Giner de los Ríos. Los laureles de Oaxaca

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    FGR

    Edicin digital

    Febrero de 2015

    1948

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    Sobre un cuadernillo que no se sepa-

    r nunca de m, estos rpidos poemas y

    notas de viaje fueron naciendo duranteel mes de julio de 1945, en una excursin

    a Oaxaca de los becarios del Cetro de Es-

    tudios Sociales de El Colegio de Mxico.Las notas breves del cuadernillo a veces

    una palabra sola, y la gozosa memoria

    de tantos piedra, cielo, mar y campo,han crecido despus en mi escritura has-

    ta este libro que ahora ofrezco. Si no lohubieran impedido acontecimientos que

    me hicieron abandonar Mxico y que

    acapararon por completo mi atencin deestos dos aos ltimos, este libro peque-

    o sera mayor y hubiera podido llegar a

    ser una especie de diario, bastante com-pleto y fiel, de aquel viaje. Las pginas

    que siguen no aspiran ms que a guardar

    lo ms fresca posible parte de la bellezaque me invadi milagrosamente aquellos

    hermosos das del que yo cre mi ltimo

    verano de Mxico. Y quiero que sean mi

    primera seal de vida en prenda deamor para ella al regresar a la tierra

    que las movi temblando hacia la luz.

    F. G. R.Febrero, 1948

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    LA ciudad comienza a despertarse cuan-do nos vamos. La neblina deja ver unapureza escondida que se esconder deltodo dentro de unas horas, vencedor yael ajetreo. El sol levanta apenas y en loscamiones de Aviacin, que nos preceden

    hacia la carretera, brilla su primera luz sobre un roco ama-rillento y sucio. El campo, de pronto.

    MI torito consentido, camin de carga, nos corneacasi sobre el camino, en su fuerte arrancada hacia la que-rencia ciudadana.

    QU verdes! Toda fresca en los ojos, la maana no pa-rece vivir ms que en ellos: verde bajo y suave de las pra-

    deras, verde alto y oscuro de los pinares, verde altsimo,neblinoso, rompiendo a azul con el primer sol, del cielorecin levantado de la tierra, con solo su frescura pradoshmedos, cielo mojado otra vez en la cara. Imposiblecontarlos en tanta maana nueva, verde todava tambin,sobre el aire que le vamos alcanzando a su figura. Verdeamarillo, amarillento, amarillante, amarilillo, (limn casi,

    Donaciano), verdirrojo de pronto, verde oscuro ahora, ver-de perdido, logrado de repente, quieto una vez, escurridizoluego por la caada, trepador de ms viento all arriba, lar-

    CAPTULO I

    CAMINO DE OAXACA

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    go y delgado en el fondo casi azul ya, morado todava delas montaas.

    EL valle de Mxico en lo bajo, nos empuja a ms cieloentre estos pinos, quieto en las peas que lo reflejan alcielo entre su verde.

    PARA qu ms que tu nombre, Puerto del Aire?RO Fro. El largo caf lo espejos adormilados todava,

    entrevistos la maana y nosotros en el suave vaho de suscristales nos deja sin campo, friolentos entre su despa-rramada tibieza y el aerecillo helado de estas sierras quetraemos dentro.

    SELVA oscura y el sol ya.SAN Martn Texmelucan, todo maz y azulejos a su en-

    trada, nos regala la animacin maanera de su mercado,el brillo de la loza un momento en los ojos. Nos quedara-mos en l, los ojos curiosos por mil recovecos, las manos

    pesando y sopesando ste y el otro cachivache, los dedossobre la lana colorida o la loza azul y blanca, divertidos enel regateo ingenioso, un buen rato. Y el ventanillo del au-tomvil nos ensea de pronto breve curso de mitologaen Mxico, agridulce de pulque el aire el letrero de unacantina: Baco Junior

    LA nieve del Popo nos sigue all en el cielo, tras el otro

    cielo verde del maz, toda la maana. La nieve surge, redon-da, rotunda, entera, de un cinturn de nubes que le cortaabajo la falda azul. Verde, azul y blanco al sol abierto ya. Yla nube gris, casi gasa densa, trasparecindose sin embar-go, como queriendo irse, sin poder, sin querer tambin, delnevado gigante, lo acaricia lentamente en su marcha haciaIxtla, suave sombra nica del cielo, blando y concreto en

    ella, enredado en su gracia.

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    EL POPO Y LA MAANA

    El Popo se desnudabaen la maana primera.

    El vestido de las nubes

    por su cabeza descuelgasobre el campo de maz

    ya verde la verde tierra.

    La nieve que le coronarelumbraba en su cabeza

    como otro sol blanco y puroque otra aurora le despierta,

    y finga en la maana

    toda una augusta realezaque le desmorona a gritos

    su altura por la pradera.

    Los gritos iban alegres,clara desnudez abierta,

    slo turbada en las nubes

    que la cintura le inquietan.El fro de la maana

    su falda haca violeta

    y el maz le contagiaba

    imposibles transparencias.El Popo estaba temblando

    todo cndida inocenciaen la maana temprana

    que le soltaba las riendas.Cmo cabalga en el campo,

    toda desnuda su sierra,

    apagado su volcne incendiada su belleza!

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    Jinete en la majestad

    de su majestad serena,

    parecen mentira todassus azules impaciencias,

    si ya en su cinto de nubes

    tiene la maana presay la siembra en el maz

    y en el maz la despierta

    y la levanta hasta el cieloardida en su nieve tierna.

    Por fin el viento le arrancalas vestiduras postreras,

    y cuando queda desnudo

    frente a los llanos de Puebla,el aire dulce y suspenso

    en la maana primera

    prende su gracia en azulespiedra ya su leve fuerza.

    EL mercado de Huejotzingo, al pasar, despliega a lo lar-go del camino los colorines de sus sarapes, luchadores conel sol. Qu bien, cada vez ms, ese lindo sarape serio, deun solo color inimitable, salvado aun, siempre, del sarape

    mexican curios, tan gringo ya, tan poco verdadero! Aquelnegro con rayita colorada, de pronto.LA carretera otra vez. Economa encuentra consonante

    en cortesa. Y la rima en los camiones que adelantamos:No es falta de cario, es falta de llantas.

    CHOLULA, como sembrada en el campo con sus c-pulas innumerables, nos llena de extraeza una vez ms,

    como siempre. Pequeos humos aislados nos recuerdanque alguien habita en esta naturaleza muerta en azulejos,

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    cpulas, bsides y cruces, viva slo en el temblor de los ver-des matinales. Y soamos que esa campana que cant alpasar, a lo lejos, la mueve toda aquella otra vida enterradaen las piedras cristianas, que la mueven esas otras piedrasque la siguen haciendo palpitar bajo la hierba.

    SUBIMOS a los jardines aledaos de Puebla. Y dejamosatrs, con la maana que les pertenece a ellas solas, las to-rres que la entregan al cielo.

    (Cantas Puebla, entre tus llanos,tendida en tus azulejos,

    como queriendo escaparte

    por tus torres hasta el cielo.Los ngeles de tu nombre

    por la maana iban quietos,

    prendida en tu caserola anglica paz del vuelo.

    Presa tu fuerza callada

    en la malla de tus cerros,volar intentabas, Puebla,

    desde los verdes ms tiernos.

    Tu clara piedra parece

    otro clarsimo cielo.Mis ojos frente a tu campo,

    a mis espaldas te dejocantando, Puebla, en los llanos,

    tendida en tus azulejos.)

    EL viento se hace suave colina en aquel cerro, olvidado

    ya, sobre el verde maz, de los caones franceses, puro ysolo en la maana cada vez ms alta.

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    OTRA vez San Francisco Ecatepec, con su precioso azu-lejo poblano, armonioso en sus colorines a cualquier horadel da. Est bien esta maana, como estaba bien otrastardes antiguas. Y no desmiente en su gracia elegante, po-pular y culta a la vez, la gracia en vilo de esos campos dePuebla, casi ms sembrados de iglesias que de otras cosas.Bien tir los cordeles sobre su verde mapa el padre Mo-tolina! En esta hora de la maana, todava el primer sol,parece que entre el maz se despiden de cielo propio cpu-las de azulejo las infinitas estrellas ltimas.

    HOY s puedo copiar unos versos que me llamaron laatencin otras veces sobre la tumba frontera a la iglesia.Los dedica una madre a su hijo, y no me parecen tan bue-nos ahora como el ltimo da que los vi, salvada su orto-grafa primorosa, doblemente primorosa sobre el azulejoverdiblanco:

    No llores madre por m;

    si la tierra abandon,

    en el cielo ngel sery a Dios rogar por ti.

    Pronto los males sufr

    de la vida que prob

    y un ay! De dolor lanc;te di un vezo y me dorm.

    No llores madre por mique en el cielo despert.

    CHIPILO se despereza en la maana, tierno entre sublanca mantequilla, enredada la gracia de su barro en las

    trenzas sabrosas del queso. Una viejuca inclinada inveros-milmente, persigue a la nieta traviesa. En su gritar silen-

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    cioso para nosotros, puro ademn torpn de sus manosadivinamos el suave italiano trasplantado a este rincn deMxico, que gozamos una tarde gozosa hace tiempo.

    TERUEL! Es verdad. Este pueblecillo desparramado enel llano se llama Teruel, como aquella ciudad que nos rega-l un diciembre de prolongado fuego, nuevo todos los das:

    Si me quieres escribir,

    ya sabes mi paradero,en el frente de Teruel,

    primera lnea de fuego.

    EL solo nombre trae la cancin amarrada consigo. Y conla cancin, aquella cuarta compaa entre la nieve, aquellafe, despierta siempre, de otros das ms altos. Y qu a lohondo en estos campos nuevos a los ojos!

    EL campo sube al cielo por los cactos, mientras el calorva invadindonos lentamente, la tierra caliente cercana ya.ALCHICHICA. Adnde va ese fotgrafo nica forma

    negra en el caaveral calor del medioda, la mquina alhombro, tan seguro de su quehacer, el paso perdido, la cu-beta, que revelar no sabemos qu casi fresca en la otramano, solo entre los jacales?

    ACATLAN. A un lado de la plaza, demasiado embelleci-da por un municipio amante de pavimentos, bancos y fa-rolas, ms all de unas rejas que guardan un ancho patio,las piedras rosaoro al sol de una iglesia llaman a contem-placin. Pero el calor del medioda nos recluye en un verdetenderete de refrescos en cuyo interior se entrometen lasramas de los rboles. La sinfonola se desata y El ahorro

    mexicano corrido para economistas quiebra el silenciopesado, caliente de la hora.

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    DESPUS de comer sobre la ancha tortilla el arroz ylos frijoles refritos, coronado todo de verde chile, nosentramos de lleno por la desolada Mixteca. El sol pareceachatarlo todo, insensible su peso en el aire, como librearriba, retorcido y preso en las duras tierras solitarias. Laserrana al fondo le cierra el paso toda envuelta en nubes,ponindole puertas a este campo que va trepando agrio yreseco sus peladas alturas.

