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332 JAIME TORRES BODET.-MEMORIAS bre de 1943. Semejante coincidencia era, por tanto, un testi- monio valioso, de adhesión y de lealtad. * Hasta cierto punto, todo aquello podía estimularme. Pero no desconocía yo los peligros -políticos y morales- de iniciar, en las condiciones en que nos encontrábamos, una nueva reforma del artículo tercero. . Los peligros políticos eran obvios. La "izquierda" se ha- llaba en esos días muy dividida. Algunos de sus grandes representantes, como el licenciado Lombarda Toledano, po- dían admitir una enmienda del texto de 1934. Otros -y no menores-, como el licenciado Narciso Bassols, no la admitirían jamás. Por otra parte, la "derecha" no aprobaría reforma alguna que mantuviese el requisito de una autori- zación previa del poder público para establecer escuelas par- ticulares de educación primaria, secundaria y normal y de aquella (de cualquier tipo agrado) destinada a obreros y campesinos. Y, sobre todo, la Unión de Padres de Familia protestaría ante el hecho de que la autorización pudiera ser negada o revocada, sin que contra tales resoluciones proce- diese juicio o recurso alguno. Mis preocupaciones eran más profundas. ¿Tendrían ra- zón los que reclamaban la plena libertad de enseñanza, sin limitaciones ni cortapisas señaladas por el Estado? ¿Era justo que no procediese recurso alguno contra la negativa o la revocación de la autorización exigida para instalar ciertos tipos de escuelas en el país? "La enseñanza es libre", habían declarado los constitu- yentes de 1857. Y la opinión de los constituyentes de 1857 era, por todos conceptos, muy respetable. Pero vivían ellos en una época muy distinta, la del liberalismo clásico, que acabó por tener todas las consecuencias sociales que conoce- mas: predominio de individualismo, auge inmoderado de los más fuertes, desdén para las masas desheredadas por la cul- AÑOS CONTRA EL TIEMPO 333 tura. Años más tarde, en pleno desarrollo del porfirismo, hombres de la talla de don Justo Sierra habían exaltado --con razón- las ventajas de la escuela laica. Personalmente, no sigo el culto de Iglesia alguna. Sin embargo, respeto a los creyentes de cualquier religión y en cualquier lugar. Pero estimo que la conciencia del niñ~ ?O tiene por qué verse modelada, prematurament.e, en doml?los de categoría tan personal, por maestros surrusos a los 111te- reses de un credo determinado. La historia de México de- muestra hasta qué punto la llamada "libertad de enseñanza" fue en ocasiones un instrumento al servicio de quienes tra- , , taban de combatir a la libertad. La Constitución de 1917 garantiza la libertad de creencias. Por eso mismo, la escuela no debe ser, entre nosotros, ni un anexo clandestino del templo, ni un revólver deliberadamente apuntado contra la autenticidad de la fe. Núestras aulas .h.an de enseñar a vivir, sin odio para la religión que las familias profesen, pero sin complicidad con los fanatismos ~ue cual- quier religión intente suscitar en ~as n~evas ?e?eraC1~nes. Si la historia de México hubiera Sido distinta, S1no hu- biésemos experimentado las luchas a que dieron lugar las ambiciones confesionales, de orientación política más o me- nos disimulada, y la reacción natural contra ese género de ambiciones, habría podido intentar se, quizá, modificación de términos diferentes. Pero los riesgos estaban aún dema- siado próximos; los rencores aún demasiado vivos. Nada debíamos oponer, por supuesto, a la libertad de la enseñanza superior, destinada a jóvenes que, por su edad, han alcan- zado normalmente lucidez bastante para las tareas de la discusión y del libre examen. Sin embargo, las escuelas pri- marias, las secundarias -y las normales- tendrían que permanecer ajenas a Cualquier doctrina religiosa, si no que- ríamos que, con el tiempo, confesiones en pugna compitiesen para dominar a la juventud, con detrimento de la libertad de creer -o de no creer- que nuestras leyes admiten y reconocen para beneficio de todos los mexicanos.

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bre de 1943. Semejante coincidencia era, por tanto, un testi-monio valioso, de adhesión y de lealtad.

