Ghalioun - La crisis del Mundo Árabe

download Ghalioun - La crisis del Mundo Árabe

If you can't read please download the document

description

Burhan Ghalioun, La crisis del mundo árabe. África Internacional, N°12, IPEALA, Madrid Estado contra Nación INTRODUCCIÓN La crisis general que actualmente vive el mundo árabe está casi enteramente focalizada en el Estado, entendido éste-según la concepción aún dominante de lo político-como una ciudadela, cuya toma constituye la condición del control del conjunto de la vida nacional. Estado islámico, Estado laico, Estado democrático, Estado socialista, Estado nacionalista, Estado Ã

Transcript of Ghalioun - La crisis del Mundo Árabe

Burhan Ghalioun, La crisis del mundo rabe. frica Internacional, N12, IPEALA, Madrid Estado contra Nacin INTRODUCCIN La crisis general que actualmente vive el mundo rabe est casi enteramente focalizada en el Estado, entendido ste-segn la concepcin an dominante de lo poltico-como una ciudadela, cuya toma constituye la condicin del control del conjunto de la vida nacional. Estado islmico, Estado laico, Estado democrtico, Estado socialista, Estado nacionalista, Estado rabe unificado, Estado territorial, Estado oriental desptico, Estado moderno racional: he aqu los trminos que utilizan a diario los intelectuales y el conjunto de la intelligentsia rabe. Son la expresin del lugar central que ocupa el Estado en el debate poltico, social y religioso en una sociedad que, como nunca antes, se busca y se interroga acerca de sus orgenes, su identidad, sus fundamentos y su porvenir. Para entender mejor este debate, as como la problemtica general del Estado en el mundo rabe, nos parece necesario distinguir tres niveles fundamentales en el anlisis de ese objeto que aqu llamamos Estado y que no es necesariamente idntico (es decir, que no se ha formado de manera similar, no tiene el mismo papel y no responde a los mismos criterios y aspiraciones) en todas partes del mundo. El primer nivel se refiere al origen de ese objeto, no en el sentido de la historia general y cronolgica, sino en el de la historicidad, es decir, esencialmente, en el de su razn de ser. A la pregunta "por qu hay Estado?", los tericos y filsofos polticos siempre respondan con la misma frase de Aristteles: porque las sociedades humanas son, por naturaleza, sociedades polticas. No pueden vivir sin Estado. Los filsofos musulmanes desarrollaron, sobre todo, la idea del "wasi" (vector de disuasin y de persuasin material y moral) como el fin de lo poltico. Para materializarse, este wasi necesita una fuerza autnoma, que Ibn Jaldun busca en la assabiya (solidaridad natural de sangre y espritu de cuerpo), sin, no obstante, dejar de decir que, para los rabes, este factor de la assabiya no es suficiente. El establecimiento del Estado requiere adems, para ellos, la intervencin de un mensaje religioso, que trascienda las oposiciones y los conflictos entre las mltiples assabiya y espritus de cuerpo.La razn de ser no significa aqu la justificacin a fortiori de los Estados, sino lo que provoca, material y moralmente, su creacin concreta en un momento de la historia. La problemtica del origen no busca explicar porqu hay Estado en general, o porqu las sociedades humanas no pueden vivir sin Estado, sino porqu, en un momento y en un lugar dados, hay un Estado dado (rabe, indio, unificado, segmentado, nacional, imperial, etc.), y no otro. En pocas palabras, se trata de saber cul es, exactamente, en nuestra poca, la fuerza histrica capaz de engendrar un Estado.El segundo nivel de esta problemtica se refiere a la estructura material, objetiva, del poder, es decir, al aparato y al dispositivo en los que el poder procura materializarse para realizar sus objetivos (el programa y las polticas que le pide la sociedad o que l mismo se fija). El tercer nivel se refiere precisamente al proyecto histrico de este Estado, a la fuente de su legitimidad, a la razn de su funcionamiento, es decir, a su accin colectiva o a su misin histrica, que-al igual que el espritu que da vida al cuerpo-hace trabajar a sus aparatos y hace actuar a sus fuerzas. Ese es el aspecto fundamental y primero de la legitimidad, que est ligado a la realizacin de objetivos determinados. El segundo 1

aspecto de legitimacin, relacionado con la apreciacin de la manera en que el Estado cumple su misin, slo se plantea en un segundo momento, cuando la satisfaccin de las necesidades pasa de la exigencia de la cantidad a la de la calidad. Entonces ya no bastar con que el Estado satisfaga necesidades para legitimarse, sino que primero ser juzgado por los mtodos y medios utilizados. Aqu es donde aparece, en nuestra poca y para nuestro tipo de Estado, la demanda social por la democracia. En realidad, se trata de tres niveles relativamente autnomos, que no evolucionan necesariamente en esferas idnticas y que no tienen la misma temporalidad. La dimensin histrica-que encarna al sujeto de la historia, fundador del Estado-concibe a este ltimo como modo de lo poltico o proyecto histrico y de porvenir. A este nivel, el Estado es entendido, esencialmente, como la expresin de la organizacin de s misma de una sociedad, y por eso refleja los programas y los intereses de las fuerzas sociales organizadas: lites, clases sociales, alianzas de clases, pueblos, etc. Eso es lo que se suele analizar como el contenido sociopoltico del poder del Estado, que nos permite distinguir, por ejemplo, entre un Estado feudal y capitalista, tributario o perifrico, etc. . El modelo organizativo del Estado a este nivel-objeto de la ciencia poltica-es un fenmeno ligado a la evolucin y la acumulacin de las tcnicas de gobierno y de control del poder, que tienen lugar a medida que ste crece y se diversifica. Esa es la dimensin estructural, que concibe al Estado como tcnica del poder y formas de organizacin de la vida pblica: los aparatos, las maneras de gobernar, la organizacin de las jerarquas en el seno del Estado y de los aparatos, etc. En este sentido distinguimos, por ejemplo, entre el Estado moderno burocrtico y el Estado tradicional personificado. El tercer nivel comprende al Estado como valor o conciencia de s, definicin de objetivos y orientacin de la accin general. Son los fines de la poltica encarnada por el Estado. El carcter de esta accin es, generalmente, insuflado al Estado por la sociedad, pero tambin puede ser "importado" junto con el Estado. Y, en la medida en que los fines del Estado, cualquiera que sea su origen, estn en correspondencia con los de la sociedad, estar asegurada la legitimidad del poder, por lo menos en el primer sentido, y esto independientemente de la forma o de las tcnicas que adopte esta correspondencia. Las tcnicas de legitimacin reflejan, en un segundo momento, el proceso histrico de establecimiento de las finalidades y los valores fundamentales en torno a los cuales se produce el consenso general, tcito o explcito. Es este nivel del anlisis de la legitimidad lo que nos permite distinguir entre un Estado democrtico, por ejemplo, y uno desptico.Esos son los tres elementos inseparables de los que debe dotarse todo Estado, a saber: la organizacin, el programa poltico y el sistema de legitimacin. Pero mientras que la organizacin material-o el Estado como tcnica de poderpertenece, en su historicidad, a la evolucin de la civilizacin universal y, por lo tanto, es tomada como tal en todas las sociedades civilizadas, el proyecto poltico est determinado por las fuerzas constituidas en el seno de la sociedad, que se reflejan, en uno u otro sentido, en el seno del Estado. El Estado como poltica es, por eso, el reflejo de los movimientos sociales, de los equilibrios de fuerzas y de las coaliciones de intereses. Y, conforme estos movimientos representen ms o menos los intereses del conjunto de la sociedad (como en el perodo de la lucha anticolonial) o los de la lites (radicales o conservadoras), cambiarn continuamente de contenido las estrategias y el sentido de la accin del Estado con relacin a la sociedad. En cuanto a la cristalizacin de las fuerzas histricas fundadoras del Estado -hoy, las naciones-, sta tiene sus races profundas en las transformaciones efectivas de las 2

aspiraciones de las sociedades humanas. Estas son, en efecto, el factor menos determinado y ms cambiante y contradictorio, que ni las fuerzas polticas ni el Estado tcnico pueden controlar. Esta realidad emprica-y, por lo tanto, opaca-, que ni siquiera es, en s misma, poltica, es, sin embargo, la raz profunda de toda poltica. En cambio, el sistema de legitimacin es un hecho histrico, que no se deriva ni del modelo del Estado ni del modelo de las aspiraciones colectivas, sino que se crea y elabora a lo largo del tiempo, a medida que la conciencia del Estado y sus propias aspiraciones se identifican con las de la sociedad. La legitimidad no se encarga, no se inventa, aparece o no, segn la evolucin de la poltica en el seno de las sociedades y de los Estados, envueltos conjuntamente en un nico y mismo proceso de civilizacin y modernizacin. El Estado poltico-o su proyecto de sociedad-depende tanto de la evolucin de las estructuras de produccin y consumo, de las ideologas y de las tradiciones de organizacin polticas y sociales, del principio tico, como de su capacidad efectiva de realizacin. Sencillamente, esto quiere decir que la constitucin de las fuerzas sociales no es obra del Estado. Este llega, o no, a controlarlas con sus propias estrategias, y en funcin de su evolucin tcnica y tica. En el caso en que no lo consiga, el Estado sigue siendo tributario de las solidaridades y "polticas" establecidas fuera de l y nunca llega a convertirse en el centro de una adhesin general o de una solidaridad nacional. La absorcin de las solidaridades perifricas y parciales depende, pues, directamente, de la capacidad del Estado poltico para presentar y realizar un proyecto nacional que beneficie al conjunto de la sociedad. Por lo dems, la adquisicin de la legitimidad por parte del Estado (forma universal) -vista como el resultado de su familiarizacin con la comunidad (particularidad histrica)-tiene, a estas alturas, mucho que ver con la seriedad, la moral y la actuacin de las lites y dirigentes histricos. A la luz de este esquema examinaremos el carcter de lo que denominamos Estado rabe contemporneo, su accin y sus fuerzas inspiradoras, para saber si se trata, como tendemos a pensar, de un Estado tradicional, sultnico y religioso, o ms bien de un organismo histrico nuevo: en su estructura interna, sus mtodos de accin, su programa social, sus finalidades y su tica general. Si, en este ensayo, hemos privilegiado el anlisis del Estado es porque ste aparece, a la vez, como el fin y como el instrumento de ese difcil proceso de construccin nacional. Pero el Estado es considerado aqu, antes que como un simple aparato, ms bien como la materializacin de principios ticos y sociales en funcin de los cuales se organiza la sociedad. Constituye el nudo y el cerebro que combina mltiples redes de solidaridad, de afinidad, de parentesco y de relaciones de intercambio, que constituyen la sociedad como unidad y organizacin.Desde este punto de vista se ha hecho hincapi no en las estructuras, sino en el movimiento, el devenir y los cambios: all donde acta y razona el Estado, se civilizan las sociedades, se deshacen y hacen las historias de los pueblos, se buscan las naciones, se organizan los sistemas geoestratgicos y se construyen los aparatos y fuerzas polticas. Pensamos, en efecto, que es difcil, tal como estn las cosas, comprender el carcter del Estado en los pases del Tercer Mundo, es decir, su sentido y su papel, al margen de las profundas transformaciones que, desde hace un par de decenios, experimenta el sistema internacional. Nos parece que el concepto de devenir, ms que el de estructura, es el que mejor corresponde a la actual situacin del mundo rabe, en perpetua agitacin. Es, en nuestra opinin, el nico concepto operativo en el plano metodolgico, en cuanto hace ms transparentes las mltiples rupturas, morales y materiales, que vive la sociedad rabe-y, en primer lugar, la fractura, que no deja de ahondarse, entre el Estado y la sociedad-, as como las distorsiones que atraviesan, por 3

