Gedge Pauline - Aguilas y Cuervos

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AGUILAS Y CUERVOSPauline Gedge

En el siglo I, tras la conquista del emperador Claudio, las tribus celtas de Albion son sometidas por Roma. La omnipotente guila imperial romana impondr su dominio, su cultura, otros ritos, otros dioses a un pueblo de artesanos y guerreros. Con la ayuda del arcano saber de los druidas, los cuervos celtas se replegarn hacia el oeste, dispuestos a iniciar la resistencia a las rdenes de Caradoc. Durante tres generaciones se entretejern traiciones, pasiones, demostraciones de honor y de coraje. Caradoc ser desterrado a Roma, pero Boudica dirigir la lucha de un pueblo por recuperar su identidad frente al invasor romano. Pauline Gedge naci en 1945 en Auckland (Nueva Zelanda). Su niez transcurri en Oxfordshire, Inglaterra, y ms tarde se traslad a Canad, donde reside actualmente. Logr un extraordinario xito de ventas con su primera novela La dama del Nilo, ambientada en el antiguo Egipto, pas donde la autora goza de un importante reconocimiento; tanto esta novela como El faran y El papiro de Saqqara han sido publicadas en la presente coleccin. Aguilas y cuervos es su segunda obra, en la que se adentra en la vida e historia de los celtas.

guilas y cuervos Novela Histrica Pauline Gedge SALVAT Diseo de cubierta: Ferran Cartes/Montse Plass Traduccin: Carmen Bordeu Traduccin cedida por Emec Editores, S.A. Ttulo original: The Eagle and the Rayen Este libro es para Sylvie, que convirti un pequeo jardn en una finca y que, adems, corta muy bien las flores. 1995 Salvat Editores, S.A. (Para la presente edicin) 1978 by Pauline Gedgc Emec Editores, 1994 ISBN: 84-345-9042-5 (Obra completa) ISBN: 84-345-9102-2 (Volumen 59) Depsito Legal: B-25805-1995 Publicado por Salvat Editores, S.A., Barcelona Impreso por CAYFOSA. Septiembre 1995 Printed in Spain Impreso en Espaa Versin digital: Correccin y Revisin por Kory

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Otoo del ao 32 d. de C.

CAPITULO 1

Caradoc se abri paso entre la densa espesura de los brezos y por fin sali al descampado. Libre de las sombras ttricas del bosque, y con una sensacin de alivio, envain su espada, se ci la capa con ms firmeza y se acuclill por un momento en la pendiente suave de la orilla del ro. All, mientras observaba el indolente fluir de las aguas, recobr el aliento y el rumbo. Por un momento se haba credo perdido y haba sacudido la espada en los corredores desconocidos, consciente del pnico que le embargaba. En un da como aqul, festividad de Samain, hasta los mejores guerreros de su padre, hombres que no teman a nada ni a nadie, sentan miedo y no se avergonzaban de ello. El cielo haba estado gris todo el da y se haba levantado un viento recio y violento. Pronto llovera, pero Caradoc se retras, reticente a dejar la hierba hmeda; no obstante, se senta inquieto por la inminente cada de la noche y porque los rboles a su espalda susurraban oscuros secretos que no poda entender. Se estremeci pero no de fro y, malhumorado, se acurruc todava ms bajo la capa para pensar en todos los Samains que haba visto ir y venir. Sus recuerdos ms remotos estaban cargados del mismo temor que lo haba sobrecogido en el bosque: de su padre, Cunobelin, sentado como una sombra gigante contemplando el fuego; de Togodumno, su hermano, y Gladys, su hermana, callados y ajenos, abrazados a los pies de su padre; de su madre en la cama estrechndole con los brazos rgidos. El pavoroso viento otoal ululaba alrededor de las pieles que tapaban las puertas, y las caricias de la noche hacan crujir el techo de paja que los cubra. Entonces permanecan sentados durante las largas y oscuras horas; los nios dormitaban y se despertaban para ver el fuego que se consuma, mientras Cunobelin, inclinado sobre l, echaba ms lea; slo se atrevan a hablar cuando el amanecer plido y vacilante avanzaba lenta y tmidamente dentro de la habitacin. Ms tarde, despus de las gachas, el pan y un trozo de panal, se reunan en el Gran Saln y contaban con inquietud a los jefes y los hombres libres a medida que entraban en el recinto, temerosos de preguntar si alguien haba muerto, temerosos de preguntar quines se haban salvado. Luego, ya entrada la fra maana, comenzaba la matanza del ganado y durante das, el olor a sangre penda sobre la aldea. Samain. Cmo lo odiaba. Otra noche de terror; otro da de matanza, otro ao casi terminado. Un sbito estallido de color llam su atencin y se volvi. Su hermano haba surgido de entre los rboles donde el sendero se curvaba y descenda hacia la orilla del ro. Togodumno no estaba solo. Aricia caminaba junto a l, su cabello negro ondeaba detrs de ella y los pliegues largos de su tnica se cean a su cuerpo gil mientras su capa azul golpeaba contra la capa carmes de Tog. Parecan estar discutiendo; se detuvieron y se miraron; sus voces se elevaron con vehemencia, pero estaban demasiado lejos para que Caradoc pudiera captar las palabras. De repente, rompieron a rer y las manos de Aricia, sus dedos blancos y largos, aletearon en la luz que se desvaneca. Las plidas mariposas de primavera. Por un momento, Caradoc qued deslumbrado por su vuelo, pero pronto se incorpor y el movimiento le delat. Togodumno le vio, le hizo una seal con la mano y empez a correr sendero abajo. Aricia alz ligeramente la capa y trat en vano de envolverse con ella, mientras Caradoc se diriga lentamente al encuentro de ambos. Te perdimos de vista! grit Togodumno al acercarse jadeando. Lo has matado? No. Se meti dentro de un matorral y cuando los perros encontraron un lugar por donde entrar, haba desaparecido. Dnde est mi caballo? Aricia lo at al de ella y despus nos pusimos a buscarte. Estaba enojada porque pronto cerrarn las puertas y parece que la noche ser tormentosa. Quera abandonarte a tu suerte. Sonri. No deseaba pasar la vspera del Samain en los bosques.

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T eras el que miraba con miedo por encima del hombro, Tog, y yo la que guiaba el caballo de Caradoc protest Aricia con contundencia. No le temo a nada asever, y sonri a Caradoc con una expresin cmplice. Era entrada la tarde y la luz disminua con rapidez. En el norte, las nubes se hinchaban de manera amenazadora, apiladas una sobre otra por la fuerza del viento; los tres cazadores se apresuraron hacia los caballos y montaron deprisa. Togodumno tom la delantera, a paso largo y siguiendo el curso del agua. Aricia se le uni con un galope y Caradoc cerraba la marcha. Cuando hubieran dejado atrs las primeras puertas, an tendran que cabalgar nueve kilmetros entre grupos de chozas dispersas y granjas y bordeando praderas. En una hora estaran bebiendo vino tibio ante sus fogatas, con los pies cerca de las acogedoras llamas. De pronto, Caradoc pas con estruendo junto a Aricia e indic a Togodumno que detuviera el caballo. Los perros! exclam mientras agitaba los brazos con furia. Nos hemos olvidado de los perros! Estpido! le insult Togodumno. Adnde fueron despus de que perdieran al jabal? Olfatearon otra psta y se metieron dentro de la maleza. Les silb y vinieron; entonces emprend el camino de regreso al sendero. Por qu me insultas? Vosotros sois los idiotas por no haberlos seguido cuando iban excitados tras la presa! Los dos sois estpidos e idiotas intervino Aricia. Su voz denotaba una pizca de pnico. Cunobelin os prohibi que salierais con los perros, ya que deben marchar a Roma pasado maana. Pero qu signific eso para vosotros? Slo otra advertencia de la que harais caso omiso. Junt las riendas y acicate a su caballo con las rodillas. Bueno, podis volver a los bosques y buscarlos, si os atrevis. Yo tengo fro y estoy cansada. Me voy. Pas trotando junto a ellos y luego se alej velozmente. En un momento, la oscuridad la devor y los hombres se quedaron solos. Se miraron, conscientes de la oscuridad creciente y de las cosas innombrables que les aguardaban entre los rboles. Qu hacemos ahora? pregunt Togodumno. Qu arpa... Fue idea de ella que saliramos a cazar hoy y lo sabe muy bien. Una noche de stas la coger y la atar a un rbol para que el Cuervo de las Pesadillas la haga suya. Shhh sise Caradoc. Te oir y vendr. Debemos volver a casa. Maana se lo diremos a nuestro padre y aceptaremos el castigo. Togodumno mene la cabeza, pero Caradoc ya se diriga hacia las puertas y no tuvo ms remedio que seguirle. El viento haba arreciado y araaba sus cabellos y sus talones. Los caballos resoplaban y comenzaron a galopar con mpetu. Cuando alcanzaron las primeras puertas, se tiraron de los caballos y corrieron por el puente sobre el foso, con las riendas en las manos sudadas. Mientras se acercaban tambalendose a toda prisa hacia las puertas, el guardia sali corriendo sosteniendo una antorcha en alto. No os iba a esperar ni un momento ms, seores gru mientras cerraba las grandes puertas de madera detrs de los caballos. Vaya estupidez, hacerme quedar sentado junto a puertas indefensas justo esta noche! El hombre tena su espada en la otra mano. Pero de qu serva una espada contra los demonios de Samain?, se pregunt Caradoc. Aricia ya ha entrado? inquiri. El hombre asinti. Y perros? Han entrado perros? Si, por cierto. Una jaura. Hace una hora, excitados y cansados. Togodumno le dio una palmada a su hermano en la espalda. Ah tienes! Los perros tienen ms juicio que nosotros! Gracias, hombre libre. Regresa a tu casa. El hombre envain su espada y se alej. Ahora, a la cama suspir Caradoc mientras montaban. Ni siquiera tenemos un conejo para disimular un da desperdiciado. Nuestro padre sin duda notar la oreja rota de Bruto. Por supuesto, y nos quitar una ternera a cada uno por el precio del perro. Qu mala suerte! 4

