Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    Prefacio

    He aqu unas cuantas notas sobre esta coleccin de narracionesescritas entre 1923 y 1989, de las que slo cuatro han aparecido

    anteriormente en algn libro y ninguna de las cuales estincluida en Coleccin de novelas cortas, publicado en 1972.

    Por qu exclu de aquel volumen Noticias en ingls y Elteniente fue el ltimo en morir? No es que las consideraraindignas de ser publicadas. Fue porque el Tiempo (y con l, elRecuerdo) pasa a una velocidad aterradora. Cuntas personasmenores de sesenta aos recordaran a Lord Haw-Haw, a quien yoescuch cada noche por la radio en 1940, y entenderan el ttuloy el argumento de Noticias en ingls? Es plausible que enaquella guerra, podran muy bien preguntarse, un pelotn desoldados extranjeros aterrizara en paracadas sobre un pueblo deInglaterra?

    Nada de ello haba ocurrido durante la guerra con Alemania ydesde entonces ya nos habamos visto implicados por lo menos enotros tres conflictos.

    Estas preguntas son hoy en da ms pertinentes incluso que en1967, pero corro el riesgo de volver a publicarlas porque megustan los relatos, y mi amigo Cavalcanti hizo una pelcula deEl teniente fue el ltimo en morir que lamento no haber vistonunca, ya que, cuando se proyect, me hallaba fuera de Inglaterracumpliendo con mis deberes blicos.

    El billete de lotera fue incluida en un volumen tituladoDiecinueve narraciones, publicado en 1947, pero excluido deVeintiuna narraciones en 1954. En aquel entonces pens quehaba en ella demasiados ecos de Los caminos sin leyy El poder y la gloria. Bueno, estos dos libros pertenecenahora a un pasado todava ms lejano, por lo que he decididodarle una segunda oportunidad a El billete de lotera.

    Me gustara explicar por qu he desenterrado de una revista delos aos veinte un relato policaco, el titulado Asesinato porrazones equivocadas. Al leerla despus de ms de sesenta aos,

    me encontr con que yo mismo no era capaz de descubrir al asesinoantes de llegar al final.

    Durante aquellos tempranos aos veinte y treinta, estaba muyinteresado en el relato policaco (incluso empec Brighton Rockcon la idea de que fuera una novela policaca), y tengo vagosrecuerdos de una novela de detectives que comenc y abandon aprincipios de la dcada de los treinta en la que el detective eraun cura y el asesino un chico en los primeros aos de su

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    adolescencia.

    La narracin ms antigua de este volumen, La casa nueva, fuepublicada en 1923 en el Oxford Outlook. Por qu lleg apublicarse?, podrn preguntarse algunos con razn. La respuestaes muy simple: yo era el redactor jefe de Outlook.

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    La ltima palabra

    El anciano slo se qued un poco sorprendido, porque por aquelentonces ya se haba acostumbrado a los acontecimientosinexplicables, al recibir de manos de un extrao un pasaporte con

    un nombre que no era el suyo, un visado y un permiso de salidahacia un pas que nunca haba esperado ni deseado siquieravisitar. Era realmente muy viejo, y estaba acostumbrado a lalimitada vida que haba llevado en soledad, sin contactoshumanos; incluso haba hallado una especie de felicidad en laprivacin. Tena una nica habitacin en la que viva y dorma,una cocina pequea y un cuarto de bao. Una vez al mes le llegabauna pensin reducida pero suficiente procedente de Algn Lugarque l ignoraba. Tal vez estuviera relacionada con el accidenteque unos aos antes le haba robado la memoria.

    Todo cuanto le haba quedado en la mente de aquella ocasin era

    un ruido agudo, un resplandor parecido a un relmpago y luego unalarga oscuridad llena de sueos confusos de los que por findespert en aquella misma pequea habitacin en que ahora viva.

    -Irn a buscarlo al aeropuerto el da 25 -le dijo eldesconocido-, y lo llevarn a su avin. Cuando llegue a destinolo estarn esperando, y tendr una habitacin a su disposicin.Lo mejor sera que en el avin no hablara con nadie.

    -El 25? Estamos en diciembre verdad? -Le resultaba difcilllevar la cuenta del tiempo.

    -Por supuesto.-Entonces ser el da de Navidad.

    -El da de Navidad fue abolido hace ms de veinte aos. Despusde su accidente.

    Se qued solo preguntndose, como se puede abolir un da?Despus de que aquel hombre se fuera alz los ojos, medioesperando una respuesta, hacia un pequeo crucifijo de madera quecolgaba sobre su cama. Uno de los brazos de la cruz, y con l unode los brazos de la figura, se haba roto -lo haba encontradodos aos atrs... o acaso eran tres?... en el contenedor debasuras que comparta con aquellos vecinos suyos que jams ledirigan la palabra-. Dijo en voz alta: Y a ti? Te hanabolido?. Fue como si el brazo que faltaba le diera larespuesta: S. En cierto modo, exista una comunicacin entreambos, como si compartieran algn recuerdo.

    Con sus vecinos no mantena ningn tipo de comunicacin. Desdeque haba vuelto a la vida en esta habitacin, no haba hablado

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    con ninguno porque intua que tenan miedo de dirigirle lapalabra. Era como si supieran algo de l que ni l mismo saba.Tal vez se trataba de algn crimen cometido antes de que sehiciera la oscuridad.

    Haba siempre un hombre en la calle que no poda considerarse un

    vecino, pues cambiaba cada dos das, y l tampoco hablabaabsolutamente con nadie, ni tan siquiera con la anciana delltimo piso, que era muy dada al chismorreo. Una vez, en lacalle, la viejecita haba pronunciado el nombre -no el nombre delpasaporte- con una mirada de reojo que los incluy a ambos, alanciano y al vigilante. Era un nombre muy comn: Juan.

    En una ocasin, tal vez porque el da era resplandeciente yclido despus de varias semanas de lluvia, el anciano sepermiti dirigir un comentario al hombre de la calle cuando iba abuscar el pan, Dios lo bendiga, amigo, y el hombre hizo unamueca como si un dolor repentino lo hubiera fulminado, y le dio

    la espalda. El anciano sigui su camino a comprar el pan, que erasu alimento bsico, y se dio cuenta de que haca rato que leseguan hasta la tienda. La atmsfera, en general, era un tantomisteriosa, pero l no se senta extremadamente perturbado. Unavez hizo una observacin a su nico auditorio, la figura demadera estropeada, Me parece que nos quieren dejar solos, a ti ya m. Estaba bastante contento, como si en algn lugar deloscuro y olvidado pasado hubiera llevado una carga inmensa de laque ahora se haba liberado.

    El da que l segua considerando da de Navidad lleg, y eldesconocido tambin...

    -Para llevarlo al aeropuerto. Ha terminado de hacer las maletas?

    -No tengo mucho para llevarme, y no tengo maleta.

    -Ir a buscarle una -y as lo hizo.

    Mientras el desconocido estuvo ausente, el anciano envolvi lafigura de madera con su nica chaqueta de recambio, queinmediatamente puso en la maleta cuando la tuvo, y la cubri condos camisas y algo de ropa interior.

    -Es todo lo que tiene?

    -A mi edad se necesita poca cosa.

    -Qu es lo que lleva en el bolsillo?

    -No es ms que un libro.

    -Deje que lo vea.

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    -Por qu?

    -Tengo rdenes.

    Arrebat el libro de las manos del anciano y mir la pgina delttulo.

    -No tiene derecho a ello. Cmo lleg a su poder?

    -Lo tengo desde que era nio.

    -Hubieran debido confiscrselo en el hospital. Tendr quedenunciarlo.

    -Nadie tiene la culpa. Lo escond.

    -Lo trajeron hasta aqu inconsciente. Era incapaz de escondernada.

    -Me imagino que estaban demasiado ocupados salvndome la vida.

    -A eso yo lo llamo negligencia criminal.

    -Creo recordar que alguien s me pregunt de qu se trataba. Lesdije la verdad. Un libro de Historia antigua.

    -Historia prohibida. Ir al incinerador.

    -No es tan importante -dijo el anciano-. Lea unas pginasprimero.

    Ya lo ver.

    -No voy a hacer nada de eso. Yo soy leal al General.

    -Oh, tiene usted razn, naturalmente. La lealtad es una granvirtud.

    Pero no se preocupe. Llevo varios aos sin leer mucho del libro.Mis pasajes favoritos los tengo en la cabeza, y no me puedenincinerar la cabeza.

    -No est demasiado seguro de ello -replic el hombre.

    Fueron sus ltimas palabras hasta que llegaron al aeropuerto, yall, por alguna extraa razn, todo cambi.

    Un oficial uniformado dio la bienvenida al anciano con tantacortesa que a ste le pareci volver a un pasado muy lejano. Eloficial incluso le hizo un saludo militar. Dijo:

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    -El General me ha pedido que le deseara un agradable viaje.

    -Adnde me llevan?

    El oficial no respondi a su pregunta, sino que se dirigi al

    guardia de paisano:

    -Es eso todo su equipaje?

    -Eso es todo, excepto que le he confiscado este libro.

    -Djeme verlo -el oficial mir el ttulo-. Por supuesto -dijo-,estaba usted cumpliendo con su deber, pero de todos modosdevulvaselo. Se trata de circunstancias especiales. Es uninvitado del General, y adems no hay ningn peligro en un libroas, ahora.

    -La ley...

    -Incluso las leyes pueden quedar anticuadas.

    El anciano repiti su pregunta con otras palabras.

    -En que lnea voy a viajar?

    -Usted tambin, seor, est un poco anticuado. Ahora slo existeuna lnea: Mundo Unido.

    -Vaya, vaya, cuntos cambios ha habido.

    -No se preocupe, seor, la poca de cambio ha terminado. El mundoest en orden y reina la paz. No hay necesidad de cambios.

    -Adnde me llevan?

    -A otra provincia solamente. No es ms que un vuelo de cuatrohoras.

    En el avin personal del General.

    Era un avin excepcional. Tena lo que se podra llamar una salade estar con amplios sillones, suficientes para seis personas, de

    modo que pudieran transformarse en camas; al pasar ante unapuerta abierta vio un bao -haca aos que no haba visto un bao(su pequeo estudio no tena ms que una ducha)- y sinti unfuerte deseo de pasar las prximas horas desentumecindose enagua tibia. Una barra separaba las butacas de la cabina delpiloto, y un auxiliar de vuelo casi servil le ofreci unaseleccin entre lo que parecan ser las bebidas de todas lasnaciones, si es que se poda hablar de naciones en ese MundoUnido. Ni tan siquiera sus pobres vestidos parecieron disminuir

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    el respeto del auxiliar de vuelo. Seguramente se mostraba servilcon todos los invitados del General, por ms que pudieraconsiderarlos poco dignos de serlo.

    El oficial tom asiento a cierta distancia, como si quisieradejarlo discretamente en paz con su libro prohibido, pero lo que

    el anciano senta era un deseo an ms apremiante de paz ysilencio. El misterio de las cosas lo agotaba: el misterio deaquel pequeo estudio que haba dejado, de la tensin procedentede Dios sabe dnde, de aquel avin de lujo y sobre todo delbao... Su pensamiento, como tan a menudo suceda, fue en pos desu recuerdo, que se detena abruptamente en aquel sobrecogedorrestallido y en la oscuridad que se hizo a continuacin...cuntos aos atrs? Era como si hubiera estado viviendo bajo losefectos de una anestesia total, que solamente ahora empezaba adisiparse. De pronto se asust, en aquel gran avin privado, delos recuerdos que podan revivir si despertara. Empez a leer sulibro; se abri automticamente debido a la fuerza de la

    costumbre en un pasaje que saba de memoria: l estaba en elmundo y el mundo fue creado por l, y el mundo no lo conoca.