una parte, al Estado y, por la otra, a la sociedad, y que tienen muy poco que ver con estructuras culturales o sociolgicas llamadas "tradicionales". Tambin nos parece cada vez ms inoperante limitar el anlisis del Estado a aspectos jurdicos y de ciencia poltica. No podr dominarse el concepto de Estado ms que si llegamos a comprenderlo de arriba abajo, es decir, por un lado, en sus relaciones con el sistema internacional de Estados, intercambios y comunicacin, y, por otro, en sus relaciones (o, ms bien, su interaccin) con la sociedad civil, sus solidaridades parciales opuestas, los mltiples campos de sus intereses privados y la complejidad de sus contradicciones internas. Eso significa que habr que romper con la actual literatura poltica, que opone sistemticamente "sociedad civil" y "Estado". Pensamos, en efecto, que, para comprender la poltica y desmontar sus mecanismos, no basta analizar al Estado al como se presenta, sino que hay que identificarlo como un nudo de relaciones complejas, a la vez nacionales e internacionales, civiles y polticas, culturales y materiales. Vamos a analizar la constitucin de este Estado a travs de la vida de las comunidades y sus historias; de la evolucin mundial de los dispositivos y tcnicas del poder; de la eclosin del nacionalismo como espritu que hace funcionar a esos dispositivos, forjando, al mismo tiempo, la unidad de los pueblos como realidad sociolgica y la cohesin del Estado como lugar de adhesin general; de la crisis de este Estado y su ideologa nacionalista; y, finalmente, de las perspectivas contradictorias que se perfilan men el sistema geopoltico y cultural internacional.

LA EMERGENCIA DE UNA NACIN1. Los pueblos y sus historias La regin del sur del Mediterrneo est ocupada casi completamente por los rabes. Estos aparecieron en la historia alrededor de un milenio antes de Cristo. Es as que los asirios sealan la existencia de reinos y reyes rabes, y sus incursiones en Siria y Mesopotamia, a partir del ao 853 a.c. El auge del comercio a distancia contribuye a la fundacin de numerosos reinos rabes, tanto en el norte como en el sur de Arabia, desde el siglo VII a.c.Pero, a partir del siglo VI d.c., la historia de los rabes se confunde con la del islam y su expansin cultural y territorial. Bajo los Omeyas, el imperio rabe -que sucedi a los imperios Bizantino y Persa-se extiende desde Espaa al Cucaso. Pero la unidad del imperio se rompe algunos siglos despus. Nuevos poderes autnomos o independientes se crean y se consolidan en Asia, en frica y en Espaa, poniendo fin a esta unidad poltica. Sin embargo-y a excepcin de Marruecos, que preservar su independencia poltica hasta comienzos de este siglo-, los territorios arabfonos o arabizados se unifican de nuevo, desde el siglo XV, bajo la autoridad del Imperio Otomano. Despus de un brillante auge durante la Edad Media, el mundo musulmn entra en un largo perodo de decadencia(1). En cuanto a los rabes, su suerte queda sellada por las invasiones mongolas (1258-1259) que se suceden durante siglos-los mongoles llamados yalayres de 1335 a 1410, Tamerln de 1393 a 1401-y provocan la cada del Imperio Abbas, y saquean totalmente los pases, antes de ser frenados y civilizados o islamizados. (Por lo dems, son sus hermanos turcos quienes les sucedern para ocupar la escena poltica y militar del mundo musulmn hasta la llegada de los tiempos 4

modernos). En efecto, tras haber sido apartados del poder y de los asuntos pblicos desde el siglo VIII en beneficio de otros pueblos-, los rabes haban sido completamente neutralizados, en el siglo X, con la llegada de los buwayhes (945 d.c.) y haban perdido el sentido del Estado y la tica y virtud de la prctica e inteligencia polticas. Marginados y disueltos en el largo movimiento de trasvase de poblaciones, perdieron completamente su identidad y cayeron en el olvido.Bajo los otomanos, el mundo rabe-con excepcin de Siria, que es relativamente favorecida al comienzo a causa de su proximidad a la capital del Imperio-contina hundindose en la decadencia y el aislamiento. A pesar de la apariencia de unidad y de estabilidad y de una administracin eficaz y una justicia relativamente rpida, a principios del poder otomano, la regin rabe, al igual que el resto del Imperio, es sometida a un rgimen poltico, econmico e ideolgico tan conservador como esterilizante. Pero el golpe ms duro que recibe la economa rabe es el del traslado de los artesanos y jefes de gremios de los centros de produccin rabes a Estambul, por orden del sultn Salim, en 1517. La situacin econmica de los rabes se agrava an ms a causa de la prdida constante de su control sobre el comercio a distancia y el comercio martimo en provecho de las nuevas naciones europeas y a causa de la periferizacin de la regin rabe con relacin a las grandes corrientes innovadoras de la economa mundial. Progresivamente, en el curso del siglo XVII, el ocaso poltico y econmico, tras el ocaso militar, alcanza al conjunto del gran imperio musulmn(2). La instalacin de los europeos en las Indias, el desvo de las grandes rutas comerciales, los sucesivos reveses militares, la degeneracin de los jenzaros, la corrupcin de la administracin y el contragolpe de la crisis econmica europea-vinculada a la afluencia de los metales preciosos americanos-contribuyen a socavar al Estado, convirtiendo a las ciudades y campias en vastos campos de desolacin y devastacin. En realidad, el Imperio Otomano es, ante todo, un imperio militar que saca su fuerza de sus conquistas. Desde el momento en que empieza a perder terreno, su mquina de guerra y de imposicin se vuelve hacia la sociedad y agota rpidamente sus recursos(3).

2. A manera de renacimiento El renacimiento de la nacin rabe despus de ms de un milenio de ausencia es uno de los acontecimientos notables de este siglo(4). En verdad, se trata mucho ms de una resurreccin que de una renovacin. Esta no ha sido, por lo dems, ni fcil ni cmoda. Han sido necesarios mil rodeos y la facultad de una resistencia sin lmites para llegar a superar numerosos obstculos y bloqueos, polticos, culturales y sicolgicos. Este milagro tambin se debe al trabajo lento y continuo de dos factores fundamentales, aparentemente contradictorios, a saber: la religin, en la medida en que ha constituido el ltimo refugio de la lengua y de la cultura rabes-y, sin la cual, stas habran desaparecido eventualmente-, y el fermento de racionalismo moderno que estremece profundamente al pensamiento musulmn en el siglo XIX. Este renacimiento se desarrolla en dos focos paralelos: el corazn de Arabia, donde el pensamiento musulmn -dominado por el misticismo popular y un clasicismo aquejado de amnesia general y agonizante desde hace siglos-recobra, de pronto, vigor y vitalidad. Una corriente rigorista, que reencuentra las nociones clsicas de puritanismo, de ley y de combate por la fe, se afirma con tenacidad y fuerza. Se trata del wahhabismo, por referencia a Muhammad ibn Abd el-Wahhab (1703-1792), su fundador, cuya consigna es la rehabilitacin de la idea de la unicidad de Dios, trmino que significa, en la tradicin teolgica musulmana, la depuracin del concepto de Dios, nica fuente y 5

centro de lo sagrado, de todas las malas encarnaciones, smbolos o imgenes que le han sido injustamente asociadas por el olvido, la ignorancia o la mala intencin de los musulmanes a travs de su larga historia. En la misma lnea que la doctrina estricta del gran telogo Ibn Taymiyya (661828)(5) -l mismo de la Escuela hanbal-, el wahhabismo, en realidad, no es ms que una nueva confraternidad religiosa. Pero tiene de particular que se fija como objetivo combatir a todas las otras confraternidades, y, ms all, a la propia idea del sufismo. Al hacer regenerar en el islam el sentido del pensamiento rigorista, de la voluntad de reforma y de la aficin al militantismo-cuyo smbolo es el propio Ibn Taymiyya-, el reformismo contribuye a socavar las bases de una religin popular profundamente degenerada, desnaturalizada, supersticiosa e irracional, dando as nuevo impulso a la dinmica social, poltica e intelectual, paralizada desde hace siglos(6). El wahhabismo constituye, sin duda, por su concepcin religiosa as como por su discurso poltico, una primera fractura en la ideologa del Imperio Otomano, que estaba acostumbrado, desde su nacimiento, a hacer del misticismo popular una de sus mejores estrategias de recuperacin poltica y de infiltracin entre las lites intelectuales. Tambin es la primera seal de una nueva identidad que, sin salir de la ideologa islmica dominante, encuentra los medios de diferenciarse. Refleja la revancha del islam rabe y anuncia, sin decirlo, la idea, desarrollada despus por A. Kawakibi(7) de la necesidad, para el xito de la reforma, de la recuperacin del cargo califal por parte de los rabes. Esta ideologa de unificacin de la fe, as como de su espacio, que lleva en germen la renovacin del ciclo de poder, se convierte despus en referencia para numerosas escuelas y movimientos reformistas a travs del conjunto del mundo musulmn, y del rabe en particular. En efecto, el wahhabismo es el origen del islamismo moderno en todas sus formas: reformismo modernista, fundamentalismo e integrismo. En ello hay, de hecho, una renovacin de una antigua tradicin islmica, la de los Qurra (recitadores del Libro santo), que reivindican el papel de rbitros en una reinterpretacin del mensaje islmico centrada en el problema del poder, que desapareci desde la fundacin del Imperio Omeya en el siglo VII(8). La aplicacin de la chara, consigna que unifica a todos los movimientos islamistas militantes actualmente, procede directamente de esta corriente wahhabista. El renacimiento del pensamiento racional moderno, segundo factor de despertar y de toma de conciencia entre los rabes, elige su sede en los centros activos de la cultura rabe, a saber, El Cairo, Damasco y Beirut, que conocen, desde principios del siglo XIX, un auge intelectual sin precedentes(9). Los esfuerzos de traduccin, que comienzan en Egipto tras las huellas del movimiento de modernizacin, se propagan rpidamente en Siria y en el Lbano. La difusin de las ciencias y de las ideas sobre las nuevas realidades del mundo, la creacin de clubes de pensamiento, la produccin literaria, artstica o incluso enciclopdica despiertan a los espritus y contribuyen a restablecer el contacto en una sociedad apagada y desnaturalizada. Una nueva lite intelectual, diferente e independiente con relacin a la lite tradicional constituida por los ulemas y los clrigos, puede as afirmarse, reagrupando a hombres procedentes de todos los pases rabes, capaces de dialogar por encima de las fronteras, y a pesar de las censuras polticas. Los nombres de Ali Mubarak, Rifa'a Tahtawi, Jeir Eddin, Abd elRahman el-Kawakibi, Butros el-Bustani, Nasif e Ibrahim el-Yazgi, Ahmad Fars elChidiaq, Adib Ishaq, Yoryi Zidan, Yamil Zahawi, Ma'ruf el-Russafi, Abdallah el-Nadim, son los ms ilustres de esta lite fundadora de la corriente modernista del pensamiento rabe(10). El aporte fundamental de todos estos intelectuales no radica en cualquier ideologa 6

