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209 X. El Porfiriato (1876-1911) Javier Garciadiego 1. El impacto biográfico El periodo de nuestra historia que se prolongó del último cuarto del siglo XIX al término del primer decenio del siglo XX tuvo un gran prota- gonista, Porfirio Díaz. Fue tal su dominio sobre la vida pública nacio- nal que dicho periodo histórico lleva su nombre: el Porfiriato, tam- bién conocido como el Porfirismo. Ningún otro periodo de nuestra historia se identifica con el nombre de su gobernante. El Porfiriato duró poco más de 30 años, de finales de 1876 a mediados de 1911. Para comprenderlo mejor es preciso reflexionar primero sobre la bio- grafía del propio Díaz. Además, se debe dividir en tres etapas, pues cada una tuvo características distintivas. Porfirio Díaz nació en Oaxaca en 1830, en una familia mestiza de la clase media pueblerina, y puede decirse que su adolescencia y juven- tud coincidieron con una etapa muy turbulenta de la historia del país, dominada en buena medida por Antonio López de Santa Anna y ca- racterizada por la debilidad del gobierno central, evidenciada por varios conflictos internacionales, como la guerra de Texas (1836), la llamada Guerra de los pasteles (1838) y muy especialmente la guerra con Estados Unidos (1846-1848), que dio lugar a la pérdida de la mi- tad del territorio. También fue característica de esos años la notable inestabilidad política provocada por los numerosos cuartelazos e in- surrecciones militares, por las graves diferencias entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, por la insuficiencia presupuestal para man- tener una burocracia estable y tranquila y por la falta de un proyecto mayoritario de país, pues todavía a mediados del siglo XIX se debatía sobre la forma de gobierno idónea para México: entre monarquía o república, federalismo o centralismo. Desde joven Porfirio Díaz se involucró en los conflictos políticos y

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X. El Porfiriato (1876-1911)

Javier Garciadiego

1. El impacto biográfico

El periodo de nuestra historia que se prolongó del último cuarto del siglo XIX al término del primer decenio del siglo XX tuvo un gran prota-gonista, Porfi rio Díaz. Fue tal su dominio sobre la vida pública nacio-nal que dicho periodo histórico lleva su nombre: el Porfi riato, tam-bién conocido como el Porfi rismo. Ningún otro periodo de nuestra historia se identifi ca con el nombre de su gobernante. El Porfi riato duró poco más de 30 años, de fi nales de 1876 a mediados de 1911. Para comprenderlo mejor es preciso refl exionar primero sobre la bio-grafía del propio Díaz. Además, se debe dividir en tres etapas, pues cada una tuvo características distintivas.

Porfi rio Díaz nació en Oaxaca en 1830, en una familia mestiza de la clase media pueblerina, y puede decirse que su adolescencia y juven-tud coincidieron con una etapa muy turbulenta de la historia del país, dominada en buena medida por Antonio López de Santa Anna y ca-racterizada por la debilidad del gobierno central, evidenciada por varios confl ictos internacionales, como la guerra de Texas (1836), la llamada Guerra de los pasteles (1838) y muy especialmente la gue rra con Estados Unidos (1846-1848), que dio lugar a la pérdida de la mi-tad del territorio. También fue característica de esos años la notable inestabilidad política provocada por los numerosos cuarte lazos e in-surrecciones militares, por las graves diferencias entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, por la insufi ciencia presupuestal para man-tener una burocracia estable y tranquila y por la falta de un proyecto mayoritario de país, pues todavía a mediados del siglo XIX se debatía sobre la forma de gobierno idónea para México: entre monarquía o república, federalismo o centralismo.

Desde joven Porfi rio Díaz se involucró en los confl ictos políticos y

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militares del país, incorporándose a los contingentes liberales que lu-charon en la rebelión de Ayutla (1854-1855) y luego en la Guerra de Reforma (1858-1860), en la que obtuvo el grado de coronel. Díaz al-canzó la fama nacional en la guerra contra la Intervención francesa (1862-1867). De hecho, fue él quien recuperó la Ciudad de México, en junio de 1867, entregándosela a Benito Juárez. Con el triunfo del gru-po liberal dio inicio el periodo conocido como República Restaurada, que duró hasta la llegada de Díaz al poder.

Durante esos 10 años ocurrió una clara división en el bando libe-ral. Por un lado quedaron Juárez y sus principales colaboradores civi-les, convencidos de que, lograda la paz y restaurado su gobierno, el equipo gubernamental debía concentrarse en dirigir la reconstruc-ción del país, con los hombres capacitados para ello. Al margen que-daron caudillos militares, como Díaz, seguros de merecer los más altos puestos políticos por ser los verdaderos artífi ces de la victoria militar sobre las tropas francesas y el bando conservador mexicano. Así se explica que Díaz haya contendido contra Juárez en las eleccio-nes presidenciales de 1867 y 1871. Puesto que en ambas ocasiones fue vencido, Díaz abandonó los procedimientos electorales y acudió al levantamiento armado: a fi nales de 1871 encabezó la rebelión de La Noria, pero la muerte de Juárez meses después dio lugar a la llega-da al poder de Sebastián Lerdo de Tejada, quien otorgó la amnistía a Porfi rio Díaz. En 1874 fue elegido diputado, pero no hizo propuesta legislativa alguna y sólo una vez subió a la tribuna. En 1876 Lerdo in-tentó reelegirse, lo que provocó la oposición de José María Iglesias, presidente de la Suprema Corte de Justicia. Por su parte, Díaz se alzó en armas contra Lerdo, proclamando el Plan de Tuxtepec —que se oponía a la reelección presidencial—, para lo que aprovechó la divi-sión entre los principales liberales civiles, Lerdo e Iglesias.

