encuentre en un libro de historia, en un compendio de lógica, en un tratado científico, en una evaluación psicológica, en una fórmula filosófica o en una obra maestra de literatura de ficción.

Fiel al adagio de San Agustín, mencionado arriba, San Clemente de Ale­jandría sugiere que el conocimiento es de especial valor para los cristianos y que deben tomar de cada rama de estudio su contribución a la verdad. Wesley también sostenía que es peligroso que los cristianos cortejen la noción de que solo los creyentes les pueden enseñar. Él estaba convencido de que es un grave error pensar de esta manera tan siquiera por un momento. Yo estoy persua­dido de que como los devotos del evangelio completo con frecuencia carecen de este punto de vista comprensivo, entran minusválidos al estadio del pensa­miento donde tienen lugar las batallas de las ideas y donde se pelea la guerra de los puntos de vista.4

Cuando el cristianismo es mal interpretado estrictamente como un siste­ma religioso, cuando la «espiritualidad» se reduce a lo que concierne solo a los asuntos devocionales, o cuando los llamados asuntos seculares de la vida están moderadamente divorciados de los llamados asuntos sagrados, el cristianismo ha perdido su distintivo. Cuando nuestra fe es considerada como tal, una esen­cia de descontento impregna toda esfera de nuestra vida. Esto nos estorba para considerar al mundo, todo en el mundo y las actividades de los seres humanos y su mente como un sistema de verdad integrado, total y coherente. Pero estu­diar filosofía nos puede ayudar a ver el coherente mosaico de máxima realidad que inspira temor reverente.

¿QUE ES LA FILOSOFIA?

Como se dijo arriba, la filosofía es, en general, la práctica de amar la sabiduría. Aquí, sabiduría es equivalente a realidad, y la pasión con la que tratamos de

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comprender esta realidad se llama amor. Los que participan en la filosofía se están esforzando por pensar duramente sobre las varias facetas del origen, na­turaleza, propósito, luchas y relación de la raza humana con todo lo que existe. Los filósofos examinan no solo su propia vida sino que tratan de saber cómo encaja toda la realidad. Tratan de entender el mundo en que viven y desean determinar cómo pueden saber que su entendimiento particular es verdadero. A la luz de esto, el estudiante de filosofía examina el paisaje de la historia para poder ser testigo y entender cómo han luchado otros con los interrogantes de la vida.5

En variados tiempos todos filosofan, así que hasta un grado menor o ma­yor, todos son filósofos. Además, todos beben de la filosofía de otros a base regular. Aunque muchos cristianos casi se desmayarían al pensarlo, el hecho es que siempre que miramos televisión, ya sean comedias de situación, docu­mentales o anuncios, oímos filosofía. Eso es, damos oído a los pensamientos de otros respecto a lo que es importante y lo que vale la pena obtener, saber o luchar. Somos reforzados, manipulados o movidos respecto a las cosas por

, las que estamos dispuestos a llorar, reír o enojarnos. Las ondas de radio y televisión exponen para todos cruzadas de interés especial, puntos de vista sobre la moral y asuntos de política. Ser expuestos a esta filosofía informal o a cosmovisiones nos desafía y nos cambia más de lo que estamos dispuestos a admitir.

El arte o práctica de filosofar tiene el propósito de alejarnos de las res­puestas superficiales y llevarnos a una deliberación más detallada sobre por qué creemos lo que decimos creer. De esta manera, la filosofía está íntima­mente relacionada con la lógica, la teología y la apologética. Todas estas dis­ciplinas se interesan por la claridad, la constancia y la coherencia de las ideas que profesamos estimar.

Cuando fallamos a la hora de participar en la seria contemplación de los asuntos dominantes de la vida, nos ponemos a nosotros mismos y a nuestra sociedad entera en una posición precaria. Esto es verdad porque al entregar estas riendas, entregamos a mentes menos nobles el privilegio de construir una cosmovisión por la que todos debemos pagar las consecuencias. C. S. Lewis indica en cierto lugar que toda persona debe participar en las corrientes filosóficas de su cultura, si por ninguna otra razón, para rechazarlas; y si uno no tiene una buena filosofía, inevitablemente caerá presa de la mala filosofía.

Así qué ¿qué es filosofía? Dicho sencillamente, es el conjunto de su­puestas ideas a través del cual la persona ve toda la vida, o es el estudio de esas ideas. Como todos tenemos ideas todos tenemos una filosofía de la vida. y como nuestras ideas tienen un impacto directo en cómo vivimos, nuestra vital no es solo extremadamente práctica sino también muy importante. Si la

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filosofía de la persona es buena, coherente, constante, clara, virtuosa, probada o torcida, esto es enteramente otro asunto.

EL CRISTIANISMO Y LA FILOSOFíA

En el Antiguo Testamento los profetas de Dios hacían uso repetidamente del orden natural y moral del mundo para defender la religión de Israel. Por ejem­plo, arguyendo contra los dioses falsos de los paganos, indicaban que algo tan grande como el mundo no podía haber sido hecho por algo tan pequeño como un ídolo de' madera (Is 44-45). Esto es razonamiento filosófico.

En el Nuevo Testamento, Jesús (el Logos) resueltamente empleaba el poder de la agudeza lógica para llevar a los oyentes al lugar donde se encon­traban ante la santidad de Dios y ante su propia pecaminosidad. Jesús argüía usando analogías (Jn 7:21-23), razonaba basándose en evidencia empírica (Jn 5), participaba en complejos debates (Jn 7-8) y usaba lo que llamaríamos el método socrático: contestaba a sus interrogadores haciéndoles preguntas. Además, asombraba a los maestros con su entendimiento y admiraba a la gen­te común con su uso estratégico del orden natural y de la naturaleza humana. Todas estas son marcas de un conocimiento filosófico superior.

Los apóstoles también usaban la argumentación filosófica y el intricado razonamiento para exponer el evangelio ante un mundo perdido. Especial­mente Pablo trataba de aplicar su conocimiento de los filósofos griegos para que los ciudadanos del imperio que se inclinaban a la filosofía pudieran enten­der mejor el mensaje de Cristo. Es bien conocido el hecho de que Pablo citara al filósofo Epiménides por lo menos en dos ocasiones (Hch 17:28a; Tit 1:12) y una vez a Arato (Hch 17:28b). Otros han sugerido que Pablo también hacía uso de la teología popular helenista (ver Ro 1:20).6

En Atenas y Corinto, Pablo se reunió con epicúreos y estoicos y en Co­losas fue obligado a tratar con nociones de tipo gnóstico. Cada uno de estos presentaba singulares desafíos a la verdad de la revelación de Dios. En armo­nía con estas variadas filosofías, Pablo trató no solo de detectar el campo en común entre los creyentes y los incrédulos, sino también trató de responder a los críticos según sus particulares errores. Pablo no pudo haber hecho esto a menos que ya conociera sus filosofías lo suficientemente bien como para comprender el trasfondo de sus oyentes. Este es uno de los grandes beneficios de estudiar filosofía: saber por qué otros creen lo que dicen creer para poder ayudarles a discernir las incoherencias de su pensamiento.

Luego, por supuesto, están Juan y su uso de la palabra griega logos. Heráclito (524-475 a.C. durante el ministerio del profeta Zacarías), usó por primera vez la palabra para referirse a la armonía y a los patrones evidentes

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en un mundo de cambio. Cientos de años después, Filo, el filósofo judío de Alejandría, identificó este logos con la sabiduría de la literatura hebrea. Juan usa la misma palabra para describir al Verbo eterno (Lógica o Razón), que está encarnado en Jesucristo, sostenedor de todas las cosas. Según la tradición, Juan escribió su Evangelio mientras estaba en Éfeso, el hogar de Heráclito, algo muy interesante.

En el siglo 11 y después, muchos de los grandes padres de la iglesia fue­ron muy astutos en el manejo de los intricados matices de la filosofía primitiva y contemporánea. Justino Mártir (c.l00-165), que nació casi en la época en que murió el apóstol Juan, creía que la filosofía era un tipo de doncella para el evangelio, y que el cristianismo era, de hecho, la más grande de todas las filosofías. Clemente de Alejandría (150-215) conjeturó que «quizás, también, la filosofía fue dada a los griegos directa y principalmente hasta que el Señor llamara a los griegos». En otra obra, explícitamente dice que la filosofía es «obra de Dios». Muchos de los padres de la iglesia estaban de acuerdo con éI.7

A lo largo de la era de la iglesia, hombres de notoriedad espiritual usa­ron la filosofía antigua y muchos llegaron a ser conocidos como filósofos por derecho propio. San Agustín, Santo Tomás Aquino, San Anselmo, Blaise Pas­cal, Gottfried Leibnitz y Jonathan Edwards se cuentan entre los muchos que tenían una profunda relación con Jesucristo y que afectaron al reino de Dios de maneras maravillosas, y que también son considerados por muchos como los filósofos más grandes de su época. Hasta el flamante evangelista John Wesley, que se deleitaba en «meterse en Platón para relajarse», escribió tratados filosó­ficos, incluso todo un compendio de filosofía naturaI.8

Wesley no solo exigía que sus jinetes itinerantes estudiaran filosofía con regularidad, sino que también veía la importancia de exponer la mente de los niños escolares a un verdadero banquete de pensamiento filosófico. En su Short Account of the School in Kingswood [Relato breve de la escuela de Kingswood), explicó claramente el propósito y diseño de la educación que se ofrecía ahí. En medio de la enorme lista de textos necesarios, se encuen­tran obras de filósofos como Platón, Erasmo, César, Virgilio, Ovidio, Juvenal, Homero, Patérculo, Locke, Hume, Euclides, Newton, Livy, Suetonio, Pascal, Epícteto, Marco Antonio y Xenofón. Para Wesley (a quien algunos conside­ran el «padre del pentecostalismo»), conquistar al mundo para Cristo incluía inquietar, despertar y convertir la mente de los hombres. Para poder lograr esto, él estaba persuadido de que la mente debe ser bautizada con las grandes ideas filosóficas de la historia. Siguiendo esta directiva, preparó a un ejército virtual, y con su ejército reformó a una nación.9

Si alguien duda de la erudición filosófica de los primeros padres de la iglesia, de los guardianes de la fe medievales, o de (algunos de) los héroes del

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Gran Avivamiento, no tiene más que ir al índice de sus obras y ver la letanía de referencias que hacen a los gigantes de la filosofía. Hay buenas razones por las que los campeones prominentes del cristianismo se han propuesto conocer la mente de los filósofos. Estas mentes humildes, con hambre, se daban cuenta de que quizás no sabían todo acerca de la verdad y que podían aprender de al­gunas de las otras mentes de Dios. En contraste con esto, tenemos el conspicuo hecho de que pocos líderes (mucho menos laicos) dentro de las tradiciones de santidad y pentecostal carismáticas se han interesado por estudiar y escribir filosofía, lo que dice muchísimo.

Además, la filosofía nos puede servir para recordarnos el campo en co­mún que compartimos con las culturas paganas. Es siempre de interés espe­cial, particularmente para los misioneros, cuando la filosofía de la cultura a la que van ofrece puentes por los que pueden compartir el mensaje del evangelio de una forma más significativa. La disciplina del rigor filosófico es también de incalculable ayuda a la ciencia de la interpretación de la Biblia. Solamente el ejercicio intelectual, que surge como resultado de trabar combate con pers­pectivas divergentes, prueba poder afilar la sensibilidad de la persona hacia los sutiles matices de significado e insinuaciones culturales. Además, el pen­samiento filosófico, cuando lleva a mayores descubrimientos o desarrollos, como la forma de la tierra, la centralidad del sol, la geometría, el cálculo o la clasificación biológica, puede beneficiar a la iglesia al revelar la verdad sobre la creación de Dios.

También es cierto que practicar filosofía y estudiar la filosofía de otros nos ayuda a formar nuestras ideas sobre asuntos particulares para los que la Biblia no da respuestas concretas. Es aquí cuando los aspectos prácticos de las filosofías personales llegan a hacer su nido. Las ideas tienen consecuen­cias (no tiene más que preguntarles a los judíos de Auschwitz, o a las masas mal manejadas bajo Stalin, el invento de Marx) y las ideas que atesoramos, ya sea que estén enraizadas en una filosofía cultural, de familia, antigua o de comunidad, rigen nuestra vida cotidiana. Finalmente, en muchos casos nuestra filosofía puede dictar hasta cómo vemos la Escritura en su totalidad y cómo interpretamos pasajes individuales.

Algunas de nuestras soluciones para los problemas de la vida nos llegan como resultado de pertenecer al «occidente»; otras nos vienen por los medios publicitarios. Y aún otras son el producto de nuestras raíces grecorromanas, judeocristianas, europeas, puritanas, pioneras, sureñas o norteñas. Algunas de nuestras convicciones sobre estos asuntos se deben a una filosofía norte­americana y algunas las sostenemos simplemente por mera superstición. Sin importar sus raíces, nuestras filosofías se convierten en el filtro por el que resolvemos y sacamos los matices de nuestra existencia cotidiana.

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Al meternos en la profunda reserva de nuestra filosofía de la vida es cuando nos acercamos y respondemos a tantos de los interrogantes de la vida. Pero el valor de nuestra filosofía depende de su coherencia y claridad. El valor añadido llega a nuestro sistema de pensamiento cuando en realidad ponemos en práctica esa filosofía en nuestra vida, cuando parece alinearse con la reali­dad y especialmente cuando está de acuerdo con los principios escritos en la revelación de Dios. Aunque todos tenemos una filosofía de la vida, no todos tienen una filosofía buena. Algunos tienen una filosofía estrecha, empequeñe­cida, intolerante o sin armonía. Otros hablan de una buena filosofía pero no la exhiben en su vida. Y otros tienen una filosofía admirable y la exhiben en su vida pero no saben cómo explicarla ni defenderla. Finalmente, están aquellos que, al dedicarse al estudio de las grandes mentes, tienen una sólida filosofía de la vida, la personifican y pueden expresar por qué creen lo que creen. Por último, estos son los más eficientes a la hora de ayudar a otros a ver dónde se han equivocado en su pensamiento.

¿HASTA QUÉ PUNTO SON FILOSÓFICAS NUESTRAS CREENCIAS?

A esta sazón, algunos lectores quizás todavía se estén preguntando cómo es que sus creencias se ven afectadas por las fuerzas filosóficas. Por una parte, cuando decimos que tenemos que tomar una porción de la Escritura en su contexto, tener en consideración la cultura, o que « eran otros tiempos», hasta cierto grado, estamos expresando filosofía. Además, nuestro propio punto de vista sobre cómo son inspiradas las Escrituras es filosófico, puesto que nos salimos de la Biblia para determinar si la Biblia es verdad. Si cualquier época cristiana es distinta a cualquier otra época, si el cristianismo de cualquier so­ciedad moderna es distinto al cristianismo de otra sociedad, o si una familia cristiana es distinta a otra familia cristiana que vive en la misma calle, esté seguro de que en algún punto, las diferencias filosóficas son las que están en la raíz de estas variaciones.

Nuestros puntos de vista respecto a cómo criar a los hijos, la economía doméstica, la jubilación, las aspiraciones vocacionales, las inclinaciones po­líticas y la ciencia, todos son filosóficos por naturaleza. El pensamiento filo­sófico está detrás de nuestra forma de ver las leyes sobre el matrimonio, los juicios en los tribunales, la glotonería, los aretes en los hombres, la guerra, el Seguro Social, el arte, lo que constituyen malas palabras, el uso de imágenes y el método para controlar la natalidad. Hay literalmente cientos de preguntas que se nos pueden hacer que nos ayudarán a ver en qué confiamos más que en

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claros versÍCulos bíblicos para formar nuestro entendimiento de la vida coti­diana. Por ejemplo:

P: Si en el Nuevo Testamento no se nos dice que se construían edificios para iglesias, ¿es correcto que nosotros los construyamos? P: ¿Quién tenía razón sobre la esclavitud, el apóstol Pablo o Abraham Lin­coln? P: ¿Tenía razón Pablo o tenían razón los primeros pentecostales en su opinión sobre el derecho de las mujeres de hablar en la iglesia? P: ¿Cuál es la edad de responsabilidad de los niños y de dónde sacamos nues­tra evidencia? P: ¿Estados Unidos de América es una nación bendecida o maldecida? ¿Por qué? P: ¿Es correcto dar un golpe militar no provocado a un país extranjero? P: ¿Cómo medimos el materialismo o la mundanalidad? P: ¿Debe un hombre casarse con su prima? P: ¿Es malo bailar? ¿Qué tipo de baile es malo? P: ¿Es malo tomar drogas que alteran la mente? ¿Y si las receta un médico para un paciente incurable? P: ¿Las malas palabras siguen siendo malas si se encuentran en la Biblia? P: ¿Deben nuestros hijos leer todo lo que hay en la Biblia, incluso los pasajes sexualmente explícitos (como Ez 23)? P: ¿Sería malo mentir para salvar la vida de los hijos? P: ¿Fue malo mentir para salvar a los judíos en la Europa nazi? P: ¿Es malo el canibalismo bajo cualquier circunstancia? P: ¿Existía nuestra alma antes de que naciéramos? P: ¿Cuánta televisión deben ver nuestros hijos? P: ¿Se puede impedir la voluntad de Dios para una persona en particular? ¿Qué de las personas abortadas? P: ¿A qué edad se le debe permitir casarse a la persona? ¿Ir a la guerra? ¿Con­ducir? P: ¿Cuánta educación académica es necesaria? P: ¿Está Dios a favor de mandar a los hijos a las escuelas públicas? P: ¿Qué es progreso? ¿Éxito? P: ¿Cuántos años tiene la tierra? P: ¿Cuánto dinero se debe ganar? P: ¿Qué de los matrimonios arreglados por los padres? P: ¿Invertir en la bolsa de valores es lo mismo que jugar al azar? P: ¿Los desastres naturales son causados por Dios? P: ¿Fue malo que Caín se casara con sus hermanas y que Abraham se casara con su medio hermana?

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P: ¿Qué podemos decir del hecho de que Dios estableciera la nación de Israel sobre la poligamia de Jacob? P: ¿Debe la iglesia reconocer el matrimonio de derecho consuetudinario? P: ¿Qué constituye suicidio? ¿Es suicidio pedir que se suspendan las interven­ciones vitales? P: ¿Qué de los testamentos en vida sobre tratamientos médicos? P: ¿Causa Dios lo que permite? P: ¿Han sido los Estados Unidos alguna vez una nación cristiana? P: ¿Cómo ve Dios el pecado de la glotonería en la vida de los cristianos? P: ¿Es echar suertes una manera viable de determinar la voluntad de Dios?

. P: ¿Tenía razón Pablo al condonar las «dictaduras», o tenemos razón al des­tronarlas?

Hasta cierto grado, todas estas preguntas son filosóficas. Si trata de con­testarlas, usted está ofreciendo soluciones que son una mezcla determinada de teología, cultura y filosofía. Y si no hace un sincero intento para contestarlas, usted está permitiendo que la filosofía de otra persona dicte la vida de usted. Así que, ¿hasta qué punto son filosóficas sus creencias?

MÁS BENEFICIOS DE LA FILOSOFíA EN UNA ÉPOCA CONFUSA

Vivimos en una época de irracionalidad, en la que los sentimientos, el placer, el pragmatismo y la ganancia material con frecuencia dictan lo que considera­mos ser «correcto». También los cristianos se han dejado llevar por el «dios de la diversión», la ética situacional, el materialismo y el relativismo posmoder­no. El escepticismo radical impregna grandes sectores de nuestra sociedad y el anti-intelectualismo se ha metido en los rincones del aula universitaria yen los bancos del santuario de igual manera. Además, una nueva multitud de char­latanes religiosos se ha unido a los crecientes rangos de los que abogan por el pensamiento oriental (la Nueva Era), la fe islámica, las sectas y la astrología popular. Y, por supuesto, con la nueva «súper autopista de la información» somos más vulnerables que nunca ante la mala filosofía.

La respuesta a la mala filosofía es la buena filosofía, y la ruta para desa­rrollar una buena filosofía es restregar nuestra mente contra mentes superio­res. Cuando contemplamos los sistemas filosóficos de los grandes intelectos de la historia, comenzamos a despertar nuestra mente, antes encerrada bajo llave, y a aumentar nuestra agilidad mental.

Como resultado de eso, comenzaremos a ser más críticos y reflexivos sobre nosotros mismos. A medida que ejercitemos nuestro intelecto y que tra-

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bajemos para refinar nuestras propias ideas, aprenderemos a expresarlas mejor y a deshacernos de algunas de las nociones débiles o ingenuas a las que nos hemos aferrado tenazmente. Nuestra habilidad para reconocer los argumentos inválidos y presentar argumentos válidos nos ayudará a defender el evangelio de Jesucristo y a llevar a los que tienen una mala filosofía hacia el amor del verdadero Logos.

Una saludable reflexión respecto a la filosofía también nos puede ayudar a entender los impulsos que se encuentran detrás de esos movimientos dentro del cristianismo que se alejan demasiado hacia la izquierda o hacia la derecha. Se hará más claro para el estudiante de filosofía el por qué y cómo es que las fuerzas del agnosticismo, del misticismo y de la religiosidad ganaron terreno en el reino cuando lo hicieron. De igual manera, los poderes de la erudición, del deísmo, del fundamentalismo, y otras cosas así, tendrán más sentido para los que investigan la historia de las ideas. La alternativa a este método es exac­tamente lo que vemos: un entendimiento superficial de las fuerzas que le han dado forma al mundo perdido y al reino de Dios en la tierra.

Como ya se mencionó, la filosofía y la teología se han dado tanta forma la una a la otra que familiarizarse con la filosofía puede beneficiar muchísimo nuestra comprensión teológica. Podemos articular mejor las doctrinas de la creación, de la Trinidad, de la encarnación, de la resurrección corporal, de la inspiración de la Escritura y de muchas más cuando utilizamos algo del lenguaje y algunos de los conceptos de la filosofía. Cuando luchamos por poner en palabras nuestras ideas acerca de Dios, con frecuencia se debe, ya sea a nuestro descuido en pensar larga y diligentemente sobre los problemas, o a nuestra falta de lectura de lo que han escrito los que ya han pensado larga y diligentemente sobre ellos. Leer los resultados acumulados de los grandes pensadores con frecuencia es el fatalismo que puede ofrecer un salto gigante a los que laboran intensamente para poder expresarse.

Aparte de la letanía de las antes mencionadas razones para participar en el estudio de las ideas se encuentra la verdadera aventura de explorar la manera en que piensa la mente humana. También está el fenómeno refrescante y divertido de toparse con montones de pensamientos que nosotros mismos hemos deliberado, pero que nunca hemos articulado ni compartido con otros. Cuando nos topamos con una «gran» mente que ha contemplado nociones y sueños afines, nos damos cuenta de que la hermandad de la humanidad pesca en un mismo pozo de especulación y curiosidad. Detectar un poco de brillan­tez quizás no nos convenza de nuestro propio genio, pero es probable que nos estimule a pensar mejor.

Finalmente, es simplemente fascinante encontrar una pizca de Séneca o de Cicerón en Pablo el apóstol e igualmente singular y humillante oír a Platón describir algo parecido al concepto cristiano de la caída y de la redención

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Pensemos en la realidad: Filosofía

en su República (505-18) y de la creación en Timeo (27-53), lograr atisbar las pálidas sombras de nuestro Creador en el «motor inmóvil», de Aristóteles (Metafísica 13,6-10), contemplar alusiones a Cristo en el Logos de Filón de Alejandría y ser testigo en la sagacidad de Sócrates de la expresión humana por medio de un espíritu divino (Fedro; 240-49, 265), ¡todo esto es extraño y emocionante!

Este proceso no solo divierte, sino que también es beneficioso. Es bene­ficioso leer los tratados de Descartes que tienen que ver con la existencia de Dios y la consciencia del ser (Meditaciones 1-3), las obras de David Hume sobre la historicidad del cristianismo (Investigación sobre el entendimiento humano, 2, 1-3) Y las disertaciones de S!Zlren Kierkegaard que hablan de la apasionada búsqueda de Dios del ser humano. Todos estos ejemplos sirven para desafiar nuestras presuposiciones, inspirar el alma y darle chispa a la mente.

CONCLUSiÓN

La filosofía es la búsqueda de las ideas correctas y del ideaL Y como las ideas intensas al final dejan una ola de consecuencias en su camino, la filosofía afec­ta directamente la vida cotidiana. A pesar del hecho de que las Escrituras se dirijan de forma general a cientos de cuestiones y de forma explícita a algunas, está esa multitud de asuntos para los que el Espíritu Santo no da resoluciones detalladas. Las nociones modernas sobre la democracia, la sexualidad, la ciu­dadanía, la diplomacia, la economía, la familia, la psicología, la regla pública, la industria y la tecnología, como también las costumbres educativas, políticas y éticas del mundo de hoy, son todas producto de las energías teóricas de las mentes ponderantes.