del nacionalismo o de la identidad rabes, sino muy al contrario: la mayora de ellos an defiende bravamente su otomanidad, mientras que otros se reconocen egipcios o islmicos. La originalidad de sus obras hay que verla en las nuevas nociones que introducen y desarrollan al traducir las obras occidentales o al liberar el impulso creativo del pensamiento y del idioma, en la puesta al da de la historia as como del imaginario rabes, en la renovacin de los temas y de las maneras de escribir, es decir, en realidad, en la revivificacin de la cultura rabe clsica y su readaptacin a las necesidades del nuevo pensamiento universal. As, independientemente de las preferencias contradictorias por tal o cual ideologa poltica, el elemento motor de este renacimiento lo constituy el desarrollo del pensamiento mismo: el del nacionalismo, la libertad, la patria, la igualdad, la constitucin, la industria, la organizacin social moderna, etc. Slo a partir de este momento, el trmino rabe recobra sentido al lado del islam, que sigue constituyendo el principal elemento de referencia comunitaria(11). De la convergencia de estas dos corrientes, de sus aportes a la vez contradictorios y complementarios, nace el modernismo islmico, una doctrina mucho ms social y poltica que religiosa. Esta nueva sntesis, realizada por el revolucionario de origen afgano Yamal el-Din al-Afgani(12) y el reformador egipcio Muhammad Abduhimpregnada ms de arabismo en el Creciente Frtil y ms de islamismo en las dems partes-, inspira ideolgica y polticamente a la primera generacin de lderes polticos e intelectuales que se hacen cargo de la creacin de los partidos y fuerzas sociales luchadoras por la independencia o de la puesta en marcha de los nuevos Estados y poderes emergentes en la esfera de la historia rabe moderna(13). Al comienzo, es en torno a la consigna de un Estado musulmn renovado y modernizado que se elaboran y desarrollan estrategias, doctrinas e ideas matrices a escala del conjunto del mundo musulmn y rabe. Una de estas ideas es, especialmente, la asociacin de esta renovacin del pensamiento musulmn con la devolucin del califato a los rabes, autnticos depositarios del mensaje divino, l mismo entregado en idioma rabe. Pero la idea de la Liga Musulmana (Yami'a Islamiyya) va ms lejos que esa devolucin. Se basa en el aplastamiento de las poderosas rebeliones en todo el mundo rabe ante la intervencin militar occidental. Ah est el islam: combativo, regenerado, victorioso. Convoca a las naciones musulmanas, a los rabes, a los turcos, a los iranes, a los hindes, a los malayos, a los africanos y a los dems a organizarse bajo su bandera y les ordena movilizarse y coordinar su accin para que la civilizacin islmica pueda reencontrar su pureza y su grandeza. El recurso a la ideologa de la nacin islmica en los movimientos de resistencia a la ocupacin occidental es muy fuerte en Egipto, donde el reformismo musulmn ha elegido ya situar su cuartel general. Adems de Muhammad Abduh y sus discpulos, hay que citar, entre sus propagadores, a Abdallah Fikri (muerto en 1889), Abdallah el-Nadim (m. en 1869), Ibrahim el-Muwaylihi (m. en 1906), as como a Mustafa Kamel (1908), jefe del Partido Nacional (Watani)(14). El patriotismo egipcio halla en ello un soporte moral y poltico, como tambin una forma de legitimidad formal, encarnada en la continuidad oficial de la pertenencia de Egipto a la soberana otomana. En efecto, el encuentro entre esta ideologa y el movimiento patritico y constitucional encuentra provecho en la revolucin nacionalista y popular de Urabi (1881-1882)(15). El islamismo sigue siendo fuerte tambin en el norte de frica, donde la lucha contra la penetracin extranjera se lleva a cabo en nombre de la defensa de una identidad nacional esencialmente islmica o rabe-islmica. Es el caso, en Argelia, de Ibn Badis y de la Asociacin de los Ulemas, as como del Comit de Defensa de los Musulmanes, que se opone a la poltica francesa de asimilacin y separacin(16). Lo 7

mismo ocurre en Tnez, en lo que se refiere al movimiento de resistencia dirigido por Hamad el-Senusi, continuado por Ali Abu Chucha, fundador del peridico "Al-Hadira", y retornado por los Jvenes Tunecinos y Ali Bach Hambat, que es el primero en llamar a la unificacin del Magreb rabe bajo el califato otomano(17). De manera general, la influencia del reformismo islmico es determinante en la formacin de una primera forma de conciencia nacional en Marruecos, como en el conjunto del Magreb, desde el movimiento de Ma El 'Aynayn hasta Allal el-Fassi, pasando por el jeque Al Attabi'(18). Pero incluso en el Creciente Frtil no est ausente la idea del nacionalismo islmico, incluso en los polticos o los intelectuales, cristianos o laicos. Es el caso de Fares el-Chidiaq, de Salim Taqla (fundador libans del gran peridico egipcio an vivo "Al Ahram"), de Antun Farah (autor de "La Liga Islmica"), de Adib Ishaq (fundador del peridico "Misr"), y de Chakib Arsalan (editor de la revista "La nacin rabe", que desempea un papel fundamental en el proceso de transferencia del capital nacional rabe desde la cuenta de la ideologa islamista a la cuenta de la ideologa rabe, al igual que antes desempe el papel de eslabn entre el Magreb y el Machreq en la difusin del reformismo musulmn). Esta ltima ideologa, elaborada por Al-Afgani, M. Abduh y Abd el-Rahman el Kawakibi, es la que inspira a la primera generacin de los movimientos de resistencia a la ocupacin occidental sus referencias nacionales, su marco de anlisis poltico y estratgico, as como su programa de reforma y sus reivindicaciones sociales.La identificacin del s colectivo como entidad poltica islmica sigue, pues, funcionando, a pesar de sus fisuras. Pero la ausencia de interlocutor por parte del Estado, o de los Estados existentes, junto con el renacimiento cultural y religioso, regenera a lo poltico sobre nuevas bases: la renovada alianza original entre el reformismo religioso, de tipo legalista, formalista, portador de una reivindicacin de poder, por un lado, y, por otro, las solidaridades mecnicas, existentes en la prctica, de las comunidades concretas (tribales, regionales, campesinas, urbanas, etc.), sealando as la primera forma de cristalizacin de los nuevos poderes y futuros Estados independientes. En este original movimiento de emergencia de lo poltico en una comunidad cuyos vnculos de solidaridad nacional estn objetivamente rotos desde hace tiempo-y donde el Estado imperial representa el centro de un poder ms de clan que colectivo-hay que situar a sucesivas rebeliones, seminacionales y semireligiosas, las ms importantes de las cuales son, sin duda, las del pueblo de El Cairo (que, bajo la direccin de Omar Makram y los ulemas de Al-Azhar, lleva al poder a Muhammad Ali, en 1805), la rebelin argelina (dirigida por el emir Abdel-Kader en Argelia, 1832-1847), as como otras rebeliones en el este, la de Muhammad ibn Ali Senussi en Libia(19) la de Mahdi Muhammad Ahmad ibn Abdallah en el Sudn(20)" al igual que las de numerosas confraternidades religiosas combatientes que, como verdaderos partidos polticos secretos, aparecen en el Oriente o en el Occidente rabes, en frica y en Asia, a lo largo del siglo XIX, llegando incluso hasta el siglo XX, como lo demuestra el levantamiento de Abd El Krim en el Rif marroqu(21). Pero el fracaso de todos estos movimientos estaba inscrito tanto en las estructuras prenacionales de divisin y rivalidad de las comunidades, en las que estaban basados, como en una relacin de fuerzas tecnolgicas que les era totalmente desfavorable. Su modelo inicial, el wahhabismo-a su vez vencido por las tropas de M. Ali en 1819-, no logra su regreso al escenario poltico de Oriente Prximo-durante la primera mitad del siglo XX-ms que en un nuevo contexto histrico y gracias a su alineamiento con una estrategia internacional occidental. Su constitucin, as como su consolidacin ulterior como Estado, se deben estrictamente al apoyo exterior, del que no ha dejado de gozar. Por lo dems, es significativo que la mutacin del movimiento wahhabita en Estado slo 8

se haya producido a costa de una verdadera victoria de los valores y de la solidaridad tribales sobre los del islam en su versin wahhabita original. Slo pudo realizarse a costa de una liquidacin fsica de los Ijwan, los autnticos representantes de esta versin(22). Esta victoria, y, por consiguiente, el predominio del espritu tribal sobre el fundamentalismo-que llevar al Estado al abandono de sus concepciones puritanistassiguen siendo hasta hoy el marco general de la evolucin modernista del reino de la Arabia Saud(23). As y todo, e independientemente de su lugar de accin, de sus ideologas particulares, de sus contextos histricos y de su fracaso, estos movimientos, an muy islamistas, sentaron las bases de la reorganizacin de una comunidad que, en su gran mayora, sigui estando disuelta y desprovista de seales efectivas y eficaces en los campos poltico y administrativo. Se trata, en nuestra opinin, de las ltimas tentativas de resistencia a la disgregacin, y, por lo tanto, de tentativas de restauracin del orden social (rabe-musulmn), impulsadas por el miedo y la amenaza de la expansin poltica y militar occidental. Y por restauracin no hay que entender, sla o simplemente, una rehabilitacin de los mismos esquemas tradicionales, ni siquiera el simple refuerzo del aparato de poder, sino la renovacin de la institucin poltica como generadora de una tica y de un principio ordenador necesario para toda sociedad organizada. En esta fase y en este contexto histrico se sita la primera forma de convergencia de lo poltico y lo religioso en la conciencia rabe contempornea. En realidad, en el momento de la intervencin occidental de finales del siglo XIX, el movimiento de renacimiento cultural y laico an no estaba suficientemente desarrollado como para poder dar a la sociedad rabe-que buscaba nuevos horizontes en un imperio en plena descomposicin-los instrumentos tericos necesarios, y menos an los comportamientos adecuados, para concebir y llevar a cabo la indispensable reorganizacin de su campo poltico. Fue, pues, en medio de la dispersin y de la divisin que el mundo rabe se enfrent a la creciente presin, y luego a la expansin, de las potencias europeas. As por ejemplo, Francia, que segua teniendo relaciones muy estrechas con la Sublime Puerta y apoyaba al ambicioso Muhammad Ali en Egipto, se adue de Argelia en 1831 sin suscitar una verdadera reaccin de parte del mundo musulmn. Lo mismo ocurri con la ocupacin de las costas orientales de Arabia por parte de Inglaterra. Pero el sometimiento del Imperio Otomano a los pases occidentales en la medida en que evidenci la incapacidad de aqul para proteger a sus propias provincias, slo sirvi para erosionar su credibilidad ante las poblaciones rabes y acabar precipitando su cada. El fracaso de estas primeras rebeliones nacionales servir, en lo sucesivo, para reforzar tendencias como las de las polticas modernistas que, desde comienzos del siglo XIX, siguen, paralelamente, Muhammad Ali de Egipto en EI Cairo y los sultanes otomanos en Estambul. Es interesante, sin embargo, observar que, aunque los movimientos autenticistas, fundamentalistas nacionalistas provienen de regiones relativamente perifricas, donde el poder central est menos presente que las solidaridades sociedades, naturales, la corriente modernizadora procede del Estado mismo y de las regiones centrales, fuertemente urbanizadas. Pero, una vez ms, la suerte del proyecto modernizador no es mejor. Y este doble fracaso de la sociedad civil y del Estado en producir una respuesta adecuada y coherente a la crisis de civilizacin de la sociedad rabe-musulmana lleva directamente a la descomposicin, y luego a la desaparicin, del imperio. La dicotoma de las respuestas explica, por s misma, el origen de este fracaso, a saber, la incapacidad de aliar, en un mismo y nico movimiento, al nacionalismo y a la modernidad. De este modo, la 9

