Glasser, Alice - El Tunel Adelante

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EL TÚNEL ADELANTE ALICE GLASSER El piso del Topolino estaba cubierto de arena. Tom tenía también arena en los pantalones y entre los dedos de los pies. «Maldita sea —pensó—, han construido aquí una carretera de seis pistas que va directamente al océano, una plataforma giratoria con capacidad para trescientos coches que facilita el tránsito en la playa, todo eficiente, organizado, mecanizado y amable, y he aquí el resultado: arena. Y dentro del coche, a pesar del aire acondicionado, el olor acre de las salinas quemadas por el sol.» Los músculos le dolían entumecidos como de costumbre. Acarició inútilmente el volante, deseando tener algo que hacer, lamentando que el coche fuese tan pequeño, y en seguida se sintió avergonzado. Esos sentimientos eran antisociales. Por supuesto, nada tenía que hacer, pues la carretera estaba funcionando en forma automática, como todas. Así era la ley. Y aunque viajaba tan encogido que las rodillas le tocaban casi el mentón, y el techo del coche le apretaba la nuca como la tapa de una caja, y sus cuatro hijos amontonados en el asiento trasero parecían aspirarle el cuello de la camisa... bueno, era inevitable y, además, el Topolino tenía dos metros de largo como indicaba la ley. No había por qué quejarse. Por otra parte, no había sido un mal día al fin y al cabo. Cinco horas para recorrer sesenta kilómetros hasta la playa y luego, por supuesto, un par de horas esperando en fila en la playa a que les llegara el turno para meterse en el mar. Estaban tardando un poco más en el viaje de vuelta, como siempre. No se podía saber tampoco qué ocurriría en el Túnel. Estarían otra vez en casa a eso de las diez, quizá. No demasiado tarde. «Un modo tan bueno como cualquier otro para matar el ocio», pensó. A veces sobraba ocio para matar, realmente. Jeannie, sentada a su lado, miraba por la ventanilla. Se había recogido el pelo en la nuca —un pelo casi tan rubio como el de los niños— y aunque estaba embarazada otra vez no parecía mucho más vieja que hacía diez años. Pero había dejado de tejer y pensaba ahora en el Túnel. Tom siempre se daba cuenta. —¡Ay! Algo golpeó la nuca de Tom, que se dobló hacia adelante tropezando con el parabrisas. —¡Eh! Se volvió a medias y lanzó un manotazo a la pala que la pequeña Pattie, de cuatro años, blandía en ese momento. —Nadé —anunció Pattie, con los ojos azules muy abiertos—. Nadé bien y no tropecé a ninguno. —Con ninguno —corrigió Tom.

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el tuner adelante

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  • EL TNEL ADELANTEALICE GLASSER

    El piso del Topolino estaba cubierto de arena. Tom tena tambin arena en los pantalones y entre los dedosde los pies.

    Maldita sea pens, han construido aqu una carretera de seis pistas que va directamente alocano, una plataforma giratoria con capacidad para trescientos coches que facilita el trnsito en la playa,todo eficiente, organizado, mecanizado y amable, y he aqu el resultado: arena. Y dentro del coche, a pesardel aire acondicionado, el olor acre de las salinas quemadas por el sol.

    Los msculos le dolan entumecidos como de costumbre. Acarici intilmente el volante, deseando teneralgo que hacer, lamentando que el coche fuese tan pequeo, y en seguida se sinti avergonzado. Esossentimientos eran antisociales. Por supuesto, nada tena que hacer, pues la carretera estaba funcionando enforma automtica, como todas. As era la ley. Y aunque viajaba tan encogido que las rodillas le tocabancasi el mentn, y el techo del coche le apretaba la nuca como la tapa de una caja, y sus cuatro hijosamontonados en el asiento trasero parecan aspirarle el cuello de la camisa... bueno, era inevitable y,adems, el Topolino tena dos metros de largo como indicaba la ley. No haba por qu quejarse.

    Por otra parte, no haba sido un mal da al fin y al cabo. Cinco horas para recorrer sesenta kilmetroshasta la playa y luego, por supuesto, un par de horas esperando en fila en la playa a que les llegara el turnopara meterse en el mar. Estaban tardando un poco ms en el viaje de vuelta, como siempre. No se podasaber tampoco qu ocurrira en el Tnel. Estaran otra vez en casa a eso de las diez, quiz. No demasiadotarde.

    Un modo tan bueno como cualquier otro para matar el ocio, pens. A veces sobraba ocio paramatar, realmente.

