Frente a Frente (Kaiser:Mayol)

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10 LATERCERA Sábado 19 de septiembre de 2015 Es imposible respetar los proyectos de vida de las personas, esto es, el despliegue de su singularidad en todo su potencial, y al mismo tiempo esperar igualdad. Por eso el proyecto igualitario debe basarse en la coacción estatal. FRENTE A FRENTE Axel Kaiser Director ejecutivo Fundación para el Progreso ¿ POR QUÉ hablar de “ti- ranía de la igualdad”? Se me ha preguntado a raíz de un libro reciente de mi autoría con ese título. Primero, porque en la discusión pública nacio- nal el tema de la igualdad se ha im- puesto casi como un dogma religioso repetido sin mayor análisis crítico. Si usted osa cuestionarlo es conde- nado inmediatamente casi como lo peor de la sociedad. La segunda ra- zón de hablar de una “tiranía de la igualdad” es que la igualdad fáctica y la libertad son conceptos total- mente opuestos e incompatibles. Si usted quiere igualar a Alexis Sán- chez con el resto de los jugadores de fútbol debe necesariamente “bajarlo de los patines” e impedirle que jue- gue según su potencial. Es imposible respetar los proyectos de vida de las personas, esto es, el despliegue de su singularidad en todo su potencial, y al mismo tiempo esperar igualdad. Por eso el proyecto igualitario debe basarse en la coacción estatal, pues es el Estado el que tiene el monopo- lio de la violencia física necesario par imponer la igualdad. A eso se re- fería Friedrich Nietzsche cuando dijo que el socialismo era el herede- ro del despotismo y que buscaba la aniquilación formal del individuo. Su compatriota, Wilhelm Röpke, ad- virtió que la búsqueda consecuente de la igualdad inevitablemente lle- varía a una tiranía de terribles con- secuencias. ¿Exageraba Röpke? Si los factores que nos diferencian y llevan a resultados desiguales son múltiples, incluyendo la familia, la genética, la suerte, el contexto so- cial, las preferencias de cada uno, etc., ¿cómo se podría intentar igual- dad si no es reprimiendo e intervi- niendo cada uno de esos aspectos? En la China de Mao el igualitarismo socialista llegó al extremo de obligar a todos a vestirse igual, llevar el mismo corte de pelo, pensar igual y mucho más. Usted dirá con razón que eso fue una locura y que nada parecido se pretende en Chile. Es cierto, pero no hay que equivocarse, porque el principio es el mismo: igualar a la gente pasa por violentar su libertad. Lo único que hace ma- yor o menor la escala de violencia es el grado en que se la pretende igua- lar. Si usted sólo quiere igualar a la gente en educación escolar, por ejemplo, debería establecer una Es- cuela Nacional Unificada controlada por el Estado que prohíba a todos los padres de Chile decidir a qué colegio enviar a sus hijos y que elimine la educación privada. Eso, por su pues- to, destruiría la libertad de elegir de las personas, algo que de hecho hace parcialmente la reforma educacio- nal aprobada hace poco. Para salvar esta obvia contradicción entre libertad e igualdad, los socialis- tas dicen que “la igualdad es el régi- men de la libertad”. Este argumento incuba un germen totalitario presen- te desde Rousseau hasta Marx, según el cual usted sólo es libre si sigue lo que dictamina la autoridad, la que a su vez sabe mejor que usted lo que le conviene. Además, confunde la idea de libertad con riqueza bajo el argu- mento de que “el Estado hace libre a ¿Es excluyente la libertad con la igualdad? La tiranía de la igualdad las personas dándole medios que no tienen”. La falacia es evidente, pues si la riqueza fuera condición de liber- tad, entonces ¿de dónde vino toda la riqueza que existe en el mundo hoy si no fue de la libertad para crearla cuando no existía? No hay que dejar- se engañar: la única libertad real, como dijo Isaiah Berlin, es la que consiste en “elegir lo que queremos elegir, porque queremos elegir de esa forma, sin coacción, sin intimida- ción, sin ser tragados por algún vasto sistema; y en el derecho a resistir, a ser impopulares y a defender nues- tras convicciones sólo porque son nuestras convicciones”. Alberto