integracin del mundo rabe en la historia contempornea de la civilizacin toma la forma de una guerra civil, que nada puede ilustrar mejor que la guerra fratricida y destructora que enfrenta, durante nueve aos, a las tropas del pach de Egipto y a las de los wahhabitas en Arabia. En este caso-y esto es lo que vivimos en este mismo momento-, grande es el riesgo de ver a la modernidad evolucionar en el sentido de una alineacin con el extranjero y al nacionalismo afirmarse como un encierro en s mismo o como una defensa de una identidad amenazada. As como la falta de apoyo popular reduce considerablemente el margen de maniobra de las fuerzas de modernidad y cambio frente a las fuerzas de conservacin, as tambin la ruptura entre la lite dirigente y el resto de la poblacin debilita peligrosamente el margen de maniobra del conjunto de la nacin frente a las fuerzas extranjeras de hegemona y dominacin. El resultado no es otro que, por un lado, la alienacin de la lite-que, para su reproduccin, se halla cada vez ms prisionera de las relaciones de dependencia-y, por otro, la evolucin del movimiento popular hacia posiciones de repliegue ideolgico y sicolgico, y, como consecuencia la divisin. v luego el colapso, de la resistencia. As, pues, en vez de la reforma deseada y de la soberana esperada, los rabes se encuentran, en vsperas de la desaparicin de uno de los ms grandes imperios de la historia, a comienzos del siglo XX, con la confusin general. El norte de frica es sometido a una de las ms agresivas polticas coloniales; Arabia, abandonada por las tropas turcas, queda librada a una guerra civil sin cuartel y, en parte, es ocupada por los extranjeros; en cuanto al Creciente Frtil, es dividido en Estados artificiales y repartido en zonas de influencia entre los colonialismos antagonistas ingls y francs, mientras que el valle del Nilo es reducido a un vasto campo de maniobras del Imperio Britnico.Los rabes, que haban apostado todo a Occidente para librarse del yugo otomano, quedan decepcionados y desesperados. Despus de la euforia, la opinin se divide profundamente acerca de la correccin u oportunidad de la rebelin antiotomana. Los rabes de frica estn, en su conjunto, muy reticentes, incluso opuestos, aunque esta oposicin no est basada ms que en la dbil esperanza de hallar en la reunin de todos los musulmanes un elemento de fuerza en la lucha anticolonial y no en un rechazo a la independencia. En Asia, donde la secesin abre la puerta a la colonizacin occidental, el desastre poltico e ideolgico de la rebelin rabe preanuncia la traicin de los lderes y la retractacin de la opinin. La "liberacin" tan esperada es vivida, de este modo, mucho ms como una exposicin a nuevas y peligrosas amenazas que como una simple emancipacin del yugo de un Estado opresor y arcaico. Es sinnimo de asesinato de esperanzas seculares de emancipacin y progreso, as como del miedo a lo desconocido, de inseguridad, de fracturas en el tiempo y en el espacio. El fin del Imperio Otomano abre, pues, una nueva era de inestabilidad y, por lo tanto, de conflictos latentes. Por lo dems, pronto sern confirmadas las inquietudes de la opinin con el desgarrramiento del tejido de Oriente Prximo y el sometimiento del conjunto del mundo rabe sin distincin(24). La desaparicin del Imperio Otomano seala, en efecto, la ruptura de los equilibrios seculares para el conjunto de los pueblos y naciones situadas al sur del Mediterrneo y, por consiguiente, el comienzo de una crisis mayor, cuyo traumatismo no parece haber superado hasta hoy ningn Estado de la regin. En todos los aspectos, esta ruptura de equilibrio cre-era de figurrselo-una situacin de gran precariedad y debilit a todas las comunidades. Salvo Turqua-que consigui mantener su independencia poltica, a costa de enormes sacrificios y de un definitivo alineamiento con las posiciones de los occidentales-, todos los dems pases, ex-provincias otomanas, y, en primer lugar, los pases rabes, fueron vctimas de la dominacin colonial. El cambio es grande, pues es bajo esta dominacin, gracias a ella y contra ella que los rabes se plantearn, por fin, 10

las cuestiones fundamentales y saludables de la fundacin de la conciencia nacional, de la identidad, de su cultura, de su lugar y su papel en la nueva historia.

3. La crisis de identidad: unidad y divisin El desmantelamiento del Imperio Otomano, ltimo Estado llamado islmico, provoca as, de manera aguda y continua, una de las crisis de identidad ms profundas y duraderas en la historia del mundo rabe. El debate sobre el carcter de las entidades humanas, sobre el valor de la cultura nacional, sobre el papel y el lugar de la religin, as como los del idioma y del patrimonio, sobre las relaciones entre stos y las identidades locales-todos ellos, temas inagotables en la literatura poltica rabe contempornea-da la medida de ello. Tambin explica, en gran parte, la ambigedad y ambivalencia que rodean, hasta hoy, a la representacin de esta identidad rabe. En efecto, una de las ideas ms importantes que intenta sustituir a la ideologa islmica, o velar por algunas de sus funciones de identidad y polticas, es la ideologa rabe. Al igual que en el caso del islamismo, aqu tambin est claro que no se trata, esencialmente, de un movimiento concreto, organizador del conjunto de los movimientos nacionalistas rabes, sino de una ideologa que busca su lugar y circula en un espacio que est perdiendo todas sus seas de identidad. El acta de nacimiento formal de esta ideologa es, sin duda, la Conferencia rabe de Pars, que, el 18 de junio de 1913, rene a la mayora de las facciones activas en la recuperacin de los derechos del o de los pueblos rabes, an fuertemente integrados en el Imperio Otomano. La importancia de esta reunin proviene del hecho de que, por primera vez, los reformadores musulmanes rabes -asumiendo el fracaso de su proyecto de renovacin de este Imperio, e impactados por la poltica antirreligiosa de los nuevos amos de Estambul-se unen a los movimientos independentistas. Pero, y contrariamente a ideas ampliamente extendidas, el nacionalismo rabe slo inicia su verdadero despegue en vsperas de la desaparicin del Imperio, cuando los Jvenes Turcos comienzan su revolucin nacionalista con el golpe de Estado de 1908 y se orientan resueltamente hacia Occidente, y, desarrollando un agresivo nacionalismo pan-turaniano [panturco.- N. del t.], se apartan de la alianza con los rabes-hecho confirmado despus con la abolicin del califato, en 1924 y stos se encuentran ante el verdadero problema de tener que repensar la forma y los valores de su reorganizacin estatal, es decir, el contenido real de su nacionalismo. Esta coalicin de reformadores frustrados y de nacionalistas oprimidos -sin la cual no habra sido posible la rebelin rabe contra los turcos, en 1916, porque habra sido ilegtima-, contiene en germen todas las futuras ambigedades de esta primera versin de la ideologa rabe. En realidad, se trata mucho ms de un abanderado, que unifica en un mismo y nico gesto a todos los descontentos y frustrados por la poltica turca antirabe, que de un verdadero programa nacionalista bien estructurado y unificado. As, al lado de la minora que crea firmemente en el porvenir de la nacin rabe independiente y unificada, se sentaban los representantes de los intereses sociales, tnicos, confesionales y regionales ms opuestos a esta idea y ms contradictorios entre s, apoyados entre bastidores por las ambiciones y las rivalidades de las potencias europeas. Para la mayora de los delegados, el fin del reino turco debe coincidir con la liberacin respecto al poder central y, por consiguiente, con la posibilidad de reconstruir las zonas de influencia o los feudos personales o colectivos. Y, mientras los 11

reformadores musulmanes esperan realizar el Estado de la chura (democracia musulmuna) tal como se lo han imaginado, los liberales o los laicistas ven en ello una ocasin inesperada para liquidar, de una vez por todas, a un poder religioso rival. En cuanto a las minoras confesionales, stas ven en el arabismo un sustituto del "yugo" musulmn. Muy rpidamente, pues, esta primera edicin del nacionalismo rabe cae en la anarqua y la confusin, lo cual no tardar en manifestarse, con motivo de la penetracin de las tropas franco-britnicas en los territorios de Oriente Prximo. Pero la idea misma no desapareci, ya que responde a una necesidad real y, por as decirlo, histrica. En su forma inicial y confusa, la ideologa rabe sirvi, sobre todo, para hacer ms fcil, poltica y squicamente, la secesin, el colapso de la ideologa otomana -de alrededor de cinco siglos de vida-y la superacin del fracaso poltico del reformismo islmico materializado en el proyecto de restauracin de la Liga Musulmana. Quiso ser el soporte de una nueva conciencia, capaz de ofrecer una visin coherente a la accin colectiva, objetivos claros y realizables, y, por consiguiente, un sentimiento de pertenencia a un solo y nico pueblo. Esto no impidi que el islamismo siguiera existiendo, pero ms bien como fuente de una conciencia religiosa, moral y cultural. Por lo dems, esta transformacin efectiva de la base de identificacin poltica, que margina a la religin en este terreno, es lo que, como reaccin, hizo posible, algunos aos despus, el nacimiento del islamismo como soporte de unareivindicacin poltica rival. Este islamismo, a diferencia del islamismo reformador centrado en la sociedad (religin, moral, sistema jurdico, enseanza, literatura e idioma), estar volcado esencialmente hacia el Estado y el poder. Derrotada en el terreno poltico y abandonada por los Estados, todos bajo ocupacin, la ideologa rabe se redujo a un mensaje propagado por estrechos crculos de intelectuales que difcilmente soportaban la desmembracin del Machreq y crean profundamente en la necesidad de su reunificacin. Para realizar este objetivo, haba que luchar a la vez contra los nacionalismos locales, que pululaban bajo la ocupacin y a los que las necesidades de la lucha anticolonial no podan dejar de reforzar, y por la profundizacin de la idea misma de arabidad.Es la tarea a la que se consagr Sati' elHusri (1880-1969), antiguo miembro de las sociedades nacionalistas rabes, que fue militante de la Asociacin por la Descentralizacin antes de optar abiertamente por la independencia de los territorios rabes. El-Husri-que ocup el cargo de ministro de Educacin bajo Feisal, el primer monarca del efmero reino de Siria (1921) despus de la separacin de Turqua, y el de director general de Educacin en el gobierno provisional de Rachid Ali al-Kilani, establecido tras el golpe de Estado antiingls en Irak (1940-1941)-es el verdadero filsofo del arabismo. Fue el primero en dar una definicin moderna de lo que l denomina "la nacin rabe", que ser el tema central del movimiento nacionalista durante varios decenios, hasta nuestros das. Fue el primero en introducir, en el seno del movimiento, la idea de un nacionalismo separado de toda connotacin religiosa. Superando el marco de la definicin tnica, El-Husri insiste ampliamente en el fundamento lingstico e histrico del nacionalismo, lo que le permitir sacar al arabismo de su encierro de Oriente Prximo y abrirlo hacia el Magreb: "Todos los pases arabfonos son rabes, independientemente del nmero de Estados, de las banderas que ondean encima de los edificios gubernamentales, y de las complicaciones y la complejidad de las fronteras que separan a las diferentes formaciones polticas". Pero tambin es la fuente del tema central del nacionalismo rabe moderno, a saber, el rechazo del establecimiento de fronteras entre los pases rabes, que son consideradas como el resultado de una deliberada estrategia colonial de divisin y no como el reflejo de particularismos o de diferencias nacionales justificados. "Los Estados 12

