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Hago voto de clase media En torno a la pobreza religiosa AUGUSTO GUERRA, O.C.D. Universidad de Comillas (Madrid) A veces se tiene la impresión de que hacer voto de pobreza, o renovarlo, se ha convertido en una de las ironías y sarcasmos más crueles de la actualidad. Uno querría, en esos momentos, emitir los sonidos correspondientes (no si se les puede llamar palabras) en privado, con voz mortificada, para no sonrojarse, no llamar la atención y evitar un mal ejemplo que probablemente se da con frecuencia. Otras veces esa sensación se convierte en rebelión interior, presa de palabras gruesas y recuerdos dolorosos, estímulos gene- rosos y páginas evangélicas de un atractivo particular. y no faltan las veces en que el pensante y viviente se ve obligado a confesar su impotencia mental y cordial ante un tema y una vida que parecen arrancados al absurdo y a la paradoja permanente, difícil de entender y más difícil de concretar, sobre todo en la vida religiosa que tiene a sus espaldas el pesado lastre de una tradición muerta y, ¡al mismo tiempo! , querida, cuando no idolatrada. Las páginas que siguen, además de no contener nada nuevo, pueden oscilar entre estas tres coordenadas afectivas a que he- mos hecho alusión. Quizá a veces se entrecrucen posturas, que una lógica inflexible condenaría. Es normal. Dividiré el trabajo en tres partes. En la primera insinuaré algo de lo que de nove- doso presenta el tema de la pobreza. En la segunda aludiré a algunos elementos presentes en el concepto de pobreza religiosa REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 47 (1988), 295-326. .,

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Hago voto de clase media En torno a la pobreza religiosa

AUGUSTO GUERRA, O.C.D. Universidad de Comillas (Madrid)

A veces se tiene la impresión de que hacer voto de pobreza, o renovarlo, se ha convertido en una de las ironías y sarcasmos más crueles de la actualidad. Uno querría, en esos momentos, emitir los sonidos correspondientes (no sé si se les puede llamar palabras) en privado, con voz mortificada, para no sonrojarse, no llamar la atención y evitar un mal ejemplo que probablemente se da con frecuencia.

Otras veces esa sensación se convierte en rebelión interior, presa de palabras gruesas y recuerdos dolorosos, estímulos gene­rosos y páginas evangélicas de un atractivo particular.

y no faltan las veces en que el pensante y viviente se ve obligado a confesar su impotencia mental y cordial ante un tema y una vida que parecen arrancados al absurdo y a la paradoja permanente, difícil de entender y más difícil de concretar, sobre todo en la vida religiosa que tiene a sus espaldas el pesado lastre de una tradición muerta y, ¡al mismo tiempo! , querida, cuando no idolatrada.

Las páginas que siguen, además de no contener nada nuevo, pueden oscilar entre estas tres coordenadas afectivas a que he­mos hecho alusión. Quizá a veces se entrecrucen posturas, que una lógica inflexible condenaría. Es normal. Dividiré el trabajo en tres partes. En la primera insinuaré algo de lo que de nove­doso presenta el tema de la pobreza. En la segunda aludiré a algunos elementos presentes en el concepto de pobreza religiosa

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 47 (1988), 295-326.

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y que parece oportuno perfilar mejor. En la tercera me acercaré a algunas concreciones de la pobreza religiosa.

Confieso que pocas veces como en esta ocasión, y después de un encuentro sereno con una pequeña parte de la bibliografía existente sobre el tema -y muy coincidente-, he sentido el martilleo de estas palabras de san Juan de la Cruz a otro propó­sito: «10 que falta, si algo falta, no es el escribir o el hablar, que esto antes ordinariamente sobra, sino el callar y obrar. Porque, además de esto, el hablar distrae, y el callar y obrar recoge y da fuerza al espíritu» l.

No oculto tampoco el miedo a los epítetos duros. Este tema de la pobreza 10 tenemos todos envenenado, y las palabras aflo­ran en calificativos no siempre cuidados y frecuentemente des­carnados 2.

