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    15| EDICION 22 / 2009 |

    opiniónRoberto Laserna 

    Director ejecutivo. Fundación Milenio. Bolivia

    El inevitable fracaso

    de la revolución

    Las revoluciones, impulsadas por lalucha contra la desigualdad, estáncondenadas al fracaso. No impor-ta cuán radical sea la redistribución deriquezas que logren ni cuánta violenciaejerzan para prevenir la acumulación,la desigualdad vuelve a nacer desde supropio núcleo. La equidad de las revolu-ciones tiene apenas una corta duración.El único éxito a largo plazo de las revo-luciones no es intencional, y consiste enabrir espacios para la movilidad social.Lamentablemente, el costo que impo-nen a las sociedades es mucho más altoque los procesos graduales de cambiosocioeconómico que acompañan al de-sarrollo en democracia. Éstos permitenevitar la confusión entre desigualdad einjusticia, y generan una equidad mássólida y duradera.

    EL SECRETO DE HERBERT KLEINLa primera de las armaciones anterio-res está sustentada en  La revolución yel renacimiento de la desigualdad , tex-to publicado en 1981. Por supuesto, esuno entre millones de libros y esto ex-plica que pasara inadvertido frente a laavalancha de títulos que promueven latesis contraria. Pero éste tiene dos as-pectos relevantes que hacen injustica-ble su omisión, por lo menos entre losbolivianos.

    El primero es que expone una teo-

    ría y la demuestra empíricamente, lo quele da validez universal y lo pone por en-cima de los millones de títulos alentadospor la imaginación y la promesa ideoló-gica. El segundo es que el caso utilizadopara esa demostración es, precisamente,el nuestro, como se puede apreciar en elsubtítulo de libro: Una teoría aplicada ala Revolución Nacional en Bolivia .

    Por si fuera poco, no se trata de untexto marginal escrito por un estudiante alnal de su maestría, sino de una publica-ción de la Universidad de California cuyoautor es uno de los más conocidos y cita-dos “bolivianistas”: Herbert S. Klein, queescribió una difundida Historia de Bolivia  yuno de los más minuciosos estudios de losOrígenes de la Revolución Nacional . El otro

    autor es el australiano Jonathan Kelley.Todavía me sorprende que esta obra

    no se haya conocido y discutido más en Bo-livia, considerando esa suerte de obsesiónque tenemos con las reformas del 52 y laimpronta “revolucionaria” que ha dejadoen la política nacional. Me tropecé con estelibro casi secreto mientras husmeaba en labiblioteca personal de Eduardo Gamarra,

    en la Florida. Lo revisé rápidamente y alnal conseguí un ejemplar en una de las

    muchas “librerías de viejo” que ahora sonaccesibles por internet.

    RELEVANCIA DEL LIBRONo es un libro fácil de leer; tal vez eso ex-plique la escasa difusión que ha alcanzado.Lejos de los ensayos narrativo-losócos y

    de los maniestos ideológicos que abundanen la literatura revolucionaria, la obra deKelley y Klein tiene la aridez de una tesisacadémica y el orden riguroso que va dela teoría a la formulación de hipótesis, deésta al análisis de datos, con detalladas ex-plicaciones metodológicas, pruebas y con-trapruebas, para volver a revisar la teoría yformular conclusiones. Pero la aridez de la

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    opinión

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    forma se soporta fácilmente por la abun-dancia de información y la contundenciade sus conclusiones.

    Bolivia es un caso que prueba el fra-

    caso al que están condenadas las revolu-ciones.Por supuesto, prueba más contun-

    dente fue la caída del muro de Berlín, puescon él se derrumbó también el mito de larevolución socialista, alimentado con millo-nes de muertos en Rusia y los países quelos sóviets lograron dominar. Pero no hancaído otros regímenes igualmente emble-máticos de esa convicción que, pese a losdatos de una realidad que grita su fraca-so, se mantienen en China (aunque conislotes abiertos al cambio), Cuba (a pesarde los balnearios turísticos), y reaparecende tiempo en tiempo con nuevos ropajes,como el que lucen ahora los bolivarianosdel socialismo del siglo XXI.