rabes actualmente existentes no son el resultado de coacciones naturales, sino (han sido creados) ms bien (como) resultado de acuerdos y tratados entre las potencias que se repartieron el mundo rabe para dominarlo". "Los egipcios, iraques, magrebinos, son slo las ramas de una misma y nica nacin (...) No creo que sea necesario extenderse sobre la doctrina faraonista, que slo tuvo una pequea influencia y que perdi a la mayora de sus adeptos y partidarios a lo largo de los ltimos aos". "Sin duda-sigue diciendo El-Husri-, los hijos de Egipto tienen el derecho de estar orgullosos de la gloria de la secular civilizacin egipcia. Igualmente, los hijos de los otros pases rabes tienen el derecho de enorgullecerse de la civilizacin que se levant en tal o cual parte de la patria rabe desde los albores de la historia. En cambio, el arabismo difiere radicalmente de esta situacin: no forma parte del pasado momificado, sino ms bien del presente vivo". "No exageramos nada al decir que el arabismo desborda vitalidad desde que se ha despertado de su largo sueo. No se trata de un pasado prodigioso, sino del punto de partida de un porvenir radiante, que contemplar el establecimiento del Estado rabe unificado y el progreso de la nacin rabe renaciente hacia las cumbres ms elevadas de la ciencia y de la civilizacin(25). En l se encuentran reunidos todos los temas de esta nueva ideologa. Pero la existencia de la nacin rabe y, por consiguiente, la necesidad de su reunificacin no es el tema dominante slo en la literatura poltica del Creciente Frtil; es un tema compartido por intelectuales pertenecientes a diversos pases y con diferentes orgenes y sensibilidades comunitarias. Makram Ubeid (18891961), eminente representante de la intelligentsia copta de Egipto, que se convirti en secretario general del partido Wafd y negoci el Tratado anglo-egipcio de 1936, escribe, entre otras cosas, en la misma poca: "La historia del arabismo est hecha de eslabones continuos y constituye una cadena cerrada. Si se toma en cuenta que el vnculo del idioma y de la cultura rabes en estos pases es ms estrecho que en ningn otro territorio del mundo, y que la tolerancia religiosa naci, creci y an existe entre los miembros de las diferentes religiones en los pases hermanos vecinos, uno se convencer que mi frase-los egipcios son rabes-abarca esas afinidades y esos vnculos que los lmites geogrficos no han deshecho, que los apetitos polticos no han tocado, a pesar de los medios de que se sirven para dividir a los pases rabes, para matar el espritu rabe en el corazn de sus habitantes, para desunir y perseguir a los que trabajan para realizar la unidad rabe". Y concluye que "la unidad rabe es una realidad efectiva, pero requiere organizacin; sta tendr como objetivo: constituir un frente contra el imperialismo, preservar las nacionalidades, asegurar la prosperidad, desarrollar los recursos econmicos, fomentar la produccin local, intensificar el intercambio de los intereses mutuos y coordinar las relaciones (...) Nuestro destino culminar en nuestra reunin alrededor de un ideal comn, que nos ponga de acuerdo y nos una a todos, haciendo de nosotros un solo bloque, y de nuestros pases, una sola liga nacional, o una patria grande que se diversifica en varias otras, cada una de ellas con su personalidad, pero todas unidas en sus caractersticas nacionales generales y slidamente ligadas a la patria grande(26). Es la misma concepcin de una nacin, una y diversa al mismo tiempo, que se desarrolla en el Magreb, aun cuando el asunto de la laicizacin del concepto de arabidad no es planteado de la misma manera o con la misma fuerza. En 1932, Messali Hadj escribe en la revista de Chakib Arsalan: "Los rabes ocupan, propiamente, la mitad del circulo mediterrneo. Lanzan su mirada al Ocano Atlntico, por un lado, y al Ocano Indico, por el otro. La unidad rabe es, pues, una realidad actual y una realidad histrica(27). El resultado no cambia si se habla del Magreb rabe de tres pilares o del mundo rabe, pues en todos los casos se trata de una nacin de varias ramas o de una familia rabe. De esta manera, la nacin rabe, adecuada a las realidades objetivas13

impuestas, como piensan los nacionalistas rabes ms radicales, o que responden a particularismos significativos-, no parece excluir la idea de nacin argelina o tunecina. Se habla, con la misma facilidad, de "naciones rabes", y de la necesidad de la unificacin de una arabidad desunida. Es lo que puede descubrirse en otro gran nacionalista magreb, Allal el-Fassi, el cual, despus de haber defendido la unidad del Magreb, declara que "el partido Istiqlal piensa, sobre todo, que vnculos seculares nos unen a nuestros hermanos rabes. Considera a la unidad del Magreb como elemento de la unidad rabe y un factor que refuerza los vnculos entre los rabes que, dondequiera que se encuentren, suean con una unidad slida y duradera(28). La celebracin, en El Cairo, el 15 de febrero de 1947, del primer Congreso del Magreb rabe, y la creacin de la Oficina del Magreb rabe, son buenas ilustraciones del ambiente general de la poca en la que El Cairo se convierte en el centro de reagrupacin de los nacionalistas procedentes de todos los pases rabes(29). En realidad, la arabidad es an, en esta fase, slo una nocin confusa, que se confunde con la identidad cultural, la historia y el sentimiento tnico, y apenas se representa como referencia de una entidad poltica o de polticas, en el sentido propio del trmino. Aun no es un movimiento; y, en el plano ideolgico, est, incluso, ampliamente superada por ideologas rivales. Con el reforzamiento de la dominacin colonial y de las nuevas fronteras polticas o administrativas, la cristalizacin de las fuerzas nacionales a escala local y los movimientos nacionalistas o patriticos, conforme cambian de perspectiva y se transforman en movimientos independentistas, segregan nuevas ideologas, cuya referencia es, cada vez ms, la adhesin a un territorio, a un Estado o a un sistema poltico concreto. As es cmo, en vez de la ideologa islamista, demasiado universalista y formalista, el mundo rabe presencia una fusin de las ideologas nacionalistas que encarnan mejor ese movimiento general de descomposicin y donde se mezclan los ms estrechos intereses sociales o tnicos de unos con las visiones laicas, patriticas o liberales de los otros.Entre estas nuevas ideologas que aspiran al papel de idea directriz de un movimiento nacional (pero tambin social) muy complejo llamado nacionalista, se pueden citar, adems del arabismo, a la ideologa fenicia defendida por Charles Corm, Michel Chiha y Said Aql en nombre de una civilizacin especfica que nada tiene que ver con la civilizacin "beduina" de los rabes(30). El fenicianismo fue utilizado, en realidad, tanto en el Lbano como en Tnez, que reivindicaba ser hijo de Cartago ms que de Arabia. Tambin hay que citar al nacionalismo sirio elaborado por Chukri Ghanem y Georges Sammn(31)'; al nacionalsocialismo sirio de Antun Sa'ad, que desarrolla la idea de una Siria natural y eterna(32); al mediterranesmo de Taha Husein(33), o al faraonismo de un Salama Mussa, que escribi sobre Egipto: "Formamos una sola familia, que vive desde hace diez mil aos en este valle. No puede haber entre nosotros ni un solo egipcio que no tenga en su sangre una gota de sangre de Ramss, de Cheops o de Ajnatn"(34). Progresivamente, esas ideologas ms bien fantasistas dejarn lugar a formas ms modernas, articuladas en torno a las ideas liberales que dominan el pensamiento poltico regional en todo el perodo entre las dos guerras mundiales. Una de las ms coherentes es el nacionalismo egipcio, hacia el cual convergen todas las corrientes polticas que sobrevivieron a la derrota de la revolucin de 1919. La idea central, sobre la que insisten hombres como Mohammad Hussein Haykal y Lufti el-Sayyed, es que Egipto posee, al contrario de los otros pases (rabes y/o musulmanes), una gran facultad de integracin y de absorcin, que constituyen su superioridad y garantizan su continuidad. Para El-Sayyed, la nacin es, sobre todo, una comunidad de intereses, y los intereses de Egipto no pueden ser confundidos con los de Turqua o los de otras comunidades 14