Todos hemos sido hechos a la imagen de Dios y se nos ha inculcado la capacidad para el pensamiento reflexivo e innovador. Como criaturas que pertenecemos a la comunidad de Dios, hemos oído este llamado a amarlo con toda nuestra mente. Como espíritus afines de la raza humana, somos invita­dos a participar en el continuo simposio de pensamientos donde la constante conversación de intelectos curiosos habla y dirige nuestro mundo. Por tanto, estamos obligados a ofrecer a este gran depósito de pensamiento esa pizca singular de la mente de Dios que él ha depositado en cada uno de nosotros. Al hacerlo así, no solo ejercitaremos su imagen en nosotros, ¡sino que quizás hasta cambiemos nuestro mundo!

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.. ........ -NOTAS 1 Como indica cualquier «Comentario sobre el trasfondo de la Biblia», hay numerosas

reflexiones de la sabiduría del mundo antiguo en pasajes de la Biblia cuando el pueblo de Dios interactuaba con sus vecinos; ver, por ejemplo, John Walton, Victor Matthews y Mark Chavalas, The IVP Bible Background Commentary: Old Testament [El comentario de transfondo bíblico IVP: Antiguo Testamento], Inter­Varsity Press, Downers Grave, IL, 2000.

2 San Agustín, The Beginning of Truth [El comienzo de la verdad], en Nicene and Post-Nicene Fathers, ed. Schaff, 1, p. 21.

3 Ravi Zacharias ofrece esta ilustración graciosa pera verdadera en su cinta titulada «Cómo responder al relativismo», lado 1.

4 Clemente de Alejandría, Ante-Nicene Fathers [Padres antenicenos], ed. Schaff, 2, p. 498; Wesley, «Christian Perfection» [Perfección cristiana], en Works [Obras], ed. Baker, 7, p. 428.

5 J. P. Moreland, «PhUoso?hy') ~Filosofía1, en Opening of the American Mind ~A?er­tura de la mente americana], de Beck, p. 49.

6 R F. Bruce, The Defense of the Gospel in the New Testament [La defensa del evan­gelio en el Nuevo Testamento], Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977, pp. 44-45; Christopher Stead, Philosophy in Christian Antiquity [La filosofía en la antigüe­dad cristiana], Athenaeum, Gateshead, Inglaterra, 1995, p. 115.

7 Ver Edin Hatch, The Influence of Greek Ideas and Usages on the Christian Fathers [La influencia de ideas y costumbres griegas en los Padres cristianos], Harvard Univ. Press, Cambridge, MA, 1970. Ver también Justin Martyr, The Ante-Nicene Fathers [Los padres antenicenos l, The Ages Digital Library ed., 1, pp. 287, 360, 613, San Clemente de Alejandría, The Ante-Nicene Fathers, The Ages Digital Library ed, 2, pp. 597,1043, (Books for the Ages [AGES Software, Albany, OR, Version 1.0, 1997]).

8 Wesley, The Works ofJohn Wesley [Obras de Jonh Wesley], ed. Baker, 14, pp. 300ss.; cp .. A Life ofWesley [Vida de Wesley], AGES Software, Albany, OR, 1998.

9 Wesley, The Works of John Wesley, ed. Baker, 13, pp. 283-89.

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DESCUBRAMOS LAS REALIDADES DE LA

NATURALEZA: CIENCIA

Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste,

me pregunto: «¿Oué es el hombre, para que

en él pienses? ¿Oué es el ser humano, para que lo

tomes en cuenta? .. Lo entronizaste sobre la obra de tus manos;

¡todo lo sometiste a su dominio! SALMO 8:3-4,6

La verdad viene de Dios, dondequiera que la encontremos, y es nuestra, es de la iglesia. No debemos hacer un ídolo de estas cosas,

pero la verdad, dondequiera que la encontremos, es de la iglesia. RICHARD SIBBES, PASTOR PURITANO

Dios no quería ni a eruditos ni a personas inteligentes. No tenía necesidad de la ciencia. Lo único que quería eran corazones puros.

UNO DE LOS PRIMEROS PENTECOSTALES, 1907

-------------::~~.. --Cuando tenía unos diez años vi algo perturbador e inquietante. Muchos

de los fines de semana de mi niñez mi familia y yo los pasábamos en las peleas de gallos en Oklahoma. Así que esa noche en particular, no era

extraño que yo viera una magnífica criatura -un gallo de pelea- apuñalado a muerte por las armas de hierro que habían sido puestas en las patas de su enemigo, y derramando su sangre sobre la roja tierra ante una muchedumbre aulladora; yo había visto eso miles de veces. Pero en esta ocasión, inclinado en las tablas de color blanco pastoso amarradas con alambre, que formaban la cerca alrededor de la arena para la pelea de gallos, vi un bello gallo rojo al que preparaban para la pelea. Cuando entró su oponente, un tipo que estaba cerca

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de mí gritó diciendo que no se podía distinguir un gallo del otro, que eran exactamente iguales. En ese momento, el dueño de una de las aves contestó: «Así es como debe ser, son hermanos». Esa noche, por unos pocos momentos, el tiempo se detuvo ... dos hermanos, criados por la misma madre, en pugna el uno contra el otro ... hasta la muerte ... algo impresionante, inquietante y perturbador.

No es secreto que la ciencia y la religión, o más específicamente la cien­cia moderna y el cristianismo, han tenido sus desacuerdos. El libro de John Draper The Conflict between Religion and Science [El conflicto entre religión y ciencia) (1876), el estudio monumental de Andrew White A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom [Historia de la batalla de la ciencia con la teología en el cristianismo] (1896) Y la obra de Henry Morris The Long War against God: The History and Impact of the Creation/Evolution Conflict [La larga guerra contra Dios: Historia e impacto del conflicto entre creación y evolución] (1989)1 representan la constante y tirante relación que existe entre la ciencia y la fe. El hecho de que estos dos campos de conoci­miento tienen sus diferencias no se pone en duda; sin embargo, cuánto difie­ren, cuánto se relacionan y por qué estas dos hermanas están en conflicto son cuestiones tan grandes como el universo mismo.

Raramente las convicciones de los santos y las convicciones de la ciencia han dejado de afilar el hierro. A veces han luchado lado a lado contra un ene­migo común. Otras veces, en combate mortal se han lanzado palabras capaces de penetrar armaduras, tan pesadas y tan mortíferas como cualquier espada. Ya sea que la controversia haya sido la revolución de Copérnico, la evolución de Darwin, el aborto de nacimiento parcial, la manipulación genética, los sis­temas para mantener la vida, la eutanasia, las armas nucleares o cualquiera de otros cientos de temas, la iglesia se encuentra una y otra vez en medio de las turbulentas y engañosas encrucijadas donde se encuentra la Escritura con la ciencia, y la teología con la tecnología.

Aunque la iglesia estaba en error cuando condenó la teoría heliocéntrica de Galileo, la mayoría de ese entonces elogió a la jerarquía religiosa por su postura. En contraste, muchos condenaron a la iglesia cuando esta faltó en unirse al atrevido joven Darwin en su búsqueda de nuestros elusivos oríge­nes. Uno apenas puede ver que por su propia naturaleza, la iglesia tiene que maniobrar a través de las difíciles y delicadas aguas filosóficas y científicas. La iglesia está compuesta de seres humanos imperfectos, y por tanto posee la intrínseca capacidad de errar. Por eso, a veces desempeña el trágico papel del gigante dormido en una tierra de pigmeos y a veces el del rabioso toro en un reino de cristal. No obstante, en otras épocas es la sagaz doncella que difunde sabiduría y realidad a todos los que están a su alcance, defensora de la ciencia

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Descubramos las realidades de la naturaleza: Ciencia

verdadera y censuradora de la ciencia falsa que solo lleva puesta la máscara de la verdad.

LA CIENCIA MODERNA Y LA FE CRISTIANA

Como he indicado una y otra vez, una de las grandes mentiras que los cristia­nos se han tragado es la de divorciar el intelecto de la vida espiritual. Otro mito que prevalece y que está íntimamente relacionado y que muchos cristianos acogen es el que dice que la ciencia moderna tuvo su origen en la mente de los técnicos de laboratorios fríos, teoréticos, incrédulos. Uno de los secretos mejor guardados del cristianismo es que la ciencia moderna nació en el regazo de devotos creyentes temerosos de Dios.

Docenas de expertos en varios campos de la ciencia admiten el papel principal del cristianismo en la época científica moderna. El bioquímico Mel­vin Calvin, ganador del Premio Nóbel, enfatizó que debido a que los antiguos judíos consideraban que el universo estaba gobernado por un solo Dios y de­bido a que los cristianos heredaron este concepto, el cimiento histórico para la ciencia moderna se encuentra en el monoteísmo. De igual manera, el notable filósofo de los siglos diecinueve/veinte Alfred North Whitehead creía que el cristianismo es el padre de la ciencia debido a la insistencia medieval en la racionalidad de Dios. Escribiendo sobre el carácter de la ciencia moderna en el celebrado periódico inglés Mind, M. B. Foster propone que la respuesta está en la revelación cristiana y en la doctrina cristiana de la creación. El profesor inglés James Moore dio un paso más adelante para proponer que existe una obvia evidencia de que el protestantismo dio auge a la ciencia moderna. El distinguido filósofo cristiano del siglo veinte Francis Schaeffer concede lo mismo, repetidamente mencionando a lo largo de sus obras las raíces cristia­nas de la ciencia moderna.2

Muchos otros eruditos prominentes reconocen la íntima conexión exis­tente entre la espiritualidad cristiana y la ciencia, la Palabra de Dios y el mun­do de Dios, la Reforma y la revolución científica moderna, la época puritana y la época de experimentación científica. Hay buenas razones por las que las otras grandes religiones y culturas de la antigüedad fallaron a la hora de desa­rrollar la investigación científica como la conocemos hoy. Por ejemplo, aun­que los árabes tenían un profundo conocimiento del mundo, muy poca ciencia evolucionó de su conocimiento, principalmente porque la mente islámica se inclina al fatalismo (que la vida sigue un destino predeterminado); si el destino reina, entonces las reglas para la obra de las manos de Dios están fijadas y son invencibles ante la manipulación humana. El sistema de pensamiento chino también restringió el progreso científico por su falta de confianza en que el

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código de las leyes de la naturaleza podía ser descubierto y que se podía leer. El ingrediente clave de que un ser divino, mucho más racional que ellos, había formulado ese código para poder ser leído estaba prácticamente ausente.3

Sin duda, los griegos ofrecieron importantes elementos intelectuales que ayudaron a establecer el escenario para la explosión de investigación científica del siglo dieciséis. Sin embargo, como algunos han indicado, no cumplieron con verdaderamente producir algo parecido a la ciencia moderna por su falta de interés en la experimentación práctica. Como para ellos las cosas creadas eran simples formas de las realidades eternas, no trataron de trazar las causas de estas simples formas. Para la mente griega, los elementos eran algo sobre lo que se ponderaba y se especulaba, no algo con lo que se experimentaba y que luego se usaba para el avance de la sociedad. Otros han llamado la atención sobre los puntos de vista del hinduismo que derrotan la ciencia, destacando que los hindúes creen que el mundo material no es un mundo «reah> en abso­luto. En ese caso, ¿qué valor hay en investigar lo que no existe en realidad? La fe hindú también aplasta la investigación científica con la creencia de que una multiplicidad de dioses rige el llamado universo. Esta es una monstruosa contradicción en sí, que a su vez destruye la idea de una continuidad coherente en el reino material, haciendo de la ciencia algo dudoso.4

Un observador llega tan lejos como para decir que «la ciencia moderna ni siquiera podría haberse levantado en medio de nuestra cultura moderna porque el hombre moderno cree que la vida es irracional e ilógica».5 De todas estas cosmovisiones, solamente la fe judeocristiana ve el mundo natural de acuerdo a su total realidad. De ese modo, en el cumplimiento del tiempo, los que se adhieren a este punto de vista ponen su corazón, cabeza y manos a tra­bajar para la gloria de Dios, para el aprecio de su creación y para el amor y la ayuda de la humanidad.

LOS DOS LIBROS DE DIOS: LA BIBLIA Y LA CREACIÓN

Francis Bacon (1561-1626), «el principal profeta de la revolución cientí­fica», como lo llama Francis Schaeffer, fijó un precedente moderno para el interés del cristiano en la investigación científica cuando escribió: «Hay dos libros que debemos estudiar, para evitar caer en el error; primero, el volumen de las Escrituras y luego el volumen de las criaturas».ó Al articular esto, Bacon estaba atestiguando no solo del hecho de que Dios es el Autor de todas las cosas creadas (Col 1:16), sino que se puede saber acerca de Dios y que su poder está revelado en la Escritura como también en la creación. Pues, como declara el apóstol Pablo: «Porque desde la creación del mundo

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Descubramos las realidades de la naturaleza: Ciencia

las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó» (R01:20). El sal­mista también comunica la verdad de la revelación de Dios en la naturaleza: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos» (Sal 19:1).

Por supuesto, es cierto que solo la revelación de Dios en las Escrituras . divulga adecuadamente su mente sobre los asuntos del origen de la raza hu­

mana, del pecado, de la responsabilidad moral, del juicio, de la redención y de la gracia. De modo que nuestra primera responsabilidad es entregarnos a su autoritaria voluntad respecto a estas realidades verdaderas. Pero también es cierto que el Dios creativo, racional que originó el universo, también creó a la humanidad a su imagen, y por tanto su principal criatura en este planeta puede apreciar y también comprender el mundo físico, al menos en parte. No hay duda de que antes de que la humanidad cayera en desobediencia, estábamos mejor preparados para participar en los pensamientos de Dios. No obstante, aunque hemos caído, dañando nuestra capacidad para razonar, el salmista con todo declara: «Grandes son las obras del SEJilOR, estudiadas por los que en ellas se deleitan» (Sal 111 :2). El mandato a ejercer dominio (investigación y administración) sobre la creación está todavía intacto (Gn 1:28) y esto incluye la empresa científica.

Aunque en teoría los cristianos siempre han sostenido estas máximas en general, se convirtieron en parte integral de la cosmovisión puritana del siglo diecisiete en particular. Los puritanos creían que todas las áreas de la vida y de la naturaleza debían ser puestas bajo el dominio de Dios y utilizadas para el beneficio de los hijos de Dios, quienes a su vez le darían gloria a Dios. De modo que no debe causarnos demasiado asombro cuando descubrimos que muchos consideran el puritanismo como un ímpetu principal para la ciencia moderna. Como indica el historiador Robert Frank, Jr.: «Se puede demostrar que las formas predominantes de actividad científica durante las décadas puri­tanas de Inglaterra fueron resultado directo de una ideología puritana».7

Resulta verdaderamente sorprendente que más del setenta por ciento de los científicos que formaban el núcleo de la Royal Society de Londres (una so­ciedad establecida en 1660 para avanzar la causa de la ciencia) fueran purita­nos, y esto sucedió en una época en que los puritanos eran una escasa minoría de la población en Inglaterra. Como estos peregrinos de otro mundo, aunque prácticos, confiaban en que la mente humana estaba adornada e investida con venerables dones del Creador, dejaron su indeleble sello en la misión cientí­fica que comenzaba a extenderse por toda la Europa occidental. Este interés agudo, pero equilibrado, en la investigación metódica y en la experimentación pasó a la siguiente generación.8

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En breve, la confianza de los puritanos en la racionalidad de Dios los convenció de que era válido participar en la aventura científica. Ellos creían que los seres humanos fueron hechos a la imagen de Dios, que Dios creó un mundo racionalmente conocible y que los creyentes deben ver a su Creador como un Dios de orden. A su vez, hay patrones que ofrecen evidencia del or­den, y los patrones son discernibles por los que pueden pensar los pensamien­tos del que hace el orden. Esto preparó la escena para participar en el proceso de experimentación, viendo que Dios posee una coherencia y armonía innatas. Las leyes de la naturaleza encuentran su origen en la misma naturaleza de Dios, y como somos creados a su imagen, tenemos la capacidad de utilizar esas leyes. O sea, poseemos la curiosidad para saber, la capacidad para saber y la habilidad para poner en uso ese saber.9

La palabra ciencia viene de la palabra latina scientia, que simplemente quiere decir «conocimiento». Conocimiento es lo que se puede saber, y Dios lo sabe todo. Por consecuencia, cuando penetramos las leyes de la naturaleza, obtenemos conocimiento de lo que Dios sabía primero y que impregnó en el universo funcional. Aunque hay mucho debate sobre la posterior naturaleza y definición de ciencia, en el sentido más estricto ciencia es la disciplina de discernir y usar las leyes de Dios que se encuentran en la naturaleza. Por su­puesto, eso trae una pregunta todavía más controversial: ¿Con qué propósito hemos de usar esas leyes? De esto viene el difícil tema de la ética, el tema de otro libro. 10

DE BOCA DE LOS PIONEROS DE LA CIENCIA MODERNA

Los participantes principales en la revolución científica moderna fueron Ni­colás Copérnico (1473-1543), Francis Bacon (1561-1626), Galileo Galilei (1564-1642), Juan Kepler (1571-1630), Robert Boyle (1627-1691) y Sir Isaac Newton (1642-1727). Cada uno de estos tenía fuertes convicciones de que la clave para comprender el mundo natural se encontraba en anclar su confianza en el único Dios verdadero.

A Copérnico, por ejemplo, se le debe el presentar por vez primera el caso del heliocentrismo (que es el sol, y no la tierra, el centro del sistema solar). Él estaba convencido de que el universo fue «elaborado para nosotros por un Creador supremamente bueno y ordenado».H También creía que Dios había impuesto orden y armonía en su creación y que sus patrones fueron re­velados a través de la matemática. Su reverencia hacia Dios (y temor por su vida) también se ve en la dedicación de su obra que abrió nuevos horizontes, Sobre las Revoluciones de las Esferas Celestes. Ahí habla de su responsabi­lidad ante Dios de evitar innecesaria controversia y de usar la razón que Dios

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le había dado para evitar teorías no ortodoxas. Como con cada uno que siguió sus revolucionarios pasos, él se abandonó totalmente a la confiabilidad de su Creador. 12

A Francis Bacon, el padre del método científico, le parecía extraño que aunque había disponible mucho conocimiento del mundo natural, no había sido utilizado por los cristianos para restaurar el dominio que se ha­bía perdido en la caída de la humanidad. Como ya se explicó arriba, según su evaluación Dios había proveído dos cuerpos esenciales de conocimiento de revelación: «las Escrituras, que revelan la voluntad de Dios, y la crea­ción, que expresa su poder»."13 Además, estaba convencido de que estos dos depósitos divinos de sabiduría le fueron dados a la humanidad para que después de haber caído «de su estado de inocencia y de su dominio sobre la creación ... la religión y la fe» le restauraran lo primero, y que «las artes y ciencias podrían ayudarle a reparar el postrero»Y

Galileo, que defendió el modelo de Copérnico, se convirtió en el ilumi­nador del primer conflicto mayor entre el cristianismo y la ciencia moderna. Por supuestamente enseñar herejías (que el sol era el centro del sistema solar), la Inquisición lo puso bajo arresto en su casa durante los últimos diez años de su vida. Aunque fue acusado y declarado culpable de tener estos puntos de vista contrarios a la supuesta clara enseñanza de la Biblia, él era un hombre de Dios cuya vida y obra fueron profundamente influidas por las Escrituras. Resulta significativo que también fuera un lector devoto de San Agustín. A medida que la Reforma aumentaba su velocidad por toda Europa, principal­mente como resultado de la voz, labores y valentía de un monje agustino, la revolución científica se estaba formando en Italia como resultado en parte de la meditación de Galileo sobre Agustín. Lutero había sido impulsado por la in­sistencia de San Agustín en la justificación por fe; Galileo había sido ayudado por la opinión linear de la historia que sostenía San Agustín, sometiendo que la progresión hacia metas era una empresa válida para los seres humanos.15

Galileo ilustra su confianza en la Biblia al escribir lo siguiente: «La San­ta Escritura nunca podría mentir ni errar, sus declaraciones son de absoluta inviolable verdad ... no obstante, algunos de sus intérpretes podrían a veces errar de varias maneras».16 Él consideraba a Dios no solo como la fuente de las Santas Escrituras, sino también como «un divino Artesano o Arquitecto que creó el mundo como un intricado mecanismo», que debe estudiarse para la gloria de Dios y para el beneficio práctico del hombre.!7

El gran astrónomo Johannes Kepler también dijo repetidamente que las Escrituras eran su medida para la vida y su guía para la ciencia. A lo largo de sus escritos se hallan docenas de referencias a su amor y aprecio por las cosas de Dios, además de su aguda conciencia del poder de la oración. Cuando esta­ba en la Universidad de Tubingia, Kepler escribió: «Mi deseo es poder percibir

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dentro de míM Dios que encuentro en todas las partes del mundo externo».18 De ahí en adelante muchas veces atestiguó el hecho de que su deseo se había cumplido. Por ejemplo, más adelante declara: «Mi vida está únicamente dedi­cada al servicio de Jesucristo. En él está todo refugio, todo solaz».19

Como fundador de la astronomía física, Kepler ciertamente no era dado a disgustarse por la proposición de que la ciencia y la religión marcharan to­

madas de la mano. A diferencia de Darwin, que aspiraba a estudiar teología y luego se disgustó con Dios, Kepler había deseado dedicarse a la teología, pero estudió al Dios de los cielos al estudiar los cielos de Dios. En el ocaso de su gigantesca vida pudo decir: «Tuve la intención de ser teólogo ... pero ahora por mis esfuerzos, veo que Dios es también glorificado en la astronomía, pues "los cielos declaran la gloria de Dios"».2o

Robert Boyle, el pionero de la química moderna, estaba «interesado par~ ticularmente ... en demostrar que la ciencia y la religión no solo eran reconeÍ­liables, sino de hecho estaban integralmente relacionadas».21 No solo escribió libros sobre química, sino que dedicó mucho tiempo a traducir obras sobre los Evangelios y a escribir impresionantes volúmenes sobre apologética. Además, dejó una suma substanciosa de las ganancias de toda su vida para la defensa del evangelio.22

Sir Isaac Newton, al igual que Boyle, escribió penetrantes libros sobre la veracidad del cristianismo. En sus años posteriores, este hombre, que es considerado uno de los grandes matemáticos que jamás vivió, invirtió mucho tiempo en el estudio de las profecías bíblicas. Algunos hasta lo ridiculizaban por su inmoderada devoción a ese interés, acusándolo de desperdiciar tanto tiempo en la investigación bíblica que descuidaba sus esfuerzos científicos. Pero como indica Schaeffer: «Si Newton y otros no hubieran tenido una base bíblica, no habrían tenido ninguna base para su ciencia».23

Aunque Newton, como sus contemporáneos Pascal y Leibnitz, contri­buyó mucho al campo de la matemática, él también, como estos dos, creía que «para conocer verdaderamente al Creador uno debe estudiar el esquema natural de las cosas: el origen ordenado de la materia y las leyes que gobiernan su composición y moción».24 Él conocía bien la gravedad de navegar simultá­neamente en las esferas de la ciencia y de la religión, pero parece que, quizás por providencia, estaba destinado a convertirse en una de las mejores niñas de los ojos de Dios; puesto que era un hombre de Dios, que conocía el corazón del Maestro a través de su Palabra y que descubrió todavía más la mente de Dios a través de su mundo.

Por razones de espacio no puedo tratar con cada una de las grandes men­tes científicas que también poseían gran fe. En vista de esto, ofreceré solo un rápido cuadro de los pioneros más prominentes de la ciencia moderna que también declaraban su confianza en Dios.