Fue así como Díaz alcanzó la anhelada presidencia, la que había buscado infructuosamente por casi 10 años. Su experiencia biográfi ca había sido su principal fuente de enseñanzas y defi niría su concep-ción gubernamental. Al contrario de Santa Anna, Díaz desconfi aría de los gobiernos breves y frívolos; por eso su permanencia en el poder fue prolongada y siempre fue enemigo de incurrir en irresponsa-bilidades. La experiencia vital también le había enseñado lo costoso que era para México vivir entre alzamientos, rebeliones y pronuncia-mientos. Por eso se esforzó en imponer la paz en el país, así fuera una “paz forzada”. Otra enseñanza consistía en ser consciente de lo

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gravoso que eran para el país los confl ictos inter nacionales. De ahí su esmero en tener buenas relaciones diplomáticas con los demás países del mundo. Finalmente, su propia experiencia política lo llevaba a despreciar los procesos electorales y las instituciones legislativo-par-lamentarias.

2. Ascenso y consolidación

Si bien estas características defi nirían su largo dominio del país, éste debe dividirse en tres etapas. La primera fue la toma del poder y su consolidación en él, desde su arribo a la presidencia, entre fi nales de 1876 y mayo de 1877, hasta el momento en que pudo controlar cabal-mente todas las instituciones e instancias políticas del país; o sea, cuando llegó a dominar con plenitud el aparato político nacional, lo que sucedió hacia 1890, aproximadamente.

Para comenzar, debe quedar muy claro que llegó al poder cuatro años después de la muerte de Juárez, por lo que el grupo liberal esta-ba acéfalo; esto es, carecía de un líder indiscutido, sobre todo des-pués de que los principales colaboradores directos de Juárez, Sebas-tián Lerdo de Tejada y José María Iglesias, acababan de dar pruebas claras de no tener las cualidades necesarias para asumir dicho lide-razgo. En cambio, Porfi rio Díaz pronto se convertiría en el líder del grupo liberal, aunque en un nuevo contexto, nacional e internacional, y con un proyecto que incluía continuidades pero también cambios notables.

El contexto nacional en el que inició su largo gobierno era propicio. Para comenzar, el grupo conservador había sido fi nalmente venci-do, por lo que Díaz no tuvo que enfrentar el enorme desafío que pade-cieron los líderes republicanos de mediados del siglo. En términos ideoló gi cos, sus propuestas habían mostrado graves limitaciones y difi cultades. Por ejemplo, que era imposible establecer un régimen ple-namente democrático con una sociedad tan poco educada, sin tradi-ción democrática y sin las instituciones políticas pertinentes; en otro sentido, era imposible establecer un régimen cabalmente democráti-co sin una extendida clase media. Así, Díaz tuvo que cambiar el obje-tivo anterior, consistente en la concesión de algunas libertades y cier-to grado de democracia, por uno más adecuado a una etapa previa e inevitable, en la que se buscaría primero el orden y el progreso. Para

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lograr este doble objetivo, puso en práctica una doble mecánica: cen-tralizar la política y orquestar la conciliación. Para los renuentes ha-bría represión.

El contexto internacional también le fue favorable. El enojo por el fusilamiento de Maximiliano había menguado. Además, Europa goza-ba de un periodo de paz y crecimiento económico, lo que se tradujo en un notable incremento de su comercio exterior y de sus inversiones. Por su parte, Estados Unidos experimentaba dos procesos defi ni-torios: un gran desarrollo industrial en su costa noreste y la mo der-nización de su región fronteriza con México, lo que sería determinante para el crecimiento económico que experimentaría el norte mexica-no durante el Porfi riato.

Una vez triunfante la rebelión tuxtepecana, en noviembre de 1876, Díaz encargó por unos meses la presidencia a Juan N. Méndez. El ob-jetivo era doble: acabar con la resistencia militar de lerdistas e igle-sistas y llegar a la presidencia legitimado por unas elecciones, en lugar de como un exi toso “golpista”. Su primera presidencia, de 1877 a 1880, tuvo como priori dades la pacifi cación del país —recuérdese la exis-tencia de varios pueblos indígenas rebeldes, así como la de numero-sos bando leros—; el control del ejército, en el que varios caudillos militares podían rivalizar con él, por lo que apoyó el ascenso de una nueva jerarquía, así como la obtención del reconocimiento diplomáti-co de las principales potencias del mundo.

Puesto que Díaz no tenía experiencia en los ámbitos gubernativo y administrativo, carecía, comprensiblemente, de un equipo político propio. Por ello su gabinete contó con varios civiles destacados que no podían ser considerados porfi ristas, alguno de los cuales llegó a creer que alcanzaría la presidencia al término del cuatrienio. A su vez, dio gubernaturas a jefes tuxtepecanos, como Rafael Cravioto, en Hi-dalgo, y a Manuel González, en Michoacán, y reconoció algunos lide-razgos previos, como el de Trinidad García de la Cadena en Zacatecas y el de Gerónimo Treviño en Nuevo León.