    La voz del auxiliar de vuelo son en su odo:

    -Un poco de caviar, seor, o un vaso de vodka, o prefiere unvaso de vino blanco seco?

    Sin levantar los ojos de la pgina que le era familiar, dijo:

    -No, no, gracias. No tengo ni hambre ni sed.

    El tintineo del vaso que el auxiliar de vuelo retir, le trajo unrecuerdo. Su mano, por su cuenta y riesgo, intentaba depositaralgo encima de la mesa que tena ante s, y por un momento viofrente a l a una multitud de desconocidos con las cabezasinclinadas, hubo un silencio absoluto y a continuacin se produjoaquel estallido sobrecogedor seguido de la oscuridad...

    La voz del auxiliar de vuelo lo despert.

    -Su cinturn de seguridad, seor.

    Llegaremos dentro de cinco minutos.

    Otro oficial lo estaba esperando al pie de la escalerilla y lollev hacia un coche grande. La ceremonia, la cortesa, el lujoremovan los recuerdos ocultos. Ahora ya no experimentaba ningunasorpresa: era como si hubiera pasado por todo aquello muchos aosatrs; mecnicamente dio a la mano un gesto de desaprobacin y sele escap una frase de los labios, Yo soy un servidor de losservidores, que qued inacabada mientras la portezuela se

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    cerraba de un golpe.

    Pasaron por unas calles que, a excepcin de unas pocas colas antedeterminadas tiendas, estaban vacas.

    Una vez ms empez a decir Yo soy un servidor. A la puerta del

    hotel el gerente los estaba esperando. Salud con una inclinacinde la cabeza y le dijo al anciano:

    -Me siento orgulloso de recibir a un invitado personal delGeneral.

    Espero que se sienta plenamente satisfecho durante su cortaestancia entre nosotros. No tiene ms que pedirnos...

    El anciano contempl con asombro los catorce pisos, y pregunt:

    -Cunto tiempo me van a tener aqu?

    -La reserva es para una noche, seor.

    El oficial intervino apresuradamente:

    -Para que maana pueda usted ver al General. El General desea queesta noche descanse bien despus de su viaje.

    El anciano rebusc en su memoria y encontr un nombre. Era comosi estuviera recuperando la memoria por pedazos.

    -El General Megrim?

    -No, no. El General Megrim muri hace casi veinte aos.

    Al entrar en el hotel, un portero uniformado lo salud. Elconserje tena las llaves preparadas. El oficial dijo:

    -Aqu lo dejo, seor, y vendr a buscarlo a las once maana porla maana. Su cita con el General es a las once treinta.

    El gerente lo acompa al ascensor.

    Cuando ambos estuvieron lejos, el conserje se volvi hacia eloficial.

    -Quin es este caballero? El invitado del General? A juzgar porsus vestidos, un hombre muy pobre.

    -Es el Papa.

    -El Papa? Quin es el Papa?

    -pregunt el conserje, pero el oficial sali del hotel sin darle

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    una respuesta.

    Cuando el gerente lo dej solo, el anciano se dio cuenta de locansado que estaba, pero examin con asombro cuanto le rodeaba.

    Incluso comprob el espesor del suculento colchn de la enormecama doble. Abri la puerta del cuarto de bao y vio unacoleccin de botellitas. La nica cosa que se tom la molestia desacar de la maleta fue la estatuilla de madera que habaescondido con tanto esmero. La apoy contra el espejo deltocador. Tir su ropa encima de una silla y luego, como siestuviera acatando una orden, se tumb en la cama. Si hubieracomprendido algo de lo que estaba sucediendo, tal vez le hubieraresultado imposible dormir, pero al no entender nada fue capaz dehundirse en el grueso colchn, donde inmediatamente se queddormido, y tuvo un sueo, fragmentos del cual recordaba aldespertar.

    Haba estado hablando -lo vea todo con claridad- en una especiede cobertizo inmenso a un auditorio de media docena de personascomo mximo. De una de las paredes colgaba una cruz mutilada yuna figura sin un brazo, como la que haba estado escondida en sumaleta. No llegaba a recordar lo que haba estado diciendo,porque las palabras eran en una lengua -o en varias lenguas- quel no saba o no poda recordar. Lentamente, el cobertizodisminuy de dimensiones hasta que no fue mayor que el pequeoestudio que haba dejado, y arrodillada ante l haba unaviejecita con una nia al lado. La nia no estaba arrodillada,sino que le diriga una mirada desdeosa que pareca expresar supensamiento con la misma claridad que si estuviera hablando envoz alta, No entiendo ni una palabra de lo que ests diciendo,y por qu no puedes hablar como es debido?.

    Se despert con una terrible sensacin de fracaso y se quedtendido en la cama intentando desesperadamente seguir el hilo quelo llevara de regreso al sueo para poder pronunciar algunaspalabras que la nia fuera capaz de comprender. Incluso ensayunas cuantas de ellas al azar. Pax, dijo en voz alta, pero sasera una palabra tan extraa para ella como lo haba sido paral. Lo intent con otra, Amor. Le vino a los labios con mayorfacilidad, pero en aquel momento le pareci una palabra demasiadocomn con su significado contradictorio. Encontr que ni l mismo

    saba lo que quera decir en realidad.

    Era algo que no estaba seguro de haber experimentado nunca. Talvez -antes del extrao estallido en la oscuridad que se hizo acontinuacin- hubiera tenido una idea al respecto, pero seguroque si el amor tena alguna importancia real, algn pequeorecuerdo habra sobrevivido.

    Sus incmodos pensamientos fueron interrumpidos por la entrada de

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    un camarero que le trajo una bandeja con caf y una variedad depanecillos y croissants que jams haba visto en la pequeapanadera que le serva la nica comida que tomaba.

    -Seor, el coronel me ha pedido que le recordara que l estaraqu a las once para llevarlo a ver al General y que la ropa que

    deber vestir para tal ocasin est en el armario.

    En caso de que con las prisas de su marcha se hubiera olvidado deponerlas en la maleta, encontrar maquinilla de afeitar y brochay todo lo necesario en el cuarto de bao.

    -Mi ropa est encima de la silla -le dijo al camarero, y aadiuna broma amistosa-. No llegu hasta aqu totalmente desnudo.

    -Me han dicho que me la llevara.

    Todo cuanto necesita est all -y seal el armario.

    El anciano mir su chaqueta, pantaln, camisa y calcetines, ymientras el camarero los coga con cautela, le vino alpensamiento, y no por primera vez, que verdaderamente necesitabanser lavados. Durante aquellos ltimos aos no haba visto raznalguna para malgastar una parte de su modesta pensin en lalavandera, cuando las nicas personas que lo vean conregularidad eran el panadero, los hombres enviados para vigilarloy de vez en cuando algn vecino que procuraba no mirarle eincluso cruzaba la calle para evitarlo. Puede que la ropa limpiafuera una necesidad social para los dems, pero l no tena vidasocial.

    El camarero lo dej a solas y l se qued en calzoncillosrumiando acerca del misterio de las cosas. Luego llamaron a lapuerta y entr el oficial que lo haba trado hasta all.

    -Pero si todava no est vestido, y no ha comido usted nada! ElGeneral espera que seamos puntuales.

    -El camarero se ha llevado mi ropa.

    -Sus vestidos estn en el armario.

    Abri la puerta de golpe y el anciano vio colgados un sobrepelliz

    blanco y una capa blanca. Dijo:

    -Por qu? Qu me estn pidiendo? No tengo derecho...

    El General desea hacerle este honor. l mismo ir rigurosamenteuniformado. Hay incluso una guardia de honor esperndole. Ustedtambin debe llevar su uniforme.

    -Mi uniforme?

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    -Dse prisa y afitese. Es casi seguro que habr fotgrafos de laprensa mundial. La Prensa del Mundo Unido.

    El anciano obedeci y en su aturdimiento se cort varias veces.Despus se puso a regaadientes su traje y su capa blancos. En la

    puerta del armario haba un espejo, y el anciano exclamhorrorizado:

    -Parezco un cura.

    -Era usted un cura. Las vestiduras nos han sido prestadas paraesta ocasin por el Museo Mundial de Mitos. Extienda la mano.

    El anciano obedeci. Haba hablado la Autoridad. El oficial lepuso un anillo en un dedo.

    -El Museo -dijo- se mostraba reacio a prestarnos el anillo, pero

    el General insisti. sta es una ocasin que jams volver arepetirse.

    Sgame, por favor.

    Cuando se disponan a salir de la habitacin, el objeto de maderaque estaba encima del tocador le llam la atencin.

    -No hubieran debido permitirle que lo trajera consigo.

    El anciano no tena ningunas ganas de causar problemas a nadie.

    -Lo escond con mucho cuidado -respondi.

    -No importa. Me parece que el Museo se alegrar de tenerlo.

    -Quiero conservarlo.

    -Me parece que no lo va a necesitar despus de ver al General.

    Transitaron por muchas calles extraamente vacas antes de llegara una gran plaza. Delante de lo que en otro tiempo debi de serun palacio, haba una fila ordenada de soldados, y all el coche

    se detuvo. El oficial le dijo:

    -Bajamos aqu. No se alarme. El General quiere hacerle loshonores militares adecuados como antiguo jefe de Estado.

    -Jefe de Estado? No lo entiendo.

    -Por favor. Usted primero. El anciano hubiera tropezado con susropas si el oficial no lo hubiera cogido del brazo. Al

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    enderezarse se oy un estallido y estuvo a punto de volver acaerse. Fue como si aquel restallido agudo que haba odo unavez, antes de que la larga oscuridad lo envolviera entre suspliegues, se hubiera multiplicado por doce. Era como si elestallido le hubiera partido la cabeza en dos y en aquel boqueteempezaran a entrar a raudales los recuerdos de toda una vida.

    -No lo entiendo -repiti.

    -En honor suyo.

    Baj los ojos hacia sus pies y vio el pliegue del sobrepelliz. Semir la mano y vio el anillo. Se oy un choque de metal. Lossoldados estaban presentando armas.

    El General lo salud con cortesa y fue directo al grano. Dijo:

    -Quiero que comprenda que yo no fui en ningn sentido responsabledel intento de asesinato del que fue objeto. Fue un grave errorde uno de mis predecesores, un tal General Megrim.

    Errores de este tipo se cometen con facilidad en las ltimasetapas de una revolucin. Nos ha llevado cien aos establecer elEstado mundial y la paz mundial. A su manera, le tena miedo austed y a los pocos seguidores que an tena.

    -Me tena miedo?

    -S. Tiene que comprender que a lo largo de la Historia suIglesia ha sido responsable de muchas guerras.

    Por fin hemos abolido la guerra.

    -Pero usted es un General. Fuera he visto a varios soldados.

    -Quedan como guardianes de la paz mundial. Tal vez dentro deotros cien aos dejarn de existir, del mismo modo que su Iglesiaha dejado de existir.