Qu otra cosa puede traer la vspera de Samain sino mala suerte? Y justo cuando mi precio de honor estaba aumentando. Es bueno que tu precio de honor no dependa slo de tu ganado. Qu garanta te ofreci Sholto por el prstamo de tus dos toros? l y su clan me juraron lealtad. Es hombre para tener a tu lado. Le dije que si me juraba fidelidad a mi en vez de a ti le regalara uno de los toros y le comprara a su esposa una copa de plata romana. Caradoc! La lealtad de un hombre libre no vale un toro entero! Adems, yo le ofrec un toro y una ternera. Entonces, por qu decidi prestarme juramento a mi? Porque lo nico que hacen tus hombres libres es contar tus preciosas vacas. Oh, maldicin, est empezando a llover! Tal vez nieve. An es demasiado pronto contest Caradoc con brusquedad y prosiguieron la marcha en silencio, con los hombros hundidos dentro de las capas, el agua goteando de sus codos y talones y las caras fras. El camino se iba haciendo cada vez ms oscuro a medida que seguan el sendero spero y tortuoso a travs de los pequeos campos de labor. Los campesinos deban de estar apiados en sus chozas, y los jefes y hombres libres en sus casas de madera, de modo que no vieron a nadie. De vez en cuando, oan el mugido inquieto del ganado que haba sido trado de los pastizales de verano y arriado dentro de las empalizadas de madera; pero hasta los animales salvajes se haban guarecido y los dos jvenes se sentan los nicos seres vivientes sobre la tierra. Caradoc y Togodumno avanzaban con dificultad, los cascos de los caballos pisaban casi silenciosamente el sendero mojado y cubierto de hojas. Al lado de stas podan ver el rastro de Aricia en la hierba hmeda, las pisadas de los caballos ya cubiertas por el agua negra. Pero pronto la noche se volvi del todo oscura y no pudieron ver nada excepto la delgada franja de camino que serpenteaba lenta y soporferamente debajo de ellos. Togodumno empez a cantar en voz baja para s, pero Caradoc le mand callar de nuevo, avergonzado del temor que brotaba de su interior. A los diecisiete aos ya haba matado su hombre y robado ganado; haba cazado ciervos, jabales y lobos salvajes. Poda afrontar y comprender esas cosas, pero los espritus nebulosos y a la deriva del Samain, los demonios que esperaban esa noche para arrastrar a sus vctimas a los bosques, a sos no poda derrotarlos con un golpe de su espada. En ese momento los senta, acechando al amparo de las ramas sombras y desnudas que se juntaban sobre su cabeza, mirndole con odio, deseando hacer el mal. Apret fuertemente las riendas mojadas y habl al caballo en voz baja. Togodumno comenz a tararear, pero en esa ocasin Caradoc le dej en paz. Una curva ms y estaran en casa. Por fin desmontaron dentro de las segundas puertas. Tenan los muslos mojados e irritados y las manos azules por el fro. El criado de las cuadras sali corriendo a recibirles. Tom las riendas de entre sus manos rgidas y se alej con los caballos cansados sin decir ni una sola palabra. Togodumno se quit la capa y observ el agua deslizarse entre sus dedos mientras la escurra. Dormirs esta noche? le pregunt a su hermano. Caradoc mene la cabeza. No lo creo. Vino caliente y ropa seca, si, y quiz despus una o dos canciones de Caelte para mantener a los espritus vengativos lejos de mi puerta. Su voz resonaba entre las chozas oscuras. Maana respiraremos de nuevo, pero mientras tanto podras ir a las perreras a ver a los perros. Fue idea tuya llevarlos. No, no lo fue! Aricia y yo discutimos. Ella dijo que yo era demasiado cobarde para desobedecer a Cunobelin, que no tena agallas! Adems, t los perdiste, no yo. Ah, Tog, por qu la escuchas? Sabes que te meter en problemas. Los ojos de Togodumno resplandecieron. Nunca tan graves como en los que te meter a ti, hermano, si Cunobelin se llega a enterar de lo que t y ella os trais entre manos. Qu sabes de eso? pregunt Caradoc con brusquedad a la vez que sonrela. Nada. Slo rumores. Bueno, que pases una buena noche, Caradoc, y suerte en la 5

cacera. Tog! Regresa! grit Caradoc, pero Togodumno ya avanzaba entre los hogares silenciosos hacia su pequea choza en la escarpada colina. Resignado, Caradoc se movi hacia el oeste, dentro de las sombras ms oscuras del alto muro de tierra. Sus pisadas sonaban fatalmente ruidosas en sus odos. Pronto lleg a la cuadra de su padre, donde una rfaga de aire tibio y dulzn le envolvi por un instante. Acto seguido, se volvi, dej atrs la herreria y el taller del guarnicionero y lleg a las perreras. Cont las jaulas con cuidado y al final se detuvo, se puso en cuclillas y llam con suavidad. Los perros corrieron a la cerca y empujaron sus narices fras silenciosamente hacia su mano. Los estudi con presteza, una vez, dos veces. Faltaba uno. Caradoc se quej para si mientras empezaba a contar de nuevo, sin saber con certeza la identidad del ausente. Bruto, con la mitad de la oreja colgando sobre la nariz, le observaba con aire reprobador. Finalmente, Caradoc maldijo en voz alta. Era Csar. El perro ms apreciado de esa camada, el que haba sido entrenado especialmente para Tiberio. Seguro que era se, reneg Caradoc, recordando por qu Cunobelin, con su humor taimado, haba puesto ese nombre al animal. No era por Tiberio que el perro se llamaba as, sino por Julio Csar, que haba venido a Albion dos veces y partido otras dos, sin regresar jams. Cunobelin haba comentado a sus hijos que, despus de todo, Julio no haba sido un cazador demasiado bueno. Caradoc permaneci de pie, vacilante. El cabello se le pegaba a la frente y a la capa, empapada de agua, que colgaba de sus hombros. No dudaba que Csar haba guiado a los perros de regreso a la casa. Se puso en su lugar, y al instante comprendi dnde estara el perro..., en algn sitio tibio. Se volvi para emprender la bsqueda y comenz por la herreria, luego el taller del guarnicionero, las hediondas curtiduras y las cuadras. Abandon el cuarto circulo de chozas con decisin y subi lentamente a donde vivan los plebeyos libres, un rea de suciedad y confusin. Golpe las paredes e hizo a un lado las puertas de pieles, asustando a los miembros de la tribu que, en un principio, vieron en esa figura oscura y empapada un espritu astutamente disfrazado. Pasaron los minutos y por fin tuvo que admitir la derrota. Se volvi con brusquedad hacia la pendiente que le conducira a su propia casa, pero cuando hubo pasado los edificios, el viento le azot violentamente y le hizo trastabillar. De repente, los cielos se abrieron y soltaron una pared negra de lluvia helada y fuerte. Caradoc empez a correr y como en respuesta a sus torpes movimientos, el pnico contenido se liber y le impuls. Qu estoy haciendo aqu fuera en esta noche en que el tiempo se detiene y la tierra se balancea al borde de una nada terrible? pens con horror. Un espritu aciago se ha apoderado de Csar para que yo lo busque, y cuando lo encuentre, me tomar en sus garras poderosas y me arrastrar de regreso al bosque. Avanz con dificultad contra el viento, cegado, ligeramente consciente de estar pasando ante el Gran Saln, alejndose de manera instintiva e insensata del templo de Camulos hasta que por fin sus dedos ateridos sintieron las pieles pesadas de su puerta. Las empuj y entr tambaleando. Se qued en pie con los ojos cerrados mientras el agua corra por su cuerpo y formaba charcos bajo sus pies. El sbito cese de los ruidos le atont por un momento. La tormenta se haba reducido a un silbido continuo que se produca al chocar el agua con la paja que cubra el techo. El viento, un merodeador impaciente, golpeaba contra las paredes en vano. Pronto se relaj y abri los ojos. Una solitaria lmpara de aceite arda en una mesita opuesta a la puerta. Tapices suaves cubran las paredes y, en un extremo, las cortinas estaban descorridas y era posible ver una cama baja con una capa azul y roja que colgaba de ella. Pero sta no era su choza. Junto a la cama haba otra mesa, y sobre ella, un espejo, una corona de oro, un montn de brazaletes de bronce y una faja esmaltada brillante que serpenteaba hacia el suelo. Con un gemido de bienvenida, Csar dej su lugar frente al fuego humeante y atraves pesadamente la habitacin hacia l. Sobresaltada, Aricia gir sobre sus talones. Caradoc! Me has asustado! Qu quieres? Caradoc vacil, desgarrado entre una confusin embarazosa y el enorme alivio de haber hallado al perro. No haba un demonio all, slo un perro y una nia. Aricia estaba 6

de pie, descalza sobre las pieles que cubran el suelo de tierra, y su tnica de dormir blanca caa a su alrededor como nieve amontonada. Sostena un peine grande en una mano y su negro cabello, lacio y tupido, que le llegaba hasta las rodillas, se extenda sobre sus brazos plidos y resplandeca a la luz del fuego mientras se acercaba a l. Caradoc mascull una disculpa y se volvi para marcharse; una clera irracional se intensificaba en su interior, pero ella habl de nuevo y le detuvo. Qu mojado ests! Has estado buscando los perros todo este tiempo? Quitate la capa o te vas a resfriar. Esta noche, no, Aricia contest l con firmeza. Estoy empapado, cansado y enfadado contigo por haber retenido a Csar aqu. Adems, tambin estoy enfadado con Tog por no haberme ayudado en la bsqueda. Ir a calentarme en mi propio fuego. Ella rio. Qu feo ests con el entrecejo fruncido y el pelo colgndote por la espalda como cuerdas! Yo encontr a Csar y lo retuve aqu. Vino corriendo a m hace menos de media hora. Estaba a punto de pedir a alguien que lo llevara a las perreras cuando apareciste. En cuanto a Tog, sabes que tienes que cogerle por el cogote y sacudirle si quieres que haga algo. Por qu ests tan enfadado? Se acerc a l con rapidez, le quit la capa de los hombros de un tirn, la extendi con cuidado, camin hasta el fuego y la tendi. Vino tibio de la tierra del sol dijo con tono amable, y tom una jarra que descansaba sobre las brasas. Bebe una taza antes de encarar la noche de nuevo, Caradoc. Y hblame. Es Samain y estoy sola. Caradoc sinti los ojos marrones de Csar. Vete ahora se dijo. Vete ahora antes de que tu honor quede una vez ms esparcido a tu alrededor como fragmentos de cermica hecha aicos. Pero Aricia haba servido el vino y se lo sostena bajo la nariz; Caradoc aspir los vahos aromticos. Acept la copa y entibi sus manos alrededor de ella; sinti hormiguear sus dedos con vida nueva. Luego se adentr en la habitacin y se volvi de cara al hogar para que el calor del fuego llegara hasta sus piernas rgidas. Pensaba que no temas al Samain precis. Ella le lanz una rpida mirada y fue a sentarse en el borde de la cama. He dicho que estaba sola, no que tena miedo. Pero t tienes miedo se burl. Tengo un buen motivo replic Caradoc y trag un gran sorbo de vino. Not cmo el liquido se abra camino ardiendo hacia el estmago y luego esparca su calor a travs del pecho. Soy un noble. Los demonios se deleitan en atacar a la realeza esta noche. Yo tambin soy de sangre azul replic ella con aspereza y se levant. Lo has olvidado? Acaso he estado tanto tiempo en Camalodunum que parezco una ms de la prole de Cunobelin? Yo no he olvidado concluy con suavidad y se mir las manos entrelazadas en el blanco regazo. Caradoc vaci su copa y se agach para servirse otra. Lo siento, Aricia. A veces lo olvido. Has estado aqu mucho tiempo y hemos crecido todos juntos..., t, yo, Tog, Eurgain, Gladys, Adminio. Cuntos aos han pasado desde que mi padre empez a llamarnos la Banda Guerrera Real? Ella cerr los ojos como si algn recuerdo la lastimara y l la observ con disimulo por encima del borde de la copa. Qu hermosa es, pens con resignacin creciente. Contempl la tez plida que nunca se bronceaba con el sol de verano, el mentn delicado, las pestaas largas y negras sobre los pmulos altos. Se pregunt cundo haba dejado de pensar en ella como en una compaera de cacera y comenzado a ver una extraa. Aricia abri los ojos y Caradoc advirti los misterios tentadores ocultos en ellos, confusiones intrigantes que su juventud le impeda reconocer como inseguridades. Durante un momento se estudiaron mutuamente, l demasiado cansado para apartar la vista, hipnotizado por aquellos ojos negros, ella sin verle, de regreso al pasado. De pronto, ri. Caradoc, ests echando humo. Qu? Tus calzones se estn secando y el vapor sube en oleadas! Pareces un dios del 7