    Es posible que una de las razones detal persistencia o tozudez ideológica sea lafalta de comprensión de cómo se inicia elfracaso de las revoluciones desde su propioseno y poco después de ponerse en mar-cha, algo que justamente desentraña el li-bro. Veinte años después ya los estalinistasy trotskistas se acusaban mutuamente dehaberse desviado de la verdad, y mediosiglo después los castristas continúan cul-

    pando al bloqueo estadounidense de laspenurias que imponen a su gente, peroninguno admitirá que se vieron obligadosa recurrir al autoritarismo, la represión y alabuso para poder encubrir su fracaso. Y losde afuera, que no viven cotidianamente losascos revolucionarios, seguirán oponiendo

    a los datos de la cruda realidad el sueñoatrayente de un futuro que “esta vez sí sealcanzará: tenga fe”.

    Kelley y Klein destacan la dicultad

    de comprender esos problemas por la au-sencia de datos que permitan estudiar losimpactos iniciales de las revoluciones. En

    el mejor de los casos, se puede contar condatos de antes y después de la revolución,pero debido a la ruptura institucional y laviolencia que con frecuencia las acompaña,no se hacen censos, encuestas y estudiosindependientes de los primeros años. Así,casi nunca se cuenta con datos del “duran-te”, que son los que permiten entender porqué el después requiere tanto maquillaje.

    De ahí el valor universal del libro: tiene da-tos del durante, esto es, de lo que sucedecon la generación que vive la revolución ycon la que le sigue de inmediato.

    La base informativa proviene de unaencuesta realizada a 1.130 jefes de hogar

    en seis comunidades de altiplano, vallesy llanos (excluyendo lamentablementeciudades grandes, valles cochabambinosy zonas mineras), las cuales fueron estu-diadas en detalle por un equipo de antro-pólogos y sociólogos que vivieron en ellasentre 1965 y 1966. Estos estudios se losencargó el Cuerpo de Paz a una entidadacadémica, pero nunca se publicaron y los

    datos permanecieron inéditos hasta el tra-bajo de Kelley y Klein.

    La cobertura de la encuesta y delos estudios de caso no es nacional, perotampoco está parcializada hacia los luga-res privilegiados por la revolución, cuyo

    epicentro fue el valle alto de Cochabam-ba, donde nace la reforma agraria, y enlas minas de Oruro y Potosí, que fueronnacionalizadas. Podría decirse que la re-volución tuvo un impacto medio en lasseis comunidades, no estuvo ausente deellas debido a que no se encuentran tanlejos, ni las tuvo como escenario principal.Esto, lejos de quitarle valor al análisis, se

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    lo añade porque evita que sus conclusio-nes estén muy determinadas por la proxi-midad a los hechos y a los cambios depoder que generaron.

    En la población de la muestra haypersonas de diversas edades y adscripcio-nes culturales, de manera que el análisispermite diferenciar los efectos del proce-so en tres generaciones (la de la revo-lución, la previa y la posterior), al igualque en los estratos socioeconómicos yculturales de aquel tiempo, detectandolos cambios que la revolución nacionalprodujo en ellos. Con los datos se midenlas enormes desigualdades que caracteri-zaron a la sociedad boliviana antes de larevolución y se muestra que la redistribu-ción de tierras, la reorientación del gastoscal y la expropiación de ahorros por la

    inación tuvieron un importante impacto

    igualitario. Pero se descubre igualmentela corta duración de ese impacto, y sedetecta el rápido renacimiento de la des-igualdad, que incluso alcanza niveles másacentuados.

    LA TEORÍA DEL FRACASOLa explicación de dicho proceso, expues-ta en una teoría conrmada en este caso

    por los datos, radica en el hecho de quelas revoluciones pueden redistribuir las ri-

    quezas materiales, como la tierra, quitán-dosela a los que tienen más y dándoselaa los que no tienen, pero no puede redis-tribuir otras riquezas no materiales, comola educación, el conocimiento, la informa-ción o las relaciones. Y éstas, que tam-bién están distribuidas desigualmente,tarde o temprano tendrán consecuenciasigualmente materiales. Y es que las socie-dades no son estáticas y la desigualdad,así como otras de sus características, seproduce y reproduce en forma continua.Son al mismo tiempo causa y resultado.Las riquezas (y las pobrezas) materiales yno materiales se inuyen y refuerzan mu-tuamente, y tienden a la desigualdad.