    Jeannie, sentada a su lado, miraba por la ventanilla. Se haba recogido el pelo en la nuca un pelo casitan rubio como el de los nios y aunque estaba embarazada otra vez no pareca mucho ms vieja quehaca diez aos. Pero haba dejado de tejer y pensaba ahora en el Tnel. Tom siempre se daba cuenta.

    Ay!

    Algo golpe la nuca de Tom, que se dobl hacia adelante tropezando con el parabrisas.

    Eh!

    Se volvi a medias y lanz un manotazo a la pala que la pequea Pattie, de cuatro aos, blanda en esemomento.

    Nad anunci Pattie, con los ojos azules muy abiertos. Nad bien y no tropec a ninguno.

    Con ninguno corrigi Tom.

  • Confisc la pala, pensando cansadamente que nadar en esos das significaba pisar agua. No habaespacio para ms en la atestada rea de bao.

    Jeannie se haba vuelto tambin y miraba sonriendo a su hija, pero Tom mene la cabeza.

    Ha llegado el momento dijo brevemente.

    Saba que un paseo en coche aumentaba inevitablemente la tensin de los nios; lo saba bien pues losvea a menudo, con tantos intervalos entre las horas de clases, entre las horas de juegos y aun entre lashoras de su propio trabajo. Pero no les faltara la educacin apropiada. Al primer signo de extraversin,cortar por lo sano, ese era su lema. Se les evitaba as muchos daos futuros.

    Jeannie se inclin hacia adelante y apret un botn del tablero. La gaveta de tranquilizantes sali y seabri. Jeannie eligi una pastilla rosada, pero cuando se volvi, Pattie estaba ya apaciguada, con las manosen el regazo y los ojos fijos en la pantalla de TV del asiento trasero. Jeannie suspir y desliz la pldora enla boca entreabierta de la pequea Pattie.

    Los otros tres no hablaban desde haca horas, tal como se esperaba. Jeannie les haba servido unalmuerzo apropiadamente pesado en el coche: protenas sintticas y un tazn caliente de la sopa de algasdeshidratadas que haba puesto en el termo. Adems, todos haban tomado una dosis extra detranquilizantes para el viaje. David, de seis aos, que haca un tiempo se resista a abandonar suextraversin, estaba mirando la pantalla de TV y respiraba con dificultad. David era el primognito, y habanacido en la cabina de partos del supermercado el 3 de abril del ao 2100, a las ocho y treinta de lamaana. El mismo ao en que la poblacin de los Estados Unidos haba llegado a los mil millones. Y era elquinto nio entre los que haban nacido aquella maana en el supermercado. Las mellizas Susan y Pattieestaban sentadas muy derechas y miraban atentamente la pantalla; y el beb, Betsy, de dos aos, se habatumbado en el asiento y no tardara en dormirse.

    El coche avanzaba a quince kilmetros por hora, uno ms en la fila de brillantes burbujas que seextenda como una cinta de caramelos a lo largo de la nueva carretera de Pulaski, iluminada por el solponiente. La distancia entre los coches (que la ruta automtica meda estrictamente) nunca cambiaba.

    Tom sinti un dolor sordo en los ojos. Unos breves calambres le atenaceaban ahora los msculos. Leech a Jeannie una mirada de disculpa, pues a ella no le gustaban los programas deportivos, y encendi lapantalla de TV del tablero. La tercera partida del campeonato mundial ya haba comenzado. Malenkovskycon las rojas. Malenkovsky movi una pieza y se reclin en la silla. Las cmaras enfocaron a Saito, con lasnegras. Iba a ser una buena partida de damas. Ms movida que casi todas.

    Estaban a menos de un kilmetro del Tnel cuando la fila de coches se detuvo de pronto. Durante unminuto Tom no dijo nada. Quiz haba ocurrido un accidente, o quiz alguien haba salido de la fila,pasando ilegalmente de automtico a manual. Otro minuto ms. Las manos de Jeannie apretabantensamente la manta amarilla que estaba tejiendo.

    Era evidente ahora que la detencin se prolongara. Jeannie mir las filas inmviles de coches,frunciendo un poco el ceo.

    Me alegra que ocurra ahora. Esto aumenta nuestras probabilidades, no es as?