rabes(35). Desarrollando la misma idea, H. Haykal explica esta continuidad por la solidez del instinto nacionalista. Piensa que los desiertos y los ocanos que separan a Egipto del resto del mundo son demasiado extensos como para ser fcilmente franqueables por sus vecinos. Es, pues, en su aislamiento y su entorno donde Egipto puede apoyarse para reforzar el sentimiento de adhesin a un Estado que pretende ser nacional(36). De esta forma, la ideologa del nacionalismo rabe, despus de haber servido para legitimar el rechazo a la dominacin otomana, es rpidamente abandonada en la prctica, aun cuando algunos Estados e intelectuales continan refirindose a ella de vez en cuando para recordar el origen de su legitimidad. Pero, a medida que estos nacionalismos pierden el aliento, la ideologa del nacionalismo rabe, que se desarrolla en silencio y subterrneamente, se repite como un estribillo, hasta volver a convertirse, en los aos cincuenta-como veremos-, en la ideologa nacionalista rabe por excelencia. En el Asia rabe vencer definitivamente a las referencias territoriales de los Estados, de modo que all se confundirn completamente la identidad y la nacionalidad, reforzando con eso la ya fuerte tendencia de esta regin a la unidad. Para resumir, diremos que la penetracin tanto de la conciencia como del pensamiento rabes por las nociones modernas de nacionalidad, de libertad y de individualidad ha atentado inevitablemente contra el fundamento tradicional de la identificacin colectiva con la comunidad religiosa y ha minado el sentimiento de adhesin formal al Estado imperial secular. Pero eso se produjo cuando an no estaban reunidas las condiciones histricas que facilitaran la creacin de nuevas instituciones polticas suficientemente convincentes como para poder reemplazar slidamente a los antiguos soportes de la identidad. El Estado colonial, al ser, por definicin, la negacin misma de esta identidad, no poda contribuir a ello. As, ya no haba centro donde pudieran articularse y jerarquizarse los elementos constitutivos de la realidad sociolgica en los que se basa toda comunidad histrica, a saber, para los rabes, la islamidad, la arabidad y los particularismos culturales y geogrficos. Por eso, el sistema de valores qued pulverizado, y, con l, toda una red de solidaridad comunitaria o nacional. De este modo, los grupos sociales, tribales o geogrficos slo podan resituarse a partir de esquemas de relaciones de fuerza, de convergencias de intereses o de alianzas, que eran producto del nuevo reparto colonial y se transformaban con cada cambio de coyuntura. Pero, poco a poco apareci un nuevo sistema de valores, que daba la primaca a los elementos que ms favorecan la adaptacin a la nueva relacin de poder, que era resultado de la ruptura espacial e histrica y, por consiguiente, de la desestructuracin de la comunidad nacional global. As pues, la perennidad de la identidad (es decir, la personalidad) se haba roto y sus elementos constitutivos-que, hace un siglo, parecan ser indisociables (incluso necesarios) entre s y ejemplo de toda armona y de un orden perfecto-, se haban vuelto cada vez ms opuestos y contradictorios. Ya no se poda ser a la vez musulmn, rabe y egipcio. La propia realidad sociolgica pareca as inaceptable. Haba que transformarla.En efecto, la unidad y la coherencia de la identidad tradicional se basan en un orden de representacin que pone en primer lugar de la jerarqua de valores al elemento y la tradicin islmicas, seguidos de la referencia cultural rabe y, por ltimo, de los particularismos tnicos o geogrficos. Son este orden de cosas y esta jerarquaque, durante siglos, garantizaron la unidad de la comunidad rabe-lo que fue radicalmente desbaratado, despus de la ocupacin, favoreciendo la irrupcin del particularismo tnico como el elemento bsico del nuevo edificio poltico. Pues slo esta "particularizacin" de la sociedad en la medida en que garantiza la dislocacin de la 15

comunidad nacional-pudo permitir al nuevo poder extranjero situarse como el elemento de cohesin necesario, el punto de equilibrio del conjunto. Ah es donde radica la significacin de la estrategia que consiste en negar la existencia de una nacin-incluso de un pueblo rabe, polticamente formado, con un mnimo de conciencia de su identidad- antes de la colonizacin. Tambin es la base ideolgica de la confiscacin de la poltica como estrategia global por parte del poder colonial. Sin embargo, si el sistema tradicional de referencia y de identificacin ha sido efectivamente vencido, esto no le ha impedido seguir viviendo, incluso reforzarse, en el seno de las poblaciones y regiones ms afectadas por la colonizacin. Por esto, la lucha poltica y nacional se desdobla en una lucha de valores y de representaciones de s mismo. De ah es que el desgarramiento sobre la definicin de la identidad saca su fuerza y refleja su dramtica alienacin. Pues, con la instalacin del poder colonial como el nico punto de equilibrio de la comunidad ocupada, todas las posibilidades de estas poblaciones de actuar con xito en la reestructuracin de su personalidad en torno a nuevos elementos del patrimonio, o segn un nuevo orden jerrquico estable y racional, se vuelven casi inexistentes. De este modo, la ideologa islamista, que buscaba rehacer esa unidad en torno del elemento islmico renovado, fue abandonada despus del fracaso del proyecto de modernizacin y del fiasco del proyecto de la Liga Musulmana. La ideologa islamista fracas porque ya no corresponda a una realidad poltica tangible y posible. Sus propuestas, dada la extensin del mundo musulmn hoy, exigen, ms all del imperio mismo, la organizacin de una unidad de tipo mundial. Por lo dems, sa es la razn por la cual la solidaridad musulmana no puede manifestarse, tanto ms cuanto que la decadencia destruy por anticipado las redes tradicionales de comunicabilidad y afinidad. En cambio, las ideologas de carcter tnico privan a las sociedades de su unidad espacial mnima, tanto ms cuanto que la antigua formacin social favorece el pluralismo cultural, lingstico y comunitario. Intentar rehacer la unidad de la personalidad en torno a mitos tnicos o particularistas es aceptar demoler un viejo castillo para construir en su lugar tugurios insignificantes, es decir, derrochar una gran potencialidad y desmembrar un organismo vivo en mil pedazos. Era, ciertamente, la ideologa rabe quien tena ms posibilidades de imponerse. Pero entr en el juego con una gran desventaja, la de su colaboracin, desde su nacimiento, con las tropas de ocupacin, el aplastamiento de la rebelin rabe y la claudicacin nacional de sus dirigentes. Se desacredit desde el comienzo. La conciencia rabe qued as dislocada y dividida entre (1) la continuidad de un islam que ya no corresponde a las realidades polticas e histricas, pero que, a pesar de todo, contina alimentando una cierta nocin de legitimidad y sustentando una tica social an activa y una referencia comunitaria; (2) el etnicismo, que se inspira en la adhesin a un patrimonio cultural, fuente de orgullo y de diferencia, de un parentesco histrico y de una memoria colectiva; y, finalmente, (3) el patriotismo territorial, basado en una materialidad poltica representada por el Estado, en el poder cercano, directo y actual, y en la eclosin de las nuevas fuerzas locales. La consumacin de la descolonizacin en vsperas de la segunda guerra mundialocurrida algunas dcadas despus de la desaparicin del Estado otomano, a comienzos del siglo XX, tras las huellas de la primera guerra mundial- anuncia el renacimiento poltico de los rabes cuando an son incapaces de dilucidar su identidad o de concebir un proyecto de desarrollo comn. El mundo rabe ocupa un territorio que se extiende desde el Atlntico hasta el Golfo rabe, dividido entre las frtiles costas del litoral y los desiertos interiores. Desde el punto de vista geopoltico, constituye un nexo entre Asia, Europa y Africa, aun cuando est dividido, desde su independencia, en veintids 16

Estados independientes (con excepcin de Palestina), que abarcan regiones ms o menos distintas y cuentan con ms de doscientos millones de personas. Pero, ms all de esta divisin, aparecen-o estn formndose, sobre todo desde los ltimos diez aostres grandes conjuntos, en parte, en funcin de los particularismos tradicionales, y, en parte, en razn de la similititud de sus estructuras y de sus experiencias nacionales modernas: los pases del Golfo, productores de petrleo; el Magreb, esencialmente a causa de su experiencia comn de ocupacin francesa; y el conjunto Egipto, Sudn, Iraq, la Siria natural y Yemen, que ocupa un lugar intermedio entre los otros dos conjuntos. Quines son, finalmente, estos rabes? Cul es el estatuto de sus poblaciones, a la vez diversas e idnticas, divididas y unidas, opuestas y solidarias? Constituyen una nacin integrada, destinada a materializarse en un Estado unificado, o ms bien naciones diferentes, que los siglos de dominacin rabe o musulmana no han podido borrar o modificar, o son naciones en formacin, o, mejor an, conglomerados de etnias y tribus que viven yuxtapuestos y no aspiran a convertirse en pueblo o en nacin?En realidad, ms all del problema de identidad que acabamos de analizar, el problema central que plantea el pensamiento cientfico acerca de la cuestin nacional es el de la estructura interna de lo que denominamos "comunidad nacional", o sociedad "nacional" con relacin a sociedades "tradicionales". En este campo, los conceptos que sern puestos en circulacin son los del pensamiento nacionalista clsico, a saber: la integracin socioeconmica, poltica y material; la homogeneidad de la sociedad; la permanencia del Estado, y la disolucin de las estructuras tribales. Este problema-que se resume simplemente en la muy moderna pregunta qu es la nacin?-se plantea, desde el comienzo, tanto para los rabes mismos como para las potencias europeas que, desde haca tiempo, acechaban la cada del Imperio Otomano para repartirse sus posesiones. El origen de las naciones o de la nacin rabe, el carcter de los vnculos que renen y unen a sus mltiples poblaciones de origen rabe y/o arabizado, sigue suscitando, todava hoy, a fines del segundo milenio, un animado debate entre los investigadores, polticos y observadores extranjeros, que est lejos de estar zanjado .En este campo siguen enfrentndose dos tesis, desde comienzos del siglo XX hasta nuestros das. En efecto, los nacionalistas rabes consideran desde siempre que se trata de una verdadera nacin, que se form antes del propio islam, en el mbito de la poesa y de la literatura rabes, con las condiciones especficas de la vida en Arabia, nacin de la cual el islam slo es la expresin, aun cuando el universalismo de este ltimo acta despus en detrimento de los rabes. La desaparicin del imperio musulmn deber, pues, favorecer automticamente su resurgimiento. Esa es la razn por la cual no vacilaron en pedir la ayuda de los britnicos en su rebelin de 1916 contra el poder turco. Pero de todas maneras, hablar de una sola y misma nacin o de naciones diferentes implica, para los que sostienen el discurso nacionalista, el reconocimiento de la homogeneidad o de la cohesin interna de las poblaciones que las constituyen, y, por consiguiente, de identidades rabes o regionales propias. En estas condiciones, cualquier intento de poner en duda esta homogeneidad es considerado por los nacionalistas arabistas o regionalistas como una maniobra que busca socavar los cimientos de la armona nacional, y slo puede tener su origen en las manipulaciones exteriores o en el surgimiento de arcaicas solidaridades prenacionales o antinacionales.Los liberales, los marxistas y, ms recientemente, los islamistas se oponen a esta concepcin idlica, invocando, los primeros, la continuidad de los nacionalismos preislmicos; los segundos, el carcter moderno y capitalista del nacionalismo, y los islamistas, la primaca de la referencia religiosa en la identificacin del conjunto de estos pueblos, similares y unidos, ms all de las fronteras polticas y de 17

