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1 Las formas de hacer la guerra en el litoral rioplatense (en Susana Bandieri (comp.), La historia económica y los procesos de independencia en la América hispana, Buenos Aires, AAHE/Prometeo Libros, 2010, pp.167-214) Raúl O. Fradkin Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Luján/ Instituto Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires Desde fines de 1818 las preocupaciones de Cornelio Saavedra, Delegado Directorial para la Campaña de Buenos Aires, estaban concentradas en una amenaza que estimaba factible e inminente: que pudiera conformarse una coalición entre “anarquistas”, “indios” y “realistas”. Sus temores aumentaron cuando se acrecentaron las ya reiteradas fugas de “prisioneros realistas” del presidio de Santa Elena y que encontraban refugio entre algunas tribus pampeanas. Más aún, cuando le llegaron rumores que con el aporte de muchos desertores amenazaban con transformarse en una montonera en la frontera sur y que una “expedición de Lima” de 4.000 hombres que tendría apoyo indígena se diría hacia ella. 1 Semejantes temores tenía Manuel Belgrano quien consideraba imperioso dilucidar si en realidad los rebeldes santafesinos no eran “agentes de los Españoles”: “La verdad es que hasta ahora no han querido entrar por ningún partido, y que los promotores de la anarquía solo usan de la palabra porteños para conmover, concediendo toda especie de vicios a los que los siguen; añada V. que se han hallado en la división de los tales que atacaron a Bustos, muchas estampitas de Fernando, poniendo la banda a la Virgen de Atocha.” 2 Estos temores no eran nuevos: ya en 1816 las autoridades esperaron también una expedición de reconquista desde la península y ella fuera simultánea a una incursión realista-indígena sobre la frontera que vendría a “vengar al Rey de España y a matar a los de Buenos Ayres y a los comandantes de las guardias a cautivarlos”. 3 O, al menos, que se produjera una alianza entre “realistas” y “anarquistas”. 4 La primera alternativa fue un temor recurrente pero nunca se produjo. La segunda tampoco, aunque no fue escasa la colaboración que los “realistas” hallaron en diversas parcialidades de la Araucanía y a través suyo en las pampas (Bechis, 2001; Villar-Jiménez, 2001 y 2003). Y la tercera no pasó de algunos fallidos intentos por “seducir” a Artigas. Sin embargo, recuperar estos temores permite restituir las alternativas que los actores consideraban factibles y corroborar que los límites entre la “guerra de independencia” y la “guerra civil” eran mucho más borrosos y cambiantes para los actores que lo que después resultó para los historiadores y sugiere que esa distinción resulta inadecuada para comprender la dinámica y el entrelazamiento de los antagonismos. 5 Tan borrosos eran que resulta extremadamente dificultoso hallar diferencias sustantivas en los modos 1 Un análisis detallado de esta situación en Fradkin-Ratto, 2007. 2 M. Belgrano a J. de San Martín, Ranchos, 13 de marzo de 1819, en Belgrano, 2001, p. 419 3 Comandante José Pellegrini al Gobierno, Lobos, 8 de mayo de 1816: Archivo General de la Nación (en adelante AGN) X-9-3-2 4 M. Belgrano a M. Ulloa, Tucumán, 18 de octubre de 1816, en Belgrano, 2001, pp. 300-301. 5 La necesidad de recuperar las perspectivas de los actores en este proceso que derivó en las independencias de las colonias hispanoamericanas así como de considerar las alternativas que juzgaron posibles y su dinámica ha sido incorporada a los estudios más recientes de la crisis de 1808 pero puede extenderse a las coyunturas posteriores. Entre otros, ver los estudios reunidos por TERÁN-SERRANO, 2002, CHUST-SERRANO, 2007 y por PIQUERAS en el número 229 de Historia Mexicana, 2008.

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Historia Argentina del siglo XIX

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Las formas de hacer la guerra en el litoral rioplatense

(en Susana Bandieri (comp.), La historia económica y los procesos de independencia en la América hispana, Buenos Aires, AAHE/Prometeo Libros, 2010, pp.167-214)

Raúl O. Fradkin

Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Luján/ Instituto Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires

Desde fines de 1818 las preocupaciones de Cornelio Saavedra, Delegado Directorial para la Campaña de Buenos Aires, estaban concentradas en una amenaza que estimaba factible e inminente: que pudiera conformarse una coalición entre “anarquistas”, “indios” y “realistas”. Sus temores aumentaron cuando se acrecentaron las ya reiteradas fugas de “prisioneros realistas” del presidio de Santa Elena y que encontraban refugio entre algunas tribus pampeanas. Más aún, cuando le llegaron rumores que con el aporte de muchos desertores amenazaban con transformarse en una montonera en la frontera sur y que una “expedición de Lima” de 4.000 hombres que tendría apoyo indígena se diría hacia ella.1 Semejantes temores tenía Manuel Belgrano quien consideraba imperioso dilucidar si en realidad los rebeldes santafesinos no eran “agentes de los Españoles”:

“La verdad es que hasta ahora no han querido entrar por ningún partido, y que los promotores de la anarquía solo usan de la palabra porteños para conmover, concediendo toda especie de vicios a los que los siguen; añada V. que se han hallado en la división de los tales que atacaron a Bustos, muchas estampitas de Fernando, poniendo la banda a la Virgen de Atocha.”2

Estos temores no eran nuevos: ya en 1816 las autoridades esperaron también una expedición de reconquista desde la península y ella fuera simultánea a una incursión realista-indígena sobre la frontera que vendría a “vengar al Rey de España y a matar a los de Buenos Ayres y a los comandantes de las guardias a cautivarlos”.3 O, al menos, que se produjera una alianza entre “realistas” y “anarquistas”.4 La primera alternativa fue un temor recurrente pero nunca se produjo. La segunda tampoco, aunque no fue escasa la colaboración que los “realistas” hallaron en diversas parcialidades de la Araucanía y a través suyo en las pampas (Bechis, 2001; Villar-Jiménez, 2001 y 2003). Y la tercera no pasó de algunos fallidos intentos por “seducir” a Artigas.

Sin embargo, recuperar estos temores permite restituir las alternativas que los actores consideraban factibles y corroborar que los límites entre la “guerra de independencia” y la “guerra civil” eran mucho más borrosos y cambiantes para los actores que lo que después resultó para los historiadores y sugiere que esa distinción resulta inadecuada para comprender la dinámica y el entrelazamiento de los antagonismos.5 Tan borrosos eran que resulta extremadamente dificultoso hallar diferencias sustantivas en los modos

1 Un análisis detallado de esta situación en Fradkin-Ratto, 2007. 2 M. Belgrano a J. de San Martín, Ranchos, 13 de marzo de 1819, en Belgrano, 2001, p. 419 3 Comandante José Pellegrini al Gobierno, Lobos, 8 de mayo de 1816: Archivo General de la Nación (en adelante AGN) X-9-3-2 4 M. Belgrano a M. Ulloa, Tucumán, 18 de octubre de 1816, en Belgrano, 2001, pp. 300-301. 5 La necesidad de recuperar las perspectivas de los actores en este proceso que derivó en las independencias de las colonias hispanoamericanas así como de considerar las alternativas que juzgaron posibles y su dinámica ha sido incorporada a los estudios más recientes de la crisis de 1808 pero puede extenderse a las coyunturas posteriores. Entre otros, ver los estudios reunidos por TERÁN-SERRANO, 2002, CHUST-SERRANO, 2007 y por PIQUERAS en el número 229 de Historia Mexicana, 2008.

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de hacer la guerra entre los diferentes antagonistas: no los había ni en los métodos de reclutamiento, en las normas que regían a los cuerpos militares y milicianos o en la composición de las tropas.6

Aquí se intentará indagar una dimensión menos explorada: el empleo de la “guerra de recursos”, un modo de hacer la guerra que se desplegó con toda intensidad en el litoral rioplatense y que estaba cargado de dilemas e implicancias y era desarrollado por una gama muy variada de actores. Pero indagarlo supone la necesidad de despojarse de la maraña de mitologías en la que ha quedado sumergido, tanto aquellas que la presentaron como la expresión de una suerte de guerra popular protagonizada por los sectores rurales o las que pretendieron que fue “inventada” por Artigas, Güemes o Dorrego. Se trata, entonces, de situar esta forma de hacer la guerra en un contexto más preciso, identificar sus protagonistas y señalar sus implicancias políticas y sociales, cuestiones relevantes a la hora de discutir la naturaleza histórica del ciclo de guerras que desencadenó la revolución. Ante todo, porque no fue una característica exclusiva de uno de los bandos ni de una forma específica de organización armada.

1. Ganados, poblaciones y ejércitos

La “guerra de recursos” en el litoral devino tras la primera expansión ganadera que tuvo como epicentro a la Banda Oriental y Entre Ríos y, en menor medida, al sur de Santa Fe y al norte de Buenos Aires. Esa expansión se había desplegado en un contexto de limitada afirmación de los derechos de propiedad y escasa capacidad de control de una población extremadamente móvil y cuando irrumpió la guerra esos recursos se estaban valorizando y transformando en el principal rubro de exportación (Garavaglia, 2004; Rosal-Schmit, 2004).

Sabido es que la población del litoral estaba en franco crecimiento a fines de la colonia y todo indica que se mantuvo a pesar de las confrontaciones.7 Si la población crecía, la recaudación de los diezmos lo hacía todavía a un ritmo mayor.8 Pero su composición mostraba importantes diferencias: mientras en Buenos Aires y la Banda Oriental el diezmo de cuatropea significaba el 27% y el 25% de la recaudación total, en Santa Fe/Entre Ríos llegaba al 78,8% y en Corrientes al 72%.9 Sin embargo, parece que en Corrientes estaba agotando sus posibilidades.10 Registrar estas coyunturas es importante. Por un lado, porque hace más comprensible la reticencia de la población correntina frente a la expedición que comandara Belgrano al Paraguay y sus notables dificultades para aprovisionarse aunque fuera atribuida por el comandante al “poco patriotismo que hay entre esos vecinos” y al “el ningún crédito que tiene nuestro

6 La incorporación de estas dimensiones de análisis ha sido uno de los resultados más fructíferos de la nueva historia militar para el estudio de los procesos iberoamericanos de transición del orden colonial al independiente: ver, por ejemplo, MARCHENA-CHUST, 2008 y CASTRO-IZECKSOHN-KRAAY, 2004. El notable retraso de la historiografía argentina al respecto puede advertirse consultando el reciente balance de DI MEGLIO, 2007. 7 Por ejemplo, en Corrientes la tasa de crecimiento anual de la población fue del 3,3 entre 1814/20 y del 3,2 entre 1820/33: CHIARAMONTE, 1991, p. 61. 8 Entre 1782/92 y 1793/1802 la incidencia de Buenos Aires y de la Banda Oriental en la recaudación se mantuvo estable, en torno al 51% y 30%, respectivamente; mientras. la de Corrientes decrecía del 9% al 5% y aumentaba la de Santa Fe/Entre Ríos del 9% al 14%: GARAVAGLIA, 1987. 9 Si Entre Ríos (en rigor Paraná) suministraba el 34% de los diezmos ganaderos santafesinos, el 30% provenía de Coronda y el 35% de Los Arroyos: Agradezco estos datos a J.C. Garavaglia. 10 Hacia 1805 la recaudación correntina llegaba a su punto más bajo y el diezmo de cuatropea era hacia 1808/10 apenas el 31%: DJENDEREDJIAN, 2004.