  • La pregunta era retrica y Tom sinti la irritacin habitual. Jeannie era una joven inteligente, pues si no lno la hubiese querido tanto. Pero no poda entender las leyes de las probabilidades. El Tnel se cerrabadiez veces por semana, trmino medio. Los diez cierres podan sucederse con intervalos de segundos o enplazo de una hora. A veces no haba ningn cierre en todo un da. Que hubiese ocurrido en este momentono modificaba nada.

    Alguna vez nos tocar a nosotros, Tom dijo Jeannie pensativamente.

    Tom se encogi de hombros sin responder. Poda ocurrir cualquier cosa en el futuro, pero ahoraestaban a salvo, por lo menos durante media hora.

    David estaba retorcindose un poco, con cara de disculpa.

    Puedo salir, pap, si el Tnel est cerrado? Me duele.

    Tom se mordi los labios. Entenda bien a los chicos, recordando los aos en que su propio cuerpocreca y creca, y l no quera hacer otra cosa que correr, correr rpidamente, a cualquier parte. Loschicos, extravertidos, todos ellos. Quiz uno poda ir adelante de ese modo en el siglo veinte, cuando nohaba multitudes y sobraba el espacio, pero no ahora. David tendra que aprender a estarse quieto, comotodos los dems.

    David haba comenzado a flexionar los msculos rtmicamente. Ejercicio pasivo, lo llamaban. Un nuevopseudo deporte que no necesitaba espacio y era enseado cientficamente en los minutos de recreo. Tomobserv con envidia a su hijo. Era magnfico disponer de tanta energa fsica, no teniendo que hacer colapara obtener una nueva racin de gimnasia.

    Pap, en serio, tengo que salir.

    David se retorci otra vez en el asiento. Bueno, pareca que el chico deca la verdad. Tom mir por elparabrisas. Los miles de coches que estaban a la vista no se movan an. Abri la portezuela. David sedesliz rpidamente fuera del coche. Tom observ como el chico comenzaba a estirar los brazos porencima de la cabeza, liberado de la presin del techo y como en seguida se comportaba en forma decenteadoptando el paso introvertido. Por suerte, haba un retrete a pocos metros y la cola de gente era corta all.

    Est creciendo, pens Tom, sintindose descorazonado de pronto. Haba estado rogando que elchico heredara la estatura baja de Jeannie, no su propio metro ochenta. Cuanto ms espacio ocupaba uno,ms difciles eran las cosas que, por otra parte, empeoraban da a da. Tom haba notado ltimamente quela gente le pona mala cara en la calle.

    En el brillante Topolino azul que estaba detrs haba una familia italiana, tambin con muchos chicos.Dos de ellos, al ver a David delante del retrete, salieron corriendo y se pusieron a la cola. El padre sonreay, de pronto, se volvi hacia Tom, que apart los ojos. Record haber visto como se pasaban en el cocheuna botella de agua muy cara, y toda la familia haba empinado alegremente el codo como si el aguacreciese en los rboles. Extravertidos, todos ellos. Era casi criminal que se les permitiera a esas gentes ir deeste modo de aqu para all, aumentando la incomodidad de todo el mundo. Ahora el padre haba dejadotambin el coche. Tena el pelo negro, rizado, y era rechoncho. Cuando vio que Tom lo miraba, sonriampliamente, seal el Tnel y alz los hombros como queriendo expresar una divertida resignacin.

  • Tom tamborile con los dedos en el volante. Los extraversos eran afortunados. Nunca parecanpreocupados a propsito del Tnel. Tenan que sacar a los chicos fuera de la ciudad, de cuando encuando, como todo el mundo. Para salir y para entrar haba que pasar necesariamente por el Tnel, demodo que se encogan de hombros y pasaban. Adems, ahora haba tantas normas y reglas que era difcildiscutirlas. Nadie poda oponerse al Consejo de la Ciudad. Los extraversos nunca teman el viaje comoJeannie, ni lo... Los dedos de Tom se cerraron rgidamente sobre el volante y trat de alejar el pensamientoque se le haba ocurrido. Haba estado a punto de decir que ni lo necesitaban como a l.

    David sali del retrete y se desliz otra vez en su asiento. Los coches haban empezado a moverse ypoco despus ya se arrastraban como antes.

    A la izquierda de la carretera se extenda ahora la construccin que llamaban, en broma, la montaa delas latas de cerveza. Hasta ahora no haba nada all excepto las pilas montaosas de ladrillos brillantes, losladrillos de metal que en un tiempo haban sido recipientes de hojalata y que pronto se ordenaran en otrade las tan necesitadas casas de vivienda. Probablemente con cielos rasos todava ms bajos y paredes anms delgadas. Tom parpade involuntariamente, pensando que en su casa, en una zona de residencias msantiguas, los cielos rasos eran tan bajos que l nunca poda estar de pie sin tener la cabeza inclinada. Elespacio destinado a los hombres estaba reducindose, y todos los das un poco ms.