las nacionalidades(37). Pero el rechazo de las corrientes antiarabistas en reconocer la existencia de una cierta homogeneidad de la comunidad rabe no les impide insistir en este mismo criterio de homogeneidad y de permanencia cuando se trata de defender y de demostrar la existencia de los nacionalismos regionales.Sobre este punto, la tendencia general de los orientalistas e investigadores del mundo rabe es la de reconocer lo que Turner llama the Mosaic Model, donde la sociedad rabe parece estar constituida por un conglomerado de comunidades, confesiones, capas sociales, que viven aisladas unas de otras(38). Este anlisis, combatido por los nacionalistas rabes, es ms o menos retornado por investigadores y/o idelogos nacionales para explicar, incluso hoy, ciertos fenmenos ligados a la emergencia del confesionalismo o del espritu tribal y a la agravacin del carcter desptico del Estado. De un modo general: mientras los nacionalistas subrayan el carcter ms bien moderno-por lo tanto, nacional- de la sociedad o de las sociedades rabes actualmente existentes, sus detractores ponen de relieve la heterogeneidad de estas mismas sociedades. Para los opositores de la tesis de la nacin rabe, los particularismos regionales son, aunque parezca imposible, la expresin de voluntades nacionales propias y, por consiguiente, la prueba del carcter ficticio de la teora de la existencia de una sola nacin referente a las poblaciones arabfonas(39). Slo los comunistas defendan la tesis de las naciones en formacin. As, la nacin argelina sera, por ejemplo, esa nueva y reciente entidad que est constituyndose, bajo la ocupacin, a travs del mestizaje rabe, berber y europeo(40) Esta posicin cambi, despus de 1956, en favor del nacionalismo rabe, considerado entonces como un movimiento antiimperialista y progresista. Pero ese cambio a nivel ideolgico no influy en las polticas y comportamientos prcticos de los partidos comunistas rabes, que siguieron haciendo hincapi en los particularismos y las especificidades de sus respectivos pases. De manera general se puede decir que el movimiento comunista rabe abandon efectivamente, desde 1956, la oposicin activa a la idea de una nacin rabe, pero que eso no lo llev al mbito de la lucha unitaria. En efecto, sta no parece formar parte de sus preocupaciones(41). No obstante, a partir de la crtica de la clsica teora marxista de la formacin de las naciones, en este caso, la que vincula esta formacin al desarrollo del modo de produccin capitalista y a la constitucin de los mercados, Samir Amin desarrolla una tesis original. Sostiene que: 1) La nacin es un fenmeno social capaz de aparecer en cualquier poca histrica; lo que quiere decir que no est ligado obligatoriamente al modo de produccin capitalista. 2) Ms all del establecimiento de un pueblo en un territorio, y del desarrollo de un idioma y de una cultura comunes, la emergencia de la nacin est vinculada a la constitucin, en el seno de una formacin socioeconmica, de una clase social unificada capaz de controlar el aparato central del Estado y de velar por la unificacin econmica del pas. Lo que quiere decir que no es necesario, pues, que esta clase sea la burguesa nacional capitalista. 3) El fenmeno nacional no es irreversible: es capaz tanto de fortalecimiento y de consolidacin como tambin de debilitamiento, y hasta de desaparicin, segn esta clase consiga, o no, reforzar y mantener un poder centralizado. En el segundo caso, la nacin se disgrega de nuevo en un conglomerado de etnias o de pueblos, ms o menos cercanos unos de otros. Pero stos tambin seran capaces, si las condiciones lo permitieran, de reunificarse para constituir una sola nacin, o, al contrario, de avanzar hacia la formacin definitiva de nuevas naciones separadas(42). De este modo, segn S. Amin, el mundo rabe habra constituido una nacin slo durante un perodo muy corto, mientras que, en el momento mismo de la arabizacin, 18

algunas regiones, especialmente Egipto, ya constituan naciones consumadas. La clase que realiz esta unificacin rabe fue la clase de los comerciantes guerreros. Hoy, es decir, desde la cada del Imperio Abbas rabe, algunas regiones se transformaron de nuevo en naciones distintas, en tanto que otras se quedaron sin acabar y siguieron siendo conglomerados heterclitos de etnias. La desaparicin de la nacin rabe permiti a viejas naciones, como Egipto, emerger de nuevo. Este comenz su renacimiento nacional, en la poca moderna, a iniciativa de la aristocracia terrateniente burocrtica que se impuso con Ali Bey "el grande", desde el siglo XVIII. En cambio, los otros intentos de constitucin de una nacin-en el Magreb, bajo Abdel Kader, y en el Sudn, bajo el Mahdi, al igual que en el Yemen y en el Lbanofueron abortados por la invasin exterior, o debido al bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en la agricultura, y, por consiguiente, a la ausencia de un excedente de origen local suficientemente grande como para permitir la constitucin y el mantenimiento de una clase unificadora. En Siria-Iraq, la burguesa comerciante no era lo suficientemente fuerte como para hacer emerger, al igual que en Egipto, una clase dirigente y unificadora; la aristocracia terrateniente y burocrtica estaba en condiciones de inferioridad por el carcter rido de la regin, en tanto que los campesinos, a causa de la pobreza y del miedo, se haban replegado a sus montaas. Esta condicin especfica explicara, adems, el recurso de las clases dirigentes rabes de la poca clsica a fuentes exteriores, a travs del comercio a distancia. Se trata, pues, para S. Amin, de un intento de explicar el carcter aleatorio y reversible de la formacin nacional en estas regiones, hoy al igual que ayer. El intento de Egipto de reconstituir la nacin rabe en torno suyo choc, en el siglo XIX, con la oposicin de Europa, que le infligi el golpe militar de 1840, seguido de la derrota de 1882 frente a Inglaterra. De esta forma se explica, a la vez, el estado actual del mundo rabe, su divisin poltica y su unidad. Segn S. Amin, se trata, en efecto, de un proyecto abortado de constitucin de la nacin, salvo para Egipto, que renace de sus cenizas antiguas.Pero acaso el futuro trae consigo ms oportunidades para el nacionalismo rabe? La integracin del mundo rabe en el sistema mundial imperialista, responde S. Amin, lejos de favorecer la creacin de una clase ms capaz de velar por la hegemona nacional (es decir, de unificar la economa y centralizar el poder), empuja, al contrario, hacia la desintegracin. La experiencia de Egipto, Siria e Iraq demuestra que la nueva clase terrateniente y comerciante, nacida de la integracin de la economa rabe en el mercado mundial, no tiene ninguna vocacin hegemnica nacional, ni en lo que concierne a cada pas, ni a nivel del conjunto del mundo rabe. Eso es lo que demostr la derrota de 1948 frente a la implantacin sionista. Lo mismo ocurre por lo que se refiere a las nuevas clases sociales resultantes del capitalismo de Estado, despus de la segunda guerra mundial. Tampoco ellas poseen esa vocacin "nacionalizante".La fundamental cuestin de la divisin del mundo rabe y de la ausencia de unidad tambin suscita la reflexin de Fawzi Mansur. Sin embargo, l busca las causas del fracaso del proyecto de unificacin del mundo rabe-en la era moderna-en el fracaso del capitalismo o en la incapacidad del mercantilismo rabe de convertirse en capitalismo moderno. Para explicar la situacin actual se remonta, en la historia, hasta los abbases, para hacer resaltar esa herencia poltica, econmica, cultural y jurdica que, si bien ya no nos dicta nuestros comportamientos individuales, ha moldeado, sin embargo, indefectiblemente las estructuras de nuestras sociedades. En el plano ideolgico-jurdico, por ejemplo, Mansur hace notar la ausencia de un sistema de derecho pblico claro y bien definido, basado en la independencia efectiva 19

de los juristas, pese al fuerte desarrollo de la jurisprudencia musulmana en el campo del derecho privado. El encuentra ah una de las razones principales del fracaso del capitalismo, pues al sistema le faltaba esa autoridad final capaz de determinar sin equvoco el estatuto del derecho. Es por ello que tanto la creacin como la aplicacin en materia de derecho siguieron siendo asunto de juristas, cuando stos no tenan ningn estatuto social capaz de protegerlos contra las mltiples y fuertes presiones exteriores, las de los gobernadores, en particular, as como contra su propia propensin a ceder a las tentaciones de servir a sus intereses personales. En cambio, el desarrollo del capitalismo exige necesariamente, segn Mansur, relaciones basadas en obligaciones contractuales estrictas y seguras. En resumen, en el sistema jurdico musulmn no haba una garanta institucional suficiente para velar por la estricta aplicacin de la ley. A esta razn jurdica hay que aadir las condiciones climticas, que hacen de la regin rabe una regin rida o semirida, dependiente, en gran medida, de los oasis, donde las posibilidades de extensin son, por consiguiente, limitadas. Dado el aumento de la presin sobre la tierra, a causa del crecimiento demogrfico, es inevitable una gran tendencia hacia el desarrollo de la renta absoluta y de la servidumbre de los campesinos. Eso explica, adems, que, muy pronto, se multiplicaran las rebeliones campesinas bajo los abbases-como consecuencia del agotamiento de los recursos engendrados por las conquistas-, as como que aquellos recurrieran a la formacin de milicias turcas para dominarlas. Se trata, segn Mansur, del acontecimiento ms destacado de la historia poltica rabe, a saber: la eliminacin, lisa y llanamente, de las lites rabes de la arena poltica por parte de los califas abbases-por razones de seguridad y contra los riesgos de inestabilidad-, para ser reemplazadas por lites mercenarias turcas. As se produjo la transferencia progresiva del poder a las milicias turcas, provocando la ruptura entre la sociedad y el Estado, e impulsando al mximo la militarizacin de la nacin y el aumento de los crditos militares. En estas condiciones es difcil que se desarrollen las propiedades privadas y los campesinos independientes, ancestros del capitalismo en la agricultura. El tercer factor de explicacin se refiere a la estructura de la clase comerciante rabe. Esta constitua una especie de clase cosmopolita muy mvil, sin fronteras ni lugar de anclaje precisos, ni compromiso poltico determinado. Es una clase itinerante (ambulant class). Al capital mercantil rabe le faltaba ese "puerto de amarre", ese Estado nacional que constituye una condicin de la proteccin del patrimonio, de la formacin del mercado nacional, y de la mutacin del capital comercial en capital industrial. Ahora bien, la clase comerciante del imperio es, por definicin, supranacional.Sin embargo, el fracaso de la unificacin rabe no significa, por ello, que la nacin rabe ha desaparecido. A la inversa de Amin, Mansur considera que los pueblos rabes constituyen hoy una sola nacin, cuya homogeneidad se manifiesta a travs del idioma rabe comn, la religin islmica mayoritaria, la unidad climtica, la referencia a las mismas estructuras culturales, y, antes de la colonizacin, la gran e intensa movilidad en los planos poltico y humano(43). El actual debate sobre el origen de los Estados rabes modernos-que reemplaza hoy, entre los investigadores rabes, al tradicional debate sobre la identificacin nacional-es una forma disfrazada de debate sobre la nacin. As, pues, para afirmar la "legitimidad" de los Estados actuales, algunos investigadores destacan su enraizamiento histrico o el carcter local de las fuerzas que los han engendrado. As I. Harik habla de los Estados o sistemas polticos formados antes de la colonizacin y que tienen su razn de ser en la estructura sociohistrica de sus respectivas sociedades. Es el caso del 20