Mayol Académico Universidad de Santiago La libertad es una condición de una sociedad moderna y la igualdad es el pacto fundamental para que esa sociedad sea tal cosa. En su comprensión más profunda, la igualdad genera fraternidad, que en Chile es sólo un residuo productivo. L A DISCUSIÓN sobre la libertad y la igualdad está planteada -en el Chile actual- desde un li- beralismo barato que no sabe pensar ni la una ni la otra. Se plantea como una disyuntiva ante una oferta de va- lores. Sin embargo, el problema que subyace a la discusión es normativo y no sólo valorativo, es decir, tiene rela- ción con los procesos de configuración de lo social (problemas materiales) y no sólo con los dilemas individuales de una reflexión idealista. Y en ese marco (la vida material), la igualdad y la li- bertad se requieren entre sí. La cuestión de fondo es que una so- ciedad desigual es inviable, pues en la práctica produce diversos sistemas normativos no asimilables entre sí (aparecen distintas “sociedades”). De- riva de ella el aumento en la delin- cuencia, la devaluación de la educa- ción y del mérito, la profundización de la criminalidad, malestar social, medi- calización de problemas sociales, en- tre otros. Una sociedad por definición debe tener participación igualitaria para sus miembros en los beneficios y perjuicios. Es un implícito de lo social por una razón sencilla: es obvio que sin importar el saber que se posea o las capacidades que se porten, ningún ser humano puede ser 200 veces más pro- ductivo que otro (más o menos la dife- rencia entre el ingreso promedio de los hogares en Chile con el 1% más rico). Si ello acontece no es virtud ni demérito de los individuos, sino un problema en la distribución de la so- ciedad. Para colmo, si el mecanismo de integración social es el consumo (que depende del ingreso), entonces la desigualdad es sencillamente exclu- yente para quienes no logran partici- par de la zona de beneficios (que nor- malmente es la mayoría). La sociedad contemporánea debe re- tomar el ideario moderno en su totali- dad y sin remilgos: ¿Libertad? Por su- puesto, es decir, derecho a discutir en público las reglas de la comunidad (asamblea constituyente, por ejemplo). La libertad de elegir es un falso ídolo: parte de la premisa que existe una oferta fija en el mundo, no cree en la capacidad fértil del ser humano de ha- cer una nueva oferta. Y la otra forma de libertad, más acotada (me refiero a la económica), que se basa en que cada uno gana según su mérito, supone -por ejemplo- el fin del derecho a herencia. Por otro lado, la igualdad debe diferen- ciarse de la igualdad de oportunidades y de la equidad. Hablamos de igualdad en su sentido profundo, esto es, la ga- rantía de una sociedad que lucha con- tra la disolución de su carácter unitario por incremento de la diferencia social. La libertad es una condición de una so- ciedad moderna y la igualdad es el pac- to fundamental para que esa sociedad sea tal cosa. En su comprensión más profunda, la igualdad genera fraterni- dad. Si en Chile la fraternidad es sólo un residuo productivo de la Teletón y una apelación vacía de la Iglesia y los evangélicos, es porque la igualdad está fuera de nuestro horizonte político, en el que cuando mucho se ha usado el concepto sólo para ganar elecciones. La desigualdad no es sólo una enfer- medad económico-social. Lo es tam- bién en términos políticos (sólo algunos Se trata de un falso dilema pueden definir las reglas del resto), y lo es también en términos culturales (nos adaptamos a la desigualdad haciendo castas). La igualdad es fundamental en los procesos de estabilización. Aristóte- les predijo que sociedades con fuertes capas medias e igualitarias serían más sólidas. Przeworski lo ha demostrado estadísticamente. Pero en Chile, en nombre del futuro, se nos dice que de- fender la igualdad es stalinista y que su advenimiento arruinaría el desarrollo por atacar el derecho de propiedad. Por eso, quienes buscan estabilidad y de- fienden la desigualdad a la vez, sólo pueden llamar más policías como si esa fuera la política pública del futuro.