ro emergiendo en una maana de invierno. Quitate la ropa o vete y deja de mojar mi pequea morada. Supongo que ser mejor que lleve a Csar a la perrera respondi de mala gana. Tena la impresin de que el vino le hinchaba la lengua y converta sus miembros en plomo. Mientras meneaba la cabeza, Aricia se puso de pie con rapidez. No abuses de tu suerte! Esta noche hemos tenido ms de la que nos merecemos. Djalo aqu conmigo o llvatelo a tu casa. Se desliz hacia l; la tnica cruji y arrastr consigo el aroma de perfume romano. Lamento de veras el problema que hemos tenido hoy por mi culpa. Tog insisti en cazar slo porque le desafi. Si Cunobelin se enfada mucho, os ayudar a ambos a pagar el precio de Bruto. No creo que los comerciantes lo quieran. No, supongo que no. Senta que las piernas le temblaban de fatiga y vea a Aricia en una nebulosa, a travs de una neblina de vahos de vino. Al notar que vacilaba, ella comenz a sonrer. Oh, ahora no, esta noche no, pens Caradoc con intranquilidad. Pero era demasiado tarde. Su mano ya se extenda, levantaba un rizo de cabello y deslizaba los dedos por l para sentir su textura densa y suave. Lo acerc a su rostro para aspirar su perfume y su tibieza; ella no se movi hasta que l hubo terminado. Qudate conmigo, Caradoc dijo lentamente mientras le miraba de manera inquisitiva. Quieres quedarte, verdad? Esta noche soy un demonio de Samain. Sientes cmo te estoy hechizando? Hablaba medio en broma, pero Caradoc experimentaba el embrujo que le cautivaba como una cancin dulce y familiar. Saba que deba apresurarse a la puerta con un hechizo protector en los labios pero, como siempre, se qued mirndola con estupor ardiente. El y Tog haban bromeado a menudo acerca de esa bruja siniestra que tan peligrosamente les gustaba, y se burlaban sin piedad de la palidez de su piel nortea, de la misma manera en que fastidiaban a Eurgain por sus largos silencios, o a Adminio por su preciosa coleccin de colmillos de jabal, pero lo hacan sin malicia ni premeditacin; eran las palabras irreflexivas de amigos de muchos aos. Si ella le irritaba ltimamente, Caradoc lo atribua a la llegada del invierno, el tiempo en que los hombres esperaban los meses venideros con cinturones ajustados y vientres vacos, el tiempo del ao en que l se limitaba a existir. Y si en ocasiones deseaba abofetearla por sus aires de superioridad y su voluntad apasionada en una discusin, bueno, despus de todo no era ms que una nia, slo una nia de catorce aos que luchaba por convertirse en una mujer. Aricia se cubri el rostro con su propio cabello, cerr los ojos y l sinti una oleada de lujuria. No tienes opcin, malcriado Caradoc susurr. Mi cama es mucho ms cmoda que el suelo mojado del bosque. Fuera, la lluvia tamborileaba sobre la tierra. El viento se haba reducido quejido bajo y persistente y, dentro de la habitacin, el fuego, del que casi se haban olvidado, se consuma y siseaba de vez en cuando con gotas de lluvia dispersas. Aricia se estir hasta alcanzar el cuello de Caradoc, le quit la torques de oro y la deposit suavemente en el suelo. Luego empez a desabrochar el pesado cinto y mientras lo hacia, la espada cay sobre las pieles. Caradoc permaneci inmvil. Una lucha se desarrollaba en su interior y lo debilitaba; sus ojos seguan cada movimiento de ella. Pero cuando los finos dedos tocaron su rostro, se rindi. La tom de los brazos y la atrajo con brusquedad hacia si. Despus de todo se dijo, es Samain. Cuervo del Pnico, no me encontrars aqu! invoc en silencio. Unos minutos despus, Aricia se apart. Me ests mojando dijo sin alterarse. Quitate la tnica y los calzones. No, lo har por ti. Te quedas ah como si te hubiera paralizado con un hechizo. Siempre lo haces. Aricia... Le hizo callar ponindole un dedo en los labios. No, Caradoc. No hables, por favor. Su voz temblaba. Se inclin y le quit la 8

tnica corta pasndosela por la cabeza. Mientras lo haca, Caradoc vio un destello de burla en sus ojos. Qu extrao pens nunca haba visto que sus ojos estuvieran moteados de oro. La tom de nuevo y la bes con rudeza, torpemente, disfrutando de las manos tibias que se posaban en su espalda desnuda y perdindose en la suavidad de la boca. El magnifico cabello negro caa y se enredaba sobre sus brazos, y cuando la sinti ceirse contra l, la levant y la arroj sobre la cama. Cerr las cortinas detrs de ellos y ceg la luz de la lmpara. La observ en la oscuridad mientras ella yaca esperando, con los brazos extendidos, el cabello desparramado sobre la almohada, y una sonrisa que le irritaba y le invitaba a sufrir. Tog lo sabe murmur. La sonrisa de Aricia se ensanch. No me importa. A ti s? No respondi con suavidad. Entonces deja de hablar. En su ansiedad embotada por el vino, Caradoc tir de la tnica de dormir y oy cmo se rasgaba. En seguida los pechos de Aricia estuvieron entre sus dedos toscos y su boca vida. Aricia contuvo el aliento con brusquedad y sise. La lluvia continuaba cayendo de forma montona, como si perteneciera a un sueo. Caradoc no se pudo contener y todo acab muy pronto, pero esa noche ella no se quej. Siempre era as, una ola incontrolable, la bsqueda desesperada y compulsiva de ella y, despus, la culminacin brusca y dolorosa. Se volvi boca arriba con la cabeza apoyada en un brazo, y estudi el techo oscuro, preguntndose cmo y por qu, mientras las pequeas agujas de la vergenza comenzaban a pincharle. Lo hice otra vez, pens con desaliento. Una cosa era acostarse con una esclava en los campos, o incluso con la hija complaciente de un plebeyo libre, pero sta era su amiga Aricia; Aricia, que haba compartido todas las travesuras que l y Tog haban planeado; Aricia, la hija de un rey cuyo linaje era mucho ms antiguo que el de l. Dese que la tierra se lo tragara. Quiso que los demonios de Samain vinieran y se lo llevaran a sus cuevas. Tuvo ganas de morir. Ella se volvi de costado, se apoy en un codo y sin molestarse en cubrirse, se ech el cabello hacia atrs con impaciencia. Increiblemente, Caradoc sinti renacer el deseo. Caradoc? Si? Csate conmigo. Por un instante, crey no haber odo bien, pero luego tom conciencia y se sent. Aricia le rode las rodillas con los brazos. S, me has odo bien. Quiero que te cases conmigo. Te lo ruego, te lo imploro, Caradoc. Csate conmigo! Qu me ests pidiendo? inquiri con severidad, y con la mente temporalmente liberada de la obsesin hipntica que senta por ella. Aricia le apoy una mano caliente en el brazo. No somos viejos amigos? susurr. No sera fcil, muy fcil, dar el siguiente paso y jurarnos fidelidad? La mano intensific la presin en el brazo. No pido nada extraordinario. Despus de todo, puedes tomar otras esposas. Caradoc ri, haba recuperado la lucidez. Supongo que te refieres a Eurgain. Oh, no, Aricia. Hemos gozado juntos, pero no creo que debamos hablar de matrimonio. Ahora tengo que irme. Se dio prisa para poner los pies sobre el suelo fro, pero ella le sujet con una fuerza que l ignoraba que posea. Por qu no? No crees que tengo un derecho sobre ti, Caradoc? Qu derecho? Te refieres a esto? Se agach para besarla, pero ella se escurri y descorri las cortinas. La luz mortecina de la lmpara revel a Caradoc un rostro ensombrecido por la emocin, labios apenas controlados y ojos rebosantes de lgrimas. Basta de juegos, Caradoc. Dnde estn las palabras de amor que me murmuras en la oscuridad? El amor no tiene nada que ver contigo y conmigo, Aricia, y lo sabes. Dej la 9

cama y se visti con rapidez. Se puso los calzones todava hmedos y se pas la tnica mojada por la cabeza. No te he prometido nada. Ella se estir y se colg de la cortina como si sus msculos se hubieran debilitado al tiempo que su esperanza. Estoy desesperada, Caradoc. Sabes cuntos aos tengo? Se ci el cinturn de la espada. Por supuesto que lo s. Tienes catorce. La edad de desposarse. Los dedos ocupados de Caradoc se detuvieron y la mir, intuyendo la verdad. Mi padre pronto enviar una embajada para llevarme a casa. Las lgrimas desbordaron sus ojos y le salpicaron las manos; las sacudi con enojo. A casal A duras penas recuerdo los pramos ridos y las chozas indigentes del lugar donde nac. Oh, Caradoc, no quiero irme. No quiero dejarte a ti ni a Tog ni a Eurgain, ni a Cunobelin que es como un padre para m. No quiero ir a un sitio que temo, entre hombres salvajes y toscos! Titube y sollozando puso los pies en el suelo. Yo tambin odio el Samain y las lluvias de invierno, la soledad que vendr. Ha de pasar esta noche sin que ningn demonio me reclame y ningn hombre me despose? Caradoc se acerc a ella y se arrodill a su lado. La tom con torpeza entre sus brazos y por primera vez sinti pena. Aricia, no he pensado en ello, no lo sabia. Has hablado con Cunobelin? Aricia sacudi la cabeza con violencia; su rostro estaba escondido en el cuello de l. No puede retenerme. Mi padre me querr en Brigantia, puesto que no tiene hijos para que le sucedan y los jefes seguramente me elegirn. Alz la vista. Tena los prpados hinchados y la piel ms blanca de lo que l jams haba visto. Si me aprecias un poco, no lo permitas. Te aportar la dote ms grande que los catuvelaunos hayan conocido jams. Toda Brigantia para que la compartas conmigo! T y yo, gobernando all juntos. Y mi tribu? Y mi clan y los hombres libres que dependen de mi? Tengo tantas ganas de ir a Brigantia como t. No puedes negarte a ir, Aricia? Con una expresin decidida, la solt y se puso en pie. Perdname, pero no puedo interferir en un asunto de un clan extranjero. Yo... T qu? Te contentas con usarme y ahora me compadeces? Gurdate tu compasin! No quiero la mirada preocupada de un hombre. Se enjug las lgrimas de las mejillas y se enfrent a l. Podra meterte en problemas, Caradoc, por deshonrarme y por deshonrarte a ti mismo, pero no lo har. S que mi padre pronto mandar a buscarme, he empezado a soar con ello, pero cuando me marche, lo lamentars. Habr un vaco en tu vida que no ser llenado. No olvidar. Lo juro por la Altsima de Brigantia, diosa de mi tribu. Caradoc contempl el rostro desafiante y las manos que se movan nerviosamente. Nos hemos usado mutuamente se apresur a recordarle. Cmo ocurri esto, Aricia? Cmo fue que dejamos de ser los que ramos? Porque hemos crecido y t has sido demasiado estpido para notarlo! grit. Tendras que haberte dado cuenta de que te amo, tendras que haberlo notado, pero te quedas ah parado con la boca abierta como un campesino ignorante de Trinobantia! Djame en paz! Se arroj sobre la cama y no se movi. Durante unos segundos, Caradoc la mir con pesar, preguntndose si estaba frente a la verdadera Aricia o a otra de las mscaras que ella sola emplear con tanta facilidad. Pero no poda esperar ms, as que recogi su capa, empuj la puerta de pieles y sali de nuevo a la oscuridad y a la lluvia. Unos pocos pasos le llevaron a su choza; cuando estuvo dentro, dej caer la capa todava mojada al suelo. Fearachar deba de haber venido a avivar el fuego, puesto que ste arda con intensidad y la habitacin estaba tibia. Se desvisti enseguida y se envolvi en una manta. Luego se sent con las piernas estiradas hacia las llamas rojas y la mente confundida, deseando por primera vez en su vida poder volver a vivir la vspera de Samain. Esa noche haba tocado algo ms que el cuerpo de Aricia. En cierta forma, haba dejado un nervio en carne viva, una parte de ella que yaca expuesta, an no cubierta 10