    SE desata de pronto la tormenta. El granizo cubre loscampos y los vuelve en un momento sierra nevada y fra.Retiembla en los cristales toda su furia suelta y nos dejaver el calor de la mano deshaciendo el vaho de los venta-nillos cmo la tierra dura de antes se derrumba jugandopor los desmontes que rodean la carretera. La quieta sole-dad del campo, que tanto pesaba silenciosa y triste sobre latarde alta, se vuelve ahora casi bramido, como llamando a

    la divinidad hostil y lejana, persiguindola e hirindola derayos y centellas en medio del recin nevado paisaje. Y derepente se abre paso la carretera entre los montes, recu-pera sus grises oscuros entre la tierra amarilla y dura otravez, y nos deja ver, sobre un fondo tiernamente verde, pro-metedor de otras venturas, un sol del todo azul.

    EL atardecer nos aventaja las espaldas cuando entra-

    mos en Yanhuitln, con sus torres rosadas y sus piedrasvioletas del sol que ya se marcha. Tiene el cielo otra altu-ra, como si la primavera le subiese a lo hondo despus dela tormenta abandonada. Ha llovido aqu antes y el valletiembla de verdes hmedos, suaves, casi pelusa blanqueci-na sus caminos.

    ENTRAMOS al convento, olvidados del cdice famo-

    so que guardara otro da, vueltos slo a su luz de ahora,

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    deseando ver el ciprs que dejan adivinar los altos mu-ros. Aqu est, en medio del claustro callado, romnticode abandono, de casi duende suelto entre sus piedras. Laluz del atardecer se mece blandamente en el rosaoro de sufuerza callada. Y en el silencio nos quedamos un rato, comoen busca de nosotros mismos, nuevos entre el cansancio,libertados al fin en la hermosura.

    SOBRE la pelada pared de la iglesia, la amplia nave flotael gran maderamen vaco de su aire, cortado slo a ratospor los retablos de oro viejo. Un precioso rgano empol-vado nos deslumbra un momento de riqueza antigua, des-bordando lo pobre del abandonado lugar. Slo unas floresde papel, unos lindos retablillos populares, unos cirios decolor, nos hablan de los hombres. Y un Cristo crucificado,sumergidos cruz y pies entre las flores, parece esperar queen la maana vengan a cambiarle el descolorido vergel para

    seguir gozando este silencio dulce de su iglesia.ESTOS frailes espaoles saban elegir emplazamientos.Las vegas vecinas recogen en su verde la inmensa, desbor-dada intimidad del valle. Y los ojos se pierden ms all desus montes, buscadores del claror ltimo del da, que jine-tea limpio y puro los crdenos horizontes.

    ADIOS, Yanhuitln violeta,casi rosado en la tarde,

    Tu alto ciprs nos despidebajo tu cielo suave.

    Cunto aire llena el monte!Que el corazn no se salte

    de tanta piedra a su espalda

    y a sus ojos tanta tarde!

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    LA tarde parece cada vez ms inmensa, lo mismo a loancho verdes ya grises de los valles y los campos que a loalto cielo hondo, sin nubes apenas, inmenso fuego rosa,violeta, del sol que se pone, mientras nos acercamos aOaxaca, que es ya casi presencia en nuestro deseo impa-ciente: tras lomita, dice alguien, recordando el chiste. Ytras lomita lo que nos espera es una lluvia fina clsicocalabobos y un cielo plomizo, para que tengamos de todoen los ltimos kilmetros. Vamos a llegar con un cohetede naturaleza (Catita Sierra.)

    ANOCHECE cuando llegamos a Oaxaca. Sigue lloviendofino al entrar por la parte alta de la ciudad. El casero seaprieta en lo bajo, grisceo en la lluvia y en la casi noche.Torres adivinadas en el fondo y, como pesando de abiertapresencia, el valle anchuroso. Alguien piensa en el Marque-sado y lo dice en voz alta, pero la noche lo domina ya todo.

    Hotel casi a oscuras, con un precioso patio. Antes de cenarnos asomamos a la plaza cercana. Soportales llenos de ca-fs. Y nos asomamos tambin al mezcal de la tierra que nosdeja su hondo sabor.

    ESTAMOS molidos del viaje, pero hay que ver un pocola ciudad y unos cuantos preferimos perdernos en ella arecogernos. Nos dejamos guiar por una lejana msica de

    tambor y chirima que nos va llamando todo el tiempo. Ypor calles oscuras que permiten ver de vez en cuando pre-ciosos portales o rejas corridas cargadas de flor, llegamosfrente a una casa iluminada. La msica suena ahora contoda su fuerza. Fiesta de hombres solos a la que no es dis-creto asomarse.

    LA ciudad no existe, de repente. Este silencio no pesa

    sobre nada. Es un silencio esencial, completo, en el que elperfume de las flores no es algo ajeno y adjetivo, sino casi

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    carnal silencio mismo. Pero hay algo bajo esta quietud, unacomo respiracin, palpitacin interna, que nos va dando elpulso de Oaxaca y que parece cuajar de pronto en los tron-cos de los rboles cuando llegamos de nuevo - cmo?- a laplaza. Nos sentamos en un banco, en silencio, a mirar unfarol estupendamente cursi, sublime casi sobre un fondode tabachines. La noche se tiende ahora sola, sobre la luzde la plaza, y nos invita desde lo alto a su intimidad. Laciudad parece haberse escapado all arriba y nos brinda ensu piedra hmeda ya casi madrugada su soledad. Parecedesierta del todo, como si nada quedara bajo este silenciopalpitante. Y cuando al fin, sin quererlo del todo, a rastras,nos vamos a dormir, creemos tener ya el pulso de la ciu-dad con nosotros, pero dnde, dnde est el corazn deOaxaca?

    TODAVIA en el balcn qu fro el precioso hierro la-

    brado bajo los brazos desnudos! buscamos en la proximi-dad casi amorosa de la noche ese perdido, presente, obse-sionante corazn de la ciudad. Y sentimos que en Oaxacatodo va tierno por debajo y florece a piel de aire, desleda yblandamente, como ahora la noche, que es lo nico ahoray siempre que sale al borde de su pecho. El pecho palpi-tante sobre su corazn. Oaxaca, nuestro pecho ya.

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    CAPTULO II

    PRIMERA MAANA EN OAXACA

    EL sol de Oaxaca nos despierta, entrandode la plaza por el precioso balcn. El ver-de est tierno y hmedo todava junto alos bancos que disfrutan algunos maa-neros catadores del aire. La sombra sua-ve vence an en la maana, tmido el sol

    para romper sus ltimas gasas. Salgo al Zcalo en busca delperidico, a darme grasa en los zapatos, como queriendoentrar en la normalidad de esta vida provinciana, quieta ysegura. Los limpiabotas forman una larga fila bajo las ar-cadas de la plaza. Ren fuerte y comentan cantarina yrpida la voz sus cosas. Tiene uno la sensacin de que letoman el pelo, con alusiones y risas que no entiende del

    todo, pero que llega a entender a medias. Desde luego elque me da grasa en los zapatos, al aclararse innecesaria-mente que se ren de aquel otro del extremo, me confirmaen la impresin primera. Y me divierto con ellos a mi costa,tan poco divertido yo.

    NOS va a ensear Oaxaca don Joaqun Acevedo. Es li-cenciado que no ejerce la abogaca; profesor que ha deja-

    do de dar clases. Hombre enamorado de la tierra, que vivepara ella, sin otro afn en su vida que mirar y volver a mi-

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    rar los campos y piedras que lo vieron nacer. A veces nosdicen se pierde a caballo durante unos meses por valles ysierras. Conoce los rincones de la ciudad como nadie y noes seca su erudicin oh, manes de los eruditos locales!,porque est demasiado vertida en todas y cada una de lascosas de su tierra para secarse. Lo mismo entiende de lasfechas y datos histricos de cada edificio que de los dulcesque se fabrican en este o aquel lugar, o del mejor mezcalque se bebe en tal rumbo. Conoce igual los telares que lacermica, la mitologa mixteca y zapoteca que las leyendasy fastos dominicos, la literatura local que el banco mejor enque mirar atardecer. Habla poco, preciso, siempre cortsy amable, sin levantar jams la voz, las manos sobrias enel ademn, los ojos siempre brillantes de inteligencia. Refuerte y sano, sin esfuerzo, con la buena fe del que tiene lavida limpia. Y respira amor a la tierra y a la ciudad por to-

    dos sus poros. Es difcil, sera difcil, ver a don Joaqun enotro lugar que en Oaxaca, tan en su sitio, tan a sus anchas,toda la ciudad piedras, luz y cielo para l, en goce senci-llo, entregado a su amorosa tarea de volver a ver, de cono-cer ms, de adelgazar y afinar ms los datos, de saborearmejor lo ya conocido, sorprendido siempre en su seguri-dad, maravillado cada vez con la maravilla gozada muchas

    veces antes, siempre nueva, siempre bien hallada. Mireusted eso, mire qu hermosura! Y los ojos pasean lentosjunto a los nuestros la piedra o el lienzo, el rbol o la noche,ayudando con su vieja experiencia cuando algo se escapa,pero sin llamar nunca la atencin, corts y respetuoso conla miopa ajena. Y siente alegra cuando encuentra la com-prensin que buscaba, cuando ve que los dems vemos lo

    que l quiere y un poco como l quiere que lo veamos, conese amor en l ya encendido que ahora se enciende en no-

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    sotros. Qu estupendo don Joaqun en su Oaxaca! Estuvotan con nosotros, tan a gusto nosotros con l, que la ciu-dad y sus campos no se separan de su figura amiga en el re-cuerdo. Y ser feliz al saberlo, porque Oaxaca es suya desdesiempre, de nacimiento, con ese amor de toda la vida cuyadelicia la ha ido ganando don Joaqun minuto a minuto desu sabrosa existencia.

    CALLE de la Libertad, con su libertad de sol y verde en-tre la piedra, por la piedra, encerrada de montaas.

    ESTA piedra verde! Es una mezcla tan lograda de ter-nura y firmeza que maravilla como un compendio de lo de-licado, siempre fuerte si bien lo vemos. Al mismo tiemponos parece que la piedra sostiene a Oaxaca y que Oaxaca seescapa por ella su densa respiracin hacindose inefableal cielo. Qu tierna ahora en esa linda casa! Qu fuerte enese largo muro, movindose graciosa en las rejas, hierrofi

    no labrado, lleno de aire! Los comercios la han llenado decolorines, pintando encima sus grandes letreros con textoy dibujos. Y est bien sin embargo. La ciudad, con ese mis-terioso ser avasallador que nos ha ganado desde el primermomento, le da su tono a todo.

