goglización

19
4 - 15 de marzo de 2011 "Google sufre de obesidad de datos y es indiferente a los llamados en favor de la preservación cuidadosa o a las ingenuas exigencias de conciencia cultural. El principal objetivo de esa cínica empresa es monitorear la conducta del usuario a fin de vender datos de tráfico y perfiles a terceras partes interesadas. Google no anda tras la propiedad de Emile Zola. Su intención es llevarse al fan de Proust lejos del archivo." La sociedad de la consulta: La googlización de nuestras vidas* Geert Lovink Un tributo a Joseph Weizenbaum Con el auge de los motores de búsqueda, ya no es posible distinguir entre perspicaces percepciones patricias y chismorreo plebeyo. [1] Tanto la distinción entre lo alto y lo bajo como la entremezcla de ambos en ocasiones carnavalescas pertenecen a tiempos pasados y no debieran preocuparnos. Hoy día un fenómeno completamente nuevo está causando alarma: los motores de búsqueda disponen en orden de acuerdo con la popularidad, no con la Verdad. La búsqueda es el código tecnocultural que gobierna la vida actual. Con el dramático aumento de la información accesible, hemos quedado enganchados a las herramientas de recuperación de datos. Ahora es difícil imaginar una época carente de motores de búsqueda. Buscamos números de teléfono, direcciones, horas de apertura, el nombre de una persona, detalles de vuelo y los mejores negocios, y, en un estado anímico frenético, declaramos a la pila continuamente creciente de materia gris “basura de datos”. Pronto buscaremos y sólo nos perderemos. El espectro de la sobrecarga de información ronda a las élites intelectuales del mundo. La gente común ha secuestrado recursos estratégicos y está atascando canales mediáticos otrora cuidadosamente supervisados. Antes de Internet, las clases de los mandarines confiaban en la idea de que podían

Transcript of goglización

Page 1: goglización

Nº 4 - 15 de marzo de 2011"Google sufre de obesidad de datos y es indiferente a los llamados en

favor de la preservación cuidadosa o a las ingenuas exigencias de conciencia cultural. El principal objetivo de esa cínica empresa es monitorear la conducta del usuario a fin de vender datos de tráfico y perfiles a terceras partes interesadas. Google no anda tras la propiedad de Emile Zola. Su intención es llevarse al fan de Proust lejos del archivo."

La sociedad de la consulta: La googlización de nuestras vidas*

 Geert Lovink Un tributo a Joseph Weizenbaum Con el auge de los motores de búsqueda, ya no es posible distinguir

entre perspicaces percepciones patricias y chismorreo plebeyo. [1] Tanto la distinción entre lo alto y lo bajo como la entremezcla de ambos en ocasiones carnavalescas pertenecen a tiempos pasados y no debieran preocuparnos. Hoy día un fenómeno completamente nuevo está causando alarma: los motores de búsqueda disponen en orden de acuerdo con la popularidad, no con la Verdad. La búsqueda es el código tecnocultural que gobierna la vida actual. Con el dramático aumento de la información accesible, hemos quedado enganchados a las herramientas de recuperación de datos. Ahora es difícil imaginar una época carente de motores de búsqueda. Buscamos números de teléfono, direcciones, horas de apertura, el nombre de una persona, detalles de vuelo y los mejores negocios, y, en un estado anímico frenético, declaramos a la pila continuamente creciente de materia gris “basura de datos”. Pronto buscaremos y sólo nos perderemos. El espectro de la sobrecarga de información ronda a las élites intelectuales del mundo. La gente común ha secuestrado recursos estratégicos y está atascando canales mediáticos otrora cuidadosamente supervisados. Antes de Internet, las clases de los mandarines confiaban en la idea de que podían separar la “charla vana” del “saber”. No sólo han hecho implosión las viejas jerarquías de la comunicación: la comunicación misma ha asumido el estatus de una agresión al cerebro. No sólo el ruido popular ha subido a niveles insoportables: ya no soportamos  una solicitud más de colegas importantes. Hasta el benigno saludo de la familia y los amigos adquiere el estatus de un coro en espera de contestación. La clase educada se molesta sobre todo porque la cháchara ha entrado en el dominio hasta entonces protegido de la ciencia y la filosofía, pero, en vez de eso, deberían preocuparse por quién controlará la red computacional cada vez más centralizada.

Lo que los administradores actuales de la noble simplicidad y la sosegada grandeza no pueden expresar, deberíamos decirlo por ellos: hay un creciente descontento con Google y el modo en que Internet organiza la recuperación de información. El establishment científico perdió el control

Page 2: goglización

sobre uno de sus proyectos investigativos clave: el diseño y la propiedad de las redes de computadoras, ahora usadas por billones de personas. ¿Cómo tanta gente acabó siendo tan dependiente de un solo motor de búsqueda? ¿Por qué estamos repitiendo la saga de Microsoft una vez más? Es estúpido quejarse de un monopolio en proceso de formación cuando los usuarios promedio de Internet tienen a su disposición semejante multitud de herramientas distribuidoras de poder. Una posible vía de superar esa situación difícil es redefinir positivamente el “Gerede” de Heidegger. En lugar de una cultura de la queja  que sueña con una imperturbada vida off-line y medidas radicales para filtrar el ruido, es hora de confrontar abiertamente  las formas triviales actuales del Dasein en los blogs, la comunicación por mensajes de texto y los juegos de computadora. Los intelectuales no deberían retratar más a los usuarios de Internet como aficionados secundarios, privados de una relación primaria y primordial con el mundo. Los problemas mayores que están en juego requieren aventurarse en la política de la vida informática. Es hora de abordar el surgimiento de un nuevo tipo de corporación que está superando rápidamente a Internet: Google.

