Fabula revista de arte, literatura y cultura n° 3

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1 Cultura, arte, literatura. N° 3. Coro, Venezuela, Junio 2016. Colaboraciones solicitadas. Director: Gabriel Jiménez Emán. RIF J-31218464-7. Email:[email protected] MARVELLA CORREA / HOMENAJE En el mes de abril dejó de existir nuestra amiga, poeta, artista plástica y profesora Marvella Correa, una de las figuras más apreciadas de la cultura falconiana, fundadora del Instituto de Cultura del Estado Falcón (Incudef) y del Instituto Tecnológico del Estado Falcón. Marvella fue un derroche de amistad, celebración y buen humor, que embargó los espacios de la ciudad de Coro, donde dejó una huella imborrable de afectos, de gente que se nutrió de su cercanía, generosidad y de su excepcional calidad humana. Tanto en el

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Revista dirigida en Venezuela por Gabriel Jiménez Emán

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Cultura, arte, literatura. N° 3. Coro, Venezuela, Junio 2016. Colaboraciones

solicitadas. Director: Gabriel Jiménez Emán. RIF J-31218464-7.

Email:[email protected]

MARVELLA CORREA / HOMENAJE

En el mes de abril dejó de existir nuestra amiga, poeta, artista plástica y profesora

Marvella Correa, una de las figuras más apreciadas de la cultura falconiana, fundadora del

Instituto de Cultura del Estado Falcón (Incudef) y del Instituto Tecnológico del Estado

Falcón. Marvella fue un derroche de amistad, celebración y buen humor, que embargó los

espacios de la ciudad de Coro, donde dejó una huella imborrable de afectos, de gente que se

nutrió de su cercanía, generosidad y de su excepcional calidad humana. Tanto en el

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ejercicio de la amistad como en el de su pública gestión en el campo cultural, Marvella se

desempeñó como una poeta, una artista genuina que conmovía con su sola presencia: un

halo mágico la rodeaba, una efervescencia permanente era el sello de su personalidad

creadora. Fábula rinde homenaje a esta sin igual artista nacida en Zea, estado Mérida, en

1950, y que dejó un sello imperecedero en la geografía humana del estado Falcón, a través

de un grupo de poemas breves que sus amigos poetas le han dedicado.

MARVELLA

Douglas Salazar

Marvella nos llegó

profusamente vestida,

con ese marcado acento andino.

Llevaba un sinfín de emociones

que inundaban cualquier espacio

penetrado por sus ojos.

Demasiado viva,

no como las muertas de ahora;

abismalmente vacías.

LA ÚLTIMA PÁGINA

Marta Marín

“Marvella, terminó el final de un trayecto. Tu libro llegó a la última página. Pero

seguiremos releyéndonos palabra a palabra, cada una de tus luces, cada expresión lírica y

cada espacio combativo en aras de la “Rosa blanca” de Martí.”

UN NUEVO TRÁNSITO

Milagros Escobar

“El devenir apertura un nuevo tránsito, el encuentro de las aguas. Son otros Horizontes

donde el espíritu se recrea en constelaciones infinitas. Marvella no existe el adiós, sólo la

permanencia en la esfera multidimensional y a veces desconocida de los afectos, el eco de

la voz se repite confiada siempre en el eterno Retorno, en el próximo encuentro.”

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Obra de Marvella Correa

MAR DE SONRISAS FUISTE

José Gregorio Noroño

Mar de sonrisas fuiste,

Bella como siempre,

Corre a otro lugar tu alma ahora,

Pero tus palabras e imágenes

Te han eternizado entre nosotros.

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MARVELLA

Enzio Provenzano Clark

Vuela mariposa, levanta las olas.

Fue tu silencio abrazo y penumbra.

Parpadear de colores.

Canto de pájaros. Flauta de Maíz.

Tiempo y danza

Respiras. Pigmento. Palabra.

ESE SOL QUE SE VE

Rubén Tinoco Gómez

Ese sol que se ve sumergiéndose

hasta su mentón de luz en esa Mar Bella

soltó amarras de su ramillete de estrellas

zarpando desde el puerto de la silaba herida

su equipaje de palabra que une a la noche y su día

en un lirico viaje donde la belleza aguarda

el frágil emprendimiento.

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EN ESE LUGAR TE IMAGINO

Yariza Rincón

En ese lugar te imagino, un claro bosque rodeada con tus sueños.

Gracias por acompañarme en la solidaridad más pura.

Siempre creceré con tus palabras.

Me abrazare a ellas.

Últimamente tu voz casi fue texto y oración para ti.

CADA QUIEN TIENE SU JARDÍN

José Millet

Cada quien tiene su jardín y en él brilla Marvella como su flor preferida.

La recordaré siempre por el instante primero en que nos conocimos en Coro, en un evento de los

acostumbrados que se realizaban en el arranque del 2000...y establecimos una amistad que

desafía el tiempo y la desmemoria. Y la recordaré la última vez en que nos vimos, ella en compañía

de uno sus novios, el hermano Benito Mieses, rumbo a un restaurante coriano donde iban a

compartir como lo hacían siempre, con poemas y alegrías que engrandecen el alma de los seres

sensibles a la belleza. Quedaste como vuelo de mariposa que se pasea por el jardín y entre sus

flores deja un polen de cariño...

VOY A EXTRAÑAR TU VOZ

Simón Petit

Voy a extrañar tu voz y acento. Voy a extrañar tu andar. También extrañaré las tardes de

café y nicotina. De música y vino, de queso y aceituna. De esa pasión por la tertulia y tu

amor por los amigos.

Tantas cosas extrañaré que seguramente uno de estos días en Adícora te veré sentada en la

orilla de la playa, contemplando la inmensidad de tu nombre, riendo y leyendo, esperando

la noche, tan fría, quizá la muerte.

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LA NIÑA DEL CUADRO

Celsa Acosta

Vuelves como la niña

asustada por la niebla,

en tu ojos

una plegaria

canta salmos y abriga la tarde.

El gesto de tu mano

simiente contenida

es amparo y regazo de un tiempo

que no termina.

SIÉNTATE CONMIGO

Gabriel Jiménez Emán

Anda, Marvella, siéntate conmigo a la mesa

Y vamos a charlar de tantas cosas. Sirve la cerveza

En este vaso y hablemos de esos asuntos del corazón,

De los artistas y poetas que tanto amas y defiendes.

De tu poesía olorosa a tura y a tierra quemada,

De tus personajes perdidos en la densidad de esos óleos,

Ellos ahora surgen de tus cuadros para recordarnos

Que existimos.

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LA METÁFORA DE LA BALLENA

Alejandro García

Cuando en 1851 el escritor norteamericano Herman Melville publicó su novela “Moby

Dick”, críticos y público la recibieron tibiamente catalogándola simplemente como una

historia fantástica de aventuras marítimas. Lejos estaban de saber que Melville se inspiró en

un hecho verídico, el naufragio del barco ballenero “Essex” en 1820, quien mientras cazaba

ballenas cerca del Ecuador fue embestido por un gigantesco cachalote blanco dejando a los

sobrevivientes a la deriva en medio del océano, a merced de las inclemencias de la

naturaleza, las bestias marinas, la locura y el hambre. Este olvidado episodio conocido por

Melville lo llevó a escribir su inmortal novela, posteriormente este fatídico naufragio fue

narrado por Nathaniel Philbrick en su novela “En el corazón del mar”, ahora adaptada al

cine con maestría técnica por el laureado director Ron Howard.

