Filosofía del mobiliario-Poe

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 Filosofía del mobiliario  Por Edgar Allan Poe "Ensayos" Traducción: Margar ita Costa  Edgar Allan Poe, Claridad, 2006  Ya que no en la arquitectura exterior de sus viviendas, sobresalen los ingleses en el decorado interior. Los italianos, apenas si alguna noción tienen de él, salvo en lo tocante a mármoles y colores. En Francia, meliora probant, deteriora sequuntur (1); los franceses son una raza muy inestable para fomentar este talento doméstico, del que no obstante tienen una delicadísima inteligencia, o por lo menos el sentido elemental y justo. Los chinos, y, en general, los pueblos orientales, tienen una imaginación ardiente, pero mal empleada. Los escoceses son demasiado pobres como decoradores. Los holandeses puede que tengan una vaga idea de que no se hace una cortina con retazos (2). En España son todo cortinas -una nación que se parece por las colgaduras (3). Los rusos no amueblan sus casas. Los hotentotes y los kickapues siguen en esto su senda natural. Únicamente los yanquis van contra el sentido común. No es difícil comprender la razón de esto. No tenemos aristocracia de sangre, y habiendo, por lo tanto -cosa natural e inevitable- fabricado para nuestro uso particular una aristocracia de dólares, la ostentación de la riqueza ha tenido que ocupar aquí el puesto y llenar las funciones del lujo nobiliario en los países monárquicos. Por una transición, fácil de comprender e igualmente fácil de prever, nos hemos visto conducidos a ahogar en la mera ostentación todas las nociones de buen gusto que pudiéramos poseer. Hablemos en un modo menos abstracto. En Inglaterra, por ejemplo, la pura ostentación de un mobiliario costoso sería menos adecuado que entre nosotros para crear una idea de belleza, con respecto a este punto, o al buen gusto natural del propietario; y esto, en primer término, por la razón de que la riqueza como no constituye de por sí la nobleza, no es en Inglaterra el objeto más elevado de la ambición; y, en segundo lugar, porque como allí la nobleza de sangre se contiene en los estrictos límites del buen gusto, lejos de afectarla, rehúye esa mera suntuosidad, a la que una emulación de advenedizo puede llegar a veces con éxito. El pueblo imita a los nobles, y el resultado es una difusión general del sentido justo. Pero, en América, como la moneda contante y sonante es el único blasón de la aristocracia, la ostentación de esta moneda puede considerarse, generalmente, como el único medio de distinción aristocrática; y el populacho, que siempre busca en lo alto sus modelos, llega insensiblemente a confundir las dos ideas, totalmente distintas, de suntuosidad y de belleza. En una palabra: el costo de un artículo de mobiliario ha concluido por ser, entre nosotros, el criterio mismo de su mérito, desde el punto de vista decorativo; y este criterio, luego de adoptado, ha abierto el camino a una multitud de errores análogos, cuyo origen puede fácilmente descubrirse, remontándose hasta la principal majadería primordial. Nada puede haber que más directamente hiera los ojos de un artista, que el arreglo interior de lo que en los Estados Unidos -es decir, en Appallacha- (4) se llama un departamento bien amueblado. Su defecto más corriente es la falta de armonía. Hablamos de la armonía de un aposento, como hablaríamos de la armonía de un cuadro; porque ambos, el aposento y el cuadro, se hallan

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Filosofía del mobiliario 

Por Edgar Allan Poe"Ensayos"