La World Wide Web, que debía haber realizado la biblioteca infinita descrita por Borges en su relato “La Biblioteca de Babel” (1941), es vista por muchos de sus críticos como nada más que una variación del “Gran Hermano” (1948) de Orwell. En este caso, el gobernante no es un monstruo malvado, sino un grupo de jóvenes en onda cuya consigna de responsabilidad corporativa es “No seas malvado”. Guiada por una generación mucho más vieja y experimentada  de gurúes de la tecnología de la información (Eric Schmidt), pioneros de Internet (Vint Cerf) y economistas (Hal Varian), Google se ha expandido tan velozmente, y en una variedad tal de campos, que virtualmente no hay ningún crítico, académico o periodista de negocios que pueda ir al paso del alcance y velocidad de su desarrollo en años recientes. [2] Las nuevas aplicaciones y servicios se acumulan con creciente regularidad como regalos de Navidad no deseados:  el servicio gratuito de email Gmail de Google, la plataforma para compartir videos  YouTube, el sitio de  networking social Orkut, GoogleMaps y GoogleEarth,  la publicidad pago-por-clic de AdWords, los vínculos patrocinados de AdSense, las aplicaciones de oficina tales como Calendar, Talks y Docs. Google no sólo compite con Microsoft, Apple y Yahoo, sino también con las firmas de entretenimiento, las bibliotecas públicas (a través de su programa de escaneo masivo de libros) y las firmas de telecomunicaciones. Después del desarrollo y la implementación exitosa  de su sistema operativo de código abierto Android para dispositivos móviles, los rumores sobre el próximo paso de Google van desde que lanzará su propio teléfono inteligente (compitiendo con Nokia e iPhone de Apple) hasta que se convertirá en un gigante de las telecomunicaciones al lado de AT&T, Verizon, T-Mobile y Vodafone. Si añadimos todas las actividades relacionadas con los teléfonos celulares, no es difícil describir a Google como un genio del mal que planea la dominación mundial, controlando todo el espectro desde la computación en nube [cloud computing] hasta el

Page 3: goglización

almacenamiento de datos, desde la infraestructura inalámbrica hasta los software de aplicación, desde los sistemas operativos hasta la arquitectura de los chips de los propios dispositivos. Por no mencionar las notebooks y las e-tabletas, que utilizan el navegador Chrome de Google para reemplazar a los sistemas operativos multipropósitos, pesados, Windows o Linux.

Uno de los miembros menos conocedores de computación de mi familia dijo que ella había oído que Google era mucho mejor y más fácil de usar que Internet. El error sonó gracioso, pero ella tenía razón. Google no sólo se ha vuelto la mejor Internet: está asumiendo tareas de software de las computadoras de los individuos de modo que uno pueda tener acceso a datos en la “nube” desde cualquier terminal o dispositivo de mano. Google está minando activamente la autonomía de la computadora personal como un dispositivo computacional universal y nos lleva de regreso a los oscuros días en que Thomas J. Watson de IBM predijo un mercado mundial para cinco computadoras. Los nerds han bromeado siempre sobre el despiste de los burócratas megalomaníacos que intentan predecir el futuro. Pero si actualizamos esa imagen hasta la de un gran centro de datos de Google en cada continente, no estamos tan lejos de la estimación de Watson. Una mayoría de los usuarios, pero también compañías, universidades y ONGs, están abandonando alegremente el poder de auto-gobernar sus recursos informacionales. Conspiración o no, Google está dando pasos hacia la energía nuclear y las turbinas eólicas. ¿Momento de preocuparse? El activista de los derechos humanos, hacker y desarrollador de TOR * Jacob Appelbaum, quien también está involucrado en Wikileaks, lo dice de esta manera:

Amo a Google y amo a la gente que está ahí. Sergey Brin y Larry Page son fantásticos. Pero estoy aterrorizado por la próxima generación que se hace cargo. Una dictadura benévola sigue siendo una dictadura. En algún momento la gente se va a dar cuenta de que Google lo tiene todo acerca de todos. Sobre todo, ellos pueden ver qué preguntas uno está haciendo, en tiempo real. Lo digo de manera completamente literal: pueden leer la mente de uno. [3]