“En el corazón del mar” es un aleccionador relato que recrea las dos caras del emporio

mercantilista del comercio de aceite de ballena en la naciente Norteamérica de comienzos

del siglo XIX, beneficiando a la sociedad al utilizar el aceite como combustible para el

alumbrado, lucrando a los usureros empresarios navieros y deviniendo la caza de ballenas

en el más sanguinario e indiscriminado exterminio de cetáceos. El actor Chris Hemsworth

sorprende con un personaje con mucho temple, su transformación física para interpretar a

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un experimentado Primer Oficial y posteriormente un desvalido náufrago dice mucho de

su profesionalismo y entrega, el resto de los protagonistas como Brendan Gleeson, Ben

Whishaw, Benjamín Walker, Cillian Murphy y Tom Holland, componen un dramático

cuadro de vencedores y vencidos a merced de la tragedia y las circunstancias económico

sociales de la época.

Ron Howard (Cocoon, Apollo 13, Una mente maravillosa) demuestra lo que mejor sabe

hacer, un cine cargado de sentimentalismo, hermosamente dibujado, magníficamente

representado aún en los pasajes más oscuros del relato, pero carente en su totalidad de la

profundidad filosófica, de ese simbolismo religioso y bíblico que Melville transformó en

una epopeya épica entre el vengativo Capitán Acab contra el terrible leviatán Moby Dick.

Entre múltiples interpretaciones la monstruosa ballena blanca simboliza la encarnación del

mal sobre la tierra, el miedo a lo desconocido, la persecución de lo inalcanzable, la

venganza de Dios contra el hombre; toda esta polisemia mística, asomada apenas en el

filme, termina limitando la historia como si la blancura de la ballena hubiese enceguecido

al director.

Ficha técnica: En el corazón del mar, EE.UU, 2015. Director: Ron Howard Guión: Charles Leavitt, Rick

Jaffa, Peter Morgan, Amanda Silver (Novela: Nathaniel Philbrick) Productora: Warner Bros. / Village

Roadshow Pictures / Cott Productions Fotografía: Anthony Dod Mantle. Música: Roque Baños. Elenco:

Chris Hemsworth, Benjamin Walker, Cillian Murphy, Tom Holland, Ben Whishaw, Brendan Gleeson, Jordi

Mollà, otros.

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LAURENCIO ZAMBRANO

Poemas

El trovador Laurencio Zambrano

LUTERIA DEL CORAZON

Doquiera que lo lleve la rosa de los vientos, el mortal

nunca cesa de horadar en su acorde: silba algo de sí,

¿Efímero? ¿ Eterno? ¿ Partituras del otro fraseadas en el viento?

Solfea lo que ignora, incluso, tararea lo que apenas comprende

para fundar memorias..

A pesar de las máculas, su vanagloria es óntica.

No es pecado emular las biotas de un arpegio, ni mucho menos

ser adicto del hormonal coloquio entre gredas y vientos.

¿Y por qué no? ganarse la gloria, lidiando en la epopeya

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de los pájaros que —sin asueto— trabajan remozando

la sempiterna lutería del corazón.

Inexorablemente, prólogo y epílogo tienen música:

Cada quien será músico de miedos y corajes, lutier de opacidades y destellos.

Sabemos que el alma tendrá ecos,

si, ad honorem, instigamos contrapuntos

a lo que yace silente en los caminos.

Si, ad libitum, vendimiamos lo cantable

en coplas de octosílabos andares.

Por fa mayor afina dios los clavicordios del tiempo en los collados.

Por la natural, lo humano canta: Letra y músicas de sí,

¿del otro? ¿tuyas? ¿de adverbios? pero jamás de nadie.

! Oh! filarmonía eterna de las almas! Omnisciencia

que expande el diapasón de todos los espejos y ecos.

Por la mayor, ampara el canto y afina el albedrio.

Al silencio le arranca pasiones y avatares,

cantatas y decires que la mudez codicia. Tal vez por eso,

se no vaya la vida buscando los adagios,

la melodía que ahuyente la agonía

de vivir abstemio y sordomudo. Lejos

de la semiótica percusión de las mortajas.

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LA BELLA

No sólo porque es antelación y zaga

de lo que está por crearse o es memoria,

ni porque profese mancias o devele

los alfabetos que inventa el sol en cada rayo,

en justicia, ser ungido por la Bella

es el máximo honor —y desagravio—

de quien elige a La Belleza por oficio.

Cada quien tiene su historia con La Bella:

a cada cual le da su merecido.

De mis encuentros —y desencuentros— con su enigma,

atesoro un fabulario de improntas inasibles y perpetuas;

cuando no artilugia— con vida— cuanto miro,

se antoja de escribirme — y me ficciona—

con tinta de espejos y laudes.

La Bella le quita la soledad al más pintado:

lo va duplicando en cada sílaba,

y es probable que lo escarmiente —como a mí—

exigiéndole que ausculte — de por vida—,

la fastuosidad de los acordes

que tañen las vocales en el párrafo.

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Existen impostores a granel. Envanecidos

que pretenden usurparla y adulteran

su transparencia en criptogramas... ¡Pero qué va!

ella sólo devela su hermenéutica

a quien ame — como a sí mismo —

su diáfana caligrafía de selva y ríos.

De tanto sentirla señorear en la existencia,

me crece —como dogma— la certeza

de que la Bella es:

la estética ubicuidad que ejerce el tiempo

para haya a maravilla en cada cosa;

la polifónica compasión que esparce el viento

para que a nadie le falte la mitad del canto

en cada ruido; de manera que, quien la invoca

tenga a mano, la metáfora redentora que exorciza

los viacrucis de habla y escritura.

Como anfitriona, La Bella se las trae. Sin reposo,

hace turismo con el alma. Por efímeros collados,

como a un niño, te lleva de la mano

a buscar la voz del espejismo,

para que los ojos ensayando vayan viendo —según ella—

las artes que profesa el diccionario para ser y seguir siendo

el ventrílocuo — primigenio — de las huellas.

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Dicen —lo que de eso saben—

que La Bella reina en mis adverbios,

sin embargo, persisten desacuerdos

en cómo somete a mis sentidos.

Para unos, La Bella es mi chamana, otros,

la presumen, mi nodriza,

al extremo que, muchos juran, (me incluyo)

que me obliga a beber leche de mitos,

aguardiente gramatical de cuanto escribo.

Nadie sabe quién la manda

a ponerle bandadas a mis pasos,

o cantarle nanas a las piedras… Sólo sé, que en mí,

de súbito se anuncia como garua de letras,

llovizna gramatical que reverdece

la barroca escorrentía de mis palabras.

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El poeta Laurencio Zambrano

CORRECTOR DE ESTILO

El arrendajo cree que su pico es la punta de mi lápiz.

¿estará confundido?. Sólo sé,

que escarba, come frutas y anida

en cualquier hoja de mi cuaderno.

Es probable que yo, alguna vez,

con unos tragos de más, trovando para mí,

haya pactado interinatos

o algún tipo de esenciales cambalaches;

y él, literalmente, valiéndose de eso,

(cómo, dónde y cuándo a él le dé la gana)

me solfea huellas, mirada y pensamiento.

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El hecho es, que si no le suena a canto

lo que escribo, me enmienda la plana,

ay, me corrige el estilo. imagínense ustedes,

me tiene escribiendo partituras, preferiblemente

para espejos y poetas

ADVERBIO QUE VAS TAN LEJOS

Adverbio que vas tan lejos y tan solo, acorta el paso.