Contra quienes pronosticaron que no tendría la capacidad para en-cabezar la política nacional, Díaz pronto demostró tener un instinto político inigualable, que sumado a sus experiencias biográficas y a las condiciones nacionales e internacionales, fueron sufi cientes para consolidarlo en el poder. Debido a que el Plan de Tuxtepec tenía como bandera la no reelección, promesa que elevó a rango constitucional, Díaz no pudo permanecer en la presidencia al término de su primer

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mandato. Sin embargo, conservó el poder real al colocar en ese puesto a su compadre, el general tamaulipeco Manuel González, quien había luchado en las fi las conservadoras hasta que la Intervención francesa lo hizo pasarse al bando liberal y luchar bajo las órdenes de Díaz. Lo-grar una sucesión pacífi ca era inusitado en el siglo XIX. Ser sucedido, además, por un elemento de su entera confi anza, permitía a Díaz per-manecer en la política y posibilitaba su regreso al poder.

El gobierno de Manuel González (1880-1884) bien podría llamarse un “interregno”. En buena medida continuaron las políticas porfi ris-tas de pacifi cación y de reconciliación internacional, en particular con Ingla terra. A su vez, la estabilidad y la continuidad conseguidas per-mitieron el inicio de la reconstrucción económica nacional. De he-cho, durante esos años se establecieron las líneas férreas que unieron la Ciudad de México con El Paso, Texas; se fundó el Banco Nacional de México, y se promulgaron nuevos códigos que sirvieran para modernizar la minería y el comercio.

La presidencia de González no implicó que Díaz se retirara de la política. Su fuerza en el ejército era mucha, lo mismo que su ascen-dencia sobre numerosos legisladores y sobre la mayoría de los gober-nadores. Además, González enfrentó al fi nal de su cuatrienio varios confl ictos políticos, como la renegociación de la deuda inglesa, la im-popular introducción de las monedas de níquel y ciertas acusaciones de corrupción, lo que posibilitó el regreso de Díaz a la presidencia, y que su vuelta al poder fuera aplaudida mayoritariamente por el des-prestigio fi nal de González.

El segundo cuatrienio de Díaz, de 1884 a 1888, prolongó la conti-nuidad gubernamental: siguió el control sobre caudillos y caciques, y los que no aceptaron disciplinarse fueron combatidos; el saneamien-to de la hacienda pública; la construcción de vías férreas y el estable-cimiento de instituciones bancarias. Más aún, comenzaron a recibirse nuevas inversiones europeas, surgió la agricultura de exportación, y la minería industrial —especialmente de cobre— comenzó a despla-zar a la minería de metales preciosos, como el oro y la plata. Otra carac-terística de esos años fue la tolerancia concedida a los asuntos reli-giosos. En efecto, consciente Díaz de los enojos que provocaba en la sociedad mexicana la aplicación de los artículos más jacobinos de la Constitución, como lo prueban las insurrecciones de 1874, optó por una política de relajación: no derogó ni modifi có tales artículos, pero tampoco los aplicó. El resultado fue que, además de estabilidad

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política y crecimiento económico, el país empezó a vivir años de re-conciliación social, lo que traería una auténtica “paz orgánica”.

3. Auge porfirista: “poca política y mucha administración”

Este lema suele ser malentendido. En realidad se refi ere a tres con-diciones propias de aquellos años intermedios del Porfi riato. Primero que todo, no es que se hiciera poca política, sino que la política la ha-cía un grupo muy pequeño. Segundo, que a dife rencia de lo sucedi do en todos los decenios anteriores del siglo XIX, durante los años del auge porfi riano hubo muy poca oposición desde bandos contrarios al gobierno, como también fueron pocos los confl ictos graves dentro del grupo gobernante. Por último, la frase “poca política” también alude a que Díaz estaba convencido de que la actividad política sólo entorpecía la marcha del país, por lo que redujo al mínimo toda for-ma de actividad política, como las contiendas electorales, los debates parlamentarios y las pugnas ideológicas en la prensa. De hecho, la opinión pública fue ahora dominada por un periódico llamado El Im-parcial, creado en 1896, que se dedicaba a lanzar elogios al gobierno por sus logros económicos, pero sin hacer crítica alguna a su natura-leza política.

Lo signifi cativo es que logró dicha despolitización de la vida mexi-cana sin mayores reparos; al contrario, lo hizo con la mayor anuencia y con un altísimo respaldo de los mexicanos de entonces. Es necesa-rio recordar que durante esos años Díaz gobernó más con una “paz orgánica” que con una “paz forzada”. El periodo de auge porfi riano abarca desde 1890, aproximadamente, hasta los primeros años del siglo XX. Su inicio puede ubicarse en el momento en que Díaz pudo reelegirse en forma in mediata no sólo una vez sino indefi nidamente. Además, el procedimiento del reelec cionismo no fue sólo indefi nido, sino generalizado; esto es, permanecerían largo tiempo en sus pues-tos los miembros del gabinete, los gobernadores, los legisladores y los jefes políticos. Obviamente esta pirámide estaba encabezada por Porfi rio Díaz. Hubo mucha disciplina y se manejaron cada vez mejor las responsabilidades del puesto. Sin embargo, su gente fue enve jeciendo en los cargos y los jóvenes con vocación política no tu-vieron acceso al aparato gubernamental, lo que reclamarían airada-mente tiempo después.