por el barniz gracioso, antojadizo y con frecuencia duro que sola mostrar a los dems. Y no le gustaba lo que haba visto. No la haba credo capaz de llorar ni de rogar y se pregunt si estara acostada en la oscuridad, sorprendida de si misma. Pero casarse! Tena los pies demasiado calientes y se enderez, los arrastr debajo de la silla y se estir para tomar el vino ya dispuesto para l. Ni siquiera tena ganas de considerar la posibilidad de casarse con ella. Aricia no era la clase de mujer apropiada para dar a luz a los hijos de un jefe catuvelauno, y su rechazo inmediato haba provenido de muy adentro, de una parte que l tampoco sabia que exista. Admita que ella le cautivaba. Se conocan demasiado bien. Al menos eso haba pensado. Record el da en que Aricia haba llegado a Camalodunum, con los ojos agrandados por el temor y esa altivez infantil y pattica. Incluso en ese entonces, aunque l no era ms que un nio, haba simpatizado con ella. Durante diez aos haban cazado, compartido banquetes y luchado todos juntos, aterrorizado a los campesinos, enfurecido a los hombres libres, mentido y engaado el uno por el otro y, de pronto, de la noche a la maana, todo haba acabado. Siempre se haba dado por sentado que se casara con Eurgain. Ella era una noble, hija del hombre ms importante de la tribu de su padre, y an antes de que ella, l y los dems formaran la Banda Guerrera de Cunobelin, haban sentido un gran afecto mutuo. Eurgain era alta, tambin, pero ms esbelta que Aricia, una nia frgil, callada, no hermosa pero con un aura de paz y seguridad que haba comenzado a seducir a ms de uno. Posea el cabello color miel intenso, los ojos azules tpicos de lo mejor de su gente y pareca adivinar sus pensamientos antes de que l los expresara. Eurgain. Una visin de Aricia surgi de inmediato en su mente: desnuda, los ojos negros, desvergonzada, el cabello hasta las caderas y ms all. Se retorci en la silla. Si ella le amaba como deca, qu bien lo haba ocultado! Entonces odiaba a Eurgain? Tampoco lo haba demostrado. O acaso estaba adoptando una ltima y desesperada actitud ante la perspectiva del largo y solitario viaje de regreso a su lugar de nacimiento? Cmo era posible que hubiera vivido junto a ella da tras da y no la conociera en absoluto? Se llev una mano a los ojos, abrumado por el deseo de dar esos pocos pasos de vuelta a la habitacin de Aricia, de entrar, de decir... qu? Te deseo, me carcome el deseo por ti, pero no te amo? Qu soy, cunto valdra mi honor si mi padre y mis amigos me vieran ahora! Abandon el fuego y se acost en la cama con los ojos cerrados, todava avergonzado de s mismo, todava preguntndose qu habra pasado si se hubiera comportado como deba hacerlo un hombre libre. Si hubiera dejado la habitacin antes de que ella enroscara sus brazos suaves alrededor de su cuello. Pero eran semanas, meses, demasiado tarde, y su voluntad ya estaba debilitada. Tena una vaga conciencia de que haba cesado de llover, aunque el viento continuaba murmurando a ratos ms all de las delgadas paredes. Se durmi, pero incluso en sus sueos, ella le atrapaba como a un jabal en celo y acosado. A la maana siguiente, durmi hasta tarde. Despert con pereza al oir a su sirviente silbar mientras revolva las cenizas del fuego extinguido y comenzaba a encender otro. Un haz de luz solar plida se colaba por debajo de la puerta de pieles y acarreaba consigo un aire fro y tonificante que termin de despejar a Caradoc. Mientras se sentaba, Fearachar le miro. Buenos das, seor. Me complace ver que os habis conservado y que los demonios tuvieron a bien no perturbar vuestro sueo. Buenos das, Fearachar respondi Caradoc de manera automtica. Tengo hambre. Se senta lcido; se levant, se puso los calzones y una tnica limpia, luego se ci la espada; pero de pronto, el recuerdo de la noche le acometi. La torques no estaba sobre la mesa junto a la cama. Con un estremecimiento, se dio cuenta de que la haba olvidado en el suelo de la choza de Aricia. Fearachar alz los ojos y vio la consternacin en el rostro de su amo, pero luego se enderez, se quit el polvo de las manos y extrajo algo de entre los pliegues de su corta capa roja. 11

La seora Aricia me pidi que os diera esto y que os dijera que aunque es el smbolo de un hombre libre, para ella a veces no es ms que el yugo de la esclavitud. Caradoc le arrebat la torques y se la at al cuello. La seora tambin dijo que ha llevado a Csar a la perrera. Fue una tontera de vuestra parte, seor, tomar prestados los perros. Vuestro padre se enojar. Tal vez. Pero a ti qu te importa? replic Caradoc con rudeza. El yugo de la esclavitud! Qu descaro! Soy un hombre libre declar el criado, dolido. Puede que haya perdido mi precio de honor, pero no mi honor. Puedo expresar mi opinin. Fearachar, cuando tengas una opinin, desde luego que podrs expresarla, pero por favor, primero ten una. Caradoc se puso su capa rayada roja y amarilla sobre los hombros y la ajust con un broche de plata. Luego se coloc brazaletes de bronce en los brazos y desliz los pies dentro de sandalias de cuero. Se pein, tir el peine al suelo y con grandes pasos sali al encuentro de la maana. Hizo una pausa al salir de su casa para aspirar el aire limpio. La tormenta haba proseguido su camino para ir a inquietar al norte, y el valle se extenda frente a l, ms all del heterogneo grupo de chozas apiadas donde el humo ascenda en espiral de los techos; los nios correteaban bajo el dbil y plido sol invernal. Desde su posicin, pens que poda distinguir una niebla que era el ro y ms all, en el horizonte, la mancha oscura del bosque, con sus agujas echando vapor. El cielo era de un azul desteido, vestido con jirones de nubes blancas. Ms nubes, grises, pendan en el norte. El buen tiempo durara hasta el atardecer. Descendi con pasos largos el sinuoso sendero, llamando a Cinnamo y a Caelte. No los esper, pero los tres llegaron juntos a la entrada del Gran Saln. Entraron y saludaron al pasar a los jefes que holgazaneaban mientras esperaban a Cunobelin. Un aroma a caldo caliente y grasa de cerdo les recibi cuando penetraron en la oscuridad. Se dirigieron de inmediato al gran caldero negro, que colgaba de unas cadenas de hierro sobre el fuego grande, en el centro de la sala. Se sirvieron el caldo humeante en cuencos de madera y aceptaron cerdo fro y pan del esclavo que se hallaba sentado detrs de las pilas de fuentes que contenan los alimentos. Luego encontraron un rincn, se sentaron y bebieron el caldo con total concentracin y los ojos todava desacostumbrados a la penumbra. El Gran Saln haba sido construido cinco aos antes del nacimiento de Caradoc, cuando su padre venci a los trinobantes y se apropi de su territorio tribal, estableciendo su nueva capital y casa de moneda all, en Camalodunum. El abuelo de Caradoc, Tasciovano, tambin haba conquistado el territorio, pero no lo haba retenido por mucho tiempo, y se haba replegado discretamente a Verulamio cuando Csar Augusto lleg presuroso a la Galia. Pero Cunobelin haba esperado su oportunidad y aguardado para atacar una vez ms a los trinobantes cuando Roma se lamentaba, desmoralizada, por la prdida de tres legiones en Germania. Roma haba encogido sus hombros imperiales y Cunobelin se haba instalado para gobernar una de las agrupaciones de tribus ms grandes de la nacin. Se autodenominaba rey y, aunque era viejo, sus ambiciones an le consuman. Caradoc recordaba bien cuando tena diez aos y su padre y su to haban partido a la guerra. Y su to, Eppatico, haba llegado a gobernar a los atrebates del norte, y a Verica, el verdadero jefe, no le quedaba ms que una franja a lo largo de la costa. Verica haba protestado a Roma en numerosas ocasiones, pero Roma tena mejores cosas que hacer que enviar a buenos hombres a morir en Albion por un jefe insignificante. Adems, Cunobelin controlaba el comercio del sur con Roma. Mantena la ciudad provista de perros, cueros, esclavos, ganado, cereales y, de vez en cuando, metales en bruto (oro y plata) de los territorios de las tribus que comerciaban respetuosamente con l. A cambio, Roma enviaba vino, vajillas y copas de plata, muebles chapados en bronce, objetos de cermica, marfil y, sobre todo, joyas para los jefes, sus caballos y sus mujeres. El ro estaba siempre ajetreado. Los barcos iban y venan, los comerciantes pululaban por todo el territorio catuvelauno, y las noticias llegaban y partan. Cunobelin observaba todo eso en silencio, sin pestaear, como una araa vieja y ladina tejiendo su red de engao y 12

teniendo xito a Roma en una mano y a sus oscuras polticas expansionistas en la otra. Se mova en un sendero estrecho y peligroso y lo sabia. Hacer la guerra era invitar a la intervencin romana, puesto que Roma no permitira que nada interfiriera en su preciado comercio. Pero confiar demasiado en la buena voluntad de Tiberio sera algo tan estpido como encomendar su vida a las arenas movedizas del estuario pantanoso de su ro. Adems, gran parte de su poder dependa de mantener felices a los jefes. Los dejaba atacar de vez en cuando para darles algo que hacer y, aunque se haban elevado protestas constantes y formales del csar, era un tributo a la habilidad poltica de Cunobelin el que ninguna otra objecin concreta se materializara. Estaba satisfecho, por el momento, con tener la tierra que posea, pero su mirada se desviaba siempre... al nordeste, a las tierras ricas de los icenos, y al oeste, a las colinas de los dobunnos. A los durotriges del sudoeste los dejaba en paz. Era un pueblo guerrero y feroz, del todo intratable. Slo poda conquistarlos con un asalto a gran escala, lo que provocara un dao irreparable a sus conexiones comerciales. Vivan apartados y seguan las costumbres de sus ms antiguos antepasados; Cunobelin sabia que tendra que esperar un momento ms favorable para guiar a su banda guerrera contra ellos. Dubnovellauno, jefe de los trinobantes, alimentaba su orgullo herido en Roma y su gente cultivaba la tierra para los catuvelaunos. Cunobelin haba construido el Gran Saln en la primera exaltacin de su nueva conquista. Era de madera, espacioso y bien ventilado, con un alto techo abovedado y columnas de madera talladas tortuosamente por los artesanos nativos de Trinobantia, que reproducan hojas sinuosas y ondulantes, zarcillos de plantas que se envolvan de manera ensoadora uno alrededor del otro, y rostros semiocultos de hombres y bestias que escudriaban el exterior, soolientos y misteriosos. A Cunobelin y a su familia no les gustaba particularmente el arte nativo. Preferan los rostros honrados y francos, y los diseos de los alfareros y orfebres romanos, dado que a veces, en una solitaria noche de invierno, las obras complejas y calladas de los artistas nativos parecan cobrar vida y moverse con suavidad, hablando de un tiempo en que los catuvelaunos haban sido una mera advertencia sombra y cargada de presagios trada por las brisas nocturnas. El techo tena una abertura para que el humo del fuego pudiera escapar y en todas las paredes colgaban escudos y espadas de hierro, jabalinas y lanzas. Del pilar central penda la cabeza arrugada y marchita de uno de los enemigos cados de Tasciovano, sujeta por un cuchillo enredado en los cabellos. Nadie recordaba quin era, pero se llevaba a cada batalla y se colgaba en la tienda de Cunobelin siempre que el rey se encontraba fuera de Camalodunum. Caradoc y los dems haban dejado de reparar en ella hacia aos, y en ese momento se meca sobre el grupo: los ojos hundidos observaban las idas y venidas, y los rizos grises se agitaban con la corriente constante de are. Hoy, nada de caza dijo Caradoc a sus amigos. Supongo que querris ir a ver la matanza. Cinnamo se limpi la boca con la manga y baj su tazn. Ser mejor que vigile coment. Mis hombres libres me han dicho que falta parte de mi ganado y tengo el presentimiento de que hoy Togodumno se estar frotando las manos. Si ha tocado mi ganado de cra ser mejor que busque sus armas. Caelte apoy la espalda contra la pared. Tenemos invitados susurr, y aqu llega Cunobelin. El Saln estaba casi vacio debido a que la maana avanzaba y ya haba comenzado la matanza de otoo en la tierra llana junto al ro. Caradoc volvi la cabeza para observar a su padre entrar con grandes pasos en la oscuridad, rodeado de sus jefes. Le acompaaba un hombre bajo y gordo cuyo cabello trenzado colgaba sobre la capa que cubra sus hombros, y una niita. Se dirigieron de inmediato al caldero y el mismo Cunobelin les sirvi caldo y pan y busc con la mirada un lugar donde sentarse. Los jefes se sirvieron con alboroto mientras se peleaban por los trozos de carne que tan apetitosamente flotaban en la sopa marrn. Cunobelin gui a sus huspedes hacia los tres jvenes. Estos se pusieron de pie al verle aproximarse y Caradoc intent adivinar el estado de nimo de su padre. Se pregunt si ya sabra lo que le haba pasado a Bruto. 13

