Hacia Una Nueva Educación

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H ACIA UNA NUEVA EDUCACIÓN Es el arte de educir, de hacer surgir lo mejor del ser humano; pero nuestros sistemas educativos se alejan cada vez más de esa formación integral que ayuda al joven a encontrar su lugar natural en el mundo y en la vida. El problema de la educación, cada vez que se plantea en la opinión pública, despierta una gran controversia social, aunque muy pronto pasa a una segunda fila en los medios de comunicación, ante las nuevas noticias que cobran, casi por turno, protagonismo. Pero en la discusión casi siempre se tratan sólo aspectos formales, que si bien pueden parecer importantes, no deberían nublar el planteamiento esencial sobre la Educación. ¿Para qué sirve la educación?, ¿cuál es o cuál debería ser su finalidad?, ¿está al servicio de la economía?, ¿al servicio de las empresas?, ¿de la estabilidad social?, ¿de tendencias políticas o creencias religiosas?, ¿o debería ser algo que tuviese como finalidad al hombre, su desarrollo integral y completo? Por desgracia, basta con observar desprejuiciados nuestros propios sistemas de educación y enseñanza para ver que están más dirigidos a crear especialistas en un sistema productivo económico, donde las directrices las dan la oferta y la demanda de empleo, que a desarrollar las potencialidades y cualidades humanas, para que el individuo pueda realizarse plenamente en el marco gradual de su paso por la vida, o para que pueda profundizar en los misterios de la naturaleza o del hombre. El sentido etimológico de la palabra educación viene de educir, sacar de dentro. Esto nos habla de la educación como algo destinado a hacer surgir en cada individuo aquellos valores, aquellas capacidades propias e inherentes a la condición humana. Se entiende que existe un potencial en el interior en espera de ser realizado. Educar sería despertarlo y ayudar a su realización. Para ello la educación debería ayudarnos a conocernos a nosotros mismos y a armonizar los diferentes factores que en nosotros conviven.

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H A C I A U N A N U E VA E D U C A C I Ó N

Es el arte de educir, de hacer surgir lo mejor del ser humano; pero nuestros sistemas educativos se alejan cada vez más de esa formación integral que ayuda al joven a encontrar su lugar natural en el mundo y en la vida.

El problema de la educación, cada vez que se plantea en la opinión pública, despierta una gran controversia social, aunque muy pronto pasa a una segunda fila en los medios de comunicación, ante las nuevas noticias que cobran, casi por turno, protagonismo.

Pero en la discusión casi siempre se tratan sólo aspectos formales, que si bien pueden parecer importantes, no deberían nublar el planteamiento esencial sobre la Educación.

¿Para qué sirve la educación?, ¿cuál es o cuál debería ser su finalidad?, ¿está al servicio de la economía?, ¿al servicio de las empresas?, ¿de la estabilidad social?, ¿de tendencias políticas o creencias religiosas?, ¿o debería ser algo que tuviese como finalidad al hombre, su desarrollo integral y completo?

Por desgracia, basta con observar desprejuiciados nuestros propios sistemas de educación y enseñanza para ver que están más dirigidos a crear especialistas en un sistema productivo económico, donde las directrices las dan la oferta y la demanda de empleo, que a desarrollar las potencialidades y cualidades humanas, para que el individuo pueda realizarse plenamente en el marco gradual de su paso por la vida, o para que pueda profundizar en los misterios de la naturaleza o del hombre.

El sentido etimológico de la palabra educación viene de educir, sacar de dentro. Esto nos habla de la educación como algo destinado a hacer surgir en cada individuo aquellos valores, aquellas capacidades propias e inherentes a la condición humana. Se entiende que existe un potencial en el interior en espera de ser realizado. Educar sería despertarlo y ayudar a su realización. Para ello la educación debería ayudarnos a conocernos a nosotros mismos y a armonizar los diferentes factores que en nosotros conviven.

La educación así entendida mantiene un sentido de unidad que debe aportar una visión global y armónica del mundo y de sí mismo, un conocimiento que relacione todos los conocimientos, una formación que ayude a integrar y conducir todas nuestras facultades humanas. Las diferentes expresiones de la cultura (ciencia, religión, política, arte) se unifican bajo una visión filosófica que les da profundidad y unidad (al igual que confluyen en una pirámide sus cuatro caras triangulares), como caminos complementarios en la búsqueda de la verdad y la realización humana.