    -Ha dejado de existir? Perd la memoria hace mucho tiempo.

    -Usted es el ltimo cristiano viviente -dijo el General-. Esusted una figura histrica. Por esta razn quera rendirlehonores al final.

    El General sac una pitillera y se la ofreci.

    -Fumar usted conmigo, Papa Juan? Siento haber olvidado elnmero. Era Xxix?

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    -Papa? Lo lamento, pero no fumo.

    Por qu me llama Papa?

    -El ltimo Papa, pero Papa, no obstante.

    El General encendi un cigarrillo y prosigui:

    -Debe comprender que no tenemos nada en absoluto contra usted,personalmente. Usted ocupaba una posicin importante. Nosotroscompartamos muchas ambiciones. Tenamos mucho en comn. Era unade las razones de que el General Megrim lo considerara un enemigopeligroso. Usted representaba, mientras tuviera seguidores, unaeleccin alternativa. Mientras hubiera eleccin alternativahabra siempre guerra. Yo no estoy de acuerdo con el mtodo queutiliz. Dispararle de un modo tan clandestino cuando estabadiciendo... cmo lo llama usted?

    -Mis oraciones?

    -No, no. Era una ceremonia pblica que ya estaba prohibida por laley.

    El anciano se sinti perdido.

    -Misa? -pregunt.

    -S, s, creo que sa era la palabra. Con lo que l plane, elproblema era que hubiera podido convertirlo en un mrtir yretrasar nuestro programa de manera considerable. Es cierto queslo haba una docena de personas en aquella... cmo lo llama?

    Misa. Pero su mtodo era arriesgado.

    El sucesor del General Megrim se dio cuenta, y yo he seguido lamisma lnea, ms discreta. Lo hemos conservado con vida. Nuncahemos permitido que la prensa hiciera ni tan siquiera unareferencia a su persona, ni a su discreta vida apartado delmundo.

    -No acabo de comprenderlo del todo. Debe usted excusarme. Estoyslo empezando a recordar. Ahora mismo, cuando sus soldadosdispararon...

    -Lo hemos mantenido en vida porque usted era el ltimo lder deaquellos que seguan llamndose cristianos.

    Los dems abandonaron sin demasiada dificultad. Qu montn denombres raros: Testigos de Jehov, Luteranos, Calvinistas,Anglicanos. Con los aos, todos se fueron extinguiendo, uno trasotro. Los de su faccin se llamaban a s mismos Catlicos, comosi pretendieran representar al grupo entero, a pesar de que al

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    mismo tiempo los combatan. Supongo que, histricamente, lossuyos fueron los primeros en organizarse y declarar que seguan aaquel mtico carpintero judo.

    El anciano dijo:

    -Me pregunto cmo se le rompi el brazo.

    --El brazo?

    -Perdn. Estaba divagando.

    -Dejamos para el final lo que quedaba de usted porque todavatena unos cuantos seguidores y porque tenamos determinadosobjetivos en comn. La paz en el mundo, la destruccin de lapobreza. Hubo un perodo durante el cual pudimos utilizarlo.

    Utilizarlo para destruir la idea de los pases de mbito nacional

    por el bien de una entidad ms amplia. Sus seguidores habandejado de ser un peligro real, lo cual haca la accin delGeneral Megrim innecesaria -o en cualquier caso prematura-. Ahoraestamos satisfechos de que todas esas tonteras se hayanterminado, olvidado. No tiene seguidores, Papa Juan.

    Lo he tenido estrechamente vigilado durante estos ltimos veinteaos. Ni una sola persona ha intentado ponerse en contacto conusted. Usted no tiene ningn poder y el mundo es uno y reina lapaz. Usted ya no es un enemigo que inspire temor. Lo lamento porusted, porque deben haber sido unos aos muy largos y aburridosen aquella pequea vivienda. En cierto modo, la fe es como lavejez. No puede durar siempre. El Comunismo envejeci y muri, ylo mismo le sucedi al Imperialismo. El Cristianismo tambin estmuerto, a excepcin de usted.

    Supongo que, si de Papas se trata, usted era un buen Papa, ydeseo hacerle el honor de dejar de mantenerlo en esas tristescondiciones.

    -Es usted muy amable. No eran tan tristes como usted cree. Tenaa un amigo conmigo. Poda hablar con l.

    -Qu demonios quiere usted decir?

    Estaba solo. Incluso cuando sala de su casa para comprar el panestaba solo.

    -Me estaba esperando al regresar.

    Me gustara mucho que no se hubiera roto el brazo.

    -Oh, est usted hablando de aquella imagen de madera. El Museo delos Mitos se alegrar de poder aadirla a su coleccin. Pero ha

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    llegado el momento de hablar de cosas serias, y no de mitos. Veusted este arma que estoy poniendo encima de mi escritorio? Nocreo que a las personas se les deba permitir que sufrangratuitamente, sin necesidad alguna. Yo lo respeto a usted. Yo nosoy el General Megrim. Quiero que muera con dignidad. El ltimoCristiano. ste es un momento histrico.

    -Tiene usted la intencin de matarme?

    -S.

    El anciano sinti alivio, no temor, Dijo:

    -Va usted a enviarme donde a menudo he deseado ir durante estosltimos veinte aos.

    -A la oscuridad?

    -Oh, la oscuridad que yo he conocido no era la muerte. Slo erauna ausencia de luz. Usted me va a mandar a la luz. Le estoyagradecido.

    -Tena la esperanza de que compartiera conmigo una ltima comida.Como una especie de smbolo. Smbolo de una amistad final entredos seres nacidos para ser enemigos.

    -Perdneme, pero no tengo hambre.

    Deje que prosiga la ejecucin.

    -Por lo menos, tmese un vaso de vino conmigo, Papa Juan.

    -Gracias. Eso s lo tomar.

    El General sirvi dos vasos. Le tembl un poco la mano al apurarel suyo. El anciano alz el suyo como si estuviera saludando. Envoz baja pronunci unas palabras que el General no pudo entenderdel todo, pues era una lengua que no comprenda.

    -Corpus domini nostri...

    Mientras la presin ejercida sobre el gatillo y la explosin dela bala, una extraa y aterradora duda le vino al pensamiento:

    sera posible que lo que aquel hombre crea fuera verdad?

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    Noticias en ingls

    Aquella noche no se oa por la radio la voz de Lord Haw-Haw(1) deZeesen.

    La nueva voz fue captada en toda Inglaterra; precisa y ms bien

    montona, era la voz tpica de un catedrtico ingls.

    Durante su primera emisin radiofnica el locutor se calific as mismo como un hombre suficientemente joven para simpatizar conlo que l llam el resurgimiento de la juventud en toda la nuevaAlemania, y ste fue el motivo -combinado con el tono pedante-de que inmediatamente se le diera el apodo de Dr. Funkhole(2).

    :

    (1) Lord Haw-Haw fue el apodo del locutor nazi que hacapropaganda en ingls durante la segunda guerra mundial.(N. del

    t.).

    (2) Funk hole, en ingls =trinchera. Pero Funk, en ingls, La tragedia de este tipo dehombre es que nunca estn solos en el mundo.

    La vieja Mrs. Bishop estaba haciendo punto junto al hogar en sucasa de Crowborough cuando la joven Mrs.

    Bishop sintoniz con Zeesen. El calcetn era de color caqui: eracomo si una lo hubiera cogido en el punto en que la otra se lehaba escapado el punto en 1918. La casa lgubre y confortable se

    hallaba en una de las largas avenidas, llenas de piceas ylaureles y una capa de nieve, acostumbradas solamente a laspisadas de gente mayor y jubilada. La joven Mrs. Bishop jamsolvid aquel momento; el viento que soplaba de ms all deAshdown Forest azotando la ventana cerrada, y su suegra haciendopunto tranquilamente, y la sensacin de que todo estaba esperandoaquel momento. Entonces la voz irrumpi en la sala, y la viejaMrs. Bishop dijo con firmeza:

    :

    tambin significa rajarse; y en alemn, emisin de radio.

    -Es David.

    La joven Mary Bishop protest en vano:

    -... No puede ser -pero lo saba.

    -Si t no conoces a tu marido, yo s conozco a mi hijo.

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    Pareca increble que el hombre que estaba hablando no pudieraorlas, que continuara reiterando por centsima vez las viejasmentiras, como si no existiera nadie en el mundo que loconociera; una esposa o una madre. La vieja Mrs. Bishop habadejado de hacer punto. Dijo:

    -Es el hombre sobre el que han estado escribiendo... el DoctorFunkhole?

    -Tiene que ser l.

    -Es David.

    La voz era extraordinariamente convincente y estaba entrando enprecisos detalles tcnicos. David Bishop haba sido catedrticode matemticas en Oxford. Mary Bishop apag la radio retorciendoel botn y se sent al lado de su suegra.

    -Querrn saber quin es -dijo Mrs. Bishop.

    -No debemos decrselo -dijo Mary.

    Los dedos viejos haban empezado a trabajar en el calcetn caqui.

    -Es nuestro deber -dijo la mayor de las dos.

    El deber, le pareca a Mary Bishop, era una enfermedad que secontraa con la edad; una dejaba de sentir a las grandes mareasdel patriotismo y del odio.

    -Deben de haberle obligado a hacerlo. No sabemos qu amenazas...

    -dijo Mary Bishop.

    -Eso no viene al caso.

    Mary se entreg dbilmente a deseos imposibles.

    -Si al menos hubiera escapado a tiempo. Nunca quise que dieraaquel curso.

    -Siempre fue obstinado -dijo la vieja Mrs. Bishop.

    -Dijo que no habra guerra.

    -Dame el telfono.

    -Pero ya sabes qu significa -dijo Mary Bishop-. Tal vez seajuzgado por traicin, si ganamos.

    -Cuando ganemos -dijo la vieja Mrs. Bishop.

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    No se le cambi el apodo, ni tan siquiera despus de lasentrevistas con ambas seoras Bishop, ni tan siquiera despus delarticulito agridulce y despectivo sobre la anterior carrera deDavid Bishop. Ahora se sugera que siempre haba sabido que laguerra era inminente, que se haba ido a Alemania para escapar

    del servicio militar, dejando a su esposa y a su madre a mercedde las bombas. Mary Bishop luch, casi en vano, para que de algnmodo se reconociera que caba la posibilidad de que hubiera sidoforzado, mediante amenazas e incluso mediante violencia fsica.Lo mximo que uno de los peridicos estuvo dispuesto a admitir,fue que si se haban utilizado las amenazas, Bishop haba optadopor una salida muy poco heroica. Alabamos a los hroes como sifueran algo excepcional, y sin embargo estamos siempre dispuestosa censurar a quien carece de herosmo. El apodo de Dr. Funkholeperdur.

    Pero, para Mary Bishop, lo peor de todo era la actitud de la

    vieja Mrs. Bishop. Cada noche, a las 9.15, hurgaba en la llaga.Haba que sintonizar el aparato de radio con Zeesen, y se estabaall sentada, escuchando la voz de su hijo y tejiendo calcetinespara algn soldado desconocido de la Lnea Maginot. Para la jovenMrs. Bishop todo aquello no tena ningn sentido; y lo que menossentido tena era aquella voz pedante y montona con suselaboradas y bien construidas mentiras. Ahora tena miedo de ir aCrowborough: los susurros en la oficina de correos, las carasfamiliares observndola furtivamente en la biblioteca. Algunasveces pensaba, casi con odio, ?por qu David me ha hecho esto am? ?Por qu?