    POR las calles despiertas ya, con la gente a sus queha-ceres misa maanera del domingo, mujeres a la compra,

    vamos llegando, maravilloso y suave el sol por la frente,a la plazuela de Labastida, tan seora y tan graciosa. Unenorme laurel, primoroso de aire y figura, nos ensea sucuerpo herido: le cortaron una gran rama. Y la plaza noparece sentir, vuelta slo a los juegos de los nios, esta am-putacin de su belleza total.

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    PLAZUELA de Labastida

    que desalmada pareces!

    Toda riendo y cantandode cielo,voces y gente,

    y en medio de la maana

    tu mejor laurel no tienela rama que ms quera

    en lo mejor de su verde.

    NOS acercamos al antiguo convento de Santo Domingo,que fu cuartel en su totalidad hasta hace poco y sigue sin-dolo en no pequea parte. Y la centinela no rima mal con supiedra severa y religiosa. La maana est ya alta del todo,azul y brillante, y casi sentimos dejarla para entrarnos porlos portalones y visitar las antiguas celdas ahora oficinasmilitares y el antiguo refectorio, abandonado y triste.

    EN el patio, fuerte y desnuda la piedra de la arquera,crece la hierba sola y libre. Esta parte del convento dej yade ser cuartel, aunque en los muros, frente por frente delos santos pintados entre los arcos, algn cartel militar 2batera recuerde la permanencia ruidosa de los soldadosen este silencio. Preciosas argollas clavadas en la piedra.Guardan todava a su lado el caracolear de los cascos de los

    caballos en el patio, impacientes del alba vecina, o el saltodel jinete al suelo, la piedra araada de plata por la espuelaligera, el aire suspenso en su centella momentnea. En elcentro, una fuente se esconde casi entre seis columnas d-ricas, escondidas tambin bajo el dibujo de flores y pjarosque esculpi en ellas el artista indgena. El escondite les danueva gracia, y lo que pierden de solemnidad lo ganan en

    fuerza viva. En un ngulo, de entre la hierba, un pequeonaranjo casi seco al lado, surge un reloj de sol que da lahora silenciosa bajo la fecha grabada en lo alto: 1639.

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    HOY da quince de julio

    mil seis cientos treinta y nueve,

    reloj de sol ya parado,el agua canta en la fuente.

    Que deje el sol a la piedra,

    que el tiempo ya no se muevey yo estoy aqu conmigo,

    tierna de siglos la frente,

    gozando esta maanita,mil seiscientos treinta y nueve!

    LA ancha escalera, con su piedra fresca bajo el polvo delabandono de muchos aos, nos recibe, generosa todava desu antigua esplendidez. Un volado balcn sobre su centronos muestra el fino hierro, cerrador de un cielo adivinadodetrs. En la cpula, presidida por Santo Domingo, una

    corte de santos de la Iglesia contempla en silencio nuestrosubir y bajar las escaleras, desde su desteido color man-chado aqu y all por los nidos de barro que han hecho lasgolondrinas. Dueas y seoras del lugar, entran por losventanales el cielo azul brillante entre su piedra y pa-recen ir a clavarse en las cabezas de los santos, en el oro yel negro, rojos quemados ya, de su antigua pintura. Vida

    en lo mustio de los altos techos sucios, seores y altivosotro da, la dominica provincia en esplendor. Vida fina yrauda, que hace ms quieta, con la hora, la vejez de estaspiedras. Y el balcn, tan gracioso, tan fino, llamndonos averle traspasado de golondrina ligera, buscadora, casi ha-lladora ya, de cielo.

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    ROMANCE DE SANTO TOMAS (A Lolis)

    SANTO Toms me mirabasubir por las escaleras.

    Todo vestido de negro

    rojo y oro en la cabeza,estaba callado y quieto

    sobre su cielo de piedra.

    El sol le quemaba el pechoen una sonrisa abierta.

    Por la insignia se escapabatoda la luz de la iglesia,

    que sus ojos se quedaron

    presos en dulce tristeza.Otros santos le acompaan

    con otro en la presidencia.

    Pero techo y santos todosen la maana no cuentan,

    que es slo Santo Toms

    el que me mira y me llena,quieto entre las golondrinas

    que le nimban la cabeza.

    Han colocado sus nidos

    de barro sobre la piedrarespetando el rostro serio

    del pensador de la Iglesia,mas las golondrinas dentro

    el seso le picotean.Y Santo Toms me mira,

    dorada y roja la testa,

    tomista de tomo y lomo,a pjaros la cabeza.

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    talles postizo retablo horrible, con arquitos rabes, delaltar mayor, para entregarse al aire rotundo, sencillo ysolemne de la iglesia entera! La luz revolotea sobre los orosde los retablos, entre las flores frescas y de papel, rosas,verdes, blancas, desteido amarillo, abrazada a los hierrosque guardan las capillas, y se viene con nosotros, alcanzn-donos la espalda, casi gritando delante de los ojos, haciala capilla del Rosario. De pronto se detiene en la morenitacara de aquella nia y acaricia sus manos sobre el reclinato-rio. Y mientras nos sentamos a un lado de la puerta, frescoy espeso el silencio, la fiebre de la frente sobre el fro agra-dable de la reja, se queda al fin quieta, casi tranquila, orototal en las vidrieras de arriba, como asomada a la maanaaltsima.

    A la puerta de la capilla del Rosario, pegado al muro elalto cuerpo nervioso que la piedra ablanda, Fray Bartolo-

    m de las Casas monta su guardia, la pluma en la mano, alaire. La seriedad que quiso imprimirle el escultor respetuo-so se diluye un momento. Y el obispo de Chiapas se aban-dona un poco en su casa dominica, lejos del quehacer consus indios y de las santas rabietas con los encomenderos,y casi se sonre, nos sonre, seor, seorito sevillano al fin,toda su gracia andaluza florecindole la cara.

    (ESTOS dominicos nos han llenado de Espaa el pecho,con la riqueza de Santo Domingo en los ojos, vibrando to-dava en el aire de la maana nueva que nos da la salidade la iglesia. Qu hondo lo espaol de estas piedras tanmexicanas, tan de la pura tierra de Oaxaca! Qu llena fe,en continuo desfogue de energa las palabras y las manos!Fundar es verbo justo para todo esto, pero casi resulta fro,

    como acadmico, junto al calor cordial. Dejar, no sirve paralo permanente vivo. Es hacer soando, con la fe en vilo, el

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    sueo entero, parirlo, nacerlo, darlo. Y empujando luego arealidad lograda, en esfuerzo maravilloso, el corazn ba-jando y subiendo hasta las manos. Qu sueo perdurable!Y cmo remueves en el hondn de lo nuestro, fe minera,buscadora y halladora siempre de la intimidad!).

    NOS vamos. Calle abajo, el sol en la cara, de repenteentrevista vamos a volver ya volvemos, la gracia fresca,oscura y blanca, de un patio con jazmines.

    TUS sienes en la maana,

    tu blanca blusa en el viento.Quien te pusiera el jazmn

    atravesado en el pecho!

    CUNTA reja! Las calles, siempre la montaa al fondo,sin cerrarse en color definido, siempre cambiando, no se

    estn quietas nunca, jugando entre los hierros, asomn-dose a las habitaciones, pelando la pava con las macetas,temblando bajo los brazos de las mujeres, trepando alegresa los preciosos balcones corridos.

    LA iglesia de San Felipe, al pasar, con unos nios queescapan corriendo al medioda, su risa chillona bajo la so-lemnidad de los laureles.

    ESTE es el jardn Scrates, que el pueblo, olvidado deerudiciones e historias ajenas, sigue llamando con su nom-bre de siempre: La Soledad. Preciosa plazuela, llena derboles, la callada fuente en medio. El sol no llega casi atravs de la frondosidad de las ramas y es slo, de vez encuando, una pequea sonrisa blanca en el suelo, junto a lafresca sombra. La salida de misa la burguesa misa de una

    , ha llenado el jardn de risas y voces, la gente endominga-da, pero la plaza guarda su quietud y su recogimiento en el

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    aire alto, tendido como un toldo sobre su silencio hollado.Y los pjaros sostienen sobre las ramas cielo perdido a losojos, fresco y cercano en la dulzura de los finos troncos laarmona escondida, ganada ya.

    PLAZA de la Soledad,ahora tan llena de gente,

    todo roto tu silencio

    de risas entre tu verde.Sobre el revuelo de hoy

    tu quieto vuelo de siempre.

    TRASPASAMOS el portaln y entramos en el patio deanchas losas. La piedra de los muros termina sobre el cieloy corta su perfil en el fondo de la pelada serrana, distra-yndonos un rato la hermosura de su medioda de la otra

    piedra labrada que venimos a ver. Y aqu est. La portadaparece un retablo ella sola, y al centro, sobre la puerta, laestampa de la Soledad, llevada a la piedra por el escultorannimo desde las pginas mismas de un antiguo libro dedevocin. Escultura y grabado en conjuncin armoniosa.En la piedra, con la finura de la pluma el cincel, los mil de-talles preciosos de la estampa: el paisaje total con arbole-

    da, castillete o iglesia, matorrales, calavera y cruz, procu-rndole aire y movimiento a la Virgen central, graciosa ycasi coqueta bajo su nimbo, con una especie de desdn atodo, encerrada dulcemente en el tremendo instante quevive ante la cruz. La gracia de la estampa le quita patetismoa la escena, pero le aade un no s qu de viva luz que seentra por los ojos con otra uncin distinta. Levedad de la

    piedra, de pronto, en todo este paisaje que rodea a la dulce,coqueta, suavemente esquiva Mara.

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    A un lado de la puerta hay un ngel-vernica, con elrostro de Jess en el pauelo delanterillo sobre su cintu-ra. Con los ojos en otro lado, absortos en la maana, laspiernas todava movindose bajo los rgidos pliegues desus vestiduras, nos da paso casi toreramente, con el ligeroquiebro de su actitud toda, citndonos desde su luz con solde ahora a la suave oscuridad de la iglesia. Y pasamos.

    LA oscuridad primera se torna luminosa atmsferade iglesia en misa mayor. Encontramos sitio en un ban-co cercano al altar, a la derecha, bajo un plpito desde elque se dicen ahora la voz altisonante, palabras que noescuchamos, los ojos clavados del todo en la preciosa Vir-gen que aqu se venera. Dice la tradicin local que su ex-presin cambia constantemente, que unas veces severa ydura y otras dulce y sonriente. Pero en estos momentos noparece mirarnos, atentos slo los ojos a repasar el negro

    manto bordado de oro. La seguimos mirando un rato y ladejamos sola, con los ojos bajos, la femenina inquietud porsu tocado invadindola toda, para salir de nuevo al quietomedioda de su Oaxaca. En las escaleras bajo la robustaPursima de la fachada lateral, por las calles, camino delmercado, don Joaqun nos cuenta con sencillez la leyendade la Soledad, que detiene con su fresca gracia antigua la

    promesa en los labios del refresco de tuna. Y nos prome-temos contrnosla en la quietud de la placita vecina, unatarde de las gozosas que an nos quedan en Oaxaca.