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Gobierno con ellos”.11 Por otro, porque permite entender que inicialmente fuera en la Banda Oriental y en Entre Ríos que se concentrara la lucha por los ganados al punto que su apropiación parece haber sostenido el notable incremento del stock ganadero de Rio Grande do Sul.12 De este modo, no extraña que durante la segunda mitad de la década esa lucha se desplazara al sur santafesino. En contraste, en Buenos Aires la producción agrícola se mantuvo estable hasta fines de esa década (Garavaglia, 1999b, p. 110) y su stock ganadero parece haberse triplicado entre 1810 y 1839. Mientras tanto no pocos cambios acaecían, entre ellos, el colapso de la tenue recuperación de la cría de mulas en la frontera santafesino/bonaerense y el desplazamiento del epicentro de la cría de vacunos del norte al sur configurando dos fronteras bien diferentes: una al norte, estancada y otra, al sur, notablemente dinámica.13

No estamos en condiciones de estimar la demanda de ganado que suponía la movilización de los ejércitos pero podemos intentar algunas conjeturas. Para ello resulta preciso calcular primero la magnitud de las fuerzas movilizadas. La revolución organizó sus primeros ejércitos a partir de los 3.000 milicianos que quedaban movilizados hacia 1810 en Buenos Aires de los 8.000 de 1807 (Halperín Donghi, 1978). Un año después contaba ya con 7.627 soldados enrolados (5.923 de infantería y 1.704 de caballería) y a mediados de 1815 – cuando el Ejército de los Andes recién comenzaba a organizarse - con 14.000 efectivos de línea. Que el esfuerzo reclutador no había estaba alcanzado sus límites lo indica que en 1817 sólo las fuerzas de infantería sumaban 13.743 efectivos.14

¿Cuánto pesaba este esfuerzo sobre los 92.000 habitantes de Buenos Aires? No es fácil calcularlo pero debe considerarse que en 1815 la jurisdicción tenía 6.600 efectivos de línea (4.650 de Infantería, 900 de Artillería y 1.100 de Caballería), 4.000 milicianos en la ciudad y sus arrabales y, al menos, unos 1.000 milicianos activos en la campaña, aunque podían movilizarse otros 4.000. Es decir, por lo menos, 11.000 hombres movilizados en su territorio cuando la población era de 92.000 habitantes, un 12% aproximadamente. 15

Además estaban los ejércitos en operaciones fuera de la jurisdicción de Buenos Aires que acrecentaban sus efectivos mientras marchaban a los frentes de lucha. Así, la expedición al Paraguay se inició con 200 hombres llegó a contar con 2.022 efectivos (1.170 de infantería y 852 de caballería). Tamaña movilización se demostró insuficiente y no sólo por la resistencia paraguaya: también incidieron las tremendas dificultades de abastecimiento – en particular de caballos- que hacían extremadamente lentos sus

11 M. Belgrano a Ángel Fernández Blanco, Tacuarí, 5 de marzo de 1811, Belgrano, 2001, p. 105. 12 En Río Grande do Sul el tamaño medio de los rodeos había pasado de 1176 cabezas entre 1790/1810 a 2817 cabezas entre 1815/1825, un aumento del 140% atribuido a la apropiación sistemática de ganado de la campaña oriental: OSSORIO, 2001. 13 CANEDO, 1993; GARAVAGLIA, 1999; TARRAGÓ, 1993. GELMAN-SANTILLI, 2004. 14 Los datos de 1811 en Gobierno Superior Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Instrucciones de los Comisarios de Guerra de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Buenos Aires, Imprenta de los Niños Expósitos, 1812. Los datos de 1815 de Carlos de Alvear, Relación de las fuerzas, Río de Janeiro, 27 de junio de 1815, Archivo Artigas (en adelante AA), Tomo XXX, pp.7-10 y los de 1817 en DI MEGLIO, 2006, pp. 165-166. 15 Hacia 1813 debía prestar servicio un 16% de la población masculina adulta de la campaña de Buenos Aires y del sur santafesino: GARAVAGLIA, 2003, pp. 153-187. Podemos agregar que hacia 1816 se estimaba factible movilizar 5.000 milicianos de caballería en la campaña: Balcarce a la Comisión Gubernativa, San Vicente, 27 de julio de 1816: AA, Tomo XXX, pp. 151-153. De haber sucedido, los hombres movilizados en Buenos Aires habrían llegado a 15.000, un 16,3% de la población.

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desplazamientos.16 Los “auxilios” y “donativos” empezaban a menguar y en ello debe haber incidido que el ejército realizaba requisas bastante indiscriminadas.17

Cuando ese ejército fue desplazado a la Banda Oriental la movilización fue todavía mucho mayor. Para mayo de 1811 las fuerzas revolucionarias se componían de 1.100 hombres al mando de Artigas y 1.400 provenientes de Buenos Aires.18 Pero a fines de 1812 las fuerzas de Buenos Aires llegaron a 3.543 efectivos y las orientales sumaban unos 3.167, a los que había que agregar otros 900 que estaban alejados del frente.19

Por su parte las autoridades de Montevideo que en mayo de 1811 movilizaron 1.230 hombres, para setiembre de 1812 contaban con 1.885 efectivos, de los cuales unos 1.100 deben haber sido de milicias.20 A su vez, entre 1811 y 1814 recibieron refuerzos desde la metrópoli, quizás 4.214 efectivos21. De este modo, al momento de su capitulación, Montevideo contaba con 5.340 hombres, 3.154 veteranos y 2.186 milicianos.22 Se trata de una cuestión importante pues remite a un tema muy poco indagado como es la identificación de las bases sociales del fidelismo montevideano.23 Por su parte, las fuerzas portuguesas en la expedición de 1811 rondaban los 5.000 efectivos.

De este modo, si contabilizamos unos 3.000 efectivos de Buenos Aires, unos 4.000 orientales, unos 5.000 “realistas” y unos 5.000 portugueses, estamos hablando de unos 17.000 efectivos movilizados sobre territorio oriental hacia 1812/14. La situación debe haber sido mucho peor durante la segunda invasión portuguesa que se inició con unos 10.000 hombres y llegó a contar entre 12.000 y 14.000. Era, sin duda, el mayor ejército movilizado durante toda la era revolucionaria en el Río de la Plata.24 Para enfrentarla, Artigas contaba para entonces con unos 8.000 hombres: 1.000 Blandengues, Dragones y libertos de línea, 3.000 milicianos orientales, 2.000 misioneros y 2.000 correntinos (Vázquez, 1953, p. 186).

La confrontación entraría en un nivel superior en los años siguientes: en mayo de 1825 el Congreso Constituyente dispuso formar un ejército que “por ahora” contara con 7.620

16 A fines de 1810 Belgrano comunicaba que su ejército estaba detenido por la falta de caballos y que iba a demorar su regreso por la “miseria de estos países” y la escasez de auxilios: 29 de diciembre de 1810, Tacuarí, Belgrano a la Junta, AA, Tomo III, p. 384. 17 Al menos, José M. Paz anotaba que no recordaba que en las primeras expediciones “se comprase jamás un caballo, disponiéndose de todos sin distinción”: M. Belgrano, “Expedición al Paraguay con notas del Brigadier General don José María Paz”, en Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo, Tomo II, Autobiografías, Buenos Aires, 1960, p. 976. 18 Rondeau a la Junta, Mercedes, 11 de mayo de 1811, AA, Tomo IV, p. 384. Rondeau a la Junta, Bajada del Paraná, 30 de marzo de 1811, AA, Tomo IV, pp. 284 y Soler a la Junta, Soriano, 5 de abril de 1811, AA, Tomo IV, p.289. 19 Estado del Ejército de Operaciones del Norte al mando de Sarratea, Arroyo de la China, 21 de setiembre de 1812, AA, Tomo X, p.176-179. 20 Informe de Rondeau, Mercedes, 21 de setiembre de 1812, AA, Tomo X, p. 171 21 LUQUI-LAGLEYZE, 2006, p. 96. Se trataba de una porción significativa de los 10.000 efectivos enviados a América hasta 1814 pero que llegaron con su capacidad de lucha muy menguada: MARCHENA FERNÁNDEZ, 2008, pp. 143-220. 22 “Estado de la Fuerza Militar que existía en la plaza de Montevideo” (1814), en “Colección de los documentos oficiales relativos a la ocupación de la plaza de Montevideo en 23 de junio de 1814”, en LAMAS, 1849, p. 108 23 Sobre esta decisiva cuestión ha insistido recientemente SÁNCHEZ GÓMEZ, 2007. El análisis más completo en BENTANCUR, 2006. 24 Debe considerarse que su columna principal contaba con 6.000 soldados mientras que las mayores divisiones orientales no superaban los 1.500: SICCO, 1952, pp. 116-117. GUIDO, Tomás, “Memoria presentada al Supremo Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1816”, en CALVO, 1864, pp. 379. DE PASCUAL, 1864, pp.42-48.

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plazas, es decir, una fuerza armada superior a cualquiera que las Provincias Unidas hubieran movilizado anteriormente.25 En enero de 1826 se autorizó a convocar otros 4.000 hombres aunque el completo de las plazas establecidas estuvo plagado de dificultades. De este modo, como registró Tomás de Iriarte (1988, pp. 106-109), el ejército contaba a fines de 1826 con 5.156 hombres (3.116 de caballería, 500 de artillería, 40 zapadores y 1.500 infantes) y a ellos habría que sumar no menos de 2.000 milicianos orientales. Se habían producido, entonces, al menos dos novedades cruciales: por un lado, era una fuerza armada de una magnitud mucho mayor que todas las precedentes; por otro, que por primera vez la mayor parte de las tropas (el 60%) eran de caballería, lo que debe haber acrecentado notoriamente la demanda de caballos. Nunca antes un ejército – ni colonial ni revolucionario - había tenido tamaña proporción de tropas de caballería y nunca antes la caballería había sido tan importante entre las fuerzas veteranas. Por su parte, la movilización del ejército imperial también alcanzó una dimensión mucho mayor y llegó a rondar los 20.000 hombres (De Pascual, 1864, p. 290). Así, la batalla de Ituzaingó resulta paradigmática del nivel que alcanzó la confrontación: el Ejército Republicano la afrontó con unos 7.700 efectivos (de los cuales, 5.400 eran de caballería) y el ejército imperial con 6.300 (3.700 de ellos de caballería). Era una batalla donde las fuerzas movilizadas eran superiores a las que confrontaron en Chacabuco y Maipú y sólo inferiores a las que lo hicieron en Junín y Ayacucho.26 No es claro a cuánto ascendía la población oriental en ese momento pero si a fines del siglo XVIII era estimada en 30.000 para 1829 se computaban 74.000 (Millot-Bertino, 1991). Así, más allá de la imprecisión de estas cifras, es dudoso que su economía pudiera soportar tamaña exigencia y puede imaginarse lo gravoso que debe haber sido la para la sociedad oriental tanto la confrontación de la década de 1810 como la que le continuó en la siguiente.

Pero centrémonos en la invasión de 1816: resulta claro que por su magnitud la insurgencia oriental tuvo que multiplicar la movilización de esclavos, acentuar los mecanismos compulsivos de reclutamiento27 e intentar atraer a los desertores.28 Pero el reclutamiento parece haber encontrado sus límites y Artigas debió aumentar las exigencias de ganados, caballos y reclutas a sus aliados del litoral29 mientras aumentaba la coerción sobre las poblaciones rurales para desarrollar la “guerra de recursos”.30

En Entre Ríos a la marcha de las tropas hacia Paraguay o Montevideo debe agregarse las repetidas expediciones enviadas desde Buenos Aires que contaron entre 400 y 1.100

25 Registro Nacional. Provincias Unidas del Río de la Plata. Libro Primero. Años 1825 y 1826, Buenos Aires, Imprenta de los Expósitos, 1826, pp. 30-33. En su momento López sostuvo que se dispuso una movilización de 20.000 hombres y que la campaña militar se inició con unos 7.000 (López, 1910, p. 636). Baldrich calculó que a fines de 1826 el ejército contaba con 6.090 hombres: Baldrich, 1905, pp. 198-208 26 Atlas 1970, p. 88, 102 y 113. Agradezco a Ulises Muschietti por haberme facilitado esta referencia. 27 Artigas al cabildo de Soriano, Potrero, 7 de diciembre de 1816, AA, Tomo XXXI, p. 313: 28 Cabildo de Colonia a Artigas, Colonia, 12 de diciembre de 1816, AA, Tomo XXXI, p. 326 29 Mariano Vera al comandante militar de Rosario Constantino Carbonel, Santa Fe, 11 de julio de 1816, AA, Tomo XXX, pp. 134-136. Para entonces Artigas le requería al Gobernador de Corrientes toda la gente capaz de servir en clase de veteranos y la necesidad de liberar a los esclavos que pudieran servir (Artigas al gobernador de Corrientes, Purificación 10 de enero de 1817, AA, Tomo XXXIV, p. 8) y al gobierno santafesino que le enviara los libertos de las tropas de Buenos Aires que estaban dispersos (Artigas a Vera, Purificación, 27 de enero de 1817, AA, Tomo XXXIV, p. 25) 30 A mediados de 1816 se ordenaba a los vecinos de Minas que retirasen los recursos de la zona amenazando que sino lo haría el ejército: Circular de Fructuoso Rivera, 16 de mayo de 1817, AA, Tomo XXXIII, p. 67. Por su parte, se ordenaba al alcalde de San Carlos que reuniera a los vecinos para conseguir el ganado que necesitaban las tropas: La Calera, 29 de mayo de 1817, AA, Tomo XXXIII, p. 74

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efectivos.31 Entre 1814 y 1815, al parecer las fuerzas artiguistas en este territorio oscilaron entre 1.250 y 2.500 hombres pero lo cierto es que también podían sumar unos 2.000 “paraguayos”, probablemente indios de las misiones.32 No eran pocos para una población estimada en 20.000 habitantes pero debe considerarse además que las autoridades directoriales calculaban que disponían de unos 4.000 soldados de línea y más de 10.000 milicianos reglados entre la Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes.33

En Santa Fe las invasiones directoriales contaron en 1815 con 1.500 efectivos, en 1816 con no menos de 1.000, en 1818 con 2.799 hombres y a de principios de 1819 rondaba los 4.000 efectivos.34 De esta manera, eran superiores a las fuerzas enviadas contra Paraguay o Montevideo, semejantes a la dotación efectiva del Ejército Auxiliar del Perú y no era demasiado menor del Ejército de los Andes con sus 5.100 hombres (Bragoni, 2005). Una segunda estimación es pertinente: dado que la confrontación se concentró en el sur santafesino debe considerarse que en 1815 tenía 5.100 habitantes empadronados.35 Además deben sumarse las fuerzas que sostenían al gobierno santafesino: de ellas no hemos hallado una estimación precisa pero incluían no menos de 200 Dragones de la Independencia, un número indeterminado de milicianos (que no debe haber sido inferior al millar), indios chaqueños (en ningún caso inferior a 500), 800 entrerrianos al mando de Ramírez y unos 700 correntinos (Fradkin-Ratto, en prensa). De este modo, hacia 1819 confrontaban en territorio santafesino más de 7.000 hombres mientras la población rondaba las 15.000 personas, es decir, notablemente más gravosa que en Entre Ríos.