Mi interés en los conceptos que se hallan tras los motores de búsqueda se desarrolló mientras leía un libro de entrevistas con el profesor del MIT** y crítico de computación Joseph Weizenbaum, conocido por su programa ELIZA de terapia automática, de 1966, y su libro El poder de la computadora y la razón humana, de 1976. [4] Weizenbaum murió el 5 de marzo de 2008, a la edad de 84 años. Hace unos pocos años, Weizenbaum regresó de Boston a Berlín, la ciudad donde había crecido antes de escapar con sus padres de los nazis, en 1935. La periodista Gunna Wendt, basada en Munich, efectuó las entrevistas. Cierto número de reseñadores de Amazon se había quejado de las preguntas acríticas de Wendt y el nivel cortés, superficial, de sus contribuciones, pero eso no me perturbó: disfruté las penetrantes percepciones de uno de los pocos críticos de la ciencia computacional que conoce ese dominio desde adentro. Son especialmente interesantes las historias de Weizenbaum sobre su juventud en Berlín, su exilio a los EUA, y cómo llegó a involucrarse en la computación durante los

Page 4: goglización

años 50. El libro se lee como un sumario de la crítica que hace Weizenbaum de la ciencia computacional, a saber: que las computadoras imponen un punto de vista mecanicista a sus usuarios, y que, como máquinas autónomas, rechazan la experiencia directa. Weizenbaum sostiene que no debería haber una exaltación del cálculo por sobre el discernimiento. [5]Especialmente interesante me resultó cómo el “hereje” Weizenbaum les da forma a sus argumentos como un insider informado y respetado —una posición similar al proyecto de “crítica de la red” que he desarrollado con Pit Schultz después de que iniciamos nettime en 1995.

El título y el subtítulo del libro son intrigantes: Wo sind sie, die Inseln der Vernunft im Cyberstrom? Auswege aus der programmierten Gesellschaft (traducido literalmente: ¿Dónde están, las islas de la razón en el cibertorrente? Salidas de la sociedad programada). El sistema de creencias de Weizenbaum se puede resumir así: “Nicht alle Aspekte der Realität sind berechenbar” (No todos los aspectos de la realidad son computables).  La crítica que hace Weizenbaum de Internet es general, y debemos apreciar eso. Sus observaciones sobre Internet, escépticas ante toda la idolatría de la computadora, no son nada nuevo para los familiarizados con su obra: Internet es un gran montón de basura, un medio masivo que consiste en hasta un 95% de cosas sin valor —en gran medida como el medio de la televisión, la dirección en la que la Web se está desarrollando inevitablemente. La así llamada revolución de la información se ha desintegrado en un diluvio de desinformación. Una causa clave de ello es la ausencia de un editor o del principio editorial. Sin embargo, el libro no aborda por qué ese principio mediático decisivo no fue incorporado por las primeras generaciones de programadores de computadoras, de las que Weizenbaum fue un miembro destacado. La respuesta está probablemente en el empleo inicial de la computadora como una calculadora: los tecnodeterministas insisten en que el cálculo matemático sigue siendo la esencia de la computación. Lo que fue crucial: los matemáticos no previeron el (ab)uso de las computadoras para propósitos mediáticos. ¿Para qué escuchar grabaciones en una computadora? Si quieres ver una película, visita el cine. De la torpeza actual de las interfaces y el manejo de la información no se les debiera echar la culpa a los que diseñaron las primeras computadoras. La calculadora digital, otrora una máquina de guerra, tomará un largo y tortuoso camino para darse el nuevo propósito de convertirse en un dispositivo humano universal que sirva a nuestras infinitamente ricas y diversas necesidades e intereses de información y comunicación.

En varias ocasiones he formulado una crítica del abordaje propio de la “ecología de los medios”, que aspira a filtrar la información “útil” para el consumo individual. Sobre Internet (2001) de Hubert Dreyfus es uno de los culpables clave en esto. [6] No creo que sea el derecho de cualquier profesor, editor o codificador decidir por nosotros qué es y qué no es bagatela. Eso debería ser un esfuerzo distribuido, incorporado en una cultura que facilite y respete la diferencia de opinión. Deberíamos alabar la riqueza y hacer de las nuevas técnicas de búsqueda parte de nuestra cultura

Page 5: goglización

general. Un modo de lograrlo es revolucionar las herramientas de búsqueda y elevar el nivel general de alfabetismo mediático. Si entramos en una librería o en una biblioteca, nuestra cultura nos ha enseñado cómo hojear los miles de títulos. En vez de quejarnos al librero o al bibliotecario de que tienen demasiados libros, pedimos ayuda, o resolvemos la dificultad nosotros mismos. Weizenbaum desearía que desconfiáramos de lo que vemos en nuestras pantallas, sea la  televisión o  Internet, pero no menciona quién nos va a aconsejar sobre en qué confiar, si algo es veraz o no, y cómo priorizar la información que recuperamos. En resumen, se desecha el papel de los mediadores en favor del cultivo de la sospecha general.