Traducción: Margarita Costa

 Edgar Allan Poe, Claridad, 2006  

Ya que no en la arquitectura exterior de sus viviendas, sobresalen los inglesesen el decorado interior. Los italianos, apenas si alguna noción tienen de él,salvo en lo tocante a mármoles y colores. En Francia, meliora probant,deteriora sequuntur (1); los franceses son una raza muy inestable parafomentar este talento doméstico, del que no obstante tienen una delicadísimainteligencia, o por lo menos el sentido elemental y justo. Los chinos, y, engeneral, los pueblos orientales, tienen una imaginación ardiente, pero malempleada. Los escoceses son demasiado pobres como decoradores. Losholandeses puede que tengan una vaga idea de que no se hace una cortinacon retazos (2). En España son todo cortinas -una nación que se parece por lascolgaduras (3). Los rusos no amueblan sus casas. Los hotentotes y los

kickapues siguen en esto su senda natural. Únicamente los yanquis van contrael sentido común.No es difícil comprender la razón de esto. No tenemos aristocracia de sangre, yhabiendo, por lo tanto -cosa natural e inevitable- fabricado para nuestro usoparticular una aristocracia de dólares, la ostentación de la riqueza ha tenidoque ocupar aquí el puesto y llenar las funciones del lujo nobiliario en los paísesmonárquicos. Por una transición, fácil de comprender e igualmente fácil deprever, nos hemos visto conducidos a ahogar en la mera ostentación todas lasnociones de buen gusto que pudiéramos poseer.Hablemos en un modo menos abstracto. En Inglaterra, por ejemplo, la puraostentación de un mobiliario costoso sería menos adecuado que entre nosotrospara crear una idea de belleza, con respecto a este punto, o al buen gusto

natural del propietario; y esto, en primer término, por la razón de que la riquezacomo no constituye de por sí la nobleza, no es en Inglaterra el objeto máselevado de la ambición; y, en segundo lugar, porque como allí la nobleza desangre se contiene en los estrictos límites del buen gusto, lejos de afectarla,rehúye esa mera suntuosidad, a la que una emulación de advenedizo puedellegar a veces con éxito. El pueblo imita a los nobles, y el resultado es unadifusión general del sentido justo. Pero, en América, como la moneda contantey sonante es el único blasón de la aristocracia, la ostentación de esta monedapuede considerarse, generalmente, como el único medio de distinciónaristocrática; y el populacho, que siempre busca en lo alto sus modelos, llegainsensiblemente a confundir las dos ideas, totalmente distintas, de suntuosidady de belleza. En una palabra: el costo de un artículo de mobiliario ha concluidopor ser, entre nosotros, el criterio mismo de su mérito, desde el punto de vistadecorativo; y este criterio, luego de adoptado, ha abierto el camino a unamultitud de errores análogos, cuyo origen puede fácilmente descubrirse,remontándose hasta la principal majadería primordial.Nada puede haber que más directamente hiera los ojos de un artista, que elarreglo interior de lo que en los Estados Unidos -es decir, en Appallacha- (4) sellama un departamento bien amueblado. Su defecto más corriente es la falta dearmonía. Hablamos de la armonía de un aposento, como hablaríamos de laarmonía de un cuadro; porque ambos, el aposento y el cuadro, se hallan

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igualmente sometidos a los indefectibles principios que rigen todas lasvariedades del arte; y puede decirse que, con escasa diferencia, las leyes,según las cuales juzgamos las condiciones principales de un cuadro bastanpara apreciar el arreglo de una habitación. A veces hay ocasión de observar una falta de armonía en el carácter de lasdiversas piezas del mobiliario; pero lo más frecuente es que resalte este

defecto en los colores, o en los modos de adaptación a su uso natural. Conmucha frecuencia, ofende la vista su arreglo antiartístico. O preponderandemasiado visiblemente las líneas rectas, y se continúan demasiado sininterrupción o se cortan demasiado bruscamente en ángulo recto. Si median laslíneas curvas, se repiten con uniformidad desagradable. Una precisiónextremada malogra por completo el hermoso aspecto de una habitación.Raras veces se hallan bien colocadas las cortinas o responden acertadamenteal resto del decorado. Con un mobiliario completo y racional, las cortinas estánfuera de su sitio, y un vasto volumen de paños, de cualquier clase que sean yen cualesquiera circunstancias, es inconcebible con el buen gusto, pues lacantidad conveniente, así como la adaptación conveniente, dependen delcarácter del efecto natural.