    Luego, inesperadamente, obtuvo una respuesta.

    Por una vez, la voz abri un nuevo camino. Dijo, En algn lugarde Inglaterra quizs mi mujer me est escuchando. Para el restode vosotros soy un desconocido, pero ella sabe que no tengo lacostumbre de mentir.

    Que hiciera una llamada personal ya era demasiado. Mary Bishop sehaba enfrentado con su suegra y con los periodistas, pero nopoda enfrentarse con su esposo. Empez a llorar, sentada muycerca del aparato de radio como se sienta una nia junto a sucasa de muecas cuando dentro se ha roto algo que nadie puedearreglar.

    Oa la voz de su marido hablando como si lo tuviera al alcance dela mano desde un pas que ahora era ms lejano e inaccesible queotro planeta.

    La verdad es que....

    Las palabras llegaron despacio, como si l estuviera subrayandoun determinado punto en una conferencia, y luego sigui hablando

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    de lo que poda incumbir a una esposa. El bajo precio de lacomida, la cantidad de carne en los comercios. Se meti endetalles, proporcionando cifras, eligiendo observaciones extraase irrelevantes -como mandarinas y cebras de juguete- tal vez paradar un efecto de riqueza y variedad.

    De repente Mary Bishop se irgui en su silla con un espasmo, comosi despertara. Dijo:

    -Oh, Dios mo, dnde est el lpiz? -y volc uno de los adornossobrantes al buscarlo.

    Empez a escribir, pero al cabo de nada la voz estaba diciendo:Gracias por haberme escuchado con tanta atencin, y Zeesen seesfum por el aire. Mary Bishop dijo:

    -Demasiado tarde.

    -Qu es lo que es demasiado tarde? -dijo la vieja Mrs. Bishop demodo incisivo-. Por qu queras un lpiz?

    -Era slo una idea -respondi Mary Bishop.

    Al da siguiente fue acompaada arriba y abajo por los frospasillos sin calefaccin de un Ministerio del Ejrcito que tenala mitad de las habitaciones vacas, evacuadas. Por extrao quepudiera parecer, su relacin con David Bishop le resultaba ahorade utilidad, aunque slo fuera porque despertaba ciertacuriosidad y un poco de compasin. Pero ahora ya no queracompasin, y por fin haba dado con el hombre apropiado. Laescuch con mucha cortesa. No iba uniformado. Su traje de buentweedle daba una apariencia como si acabara de llegar del campo y slohubiera venido a pasar un par de das al despacho, para atender alos asuntos de la guerra. Cuando ella termin, dijo:

    -Es una historia bastante increble, sabe, Mrs. Bishop? Como esnatural, para usted ha significado una fuerte conmocin... esa...bueno...

    esa accin de su marido.

    -Me siento orgullosa de ello.

    -Slo porque en los viejos tiempos tenan ustedes esta...estratagema, cree usted realmente...?

    -Si estaba lejos de m y me llamaba por telfono diciendo Laverdad es que, siempre significaba: Todo eso no son ms quementiras, pero anota las iniciales de las palabras que vienen acontinuacin... Oh, Coronel, si usted supiera cuntos fines de

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    semana desastrosos le he ahorrado...

    porque, ve usted?, siempre poda llamarme por telfono, inclusodelante de su anfitrin -dijo con la voz empaada de lgrimas-.Entonces le mandaba un telegrama...

    -S. Pero aun as... esta vez no aclar nada, no es cierto?

    -Llegu tarde. No tena lpiz.

    Slo pude anotar seis letras... ya s que no parecen tenerdemasiado sentido.

    Empuj hacia el otro lado de la mesa un papel en el que podaleerse:

    Sospic.

    -Ya s que podra ser una coincidencia... que parece que formeuna especie de palabra.

    -Una extraa palabra.

    -No podra ser el nombre de una persona?

    El oficial vestido de tweed estaba mirando el papel, advirtiella de pronto, con verdadero inters... como si se tratara deuna rara especie de faisn.

    -Disclpeme un momento -dijo; y la dej a solas.

    Ella lo oa hablar por telfono con alguien que se hallaba enotra habitacin: el sonido corto de la campanilla, silencio, yluego una voz grave que no poda or. Despus regres, y ella sedio cuenta inmediatamente al ver su cara de que todo iba bien.

    El oficial se sent y juguete con una pluma estilogrfica. Eraevidente que se senta turbado. Empez una frase y la dejinacabada. Luego, con un nudo en la garganta debido a lavergenza, dijo de un tirn:

    -Tendremos que disculparnos con su marido.

    -Significan algo estas letras?

    Era evidente que el oficial estaba diciendo algo que le resultabadifcil y no le era habitual: no estaba acostumbrado a confiarseal pblico civil.

    Pero ella haba dejado de pertenecer al pblico civil.

    -Querida Mrs. Bishop -dijo-, voy a tener que pedir mucho de

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    usted.

    -Por supuesto. Lo que sea.

    Pareca que hubiera tomado su decisin y dej de juguetear.

    -Un buque neutral llamado Picha sido hundido a las cuatro de esta madrugada, con unas prdidasde doscientas vidas. SOS Pic. Si hubiramos conocido laadvertencia de su marido, habramos podido mandar destructores atiempo. He estado hablando con el Almirantazgo.

    Mary Bishop dijo en tono furioso:

    -Todo lo que estn escribiendo acerca de David. No hay nadie quetenga el valor de...?

    -sta es la peor parte, Mrs.

    Bishop. Deben seguir escribindolo.

    No debe saberlo nadie, excepto mi departamento y usted.

    -Ni su madre?

    -No debe decrselo ni a ella.

    -Pero no pueden hacer que, por lo menos, lo dejen en paz?

    -Esta tarde les pedir que intensifiquen su campaa... paradisuadir a otros. Un artculo sobre la vertiente legal de latraicin.

    -Y si me niego a guardar silencio?

    -La vida de su esposo no valdra gran cosa. no cree?

    -O sea que debe seguir as?

    -S. Debe seguir as.

    As sigui durante cuatro semanas.

    Ahora Mary Bishop sintonizaba cada noche con Zeesen presa de unnuevo terror: que no radiaran su emisin.

    Era un cdigo de nios. Cmo era posible que no lo detectaran?Pero no lo detectaban. La simplicidad puede engaar a los hombresde mente complicada. Adems, cada noche tena que or lasacusaciones de su madre poltica; sacaba a relucir todos losepisodios que ella consideraba vergonzosos en el pasado de un

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    nio, el ms pequeo incidente. Durante la guerra anterior, lasmujeres haban encontrado una especie de orgullo al entregar asus hijos; tambin ahora hacan su ofrenda en el altar de unpatriotismo pervertido. Pero la joven Mrs.

    Bishop ya no lloraba; se limitaba a resistir. Or la voz de su

    marido era alivio suficiente.

    No era frecuente que tuviera una informacin que dar; la frasela verdad es que escaseaba en sus discursos. A veces se tratabade los nmeros de los regimientos que pasaban por Berln, o delos hombres que estaban de permiso; pequeos detalles que taltuvieran importancia para el servicio de informacin militar,pero que a ella le costaba creer que merecieran arriesgar lavida. Si eso era todo lo que l poda hacer, por qu, por qu noles haba dejado que lo internaran sin ms?

    Al final, ya no lo pudo soportar.

    Volvi a visitar el Ministerio del Ejrcito. El hombre vestido detweed segua all, pero, por alguna razn, esta vez llevaba unfrac y una pechera negra, como si hubiera asistido a un funeral.Deba de haber ido a un funeral, y Mary Bishop pens con msmiedo que nunca en su esposo.

    -Es un hombre valiente, Mrs.

    Bishop -dijo l.

    -No hace falta que me lo diga -grit ella con amargura.

    -Nos ocuparemos de que obtenga la ms alta condecoracin...

    -Condecoraciones!

    -Qu quiere usted, Mrs. Bishop?

    Est cumpliendo con su deber.

    -Igual que otros hombres. Pero ellos vuelven a casa de permiso.Algn da. No puede seguir as para siempre. Lo ms seguro es quelo descubran pronto.

    -Qu podemos hacer?

    -Pueden sacarlo de all. No ha hecho ya bastante para ustedes?

    l respondi con amabilidad.

    -Queda lejos de nuestras posibilidades. Cmo podramoscomunicarnos con l?

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    -Seguro que tienen ustedes agentes.

    -Se perderan dos vidas. Se imagina lo vigilado que est?

    S. Se lo poda imaginar a la perfeccin. Haba pasado demasiadasvacaciones en Alemania -como la prensa no haba dejado de

    averiguar- para no saber de qu manera vigilaban all a laspersonas, intervenan las lneas telefnicas, escudriaban a loscompaeros de mesa.

    Dijo el oficial:

    -Si hubiera algn modo de hacerle llegar un mensaje, tal vezpudiramos arreglarlo. Se lo debemos.

    La joven Mrs. Bishop respondi en seguida antes de que el oficialtuviera tiempo de cambiar de opinin:

    -Bueno, el cdigo funciona en los dos sentidos. La verdad esque!Emitimos noticias en alemn. Quiz las escuche algn da.

    -S. Cabe la posibilidad.

    Se hizo cmplice del plan porque una vez ms necesitaban suayuda.

    Primero, queran llamarle la atencin con alguna frasecaracterstica de su esposa. Ao tras ao haban hablado enalemn entre ellos durante sus vacaciones en Alemania. Decidieronintroducir variaciones de la frase en cuestin en cada emisinradiofnica, y con gran esmero elaboraron una serie de mensajesque contenan las mismas instrucciones: ir a una determinadaestacin de la lnea Colonia-Wesel y all ponerse en contacto conun trabajador de los ferrocarriles que ya haba ayudado a escapara cinco hombres y dos mujeres de Alemania.

    Mary Bishop tena la sensacin de conocer bien aquel lugar: unainsignificante estacin rural que probablemente slo dabaservicio a media docena de casas y a un gran hotel frecuentado enotros tiempos como balneario para los curas. Se le ofreca laoportunidad, y ojal pudiera aprovecharla, mediante un informedetallado acerca de un accidente de ferrocarril cerca de dicha

    estacin: tantos muertos, sabotaje, detenciones. El mensaje fueintroducido en las noticias con el mismo rigor implacable que losalemanes repetan las noticias de hundimientos falsos, y ellosrespondan con indignacin que no haba habido tal accidente.

    Para Mary Bishop aquellas emisiones radiadas cada noche desdeZeesen fueron ms terribles que nunca. La voz estaba con ella enla habitacin, y sin embargo l no poda saber si aquellosmensajes por los que estaba arriesgando su vida llegaban a su

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    destino, y ella no poda saber si el mensaje que le habanmandado se haba esfumado en el aire sin haber sido odo oreconocido.

    La vieja Mrs. Bishop dijo:

    -Bueno, supongo que esta noche podemos apaarnos sin David.

    Su amargura haba tomado un nuevo cariz: ahora lo borrabaapagando la radio, simplemente. Mary Bishop protest. Dijo queella tena que escucharlo, por lo menos as saba que estababien.