    DON Joaqun nos gua entre el bullicio del mercado ha-cia los refrescos. Con sed no se come sabroso.

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    LA FRESCURA DEL MERCADO(Romance de Rosa Gracida)

    MANOS de Rosa Gracida

    sobre el hielo cepillaban

    para que el hielo cantasesus luces entre la horchata.

    Por un momento ha brillado

    y luego ya se apagaba,callando a gritos de fro

    tanta frescura callada.Despus Rosa con la nuez

    su blancura apedreaba

    para que en la horchata juegueel cantar de la cuchara.

    Qu blanca llega a la boca!

    Cmo en la boca cantaba!Y ahora en la otra y la otra

    frescura nunca acabada,

    que nunca encuentra razndel ansia que la destapa

    echa Rosa la alegra

    de la tuna colorada.

    Tambin la tuna es cancintoda su sangre ya blanca,

    ya blanca, ya casi rosa,ya rosa, ya colorada.

    Desde los brazos de Rosacunta frescura bajaba.

    Y ella esconda los ojos

    tras parapetos de horchatarecelando que en su fuego

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    la frescura se acabara.

    Ahora de pia, Rosita,

    ahora de leche quemada.Luego de pia otra vez.

    El hielo ya se quejaba

    de tanto raspar constantedel hierro sobre su cara.

    Pero las manos de Rosa

    sus penas le consolaban,y lo hacen rojo en la tuna

    y en la fresa rosa claray blanco en la leche fresca

    y horchata en la dulce horchata.

    Cunta morena frescurael cuello de Rosa guarda!

    Y por lo brazos morenos

    toda entera le bajabaa hacerse blanca en el vaso,

    por sus manos derramada.

    Entre sus dedos el hielo.Y el hielo ya suspiraba.

    Todo el mercado se cuelga

    de los clavos de su gracia,

    y Rosa sonre y siguepia que pia en la nata,

    en la cabeza unas floresy en sus ojos ya quemada

    toda la frescura inermede la inocente maana.

    Rosa Gracida, ms rosa

    que la tuna por la horchata.

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    sotros sin perder en su curiosidad las palabras, loros fijose inquietos en la madera del banco. Y cuando salimos losojos de las maestras tambin ahora, sin el recato de antes,sobre nosotros a un patio abandonado, lleno de granadosfrutecidos, nos acompaa el sonsonete de las voces, apa-gndose suavemente al sol de la tarde.

    AHORA nos vamos a la pura tierra (don Joaqun Ace-vedo)

    Y la pura tierra es esta calle tan ancha por que vamosdescendiendo hacia Los Prncipes, esta calle de los Mr-tires de Tacubaya, con sus laureles y una preciosa fuenteseca, que Rodolfo Sandoval, oaxaqueo de pro, que estgozndose de nuestro gozo de Oaxaca, me regala ahora. Yme la regala de tan buena voluntad, tan del todo para m,que, olvidado del grupo, acaricio los troncos de los laurelescomo cuida su propio jardn un jardinero.

    LAURELES, quien os pudiera

    en su corazn guardar

    y llevaros a otro cielodonde poderos cantar

    con otra voz que os hiciera

    bajo el cielo caminar.

    Laureles, que yo no quieroquedar sin vuestro mirar

    esta tarde y este vientoque me hacen desesperar.

    Laureles, que ya sois mos.No me dejis sin cantar.

    Venos con la alta tarde

    en mi corazn ya en paz.

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    DESDE el rincn de San Francisco, por las calles otravez ms rejas corridas, ms ventanas con flores, luz deatardecer suave, llegamos a la iglesia de San Agustn.Magnfica escultura sobre su ancho portal. La piedra estiernamente blanca a esta hora y parece que la tarde lepresta su blandura final, casi pegajosa sobre la piel. La igle-sia por dentro nos sobrecoge de desnudez y sobriedad. Ylos escasos retablos lucen ms su oro viejo encendidos ytemblorosos los candiles, sobre el yeso fro. Cuando casinos ganaba la humildad y pobreza del recinto, con su sen-cillez verdadera, alguien se pregunta a nuestro lado si sersta iglesia de penitencia, porque dice, est expuesto elSantsimo. Nos refugiamos en la casi noche, que nos recibetierna cuando cruzamos de nuevo el patio callado, adivina-dos los laureles del fondo, de ese fondo que Oaxaca tienesiempre lleno de laureles.

    DESPUES de la cena tierna la ancha tortilla de maz,paseamos por la plaza, alegremente iluminada y llena demsicas que se escapan chillonas de los cafs. Sabroso elmezcal de la tierra en los soportales, mientras la nochepesa dulcemente sobre el arbolado, sobre nosotros, apla-tanadosya en delicia casi total para que sea ms delicia to-dava. Y las calles de Oaxaca nos llaman y nos piden ms

    desde la luna que las baa ahora, nuevas y distintas ya ensu misterio permanente, azul su antiguo verde,flor caluro-sa toda su piedra abierta por la noche. Y nos vamos. Nosvamos a perseguir la noche de Oaxaca por Oaxaca, por sucalle ms ancha, por los mercados, entre la cermica quedescansa apilada hasta maana, los preciosos cntaros.

    (VA la noche de Oaxacaentre sus cntaros negros.

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    La luna que hoy da en su barro

    ternuras cubre de acero,

    mas lo que es raz de tierra,tierra cocida en el fuego

    de la lea de sus rboles

    fervor ltimo del suelo,convierte a la luna en barro,

    barro de plata y de hierro,

    se hace nube y luz y voces,tierra otra vez, siempre cielo.

    Noche tierna de Oaxacaentre sus cntaros negros)

    YA solo, sin nadie, con toda la ciudad para m, vuelvo amarcharme, alta ya la noche, su luna ms alta. Y me pier-do por las callejas, camino del monte, para ver la ciudad

    dormida desde aquel cerro con laureles que me ha estadollamando todo el da, sin verlo apenas, pero siempre pre-sente en su hermosura lejana. Y Oaxaca se estira de prontoall abajo, rodendome, escapndose hacia el valle baadode luna, toda dormida, apenas encendidas algunas de susluces, como para temblar todava ms en este casi fro madrugada al fin, que me va alcanzando la espalda.

    SUBIENDO entre los laureles

    llenos de la luna llena,claro de luz y silencio

    el alma clara me lleva.Oaxaca duerme all abajo

    lo tierno de su existencia,

    quieto su camino interior,plata ya su verde piedra.

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    Yo la sueo en los laureles

    en que mi silencio tiembla.

    Santo Domingo y sus torresel claro sueo le velan.

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    CAPTULO IV

    MAANA EN EL CAMPO

    CIUDAD arriba, hmeda todava la ma-ana en su roco, dulce la hierba entrelas redondas chinas del empedrado, elverde de la piedra reluciente, comenza-mos la ascensin del cerro, camino mode la madrugada. Entre rosales, cuidado

    el jardn, a medio camino del monumento a Jurez, se le-vanta la planta purificadora de aguas. Oigo distrado lasexplicaciones casi catalanas del ingeniero director. Las esesmediterrneas son ya oaxaqueas. Las mquinas dicen sucancin tambin. Y ms an cuando nos acercamos al rui-do incesante, presidente todo el tiempo, de los surtidoresque ventean y asolean el agua. Aunque entre luego en otros

    laberintos, tubos y estanques purifi

    cadores, el agua me pa-rece del todo pura en la maana, saltarina y alegre sobre smisma, toda llena de sol, enredada en su chorro primero,cielo arriba, cielo abajo, sin atreverse del todo jardn ci-vilizado al fin con los rosales vecinos. (Usted es refugiadotambin. No lo puede negar, me dice con cordialidad catala-na, sin acento ya sino a lo hondo del ingeniero Bueso. No

    s qu contestar ahora, entre el ruido del agua, todo vueltoal sol, del todo fuera de m, sereno en la maana, purifi-

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    cado ya tambin. Y me ro con l, sin separatismos de pormedio, jefes y esclavos del agua los dos.)

    QUE t vas por los laureles

    tu recuerdo acariciando.

    Yo me marcho con los mosy hasta el laurel los levanto.

    Por este camino al cerro

    los dos juntos, tan lejanos.

    JUREZ nos esperaba en su bronce, respetuoso denuestra inocencia derecho ajeno que nos pertenece pac-ficamente esta maana, subido sobre su pedestal de pie-dra, monstruoso ngel bajo, desde el cielo. Con su manoadelante, el ndice extendido, saluda al viajero de Oaxacay le seala a un tiempo el sitio para marcharse si la ciudad

    no le gusta, segn la interpretacin local de su ademn.Estamos un rato con l, con su fina memoria, olvidados desu fealdad monumental de ahora, asomados al valle y a Oa-xaca Monte Albn enfrente, con sus piedras adivinadas,desde la balaustrada que puso al monte una administra-cin demasiado cuidadosa de la belleza. Por un momento,ante el valle anchuroso, soamos que el monumento se

    vuelve anchuroso, soamos que el monumento se vuelvecarroza presidencial y que el gran indio nuestro ya tam-bin abandona su bronce muerto por su nervio siemprevivo y se va otra vez el Estado mexicano encerrado en lasventanillas del vehculo a defender la tierra inquebranta-ble que llevaba con l. Y valle adentro, mar verde del tiernomaz, las montaas azules del fondo, se nos marcha ligero

    y libre, salvado al fin de su escultura intil.

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    EL monumento a la bandera va acortando la subida consu cercana. El rojo, el blanco y el verde, desgarrados en elcontinuo pleito con vientos y lluvias, parecen muy peque-os en el azul inmenso de la maana. Y como el cielo latierra, esta tierra. Don Hernando saba elegir los emplaza-mientos y no pudo soar un marquesado ms verdaderoque el que se extiende ante los ojos. Otra maana lo avis-taran los suyos desde aqu, empaados de neblina maa-nera, tratando de tener quieto a su caballo espantado detanto cielo abierto, el brazo firme y el pecho tierno. (Oaxa-ca se nos hace de pronto sitio para fundar.)

    NOS rodea abajo la ciudad, chaparra y ancha, con elinevitable Santo Domingo en medio. El monte goza enla maana el abrazo de piedras y de rboles que le da elcasero, y distrae su mirada hay que saberse marchar,por los tres valles que cabalga; el de Etla, que se ahoga en-

    tre nosotros y Monte Albn, con sus pueblecillos lecherosy de trigo arrimados a la serrana; el de Oaxaca mismo,todo verde, luminoso ahora, como con lagos de sol cla-mando al cielo, y el valle de Tlacolula al fondo, llamandoa la ciudad hacia sus barrancas, a la cita amorosa de lacancin.

    ALLA en lo bajo, en el extremo casi de Oaxaca, donde el

    casero comienza a espaciarse, campo ya, vemos la manchaoscura, fragante en la maana seca, de los laureles frondo-sos del Ojo de Agua. Hacemos el descenso a campo travie-sa, entre las peas, enredados en los arbustos espinososy los zarzas, por una pendiente resbaladiza, la boca llenade sed, con la brisa leve y caliente del casi medioda que-mando las sienes. Qu rara la risa en el silencio del cerro,

    blanco en el verde azul de su tierra brava!