*Hasta cierto punto, todo aquello podía estimularme. Pero

no desconocía yo los peligros -políticos y morales- deiniciar, en las condiciones en que nos encontrábamos, unanueva reforma del artículo tercero. .

Los peligros políticos eran obvios. La "izquierda" se ha-llaba en esos días muy dividida. Algunos de sus grandesrepresentantes, como el licenciado Lombarda Toledano, po-dían admitir una enmienda del texto de 1934. Otros -yno menores-, como el licenciado Narciso Bassols, no laadmitirían jamás. Por otra parte, la "derecha" no aprobaríareforma alguna que mantuviese el requisito de una autori-zación previa del poder público para establecer escuelas par-ticulares de educación primaria, secundaria y normal y deaquella (de cualquier tipo agrado) destinada a obreros ycampesinos. Y, sobre todo, la Unión de Padres de Familiaprotestaría ante el hecho de que la autorización pudiera sernegada o revocada, sin que contra tales resoluciones proce-diese juicio o recurso alguno.

Mis preocupaciones eran más profundas. ¿Tendrían ra-zón los que reclamaban la plena libertad de enseñanza, sinlimitaciones ni cortapisas señaladas por el Estado? ¿Era justoque no procediese recurso alguno contra la negativa o larevocación de la autorización exigida para instalar ciertostipos de escuelas en el país?

"La enseñanza es libre", habían declarado los constitu-yentes de 1857. Y la opinión de los constituyentes de 1857era, por todos conceptos, muy respetable. Pero vivían ellosen una época muy distinta, la del liberalismo clásico, queacabó por tener todas las consecuencias sociales que conoce-mas: predominio de individualismo, auge inmoderado de losmás fuertes, desdén para las masas desheredadas por la cul-

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tura. Años más tarde, en pleno desarrollo del porfirismo,hombres de la talla de don Justo Sierra habían exaltado--con razón- las ventajas de la escuela laica.

Personalmente, no sigo el culto de Iglesia alguna. Sinembargo, respeto a los creyentes de cualquier religión y encualquier lugar. Pero estimo que la conciencia del niñ~ ?Otiene por qué verse modelada, prematurament.e, en doml?losde categoría tan personal, por maestros surrusos a los 111te-reses de un credo determinado. La historia de México de-muestra hasta qué punto la llamada "libertad de enseñanza"fue en ocasiones un instrumento al servicio de quienes tra-, ,taban de combatir a la libertad.

La Constitución de 1917 garantiza la libertad de creencias.Por eso mismo, la escuela no debe ser, entre nosotros, ni unanexo clandestino del templo, ni un revólver deliberadamenteapuntado contra la autenticidad de la fe. Núestras aulas .h.ande enseñar a vivir, sin odio para la religión que las familiasprofesen, pero sin complicidad con los fanatismos ~ue cual-quier religión intente suscitar en ~as n~evas ?e?eraC1~nes.

Si la historia de México hubiera Sido distinta, S1no hu-biésemos experimentado las luchas a que dieron lugar lasambiciones confesionales, de orientación política más o me-nos disimulada, y la reacción natural contra ese género deambiciones, habría podido intentar se, quizá, modificaciónde términos diferentes. Pero los riesgos estaban aún dema-siado próximos; los rencores aún demasiado vivos. Nadadebíamos oponer, por supuesto, a la libertad de la enseñanzasuperior, destinada a jóvenes que, por su edad, han alcan-zado normalmente lucidez bastante para las tareas de ladiscusión y del libre examen. Sin embargo, las escuelas pri-marias, las secundarias -y las normales- tendrían quepermanecer ajenas a Cualquier doctrina religiosa, si no que-ríamos que, con el tiempo, confesiones en pugna compitiesenpara dominar a la juventud, con detrimento de la libertadde creer -o de no creer- que nuestras leyes admiten yreconocen para beneficio de todos los mexicanos.