    -Se lo tiene merecido, si no est bien.

    -Yo voy a escucharlo -insisti Mary Bishop.

    -Entonces me ir de la habitacin.

    Estoy cansada de sus mentiras.

    -Eres su madre, no?

    -No es culpa ma. Al contrario que t, yo no lo eleg. Te hedicho que no lo escuchar.

    Mary Bishop accion el botn.

    -Pues tpate los odos -grit con un furor repentino, y oyllegar la voz de David.

    Las mentiras -estaba diciendocomunicadas por la prensacapitalista britnica. No ha habido ningn accidente deferrocarril -mucho menos sabotaje- en el lugar que con tantainsistencia se ha mencionado en la emisin procedente deInglaterra.

    Maana ir personalmente a la supuesta escena del accidente, ypropongo para mi charla de pasado maana ofrecerles el informe deun observador imparcial, con intervenciones en directo de losferroviarios que, segn se ha dicho, han sido ejecutados porsabotaje. Por lo tanto, maana no voy a transmitir....

    -Oh, gracias a Dios, gracias a Dios -dijo Mary Bishop.

    La anciana refunfu junto al hogar:

    -No tienes mucho que agradecerle.

    Sin darse cuenta siquiera, Mary Bishop se pas todo el da

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    siguiente rezando, aunque no crea mucho en la oracin.Visualizaba aquella estacin a orillas del Rin, no muy lejos deWesel, ni muy lejos de la frontera con Holanda. Tena que haberalguna manera de cruzarla, con la ayuda de aquel trabajadordesconocido, posiblemente dentro de un vagn frigorfico.

    Ninguna idea era demasiado fantasiosa para ser verdad. Otros lohaban conseguido antes que l.

    Se pas todo el da intentando ir al mismo ritmo que su marido:se vera obligado a levantarse temprano, y ella se imaginaba sutaza de sucedneo de caf y la lentitud del tren de tiempos deguerra que deba de estar llevndolo hacia el sur y el oeste.Pens en su miedo y su nerviosismo: iba camino de su casa, averla. Ah, cuando llegara sano y salvo, qu da tan feliz!

    Entonces los peridicos tendran que tragarse sus palabras; sehabra terminado el Dr. Funkhole, y se habra terminado aquel

    lugar, codo a codo junto a su poco cariosa madre.

    Al medioda, pens, ha llegado:

    lleva con l los discos negros para grabar las voces de loshombres involucrados, es muy probable que lo estn vigilando,pero ya encontrar la ocasin... y ahora no est solo. Cuenta conalguien que lo est ayudando. De un modo u otro perder el trende vuelta. Se aproximar el tren de mercancas... tal vez unaseal lo detendr fuera de la estacin. Lo vio todo tanvvidamente, mientras caa el temprano anochecer de invierno ycerraba los postigos de las ventanas, que se sorprendi dando lasgracias de que l tuviera, como ella saba, una gabardina blanca.Siempre sera menos visible, esperando all en medio de la nieve.

    Su imaginacin cobr alas, y antes de la hora de cenar tuvo laseguridad de que ya estaba en camino hacia la frontera. Aquellanoche no hubo emisin radiofnica del Dr. Funkhole, y Mary Bishopcantaba en la baera y la vieja Mrs. Bishop golpeaba furiosamenteel suelo de su dormitorio desde el piso de arriba.

    Una vez en la cama, casi se senta vibrar con el pesadomovimiento de su tren. Vea cmo, fuera, el paisaje sedeslizaba -tena que haber alguna rendija en el vagn en queestaba escondido, para que l pudiera darse cuenta de las

    distancias-. El paisaje se pareca mucho al de Crowborough:piceas espolvoreadas de blanco, el ancho y montono erial llamadobosque, avenidas oscuras... Se qued dormida.

    Al despertar segua sintindose feliz. Quizs antes de la nocherecibira una llamada desde Holanda; pero si no la reciba no sesentira inquieta, porque en tiempos de guerra hay muchas cosasque pueden retrasar una llamada. No la recibi.

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    Aquella noche no intent conectar la radio, as que la vieja Mrs.

    Bishop volvi a cambiar de tctica.

    -Y bien -dijo-, no vas a escuchar a tu marido?

    -No emitir.

    Pronto, muy pronto podra dirigirse triunfante a la madre deDavid y decirle, ?Lo ves? Yo siempre lo he sabido, mi marido esun hroe.

    -Eso era ayer por la noche.

    -No volver a emitir.

    -Qu quieres decir? Enciende la radio y djame escuchar.

    No haba ningn mal en demostrar que saba... Encendi la radio.

    Una voz deca algo en alemn...

    algo acerca de un accidente y de las mentiras de los ingleses. Nose tom la molestia de escuchar. Se senta demasiado feliz.

    -Lo ves? -dijo-. Ya te lo he dicho. No es David.

    Y entonces habl David.

    Dijo: Han estado escuchando las voces de los hombres que, segnvuestros locutores ingleses, haban sido ejecutados por lapolica alemana. Tal vez ahora os sintis menos dispuestos acreer las exageradas historias que oyen acerca de la vida enAlemania hoy en da.

    -Lo ves? -dijo la vieja Mrs.

    Bishop-. Ya te lo he dicho.

    Y todo el mundo, pens ella, seguir dicindomelo, parasiempre...

    Dr. Funkhole. No ha recibido los mensajes. Se va a quedar all.

    La voz de David dijo con una prisa y una aspereza extraas: Laverdad es que....

    Habl rpidamente durante un par de minutos como si tuviera miedode que en cualquier momento dejaran de emitir, y sin embargo loque deca sonaba bastante inofensivo: las mismas historias desiempre acerca de la abundancia de comida y de todo lo que sepoda comprar con una libra esterlina...

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    cifras. Pero esta vez, pens ella, algunos de sus ejemplos sontan fantsticos que incluso un cerebro alemn se va a dar cuentade que hay algo que no funciona. Cmo demonios se ha atrevido aensear este guin a sus superiores?

    Apenas si poda seguirlo con su lpiz, tan deprisa hablaba. Las

    palabras se agrupaban por s solas en el bloc: Cinco submarinosalemanes repostando hoy medioda 52.23 por 10.5. Noticias de fiarWesel as devueltas. Charla no autorizada.

    Fin.

    Alemania. Muchas ilusiones existen slo porque otra sociedadanimada a... vacil... diario intenta ordenar simplementedistintas...; la voz se esfum, se agot por completo.

    Ella vio en el bloc: A mi esposa, adis d...

    Fin, adis, fin... las palabras doblaban como las campanas deun funeral. Empez a llorar, sentada como ya lo haba hechoanteriormente, muy cerca del aparato de radio. La vieja Mrs.Bishop dijo con una especie de regocijo:

    -Nunca hubiera debido nacer. Yo nunca lo dese. El cobarde.

    Y Mary Bishop ya no lo pudo soportar ms.

    -Oh -le grit a su madre poltica desde el otro extremo deaquella pequea habitacin de Crowborough sobrecalentada ysobreamueblada-, si al menos fuera un cobarde, si al menos lofuera. Pero es un hroe, un hroe, un hroe... -sigui gritandodesesperadamente, sintiendo cmo la habitacin daba vueltas a sualrededor, y suponiendo de una manera confusa, detrs de todo sudolor y su horror, que un da tendra que sentir, como otrasmujeres, orgullo.

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    El momento de la verdad

    La proximidad de la muerte es como un crimen que nos avergonzamosde confesar a los amigos o a los compaeros de trabajo, y sinembargo queda el anhelo de confiarlo a alguien, tal vez a un

    desconocido de la calle. Arthur Burton iba y vena con su secretoa cuestas, hasta la cocina y vuelta a empezar, del mismo modo quellevaba a cuestas los platos y los pedidos de los clientes, comollevaba aos haciendo en aquel restaurante de Kensington llamadoChez Auguste. No tena nada de francs excepto el nombre y elmen, cuyos platos ingleses se presentaban bajo nombresfranceses, explicados con todo lujo de detalles en ingls.

    Una pareja de americanos haba reservado dos veces en una semanala misma mesa, una mesa pequea en un rincn debajo de unaventana, un hombre de unos sesenta aos y una mujer de algo menosde cincuenta, una pareja muy feliz.

    Hay clientes que a uno le gustan desde el primer momento, como lapareja en cuestin. Antes de pedir, le haban pedido consejo aArthur Burton, y despus haban manifestado su agradecimiento porla eleccin. Le haban confiado incluso la eleccin del vino, yla segunda vez le hicieron algunas preguntas acerca de s mismocomo si l fuera un cliente ms que estuvieran ansiosos deconocer mejor.

    -Hace tiempo que est aqu? -pregunt Mrs. Hogminste. (ArthurBurton se haba enterado de su curioso nombre cuando llam parahacer la reserva).

    -Unos veinte aos -contest Burton-. Cuando yo llegu era unrestaurante distinto y se llamaba The Queen.s.

    :

    (1) Hog, en ingls, cerdo; Minster, en ingls, catedral oiglesia de un monasterio.(N. del t.).

    -Era mejor en aquel entonces?

    Arthur Burton intent mantener sus lealtades.

    -Yo no dira mejor. Ms sencillo.

    Los gustos cambian.

    -Es francs, su patrn?

    -No, seor, pero ha estado en Francia muchas veces, me parece.

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    -Estamos muy contentos de contar con su ayuda. No conocemos todasestas palabras francesas del men.

    -Pero si est en ingls, seor.

    -Me temo que tampoco entendemos esta clase de ingls. No es

    importante, volveremos maana. Si nos permite tener la mismamesa...

    Arthur, verdad? Creo que he odo al patrn llamarle Arthur?

    -As es, seor. Me ocupar de que tenga esta mesa.

    -Y su ayuda, Arthur -dijo Mrs.

    Hogminster.

    Lo haba emocionado que utilizaran su nombre de pila y aquella

    sonrisa de verdadera amistad que Mrs. Hogminster le habadedicado. No le haba sucedido nada igual en todos sus aos decamarero.

    Arthur Burton tena la costumbre de observar a los clientessuperficialmente, aunque slo fuera para mantener un inters porsu trabajo, que ya era demasiado tarde para cambiar.

    Estaba solo en la vida, o sea que le faltaba iniciativa para uncambio y ahora tena plena conciencia de que era demasiado tarde.El crimen de la muerte lo haba herido.

    Muchas veces, cuando se iba a su casa por la noche -si es que unahabitacin-sala de estar con ducha compartida poda llamarsecasa- se acordaba de determinados clientes: clientes casados que,al parecer, coman juntos sin inters, mirando con cierta envidiaa los clientes que llegaban si los recin llegados tenan algoque decirse; parejas que ponan en evidencia su condicin denuevos amantes porque no prestaban atencin a nadie ms; a vecesalguna joven casada (siempre se fijaba en la mano izquierda) unpoco inquieta, acompaada de un hombre mucho mayor que ella.Cuando se ocupaba la mesa contigua, sola bajar la voz e inclusodejaba de hablar, y Arthur Burton hubiera querido dejar aquellamesa vaca, para que pudieran resolver su problema contranquilidad.

    Al llegar a casa aquella noche pens en Mr. y Mrs. Hogminster. Lehubiera gustado hablar ms con ellos.