    Por ejemplo, los que tenían más tie-rras y mejores ingresos antes de la revo-lución pudieron dar a sus hijos una mejoreducación, y cuando quedaron sin tierras,ésta les permitió encontrar un nuevo es-pacio laboral en el que lograron ingresosmayores.

    La revolución libera fuerzas queregeneran la desigualdad, dicen Kelley yKlein. Incluso dentro de una comunidadrural igualitariamente pobre en Bolivia,

    los que estaban mejor informados usa-ron su ventaja para ocupar con rapidezel lugar dejado por capataces y patro-nes, y asumieron la dirigencia sindicalo política, se convirtieron en interme-diarios con el poder, o en transportistaso comerciantes, y emplearon su capitalhumano para acumular pronto un im-portante capital material. En el desordenque suele caracterizar a los períodos re-volucionarios, las ventajas aparentemen-te pequeñas de conocimiento, formacióne información se vuelven cruciales y sonaprovechadas por quienes las tienen,dando lugar a una nueva desigualdad.

    El fracaso de la revolución no sedebe, en consecuencia, a la traición desus líderes, a la desviación ideológica desus conductores o a la ineciencia de sus

    administradores. Lo más que éstos pue-den hacer es demorar el resurgimientode la desigualdad o esconderla, pero alcosto de una inmensa represión, a vecessólo política, pero muchas veces tambiéncultural y económica.

    Kelley y Klein explican, ilustran ydemuestran este proceso de un modo

    convincente. De hecho, para rebatirloshabría que contar con una base similarde datos de otros procesos históricos,que no existe. Había desigualdad antesy hay desigualdad después, en nive-les incluso más profundos. Pero es una

     “nueva” desigualdad y el no reconocerlaasí es una notable omisión en el libro. Esnueva no sólo en magnitud, como ellosdestacan, sino también en cuanto a lascausas que la originan y a los estratossociales que la viven. En la nueva estruc-tura, los recursos que permiten la acu-mulación son distintos de los de antes, y

    los individuos o grupos que los controlany utilizan son también nuevos. Por tanto,si bien es cierto que las revoluciones sehacen para luchar contra la desigualdady fracasan en ese intento, no es menoscierto que detrás de ese discurso, lo queen verdad se quiere es quitar los obstá-culos a la movilidad social. Y esto sí selogra.

    IGUALDAD NO ES EQUIDADEn realidad, aunque todas las revolucio-nes fracasan en su promesa de igualdad,es evidente que tienen cierto éxito en su

    motivación más profunda y no siempre ex-plícita: todas remplazan a unos ricos porotros, sacan a algunos grupos del poder yencumbran a otros, eliminan a unas oligar-quías pero generan otras.

     Y es que lo importante no es la des-igualdad sino la inequidad, es decir, la di-mensión de injusticia que puede haber enla desigualdad. Una desigualdad es injustasolamente cuando es impuesta y resultainsuperable. Las revoluciones y los revo-lucionarios suelen ignorar esa diferenciay buscan resolver las injusticias borrandolas desigualdades, lo que ha resultadotrágico para millones de personas. La al-ternativa que enseña la historia es que,pese a que la desigualdad es inevitable, elantídoto para superar su dimensión injus-ta no es la igualación, forzada o no, sinola movilidad social.

    No puede justicarse el pequeño

     “éxito” de las revoluciones, dentro de sugran fracaso, debido a los elevados cos-tos que imponen. Costos políticos, de re-presión, autoritarismo y violencia, y costoseconómicos, de rezago en el crecimiento.En esto, Bolivia es también un caso mode-

    lo. En términos reales, el PIB per cápita  delaño 2000 era básicamente el mismo que elde principios de los años cincuenta.

