Frases de La Película 300
-
Upload
miltonrodriguez1 -
Category
Documents
-
view
11 -
download
0
description
Transcript of Frases de La Película 300
Frases de la película dirigida por Zack Snyder, estrenada en 2006
Cuando el niño nació, como todos los espartanos fue
examinado. Si hubiera sido pequeño, o débil, o enfermo,
o deforme habría sido descartado. Desde el momento en
que pudo permanecer de pie fue bautizado en el fuego
del combate. Enseñándole a nunca retirarse, nunca
rendirse enseñándole que morir en el campo de batalla
sirviendo a Esparta era lo más glorioso que podría
conseguir en su vida.
Debió cazar para ser probado, arrojado a la tierra
salvaje. Debió medir su ingenio y su voluntad contra la
furia de la naturaleza. Esa fue su iniciación. Su tiempo
en la tierra salvaje. Ya que regresaría con su gente como
un espartano o no regresaría.
Han pasado más de 30 años desde el lobo y el frío
invierno. Ahora, como en ese entonces, una bestia se
acerca. Paciente y segura, saboreando la comida que
llega. Esta bestia está hecha de hombres y caballos,
espadas y lanzas. Un ejército de esclavos, inmenso más
allá de la imaginación listo para devorar a la pequeña
Grecia. Listo para extinguir la única esperanza del
mundo por la razón y la justicia.
Al final, la verdadera fuerza del espartano es el guerrero
que está a su lado. Así que dale respeto y honor a él.
Eso te será devuelto a ti. Primero, peleas con la cabeza.
Luego peleas con el corazón.
- ¿Qué hace creer a esta mujer que puede hablar entre
hombres?
- Que sólo las mujeres de Esparta dan a luz a verdaderos
hombres.
- Escoge tus próximas palabras cuidadosamente,
Leónidas. Pueden ser tus últimas como rey.
- Tierra y agua.
- Loco. Eres un loco.
- Tierra y agua. Encontrarás mucho de ambas ahí abajo.
Ningún hombre, persa o griego...
- Ningún hombre amenaza a un mensajero.
- Trajiste tus coronas y tus cabezas de reyes
conquistados a las escalinatas de mi ciudad. Insultaste a
mi reina. Amenazaste a mi gente con esclavitud y
muerte. He elegido mis palabras cuidadosamente, persa.
Quizás deberías haber hecho lo mismo.
- Esto es blasfemia. ¡Esto es locura!
- ¿Locura? ¡Esto es Esparta!
En ese corredor estrecho, sus números no significarán
nada. Oleada tras oleada de cada ataque persa se
estrellará contra los escudos espartanos. Las pérdidas de
Jerjes serán tan grandes sus hombres tan desmoralizados
que no tendrá más alternativa que abandonar su
campaña.
Consultaremos al Oráculo. Mística de viejos enfermos.
Remanentes sin valor del tiempo antes de que Esparta
ascendiese de las tinieblas. Remanentes de una tradición
sin sentido. Una tradición que ni siquiera Leónidas
puede desafiar. Ya que debe respetar la palabra de los
éforos. Ésa es la ley. Y ningún espartano, sujeto o
ciudadano hombre o mujer, esclavo o rey, está por
encima de la ley.
- Tus labios terminarán lo que tus dedos han
comenzado. ¿El oráculo también te ha despojado del
deseo?
- Tomará más que las palabras de una adolescente ebria
para acabar con mi deseo por ti.
Sólo las palabras de una mujer deberían afectar el
humor de mi esposo. Y son las mías.
¿Qué debería hacer un hombre libre?
- ¡Espartano!
- ¿Sí, mi señora?
- Regresa con tu escudo. O sobre él.
Adiós, mi amor. Él no lo dijo. No hay lugar para la
sensibilidad. No en Esparta. No hay lugar para la
debilidad. Sólo los duros y fuertes pueden llamarse a sí
mismos espartanos. Sólo los duros, sólo los fuertes.
- Veo que me equivoqué esperando el compromiso de
Esparta de al menos igualar a los nuestros.