Déjame demorarme, esperar contigo

a la otra mitad del río —mitad de mí— que viene atrás

—espumas de verbo y sol— en la naciente.

En este recodo hay Estado de Gracia.

Enamorada, el agua pulsa madrigales como un viejo laúd

que aún espera núbiles bandolinas o guitarras.

¡Ay, entrañable adverbio mío! —siamesito de mis gestos y lenguajes—

El amor nos dio la vida que quisimos… Pudo haber sido peor la travesía.

Por eso no pienses en sarcófagos, ni en el último delta que seremos,

Quédese aquí conmigo, enamorado,

mire que ya, ni la esperanza tiene prisa.

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EL LEGADO DE SIMÓN NORIEGA: VER, PENSAR Y ESCRIBIR

José Gregorio Noroño

...entiendo por rigor...la capacidad de crear y buscar nuevos rumbos... voluntad y curiosidad de

saber, de entender el porqué de las cosas.

Simón Noriega

El 6 de diciembre de 2014 el profesor Simón Noriega determinó partir a otro lugar,

dejando en nosotros un vacío, una pena que logramos redimir gracias a su legado en el

campo de la historiografía, la teoría y crítica del arte.

Por cierto, él fue uno de los profesores de la ULA a quien más admiré. Con franqueza, fue

quien más influyó en mí formación académica. De hecho, gracias a él me incliné por la

investigación y la escritura. El tiempo desdibuja los recuerdos, pero algo en mi memoria

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queda de aquel primer momento en que lo conocí. Para ser sincero, al principio me pareció

algo almidonado y presumido; fue la impresión que me dio en ese entonces.

Yo era un adolescente en busca de no sé qué, quizá de algo que no se me había perdido (por

cierto, aún no lo he encontrado); el caso es que en el profesor Simón percibía como si él

quisiera demostrarnos lo mucho que sabía, que nosotros éramos unos desconocedores de lo

que él dominaba, pues durante sus estudios de Historia del arte moderno, en la Universidad

de Roma, Historia de la crítica de arte e Historia de la cultura artística norteamericana, en la

Universidad de Pisa, fue alumno de Cesare Brandi y Giulio Carlo Argan, eruditos

pensadores que jugaron un papel importante en su formación.

Al parecer a él le generaba placer hurgar en nosotros, preguntar por fechas, autores,

conceptos, entre otros detalles de la Historia; esa Historia que atesora todo lo que pueda

ayudarnos a entendernos ayer, hoy y mañana. Preguntas, como, por ejemplo, ¿en qué año

inició y finalizó la Primera Guerra Mundial? Recuerdo que en el momento en que lanzó esa

pregunta no entendí qué importancia tenía esa interrogación para lo que había ido a estudiar

a la ULA –ni yo estaba claro qué quería de esa casa de estudios–, sólo me gustaba Mérida.

Como nadie respondió al instante, lo hice yo: “1939 - 1945, profe”. Él se emocionó porque

alguien del grupo de sus alumnos que lo escuchaban tenía conocimiento de ese período en

que se desarrolló ese conflicto bélico. Como yo la sabía, no le vi ninguna trascendencia a la

pregunta. Para mí sólo eran unas fechas como todas, sin sentido si no se contextualizan. Él

la contextualizó y no la entendí en ese momento. De hecho, después de entenderla dudé.

Siempre he dudado, incluso desde antes de leer El discurso del método, “cuanto más pienso

más dudo”, como decía un antecesor de Descartes, quien tal vez hasta dudaba del título que

le puso a su libro, el cual contiene su teoría: la duda metódica.

En fin, al profesor Simón, con el tiempo -cuando comencé a entender a medias la razón de

mi permanencia en Mérida-, lo fui comprendiendo, valorando y admirando. Como

estudiante de Historia del Arte, carrera que él, junto a Juan Astorga Anta, creó en 1974,

empecé a entender que a los hechos artísticos había que abordarlos con metodología, con

disciplina, sustentándose en teorías y métodos; que había que revisar la Historia del arte y

ayudarse con otras disciplinas del conocimiento humano; revisar y estudiar la filosofía,

psicología, sociología, arqueología, antropología, semiótica, literatura, e incluso, la ciencia

y la tecnología.

Al profesor Simón lo vi, además, desenvolverse como docente, jefe de departamento y

pertinaz investigador de la Crítica e Historia del arte. También lo vi ser fiel compañero de

sus colegas, inclusive, pana de sus alumnos. Dentro de lo que percibí al principio en él (un

ser presumido), realmente resultaba ser un gran deseo de compartir lo que sabía -sus

conocimientos-, con los demás: con nosotros. Sus preguntas, el hurgar en nosotros, era un

incentivo para que indagáramos, investigáramos, buscáramos y descubriéramos. Él siempre

quiso inocular esa sustancia: la indagación, la búsqueda, para que cada quien se hiciera

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preguntas y generara respuestas, las cuales siempre arrojarán otras preguntas: ¿Quién soy?

¿Qué hago aquí? ¿Por qué y para qué estoy aquí? ¿Para qué sirve la Historia? ¿Qué es el

Arte y para qué? Si desconocemos esto jamás llegaremos a ninguna parte. Y así

sucesivamente, sin dejar de preguntarnos, ya que nuestras respuestas, al parecer, de ningún

modo terminan por satisfacernos del todo.

Aunque el profesor Simón siempre haya respondido a las preguntas académicas que

muchos le hicieron, y a sí mismo se hizo hasta el último momento, creo que nunca encontró

respuesta a la suya. A esa que uno siempre se formula como individuo a quien le afecta la

condición humana (el terror de ser y de la existencia), haciéndola extensiva al mundo. Uno le

puede responder al mundo, pero es difícil responderse a sí mismo. Y al no encontrar

respuesta para uno, se atenta contra el yo, ese otro que nos habita y agobia, y del que no es

fácil liberarse; pero llega el momento en que se decide transformarse en otra cosa, como

Gregorio Samsa. Tal vez metamorfosearse en la negación del ser, a pesar de todo lo que se

haya legado a la humanidad, como el profesor Simón bien lo hizo.

Entre el grupo de los primeros críticos de arte como Lisandro Alvarado, Rómulo Gallegos,

Bernardo Núñez, Jesús Semprum, Leoncio Martínez, Julio y Enrique Planchart, Paz

Castillo y Picón Salas –si bien no recuerdo donde dejó el profesor Simón a Ramón de la

Plaza, aunque sé que en uno de sus libros le asignó algún lugar–, entre ellos imagino se

encuentra ahora nuestro amigo y profesor Simón. Tal vez llegó entre ellos sin saber qué

decirles, qué responderles a la pregunta: ¿Por qué llegaste aquí antes de tiempo, Simón?

Pues, estoy seguro de que ellos –e incluso Boulton, Pineda, Palenzuela y mi eterno amigo

Willy Aranguren– no lo esperaban aún. Acá a él todavía le faltaban cosas por hacer, pero se

adelantó al vuelo que aún no le correspondía. Él se fue sin despedirse y sin decir por qué se

iba. Esa incógnita que nos dejó quizá para él no tuvo importancia. Sé que lo que más le

satisfizo y satisfará, donde ahora se encuentre, es que sigamos su legado, que busquemos

dentro y fuera de sus libros y tratemos de superarlo. No ser mejor que él, sino mejor que

nosotros mismos.