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Un liberal de 1945 no podía olvidar el pasado de laRepública. Y tenía que actuar como actuó, en definitiva, elgobierno del general Avila Camacho. y cito personalmentea don Manuel porque, día a día, mientras avanzábamos enla redacción del artículo que el Ejecutivo iba a proponer alCongreso, estuvo él en estrecho contacto con nuestros diver-sos esbozos y, también, con nuestras inquietudes: Don Ma-nuel era un sincero católico. Pero era, asimismo, un soldadode la Revolución. y el soldado de la Revolución comprendió-con patriótica claridad- que no podíamos ir más lejose lo que fuimos, sin traicionar nuestro origen y sin defrau-

dar los intereses permanentes de nuestro pueblo., ¿En qué consistiría, entonces, la enmienda que propon-

dríamos al Congreso? Ante todo, en eliminar de la redac-ción del artículo tercero, aprobada en 1934, una curiosajactancia: la de creer que la educación puede inculcar, entodas sus fases, un "concepto exacto del universo". Y, ade-m~s, en suprimir un alarde político manifiesto: el queafirmaba que la educación mexicana era socialista. ¿En quéparte de nuestro territorio se daba, en verdad, esa educa-ción? De hecho, en ningún lugar; ni siquiera en los librosde propaganda (los fanatismos no se combaten con fana-tismos) que se ofrecieron, a veces, como manuales escolareso como textos complementarios de lectura ...

. E~a preferible definir, con la mayor nitidez posible, elcriterio que debería orientar, en lo sucesivo, a la educación.Una educación tendiente a desarrollar, de manera armónica,todas las facultades del ser humano, y a fomentar en él, a lavez, el amor a la patria y la conciencia de la solidaridadinternacional en la independencia y en la justicia. Una edu-cación democrática, que considerase a la democracia no sola-n:ente como una estructura jurídica y un régimen político,sino como un sistema dé vida fundado en el constantemejora.~iento .económico, social y cultural del pueblo. Unaeducación nacional que, sin hostilidades ni exclusivismos,

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atendiera a la comprensión de nuestros problemas, al apro-vechamiento de nuestros recursos, a la defensa de nuestraindependencia política, al aseguramiento de nuestra indepen-dencia económica y a la continuidad así como al acrecenta-miento de nuestra cultura. Una educación capaz de contribuira la mejor convivencia humana, tanto por los elementos queaportase a fin de robustecer en el educando -junto con elaprecio para la dignidad de la persona y la integridad de lafamilia- la convicción del interés general de la sociedad,cuanto por el cuidado que pusiera en sustentar los idealesde fraternidad e igualdad de derechos de todos los hombres,evitando los privilegios de razas, de sectas, de grupos, desexos o de individuos.

Me doy cuenta de que, al resumir las ideas que nos pa-reció indispensable incluir en la parte doctrinal del nuevoartículo tercero, lo que he hecho, prácticamente, ha sidoreproducir su texto, sintetizándolo.* Y me congratulo de talanticipación, pues el lector podrá comprender así, más fácil-mente, cuáles eran nuestras intenciones fundamentales: daral gobierno de México una serie de normas educativas queno ignorasen ni las mejores tradiciones de su pasado histó-

'" En el resumen que acabo de formular, no figura un párrafo que tengoel deber de citar textualmente ahora. Ese párrafo es el siguiente: "Garan-tizada por el artí.ulo 24 la libertad de creencias, el criterio que orientaráa dicha educacián (nos referíamos a la enseñanza impartida por el Estado:Federación, Estados y Municipios) fe mantendrá por completo a;eno a .ual·quier doctrina religiosa, y, basado en los resultados del progreso cientijico,lu.hará contra la ignorancia y sus ejectos, las servidumbres, los fanatismosy los prejuicios,"

Ese párrafo fue el que mayores críticas suscitó en cierto sector de laprensa de la República. Los escritores que colaboraban en diarios y revistasde tal sector, no podían oponerse frontalmente a que nuestra educaciónestuviera basada "en los resultados del progreso científico", ni podían atre-verse a pedir que no luchara el país contra la ignorancia; pero habríanpreferido que desapareciese la última frase, relativa a "las servidumbres, losfanatismos y los prejuicios". Con sólo eso, demostraban qué era lo queinsistían en proteger: la consolidación de las servidumbres y el manteni-miento de los fanatismos y los prejuicios. .. En el momento de las delibe-raciones, semejantes críticas sirvieron más al Ejecutivo que la vehemenciade algunas otras voces y los elogios de algunas otras plumas.