- ¿De verdad? Tú, ahí... ¿Cuál es tu profesión?
- Soy alfarero, señor.
- Y tú, arcadio, ¿cuál es tu profesión?
- Soy escultor, señor.
- Escultor. ¿Y tú?
- Soy herrero.
- Espartanos, ¿cuál es su profesión?
¿Ves, viejo amigo? Traje más soldados que tú.
Esos son nuestros mares, perros sin madre mientras son
abrazados por los brazos afectuosos de Grecia.
Zeus apuñala los cielos con rayos. Y agita los barcos
persas con vientos huracanados. Glorioso. Sólo uno de
nosotros mantiene su reserva espartana. Sólo él. Sólo
nuestro rey.
- ¿Por qué sonríes?
- Arcadio, he peleado innumerables veces y nunca
encontré un adversario que me ofreciera lo que los
espartanos llamamos una hermosa muerte. Sólo puedo
esperar que con todos los guerreros del mundo unidos
contra nosotros tal vez haya uno que esté a la altura.
- Nuestros ancestros construyeron este muro usando
piedras antiguas del seno mismo de Grecia. Y con una
pequeña ayuda de Esparta tus exploradores persas
suministraron la argamasa.
- ¡Pagarán por su salvajismo!
- ¡Mi brazo!
- Ya no es tuyo.
- Vete. Regresa y dile a tu Jerjes que aquí enfrenta a
hombres libres. No a esclavos. Hazlo rápido. Antes de
que decidamos hacer
- Entonces pelearemos en la sombra.
Mi padre me entrenó para no sentir miedo. Para hacer
de la lanza, el escudo y la espada tan parte de mí como
mi propio corazón. Ganaré la armadura de mi padre,
noble rey sirviéndole a usted en batalla.
Tu padre debió haberte dicho cómo funciona nuestra
formación. Peleamos como una sola e impenetrable
unidad. Esa es la fuente de nuestra fuerza. Cada
espartano protege al hombre a su izquierda del muslo al
cuello con su escudo. Un solo punto débil y la
formación se hace añicos. Del muslo al cuello, Efialtes.
Lo siento, mi amigo. Pero no todos nacemos para ser
soldados.
¡Aquí es donde ellos mueren! ¡Sobre estos escudos,
muchachos! Recuerden este día, hombres porque éste
será suyo por todos los tiempos.
No les den nada. Pero tomen todo de ellos.
- Hay mucho que nuestras culturas pueden compartir.
- ¿No has notado que hemos estado compartiendo
nuestra cultura toda la mañana?
Masacrar a todos esos hombres tuyos me ha dejado un
desagradable calambre en la pierna. Así que
arrodillarme me será difícil.
- Borraré incluso la memoria de Esparta de las historias.
Cada pedazo de pergamino griego será quemado. A
cada historiador griego y a cada escriba se les
arrancarán los ojos y se les cortará la lengua mientras
que honrar el nombre de Esparta o de Leónidas será
castigado con la muerte. El mundo ni siquiera sabrá que
ustedes existieron.
- El mundo sabrá que hombres libres resistieron contra
un tirano. Que unos pocos resistieron contra muchos. Y
antes de que esta batalla termine que incluso un Rey
Dios puede sangrar.
El Rey Dios ha dejado traslucir un defecto fatal.
Arrogancia. Fácil de provocar. Fácil de engañar. Antes
de que las heridas y la fatiga hicieran mella el
encolerizado rey nos arroja lo mejor que tiene. Jerjes ha
mordido el anzuelo.
Y un hombre que cree ser un dios siente un escalofrío
muy humano recorrer su columna.
Los gritos de dolor del capitán por la pérdida de su hijo
eran más atemorizantes para el enemigo que el sonido
de los tambores. Demandó tres hombres contenerlo y
regresarlo a nuestro lado.
Encontrarás que soy generoso. A diferencia del cruel
Leónidas que te exigía mantenerte de pie yo sólo
requiero que te arrodilles.
