Final-Stiglitz Joseph La Gran Brecha

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- LA GRAN BRECHA - Las sociedades con desigualdades Joseph Stiglitz ADAPTACIÓN Ficha de Cátedra Introducción Nadie puede negar hoy que en los Estados Unidos y en la gran mayoría de los países del mundo, existe una gran brecha que separa a los muy ricos -grupo integrado por el 1% de la población mundial- de los demás. Sus vidas en cuanto a preocupaciones, angustias y estilos. A los ciudadanos corrientes les preocupa cómo pagar la universidad de sus hijos, que pasará si algún miembro de su familia se enferma gravemente, cómo saldrán adelante cuando se jubilen, etc. Porque en las crisis, millones de personas viven la incertidumbre de no saber si conservarán o no sus empleos y sus hogares, muchos no lo logran. Los que pertenecen al 1% de la población mundial tienen, como dijimos, otras preocupaciones que tienen que ver con el consumo y la seguridad. Pero la preocupación de los dueños del capital también está marcada por el miedo. Porque existe conciencia acerca de la existencia de la gran brecha, inquietud por la creciente desigualdad, que en la vida de los dueños del mundo, podría traducirse, como decíamos, en una amenaza a sus vidas tranquilas y seguras. Hay aquí una idea central: el grado de desigualdad que existe en el mundo no es inevitable ni es consecuencia de leyes inexorables de la economía, sino que es producto de políticas y estrategias concretas. Nos parece aquí que no puede haber un crecimiento sostenido si los ingresos de la inmensa mayoría de los ciudadanos están estancados o son rehenes de los movimientos e intereses del capital financiero. Oxfam, organización transnacional que lucha contra la pobreza, utilizó durante la reunión anual de la élite mundial ocurrida en Davos en 2014, una imagen muy poderosa para ilustrar la dimensión de las desigualdades en el mundo: un colectivo que transportara a 85 de los mayores multimillonarios del mundo contendría tanta riqueza como la mitad más pobre de la población, es decir, unas 3 mil millones de personas. Oxfam descubrió también, que el 1% de la población total posee la mitad del patrimonio mundial y hacia el 2016 va camino a tener el 99%. Las perspectivas, como vemos, no son las mejores. En cualquier sociedad es perceptible la heterogeneidad de la que hablamos, y se evidencia no sólo en lo económico y en lo cultural, sino también en lo que 1

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ICSE de Curso de Verano CBC UBA

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- LA GRAN BRECHA - Las sociedades con desigualdades

Joseph Stiglitz

ADAPTACIÓN Ficha de Cátedra

IntroducciónNadie puede negar hoy que en los Estados Unidos y en la

gran mayoría de los países del mundo, existe una gran brecha que separa a los muy ricos -grupo integrado por el 1% de la población mundial- de los demás. Sus vidas en cuanto a preocupaciones, angustias y estilos. A los ciudadanos corrientes les preocupa cómo pagar la universidad de sus hijos, que pasará si algún miembro de su familia se enferma gravemente, cómo saldrán adelante cuando se jubilen, etc. Porque en las crisis, millones de personas viven la incertidumbre de no saber si conservarán o no sus empleos y sus hogares, muchos no lo logran.

Los que pertenecen al 1% de la población mundial tienen, como dijimos, otras preocupaciones que tienen que ver con el consumo y la seguridad. Pero la preocupación de los dueños del capital también está marcada por el miedo. Porque existe conciencia acerca de la existencia de la gran brecha, inquietud por la creciente desigualdad, que en la vida de los dueños del mundo, podría traducirse, como decíamos, en una amenaza a sus vidas tranquilas y seguras.

Hay aquí una idea central: el grado de desigualdad que existe en el mundo no es inevitable ni es consecuencia de leyes inexorables de la economía, sino que es producto de políticas y estrategias concretas. Nos parece aquí que no puede haber un

crecimiento sostenido si los ingresos de la inmensa mayoría de los ciudadanos están estancados o son rehenes de los movimientos e intereses del capital financiero.

Oxfam, organización transnacional que lucha contra la pobreza, utilizó durante la reunión anual de la élite mundial ocurrida en Davos en 2014, una imagen muy poderosa para ilustrar la dimensión de las desigualdades en el mundo: un colectivo que transportara a 85 de los mayores multimillonarios del mundo contendría tanta riqueza como la mitad más pobre de la población, es decir, unas 3 mil millones de personas. Oxfam descubrió también, que el 1% de la población total posee la mitad del patrimonio mundial y hacia el 2016 va camino a tener el 99%.

Las perspectivas, como vemos, no son las mejores. En cualquier sociedad es perceptible la heterogeneidad de la que hablamos, y se evidencia no sólo en lo económico y en lo cultural, sino también en lo que podríamos llamar la relación con la modernidad. Esta gran brecha de la que hablamos lleva mucho tiempo forjándose. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Estados Unidos de Norteamérica creció a una velocidad excepcional. Todos los segmentos aumentaron sus ingresos, fue una prosperidad repartida. Las rentas de los más pobres crecieron más rápido que la de los más ricos. Podríamos decir que fue una edad de oro para ese país. Pero, a la par, se gestaban sus lados oscuros.