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Gracias por su legado, profesor Simón, entre cuyos títulos -que comprenden la

historiografía, la teoría y crítica del arte-, menciono los siguientes: El carácter de la

arquitectura colonial en Venezuela (1975), La Crítica del Arte en Venezuela (1979,

2011), La pintura de Héctor Poleo (1983), El Realismo Social en Venezuela 1940-1950

(1989), Ideas sobre Arte en Venezuela en el siglo XIX (1993), Historia del Arte. Problemas

y Métodos (1997), Las Artes Visuales en Venezuela desde la Colonia hasta el siglo

XX (2000), Venezuela en sus artes visuales (2001), Al filo de los años veinte. Exposiciones

y crítica de la pintura en Venezuela (2002), Arte e Historia del Arte (2007), y Arte ¿y eso

qué es? (2008).

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PATACOJA EN EL CREPÚSCULO

Cuento de José Pérez

A Jhosen Daniel, mi hijo.

Cuando mi hijo salía a tomarle fotos a los crepúsculos mientras armaba su teoría de que

“nadie olvida las tardes de la vida, en cambio pocos recuerdan cada amanecer”, formando un

archivo que ya sobrepasaba las mil tomas, desde rayitos de luz rojiza al borde de espinas de

ñángaragatos hasta tortas bien grandes a punto de desbaratarse contra el filo de los montes, Patacoja

lo seguía como un perro de oro, amarillo desde los bigotes hasta la punta del rabo. Sus ojos canela y

la lengua exageradamente grande y colgante como un puente lo hacían parecer como de otro

mundo. Sus muslos traseros habían robustecido las fibras para desarrollar más fuerza de tracción, en

cambio las delanteras eran débiles y la pata derecha tambaleaba desde el codo hasta las uñas como

un aditamento innecesario. Había nacido así aunque se supone que algún malintencionado le dio

una patada al buche de la madre y eso pudo ocasionarle la malformación.

Ilustración de Jesús Méndez

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Era un perro de temperamento fiel y espíritu de nobleza y valentía. Daba leves saltos para

balancearse en la marcha y lograba correr casi como un canguro, imposible de reconocer a simple

vista. Parecía disfrutar el olor del monte y trataba de morder vanamente las mariposas y los

saltamontes que brotaban de la paja peluda, del biribital y los cadillos del camino. En los charcos de

agua lapidaba la lengua con mucha bulla y hasta trataba de sacar alguna larva que viera. Tenía la

vida en los ojos y sobre los copos de los cerros lucía señorial y altivo como un león. Su instinto de

guerra advertía culebras cazadoras y animales encuevados. Por el oído parecía un satélite de alta

precisión. Había logrado escapar a los tiros de las metralletas cuando el tiroteo de los ejércitos y la

guerrilla y llegó a casa con un rasguño parecido a una quemadura sobre la parte anterior del

pescuezo.

—El papá de ese perro parecía un purasangre árabe —dijo Guillermo, un viejo amigo del

rancho que solía ir a comprar quesos o cambiarlos por miel de abeja. También vendía chimó fresco

y hojas de tabacos secadas al sol para las güimas.

Guillermo solía contar los desguaces de la guerrilla y las violaciones que presenciaba del

otro lado del río en una ensenada que tenían ellos para flagelar sus víctimas.

—Hace tres días llevaron una indiecita que no pasaba de quince y la malograron entre

cinco. La pobre niña se desmayó dos veces y no podía ya con la carga cuando algunos le repitieron

la maldad por pura vagabundería. Después uno de los bandidos se la llevó en hombros seguramente

para dejarla botada más adelante.

—¿Y usted no pudo hacer nada? —Preguntó don Ricardo, el curador del tabaco.

—Si la escopeta mía llegara hasta el otro lado del río ya me hubiera tirado una docena de

vagabundos, mi compai.

—Del otro lado ya es otro país.

—A ellos no les importa la frontera porque igual se pasan para este lado. Al viejo Eloy

Azuaje le llevaron los frijoles y los marranos hace unos días.

—Pero no avisó nada.

—¿Cómo iba a avisar, mi compai? Lo durmieron con formol quemado. Él sintió el olor

cuando descansaba enjorquetao en su hamaca pero después quedó inconsciente y no sintió más

nada.

—Esa gente se sabe hasta las malas mañas de la química.

Oír esos cuentos no sorprendía y de tanto traficar con esas historias ya la gente hasta había

pasado a descreerlos. Cuando los indios pasaban para nuestro lado a buscar aceite, traer carnes de

babos, vender diamantes que recogían de las montañas o a dar cualquier cosa a cambio de algo que

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pudieran cocinar por las noches, les preguntábamos si alguna de sus muchachas había sido

perseguida por los hombres armados y sus cabezas marcaban con una tiza invisible una raya

horizontal de izquierda a derecha. Pero nunca le pregunté a mi hijo si tras los crepúsculos del viento

de las tardes y las borrascas temporales había captado con su cámara fotográfica algo parecido a

esos cuentos del viejo Guillermo para tener la certeza de que eran creíbles o verídicos. Agarrado al

cuello del perro, mi hijo oía indiferente aquellas fábulas mientras le sobaba la pata colgante como si

por allí se le pudiera estirar algún hueso.

La idea de que los hombres armados vivían en cuevas como los cuspos y cachicamos y que

podían andar largas distancias bajo tierra resollando por algunos agujeros que lograban camuflar

para proveerse de oxígeno, la tuvieron las familias de la frontera como eso: historias de una frontera

desconocida. Sin embargo, se oían los tiros y se veían los helicópteros del ejército que pasaban a ras

de monte y se perdían minimizándose en la blancura del cielo río arriba. Hubo veces que después de

esos tiroteos por el centro del agua —donde la corriente era más fuerte—, se avistaban cuerpos

flotantes que nadie sabe a dónde iban a parar.

Don Guillermo contaba además que en su rancho del hato guardaba una metralleta que se

encontró arando el suelo para sembrar, “con las balas completicas y sin oxidar”. Meses después

contó también que se le habían metido en la casa cuando salió para vender la miel de abeja y le

habían robado casi todo, hasta la metralleta.

—Dejaron el piso minado de marcas de botas —dijo, por eso sé que eran militares o

guerrilleros.

Su hato quedaba bastante alejado en una zona rodeada de árboles de madera. El río se

ladeaba hacia la derecha y se alejaba del país hacia un territorio desconocido, sin habitantes a la

vista y lejos del alcance de la curiosidad. Seguramente era un bastión cerrado de la guerrilla. Los

indios en cambio estaban hacia el lado contrario, río abajo. Según ellos, caminando dos meses se

llegaba al océano, o a “la marea”, como decían para referirse a la mar.

—Lo curioso es que me dejaron la comida intacta.

Yo no hubiese podido comprender nunca el espíritu ni la lengua de don Guillermo si no

hubiese sido por las fotografías de mi hijo. Cuando aparecía en su moto ruidosa cargado de frascos

y calzado de camisas mangas largas para abatir las quemaduras del sol, saludando como si acabara

de descubrir el mundo, la gente se desentendía de la mercancía de la miel y le servían café para

alborotarle la lengua. También traía cosas de más allá del mundo pues en la radio que tenía oía las

noticias del orbe a través de emisoras antillanas que repetían noticieros franceses y de

Centroamérica.