    Le daba la sensacin de que poda confiar en ellos, como si setratara de desconocidos de la calle. Por lo menos hubiera podidoinsinuar el crimen que lo diferenciaba del jefe de sala, delcocinero, de los dems camareros, de los friegaplatos... Sloinsinuarlo, claro; no hubiera querido afligirlos.

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    Al da siguiente se retrasaron media hora, y el jefe de salaquera dar la mesa reservada a otros clientes que la pedan.

    -Ya no vendrn -dijo el jefe de sala-, y adems pueden elegirentre otras varias mesas libres.

    -Pero les gusta esta mesa -replic Arthur Burton-, y yo lespromet que la tendran -aadi-. Son buena gente, y muy amables-pero probablemente se hubiera visto obligado a ceder si nohubieran aparecido en aquel momento.

    -Oh, Arthur, lo lamento muchsimo, llegamos muy tarde. -Eraconmovedor que recordaran su nombre-. Han sido las rebajas,Arthur. Se nos fue el santo al cielo.

    -A ella se le fue el santo al cielo -dijo Mr. Hogminster.

    -Oh, maana te tocar a ti.

    Arthur les dijo:

    -Hay otros restaurantes ms cerca de las tiendas para caballeros.Yo puedo recomendarles uno a un par de minutos de Jermyn Street.

    -Oh, pero el que nos gusta a nosotros es Chez Augustine.

    -Chez Auguste -la corrigi Mr.

    Hogminster.

    -Y Arthur. Elige para nosotros con tanto acierto. As no tenemosque pensar.

    Un hombre que tiene un secreto es un hombre muy solitario, y eraun alivio para Arthur Burton poder revelar aunque slo fuera unpedacito de su secreto. Dijo:

    -Lo siento, seora, pero maana no estar aqu. Aunque estoyseguro de que el jefe de sala...

    -No estar aqu? Quelle d\sastre! Por qu?

    -Tengo que ir al hospital.

    -Oh, Arthur, cunto lo siento.

    Por qu? Se trata de algo serio?

    -Un chequeo, seora.

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    -Muy prudente -dijo Mr. Hogminster-. Yo creo en los chequeos.

    -Le han hecho cuatro, o son seis?

    -Mrs. Hogminster aadi-. A m me parece que disfruta con ellos,pero siempre me preocupo. Por qu motivo se lo hacen a usted?

    -Ya me lo han hecho. Ahora tienen que darme el resultado.

    -Oh, estoy segura de que ser favorable, Arthur.

    -Me alegro de que se hayan sentido a gusto aqu, seora.

    -Muy a gusto. Todo gracias a usted.

    Arthur Burton dijo con sinceridad:

    -Lamento que tengamos que decirnos adis.

    -Oh, no... todava no. Volveremos el jueves. Maana, seguiremossu consejo y comeremos cerca de las tiendas para caballeros, peroestaremos aqu pasado maana para disfrutar de nuestra ltimacomida en Chez Augustine.

    -Chez Auguste -volvi a corregirle Mr. Hogminster, pero ella nole prest atencin.

    -Tomamos el avin para Nueva York el viernes, pero no cabe dudade que lo veremos el jueves y tendremos buenas noticias de suparte, Arthur.

    Estoy segura de que sern buenas noticias. Pensar en usted ytocar madera, pero estoy segura, completamente segura.

    -A m me hacen un chequeo cada seis meses -dijo Mr. Hogminster-.

    Siempre satisfactorio.

    -Desean algo en especial para el jueves, seora? Puedo pedir alcocinero...

    -No, no. Tomaremos lo que usted nos recomiende. Hasta entonces...y buena suerte, Arthur.

    Arthur Burton saba que no lo esperaba la buena suerte. Lo quesupo antes del chequeo por las evasivas de su mdico. Sepreguntaba si un reo en el banquillo poda adivinar el veredictodel jurado incluso antes de que ste se retirara de la sala enlos tiempos en que todava exista la pena de muerte; como si sepudiera palpar un efluvio de vergenza ante lo que iban apronunciar. Sin embargo, tena una sensacin de alivio porque,por lo menos, le haba confesado a Mrs.

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    Hogminster la mitad de su crimen, y ella no lo haba rechazado.En caso de que, como crea l, el veredicto fuera la muerte, porms que lo envolviesen en frases mdicas de esperanza, podraser ella el desconocido de la calle a quien confesarlo todo? Novolveran a verse nunca. Ella se iba a Nueva York el prximo

    viernes. No tenan amigos comunes a quienes propagar las noticiasde su crimen. Sinti hacia ella una extraa ternura.

    Aquella noche Arthur Burton so con ella. No fue un sueoertico ni un sueo de amor; fue un sueo muy corriente en el queella tena un papel sin importancia, y no obstante se despertcon una sensacin de relajo que no experimentaba desde hacamuchos meses. Era como si le hubiera hablado y ella lo hubieraconfortado con unas palabras de comprensin que le haban dadovalor para enfrentarse a sus enemigos, que estaban a punto derevelar la vergonzosa verdad.

    Se haba tomado el da libre, aunque la cita con el cirujano noera hasta las cinco de la tarde, y una vez all le hicieronesperar casi una hora. El cirujano le hizo tomar asiento en untono de tan profunda comprensin que le result fcil adivinarcon exactitud el parte mdico siguiente:

    -Se requiere urgentemente una operacin... S, cncer, pero nodebe tenerle miedo a una palabra... He visto casos ms graves queel suyo...

    cogido a tiempo siempre hay una buena dosis de esperanza...

    -Cundo quiere operar?

    -Quisiera que ingresara en el hospital maana por la maana, y looperar al da siguiente.

    -Si pudiera venir por la tarde...

    Ver usted... me esperan en el trabajo maana por la maana.

    No estaba pensando en el trabajo, sino en Mrs. Hogminster.Estara esperando noticias suyas.

    -Preferira que se pasara el da reposando en la cama. De todos

    modos... Vendr a verlo con el anestesista a las seis.

    Aquella noche, tendido en la cama, Arthur Burton pensaba: losmdicos y los cirujanos no son necesariamente buenos psiclogos;quizs porque concentran de tal modo sus intereses en el cuerpoque se olvidan de la mente, no se dan cuenta de cunto puederevelarle al paciente su tono de voz.

    Dicen siempre hay una buena dosis de esperanza, pero lo que oye

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    el paciente es hay muy pocas esperanzas, si es que las hay.

    No es que lo asustara la muerte.

    Nadie poda evitar ese universal destino, y sin embargo lapoblacin mundial no estaba dominada por el miedo.

    Todo lo que Arthur Burton quera era compartir su conocimiento ysu secreto con un extrao que no se sintiera gravemente afectado,como se sentira una esposa o un hijo -no tena ni la una ni elotro-, pero que con una palabra de amable inters pudieracompartir con l su secreto criminal: Estoy condenado. Mrs.Hogminster era precisamente aquel extrao. Lo haba ledo en susojos.

    De un modo u otro, al da siguiente encontrara la manera dehacerle llegar la verdad, cuando ella preguntara por el resultadodel chequeo, sin palabras que pudieran involucrar a su esposo en

    el crimen. Ella le preguntara: Qu le dijeron los doctores,Arthur?. Y cul sera su respuesta? No, no habra palabras,bastara un ligero encogerse de hombros como diciendo: Todo seha acabado. Gracias por haber pensado en m, y la mirada queella le dara por respuesta le comunicara con la mismadiscrecin que comparta su secreto.

    No ira solo hacia el futuro.

    -No hace falta que reserves esta mesa -le dijo el jefe de sala-.Esos americanos estuvieron aqu ayer y les encontr una que lesgust ms.

    -Estuvieron aqu ayer?

    -S, parece que les gusta este lugar.

    -Crea que iban a las rebajas para caballeros.

    -No podra decrtelo. Me parece que hablas demasiado con losclientes, Arthur. Muchas veces quieren estar solos.

    Se fue apresuradamente para recibir a Mr. y Mrs. Hogminster a lapuerta Mrs. Hogminster salud con un gesto de la cabeza y lededic una sonrisa a Arthur al pasar hacia una pequea mesa

    aislada en un rincn del restaurante. Desde all no vean lacalle, pero tal vez, como haba surgido el jefe de sala,preferan la intimidad, y tal vez tambin preferan que lossirviera el jefe de sala.

    No fue hasta el final de la comida, despus de pagar la cuenta,que Mrs.

    Hogminster lo llam cuando l se diriga a la cocina.

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    -Arthur, venga un momento, queremos decirle algo.

    Arthur fue de buena gana con el corazn ms ligero.

    -Arthur, le hemos echado de menos, pero el matre fue tan

    amable que no hemos querido herir sus sentimientos.

    -Espero que les haya gustado la comida, seora.

    -Oh, eso siempre en Chez Augustine.

    -Chez Auguste -dijo Mr. Hogminster.

    -Tena mucha razn de mandarnos a Jermyn Street para las rebajas.Mi marido se compr dos pijamas y, aunque cueste creerlo,tres... tres... camisas!

    -Las eligi ella, por supuesto -dijo Mr. Hogminster.

    Arthur Burton se excus y se fue a la cocina. El problema quetanto tema no se haba planteado, pero aquel pensamiento no lesupuso ningn alivio en cuanto a su depresin por el secreto. Nole dira nada al jefe de sala; al da siguiente se limitara a nocomparecer. El hospital ya le informara a su debido tiempo de siestaba vivo o muerto.

    Pas el menor tiempo posible en el restaurante, aunque le dolieraver que otro camarero se ocupaba de los Hogminster eintercambiaba palabras con ellos. Media hora ms tarde, el jefede sala entr en la cocina y se dirigi a l. Llevaba una cartaen la mano. Le dijo:

    -Mrs. Hogminster me ha pedido que te diera esto. Se han ido alaeropuerto.

    Arthur Burton se meti el sobre en el bolsillo. Sinti un granalivio.

    Naturalmente, Mrs. Hogminster haba hecho lo que deba. Nohubieran podido hablar de su secreto en el restaurante porque losdems lo hubieran odo. De este modo poda llevarse al hospital

    su comprensiva pregunta acerca de aquel secreto y volver a leerlaal da siguiente inmediatamente antes de que llegara elanestesista. Ya no se senta solo. Se cogera de la mano de undesconocido de la calle. Ella nunca recibira la respuesta a supregunta, Qu le ha dicho el doctor?, pero la haba formuladoen su carta, y eso era lo que contaba.

    Antes de apagar la luz de su cama del hospital, abri el sobre.Se sorprendi al ver que primero salan tres billetes de una

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    libra.

    Mrs. Hogminster haba escrito:

    Querido Arthur, tengo ganas de escribirle unas palabras deagradecimiento antes de tomar el avin. Nos hemos sentido a gusto

    en Chez Augustine que no cabe duda de que algn da volveremos. Yen las rebajas conseguimos tan maravillosas gangas...

    Tena usted mucha razn acerca de Jermyn Street.

    Firmaba la carta Dolly Hogminster.

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    El hombre que rob la Torre Eiffel

    Lo que me result difcil no fue tanto el robo de la Torre Eiffelcomo el volver a ponerla en su sitio antes de que alguien sediera cuenta.