    En la llanura, a la derecha de la carretera, se extendan en hileras de kilmetros y kilmetros de edificioscentelleantes, separados por estaciones de gasolina y parques de estacionamientos. Y ms all de esallanura se alzaban los suburbios de Long Island, de pisos de cemento y atestados de rascacielos de alegrescolores.

    Aqu, ya ms cerca de la ciudad, el aire tronaba con el ruido de las radios de transistores y los aparatosde TV. La intimidad y el silencio haban desaparecido de todas partes, por supuesto, pero ste era unbarrio de clases bajas y el estruendo atravesaba aun las ventanillas cerradas del coche. Los inmensosedificios, de bloques de cemento y luces de nen, llegaban casi al borde de la carretera, con rampas entreellos en todos los niveles. En esas rampas, construidas en un principio para los coches, se amontonabaahora la gente que volva de sus turnos de trabajo o de una visita a los mercados, o que entretenasimplemente las interminables horas de ocio. Parecen todos bastante apticos, pens Tom. Nadie podaacusarlos en verdad. La vida material era tan segura que nadie haca un trabajo que no fuese realmentenecesario. Todos lo saban. Los empleos de esa gente eran probablemente tan montonos y ftiles como elsuyo. Todo lo que l haca era verificar columnas de nmeros en un libro mayor y luego copiarlas en otrolibro mayor. Mataba el tiempo, como los dems. No pareca que a esta gente le importara mucho.

    Pero, mientras miraba, hubo de pronto un rpido forcejeo en la multitud, un breve estallido de violencia.El zapato de un hombre haba roto el tacn de una mujer. La mujer se volvi y golpe al hombre con elbolso de las compras, abrindole una herida en la mejilla. El hombre contest con un puetazo al estmagode la mujer, que lanz a su vez un puntapi. Un hombre que vena detrs se abri paso entre ellos acodazos, con la cara distorsionada. La pareja se separ, murmurando entre dientes. La irritacin seextendi, como ocurra de cuando en cuando, como si nadie esperara otra cosa que la oportunidad dedescargar un golpe.

    Jeannie haba visto tambin el incidente. Ahog un grito y apart los ojos de la ventanilla, mirando a losnios que ahora dorman. Tom le acarici el pelo.

  • Un vasto rascacielos se alzaba ahora ante ellos: el cubo de paredes de vidrio de Manhattan. Unos rayosluminosos salan del edificio y se perdan en el crepsculo. Los jardines, cuidadosamente planeados, eranmanchas verdes en los noventa y ocho pisos de la unidad. Tom, como siempre, bendijo a la menteprevisora que los haba puesto all. Todos sus hijos podan pasar de ese modo una hora semanal en lahierba y jugar junto al rbol. Hasta haba un zoolgico en cada piso, no como los zoolgicos complicadosde Washington, Londres y Mosc, por supuesto, pero s por lo menos con un perro, un gato y una pecerabastante grande. Lujos semejantes permitan que uno olvidara a veces la multitud y el ruido y los cuartosdiminutos y la sensacin que nunca haba bastante aire para respirar.

    Estaban ya cerca del Tnel. Jeannie haba dejado su tejido y tenda la cara hacia adelante como siestuviese escuchando ms que mirando. A pesar de sus propios razonamientos, Tom se sorprenditocando nerviosamente el tablero. En la pantalla de TV, Malenkovsky mova triunfalmente una dama.

    Haban llegado a las puertas del Tnel. Jeannie estaba callada; y mir irracionalmente su reloj pulsera.Tom apret el botn de los tranquilizantes y la gaveta se abri, pero Jeannie mene la cabeza.

    Odio esto, Tom. Me parece una idea absolutamente sucia.

    La irritacin de Jeannie sorprendi a Tom, sintindose casi escandalizado.

    No es lo ms justo? replic. Lo sabes muy bien.

    No me importa dijo Jeannie entre dientes. Tiene que haber otro modo.

    No hay nada ms justo insisti Tom. Corremos el riesgo como todos los dems.