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Nunca hubiesen muerto los Papas y caído gobiernos o asesinado jefes de estado si don

Guillermo no lo hubiese anunciado semanas después. Los terremotos de México, Indonesia y Chile

y la tragedia de los mineros así como las embajadas que explotaron en el Medio Oriente jamás

habrían sido tales tragedias sin aquel radiotransmisor forrado en cuero, curtido de intemperie y

soledad. También se esmeraba en explicar qué era eso del Medio Oriente a cambio de un caldo de

gallina porque nadie parecía entender que hubiese un oriente picado por la mitad. La tierra era lo

que el sol les permitía mirar de mañana a tarde con la pata coja de sus conocimientos. El sol nacía

por el oriente o levante (por eso de levantarse, entendiéndose que bien temprano para más provecho

y suerte) y occidente o poniente (que es cuando el perro cachicamea y las sombras se aparecen

porque el sol se acuesta). Así que el único medio posible era el del mediodía, la hora de la sopa. Ni

Boreal ni Austral, menos Septentrión ni Meridión eran puntos cardinales en sus ingenios.

Sencillamente no existían. Pero don Guillermo se ganó muchos almuerzos dibujándoles camellos y

pintándoles desiertos que él lograba despoblar aún más con sus hipérboles y culebras monstruosas

que llegaban hasta el mismo cielo para explotar luego jartas de tanta agua porque se chupaban las

nubes cuando no llovía. A más de un muchacho reacio a tomarse los brebajes para las lombrices se

le inculcó miedo y disciplina con esos inventos del viejo solitario. Las culebras del desierto

sirvieron para remediar las lombrices más agarradas a los intestinos de los párvulos

.

Pintura de Jesús Méndez

Page 24: Fabula revista de arte, literatura y cultura n° 3

24

Sin embargo, la fama de pájaro de mal agüero que se ganó don Guillermo entre los

muchachos zagaletones cambió por admiración a partir del día que un camión antiguo que parecía

de una sola rueda —porque hasta la forma había perdido—, entró a aquellos parajes olvidados para

anunciar que en dos semanas llegaba el gran circo Los Celestiales. Nadie había visto un circo por

ahí. La idea fue de la misma guerrilla que quiso distraer a la gente y a las autoridades

concentrándolas en el pueblo de Tumango durante tres días con ánimos de feria mientras atacaba las

guarniciones del noreste y hacía arrase de provisiones en cuanto fundo, hato, siembra y empresa

halló a su paso. Esta estrategia, según don Guillermo, les permitía reponer armas y traficar por el río

aviones y helicópteros desarmados que después reconstruían en los refugios subterráneos y echaban

a volar hacia los países vecinos.

—Don Guillermo explíquenos cuál es la jirafa y cuál es el camello— suplicaba un mozuelo.

—Dígame cuál es el tigre y cuál es el lión —pedía un morenito careto.

—¿El circo también trajo la culebra de las nubes?

Don Guillermo dictaba cátedra a chicos y viejos en torno a los animales del circo y algunos

que no conocía los inventó. Un mono saki cara blanca del Brasil lo llamó “Payaso” porque creía que

era un disfraz y casi pasó una tragedia cuando uno de los jovencitos intentó arrancarle los pelos y el

saki lo voló por los aires. Yo lamenté profundamente que mi hijo no quisiera ir al circo esas tardes

para tener testimonio gráfico de las especies, en cambio pudo tomar fotos a escondidas de la

tragedia de los hombres armados, que en todo caso, fue lo realmente importante para esclarecer

posteriormente los hechos.

Otro animal raro fue el Proboscis Monkey, un mono ciertamente extraño, cuya nariz

debatían que parecía de trapo (por eso lo llamó “Moco de pavo” dada la semejanza con la carúncula

y la flor del amaranto), lo cual terminó en trifulca aduciendo que los dueños del circo eran unos

sinvergüenzas que andaban por ahí engañando a la gente buena para quitarles la plata. Muchas

gallinas y marranos se vendieron para pagar las entradas, y muchas reces desaparecieron de los

hábitats de sus dueños para ir a parar en las varas de los pinchos y en los dispendios de ron.

—Este es un circo serio, se los aseguro. Aprovechen de ver lo que nunca han visto. —Don

Guillermo tuvo una actividad intensa a cambio de nada haciendo el papel de guía de promoción del

circo mientras discutía e impartía sus razones y sin razones con quienes escutaba todo tipo de

ignorancia.

—Tengo entendido que este circo viene del Brasil, desde los puertos de Tabatinga y Leticia,

cruzando en pleno el gran río Amazonas. —Cuando hablaba así don Guillermo parecía un

cartógrafo de la época de los Virreinatos.

Page 25: Fabula revista de arte, literatura y cultura n° 3

25

De pronto un tumulto de muchachos desbarató asientos y causó una conmoción. El tropel

venía del susto que les causó un trabajador del circo que traía en el hombro un ejemplar de axolotl,

una salamandra mexicana de orejas con pelos y cueros transparentes que espeluscaban al más

templado. Hasta vómitos hubo y no pocas fatigas del miedo y la calor.

A la semana de marcharse el circo quedaron los cuentos de lo que había pasado dentro de la

carpa gigante, fuera de la carpa y más allá del pueblo. El combate había sido feroz. Si los

guerrilleros financiaron al circo para distraer a los civiles y consumar el asalto al puesto del ejército

en nuestro país y en la zona controlada por el otro ejército vecino, eso no se pudo comprobar nunca

y quedó en la saliva de aquellas bocas agoreras que destejían la realidad con la sorna de sus antojos

o tergiversaban las fantasías más irreales haciéndolos creíbles al primer chisme de carretera o a

través de los vendedores de peroles que iban de un lugar a otro entrometiéndose en las vidas

plurales de todo el mundo.

Pintura de Jesús Méndez

Mi hijo tenía controlado el nido de una baba preñada y quería captar el momento justo en

que nacieran los animalitos a la orilla del agua para seguir armando su álbum sobre la fauna de

ribera que ya sobrepasaba las mil tomas. Las fotos de los paisajes incluía los crepúsculos a través de

hojas húmedas, ramas quemadas, entre las patas del perro, en medio de horquetas, espinas,

camburales, alambradas y otras interposiciones de objetos y partes de los montes, capaces de atar

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aquellos segundos finales irrepetibles de la luz diurna a una pieza cósmica que de seguro

amanecería en su sitio apenas amaneciera. Pero nunca se propuso fotografiar un baño de sangre

atroz y mucho menos ser perseguido por una inocencia. Prefería internarse en la montaña con

Patacoja que ir al pueblo a ver borrachos matraqueros, y gatitas alegres que se ofrecían a los

extraños para que desahogaran sus testículos por tres monedas. En secreto, había logrado llevar un

registro de las infiltraciones de la guerrilla en nuestra frontera sin decir una sola palabra. Cuando

estaba en la capital estudiando, las enviaba con un seudónimo a organismos internacionales de

defensa de los derechos humanos, y hasta la cancillería, sin que recibiera de vuelta una sola

respuesta de interés por el tema. De hecho, mi hijo suponía que su trabajo secreto no había logrado

pasar más allá de las redes inciertas de internet.

La masacre de los soldados destapó la olla. El ejército contraatacó de inmediato en una

confusión tripartita que terminó enfrentando a los dos ejércitos fronterizos mientras al río caían

cadáveres de ambos lados. La guerrilla aprovechó causar bajas por partida doble desde los túneles

camuflados lanzando misiles letales a diestra y siniestra. Tres canoas repletas de indios que

regresaban de un rito shamánico sucumbieron sin sobrevivientes en medio de las balas cuarenta y

cinco milímetros y de los AK-47. Nadie en el circo se imaginaba tal horror. A la distancia se oyeron

las turbinas de los aviones a reacción y el ronroneo de los helicópteros, pero no se dieron por

entendidos entre la algarabía de ese domingo.