El punto de las alfombras es mejor comprendido en estos últimos tiempos queantaño; pero frecuentemente se comete errores en la elección de sus dibujos ycolores. La alfombra es el alma de la habitación. De la alfombra han dededucirse no sólo los colores, sino también las formas de todos los objetos quesobre ella descansan. A un juez de Derecho consuetudinario se le consienteque sea un hombre vulgar; un buen juez en alfombras ha de ser un hombre degenio. Sin embargo, hemos oído discutir de alfombras, con la traza de unmouton que piensa a más de un mocetón incapaz de recortarse él sólo suspatillas. Todo el mundo sabe que una alfombra grande puede tener el dibujogrande, y que una pequeña ha de tenerlo pequeño; pero no consiste en eso,entiéndase bien, el fondo del asunto. Por lo que hace relación al tejido, laalfombra de Sajonia es la única admisible. La alfombra de Bruselas es elpretérito pluscuamperfecto del estilo, y la de Turquía el buen gusto en suagonía definitiva.Con respecto al dibujo, una alfombra no ha de estar pintarrajeada, peripuestacomo un indio riccaree: cubo de yeso rojo y ocre amarillo y engalanado conplumas de gallo. Para decirlo de una vez, en el caso de que se trata, son leyesinviolables, los fondos visibles con dibujos llamativos, circulares o cicloides,pero sin significado alguno. La abominación de las flores o de las imágenes deobjetos familiares de toda índole debería ser excluida de los confines de lacristiandad. En una palabra, trátese de alfombras, cortinas, tapices o telas paradivanes, todo artículo de esta clase ha de ser ornamentado de una maneraestrictamente arabesca. Con respecto a esas antiguas alfombras, que aun se

suele encontrar en las habitaciones del vulgo, esas alfombras en que campeane irradian dibujos enormes, separados por franjas que brillan con todos loscolores del arco iris, y por entre las cuales es imposible distinguir un fondocualquiera, no son otra cosa que una malvada intención de lisonjeadores delsiglo y de seres apasionados por el dinero, hijos de Baal y admiradores deMammon, especies de Benthams que, para evitarse cavilaciones y ahorrar imaginación, han empezado por inventar el bárbaro caleidoscopio, y terminadopor constituir compañías anónimas para moverlo por el vapor.El relumbrón es la principal herejía de la filosofía norteamericana del mobiliario,

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herejía que nace, como fácilmente se comprenderá, de esa perversión delgusto de que hablábamos hace poco. Nos volvemos locos por el gas y el vidrio.El gas es completamente inadmisible en la casa. Su luz, vibrante y cruda,ofende la vista. Todo el que tenga cerebro y ojos, se negará a emplearla. Unaluz suave, lo que los artistas llaman una luz fría, al dar naturalmente sombrascálidas, sienta a maravilla, aun en un aposento imperfectamente amueblado.

Nunca hubo invento más encantador que el de la lámpara astral. Hablamos,entiéndase bien, de la lámpara astral, propiamente dicha, de la lámpara de Argand, con su primitiva pantalla de cristal pulimentado y liso, y su fulgor declaro de luna, uniforme y templado. La pantalla de vidrio tallado es un tristeinvento del demonio. La prisa que nos hemos dado en adoptarla, primero por su brillo y sobre todo porque es más costosa, es un buen comentario a laproposición que emitimos al principio. Podemos afirmar que todo aquel queemplea premeditadamente la pantalla de vidrio tallado está radicalmenteprivado de gusto o es un ciego servidor de los caprichos de la moda. La luz queemana de una de estas vanidosas abominaciones es desigual, quebrada ydolorosa. Basta por sí sola para malograr una multitud de buenos efectos en unmobiliario sometido a su detestable influjo. Es un mal de ojo que destruye