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Descubramos las realidades de la naturaleza: Ciencia

Científico Fecha Disciplina que fundó o inven-

ción

Blaise Pascal 1623-1662 Hidroestática, barómetro

John Ray 1627-1705 Historia natural

Nicolás Steno 1631-1686 Estratigrafía

John Woodward 1665-1728 Paleontología

Carolus Lineo 1707-1778 Clasificación biológica

Richard Kirwan 1733-1812 Mineralogía

William Herschel 1738-1822 Astronomía galáctica

John Dalton 1766-1844 Teoría atómica

Georges Cuvier 1769-1832 Anatomía comparativa

Humphrey Davy 1778-1829 Electroquímica

Michael Faraday 1791-1867 Electromagnética

Samuel Morse 1791-1872 Telégrafo

Charles Babbage 1792-1871 Ciencia de computación

Matthew Maury 1806-1873 Oceanografía

James Simpson 1811-1870 Anestesiología

James Joule 1818-1889 Termodinámica

Rudolph Virchow 1821-1902 Patología

Louis Pasteur 1822-1895 Bacteriología; bioquímica

Gregor Mendel 1822-1884 Genética

Joseph Lister 1827-1887 Cirugía antiséptica

Joseph Clerk Maxwell 1831-1879 Electrodinámica

John A. Fleming 1849-1945 Electrónica

Wilbur Wright 1867-1912 Aviación

Orville Wright 1871-1948 Aviación

Esta lista bastante abreviada representa las docenas multiplicadas de indivi­duos que amaban a Dios y que han ayudado a preparar el camino para la cien­cia moderna. He incluido en esta lista solo a aquellos cuyas especialidades son más o menos conocidas por el individuo medio.25

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LOS CRISTIANOS Y LA CIENCIA HOY

Cuando la ciencia se convierte en cientismo (adoración del conocimiento), o cuando el estudio de la naturaleza se degenera en naturalismo (la naturaleza lo es todo), la verdadera ciencia se deifica y por tanto desafía a Dios. Obvia­mente, cuando en la mente de los seres humanos la ciencia asume los atributos de un dios, el Dios de la ciencia se desagrada (Ro 1:21-32). De ese modo, es natural que a los cristianos también les desagrade que los humanistas seculares tuerzan las reglas, den información fraudulenta o acusen al cristianismo de ser supersticioso. En contraste, cuando los cristianos ingenuos, de mente cerrada ignoran, malinterpretan o tuercen los resultados científicos, los que abogan por la verdadera ciencia naturalmente también se enfadan. Mientras que mu­chos de este último campo ciertamente han rechazado el cristianismo, no hay justificación para que los cristianos devuelvan el favor y desairen la ciencia. Al contrario, debemos ayudar a redimir la ciencia para la gloria de Dios.

Para poder dirigir la ciencia, primero debemos participar en la empresa científica ciñéndonos los lomos de nuestra mente (1 P 1:13), arremangándo­nos y ejercitando la creatividad y racionalidad que Dios nos ha dado en el campo de la investigación científica. No dará resultado si solamente nos afe­rramos a la opinión no bíblica, fragmentada y demasiado simplista de que la vida no complicada de oración y piedad sujetará la creación a nuestro dominio y alejará los malos usos ateos de las leyes de Dios en la naturaleza. No estoy sugiriendo que nuestro propósito deba ser el Restauracionismo (que nosotros creemos el cielo aquí en la tierra para introducir la Segunda Venida de Cris­to). Más bien, la motivación de nuestra íntima participación en el mundo de la ciencia debe estar conectada con los dos grandes mandamientos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y ... amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Nos incumbe disputar sobre los asuntos controvertidos que tuercen la mente, como la ingeniería genética, la investigación médica, los viajes espa­ciales, la eutanasia, el uso de la tecnología, el medio ambiente, el debate sobre la creación y la evolución y otros asuntos así. Además, debemos contribuir con nuestro pensamiento a la investigación que abre nuevos horizontes, ade­más de practicar la apologética en el campo del debate. Debemos encontrar nuestra voz y dejar que esa voz se oiga respecto a los asuntos que, con o sin nuestra participación, están afectando y seguirán afectando la vida de miles de millones.

Sabemos que la doctrina cristiana de la creación enseña que la naturaleza no es divina sino que es la obra de las manos de Dios delegada a la responsabi­lidad humana para su cuidado y protección. También sabemos que la ciencia, sin la ayuda de la revelación bíblica, nunca puede definir verdaderamente la

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realidad suprema. Ni tampoco la ciencia puede probar como erróneo lo que está claramente revelado en la Escritura. Con todo, creo que también sabe­mos que la religión divorciada de la investigación científica nunca puede preparar curas para el cáncer ni hielo en cubos, ni producir vacunas contra la poliomielitis ni fotos de la bisabuela para nuestro álbum de fotos. La investigación sobre la leucemia y las computadoras portátiles, la anestesia y los automóviles pertenece al campo de la empresa científica. Ninguno de estos adelantos se van a generar espontáneamente si ayunamos y oramos y cantamos lo suficiente.

A la luz del hecho de que casi todo cristiano que yo conozco aprecia el hielo, la anestesia y las fotos, parece extraño que con frecuencia hablemos del avance científico como un mal necesario. Debemos tener cuidado de no reducirnos a la posición de un joven que arguyó conmigo diciendo que la piel de los animales no debe usarse para ropa. Estábamos en campo bastante parejo hasta que me fijé en sus zapatos; eran de marca Hush Puppies, que son hechos de piel de vaca. O qué del hombre de la comunidad Amish que una vez me explicó por qué no debemos tener un vehículo motorizado. Me lo dijo desde el asiento de atrás de una furgoneta de pasajeros. Seguramente el cristiano no debe dejarse llevar de la nariz por los maestros de ceremonia del circo de la ciencia moderna. Pero tampoco es correcto que el pueblo de Dios hable mal de todos los esfuerzos científicos al mismo tiempo que le da gracias a Dios por aumentar su almacenamiento de cosas producidas por la ciencia. Esto es ponerse entre la espada y la pared, una posición impropia de un cristiano.

CONCLUSiÓN

Cuando los humanistas del Siglo de las Luces consideraron su época como «La época de la razón», las masas cristianas reaccionaron debidamente al cas­tigar a la falsa «diosa de la razón~~; pero reaccionaron demasiado cuando fo­mentaron un prejuicio irracional contra el Dios de la razón al dudar de su don racional para la raza humana. De igual manera, cuando los naturalistas secu­lares afirmaron que el relato de la creación del Génesis era fraudulento y que, prácticamente, Dios estaba muerto, los cristianos reaccionaron violentamente en contra de esta ciencia atea. Pero nosotros como cristianos también cometi­mos el error de entregar la ciencia de Dios a los que habían difamado al Dios de la ciencia. Al hacerlo así, los románticos reservados, los pesimistas pasivos, los avivadores evangélicos y la vasta mayoría de dentro del movimiento de santidad han desdeñado la importancia de la participación de los cristianos en los esfuerzos científicos. Los evangélicos, fundamentalistas y pentecostales del presente heredaron esta predisposición y todavía, hasta un notable grado,

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faltan en ver la tremenda responsabilidad y valor del interés activo del creyen­te en la ciencia.

Por supuesto, la investigación, los descubrimientos y las aplicaciones científicas van paralelos, o están entretejidos, con una multitud de asuntos de vida o muerte. De modo que, naturalmente, nuestra participación es vital. Pero aparte de estos asuntos y aparte de los beneficios materiales que nos llegan como resultado de la ciencia, hay otras ventajas que resultan de participar. Al acoger la misión científica nuestra cosmovisión se refina, nuestras facul­tades críticas se ejercen y nuestros poderes investigadores se llenan de vigor. Cuando exploramos la belleza, la inmensidad y la profundidad de la creación, nuestra pasión por aprender aumenta, nuestro corazón se humilla, nuestra cu­riosidad se incita, nuestro sentido de maravilla se amplifica, nuestra mente se despierta y nuestro aprecio y estima de Dios se ensanchan y se enriquecen.

Debido a que el tema de la «ciencia y fe» es tan astronómico en pro­porción, la prudencia dicta que en esta sucinta sección solo tratemos con los puntos elementales y no con los periféricos. Esto no quiere decir que las dis­cusiones sobre la física de partículas quantum, los cuarzos, quásares y miles de otros temas subsidiarios sean insignificantes; son vitales, pero el espacio aquí no nos permite examinarlos. Y aunque me siento tentado a elaborar algo sobre el charlatanismo científico antes de cerrar este capítulo, solo hay espacio para mencionar los famosos fraudes como los que se asocian con el hombre de Piltdown, el hombre de Java, el hombre de Rodesia, el hombre de Pekín, el hombre de Nebraska y así por el estilo. Pero estos fraudes y cientos de otros que se han tratado de diseminar en los paraninfos de la ciencia empalidecen a la luz del ilustre mito de que la ciencia y el cristianismo son esencialmente enemigos y no amigos.

Se nos presentan dos libros para estudiar, para evitar que caigamos en error: el volumen de las Escrituras y el volumen de la creación. Uno es la Pala­bra y el otro es el mundo creado por la Palabra. Se nos presentan dos leyes: las leyes de Dios grabadas en nuestro corazón y las leyes de Dios indeleblemente estampadas en la naturaleza. Hay dos hombres. De uno se dice: «porque por medio de él y para él fueron creadas todas las cosas» (Col 1:16) y todas las cosas «por medio de él forman un todo coherente» (1: 17). Él es quien sostiene toda la creación y el que ha reconciliado todas las cosas en la tierra y en los cielos con él (1:20). ¿Y el segundo hombre? Es usted, soy yo, el hombre de quien se dijo: «lo entronizaste sobre las obras de tus manos, ¡todo lo sometiste a su dominio!» (Sal 8:6; He 2:6-8). Y, el primer Hombre --el Creador, el Le­gislador, el Sustentador- mora en nosotros.

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...... NOTAS

1 John Draper, The Conflict between Religion and Science [El conflicto entre religión y ciencia], Henry King, Londres, 1876; Andrew White, History 01 the Warlare 01 Science and Theology in Christendom [Historia de la batalla de la ciencia con la teología en el cristianismo], Bfaziller, NY, 1955; Henry Morris, The Long War against God [La larga guerra crntra Dios], Baker, Grand Rapids, MI, 1989.

2 Melvin Calvin, Chemical Evolution [Evolución química], Clarendon, Oxford, 1969, p. 258; Francis Schaeffer, How Then Shall We Live? [¿Cómo viviremos enton­ces?], en The Complete Works 01 Francis Schaeffer, Crossway Westchester, IL, 1982, 5, pp. 157-61 (ver también 1, pp. 225, 309, 328; 4:6, 9, 79; 5:27); Beck, Opening 01 the American Mind [Apertura de la mente americana], p. 155; Tim Dowley, ed., The History olChristianity [Historia del cristianismo], Lion Publis­hing, Oxford, 1977, p. 48.

3 Ian Barbour, Religion in an Age 01 Science [La religión en una era de ciencia], Harper & Row, San Francisco, 1990, pp. 3-30; Schaeffer, «The Rise of Modern Science» (La ascension de la ciencia moderna], en Complete Works, 5, pp. 155-56; Joseph Needham, The Grand Tradition: Science and Society in East and West (La gran tradición: ciencia y sociedad en Oriente y Occidente J, Univ. of 'lOronto Press, Toronto, 1969, p. 327.

4 Arthur Holmes, The Making 01 a Christian Mind [La hechura de una mente cristia­na], InterVarsity Press, Downer's Grove, IL, 1985, p. 63; D. James Kennedy y Jerry Newcombe, What 11 Jesus Had Never Been Born? [¿Qué pasaría si Jesús nunca hubiera nacido?], Nelson, Nashville, 2005, p. 95.

5 D. James Kennedy y Jerry Newcombe, What 11 the Bible Had Never Been Written? [¿Qué pasaría si la Biblia nunca hubiera sido escrita?], Nelson, Nashville, 1998, p.lOl.

6 Francis Schaeffer, How Then Should We Live? [¿ Cómo viviremos entonces?], en Tite Complete Works, 5, p. 159; citado en Henry Morris, Men 01 Science - Men 01 God (Hombres de ciencia, hombres de Dios], Master Books, San Diego, 1988, p. 15. Esta doble revelación de Dios fue enseñada ya anteriormente en los escritos de la rama reformada de la Reforma protestante; ver, vg., The Belgic Conlession [La confesión belga], art. 2, escrito por Guido de Bres en 156l.

7 Holmes, The Making 01 a Christian Mind [La hechura de una mente cristiana], p. 66; Gregory Mille, «Voices From the Past» [Voces del pasado], en Elements 01 a Christian Worldview [Elementos de una cosmovisión cristiana], ed. Michael Pal­mer, Logion, Springfield, MO, 1998, pp. 134-35; Robert G. Grank Jr., reseña de The Great Instauration [La gran instauración], de Charles Webster, Science (28 de enero 28 de 1977), p. 386.

8 Para ver docenas de citas directas de los puritanos sobre el tema de la ciencia, se pue­de leer cuidadosamente la monumental obra de dos volúmenes de Perry Miller, The New England Mind: The Seventeenth Century [La mente de Nueva Inglate­rra: el siglo XVII], BeIknap, Cambridge, MA, impresión de 1982 de la edición de 1953; íb., The New England Mind: Prom Colony to Province [La mente de Nueva

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Inglaterra: de colonia a provincia], Belknap, Cambridge, MA, impresión de 1998 de la edición de 1953; R. J. Hooykaas, Religion and the Rise of Modern Science [La religión y el alzamiento de la ciencia moderna], Scottish Academic Press, Edimburgo, 1972, pp. 130-49; íb., The Principie of Uniformity in Geology, Bio­logy, and Theology [El principio de la uniformidad en la geología, la biología y la teología1, Free Univ. Press, Leiden, 1959, pp. 211, 225; íb., Science and Theo­logy in the Míddle Ages [Ciencia y teología en la Edad Media], Free Univ. Press, Leiden, 1954, párrafos 6, 7, 8, 12, 13; Robert K. Merton, Science, Technology, and Society in Seventeenth Century EngZand [Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII], H. Fertig, NY, 1970.

9 Ver Francis Shaeffer, Complete Works [Obras completas], 5, pp. 27, 157-59. 10 J. P. Moreland, «The Definition of Science» [La definición de ciencia], en Chris­

tianity and the Nature of Science: A PhilosophicalInvestigation, Baker, Grand Rapids, MI, 1989, pp. 17-58.

11 Pearcey y Thaxton, The Soul o[ Science [El alma de la ciencia], p. 25. 12 Lawrence McHargue, «The Christian and Natural Science» [El cristiano y la ciencia

natural], en Palmer, Elements o[ a Christian Worldview [Elementos de una cos­movisión cristiana]; Nicolás Copémico, Famous Prefaces [Prefacios famosos], vol. 39 de los Harvard Classics.

13 McHargue, en Elements of a Christian Worldview, p. 158; Morris, Men of Science, [Hombres de ciencia], p. 15.

14 Francis Bacon, Novum Organum, ed. Anderson, Bobs-Merrill, NY, 1960, pp. 119; Peacey y Thaxton, The Soul o[ Science [El alma de la ciencia], p. 36.

15 Ver Jerome Langford, Galileo, Science, and the Church [Galileo, la ciencia y la Iglesia], Univ. of Michigan Press, Ann Arbor, MI, Ann Arbor Paperbacks, 1971, pp. 137-58; Giorgio de Santillana, The Crime ofGalileo (El crimen de Galileo], Univ. of Chicago Press, Chicago, IL, 1955, pp. 317-48. La opinión de San Agus­tín se oponía a la opinión cíclica o circular del mundo griego. Esta estorbaba el descubrimiento científico, pues si el mundo comenzaba de nuevo con cada ciclo, no había esperanza de verdadero progreso.

16 En Stillman Drake, Galileo at Work: Scientific Biography [Galileo puesto a trabajar: biografía científica], Univ. of Chicago Press, Chicago, 1978, p. 224.

17 Pearcy y Thaxton, The Soul o[ Science [El alma de la ciencia], p. 71; Hooykaas, Religion and the Rise [La religion y la reaccción], pp. 124-26.

18 Kepler, citado por Will Durant, The Age of Reason Begins [Comienza la era de la razón], Simon & Schuster, NY, 1960, p. 600.

19 J. H. Tiner, Johannes Kepler: Giant o[ Faith and Science [Un gigante de fe y de ciencia], Mott Media, Milford, MI, 1977, p. 193.

20 Ver Kennedy y Newcombe, What I[ the Bible Had Never Been Written? [¿Qué pasaría si la Biblia nunca hubiera sido escrita?], pp. 105-6; Beck, Opening ofthe American Mind [La aperture de la mente americana], pp. 164-65; Ann Lamont, 21 Great Scientists Wha Believed in the BibZe [21 grandes científicos que creían en la Biblia], Creatíon Science Foundation, Brisbane, Australia, 1995, pp. 14-23; Morris, Men ofGod [Hombres de Dios], pp. 11-12; Pearcey y Thaxton, The SauZ of Science [El alma de la ciencia], p. 23.

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Descubramos las realidades de la naturaleza: Ciencia

21 McGraw- Hill Encyclopedia ofWorld Geography [Enciclopedia de geografía mun­dial], McGraw-Hill, NY, 1973,2, p. 125.

22 Kenney y Newcombe, What Ifthe Bible Had Never Been Written? 104; Morris, Men of Science, 16.

23 Schaeffer, How Should We Then Live, en Complete Works, 5:160; Morris, Men of Science, 26; Kennedy y Newcombe, What IfJesus HadNever Been Born? [¿Qué habría pasado si Jesús nunca hubiera nacido?), p. 100.

24 Gale Christianson, In the Presence of the Creator: Isaac Net1fton and His Times [En presencia del Creador: Isaac Newton y su época], Free Pr~ss, NY, 1984, p. 4l.

25 Para varias listas que catalogan a muchos más científicos temerosos de Dios, ver Roy Varghese, The Intellectuals Speak about God [Los intelectuales hablan sobre Dios J, Regnery Gateway, Chicago, IL, 1984; Henry Morris, Men of Science; Ann Lamant,21 Great Scientists.

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ENSANCHEMOS LA MENTE: LECTURA

Lo que te ha dañado demasiado ... es la falta de lectura ... Tu predicación es avivada, pero no profunda, hay poca variedad¡ no hay compás de pensamiento. Lo único que te puede dar esto es leer, con diaria oración. Te haces daño al omitir la lectura. Sin ella nunca podrás ser un predicador profundo ni un cristiano cabal. Te guste o no, lee. Es por tu vida¡ no hay otra manera¡ de otro modo serás una persona

frívola todos tus días, y un predicador bastante superficial. JOHN WESLEY, CARTAS

Como los lectores tienen la mayor influencia en la sociedad, sin importar cuál sea el modo de diversión de las masas, los cristianos podrían volver a ser los pensadores y líderes de la sociedad. Algo

parecido sucedió hace 1,500 años en la primera Edad Media cuando los vándalos ensuciaron a una civilización basada en la ley y en el aprender ... El vándalo estético podría estar regresando al anti­

intelectualismo de la cultura de las masas y al nihilismo posmoderno de la alta cultura. Los cristianos podrían ser los últimos lectores. Si así es,

necesitan estar preparándose. GENE EDWARD VEIGH, JR.

A los que sucumbieron a ser ratones de biblioteca ... Él [Dios] suavemente dirigió hacia las aguas quietas, poco profundas donde

los perdimos de vista. Podían satisfacerse con menos, ¡así que menos recibieron! ¿Por qué? Porque los libros en sí son solo cosas muertas.

HOWARD Goss, UNO DE LOS PRIMEROS PENTECOSTALES

Un tiempo para quemar libros, como el que describe Hechos 1 9: 1 9 sería una bendición para nuestra tierra. Nuestro gobierno haría bien en

seguir al gobierno Nazi en tan siquiera una sola cosa. PENTECOSTAL EVANGEL, 1935

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Ensanchemos la mente: Lectura

S e cuenta la historia de un hombre que habló con el Señor sobre el cielo y el infierno. El Señor le dijo: «Ven, y te mostraré el infierno». Entraron en un cuarto donde varias personas estaban sentadas alrededor de una gran

olla de comida. Todos tenían hambre, estaban desesperados y flacos. Cada uno tenía una cuchara que llegaba hasta la olla, pero las cucharas tenían mangos mucho más largos que sus brazos de modo que no podían usarlas para meterse la comida a la boca. La frustración y el sufrimiento eran horripilantes.

Después de un rato el Señor dijo: «Ven, ahora te mostraré el cielo». En­traron en otro cuarto, idéntico al primero: la olla de comida, el grupo de perso­nas, las mismas cucharas con mangos largos; pero ahí todos estaban contentos y bien alimentados. «No entiendo», dijo el hombre. «¿Por qué están tan con­tentos aquí cuando eran tan terriblemente miserables en el otro cuarto?; todo es igual». El Señor sonrió. «Es sencillo; aquí han aprendido a darse de comer los unos a los otros».

La historia de la iglesia está llena de hombres y mujeres que han in­clinado su corazón al cielo y han recibido vislumbres de las cosas eternas. Con frecuencia estos siervos del reino han escrito estos tesoros para ayudar a otros fatigosos viajeros a lo largo del Camino Real. Con su conversación, nos llaman a nosotros, los peregrinos del último día, a que oigamos su sabiduría más antigua. Pero a veces cortejamos la actitud de los corintios diciendo: «No te necesito» (1 Co 12:21). Al hacerlo así, trágicamente renunciamos a la sus­tentadora gracia que de otra manera nos podría dar mejor capacidad, alcance, gozo y equilibrio. Necesitamos desesperadamente el sustento que se encuentra en las cucharas rebosantes, con largos mangos, de las otras almas. A veces es­tas cucharas vienen en la forma de libros, y a veces sus mangos son tan largos como los siglos, ofreciendo a nuestra famélica alma el revitalizador potaje de antaño. Este capítulo trata de los libros y de cómo la lectura puede expandir la vida de la mente.

LA LECTURA Y EL PUEBLO DEL EVANGELIO COMPLETO

Aunque el prejuicio no es de ninguna manera tan agudo como en nuestros primeros años, todavía existe una mentalidad dentro de los círculos pentecos­tales que se aferra a la noción de que «los libros son cosas muertas».l Estas personas consideran la mayoría de los libros como cadáveres sin vida de bol­sillo que descansan cómodamente en pequeños ataúdes de cuero. Como he indicado varias veces, cortejar un prejuicio por lo regular no quiere decir que la persona exprese su prejuicio descaradamente. Lo mismo se puede decir de los sentimientos antiliterarios. Este problema se manifiesta de varias maneras.

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Leer muy poco, leer solo aquello con lo que estamos de acuerdo o leer solo li­teratura contemporánea son tres de los síntomas más comunes del problema.

A partir de la década de 1820, los predicadores populares de la «religión del pueblo» virtualmente guardaron silencio sobre la importancia de examinar las grandes obras literarias de la antigüedad. Al contrario, hombres como Fin­ney, Cartwright, Moody, Sunday y otros no solo atacaron a los renombrados clásicos, sino que también fallaron a la hora de apoyar la lectura de los Padres de la iglesia, de los eruditos, de los reformistas, de los puritanos y de otros como estos. Algo temible sucedió en la religión de avivamiento en la nueva república; en gran medida, fue cortada la comunión con las mentes gigantes y los líderes cristianos brillantes del pasado.

Con el añadido empuje del movimiento de santidad de mediados y fina­les del siglo diecinueve, los atesorados tomos de tiempos pasados se alejaron dos veces del interés de los círculos cristianos populares. Y cuando el pente­costalismo fue lanzado a principios del siguiente siglo, el «pueblo del Espíri­tu» supuso que tenía poca necesidad de libros anticuados garabateados por los protestantes anteriores a los pentecostales, y de los enmohecidos volúmenes de los enclaustrados místicos católicos.

No es ningún secreto que la mayoría de los líderes de los movimientos del evangelio completo hayan fallado a la hora de promover la causa de los grandes libros de todas las épocas. Piense en ello por un momento. ¿Cuándo fue la última vez que le fue recomendado un libro escrito antes de 1900? ¿Re­cordamos diez o cinco o tan siquiera un solo artículo en nuestra revista del evangelio completo favorita que proclamara las alabanzas de Dante, Donne, Doddridge o de Dostoevsky, Baxter, Boston, Brooks, San Agustín o San An­selmo, Law o Lancelot Andrews, Sertillanges o St. Thomas, Temple o Jeremy Taylor? ¿O cuántas manos necesitamos para contar o calcular las veces que nuestro predicador favorito se refirió a Flavel, Fenelon, Frost, Plutarco, Pascal, Pound, Woolman o Watts? A más de esto, ¿es de admirarse que pocos, si es que algunos, pentecostales han ocupado puestos eminentes en el mundo litera­rio durante los últimos cien años?

Queda mucho que desear al comparar las listas de lectura prescritas por Edwards, Wesley, Spurgeon, Lewis, Sanders, Lloyd-Jones y Tozer con los há­bitos de lectura del pueblo contemporáneo del evangelio completo. El abis­mo entre la gran literatura del ayer y lo que es popular hoyes ancho y va en aumento. Además de los cientos de pastores y laicos con los que he hablado sobre sus hábitos de lectura, y además de las numerosas bibliotecas de iglesias que he examinado, también he hecho varias encuestas sobre lo mismo.

En tres ocasiones, he recogido información de líderes laicos y pastores del evangelio completo. Una pregunta en las encuestas pedía que los partici­pantes nombraran el clásico cristiano de más efecto que habían leído. Entre los

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Ensanchemos la mente: Lectura

citados los más frecuentes fueron: La serie de Dejados atrás, My Utmost for His Highest [Lo máximo de mí por lo más alto de él], La cruz y el puñal, En sus pasos, The Pursuit of God [La búsqueda de Dios], Hinds Feet in High Pla­ces [Pasos de cierva en lugares altos], The Great Late Planet Earth [El gran planeta tierran, fallecido] y Piercing the Darkness [Perforemos la oscuridad]. A un tercio de los encuestados no se les ocurrió ninguna obra que consideran ser un «clásico». Además, un abrumante noventa y sies por ciento confesó leer exclusivamente volúmenes escritos en el siglo veinte. Entre los autores cristianos más comúnmente mencionados, favoritos de todos los tiempos se contaban Chuck Swindoll, Janette Oke, Max Lucado, Frank Peretti, Watch­man Nee, John Maxwell, James Dobson, Neil Anderson y Tim LaHaye. Cada uno de estos escritores le ofrecen ayuda al cristiano de hoy; sin embargo, yo sospecharía que muchos de ellos nombrarían a autores de la antigüedad como su carne y bebida cerebral y espiritual. ¿Por qué?