Es el caso, por ejemplo, de la icónica ciudad industrial de Gary, situada en Indiana, a orillas de la zona sur del Lago Michigan. En ese lugar, como en otros, se vivía pobreza, que iba en aumento y de la mano de recesiones que golpeaban cada vez más a algunos sectores del país. La agitación sindical era

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frecuente, los trabajadores luchaban para obtener la parte de prosperidad que no les llegaba y la gente que ocupaba los escalones más bajos de esa sociedad próspera, no era escuchada ni figuraba en el listado de beneficiarios de las regalías que la modernidad había traído consigo.

Los Estados Unidos de América habían sido la tierra prometida para muchos, la tierra de las oportunidades. Pero no lo fue para todos. Durante los años 90, por poner otro ejemplo, hubo una gran expansión económica, producto de varios factores, entre ellos del crecimiento tecnológico. Los precios de las acciones de dicho sector se dispararon. Pero luego de la crisis de 2001, la economía entró nuevamente en recesión. Y las recetas implementadas no hicieron más que aumentar las desigualdades.

En EEUU, los estudios acerca de las desigualdades sociales, la discriminación racial y el desempleo llevan algunos años y generan controversias. Los economistas más ortodoxos siempre argumentaron que la mejor manera de resolver los problemas era aumentar el tamaño de la producción de riqueza, la cual, por “efecto derrame” llegaría a toda la población. Así, estos economistas, no prestaron prácticamente atención a las desigualdades crecientes en el país. Esa indiferencia hizo que no pudieran ofrecer explicaciones adecuadas acerca de lo que estaba sucediendo. Por lo tanto, no comprendieron las repercusiones del creciente aumento de las desigualdades y no diseñaron buenas políticas de integración social.

"Del 1%, por el 1%, para el 1%" se va perfilando como el nuevo orden social. Nos parece adecuado reflexionar acerca de los orígenes de las desigualdades, no solo por cuestiones morales, sino por razones fundamentalmente económicas, por el carácter de las sociedades y por la construcción de identidades.

Nada de esto ocurre en EEUU, el aumento de las desigualdades ha hecho que el modelo económico norteamericano no integre debidamente a grandes grupos de población.

China, en pleno ascenso, se ha caracterizado por tener profundas complicaciones de integración social y en su seno no parece haber habido demasiado respeto por valores democráticos.

Ha desarrollado, sin embargo, una economía nacional que contempla a la mayoría de sus ciudadanos: logró sacar a alrededor de 500 millones de personas de la pobreza durante el mismo período en que el estancamiento se apoderaba de la clase media en los Estados Unidos.

Estamos pensando aquí que un modelo económico que no beneficia a la mayoría de sus ciudadanos, no puede convertirse en un modelo a imitar. Es necesario que nuestros países analicen las consecuencias políticas, económicas, sociales y culturales que las desigualdades traen consigo porque las numerosas crisis financieras están inextricablemente vinculadas con las desigualdades sociales y no son hechos fortuitos, sino que son producto de políticas y estrategias determinadas. Creemos que el precio pagado en nuestras sociedades desiguales, describe el nexo entre política y economía, es un círculo vicioso por el que el aumento de las desigualdades económicas se traduce en desigualdades de todo tipo.

Los problemas más importantes que estamos afrontando como sociedad en el último decenio tienen que ver con todo esto: gestiones económicas que benefician a los dueños del capital, en un contexto de globalización que no se ha transformado en la prometida “aldea global” sino que profundiza aún más las desigualdades entre países y al interior de cada uno de ellos.

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Por esto, es crucial pensar en el rol que deben jugar los Estados, ya que sólo podemos hallar soluciones a través de la política. Los mercados, aun en su representación más idealizada, no se ocupan de administrar la vida de los ciudadanos. Solo mediante las reformas necesarias en nuestras sociedades, construyendo democracias participativas, abiertas a los cambios y a las minorías, es que podremos achicar la gran brecha entre ricos y pobres y re establecer en nuestros países una prosperidad compartida.

La gestación de una crisisLas grandes recesiones crean víctimas y tienen autores

que deberían asumir sus responsabilidades. Hasta ahora, por ejemplo no se ha procesado a ninguno de los responsables políticos o líderes de los grandes bancos que desempeñaron un rol activo en la crisis de 2001.

La presión de los grupos de interés es la responsable del aumento de las desigualdades en los países, articulada por la creencia para nada inocente sino profundamente ideológica, de que los mercados son eficientes y estables y no necesitan ser regulados. Sabemos que no es así. El capitalismo se ha caracterizado desde el principio por protagonizar fluctuaciones económicas y las crisis lo demuestran claramente.