    Muchos países han reducido las in- justicias de la desigualdad dinamizando lamovilidad social de maneras mucho másecaces y rápidas, y a costos incompara-blemente inferiores. Los procedimientosmás efectivos han sido la expansión y elmejoramiento continuo de la educación, yla ampliación permanente de los merca-dos. Hoy en día, el desempeño económicode las personas en el ámbito mundial es elprincipal mecanismo de movilidad social,

    desempeño que no se limita a la produc-ción agrícola o industrial. Ni Bill Gates(Estados Unidos), ni Joanna K. Rowling(Inglaterra), ni Wong Kwong Yu (China)son hijos de oligarcas y, sin embargo,forman parte de la élite mundial. Ellosno solamente amasaron fortunas inno-vando, sino que lo hicieron satisfaciendolas demandas de los consumidores, pero

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    opinión

    su voluntad o genialidad de nada habríaservido en sociedades de estraticación

    cerrada, que impusieran la igualdad yasumieran el estancamiento como un sa-

    cricio necesario.Si se observan con detenimiento

    los datos de Bolivia desde 1952 hasta elpresente, y se comparan los períodos dela revolución nacional y la democracia, seconrmarán estas tendencias.

    En el libro de Kelley y Klein, se ob-serva el fracaso de la revolución nacionalen lo referente al igualitarismo. La movi-lidad social que desató ese proceso, talvez su mayor logro, no pudo ampliarsedebido al estancamiento de la economía,causado en gran medida por las convul-siones sociales y el debilitamiento de lasinstituciones. En contraste, los datos pos-teriores a 1985, cuando se estabilizó lademocracia, muestran claros descensosen la pobreza y una movilidad social másdinámica, a pesar de que la economíacreció muy lentamente, primero por ellastre dejado por muchos años de dic-taduras y una desordenada transición, yluego por las crisis internacionales. Du-rante esos años no desapareció la des-igualdad pero sí se empezó a reducir lainjusticia. En el gráco 2 se condensan

    datos al respecto.

    Es necesario aprender las leccionesque todo esto nos deja, en especial aho-ra que vivimos bajo una nueva obsesiónigualitarista. Sus resultados son previsi-bles, su éxito a corto plazo se disolveráa largo plazo y todos terminaremos peor.Hay que ir más allá de la desigualdad ypreocuparnos por lo que verdaderamen-te importa: la equidad. Nuestra propiahistoria y la de otros países nos mues-tran que la podemos conseguir, en formagradual pero segura, si abrimos nuestraeconomía, si fortalecemos las institucio-nes, si defendemos los derechos y las

    libertades individuales, si impulsamos elcrecimiento de la economía.

    En síntesis, esto nos enseña queel voluntarismo político puede generar loopuesto a lo que busca y que la justiciasocial se alcanza de mejor manera y esmás perdurable con la gradualidad deldesarrollo, es decir, impulsando el pro-greso y ampliando la libertad.P 

    Fuente: Kelley y Klein (nexos 5 y 6).

    Revolución y privilegios transmitidos

    Ventajas atribuidas a la familia y que se reejan en la ocupación y el estatus del hijo

    96,7

    31

    17

    41,5

    69,5

    106,3

    Puntos de estatus heredados según regresión

    Desigualdad de ingresos ajustada por cambios en precios de estaño y petróleo (base: 1950 – 1952)

     Antes de la revolución de 1952

    (ci. 1950)

    Durante la revolución

    (1952 – 1962) (ci, 1958)

    Después de la revolución, de

    1962 en adelante (ci.1967)

    130

    110

    90

    70

    50

    30

    10

    105

    95

    85

    75

    65

    55

    45

    Gráco 1

    Tendencias generales en democracia

    Gráco 2

    Fuentes: Pobreza por NBI y Udape; Mov. Social y Gini: Mercadeo y Leitón, 2009. Los puntos son mediciones, las líneas son tendencias.

    El eje temporal es aproximado.

    94,2%

    Movilidadsocial 92,1%

    72,1%

    Pobreza (%)58,6

    Desigualdad(Gini) 52,9

    50,3%

    1992 2001 2004