Ah, Caradoc bram Cunobelin. ste es Subidasto, seor y jefe de los icenos, y sta su hija, Boudicca. Caradoc asinti al hombre y dirigi una breve sonrisa a la nia. Luego present a Cinnamo y a Caelte. Seor, ste es Cinnamo, mi escudero y auriga. Y ste es Caelte, mi bardo. Bienvenido a nuestro Saln. Se apretaron las muecas y luego se sentaron. Caelte empez a hablar enseguida con la pequea Boudicca. Cinnamo se disculp y sali. Caradoc se volvi hacia Subidasto, percibiendo la mirada calculadora de su padre. Habis venido de lejos, seor dijo. Espero que vuestra estancia entre nosotros os depare descanso y paz. Eran las palabras de bienvenida formal, pero Subidasto ri con aspereza. Qu grosero pens Caradoc. Slo trato de repetir las palabras de bienvenida que mi padre debe de haber pronunciado. Eso depender de vuestro padre y de nuestras conversaciones contest. Tenemos mucho que discutir. Caradoc lo estudi con atencin. Se haba equivocado con respecto a la gordura. Subidasto era enorme, si, pero su gordura no era excesiva ni flccida. Sus brazos eran musculosos; su boca, firme y obstinada, y posea los ojos celestes penetrantes de un hombre que pasa todo su tiempo al aire libre escudriando distancias lejanas. Hay algn problema aqu? se pregunt Caradoc. Es por eso que Subidasto ha reclamado la inmunidad del Samain? Qu est tramando mi padre esta vez? Mir con rapidez a Cunobelin, pero slo vio alegra en sus ojos hundidos y en su rostro arrugado. Paz, seor! exclam Cunobelin. Primero debe haber buena bebida y buena comida esta noche y mucha msica. Y por supuesto, los ritos de Samain. Ms tarde hablaremos. Se puso de pie. Pero si ya habis comido esta maana, permitidme mostraros Camalodunum. La boca de Subidasto se tens con desaprobacin, pero tambin se incorpor y asinti de mala gana. De repente, Caradoc advirti los ojos redondos de Boudicca clavados en su rostro y se sinti incmodo. Padre intervino. Me disculpas? Hoy debo atender a mi rebao. Cunobelin le dio permiso para retirarse pero murmur: Tambin est el asunto de mis perros, Caradoc. Bruto tiene una oreja partida y ahora no lo podr vender. Cmo sucedi eso, me pregunto, si los guardias de la perrera tenan rdenes de no perder de vista a los perros? Tendr que haber un arreglo. Ests enterado de todo, padre respondi Caradoc con una sonrisa. Has hablado con Tog? Cunobelin le devolvi la sonrisa. S, y con Aricia. Los tres me debis dos terneras. De cra. Pero, padre! protest. Acepta una res muerta. No puedo darte una ternera viva. Si quieres, pelear por ella aventur Cunobelin con indiferencia. No, padre, no grit riendo. No deseo ms cicatrices, pero una reproductora menos ser una prdida dolorosa. Entonces toma a Cinnamo y a Fearachar y sal a hacer incursiones sugiri Cunobelin. Cmo supones que me hice rico, Caradoc? Caradoc lo salud con pesar y gir sobre sus talones, pero sinti una mano pequea deslizarse en la de l y retenerle. Baj la mirada y vio los ojos castaos todava fijos en l con solemnidad. Puedo ir contigo? susurr la nia. A Caradoc se le cay el alma a los pies, pero antes de que pudiera negarse, Cunobelin dijo: Llvala a la matanza, Caradoc, y entretnla un rato. Tenis algn reparo, Subidasto? Subidasto vacil. Era evidente que se desgarraba entre el deseo, por una parte, de comportarse de la forma ms irreverente posible y, por la otra, de no ofender a aquella gente mucho ms poderosa. Por fin sacudi la cabeza, de modo que Caradoc dej el Saln con Boudicca tras l. Salieron al sol y tomaron el sendero que bajaba directamente a las puertas. 14

Estaban abiertas de par en par y, ms all, Fearachar aguardaba sentado en el suelo con expresin avinagrada y sosteniendo con flojedad en las manos las riendas del caballo. Os he estado esperando largo rato, seor dijo con tono de desaprobacin y le entreg el caballo. Tengo hambre y fro. Entonces ve a calentarte y a comer algo... aunque no creo que te hayamos dejado mucho replic Caradoc. Sabes montar, Boudicca? El mentn se levant. Por supuesto! exclam. Pero no... no caballos como ste, slo ponis. En nuestra tierra no hay muchos caballos tan grandes como ste concluy, sonrojada. Caradoc la alz y la deposit sobre el lomo del animal. Luego salt detrs de ella y tom las riendas. Quieres que vayamos rpido? La nia asinti con entusiasmo y enred los dedos en las crines. Caradoc espole al caballo y bajaron la suave pendiente hacia las praderas. Una hora despus llegaron al llano junto al ro, y antes de que rodearan el recodo que revelara el agua, los pantanos y los sauces altos y desnudos, olieron la matanza..., el nauseabundo olor dulce y hmedo de sangre recin derramada..., oyeron el mugido agudo y aterrado de miles de reses a punto de morir. Al rodear el recodo a medio galope, pudieron observar que todo el suelo desde el bosque hasta el agua se converta en una tupida masa de personas que se empujaban y codeaban, y de bestias apretujadas. El alboroto era tremendo. En la ladera, Caradoc divis a Togodumno y, conmocionado de vergenza y excitacin por el recuerdo de la noche anterior, reconoci a Aricia junto a l. Estaban sentados sobre las capas en la hierba y el vapor de sus alientos se mezclaba cuando hablaban. Caradoc detuvo en aquel mismo lugar el caballo y desmont. Boudicca se desliz del lomo y permaneci de pie a su lado. En ese instante, Adminio se acercaba subiendo la cuesta. Dnde has estado, Caradoc? Mi gente te ha buscado por todas partes! Se detuvo jadeando y con el hermoso rostro acalorado. Hay problemas all abajo. Los hombres libres se estn peleando. Sholto dice que t le ofreciste un toro y una ternera de tu ganado de cra, pero Alan lo niega y afirma que no ofreciste nada ms que un toro para alimentar a su familia. Adems, Cinnamo est abajo entre su ganado, gritando y maldiciendo porque parece que le faltan doce animales. Aricia se ri. Tog asinti con solemnidad burlona y Caradoc se puso a lanzar maldiciones. Bueno, Adminio, por qu acudes a m? Eres quien sigue en lnea a nuestro padre. Ve y solucinalo. Es que a mi tambin me faltan reses! rugi. Tog, estoy harto de entrar furtivamente en tus cercados en plena noche para robar mi propio ganado! Dnde est tu sentido del honor? Justo t, el que tiene el precio de honor ms alto de todos nosotros. Me quejar a nuestro padre! Oh, sintate, Adminio dijo Togodumno con pereza. Cmo no va a haber problemas cuando los hombres libres corren para llegar los primeros con sus reses a la matanza? No es de extraar que los comerciantes den un paso atrs y se ran de nosotros. Si Cinnamo pasara ms tiempo atendiendo a sus animales en vez de cruzar espadas contigo, Caradoc, sabra que este verano murieron algunos de sus animales por enfermedad. Y en cuanto a ti, Adminio, creo que te interpondr un pleito por intentar robar mis reses. Acabas de admitirlo. El sofoco subi al rostro de Adminio, que se dirigi a su hermano. Se abalanz sobre l y pronto rodaron ambos por el suelo, peleando y pateando. Aricia suspir. Ser mejor que vayas a ver qu ha pasado, Caradoc. Cuando l la mir, not una tirantez en el vientre, pero ella hablaba con tranquilidad y sus ojos no le decan nada. Era como si la noche nunca hubiera existido. Bueno, tal vez no haba existido. Quiz no era Csar el demonio, o Aricia, sino l mismo que haba pasado toda la noche de Samain en un acceso de delirio. Aricia apart la vista y suspir lanzando una bocanada de aliento vaporoso. La desesperanza que 15

transparentaba su actitud corporal revel a Caradoc que no haba sido un sueo lo de la noche anterior. Estaba demasiado callada, demasiado tranquila. Deja a la pequea aqu conmigo aadi. Quin es, de todos modos? Boudicca, hija de Subidasto, jefe de los icenos explic l con cautela. Tens la capa a su alrededor. Un grito airado provino de los luchadores y Caradoc reprimi, irritado, su deseo de patearlos a los dos en el trasero. Ven, sintate aqu a mi lado la invit Aricia. Qu piensas de los catuvelaunos? Tienen buenos caballos y mucho ganado respondi Boudicca con presteza. Pero mi padre dice que sufren una enfermedad. Caradoc se volvi sorprendido. De veras? dijo. Y qu enfermedad es sa? Se llama la enfermedad romana replic ella, y le clav sus lmpidos ojos castaos. Qu es, lo sabes? Me contagiar? No quiero enfermar. Aricia y Caradoc se miraron durante un instante, asombrados, y entonces Aricia rompi a rer. No creo, pequea Boudicca contest jadeando, que ni tu padre ni t estis en peligro de ser abatidos por ese terrible mal. Parece que lo contraen nicamente los catuvelaunos. Ah. Entonces no quiero quedarme sentada aqu. Volver a montar el caballo de Caradoc. La nia es rpida pens Caradoc. Sabe que nos estamos burlando de su padre. Se despidi de Aricia inclinando la cabeza y se alej, divertido y a la vez enojado por la temeridad del viejo Subidasto. Enfermedad romana! Qu poco conoca a Cunobelin para imaginar que los catuvelaunos eran meros tteres en las garras de hierro de Roma. Ante todo, somos hombres libres, dueos de nosotros mismos. En eso radica nuestro orgullo. Se lanz dentro de la aglomeracin de personas excitadas y vociferantes que se abri para dejarle entrar, mascullando a su paso. Eran en su mayora campesinos, pequeos y de cabello oscuro, pero tambin haba muchos hombres libres y ex jefes trinobantes nativos, de cuyos linajes haba provenido su madre. Aqu y all, uno u otro jefe catuvelauno inclinaba la cabeza ante l y cuando logr llegar a la orilla del ro tena cuatro nobles guardndole la espalda. El hedor all era abrumador. La sangre formaba charcos en la hierba y flua en arroyos hacia el agua. Grandes pilas de animales muertos aguardaban a los curtidores para ser desollados, y a los carniceros para ser transportados y desmembrados. Las moscas oscurecan el aire a pesar de que las primeras heladas haban llegado y se haban ido. Alan estaba de pie junto a Cinnamo, con las mangas de la tnica arremangadas y los brazos cubiertos de sangre hasta los codos. Sholto los increpaba a ambos; sacuda los puos y pateaba el suelo mientras la multitud observaba, esperando los golpes que pronto comenzaran. Caradoc se adelant. Buenos das, Alan. Y buenos das a ti, Sholto. Debo arrastrarte y arrojarte al ro? Por qu discutes con uno de mis hombres libres? Sholto le mir con furia. Yo tambin soy uno de vuestros hombres libres, seor, o habis olvidado nuestro convenio? Os jur lealtad a cambio de un toro y una ternera reproductores, pero Alan me llama mentiroso! Caradoc le observ durante un instante con expresin escrutadora y enseguida desvi los ojos. No le gustaba Sholto y ya lamentaba haberse ofrecido a aceptarlo como uno de sus jefes, pero el precio de honor era un asunto espinoso entre Tog y l, y Sholto posea un clan numeroso y mucho ganado. Era un miserable y un mentiroso, pero sabia pelear, y tambin sus hombres y sus mujeres. No te llamo mentiroso, Sholto, pero afirmo que no oyes muy bien. Alan tiene razn. Te promet slo un toro para tu provisin de invierno y una copa de plata para tu esposa. Pero si lo prefieres, puedes tomar una ternera de cra. No me importa. O tal vez desees considerar el ofrecimiento de Togodumno, pero date prisa. Mi ganado espera para ser sacrificado. 16