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A riesgo de incurrir en comparaciones simplistas, el país pasó de un decenio y un gobierno broncos a tiempos menos violentos. Esto es, si durante la primera etapa del Porfi riato la prioridad había sido la pacifi cación y la consolidación en el poder, ahora lo sería la adminis-tración. Ello implicaba que Díaz ya no tenía ni competidores ni des-afectos y que el control del ejército era pleno. Si al principio Díaz ha-bía gobernado con el apoyo negociado de diversos grupos, como los ex lerdistas y los ex iglesistas que aceptaron reciclarse —la famosa política de “pan o palo”—, con los militares liberales desilusionados del grupo más cercano a Juárez y con los caudillos y caciques regio-nales, para el periodo de auge gobernó ya con un equipo propio, el de los “científi cos”.

En términos sociales, los “científi cos” eran miembros de las clases medias urbanas, aunque sus años en el gobierno les permitieron as-cender en la escala social, asemejándose algunos a la oligarquía, con extensas propiedades rurales y con gran poder político. En términos intelectuales, estaban esmeradamente educados en las escuelas pro-fesionales de jurisprudencia, ingeniería y medicina, y antes en la Es-cuela Nacional Preparatoria; en lo ideológico eran liberales, pero no del tipo doctrina rio, casi jacobino: se decían liberal-positivistas o liberal-moderados.

Los “científi cos” propusieron al gobierno de Díaz un proyecto guber-namental, que en buena medida se cumplió hasta el fi nal del régimen. En materia económica, reconocían la necesidad de la inversión ex-tranjera ante la falta de ahorro interno, aceptaban la conveniencia de exportar productos naturales y urgían el establecimiento de un siste-ma racional y nacional de impuestos, eliminando, en 1896, las alcaba-las, especie de pagos por trasladar productos de una región a otra, lo que había obstaculizado la integración de la economía nacional. En materia política, aceptaban que el régimen tuviera como forma de go-bierno la dictadura, pero alegaban que se trataba de una dictadura benéfi ca; en todo caso, este dictador —Díaz— debía ser sustituido, cuando llegara el momento, por instituciones y leyes, no por otro dic-tador, y menos aún por uno militarista (clara alusión a su compe-tencia, el general Bernardo Reyes). En materia sociocultural, los “científicos” proponían que se ampliara el sistema de educación pública y que la educación que se impartiera fuera “científi ca”. Por último, recomendaban que no se escindiera a la sociedad mexicana por causas religiosas.

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Además de los “científi cos”, el aparato gubernamental porfi rista con taba con otros grupos que lo completaban y estructuraban. El se-gundo grupo en importancia era el reyista, encabezado por el general Bernardo Reyes, una especie de “procónsul” para todo el noreste; también había liberales más clásicos, sobrevivientes o seguidores de los li berales de mediados del siglo XIX, así como porfi ristas indepen-dientes; por último, incluso había conservadores reciclados. Durante los años de auge, la existencia de estos grupos no paralizó al gobier-no de Díaz en tanto que no había mayores rivalidades entre ellos; eran más bien complementarios, si bien competían por aumentar su in-fl uencia y sus cuotas de poder. La razón de esto era el sistema reelec-cionista indefi nido y generalizado. No había una “manzana de la dis-cordia”, pues la presidencia no estaba disponible. Todos sabían que Díaz permanecería en la presidencia hasta el fi nal de sus días y que si ellos aceptaban ese principio básico también permanecerían en sus puestos. Las competencias y rivalidades afl orarían hasta que Díaz de-jara el puesto.

La estabilidad política, la paz orgánica nacional y el adecuado con-texto internacional coadyuvaron a que durante esos años hubiera en México un impresionante crecimiento económico: continuó desarro-llándose la agricultura de exportación; con la desaparición de los in-dígenas levantados en armas, y gracias al ferrocarril, la ganadería cre-ció en el norte del país, pudiendo abastecer a poblaciones urbanas distantes; también crecieron la industria mediana en los ramos textil y papelero, y la minería industrial. Gracias a la instalación de varios miles de kilómetros de vías férreas, al mejoramiento de los principa-les puertos, al desarrollo de las comunicaciones telefónicas y telegrá-fi cas y a la desaparición de las alcabalas, durante aquellos años au-mentó notablemente el comercio, tanto nacional como internacional. De hecho, la exportación de productos natu rales fue superior a la im-portación de manufacturas, por lo que el país consiguió tener un su-perávit comercial por primera vez en su historia.

Reconocer el auge porfi riano no implica desconocer que el siste-ma político y el modelo económico porfi ristas enfrentaban —más bien posponían— graves problemas. En cuanto a lo político, al basarse en las reelecciones indefi nidas y generalizadas, el aparato gubernamental se hizo excluyente y gerontocrático, sin cabida para los jóvenes, los que años después reclamarían su ingreso con violencia. A su vez, el modelo económico prevaleciente imponía una grave dependencia

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del exterior, los benefi cios se concentraron en una parte minorita-ria de la población y hubo sectores económicos y regiones del país que se mantuvieron al margen del progreso. Sobre todo, desde me-diados del siglo XIX los pueblos campesinos padecían severas presio-nes políticas y económicas; lo grave es que en esos pueblos vivía la gran mayoría de la población. Aunque con el crecimiento de la indus-tria y de algunas ciudades muchos campesinos se urbanizaron y se proletarizaron, mejorando su nivel de vida, y si bien es cierto que las clases medias aumentaron su número, pronto los años de auge se aca-barían, comenzando los tiempos del declive porfi riano.