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rico liberal, ni las verdaderas conquistas de su experienciarevolucionaria, ni las posibilidades de un progreso erigidoen el patriotismo y en la voluntad de cooperación con todoslos pueblos de la tierra.

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No fue el éxito obtenido en la Conferencia de Londreslo que me incitó á formular una redacción como la que hetranscrito en los párrafos precedentes. Fue, al contrario, lacircunstancia de que, al preparar las intervenciones de la de-legación que debería representar a México en la Gran Bre-taña, había acabado por definir un criterio idéntico, esti-mando que ese criterio era digno de la República -y digno,por otra parte, de que la República lo ofreciese a la discu-sión internacional convocada en Londres.

El general Avila Camacho leyó atentamente los diver-sos borradores del anteproyecto, al cual -de acuerdocon sus últimas instrucciones- dimos forma definitiva eljueves 13 de "diciembre de 1945. El fue quien decidió en-cargarse de hablar con los diputados y senadores capacesde ejercer influencia mayor en el curso de los debates delas dos Cámaras.

El viernes 14, me llamó por teléfono. Se encontraba enLos Pinos. Me expresó el deseo de que fuese a vedo inme-diatamente. Tomé el automóvil, me dirigí a su despacho,y encontré a don Manuel más sonriente que de costumbre.Había tenido, al parecer, éxito absoluto en su conversacióncon los representantes de los sectores más avanzados en lapolítica mexicana. No me ocultó, por cierto, que el licenciadoLombarda Toledano le había brindado una ayuda tan hábilcomo eficaz. *

* De acuerdo con las noticias aparecidas en los periódicos capitalinosdel sábado 15, asistieron a la entrevista celebrada en Los Pinos (entre otros,y además del licenciado Lombardo Toledano) los señores Alvaro LivasMarfil, de la Confederación Nacional Campesina; Juan Gil Preciado y An-tonio Nava Castillo, de la Confederación Nacional de Organizaciones Po-

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El solo cambio pedido -que don Manuel aceptó desdeluego- era el siguiente: después del párrafo en que se de-claraba obligatoria (y gratuita) la educación primaria, seañadiría un nuevo apartado -el número VII-, estable-ciendo que "toda la educación que el Estado imparta serágratuita" .

Me incliné ante sus razones, aunque no sin hacerle verque esa frase -muy generosa- suscitaría, a la larga, seriasdificultades. Si, en 1945, con una población de menos deveintitrés millones de habitantes, nuestro 'sistema de educa-ción primaria era tan raquítico todavía -y resultaban tanescasos nuestros planteles de nivel medio-, ¿qué ocurriríaen 1965 o en 1980?

A la postre, por el rápido aumento de la población ypor la incapacidad económica de los presupuestos, aquellanorma, aparentemente tan justa, limitaría el desarrollo delos establecimientos escolares sostenidos por el poder públicoy contribuiría indirectamente al auge de los planteles par-ticulares, con elevadas cuotas de inscripción y colegiatura.Sin esa cláusula, el Estado hubiera podido promover unrégimen más generoso de becas para ~os educando s pobres

pulares; Alberto Lumbreras y Bias Manrique, y, como representantes delSNTE, los profesores Gaudencio Peraza, Félix Patiño, Alfonso RamírezAltamirano y Aureliano Esquivel,

Excélsior reprodujo la siguiente declaración, hecha por el licenciadoLombardo Toledano: "Al salir, manifestó a los periodistas que, despuésde que el Sindicato de Trabatadores de la Educación estudió la convenien-cia de reformar el artículo 3? Constitucional, los sectores revolucionariosse reunieron antier, en el domicilio social del SNTE, para analizar a su veztales reformas. En esa junta, se resolvió solicitar una entrevista del Presi-dente, para expresarle que las demandas del clero y de los reaccionarios engeneral, tendientes a lograr la reforma del artículo 3?, deben ser rechazadas.Consideran los de la izquierda que el contenido fundamental del artículodebe ser mantenido como está y que, al iniciarse nuestro país en una nuevaetapa histó"ica, que abarca al mundo entero y por ende influye en la Revo-lución Mexicana, es indispensable realizar la reforma del artículo 3?, sí, peroenriqueciéndolo, actualizándolo e incorporando en él el programa de laRe1)0lución y los ideales del pueblo mexicano en este período de la euolu-cián- histórica, ante los grandes problemas que la gue,'ra ha planteado."

