Evita Vive Version Libre Daniel

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Evita vive Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo residía, bueno, vivía, estaba con un empleado marítimo extranjero que conocí en una de mis visitas al puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía mucho calor. Yo laboraba como dependiente en un bar, a la noche, y lo hacía hasta las tres de la madrugada. Pero esa noche tuve un conato de violencia, con Lelé, ay Lelé, una envidiosa que me quería sacar todos los festejantes. Estábamos tomándonos de los cabellos detrás del mostrador, justo cuando aparece el propietario: “tres días de suspensión, por escandalosas”. No me importaba, prestamente me dirigí hacia la habitación, abro… y la encuentro a ella, con el marinero. Claro, en un primer momento me indignó, además ya venía molesta de haber peleado con la otra y casi la agredo, sin mirarla ni reflexionar, pero él –dulcemente- me dirigió una profunda mirada y lo escuché decir creo: “Acércate alcanza para ambas”. Bien, en realidad, no engañaba con el marinero era yo la que desistía extenuada, súbitamente, por celos, el hogar le dije: “acepto, pero, ella ¿quién es?”. Él hizo un gesto con los labios porque vio que yo había entrado en crisis, y por aquellos tiempos, cuando reaccionaba no medía –ahora no es así, hasta podría decir más armoniosa-. Pero por aquellos años, era calificada casi como una persona de temer. Ella me contestó, mirándome a los ojos (hasta ese momento no la había podido observar porque estaba en la penumbra): “¿Cómo, no me conoces? Soy Evita”. “¿Evita?” dije,

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lectura de obra de un escritor argentino Perlongher

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Evita vive

Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo residía, bueno,

vivía, estaba con un empleado marítimo extranjero que conocí en una de mis

visitas al puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía mucho

calor. Yo laboraba como dependiente en un bar, a la noche, y lo hacía hasta las

tres de la madrugada. Pero esa noche tuve un conato de violencia, con Lelé, ay

Lelé, una envidiosa que me quería sacar todos los festejantes. Estábamos

tomándonos de los cabellos detrás del mostrador, justo cuando aparece el

propietario: “tres días de suspensión, por escandalosas”. No me importaba,

prestamente me dirigí hacia la habitación, abro… y la encuentro a ella, con el

marinero. Claro, en un primer momento me indignó, además ya venía molesta

de haber peleado con la otra y casi la agredo, sin mirarla ni reflexionar, pero él

–dulcemente- me dirigió una profunda mirada y lo escuché decir creo:

“Acércate alcanza para ambas”. Bien, en realidad, no engañaba con el

marinero era yo la que desistía extenuada, súbitamente, por celos, el hogar le

dije: “acepto, pero, ella ¿quién es?”. Él hizo un gesto con los labios porque vio

que yo había entrado en crisis, y por aquellos tiempos, cuando reaccionaba no

medía –ahora no es así, hasta podría decir más armoniosa-. Pero por aquellos

años, era calificada casi como una persona de temer. Ella me contestó,

mirándome a los ojos (hasta ese momento no la había podido observar porque

estaba en la penumbra): “¿Cómo, no me conoces? Soy Evita”. “¿Evita?” dije,

incrédula – “Evita, eres tú”- y encendí la lámpara en su rostro. Y si, lo era,

inconfundible con su piel brillosa, color jade, con unas manchitas que –en

verdad- no le quedaba nada mal. Me quedé sin palabras, para evitar parecer

una persona iletrada, y carente de modales ante una visita inesperada. “Evita,

querida” –ay, pensaba- ¿deseas beber cointreau? (porque tenía conocimiento

de su gusto por ciertas bebidas). “No se moleste, querida, tenemos otras cosas

para realizar ¿no le parece?” “Ay, aguarde” le dije, “cuéntame al menos ¿de

dónde se conocen?” “De muy lejos, preciosa, de otro continente” (luego él me

contó que se conocían de hace pocas horas, pero eran matices que no hacen a

su personalidad. ¡Era tan bella!) “¿Quieres conocer cómo fue?” quería oírla,

tenía tiempo. “Si, si ay Evita ¿quieres un cigarrillo?”, pero me quedé con la

ganas de elucidar esa mentira (o me habrá mentido él, nunca lo supe)

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finalmente se cansó de tanto diálogo y dijo: “Es suficiente” y la tomó. Lo cierto

es que no tengo claro si lo recuerdo más a él o a ella, en fin soy tan

casquivana, pero no les hablaré de él hoy, lo único ese día el me hizo sentir

verdaderamente única. Después al otro día ella que se quedó a desayunar con

nosotros, y mientras Jimmy fue a comprar algo para el café, ella me dijo que

era feliz, y si no querría acompañarla al Cielo, que estaba lleno de adonis. No

le creí, porque en caso de ser real, a qué habría venido a buscarlos a la calle

Reconquista, no les parece… pero respondí negativamente, que con él por el

momento estaba bien, y que cualquier cosa me telefoneara , porque con los

marineros nunca se sabe. Con los militares tampoco, dijo ella, la recuerdo

triste. Después de desayunar se fue. Como recuerdo dejó un pañuelito, que

guardé algunos años; estaba bordado en hilos de oro, pero después alguien,

no sabré nunca quién se lo llevó (han pasado tantos, tantos). El pañuelito decía

Evita y tenía dibujado un barco. ¿El recuerdo más vivo?, ella, tenía las uñas

largas, muy pintadas de verde – que en ese tiempo era un color muy raro para

uñas-. ¿Lo otro? Se lo cuento otro día.