A las cuatro de la tarde se inició el ataque guerrillero. Les tomó quince minutos acabar con

los treinta y tres soldados del comando de vigilancia, y media hora enfrentar a plomo limpio y sin

pausas, al otro batallón, que llegó en las lanchas de patrullaje justo para el reemplazo semanal. Otra

media hora tardaron en socorrerlos los equipos aéreos y los paracaidistas. Ya a la seis de la tarde la

confusión era total. El crepúsculo era de sangre.

La prensa se sorprendió que el gobierno emitiera en menos de veinticuatro horas un informe

diciendo que sus servicios de inteligencia habían logrado establecer un registro minucioso de esas

incursiones, y mostró en público por primera vez las fotos de mi hijo sin que él se diera por

enterado. Por mucho que nos preguntaron e intentaron sobornar para comprobar si alguien de

nosotros sabía quién era el fotógrafo anónimo, lo negamos rotundamente. Debajo del colchón del

rancho habían crepúsculos escondidos que por suerte nadie registró hasta que se pusieron pálidos y

borrosos, pasando de un sepia color médano a un gris almidonado como suelen ser los colores del

olvido.

Una foto que mi hijo le tomó a Patacoja esos días lo mostraba lamiéndose la patica chueca,

y del oro de sus pelos ya no quedaba sino un polvo cenizo como el que tienen las ancianas en sus

cabelleras cuando cumplen cien años.

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J.J. ROUSSEAU Y ROBERT WALSER: FILOSOFÍA Y ESTÉTICA DEL PASEO

Ennio Jiménez Emán

Un filósofo “existencial”, pensador y escritor amante de los paseos, es el

célebre ginebrino Jean Jacques Rousseau (1712-1778), cuyas ideas

influenciaron la Revolución Francesa, autor de El contrato social (1762), del

Emilio (1762) -que desató una persecución en contra suya para hacerlo pagar

cárcel- y también del menos famoso libro Divagaciones de un paseante

solitario (tengo en mis manos la edición de la Editorial Labor, Barcelona

España,1976), terminado en 1776, dos años antes de su muerte (publicado

póstumamente en 1782). En pleno auge del Romanticismo (que condenaba

los afanes fáusticos de la ciencia y proclamaba la vuelta a la naturaleza),

durante estos paseos catárticos y reveladores -llevados a cabo de manera

frecuente y sistemática y en varias épocas hasta los días de su muerte-, por los

bosques y campiñas que circundaban París (en la villa y región de

Montmorency, en un paraje boscoso llamado El Ermitage) y antes por las

orillas del lago de Ginebra y Neuchatel en su Suiza natal, Rousseau paseaba

por el sólo gusto de pasear, “manía obsesiva de Rousseau”, dice José María

Valverde. Allí daba rienda suelta a sus pensamientos y meditaciones, se

congraciaba y sinceraba con su corazón y fustigaba a la razón. Se sentía

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conectado y a la vez humillado ante y por la grandiosidad e inmensidad de la

naturaleza, en tanto que pergeñaba su teoría (opuesta a los postulados de la

Ilustración) de la cultura, la ciencia y las artes como una degradación de las

costumbres esenciales. Esas páginas se proclamaban como los escritos de “un

hombre en toda la verdad de la Naturaleza”. En este libro, pues, Rousseau

enuncia su particular filosofía del paseo: “Estas horas de soledad y de

meditación son los únicos del día en que soy plenamente yo y para mí mismo,

sin diversión, sin obstáculo y en los que puedo verdaderamente decir que soy

lo que la naturaleza ha querido”. Es decir, la caminata como una forma de

pensar.

Tras el proceso del Parlamento de París contra el Emilio y las difamaciones

hechas de su persona en Francia e Inglaterra en las postrimerías de su vida por

filósofos y escritores antes amigos o correligionarios suyos como Voltaire, los

enciclopedistas Diderot y D’Alembert y por David Hume y Horace Walpole se

establece en Ginebra una temporada para luego regresar a París y morir allí.

En los últimos cuatro o cinco años de su vida y una vez finalizados los

Diálogos (1776), Rousseau se dedicó en esos paseos a llevar a cabo también

una labor de introspección filosófica que él sintetiza en la máxima “Conócete

a ti mismo y goza contigo mismo”, siendo la misma persona de Rousseau su

tema no sin antes dejar clara su admiración y correspondencia con los Ensayos

de Montaigne, donde el francés proclamaba en el Prólogo: “Yo mismo soy la

materia de mi libro”.

En Divagaciones de un paseante solitario, escribe Rousseau decepcionado

por las traiciones:”Por más que los hombres quieran volver a mi, no me

encontrarán. Con el desdén que me ha inspirado su trato me sería insípido e

incluso molesto, y yo soy cien veces más feliz en mi soledad de lo que habría

podido serlo viviendo con ellos”. Y también para que quede claro: “Han

arrancado de mi corazón todas las dulzuras de la sociedad. Éstas ya no podrán

germinar a mi edad”.

Así, estas Divagaciones constituyen los apuntes o escritos realizados durante

los “paseos” (título con el que designó igualmente los capítulos de su obra)

cuando anotaba las impresiones en sus caminatas por los bosques y parajes

que rodeaban la capital francesa, ya en sus últimos días, a la vez que llevaba a

cabo clasificaciones botánicas (otra de sus pasiones al igual que la de copiar

música) de la flora del lugar. Allí anotaba: “Los ocios de mis paseos diarios a

menudo han estado llenos de contemplaciones deliciosas y cuyo recuerdo

lamento haber perdido. Fijaré a través de la escritura los que todavía puedan

ocurrírseme”. Rousseau fue un escritor vigoroso de estilo brillante y colorido

presa de una embriaguez poética y metafísica, de ideas rotundas y originales

Page 29: Fabula revista de arte, literatura y cultura n° 3

29

cuya religión la constituyó la Naturaleza, en la que se imbuyó y de la que

extrajo inspiración hasta el final de sus días: su filosofía se redujo “a un

deísmo naturalista, saturado de escepticismo”, como precisó certeramente

algún comentarista de su obra.

Otro suizo, nacido en las cercanías de Berna, Robert Walser (1878-1956), uno

de los escritores más elusivos y menos conocidos y difundidos de la literatura

en lengua alemana, aunque siempre una presencia activa y elogiada por

grandes escritores de su tiempo como Kafka, Musil, Benjamin y Canetti, se

ocupó de que su vida y obra pasaran inadvertidas, al no tomar en cuenta la

relevancia literaria y el ego del escritor y que sus libros, poco traducidos,

circulaban entre un reducido número de lectores

El escritor Luigi Amara lo considera con razón una figura fantasmática

en las letras alemanas del siglo XX, “un fantasma ya no más errabundo y

vaporoso, como correspondería a su condición y carácter, sino anclado a la

sombra de un estante, en obras escasas pero fielmente codiciadas”, y reconoce

al igual que los escritores antes mencionados la importancia capital que su

obra miscelánea tardía que muchas veces alcanza la incoherencia y el

sinsentido pero también el deslumbramiento y la revelación, escrita antes de

ingresar al sanatorio o asilo de Waldau -o al manicomio, “convento de los

tiempos modernos”, al decir de Canetti- y que incluye temas menores y

carentes de relieve, comentarios cotidianos, impresiones, ejercicios,

borradores, paseos y excursiones anotados, bocetos de personajes erráticos.