    El asunto, mal me est decirlo, estuvo magnficamente organizado.Ya pueden ustedes imaginar lo que aquello implic: una flota decamiones enormes que se llevaran la Torre a uno de aquelloscampos llanos y tranquilos que se pueden ver camino de Chantilly.All la Torre podra reposar con bastante comodidad sobre uncostado. Al salir, una maana de niebla de otoo, haba habidomuy poco trfico, y el que hubo slo puedo calificarlo deresignado. Nadie de los que intentaron adelantar a mis ciento doscamiones de seis ruedas se percat de que estaban unidos comocuentas por la cadena de la Torre. Los coches particulares salanun momento de la fila e intentaban pasar, pero cuando losconductores de los Fiat y Renault vean todos aquellos camiones,

    uno tras otro, extendindose hacia el horizonte delante de ellos,simplemente desistan y seguan en caravana. Por otra parte, alos coches que iban hacia Pars les proporcion una va de accesocompletamente despejada; para ellos la larga carretera deChantilly fue tan buena como una calle de direccin nica.Pasaban por nuestro lado rozndonos y no tenan tiempo de darsecuenta de que la Torre estaba tendida sobre las cabinas de loscamiones sin que hubiera intervalos entre ellos: la Torre salien una especie de litera de cientos de metros de longitud.

    Siento un gran afecto por la Torre, y me complaci verla enreposo al cabo de tantos aos de guerra, niebla, lluvia y radar.

    El primer da que estuve all, me pase a su alrededor, tocandoalguna de sus riostras de cuando en cuando: el cuarto pisopareca algo incmodo en el lugar donde tenda un puente sobre unapacible y cenagoso afluente del Sena, y le afloj un poco lastuercas. Luego regres por carretera al lugar de origen; seguaponindome nervioso pensar que alguien poda darse cuenta de loocurrido. Los enormes bloques de hormign estaban all plantados,sin nada encima. Hasta tal punto parecan tumbas, que alguienhaba ya depositado un ramo de flores en memoria de los hroes dela Resistencia. En un momento dado se acerc un taxi que llevabaa la ltima golondrina del turismo a posarse all antes de alzarel vuelo en direccin Oeste para cruzar el Atlntico ante lainminencia del invierno. Iba acompaada de una chica y vacilabaun poco al andar. Se inclin para mirar las flores y se enderezcon un rubor en sus rasuradas y empolvadas mejillas.

    -S.un monumento -dijo -?Comment? -pregunt el taxista.

    La chica dijo:

    -Chester, me habas dicho que aqu se poda comer.

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    -No hay Torre -dijo el hombre.

    -?Comment?

    -Lo que quiero decir -explic el hombre, agitando los brazos para

    poner ms nfasis en sus palabras-, es que se ha equivocado delugar. -Hizo un esfuerzo-. Ici n.est pas la Tour Eiffel.

    -Oui. Ici.

    -Non. Pas du tout. Ici el nest pas possible de manger.

    El taxista baj del coche y mir a su alrededor. Yo me puse unpoco nervioso al pensar que poda darse cuenta de que la Torre noestaba, pero volvi a meterse en el taxi y recurri a m contristeza.

    -Estn cambiando continuamente el nombre de las calles -dijo.

    Yo le respond en tono confidencial.

    -Lo nico que quieren es comer -observ-. Llvelos a la Tourd.Argent.

    Afortunadamente, el taxi se los llev de all y pas el peligro.

    Por supuesto, siempre caba el riesgo de que los empleadosllamaran la atencin pblica, pero ya lo haba tenido en cuenta.Se les pagaba semanalmente, y qu hombre o mujer en su sanojuicio estara dispuesto a admitir que su lugar de trabajo hadejado de existir antes de que hubiera pasado otra semana enteray hubiera cobrado el sueldo? Los cafs de los alrededores fueronde gran ayuda para los empleados, pero a ninguno de ellos legustaba compartir la mesa con un compaero de trabajo, por si laconversin se haca incmoda. Vi una gorra del uniforme en cadabistrot, en un rea de un kilmetro cuadrado aproximadamente;se pasaban las horas laborales tranquilamente sentados, bebiendocerveza o pasts, segn su salario, y se levantaban de la mesacon puntualidad a la hora de fichar al salir del trabajo. Meparece que ni tan siquiera estaban sorprendidos por la ausenciade la Torre. Poda ser conveniente olvidarlo, como el pago delimpuesto sobre la renta. Mejor no pensar en ello; de lo

    contrario, alguien poda esperar que uno hiciera algo alrespecto.

    Los turistas, claro est, seguan siendo el principal peligro.Los viajeros de los vuelos nocturnos daban por sentado que habaniebla baja, y el Ministerio del Aire pas al Ministerio deAsuntos Exteriores, para su discusin; varias quejas sobreinterferencias de radar -nueva estratagema rusa en la guerrafra-.

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    Pero entre los guas y los taxistas pronto corri la voz de quecuando un extranjero preguntara por la Torre Eiffel era mssimple y menos complicado llevarlos a la Tour d.Argent.

    El gerente de esta ltima no los desilusionaba; en aquellos das

    de otoo la vista era igual de buena, y se sentan muy felices alfirmar en el libro del restaurante a tanto por cabeza.

    Yo sola dejarme caer por all y escuchaba sus comentarios.Tena la idea de que era como ms acerada, dijo uno de ellos.Crea que a travs de la Torre podas ver el exterior. Yo leexpliqu que era totalmente cierto y que poda ver el exteriordesde el establecimiento en donde se hallaba.

    Unas vacaciones no pueden ser eternas, y una maana a la queestaba dando un poco de lustre a las riostras de la Torre llegua la conclusin de que deba volver a su sitio antes de que los

    empleados se quedaran sin sueldo. Slo me caba esperar que, conel tiempo, encontrara a otro como yo para brindarle unos das dereposo en el campo. Le aseguro a quien quiera imitarme que elriesgo que comporta es mnimo. En Pars, nadie estara dispuestoa admitir que la Torre falt de su sitio durante cinco das sinque se dieran cuenta -del mismo modo que ningn amante estaradispuesto a reconocer que no se haba dado cuenta de la ausenciade su querida.

    A pesar de todo, el regreso de la Torre fue un asunto peliagudo,que conllev importantes operaciones para desviar el trfico. Atal efecto alquil en un establecimiento de vestuario teatral,uniformes de la polica, de la Garde Mobile, de la GardeR\publicaine, y de la Acad\mie Fran&aise. Para poder desviar eltrfico, mis planes contaron con un mitin poujadista, disturbiospor Argelia y una oracin fnebre dedicada a un oscuro crticoteatral a cargo de un amigo mo disfrazado de Ministro deEducacin. Digo disfrazado, pues no tena ninguna necesidad decambiar de nombre, y mucho menos de cara, dado que nadierecordaba quin era el Ministro en cuestin en el Gobierno de GuyMollet.

    Los turistas tuvieron la ltima palabra, y cosas de la vida,estando yo en la base de mi amada Torre, que pareca alzarse enuna pirueta entre niebla matinal, fue precisamente el mismo

    americano quin lleg en un taxi con la misma chica. Ech unrpido vistazo a su alrededor y dijo:

    -No.s la Torre Eiffel.

    -?Comment?

    -Oh, Chester -dijo la chica-, dnde nos han llevado ahora? Noaciertan nunca. Tengo tanta hambre, Chester. No he hecho ms que

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    soar con aquel sole d\lice que tomamos el otro da.

    Yo le dije al taxista:

    -Quieren ir a la Tour d.Argent.

    Y me qued mirando cmo se alejaban. La corona en memoria de loshroes de la Resistencia se haba marchitado, pero me puse en elojal una de sus flores secas y descoloridas y me desped de laTorre agitando la mano. No me atrev a entretenerme.

    Poda haber sucumbido a la tentacin de volver a robarla.

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    El teniente fue el ltimo en morir (Una victoria no registrada de1940)

    Se haba refunfuado mucho en el pueblo de Potter antes de laasombrosa noche en que descendieron los paracaidistas: se habarefunfuado acerca del racionamiento, del servicio obligatorio,

    de los apagones, de todas esas cosas. Luego, el aparentedesastre, una nota de herosmo y unas cuantas muertes pusieronfin a las quejas durante un tiempo, como siempre pasa; aunque elhroe, el viejo Bill Purves, el cazador furtivo, tena msrazones que nadie para protestar, porque no recibi ningunacondecoracin -slo un elogio a regaadientes del ComandanteBarlow, el magistrado del lugar, que por esta vez lo habasoltado bajo fianza, despus de que lo hubieran pillado enflagrante delito con un conejo en cada uno de sus hondosbolsillos.

    Nadie imaginara que Potter pudiera ser el escenario de la

    primera invasin de Inglaterra desde que las tropas francesasaparecieron cerca de Fishguard, durante la Guerra Napolenica. Esuno de esos pueblecitos aislados que todava es posible encontrartirados en algn rincn abandonado de lo que en Inglaterrallamamos Metroland -el distrito en el que viven los abonados altrayecto diario de ida y vuelta, dentro de unos chaletitosordenados y a moderada distancia del ferrocarril, al borde deunos terrenos comunales cubiertos de maleza y llenos de gredalesy tojos y rboles ms bien secos-. Si desde Potter andas unoscinco kilmetros en cualquier direccin, te encontrars conaceras de cemento, nieras empujando el cochecito del beb, o elrepartidor del peridico vespertino, pero Potter queda fuera del

    mapa; es decir, fuera del mapa de carreteras.

    Hay que tomar un desvo -el cartel indicador anuncia Calle sinsaliday avanzar dando fuertes tumbos hacia lo que parece laverja de una granja clavada en un radio de ms de un par dekilmetros por los terrenos comunales cubiertos de maleza. Alotro lado de la verja no hay nada ms que el pueblo de Potter, yPotter no es ms que una taberna, el Verraco Negro, propiedadde Brewitt, una tienda de pago al contado y oficina de correosque regenta Mrs. Margesson, una pequea iglesia con el tejado deestao en la que se celebran servicios religiosos el primerdomingo de cada mes, media docena de casas de campo, el estanquedel pueblo, y las verjas, los terrenos y la mansin de Lord Drew.

    Pero ni tan siquiera esas verjas se utilizan; Lord Drew tieneotras junto a la carretera de Londres, a tres kilmetros dedistancia, y no necesita nunca pasar a travs de Potter. Una delas casas de campo est habitada por el viejo Bill Purves; tieneuna pared que se repar con latas de gasolina, y cuando se abrela puerta sopla el humo en Potter. Se dice de Purves que duermeen una cama de harapos, aunque nadie, a excepcin del polica

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    local, le ha visto all, y la ventana est tapada con una tela desaco.

    Tres o cuatro veces al ao -por regla general en das festivos-el viejo Bill Purves visita el Verraco Negro, compra unabotella de whisky y desaparece durante veinticuatro horas.

    Se sospechaba, aunque jams se supo a ciencia cierta antes de quellegaran los paracaidistas, que en aquellas ocasiones el viejoPurves se meta en las tierras de Lord Drew, colocaba sus trampasy se quedaba tumbado en el suelo todo el da y toda la noche consu botella. No pareca que sintiera el fro que haca, como losanimales.