especialmente más de la mitad del encanto de la belleza femenina.En punto a vidrios, partimos generalmente de falsos principios. El carácter principal del vidrio es su brillantez, ¡y qué mundo de cosas detestables noexpresa ya por sí sola esta palabra! Las luces temblorosas, inquietas, puedenser a veces agradables -siempre lo son para los niños y los tontos-; pero, en eldecorado de un aposento, se han de evitar escrupulosamente. Diré más: hastalas luces constantes, cuando son demasiado vivas, se hacen inadmisibles.Esas enormes e insensatas lámparas de vidrio tallado en facetas, alumbradaspor gas y sin pantalla, que cuelgan en nuestros salones más a la moda, puedencitarse como la quinta esencia del mal gusto y el superlativo de la locura.La pasión por lo brillante -como ya hicimos notar esta idea se ha confundidocon la de magnificencia general- nos ha conducido también al exageradoempleo de los espejos. Recubrimos las paredes de nuestras habitaciones congrandes espejos ingleses y nos imaginamos haber hecho con ello algo muyhermoso. Ahora bien: la más ligera reflexión bastaría para convencer a todo elque tenga ojos, del detestable efecto que produce la abundancia de espejos,especialmente de los más grandes. Prescindiendo de su potencia reflexiva, elespejo presenta una superficie continua, plana, incolora, monótona, una cosasiempre y a todas luces desagradable. Considerado como reflector, contribuyepoderosamente a producir una monstruosa y odiosa uniformidad y el malresulta aquí agravado no sólo en proporción directa del medio, sino también enuna proporción constantemente creciente. En efecto, una habitación con cuatroo cinco espejos distribuidos a tontas y a locas, es, desde el punto de vista

artístico, una habitación sin forma. Si a este defecto añadimos la repercusióndel cabrillee, obtendremos un perfecto caos de efectos discordantes ydesagradables. El rústico más ignorante, al entrar en un aposento, decorado deesa suerte, sentirá inmediatamente que hay allí algo absurdo, aunque le seacompletamente imposible dar la razón de su malestar. Supóngase quellevamos al mismo individuo a un aposento amueblado con gusto;inmediatamente prorrumpirá en una exclamación de placer y de asombro.Es una desgracia nacida de nuestras instituciones republicanas el que aquí, elhombre que posee una gran bolsa, no tenga por lo general sino un alma

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pequeñísima que meter en ella. La corrupción del gusto forma parte de laindustria de los dólares y hace juego con ella. A medida que nos hacemosricos, enmohecen nuestras ideas. Por lo tanto, no es en nuestra aristocracia -ytodavía menos en Appalachia- donde habremos de buscar la alta espiritualidaddel boudoir inglés. Pero hemos visto en el trato con norteamericanos reciénenriquecidos salones que, al menos por su mérito negativo, podrían rivalizar 

con los refinados gabinetes de nuestros amigos de ultramar. En este mismoinstante, tenemos presente a la vista de nuestro espíritu una pequeñahabitación sin pretensiones, en cuyo decorado nada hay que censurar. Eldueño está tumbado en un sofá; hace fresco; es cerca de medianoche:tracemos un croquis de la habitación mientras su dueño dormita.El aposento es de forma oblonga -unos treinta pies de largo por veinticinco deancho-; es la forma que mayores facilidades ofrece para el arreglo delmobiliario. Tiene sólo una puerta, nada ancha, colocada en medio de losextremos del paralelogramo y dos ventanas colocadas en el otro extremo.Estas últimas son anchas, bajan hasta el suelo, dejando un vano bastanteamplio y dan a una veranda italiana. Sus marcos son de vidrio color de púrpuray encajan en un bastidor de palisandro, más macizo de lo que se acostumbra.