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    NOS cobijan al cabo los laureles en una plazoleta de la-drillo, la pequea fuente en medio, rodeada de tiestos degeranios, rebosante todo de frescura, de oscura luz suave,slo brillante en los troncos de estos rboles gigantes queahora nos sirven de amparo. La risa se hace nueva en estasombra, perfumado al aire de melocotones, limas y gra-nadas, para goce inmediato, sed satisfecha en seguida, laboca agridulce de la fruta.

    ROMANCILLO DE LAS GRANADASComo cantan las granadassu frescura entre las manos,

    cuando los dientes encuentran

    su grano todo rosado.Tus ojos, nia, pedan

    otro amor por los geranios,

    mientras abra tu risalaureles enamorados.

    En tu mano una granada,

    tus frescos brazos en alto,se me ha quedado en las sienes

    el aire paralizado.

    Yo no apagaba mi sed,

    que otra sed me va saltandocon la maana en las venas,

    mis ojos sobre tus labios.Y en tus labios las granadas,

    risa que risa gozando,ya la rosa de su pulpa

    blanca de tus dientes blancos.

    Cmo cantan las granadasjunto a tu boca quemando

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    el grano de su hermosura!

    Mis ojos sobre tus labios.

    Y en la maana, qu pena!Sed y pecho abandonados.

    SIN ganas, como a rastras del seguir, las manos acari-ciando morosas y olvidadas los troncos del limonero, nosvamos del Ojo de Agua:

    ADIOS, t, el Ojo de Agua,

    esprame otra maana,que aqu quiero venir solo

    a dar tu sombra a mi alma.

    OTRA vez la ciudad en sus afueras. Anuncio comercialhasta el fin: Mesn El Porvenir. Se conceden garantas al

    cliente.EN un patinillo con verde sombra de pltanos, a espal-das de la casa, don Manuel nos sirve unas cervezas fras.Pesa el medioda despus de toda la maana en el monte.La frescura de las granadas es apenas un regusto en los la-bios, recuerdo de paraso reciente, perdido ya. Don Manueltrae las botellas mojadas aun del hielo, para alegra de las

    manos. Sobre unas tortillas de maz resecas y quemadas,que se quiebran en los dientes demasiado aprisa, en de-masiados sitios torpeza molesta de las manos, surgenla sardina entomatada, con sus hilillos de grasa casi san-gre sobre el amarillo, y el tierno queso blanco coronadodel verde de los chiles. En la segunda cerveza se ensaya elsubmarino de mezcal, sin nostalgia ya del tequila. Los pl-

    tanos son ms verdes. Todo parece ms tierno bajo el cieloapenas entrevisto. La frescura del poyo de ladrillo parece

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    trasminar el olor de las flores y una brisa pequea desnudalas palabras.

    PENA de irse cuando hay que levantar campo. El loroha dejado de parlotear y repite slo el currusquillo de lassecas tortillas en los dientes. No hay ms cerveza. Por eloscuro tendejn olor mezclado a cera y mezcal, a frescoguardado en la madera salimos de nuevo al sol de medio-da. Pleno azul otra vez, ardiendo todo. Sobre las casas lapared caliente a la espalda, barro ya, piedra casi, se adivi-nan los verdes oscuros de los laureles, sitio de la hermosu-ra posible en esta hora.

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    CAPTULO V

    ATARDECER EN MONTE ALBN

    DESDE el juego de pelota, cunto cie-lo esta tarde! Estas piedras guardan unmisterioso no s qu, difcil de alcanzarpara nosotros. Impone su grandeza, llegasu llenura hermosa, su mensaje remuevefibras hondas, pero encierran algo inase-

    quible al espritu. Es como un querer y no poder llegarle aesa alma definitiva que tienen todas las cosas. Y al quererahora, puedo llegar y llego al alma su misterio est flotan-do en la tarde, pero es como si no llegase del todo. Comosi llegasen dominadores transidos de belleza extraa ynueva los ojos y las manos, el espritu afuera.

    ES hermosa la tarde entre estas piedras. Parece ms tier-

    na y ms ntima en su inmenso cielo de ltimo sol, apoyaday deshecha entre estos muros que guardaron una vida quequeremos sentir, que sentimos palpitar en su hermosura.Subimos la pirmide olvidados de nosotros mismos, losojos anhelantes del cielo que les llena en su esperafinal, enesa ltima plazoleta en que se han sembrado tiernamente.Me refugio en la tarde del calor vivo de estas piedras anti-

    guas, como queriendo descifrar en la dulzura del viento susentido. Y lo espero venir apoyado en la piedra, vuelto slo

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    a lo que se niega terca y misteriosamente al sentimientohondo, sin negar nunca penetrando siempre su bellezafinal, slo en los ojos, yndose ahora, ma luego.

    HUILAPAN, al fondo, en el valle bajo que trepa haciaTlacolula, brilla su cristianidad de tejados, cpulas y ladri-llos al ltimo sol.

    ATARDECER FINAL

    MISTERIOSA deidad que corres por la tarde

    con el sol ya cansado entre las manos tiernas,dime pronto qu es esto que rodea mi sed,

    que cancin traen las piedras hasta el centro del pecho,

    qu dulzura me imprime esta hermosura extraa.Que se rompa esta angustia que la voz me detiene

    y que mi pecho tenga calor para esta fuerza.

    El viento se desata sobre la abierta cumbrey la piedra me cubre de siglos y de voces

    que no s a dnde llevan la belleza que guardan.

    Monte Albn, piedras quietas, palpitantes de vida,en las sienes te tiembla la perdida maana

    que algunos le ganaron a tu existencia antigua.

    Y el presente recubre de niebla por los ojos,

    deshecha entre tus piedras, esta tarde suaveque se niega a las manos.

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    CAPTULO VI

    LUNA DE OAXACA

    OAXACA otra vez: lo lleno.

    T

    ODA la sed del campo en los labios secos.Qu bien esta nevera escondida, en unacalle quieta y apartada a la que no llegancasi los ruidos, ms que lo necesario parasentir la vida de la ciudad, su dulce llenu-ra! Nieves de vainilla, de leche, de limn,

    refresco de tuna. La frescura nos va ganando poco a pocoy florece en la risa de las muchachas, Monte Albn con sustumbas casi olvidado, slo su inmenso cielo todava abier-to, brillante, en los ojos. Y el contraste: un anuncio de mue-bles para bao en la pared, fro mural comerciante y triste.

    Pero, dentro de un bao, una mujer desnuda supera en sudesnudez la incapacidad del pintor, y la casi noche que seentra por puertas y ventanas tiene de pronto la nieve enlos labios una calurosa intimidad.

    LA noche comienza a despertar del todo la palpitacinlatente de Oaxaca. Se la siente todo el da por debajo y se lave a veces trepar a los laureles o hacer ms redondo el cielo,

    casi valle tambin, pero en la noche se hace evidente conuna presencia tierna que va invadiendo el aire, las floresy las piedras hasta hacernos temblar con ella, sentirla en

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    nuestras venas, respiracin de nosotros mismos, palpita-cin ya todo.

    EL mezcal, despus de la cena, en los soportales, nosinvade de suave alegra. Mezcal de pechuga no quedadel aejo con toda la esencia de la tierra dentro. Es tam-bin palpitacin de Oaxaca, sangre alborotada suya, algoas como nervio entero y desnudo suyo. Y es una delicia ellento buche en la boca hasta dejar quemarse la garganta,mientras la plaza tiembla en sus tabachines, ms perfuma-da que nunca.

    SE impone el paseo. Oaxaca da un ansia constante deverla y pasearla, y, aunque en cualquiera de sus bancos sepuede sentrsela toda alrededor en gozosa presencia, suspiedras y sus calle, todo ese misterio abierto y claro de suparaso general, le piden a uno recorrerla, siempre nuevaa los ojos. Y en la noche, con esta luna de julio que nos

    est baando todo el tiempo de milagroso verano igual, laciudad tiene otra fuerza distinta, otro color en su frescurallena, cada vez ms fragante y desatada.

    AL pasar, los cestos del mercado, en grandes pilas, sonms blancos que nunca bajo la luna. Y parecen extender-nos sus brazos, aterrorizada paja desnuda, toda su graciacomo demudada en el silencio.

    SALIMOS al monte para ver la ciudad una vez ms. DonBenito Jurez est casi hermoso esta noche en su escultu-ra, salvada su fealdad en la irrealidad de la luz. La ciudadse escapa all abajo, parece perderse y acabarse las torresde Santo Domingo apenas entrevistas esta vez en el marplateado de sus valles. La luna es tan extraordinariamentegrande, lo abraza todo de modo tan total, que se borran los

    paisajes buscados y tenidos en tanto gozo anterior para ha-llarnos slo ante este gozo de plata y oro, cielo desnudo y

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    el cielo sigue pesando arriba con toda su plata redonda,su luz siempre presente, como cantando alrededor de es-tos rboles envolvindolos en su fantstica realidad irreal,clavndoles lindas saetas de su luna hasta ese polvillo derepente blanco del suelo.

    NOS gustara entrar en la iglesia cerrada tan llena desilencio ahora y mirar un rato a la Virgen que ayer admi-raba su propio tocado con femenina inquietud, indiferentedel todo a nosotros. La imaginamos con su negro mantobordado en oro, los preciosos ojos bajos, casi encendidapor la luna que se estar colando indiscreta por las vidrie-ras para mirarla tambin, para preguntarle por el secretode esa gracia suya que se derrama en todo momento has-ta la placita. Y la placita a pesar del nombre intruso deScrates que luce ese odioso cartel, y a pesar de nosotrosmismos, al fin callados se nos antoja de pronto un verde

    y oscuro saln tranquilo. La Virgen de la Soledad, que hadescendido con ligereza de ese altar en que descansa, estarreglando ahora los cachivaches de ltima hora, sacandolas flores al fresco de la noche, antes de recogerse. Y todala placita tiene un perfume de suave, femenina quietudntima cuando nos vamos otra vez con la luna de Oaxacapor sus calles increbles, camino de otro sueo al parecer

    necesario.

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    CAPTULO VII

    LEYENDA DE LA SOLEDAD

    (A Catita)

    UNA recua entre los montes

    por la noche iba viajera.Cerca de Oaxaca andaba

    con toda la gente en vela,

    que estaba la noche oscuraen lo alto de la sierra.

    Sin saber cmo ni cundootra mula se le agrega

    que camina quieta y mansa,

    sube que baja las cuestas.

    Atravesada llevabauna caja de madera

    y no traa en sus lomosde propietario una sea.

    Iba la recua trotando

    a la luz de las estrellas.

    De San Sebastin la ermitaya llegaba hasta la puerta.

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    La mansa mula de pronto

    se dej caer en tierra,

    y fue intil levantarlaque nadie encontraba fuerzas.