Es verdaderamente trágico que ninguna de la literatura teológica o de­vocional superior de los primeros 1,800 años de la iglesia resaltara en las encuestas de «Hábitos de lectura de los pentecostales». Si los creyentes llenos del Espíritu proclaman su estado de evangelio completo, por lo menos deben sentirse obligados a mostrar un interés en la manera en que Dios ha depositado esta verdad, por medio de la plenitud de su Cuerpo, por todos los eones de los siglos cristianos pasados.

Ser del evangelio completo quiere decir confiar completamente en que Dios es capaz, y estar dispuesto, en todo tiempo, a hacer todo lo que se hizo en la era apostólica. Esto tiene implicaciones directas para la forma en que los pentecostales deben considerar a los grandes escritores de Dios de hoy y de la antigüedad. El discípulo del evangelio completo profesa creer que Dios toda­vía opta dar sabiduría celestial a través de sus imágenes terrenales imperfec­tas (palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, lenguas e interpretación, profecía, etc.). De toda la gente, tenemos confianza en que, como lo expresa Francis Schaeffer, «él está aquí y no guarda silencio». A la vista de esto, ¿no parece que los creyentes pentecostales no solo deben estar entre los escritores más grandes, sino también entre los lectores más astutos? Pero este no parece ser el caso.2

Una rápida ilustración confirmará la falta de interés que con frecuencia tenemos hacia el buen material de lectura. Pocos años atrás se les envió una hoja suelta a los pastores pentecostales de cierta región, que indicaba que se regalaría una colección de entre 5,000 y 10,000 libros cristianos. Después de viajar casi doscientas millas para participar en lo que me imaginaba sería un sueño demasiado bueno como para ser de verdad, me quedé atónito al ver que ni un solo pastor se presentó antes de que yo rebuscara entre toda la bonanza de libros durante casi dos horas. Como un remolino, me había apoderado de

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un puñado de obras clásicas de hacía cien años de Spurgeon, varios volúmenes clásicos de los puritanos, había metido en una caja unos cuantos rimeros de obras de referencia y había comenzado a escoger una cosecha de Schaeffer, Ryle, Murray, Lutero y otros como estos. La recogida me había producido, en­tre otros, volúmenes por Muggeridge, Manton, Boston, Bacon, Waugh, Weil, Sayers, Solzhenitsyn, Dodd, Dostoevsky, Chesterton y Chekhov, una verda­dera fortuna de tesoros literarios.

No solamente el segundo benefactor llegó dos horas tarde, sino que solo un total de diez llegaron en todo el día. Al entrar al pequeño apartamento que estaba repleto de libros de pared a pared, los rebuscadores preguntaban si al­guien había espiado sus favoritos. Uno pidió ser el primero en tomar algo de Kenneth Copeland, otro se adueñó de las obras de Billy Graham; otros busca­ron febrilmente obras de Max Lucado, Chuck Swindoll, Oral Roberts, David Wilkerson y James Dobson. Yo le di una mirada a los rimeros que algunos de los otros habían apartado; la mayoría eran libros sobre psicología popular, devocionales diarios, ilustraciones para sermones, crecimiento de iglesias y libros de bolsillo carismáticos. Me entristecí al ver los libros amontonados en columnas esperando sus nuevos hogares en el estudio de los que acababan de llegar a adoptarlos. Me entristecí todavía más por el descuido de los que habían sido ignorados totalmente.

Es casi inconcebible que las ricas obras teológicas, devocionales y filo­sóficas que alimentaron a los gigantes espirituales de épocas pasadas estén al borde de la extinción en la subcultura pentecostal carismática. Pero no esta­mos solos. Como sucede prácticamente con todo dilema con el que trata este libro, también hay un descuido de la buena lectura entre cristianos en general en nuestra cultura. Ya sea en el pentecostalismo, el fundamentalismo, o el evangelicalismo, las pesadas obras de antaño permanecen en la lista de la li­teratura en grave peligro de extinción. Púlpitos y bancos, clérigos y laicos por igual parecen haber perdido los pródigos tesoros literarios de su herencia.

Para poder arrestar esta ola progresiva, debemos estar dispuestos a sacar de la mina la riqueza colectiva intelectual y espiritual -las fortunas ganadas duramente- de la gran nube de maestros, eruditos, místicos y profetas por medio de los libros que han escrito. La sencilla combinación que se necesita para arrebatarle la llave a sus tesoros es: hambre + humildad + disposición + sacrificio de tiempo. Al desparramarnos por la puerta del nuevo milenio, debe­mos echar mano a la dádiva de las grandes vidas que moran en los volúmenes de antaño, para que podamos ser más equilibrados y estar más completamente preparados para abrir un nuevo curso hacia el siguiente capítulo de la historia de Dios.

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Ensanchemos la mente: Lectura

LA LECTURA Y LA MENTE AMERICANA

Como nuestro código cristiano de valores es hasta cierto grado producto de la cultura mayor en la que hemos sido criados, no nos debe sorprender que América en general luche con la lectura. Hasta un gran alcance, este es el mis­mo defecto que impide nuestra aspiración y capacidad para recobrar una vida nacional de la mente. Entre los que sí leen y desean ser elevados al campo de la excelencia intelectual, muchos se enfrentan con una batalla colosal al tratar de comprender y asimilar información de un modo proficiente y que satisfaga. Algo ha cambiado drásticamente en la manera en que pensamos y captamos ideas. Nuestra misma habilidad para captar pensamientos a través de los textos impresos se ha deteriorado a una velocidad alarmante.

La mente moderna parece lenta, conformándose con las explicaciones superficiales en vez de optar por el combate riguroso en la arena de las ideas, de los argumentos, de la lógica, de la polémica y del pensamiento superior. La verdadera lectura es la cumbre del buen pensar, es probar toda proposición, línea por línea, precepto por precepto, para determinar si el pensador detrás de las palabras ha logrado un equilibrio entre la sinceridad y la sabiduría. Com­parar hechos, opiniones e ideas afila nuestro hierro intelectual, moviéndonos un paso más cerca a convertirnos en «pensadores originales», que podemos contribuir al diálogo corriente, universal, histórico que explica y defiende lo que es realidad. Pero de nuevo, no parecemos poder lograrlo.

Al charlar con otros sobre el contenido de este capítulo, algunos han dudado de la validez de mi argumento. También están los que se consideran lectores astutos, pero que sin darse cuenta confirman que ellos también pade­cen del mismo problema que la mayoría. Huelga decir que cuando se revelan algunos de los hábitos de lectura de nuestra nación, la mayoría nos quedamos pasmados. Por ejemplo, al final del siglo veinte, se han presentado informes de que 23,000,000 de norteamericanos de la fuerza laboral son analfabetos funcionales; el ochenta por ciento de los libros que se leen en Estados Unidos los lee el diez por ciento de la población; y el noventa por ciento lee menos de cinco minutos al día. En 1987 el anterior secretario auxiliar de educación descubrió que solo un cinco por ciento de jóvenes americanos de diecisiete años de edad leía lo suficientemente bien como para comprender un discurso literario o una obra histórica principal. Otro estudio muestra que el cincuenta por ciento de los que entran en un plantel universitario de dos años en estudios generales lee a un nivel inferior que el del noveno grado; más del ochenta por ciento de estos creían ser muy buenos lectores. Además, hay veintitrés países que le venden a su pueblo más libros por cabeza que Estados Unidos; y en 1983 ocupamos el lugar número 49 en capacidad para leer y escribir entre los

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158 países de las Naciones Unidas. Informes subsiguientes nos dan el 55 y 61 lugar respectivamente.3

En una escuela secundaria de Filadelfia, se informó que el ochenta y cinco por ciento de los graduados eran analfabetos funcionales. ¡Añada a esto el hecho de que en algunas ciudades, más del cuarenta y dos por ciento (Was­hington, D. C.) Y un cuarenta y tres por ciento (Boston) de estudiantes de secundaria se salieron de la escuela antes de poder siquiera calificar para parti­cipar en este tipo de encuesta! Aun tan recientemente como en mayo de 2000, todo un distrito del medio oeste consideró sus escuelas «incompetentes para ser llamadas centros de educación», reconociendo que se habían graduado me­nos del cincuenta por ciento de sus alumnos. En gran parte, la deficiencia para la lectura fue culpable de la defunción del distrito. Menos de uno de cada diez de dentro del sistema era capaz de leer a un nivel propio de su edad. Finalmen­te, cuando se probó el cacumen en la lectura de los veinte países más «avan­zados» del planeta, los alumnos de secundaria americanos fueron los últimos o antepenúltimos de todas las categorías. Son las estadísticas de esta magnitud las que provocaron el lamento de un crítico social cristiano: «Rápidamente nos estamos convirtiendo en una nación de analfabetos, con un mayor número de no lectores que casi ninguna otra nación industrializada».4

Las razones de nuestra degeneración son numerosas. Entre las más nota­bles están las siguientes:

• • • • • • • • • • • • •

el revolucionario cambio a la comunicación visualmente orientada la inundación de imágenes rápidas en nuestra sociedad la excesiva plétora de información sin contenido el uso común de citas cortas que suenan bien un insaciable apetito por lo sensacional el fomento de lapsos de atención muy breves los triviales anuncios insensatos la definición general de ocio una reducción del debate público el poder de la diversión de espectador una expectación de resultados inmediatos un abrumador énfasis en «lo práctico» la pérdida de la educación clásica.5

La invasión de estas fuerzas culturales filosóficas ha contribuido a alterar nues­tro anterior dominio en digerir la página impresa. Luchamos por comprender conceptos, interpretar información compleja y seguir oraciones compuestas (¿ha leído usted recientemente a Shakespeare, Irving o John Owen?). La capa­cidad para el razonamiento analítico y la expresión creativa padecen: las gene-

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ralidades reinan de forma suprema. En este ambiente frustrante y debilitante, seguir secuencias lógicas para resolver problemas de palabras se hace más amenazante que los problemas mismos. Se nos hace difícil inferir más allá de simples hechos, y seguir y ofrecer argumentos a nivel múltiple causa fatiga en nuestra mentalidad de horno microondas.

En breve, nuestra organización mental y disciplina intelectual se han ido a pique, pero muchos no se dan ni cuenta de este fenómeno. Otros se dan cuenta pero parece que no les importan estas barbáricas implicaciones. ¡ El que se adelante a devolverle a nuestra cultura el matrimonio de la excelencia intelectual con el fervor espiritual tendrá una oportunidad de impresionante magnitud! Pero, recuerde lo que digo, el que crea que puede hacer frente a este desafío primero debe tratar con los trágicos efectos del analfabetismo funcional y la disipación general de la capacidad cognitiva relacionada con la lectura.

LA LECTURA DE BUENOS LIBROS

Más rápidamente que cualquier otra práctica, una pasión por la lectura de bue­nos libros puede moverlo a uno hacia la vanguardia del crítico conflicto de hoy por el dominio de la mente humana. No es casualidad que los principales lí­deres cristianos del pasado, que han ayudado a revivir, a infundir nuevo vigor revigorizar y reformar a la descarriada iglesia, hayan sido, casi todos, lectores voraces. Pero no solo han leído, también han expresado su convicción de que leer es el camino para ensanchar la mente, ejercitar el intelecto y traer mejor enfoque a las imágenes que tenemos de la realidad.

Con los años he ido recopilando más de cien declaraciones de las figu­ras cristianas más notables del pasado sobre el valor de leer buena literatu­ra. Cuando medito sobre este testimonio coherente y convincente, me siento desalentado porque la iglesia norteamericana moderna al parecer ha ignorado esta lección en su totalidad. O sospechamos que estos líderes están diciendo la verdad pero nos negamos a pagar el precio necesario, o nos negamos del todo a ver su sabiduría. Quizás simplemente hemos fallado a la hora de reconocer su admonición a leer las grande obras espirituales y clásicas porque no hemos tomado el tiempo, o no hemos tenido el interés, para leer sus pensamientos sobre la lectura.6

Al regalarse leyendo escritos excepcionales, el lector puede ornamentar su capacidad para hablar; aprender de los errares de otros; mejorar su profun­didad de conversación, o sea, ¡convertirse en una persona más interesante! Los lectores están inclinados a hacerse más esclarecidos respecto a cuánto no

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saben y así experimentar profundidad de humildad. Además, al consumir las grandes obras literarias, el lector se une a las grandes aventuras del mundo en experiencias de otra manera desconocidas. Los libros traen fértiles amistades y ofrecen rica diversión y mucho más.

Consumir la palabra impresa nos puede revelar quiénes somos en rea­lidad y darnos a conocer que hay muchos más que piensan como nosotros y que hacen las preguntas que nosotros hacemos. Leer nos ofrece compañía en momentos de soledad, nos deja ver otras culturas, nos trae ideas a la vida y hace sonar la alarma sobre la naturaleza y la seriedad de los problemas que nos rodean. Luchar con, e ingerir, las ideas de las otras mentes de Dios hacen que nuestros prejuicios exploten, destruye la estrechez de mente, mata el sec­tarismo, amplía nuestros horizontes y refina nuestra compasión. Los libros ex­celentes' desafiantes educan la mente, mejoran nuestra habilidad para escribir, aumentan nuestro vocabulario, encienden los impulsos para prestar servicio, afinan nuestro intelecto, nos sacuden de la complacencia, nos sacan de la pasi­vidad, de la indiferencia y nos prueban la conciencia. Asociarnos con buenos libros nos transforma en personas mejor equilibradas, mejor informadas, me­jores.

Para ser cautivados por las obras literarias de renombre, uno debe por lo menos cortejar su texto. Solo después de haber probado a los maestros pa­sados, su prosa y su poesía, el lector estará en una posición para poder medir de verdad la calidad de obras más recientes. Deleitarse con Cicerón o Calvi­no, digerir una porción de Dickens, Dillard o el Dr. Johnson, partir pan con Buechner o Burroughs, probar a Tolstoy o a Newman, a Carnell o a Merton, a O'Connor o a Chesterton. No hace falta mucho tiempo para discernir una notable profundidad en estos autores, para reconocer la amplitud tan significa­tiva que separa la literatura cristiana popular de hoy del concentrado espiritual y cognitivo de las plumas de ayer.

TOMARSE TIEMPO PARA LEER

Un pastor distinguido, que escribía con frecuencia sobre el valor de los buenos libros, perfiló los enemigos de la lectura: pereza, dormir demasiado, pasar mucho tiempo en el cuerpo, cantidades indebidas de diversión, conversación inútil, tiempo con amigos indisciplinados, demasiado ocio y deportes, buscar ganancias materiales y mantener las cosas materiales. Alguien podría decir: «Vivimos en un mundo lleno de ocupaciones, distinto del de los ratones de biblioteca del ayer que no tenían mucho que hacer excepto pasar el tiempo hojeando las páginas de manuscritos encuadernados en piel». Ah, se me olvi­dó mencionar que el distinguido pastor era el puritano Richard Baxter. i Y él

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escribió sobre estos ladrones de la lectura en los 1600, cuando los hombres se agotaban partiendo leña para el fuego, arando a mano, acarreando agua del río, moliendo grano y cargando carbón, junto a otros cientos de deberes durante más de dieciocho horas al día! Antes de convertirnos en lectores proficientes, primero debemos sacar tiempo adecuado y de calidad para hacerlo. Otros han tenido el mismo desafío. Si ellos sacaron tiempo en sus terribles horarios, también nosotros debemos hacerlo.7

El «padre de las misiones modernas», William Carey, se educó a sí mis­mo leyendo mientras hacía zapatos. Abraham Lincoln cultivó el suelo de su mente mientras cultivaba el suelo de la tierra amarrando libros en el mango de su arado para poder leerlos. Los hermanos Wesley leían a los grandes poetas y filósofos griegos por diversión y aprendieron español y francés mientras andaban a caballo por toda Inglaterra. De igual manera, Francis Asbury, el más grande de los jinetes itinerantes, se cultivó al leer casi 60,000 páginas por año ¡mientras montaba a cabal/o! Aunque con frecuencia estaba en peligro, cansado y era abofeteado por el mal tiempo, hizo el propósito de leer un míni­mo de cien páginas al día. Por supuesto, las cosas eran mucho más diferentes para él; no tenía que liderar con todas las conveniencias de las que gozamos doscientos años después. No obstante, si aspiramos a ello, nosotros también podemos triunfar sobre la tiranía de estar muy ocupados, del materialismo y del hedonismo, designando un lugar y sacando tiempo para alimentar nuestra mente.8

Todos tendríamos más tiempo para leer si apagáramos la TV o la compu­tadora, si tuviéramos «menos» cosas que mantener, si trabajáramos menos ho­ras extra opcionales y si incorporáramos más lectura en nuestro tiempo social, de recreo, de familia y de ocio. También estaríamos más prontos a introducir estos cambios si nos deleitáramos más en la lectura, y nos deleitaríamos en la lectura si probáramos sus grandes beneficios. Quizás estaríamos más dis­puestos a probar esos beneficios si entendiéramos mejor la naturaleza de los libros, pues son, en su esencia básica, el depósito y pozo de los mejores y de los peores pensamientos de la raza humana.

Leer lo que dice un autor es como oír una conversación. Los libros son, en un sentido, la parte inmortal de la experiencia terrenal de la humanidad, la parte más duradera de su personalidad. Si son buenos, son oráculos de sa­biduría y verdad, provenientes del Padre de las luces, colados por el alma de uno que fue hecho a su imagen y entregados en lenguaje impreso sobre una página para que todos los leamos, los contemplemos, los absorbamos y luego los apliquemos. O simplemente los desechemos. ¡Pero los libros nos ofrecen mucho más! Muchos que se han atrevido a invitar a la literatura excelente a las cámaras de su alma interior han recibido más de lo que esperaban. Busca­ban recreación, relajación, consideración informal o simple cosquilleo mental,

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¡pero lo que recibieron fue un encuentro cara a cara con la transformación espiritual!

ALMAS PERDIDAS Y PÁGINAS VIVAS

Al examinar las crónicas de la historia de las conversiones, casi siempre me he sentido abrumado por los muchos santos que llegaron a Cristo o que fueron impulsados a nuevos niveles de madurez espiritual por la lectura de la lite­ratura de influencia. No puedo ofrecer una lista larga aquí, pero creo que es importante mencionar a unos cuantos de los que se acercaron más a Cristo por medio de libros. Además, es interesante descubrir que muchas veces, las almas cerebrales han sido alimentadas por las mismas fuentes famosas, confirmando que la grandeza engendra grandeza.

Considere los casos de A. B. Simpson, A. J. Gordon y R. A. Torrey. Los tres fueron instrumentales en el movimiento de santidad del siglo diecinueve; los tres fueron, en cierto respecto, predecesores del pentecostalismo; y los tres llegaron a Cristo como resultado de meditar sobre libros escritos más de cien años antes de su nacimiento. David Livingstone examinó un sermón escrito, la esposa de Adoniram Judson fue tocada por True Religion [Religión verdadera] y Adorinam Judson estudió un viejo folleto. Todo resultó en la conversión de estos grandes soldados de Cristo que, a su vez, sacudirían a su mundo para él.

En la historia de la salvación, también tenemos las sublimes y fascinantes secuencias en las que los activos en la fe estaban conectados entre sí por medio de buenos libros, como San Agustín, que por primera vez fue provocado a orar pidiendo la revelación de Dios al leer Hortensias, de Cicerón. Martín Lutero fijó su vista en los escritos de San Agustín, y así se sintió atraído a su Salvador. John Wesley oyó a un laico leer el prefacio de Lutero a su comentario sobre Romanos, y Charles Wesley se consumía ante el comentario de Lutero sobre Gálatas. Ambos entregaron su vida a Cristo como resultado de eso. A su vez, el corazón de Francis Asbury fue abierto por el desafío que recibió en Wesley's Journals [Diarios de Wesley].

El gran pastor puritano Richard Baxter admite que su alma fue desper­tada al poder de Cristo cuando leyó The Bruised Reed [El carrizo herido], del Dr. Sibbes. John Janeway reconocía que Saints Everlasting Rest [El descanso eterno de los santos], de Baxter fue el instrumento de su conversión. David Brainerd consiguió el libro de J aneway titulado Token for Children [Arras para niños], y dobló sus rodillas ante el cielo como resultado. Jonathan Edwards escribió The Life of Brainerd [Vida de Brainerd], un volumen que impulsó a William Carey a dirigir al mundo protestante fuera de su propio mundo peque-

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ño de la religión privada y a llevarlo al mundo entero: un esfuerzo misionero vigoroso, explosivo; una revolución que sigue hasta hoy.

Hay muchos más ejemplos. Phillip Doddridge fue influido grandemente por las obras de Baxter. William Wilberforce (el abolicionista) declaró que los escritos de Doddridge derrumbaron sus barreras intelectuales contra la fe. Santa Teresa leyó las Confesiones de San Agustín y se volvió a Dios; y Thomas Kem­pis, un monje agustino, se apoyó fuertemente en el consejo de su mentor mien­tras escribía Imitación de Cristo. A su vez, Teresa de Lisieux, como también John Newton autor de «Amazing Grace», atribuían su experiencia de salvación a la lectura de Imitación de Cristo. El genio literario de G. K. Chesterton se ha­bía deleitado con Santo Tomás de Aquino para recibir alimento espiritual. Y C. S. Lewis atribuía el clímax de su búsqueda espiritual a la lectura de la obra de Chesterton El Hombre Eterno. Chuck Col son llegó a un conocimiento salvador de Cristo mientras examinaba Mero Cristianismo, de Lewis. Y el presidente de Decker Communications, Bert Decker, dice que nació de nuevo mientras leía el libro de Colson Born Again [Nacido de nuevo l.

Qué increíble y qué bella es esta conexión por medio de los libros. Este aspecto del «mundo de los libros» no solo es fascinante, sino verdaderamen­te el lugar donde la vida se topa con la lectura. ¡Los libros cambian la vida! ¡ Seguramente quien dijo que los libros eran solo cosas muertas no conocía muy bien la historia de salvación! En un sentido, como se ha dicho, «los libros son personas», y «los libros eran hombres».9 Otra vez, estos cofres de tesoros encuadernados son opacas reflexiones de la mente del Creador, filtradas a tra­vés de los dones secundarios de la razón y de la creatividad de los que fueron hechos a su imagen. Derraman pensamientos para describir, sacar sentido de, e ilustrar el don principal de Dios para la humanidad llamado la experiencia de la vida. Los libros son ríos en los que la mente se alimenta y se fortalece, donde el estéril intelecto es afilado e irrigado. Los libros sirven como mento­res, mentores que exigen tiempo.

Nuestro Padre ha estacionado espíritus maestros como centinelas a lo largo de los siglos, poniendo a nuestra disposición estos compañeros de viaje que poseen un intelecto agrandado, un corazón gigante y amplio conocimien­to. Estos representan la suma de la sabiduría y del conocimiento a través de las épocas; no a «hombres muertos sepultados», como dijo un alma no informada. John Milton -el santo puritano y autor de esos grandes poemas épicos Pa­radise Lost y Paradise Regained [Paraíso perdido y Paraíso recuperado l- le pondría objeciones a esta supersticiosa noción diciendo: «Los libros no son cosas muertas, sino que contienen una potencia de vida para' ser tan activos como el alma cuya progenie son, pues preservan, como en un frasco, la más pura eficacia y extracción de ese intelecto vivo que los engendró. ¡Gracias a Dios por los libros!»lO

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Hay muchos más aspectos de los libros y de la lectura que debemos tra­tar aquí, pero una vez más, el espacio no nos permite hacerlo. Por esto, en un volumen futuro espero tratar de lleno con la filosofía de la lectura, examinar la cuestión entera de la elección de Dios de la palabra y la impresa para co­municarse con nosotros, disertar sobre la naturaleza de «los clásicos» y poner en palabras sencillas cómo podemos promover mejor la lectura de literatura de primera. La importancia de conocer a autores y de estudiar prefacios, de leer «cristianamente», de formar una biblioteca, de la variedad de géneros, de planes de lectura y de los volúmenes sugeridos por los gigantes espirituales, todo esto puede servirnos para convertirnos en lectores llenos del Espíritu que saben cómo poner en libertad la mente, disciplinar la mente, alimentar la mente, reforzar la «vida de la mente» y extraer la verdad de los atesorados volúmenes del mundo.