¿Cuántos caballos eran necesarios para movilizar estos ejércitos? Debe tenerse en cuenta que los ejércitos de Buenos Aires heredaron del ejército imperial el notorio predominio de la infantería, al menos hasta la guerra con Brasil: de este modo, hacia 1815 los efectivos de caballería representaban alrededor de un 22,3% (o un 16,6% si se considera sólo los acantonados en Buenos Aires). Por el contrario, en la insurgencia oriental predominaba la caballería que nunca parece haber sido menor al 50% de los efectivos.36 En consecuencia, la disputa por los caballos definía en buena medida las posibilidades del Directorio de someterla. Ahora bien, la provisión de caballos había sido un problema irresuelto durante la época colonial y las autoridades habían intentado resolverla descargando las funciones de caballería en los milicianos que debían prestar servicio en sus propios caballos. Al respecto, debe recordarse que uno de los motivos que tornó preferible a los Blandengues era que aun cuando fueron convertidos en una fuerza veterana en 1784 estaban obligados a enrolarse con sus propios caballos, 5 o 6 cada uno.37 En ello se diferenciaban netamente de los Dragones cuyos caballos eran provistos por la Real Hacienda y para los cuales a partir de 1780 se dispuso que la reposición quedara a cargo de las “estancias del Rey”.38 Es dudoso que hayan podido 31 Soler a Director, Canelones, 29 de enero de 1815, AA, Tomo XVII, p.365 32 Manuel Marques de Souza a Diego de Souza, Río Grande, 2 de abril de 1814, AA, Tomo XVIII, pp. 18-19; Relación de las tropas de Blas Basualdo, Concepción del Uruguay, 16 de diciembre de 1814, AA, Tomo XX, pp.32-34. 33 GUIDO, Tomás, “Memoria presentada al Supremo Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1816”, en CALVO, 1864, p. 365. 34 Balcarce al Gobierno, Cuartel General de Arroyo Ramayo, 12 de noviembre de1818: AGN, X-10-8-3 35 AGN, X-8-10-4. 36 Carlos Alvear, Relación de las fuerzas, Río de Janeiro, 27 de junio de 1815, AA, Tomo XXX, pp.7-10; Fuerza de las Divisiones al mando de Artigas, Ayuí, 21 de julio de 1812, AA, Tomo X, pp. 74-75 37 PIVEL DEVOTO, 1952, pp. 36-37. AZARA, Félix de, “Informe sobre la nueva constitución de las tropas del Río de la Plata propuesta por el virrey” en AZARA 1847, pp. 100-101. 38 Aunque el tema no ha sido estudiado cabe consignar que para 1794 la “Estancia del Rey” que existía en la Banda Oriental sólo contaba con 583 caballos: BEVERINA, 1992, pp. 252 y 431.

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cumplir esta misión y la provisión de caballos siguió dependiendo de la propia tropa entre las milicias y de los “auxilios” que se imponía a los pobladores de la campaña. Ambas prácticas fueron retomadas por la revolución. De este modo, por ejemplo, a principios de 1814 se dispuso en la ciudad de Buenos Aires la formación de dos Escuadrones de Caballería Ligera “en el que deberá alistarse toda persona de 16 a 50 años que tenga facultades para uniformarse y mantener Caballo a su costa”39 mientras que Pedro A. García proponía que los milicianos “provinciales” estuvieran obligados a disponer de cuatro caballos y pudieran “cargar armas de su propiedad”.40

Pero, ¿cuántos caballos se necesitaban? Sabemos que las Divisiones Orientales requirieron en 1812 de 6.100 caballos para una movilizar una fuerza de 2.558 hombres, es decir, 2,3 caballos por soldado.41 También sabemos que el Directorio decidió enviar una fuerza de 1.000 hombres en 1814 y previó que contara con 7.000 caballos, es decir, 7 caballos por soldado.42 La desproporción es tan notoria que es difícil que haya sido estable pero estas referencias permiten estimar que una fuerza de 3.000 efectivos de caballería (que, como vimos, era bastante frecuente) requería para ponerse en campaña unos 6.900 caballos (o de ¡21.000! si tomáramos en consideración las impracticables estimaciones directoriales).43 Podemos ampliar nuestra conjetura: si una estancia “típica” de Buenos Aires contaba con 300 equinos, esa fuerza hubiera requerido el stock de caballos de 23 estancias (Garavaglia, 1999b, p. 131). En tales condiciones, apropiarse de los caballos disponibles, sobre todo de los enemigos o desafectos, era el remedio más rápido y menos costoso.

¿Cuánto ganado podía consumir? Al comenzar el siglo se calculaba una res cada 60 hombres y hacia 1807 – bajo el impacto de las invasiones inglesas- el cálculo era mucho más generoso: una cada 40. En la década siguiente, se fijó una res cada 50 hombres aunque habían empezado la movilización con una cada 70. Durante la guerra con Brasil se intentó inicialmente pautar con mayor precisión el abastecimiento de ganado a las tropas pero el problema fue persistente un ejemplo lo muestra con claridad: en 1835 Rosas consideraba “extraordinariamente desproporcionado” el consumo de carne de las tropas de campaña y dispuso que se entregara una res cada 50 individuos si era delgada y de una cada 60 si era gorda – siempre y cuando se tratase de tropas en marcha – o de una cada 70 o una cada 80, respectivamente, cuando fueran tropas acantonadas.44 Estas evidencias sugieren que las decisiones al respecto no estaban definidas sólo por las condiciones económicas sino también por las políticas. Si tomamos estas referencias como parámetro otra vez para un ejército de 3.000 efectivos podemos estimar que habría demandado unas 1.800 reses mensuales, es decir, el equivalente al tamaño medio

39 Gaceta de Buenos Aires, 19 de enero de 1814. 40 GELMAN, 1997, pp. 122-124. La obligación de los milicianos de prestar servicio con sus propios caballos se mantuvo por largo tiempo y fue una característica de las fuerzas que comandaron Rosas y Urquiza. Como es sabidos, además, el primero transformó los embargos de sus opositores en 1839 en la oportunidad de montar un sistema de estancias administrado a través de los juzgados de paz para proveer de caballos y ganado al ejército de línea. 41 Campamento de Ayuí, 25 de julio de 1812, AA, Tomo X, pp. 85-86; Fuerza efectiva del ejército de Sarratea, 1 de junio de 1812, AA, Tomo X, p.21 42 Javier de Viana al Gobierno, Buenos Aires, 26 de noviembre de 1814. AA, Tomo XVII, pp. 149-150 43 Sin embargo, la magnitud de la demanda militar de caballadas sería en la era posrevolucionaria inmensamente mayor. Que de su satisfacción dependía la consistencia de la fuerza militar lo testimonian las obsesivas instrucciones de Rosas a sus subalternos que derivaron hacia 1839 en la conformación de un auténtico “sector estatal” de la economía ganadera destinado principalmente a la provisión de caballos al ejército: GELMAN-SCHROEDER, 2003, pp. 487-520. 44 Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires. Libro decimocuarto. Año de 1835, Buenos Aires, Imprenta de la Independencia, 1835, pp. 182-184

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de una estancia entrerriana o a dos de Buenos Aires o Colonia ¡por mes! (Djenderejian, 2004). Una conjetura más: ello hubiera significado un consumo anual de 21.600 reses cuando para entonces la ciudad de Buenos Aires consumía 72.000; de este modo, ese ejército consumiría (de estar bien provisto durante todo un año continuo, algo bastante improbable por cierto) un 30% de las reses necesarias para abastecer a la capital.

Dejemos las conjeturas: lo que queda claro es que la demanda de caballos y de vacas para mantener a los ejércitos no podía sino amenazar la subsistencia de la población rural y la misma reproducción de la economía agraria. Si se hubiera satisfecho en forma ordenada y esos consumos hubieran sido pagados, los efectos serían gravosos aunque hasta podrían haber generado algunas oportunidades de rentabilidad para grandes propietarios. Ello sucedió, sin duda, en algunas ocasiones, pero es muy dudoso que haya sido lo más frecuente.

2. La “guerra de recursos” y el abastecimiento de l os ejércitos

En estas condiciones, la guerra de recursos era, ante todo, un modo de asegurar el aprovisionamiento inmediato de las tropas, una cuestión que se tornaba decisiva cuanto más alejadas estuvieran de sus retaguardias y zonas de abastecimiento y cuanto menos normal fuera el funcionamiento de ese mercado que era un ejército en operaciones. Los modos en que se resolviera tenían una implicancia social y política directa pues definía sus relaciones con las poblaciones rurales. Con claridad lo muestran dos experiencias.

Por un lado, la que protagonizaron las expediciones directoriales en Santa Fe. En 1815, las autoridades directoriales instruyeron a su comandante para que evitara depredaciones y fijaron que los “auxilios” debía “requerirlos por los magistrados, pagarlos en efectivo o en su defecto con documentos”.45 Es decir, el orden dependía tanto de una instancia de una mediación política como de la regular remesa de caudales. Sin embargo, un mes después el abastecimiento provenía completamente de la capital y llegaba por vía fluvial.46 En tales condiciones, Viamonte recomendaba dejar en Santa Fe sólo un piquete del Ejército “por el estado de aniquilación de su Territ.o. con el mayor num.o. de consumidores, tanto que hoy no tendría carne el Exto. pa. su manutención”.47 Esta situación era resultado de diversos factores: las tribus chaqueñas habían reducido la campaña santafesina a tres leguas de la ciudad obligándola a “mendigar de la Vanda Oriental la subsistencia”48 y los “anarquistas” habían retirado el resto del ganado a la otra margen del Paraná. 49 Para marzo el gobernador Tarragona advertía lo que vendría:

“La guerra que nos persuadimos nos harán es la de citiarnos, y quando estamos tan escasos de Caballadas, no dejarán de conseguir mil ventajas desolando las campañas del Rosario, Carcarañal y Coronda”.50

45 Instrucciones a Viamonte, Buenos Aires, 21 de julio de 1815, AA, Tomo XXIX, pp. 217-219 46 El comandante se vio obligado a imponer un duro racionamiento y redujo el rancho a una comida diaria y una galleta: Viamonte al Director Supremo, Santa Fe, AA, Tomo XXIX, pp. 234-235 47 Viamonte a A. Thomas, Santa Fe, 4 de noviembre de 1815: AA, Tomo XXIX, pp. 284-285 48 Cabildo de Santa Fe a Viamonte, 26 de agosto de 1815, AA, Tomo XXIX, pp. 245 49 La situación era bien clara: “el ganado que se consume en Santa Fe, la cal, los cueros y demás efectos del Pays, todo viene de allí y sin aquel Punto las necesidades de este Pueblo acrecen infinito”: Ignacio Alvarez a Director, Santa Fe, 12 de marzo de 1814, AA, Tomo XIV, pp. 148-150. “Déjelos V. estar es Santa Fe a ver que hacen” había ordenado Artigas al jefe de Paraná Eusebio Hereñú, Paysandú, 19 de agosto de 1815, AA, Tomo XXIX, pp. 237. 50 Tarragona al Director, Santa Fe, 4 de marzo de 1816: AA, Tomo XXIX, pp. 322-323

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Y días después concluía: “La guerra la hacen más de recursos qe. de otra cosa”.51 Por eso, antes de su rendición Viamonte imaginó que todavía era factible hacer la guerra contra los “Tártaros Orientales” y proponía arrasar Paraná:

“tengo sobrada disposición para llevar la grra. en la pte. oriental con mas deseo qe. si la hiciera a los Peninsulares pr.qe. en mi opinión éstos nos hacen el mal qe. no son capaces aq.os. medidas del mayor tamaño pide la Causa común y no me detendré en tomarlas luego que baríe un poco el estado actual. He de hacer castigos ejemplares; no he de tener mas lennidad; y nada debe importarnos se transfiera á la pte. oriental la chusma reunida hoy, y aun qdo. contemos alg.n. miles de hombres menos [...[ si el mal no se remedia limpiando la tierra de la mala yerva, es más cómodo meterse en un Panteón” 52

Las prioridades del comandante habían cambiando sustancialmente mientras la “guerra de recursos” mostraba toda su eficacia: aparecía como una estrategia que permitía afianzar la alianza entre “anarquistas” y tribus chaqueñas, reconstituir el stock ganadero entrerriano, acentuar la hostilidad de la población santafesina frente a las tropas directoriales y forzar al Directorio a descargar sus exigencias sobre el sur santafesino y el norte bonaerense. Puesto al mando de ese ejército Belgrano lo advirtió con claridad y para abril de 1816 describía