    Noticise a la justicia

    por ser extraa la bestiay no querer nuestro dueo

    quedarse con carga ajena.

    De los lomos le quitaronla ancha caja de madera

    y el bruto se alz un momento,alegre y firme la testa,

    slo por caerse muerto

    sobre aquella misma tierra.

    Dentro del cajn hallaron

    un Cristo de talla enteray de una preciosa Virgen

    las manos y la cabeza.

    Para aclarar tal misterioy que todos comprendieran:

    La Soledad ante la cruz

    explicaron unas letras.

    Su luz llenaba la noche.Toda la gente despierta.

    Y San Sebastin lucaa la luz de las estrellas

    con una mula en el sueloy una Virgen a sus puertas.

    Cuando el alba levant

    la brisa llegaba tierna.

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    Ya se acercaba el obispo

    con otra gente de iglesia,

    porque tamao sucesoexiga providencias.

    La imagen de Jesucristo

    a carmelitas entregapara que ya se la lleven

    y la pongan en su iglesia.

    Y deja en San Sebastinlas manos y la cabeza

    de aquella Virgen hermosaque en la noche iba viajera.

    San Sebastin se retira,

    que ya el lugar tiene reina.Desde entonces Soledad

    tiene jazmn a su puerta.

    El jardn quema en su aire

    el sabor de la leyenda

    y la imagen de la Virgenque guardan sus verdes piedras

    trasmina desde el altar

    toda su gracia y su esencia.

    Por eso el cielo va altoesta tarde oaxaquea.

    Entre los rboles limpios,cerca del agua serena,

    de Soledad esta historiacobra verdad verdadera:

    que en los ojos de una nia

    que ahora sale de la iglesiava la Virgen otra vez

    hacia la noche viajera.

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    SALIMOS de Oaxaca con la maana todavabaja, hmeda en las manos de roco ama-necido, tierno sol primero. Otra maanaal campo, dejando a las espaldas, gozosa laespera dentro de nosotros de regreso se-guro, la piedra verde de la ciudad, sus altos

    laureles, su misterio palpitando claridades inefables.EL rbol del Tule nos recibe seor de estas horas. Nos

    lo imaginamos seor de todas, tempestuosamente verde,con sus anchas races bien clavado a la tierra, como si suvuelo monumental y ligero a un tiempo se hubiera deteni-do. Nos sabe a siglos, sin querer, como queriendo conquis-

    tarnos para su tierna antigedad dichosa. De pronto nosparece slo una inmensa verdura desatada, ahogadora delaire. Ahora aire slo, con la verdura en el dulce costado he-rido. Luego madera, inmensa madera de naves deformes,entrechocadas para gloria del cielo que las cubre. Luegootra vez, ahora, cielo, puro cielo, siembra en azul del verde,clara oscura luego nube. Y de repente, con una angus-

    tia de venas sobresaltadas, rompiendo hacia su propio mardesde su angustia eterna, inmenso corazn. Verde corazn

    CAPTULO VIII

    POR TLACOLULA Y MITLA

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    gigante, levantando hasta las manos quietas todo el tem-blor del suelo mexicano. Todo Mxico en rbol de repente.El sol empieza a temblar en su sombra, entregado a unadulzura suya que le desconocamos.

    SALIMOS de la sombra del Tule hacia el mar, comoquien gana la playa con los ojos, todo el rbol un entero,frondoso submarino.

    A nuestra izquierda, en medio del monte, escondidas ensu falda, las piedras lejanas de Santiago de los Borrachos.

    NOS acercamos al pueblo de Tlacolula, cantando en me-dio de su anchuroso valle, que se va llenando poco a pocode sol. A pesar de la hora, dudosamente propicia a esosefectos, nos viene a los labios la cancin.

    Y a lhora que ast sabe

    la espero en la barrancamontado en la potranca

    pa darnos al amor

    NOS duele sin querer el amor de la antigua pareja, en es-tas agrias tierras, sequeronas de suyo, verdes slo a la espal-da, con un verde trepador del hmedo misterio de Oaxaca.

    Si juera ast tan changa

    como es ast de chulaque en todo Tlacolula

    no hay otra como ast.

    Y vemos pasar entre los llanos al mozo, destanteado por

    la hora, malhumorado de lo mucho que malori el chilpa-yate que trajo la muchacha.

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    TLACOLULA. Por un patio arbolado entramos a la igle-sia. La decoracin se parece a la de Santo Domingo en suretorcido barroco de ramas y de hojas, pero el oro es msviejo y la luz, a pesar de la hora temprana, mas caliente. To-dos los altares estn materialmente sembrados de ofren-das humildes, de flores de papel, de lindos retablillos conleyendas de primorosa ortografa dando gracias al negroCristo por las mercedes recibidas y los milagros favorece-dores. En el roto de un viejo cuadro, el delicioso remiendode unos animalitos indefinibles con cintas rosas al cuello.

    AL salir de la iglesia, en un oscuro tendejn cercano, quehuele todava al cerrado de la noche recin pasada, proba-mos un viejo mezcal de pechuga, tierno en los claros aosde su vida larga. Al salir, la maana parece ms luminosa yacogedora que nunca.

    AL fondo, saliendo de la bruma que aun le oculta lasfaldas, Loma Larga nos cierra el prometedor camino delIstmo. Maana te veremos de cerca!

    Nos desviamos de la carretera hacia Mitla y al rato en-tramos por su casero chaparro hasta una plazuela con

    preciosos laureles. (Aqu tambin, Oaxaca, tus laureles,enamorados al fino aire del pueblo despus del agrio cami-no del llano.) Nos detenemos frente a una casa revocadade blanco: La sorpresa. Oficina de Correos. Y mientrasse deshace en dos sitios distintos el nico cartel, se nosantoja estupenda la correspondencia que hasta aqu llegue.

    LA Sorpresa tiene un precioso patio, con pltanos yrboles, frescos slo del cantar del agua cercana. En el ex-

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    tremo de uno de los soportales, la larga mesa de limpiosmanteles nos ofrece la sorpresa del desayuno. Carne, hue-vos, la sardina entomatada sobre las tortillas anchas de latierra, unos tamales de hoja, panes dulces y chocolate. Unbuche de agua fresca y nos tumbamos en el suelo de piedra,bajo la sombra verde y amarilla, pegajosa casi en su clidacarnosidad sensual, de los pltanos. El cielo canta, solo,arriba, como en el cielo ya, sin trabas.

    CAMINO blanco, polvo fino en los pies sobre el pedrus-co, hacia las ruinas de Mitla. Los cactos altos de un verdecasi brillante en esta hora, parecen querer clavar la duratierra al cielo, y nos llevan callados, cuesta arriba, encerra-dos en su verde solemnidad, en su silencio erecto, quema-da de sol su arisca superficie. El cielo arde y echa fuego, ha-cia abajo, pesada en la espalda su anchura profunda, como

    queriendo escaparse por nosotros, desde nosotros a otrocielo ms bajo que le aguarda. Y vuelve arriba con el sol,aire fino, casi leve, de pronto.

    PRISIONEROS siempre de los cactos, bajamos a unahondonada. En lo alto de la nueva cuesta, lejos todava,cercana en la maana su piedra dorada, una iglesia. Y a su

    alrededor, adivinadas, las piedras que venimos buscando,chaparras, sin perfil ninguno todava en la ladera del mon-te, borradas aun por el paisaje seco y adusto. De repente,en el silencio de la maana, quieto ya el sol, nos paralizauna msica de tambores y trompetas. Y en el recodo del ca-mino se aparece, pasado un rato, una banda de ocho o diezhombres, sus trajes blancos sobre el blanco del polvo del

    camino, brillantes a la sombra delgada de los cactos. Apa-gadamente, con tristeza lnguida que ablanda el duro aire

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    azul, tocan una especie de marcha. Atrs, a hombros, vieneuna caja de madera negra? con unas secas, pocas floresencima. Y detrs mujeres y nios, algn hombre ms.

    EL entierro pasa entre nosotros, que nos hemos que-dado quietos, la espalda pegada a una tapia de redondaspiedras, temblando. Al frente de los msicos, delante detodos, viene, borrachas todava las piernas del mezcal delduelo, el padre del muerto. Guarda la seriedad del mo-mento, la cara morena como de piedra, secos y perdidoslos ojos, ausente de su borrachera y de s mismo, puestoslo en la circunstancia, presidiendo. Se tambalea algunavez, cuando la msica pierde tambin su paso, pero los ojosquietos, solemnes, le recuperan en seguida, le vuelven lospies a la casi danza precisa. El fretro, bailando solemne-mente sobre los hombros de los cuatro que lo llevan, siem-

    bra su madera en el aire y ondea en l por un momento ladelgada bandera de sus flores. Los negros rebozos de lasmujeres brillan en el aire, agachados al sol, como ilumina-dos slo por la dbil llama de los cirios que sostienen lasmanos. Las nias llevan tambin las velitas, con un ritmoen el paso pequeo que no rompe el ritmo final de todo,herida de solemnidad leve su msica ahora la maana.

    PARADA en estas caras serias, ajenas a todo, vueltas auna lejana que se niega a los ojos, la hora se pierde, tiempoquieto de pronto. Lo irreal de la msica que la llena, de esteentierro danzante, tremendamente serio, de estas velasencendidas que hacen temblar la gloria del sol perdido yatambin, ya marco slo -, se nos mete en los ojos, muy hon-

    do, por el pecho, a buscar el fro de la espalda estremecida,nico recuerdo que nos vuelve el ser al cuerpo. Y entre los

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    cactos, por la piedra blanca, el polvo blanco, blanca la luzsobre la caja, en las flores, sobre los rebozos, bailando, senos marcha el entierro de los ojos, cuando ya creamos enl, cuando nos bamos con l por la maana, el muerto casinuestro en pena ya sentida, compartida con estos seresque lo acompaan por el campo. La msica con que se alejapor el monte solo nos lo sigue clavando en la mirada y lovemos llegando a la ciudad que habamos olvidado, caminodel necesario cementerio.

    GREGORIO Garca Melchor, zapoteca, con su gorra defuncionario de la arqueologa, nos acompaa en la visita alas ruinas, intentando explicrnoslo todo. Nos gana al finen l no la erudicin que su oficio y la costumbre le handado: hay en sus explicaciones un orgulloso amor por loque ensea, mostrado con tal vehemencia en algn mo-

    mento, que se nos antoja el seor de este antiguo palacio.Cuando elogiamos el color de unos frisos, sacado al airecon tal armona que se olvida la ciencia sequerona de losque lo hicieron para goce de nuestros ojos, Gregorio Garcaexclama: Si aqu haba cosas preciosas hasta que vinieronlos espaoles a deshacerlo todo. Es tan vivo el recuerdoque parece el mismo Gregorio el desposedo. Y sin querer

    me siento como culpable ante sus negros ojos, nacidos a laluz entre su amor a estas piedras, suyas del todo hasta enel sufrimiento.