Por otra parte, los defensores más acérrimos de la economía de libre mercado y de su autorregulación estuvieron más que dispuestos muchas veces, a recibir la ayuda de los gobiernos cuando lo necesitaron, incluidos rescates a bancos internacionales y modificaciones en sus deudas privadas, muchas veces asumidas por los Estados y, consecuentemente, por toda la

sociedad involucrada.

Estas políticas económicas distorsionan la relación entre capital y trabajo porque, entre otras cosas, generan consecuencias distributivas adversas y los sectores más débiles quedan aún más desprotegidos. Creemos profundamente en el rol de las políticas, que en épocas de crisis económicas deben fomentar la reducción de las desigualdades, que, como vimos, no son naturales.

Desregulación. Los mercados financieros y el aumento de las desigualdades

Existe un nexo innegable entre la creciente financiarización de las economías mundiales y el aumento de las desigualdades. El sector financiero no puede autorregularse, necesita reglas estrictas que le aseguren a la sociedad las funciones que debe desempeñar. Sin embargo, presiona para que esto no ocurra.

La crisis que golpeó a los Estados Unidos y a muchos otros países a partir del 2008 no fue casual, como todas las crisis que venimos analizando. La caída del muro de Berlín y la derrota del comunismo soviético generaron en algunos la impresión de que el libre mercado había vencido y podía regularse solo. Aunque era una conclusión equivocada, Estados Unidos aprovechó el hecho de ser la única gran superpotencia sobreviviente para defender sus propios intereses y los de sus sectores más poderosos.

El sector financiero, por lo tanto, contribuye a aumentar las desigualdades porque parte de la riqueza que obtiene es en perjuicio de otros sectores y lo hace por medio de la manipulación del mercado. Es certero afirmar que la mayor parte de lo que el

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sector financiero obtiene, se lo inhibe a la base de la pirámide económica.

Algunas de las formas en que obtiene su extraordinaria ganancia, se debe a los miles de millones conseguidos gracias a usos de tarjetas de crédito desproporcionados y a préstamos abusivos y discriminatorios, imposibles de ser pagados por quienes los piden o necesitan. Las comisiones desmesuradas que imponen a los comerciantes, se convierten así en un impuesto por cada transacción. Dichos impuestos agigantan las ganancias de los banqueros y no solo no llegan al resto de la sociedad sino que, en los mercados competitivos, por ejemplo, es inevitable que esas comisiones se trasladen a los ciudadanos en forma de precios más altos. Por lo tanto la sociedad termina costeando la riqueza de los sectores más ricos.

Como dijimos, la propagación de desigualdades al interior de los países y entre ellos, son consecuencia de las políticas adoptadas. El sector financiero impulsa esas políticas y elabora ideologías que las sustenta. Por ejemplo, que los mercados, por sí solos, producen resultados eficientes y estables, que los gobiernos deben liberalizar la economía y gerenciar negocios privados o que las políticas monetarias deben concentrarse en la inflación y no en la creación de empleo y condiciones de inclusión. Cuando estas políticas desembocan en nuevas recesiones, se llevan a cabo recortes en los gastos públicos y no solo se perjudica a los ciudadanos corrientes, sino que además, se prolongan las crisis económicas, generando en todo ese proceso ciclos de pobreza, desesperanza y marginalidad, en definitiva, se construyen nuevas desigualdades sociales.

Antes de las crisis, el sector financiero presumía de ser el motor fundamental del crecimiento económico y de que su carácter innovador había permitido los extraordinarios

comportamientos económicos de los países. Los datos del PBI y de quiénes son los beneficiarios explican muy bien cómo el sector financiero contribuyó a llevar las economías por el mal camino para el conjunto de la sociedad. Un precio más caro por una propiedad en la Riviera Francesa, en Puerto Madero o en un departamento en Manhattan, no se traduce en economías más productivas.

La excesiva afición a los riesgos en el sector financiero y la relajación de las normas desembocaron, tal como era predecible y predicho, en las crisis más graves en 75 años. En esas crisis, los pobres fueron siempre los más afectados, dado que pierden sus puestos de trabajo y se produce un fenómeno de desocupación prolongada. En Estados Unidos, por ejemplo, las consecuencias para los ciudadanos fueron malas: entre 2007 y 2013 se embargaron 14 millones de viviendas, hubo recortes profundos en el gasto público, incluso en educación.

Cuando se produce una crisis, los más perjudicados son siempre los ciudadanos comunes, los trabajadores, que venden su fuerza de trabajo en un mercado. En cambio, las grandes compañías no solo sobreviven, sino que prosperan y crecen en patrimonio. Los salarios bajan al subir la desocupación, mientras que las ventas al extranjero se mantienen. Los dueños del capital financiero salen muy bien posicionados y son, efectivamente, los grandes ganadores de la no regulación al mercado. Después de las crisis, exigen rescates por problemas causados por la ausencia de regulación que en realidad son causados por ellos mismos y termina pagando la sociedad.

La necesidad de regulación al mercado debería ser hoy una evidencia sin discusión en el ámbito político. Pero por distintas razones que iremos pensando y trabajando, aun no lo es.

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