Alan sonri y cruz sus brazos enrojecidos. Sholto se mordisqueaba el labio y pensaba rpidamente. Togodumno era joven pero tena muchos hombres en su squito. Demasiados; y rean todo el tiempo. Sin embargo, Caradoc sabia mantener el orden entre sus hombres con una sola palabra o una broma. Sabia manejar a la gente y, adems, era honrado en sus tratos. Un seor as no poda ser manipulado ni empobrecerse de la noche a la maana. Sholto habl con malhumor. Tomar la ternera reproductora, seor. Una acertada decisin. Bueno, Alan, sigue con lo tuyo. Cinnamo, por qu echas espuma por la boca? Vuestro hermano ha ido demasiado lejos esta vez! Cinnamo se acerc y habl en voz baja pero con tono enrgico. Doce de mis reses ms gordas estn entre su ganado. S cules son. El lder de mis hombres libres las conoce. Interpondr un pleito ante vuestro padre esta noche, Caradoc, y ser recompensado por la ligereza que Togodumno parece tener en sus dedos. Cmo puedes probar tu prdida? Toda mi gente prestar juramento por mi! Lo mismo har la de Tog por l. Tiene que haber algo ms. Lo hay. Cinnamo sonri con severidad. Todas mis reses fueron marcadas esta primavera con un corte en la oreja. Ya veremos cmo se las arregla Togodumno para salir de sta! En aquellos instantes, la multitud se estaba dispersando, desilusionada porque no haba habido lucha. Los curtidores y carniceros con sus cuchillos y ganchos ya se movan entre las pilas de bestias muertas. Caradoc se volvi hacia la ladera del bosque, pero Aricia, Tog y Adminio se haban ido. Y tambin Boudicca con su caballo. Cinn, por qu no vas a ver a Tog y le dices lo que me has dicho a mi? Luego exige que te d doce reses de su ganado adems de devolverte las tuyas. Eso le doler mucho ms que la justicia de mi padre. No me gustara ver que t y l derramis sangre por unas pocas vacas. Unas pocas vacas! Cinnamo maldijo y escupi al suelo. Eso est bien para vos, seor, que tenis un vasto rebao, pero yo debo contar cada animal al menos dos veces. Una gota de sangre de Togodumno contribuira mucho a aliviar mi corazn y el de muchos otros tambin. Hasta sus propios jefes observan con recelo sus mtodos ladronescos. Caradoc sabia que era cierto. Tog tena diecisis aos y posea un gran encanto, un don que le sacaba de uno y otro apuro, y haca que sus jefes se arremolinaran a su alrededor como perros serviles; pero estaba peligrosamente cerca de hacer perder la paciencia a su padre y de malbaratar la admiracin que le profesaba su familia. A Cinnamo no le costara demasiado acabar con l, Caradoc lo sabia. Ese joven que se hallaba de pie frente a l con el entrecejo fruncido por la ira, haba sido entrenado desde su nacimiento para ser un guerrero, un luchador fro con reflejos veloces como un rayo, capaz de matar sin piedad. Por eso Caradoc lo haba escogido como escudero y auriga; tambin porque era generoso y de risa fcil; l y Caradoc se apreciaban. Haz lo que consideres mejor, Cinn declar por fin. Es una enemistad entre t y Tog. Pero piensa en las consecuencias para tu familia si Tog decidiera convertirlo en una enemistad sangrienta. Jams lo hara. Si vos le hablarais, seor, me complacera. Decidle que quiero mis reses, y las otras tambin, y decidle adems... Hizo una pausa; sus ojos verdes sonrean en los de Caradoc con una pizca de humor. Decidle, adems, que si vuelve a entrar en mi cercado ordenar a mis hombres libres que lo maten. Inclin la cabeza y se march. Su figura alta se alej con paso relajado junto al ro; el sol resplandeca en su cabello dorado, y Caradoc se volvi y desanduvo el sendero con lentitud hacia las puertas. A mitad del camino, se encontr con Togodumno. Andaba con una mano apoyada en el costado de su caballo, mientras con la otra rodeaba la pequea figura instalada a lomos del animal como un gorrin diminuto en un rbol grande. Boudicca le salud y luego baj del caballo. Sus ojos centelleaban por el triunfo. Lo he conducido yo sola! En serio! Hasta lo he hecho trotar! 17

Acarici el cuello suave del animal y aspir su olor tibio. El cabello rojo que se haba soltado de las trenzas flotaba en una gran aureola alrededor de su rostro. Caradoc contempl los deditos romos moverse sobre el pelo oscuro mientras el caballo permaneca quieto, paciente y con el hocico temblando. Qu bien respondi Caradoc con are ausente, y prosiguieron la marcha con lentitud. Escucha, Tog. Acabo de hablar con Cinnamo. Est muy enfadado contigo por lo de las reses. Togodumno suspir con exageracin. Qu reses? Yo no he robado ninguna res. Se deben de haber perdido. Caradoc se detuvo en el sendero y tom a su hermano por los hombros. Eres un tonto, Tog. Cinnamo es inteligente y peligroso. Piensa. Conoce tus hbitos. Togodumno se encogi de hombros. Sabes qu ha hecho? inquiri Caradoc. Boudicca miraba y escuchaba con inters. Tog mene la cabeza y sonri. Marc su ganado esta primavera. Todo. Togodumno silb. Entonces estoy metido en problemas. Supongo que quiere que se lo devuelva. Quiere tu sangre, pero aceptar que le devuelvas sus animales, adems de doce de los tuyos y la promesa de dejar en paz sus bienes. De lo contrario, te matar. Retomaron la marcha en silencio, pero cuando ya estaban cerca de las puertas, Togodumno se detuvo. Lo har dijo. Cinnamo me cae bien. Entonces por qu le robas, a l y a todos los dems? A ti no te robo! Un jefe no roba a ningn miembro de su tribu replic Caradoc con tono mordaz . Aunque se est muriendo de hambre. Togodumno ri. Entonces es un tonto.

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CAPITULO 2

Aquella noche el Gran Saln estaba atestado. Los enormes troncos en el fuego chisporroteaban y crepitaban al caer sobre ellos la grasa de los cerdos puestos a asar. El da del Samain haba terminado. Los animales estaban muertos y pronto los salaran. Los hombres saban que no pasaran necesidad aquel invierno. El ganado reproductor estaba a salvo en los establos, los granos llenaban los grandes silos y depsitos y el clima ya poda ser todo lo recio que quisiera. La aguamiel, la cerveza y el vino romano fluan con libertad, la conversacin se desarrollaba en voz alta y con entusiasmo, y Caradoc, Cinnamo y Caelte luchaban con el gento para alcanzar el lugar que tenan designado. Cunobelin estaba sentado en el suelo sobre pieles, envuelto en su capa amarilla, con la gruesa torques de oro brillando a la luz del fuego y su cabello gris lacio que le colgaba sobre el pecho. A su lado estaban los invitados, Subidasto y la pequea Boudicca, que conversaba con su padre. A la izquierda de Cunobelin estaba Adminio, arrodillado, con los ojos fijos en los cerdos, y la boca hecha agua. Caradoc y sus seguidores se acuclillaron junto a l. Togodumno ocupara el lugar siguiente, pero an no haba llegado, y Aricia se sent junto a Subidasto; aunque haba estado en la corte de Cunobelin durante muchos aos, todava se la consideraba una husped y le estaba asignado un lugar especial y permanente en todos los banquetes. Caradoc busc con los ojos a Eurgain y por fin la localiz en otra parte del Saln, con su padre y con Gladys, la hermana de Caradoc. Eurgain sinti su mirada y se volvi para sonreirle. Aquella noche, llevaba puesta una tnica nueva con un diseo en color verde y rojo, ajorcas de plata y una corona delgada de oro en la frente. Su padre era rico, casi tan rico como Cunobelin, su seor, y ella posea alhajas pequeas procedentes de todo el mundo. Gladys lo vio pero no lo demostr. Llevaba una capa negra y su cabello castao oscuro, recogido en una nica trenza larga, bajaba por la espalda y se enroscaba sobre el suelo. Era extraa, pens Caradoc. Diecinueve aos y soltera por eleccin. Vagaba por los bosques sin temor de los dioses, que la observaban con envidia mientras recoga plantas y pequeos animales, o se dedicaba a juntar trozos irregulares y raros de madera flotante en la playa a la que sola ir con los comerciantes. Y sin embargo, a pesar de su aspecto brusco y poco acogedor, era la confidente elegida por Cunobelin y con frecuencia su consejera desde la muerte de su madre. Quiz su padre hallaba solaz en la serena sabidura de su hermana. Gladys haba dejado de pertenecer a la Banda Guerrera Real despus de una vez en que Tog y los dems atacaron a los coritanos y tres personas murieron, una de ellas un nio. Gladys se enfureci con Tog y, a partir de entonces, no quiso reunirse con ninguno de ellos fuera de Camalodnum; Caradoc lo lamentaba. Haba algo intrigante y dominante en su hermana pero l no lograba penetrar su fro exterior. El esclavo que giraba el asador hizo una seal a Cunobelin y se produjo un silencio. Todos los ojos se volvieron hacia la carne. Cunobelin se puso de pie con esfuerzo y con el cuchillo en una mano y tras cortar un pernil con un gesto ceremonioso, lo deposit en una fuente de plata y se lo ofreci a Subidasto. El mejor corte para nuestros invitados declar con voz grave, y Subidasto lo tom con agradecimiento. Alguien acerc una mesa baja y Cunobelin cort el resto de los cerdos y cada hombre o mujer recibi un trozo de acuerdo con su posicin en la tribu. En el fondo, junto a las puertas abiertas, ya haba estallado una pelea acerca de a quin se le haba birlado su sitio por derecho aquella noche, pero nadie excepto el protagonista adverta el altercado. Fearachar llev a Caradoc su carne y el pan, y Cinnamo y Caelte esperaron a que sus criados hicieran lo mismo. El silencio fue creciendo en el Saln a medida que los vientres se llenaban con rapidez. De pronto, Caradoc dej de comer. Haba divisado un destello blanco cerca de Subidasto. Estir el cuello mientras Togodumno se sentaba en el suelo a su lado y susurraba: Lo ves? No es impresionante? 19