CONCLUSiÓN

Cierro esta parte de nuestro viaje con dos ejemplos sobre dos libros con los que me topé en dos bibliotecas diferentes, pues ambos personifican nuestra renuencia a invertir en la lectura de buena literatura. El primer libro se titula­ba Rediscovering the Great Ideas [Redescubrimiento de grandes ideas]. Tenía que ver con la significancia de las ideas de la antigüedad que el autor percibía como trágicamente abandonadas. El libro, que fue escrito en 1874, había sido donado a la biblioteca de la universidad en 1922, y había sido prestado por la primera y única vez en 1924. Cuando yo saqué el volumen de su olvidada tumba, hacían setenta y tres años que no se codeaba con la sociedad a la larga. Si, como cultura, tenemos tan malos modales hacia las grandes ideas de un siglo dos veces alejado del nuestro, no nos debe sorprender que en el siglo veintiuno nos encontremos a personas que exclaman: «Mira, he inventado un mecanismo revolucionario que verdaderamente transformará la vida como la conocemos, creo que lo llamaré "rueda"».

El segundo libro fue escrito por C. S. Lewis. Lo descubrí en una venta de la biblioteca local en 1996. El libro estaba en perfectas condiciones: no tenía páginas dobladas, no estaba subrayado, ni siquiera una tarjeta que indicara que había sido prestado. Solo había dos marcas en el libro. Una estaba atrás, indicando la fecha en que fue puesto en circulación (20 de enero de 1965). La otra marca estaba en el frente del libro, simplemente decía en letras oscuras «DESECHAR». Este volumen era una copia de la primera edición de 1964 de la defensa de Lewis de la literatura medieval y renacentista. En este libro él defiende la importancia de leer las obras de la antigüedad y subraya la influen­cia negativa en la mente cuando se descuidan los clásicos. El título de este

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brillante volumen, que nunca fue prestado en treinta y dos años y que ahora estaba marcado como DESECHAR, irónicamente es: The Discarded Image: Medieval and Renaissance Literatura [La imagen descartada: literatura me­dieval y renacentista]Y

Solamente por nuestros números (600-700 millones por todo el plane­ta), nosotros los del movimiento pentecostal carismático podemos marcar una tremenda diferencia en una cultura en la que las pantallas llenas de imágenes hipnotizan la mente de millones y donde la población en general ha olvidado el poder de la palabra escrita. Los creyentes llenos del Espíritu, si lo desean, pueden levantarse para convertirse en la vanguardia en el campo de la lectura. Las oportunidades que están frente a un pueblo bien leído, del evangelio com­pleto, de profundo pensamiento, son insondables. Pero en una sociedad cada vez más entorpecida, analfabeta, sensiblera y secular, la ventana de oportuni­dad podría cerrarse más pronto de lo que uno se podría imaginar. Si nos ence­rramos, si ignoramos la escritura en las paredes de la historia y si insistimos en pontificar detrás del velo del proteccionismo, solo ayudaremos a avanzar el problema y de ese modo facilitaremos algo que se parece a una nueva «edad de oscurantismo». Sin embargo, como hombres y mujeres que decidimos con­vertirnos en agentes de luz y que amamos a Dios con toda nuestra mente, podemos ayudar a repudiar los bárbaros ataques del anti-intelectualismo al trabajar mientras todavía es de día, al recobrar el paraíso de la gran lectura que tristemente está a punto de perderse.

NOTAS 1 Howard Goss fue el sucesor de Charles Parham, el «Padre del pentecostalismo». 2 Francis Schaeffer, He Is There and He Is Not Silent [Él está aquí y no está en silen­

cio], Crossway, Westchester, IL, 1982, 33 parte en vol. 1 de The Complete Works of Francis Schaeffer: A Christian Worldview [Obras completas de Francis Schae­ffer: cosmovisión cristiana].

3 K. Barrow, «Achievement and the Three R's: A Synopsis of National Assessment Findings in Reading, Writing, and Mathematics», [Logros y las tres Rs: Sinop­sis de Evaluaciones Nacionales sobre lectura, escritura y matemáticas], NAEP­SY-RWM, 50, 1982 (ED 223658); Diane Ravitch y Chester El Finn, Jr., What Do Our 17-Year Olds Know? [¿Qué saben nuestros hijos de 17 años?], Harper & Row, NY, 1987; K. Reed, «Expectations vs. Ability: Junior College Reading Skills» [Expectativas vs. habilidad: pericia lectora de estudiantes universitarios de cuarto curso], Journal of Reading, marzo 1989; J. Kozol, Illiterate America [La América analfabeta], NAL, NY, 1986. Según se cita en Jane Healy, Endan­gered Minds [Mentes en peligro], Simon & Schuster, NY, 1990, p. 24. Stephen

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Garubard, Reading in the 1980's [La lectura en la década de 1980], Bowker, NY, 1983, p. 13.

4 Según informes del superintendente del S1. Louis School District en ABC Nightly News, 2 de mayo de 2000; ver también James Dobson y Gary Bauer, Children at Risk [Niños en peligro], Word, DalIas, TX, 1990, p. 30.

5 Neil Postman, Amusing Ourselves to Death [Divirtiéndonos hasta la muerte], Pen­guin, NY, 1985; Gene Edward Veith, Jr., Reading Between the Lines: A Chris­tian Guide to Literature [Cómo leer entre líneas: guía cristiana de literatura], Crossway, Wheaton, IL, 1990; Earnest Dimnet, The Art of Thinking [El arte de pensar], Premier, Greenwich, CT, 1963.

6 Entre los muchos que hablaron sobre la importancia de leer grandes libros se cuentan San Agustín, Martín Lutero, John AngelIs, Richard Baxter, Charles Spurgeon, Oswald Sanders, Santo Thmás de Aquino, C. S. Lewis, John Wesley, A. W. Tozer, Isaac Watts, A. G. Sertillanges y Martyn Lloyd-Jones.

7 Richard Baxter, The Practical Works of Richard Baxter Select Treatises [Obras practices de los tratados selectos de Richard Baxter], Baker, Grand Rapids, MI, 1963.

8 John D. Woodridge, Great Leaders of the Christian Church [Grandes líderes de la iglesia cristiana], Moody, Chicago, IL, 1988, pp. 306-12; Douglas, The New International Dictionary [Nuevo diccionario internacional], p. 192; Tipple, Pro­phet of the Long Road [Profeta de la larga ruta], p. 90; Dobtree, The Biography of John Wesley [Biografía de John Wesley], p. 82; Sam WelIman,AbrahamLincoln, Barbour, Uhrichsville, OH, 1985, pp. 48, 54, 78, 90.

9 George McCutcheon, Books Were Men [Los libros eran hombres], Dodd, NY, 1931; Ethel Sawyer, Books Are People [Los libros son personas], Alan SwalIow, Den­ver, CO, 1951.

10 John Milton, según citado en James Baldwin, The Book Lover [El amante de los libros], McClurg, Chicago, IL, 1982, 12.

11 C. S. Lewis, The Discarded Image: Medieval and Renaissance Literature [La ima­gen descartada: literature medieval y renacentista], Cambridge Univ. Press, Cam­bridge, Inglaterra, 1964.

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PONDEREMOS LAS GRANDES MENTES DE

DIOS

------------------------~~~ -------Dé un paso hacia la generación que siguió a la de los escritores

del Nuevo Testamento para conocer a los hombres que fueron

discipulados por los apóstoles y encontrará tratados, apologías y cartas

circulantes de increíble inteligencia por parte de esos intensamente

devotos Padres de la Iglesia.

DAVID HAZARD, PEDAGOGO CRISTIANO

Cuando servía su propósito [de Pablo]' citaba a los autores griegos tal

como en otras ocasiones empleaba las sutiles líneas del razonamiento

rabínico ... San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín, imitando a

Pablo, aprendieron a apreciar y a utilizar el conocimiento clásico.

FRANClS SCHAEFFER, FILÓSOFO CRISTIANO

A pesar del dinámico éxito a nivel popular, los evangélicos americanos

modernos han fracasado notablemente a la hora de mantener una vida

intelectual seria. La situación histórica es ... curiosa. Los evangélicos

modernos son los descendientes espirituales de líderes y movimientos

que se distinguían por la atención escudriñadora, fructífera para la

mente.

MARK NOLL, HISTORIADOR DE LA IGLESIA

------------------~~. ------

Quizás usted haya oído hablar del joven que notó que su nueva esposa había cortado la punta del jamón al prepararlo. Cuando le preguntó por qué había preparado la carne de ese modo, ella respondió: «Así es como

mamá lo hacía siempre; por cierta razón siempre hace que el jamón quede mucho mejon>. Con un poco de sospecha, él le sugirió a su esposa que llamara a su mamá y le preguntara la razón de la misteriosa práctica. Cuando la hija le preguntó por qué siempre insistía en cortar la punta del jamón, la mamá con-

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testó: «Bueno, la carne siempre queda mejor cuando se prepara de este modo; mamá nunca la cocinó de ningún otro modo».

Aquí, el joven le instó a su esposa a que llamara a la abuela para poder llegar a la solución de este misterio; su escepticismo prevaleció. Cuando se le preguntó a la abuela cuál era el secreto culinario de la familia, ella se rió y res­pondió: «Cuando yo era pequeña, mi mamá siempre cocinaba el jamón entero; pero cuando tu abuelo y yo nos casamos, éramos tan pobres que solo teníamos una cazuela. Como el jamón era muy grande para la cazuela, le cortábamos la punta para que cupiera. Simplemente nos acostumbramos a cocinarlo en la misma cazuela vieja; ¡no tenía nada que ver con mejorar el sabor!»

Solo porque las cosas son como son no quiere decir que siempre hayan sido así. Y solo porque suponemos que sabemos por qué hacemos lo que hace­mos no indica necesariamente que lo sabemos de verdad. El dilema moderno de la falta de una mente cristiana es un tanto como «la historia del jamón acor­tado». Como durante cien años tantos buenos líderes cristianos han acortado su alcance intelectual, haciéndolo caber dentro de una cultura entorpecida do­minada por el pragmatismo, la opinión y la experiencia, las masas creyentes dan por hecho que siempre ha sido así. Es más, creen que en cierto modo el sabor del cristianismo será dañado si se expande para abarcar la «vida de la mente». En otras palabras, muchos todavía temen lo que un líder pentecostal bien intencionado conjeturó hace muchos años al preguntar: «¿Nuestro mo­vimiento se está desgajando de la experiencia al intelecto? Esta es la piedra de tropiezo que ha ocasionado el declive en el ministerio de todas las demás denominaciones» .1

De lo que muchos creyentes pentecosta1es carismáticos parecen no darse cuenta es de que antes del siglo diecinueve, no era poco común que las figuras cristianas más apreciadas cultivaran altamente su mente y experimentaran una profunda y apasionada devoción. Desde los primeros Padres de la Iglesia (100 a.C.) hasta los primeros días del segundo gran despertar (1800), no era raro descubrir un afecto por la emoción y la experiencia, la investigación filosó­fica y científica, la intimidad espiritual y el profundo pensamiento, todo en el mismo corazón. Pero, como he explicado en capítulos anteriores, para los creyentes modernos este modelo del cristianismo ha estado fuera de la vista por tanto tiempo que también está fuera de la mente.

En un ambiente como este, solo tenemos espacio para dar un superficial paseo por los salones históricos de la fe, resaltando a unos pocos de esos lí­deres que sobresalían entre sus contemporáneos. En una obra próxima espero extender el alcance y la profundidad para incluir por lo menos a setenta y siete gigantes de la fe, cada uno de los cuales demostró un asombroso equilibrio entre la razón y la fe. Pero por ahora demos este corto paseo, observando al andar que siempre que encontramos resultados óptimos y duraderos en la saga

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Ponderemos las grandes mentes de Dios

de la historia sagrada, casi inevitablemente siguen en la ola de una persona­lidad equilibrada que no solo valoraba la experiencia y las manifestaciones sobrenaturales de Dios, sino que también atesoraba el cultivo intelectual y la excelencia en el pensar.

SIGLO I

Si todavía queda algún lector escéptico hasta este punto, ese lector todavía debe tratar con el apóstol Pablo. Aquí tenemos a un misionero, un hombre de potente oración y multiplicados milagros, que poseía una mente increíble y que desafiaba a los demás a usar su capacidad para razonar. Pablo estaba al tanto de las falsas filosofías y las religiones medio amartilladas de su día, sin embargo sabía cómo clamar a su Dios para recibir poder. El citaba a los célebres pensadores y poetas, debatía, defendía, probaba, argüía, persuadía, discursaba y razonaba; no obstante hablaba en lenguas con facilidad y regu­laridad.

Este hombre de gran sabiduría, a quien Dios enviaba sueños y visiones, también desafiaba a los creyentes a orar en el Espíritu en toda ocasión y a demoler fortalezas con los buenos argumentos. Visitó el tercer cielo, echó fuera demonios y levantó a los muertos, pero también nos ordenó, a usted y a mí, que estudiáramos para estar aprobados, para defender la fe y para formar sana doctrina. Dio la orden de ser llenos del Espíritu y, al mismo tiempo, nos encargó que nos preparáramos para enseñar, para reconocer la falsa ciencia, para identificar las tramas de Satanás, para discernir la filosofía descuidada y para ser transformados por la renovación de nuestra mente. ¡Este es Pablo, la primera mente cristiana prendida en fuego!

SIGLO 11

Esta fue la época en que los creyentes se levantaron para defender su fe ante la creciente persecución y las usurpadoras herejías. En una cultura saturada de filosofía griega popular, los cristianos educados recomendaban su fe con defensas muy bien afinadas, volviendo la cabeza de los que estaban en lugares tanto bajos como altos e incluso cautivando la atención de emperadores.

Atenágoras (c. 140-190) estaba entre los santos más célebres del siglo II. Se le describe como «un cristiano filósofo de Atenas», que se dirigió a los emperadores Marco Aurelio y Cómodo. Escribió en el exquisito estilo clásico para poder defender la historicidad de la resurrección de Cristo y exonerar

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a los cristianos de la acusación de ser ateos. Era especialista en gramática y un teólogo que apasionadamente apoyaba el don de la profecía y los dones espirituales y que desarrolló la primera enseñanza explícita de la Trinidad. Atenágoras le dio una notable importancia a la mente, enseñando que una fe razonadora es la marca del cristiano. Enseñó que «el Hijo de Dios es el Lagos del Padre, en idea y en operaciófi», y que «el Entendimiento y la Razón del Padre es el Hijo de Dios». Este valiente seguidor de Cristo también usó su conocimiento de las obras de Homero, Pitágoras, Herodoto y Platón, además de la literatura judía, la historia del arte, la religión egipcia y mucho más para abrir la mente de los que eran hostiles a la fe. 2

SIGLO 111

Tertuliano (c. 160-220) era de una familia de alto rango en el ejército real ro­mano, y estudió arte literario, retórica, derecho, filosofía, literatura antigua y medicina. Haciendo uso de su erudición, escribió más de cuarenta volúmenes sobre la fe. Hizo un llamado a los cristianos a entregarle todo a Cristo, esta­bleció una importante base para la doctrina de la 1finidad, disputaba con los herejes y llamó al arrepentimiento al mundo pagano. Escribía con fluidez en griego y en latín estableciéndose así como «el primer autor cristiano signifi­cativo que escribía en dos idiomas». Sus obras, junto con las de San Agustín, fueron el instrumento que agitó el corazón de los que dirigieron la Reforma. Muy interesante resulta el hecho de que la Apología de Tertuliano fuera uno de los primeros libros publicados con la imprenta móvil, impreso por el mismo Gutenberg (1483).3

Se dice que Tertuliano arremetió un ataque devastador contra la herejía más peligrosa de su tiempo: el gnosticismo. Muchos creen que esta falsa re­ligión era la verdadera amenaza que extinguiría del todo la fe cristiana. Pero fueron las obras producidas por otros, como Tertuliano, las que detuvieron el asalto de esta mortífera secta e hicieron avanzar la causa de Cristo.

Además, este «padre de la teología latina» escribió los argumentos más desarrollados a favor de la Trinidad (hasta su época), escribió poderosos tra­tados sobre la saludable relación entre la fe y la razón y entre el cristianismo y la cultura, y defendió el lugar de la continua actividad del Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo. Es muy importante destacar que Tertuliano se unió al movimiento montanista, un grupo que profetizaba, obraba milagros y hablaba en lenguas. He aquí un hombre que no veía ninguna contradicción en el habla extática, en los encuentros milagrosos, en los intereses intelectuales, en la pe­ricia teológica ni en la profunda vida devocional.

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SIGLO IV

Desde el comienzo del siglo III (202) hasta los comienzos del siglo IV (311), las tormentas de la persecución azotaron con fuerza a la iglesia de Jesucristo, pero esos días se acercaban a su final. Para 325 el mismo emperador Cons­tantino se sentaba con los Padres de la Iglesia mientras componían los manus­critos originales del Credo de Nicea. Resulta interesante que siendo la iglesia el objeto de ridículo y tortura o la recibidora de la admiración imperial, los líderes del cuerpo de Cristo trataran de mantener altas normas intelectuales. El pensamiento crítico, la exactitud doctrinal, la disciplina mental, la conciencia cultural, la astucia filosófica y el debate apologético seguían compartiendo una sociedad respetable con un concentrado esfuerzo misionero, con la fer­viente devoción y con la participación en la manifiesta presencia de Dios.

fue en el siglo cuatro cuando surgió Eusebio (c. 263-339), el padre de la historia de la iglesia; Atanasio (c. 296-373), que una vez fuera casi el único defensor de la teología trinitaria; San Juan Crisóstomo (c. 374-407), llamado «boca de oro», porque era considerado como el mejor predicador de la iglesia antigua; y San Jerónimo (c. 345-420), el arquitecto de la traducción latina de la Biblia (la Vulgata). De muchas maneras, en estos 165 años entre el apogeo del dominio de Diócleto (303-311) y la Edad Media, que oficialmente comen­zó en 476 d.C. con la caída del Imperio romano occidental, fue cuando más brilló la luz.

San Hilario de Poitiers (c. 291-371) también estaba entre los que poseían una admirable mezcla de piedad, poder y racionalismo. De joven se procuró una sobresaliente educación en filosofía y en los clásicos, pero como todos los Padres de la Iglesia ya mencionados, trató apasionadamente de aprender durante toda su vida. A los treinta años, por ejemplo, Hilario aprendió grie­go para poder beber de la sabiduría de los anteriores Padres de la Iglesia. Su trabajo principal fue defender la doctrina de la Trinidad, pero también se de­leitó en componer muchos grandes himnos. San Jerónimo, su contemporáneo, cuenta de las poderosas maravillas que seguían a Hilario: sanidades, milagros y expulsión de demonios. Jerónimo escribe: «No habría tiempo si yo quisiera contarles todas las señales y maravillas de Hilario».4

Otras dos notables figuras de esta época fueron San Basilio el Grande (c. 329-379) y San Gregorio de Nisa (c. 330-397). Estos dos hombres eran hermanos. Su padre se había desempeñado como presbítero y ambos lo fueron también. Eran conocidos por su oratoria, su poesía, su lucidez teológica, su cristianismo práctico, su vida de sacrificio y su gran sabiduría. Los estudios concentrados de San Basilio fueron en filosofía, literatura y retórica; su pasión era la unidad y la «vida del cuerpo». Los puntos fuertes de San Gregorio eran la teología y la filosofía, que usaba en combinación con la demostración de

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poder para ganarse a los perdidos y para combatir herejías. Muchos de los escritos de Gregorio también tenían como centro el Espíritu Santo y la santi­dad.

Además de su saludable interés por la vida de devoción, ambos tuvieron múltiples ocasiones de ser testigos personales del poder de la sanidad. En una ocasión fue la propia hija de Gregorio quien fue sobrenaturalmente levantada de los muertos. Gregario de Naziano, otro padre de la iglesia y amigo de estos hermanos, escribe de las frecuentes demostraciones de los poderes para obrar maravillas de San Basilio.5

SIGLO V

Como se puede ver en las siguientes declaraciones, es casi imposible enfatizar demasiado la importancia de San Agustín (354-430) en el campo del pensa­miento cristiano. El maestro de la Biblia y filósofo R. C. Sproul dice de él:

Ciertamente no sería una exageración decir que ninguna figura de los primeros mil años de la historia de la Iglesia tuvo tanta influencia formativa en el pensamiento cristiano como la tuvo este hombre. Es el teólogo más grande, por lo menos del primer milenio del cristianismo, si no de toda la historia de la Iglesia.6

Otros teólogos conservadores lo han llamado «uno de los pensadores más importantes de la historia» y han dicho de sus escritos que «han influido casi todas las esferas del pensamiento occidental a lo largo de los siglos».7

Este humilde siervo de inmensa capacidad mental nunca dejó que su singular poder de razonamiento apagara su reverencia por la intervención soberana y sobrenatural del Espíritu. San Agustín se sentía emocionado al contar los detalles de los muchos sucesos sobrenaturales que tuvieron lugar en su presencia. No hay más que ver el capítulo 28 del libro 22 de La ciudad de Dios para darse cuenta del alto valor de la intervención directa de Dios en la vida de los santos. Después de catalogar docenas de sanidades, visiones y otros sucesos sobrenaturales, escribe: «Si yo me limitara a esos [milagros] que sucedieron aquí en Hipona y Calama, tendría que llenar varios volúmenes». En otra parte escribe: «Es un hecho simple el que no haya falta de milagros incluso en nuestro día».

San Agustín era un hombre del Espíritu que oraba fervientemente, un hombre de sabiduría y un intelecto experto que compuso miles de páginas de teología, un profundo hombre emocional y un ardiente amante de almas, que

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ha tocado los corazones con hambre durante 1,600 años. ¡Un verdadero arque­tipo de las grandes mentes de Dios!8

SIGLO VI

San Gregorio de Tours (c. 538-594) era un historiador francés altamente pre­parado que nació en una familia romana noble y fue ascendido al puesto de obispo a la edad de treinta y cinco años. Hablaba varios idiomas, tenía cono­cimientos de astronomía, estudió lógica y retórica y había leído extensamente los clásicos antiguos. Era un escritor prolífico que produjo diez volúmenes sobre historia, un libro sobre la vida de los padres de la iglesia, obras sobre los oficios en la iglesia y una variedad de comentarios sobre varios libros de la Biblia. No solo escribió obras sobre teología e historia sino también siete libros sobre milagros confirmados en la vida de creyentes.

En su obra Diálogos, Gregorio habla de su íntimo amigo Eleuterio, que oró por un hombre muerto, levantándolo vivo. También tiene una crónica de un episodio de unos demonios que fueron reprendidos de un niño y de su pro­pia sanidad de un padecimiento físico. Gregorio es un hombre que, siguiendo los pasos de los primeros Padres de la Iglesia, no solo estaba dedicado a la erudición de primera categoría para el Salvador sino que también estaba con­vencido totalmente de la intervención sobrenatural de Cristo.9

SIGLOS VII Y VIII

Beda (c. 673-735) era un sajón nacido en Inglaterra que personificaba el bello equilibrio entre la íntima espiritualidad y la ardiente actividad intelectual. La combinación de la rica tradición celta y la pasión por la lectura son la razón de su rara mezcla de verdad evangélica, educación elevada y fe basada en la experiencia. Beda es conocido como el erudito y escritor más importante entre la época de los padres de la iglesia y el avivamiento carolingio del aprender (c. d.C. 800). Sobresalía en geografía, teología, historia, educación religiosa y biografía. También era un tremendo expositor de la Biblia y maestro de ética. Este sabio doctor también se deleitaba en escribir himnos, en cantar y en ex­tensas temporadas de oración. lO

Una cosa más sobre Beda. Sí, lo ha adivinado, como las otras persona­lidades que ya hemos mencionado, también poseía un agudo interés por el «movimiento del Espíritu». Hace abundante mención de los sucesos sobrena­turales a través de su obra clásica Ecclesiastical History 01 England [Historia

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eclesiástica de Inglaterra]. Escribe relatos de los ciegos que vieron, los mudos que hablaron, los que iban a ser sacrificados y fueron puestos en libertad, los que eran agobiados por demonios y fueron liberados y los que se levantaron de los muertos. Para este santo erudito, espiritual, Dios era el autor de la historia, el dador del conocimiento y la fuente de los dones sobrenaturales. u

SIGLO XIII

San Buenaventura (1217-1274) es conocido mayormente por sus sublimes de­vocionales clásicos sobre la piedad, la humildad y la creación. Lo que muchos parecen olvidar es que este santo hermano también era un teólogo maestro y un gran pensador. Aunque los devotos modernos lo llaman el «Príncipe de los místicos», para sus contemporáneos era el «Doctor seráfico», denotando su excelencia en aprender. Por medio de su profunda comunión con Dios y su creencia de que lograr y aplicar conocimiento era para la gloria de Dios, produjo una de las síntesis más ricas de la espiritualidad cristiana que se co­nocen.