    VAMOS entrando en las tumbas, amplias y hmedas,calientes del sol que guardan hace horas del sol de hoy,calientes, sobre todo, del sol de los siglos, que ha ido que-

    mando su oscuridad. Estamos ahora ante la columna de lamuerte. Abrazado a ella un hombre deja siempre un espa-

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    cio libre entre sus manos: los dedos cuentan los aos devida que le resta pasar en estos valles. Gregorio conminacasi: Son creencias de la comarca. Debe usted respetarlasy hacerlo.

    EN la columna de piedrami muerte guardada estaba.

    (Tambin yo tengo una muerte

    en estas ruinas calladas)Me abrac muy fuerte a ella

    por si era enamorada,que ya la muerte mi vida

    otra vez me la buscara

    perdido en la tierra mael monte baado en alba.

    Y no le hice el amor

    como la seora manda.En esta piedra de Mitla

    no quiero decepcionarla.

    Abrazado a la columna

    ya la respuesta esperaba.

    Y la piedra habl muy quedo

    unas palabras extraas.En ellas iba mi suerte

    con la muerte entrelazada.Gregorio, que las entiende,

    pone sus dedos sin trampaen el trozo que desnudo

    a la piedra le quedaba.

    Y once dedos da la piedra:tengo la vida contada.

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    Once aos, muerte ma,

    todava nos separan.

    Y yo lo siento, seoraque el frio me enamoraba

    de tu cadera en la piedra,

    fresco amor de esta maana.

    LA iglesia pequea, pegada a las ruinas, nos molestaahora. Tiene un aire invasor que nunca le habamos atri-buido a las piedras tambin. La fe que pretende encerrardentro no cuenta en la impresin de ahora. Es la piedramisma, amarilla y rosada, la que resulta blanda e intru-sa en el seoro del pedregal, junto a estas piedras indias,dueas otro da del viento, antes, mucho antes de ese ayertan vivo que relumbraba en las palabras de Gregorio. Nosvamos.

    ADIOS, Gregorio Garca,

    entre estas ruinas pastor

    de tanta vida callada.Que te cobije su amor!

    BAJAMOS por el monte de Mitla. En las piedras del

    camino, temblando entre el polvo blanco, parece resonartodava la msica del entierro.

    AL pasar por Tlacolula entramos en un tendejn frescoy oscuro, con el solo brillo de la loza diseminada por losanaqueles. Y compramos mezcal aejo y mezcal de pechu-ga en unas preciosas ollitas redondas, de barro negro, la

    letra esmaltada y brillante encima, con su atadillo de pajay su saquito de sal de gusanos. En los labios por un mo-

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    mento el trago corto y limpio la esencia de la tierra, sucalurosa, suavsima sangre (Esta tierra est bendita, dicealguien que entiende y sabe de verdadera uncin.)

    POR un camino que las lluvias han deshecho llegamosa Tlacochahuaya, con sus pobres casas pegadas a un pre-cioso convento popular. Sobre el encalado, que recubre lapiedra casi totalmente, bailan y viven esculturas de santos,pintados en rojo y azul. Lo mismo el policromado que lascarnes y paos son de la tierra, de las gentes de la tierra, delos hermanos antiguos de Gregorio Garca ganados a otrafe. Pero su mano lo gana todo tambin cuando entramos.La iglesia es un vergel de enormes flores y pjaros multi-colores. El oro viejo de los retablos cobra otra fuerza en-tre estas flores, una fuerza que se pierde enredada en losramos, en las hojas, en los preciosos ptalos toscos, flor

    silvestre. Catolicismo indgena, lo menos catlico posible,lo ms cristiano y puro en su sencilla fe.

    OAXACA otra vez, con sus laureles, perdido el sol.

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    CAPTULO IX

    DEL MUSEO AL MERCADO

    LENTA visita necesariamente lenta contanto que ver y tanta explicacin que es-cuchar al hermoso Museo del Estado,lleno de tesoros en joyas y reliquias ind-genas. Los ojos se quedan prendidos enlos extraordinarios collares y diademas,

    en la preciosa cermica zapoteca. Pero todo resulta frio,como sin vida, en la cientfica disposicin de las vitrinas,las manos cuidadosas de la arqueologa demasiado presen-tes. Estorban los inevitables letreros y las explicaciones delcicerone son tan justas y precisas, tan cargadas de erudi-cin, que sin querer se escapa uno al recuerdo de nuestroGregorio Garca de esta maana, tan libre de expresin en

    su entusiasmo, tan seguro de lo suyo entre sus piedras deMitla. Y las piedras de Mitla nos parecen ms hermosastodava. Doblemente hermosas en medio del monte, en susitio, piedras verdaderas en la piedra, sin cristales que lasahoguen ni letreros que les clasifiquen innecesariamentesus evidentes seoro y categora.

    NOS asomamos un momento al colegio Superior delEstado y a la cordialidad abierta de las autoridades acad-micas, que nos muestran la rica biblioteca del plantel y nos

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    invitan a chapuzarnos en la piscina, despus de competirdesigualmente con los muchachos oaxaqueos en un im-provisado partido de futbol. La sociologa y la economa al menos en este deporte no se entienden decididamente,y, con la poesa de guardameta mirando todo el tiempo elcielo de Oaxaca el tanteo es abrumador en contra nues-tra. El agua bien fra de la alberca nos consuela muy prontode la vergonzosa derrota.

    VAMOS a tomar de nuevo los ricos helados oaxaqueosy esta vez elige el sitio don Joaqun, cerca de Catedral, enun pobre tenducho disimulador en su apariencia de ex-traordinarias riquezas, bajo los rboles, en medio de la tar-de de una plaza. El sol ha puesto ya el aire rosado con sufuego final y la nieve tiene en los labios el mismo estreme-cimiento del atardecer.

    DESPUS de la cena el patio del hotel dbilmenteiluminado y siempre rumoroso de la ciudad, con su pla-za cercana, otra vez con la luna, con la luna por Oaxa-ca, delicia total, y llegamos como siempre ya parece queestamos aqu toda la vida, Oaxaca incorporada del todo anosotros al monumento a Jurez, pasando por los rosales

    de la planta purificadora y por la larga, primorosa avenidade los laureles. La ciudad duerme all abajo su dulce sueode ayer y el monte nos regala esta noche un nombre nuevopara la glorieta amiga de las noches pasadas.

    (A Julin Calvo)Ya los laureles acaban

    en que la luna verdea.Oaxaca duerme su sueo

    quieta, callada y serena,

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    vuelta slo a ese misterio

    que sus tres valles encierran.

    El monte se abre de prontoen limpia circunferencia.

    Blanco de luna va el suelo

    que apenas mis pies encuentran.Se ha abierto de pronto el monte

    de grillos entre sus peas

    y los secretos me dicenque la ciudad le desvela.

    Con l y la noche solo,Glorieta de la Azucena.

    POR qu se llama as este calvero en medio del mon-te, sin ms flor que la luna que lo baa en este momento?Pero la azucena imposible en este suelo duro y pelado se

    abre tambin de pronto, como otro sueo ms tan real,tan verdadero todo de este sueo entero que es Oaxaca,la que duerme all abajo.

    JUREZ nos cobija una vez ms bajo su horrible es-cultura que la luna arregla milagrosamente y nos tienemucho rato asomados al valle desde las barandas, no s ya

    si de piedra o de luna slo, que tiene el monumento a sualrededor. Monte Albn enfrente se dibuja plata rotunday valiente sobre un cielo interminable, y el valle de Etla,a la espalda, viene como un ro ancho y brillante hacia no-sotros, nos inunda de luz, atraviesa la ciudad callada y sepierde hacia Tlacolula en el mar casi cielo, casi luna en sufondo del valle que nos llevar maana hacia el Istmo.

    ALGUIEN propone bajar al mercado, que se estar ce-rrando a estas horas, y tomar un caf bien rociado de mez-

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    cal aejo. El mercado est recogindose ya, cuando llega-mos. Hay un silencio rumoroso con el ajetreo final de losltimos puestos abiertos que comienzan a apilar sus sillasy sus bancas y a extinguir los fuegos para el caf de olla.Las discretas conversaciones de los parroquianos trasno-chadores y cafeteros impenitentes se mezclan a las con-tarrias de alguna robusta matrona, que rie con menosdiscrecin la voz siempre cantarina al chamaco que porlo visto se distrajo. Nos cuesta trabajo que nos sirvan ya,pero la palabra forastero nos abre en seguida las puertasde la cordialidad oaxaquea.

    SON las doce de la noche.

    Caf de olla. Mercado.Todo se va recogiendo:

    sillas, mesas y cacharros.

    Solo quedamos nosotrosa nuestras bancas clavados,

    con mucho frio en la espalda,

    calor de caf en los labios.Con azcar, sin azcar,

    solo con mezcal rociado,

    bendito caf de olla

    medio hirviendo sobre el barro.Qu gusto mientras te bebo

    ver recogerse el mercadocon sus voces y sus ruidos

    casi de sueo apagados!Y que bien hacia la noche

    luego se va caminando

    con tu sabor en la bocay an tu calor en las manos!

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    CAPTULO X

    CAMINO DE TEHUANTEPEC

    CON la luz del amanecer qu tierno elaire de Oaxaca en la hora friolenta! sa-limos para Tehuantepec. El Tule tiene elprimer sol en su copa frondosa cuandopasamos, barco verde saliendo de la au-rora. Seguimos el mismo camino de ayer,

    valle de Tlacolula adelante. Parece distinto con esta luz,ms propicia por lo menos al final de la cita de la cancinpero los caballeros que cruzamos a lomos de potranca pa-recen ir ms bien hacia el trabajo.

    AQU est Loma Larga, que al sol, alto ya, nos acercarudamente, con su pelada fuerza serrana. A la derecha co-

    mienza el camino nuevo para nosotros, que llevamos todala ilusin del Istmo traducida en canciones.

    MATATLAN. Las buganvilias enredan su sangre violeta,roja, rosada, tan suave en lo vivo del grito de su color, porlos callados caaverales.

    EL campo se hace cada vez ms inmenso en su silencio.De vez en cuando un humo pequeo denuncia un jacal. Yen el techo hay una cruz.

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    MIRADOR Primo Fitz. La carretera se va haciendo ex-traordinaria, colgada sobre el abismo, las inmensas lomasverdes muy cerca o angustiosamente lejos. El paisaje pesade tal manera que se acabaron las canciones, los ojos bienabiertos.

    ADNDE va ese hombre solo, carretera adelante, enmedio de la maana anchsima, con un jarro negro en lamano, los ojos perdidos en el monte desierto?

    EL paisaje parece lunar, con sus manchas oscuras yblancas, todo pelado y duro, en este apretado, macizo nudode montaas. Aqu se sujetan mutuamente las dos Amri-cas en un abrazo casi nervioso. No hay huella del hombreen la inmensidad del silencio y el automvil se nos antojade repente descubridor de nuevas tierras, rodando por una

    carretera tan genial que tampoco parece obra de manoshumanas. Y ahora, en un recodo, como una broma que noshace romper con risas el silencio asombrado que llevamos,un cartel: El Cupido.