Caradoc tuvo fro y perdi el apetito. Apart el plato y bebi un sorbo de vino sin desviar nunca los ojos del hombre enjuto y vestido de blanco, de barba gris y mirada penetrante. Estaba sentado inmvil, sin comer ni beber, y sus ojos se paseaban sobre la concurrencia. Un druida! Qu estar haciendo aqu ese viejo pjaro de la fatalidad?, se pregunt Caradoc alarmado. Los druidas odiaban a los romanos con un fanatismo inmutable y haca mucho que no se vea a uno de ellos dentro de la esfera de influencia de Cunobelin. Este deba de haber venido con Subidasto. Qu extrao. Ningn druida poda ser asesinado en ningn sitio y un viajero slo necesitaba gozar de su compaa para estar a salvo. Caradoc not la incomodidad de su padre. Cunobelin hablaba muy rpido y con los ojos fijos en el anciano, y los pocos comerciantes romanos que siempre se las ingeniaban para infiltrarse en cada banquete susurraban con excitacin. Pero la figura majestuosa haca tranquilamente caso omiso de ellos y mantena sus manos entrelazadas con flojedad sobre el regazo y una pequea sonrisa en los labios. Debieron servirle primero, por supuesto, antes que a Subidasto pens Caradoc . Qu mal educados pensar que somos! Acerc su plato y comenz a picotear la comida, sintiendo la presencia de la magia drudica como un humo secreto. La persona del druida era sagrada, incluso para los catuvelaunos. Unos minutos despus, Cunobelin se limpi la boca grasienta en la capa y aplaudi. Se hizo silencio. El fuego chisporroteaba alegre y fuera, donde era noche cerrada, un chubasco sbito golpe el techo del Gran Saln y estall en un viento creciente. Los criados corrieron a cerrar las puertas, la gente se acomod mejor en el suelo y Cathbad, el bardo de Cunobelin, se puso de pie con un arpa en la mano. Qu deseis oir esta noche, seor? pregunt, y Cunobelin, mirando de soslayo el rostro ensombrecido de Subidasto, pidi la cancin de la derrota de Dubnovellauno y de su propia entrada triunfal en Camalodnum. Cathbad sonri. Haba cantado la cancin muchas veces, pero Cunobelin nunca se cansaba de oir sobre su hazaa o la de su antepasado, Cassivellauno, que haba peleado contra el gran Julio Csar y lo haba hecho retroceder al mar no una vez, sino dos. Era una cancin tan conocida que muchos se unieron a l; pronto el Gran Saln se llen con las voces guturales, y los presentes entrelazaron sus brazos para mecerse de un lado a otro, cautivados por la fascinacin de proezas heroicas y muertes valerosas. Pero el druida permaneca quieto, con la cabeza inclinada y la mirada clavada en sus rodillas cubiertas de blanco. Caradoc se pregunt si los sacrificios le habran pasado inadvertidos, pero luego pens que probablemente no. Los romanos no alentaban el sacrificio humano y los ritos de esa tarde ofrecidos a Dagda y a Camulos slo haban incluido la matanza de tres toros blancos. Haca diez aos que no se ofreca una vctima humana a las flechas sagradas, y a Dagda pareca no molestarle. La cancin concluy y las jarras de vino pasaron de mano en mano con presteza. Qu ms necesita un hombre? se pregunt Caradoc con satisfaccin. Una cancin para oir, una jarra de vino para beber, un enemigo honorable para combatir y, por supuesto, una mujer para amar. Mir a Aricia, pero ella, al igual que los dems, observaba al druida, con la boca entreabierta y los ojos entornados. Togodumno se puso en pie de un salto y grit: Ahora, oigamos sobre nuestra primera incursin! De Caradoc y ma! Veinte reses nos robamos. Qu da! Caradoc le estir del brazo para que se volviera a sentar. No! exclam. Quiero oir El barco. No, no objetaron varias voces. Canta una cancin alegre! Pero Cathbad ya haba comenzado la melanclica tonada. La cabeza de Aricia se volvi de pronto y Caradoc la mir a los ojos deliberadamente, permitiendo que la cancin dulce y quejumbrosa desacelerara su corazn. Durante un momento, ella le mir pero, en la penumbra, Caradoc no poda descifrar su expresin y cuando apart la vista, sinti los ojos de Eurgain en l, inquisitivos y desconcertados. Cathbad alcanz la ltima nota aguda y la dej vibrar en la oscuridad del techo abovedado. Caradoc fue el nico que aplaudi y Cathbad se inclin hacia l. Aricia se levant con brusquedad y se 20

apresur a dejar el recinto. Bien dijo el bardo mientras sus dedos pulsaban las cuerdas con indolencia. Canto una cancin nueva? Una que acabo de componer? Cunobelin asinti. Se llama Cancin de Togodumno Dedos Ligeros y las doce reses perdidas. Togodumno se incorpor con un rugido de furia mientras las risas estallaban a su alrededor. Cathbad, te prohibo que cantes esa cancin! Has estado hablando con Cinnamo! Cunobelin le indic que se sentara y llam a Cathbad. Intercambiaron susurros y luego el bardo se enderez. No puedo cantar la cancin explic con pesar. Mi seor real se llena de aprensin cuando canto alabanzas de Togodumno y del ganado. Comenz a cantar una cancin festiva y estridente para ahogar las imprecaciones que farfullaba Togodumno y todos se le unieron mientras la lluvia caa con persistencia. Cuando termin, Cunobelin se puso de pie y Cathbad se retir a su sitio junto a la pared. Es la hora del Consejo anunci. Jefes y hombres libres, prestad atencin. Todos los dems, retiraos. Nadie se movi, excepto unos cuantos esclavos y comerciantes que salieron a la noche. Los jefes eran los nicos que siempre tenan algo que decir, pero a todos los hombres libres se les permita oir cmo se resolvan los asuntos de la tribu y en ese momento se acercaron al fuego. Caradoc vio que el druida se levantaba. Se aproxim, tom asiento junto a Subidasto y le murmur algo. Subidasto asinti. Boudicca estaba dormida, acurrucada en la capa de su padre. Nuestro invitado puede ahora exponer su asunto aadi Cunobelin y fue a sentarse junto a Caradoc. Habr problemas le susurr. Y se dirn cosas duras. No le caemos bien a este Subidasto. Togodumno se inclin y pregunt en voz baja: No tiene que hablar el druida primero? Cunobelin mene la cabeza. No hablar. Subidasto estaba de pie, con las piernas separadas y una mano en la empuadura de su espada. Estudi con lentitud a los hombres all congregados, se aclar la garganta y comenz. Alguno de vosotros niega mi inmunidad? Nadie habl. Alguno de vosotros niega la inmunidad del druida? De nuevo silencio. Bien Subidasto movi la cabeza . Veo que conservis una apariencia de dignidad tribal. Se apresur a continuar sin hacer caso de los murmullos que recorran la sala. Estoy aqu para protestar contra los repetidos e innecesarios asaltos perpetrados por los catuvelaunos en territorio iceno. Mi gente ha perdido sus manadas y rebaos, sus esclavos, e incluso sus vidas. Extendi un brazo grueso como el tronco de un rbol joven. Por qu? Porque, como siempre, vuestro rey prefiere olvidar cules son los limites de sus tierras. Atropella los derechos territoriales de otros as como los mos. Dnde est Dubnovellauno? Dnde est Verica? Los hijos de Cunobelin son rapaces y crueles, y ni siquiera la edad puede contener la codicia de su padre. Siempre mira ms all de su pueblo, buscando nuevas conquistas y yo s... sacudi un puo hacia Cunobelin, s que su verdadero amo en Roma es quien le impide declararnos la guerra a mi y a los mos. Cunobelin se puso rgido, pero no respondi. Ya le llegara su turno. Exijo que me dejen en paz grit Subidasto. Exijo un acuerdo, exijo rehenes que respalden ese acuerdo y deseo una restitucin completa y apropiada de todo lo que le ha sido robado a mi pueblo por vosotros, lobos de la Galia! Permaneci de pie unos minutos ms, pensando, luego esboz una sonrisa torcida, hizo un gesto a Cunobelin y se sent. Cunobelin se acerc al fuego, se volvi y se cruz de brazos. Pareca estar meditando, con la cabeza gacha. Habla de una vez, viejo zorro pico de oro pens Caradoc. Pon al iceno con firmeza en su sitio. Cunobelin alz la cabeza y estudi al Consejo con una pregunta en los ojos, luego levant los brazos de manera conmovedora. Quin soy? pregunt, y sus jefes respondieron: Cunobelin, rey! 21

Soy un romano? No! Soy un lobo de la Galia? No! S! susurr Togodumno al odo de Caradoc, y el druida se volvi de pronto en la direccin de ellos como si lo hubiera odo. Cunobelin hablaba para todos, pero sus palabras se dirigan a Subidasto. Vens de lejos, jefe iceno, con rumores insensatos en los odos y mentiras en los labios. Por supuesto que hacemos incursiones. Quin no las hace? Acaso vuestros jefes se dedican a cuidar de los nios? Nosotros atacamos a los coritanos y los coritanos nos atacan a nosotros. Nosotros atacamos a los dobunnos y los dobunnos nos atacan a nosotros. Todos perdemos animales y hombres, pero sa es la suerte del juego. Somos guerreros. No aramos la tierra. Peleamos. Levantaos y jurad que vos y vuestros jefes no habis tomado vidas y ganado catuvelaunos. No os o protestar cuando entr en Camalodnum con mis carros y mis hombres, aplastando a los trinobantes y haciendo huir a Dubnovellauno a la costa. Y yo tambin he odo rumores, Subidasto. Acaso los icenos no estis empujando a los coritanos hacia el oeste y derrotndoles? No es eso cierto? Subidasto musit algo. Estableceremos un acuerdo, si as lo deseis. Subidasto levant la cabeza con sobresalto, pero Caradoc sonri para sus adentros. Sabia lo que su padre dira y sabia la respuesta indignada de Subidasto. Dejar de atacaros y vos dejaris de atacarnos, y para sellar el trato intercambiaremos rehenes. Os dar uno de mis hijos. A quin ofreceris? Una sonrisa lenta y expectante se extendi por su rostro. Subidasto trag con ruido y su mano se alarg para apoyarse en el cabello fogoso de Boudicca. Slo tengo a mi bija susurr, y lo sabis muy bien, Cunobelin! Cunobelin chasque la lengua con complacencia. Pero amigo mo, es necesario sacrificar algo doloroso para sellar un trato tan solemne. La pequea Boudicca estara bastante a salvo aqu. Aprendera las formas refinadas de vida. Asimilara la cultura de una tribu rica y variada. La inferencia era obvia y Subidasto se sonroj mucho. Soy tan rico como vos, lobo de la Galia, y en cuanto a cultura, prefiero la forma de vida icena a este... este barato revoltijo romano! Cunobelin no contest. Se limit a permanecer de pie sonriendo y con los ojos casi ocultos por la carne arrugada de su rostro. Podra haber sacado a relucir que haban pasado seis generaciones completas desde que sus antepasados trajeran el fuego y la espada de la Galia a Albion. Podra haber bramado que no era sirviente de ningn hombre, menos an de Tiberio en Roma, pero no lo hizo. Se inclin en una reverencia hacia los presentes. El Consejo ha terminado? grit y todos respondieron: S! Entonces, a la cama. Confio, Subidasto, en que nuestras pobres chozas romanas sean confortables y de vuestro agrado. Oh padre, tranquilo pens Caradoc. No tientes al hombre a desenvainar su espada, porque tendrs que matarle. Pero Togodumno estir el cuello hacia delante con ansiedad y se desilusion cuando Subidasto se levant sin decir una palabra, recogi en sus brazos el bulto tibio que era la nia y se march del Saln con paso majestuoso. Nadie ms se movi y Caradoc vio que el druida ya se haba ido. Se puso de pie, se desperez y bostez. Tog, maana supervisa la carga de los perros dijo. Es lo menos que puedes hacer por tu insensatez. Pero estoy muy ocupado! se quej Togodumno. Aricia, Adminio y yo... Puedes hacerlo sentenci Caradoc hablando por encima del hombro mientras abandonaba el Saln. Permaneci un instante en el umbral y trag grandes bocanadas del aire hmedo y pesado que se abati sobre l. Lo baj a los pulmones con alivio, cerr los ojos y alz el rostro de manera que la lluvia le lavara la cara con sus dedos fros y limpios. Cinammo pas junto a l, le dese buenas noches con cortesa y Caelte se detuvo a su lado. 22

