Extracto El Combate del Siglo

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El combate del siglo Jack London

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El combate del siglo

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Jack London (1876-1916) nace en San Francisco, en su turbulenta juventud fue pirata, vagabundo, cazador de focas y buscador de oro. Muchas de las aventu-ras de su increíble biografía las volcó en sus novelas y relatos. Revolucionario so-cialista lúcido y después desencantado, nunca abandonó la esperanza de un res-cate para quien vivía en los bajos fondos de la sociedad. Inteligente, autodidacta y con una gran fuerza de voluntad, fue en realidad un hombre solitario y desencan-tado de la vida. Muere en 1916 en su ran-cho Beauty. Entre sus obras cabe destacar: La llamada de la selva (1903) El lobo de mar (1904), Colmillo Blanco (1906), Mar-tin Eden (1909) y la inacabada Asesinatos, S.L. (1963).

‹‹Muchos de los espectadores elevaron un grito que contenía lágrimas y luego un grito desgarrador:“¡Que no le noquee el negro, que no le noquee el negro!” repetían.››

‹‹El asalto decimoquinto fue el penoso ! nal. En él probó Je" por pri-mera vez la amargura que otros habían probado de sus puños. Él, que nunca había sido noqueado, lo fue repetidamente. Lo eliminaron por nocaut. Eso es todo. Ignominia de ignominias, lo noquearon con elpuñetazo que creía que Johnson no poseía, el izquierdo, y no el derecho.››

4 de julio de 1910. Reno, Nevada. Todo está listo: James J. Je" ries “la gran esperanza blanca” se enfrentará al primer campeón negro de la historia de los pesos pesados, Jack Johnson “el gigante de Galveston”. Jack London está en Reno cubriendo la noticia para el New York He-rald, junto a él muchos otros periodistas de todo el mundo y miles de a! cionados presenciarán el que será recordado como “El combate del siglo”. Fue uno de los primeros acontecimientos deportivos que cobró importancia mediática a escala mundial. No fue solo un combate de boxeo, fue mucho más, en el cuadrilátero se enfrentaban todas las ten-siones y las diferencias raciales de la América de principios de siglo. Los periódicos transformaron el combate en un enfrentamiento racial y desde sus columnas forzaron la vuelta al boxeo de Je" ries, campeón blanco que se había retirado invicto y que se vio obligado a volver para hacer justicia a la raza blanca. Je" ries cae en el asalto decimoquinto, la muchedumbre explota y se desencadena una serie de enfrentamientos racistas por todos los Estados Unidos.

Presentamos aquí la crónica completa de Jack London junto con un artículo publicado en la New York University Journal of Law & Liberty ! rmado por Barack Y. Orbach en el que se analizan las consecuencias políticas y sociales del histórico acontecimiento.

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Jack London

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seguido de

El combate de Johnson contra Jeffries y la censura de la

supremacía negraBarack Y. Orbach

traducción deLaura Salas

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Títulos de las ediciones originales:

Jeffries-Johnson fight

The Johnson-Jeffries fight and the censorship of black supremacy

Primera edición: mayo 2011

© de la presente edición:GalloNero Ediciones, S.L.U.www.gallonero.es

© de su artículo, Barak Y. Orbach [impreso con permiso del New York University Journal of Law & Liberty]

© de la traducción, Laura Salas

Diseño de colección: Raúl FernándezImagen de cubierta: Jeffries-Johnson poster, Special Collec-tions, University of Nevada, Reno

ISBN: 978-84-938568-2-3Impreso en España por Gráficas Díaz, S.L.Depósito legal: BI-1071-2011

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Índice

El combate del siglo 11El combate de Johnson contra Jeffries y la censura de la supremacía negra 63

Prólogo 65I Jeffries, Johnson y la «barrera de color» 77II El combate entre Johnson y Jeffries 85III Censura de la supremacía negra 101El doctor Roosevelt y la revista Outlook 137Epílogo 141

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El New York Herald mandó a London a Reno para cubrir el comba-te y escribir una crónica al día durante los diez días que le precedieron.

Reno (Nevada), 23 de junio. Reno siempre ha sido una ciudad viva, pero en estos momentos está cobrando una creciente efervescencia, mayor de la que nunca haya conocido. Todos los trenes, ya vengan del Este o del Oeste, traen a aficionados, a seguidores de los combates o a los inevitables corresponsales. Es sorprendente. O quizás no, por otra parte. Debe de quedar mucho de sanguinario en la raza anglófona para manifestar tan tremendo interés por este deporte de deportes que ella misma creó y desarrolló hasta adaptarlo hoy a las reglas del marqués de Queensberry, que representan la cristalización de muchas generaciones.

Todo el mundo está llegando a Reno. Uno vuelve a encontrar-se aquí, en la metrópolis de Nevada, a todos los hombres que ha conocido en cualquier lugar de la tierra. Están todos aquí: desde los héroes de los viejos tiempos hasta los últimos no-vatos, desde los aficionados encanecidos y avejentados que recuerdan hechos anteriores a los dolorosos 39 asaltos entre

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Sullivan y Mitchell en Chantilly (Francia) hasta los jovencitos que se chupaban el dedo cuando Corbett y Fitzsimmons dispu-taron aquel combate histórico en Carson (Nevada).