Buenaventura estudió en París donde recibió su maestría en teología y luego pasó a dirigir la escuela franciscana en la misma ciudad. Escribió volu­minosamente, produciendo más de 18,000 páginas de tratados eruditos, obras teológicas, devocionales y comentarios, y también realizó un trabajo monu­mental sobre la crítica textual. Se dice de sus escritos que están «repletos de técnicas analíticas y lógicas» y que «fueron utilizados por hombres sabios de todo tipo en su día».J2

Buenaventura también tenía un interés especial en el poder sanador so­brenatural de Cristo. Parece que cuando era niño fue milagrosamente arranca­do de las garras de la muerte por la intercesión de San Francisco de Asís. En sus dos sobresalientes biografías sobre San Francisco, con frecuencia comu­nica su experiencia con el don de profecía, palabra de sabiduría, ministerio de sanidad y la unción del Espíritu. He aquí otro gran hombre que vio los dones del Espíritu (escribió Los siete dones del Espíritu Santo), la seriedad del estu­dio y la disciplina mental como complementos, no opuestos.l3

Es interesante ver cómo esta alma maestra integra el alto llamado a aprender y la filosofía con el poder y la bendición del Espíritu Santo. Con frecuencia menciona los dones y la liberalidad del Espíritu en una misma ora­ción, seguida de una referencia a la lógica o a la racionalidad en la próxima. Él no veía ningún conflicto entre el estudio riguroso y la sencillez franciscana, ni tampoco veía el dominio de la teología y de la retórica como una contradicción con la vida de humildad. San Buenaventura verdaderamente era el epítome de una nueva y bendita clase de líderes medievales que fielmente sirvieron como

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tributarios de luz, mientras Dios preparaba a la iglesia para un río de arrebata­dora reforma.14

Los hombres que fungieron como vanguardia para la transformación re­ligiosa depositaron voluntariamente su vida en el altar de Dios, atreviéndose a batallar en contra de lo que se había convertido en una iglesia mundana, tirana. La guerra que pelearon tuvo lugar en el campo de la oración, del pensamiento, de la teología, de la doctrina, del debate, de la erudición y del sacrificio de sí mismos. En el espíritu del Renacimiento, poseían mentes avivadas; en el Espí­ritu de Cristo, poseían un corazón que ardía por las almas. Por gracia de Dios, habían captado la verdad de que, como apunta el filósofo Arthur Holmes, «los movimientos cristianos dinámicos que han ejercido una influencia duradera siempre han tenido que ver con la evangelización de la mente».15

SIGLO XV

Uno de los precursores más fascinantes de la Reforma fue Girolamo Savona­rola (1452-1498), el fogoso predicador de Florencia, que predicaba a multi­tudes de más de diez mil. No solo estudió medicina y escribió filosofía, sino que también dominaba el hebreo y el griego. Aunque al igual que San Juan Crisóstomo, es conocido por sus elocuentes pero fogosas exhortaciones so­bre el cielo y el infierno, como Santo Tomás de Aquino era también dado a visiones y sueños; era parecido a Montanus en sus profecías del futuro y se asemejaba a Agustín en sus escritos devocionales (Miserere y El Triunfo de la Cruz). Irónicamente, este «hombre renacentista», que clamaba por Cristo en la misma cuna del mismo Renacimiento (Florencia), fue ahorcado y quemado por predicar en esa misma ciudad el mensaje del «nuevo nacimiento» y «la regeneración de la iglesia» .16

Savonarola no tenía ni idea de que dieciséis años después de su muerte, todos los cinco de los grandes reformadores nacerían en sus respectivas esqui­nas de Europa. Estos eran los hombres que trabajarían sobre el sudor, lágrimas y sangre de los prerreformadores (Wycliffe, Tyndale, Coverdale, Bradwardi­ne, Huss, etc.), dando entrada a una época de renovación espiritual y revisión eclesiástica, de la que los precursores solo pudieron haber soñado. Las «estre­llas de la mañana» como los de antes de la Reforma han sido afectuosamente llamados, se habían desvanecido pero la aurora del esplendente día de la Re­forma había llegado.

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SIGLc9xVI

Se dice de Martín Lutero (1483-1546) que «se han escrito más libros sobre él que sobre cualquier otra figura en la historia, con la excepción de Jesús de Nazaret».17 A Lutero se le conoce como un monje, profesor, teólogo, autor de himnos, traductor, revolucionario, reformador de la pedagogía, figura política y místico. De cualquier manera que se le llame, todos están de acuerdo en que fue un hombre que cambió el mundo. Dicho sencillamente, su misión era la de liberar la mente de las masas del dominio absoluto de un evangelio hecho por el hombre, híbrido que se había convertido en todo menos en buenas nuevas.

Lutero asistió a la Universidad de Erfurt y luego a la Universidad de Wittenberg, donde recibió el título de Doctor en Teología. Invirtió el resto de su vida (treinta y cuatro años) dando discursos en las aulas de esta última. Aunque criticaba el excesivo énfasis en el intelecto, como cualquier creyente equilibrado, valoraba grandemente el uso de la razón, la lógica, la filosofía, los clásicos, la teología, la historia y todos los otros componentes de la vida de la mente. Lutero era un lingüista maestro y reformador político; le interesaba la astronomía (no la astrología) y las matemáticas y recibió con entusiasmo la «nueva ciencia» (con excepción de la teoría heliocéntrica de Copérnico). Su propósito era que una sólida educación fuera obligatoria para todos los hijos de los campesinos, civiles importantes y clérigos por igual (Lutero rompió el molde del celibato obligatorio ).18

Aunque algunos han tratado de adueñarse de Lutero como un antepasado que hablaba en lenguas, no parece haber ninguna evidencia en sus escritos de que este fuera el caso. No obstante, Lutero creía en el llamado divino, hablaba frecuentemente de la necesidad y del poder del Espíritu Santo y declaró una y otra vez el significante lugar y poder de la oración en la vida del creyente. Lutero definitivamente no temía proclamar la dependencia del creyente en el Espíritu Santo en la vida cotidiana.19

Resulta significativo que aunque Lutero a veces pareciera abogar por un punto de vista cesacionista (que dice que los dones espirituales cesaron con la época apostólica), su correspondencia personal y su oración privada revelan algo diferente. Una cita de los escritos de Lutero, que exhibe su creencia en la corriente intervención sobrenatural de Dios, viene de una carta personal escri­ta a unos amigos. Aquí les aconseja que clamen por el «poder de Cristo con la oración de fe» para poder contrarrestar la «aflicción que viene del diablo». Él los anima a que hagan como indica Santiago 5:14-15, que tomen a dos o tres diáconos o «buenos hombres» de la iglesia, diciéndoles que «pongan las manos sobre él» y que oren. Luego los desafía a que «benignamente se dignen librar a este hombre de todo mal y que hagan desvalida la obra que Satanás ha hecho en él». Antes de dejar la habitación del hombre indispuesto, Lutero

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les instruye que «Pongan la mano sobre el hombre otra vez y digan: "Estas señales seguirán a todos los que creen; pondrán las manos sobre los enfermos, y sanarán"».20

También se encuentran escondidas en sus escritos varias menciones fa­vorables del don de profecía. Él asegura que el don de profecía todavía es­taba presente en su día, aunque no tan conspicuamente como en los días de los apóstoles; y que los cristianos podían recibir conocimiento del futuro. Sin embargo, no estaba dispuesto a aceptar al profeta que da revelación que va en contra de la revelada palabra de fe en la Escritura. No solo fue un brillante eru­dito y un intelectual perdurable, sino también un hombre de oración poderosa que se apoyaba en la presencia del Espíritu Santo. Seguramente era un hombre para toda época, otro ejemplo de una mente en fuego para Cristo,21

SIGLO XVIII

Uno se podría preguntar cómo es que una mente que escribió penetrantes tra­tados a la edad de once años y que conocía bastante bien latín, griego y hebreo, a la edad de trece años pudo haber dirigido uno de los principales despertares espirituales en la historia del mundo.22 En realidad es bastante elemental; J 0-

nathan Edwards (1703-1758) estaba convencido de que la mente humana de­bía ser un reflejo del Dios omnisciente. Él veía toda la verdad como verdad de Dios y por tanto se negaba a poner la realidad científica y filosófica -que la mente es capaz de comprender- contra la realidad religiosa y experimental, la que el espíritu y los sentidos están hechos para comprender. En resumen, Edwards simplemente trataba con ahínco de amar a Dios con todo su espíritu, alma, mente y fuerza.

Con frecuencia a Edwards se le acusaba de ser un entusiasta; alguien que promovía el emocionalismo y la religión sin pensar. Pero nada puede estar más lejos de la verdad. Edwards ciertamente era un hombre apasionado, pero sus puntos fuertes intelectuales son lo que lo distinguían de la mayoría de los demás que, aunque apasionados, faltaban en amar fastidiosamente a Dios con la mente. Como ha dicho el biógrafo Perry Miller: «La verdadera vida de Jo­nathan Edwards era la vida de su mente}}.23

Edwards fue un erudito notable, un científico curioso, un teólogo de profundo pensamiento, un amante pastor, rector de universidad, un humilde misionero, un escritor prolífico y un tremendo evangelista. Aunque padecía de debilidad física, invertía un mínimo de trece horas al día en su estudio. Y aunque se apoyaba del púlpito, con frecuencia leyendo sus mensajes escritos con una lenta y monótona voz, fue la chispa que dio fuego al movimiento de Dios que llegó a ser el Gran Avivamiento de las colonias americanas. Esto, a

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su vez, ha inspirado a todos lo que desde entonces han buscado el verdadero avivamiento.24

Este gigante de la fe ha sido loado como «el filósofo teólogo más grande que jamás ha agraciado la escena americana» y como alguien que «llegó más cerca que ninguna otra persona a indagar la mente de Dios en el campo de la reflexión racional y la investigación bíblica». Samuel Davies, evangelista del siglo dieciocho, dijo que fue «el razonador más profundo, y el teólogo más grande que América jamás haya producido».z5

Aunque Edwards poseía un intelecto extraordinario, también escribió abundantemente sobre las manifestaciones sobrenaturales del avivamiento del Espíritu Santo, sosteniendo que cuando el Espíritu visita a su pueblo de maneras extraordinarias, es probable que toda clase de fenómeno acompañe el derramamiento. Su defensa de las manifestaciones físicas en el avivamien­to, su incesante mención del Espíritu, sus eufóricas obras devocionales y su expectación de la «gloria de los últimos días de la iglesia» llevaron a muchos a considerar a Edwards como un fanático o místico sentimental y peligroso. Estos creían que era deplorable que este brillante hombre se dejara llevar por el corazón y no por la cabeza.

La verdad del asunto es que quienes han contribuido a traer los cambios más positivos de la historia de la iglesia, casi todos han sido acusados por algunos de ser demasiado «cabezudos)) o intelectuales, y por otros, de de­masiado místicos o espirituales. Pero los mismos grandes nunca ven ninguna contradicción entre aplicar su intelecto para la gloria de Dios y participar en los genuinos aspectos experimentales de la fe. Esto explica por qué con fre­cuencia han sido vistos de maneras tan contrastantes y conflictivas.26

Este notable metafísico del alma veía claramente que ni el intelecto ni las emociones debían considerarse como el fin en sí. Más correctamente, él los consideraba como instrumentos, es decir, como un medio para un fin. Para Ed­wards, ese fin fue siempre la gloria de Dios por medio de nuestra veneración y gozo de él. Haciendo eco del famoso dicho de San Agustín sobre el asunto, Edwards afirmó que «el gozo de Dios es la única felicidad con la que nuestra alma se puede satisfacen>.27 Todos estos (incluso el intelecto, las emociones y los sucesos sobrenaturales) son solo las avenidas por las que viajamos al--o del-lugar donde el alma se reúne con Dios.

CONCLUSiÓN

Aunque no hay espacio en este capítulo para tratar con los incontables otros que claman desde el pasado para que nosotros los modernos fragmentados volvamos a unir la fe con la razón, sí debe haber espacio en nuestro corazón.

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Me encantaría dedicar un poco de tiempo a Aristides y a Santo Tomás de Aquino, a Pascal y a los puritanos, a Bradwardine y a Bernard de Clairvaux, a Orígenes y a los padres ortodoxos, a Wycliffe y especialmente a Wesley; pero aquí no puedo. Sin duda, Wesley es una figura importante para el movimiento pentecostal carismático y es un ejemplo perfecto de lo que tratamos en este capítulo. Pero como ya lo he mencionado en capítulos anteriores, soportaré la tentación de resumir su sorprendente síntesis de «la vida de la fe» y «la vida de la mente».

Desde comienzos de 1800, una nueva clase de «edad oscura» ha estado arrastrándose desde fuera de las sombras y lentamente se ha ido hundiendo en la mente vacía de los cristianos americanos. Los fallecidos Padres de la Iglesia se enfrentaron con los vándalos; nosotros también estamos encontrándonos con las huestes bárbaras (la religión oriental). Los escolásticos se encontraron con los ataques de los musulmanes; nosotros también tenemos que tratar con la invasión islámica. Así como el opio de la ignorancia entorpeció y llenó de sombras la mente de la época medieval, así también la mente de América se ha hecho lo suficientemente insensible a través del anestésico del materialismo y del placer que nos aplicamos nosotros mismos. Así como los precursores de la Reforma se vieron frente al contragolpe revolucionario, nosotros también tenemos expoliadora pestilencia (SIDA) y confrontaciones culturales a las que debemos dar frente.

En medio de todo esto, tontamente hemos hecho a un lado a los Padres de la Iglesia, hemos despreciado a los eruditos, hemos arrancado nuestras raí­ces de la Reforma, hemos desamarrado las ataduras del gran despertar y nos hemos desviado de nuestros antiguos caminos puritanos. La cabeza ha sido se­parada del corazón, lo intelectual ha sido aislado de lo espiritual y divagamos -nos tambaleamos- en la oscuridad. ¿Cuán profunda llegará a ser nuestra oscuridad? ¿Cuánto tiempo durará nuestra «edad oscura»? Solo nosotros po­demos determinarlo.

De ese modo, el llamado a la iglesia contemporánea no es a escoger entre una vida llena del Espíritu o una vida llena de conocimiento; más bien, somos llamados a reconciliar las dos. jA menos que rescindamos del divorcio no natural entre la mente y la emoción, la experiencia y el intelecto, la fe y la razón, ciertamente seremos culpables de mantener separado lo que Dios en su soberanía quiere que permanezca unido!

..." ......... n

NOTAS 1 Blumhofer, TheAssemblies ofGod [Las Asambleas de Dios], 2, p. 117.

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2 Robert Grant, GreekApologists ofthe Second Century [Apologistas griegos del s. I1], Westminster, Filadelfia, PA, 1988, pp. 102-9.

3 John Wimber, A Brief Sketch of Signs and Wonders through the Church Age [Esbo­zo breve de señales y milagros durante la Era de la iglesia], Vineyard Christian Fellowship, Placentia, CA, p. 9; Walton, Charts [Diagramas], p. 6; Ferguson, Encyclopedia of Early Chistianity [Enciclopedia del cristianismo primitivo], p. 883.

4 Joseph Deferrari, Early Christian Biographies [Biografías cristianas primitivas], Fa­thers of the Church, v. 15, Catholic Univ. of America Press, Washington, D.C, 1964, pp. 262-63; Ferguson, Encyclopedia of Early Christianity [Enciclopedia del cristianismo primitivo], pp. 425-26.

5 Nicene and Post-Nicene Fathers [Padres nicenos y postnicenos], ed. Schaff, 117, pp. 243,263,264,412; Wimber, A Brief Sketch of Signs and Wonders (Esbozo bre­ve ... ], p. 14: Elgin S. Moyer, Who Was Who in Church History [Quién era quién en la historia de la iglesia], Keats, New Canaan, CT, 1962, pp. 32, 17l.

6 R. C. Sproul, «Augustine» [San Agustín], en la serie de grabaciones The Consequen­ces of Ideas [Las consecuencias de las ideas], vol. 2, cinta AP 12.9/10, lado #2.

7 Alister McGrath, A Cloud ofWitnesses: Ten Great Christian Thinkers [Nube de tes­tigos: diez grandes pensadores cristianos], Zondervan, Grand Rapids, MI, 1990, p. 27; Ron Nash, «Augustine of Hippo» [Agustín de Hipona), Great Leaders of the Christian Church [Grandes líderes de la iglesia cristiana], p. 85; Wright, «Au­gustine» [San Agustín], New International Dictionary of the Christian Church [Nuevo diccionario internacional de la iglesia cristiana], p. 88.

8 San Agustín, Nicene and Post-Nicene Fathers [Padres nicenos y postnicenos], ed. De Schaff, 112; pp. 486-489. Moyer, Who Was Who in Church History [Quién fue quién ... ], p. 22; Ferguson, Encyclopedia of Early Christianity [Enciclopedia del cristianismo primitivo], pp. 121, 489-90; ver también San Agustín, Confesiones, 9.7.16, para comentarios sobre sanidades, visiones y expulsión de demonios.

9 Moyer, The Wycliffe Biographycal, [El Wycliffe biógrafo], p. 171; Who Was Who, pp. 175-76; Ferguson, Encyclopedia of Early Christianity, pp. 402-3; Wimber, A Brief Sketch of Signs and Wonders [Esbozo breve de señales y milagros), pp. 21-22.

10 Phillip Schaff, History of the Christian Church [Historia de la iglesia cristiana J, Vol. 4 de Books for the Ages, Albany, OR, AGES Software; Version l.0, 1997, pp. 532-537.

11 John Giles, editor, The Venerable Bede's Ecclesiastical History of England [Histo­ria eclesiástica de Inglaterra de Beda el Venerable], Bohn, Londres, 1845, 1, pp. 13-15,26-28,30-34; 2, pp. 68-69; 3, pp. 128-34; 5, pp. 235-44; A. H. Thompson, Bede: His Life, Times, and Writings [Beda: vida, época y escritos], Clarendon, Oxford, 1969, pp. 201-29.

12 Ewert Cousins, ed., The Soul's Journey into God [El viaje del alma hacia Dios], Paulist, NY, 1978, pp. 4-9; Douglas, New International Dictionary ofthe Chris­tian Church [Nuevo diccionario internacional de la iglesia cristiana], p. 140.

13 San Buenaventura, Major and Minor Life of Sto Francis [Vida mayor y menor de San Francisco], ed. Benen Fahy, Franciscan Herald Chicago, IL, 1973; para otras

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Ponderemos las grandes mentes de Dios

referencias a profecía, sanidad, milagros y dones, ver Ewert Cousins, ed., Bona­venture: The SouZ' s J ourney into God [San Buenaventura: Itinerario de la mente a Dios], Paulist, NY, 1978, pp. 4-9, 85, 113, 163, 164, 174, 184, 195, 196,225-38, 247-50,267,277-81,295-309.

14 Para ejemplos de esta delicada mezcla, ver especialmente: The Soul's Journey into God, de Buenaventura.

15 Holmes, The Making of a Christian Mind [La hechura de una mente cristiana}, p. 30.

16 Kepler, Fellowship af/he Sain/s [Comunión de los santos], pp. 247-52; Schaff, His­tory of the Church, 6, pp. 684-90.

17 Carl S. Meyer, «Luther, Martin», en Douglas, New Internatíonal Díctíonary of {he Christian Church, p. 611.

18 Scott H. Hendrix, «Luther's Communities» (Las comunidades de Lutero J, en Lea­ders ofthe Reformation [Líderes de la ReformaJ, ed. Richard De Molen, Susque­hanna Univ. Press, Londres, 1984, p. 48; Geoffrey Hanks, Seventy Great Chris­tians [Setenta grandes cristianosJ, Christian focus Bristol, GB, 1992, pp. 104-5; Moyer, Wycliffe Biographical [Wycliffe biográfico], pp. 250-251. Ver también F. Painter, Luther on Educatíon [Lutero sobre la educación], Concordia, St. Louis, 1989, cps. pp. 4-8, 10.

19 Thomas Zimmerman, «Pleas for the Pentecostals» (Peticiones para los pentecosta­les], Christianity Today [Cristianismo hoYJ, 7, 4 de enero de 1963, p. 12; Jerry Jensen, Baptists and the Baptism of {he Holy Spirit [Bautismos y el bautismo del Espíritu Santo], Full Gospel Businessmen's Fellowship International, Los Ánge­les, 1963, 2, p. 2; Carl Brumback, What Meaneth Thís [¿ Qué significa esto?], pp. 91-92; Willard Cantelon, The Baptism ofthe Holy Spirit [El bautismo del Espíritu Santo], p. 72. Ver también Lutero, Works [Obras], 55, pp. 141-43, 256 (index volume); Works, 24, pp. 366ss., 413; 40-50, 53, 55, 59, 70, 83; 48:365ff.; E. G. Rupp, Patterns of Reformatíon [Modelos de Reforma], Epworth, Epworth, 1969, pp. 100, 112, 186.

20 Lutero, Luther: Letters of Spiritual Counsel [Lutero: Cartas de consejería espiri­tualJ, ed. Theodore Tappert, Library of Christian Classics v. 18, Westminster, Philadelphía, 1955, p. 52.

21 Lutero, Warks [Obras J, 24, p. 366; Works: Lectures in Romans [Obras: conferencias sobre Romanos], pp. 444-51. Ver también Lutero, Sermons of Luther [Sermones de Lutero], ed. John N. Lenker, Baker, Grand Rapids, MI, 1983, 1, p. 5.

22 C. H. Faust, «Edwards as Scientist» [Edwards como científico], American Litera­ture, American Books, NY, 1930, 1, p. 393-404; Winslow, Jonathan Edwards: Basic Writings [Escritos básicos de Jonathan Edwards], p. 31; Douglas, New In­ternational Dictionary of the Christian Church, 334.

23 Perry Miller, Jonathan Edwards, Sloane Associates, NY, 1949, p. xi. 24 Charles Chauncy (1705-1787) luchó con vehemencia contra Edwards, viajando

trescientas millas para recoger información para «probar» que Edwards estaba equivocado. Su convicción era que Edwards llevaba a la región al caos religioso por medio de la emoción y el entusiasmo sin restricción. Para una explicación de este relato, ver Keith Hardman, Issues in American Christianity [Asuntos sobre

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el cristianismo americano], Baker, Grand Rapids, MI, 1993, pp. 44-46; lain Mu­rray, J onathan Edwards, Banner of Truth, Carlisle, PA, 1987, pp. 204-8, 244-46, 252-54,281-83. Sobre los hábitos de estudiar y escribir de Edwards, ver Serono Dwight, «Memoirs» [Memorias], en The Works of Jonathan Edwards [Obras de Jonathan Edwards], ed. Ed Hickman, 2 vols., Banner of1tuth, Carlisle, PA, 1987, 1, pp. xxii, xxxvi; Edwards, «1tue Excellency» [Verdadera excelencia], en íb, 2, p.957.

25 Sam Davies, de Sermons on Important Subjects [De Sermones sobre temas impor­tantes], p. 456; Sang Hyun Lee, Edwards in Our Time [Edwards en nuestra épo­ca], Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1999, p. vii; Miller, Jonathan Edwards; John Gerstner, Jonathan Edwards: A Mini-Theology [lonathan Edwards: Miniteolo­gía], 1)rndale, Wheaton, 1987, p. 11; G. Whitfield, Journals [Diarios], Banner of 1tuth, Edimburgo, 1960, pp. 476, 486, 517, 567.

26 Jonathan Edwards, una carta a William McCulloch, The Woks of Edwards [Obras de Edwards], ed. C. C. Goen, Yale Univ. Press, New Haven, CN, 1972,4, p. 560; John Opie, Jonathan Edwards and the Enlightment [Jonathan Edwards y la Ilus­tración], Heath, Lexington, MA, Heath, 1969, p. 33; Chauncy, citado en Murray, Jonathan Edwards, p. xxiii.

27 Edwards, «Dissertation concerning the End for Which God Created the World» [Te­sis concerniente al fin para el que Dios creó el mundo], en Works, 1, pp. 94-121; «The Christian Pligrim» [El peregrinaje cristiano], Works, 2, p. 224.

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DESAFíos y ADVERTENCIAS

~--------------~.. --Ortodoxia quiere decir no pensar, no necesitar pensar. Ortodoxia es incoherencia ... No era el cerebro del hombre el que hablaba; era su laringe ... Ya estamos rompiendo los hábitos de pensamiento que han sobrevivido desde antes de la Revolución... ¿No ves que todo el

propósito es reducir el alcance del pensamiento? .. Cada año menos y menos palabras y el alcance de la conciencia siempre un poco más

pequeño. .. Pero solo necesitan levantarse y sacudirse como un caballo que se sacude las moscas.

GEROGE ORWELL¡ FRAGMENTOS DE 1984

El conocimiento sin celo no es verdadero conocimiento y el celo sin conocimiento es solo un fuego fatuo ... La predicación que más me ha ordenado el corazón es la que más me ha iluminado la mente ...