    Senta ahora los latidos de su propio corazn. Tena las manos fras. Siempre le pasaba eso cuandoentraban al Tnel, y nunca haba sabido si era miedo o impaciencia, o las dos cosas. Observ a los nios enel asiento trasero. David miraba la pantalla de TV otra vez y se mordisqueaba una ua. Los otros tresdorman an, tal como se les haba enseado, con las manos dobladas sobre el vientre. Tres ratones ciegos.

    En el Tnel haba ecos y fro. Las paredes de azulejos, limpios y pulidos, emitan una luz blanca. Soplabaun viento y pareca que los coches se movan rpidamente. La familia italiana vena an detrs de ellos, auna velocidad constante. En el techo del Tnel se movan unos grandes ventiladores, ms ruidosos que losinvisibles aparatos de aire acondicionado y el lento movimiento de los coches.

    Jeannie haba apoyado la cabeza en el respaldo del asiento como si estuviese dormida. Los coches sedetuvieron un instante, ponindose en seguida en movimiento. Tom se pregunt si Jeannie haba sentidoaquel mismo escalofro. Le mir entonces la boca y descubri una expresin de miedo.

    El Tnel, pens, tena dos mil quinientos metros de largo. Cada uno de los coches meda dos metros.Haba un metro y medio entre cada coche. Setecientos coches en el Tnel por lo tanto, ms de tres milpersonas. Se tardaba quince minutos en pasar el Tnel. Estaban a medio camino.

    Haban cruzado ya las tres cuartas partes. Unas luces automticas parpadeaban en el techo. El pie deTom se movi hacia el acelerador antes que recordara que el coche marchaba en automtico. Era unmovimiento casi instintivo. Las manos y los pies queran hacer algo. El cuerpo deseaba controlar ladireccin del avance. Siempre se senta as, en el Tnel.

  • Ya estaban casi afuera. Tom tuvo la sensacin que unas hormiguitas le corran por el cuero cabelludo.Movi los dedos de los pies sintiendo las asperezas de la arena entre ellos. Ahora ya se vea la salida.Quiz dos minutos ms. Un minuto.

    Se detuvieron otra vez. Un coche, en algn sitio, all adelante, se haba salido de la fila. Una vez fueradel Tnel estaba permitido pasar otra vez a manual, pues era necesario elegir la pista correcta entre lasotras diez. De otro modo, uno poda encontrarse de pronto en la pista ms alta de Manhattan cuando ya nohaba sitio para doblar.

    Tom palme el volante. El coche de adelante haba vuelto otra vez a la fila. Se pusieron de nuevo enmarcha, ms rpidamente. Ya estaban fuera del Tnel.

    Jeannie recogi su tejido y lo sacudi bruscamente. En seguida, lo dej caer como si se hubierapinchado los dedos. Arriba son una campana, no muy fuerte pero clara. Justo detrs del parachoquestrasero, unas puertas se deslizaron cerrndose silenciosamente.

    Jeannie se volvi para mirar el espacio donde haba estado hasta entonces la familia italiana, el coche decolor azul y donde haban estado otros. No se vea ningn coche ahora. Jeannie se dio vuelta otra vez ymir inexpresivamente por el parabrisas.

    Tom estaba calculando. Dos minutos para que funcionaran las duchas del techo. Luego, los setecientoscoches del Tnel seran izados y vaciados. Diez minutos para eso, aproximadamente. Se pregunt cuntotardaran los ventiladores en eliminar los restos del gas cianuro.

    Despoblacin sin discriminacin lo haban llamado en la poca de las elecciones. Nadie hubieraadmitido que votaba por eso, pero casi todos votaron. Uno se deca en voz alta: es el modo ms justo decumplir con algo necesario. Pero en algn lugar secreto de la mente, uno reconoca que haba algo ms.Una apuesta, el nico elemento impredecible en el largo y temible proceso de la supervivencia. Un juego.Una ruleta rusa. Un juego en que uno entraba para ganar. O quiz para perder. No importaba mucho, puesel Tnel excitaba en verdad. No quedaba otra excitacin en el mundo.

    Tom se sinti de pronto notablemente despierto. Puso el coche en manual y enfil la nariz redonda delTopolino hacia la cuarta carretera.

    Se puso a silbar entre dientes.

    La prxima semana otra vez a la playa, eh, querida?

    Jeannie lo miraba a la cara. Tom dijo defensivamente:

    Es bueno para todos salir alguna vez de la ciudad, respirar de cuando en cuando un poco de airefresco.

    Toc a Jeannie con el codo y le tirone el pelo, afectuosamente.

    F I N

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