    Era como un animal; algo gris y fugaz que durante un breveinstante ves pasar arrastrando los pies entre los setos. Suabrigo mostraba una protuberancia como si Purves fuera unespantapjaros clavado en un palo, porque llevaba un viejo Mauser

    bajo el abrigo, y jams haba pagado para obtener el permiso dearmas.

    ste fue el extrao escenario de la invasin, aunque si seexamina a Potter con atencin, se puede llegar a la conclusin deque los paracaidistas no aterrizaron all por casualidad. Lo quees Potter en s, se poda delimitar con unos cuantos tijerazos dela cizalla, y desde aquel escondido rincn de Metroland, mediadocena de hombres que actuasen con rapidez podan causar unaasombrosa cantidad de daos. Cruzando dos kilmetros y medio deterrenos comunales poco frecuentados se llega a la lnea frreaprincipal que va hacia Escocia y la costa norte; y es de suponerque los dirigentes de la aviacin alemana haban planeado variosatentados de este tipo que nuestras defensas del aire habanhecho fracasar. Su efecto psicolgico hubiera sido incalculablehubieran destruido la sensacin de seguridad que todava tenanlos ingleses, la seguridad que les permita refunfuar. Miren, sino, el efecto que tuvo sobre Potter.

    Somos una pequea isla, y no hay pueblecito alguno en ningnrincn que no est acostumbrado al ruido de los motores de unavin. El que oyeron en el Verraco Negro volaba bastante bajo-tal vez a unos mil metros de altura-, pero eso no tena nada deexcepcional.

    Era la coletilla de un da de primavera nublado. Mrs. Margesson,la de la tienda de pago al contado, acababa de cerrar elmostrador de la oficina de correos porque eran las seis y media;para las dems mercancas, la tienda segua abierta hasta lasocho, y el hombre enjuto que haca de jardinero de interior deLord Drew estaba criticando la cerveza de la taberna.

    -Dicen que es la guerra -comentaba con amargura-. Todo es culpade la guerra.

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    No quedaba ni un hombre en las casas de campo; estaban todos enla taberna, excepto el viejo Purves, y las mujeres estabanfregando los platos de la cena.

    El viejo Purves, con su abrigo deformado de un modo extrao y una

    botella de whisky en su hondo bolsillo de cazador furtivo,escaramuceaba junto al muro de Lord Drew entre las altas ortigas.El guardabosque haba jurado pillarlo y no estaba dispuesto acorrer ningn riesgo. Fue el nico que vio descender a losparacaidistas.

    Alz los ojos bajo sus viejas cejas grises con una especie deenojada sorpresa cuando de repente aparecieron unos hombres entrecielo y tierra bajo algo que se pareca a unos enormes parasoles.No saba qu eran; slo tuvo la sensacin de que era mejorevitarlos. No me pareci bien, dijo despus; quera decir queno le pareca trigo limpio que hubiera gente espiando de aquel

    modo desde el cielo.

    Eso fue todo lo que vio durante un buen rato, porque justo enaquel momento dio con el punto flaco en el muro de Lord Drew. Loshombres iban uniformados -en proteccin propia, se supone; de locontrario se hubieran expuesto a ser condenados a muerte como nocombatientes-. Pero sus uniformes no causaron sorpresa inmediataen Potter, porque en aquellos tiempos estbamos muy acostumbradosa los uniformes; entre los AFS y los ARP y todas las demsiniciales, estbamos preparados para ver cualquier uniforme,incluso un uniforme alemn. Mrs.

    Brewitt los vio trabajar en los cables de telgrafo y telfono ypens que tenan algo que ver con la oficina de correos. Slo suhijo, que tena diecisis aos y ay de l! estaba bieninformado, dijo que eran alemanes.

    -Tonteras! -respondi Mrs. Brewitt.

    En la tienda, Mrs. Margesson apenas si alz la mirada cuandoentr el oficial. Llevaba un mapa del distrito a gran escala y unrevlver en el cinto. Su casco de acero le hizo pensarmaniobras. Dijo inmediatamente:

    -La oficina de correos est cerrada -porque le dio la impresin

    de que el desconocido no tena aspecto de querer comprar algo enla tienda.

    l dijo:

    -Seora...

    A Mrs. Margesson le pareci extranjero, francs o polaco. Pens:

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    es un hombre joven, muy rubio, y su uniforme est lleno de barro;parece nervioso y preocupado. Sonri.

    -Dgame. En qu puedo servirle?

    -Por favor -dijo l-, vyase inmediatamente a la taberna.

    -A la taberna?

    -S. Debe ir ahora mismo. Deben ir todos.

    -No lo entiendo.

    Algo turbado, como si estuviera haciendo una afirmacin un tantoabsurda, el joven dijo:

    -Soy un oficial alemn y este pueblo est ocupado por mishombres.

    Con gran presencia de espritu, Mrs. Margesson descolg eltelfono de la tienda y marc el nmero de la polica. El jovenno hizo nada para detenerla. Mrs. Margesson supo pronto por qu:haban cortado los cables.

    En aquel momento, a travs de la ventana, vio a Driver, elpolica del pueblo, a quien dos hombres uniformados empujabancalle abajo en direccin al Verraco Negro; probablemente habaestado cavando en su jardn, porque iba en mangas de camisa.

    La misma escena, o parecida, se produjo en otros lugares delpueblo.

    Todos los que no estaban ya en el Verraco Negro fueronacorralados y persuadidos, empujados o incluso transportados acuestas hasta all.

    Los alemanes estaban decididos a que nadie saliera del pueblopara dar la alarma, pero se les escap el joven Brewitt, que sehaba refugiado en el retrete exterior, y, por supuesto, el viejoPurves.

    En la taberna, el oficial alemn les dirigi la palabra. Les dijoque nadie corra peligro; lo nico que tenan que hacer era

    estarse quietos.

    El guardabosque, que haba sido atrapado persiguiendo al viejoPurves y tena un ojo morado, dijo en voz alta:

    -Es un escndalo.

    El oficial alemn no le prest atencin. Prosigui su discurso yles anunci que toda tentativa de escapar sera fatal; aadi con

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    franqueza:

    -Nuestra suerte depende de que ninguno de ustedes se escape.

    Y esa referencia a la suerte -ya que qu suerte poda esperar amedia docena de alemanes arrojados al suelo en plena Inglaterra?-

    daba a entender que tenan la desesperada esperanza de serrecogidos por un avin antes de que se descubriera su presencia.

    -Sern estrechamente vigilados, y cualquier tentativa de fugasignificar su muerte -dijo y aadi con una nota de splica ensu voz-: Lo nico que deben hacer es estarse quietos unas cuantashoras.

    Durante todo aquel tiempo, por supuesto, el viejo Purves habaestado cmodamente acurrucado en el interior del muro que rodeabala casa de Lord Drew. Saba que la casa estaba cerrada y la nicainterferencia posible vendra de parte del guardabosque o del

    polica. El polica estaba cavando y ms adelante estarademasiado cansado para hacer la ronda; en cuanto al guardabosque,el viejo Purves lo despreciaba. As que puso un par de trampas,carg su fusil, destap la botella de whisky y empez a beber:

    siempre calculaba que un trago mejoraba su puntera, y tenagrandes esperanzas de cazar uno o dos pjaros aquella noche. Undisparo lo perturb: su primer sentimiento, ms que lacuriosidad, fue la indignacin. Lord Drew no estaba: un disparosignificaba la presencia de un cazador furtivo rival. Tom untrago ms largo de whisky, escondi la botella en un agujero enel terrapln de barro donde pudiera encontrarla despus, y asomla cabeza por encima de las piedras rotas del muro. Con gransorpresa vio al joven Brewitt que corra calle abajo zigzagueandoen direccin a la salida del pueblo, a la verja, y luego a lacarretera principal.

    Lo que haba sucedido era lo siguiente: El joven Brewitt, que erade mentalidad romntica, sigui convencido de que lo que habavisto era, verdaderamente, una partida de soldados alemanes queestaba cortando los cables telefnicos. Adivin incluso de qumanera haban llegado all. Su mentalidad romntica no vioinconveniente alguno en la idea. As que se escondi. Lo msprobable es que hubiera seguido escondido de no haber sido queuno de los alemanes, de espritu ordenado, quiso visitar los

    lavabos. Abri la puerta de par en par y el joven Brewitt salidisparado como una flecha; el soldado se vio cogido por sorpresay dej que el chico tomara ventaja. Grit, y el joven Brewittcorri an ms deprisa; otros soldados salieron corriendo de lataberna y uno de ellos dispar y fall.

    De pronto pareca vital que no escapara. Tres hombres leapuntaban con sus fusiles esperando que llegara a la verja.

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    As que el viejo Purves contempl con gran asombro eldesconcertante comportamiento del joven Brewitt. El chico saltabay zigzagueaba calle abajo; luego lleg a la verja y sacudidesesperadamente el pestillo; tres rifles dispararon al unsono,y el joven Brewitt cay.

    -Malditos Boers -dijo Purves en voz alta, mientras el viejocerebro oxidado chirriaba retrocediendo cuarenta aos endireccin a Sudfrica y una emboscada en el Velt.

    El joven Brewitt no estaba muerto:

    dando muestras de humanidad, los soldados haban disparado a laspiernas; pero lo dejaron invlido para toda la vida. Comparticon Purves los acontecimientos heroicos de aquella tarde, perohubo siempre quien dijo que haba intentado pasar toda la nocheescondido en el retrete. Acerca de las intenciones y losmovimientos del viejo Purves, no caba duda alguna.

    Antes que nada, desenterr la botella de whisky, tom un buensorbo y la volvi a esconder; despus ech un vistazo a sustrampas y sali, furtivo como un hurn, de las propiedades deLord Drew internndose en las altas ortigas. Se desliz entreellas en cuclillas, con la barbilla protegida por una barba dedos semanas. Haba sacado su rifle de debajo del abrigo -el viejoMauser que, como su memoria, retrocedi cuarenta aos hastallegar a otra guerra; era como si 1914-1918 hubiera sido uninterludio que casi no registr.

    El joven Brewitt haba sido transportado al Verraco Negro y sehaban quedado dos hombres de guardia.

    El resto, y el teniente, se dirigieron a travs de los terrenoscomunales hacia la va del ferrocarril, provistos de picos ypalancas, con sus rifles colgados al hombro; dos de ellosllevaban una caja entre ambos.

    El viejo Purves, abrindose camino, como un maldito Boertambin, de mata de tojo en mata de tojo, los sigui. El sol seestaba poniendo por encima de la estacin de Fenham Heath, a unoscinco kilmetros de distancia; brillaba justo encima de la curvadel horizonte sobre los ltimos cochecitos de beb que regresabana casa, sobre la biblioteca ambulante donde la esposa del Vicario

    cambiaba su novela policaca, y sobre el pequeo desfile deviajeros cotidianos que volvan de la ciudad, con sus carteras demano. Aqul era un mundo tranquilo, ordenado y convencional alque ni el viejo Purves ni sus presas pertenecan; estaban unidosfuera del alcance de la vista pero en modo alguno fuera delalcance del odo, en un espritu comn de salvajismo, rencor yaventura. El viejo Purves solt una extraa risita ahogada aldesaparecer rpidamente de la vista tras una mata de tojo.

  • 7/27/2019 Graham Greene La Ultima Palabra y Otros Relatos

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    Naturalmente, conoca el terreno comunal tan bien como la fincade Lord Drew, y primero pens, a juzgar por las herramientas quellevaban y que ahora vea ms claramente porque empezaba aoscurecer, que se dirigan hacia la cantera de grava, seca