Poniendo a un lado la info-ansiedad de Weizenbaum, lo que hace del compendio de entrevistas una lectura tan interesante es su insistencia en el arte de hacer la pregunta correcta. Weizenbaum previene contra un uso acrítico de la palabra “información”. “Las señales que están dentro de la computadora no son información. No son más que señales. Sólo hay un modo de convertir las señales en información, mediante la interpretación”. Para ello dependemos del trabajo del cerebro humano.  El problema de Internet, según Weizenbaum, es que se nos invita a verla como un oráculo de Delfos. Internet proporcionará la respuesta a todas nuestras preguntas y problemas. Pero Internet no es una máquina tragamonedas en la que uno echa una moneda para obtener lo que quiere. La adquisición de una apropiada educación y pericia para formular la consulta correcta es esencial. No alcanzamos un nivel educacional más alto con sólo dar la oportunidad de publicar. Escribe Weizenbaum: “La posibilidad de que cualquiera ponga algo en Internet no significa gran cosa. Tirar en ella cosas al azar es tan inútil como pescar de ella al azar.” [7] En este contexto Weizenbaum hace la comparación entre Internet y la ahora desaparecida radio CB.*** La comunicación por sí sola no conducirá al conocimiento útil y sostenible. 

Weizenbaum relaciona la fe incuestionada en las consultas (mediante el motor de búsqueda) con el auge del discurso del “problema”. Las computadoras se introdujeron como “solucionadoras generales de problemas” y el propósito de las mismas era proporcionar una solución para todo. Se invitaba a la gente a delegar sus vidas en la computadora. “Tenemos un problema”, arguye Weizenbaum, “y el problema requiere una respuesta”. Pero Weizenbaum explica que las tensiones personales y sociales no se pueden resolver con sólo declararlas un problema. En lugar de Google y Wikipedia, necesitamos la capacidad de escrutar y pensar críticamente, lo cual él considera como la diferencia entre oír y escuchar. Una comprensión crítica requiere que primero nos sentemos y escuchemos —en ese caso no sólo leemos, sino que aprendemos a interpretar y comprender.

La Web Semántica, o Web 3.0, es publicitada como la respuesta tecnocrática a la crítica de Weizenbaum. En lugar de los algoritmos basados en palabras clave y las informaciones de salida estructuradas por ranking de Google, pronto podremos hacerles preguntas a la próxima generación de motores de búsqueda en “lenguaje natural”, tales como Powerset (que rápidamente fue comprado y neutralizado por Microsoft). Sin embargo, ya

Page 6: goglización

podemos suponer que los lingüistas computacionales no cuestionan el abordaje del responder a problemas y serán  cautelosos en cuanto a actuar como una “fuerza policíaca del contenido”, decidiendo qué es y qué no es basura en Internet. Lo mismo vale para las iniciativas de la Web Semántica y similares tecnologías de inteligencia artificial. Estamos atascados en la era de la recuperación de información de la web. Mientras que el paradigma de Google es el análisis de vínculos y el rango de las páginas, los motores de búsqueda de la próxima generación se volverán visuales, por ejemplo, y empezarán a indexar la imagen del mundo, basada no en las etiquetas que los usuarios han añadido, sino en la “cualidad” de la imaginería misma. Bienvenidos a la Jerarquización de lo Real, en la que los próximos volúmenes de los manuales para usuarios de computadoras introducirán  a los geeks programadores a la cultura estética 101. Los entusiastas del club de la cámara convertidos en codificadores serán los nuevos contaminadores con mal gusto.

Desde el auge de los motores de búsqueda en los años 90 vivimos en la “Sociedad de la Consulta”, que, como indica Weizenbaum, no está tan alejada de La sociedad del espectáculo de Guy Debord. Escrito a fines de los años 60, ese análisis situacionista se basaba en el auge de las industrias del filme, la televisión y la publicidad. La principal diferencia de hoy  es que se nos pide explícitamente que interactuemos. Ya no se dirigen a nosotros como una masa anónima de consumidores pasivos. En vez de eso, somos “actores distribuidos” presentes en una multitud de canales. La crítica de la conversión en mercancía de Debord ya no es revolucionaria. Los placeres consumistas están tan extendidos que han alcanzado el estatus de un derecho humano universal.  Todos amamos el fetiche de la mercancía, las marcas, y nos complacemos en el glamour que la clase global de las celebridades despliega en representación de nosotros. Ningún movimiento social o práctica cultural, por más radical que sea, puede escapar a la lógica de la mercancía. No se ha ideado ninguna estrategia para la era del post-espectáculo. Las preocupaciones, por el contrario, se centran en la privacidad, o en lo que queda de ella. La capacidad del capitalismo para absorber a sus adversarios es ahora tan común que es casi imposible sostener que seguimos necesitando la crítica —en este caso, de Internet— a menos que todas las conversaciones telefónicas y el tráfico de Internet privados de uno pasen a estar disponibles públicamente. Incluso en ese caso, es difícil argumentar en favor de la crítica cuando el debate toma la apariencia de queja organizada por un grupo de cabildeo de consumidores, “democracia de accionistas” en acción. Sólo entonces el sensible problema de la privacidad catalizará una conciencia más amplia sobre los intereses corporativos, pero sus participantes serán cuidadosamente separados. El ingreso a las masas poseedoras de acciones está restringido a las clases medias y a las que están por encima de éstas. Y eso no hace más que aumentar la necesidad de un dominio público animado y diverso en el que ni la vigilancia del Estado ni los intereses del mercado tengan un vital poder de decisión.