En el hombre, esa educación integral debería ser el mejor apoyo en el conocimiento de nosotros mismos, la naturaleza humana en general y la propia realidad particular; debería potenciar el conocimiento y desarrollo de nuestras cualidades y vocaciones profundas (lo que Platón llamaría instintos del alma); tendría que favorecer la armonización de todo ello, ayudándonos a encontrar y a vivir nuestro lugar natural en la humanidad y en la vida.

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Sin embargo, nuestros sistemas educativos actuales se alejan cada vez más de esa formación integral, relegando esta responsabilidad, que acaba siendo canalizada en gran parte por los medios de comunicación masivos (que, no olvidemos, no tienen como finalidad la formación humana, sino la rentabilidad económica).

Esto hace que actualmente alguien con una especialización universitaria pueda ser un inculto en términos generales, incapaz de tener un buen criterio global para entender ni a su tiempo ni a sí mismo.

La verdadera libertad, base de la condición humana, ha de producirse primero en el interior, pues sólo el conocimiento da realmente alas al ser humano.

Para que haya una educación completa ha de partirse de un sentido profundo de la cultura. Ésta no puede entenderse como una recopilación basada simplemente en coloridos folklores, sino en el conocimiento, desde las protohistóricas civilizaciones a nuestros días, de la experiencia profunda de la humanidad, expresada en el conjunto de valores permanentes, conocimientos científicos, creencias y experiencias que van siendo acumuladas de generación en generación por la humanidad.

Otro factor importante en la educación es el ejemplo. Sin ejemplo no hay transmisión. El ejemplo vivifica el conocimiento y lo hace útil al presente. Decir que una cosa es válida y no esforzarse por vivirla es haber matado la mitad de la verdad. El ejemplo de educadores, padres, cargos públicos, artistas, jueces, así como los modelos que predominan como prototipos de una sociedad, actúan como catalizadores; su presencia, al resonar en los individuos, despierta en ellos el desarrollo de lo que haya de similar al modelo. De ahí que los filósofos antiguos aconsejaran rodearse de cosas bellas y armónicas, de buenos amigos, de lecturas e imágenes heroicas que despertasen en nosotros esa misma belleza y armonía, esa voluntad y firmeza frente a la adversidad que subyace dormida.

Cuando la educación despierta un discernimiento de lo justo, lo bello, lo verdadero y lo bueno en nosotros, ese sentido elevado se refleja en buenas costumbres que hacen innecesarias muchas de las leyes y restricciones del mañana.

La educación debe prever las necesidades y problemas del futuro, debe anticiparse y desarrollar las cualidades y conocimientos que le permitan afrontar todo reto. Pero sin olvidar que la verdadera finalidad humanística debe alumbrar todo esfuerzo. Así, necesitamos ingenieros y médicos, panaderos y abogados, pero sobre todo hombres y mujeres íntegros, dueños de sí mismos y con las mejores cualidades humanas.

Es importante saber colocar al hombre en su realidad y en su tiempo, no como un marco al que doblegar sus aspiraciones, sino del que partir para moldear aquello que se concibe como mejor. La educación, entonces, no debe conformar, sin despertar el idealismo, partiendo de una realidad que se conoce y no se teme pero a la que se quiere mejorar, ya sea en el terreno del arte, de la ciencia, de la política o de la religión.

Platón hablaba de la importancia de hacer confluir en la educación la música para el alma y la gimnasia para el cuerpo. Esta necesaria complementariedad aportaba rigor y esfuerzo para el cuerpo, manteniéndolo sano y disciplinado, y desarrollo de las cualidades del alma,

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ya sean discernimiento, intuición de la belleza, desarrollo de la bondad, del amor o reconocimiento de la justicia.

Quizá sea la filosofía más profunda la que aporte la clave: el proceso de la educación tendría que poder desarrollar en el hombre su naturaleza interna, canalizada a través de una mente ordenada, una psique armonizada, una vitalidad activa y un cuerpo sano.

Al ser la educación la base de la transmisión de la cultura, y ésta el cimiento invisible que sustenta cada civilización, los beneficios que se derivan de la misma, como la estabilidad económica y social, los avances de la medicina o el derecho, el desarrollo del arte, hasta la plasmación de principios de dignidad y solidaridad, se tambalean cuando sus invisibles columnas, los valores filosóficos y principios universales que le dieron nacimiento ya no están presentes en la educación. Sólo quedan formas culturales vacías, incapaces de regenerar ni recrear como fuerza motriz nuevas formas, nuevos moldes de vida para los principios siempre válidos.

El valor de la educación hoy y los sistemas educativos deberían volver a mirarse en el espejo y ver si responden realmente a la realidad global de ser humano.

Miguel Ángel Padilla