4. Decadencia y caída

La tercera y última etapa del periodo porfi rista abarcó el primer de-cenio del siglo XX. La decadencia fue total y hubo crisis en casi todos los ámbitos de la vida nacional, aunque comprensiblemente unos re-sultaron más afectados que otros. Resultó evidente que el gobierno de Díaz no tenía la capacidad de respuesta que exigía la gravedad de la situación.

Probablemente la crisis más grave fue la enfrentada en el sector político. Hasta 1900 el sistema dependía de las reelecciones de Díaz. Sin embargo, luego de cumplir 70 años —recuérdese que había naci-do en 1830— se tuvo que diseñar un procedimiento para resolver el problema de su probable desaparición sin que el país padeciera un grave vacío de poder. Lo que se buscaba era cambiar el aparato políti-co pero seguir con el mismo modelo económico, diplomático y cultu-ral. El cambio debía limitarse a lo político, y obviamente se buscó que fuera un cambio controlado. Para ello, en 1904 se resolvió restaurar la vicepresidencia para que el propio Díaz eligiera a su compañero de mancuerna electoral, quien sería su sucesor.

El resultado fue radicalmente contrario a lo esperado. Si con la vi-cepresidencia se esperaba no padecer inestabilidad alguna a la muer-te de Díaz y garantizar en cambio la continuidad de su modelo, en realidad con esa decisión comenzó el declive del Porfi riato. El proble-ma surgió porque Díaz eligió como vicepresidente a Ramón Corral, ex gobernador de Sonora y miembro del grupo de los “científi cos”. Com-prensiblemente, de inmediato los reyistas resintieron haber sido rele-gados, pues ello ensombrecía su futuro. Comenzaron por cuestionar

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las preferencias de Díaz y luego se dedicaron a criticar abiertamente a los “científi cos”, lo que generó los primeros problemas graves dentro del equipo porfi rista, antes bastante disciplinado. De hecho, hasta en-tonces Díaz había sido árbitro incuestionado en los confl ictos entre estos grupos, pero ahora había optado en favor de uno, perdiendo su carácter neutral. Luego vendrían las represiones a los obreros de Ca-nanea y Río Blanco, y los reyistas culparon de la primera de ellas a la incapacidad de los políticos sonorenses del grupo de Corral. Pos-teriormente se padeció una severa crisis económica, y los reyistas cul-paron de ella a uno de los principales “científi cos”, el secre tario de Hacienda y responsable de la economía nacional, José Ives Limantour.

En 1908 Díaz anunció, en una entrevista concedida al periodista norteamericano James Creelman, que no se reelegiría y que permitiría elecciones libres en 1910. Los reyistas aprovecharon tales declaracio-nes y comenzaron a movilizarse y organizarse. Crearon clubes, agru-paciones y partidos; publicaron periódicos, folletos y libros; utiliza-ron la tribuna en el Congreso. Su objetivo era demostrar a Porfi rio Díaz que los “científi cos” eran los causantes de los recientes proble-mas nacionales, y que ellos eran —en particular el general Reyes, go-bernador de Nuevo León— mejores políticos y mucho más populares entre la población mexicana. Por esas tres razones, creían ellos, Díaz debía cam biar de compañero en la mancuerna electoral de 1910. La res-puesta de Díaz fue contundente: se postularían otra vez él y Corral, a pesar de lo prometido a la nación en 1908 a través de Creelman.

Los reyistas replicaron aumentando sus críticas a los “científi cos” e incrementando sus labores organizativas. Sobre todo, pronto se ra-dicalizaron. Muchos reyistas pretendieron presionar a Díaz, buscando que aceptara que en 1910 compitieran dos fórmulas electorales: una con Díaz y Corral, otra con Díaz y Reyes. Algunos incluso propu-sieron que este último asumiera una candidatura presidencial inde-pendiente. Sin embargo, el general Reyes rechazó tal reto. Era un hombre formado en el sistema porfi rista: creía que Díaz era impres-cindible, y sólo aceptaría heredar el puesto si el propio Díaz accedía a designarlo vicepresidente suyo. Nunca intentó confrontarlo. El pro-blema era que para esos momentos —fi nales de 1908 y primera mitad de 1909— Díaz estaba convencido de que los “científi cos”, con Corral a la cabeza, representaban la única opción para la continuidad de su proyecto gubernamental. Confi ado en que así acabaría con la molesta insistencia de los reyistas, envió comisionado a Europa al general Re-

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yes con el pretexto de que hiciera ciertos estudios militares. Obvia-mente se trataba de un exilio temporal con el que buscaba impedir el crecimiento del movimiento reyista.