Page 7: goglización

Ya por el 2005 el presidente de la Bibliothéque National de Francia, Jean-Noël Jeanneney, publicó un librito en el que prevenía contra la pretensión de Google de “organizar la información del mundo”. [8] Asumir semejante papel no es la tarea de ninguna sola corporación privada. Google y el mito del saber universal, traducido al inglés por la University of Chicago Press, sigue siendo uno de los pocos documentos tempranos (desde el 2005) que desafió abiertamente la incuestionada hegemonía de Google. Jeanneney toma como blanco solamente un proyecto específico, Book Search, que escanea millones de libros de las bibliotecas universitarias estadounidenses. Su argumento es muy franco-europeo: a causa de la manera asistemática y carente de edición en la que Google selecciona los libros, el archivo no representará debidamente a los gigantes de la literatura nacional, tales como Hugo, Cervantes y Goethe. Google, con su parcialidad por las fuentes inglesas, no será, por lo tanto, el socio apropiado para construir un archivo público de la herencia cultural del mundo. Dice Jeanneney: “La elección de los libros que se han de digitalizar estará impregnada por la atmósfera anglosajona”. Aunque es en sí mismo un argumento legítimo, el problema es, en primer lugar, que Google no quiere construir y administrar un archivo en línea. Google sufre de obesidad de datos y es indiferente a los llamados en favor de la preservación cuidadosa o a las ingenuas exigencias de conciencia cultural. El principal objetivo de esa cínica empresa es monitorear la conducta del usuario a fin de vender datos de tráfico y perfiles a terceras partes interesadas. Google no anda tras la propiedad de Émile Zola. Su intención es llevarse al fan de Proust lejos del archivo. Quizás exista un interés en una fantástica jarra de Stendhal, el pulóver talla XXL de Flaubert o una compra de Sartre en Amazon. Para Google, la obra reunida de Balzac es basura de datos abstractos, un recurso en bruto cuyo único propósito es obtener ganancia, mientras que para los franceses es la epifanía de su lenguaje y cultura. Sigue siendo una cuestión sujeta a discusión si la respuesta europea a Google que se ha propuesto, el motor de búsqueda multimedia Quaero, será operacional alguna vez, por no hablar de si encarnará los valores de Jeanneney. Para el momento del lanzamiento de Quaero, el mercado de los motores de búsqueda estará una generación por delante de Quaero en capacidades para medios y dispositivos; algunos sostienen que el Sr. Chirac estaba más interesado en defender el orgullo francés que el avance global de Internet. [9]

Los estudios sobre Google en la primera década de su existencia se pueden dividir en tres categorías. La primera la constituyen los manuales de computación fáciles de pasar por alto, de Google para estúpidos a Optimización del motor de búsqueda: Una hora al día. El segundo género es el porno corporativo, escrito por exagerados entusiastas evangelistas de la tecnología informacional  tales como John Batelle, Randall Stross, David Vise y Jeff Jarvis. La tercera categoría es la extraña queja europea sobre el Behemot, que advierte contra la más reciente encarnación del Gran Hermano. Podríamos mencionar unos pocos títulos alemanes, pero no olvidemos los franceses. La trampa de Google, el incontrolado poder mundial de Internet (2008) de Gerard Reischl afirma que es el primer libro

Page 8: goglización

europeo que critica a Google. Reischl juega con el miedo a las corporaciones (estadounidenses) entre los alemanes y la avidez de datos privados de las mismas…; en gran medida como la Gestapo y la Stasi, Google lo sabe todo acerca de usted. [10] Clic, estrategias contra la estupidez digital (2009) de la periodista Susanne Gaschke tiene un enfoque más general a lo Carr, advirtiendo contra las computadoras, Internet, y la toma del control de nuestras vidas (y de nuestros niños en particular) por sus corporaciones. [11] En El síndrome de copia-y-pega de Google (2009) el estudioso austríaco de los medios Stefan Weber advierte contra el aumento del plagio en las aulas y las publicaciones académicas, el declive de las habilidades para escribir, y “la googlización de la educación”. ¿Para qué aprender de memoria si se puede buscarlo en cuestión de segundos? [12]

Todas las semanas vemos el lanzamiento de otra iniciativa de Google. Hasta para los insiders informados es casi imposible revelar un plan maestro. ¿Quién se acuerda del Google App Engine, “una herramienta de desarrollador de software [developer] que le posibilita a uno correr sus aplicaciones web en la infraestructura de Google”? App Engine les permite a las empresas en ciernes usar los servidores web de Google, las APIs,**** y otras herramientas de desarrollador como la arquitectura primaria para construir nuevas aplicaciones web. Como observa Richard MacManus, “Google, claro está, tiene la escala y la inteligencia para suministrar ese servicio de plataforma a los desarrolladores. Sin embargo,  evade la pregunta: ¿por qué una empresa en ciernes querría ceder tanto control y dependencia a una gran compañía de Internet?” [13] La infraestructura computacional se está convirtiendo rápidamente en una empresa de servicio público, como ilustra Google App Engine. MacManus termina con una pregunta retórica: “¿Quisiera usted que Google controlara todo su ambiente de desarrollo de punta a punta? ¿No era por eso por lo que los desarrolladores le tenían miedo a Microsoft?” La respuesta es simple: el no tan secreto deseo de los desarrolladores es ser comprados por Google. Millones de usuarios de Internet están participando en ese proceso, de buena gana o no, al suministrarles sin reservas a compañías como Google sus perfiles y su atención, la moneda de Internet. En el 2008, Google patentó una tecnología que aumenta su capacidad de “leer el usuario”. La intención es descifrar en qué regiones y asuntos de la página está interesado el espectador sobre la base de la conducta de éste después de que ha llegado a una página —un ejemplo de las muchas técnicas analíticas que la compañía mediática está desarrollando para estudiar y explotar comercialmente la conducta del usuario.