“los dueños están cansados de Patria, y de auxilios y de servicios, y quieren probar la vía de alzamiento, a ver si les sale mejor: esto en verdad es lo que pasa.”53

Su diagnóstico de la situación era preciso:

“se niegan todos, y los ricos más, a dar auxilios para el Ejército, ni aún con ofertas de pagar, y si se toma el arbitrio de quitárselos, peor, y más malo. Todo es país enemigo para nosotros, mientras no se logre infundir el espíritu de Provincia y sacar a los hombres del estado de ignorancia en que están, de las miras de los que se dicen sus libertadores, y de los que los mueven a satisfacer sus pasiones.” 54

Al año siguiente las fuerzas directoriales volvieron a invadir Santa Fe y la cuestión se replanteó de un modo aún más intenso: si en un principio las poblaciones parecen haber aceptado auxiliarlas55 la incursión no tardó en devenir en un saqueo generalizado y en el único modo de abastecer y remunerar a un ejército sin apoyo gubernamental.56 Pero sería equivocado atribuir a esta carencia todos problemas pues la tercera invasión – que

51 Tarragona a A. Thomas, Santa Fe, 10 de marzo de 1816, AA, Tomo XXIX, pp. 329-330 52 Viamonte al Director, 19 de marzo de 1816: AA, Tomo XXIX, pp.336-338 (Destacado nuestro) 53 M. Belgrano a Álvarez Thomas, Rosario, 5 de abril de 1816, Belgrano, 2001, p. 291. 54 M. Belgrano a Álvarez Thomas, Rosario, 8 de abril de 1816, Belgrano, 2001, p. 294.(Destacado nuestro) 55 Si creemos en las palabras de Díaz Vélez parece que obtuvo inicialmente algún tipo de colaboración entre los vecinos del sur, al menos de aquello que no estaban organizando la resistencia armada: “todas las gentes de la Campaña y el Pueblo de Rosario hasta aquí nos han resivido en los brazos, dandonos todo auxilio y lo mismo harán las demas en adelante a excepción de la reunión qe había en este destino” Díaz Vélez al Cabildo de Buenos Aires, San Lorenzo, 31 de julio de 1816: AA, Tomo XXX, p. 144 56 El Cabildo de Santa fe estimaba que durante los 27 días que ocupó la ciudad el “Exto de Bandalos con sus Caudillos” fueron saqueadas sus 105 pulperías, una cuarta parte de los almacenes, 47 casas incendiadas, 14 azoteas destruidas, se impuso una contribución de 9000 pesos de la que no se salvaron las mujeres y los trastes de las casas fueron consumidos como leña. Cabildo de Santa Fe a Vera, 7 de setiembre de 1816, AA, Tomo XXX, p. 190

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sí tuvo firme apoyo del gobierno - afrontó dilemas semejantes. Así lo advertía su comandante cuando requirió precisas instrucciones acerca de cómo tratar a la población de un “territorio hermano en estado de anarquía”. ¿Cómo haría para distinguir entre aquellos cuya “rebeldía y bandalage” estaba acreditada y los “muchos Amigos del Orden”? La solución, para Balcarce, suponía una distinción política que se superponía a otra social:

“la remisión a los Ejércitos de línea en campaña sobre el enemigo de los de esfera inferior y la transplantación a las milicias de la nueva Frontera de los de primera clase a la observación de sus Comandantes Militares y jueces territoriales”.57

Balcarce, entonces, proponía remedios conocidos: convertir a los soldados enemigos (los de “esfera inferior”) en soldados propios y confinar en los pueblos de frontera a los de “primera clase”. Era el mismo tratamiento que se había dado a los prisioneros “realistas”. Una y otra propuesta expresaban que había llegado a la misma conclusión que Viamonte: el control del territorio dependía de su “limpieza”. Pero dado que su campaña también terminó en un estruendoso fracaso, Balcarce optó por desplegar su propia guerra de recursos: se retiró arreando 3.000 vacunos, 400 bueyes, 6.000 ovejas y muchos caballos mientras planeaba apoderarse de 4.000 cabezas con el objetivo de dejar a Santa Fe sin recursos y poder mantener su ejército durante un año.58

De este modo, las acciones de indios, orientales y directoriales parecen haber extinguido el stock santafesino.59 En estas circunstancias, al Directorio sólo le quedaba apelar a la retaguardia bonaerense y para ello cambió el gobierno de la campaña creando una Delegación Directorial a cuyo frente puso a Cornelio Saavedra.60 No era una solución sencilla: los saladeros estaban acrecentado notablemente la demanda de ganado, empujado los precios al alza y amenazando el abasto de la ciudad. Los remedios que Saavedra imaginó (ante todo descargar la guerra de recursos sobre la frontera de Córdoba con Santa Fe) eran completamente inviables.61 El abastecimiento y el reclutamiento se transformaron en completamente dependientes del alineamiento político de las poblaciones y la “guerra de recursos” había devenido en una confrontación con ellas.

Ahora bien, las palabras de Belgrano aluden también al papel de las milicias y al respecto alcanza con señalar las misiones que tenían asignadas. Como decía Alvear

“Su principal objeto, o el servicio que de ella se espera es retirar el ganado y Caballada de las costas; suplir de estos al Exto Americano, robar los bagajes e incomodar con continuas alarmas al Ex.to Enemigo”.62

57 Balcarce al gobierno, Buenos Aires, 28 septiembre 1818: AGN, X-10-8-3 58 Balcarce al gobierno, 10 diciembre del 1818: AGN, X-10-8-3 59 Por lo menos este era el registro de las autoridades de la frontera bonaerense que informaban que los ganados y los caballos sólo eran abundantes en territorio bonaerense: Vedia a Saavedra, Pergamino, 8 de mayo de 1819: AGN, X-11-2-5 60 Años después recordaría que la Delegación estaba encargada de auxiliar al Ejército de Observación “con gente de la campaña, caballadas, ganado” y organizar al mismo tiempo “la defensa de su frontera y la policía de campaña”: Cornelio Saavedra, “Memoria autógrafa” (Buenos Aires, 1º de enero de 1829), en Senado de la Nación, 1960, pp.1033-1078. Hemos analizado los problemas que afrontaba el Directorio en el gobierno de la campaña en Fradkin-Ratto, en prensa. 61 Para la situación cordobesa puede consultarse: AYROLO, 2008 y en prensa. MEISEL, 2002 y TELL, 2008, Capítulo VIII. 62 Carlos Alvear, Relación de las fuerzas, Río de Janeiro, 27 de junio de 1815, AA, Tomo XXX, pp.7-10

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Parecidas eran las misiones que cumplían otras milicias, las de Coronda y Rosario que estaban unidas al Ejército de Observación sobre Santa Fe en 1818/19. Entre directoriales y orientales, entonces, una tarea primordial de los milicianos era llevar adelante la guerra de recursos.

Por otro lado, puede considerarse también la experiencia de las tropas lusitanas al invadir la Banda Oriental. Como hemos visto, era un ejército de considerable magnitud puesto que si en 1777 había movilizado 4.000 hombres en la frontera sur, en 1811 llevó a territorio oriental 5.000 efectivos y en 1816 pudo movilizar alrededor de 15.000. En parte, sólo en parte, el abastecimiento de esas tropas era realizado desde el Brasil por vía marítima. Pero la ocupación efectiva y permanente del territorio suponía que el abastecimiento se realizara sobre el terreno.

La resolución de esta espinosa cuestión preocupó desde un comienzo a las autoridades de Río de Janeiro. Y era lógico pues la experiencia de la anterior incursión estaba muy fresca y amenazaba la posibilidad de obtener apoyos en la sociedad oriental. Tanto que el mismo Vigodet antes de su rendición no había dejado de señalar que una expedición metropolitana estaría completamente imposibilitada de abastecerse ni siquiera ocupando la campaña oriental que había quedado baldía y devastada por los portugueses:

“Ganados y caballada fueron el sebo y objeto de la rapacidad portuguesa, y los tristes restos de una y otra especie, quedaron presa de los insurgentes para alimento su voracidad y servicio de su fuerza armada.”63

De este modo, en las instrucciones que recibió Lecor se establecía que en el caso que Montevideo ofreciera resistencia

“evitará cuanto pudiese el saqueo de los soldados, sustituyendo este por una contribución de guerra, que la dividirá luego por la tropa, y lo mismo hará en todos los otros lugares cuyos habitantes se pusieran en defensa.”

Estaba claro que el saqueo era prácticamente inevitable y a los sumo las autoridades imperiales aspiraban a a una suerte de distribución administrada del botín. A su vez, se le indicaba que se debía

“comprar y pagarse a dinero y prontamente todo aquel ganado o víveres que los vecinos trajesen voluntariamente a vender al ejército o aquel que el dicho comisario ajustase, declarando adonde deben ir a recibir el dinero, prohibiendo muy expresamente que se tomen por la fuerza y necesidad a los vecinos pacíficos, y que no tomaren el partido contrario.”

Las autoridades imperiales se manejaban con una lógica que no era muy distinta de las revolucionarias en este aspecto y el tratamiento de los distintos sectores de la población dependía de su alineamiento político. Pero hacerlo suponía tanto una completa subordinación y disciplina de la propia tropa como una instancia de mediación política local. Por ello estas instrucciones incluían la recomendación de mantener los cabildos, respetar los usos y costumbres, conseguir la colaboración de los curas párrocos y

“conservar los cuerpos de milicias de las provincias, sin esmerarse mucho por ahora en su disciplina, a fin de no mortificar los hombres y conservando sus privilegios.”64

63 Gaceta de Buenos Aires, 9 de marzo de 1814. 64 Marcos de Aguiar a Carlos Federico Lecor, Río de Janeiro, 4 de junio de 1816, “Instrucciones del gobierno de Su Majestad Fidelísima para la ocupación y gobierno del territorio oriental del Uruguay”, en CALVO, 1864, II, pp. 389-404.

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Esta política tuvo algunos éxitos y en parte ayuda a entender que la invasión como la posterior proclamación de la Provincia Cisplatina como parte del Imperio del Brasil contaron con no pocas adhesiones en el territorio oriental. No era el único motivo que las explica pero es imposible entenderlas sin la incidencia que la guerra de recursos tuvo para en el entramado social oriental.

3. La “guerra de recursos” y la remuneración de las tropas

Si el abastecimiento afrontaba estos dilemas no eran menores los que traía la remuneración de las tropas al punto que puede postularse que tanto la disciplina de un ejército como sus relaciones con las poblaciones dependía de las remesas de dinero que recibiera. Belgrano se lo advertía al gobierno en abril de 1811: no debía haber dilaciones en las remesas de dinero porque

“sin aquel podremos sostener la multitud congregada por la causa de la Patria pues no estamos todavía sino con la voz del patriotismo, y no pagándoles cometerán excesos, como lo han hecho”.65

Como es sabido, entre 1806 y 1810 el gasto militar en salarios se había desbocado y tornado insostenible (Johnson, 1987). Obviamente, después se tornó una cuestión cada vez más decisiva, al punto que se ha calculado que las remuneraciones insumían el 60% del gasto del Ejército del Norte (Halperín Donghi, 1971). Sin embargo, una historia completa y precisa de esta cuestión es aún una tarea pendiente. A pesar de ello, podemos apuntar algunos datos.

La remuneración de los veteranos y los milicianos en servicio activo había sido un problema irresuelto en la época colonial y a las demoras y las deducciones se atribuían las deserciones y las dificultades para cubrir las plazas establecidas al punto que se señalaba que el soldado estaba “acostumbrado a no recibir castigo por sus delitos, por no asistirse puntualmente con el prest, formaba complot y se sublevaba con cualquier pretexto” (Beverina, 1992, p. 238). Hacia la década de 1780 estaba establecido que un soldado de infantería recibiera un prest de 8 pesos mensuales y uno de Dragones de 9 pesos. A ello se sumaba una “gratificación” en lugar de la ración de un peso adicional pero las dificultades fiscales hacían que en la práctica la remuneración de los primeros fuera de 5 pesos y de los segundos de 5 pesos y medio (Beverina, 1992, p. 255). La remuneración de los Blandengues podía llegar a 10 pesos pero estaban obligados a sostener de su cuenta los caballos, los aperos, la comida y uniformes. A partir de las invasiones inglesas, el monto del prest de los milicianos en servicio activo sufrió un aumento considerable y llegó a 14 pesos mensuales. Estas circunstancias expresaban un momento particularmente favorable para los milicianos y aunque no habrían de perdurar generaban toda una gama de tensiones. Un claro ejemplo al respecto lo suministran las quejas del comandante del apostadero de Montevideo cuando señalaba que cualquiera de los soldados de los “cuerpos urbanos” de la ciudad cobraba un “exorbitante prest” de 14 pesos mensuales, “viste este como un oficial y esta perfectamente mantenido, sin embargo, al fin de cada mes hay amenazas, disgustos y pasquines sino se les paga”. En cambio, las tropas de marina apenas cobraban tres pesos y seis reales “y a 14 meses que

65 Belgrano a la Junta, Concepción del Uruguay, 11 y 13 de abril de 1811, AA, Tomo IV, pp. 301-302 y p. 305. A fines de 1818 Balcarce consideraba insuficientes los 8.000 pesos mensuales asignados para sostener las milicias santafesinas unidas a su ejército: Balcarce al Gobierno, 21 de diciembre de 1818, AGN, X-10-8-3.