Estudiar la naturaleza y el curso y el uso de todas las obras de Dios es un deber impuesto por Dios a todos los hombres .. , No solo mi vida espiritual, sino toda la vida que vivo en este mundo es por la fe en el Hijo de Dios: Él no excluye ninguna parte de la vida de la agencia de

su fe. JOHN CanON, PASTOR PURITANO

~---- --------:: __ ::::"" --CUANDO LA VERDAD SE ESCONDE

Ahí estaba, apiñado en una esquina con veinte libros modernos amonto­nados encima de él y con otros cien volúmenes amontonados alrededor de ese promontorio. A lo largo de los años los compradores de libros de

bolsillo habían deambulado cerca de él sin darse cuenta de su presencia. Ahí había estado todo el tiempo -pero escondido- hasta que un día el bibloma­niático que hay dentro de mí me provocó a desmantelar la montaña de litera­tura que ahogaba este librito, escrito sobe el tema de «conocer la verdad». Era una edición de 1657 de los comentarios de John Cotton sobre la primera epís-

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tola de Juan. Este encuadernado tesoro del siglo diecisiete no solo preservaba las palabras del primer pastor de la Iglesia Congregacional de Bastan, sino que poseía notas escritas a mano del mismo viajero que lo había procurado en Inglaterra y lo había transportado a Nueva Inglaterra.

Dentro de la cubierta de piel de vaca, el orgulloso dueño puritano había escrito notas sobre peregrinos y extranjeros. También él y dueños posteriores habían escrito su visión para el futuro y las referencias bíblicas en las que se basaban. La última nota fue escrita alrededor de 1800, hace casi doscientos años. Yo tengo muchas preguntas acerca de este viejo y curioso volumen. ¿Llegaron a ser realidad los sueños del custodio original? ¿Qué podría pensar de América y de la iglesia de hoy? ¿Cómo es que este libro llegó a ser enterra­do debajo de un desordenado promontorio de basura literaria en una oscura es­quina de una tienda de segunda mano? Todavía más inquietante: ¿Cómo pudo semejante crónica de la historia del nuevo mundo pasar escondida durante casi doscientos años?

Yo he sugerido que a lo largo de este libro los puntos de vista inclinados hacia la participación de la mente en la vida de la fe cambiaron radicalmente cerca del fin del siglo dieciocho y el comienzo del diecinueve. De este modo, mientras escribía este libro, más de una persona me preguntó: «Si el descuido del intelecto ha sido tan serio durante doscientos años, ¿por qué lo han men­cionado tan pocos?» Al decir esto, algunos dan a entender que «la vida de la mente» no es muy importante, mientras que otros sugieren que es importante pero que probablemente hemos salido muy bien en esta empresa; de otra ma­nera muchos otros hubieran llamado atención a ello.

A menos que olvidemos, la verdad bíblica de la «justificación por fe» estuvo en una esquina, cubierta por las telarañas de la tradición durante más de mil años. Dese cuenta también de que nuestra postura como pentecosta1es y carismáticos en general es que el uso de «los dones del Espíritu» y la doctri­na «del bautismo en el Espíritu Santo» prácticamente descendieron al olvido durante gran parte de dieciséis siglos. De este modo, las joyas de la corona del protestantismo y del pentecostalismo son arrebatadas súbitamente de nuestra posesión si Suponemos que una idea debe ser sospechosa por haber sido des­cuidada por tanto tiempo. Seguramente estamos agradecidos de que Lutero, Calvin y Knox no pensaran así, y sin duda nos alegramos de que los primeros pentecosta1es no se amedrentaran ante ese pensamiento.

Los que piensan saben que las verdades pueden desvanecerse tan rápida­mente como surgen. No olvidemos que el Holocausto transcurrió en los salo­nes una vez santificados de la Alemania de Lutero, que el islamismo ahora se ha convertido en un manto asfixiador sobre el Magreb de San Agustín y que la Irlanda de San Patricio y la Inglaterra de Wesley son solo fantasmas del pasado cristiano. Para volver a traer a la mente lo rápidamente que se puede volver la

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Desafíos y advertencias

ma~ea, es también útil recordar la destrucción de la poderosa iglesia del siglo 1 de Efeso o la de Tesalónica, la desvanecida gloria de los creyentes de la Roma imperial del siglo cuatro y la muerte de millones de bebés no nacidos en una tierra donde todos supuestamente son creados iguales y donde millones de creyentes nacidos de nuevo viven su feliz y, con frecuencia, pasiva fe.

Nuestra cultura está en dificultad. La ~<vida de la mente» colectiva en la América de hoy parece ser un poco más que un sistema revuelto para un propósito determinado, soldado en sus coyunturas desiguales por el materia­lismo, porciones dislocadas de información, superstición y relativismo. Es un imperio adolescente que puede estar al borde de su ocaso; una juvenil incau­ta que ha coqueteado por demasiado tiempo con las fuerzas destructoras del hedonismo y del irracionalismo. Olvidando cómo pensar, se ha olvidado de cómo vivir. Parece que sus ocupantes desconocen casi totalmente el hecho de que su civilización todavía no ha salido de sus años adolescentes y de que está cometiendo muchos de los mismos errores fatales que su hermana mayor cometió en tiempos de más antaño:

Pequeño Imperio Romano, nos hemos concentrado en nosotros mismos;

con la avaricia al frente, la introspección en la repisa. Estamos encantados con nuestros privilegios, y somos definidos por antojos y gimoteos. Mientras circundamos Rubicones privados hemos dado la colectiva espalda al río Rin. Decimos que nos irritamos por los vándalos, ingenieros de ataques con aeroplanos; pero en casa levantamos huestes de visigodos, que desmantelan nuestros muros culturales. Por tanto, al contemplar las torres gemelas de Roma, nuestro intelecto es saqueado. «No te alarmes», clama el cristianismo. «No hemos ni caído ni declinado». y luego los profetas negativos profetizan: «¿No oyes las huestes de barbarie en las puertas de tu corazón y de tu mente?»

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RICK NAÑEZ

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SALVEMOS UNA CULTURA DEL SALVAJISMO INTELECTUAL

Hay muchos pronosticadores culturales que advierten que la inevitable os­curidad amenaza muy de cerca. Ya sea en parte o exageradamente, muchos señalan nuestra flojedad de pensamiento, letargo en asuntos teológicos y el no enfrentar las mentiras de los sistemas filosóficos fracasados. Al leer las primeras obras de Gibbon o de Toynbee, fácilmente podríamos equivocar sus descripciones de esas civilizaciones que han declinado en el polvo de la his­toria por nuestra propia nación en nuestra propia época. Las señales clásicas que indican que una sociedad se dirige incontrolable a una corrosión cultural parecen estar a nuestra puerta. El apretón secular se está intensificando, y do­blegarnos bajo sus presiones materialistas que nos hacen sentir bien no solo invita a que nos ahogue la oscuridad, sino que acelera su venida.

La ocupación negligente, las normas educativas en declive, el aumento de la superstición y la deuda personal son indicadores principales de cultu­ras que se desmoronan. Los teólogos señalan el aumento de las religiones no tradicionales, una falta de dominio propio, la concentración en adquisiciones materiales, la devaluación de la vida humana, la falta de atención a la historia y la apatía intelectual como condiciones que abarcan a toda la cultura y que ayudan a desmantelar grandes imperios. Somos una cultura de mentes en pe­ligro.1

Desde nuestras guarderías infantiles hasta nuestros programas de doc­torado, y montada en las ondas del aire de nuestros medios de comunicación masivos, se puede detectar una enfermedad de la mente. Infiltrando la trama y la urdimbre de la industria del ocio, del mundo de la publicación, del campo del drama y la escena política, y escondido dentro de las descripciones de trabajo de muchas carreras populares, se encuentra un proceso para entor­pecer que se lleva a cabo con velocidad alarmante. El teólogo Carl E Henry me dijo una vez que en su opinión nunca ha existido una época de la historia del pensamiento humano que haya visto un cambio tan rápido y radical de normas e ideas como la última parte del siglo veinte. El anterior embajador libanés, Charles Malik, vio el anti-intelectualismo como la mayor de muchas amenazas contra el cristianismo americano. El maestro y filósofo cristiano R. C. Sproul sugiere que el siglo veinte podría ser el más anti-intelectual de toda la historia.2

Estamos dispuestos a adorar ante el seductor altar del autovasallaje. Los componentes ideológicos de la diversión, de la educación, de la religión y del paganismo se han mezclado y han mutado, produciendo toda clase de compor­tamiento híbrido. La «edudiversión», los «infomerciales», la realidad virtual, el ciberespacio, el metal de la muerte y cosas semejantes ensucian nuestro paisaje cultural, que se contradice a sí mismo. Sin pensar somos adictos a hue-

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cos héroes que a su vez son adictos al opio de su preferencia: íconos que con demasiada frecuencia borran su propia mente con una sobredosis de droga o con una mágnum de .357. Lamentamos la muerte de las celebridades del ayer mientras seguimos sin darnos cuenta de los verdaderos héroes del ayer.

Vivimos en una civilización en la que es común trivializar las relaciones, en la que el señuelo del ocio se encuentra en sus cualidades escapistas y en la que la propaganda de la publicidad dirige a un ejército de glotones materiales jalándolos por el anillo de sus callosos hocicos. Los magnates del mercadeo se aprovechan de nuestras pasiones animales, preparándonos para el añoro de mañana de posesiones desechables al crear nuevos valores e incitar deseos dormidos. En este ambiente, es fácil borrar las líneas entre los bienes tempora­les y el Dios eterno, entre la información y la sabiduría, entre ser espectadores o tomar acción.

El occidente se enfrenta con la lucha por su vida. Su cosmovisión re­lativista y resignada ha domesticado su antiguo fervor por la prudencia y el honor que poseía. La pasividad reina con supremacía; nuestra banda de honor es la llamada tolerancia. En vez de carácter, la «imagen» se ha convertido en la fuerza que impulsa. Somos una cultura que trabaja más duramente en la diversión que en el trabajo, a menos que trabajar más duro en el trabajo se convierta en el medio por el que podemos gozar de una mayor variedad de placeres temporales. Y nuestra definición de éxito, radicalmente alterada, en vez de comunicar la venerable sustancia de dedicación, coherencia, paciencia e integridad, ha sido reducida a popularidad, posesiones y posición.

Lo admitamos o no, de muchas maneras la tela ideológica de nuestra amada patria se está gastando, convirtiéndose en un simple y andrajoso trapo filosófico. La verdad es que los seres humanos luchan, las naciones se compo­nen de humanos, y Dios tiene que ver con el alzamiento y la caída de naciones. ¿Quiere decir esto entonces que ya no podemos ser reparados?

Una vez le oí decir a Chuck Colson que probablemente nunca ha habido ningún otro intervalo en toda la historia en el que tantos cristianos han sido tan inefectivos a la hora de darle forma a la cultura en la que viven. Por eso, la respuesta es que no estamos más allá de ser reparados, sino que la iglesia debe levantarse y sacudirse como un caballo que se sacude las moscas; debemos re­parar su moralidad, volver a concentrarnos en su misión y despertarle la mente una vez más. Antes de poder cambiar nuestra nación, debemos defendernos en contra del salvajismo y la falta de pensamiento.

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SALIR DE ELLOS

La iglesia americana no se está esforzando lo mejor posible por penetrar en la sociedad en la que habita. Dentro de sus rangos parece que su falta de pensamiento disciplinado no es muy diferente del de las masas de refugiados medio muertos en nuestra preocupada patria. Al igual que la cultura narcisista que la rodea, coquetea con la diversión hasta olvidar, y con frecuencia está demasiado ocupada como para expandir sus bienes raÍCes intelectuales. La fidelidad, la integridad y la dedicación (las «cosas permanentes») que una vez cundían en nuestro paisaje religioso han pasado por el corto circuito de la atracción del egoísmo y del materialismo. Moramos en una sociedad plástica, donde la virtud es tan superficial como los rostros cosméticamente alterados detrás de los que se esconde, y donde el dominio del consumidor dicta con demasiada frecuencia a qué iglesia deciden ir de compras los redimidos. Una perfecta habilidad en la capa exterior a costa de la vida interior siempre ha sido la marca de un alma que lucha.

Para poder distinguirnos del populacho intelectualmente pasivo, debe­mos invitar la enseñanza que, aunque difícil de comprender, nos impulse a es­tirar el cuello; evitar la comedia de situación, buscar canales, las maneras que tienden a hacer deficiente la atención de una mentalidad de audiencia inquieta. Los pastores deben volver a saturar sus mensajes de secuencia lógica, carne teológica y desafíos cerebrales, quizás hasta tengan que alargar su entrega del sermón si el contenido es capaz de justificar el tiempo que se añada.

La brecha falsa, que nos hemos impuesto nosotros mismos, entre «lo se­cular» y «lo sagrado» ha mantenido a muchos cristianos americanos alejados del concentrado combate de las cosmovisiones. Peleamos una guerra por el alma de los hombres pero ignoramos la batalla por la mente de los hombres. Al hacerlo así, no solo perdemos terreno cultural sino que renunciamos a una multitud de mentes de primera calidad. Cuando la iglesia enseña a su pueblo qué pensar, pero falta en instruirlo en cómo pensar, quizá goce de un corto éxi­to pero a la larga se expone al fracaso. ¡En varios niveles, eso es exactamente lo que parece estar haciendo!

LA IGLESIA LLENA DEL ESPIRITU EN AMÉRICA

Que el cuerpo de Cristo en América siga a una cultura perdida hacia la aguda falta de mente es algo asombroso, pero todavía es más misterioso que nosotros que profesamos ser llenos del Espíritu Santo descuidemos la vida intelectual. La palabra «santo» conlleva el significado de «calidad de ser otro» o de «ser

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apartado para». Siendo este el caso, los que dicen poseer una mayor medida del Espíritu Santo deben exhibir una vida apartada para Dios en mayor medida que los que no dicen estar llenos del Espíritu. Si el Espíritu Santo satura nuestra vida, entonces nuestro intelecto también debe ser apartado para el uso en el reino. Esto sucede cuando participamos en alterar la cultura, no solo al evangelizar sino también al convertirnos en pensadores disciplinados, defendiendo el evan­gelio y tomando parte en la constante conversación de grandes ideas a lo largo de las épocas, pues de nuevo, las ideas tienen consecuencias.

La adoración de la alabanza, una predilección por los sermones cortos, la exigencia de señales y prodigios en el altar y una adicción a «sentirse bien» demuestran que muchos de los del evangelio completo están tratando de lograr el Edén del mismo modo que el resto de nuestra sociedad. Nuestra fascinación por la fama y las modas, y nuestro desprecio por la enseñanza llena de doctrina también indican que poseemos muy poco apetito intelectual. Además, debe­mos desistir de culpar a los demonios por el pecado y la mala fortuna, resistir adornar los testimonios y renunciar a las técnicas de oración chamanista de nombrar y reclamar. Las creencias comunes de que «cuanto más grande, me­jor» y «lo que da resultado es bueno» deben salir; solo las mentes no críticas, que no disciernen, caen en un pragmatismo así.

Además, con demasiada frecuencia confundimos los propósitos del po­der pentecostal, dando por cierto que este poder es casi sinónimo de «con­trol» y al mismo tiempo nos olvidamos voluntariamente de que el poder sobrenatural del Espíritu tiene mucho que ver con el poder para negarnos a nosotros mismos. No hay nada tan poderoso -tan sobrenatural- como los seres humanos caídos que voluntariamente se niegan a sí mismos para elevar a los que los rodean. ¿Los que están llenos del Espíritu de Cristo no deben también estar llenos de la humildad de Cristo?

Además, ¿los que son bautizados con el Espíritu Santo no deben ser do­blemente sensibles al contraste entre sus preferencias y la voluntad de Dios? Con demasiada frecuencia y con alarmante casualidad, substituimos la voz de nuestra conciencia por la voz del Creador, usando lo que mejor le sirve a nuestros planes preconcebidos. Son demasiados los que dentro de nuestros rangos usan la carta todopoderosa de «Dios me dijo» o «Dios me mostró» como una manera de ejercer poder o de evitar responsabilidad. A cada uno de estos se podrían añadir docenas de luchas. Por supuesto, el buen pensamiento sin una conciencia de Dios, y la excelencia cerebral sin el fruto del Espíritu hacen avanzar muy poco nuestra causa. Sin embargo, ser ungidos sin tener equilibrio intelectual y tener carisma sin fidelidad mental lleva a una hueste de problemas que afectan todo aspecto de la fe individual y comunal.

¡Tenemos ante nosotros una tarea monumental! Dentro de los círculos del evangelio completo debemos pensar bien, más exactamente y más profun-

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damente, sobre los asuntos que rodean nuestra plenitud, fraternidad y fe. Con la mente encendida, debemos forjar los asuntos de doctrina, de devoción, de demonios y de discipulado. Con corazones abiertos debemos volver a visitar una y otra vez los asuntos de los milagros, las misiones y el misticismo, la santidad y la sanidad, la cultura y el cultivo de la mente. Y sin la máscara del proteccionismo, tenemos la obligación intelectual de hablar libremente sobre ellegalismo, el nepotismo, la burocracia y cosas por el estilo. Las téc­nicas cuestionables que rodean la recolecta de dinero, inducir a los creyentes al bautismo del Espíritu y traer a los no creyentes a Cristo, como también los importantes temas de la sensibilidad del que busca, del postmodernismo y del relativismo, deben encontrar su turno en la mesa redonda de la discusión.

Tratar de convencer a los perdidos de que «vale la pena probar» a Jesús por los beneficios prácticos que acompañan la salvación se parece más a los métodos de venta de los modernos hedonistas que al mandato evangelístico del Maestro. Y si basamos nuestra fe en las experiencias extravagantes, en la prosperidad personal o en las bendiciones emocionales, estamos entregándo­nos directamente en las manos del pensamiento amenazador, relativista que impregna nuestra confusa cultura. Al final, quedamos sin ninguna defensa distintiva cuando los que estamos tratando de ganar para Cristo dicen que ellos también poseen la verdad basados en su experiencia, su prosperidad o su bienestar emocional.

La filosofía del relativismo que tanto prevalece encontrará poca resis­tencia por parte del campo del evangelio completo si persistimos en nuestra postura anti-intelectual. Tendemos a derrotar el propósito de proliferar la ver­dad cuando promovemos nuestras interpretaciones y nuestras directivas «de parte del Espíritu», o sea, nuestra fe orientada a los sentimientos. Aunque no usamos la frase de moda «es cierto para mí y no cierto para ti», sí optamos por otra terminología peligrosa: «Dios me dijo que esto es cierto, ya sea que se lo haya dicho a otro o no». Cuando decidimos despreciar el discernimiento racional y seguimos tras la verdad por medio de la interpretación privada, los vellones y los sentimientos, no hay lugar para la verdad y la simple opinión humana reina de forma suprema. Claramente, será imposible rescatar a un mundo que prostituye la verdad por medio del relativismo si nosotros mismos coqueteamos con sus elusivos hermanos: el misticismo, el individualismo y el sensacionalismo.

Como pueblo que dice haber sido transformado por la renovación de la mente, debemos abandonar nuestra avenencia con el pensamiento del mundo. Esto incluye resistir la manipulación emocional, negarse a enfatizar la alaban­za más que la predicación y dejar las maneras de Hollywood, donde las estre­llas hipnotizan a sus admiradores y donde personas perfectamente fotogénicas

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son santificadas como dioses. El evangelio de la belleza y del espectáculo no debe tener lugar alguno entre los devotos llenos del Espíritu.

Por último, está todo el asunto de nuestra actitud general hacia los hombres y mujeres que valoran altamente el pensamiento de primera cla­se. Hay indicaciones de que hemos perdido muchas buenas mentes frente a otros movimientos por nuestra sospecha de los asuntos intelectuales. Estos con frecuencia se ven a sí mismos como intelectos alienígenas en un terri­torio hostil, pensadores a quienes se les ha ofrecido una mano izquierda de fraternidad por hacer lo que fueron especialmente creados para hacer: ¡pen­sar! Me pregunto cuántos han sido azotados por la presión de sostenerse a la integridad intelectual o desechar el pensamiento crítico por la causa de la unión sin pensamiento.

Me parece raro que un movimiento que promueve individualidad y li­bertad por medio de distintivos dones ponga presión en los que están dotados de intelectos innovadores. La exploración del pensamiento cortante, la predi­lección de cuestionar las respuestas superficiales o el interés en pensar bien en los problemas deberían demostrar aun más, en vez de disminuir, la capacidad para el servicio de evangelio completo. ¿No lo cree usted?

~"III"'=iII_MIl!lIIIIiII._lIIr _rIfIII-"'"",--'" -- ... NOTAS

1 Ver Carl F. Henry, The Christian Mindset in a Secular Society [La predisposición cristiana en una sociedad secular], Multnomah, Portland, OR, 1978; Jacques Barzum, The Culture We Deserve [La cultura que nos merecemos], Wesleyan Univ. Press, Middletown, CT, 1989; Herman Dooyweerd, In The Twilight o/ Wes­tern Thought [En el crepúsculo del pensamiento occidental], Craig, Nurley, NJ, 1965; Christopher Lasch, The Culture of Narcissism [La cultura del narcisismo], Norton, NY, 1978; Neil Postman, Amusing Ourselves lo Death [Divirtiéndonos hasta la muerte], Penguin, NY, 1985; Charles Colson, Against (he Night [Contra la noche], Servant, Ann Arbor, MI, 1989; Richard Weaver, Ideas Have Conse­quences [Las ideas tienen consecuencias], Univ. of Chicago Press, Chicago, IL, 1948; Harold Brown, The Sensate Culture [La cultura sensiblera], Word, DalIas, 1996; Michael E. Jones, Degenerate Moderns [Modernos degenerados], Ignatius, San Francisco, 1993; Arnold Toynbee, A Study of History [Estudio de historia], American Heritage, NY, 1972; Edward Gibbon, The Decline and Fall ofthe Ro­man Empire [El declive y la caída del Imperio Romano], Dutton, NY, 1978; Jim Black, When Nations Die [Cuando las naciones mueren], Tyndale, Wheaton, IL, 1994; James Burnham, The Suicide ofthe West [El suicidio del Oeste1, Regnery Gateway, Washington, D.C., 1985; Shep Clough, The Rise and Fall of Civili­zatíon [El alzamiento y la caída de la civilización], Columbia Univ. Press, NY,

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1951; Sam Einstadt, The Decline 01 Empin3'S [El declive de los imperios J, Prenti­ce, Englewood, NJ, 1967.

2 Sproul, «Buming Hearts, Empty Minds» [<::orazones ardientes, mentes vacíasJ, Christianity Today, 3 de septiembre de 198~, p. 100; ver también Charles H. Ma­lik, The Two Tasks [Las dos tareas], Corner~tone, Westchester, IL, 1980, p. 33.

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CONCLUSiÓN y AYUDA PRÁCTltA

-------------::::::>='" --

De la misma forma que comencé mi introducción comienzo este último capí­tulo. Hacía casi veinte años que me había encontrado sentaQo en la reunión de campamento, hipnotizado por las extrañas palabras del predicador del evange­lio completo, muy renombrado por todo el mundo. Desde hlis primeros años en la fe, mis oídos han sido testigos de miles de comentarios que parecían comunicar el mismo mensaje: La mente es una participante de segunda clase en la vida de la fe, un constituyente del que se ha de sospechar.

Una tarde, no hace mucho tiempo, me encontraba charlando con el di­rector de un departamento de uno de nuestros institutos bíblicos carismáticos, cuando me sugirió que quizás ya no tuviéramos el problema entre el corazón y la cabeza dentro del movimiento pentecostal carismático, que eso era algo del pasado. Seguimos bromeando durante veinte o treinta minutos más y conclui­mos nuestra conversación. A la hora de ese intercambio, prendí el televisor y me puse a ver un canal religioso. No podían haber pasado más de cinco minu­tos cuando el predicador (que dice tener una audiencia de tüillones) comenzó a instruir a sus espectadores a que trataran de tocar a Dios. ¡Hacía veinte años, y había sido la voz de otro celebrante lleno del Espíritu, Péro el mensaje era exactamente el mismo! El predicador simplemente instruyó a los televidentes a que escucharan a Dios, a que escucharan con cuidado, Péro que estuvieran seguros de no escuchar con la mente natural. Los instruyó a resistirse a pen­sar y a reemplazar su pensamiento con la comunicación del Espíritu Santo. Después de más o menos un minuto, los dirigió a dar gracias a Dios por toda la verdad que le había revelado a la muchedumbre que no ~)ensaba. ¡Me sentí seguro de decir que estoy convencido de que nuestra confu.sión sobre la vida de la fe y la vida de la mente no es algo del pasado!