El resultado fue catastrófi co para Díaz y los “científi cos”. Al perder a su jefe, pues Reyes no tuvo los arrestos nece sarios para rechazar dicha comisión y asumir una postura independiente, muchos de sus partidarios se radicalizaron, pasándose a otro movimiento político entonces naciente, el antirreeleccionismo. Este proceso fue defi niti-vo, pues el cambio implicó no sólo el simple crecimiento numérico del antirreeleccionismo, sino la llegada a éste de gente con gran expe-riencia política, tanto gubernamental como administrativa; más aún, de gente con prestigio local, regional e incluso nacional. Recuérdese que el reyismo, antes de convertirse en movimiento oposicionista, era una parte sustantiva del equipo gubernamental porfi rista. Por eso el efecto fue múltiple: se redujo y debilitó el aparato político y guber-namental de Díaz, se incrementaron los ataques a los “científi cos” y creció en calidad y cantidad el antirreeleccionismo. Ade más, dejaron de cumplirse las funciones políticas y gubernamentales asignadas al reyismo cuando era parte del equipo de Díaz, tales como el control del noreste del país y las vinculaciones con la burguesía nacional, con las clases medias e incluso con los obreros organizados, además del con-trol del ejército. No es casual, entonces, que el reclamo electoral contra Díaz haya iniciado en Coahuila; que en este desafío hayan participa-do clases altas de la región, sectores medios y trabajadores orga-nizados de las poblaciones urbanas del país, los que no se sentían representados por los “científi cos”, por lo que su llegada al poder los amenazaba directamente.

La crisis del sistema porfi rista no se redujo al aspecto político. También la economía entró en una grave crisis coyuntural, que vino a sumarse a sus debilidades estructurales, como su dependencia del exterior, las disparidades regionales y sectoriales, y la concentración de los benefi cios en muy pocas personas. Sucedió que entre 1907 y 1908 hubo una crisis internacional que provocó la reducción de las exportaciones mexicanas y el encarecimiento de las importaciones, imprescindibles como insumos de gran parte de la producción manu-facturera mexicana.

Para colmo, los préstamos bancarios se restringieron. Por lo tan-to, sin mercado ni insumos ni créditos, los industriales disminuyeron su producción, lo que los obligó a hacer reducciones salariales o re-

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cortes de personal, tanto de empleados como de obreros. En el mundo rural los hacendados enfrentaron problemas similares, pero inten-taron resolver la falta de préstamos bancarios aumentando las rentas a sus rancheros y arrendatarios y endureciendo el trato que daban a sus peones, medieros y aparceros. Por otra parte, los hacendados y los rancheros acomodados redujeron el número de jornaleros agrícolas que solían contratar temporalmente.

En resumen, la crisis económica golpeó los dos escenarios, indus-trial y rural, y afectó a todas las clases sociales. Más aún, el declive de la actividad económica afectó los ingresos del gobierno, pues dis-minuyeron los cobros por aranceles, los derechos de exportación y los impuestos que se aplicaban a las transacciones de compraventa. El gobierno de Díaz respondió con dos estrategias a la reducción de sus ingresos: congeló los salarios y las nuevas contrataciones de bu-rócratas y buscó aumentar algunos impuestos, medida que resultó, como era previsible, muy impopular. Para colmo, dado que la crisis económica tenía carácter internacional, regresaron al país muchos braceros que perdieron sus empleos en Estados Unidos, pero como la situación económica nacional no permitía integrarlos al mundo la-boral mexicano, vinieron a aumentar las presiones sociales y políti-cas que planteaban los desempleados del país.

En el sector social, la crisis también afectó los escenarios rural e industrial. Por lo que se refi ere al campo, numerosas comunidades per-dieron parte de sus tierras desde las Leyes de Reforma, las que fue-ron adquiridas o usurpadas por algunos caciques y hacendados, quienes buscaban aumentar su producción estimulados por el crecimiento de la demanda de las ciudades —incluso extranjeras—, por la posibili-dad de enviar lejos sus productos mediante el ferrocarril y por la apa-rición de novedosos elementos tecnológicos. En las extensas prade-ras del norte mexicano muchos hacendados comenzaron a impe dir el libre acceso a sus pastizales, vieja tradición que posibilitaba la alianza militar entre hacendados, rancheros, aldeanos y campesinos contra los indios belicosos de la región. El resultado fue la politización y orga-nización de las comunidades rurales al no encontrar ayuda en las auto-ridades gubernamentales, claramente aliadas con los hacendados.

En el escenario industrial, a fi nales del Porfi riato hubo dos impor-tan tes movimientos huelguísticos. El primero tuvo lugar a me diados de 1906 en una mina de cobre de propiedad norteamericana, ubicada en la población sonorense de Cananea. Los salarios eran com parati-

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va men te buenos, pero se daban las mejores condiciones laborales a los trabajadores estadounidenses, lo que generó un clima de creciente ten sión en tre mexicanos y norteamericanos. La violencia estalló, como era previsible, por lo que para garantizar las vidas e intere ses de es-tos últimos —directivos, empleados y trabajadores— penetra ron al país contingen tes militares —rangers— del vecino país. El enojo con-tra el gobierno mexicano —estatal y federal— fue tan grande como su desprestigio.

El otro confl icto tuvo lugar seis meses después, entre diciembre de 1906 y enero de 1907, en la población industrial de Río Blanco, ve-cina de Orizaba, en Veracruz. En este caso se trataba de una fábrica textil, y los reclamos obreros los motivaban el rechazo a un nuevo re-glamento de trabajo redactado por los patrones y la obtención de ma-yores salarios y mejores condiciones laborales. El gobierno de Díaz incluso reconoció algunas de sus peticiones, pero fue incapaz de for-zar a los empresarios a concederlas. Además, intentó obligar a los trabajadores a reiniciar sus labores, lo que provocó el estallido de la violencia, ante lo cual el gobierno reaccionó con una dureza inusitada, apelan do al ejército y a los temidos “rurales”; como antes había suce-dido en Cananea, fueron varios los trabajadores muertos y mayor el número de encarcelados.