Van guarnecidas, por el interior del vano, de visillos de un tupido tissu de plataajustado a la forma de la ventana y que cae libremente en pliegues menudos.Fuera del vano cuelgan cortinas de seda carmesí, excesivamente rica, concenefas de ancha malla de oro y reforzadas del mismo tissu de plata de queestá formado el visillo exterior. No hay galerías; pero todos los pliegues delpaño -que son más finos que macizos y tienen así una traza de ligereza- salende debajo de un entablamento dorado, de rica labor, que da vuelta a toda lahabitación en el punto de unión del cielo raso y las paredes. Las cortinas secorren y descorren por medio de un grueso cordón de oro que las ciñe como aldescuido y se recoge fácilmente en un nudo; no se ven varillas ni mecanismoalguno. Los colores de las cortinas y sus cenefas, el carmesí y el oro, semuestran profusamente por doquiera y determinan el carácter de la estancia.La alfombra, un tejido de Sajonia, de pulgada y media de espesor y su fondo,también carmesí, se halla realzado sencillamente por una cenefa de oro,análogo al cordón que ciñe las cortinas, resaltando ligeramente sobre el fondoy dando vueltas a través para formar una serie de curvas bruscas e irregulares,de las cuales unas pasan de tiempo en tiempo por debajo de otras. Lasparedes están revestidas de papel satinado, color de plata, tachonado demenudos dibujos arabescos del mismo color carmesí dominante, pero un tantoapagado. Muchos cuadros cortan aquí y allá el empapelado en toda suextensión. Son en su mayoría paisajes de pura imaginación, como Las grutasde las hadas, de Stanfield o El estanque lúgubre, de Chapman. Hay, sinembargo, tres o cuatro bustos de mujer, de una belleza etérea -retratos a la

manera de Sully. Todos estos retratos son de tonos cálidos, pero sombríos. Nocontienen lo que se llama efectos brillantes. De todos ellos emana unsentimiento de sosiego. Todos son de grandes dimensiones. Los cuadrosdemasiado pequeños dan a una habitación ese aspecto de lunares, que es eldefecto de más de una hermosa obra de arte fastidiosamente retocada. Losmarcos son anchos, pero poco profundos, de rica talla, pero ni son mates nicalados. Tienen todos la brillantez del oro bruñido. Descansan de lleno en lasparedes y no están suspendidos de cordones para que queden colgando. Esverdad que los cuadros ganan mucho en esta posición, pero a menudo

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estropean el aspecto general de un aposento. No se advierte más que unespejo, que, además, no es muy grande. Su forma es casi circular y estácolgado de suerte que su dueño no puede ver reflejada en él su imagen desdeninguno de los principales asientos de la habitación. Dos amplios sofás, muybajos, de madera de palisandro, forrados en seda carmesí brocada de oro, sonlos únicos asientos, aparte dos confidentes también de palisandro. Hay un

piano (de palisandro) sin funda y abierto. Una mesa octogonal, toda del mármolmás hermoso, incrustada de oro, se halla colocada cerca de uno de los sofás.Tampoco esta mesa tiene tapete; con respecto a telas, han parecido suficienteslas cortinas. Cuatro grandes y magníficos floreros de Sévres, en los que abreuna profusión de flores tan olorosas como brillantes, ocupan los demásrincones, levemente redondeados, de la habitación. Un candelabro alto, quesostiene una lamparilla antigua, llena de aceite muy perfumado, se eleva juntoa la cabeza de mi dormido amigo. Algunas vitrinas, ligeras y graciosas, decantos dorados y suspendidas por cordoncillos de seda carmesí con bellotasde oro, sustentan dos o trescientos volúmenes, magníficamenteencuadernados. Fuera de esto no hay otros muebles, salvo una lámpara de Argand con un sencillo globo de vidrio pulimentado, color de púrpura, que, por 

medio de una sola cadenilla de oro, se halla colgado del cielo raso, abovedadoy muy alto, y esparce sobre todas las cosas una luz a la vez sencilla y mágica.  

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Notas: 1) Adaptación de un verso de Ovidio, Video meliora proboque deteriora sequor, cuya

traducción literal es: Veo lo mejor y lo apruebo, mas sigo lo peor. (N. del T  ) .

2 ) Hay aquí un juego de palabras. Cabbage quiere decir al mismo tiempo col y retal.

(N. del T  ) .

3 ) Juego de palabras: hang tiene el doble sentido de colgar y tapizar: hangman,

 significa verdugo. (N. del T. ) .

4 ) Nombre de una tribu india de la América del Norte, que el autor aplica satíricamente a los Estados Unidos. (N. del T  ) .