Eres tan necia como Leónidas si crees que los hombres
no tienen un precio en este mundo. Todos los hombres
no nacen iguales. Es el código espartano, mi pequeña
reina.
- ¿Qué tienes tú para ofrecer a cambio de mi ayuda para
enviar a nuestro ejército al norte? ¿Qué quiere un
realista de esta reina?
- Creo que lo sabes.
- Esto no terminará rápidamente. No disfrutarás esto. No
soy tu rey.
- ¿Te has vuelto loco? Ahora no se puede tener la gloria.
Sólo retirarse o rendirse o morir.
- Esa es una decisión fácil para nosotros, arcadio. Los
espartanos nunca se retiran. Los espartanos nunca se
rinden. Vete. Corre la voz. Deja que todos los griegos
que estén reunidos sepan la verdad de esto. Deja que
cada uno de ellos busque su propia alma. Y mientras
haces eso busca la tuya. Mis hombres se irán conmigo.
Agrúpense. No retirarse. No rendirse. Esa es la ley de
Esparta. Y por la ley de Esparta, nos quedaremos y
pelearemos. Y moriremos. Una nueva era ha
comenzado. Una era de libertad. ¡Y todos sabrán que
trescientos espartanos dieron su último aliento para
defenderla!
- Estoy listo para la batalla.
- Eres uno de los mejores. Pero tienes otro talento a
diferencia de cualquier otro espartano. Le llevarás mis
órdenes finales al Concejo con fuerza y vigor. Cuéntales
mi historia. Haz que todos los griegos sepan qué pasó
aquí. Tienes un gran relato para contar. Un relato de
victoria. Victoria.
- Sí, mi señor.
- Señor, ¿algún mensaje para la reina?
- Nada que necesite palabras.
¡Espartanos! Preparen su desayuno y coman
abundantemente. ¡Porque esta noche cenaremos en el
infierno!
- Esto no terminará rápido. No disfrutarás esto. No soy
tu reina.
- Traidor.
- Traidor, traidor.
Han pasado más de 30 años desde el lobo y el frío
invierno. Y ahora, como en ese entonces, no es miedo lo
que lo invade. Sólo excitación. Una percepción
aumentada de las cosas. La brisa marina besa
frescamente el sudor de su pecho y su cuello. El
graznido de las gaviotas quejándose mientras devoran
los miles de muertos flotantes. La firme respiración de
los 300 a su espalda. Dispuestos a morir por él, sin un
momento de pausa. Cada uno de ellos, preparado para
morir. Su yelmo es sofocante. Su escudo es pesado.
Su yelmo era sofocante. Limitaba su visión. Y
necesitaba ver lejos. Su escudo era pesado. Le hacía
perder el equilibrio. Y su objetivo estaba lejos.
Los ancianos dicen que los espartanos descendemos del
mismo Hércules. El audaz Leónidas da testimonio de
nuestro linaje. Su rugido es largo y fuerte.
- Mi rey.
- Es un honor morir a tu lado.
- Es un honor haber vivido a tu lado.
Mi reina. Mi esposa. Mi amor. Recuérdennos. La orden
más simple que un rey puede dar. Recuerden por qué
morimos. Él no deseaba tributos ni cantos. Ni
monumentos, ni poemas de guerra y valor. Su deseo fue
simple. Recuérdennos me dijo. Esa era su esperanza.
Allí nomás, los bárbaros se amontonan. Caen en pánico,
apretando sus corazones con manos heladas sabiendo
más que bien qué horrores inhumanos sufrieron bajo las
espadas y lanzas de los 300. Sin embargo, están aquí
mirando, a través de la planicie a 10.000 espartanos,
comandando a 30.000 griegos libres. El enemigo nos
excede en número apenas por 3 a 1. Buenas
posibilidades para cualquier griego. Este día,
salvaremos al mundo del misticismo y la tiranía y nos
conduciremos a un futuro más brillante que cualquier
cosa que podamos imaginar. Den gracias, hombres a
Leónidas y a sus valientes 300. ¡Hasta la victoria!