imanato en el Yemen, de la alianza entre el imn y el jeque en Arabia, de los poderes dinsticos y laicos en el Lbano, del modelo burocrtico-oligrquico en Egipto y en el Magreb. Slo los Estados del Creciente Frtil son criaturas del colonialismo(44). Esa es tambin la posicin de los investigadores que aplican el anlisis jalduniano y muestran hasta qu punto han sido determinantes la fuerza y los factores do solidaridad endgenos en la constitucin de los estados rabes(45). En todo caso, lo que aqu podemos decir, y es seguro, es que, tras una larga y tumultuosa historia, en la que se mezclan conquistas y derrotas, expansiones y regresiones, los rabes emergen a los tiempos modernos completamente metamorfoseados: una multitud de pueblos, comunidades, Estados, con problemas tan complicados como incomprensibles para la mayora de los observadores extranjeros. Se trata mucho ms de una aparicin masiva que de una presencia asentada. Y aunque el recuerdo de la gloria pasada siga an muy vivo, las sociedades estn materialmente desestructuradas y moralmente mutiladas.Desde luego, y a semejanza de otras naciones musulmanas, los rabes, tomando conciencia de su retraso acumulado, haban vivido un gran movimiento de renacimiento cultural y lingstico. Pero el fracaso del ltimo intento de modernizacin y de renovacin-que evocaremos-no pudo impedir el hundimiento del conjunto de los sistemas de valores, modos de gobierno y de organizacin sobre los que descansaba el orden secular establecido. Condujo directamente a la descomposicin de las ideologas clsicas del poder. As pues, pese a las similitudes y a la continuidad de la cultura y del idioma, los rabes, enfrentados a las viscisitudes de la historia, haban cambiado demasiado. Se trataba, como todas las grandes naciones del mundo, de una realidad sociolgica compleja, marcada con el mismo sello de cultura, religin e idioma. No obstante, fuertes minoras-culturales o lingsticas (los berberes en el Magreb, los kurdos en Iraq-Siria) o de religin (los cristianos y los judos), o ambas a la vez (los sudistas del Sudn)-siguen an presentes(46). Pero la mayora aplastante es de cultura rabe o/y de religin musulmana.Todava es difcil decir cul de las dos tesis corresponde ms a la realidad. La contradiccin est inscrita en la realidad misma, a saber: entre, por una parte, las divisiones que impiden la toma de conciencia panrabe-la formacin de los nacionalismos locales y su consolidacin-, y, por la otra, la persistencia de elementos de unidad cultural, de elementos afectivos, de profundas y siempre renovadas aspiraciones a la inevitable unificacin rabe (incluso por parte de los Estados y las lites dirigentes), y, por ltimo, de una solidaridad activa y a diario reafirmada. Los rabes tal vez no constituyen-o an no-una nacin en el sentido moderno, pero tienen todos los elementos constitutivos de sta. En todo caso, no constituyen naciones diferentes y distintas, pues estn profundamente unificados desde el punto de vista cultural y afectivo. Habra que hablar, tal vez, de una sola nacin en formacin o de una nacin que an no ha logrado su integracin poltica y econmica, pero que no tiene posibilidades de no conseguirla. Este dbil nivel de integracin nacional explica, por lo dems, el mapa poltico resultante de la desmembracin del Imperio Otomano y del choque colonial. Como los rabes no han sido capaces de representarse como una nacin unificada, la evolucin en esa direccin ha sido, finalmente, el resultado de la convergencia de realidades tnicas, regionales, y de acuerdos entre potencias colonizadoras. Faltos de una conciencia asentada y de una voluntad nacional claramente expresada, no han podido determinar su futuro poltico. Todava no eran, a principios del siglo XX, como se deca antes, un verdadero sujeto de la historia.En realidad, la colonizacin ha producido un cortocircuito en la evolucin normal de la conciencia nacional y ha introducido nuevos factores de perturbacin en el debate general. No ha contribuido a la solucin del problema de la determinacin de la identidad poltica, que apareci a consecuencia de la 21

fragmentacin del Imperio. Visto con perspectiva, este problema parece mucho ms difcil y complicado de lo que se piensa. En realidad, el hecho de hablar un solo idioma, o de sentirse ligado a una sola cultura o civilizacin, o, todava menos, a una religin, no da, en s, ninguna indicacin indiscutible de cmo hay que abordar el futuro desde el punto de vista poltico y nacional. Esto es tanto ms cierto cuanto que esta pertenencia a una misma cultura o religin, en el caso de los rabes, se realiz, durante siglos, en el marco de los ms variados y contradictorios tipos de Estado: justos y menos justos, sunitas y chiitas, unificados y antagonistas, rabes y musulmanes, pero, en todo caso, muchas veces dominados, en las ltimas fases del imperio musulmn, por dinastas extranjeras. En resumen: el hecho de identificarse y de reconocerse como rabe a nivel individual no tiene nada que ver con la identificacin colectiva de los rabes como pueblo o nacin unificada o naciones arabfonas. En el contexto de la ausencia de una clase dirigente unificada-sobre lo que insiste muy acertadamente S. Amin-, de una tradicin y cultura de Estado comunes, o de un claro proyecto de intereses colectivos, realizable y realista-como subraya F. Mansur-, era difcil decidir, tanto en un sentido como en el otro. Al mismo tiempo, nos parece que an era demasiado pronto para que la gente pudiese comprender la originalidad de la situacin y aceptar administrar juntos, y en el marco de un solo y mismo Estado, el capital del patrimonio comn, as como las diferencias y los particularismos que existan y siempre han existido. El debate entre los que hoy enarbolan las consignas de una sola y eterna nacin rabe y los que no ven en la arabidad ms que un insignificante aspecto lingstico, y, por tanto, defienden sin vacilar la idea de una nacin territorial, no puede llegar a un resultado sin replantear el problema de la necesidad de una revisin radical del concepto de nacin, de las posibilidades efectivas de su realizacin en nuestras actuales condiciones histricas y de los medios para llegar a ello.En realidad, la historia material no esper a que la ideologa de la identidad quedara dilucidada para decidir el destino poltico de los rabes. La reparticin de fronteras sigui el mismo trazado hecho por las potencias coloniales, aunque este trazado corresponde, de vez en cuando, a los particularismos geopolticos, histricos, culturales o tnicos que acompaaron a los procesos de liberacin nacional o los condicionaron. Lejos de las ideologas nacionalistas e independientemente de ellas se constituyeron, de este modo, nuevos Estados, que procuraron legitimarse por todos los medios e imponer su hegemona. Jugaron con ese patrimonio de ideologas particularistas o contradictorias, y las recuperaron o combatieron en funcin de sus propias necesidades, de las coyunturas polticas y de la salvaguardia del Estado. La identidad nacional tendi entonces a convertirse en un accesorio del Estado y de las tcnicas del poder. En Marruecos, el monarquismo clsico, representado por la adhesin al poder personal del rey, se impone al arabismo, al islamismo y al nacionalismo en general, en beneficio de un Estado que pretende ser la encarnacin automtica y espontnea del inters de una comunidad nacional, que es asumida por el sistema, esencialmente, como una carga que hay que arrastrar o sujetos que hay que dirigir. En Tnez, la competencia entre las diferentes corrientes del pensamiento nacionalista consagra la victoria de Burguiba, quien, durante treinta aos, buscar rehacer a la nacin tunecina en torno a su persona y segn sus ideas. En Argelia, donde la fusin entre islamismo, arabismo y populismo es la fuente de un poderoso sentimiento nacionalista argelino, el poder adopta, a este respecto, una lnea que se puede calificar como "huda hacia adelante" hacia una poltica de desarrollo, centrada, principalmente, en el crecimiento econmico y la adquisicin de tecnologa; en cuanto se debilita el ritmo de este crecimiento, el nacionalismo argelino hace resurgir, ms agudamente que en cualquier otra parte, ese 22

problema no resuelto de la identidad. En el Creciente Frtil, la ausencia inicial de una ideologa de la identidad, propia del Estado, debilita, desde el comienzo, la posicin de ste y precipita su crisis, que se manifiesta en la sucesin precoz de los golpes de Estado. Y, mientras que en Egipto, el nacionalismo, que busca conciliar el liberalismo con el asentimiento popular, se hunde en las arenas movedizas de las maniobras polticas de la monarqua y se pierde en la ineficacia y la corrupcin, los Estados del Golfo resisten, gracias a sus formidables ingresos de divisas, y se defienden contra todas las veleidades nacionalistas o nacionales. De este modo, el nacionalismo o los nacionalismos, lejos de unificar al mundo rabe "o de empujarlo a una seria revolucin en las mentalidades o en las estructuras", cristalizan en su seno la fragmentacin poltica y las rivalidades, y lo someten al inters de los nuevos Estados (o de los grupos que los controlan), reforzando as su desconcierto. Todo eso va, pues, en direccin del conservadurismo, alimenta los particularismos y tiende a reducir a conflictos de dinastas, de ideologa o de sectas el problema mayor de la nacin, es decir, para nosotros, la organizacin, la gestin y la amplificacin, en el seno de poblaciones similares, de los factores de solidaridad y de afinidad ya creados por la historia. En realidad, a medida que se va reforzando el dominio de los Estados sobre las poblaciones, la idea del nacionalismo rabe pierde progresivamente su pertinencia y se transforma en una ideologa popular y de oposicin. Porque en torno a estos Estados cristalizan intereses sociales y, fatalmente, se desarrollan las correspondientes ideologas nacionalistas(47). Los nacionalismos de Estado proliferarn en el resto de los pases rabes, desde el Golfo hasta el Ocano Atlntico. Se trata, sin embargo, de nacionalismos funcionales,. es decir, necesarios para el funcionamiento de las instituciones estatales, pero que no alcanzan, ni tienen la ambicin de alcanzar, el estatuto de ideologa nacional en el sentido profundo de la palabra, es decir, que funciona como una fuente de valores y de identificacin cultural e imaginaria. As, aunque dominantes en el plano prctico, estos nacionalismos siguen viviendo, en realidad, bajo la tutela del arabismo. Cada vez ms, ste tiende a constituir una especie de referencia general y unificadora para el conjunto de estos subnacionalismos(48). Se ha aceptado vivir en el marco de los Estados nacidos de la descolonizacin, sin dejar de identificarse con la arabidad como crculo de solidaridad poltica "ms potencial que efectivo" y con el islam como referencia moral o incluso ideolgica. Pero esto no ha disminuido en nada el habitual procedimiento de oponer estas alternativas entre s. Esta cuestin de la formacin de la nacin y de la identificacin de s mismo, lejos de ser superficial, es, como veremos, fundamental para todos los pueblos dominados. Se trata, en efecto, de una cuestin poltica capital: la de la capacidad de una comunidad o un grupo de determinar el marco espacial y temporal donde pueda desplegar sus capacidades, sus potencialidades humanas y materiales, puedan alcanzar la plenitud sus talentos, puedan desarrollarse valores y virtudes, definirse objetivos, identificarse fuerzas, elaborarse estrategias y asentarse una personalidad. Se trata de instrumentos que permiten a un pueblo situarse en la historia, identificar su papel en el escenario internacional y definir la contribucin que puede aportar a la civilizacin de su poca, si no tiene