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Debate sobre desigualdad en Chile

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10 LATERCERA Sábado 19 de septiembre de 2015

Es imposible respetar los proyectos de vida de las personas, esto es, el despliegue de su singularidad en todo su potencial, y al mismo tiempo esperar igualdad. Por eso el proyecto igualitario debe basarse en la coacción estatal.

FRENTE A FRENTE

Axel Kaiser

Director ejecutivo Fundación para el Progreso

¿ POR QUÉ hablar de “ti-ranía de la igualdad”? Se me ha preguntado a raíz de un libro reciente de mi autoría con ese título. Primero, porque en la discusión pública nacio-

nal el tema de la igualdad se ha im-puesto casi como un dogma religioso repetido sin mayor análisis crítico. Si usted osa cuestionarlo es conde-nado inmediatamente casi como lo peor de la sociedad. La segunda ra-zón de hablar de una “tiranía de la igualdad” es que la igualdad fáctica y la libertad son conceptos total-mente opuestos e incompatibles. Si usted quiere igualar a Alexis Sán-chez con el resto de los jugadores de fútbol debe necesariamente “bajarlo de los patines” e impedirle que jue-gue según su potencial. Es imposible respetar los proyectos de vida de las personas, esto es, el despliegue de su singularidad en todo su potencial, y al mismo tiempo esperar igualdad. Por eso el proyecto igualitario debe basarse en la coacción estatal, pues es el Estado el que tiene el monopo-lio de la violencia física necesario par imponer la igualdad. A eso se re-fería Friedrich Nietzsche cuando dijo que el socialismo era el herede-ro del despotismo y que buscaba la aniquilación formal del individuo. Su compatriota, Wilhelm Röpke, ad-virtió que la búsqueda consecuente de la igualdad inevitablemente lle-varía a una tiranía de terribles con-secuencias. ¿Exageraba Röpke? Si los factores que nos diferencian y llevan a resultados desiguales son múltiples, incluyendo la familia, la genética, la suerte, el contexto so-cial, las preferencias de cada uno, etc., ¿cómo se podría intentar igual-dad si no es reprimiendo e intervi-niendo cada uno de esos aspectos? En la China de Mao el igualitarismo socialista llegó al extremo de obligar a todos a vestirse igual, llevar el mismo corte de pelo, pensar igual y mucho más. Usted dirá con razón que eso fue una locura y que nada parecido se pretende en Chile. Es cierto, pero no hay que equivocarse, porque el principio es el mismo: igualar a la gente pasa por violentar su libertad. Lo único que hace ma-

yor o menor la escala de violencia es el grado en que se la pretende igua-lar. Si usted sólo quiere igualar a la gente en educación escolar, por ejemplo, debería establecer una Es-cuela Nacional Unificada controlada por el Estado que prohíba a todos los padres de Chile decidir a qué colegio enviar a sus hijos y que elimine la educación privada. Eso, por su pues-to, destruiría la libertad de elegir de las personas, algo que de hecho hace parcialmente la reforma educacio-nal aprobada hace poco.

Para salvar esta obvia contradicción entre libertad e igualdad, los socialis-tas dicen que “la igualdad es el régi-men de la libertad”. Este argumento incuba un germen totalitario presen-te desde Rousseau hasta Marx, según el cual usted sólo es libre si sigue lo que dictamina la autoridad, la que a su vez sabe mejor que usted lo que le conviene. Además, confunde la idea de libertad con riqueza bajo el argu-mento de que “el Estado hace libre a

¿Es excluyente la libertad con la igualdad?

La tiranía de la igualdad

las personas dándole medios que no tienen”. La falacia es evidente, pues si la riqueza fuera condición de liber-tad, entonces ¿de dónde vino toda la riqueza que existe en el mundo hoy si no fue de la libertad para crearla cuando no existía? No hay que dejar-se engañar: la única libertad real, como dijo Isaiah Berlin, es la que consiste en “elegir lo que queremos elegir, porque queremos elegir de esa forma, sin coacción, sin intimida-ción, sin ser tragados por algún vasto sistema; y en el derecho a resistir, a ser impopulares y a defender nues-tras convicciones sólo porque son nuestras convicciones”.