A pesar de los pocos refunfuños procedentes de Europa, la mayoría de los críticos de Google son norteamericanos. Hasta ahora Europa ha invertido recursos sorprendentemente escasos en entender conceptualmente la cultura de la búsqueda. En el mejor de los casos, la Unión Europea es la primera en adoptar los patrones y productos técnicos desarrollados en otras partes. Pero lo que cuenta en la investigación  de los nuevos medios es la supremacía conceptual. La investigación de la tecnología por sí sola no realizará la tarea, no importa cuánto dinero invierta

Page 9: goglización

la UE en la futura investigación sobre Internet. Mientras se reproduzca la brecha entre la cultura de los nuevos medios y el gobierno mayor, o entre las instituciones privadas y las culturales, no podremos establecer una cultura tecnológica próspera. En resumen, deberíamos dejar de ver la ópera y las otras bellas artes como una forma de compensación por la insoportable levedad del ciberespacio. Además de la imaginación, una voluntad colectiva y una buena dosis de creatividad, los europeos podrían movilizar su capacidad única para esgrimir una forma productiva de negatividad. Su pasión colectiva de reflexionar y criticar puede ser usada en un movimiento de “anticipación crítica” para vencer el síndrome del outsider que sienten los que están en los papeles de mero usuario y consumidor.

En su necrología sobre Weizenbaum,  Jaron Lanier escribió lo siguiente: “No dejaríamos que un estudiante llegara a ser un investigador médico profesional sin que hubiera aprendido sobre experimentos a doble ciego, grupos de control, placebos y la reproducción de los resultados. ¿Por qué se le da a la ciencia de la computación una licencia única que nos permite ser blandos con nosotros mismos? Todo estudiante de la ciencia de la computación debiera ser entrenado en el escepticismo de Weizenbaum, y debiera tratar de transmitirles esa preciosa disciplina a los usuarios de nuestros inventos.” [14] Debemos preguntarnos: ¿por qué la mayoría de los más inteligentes críticos de Google son estadounidenses? Ya no podemos aceptar el argumento de que están mejor informados. Mis dos ejemplos,  que trabajan siguiendo los pasos de Weizenbaum, son Nicholas Carr y Siva Vaidhyanathan. Carr tiene  antecedentes de negocios de tecnología informacional  (editor de Harvard Business Review) y se desarrolló como el perfecto crítico insider. El gran cambio de Carr describe la estrategia de Google para centralizar, y así controlar, la infraestructura de Internet a través de su centro de procesamiento de datos. [15] Las computadoras ahora son más pequeñas, más baratas y más veloces. Esta economía de la escala hace posible externalizar el almacenaje y las aplicaciones a un bajo costo o sin costo alguno.  Los negocios están cambiando de departamentos internos de tecnología informacional a servicios de la red. Hay un giro irónico en esto. Aunque generaciones de gurúes de la tecnología informacional que estaban en la última onda hicieran chistes sobre la predicción de Thomas Watson de IBM —de que el mundo sólo necesitaba cinco computadoras—, ésa es exactamente la tendencia. En vez de descentralizarse más, el uso de Internet está concentrado en unos pocos centros de datos que demandan energía en extremo.[16] “Lo que la Internet de fibra óptica hace por la computación es exactamente lo que la red de corriente alterna hizo por la electricidad: hace que la ubicación del equipo carezca de importancia para el usuario, permitiéndoles a las máquinas operar juntas como un solo sistema.” [17]

El proyecto de blog de Siva Vaidhyanathan, La googlización de todo, sintetizó ambiciosamente la investigación crítica de Google en un libro publicado a principios del 2011. [18] En él cubre problemas tales como Google Street View, Google Book Search y la relación de la compañía con China. Su conclusión de que confiamos demasiado en Google es sorprendentemente nada americana: “Deberíamos influir —incluso regular—

Page 10: goglización

de manera activa e intencional los sistemas de búsqueda y asumir así la responsabilidad por el modo en que la Web entrega el saber. Debemos construir el tipo de ecosistema en línea que pueda beneficiar al mundo entero a largo plazo, no uno que sirva a los intereses de corto plazo de una poderosa compañía, no importa cuán brillante sea.” [19] Mientras tanto, un grupo informal de investigadores de la búsqueda crítica se reúne de vez en cuando bajo nombres codificados como Búsqueda Profunda, Sociedad de la Consulta y el Proyecto de Búsqueda Sombra. [20] Esas iniciativas no se atascan en una crítica moralista de Google como una corporación malvada (estilo-César, como la acuña Vaidhyanathan), sino que promueven activamente motores de búsqueda alternativos, incluso yendo más allá del principio mismo de la “búsqueda”. Existe una necesidad colectiva de desarrollar algoritmos radicales, combinados con una crítica de nuestra tecno-cultura algorítmica, tal como la formulada por el grupo Ippolita. Esta coalición laxa aspira a derrotar a Google al nivel de su origen, según Vaidhyanathan: el saber producido dentro y fuera de las universidades, creado e influido por matemáticos, artistas, activistas, codificadores.