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no se les paga, se ven por consiguiente desnudos, descalzos” […y…] “me veo en la precisión de darles licencia para que trabajen”.66

Ese nivel de remuneraciones no perduraría. Es cierto que, en un principio, el gobierno revolucionario asignó a sus tropas un prest que oscilaba entre 10 y 12 pesos mensuales. Sin embargo, todo indica que muy pocas veces se cumplió. Además, debe tenerse en cuenta que era una suma nominal dado que sufría descuentos por las raciones y las prendas y esos descuentos podían llegar a 5 pesos mensuales, repitiendo una práctica que había sido típica del ejército colonial.

Por otra parte, cuando el prest se cobraba era generalmente con grandes demoras y como pago a cuenta. 67 A ello debe agregarse que generalmente el suministro de tabaco, vino y aguardiente no estaba incluido explícitamente en las raciones y al parecer quedaba a decisión del comandante, lo que -sin duda - debe haber sido causa de más de un forcejeo. Pero, quizás ningún descuento haya sido más importante que el que provocaban los suministros a cuenta, una práctica que derivaba en una suerte de venta a crédito de antigua data que debe haber afectado seriamente los niveles salariales y dejaba a soldados a merced de los proveedores del ejército.68

A estas restricciones debe agregarse que las autoridades rebajaron en varias ocasiones el monto del prest aunque algunas evidencias sugieren que eran decisiones que terminaban tomando los propios comandantes.69 Además, las autoridades porteñas preveían para sus circunstanciales aliados remuneraciones nominales entre 5 y 7 pesos.70 Pero lo cierto es que a mediados de 1815 la convocatoria de voluntarios que realizaba el gobierno directorial ofrecía tan solo 6 pesos de enganche.71 El problema tampoco pudo resolverlo Artigas y sus tropas recibían 3 pesos, al igual que el Ejército del Norte.72 Por lo tanto, si

66 Oficio de José M. Salazar a Gabriel de Ciscar, Montevideo, 28 de junio de 1810, en Mayo Documental, Tomo XII, pp.92-93. 67 Por ejemplo, un escuadrón enviado desde la capital a la Banda Oriental no había recibido sus haberes desde octubre de 1810 a octubre de 1811 y desde diciembre de 1811 a marzo de 1812: José Ruiz a Francisco José Viana, Rosario, 9 de marzo de 1812, AA, Tomo VIII, p. 205. La situación de las tropas “realistas” en Montevideo debe haber sido mucho peor aún: para setiembre de 1813 Vigodet señalaba que “fue indispensable omitir el pagamento de la Tropa reduciendolo al único objeto de manutención individual”, que hacía siete meses que no recibían paga los oficiales, que “a la maestranza se debe un dineral” y que a los oficiales recién llegados se los aloja en casa de vecinos para que los mantengan: Gaceta de Buenos Aires, 2 y 9 de marzo de 1814. 68 Estas prácticas – inseparables del entrelazamiento entre el capital mercantil y la estructura militar- eran de antigua data al punto que a partir de ellas los oficiales del presidio de Buenos Aires habían forjado su inserción en la trama comercial de la ciudad durante el siglo XVII y también fueron parte del modelo de acumulación de los grandes comerciantes del XVIII: GELMAN, 1985. Y, todo indica que fueron muy perdurables como bien lo testimonian las críticas que en la década de 1870 hacía se hacían al “sistema de proveeduría”. 69 A principios de 1812 Belgrano incitaba el reclutamiento de “naturales” dando precisas instrucciones para que se hiciera “haciéndoles ver que vienen a mi lado, que tendrán 11 pesos ½ sueldo, y vestuario”.M. Belgrano a Celedonio del Castillo, Rosario, 12 de febrero de 1812, Belgrano, 2001, pp. 138-139. En 1813 se había decidido que un soldado de infantería percibiera un prest de 10 pesos y que uno de artillería recibiera 11 pesos. COMANDO en JEFE del EJÉRCITO, 1971, p. 247. 70 Para las tropas orientales que participaban del primer sitio de Montevideo se había estipulado que los sargentos recibirían 6 pesos, 5 los cabos y 4 los soldados y a fines de 1811 el Gobierno advertía que esas remuneraciones no debían superar los 6 pesos para aquellos que servían con lanza y de 7 pesos para los que lo hacían con fusil. 21 de mayo de 1811, Cuartel de Mercedes,.AA, Tomo V, pp. 19-20 71 Gaceta de Buenos Aires, 24 de junio de 1815. 72 El Cabildo de Montevideo dispuso en 1815 que los soldados de los regimientos de pardos y morenos recibieran tres pesos mensuales mientras que los de otros regimientos recibían 6 pesos: AA., Tomo

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en un principio el prest pudo haber sido un factor de atracción para el enganche voluntario, muy difícilmente esta situación se mantuvo dado que la remuneración devino en inferior a las que ofrecía el mercado de trabajo.

Cabe agregar algo más: la interminable serie de quejas y conflictos que estas situaciones generaron parecen haber sido tenidas en cuenta cuando comenzó a organizarse el ejército para la guerra con Brasil. Por lo pronto, el Congreso fijó remuneraciones uniformes para todas las fuerzas tratando de impedir la notable dispersión que había existido en los ejércitos anteriores y quitando la atribución de fijarlas que habían gozado sus comandantes: de este modo, se fijó un prest de 14 pesos mensuales para los marineros y de 10 pesos para los soldados de las tres armas de tierra.73 También en un principio se intentó evitar prácticas que habían sido causa fuerte resistencia en las tropas: así en noviembre de 1825 el Congreso dispuso que “Al ejército nacional en la presente campaña no se le hará descuento alguno de su sueldo por razones de rancho”.74 Y, más aún, intentó establecer un minucioso reglamento de distribución de raciones que mientras mantenía fuertes diferencias entre tropa y oficialidad buscaba uniformar el abastecimiento de los soldados.75 Sin embargo, estos propósitos no parecen haberse cumplido.

La provisión de los uniformes tampoco era una cuestión sencilla de resolver. No lo había sido en la época colonial y no lo sería en la revolucionaria. Los Blandengues, por ejemplo, estaban obligados a costearse sus uniformes y ello suponía una exigencia de tal envergadura que solía eximirse a los soldados milicianos de usarlo. De este modo, en 1793 se limitó a los oficiales y sargentos el uso obligatorio del uniforme mientras que se autorizaba a los cabos y soldados a prestar servicio “en su traje de paisanos” y

“para que los cabos y soldados sean conocidos como milicianos reglados, deberán usar siempre de cucarda encarnada en el sombrero, a excepción de los Blandengues Provinciales, que deberían usar de una cinta de estambre o cerda encarnada y cosida en la copa del sombrero redondo que acostumbran usar.” (Beverina, 1992, p. 251)

Las prendas de los uniformes eran de un alto valor dado el nivel adquisitivo de los enrolados y si su robo se hizo harto frecuente también parece haberse desarrollado una suerte de canalización hacia el mercado de venta y empeño.76 De cualquier modo, el uniforme fue incorporado por los soldados como un derecho adquirido tanto que la “desnudez” era invocada frecuentemente como justificativo de la deserción. Al respecto Belgrano tenía pocas dudas XXIV, pp. 272-273. Sin embargo, pareciera que al año siguiente hubo una rebaja generalizada y se fijó en tres pesos para los soldados veteranos y dos pesos y medio para los pardos y morenos. 73 Registro Nacional. Provincias Unidas del Río de la Plata. Libro Primero, Año de 1825, pp.65-66 74 Idem, Año de 1826, p.4 75 Se estableció que las raciones se distribuirían según la siguiente proporción: 4 para el coronel y 1 desde sargento al soldado. Cada ración se compondrá de 3 1/2 libra de carne fresca sin minestra y si la incluía de 3 libras. Además se fijó que habría una asignación de una arroba de sal cada mil raciones. Si el alimento entregado era de cecina o carne salada en cambio se fijó la ración en 1 ½ libra. Para cada ración se consideraban tres onzas de arroz o fariña o de cuatro si fueren de garbanzos, lentejas, porotos, habas, maíz o “trigo de Chile”. Si la carne no se podía pesar se estableció que debía calcularse un ternero de 2 y medio a tres años cada 100 raciones y si fuera de dos años cada 80 raciones. La ración diaria compuesta solo de carne fresca debía constar de 3 ½ libras y ser de 1 ½ si se trataba de cecina, carne salada o charque seco: Registro Nacional…, Año de 1826, pp. 5-10. 76 En este sentido es significativo que a fines de 1811 las autoridades de Buenos Aires fijaran una multa de 200 pesos y la suspensión de la licencia a los pulperos que comprasen y recibiesen empeñadas las prendas de los soldados de la guarnición: Gaceta de Buenos Aires, 12 de noviembre de 1811.

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“La deserción está entablada como un consiguiente del estado de miseria, desnudez y hambre que padecen, éstos, mis pobres compañeros de armas.”77

Lo que resulta claro es que la adaptación de los paisanos a los hábitos de la vida militar no era para nada sencilla y así lo había advertido Belgrano:

“V.S. puede mandar se arreglen a cuatro tallas diferentes de hombres, y que todas cuatro sean sobregrandes, anchos y de punta redonda, con concepto a que como todos los soldados por lo general se han criado descalzos, tienen en su talle el pie más grande que el común de los demás hombres que usan siempre calzado.” 78

En todo caso, algo es claro: el monto efectivo del prest era completamente insuficiente para la manutención de las tropas. Por tanto, debía ser resuelto de otro modo y ello permite considerar un vector crucial de la “guerra de recursos”: el pillaje y el saqueo debían ser tolerados si los oficiales pretendían contener las deserciones y no perder el control sobre sus tropas. En consecuencia, esta forma de hacer la guerra hace referencia también a las motivaciones de los soldados y pueden ser vistos como instancias de negociación de la autoridad y en mecanismos de construcción de lealtades y liderazgos: no casualmente, el Ejército de Observación fue sacudido en mayo de 1816 por una fallida “revolución” comandada por los sargentos de varios regimientos que amenazaron con saquear los caudales del ejército y el pueblo de San Nicolás, “pasarse a la montonera” y marchar a saquear la capital. Meses después, el saqueo fue una característica distintiva de la incursión que comandaron Díaz Vélez y Dorrego en la que intervinieron activamente esos mismos regimientos (Fradkin, en prensa). De esta forma, no extraña que el saqueo se transformara en una forma típica de hacer la guerra y que las autoridades de la frontera bonaerense temieran que los santafesinos ejercieran lo que llamaron su “derecho de represalia”79 e hicieran realidad lo que calificaban como su “malvado proyecto”: “invitar” a los indios al pillaje.80

4. La “guerra de recursos” y las intervenciones ind ígenas.

Pero la intervención indígena en esta guerra por los recursos no dependía sólo de las invitaciones y aunque diferentes parcialidades establecieron alianzas con los bandos en pugna, lo hicieron con sus propios objetivos. Las situaciones, por cierto, fueron variadas. Grupos de minuanes y charrúas, que todavía mantenían cierta autonomía en la Banda Oriental y la frontera correntino-entrerriana, no tardaron en aliarse al artiguismo. A su vez, grupos guaraníes adoptaron una estrategia semejante. También lo hicieron algunas tribus chaqueñas que tenían una larga historia de conflictos con las autoridades santafesinas y correntinas. Y, mucho más complejo, fue el alineamiento de las agrupaciones pampeanas en las cuales se estaban produciendo modificaciones profundas en sus relaciones interétnicas (Djenderedjian, 2001; Ratto, 2008).