Dichos temas constituyen parte de una obra que rehúye toda relevancia y que

he venido leyendo fragmentariamente en revistas (tengo en mis manos, el

dossier que le dedicara la revista española El paseante en 1985) y en

antologías, aparte de un valioso volumen de su obra narrativa publicado

también en España y que extravié hace ya varios años en alguna mudanza.

Robert Walser

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30

La prosa divagante de Walser avanza y registra revelando matices

insospechados de las cosas, personas y vistas observados e igualmente ejerce

su nomadismo cuando comenta algún tema banal y hasta pueril anotado en sus

paseos, alumbrándose -y alumbrándonos- la misma con el escrutinio de su

particular mirada. Como afirma Amara: ”El signo de la poesía de Walser es la

fugacidad.”

Walser desarrolla su obra en el contexto histórico de la Segunda Guerra

Mundial, período trágico de angustia, ansiedad, zozobra y desarraigo. Igual

que su compatriota Rousseau, la actividad que prefería era pasear y deambular

por las vías urbanas o campestres con toda la carga de vagabundeo mental y

libertad de imaginación e introspección que ello conlleva. En su texto “Paseo

dominical”, un paseante-poeta deambula por el campo entregado al infinito

fantaseo de su mente, imaginando obras de arte y recitando poemas de

memoria mientras recorre diversos paisajes bucólicos y reflexiona el narrador:

¡Cómo iba a dejar de fantasear y hacer poesía mientras se paseaba! Pero era

precisamente esto lo que a sus ojos enriquecía y amenizaba una y otra vez los

paseos”.

Los “héroes” -o antihéroes- de las prosas de Walser son personas fuera de lo

común, con una imaginación hiperactiva, anómala o desproporcionada, poetas,

alienados o desocupados; no en balde Walter Benjamin refirió que los suyos

“Proceden de la demencia y de ninguna otra parte. Son personajes que han

pasado por la demencia y por ello siguen siendo de una superficialidad tan

desgarradora, inhumana, inquebrantable”. Los cataloga, pues, como

holgazanes, pordioseros o genios.

En otra prosa suya, “La calle”, ambientada en una atmósfera urbana, un

caminante se siente paralizado en medio de un espacio movido por una

dinámica caótica y fantasmagórica que lo vapulea, en la que se encuentra

preso y de la que literalmente no puede salir o moverse y menos hablar.

Discurre entre un remolino en medio de una galería de prisioneros, de una

“totalidad amontonada”. Walser nos introduce en una visión urbana de

pesadilla, visión atroz salida de una mente anómala. Apunta el narrador:

“Aquello discurría como el fluir de algo líquido, proseguía como si se

disgregara; llegaba mecánicamente y se alejaba de igual forma. Todo era

espectral, también yo”. En su prosa “Pequeño paseo”, un aldeano va por un

camino comarcal admirando la naturaleza y saboreando sus observaciones,

llegando en un momento a poner la mente en blanco: “Todo aquel mundo se

me antojaba un gigantesco teatro (…) No hace falta ver nada extraordinario.

Ya es mucho lo que se ve”, precisa.

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Cuando retrata al poeta Heinrich Kleist, en su texto “Kleist en Thun” -región

cercana a Berna-, caminando el poeta por los bosques, hechizado frente al

panorama natural de los Alpes suizos y sus innumerables aldeas y villas, se

retrata él mismo tratando de asir lo que ve: “Quiere lo inasible, lo inconcebible

del paisaje. (…) Quisiera no tener sino ojos, no ser sino un solo ojo”. Y en otra

parte del texto, luego de terminar la jornada de la excursión alpina, apunta:

“La noche lo alivia. Una vez en su alcoba se sienta a su escritorio dedicado a

trabajar hasta el delirio. La luz de la lámpara le borra la imagen del paisaje;

eso lo despeja y se pone a escribir”. Fiel retrato cotidiano de su propia

actividad de paseante y escritor.

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DE PUERTAS HACIA BIEN ADENTRO

Daniel Céspedes

El Caimán Barbudo, La Habana

“Tengo sueño ahora, mucho sueño…”, dijo Dios.

Luego se quedó profundamente dormido:

al poco rato comenzaron a aparecer

las imágenes que crearon al mundo y los seres.

Gabriel Jiménez Emán, Sueño.

Convocando un aprendizaje universal, todo creador procura tocar sensibilidades ajenas a

partir del añadido de la suya. Mas el intento no queda en el hecho de una mera sumatoria,

acaso de una prolongación, sino de un diálogo atrevido y atendible por sus porciones de

familiaridad. ¿Qué permite en realidad ese contacto, esa posibilidad de integración? Pues el

reconocimiento mutuo de lo realizable, aun en los predios de la sorpresa y de la

imaginación provocados por la obra.

Lo negociable entre escritor y lector —para aterrizar ya en una reciprocidad concreta— se

da en el trato de una libertad, aburrida de sus horizontes o límites, con una dependencia

dolorosa y placentera, pero ambivalente también en cuanto a las propuestas de caminos

vivenciales que ofrece. Esto va tanto para autor como receptor. Lo sabe el

venezolano Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950) al examinar el drama del escritor en una

de las narraciones cortas de Ficciones, fábulas y microrrelatos (Editorial Arte y Literatura,

2015) y reconocer una secuela casi siempre pasajera:

Aparentemente, el drama de un escritor se revela cuando ya no tiene nada que decir

y continúa escribiendo, o cuando tiene mucho que decir y no encuentra las palabras

apropiada para expresarse. Desde otro punto de vista, podría ser que el escritor

escriba para ganarse la vida o tener éxito, y no curra ninguna de las dos cosas. Pero

no. El verdadero drama del escritor se produce cuando pone punto final a su obra y

se cerciora en ese mismo momento de que esta no existe.1

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Gabriel Jiménez Emán

No por contabilizar sino para reparar en los alicientes y desencantos de la creación, y en los

demonios de la autoría, es que bien valen esas páginas como la ya citada y tantas otras en

las que Jiménez Emán declara y sugiere como el narrador que es. En “El cuento más bello

del mundo” regresa sobre el acto de escribir desde Hugo Han, uno de los personajes más

obsesivos de este libro. El mundo ficcional que rememora el fenómeno (re)creador y

creativo, al tiempo que la propia experiencia de Emán volcada como confesión en el afán,

el placer y la agonía de concebir obra, es fascinante y preocupa por cercano e influyente.

El título del libro: Ficciones, Fábulas y Microrrelatos aparenta cierta clasificación o

división genérica, cuando en verdad asistimos a todo un inventario imaginativo que se erige

sobre los referentes más misceláneos de distintos contextos. Para colmo, mediados por la

fascinante y a la vez pavorosa constelación posmoderna, donde olvidamos creaciones

primarias por cuenta de atractivos reciclajes culturales.

Noventa son los textos que dan fe de ello. A veces prima un encontronazo entre realidad y

fantasía, rememorando —a manera de homenaje— el dinosaurio de Monterroso o las

greguerías de Gómez de la Serna; otras, fabula y no teme a la lección temática o

conceptual, aunque más resuelta al cierre conclusivo y esperado de la historia, si bien

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apetece siempre la reflexión del lector como, por ejemplo, en “La prostituta que vendía sus

ideas” y “El caballo que deseaba ser un jinete”.