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y establecer medidas de colaboración financiera para los co-legiales con familias de recursos económicos suficientes.

Don Manuel me miró, no sin ironía. Y me dijo: "Nopuede siempre obtenerse, don Jaime, todo lo que se quiere.Felicitémonos de lo conseguido."

Por la tarde del mismo viernes 14, reuní en mi despachoa los representantes de la prensa. Les di a conocer el textodel proyecto remitido al Congreso. Y les entregué, por es-crito, las siguientes declaraciones:

"El proyecto de reforma del artículo 3Q Constitucional,enviado hayal H. Congreso de la Unión por el señor Pre-sidente Avila Camacho, se inspira ante todo en el propósitode precisar con claridad cuáles han de ser los objetivos denuestra educación pública.

"Tal como los define la redacción propuesta, esos obje-tivos coinciden con la tesis que México sustentó ante la Con-ferencia Educativa, Científica y Cultural efectuada en Lon-dres en noviembre del año en curso y, además, respondena los principios solemnemente proclamados allí, en nombrede sus pueblos, por 43 gobiernos de las Naciones Unidas.

"Educación integral. Es decir: no sólo instrucción de lainteligencia, sino desarrollo de todas las facultades del indi-viduo y, como consecuencia, formación del carácter.

"Educación para la democracia, para la libertad y parala justicia social. Es decir: fomento de todas las enseñanzas,disciplinas y actividades capaces de ahondar en el ciudadanoel sentido de su responsabilidad permanente, como persona,como miembro de una familia, como factor de equidad yprogreso en el seno de la nación, y como defensor de la in-dependencia y de los derechos humanos en el campo inter-nacional.

"Lucha contra la ignorancia. Y lucha fundada en lasconclusiones de la investigación científica. 0, lo que es lomismo: lucha fundada en la fuerza imparcial y serena dela verdad.

"Comprensión de lo nuestro; pero no para suscitar los

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errores de un nacionalismo ciego e intolerante, sino paraasegurar nuestra vida y nuestro adelanto en bien de la solida-ridad universal y para contribuir, cada vez con mayor am-plitud, a la paz del mundo.

"Dentro del espíritu de los mejores esfuerzos de nuestrahistoria, y de las más genuinas y firmes aspiraciones de nues-tra Revolución, he ahí, en síntesis, las finalidades que señalaa la educación pública el proyecto que acaba de someter elEjecutivo al estudio y a la resolución de nuestro Congreso."

*La reaccion pública fue inmediata. El lunes 17 de di-

ciembre, los diarios reprodujeron un testimonio del Sindi-cato Nacional de los Trabajadores de la Educación. Losmaestros manifestaban su acuerdo con el proyecto del Eje-cutivo, pues -según decían- "las reformas propuestas porel Primer Mandatario no afectaban en nada el espíritu revo-lucionario de la ley". Prudentemente, el SNTE anunciaba,sin embargo, que discutiría el punto en su próximo CongresoNacional, convocado para los últimos días de diciembre de1945 -y efectuado, en realidad, en enero de 1946; es decir:cuando ya las dos Cámaras habían dado su aprobación a lainiciativa presidencial.

El editorialista de Excélsior objetaba ciertas frases delnuevo texto: sobre todo, la alusión a los "fanatismos" y alos "prejuicios". Hubiera preferido -además- que el ar-tículo tercero "consagrara el principio de libertad de ense-ñanza". Pero añadía: "Sin embargo, no es posible desconocerla realidad de México, ni su historia inmediata, ni menos lamediata, y comprendemos que no se pudo intentar más yque lo hecho, por el espíritu conciliador que en parte tiene,merece la felicitación sincera de quienes no pueden suscri-birlo totalmente." En el mismo diario, la voz de Aldo Ba-roni nos resultaba más favorable. "El pueblo de México harecibido -decía- de manos del Presidente de la República