De este modo, el enfrentamiento entre Artigas y Sarratea incluyó la disputa por quien sometería a su autoridad Corrientes y Entre Ríos. Detrás de esta disputa había una cuestión crucial: el jefe porteño buscaba impedir que los artiguistas se apoderaran del ganado disponible pues afirmaba que

77 M. Belgrano a J.M. de Pueyrredón, Unión, 4 de mayo de 1819, en Belgrano, 2001, p. 439. 78 M. Belgrano al Gobernador Intendente de Córdoba, Francisco Viana, Tucumán, 12 de enero de 1813, en Belgrano, 2001, p. 79 Cipriano Zeballos al gobierno, San Nicolás, 16 de setiembre de 1816: AGN, X-9-3-2 80 Cipriano Zeballos al gobierno, San Nicolás, 19 de diciembre de 1817: AGN, X-9-9-6

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“no hay ya Caballos que montar y es preciso destacar las Partidas a diez y seis y Veinte leguas de distancia a buscar reses p.a la provisión de las tropas.”81

Sin embargo, también tenía un objetivo más:

“pacificar los Naturales y hacerlos útiles a la Patria disuadiéndolos de las perjudiciales sugestiones de los Orientales desertores y malévolos que inundan esta Jurisdicción”.82

La lucha por la primacía en estas zonas era, entonces, una lucha por ganados y reclutas y, particularmente, por los indios, en esos aliados de Artigas en quienes encontraron los jefes porteños la oposición más firme especialmente tras la sublevación del capitán de naturales Domingo Manduré. De esta manera, cuando a principios de 1814 la ruptura con Artigas se hacía definitiva y la oposición se generalizaba por el litoral, al gobierno le resultaba imposible reclutar “naturales” porque todos habían emigrado a la “reunión de Madure”.83

Pero, además, la influencia de Artigas crecía entre las parcialidades chaqueñas y ello alteró por completo la situación santafesina. El indio Manuelito, corregidor de la reducción de San Javier, se pasó a las fuerzas artiguistas con unos 400 indios “acompañado y tal bez aconsejado de su Cura Francisco Europeo Aspiuru con miras de operar ostilm.te contra esta Ciudad” (Santa Fe) aunque en ese alineamiento influía decididamente los conflictos con las autoridades locales. Sin embargo, para 1816 el gobernador Vera había logrado una alianza con Manuelito pero era una alianza inestable y atravesada por múltiples tensiones. Cuando en 1818 López se hizo del gobierno, la alianza fue más firme pero, aún así, estaba lejos de ser gratuita. De este modo, la invasión de Balcarce en 1818 fue concebida como una “entrada general” contra “los Anarquistas y sus aliados los indios Mocovies y Avipones”.84

Además, los cambios que se estaban produciendo entre las parcialidades pampeanas ocurrían en una frontera completamente desestabilizada, habilitaban nuevas y múltiples alianzas en las cuales las disputas por los recursos y el control de los circuitos de intercambio ocupaban un primer lugar y tornaron completamente inseguro el transporte

81 Sarratea acusaba a los artiguistas de saquear todos los pueblos desde Arroyo de la China a Mandisoví y de haber traspasado a la otra banda del Uruguay 30.000 caballos requisados en Gualeguay, Uruguay y la Bajada Sarratea al gobierno, Salto Chico, 23 de junio de 1812, AA, Tomo IX, pp. 6-8 y Sarratea a Artigas, Arroyo de la China, 21 de setiembre de 1812, AA, Tomo X, pp. 182 82 Pablo Areguati al jefe del Ejército, Salto Chico, 9 de diciembre de 1812, AA, Tomo X, p. 297 83 Hilarión de la Quintana, enviado a someter una revuelta de los milicianos correntinos, se encontró que estaban liderados por “el indio Manduré”, capitán de naturales, que se situó del otro lado del río Uruguay y “a favor de la licencia se hizo en poco tiempo de mil a mil doscientos hombres, aunque no todos armados, y hostilizaba diariamente todo lo que era orden”: Hilarión de la Quintana, “Relación de sus campañas y funciones de guerra”, en Senado de la Nación, 1960, II, p. 1354. Un análisis actualizado en FREGA, 2008. 84 Díaz Vélez a Posadas, Santa Fe, 10 de diciembre de 1814, AA, Tomo XX, p. 17-18; Francisco Candioti advertía que “la Indiada son miles, q.e a fuerza de armas no se sujetan ni se sujetarán” y condenaba las incursiones del “caudillo” Mariano Vera contra los indios reducidos “que hizo azotar la campaña de los vecinos que no lo siguieron en su loca idea” y que al parecer no respondía a ningún plan oficial. Candioti al gobierno, Santa Fe, 20 de enero de 1815, AA, Tomo XX, pp. 128-129. Alejo Castex a Pueyrredón, Rosario, 23 de agosto de 1816, AA, Tomo XXX, p. 170. Artigas a principios de 1817 le decía al gobernador Vera “Los Indios no dejarían de ser útiles por acá y si no los he invitado hasta el presente ha sido pr creerlos necesarios pa auxilio de Vds: p.o. si han roto los vínculos de la amistad y ceden en perjuicio de esa Provincia será para mi muy satisfactorio convocarlos y tenerlos a mi lado”Artigas a Vera, Purificación enero de 1817: AA, Tomo XXXIV, p. 34. Balcarce al gobierno, Coronda, 6 de diciembre de 1818: AGN, X-10-8-3.

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de mercancías desde la capital hacia Córdoba o Mendoza. No era una situación inédita y a resolverla apuntaron los acuerdos diplomáticos de 1790 pero ahora las autoridades fronterizas se demostraban imposibilitadas de repetirlos (Villar-Jiménez, 2003).

Dicho en forma simplificada, la estrategia borbónica de acuerdos diplomáticos e intensificación de los lazos comerciales se deshacía frente a la intensificación de conflictos que sacudían tanto a la sociedad hispanocriolla como al mundo indígena y las parcialidades se convertían en actores políticos mientras intervenían a su modo en la guerra de recursos y la hacían aún más gravosa para las poblaciones rurales. Sobre todo, porque el artiguismo (y sus aliados correntinos y santafesinos) terminaron siendo muy dependientes de esas alianzas y tuvieron que tolerar un amplio margen de autonomía a las tribus. No muy distinta fue la situación de los “realistas” que después de 1818 encontraron en grupos araucanos aliados tan firmes como autónomos. La dirigencia directorial intentó negociar con los jefes indígenas tratando de sustraerlos del influjo de sus antagonistas pero esos esfuerzos resultaron ineficaces, particularmente en la frontera norte que era por entonces el epicentro de su ganadería (Ratto, 2003).

5. Guerra de recursos y orden social

La imposición de auxilios, el reclutamiento compulsivo, la apropiación de caballadas y ganados, el saqueo de establecimientos productivos y poblados, el desplazamiento forzado de poblaciones, fueron parte inseparable de las guerras en el litoral. Eran, a un mismo tiempo, tácticas de combate, métodos de represalia y modos de mantener a las tropas y satisfacer sus demandas. De esta forma, más que la formación de ejércitos reclutados entre bandidos lo que se estaba produciendo era una simultánea bandolerización de la guerra y de la lucha política y una proliferación del bandolerismo (Fradkin, 2005). Esta constatación torna aun más elusiva una cuestión ya de por sí ambigua ¿cuáles fueron las relaciones entre la guerra de recursos y el incremento del bandolerismo?

Sabido es que los enemigos de Artigas le imputaban reclutar sus tropas entre salteadores y cuatreros. No es improbable, pero la identificación entre “anarquistas” y bandidos resulta extremadamente simplificadora. Por lo pronto, la magnitud de la movilización artiguista no puede explicarse de este modo y a lo sumo la incorporación de bandas preexistentes debe haber sido una porción muy reducida de sus fuerzas. En este sentido, conviene recordar que Artigas impuso duras penas para los soldados que robaran85 y que las prácticas bandoleras de las tropas estaban lejos de ser exclusivas de sus tropas. Más aún, el “derecho” a apropiarse de los bienes del enemigo fue invocado por todos los bandos en pugna.86 De este modo, el ejercicio de los derechos de propiedad quedó indisolublemente ligado al alineamiento político y al decurso de la situación política.

Sin embargo, en el artiguismo la incidencia de esta estrategia parece haber sido especialmente acusada y algunas observaciones de los adherentes del gobierno porteño ayudan a comprenderla. Esta evidencia debe tomarse con cuidado pero pese a su parcialidad no puede descartarse. Por ejemplo, hacia 1812 se denunciaba que “los vecinos o individuos que han seguido al Exto se consideran todos con un derecho a los bienes de los europeos prófugos”. El contenido político y social de ese “derecho” aparece no sólo explicitado sino que el testimonio indica claramente que el ejercicio de

85 Bando de Artigas, 1 de diciembre de 1811, Cuartel de Quebracho, AA, Tomo VI. pp. 50-51. 86 Por ejemplo, Alvear dispuso confiscar los bienes de los vecinos que siguieran a Artigas los cuales serían “repartidos” entre los seguidores del gobierno de Montevideo. Bando de Alvear, 11 de octubre de 1814. AA, Tomo XVII, p. 46

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ese derecho no se circunscribía a los bandidos. A su vez, se advertían las implicancias de esta situación:

“todos se consideran autorizados, por haber seguido al Exercito de Artigas, p.a hacer lo que les da la gana y como en quien los puede contener no ven una fuerza p.a. ello, miran con desprecio órdenes y cuanto seles dize acerca de esto.”87

En otros términos, el ejercicio de ese “derecho” aseguraba adhesiones pero implicaba un desafío a otras jerarquías. Puede pensarse que la acentuación de esta práctica debía traer fuertes tensiones al interior de esta coalición regional. Sin embargo, la dinámica de la confrontación delimitaba los campos. Hacia 1814 se informaba desde Colonia que

“La Campaña esta debedida en dos Partidos, o pr nosostros o pr Artigas, en el primer caso los hombres con sus familias se acogen al Exército pa encontrar su existencia, u en el segundo hacen la guerra como su Caudillo, sin lugar y en continuas carabanas.”88

El alineamiento político y militar era, así, un modo de asegurar la misma subsistencia. Sigamos explorando esta evidencia. Poco después, Juan P. Aguirre había perdido toda confianza en la población entrerriana:

“No debemos engañarnos, estas gentes desean entregarse como aquellos a la sangre y el pillaje y en la especie de guerra que nos hacen solo con una Fuerza enorme los podremos reducir al orden.”89

Para 1816 otro observador advertía los efectos de lo que llamaba “esta especie de guerra”:

“la licencia concedida a la última clase del Pueblo para el robo y toda clase de crímenes, y la persecución y violencias ejecutadas con la parte hacendada y pensadora, han producido en los primeros el cariño hacia su Gefe y en los segundos el terror, de modo que, aunque por distintos móviles, unos y otros contribuyen a la pronta ejecución de sus órdenes.”

Pero había algo más en este registro de la situación:

“Su influencia no está limitada la País que le obedece y reconoce, si no es que se ha extendido a la Provincia de Buenos Aires y muy particularmente a la de Córdoba. En la primera se halla una disposición extraordinaria en las gentes de la Campaña a reunírsele y ayudarle”.90

Dicho de otro modo, el pillaje y el saqueo no sólo era un modo de remunerar a las tropas reclutadas entre “la última clase del Pueblo”. A su vez, era un modo extremadamente preciso para identificar enemigos, construir adhesiones y neutralizar posibles opositores entre “la parte hacendada y pensadora”.

¿Cómo imaginaban las autoridades directoriales que podían enfrentar esta “especie de guerra” que desplegaba ese “Caudillo de Salteadores”? Su conclusión era taxativa:

“todas las ventajas que se logren sobre el enemigo serán infructuosas si el escarmiento no los contiene en los límites de la subordinación y del deber.

87 Mariano Vera al Estado Mayor, Mercedes, 19 de setiembre de 1812, AA, Tomo X, p. 189. 88 José Moldes al Director Supremo, Colonia, 23 de abril de 1814, AA, Tomo XIV, p 213. 89 Juan Pedro Aguirre a Juan J. Anchorena, Santa Fe, 21 de febrero de 1814, AA, Tomo XIV, pp. 88-90 90 Informe sobre la influencia de Artigas, sin fecha, 1817, AA, Tomo XXXIII, pp.146-147 :

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Ellos deben ser tratados como asesinos e incendiarios puesto que en sus incursiones no respetan ni los derechos de la grra ni los de la humanidad.”91

En consecuencia, ordenaron que los oficiales, sargentos, cabos y jefes de partida apresados fueran fusilados en el acto y los soldados remitidos del otro lado del Paraná.

La confrontación con las poblaciones había adquirido tal intensidad que en 1814 los directoriales pensaban acabar con la oposición entrerriana desplazando parte de la población a Santa Fe. No sólo no fue posible sino que poco después imaginaron que el único modo de someter a la disidencia santafesina era enviar a la “chusma” hacia Entre Ríos. Estas conclusiones eran el reconocimiento más contundente de que esas poblaciones estaban completamente alienadas de la causa directorial. Era también la demostración del imperio de una concepción que les negaba a los oponentes la condición de oposición política. Más que una “guerra civil” imaginaban lo que luego habría de llamarse una “guerra de policía”.

Cabe interrogarse ¿hasta que punto fue efectivamente exitosa “esta especie de guerra”? Parece bastante claro que mientras estuvo dirigida contra precisos enemigos fue un modo eficaz de obtener adhesiones, canalizar tensiones preexistentes a través de un encuadramiento político, contener el desborde social y obtener los recursos para abastecer y remunerar a las tropas. Sin embargo, no parece haber permitido ninguna coordinación efectiva y menos aún una administración centralizada del botín, por lo que debe conjeturarse que además de permitir el consumo inmediato de las tropas o el enriquecimiento de algunos jefes, difícilmente contribuyera a desarrollar una economía de guerra que pudiera sostener grandes unidades de combate. Si éste fue efectivamente su modo principal de aprovisionamiento y remuneración, inevitablemente sólo hacía viable una “guerra de de partidas”. Era, de alguna manera, el tipo de recursos a los que apelaban los jefes directoriales cuando la remesa de caudales se interrumpía y que solía derivar en un incremento de las deserciones e incluso en la dispersión de un ejército.