Por si fuera poco, Gabriel Jiménez Emán retoma figuras históricas, literarias mitológicas y

reinventa un universo de la probabilidad ficcional. Y aquí destaco: “Diálogo postrero entre

Sancho Panza y Alonso Quijano, oído por el autor del Quijote”, “La mano de Cervantes” y

“Troya arde de nuevo”; esta última una invención realmente muy bella en tanto impulso de

un imaginario cerca de lo testimonial. Y si acaso Jiménez Emán me preguntara cuál yo

prefiero en cuanto a relato ingenioso y sorpresivo, me quedo con “El espectador ausente”.

En Ficciones, fábulas y microrrelatos asistimos a desiguales tonos porque cada tema pide

uno en particular. Es de destacar cómo su autor cuela un existencialismo sin didactismos

sociológicos o pseudofilosóficos, aunque sí encontramos aciertos psicológicos que valen

incluso por esa hechura harto retocada a lo sentencioso. Al inicio de en “La melodía de las

esferas” se lee: «La vida es como es y no admite adjetivos: es todas las cosas y ninguna, es

todo y nada».2

Para luego, en esa misma ficción concluir con «la mala suerte no es más que

la ridícula traducción de un dato imposible».3

Ello viene a engrandecer un estado anímico

legítimo, una verdad generalizada a partir de lo vivencial.

Obra más reciente de Jiménez Emán editada en La Habana, Cuba

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Ahora, si algo equipara las narraciones de este libro, amén de su espontaneidad expositiva y

encanto temático, es sin dudarlo las atmósferas de aislamiento (no de encierro gótico), por

lo general vinculadas a esos protagonistas de apartamentos o casas independientes; sobre

todo, esos sujetos pensativos y somnolientos en los lechos de sus habitaciones. Pocas veces

advertimos en Fábulas, ficciones… una simpatía habitual hacia la calle, el ambiente rural,

en fin, el transitar diario.

En el presente libro casi prima lo que siente el personaje de “La taberna de Vermeer”,

cuando dice: «Cada vez que intentaba meter la llave en la cerradura para salir a la calle el

pulso me temblaba, y tenía que regresar». No es que se imponga la agorafobia, sino que se

prefiere vivir de puertas hacia bien adentro.

Como una buena y larga conversación entre personas que se estiman y no tienen por qué

estar de acuerdo en cuánto manifiestan, se dialoga de un tirón con Ficciones, fábulas y

microrrelatos, una antología encantadora de un narrador de la vida, acaso porque ha sido un

obsesivo y verdadero inventor de mundos posibles e imaginados. Ese hombre es Gabriel

Jiménez Emán.

NOTAS

1. Jiménez Emán, Gabriel. Ficciones, fábulas y microrrelatos. Editorial Arte y Literatura, La

Habana, Cuba, 2015, p.37.

2. Ibíd., p.158.

3. Ibíd., p.162.

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Reseña periodística

POESÍA Y PAZ RECORREN EL MUNDO

Marbelia Martínez Senior

“El Nuevo Semanario”, Coro, 30 de mayo de 2016

Cartel del X Festival Internacional Palabra en el Mundo 2016

En los hermosos espacios del Balcón de los Arcaya se realizó el X Festival

Internacional de Poesía Palabra en el Mundo en la ciudad de Coro, que se efectúa de

manera simultánea en más de cincuenta países del mundo, para resaltar la vigencia de un

evento universal en donde los poetas alzan sus voces por la paz y por la creación literaria.

El escritor Gabriel Jiménez Emán, coordinador de este evento, resalta que se trata del

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quinto año consecutivo de la celebración del Festival Internacional de Poesía Palabra en el

Mundo en el estado Falcón, con el apoyo de instituciones con los escritores de acá, hay

mucho entusiasmo pese a la crisis, dice, pese a las cosas que se dicen del país, la poesía

siempre está apuntando sus voces por la paz, porque lo que queremos es paz y concordia”,

destacó Gabriel Jiménez Emán. Al hablar sobre la poeta Marvella Correa, destaca sus

grandes virtudes, fue una gran artista plástica, una defensora de la cultura, una mujer llena

de alegría, en ella se encuentra la voz muy singular de la poesía venezolana, hizo mención a

sus libros como “Hablas del Silencio”, “Ofrendas de la Caza” y otros que expresan el

mundo interior de la artista, resaltando la simbología de los mitos ancestrales presentes en

su poesía.

EL REENCUENTRO

Por su parte la profesora María Elvira Gómez indicó que esta actividad reunió a los poetas

de Coro, “fue una hermosa oportunidad para el reencuentro, para escuchar lo que la gente

está escribiendo, lo que la gente está haciendo, para reivindicar la poesía en general y

particularmente este año, el evento tuvo una significación muy especial porque se hizo en

homenaje a Marvella Correa, insigne poeta falconiana, recientemente fallecida y venimos

justamente a hacerle honor a ella a través de la lectura, lo que la gente ha producido, lo que

ha podido crear y a vernos las caras que siempre es tan importante”. Señala que Marvella

Correa manejó la plástica y la escritura, a partir de la imagen escribió los textos, cada

trabajo es un viaje interior.

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Grupo de poetas del Festival Internacional Palabra en el Mundo, Coro, 2016

El escritor Gabriel Jiménez Emán resaltó la importancia del Festival Internacional de

Poesía Palabra en el Mundo realizado en la ciudad de Coro, y que ha contado con la

colaboración en varias de sus ediciones de instituciones como el Museo de Arte Coro, el

Instituto de Cultura del estado Falcón, la Alcaldía del Municipio Colina en La Vela, el

Gabinete de Cultura del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, y este año de la

Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda. En Venezuela este evento se ha

realizado en el estado Falcón, así como también en Caracas, Mérida y otras ciudades del

país. En el encuentro llevado a cabo en homenaje a los grandes poetas falconianos Rafael

Rossell, Marvella Correa, y Ramón Miranda, participaron las poetas Celsa Acosta Seco,

María Elvira Gómez, Yariza Rincón, Jennifer Gugliotta, así como los poetas Simón Petit,

Ennio Jiménez Emán, Antonio Robles, José Gregorio Noroño, Rubén Tinoco, Camilo

Morón, Ennio Tucci, Olimpio Galicia, Enzio Provenzano, Israel Antonio Colina, Juan

Francisco Lara, entre otros. En horas de la noche en el marco de este festival se realizó un

foro sobre la trascendencia de la literatura falconiana, en la que los asistentes dialogaron

sobre el quehacer literario en la región. Luego se presentó un concierto de música, a cargo

del Duo Paicagüi, Javier Leen en la guitarra y en el cuatro su padre Ángel Gabriel Leen,

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quienes interpretaron valses venezolanos y boleros latinoamericanos. “Se trata de la

convocatoria para la poesía que cada día se nutre más en el estado Falcón”, agregó, Jiménez

Emán, coordinador general del evento, junto a la poeta falconiana Celsa Acosta Seco,

quienes dirigen las Ediciones Fábula y forman parte de la Directiva de la Red Nacional de

Escritores de Falcón, agrupaciones promotoras del evento.

Vista parcial del evento

A su vez María Elvira Gómez se refirió a la obra del poeta Rafael Rossell, a quien

calificó como uno de los grandes poetas falconianos, a la vez que leyó uno de los textos del

libro “Proa al norte”, de Rossell. Por su parte Ennio Jiménez Emán habló del poeta Rafael

Rossell, destacando el viaje interior del escritor, un regreso hacia sí mismo, refiriéndose al

libro “Caravanero”, de este autor. Subrayó Jiménez Emán, la presencia del poeta como

trashumante, el eterno viaje en la búsqueda de sí mismo.