    LA carretera se termina de pronto, cortada por unosgrandes tractores atravesados en ella, abandonados y solos

    en la maana. En la obra no hay nadie a quien preguntar ytiramos a la buena de Dios, monte arriba, por un caminode tierra, todo menos carretera. El calor pesa ya en mediodel seco monte selvtico.

    GRAMAL. De sus jacales callados y solos sale una mujercon unos ojos negros maravillosos, y angustiados que nos

    pregunta ansiosa: Han visto a los de la Cooperativa? Nosabemos qu responderle, asombrados casi de verla, vuel-

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    tos de pronto a una realidad trabajadora y social extraa aesta naturaleza que nos envuelve totalitariamente.

    EL automvil no puede con estos agrios repechos. El ca-mino pedregoso que vamos trepando no est hecho paral. Lo dejamos descansar de vez en cuando para que noarda materialmente su motor renqueante. Y nos maravillaentonces, sin su ruido familiar, el silencio imponente deestos montes.

    LLEGAMOS a Nejapa, paraso escondido en medio de laselva seca. El automvil se rejuvenece al meter sus ruedasen el fresco arroyuelo que cruza la entrada del pueblo y esuna fiesta de agua la que llevamos por un momento a cadalado. Nos sentimos de nuevo entre los hombres, alegres,casi riendo de ver correr tras de nosotros a los asombrados

    chiquillos del pueblo. Nos detenemos en la ancha plaza consoportales y nos entramos un rato por su sombra, que ha-cen ms fresca casi jugosa los puestos de fruta. Pasadoel primer alboroto de nuestra llegada, la maana calurosapesa otra vez sobre nosotros con su ardiente, inmensa so-ledad, estas piedras humanas incorporadas del todo a laselva de que surgen milagrosamente,

    NEJAPA callada y sola,

    con toda tu plaza al cielo.A tu maana asomado,

    qu soporta al silencio!

    ALMORZAMOS en los soportales y nos asomamos lue-

    go un poco por el pueblo y al oscuro tendejn del centro dela plaza, decorado preciosamente su fresco interior. Hay

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    un altarcillo en un rincn con unas flores de papel conmo-vedoras a los pies de una Guadalupe muy poco clsica, or-lada estampa al fin de cintas de colores. Y al borde de laplaza, junto al camino que hemos de seguir, un entoldadocon refrescos, bien picado de hielo inverosmil, nos recla-ma enseguida.

    REFRESCO de tamarindo

    en la frescura del toldo.En la plaza, cunto sol!

    En la boca, cunto gozo!

    CUANDO decimos que vamos a Tehuantepec miran elautomvil con una especie de irnica incredulidad que nose traduce en palabras, y para tranquilizarnos nos dicenque tardaremos poco, unas cuantas horas nada ms.

    ABANDONAMOS Nejapa con la sensacin de que Te-huantepec est detrs de lo desconocido, de una selva quequizs nos guarde toda una noche que sentimos prximaa pesar de las largas horas que nos separan de ella. Y elcamino se va haciendo cada vez ms duro y cerrado para elautomvil que nos lleva. Hay que buscarle a veces la con-

    tinuacin, porque se interrumpe de pronto o termina enmedio del agua. Materialmente tenemos que sacar el cocheen volandas de muchos sitios, o bajarmos de l y empujarlopara que logre remontar una cuesta increble.

    (EL historiador Ramn Iglesia que dirige la expedicinse ha crecido en el viaje. Est viviendo del todo, en mediode la naturaleza, cualquiera de las crnicas que antes supo

    analizar tan hondamente. Y hay por encima de la preocu-pacin que le da la responsabilidad del grupo una especie

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    de alegra vital en toda su actitud que yo voy admirando ymidiendo silenciosamente. Muchas veces hemos habladolos dos de la crisis estupenda que represent para l nuestraguerra espaola en su concepcin de la historia y, sobre todo,en su concepto de lo que debe ser el historiador. Despus dehaber hecho historia activamente, de haber sido protagonis-ta de su curso violento, se ven las cosas de otra manera, sepiensan y se escriben desde otra altura, iluminadas de otraluz ms verdadera. Y el Ramn capitn de hace seis aos,historiador de toda su vida, se encuentra ahora precisamen-te frente al paisaje de la historia que ms ha investigado yque ms amorosamente ha visto. Y parece que el paisaje leest entregando para lo ya hecho y, ms an, para lo que tie-ne que hacer, una nueva esencia de todo, valores distintos.Frente a la selva hosca e inquietante que tenemos ante losojos, que parece cerrarnos del todo el camino del Istmo, Igle-

    sia se multiplica y organiza nuestro esfuerzo colectivo comoel capitn maneja a sus huestes, y vamos subiendo y bajandolas barrancas, evitando y salvando los caminos ms difci-les, sacando el coche de baches y ros en que parece que nospodemos quedar para siempre. Y lo hacemos todo con segu-ridad y alegra, dciles a su vigilancia y a sus voces, admiran-do el dominio de la situacin que revelan todos sus gestos,

    aceptando sin protesta las rdenes que nos da y el esfuerzoque nos pide. Pero aparte de todo ello los ojos brillantestras las gafas, incansable en su ir y venir, sonriente y serio,la frente quemada del sol, Ramn est gozando en grandeesta tarde extraordinaria, este escenario que le entrega vivo,relampagueante de pronto, el color verdadero de todo lo quehablaban aquellas papeletas para siempre olvidadas, la his-

    toria presente con toda su estatura, desnudo y vibrante elnervio de su fuerza. Ahora s que lo entiendo todo).

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    NOS alegra de pronto encontrar de nuevo la carreterapanamericana, que seguiremos un buen rato hasta que seinterrumpa otra vez. La selva se va haciendo ms densatodava a sus lados, con una fuerza invasora, pero la es-pesura es ms verde y ms tierna y tiene una fraganciaextraordinaria en los oros que le entrega el sol de la tardealtsima.

    EL aire es ms dulce ahora y hay una casi brisa que nosconsuela del calor pasado.

    Qu dulce va el aire

    bajo el sol rabioso!

    La selva se meceen su verde oro.

    Y el aire se queda

    enredado y soloen los tiernos bosques

    bajo el sol rabioso.

    Qu dulce va el aire,corazn ya todo!

    DE repente no anoto el nombre con el entusiasmo y

    se me olvida un pueblo pequeo, escondido en la selva,apercibido apenas en unas mujeres que lavan ropa en unro, y al borde de la carretera un tendejn de bebidas. Lacerveza sabe a gloria, fra en los labios, la botella heladacomo una caricia en las manos. El aire est azul y transpa-rente y da gusto or correr el riachuelo cercano en el silen-cio pesado, caliente, de la tarde. Hoy s que llevamos un

    cohete de naturaleza, Catita.

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    LA selva nos ahoga luego con su caluroso abrazo, el co-che cada vez ms lento, la sed recin apagada ms despier-ta que nunca. Va cayendo la tarde pesadamente y es unaverdadera borrachera de color el sol final sobre las ramasentrelazadas, el verde tierno prisionero del verde oscuro,brillo slo en el aire, todo desatada furia alrededor, sujetafuriosamente a la tarde total.

    EL calor me vence y me duermo con el atardecer queparece despertar el sol cado ya, descanso posible todaesta selva obsesionante y siempre presente.

    El corazn ya no puede

    con tanto bosque furioso.Los ojos que an me quedaban

    se cierran tristes y solos.

    Y cuando el sueo me vencehay otra selva en su fondo.

    Rayos y cielo se vuelcan

    sobre la selva de pronto,y el corazn se levanta

    desnudo, claro y hermoso

    y los ojos que ahora quiero

    se abren alegres y solos.Contigo, selva, esta tarde

    corazn quebrado y roto.Ahora, contigo y tormenta,

    alto corazn gozoso.

    LA tormenta se ha desatado de repente. La selva, sacu-

    dida por una lluvia ensordecedora que detiene al viento,nos muestra su verde terror a la luz de los relmpagos, he-

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    rida por los rayos. En medio del estruendo nos quedamos.El cielo es negro entre su fuego continuo y parece ms cer-cano que nunca, como si fuera a estrellarse en este marrevuelto de verdes entrevistos, de trepidante verdura cas-tigada.

    Y de repente tambin, como por ensalmo, slo la tierramojada como recuerdo del instante recin escapado, el cie-lo se abre puro y limpio y tranquiliza con su honda lejanaalta la selva otra vez rumorosa, casi suave bajo la luna quellega.

    CON la carretera misma, el coche se detiene frente a unro que nos parece anchsimo en la noche. Podremos pa-sar? El profesor Miranda, olvidado del mtodo de la cien-cia poltica que acaba de publicar en el lejano y descono-cido Mxico D.F., opta por el de medir la profundidad del

    agua con su estatura, y, guiado por los faros del automvil,atraviesa el ro, buscando el mejor vado. Pasamos una vezms.

    TEHUANTEPEC nos recibe, al fin, bajo la luna, todo sucasero casi apagado. El ingeniero jefe de Caminos quealoja con su familia a las muchachas- est asombrado del

    viaje y se hace cristianamente cruces no sabemos si denuestra ignorancia entusiasta o de la suerte que hemos te-nido.

    LA ducha nos descansa de todo el da de calor y nos re-cuerda que comimos en Nejapa hace ms de ocho horas. Ypor Tehuantepec dormido, el aire suave y fresco lleno de

    luna, nos vamos al mercado a cenar.

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    CAPTULO XI

    POR JUCHITN AL MAR

    LA maana es azul y transparente cuandonos levantamos y atravesamos la ciudadllena de flores entre su piedra fuerte,camino del mercado. Cerca de l encon-tramos un caf con cierto aire de puertode mar y por contraste pedimos para el

    desayuno unos huevos rancheros.

    EL mercado cubierto es grande y recogido a un tiempoy tiene a esta hora de la maana una suave oscuridad quebrilla slo en las flores increbles y en los huipiles tehuanosde las mujeres, todas hermosas y atractivas con sus more-nos brazos desnudos y el andar primoroso largo vuelo de

    la falda que les da llevar jcaras en la airosa cabeza.

    PASEAMOS por la ciudad, que tiene una alegra tiernael calor soportable todava entre sus piedras slidas ychatas. Preciosa iglesia fortaleza rodeada de buganvilias, alfinal de una calle invadida por la hierba. Tehuantepec tieneuna calidad dorada en su piedra que resaltan an ms la

    verdura invasora y el cielo azulsimo. Y ahora, de repente,en esa esquina, la gracia de una estampa cuando pasa, gra-

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    ciosa y sensual aun, una hermosa vieja los ojos verdes yvivos, en la cara morena, que va hacia el mercado con sufloreada jcara en la cabeza. La falda negra y la blusa negracon dibujo de oro llevan la