Pero, ¿aseguró esta “especie de guerra” la adhesión por el terror de “la parte hacendada y pensadora” como se diagnosticaba? No puede descartarse por completo. Sin embargo, si se considera el decurso de las relaciones entre la dirigencia artiguista y los sectores propietarios en la Banda Oriental pareciera que esta situación estuvo en la base misma de su defección generalizada.92

¿Qué sucedía del otro lado del río Uruguay? Aquí, las evidencias de que “esta especie de guerra” derivara en una confrontación social parecen menos claras y más bien parece haberse producido una fragmentación del espacio político y la multiplicación de actores de base local encabezados por los grupos con mayor influjo en cada zona. Seguramente, debe haber habido propietarios que sufrieron graves pérdidas, ante todo los grandes propietarios residentes en Montevideo, Buenos Aires o Santa Fe. Pero se ha demostrado que otros - e incluso los mayordomos, administradores y capataces -, no dejaron de aprovechar la coyuntura para consolidar su poder local, hacer pingües negocios y obtener ganancias que en dos años rondaban el 40%.93 De confirmarse esta apreciación, las guerras habrían contribuido – en Entre Ríos pero también en Santa Fe y por que no

91 Gobierno a Soler, Buenos Aires, 7 de diciembre de 1814, AA, Tomo XVII, pp. 215-216 92 FREGA, 2002. En este sentido sigue vigente la explicación de HALPERÍN DONGHI, 1972. 93 Si un observador contemporáneo - probablemente exagerado – calculaba que las guerras en Entre Ríos pudo haber reducido el stock ganadero de 2.500.000 de cabezas a 40.000 en 1823, no fue esa la situación de todos los propietarios: DJENDEREDJIAN, 2002.

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en Buenos Aires - a consolidar la emergencia de actores y liderazgos locales sin los cuales ninguna de las fuerzas en pugna podía afirmar su autoridad.94

Aún así, no puede excluirse que haya habido una proliferación efectiva de un bandolerismo que podría calificarse de autónomo en la medida que actuaba desligado de los mandos militares o de los influyentes locales. En este sentido, conviene recordar que las bandas de salteadores parecen haberse acrecentado simultáneamente al desarrollo de la primera expansión ganadera configurando una situación endémica que – para decirlo en los clásicos términos de Hobsbawm – se convirtió en epidémica durante la década de 1810. Todas las evidencias apuntan en una misma dirección: la multiplicación del bandolerismo pareciera haber estado estrechamente vinculada al aumento de las deserciones de modo que las bandas pasaban a realizar por propia cuenta el mismo tipo de acciones que practicaron en las filas. Era, “esa clase de guerra” la que se había convertido en un mecanismo de reproducción ampliada del bandolerismo.

6. La naturaleza de la guerra “Esa especie de guerra…”, “esa clase de guerra…” Quiénes la protagonizaban eran conscientes que libraban una guerra de rasgos peculiares. Peculiar, pero no por ello era considerada una forma ilegítima de hacer la guerra. Por el contrario, intervenir en las acciones inherentes a este tipo de guerra eran parte principal de las funciones asignadas a las milicias auxiliares y a las “partidas” de caballería ligera y este tipo de guerra formaba parte del saber militar disponible. Formaba parte de los escritos de doctrina militar que conocían los altos mandos y era parte de las conclusiones que se extrajeron de las experiencias contemporáneas en España y en Rusia.95 Por lo tanto, no era una forma de hacer la guerra que fuera patrimonio exclusivo de uno de los bandos en pugna o de un tipo específico de organización armada. Dicho esto no puede dejar de subrayarse una cuestión central: era una forma primordial de desplegar una guerra defensiva, especialmente adecuada para aquellas formaciones que debieran enfrentar las incursiones de ejércitos poderosos alejados de sus retaguardias de abastecimiento; pero, la capacidad efectiva de poder desplegarla dependía completamente de la colaboración de la población y de los vínculos políticos entre los jefes militares y el común de los paisanos. Esta consideración, con todo, no debiera llevar a una lectura épica que opaque el alto grado de coerción que era preciso emplear para desarrollarla.

La cuestión, entonces, es que el predominio de esta forma de hacer la guerra terminaba expresando su naturaleza quizás con mayor precisión que los discursos esgrimidos para legitimarla. De esta manera, al concentrar la atención en esta cuestión lo que se pone de manifiesto es que se trataba de esa multifacética “guerra civil” que desató la revolución desplegada por una variedad de actores con objetivos diferentes. Para los ejércitos (independientemente de su filiación política o su denominación) terminó siendo el modo por excelencia para aprovisionarse, forzar la retirada del enemigo y definir el alineamiento de las poblaciones. De este modo, la llegada de un ejército suponía la imposición de distintas formas de reclutamiento compulsivo y de una amplia gama de 94 BIONDINO, 2006. DJENDEREDJIAN, 2003, pp. 171-194. FRADKIN-RATTO, 2008. 95 El temor a una posible invasión de Buenos Aires motivó distintos planes de defensa que incluían el uso sistemático de la “guerra de recursos”. Véase al respecto, La Crónica Argentina del 29 de noviembre de 1816 y el plan de defensa que propusiera Alvear desde su exilio en Montevideo y que incluía la posibilidad de abandonarla y dejarla arrasada: ALVEAR, Carlos María de, “Observaciones sobre la defensa de la provincia de Buenos Aires, amenazada de una invasión española al mando del teniente general don Pablo Morillo, Conde de Cartagena”, Montevideo, 10 de agosto de 1819, en La Revista de Buenos Aires. Historia Americana, Literatura y Derecho, Tomo VI, Buenos Aires, 1865, pp. 5-29, 171-191, 320-332.

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“auxilios”. En este sentido no es improbable que esas poblaciones prefirieran negociarlos para impedir el saqueo generalizado, mitigar sus efectos y, en lo posible, discriminar sobre quienes iban a recaer. No parece aventurado, entonces, suponer que las entregas “voluntarias” no fueran tales sino más bien una estrategia defensiva que además podía ofrecer a los comandantes algún tipo de apoyatura política local.

Pero, parece claro que pasado cierto límite, a las poblaciones rurales no les quedaban demasiadas alternativas: una, era intentar una política autónoma, oscilante y ambigua, que evitara – en la medida de lo posible - la depredación de su territorio. Las depredaciones de los ejércitos aparecen recurrentemente como un factor central que explica los cambios de alineamiento políticos de las poblaciones. Así había sucedido en los poblados situados en ambas márgenes del Uruguay en 1810-11 y volvería a repetirse en 1814, de igual modo que se replicaría en Coronda, Rosario o Pergamino en los años siguientes. En estas condiciones, para estas poblaciones evitar un alineamiento definitivo con alguna de las fuerzas en pugna era una estrategia de supervivencia que buscaba preservar los márgenes de autonomía.

Pero era una opción escasamente viable de sostener en el tiempo y entre las pocas opciones que quedaban estaba la de desplegar una guerra de recursos que fuera expresión de una guerra de autodefensa frente a las fuerzas invasoras. Sin embargo, ello no podía impedir su encuadramiento político y las opciones que tomaron cada uno de los poblados y las facciones en que se dividían estaban informadas y orientadas por sus apropiaciones de los discursos políticos circulantes y por su evaluación de las oportunidades existentes. En definitiva, la misma porosidad de las fronteras entre los bandos en pugna y lo frecuente de los cambios en las alianzas que adoptaban las poblaciones, venía a expresar tanto la composición social, étnica y regional de las formaciones armadas antagónicas, los márgenes de decisión de las poblaciones y la naturaleza de la guerra.

¿Qué significados tenía para esas poblaciones esta forma específica de hacer la guerra? Nos parece una pregunta central e insuficientemente atendida. Sin responderla resulta imposible entender que significaba para cada una de esas poblaciones la “revolución”, el “odio a los tiranos”, la “santa causa”, “el Rey”, la “independencia” o la “soberanía particular de los pueblos”. Y la respuesta seguramente no será unívoca. Su faceta específicamente política ha sido muy bien analizada y hace comprensible la generalizada adhesión al principio de la “soberanía particular de los pueblos”.96 Pero aquí nos interesó otra faceta más elusiva, opaca y ambigua: las guerras – y este tipo de guerra en especial - implicaba para las poblaciones rurales desafíos y exigencias que amenazaban las bases materiales de su orden social justamente cuando el orden político se estaba desmoronando.

En un contexto de confrontaciones generalizadas, cambiantes, inestables y de resultados imprevisibles, la defensa del territorio y los vínculos de tipo militar deben haberse convertido en los lazos que no sólo expresaban sino que estructuraban las relaciones sociales. Ante todo, por la magnitud que adquirieron los enrolamientos. Pero, también, porque una de las formas características de la guerra de recursos era la retirada completa de las poblaciones de un territorio amenazado. La más masiva y emblemática fue, sin duda, el llamado “éxodo oriental” hacia la banda occidental del río Uruguay para resistir la primera invasión portuguesa; pero hubo otros movimientos similares de menor alcance y envergadura frente a las incursiones de los ejércitos directoriales en Santa Fe

96 El mejor análisis al respecto en FREGA, 2007.

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y Entre Ríos.97 Estas movilizaciones reforzaban los lazos militares de las poblaciones y prueba de ello fue la emergencia de una forma específica de organización armada: los cuerpos de “emigrados” que luchaban bajo el ala de un ejército a mucha distancia de su lugar de origen pero contaban con tropas y jefes del mismo origen territorial.98

Para estas poblaciones (sometidas a crecientes dificultades de abastecimiento, al aumento de las cargas, contribuciones, auxilios y obligaciones, a las incursiones de fuerzas beligerantes con su secuela de saqueos y desplazamientos forzados), la guerra era la causa de tamañas dificultades también parece haber sido el único medio efectivo para que unos preservaran sus bienes y otros – muchos más - aseguraran su misma subsistencia. Dicho de otro modo, si la guerra amenazaba el orden social local, afrontarla terminaba siendo el único medio de preservarlo.

Belgrano observó con lucidez una realidad social que se le presentaba cada vez más inmanejable y por eso conviene recuperar el devenir de sus percepciones pues ese devenir expresa de alguna manera la dinámica de la confrontación. Comenzó su marcha sobre el Paraguay prometiendo que iba a “dejar libre de los Godos el País de nuestra dependencia, y más allá si es posible”99 y no dejó de concebir la expedición como “la conquista de los salvajes paraguayos”.100 No extraña, por tanto, que ya a fines de 1810 informaba que

“es mucho el entusiasmo de nuestra gente, pero es de la gente que se ha criado en esa Capital; los demás son casi unos bestias.”101

Si en esta fallida incursión se había topado con una dramática escasez de recursos, para 1816 - puesto al mando del ejército sobre Santa Fe - los problemas no eran menores:

“A tropa y más tropa, en consecuencia dinero y más dinero, porque éste es el único medio de hacer mover esta máquina.”102

Sin dinero suficiente, tanto la disciplina del ejército como sus relaciones con la población entraban en tensión y derivaba en una confrontación abierta con ellas. Por ello en 1817 advertía que

“los anarquistas han conseguido cimentar la idea de que no hay necesidad de Ejército para destruir a los enemigos”.103

Se trataba del principal desafío de la revolución: sin ejércitos no había revolución pero las poblaciones se oponían abiertamente a los ejércitos. No extraña que, dos años después, sus dilemas fueran aún peores:

“El ganado no aparece y Yo no lo he de arrebatar de los campos, tampoco los caballos que me dice el Delegado Directorial, y ni pienso tocar uno que

97 Un claro ejemplo de ello puede hallarse en las desventuras de Holmberg durante su fallida incursión en territorio entrerriano en 1814: “Parte del coronel Eduardo Holmberg al Director Supremo”, Bajada del Paraná, 17 de mayo de 1814, AA, Tomo XIV, pp 259-281 98 Fue una práctica que emplearon todos los bandos. De este modo, los “realistas” de Montevideo contaban con un “Cuerpo de Emigrados de Arroyo de la China” y con un “Tercio de Emigrados de Uruguay” (Fernández, 1977) y el Ejército de Observación sobre Santa Fe con cuerpos de milicianos de Paraná, Coronda y Rosario (Fradkin-Ratto, en prensa y 2008). Algunos de estos cuerpos, como el de “emigrados de Coronda”, se mantuvieron organizados en territorio bonaerense y se intalaron allí con sus familias (Fradkin, 2001). 99 M. Belgrano a M. Moreno, Bajada del Paraná, 20 de octubre de 1810, Belgrano, 2001, p. 85. 100 M. Belgrano a C. Saavedra, Santa Rosa, 31 de enero de 1811, Belgrano, 2001, pp. 98-99 101 M. Belgrano a C. Saavedra, Candelaria, 16 de diciembre de 1810, Belgrano, 2001, p. 102 M. Belgrano a I. Álvarez Thomas, Rosario, 8 de abril de 1816, Belgrano, 2001, p. 294. 103 M. Belgrano a San Martín, Tucumán, 26 de setiembre de 1817, Belgrano, 2001, pp. 336-337