1. EN UNA SITUACIÓN NOVEDOSA

Entrar aquí en una descripción detallada de la situación de pobreza (sea mundial, sea regional), de sus causas, problemá­tica, proyectos y programas, estaría fuera de lugar. Sintetizar los principales datos podría llevar a una simplificación engañosa e injusta. Las mayores bolsas de pobreza son las menos estudia­das, y cuando 10 son, con frecuencia se acercan a ellas desde instancias que rebajan el listón del pobre 3. Quizá a ningún mo­mento de la historia, y menos a ciertas categorías de personas e instituciones, le interesa presumir de tener muchos pobres.

Y, sin embargo, son necesarias, o muy convenientes, unas palabras que nos acerquen al ambiente en que tiene hoy lugar la reflexión y vivencia de la pobreza. De lo contrario, perdería­mos una instancia referencial, que da realismo a la pobreza reH-

I Carta a las Carmelitas Descalzas de Beas: 22 de noviembre de 1587. 2 Un hombre no muy dado a los epítetos, como Lucas Gutiérrez, bau­

tiza con cuatro a ciertas soluciones en este campo. «Pecarán -dice- de acomodaticias, narcóticas, alienantes y demagógicas» (Teologia sistemática de la vida religiosa, Madrid, ITVR, 1976, p. 342). De «escandaloso y re­pugnante» califica J. M. R. TILLARD, Religiosos: un camino de Evange­lio, Madrid, ITVR, 1975', p. 163, ciertos actos en campo de pobreza.

3 Para España, véase La pobreza en España. Extensi6n y causas, Ma­drid, Cáritas Española, 1986. Diez páginas de bibliografía ofrecen los estudios más importantes y recientes, incluidos algunos realizados en la CEE y (por la ONU) en el mundo.

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giosa. Por eso, vamos a intentar reflejar, muy brevemente, algu­nos aspectos novedosos que nos parece presenta hoy la pobreza. Puestos en el punto de mira de un cristiano, éstos pueden ser algunos de esos aspectos:

1. Ambigüedad de la «pobreza evangélica»

Nobleza obliga. Y parece que obliga a confesar que la ex­presión «pobreza evangélica» es ambigua. Esa ambigüedad pue­de quedar reflejada en estas dos posturas: «relacionar la po­breza con los bienes materiales es un enfoque que dista mucho de ser compartido por la tradición bíblica» 4. Por otra parte, «de las veinticuatro veces que apmece en el Nuevo Testamento la palabra pobre, veintiuna veces aparece con la significación de necesitado de bienes materiales y, por consiguiente, digno de ayuda» 5.

Son muchos los que piensan que la exégesis bíblica no ha logrado aunar el sentido de pobreza, quizá porque choca con unos ángulos de lectura que 110 son los nuestros, y a los que el lector no puede renunciar. Sea por lo que sea, la expresión pobreza evangélica es más ambigua e incierta de lo que muchas veces se querría 6. Admitirlo es importante. Y pudiera ser no­vedoso.

2. Hacia la pobreza material

Difícilmente podría negarse que el término pobreza asume cada vez más unas connotaciones materiales relacionadas con

4 P. FRANQUESA, La preocupación de Jesús por anunciar la Buena Nue­va a los pobres nos interpela hoy a los religiosos, en Los religiosos y la evangelización del mundo contemporáneo, Madrid, ITVR, 1975, p. 51.

5 L. BOFF, Testigos de Dios en el corazón del mundo, Madrid, ITVR, 1978, p. 145. Esta afirmación no es desmentida por la atención a las Bienaventuranzas según Mateo. Cfr. ibíd., pp. 145-146. La afirmación de Franquesa es chocante, aunque bien es verdad que queda matizada -sólo matizada- cuando escribe: <<la pobreza evangélica no corresponde o no se equipara a la pobreza socio-económica» (ibíd., pp. 73-74).