Se hacen visibles no sólo el descontento con un irresponsable gigante corporativo ávido de datos, sino también estrategias para “hacer que [Google] deje de tener onda”. La respuesta capitalista es dejar que el mercado haga su trabajo. El auge de Facebook es un caso interesante de un competidor en el mismo nivel de la economía de la atención —pero se podría sostener que es incluso un caso peor en términos  de violación de la privacidad. La huída de los muchachos de los monopolios ávidos de poder es, probablemente, la acción política más eficaz.  También podría funcionar el empezar a llamar a Google una firma de publicidad (lo cual es si uno mira sus rentas). Las regulaciones de Bruselas vendrán con una década de retraso. La nacionalización de partes de Google —por ejemplo, de su proyecto Book— es todavía una propuesta  muy caotizante en todo debate. La crítica de Google en debates públicos, la aplicación de la estrategia del “carácter público” [“publicness”] de Jeff Jarvis a la compañía misma, todavía tienen un futuro, puesto que mucho de lo que hace Google es de naturaleza reservada (por ejemplo, sus centros de datos, su política de energía, sus políticas de datos, su determinación del rango de las búsquedas, su colaboración con los servicios secretos). En el caso de Google Books, el uso del dominio público con fines lucrativos es tan evidente que es hora de levantarse y reclamar los terrenos comunales. Mucho de lo que Google desarrolla debería, de hecho, ser infraestructura pública, y podría haberlo sido si tan sólo las universidades y los institutos de investigación hubieran entendido mejor sus deberes públicos. Imagínense a Google como una entidad global del saber sin fines de lucro. Mirando a Wikipedia, eso no es tan utópico del todo.

Regresando a la búsqueda, estamos obsesionados con las respuestas insatisfactorias a nuestras consultas, pero no con el problema subyacente, a saber: la exigua calidad de nuestra educación y la decreciente capacidad de pensar de un modo crítico. ¿Cómo se relacionarán las futuras generaciones con las “islas de razón” de Weizenbaum —y cómo las diseñarán—? Es

Page 11: goglización

necesaria una reapropiación del tiempo. Una “cultura del tiempo” no existe simplemente para pasearse de aquí para allá como un flâneur. Toda la información, cualquier objeto o experiencia, debe estar instantáneamente a mano. Nuestra disposición tecno-cultural automática es la intolerancia temporal. Nuestras máquinas registran la redundancia de software con creciente impaciencia, exigiendo la puesta al día. Y todos estamos demasiado deseosos de complacer, movilizados por el temor de una performance más lenta. Los expertos en usabilidad miden las fracciones de segundo en que decidimos si la información en la pantalla es lo que estamos buscando. Si no estamos satisfechos, damos otro clic. La facultad de hallar cosas valiosas por casualidad requiere mucho tiempo. Podríamos alabar la entrega al azar, pero a duras penas practicar esa virtud nosotros mismos. Si ya no podemos tropezarnos por casualidad con islas de razón mediante nuestras indagaciones, bien podemos construirlas nosotros mismos. Con Lev Manovich y otros colegas, sostengo que necesitamos inventar nuevos modos de interactuar con la información, nuevos modos de representarla y nuevos modos de darle sentido. ¿Cómo están respondiendo los artistas, diseñadores y arquitectos a esos desafíos? Deja de buscar, empieza a preguntar. En vez de tratar de defendernos del “sobreabastecimiento de información”, ¿podemos abordar esta situación creativamente como la oportunidad de inventar nuevas formas apropiadas para nuestro mundo rico en información?

 Traducción del inglés: Desiderio Navarro

 NOTAS[1] Este capítulo es una versión actualizada de un ensayo publicado en junio del 2008 en el magacín Eurozine. Fue publicado nuevamente en ediciones separadas inglesa y alemana de: Konrad Becker/Felix Stalder (eds.), Deep Search: The Politics of Search beyond Google, Studien Verlag, Innsbruck, 2009. Agradezco a Ned Rossiter todas las útiles adiciones y la edición del manuscrito. El artículo fue empleado como ponencia de conceptualización para la Conferencia de la Sociedad de la Consulta, organizada por el Instituto de Culturas en Red en Amsterdam, en noviembre del 2009. En 2010 la iniciativa fue transformada en una red de investigación crítica de los motores de búsqueda, junto con los colegas de Viena (http://networkcultures.org/wpmu/re-search/). [2] El periodista holandés de la tecnología de la información Peter Olsthoorn realizó un exitoso intento de dar un sumario más o menos completo de las actividades de Google con su libro De Macht van Google, Utrecht, Kosmos Uitgeverij, 2010 (en holandés). * N. del T. “Tor es una red de tuneles virtuales que les permite a las personas y grupos mejorar su privacidad y seguridad en Internet. (...) Tor proporciona el fundamento para un abanico de aplicaciones que les permiten a organizaciones e individuos compartir información en las redes públicas sin comprometer su privacidad.” http://www.torproject.org/about/overview.html.en