En ninguna guerra, en ningún lugar se ha congregado nunca tal número de escritores e ilustradores. No había más de once corresponsales cuando los japoneses enviaron a través del río Yalu a 50.000 hombres a las garras de los rusos, que se encontra-ban en la orilla manchú, ante las murallas de la ciudad de Wiju. Hubo muchos muertos, y se jugaba el destino de grandes impe-rios y antiguas dinastías, y sin embargo sólo once hombres esta-ban presentes para contarle al mundo lo que habían visto. Pero hoy, en Reno, el número de corresponsales es diez veces mayor. No están aquí para presenciar ninguna sangrienta batalla ni la muerte de millares de personas. Están aquí para presenciar cómo dos hombres fuertes, robustos y rudos intentan mediante su habilidad e ingenio, su deportividad y su resistencia, no ma-tarse, sino eliminar al contrario en un deporte que propicia al máximo el ejercicio de esas cualidades.

Para el hombre que conoce la vida tal como es, con sus hechos desnudos, y no la vida tal como él supone o sueña que debe ser, hay algo de enorme y básica importancia en el interés mundial por este combate. ¿Por qué luchan los hombres? Por el dinero. Una respuesta clara, pero que no responde a la siguiente pregunta: ¿por qué acuden los hombres a presenciar com bates? No para gastar dinero, eso seguro. Hay maneras más fáciles de gastar dinero que viajar hasta Nevada. Quieren ver combates porque aún corre por sus venas la atávica virilidad de Adán. Es un fenómeno humano profundamente significativo. Ningún sociólogo o ético que ignore este hecho puede realizar un ver-dadero horóscopo de la humanidad.

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Hay otra manera de verlo. Los editores de periódicos son hábiles proveedores de la información que el público quiere. Si hubiera sólo unos cuantos hombres que desearan este tipo de información, los editores podrían ser acusados de enorme estupidez por enviar al frente a un grupo tan nutrido y costoso de estrellas del periodismo deportivo. Pero los editores no se equivocan. La cuestión es que el público quiere esta informa-ción. La conclusión es que el público, pese a que en innumera-bles ocasiones asevere lo contrario, está interesado en el boxeo.

Ciertamente, Reno está interesada. Reno, además, está or-gullosa. Se considera afortunada. Es una ocasión única en la era moderna para colocarse a sí misma y al estado de Nevada en el mapa. Ninguna obra de arte de prosa, poesía, pintura o escul-tura podría conseguir esta distinción para Reno. Bueno, es un hecho, y como hecho merece ser contemplado.

Reno consiguió el combate, y está dedicando un gran esfuer-zo a alojar, alimentar y entretener al ejército de invitados que le está llegando.

Jack Johnson aún no ha llegado, pero parece como si el resto del mundo estuviera ya aquí. Jeffries está cómodamente insta-lado en el bello balneario de Moana Springs. Hoy ha disputado un partido de béisbol en el que ha eliminado a nueve jugadores; lanzaba, bateaba, paraba y corría por las bases como un joven cíclope. Ha sido agradable verlo. Hasta tal punto destacaba su sólida masa que otros grandes pesos pesados que jugaban con él, como Corbett y Choynski, parecían pesos medios. Jeffries di-fiere totalmente de ellos tanto en estampa como en textura. Es un gran oso, pesado y tosco, y físicamente se podría decir de él que es un hombre de los que hacen época.

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Jeffries ha sido examinado hoy por Peter Murphy, capaz de emitir el juicio más acertado y exacto sobre la condición física de un hombre. El informe de Murphy ha sido inequívocamente favorable. Más que eso, ha sido entusiasta. Y, sin embargo, hace un año dijeron que Jeffries estaba acabado. Se ha dedicado con seriedad y abnegación a preparar este combate.

Para demostrar que la naturaleza humana es la misma en el mundo entero, ya sea en los camarotes de un barco, en los clubes de costura o en los campos de entrenamiento, Sullivan y Corbett han celebrado hoy su encuentro con una trifulca de dimensiones no nefastas, aunque tampoco insignificantes. Nadie ha resultado herido, y no ha sido necesaria la interven-ción de la policía.

JEFFRIES-JOHNSON N.º 2

Reno (Nevada), 24 de junio. Con su bolsa y su equipaje, sus cacho-rros1, contrabajos y fonógrafos, Jack Johnson ha descendido hoy del tren en Reno para ser recibido por una multitud tan enor-me como la que recibió a Jeff cuando llegó. Parecía inalterable y feliz mientras lo conducían con rapidez hasta el hotel de Rick, pese a que su tren llegaba con tres horas de retraso y era viernes.

Su voz era tan jovial, su apretón de manos tan cálido, su son-risa tan deslumbrante como la última vez que lo vi, en Austra-lia. Al comentárselo dijo que se encontraba mucho mejor y más fuerte que hace un año y medio en las antípodas. Sus nudosos

1  La llegada de Jack Johnson a Reno fue espectacular: llevaba consigo, además de a sus amantes (blancas), fonógrafos y demás aparatos, unos cachorros de perro que le servían de compañía. [N. de la T.]

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