Si bien el gobierno de Díaz no enfrentó después ningún movimien-to obrero de envergadura, lo cierto es que aquellas represiones traje-ron la politización de los trabajadores mexicanos, lo que explica que muchos de éstos hayan simpatizado con los movimientos oposicio-nistas que surgieron después, primero el magonista, luego el reyista, y al fi nal el antirreeleccionista. Las represiones en Cananea y Río Blanco aumentaron el creciente desprestigio del gobierno, el cual se concentró en el grupo de los “científi cos”, no sólo encargados de la po-lítica económica del país sino también responsables de la gubernatu-ra sonorense y del uso de los “rurales”, por lo que se les asoció con la represión de Cananea. Este desprestigio de los “científi cos” justifi có que los reyistas alegaran que eran mejores compañeros electorales de Díaz, lo que de aceptarse los convertiría en sus sucesores.

También entró en crisis la política exterior porfi rista. Hasta enton-ces había tenido dos fases y una característica. Primero se había de-dicado a restablecer relaciones diplomáticas con los principales paí-ses del mundo, y luego había logrado que dichas relaciones fueran buenas y fl uidas, lo que se expresó en intercambios comerciales cre-

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cientes y en el cumplimiento del gobierno mexicano de sus obligacio-nes internacionales. La característica básica de la política exterior porfirista fue que Estados Unidos había dejado de ser una amena-za para el país, pero comenzó otra vez a serlo después de la guerra hispanoamericana de 1898, cuando pasó a dominar el Caribe, luego de tomar el control de Puerto Rico y Cuba. Al terminar ese confl icto béli-co, México descubrió que estaba rodeado por países con los que tenía muchas fricciones (como Guatemala) y por países abiertamente pro estadounidenses (como Cuba). Descubrió también que las inversiones eco nómicas norteamericanas en México, lo mismo que sus relaciones comerciales, habían rebasado a las europeas. Como consecuencia, Díaz pasó los últimos años de su larga gestión intentando balancear y contrapesar la relación con Estados Unidos mediante el procedimien-to de aumentar los tratos políticos y las relaciones económicas con Euro pa. Un caso ejemplar fue la naciente industria del petróleo, pues suscitó una enorme competencia entre las compañías británicas y las norteamericanas. Estados Unidos inmediatamente resintió la actitud de Porfi rio Díaz, y es indiscutible que éste dejó de ser, para los ojos norteamericanos, el vecino ideal.

5. 1910: la coyuntura del derrumbe

Obviamente, las crisis que enfrentó el régimen de Díaz se manifesta-ron a través de grupos opositores. Además de los campesinos usur-pados, los mineros de Cananea y los obreros de Río Blanco, cierto sector de católicos y jerarcas de la Iglesia se sensibilizó ante las seve-rísimas condiciones laborales en las haciendas del México porfi rista, lanzando algunas críticas a la estructura agraria en importantes pe-riódicos católicos nacionales, como El País y El Tiempo.

Por otra parte, varios jóvenes liberales comenzaron a denunciar, hacia 1900, el alejamiento de Díaz de los principios liberales. Entre ellos destacaba Ricardo Flores Magón, hijo de un soldado oaxa queño juarista y quien, junto con sus hermanos y otros colaboradores, publi-caba el periódico Regeneración. La radicalización de estos liberales, que comenzaron a exigir libertad de imprenta y elecciones auténticas, trajo como consecuencia la represión gubernamental, manifestada en la clausura de periódicos y el encarcelamien to de periodistas. Los Flo-res Magón y otros líderes del movimiento —como Camilo Arriaga, so-

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brino de Ponciano, destacado constituyente de 1857— tuvieron que huir del país y exiliarse en Estados Unidos. Allí continuaron su opo-sición a Díaz y siguieron publicando el infl uyente Regeneración. Al prin-cipio propusieron la organización de un Partido Liberal para presionar a Díaz a que retomara los planteamientos ideológicos originales de mediados del siglo XIX, o para competir en una futura contienda elec-toral, en tanto que eran contrarios a los potenciales sucesores de Díaz, los “científi cos” o el general Reyes.

Su permanencia en Estados Unidos los hizo vivir en otra realidad social y conocer otro tipo de actores políticos. Sus lectores dejaron de ser los liberales mexicanos; ahora lo fueron los trabajadores mexi-canos que radicaban, temporal o defi nitivamente, en Estados Unidos, así como los obreros mexicanos, sobre todo los que traba jaban en el norte del país, quienes leerían ejemplares de Regeneración introduci-dos clandestinamente a México. En el exilio los magonistas entraron en contacto con el elemento obrero norteamericano, en el que había numerosos traba jadores inmigrantes de todas partes del mundo, mu-chos de los cuales simpatizaban con el anarquismo o el socialismo. Com prensible mente, los magonistas se internacionalizaron y se radi-calizaron, a la vez que se distanciaron del debate político mexicano. En efecto, comenzaron a convocar a la lucha armada en México como la única vía para un cambio auténtico y posible. De hecho, en 1906 y 1908 hubo algunos levantamientos ligados al magonismo, pero fue-ron vencidos sin mayores con secuencias, siendo que el país, contraria-mente, comenzaba a aprestarse a una contienda electoral. Al margen de que su diagnóstico sobre los males del Porfi riato fuera el más com-pleto y riguroso, y de que sus re comen da ciones de solución hayan tenido gran infl uencia en varias propuestas revolucionarias, comen-zando por la propia Constitución de 1917, lo cierto es que su radica-lización y su alejamiento del terri torio nacional los hizo perder im-portancia militar y política en la Revolución mexicana.