Page 12: goglización

[3] “The American Wikileaks Hacker” por Nathaniel Rich, Rolling Stone, diciembre 1 de 2010. URL: http://www.rollingstone.com/culture/news/meet-the-american-hacker-behind-wikileaks-20101201?page=5** N. del T. MIT: siglas de Massachusetts Institute of Technology.[4] Joseph Weizenbaum con Gunna Wendt, Wo sind sie, die Inseln der Vernunft im Cyberstrom: Auswege aus der programmierten Gesellschaft, Herder Verlag, Freiburg, 2006.[5] Prefacio de 1983, Joseph Weizenbaum, Computer Power and Human Reason, Londres, Penguin, 1984, p. 11.[6] Por ejemplo, en: Geert Lovink y Pit Schultz, “Academia Cybernetica”, Jugendjahre der Netzkritik, Amsterdam, INC, 2010, pp. 68-72, y Geert Lovink, My First Recession, Rotterdam, V2/NAi, 2003, pp. 38-46.  [7] Wo sind sie, die Inseln der Vernunft, p. 29.*** N. del T. CB: Siglas de Banda Ciudadana. “La radio de la banda de los “ciudadanos” (CB) es un dispositivo comunicacional que les permite a las personas conversar  unos con otros empleando una frecuencia radial. El usuario de la radio CB tiene 40 canales para escoger y usa un banda de 11 metros o 27 MHz. La radio CB radio estuvo destinada originalmente para el uso de divisiones gubernamentales como las militares, y en los años 60 era usada principalmente por firmas de taxis y comerciantes.” http://www.wisegeek.com/what-is-a-cb-radio.htm[8] Jean-Noel Jeanneney, Google and the Myth of Universal Knowledge: A View from Europe, The University of Chicago Press, Chicago, 2007.[9] Véase el artículo de Wikipedia: http://en.wikipedia.org/wiki/Quaero. En diciembre del 2006, Alemania se retiró del proyecto  Quaero. En vez de un motor de búsqueda multimedia, los ingenieros alemanes favorecían uno basado en texto. Según Wikipedia, “muchos ingenieros alemanes también se opusieron a lo que ellos pensaban que se estaba volviendo en demasía un proyecto anti-Google, en vez de un proyecto impulsado por sus propios ideales”.[10] Gerald Reischl, Die Google Falle — Die unkontrollierte Weltmacht im Internet, Viena, Ueberreuter, 2008. Véase también la reseña de Dennis Deicke (en inglés) “Google Unleashed —The New Global Power?”, colgada en nettime, julio 2 de 2009.[11] Reseña de Susanne Gaschke, Klick — Strategien gegen die digitale Verdummung, Friburgo, Herder, 2009. Véase la reseña de  Dennis Deicke (en inglés), colgada en nettime, junio 26 de 2009.[12] Stefan Weber, véase la reseña de Dennis Deicke (en inglés) “Brainless Text Culture and Mickey Mouse Science”. URL: http://networkcultures.org/wpmu/query/2009/06/19/brainless-text-culture-and-mickey-mouse-science/**** N. del T. API: siglas de “application programming interface”: “interfaz de programación de aplicaciones”.[13] Richard MacManus, “Google App Engine: Cloud Control to Major Tom”, ReadWriteWeb, April 8, 2008. URL: http://www.readwriteweb.com/archives/google_cloud_control.php[14] http://www.edge.org/3rd_culture/carr08/carr08_index.html

Page 13: goglización

[15] Nicolas Carr, The Big Switch: Rewiring the World, From Edison to Google, W.W. Norton, Nueva York, 2008.[16] “Los planos que describen el centro de datos de Google en The Dallas, Oregon, son una prueba de que la Web no es un almacén etéreo de ideas que brilla con luz trémula por encima de nuestras cabezas como la aurora boreal. Es una nueva industria pesada, un  glotón de energía que no hace más que ponerse más hambriento”. Ginger Strand, Harper’s Magazine, marzo 2008, p. 60.[17] Nicolas Carr, The Big Switch, Rewiring the World, From Edison to Google, W.W.Norton, Nueva York, 2008.[18] Véase http://www.googlizationofeverything.com/ [19] Siva Vaidhyanathan, The Googlization of Everything, Berkeley, University of California Press, 2011, p. xii.[20] Véase http://northeastwestsouth.net/ y el blog de investigación arriba mencionado.  © Sobre el texto original: Geert Lovink.© Sobre la traducción: Desiderio Navarro.© Sobre la edición en español: Centro Teórico-Cultural Criterios.Se prohíbe la reproducción y difusión de este texto en cualquier medio sin la debida autorización del [email protected], [email protected]