Deseis mi msica esta noche, seor? pregunt, pero Caradoc rechaz la propuesta. Estaba cansado pero satisfecho con el da. Tal vez debiera ir a hablar con Aricia para averiguar qu opinaba del misterioso druida. De repente, abri los ojos consternado, apret los labios con severidad para controlar sus sentimientos y enfil el sendero que llevaba a su puerta. Esta noche no, Aricia. Por Dagda, que no! La luz del fuego y de las lmparas se colaba por debajo de la puerta de pieles; Fearachar se encontraba fuera, acurrucado con desaliento en su capa corta mientras la lluvia goteaba de su larga nariz. Os he estado esperando... comenz con tono ofendido y Caradoc le interrumpi enseguida. Lo s! Esa noche no tena ganas de oir las quejas de su sirviente. Desaparece durante un buen rato. Vete, Fearachar. Esta noche no tengo paciencia. Seor, os he estado esperando para deciros que tenis una visita concluy Fearachar, malhumorado pero satisfecho. Como veo que no deseis tratar conmigo esta noche, me abstendr de revelaros su identidad. Aspir por la nariz una vez y estornud dos veces. Me estoy resfriando. Hizo una reverencia mecnica y se alej con rapidez y encorvado. Caradoc se qued inmvil, con el corazn acelerado. Aricia! Empuj las pieles y entr corriendo en su habitacin. Pero no era Aricia. El druida estaba sentado en la silla romana chapada en bronce, con sus largas piernas estiradas y las manos, como antes, en el regazo. La luz del fuego le rodeaba con un halo y proyectaba su perfil huesudo en la pared, lo amplificaba y le daba vida. Caradoc tuvo la sensacin de que aquel hombre haba crecido hasta volverse grotesco. Se detuvo con temor y confundido, pero el druida no volvi la cabeza. Adelante, Caradoc, hijo de Cunobelin dijo. Su voz era joven y fuerte. Caradoc dio tres pasos y observ abiertamente la cara de su visitante. El filsofo-sacerdote no era viejo. Tal vez le doblara la edad; adems, la barba que antes le haba parecido gris era, de hecho, de color oro plido. Qu digo? pens aterrado. Qu hago? Ha venido a hechizarme? El hombre emiti una risa suave. Por qu temes, guerrero catuvelauno? Acrcate y toma asiento. Caradoc se tranquiliz y camin hacia el otro lado del fuego. Se sent en un taburete y se inclin hacia delante para estudiar las profundidades anaranjadas de las llamas. Se senta curiosamente tmido y no poda mirar ese rostro delgado. El druida se levant con lentitud y empuj las manos dentro de los pliegues de sus profundas mangas. Disclpame por haber entrado sin invitacin y por sobresaltarte, Caradoc dijo por fin, despus de un escrutinio largo y reflexivo de aquel joven que se hallaba frente a l. Asinti para si, puesto que lo que vea pareca satisfacerle. El rostro del muchacho era ancho y de huesos proporcionados; la nariz tambin ancha, pero bien formada. La barbilla era cuadrada y hendida, como la del padre y los dos hermanos, un signo de orgullo y gran testarudez. Pero mientras que los ojos del joven Togodumno no estaban nunca quietos, jams inmviles durante mucho tiempo por la meditacin o la observacin, esos ojos castaos, incluso en ese momento en que se levantaban para encontrarse con los de l, eran firmes y agudamente perceptivos, llenos de una sabidura que quizs el joven no sabia que posea. El cabello oscuro caa suavemente ondulado desde una frente ancha y las manos... El druida se estremeci. Las manos le revelaban todo lo que los ojos no podan. Eran manos de palmas grandes pero no carnosas, los dedos largos pero romos en las puntas, las manos de un hombre que poda combinar la prudencia con la accin impetuosa. Bien. Haba all otra diminuta fruta de posibilidad, todava agria y verde, pero que deba ser vigilada con cuidado. Se inclin hacia Caradoc y extendi un brazo. Soy Bran se present. De alguna manera, con renuencia, Caradoc se sorprendi tomando la mueca del hombre en un gesto de amistad. La encontr nervuda y tibia; y su temor pareci fluir de l al hombre mayor y disiparse en algn lugar en las profundidades de la blanca tnica de lana. 23

Bran se reclin con una sonrisa. Qu queris de mi? inquiri Caradoc. Deseaba conocerte respondi Bran, levantando un hombro, y creo que si me hubiera sentado junto a ti en el Saln esta noche te habras levantado y habras huido. Tengo razn? Caradoc se sonroj por la ira. Los catuvelaunos no huyen de nada ni de nadie declar con fervor. Pero confesar que sent una cierta incomodidad cuando os vi all. Por qu? Porque los druidas ya no se ven por estos parajes. Los comerciantes... se interrumpi. Si, lo s. Los comerciantes, como buenos y leales hijos de Roma, nos echaron. Su voz agradable no guardaba una pizca de amargura. Y entonces los hijos de Cunobelin olvidan que los druidas existen para hechizar y hacer magia. Estaba contento, los ojos le titilaban y Caradoc se sinti como un campesino torpe. Pero todava somos tiles, Caradoc. Qu habra hecho tu padre si Subidasto y su hija no hubieran venido protegidos por mi inmunidad? Mi padre habra conservado a Boudicca y tal vez asesinado a su padre. Y luego habra hecho la guerra a los icenos. Y lo habra llamado defensa propia, como hizo cuando Tiberio le pregunt por qu marchaba contra Dubnovellauno. Oh, perdn, su hospitalidad es irreprochable. Habra agasajado a Subidasto y preguntado por la salud de toda su tribu y, en el largo viaje de regreso, Subidasto habra tenido un accidente y Boudicca se habra establecido aqu y habra sido feliz. Los ojos de Caradoc volvieron a mirar el fuego y no respondi. Cualquier jefe habra hecho lo mismo. Por qu, entonces, aquel Bran le hacia sentirse tan mal? Tal vez no seas consciente, Caradoc, de lo mucho que tu padre es odiado y temido fuera de su territorio. Yo viajo todo el tiempo, llevo noticias y mensajes, y s lo que dicen otros jefes. Caradoc alz la vista con brusquedad. A l no le importa y a mi tampoco. Por qu habra de importarnos? Existe algn rey ms grande que Cunobelin? Est Tiberio le record Bran cortsmente. No entiendo replic Caradoc con sequedad y Bran liber las manos de la tnica y las junt, frotando una palma pequea contra la otra. Los ojos de Caradoc se posaron en ellas, manos crueles y eficientes como las garras de un halcn. Creo que deberas empezar a preocuparte sugiri el druida con suavidad. Vosotros, los miembros de la Casa Catuvelauna, estis rodeados de enemigos, pero no sois capaces de ver ms all de vuestros mezquinos sueos de conquista y engrandecimiento. De verdad crees que Julio Csar fue repelido por Cassivellauno? Yo te digo que lo que le derrot fue el clima, el clima y las mareas ocenicas. Y Roma no olvida. T y tu padre vivs en el mundo imaginario de los tontos. Caradoc comenz a temblar. No poda evitarlo. No eran las palabras de Bran sino el tono de su voz lo que rozaba cicatrices ya olvidadas y viejas, ms viejas que l mismo. Sois un vidente, seor? grit. Bran ech la cabeza hacia atrs y ri. No, Caradoc, no, yo no. Soy de una orden diferente. Leo las estrellas, pero no para predecir el futuro, slo para descubrir los secretos ocultos del universo. Huelo el viento de las palabras de los hombres para as adivinar el rumbo de las tribus y las lentas mareas de la historia. No me temas. Sin embargo, Caradoc, soy ms sabio que t y que tu anciano y taimado padre. Cuenta tus das de alegre ignorancia. No durarn. Caradoc se levant. Ahora os conozco por lo que sois! exclam con vacilacin. Por supuesto! Es como dicen los comerciantes. Vos y vuestros compaeros vagis por todas partes inculcando en la gente el odio contra Roma porque sufristeis bajo la autoridad romana. Y siempre encontris un odo dispuesto y avivis el miedo de los hombres a la esclavitud. Camin hacia la puerta de pieles y las sostuvo apartadas con una mano de nudillos 24

blancos. Por favor, marchaos. Maana los hombres comenzarn a preguntarse qu estaba haciendo el mago en la choza del hijo de Cunobelin. No quiero que eso pase, ni tampoco seguir oyendo vuestra conversacin demente! Bran se incorpor y camin hacia l en silencio. Sonrea vagamente, en absoluto ofendido, y al marcharse, apoy una mano ligera en el hombro de Caradoc. Recurdame y recuerda mis palabras sediciosas precis. Cuando llegue la hora en que te veas acosado, mis hermanos y yo te estaremos esperando. Quiz nos volvamos a encontrar, lo quieras o no. Se fue rpidamente y Caradoc dej caer las pieles, conteniendo su aliento tembloroso. Tena fro. Se acerc al fuego y se acuclill. Dej que el calor golpeara su rostro; luego, corri de nuevo hacia la puerta y llam a Fearachar. Al cabo de un momento, el criado lleg, con los ojos hinchados y semidormido. Caradoc le orden que buscara a Caelte. Habra msica y risas. Seria aquel hombre un vidente despus de todo? Se encogi de hombros, pero el movimiento de su espalda ancha no disip la carga sombra de duda e inquietud que se haba asentado a su alrededor. Senta como si hubieran despellejado su carne tibia y dejado que los huesos se sacudieran en un viento fro y extrao. Caelte toc y cant para l, le cont chistes y, al final, le rega con vehemencia, pero Caradoc volvi el rostro a la pared y no respondi. Por la maana, l y Cinnamo fueron juntos al taller del guarnicionero, donde el carro de Caradoc estaba siendo reparado. Al pasar por las perreras, oyeron los gritos de Togodumno y las maldiciones de los guardias. Unos pocos comerciantes que rondaban cerca de la puerta, pizarras en mano, aguardaban con impaciencia a que se restaurara el orden antes de que los perros fueran llevados a las barcazas y de all al estuario del ro donde abordaran los barcos con destino a Gesiorcum y Roma. Caradoc no se detuvo. Deja que Tog se las arregle y tal vez aprenda una leccin, pens. El guarnicionero estaba sentado fuera de su taller, rodeado de sus leznas, cuchillos y tiras de cuero. En un bol, a sus pies, una pila de tachones de coral rojo oscuro, engarzados en bronce, esperaban ser colocados en los arneses propiedad de algn jefe. Buenos das, seor dijo, y permaneci sentado mientras Caradoc se acercaba. Habis venido por vuestro carro, supongo. Seal hacia la puerta. Entrad y echad un vistazo. Os costar una moneda de plata. Pgale orden Caradoc a Cinnamo. Baj la cabeza y entr en el mortecino interior. Su carro yaca de lado, y donde el tocn del rbol oculto haba desgarrado el mimbre en jirones con sus dientes mellados, el guarnicionero haba tejido un lado nuevo. Caradoc cogi el carro con firmeza y lo puso derecho. Ello no le demand mucho esfuerzo y examin el trabajo con atencin, pinchando y tirando hasta que estuvo satisfecho. Luego sali de nuevo. El trabajo es bueno reconoci. Para quin son los tachones de coral? Para la seora Gladys. Ha ordenado unos arneses nuevos para su caballo, botas de cuero, tambin tachonadas, y un cinto con realces de plata para su espada. Ah. Qu hermosos son! Se acuclill y hundi las manos en el bol de coral. Sinti la suavidad fra de los tachones y luego se incorpor. Cinnamo, hoy sacar el carro. Ata los caballos, quieres? Nos encontraremos al otro lado de las puertas. Volvi sobre sus pasos y advirti que las perreras estaban silenciosas y que Tog y los perros se haban ido. De camino a su choza se top con Gladys. Iba vestida de verde; la maana gris velaba sus ojos negros y llevaba el cabello oculto en la capucha de la capa. Adnde vas? le pregunt, y se detuvo para hablar con ella. Gladys seal hacia el ro. Voy al mar, con los comerciantes. Me consume el deseo de contemplar las rocas, la arena y las rompientes saladas. Vi tus cueros nuevos y el coral. Son muy bonitos. Dnde los has conseguido? Fue un regalo. Tambin recib un puado de perlas. Cambi de tema con brusquedad y l adivin que algn pretendiente ocasional estaba probando suerte otra vez. He odo decir que anoche tuviste una visita, Caradoc. Estaba sonriendo? Supongo que toda la aldea ya sabe que el druida fue a verme respondi 25

enojado. Pero no pude evitarlo, Gladys. Estaba all cuando llegu. Qu te dijo? Por qu tendra que haberme dicho algo? Nada ms qu