Hacia 1908, al tiempo que declinaba la infl uencia del magonismo, creció la del reyismo. Sin embargo, este movimiento opositor, de ori-gen gubernamental y objetivos ambiguos, entró pronto en declive. Contra los pronósticos más generalizados, un movimiento denominado antirreeleccionista, conformado por clases medias urbanas y por al-gunos trabajadores organizados, aunque encabezado por un muy importante empresario del noreste del país sin mayores antecedentes políticos, se convirtió en el principal desafío que enfrentaría Díaz a lo

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largo de sus cerca de 30 años en el poder. De hecho, a pesar del des-precio que el propio Díaz mostró por el naciente antirreeleccionismo, este movimiento terminó derrocándolo.

Acaso Díaz pensó que las elecciones de 1910 no le generarían ma-yores difi cultades, con los magonistas exiliados y contrarios a cual-quier contienda electoral, y con Reyes comisionado en Europa y apa-rentemente disciplinado ante la decisión reeleccionista de Díaz. Sin embargo, las elecciones de 1910 tenían que ser muy diferentes a to-das las demás del periodo. Por primera vez la élite porfi rista estaba escindida; además, Díaz no habría de contar con el apoyo que siem-pre le había otorgado el numeroso grupo reyista. Por otra parte, la sociedad mexicana se había politizado durante los años de crisis, ya fuera por las represiones en Cananea y Río Blanco, por el enfrenta-miento entre los “científi cos” y Reyes o por las esperanzadoras pero falsas promesas hechas por Díaz en su entrevista con Creelman.

Lo más singular de las elecciones de 1910 fue que en ellas partici-pó un contendiente auténtico, Francisco I. Madero, quien realizó una campaña de enorme repercusión en el plano nacional. Hizo giras en las que visitó algunas de las principales poblaciones del país. Era un hombre ya maduro pero aún joven, de 37 años, mientras que Díaz era un hombre envejecido, de 80 años. Obsesionado por mantenerse en el poder, no dio concesiones a la oposición: muy al contrario, encar-celó a Madero —por un cargo insostenible— y se declaró reelecto otra vez. Puso oídos sordos a los reclamos de fraude electoral, y con ello dio lugar a que un proceso que los opositores deseaban pacífi co se tornara violento. Así empezó la Revolución mexicana.

Bibliografía

a) Testimonios de la época, tanto los favorables como los críticos a Díaz

Bulnes, Francisco, El verdadero Díaz y la Revolución, Eusebio Gó-mez de la Puente, México, 1920. (Consúltese la versión publicada por el Instituto Mora en 2008.)

López-Portillo y Rojas, José, Elevación y caída de Porfi rio Díaz, Li-brería Española, Méjico [1921]. (También existe una edición de 1975 publicada por Porrúa.)

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Molina Enríquez, Andrés, Los grandes problemas nacionales, Im-prenta de A. Carranza e Hijos, México, 1909. (Consúltese la publi-cada por Ediciones Era en 1999.)

Sierra, Justo, “La era actual”, en Evolución política del pueblo mexi-cano, La Casa de España en México, México, 1940, pp. 413-458. (Véase la edición de Conaculta de 1993.)

Turner, John Kenneth, México bárbaro. (Existen varias ediciones ac-cesibles, por ejemplo, la de Porrúa de 2000.)

Zayas Enríquez, Rafael de, Apuntes confi denciales al presidente Por-fi rio Díaz, Citlaltépetl, México, 1967.

También debe consultarse la antología Regeneración 1900-1918. La corriente más radical de la revolución de 1910 a través de su periódico de combate, con prólogo, selección y notas de Armando Bartra, Hadise, México, 1972.

b) Primeras revisiones historiográfi cas

Cosío Villegas, Daniel, et al., Historia moderna de México, 10 vols., Hermes, México, 1955-1972. (Existe una útil antología de esta in-mensa obra: Enrique Krauze [comp.], Daniel Cosío Villegas. El his-toriador liberal, FCE, México, 1984. Los interesantísimos prólogos a cada uno de los tomos fueron reproducidos en Daniel Cosío Vi-llegas, Llamadas, El Colegio de México, México, 2001.)

Valadés, José C., El Porfi rismo. Historia de un régimen, 2 vols., Pa-tria, México, 1948. (También puede consultarse la edición publica-da por la UNAM en 1987, o la síntesis Breve historia del Porfi rismo, 1876-1911, Editores Mexicanos Unidos, México, 1971.)

c) Monografías académicas recientes

Garner, Paul, Porfi rio Díaz: del héroe al dictador: una biografía po-lítica, Planeta Mexicana, México, 2003.

Guerra, François Xavier, México: del Antiguo Régimen a la Revolu-ción, 2 vols., FCE, México, 1988.

Krauze, Enrique, y Fausto Zerón-Medina, Porfi rio, 6 vols., Clío, Méxi-co, 1993.

Tenorio, Mauricio, y Aurora Gómez Galvarrioto, El Porfi riato, FCE, México, 2006.

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