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no sea venido de eso modo, o comprado; en mis principios no entrar cuasar males sino cortarlos, como lo voy consiguiendo, desengañándose las gentes de que no somos, como los que con sus hechos les habían impulsado a concebir las ideas más perversas de nosotros: desengañémonos, nuestra milicia, en la mayor parte, ha sido la autora, con su conducta, de los terribles males que tratamos de cortar”.104

Belgrano lo advertía con claridad: buena parte de la población que inicialmente había adherido a la causa revolucionaria se oponía ahora abiertamente a sus ejércitos. El dilema era muy claro y era preciso convencer a “nuestros paisanos de que los militares no somos unas fieras devoradoras de su subsistencia”. Su desencanto era inocultable:

“Vs. cuenten que todos se han convertido en ladrones, y que se debe estipular que se pongan prebostes a que auxiliarán los vecinos honrados para castigar y destruir el robo; de lo contrario, no habrá viviente que pase y todo esto se convierte en País de salvajes.”105

Los “salvajes”, entonces, ya no eran para Belgrano sólo los del Paraguay y en esa oposición social cada vez más generalizada residía el sustrato que permitía la diseminación del “anarquismo”. ¿Qué tipo de guerra era ésta? José M. Carrera no tenías dudas: “la ominosa guerra contra Santa Fe” era una “terrible lucha de los déspotas contra los pueblos”. Conviene detenerse un momento en su argumento:

“no hay otro partido que el de defenderse contra la tiranía y éste le siguen ciegamente los habitantes de todas clases, sexos y edades; es tan profunda y terrible la impresión de sus pasadas desgracias, que horrorizados al contemplarlas, resuelven perecer con las armas en la mano antes que sufrirlas de nuevo; es un sentimiento de defensa natural el que les ha dirigido en su marcha […] Aquellos ciudadanos verdaderamente heroicos no se han engañado sobre la calidad de sus recursos ni de sus peligros y se resuelven con el conocimiento de los grandes sacrificios que les prepara esta lucha, pero con la certidumbre de salir triunfantes en ella; saben que no pueden presentar un ejército que contenga el de la capital, y se proponen dejarle libre el paso y cambiar su situación; pero están decididos del modo que los rusos a abandonar sus fortunas, sus hogares y familias, a entregar la ciudad y los campos a las llamas y a esperar de sus esfuerzos cuanto puede producir la necesidad y la desesperación: cuando Balcárcel haya penetrado hasta su destino, ellos reunirán todas sus fuerzas y las llevarán hasta Buenos Aires; no harán la guerra de recursos, sino la guerra de la ruina, de la desolación y de la muerte; su conducta será calculada por el tamaño de sus males, los hombres que lo hayan perdido todo ¿qué les quedará que respetar?”106

Eran argumentos que retomaban las experiencias vividas y expresaban con claridad el devenir de los discursos políticos. El cotejo de los modos en que Belgrano o Carrera presentaban la situación hacia 1819 muestra la derivación que había tomado la “guerra de recursos”: era mucho más que una táctica militar y adquiría no sólo nuevos y cambiantes sentidos sino que pasaba a designar una confrontación más vasta, múltiple y contradictoria. De alguna manera, puede ser vista como una suerte de hilo conductor

104 M. Belgrano a I. Alvarez Thomas, Unión, 21 de abril de 1819, Belgrano, 2001, p. 437. 105 M. Belgrano a I. Álvarez Thomas, Posta de Candelaria, 7 de abril de 1819, Belgrano, 2001, p. 428. 106 “Guerra a Santa Fe y Entre Ríos”, El Hurón, N° III, Montevideo, sin fecha.: disponible en www.historia.uchile.cl consulta efectuada el 27/04/2007

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que recorrió y articuló las múltiples confrontaciones que abrió la revolución y llegó a transformarse en una fragmentada confrontación social, un modo de represalia y de subsistencia o enriquecimiento pero que en todos los casos expresaba la creciente fragmentación política, territorial y social.

Pensar esta múltiple guerra civil que emergía de la revolución y hacerlo a partir de los modos de hacer la guerra permite, entonces, recuperar su extrema continuidad. “Esa clase de guerra” tenía su propia lógica y peculiaridades y ellas hicieron extremadamente borrosa y permeable la delimitación de los bandos. La centralidad que adquirieron los saqueos permite reconocer que de alguna manera estaban regulados por una lógica política y podían satisfacer las necesidades inmediatas de abastecimiento y remuneración y hasta algunas expectativas de enriquecimiento personal. Pero no parecen haber habilitado una administración más o menos centralizada del botín y la organización de una economía de guerra. Las formas de hacer la guerra, desde esta perspectiva, no pueden ser indiferentes a la naturaleza histórica que se les atribuya.

La reconstrucción de la dinámica histórica de la guerra de recursos es, en este sentido, significativa. No es un dato menor que no haya emergido después del fracaso o el colapso de otros modos de hacer la guerra. Por el contrario, las evidencias indican que estuvo presente desde un comienzo: era “Esta guerra de Campo y de robar caballadas”, como la describió de Elío ya a principios de 1811.107 Registrar esta evidencia cronológica importa tanto como advertir que en ese comienzo los elegidos para sufrir sus efectos no eran completamente indiscriminados sino que, al menos desde el bando insurgente, las acciones de saqueo y depredación parecen haberse concentrado muy claramente entre los “españoles europeos” de las campañas. Sabemos que el antagonismo contra los “europeos” fue un rasgo particularmente acentuado de la movilización de la plebe porteña pero cabe advertir también que muy pronto se pudo registrar que era “increíble como se ha propagado esta antipatía [hacia los “europeos”], especialmente en la casta vil del campo”.108

Sin embargo, que los sentimientos de las poblaciones no eran homogéneos y tienen una historia que debe aún ser develada. Así lo sugieren las anotaciones de Alvear hacia 1815:

“Estas dos Provincias [decía en referencia a la Banda Oriental y Entre Ríos] son las más entusiastas por la guerra, y todos sus habitantes á excepción de una pequeña parte se unirían inmediatam.te a las tropas de Artigas y engrosarían su num.o en caso de invasión.” […] “En todas las Provincias se encuentran muchos partidarios por la causa del Rey en los naturales del País y las clases pudientes, pero ninguna con la abundancia q.e en la de Córdova, pues el número de Realistas excede al de Republicanos. En Buenos Aires el pueblo baxo es fanático por la independencia, los vecinos de la campaña son indiferentes pero fáciles de seguir el impulso q.e se les quiera dar.” 109

A ello no podemos dejar de agregar otra cuestión central: el desplazamiento de los resentimientos contra los “españoles europeos” y los “portugueses” hacia los “porteños”. La historia de los sentimientos colectivos puede iluminar así las ambigüedades y transformaciones de la guerra y la revolución.

107 Francisco de Elío a José Posadas, Montevideo, 8 de mayo de 1811: AA, Tomo IV, p. 379. 108 Informe presentado por Carlos José Guezzi, 17 de julio de 1810- 18 de enero de 1811: Mayo Documental, Tomo XII, p. 203 109 Carlos Alvear, Relación de las fuerzas, Río de Janeiro, 27 de junio de 1815, AA, Tomo XXX, pp.7-10

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Si un tipo de guerra resulta particularmente elusivo a la identificación es justamente la “guerra civil”. En buena medida las historiografías hispanoamericanas quedaron apresadas por una idea muy instalada en el sentido común que tiende a clasificar las guerras solo en dos tipos: o guerras internacionales o guerras civiles (Posada Carbó, 2001). Pero, ¿alcanzan para dar cuenta de la naturaleza del ciclo guerrero que desintegró los imperios ibéricos? Es dudoso que así sea, sin forzar en demasía las evidencias y simplificar las alternativas en juego. La cuestión, entonces, no se resuelve simplemente sustituyendo la noción de “guerra de independencia” por la de “guerra civil” (Demélas, 2002). Pero lo cierto es que en la experiencia del litoral rioplatense entre muy destacados protagonistas imperaba la idea que se trataba de una “guerra civil” que devino en “guerra de independencia”. Ello es significativo en dos sentidos. Por un lado, porque permite advertir que para los contemporáneos la secuencia histórica era inversa a la convención historiográfica que terminó por consagrarse. Por otro, y quizás más importante, porque conviene recordar que las autoridades de Montevideo, Río de Janeiro y Buenos Aires coincidieron en presentar la confrontación de esos primeros años como una “guerra civil”110 pero de una guerra civil que el producto de una “revolución”.111 En el Río de la Plata, la revolución había engendrado una guerra civil y ella derivó en una guerra de independencia. De esta manera, quizás el modo más adecuado para entender el ciclo guerrero que se abría en 1810 sea interpretarlo como las “guerras de la revolución”.

Ello permite precisar una cuestión adicional. Para 1816 la dirigencia directorial había quedado sumida en una aguda contradicción: mientras intentaba legitimarse apelando a la lucha por la “independencia” y convocaba a desplegar “una guerra de revolución” al mismo tiempo proclamaba que había llegado el “fin de la revolución”.112 Pretendía cerrar así el ciclo de “su” revolución. Pero no era una perspectiva unánime y la disputa entre “déspotas” y “anarquistas”- para nombrarla en los términos que cada bando empleó para designar a sus antagonistas- demostraba otras revoluciones y otras “independencias” eran posibles. Y, por lo tanto, que otra guerra civil podía emerger dentro de la guerra civil. Ella era, también, una de las guerras de la revolución, como también desde esta perspectiva puede considerarse la que enfrentaría en la década siguiente a las Provincias Unidas con el Imperio de Brasil.

Parece, entonces, más conveniente indagar en esas ambigüedades en lugar de apelar a un discurso histórico que las aplane y anule. La lucha por la “independencia” hizo referencia, primero y sobre todo, a la lucha por la “libertad” y, por tanto, se contraponía a la “tiranía” y al “despotismo”. Se trataba de una invocación que atravesó todos los discursos políticos de la época e iba a dar lugar a derivaciones específicas y, particularmente, a una: la impugnación del “despotismo militar” que enarboló el artiguismo (Chiaramonte, 1997, p. 381). No era sólo un recurso retórico sino que expresaba tanto las bases sociales y regionales de los bandos en pugna, las diferencias entre las formas organizativas de sus fuerzas y la dinámica de los antagonismos. A la inversa, la imputación de “anarquismo” no hacía referencia sólo al desafío de la autoridad del “gobierno superior” sino también a lo que era percibido como una quiebra del orden jurídico y administrativo y a una seria amenaza sobre el orden social. 110 Proclamas de Vigodet, 18 y 19 de noviembre de 1811, AA, Tomo VII, pp. 11-13. Conde de Linhares a Lord Strangford, 8 de junio de 1811, Río de Janeiro, AA, Tomo V, p. 198. Gobierno de Buenos Aires a Gaspar de Vigodet y al Cabildo de Montevideo, 28 de agosto de 1812, AA, Tomo VIII, pp. 383-386. 111 Informe de José M. Salazar, 10 de diciembre de 1811: AA, Tomo VII, p. 19. Proclama de Diego de Souza a los habitantes de la campaña de Montevideo, 19 de julio de 1811, AA, Tomo V, pp. 236-237 y Gobierno a Artigas, 2 de enero de 1812, AA. Tomo VI, p. 165 112 Gazeta de Buenos Aires, 25 de setiembre y 31 de agosto de 1816

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Convertida en una violenta confrontación por territorios, hombres y recursos, la guerra debía orientarse a un objetivo preciso: para decirlo con las palabras de Sarratea al

“exterminio de los malvados, destruir hta su memoria y hacer a todas las clases del Estado qe se mira por su seguridad”.113

Era la conclusión más dramática que derivaba de “esta especie de guerra”… La pretensión que de ella surgía era bien clara: se trataba de

“que el terrorismo produzca los efectos que no puede la razón y el interés de la Sociedad.” 114

La forma de hacer la guerra gestaba así un legado. Podemos, otra vez, recurrir a Belgrano quien en 1816 preveía alguna de sus consecuencias:

“Son terribles, a la verdad, esas convulsiones que cada vez más deben producir la desunión y la anarquía, porque los hombres acostumbrándose al desorden y el pillaje que trae esa clase de guerra, difícilmente vuelvan a seguir el buen camino.”115

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113 Sarratea a Eusebio Valdenegro, Salto Chico, AA, 16 de agosto de 1812, AA, Tomo X, pp. 138-139: 114 Gobierno a Soler, Buenos Aires, 7 de diciembre de 1814, AA, Tomo XVII, p. 216 115 M. Belgrano a Güemes, Tucumán, 3 de octubre de 1816, Belgrano, 2001, p. 473.

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