Alberto Mayol

Académico Universidad de Santiago

La libertad es una condición de una sociedad moderna y la igualdad es el pacto fundamental para que esa sociedad sea tal cosa. En su comprensión más profunda, la igualdad genera fraternidad, que en Chile es sólo un residuo productivo.

LA DISCUSIÓN sobre la libertad y la igualdad está planteada -en el Chile actual- desde un li-beralismo barato que no sabe pensar ni la una ni la otra. Se plantea como

una disyuntiva ante una oferta de va-lores. Sin embargo, el problema que subyace a la discusión es normativo y no sólo valorativo, es decir, tiene rela-ción con los procesos de configuración de lo social (problemas materiales) y no sólo con los dilemas individuales de una reflexión idealista. Y en ese marco (la vida material), la igualdad y la li-bertad se requieren entre sí.

La cuestión de fondo es que una so-ciedad desigual es inviable, pues en la práctica produce diversos sistemas normativos no asimilables entre sí (aparecen distintas “sociedades”). De-riva de ella el aumento en la delin-cuencia, la devaluación de la educa-ción y del mérito, la profundización de la criminalidad, malestar social, medi-calización de problemas sociales, en-tre otros. Una sociedad por definición debe tener participación igualitaria para sus miembros en los beneficios y perjuicios. Es un implícito de lo social por una razón sencilla: es obvio que sin importar el saber que se posea o las capacidades que se porten, ningún ser humano puede ser 200 veces más pro-ductivo que otro (más o menos la dife-rencia entre el ingreso promedio de los hogares en Chile con el 1% más rico). Si ello acontece no es virtud ni demérito de los individuos, sino un problema en la distribución de la so-ciedad. Para colmo, si el mecanismo de integración social es el consumo (que depende del ingreso), entonces la desigualdad es sencillamente exclu-yente para quienes no logran partici-par de la zona de beneficios (que nor-malmente es la mayoría).

La sociedad contemporánea debe re-tomar el ideario moderno en su totali-dad y sin remilgos: ¿Libertad? Por su-puesto, es decir, derecho a discutir en público las reglas de la comunidad (asamblea constituyente, por ejemplo). La libertad de elegir es un falso ídolo: parte de la premisa que existe una oferta fija en el mundo, no cree en la capacidad fértil del ser humano de ha-cer una nueva oferta. Y la otra forma

de libertad, más acotada (me refiero a la económica), que se basa en que cada uno gana según su mérito, supone -por ejemplo- el fin del derecho a herencia. Por otro lado, la igualdad debe diferen-ciarse de la igualdad de oportunidades y de la equidad. Hablamos de igualdad en su sentido profundo, esto es, la ga-rantía de una sociedad que lucha con-tra la disolución de su carácter unitario por incremento de la diferencia social. La libertad es una condición de una so-ciedad moderna y la igualdad es el pac-to fundamental para que esa sociedad sea tal cosa. En su comprensión más profunda, la igualdad genera fraterni-dad. Si en Chile la fraternidad es sólo un residuo productivo de la Teletón y una apelación vacía de la Iglesia y los evangélicos, es porque la igualdad está fuera de nuestro horizonte político, en el que cuando mucho se ha usado el concepto sólo para ganar elecciones.

La desigualdad no es sólo una enfer-medad económico-social. Lo es tam-bién en términos políticos (sólo algunos

Se trata de un falso dilema

pueden definir las reglas del resto), y lo es también en términos culturales (nos adaptamos a la desigualdad haciendo castas). La igualdad es fundamental en los procesos de estabilización. Aristóte-les predijo que sociedades con fuertes capas medias e igualitarias serían más sólidas. Przeworski lo ha demostrado estadísticamente. Pero en Chile, en nombre del futuro, se nos dice que de-fender la igualdad es stalinista y que su advenimiento arruinaría el desarrollo por atacar el derecho de propiedad. Por eso, quienes buscan estabilidad y de-fienden la desigualdad a la vez, sólo pueden llamar más policías como si esa fuera la política pública del futuro.