HACERLO BIEN, HACERLO MEJOR, HACERLO LO MEJOR QUE PODAMOS

A pesar de todo lo que se ha dicho en este libro sobre nuestra relación con el intelecto y nuestra opinión del mismo, nos encontramos can -quizás- una oportunidad sin precedentes en la historia del mundo. UI:l autor ha escrito

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recientemente sobre el tema de cómo, en su pasión por combinar la fe y el aprender, los irlandeses salvaron a la civilización durante los asaltos de los bárbaros en la Europa medieval.! Como una influencia creciente y principal en el vecindario global de hoy, los residentes pentecostales carismáticos quizás encuentren ocasión de tomar parte en un experimento cultural semejante. Po­demos, si queremos, convertirnos en un ejército de agentes de cambio para la salvación de una multitud de almas y mentes del siglo veintiuno. Pero primero debemos ver dónde estamos y dónde tenemos que estar.

Me doy perfecta cuenta de que nuestro movimiento ha progresado mu­cho. Sé que aun en nuestra etapa embrionaria teníamos entre nosotros varias mentes agudas. Sé que estamos comenzando a llenar el paisaje literario de algunas obras de teología de primera calidad. Un pequeño número de polí­ticos pentecostaIes, de filósofos del evangelio completo, de cambiadores de la cultura carismáticos y de científicos llenos del Espíritu está levantándose para tomar su puesto de batalla en la lucha por la santidad y sanidad de la humanidad. Nuestros planteles de artes liberales están laborando para esculpir la mente de miles, y un puñado de pastores está comenzando a ver el valor de preparar a su pueblo para pensar en términos de cosmovisión, y de prepararlos bien para la polémica y la apologética. Y, por supuesto, hemos crecido hasta llegar a ser una fuerza mundial de más o menos seiscientos millones, que nos trae a un punto vital en toda esta cuestión de éxito y cambio.

Como se mencionó brevemente, durante la escritura de este libro algunos me han preguntado por qué necesitamos este desafío cuando hemos tenido tanto éxito en el crecimiento numérico. Otros se preguntan por qué necesi­tamos corrección cuando podemos señalar a los que entre nosotros mezclan la vida espiritual con la intelectual. Antes que todo, que yo sepa, nadie se ha tomado jamás el tiempo de escribir un libro sobre el asunto del anti-intelec­tualismo en nuestro movimiento, especialmente nadie de dentro de nuestros rangos. Segundo, la cantidad no prueba la calidad. Tercero, solo porque somos fuertes en ciertas áreas no quiere decir que somos fuertes en todas las áreas de la verdad bíblica. Cuarto, si hay un mandato bíblico de «amar a Dios con toda la mente», entonces ninguna cantidad de ánimo es demasiada. Quinto, los que en nuestros medios han mezclado su pasión por lo sobrenatural con una pasión por la excelencia intelectual son un pequeña minoría. No podemos justificar nuestra pasividad hacia el tema simplemente indicando las excepciones que hay entre nosotros. Finalmente, si lo estamos haciendo tan bien, entonces po­demos hacerlo todavía mejor.

Algunos creyentes del evangelio completo se alarman porque más del treinta y cinco por ciento de sus compañeros no han experimentado las clá­sicas señales de ser llenos del Espíritu. ¿Por qué? Muchos pastores se pre­ocupan porque el noventa por ciento de su gente nunca ha llevado a otro a

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Cristo ni lo ha disciplinado debidamente. ¿Por qué? ¿Y quién no se preocupa por que el cuarenta y cinco por ciento de los matrimonios entre cristianos fracasa en la prueba del tiempo? No decimos que estamos haciéndolo muy bien porque un sesenta y cinco por ciento de nuestra gente esté bautizada en el Espíritu Santo. No estamos satisfechos con que entre el diez y el veinte por ciento comparta su fe y participe en discipular a otros. No, escribimos libros para desafiar a nuestro pueblo, a pesar del hecho de que una peque­ña fracción sea fiel a la Gran Comisión. ¿Y creemos que hemos logrado el éxito porque un cincuenta y cinco por ciento de los matrimonios cristianos sobrevive «hasta que la muerte los separe»? ¡No, nos horrorizamos! ¿Me entiende?

Digamos que cien mil o hasta un millón de dentro de nuestros rangos han aprendido a esposar la razón con la fe, poseen un cacumen apologético, y oran en el Espíritu y se preocupan tanto de la vida intelectual como de la vida de la experiencia. Un millón, lo que sería aproximadamente una sexta parte de un por ciento del movimiento pentecostal carismático. Aunque el cincuenta por ciento de nuestro pueblo apreciara la teología y la literatura clásica, estudiara lógica e historia de la iglesia, pudiera debatir cosmovisiones, tuviera interés en la cultura y examinara las artes liberales, ¿qué de la otra mitad que guarda prejuicio contra la mente?

Además, docenas de veces he oído a creyentes pentecostales sugerir que los grandes -Lutero, Edwards, Spurgeon, Billy Graham y otros- podrían haber logrado mucho más si hubieran sido «llenos del Espíritu». No vamos a tocar eso ahora, pero sí diré que decimos cosas como estas porque, aunque sabemos que estos hombres lograron increíbles cosas para Dios, también cree­mos que los que lo hacen bien pueden hacerlo mejor al combinar todos los recursos espirituales que tenemos disponibles.

SOBRE CORRER BIEN

A los once años aprendí una gran lección sobre lo que poseía y lo que me fal­taba. Aprendí que tenía la habilidad de correr bien y de correr muy lejos. Me había apuntado para una carrera/caminata de veinte millas para la March of Dimes. La noche antes del evento, se me metió en la cabeza la noción del tipo Forrest Gump de que trataría de correr la carrera entera. Así que la mañana siguiente, hice exactamente eso. De los miles de participantes, solo veinte ter­minaron antes que yo, y fui el primero en la categoría de mi edad. Aprendí que podía correr. También ese día aprendí que entré en la carrera innecesariamente incapacitado: No sabía qué otra cosa hacer. Nadie me lo había dicho.

Nadie me dijo que me pusiera zapatos para correr, de modo que me puse

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zapatos para jugar al tenis. Nadie me dijo qt1e me pusiera pantalones cortos, así que me puse pantalones largos de pana. Nadie me dijo que habría refrige­rios a lo largo del camino, así que llevé bolsas de maníes salados, dulces y un termo de limonada. Qué espectáculo más extraño debí haber sido, cargando con esa bolsa color beige sobre el hombro y pasando con velocidad con mis pantalones de pana color marrón. Ese día descubrí que tenía un don, pero tam­bién me di cuenta de que al combinar mi don con un poco de conocimiento podría haber evitado los innecesarios estorbas y abarcar más terreno en menos tiempo. Había corrido bien, pero aprendí a correr mejor.

En muchos respectos, el movimiento pentecostal carismático ha corrido muy bien. Ha llevado a millones a descubrir de nuevo el lenguaje del cora­zón, lejos del contagio de la religión fría como el hielo. Se ha concentrado en nuestras necesidades humanas y en nuestra capacidad para gozar de una directa experiencia con Dios. Se han promovido con persistencia y fervor una expectación de su presencia sustentadora, y dones que dan poder, y una antici­pación de su intervención sobrenatural. De ese modo, nuestro movimiento ha corrido bastante bien. Pero como el niño que llevaba puestos pantalones largos en un maratón, nosotros también abrigamos estorbos que nosotros mismos nos ocasionamos, y por eso no hemos corrido la carrera tan bien como podríamos haberlo hecho.

En un sentido, nuestro movimiento se parece a un edificio que vi una vez cuando viajaba por Centroamérica. Contemplé una línea de prístinos pilares que rodeaban el patio de lo que habrá sido una casa impresionante. Pero al dar la vuelta a la esquina, vi que las magníficas columnas rodeaban una estructura mucho menos impresionante. Los poderosos y magníficos pilares sostenían solamente un pórtico pegado a una casa, ¡una casa sin ventanas, hecha de hojas de metal oxidado y desfigurado! Se había invertido mucho en acentuar un aspecto de este edificio, pero el resto había sido construido con simples desperdicios, con sobras. Por alguna razón, los dueños no habían calculado el costo de levantar una casa con simetría, donde la fuerza y la belleza de una parte complementaran la otra. Aunque nuestrO movimiento posee sus propios pilares prístinos, por alguna razón, como un todo no ha sido construido simé­tricamente.

Por supuesto que, como se ha dicho a lo largo de todo este libro, estas son las razones de nuestro fallo. A muchos de nosotros simplemente nunca se nos ha dicho que al cultivar fielmente la vida de la mente, podemos gozar de un andar y un ministerio más enriquecido, más creativo y productivo, o sea, que podemos cubrir más terreno en menos tiempo, o levantar una casa espiritual mejor equilibrada. Otros nunca han pensado seriamente que podemos glorifi­car a nuestro Señor al reflejar su imagen a través de nuestras facultades racio­nales y así cumplir con una obediencia más profunda a su supremo mandato

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de amarlo con todo el corazón, toda el alma y con toda la mente. A los que han fallado a la hora de darse cuenta de estos hechos, esperamos que las anteriores páginas les hayan ayudado a revelar estas verdades.

Algunos de dentro de nuestros rangos han sido desafiados en la dimen­sión intelectual de su fe, siéndoles algo refrescante e intrigante. Pero muchos de estos también han descubierto que puede ser una empresa bastante solitaria la de deleitar a un intelecto inflamado, envuelto en una fe del evangelio com­pleto. Estos ahora pueden sentirse animados al saber que no están solos. Y tenemos a los que están completamente emocionados por la tarea de cultivar el jardín de su intelecto, pero que han deseado tener a mano un tipo de manual para informar y desafiar a los que los rodean y que todavía entretienen prejui­cios en contra de «la cabeza». Ahora estos tienen un manual así a la mano.

En 1947 el amado teólogo pentecostal Stanley Horton, que en muchas maneras es ejemplo del equilibrio entre el Espíritu, la mente, la erudición y la devoción, escribió sobre la aguda falta de enseñanza sobre el tema del Espíritu Santo en los círculos cristianos.2 Uno de los profesores del Dr. Horton había preguntado muchos años atrás cuántos estudiantes de la clase habían oído un sermón sobre el Espíritu Santo en los últimos cinco años. Casi un noventa y cinco por ciento no lo había oído. Desde ese entonces, el mensaje del Espíritu Santo se ha proliferado de un modo maravilloso. ¡Por esto le damos gloria al Señor Jesucristo!

Durante estos últimos años he ido a casi treinta países. Les he pregunta­do a estudiantes de cuatro continentes si alguna vez han escuchado un sermón sobre la importancia de la vida intelectual. En la mayoría de las ocasiones, nadie ha levantado la mano, y no recuerdo más que uno que la levantó en una sola ocasión. Ahora es el momento en que debemos tratar de añadir conoci­miento a nuestro celo, verdad a nuestra adoración en el Espíritu, y el acto de amar a Dios con nuestra mente a nuestros esfuerzos para amarlo con nuestras emociones. Quizás dentro de veinte o treinta años algún otro pueda escribir sobre la maravillosa manera y el esmerado estilo en que hemos esparcido el mensaje de la necesidad de cultivar las dimensiones intelectuales de nuestra fe pentecostal.

AYUDAS PRÁCTICAS PARA FORTALECER LA MENTE

La segunda mitad de este libro contiene muchos campos de estudio que, al se­guirlos y aplicarlos, pueden ayudar a despertar las mentes que duermen, ayu­darnos a corregir nuestros errores mentales y a mezclar una vida de la mente saludable con los aspectos más experimentales, emocionales y devocionales de nuestra fe. Hay, por supuesto, cientos de maneras de desarrollar mejor la

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mente para que pueda ser usada para la gloria de Dios. En las siguientes pági­nas propongo solamente unas cuantas.

(1) Como he mencionado en otro lugar, leer es, quizás, la manera ópti­ma de ejercitar la mente: estirarla, facilitar su capacidad de ver cosas nunca vistas antes, y de repensar los factores a los que durante demasiado tiempo no se ha dado importancia. Pero para podernos beneficiar de la lectura, debemos leer «entre líneas». O sea, debemos leer ampliamente y atrevernos a leer a los autores provocativos que se apartan de nuestro pensamiento más estrecho. Debemos leer a los «pensadores»; y si no conocemos a los que piensan con tinta, siempre podemos preguntar a alguien que esté informado. Una forma en la que yo he sido dirigido a algunos de los alimentos para el pensamiento más sabrosos es escudriñando las bibliografías de los libros que han sacudido mi complacencia, que han estirado mi imaginación y que han irrigado los pozos poco profundos de mi mente.

¡También debemos leer «cosmovisionalmente», con el gorro de pensar puesto! Con nuestro intelecto completamente empleado, debemos preguntar «por qué», «qué», «cómo» y «si»; y debemos bromear con la línea de pensa­miento, las suposiciones filosóficas y la confiabilidad del autor. Haga pregun­tas como:

¿Es justo el autor cuando escribe? ¿Soy justo con el autor mientras leo? ¿Qué tiene que ver su fondo con sus conclusiones? ¿A quiénes ha leído el autor? ¿Qué cosmovisión tiene? ¿ Cuáles son las implicaciones si acepto como verdad la verdad del

autor?

Deliberadamente, obligue a su mente a establecer un caso a favor o en contra de la mente del autor. ¡En muchas maneras, este es el ejercicio intelec­tual en su mejor punto!

(2) Una segunda manera de reforzar y refinar nuestro intelecto es par­ticipar de la continua preparación académica. Esto es bastante parecido a la sugerencia anterior, especialmente cuando se presenta en forma de prepara­ción informal. Las clases universitarias pueden ser de tremendo valor (de­pendiendo del método del maestro y de la aplicación del estudiante), pero lo que quiero subrayar aquí es el mérito de aprender durante toda la vida. En un sentido real, las clases de secundaria y de universidad solo tienen el propósito de ayudar a la persona a seguir una vida de continuo crecimiento intelectual. O sea, esos ambientes controlados tienen la intención de enseñarnos «cómo» estudiar y pensar, no solo «qué» estudiar y pensar.

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Cuando he hablado de la vida intelectual como un llamado espiritual, muchos han respondido con comentarios como: «Yo nunca asistí a ninguna universidad», «No tengo tiempo para volver a la universidad», o «No tengo la preparación académica que usted tiene». Permítame decirlo claramente: Yo no creo que la persona tenga que poseer un título universitario para estar bien preparada. Aunque yo he invertido en varios años de preparación en una institución académica, no creo que esto signifique necesariamente nada en sí (excepto que gasté una tonelada de dinero, calenté muchos asientos fríos y estuve en la lista de matrÍCula de muchas escuelas). Estoy a favor de trabajar para lograr títulos y de asistir a institutos de preparación establecidos, ¡pero también creo que ser un estudiante durante toda la vida que trabaja para man­tener la mente flexible y fuerte vale más que los pocos cortos años de recibir notas y obtener títulos!

Debido a los estrechos conceptos sobre la naturaleza de la vida intelec­tual y de amar a Dios con toda la mente, muchos erróneamente han supuesto

"'~"'~'~.I_""_ puede resumir a: « !» Esto el propósito

perdidas y i mensaje. Una

la vida: en un sala bajo

~e..;RJ"rc~I.a~:t!" titi~e Dlrollesores converti-

II1tJ,prlrp en algo como una cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros ... Así sucede con Cristo» (1 Co 12: 12). Si en Cristo «están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2:3) y si a usted como creyente se le recuerda esto «para que nadie [lo] engañe con argumentos capciosos» (2:4), entonces ¿qué de la idea de que la iglesia, aun la iglesia local, combine sus «partes» de conocimiento para poder poseer más completamente la sabiduría y el conocimiento de Cristo?

Para llevarlo un paso más adelante, ¿qué si cada uno de diez, veinte o treinta creyentes de una iglesia local escogiera y se dedicara a un área de es­tudio por la que tuviera una pasión y un interés específico? Una substanciosa biblioteca para comenzar sobre cualquier tema en particular costaría, quizás, lo que cuesta una docena de juegos de golf, un nuevo aparato electrónico, diez almuerzos domingueros para la familia o quince CDs nuevos. No tiene más que pensar en cómo se beneficiarían la congregación y la comunidad de tener un ejército de «especialistas» preparados sobre docenas de temas dignos, cru­ciales. Por ejemplo, perspectivas cristianas sobre:

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ética cosmovisiones ciencia

biología astronomía vocación

finanzas civilizaciones filosofía

arte historia lenguaje

ocio psicología educación

religiones del mundo sectas sociología

arquitectura debate economía

medios publicitarios arqueología política

antropología física química

literatura pobreza guerra

tecnología amistad sexualidad

medicina noviazgo deporte

dificultades en la dichos difíciles en la polémica

Biblia Biblia

apologética historia de la iglesia avivamientos

clásicos cristianos grandes biografías matrimonio

idiomas bíblicos muerte y duelo crianza de los hijos

mujeres en ministerio métodos de estudio

pactos bíblico

hermenéutica música cristiana

¿No sería increíble saber que hay una persona en la congregación que ha dedicado cientos de horas al estudio del mormonismo o del matrimonio, del creacionismo o de los pactos, finanzas, las bellas artes o uno de la miríada de otros temas? Si necesita respuestas a las urgentes preguntas de los buscado­res, escépticos, vecinos, maestros, familiares o compañeros de trabajo, usted tendría a un miembro del cuerpo de su unidad en quien podría confiar y de quien podría obtener ayuda condensada. ¿O cuán emocionante no sería ofrecer varias clases de ocho semanas de duración sobre cómo pensar cristianamente sobre docenas de temas útiles, interesantes y vitales? Yo creo que este tipo de estudio diverso dentro del cuerpo unificado local no está solo dentro del alcance, sino que quizás sea la clave para preparar a la iglesia para dar buenas respuestas a las buenas preguntas que se le hagan y para fortalecer el cimiento intelectual del cuerpo de Cristo.

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(4) Junto con lo anterior, en el ambiente de la iglesia, podemos ofrecer clases de apologética y cosmovisión para los que se están preparando para la vida universitaria. Las bibliotecas se pueden arreglar con un surtido de mate­riales clásicos y de última hora que traten con todas las dimensiones del forta­lecimiento intelectual. Y los libros de interés particular que desafíen la mente se pueden mencionar desde el púlpito, subrayarlos en el boletín, y exhibirlos en el vestíbulo.

Por supuesto, el pastor tiene mucho que ver con el clima intelectual de su congregación. Si el pastor se siente intimidado fácilmente por las ovejas que saben más que él sobre ciertos asuntos espirituales o temas bíblicos, entonces no hará bien en preparar a los santos para las obras de servicio, ya sean obras devocionales, evangelísticas o intelectuales. Pero el pastor que verdaderamen­te desea participar en ayudar a su gente a refinar el pensamiento, a vigorizar el intelecto y a amar a Dios con toda la mente tiene muchas formas de hacerlo.

El pastor puede practicar la predicación de versfculo por versfculo (ex­positora), pasando por cada capítulo de uno de los libros de la Biblia. Esto ayuda al creyente a pensar sistemática, lógica y coherentemente. También se pueden predicar los libros de la Biblia en el estilo en que fueron escritos. Por ejemplo, en varias ocasiones, yo he predicado sobre Job usando un estilo socrático, he comunicado mensajes del libro de Isaías en forma poética o he presentado epístolas en la primera persona. También, durante sesenta y seis miércoles, presenté los libros de la Biblia. Di el fondo temático, geográfico, arqueológico, sociológico, teológico, cultural, apologético e histórico de cada uno. Luego demostré porque el mensaje de los libros es importante para hoy.

La iglesia puede formar grupos de debate, asignando a los grupos temas contemporáneos y problemas controversiales para la discusión organizada. A veces, los grupos de nuestra clase de educación cristiana han debatido sobre la existencia de Dios, creacionismo versus evolución, la deidad de Cristo, las sectas y así por el estilo. También hemos presentado dramas cortos evange­lísticos en los que escépticos y críticos desafían al creyente a dar excelentes respuestas a preguntas de primera calidad. Bosquejos, hojas sueltas y, a veces, hasta sugerencias de tareas para aplicación del mensaje se ofrecieron para estos eventos.

Una vez aparté los miércoles para la presentación de grandes autores cristianos. En dicha presentación ofrecía un bosquejo biográfico y una lista de las mejores obras del escritor. Y, tan extraño como pueda parecer, más de una vez hasta prediqué una serie de dos semanas sobre «La importancia de las introducciones». O sea, quería que nuestra gente pudiera pensar bien en el cuerpo de un mensaje conmigo, a la luz de la introducción con propósito que yo había preparado. Íntimamente relacionado con esto, casi cada tres o cuatro años predicaba una serie de cuatro semanas s()bre «Cómo oír un sermón». Me

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parece extraño que creamos raro predicar este tipo de mensaje. ¡Pero a mí me parece todavía más extraño que rara vez le hablemos a la gente sobre cómo puede hacer bien lo que ha venido a hacer: oír --oír de verdad- un mensaje de la Palabra de Dios!

(5) Finalmente, y lo más importante, debemos tratar de despejar nuestro pensamiento confuso, arreglar las ideas confusas, aumentar nuestro alcance de perspectiva y estimular nuestro intelecto por medio de la oración. ¡Nos haría bien recordar que la vida de oración no es contraria a la vida de la mente, que la oración con más frecuencia es un acto intelectual y que la dimensión intelectual de nuestra fe es también algo espiritual! Jesús se interesa por lo que pensamos, por cómo pensamos, por lo que sabemos, por qué creemos y por cómo usamos la mente para nuestro propio bien y para la gloria del Padre.

Oramos por sanidad física, protección cuando viajamos, ayuda econó­mica, pruebas de trigonometría, actitudes nobles y entrevistas de trabajo. Nos acercamos al trono de Dios para pedir bendiciones para nuestras hamburgue­sas y para los animales de nuestro vecino y para que detenga la lluvia de los agricultores y así poder pasarlo bien durante el paseo de campo de la iglesia. Si nos presentamos ante Dios por todo esto y más, también debemos conside­rar acercarnos a él por el elemento sin el cual no podríamos orar: ¡la mente!

Podemos orar por humildad, para no ser orgullosos en la manera segura pero estrecha en que vemos las ideas de otros. También necesitamos humildad para que cuando abramos nuestra mente no nos creamos ser algo especial. Más bien, mantendremos en mente que Jesús fue el humano más sabio que jamás vivió, sin embargo, j al mismo tiempo el más humilde! Podemos orar por fle­xibilidad para cambiar, mansedumbre para admitir error y valentía para que no permitamos que el temor del error nos estorbe en la búsqueda de la verdad dondequiera que se encuentre.

A estas podemos añadir peticiones de franqueza, disposición, firmeza y pasión cuando tratamos de «pensar cristianamente». Y, por supuesto, siempre debemos orar por la inmanente protección contra la penetración de ideas pe­ligrosas. El Padre desea que seamos dirigidos por la sabiduría de Cristo y por el poder del Espíritu Santo para que podamos pensar correctamente. Él quie­re participar en la formación, santificación y fortificación de nuestra mente. Pues, como lo dice Sertillanges, el que trata de desarrollar su intelecto «no se engendra a sí mismo; es el hijo de la Idea, de la Verdad de la Palabra creativa, el Dador de la vida inmanente en su creación. Cuando el pensador piensa co­rrectamente, está siguiendo a Dios paso a paso».3

También podemos orar con las Escrituras, pidiéndole al Padre que nos ayude a amarlo con toda nuestra mente (Mt 22:37), que nos ayude a preparar nuestra mente para la acción (1 P 1:13) y que maduremos en nuestro pensa­miento (1 Ca 14:20). Según su voluntad, estamos invitados a pedir su ayuda,

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para poder encontrar la disciplina y así poder presentar excelentes defensas a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza en Cristo (1 P 3:15), para que tengamos cuidado y habilidad al desarrollar y cuidar de nuestra doctrina (1 Ti 4:16).

Cantamos el cántico que dice que cuando el Espíritu del Señor se mueve en nuestro corazón cantamos como David (1 Cr 15:29). Seguramente también sería digno que pidiéramos que el Espíritu del Señor se mueva en nuestro corazón para poder debatir, probar, explicar, razonar, argüir y persuadir como Pablo (Hch 17-19), es decir, imitar a Pablo como él imitó a Cristo (1 Co 4:16; 11:1). ¡Finalmente, podemos pedir que sean alumbrados los ojos de nuestro entendimiento (Ef 1: 18) y que el Señor nos abra la mente (Le 24:45) para po­der poseer la mente del Creador: la mente de Cristo (1 Co 2:16)!

...... m • NOTAS

1 Thomas Cahill, How the Irish Saved Civilization [Cómo los irlandeses salvaron la civilización], Doubleday, NY, 1995.

2 Stanley Horton, The Holy Spirit [El Espíritu Santo], Gospel Publishing, Springfield, MO, 1947, introducción.

3 Sertillanges, The Intellectual Life [La vida intelectual], p. viii.

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