6 Escribe G. GUTIÉRREZ: «Más recientemente, y apoyada en estudios exegético s cada vez más ricos y precisos, se ha iniciado una reflexión propiamente teológica sobre la pobreza. De los primeros ensayos se des­prende con claridad un resultado que puede sorprender: estamos ante una noción poco trabajada teológicamente y que, pese a todo, permanece incierta» (Teología de la liberación, Salamanca, Sígueme, 1977', p. 365).

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los derechos humanos y, más aún, con los derechos pre-humanos. Desde aquí se empieza a contar la pobreza, no desde el polo opuesto. De ahí que decir pobreza, es colocarse, sin más, «en el nivel de lo infrahumano» 7. Por eso, a veces encontramos iden­tificadas las palabras pobreza-miseria.

3. Vaticano II

Por aquí, creemos, ha ido el Concilio Vaticano II cuando ha hablado de la pobreza. Probablemente no se ha puesto el problema de precisar una terminología, pero no parece fácil ne­gar estas connotaciones materiales al hablar de la pobreza. Y en este sentido, hay tres aspectos conciliares que deben ser resal­tados al hablar de la pobreza:

a) Iglesia de los pobres.-Juan XXIII, a un mes del con­cilio, habló de la Iglesia de los pobres, como algo que particu­lm'mente toca al sentido de la Iglesia 8. El Mensaje del mismo concilio al mundo (21 de octubre de 1962) presenta la atención expresa a los pobres -personas y pueblos- como exigencia y manifestación de la caridad de Cristo 9. Y las dos grandes cons­tituciones conciliares (LG-GS) vieron cómo el tema de los po­bres volvía una y otra vez en contextos diversos. LG, en con­creto, vio cómo surgía y se apagaba el espinoso lenguaje de Iglesia de los pobres. Algunas intervenciones proféticas insis­tieron en ello 10. Otras presentaron sus reparos 11. Quizá no que-

7 lb íd., p. 367. 8 «Para los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta como 'es

y como quiere ser, como la Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres» (Radiomensa;e del 11 de septiembre de 1962).

9 «Ante todo debe volar nuestra alma hacia los más humildes, los más pobres, los más débiles, e imitando a Cristo, hemos de compadecer­nos de las turbas oprimidas por d hambre, por la miseria, por la igno­rancia ... » (n. 9).

10 Fue la primera, en orden cronol6gico y de importancia, la del Car­denal Lercaro (I/4, 327-330), pero también hubo otras intervenciones im­portantes: De Arriba y Castro (II/2, 308-309), Boillon (H/3, 351), Franie (H/3, 650-651) ...

11 Las intervenciones precavidas 10 eran más bien frente al título Igle­sia de los pobres, por parecer que podría introducir unas exclusiones que no parecían evangélicas. Además -hay que ,reconocerlo-, parece que mu­chos temían que hablar de la Iglesia de los pobres implicaría a la larga, pero ineludiblemente, acusar a la Iglesia de ser ,rica y de estar con los ricos.

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dó mucho. LG 8, sin embargo, está ahí como testimonio impor­tante. En este tema es «el texto más importante» 12. Y quizá, sobre todo, se había abierto la veda a esta expresión, que tanto juego daría en el posconcilio. GS, en otro contexto, también hizo presente, de manera afectivamente particular, el mundo de los pobres 13.

b) La pobreza entre los signos de los tiempos.-Captar los signos de los tiempos es un paso teológico y pastoral básico. El concilio confesó que la pobreza «es signo hoy particularmente muy estimado» (PC 13). Independientemente de lo que haya querido decir aquí el concilio con la palabra pobreza, difícil­mente podríamos desconexional'la con esa dimensión material a que hemos hecho alusión, máxime si tenernos en cuenta el lugar donde está ubicada la expresión.

c) Llamada a superar las palabras.-No entremos en la oportunidad de las palabras conciliares que cito a continuación. Ahora importa sólo la cita, que no se limita a recordar, sino que es al mismo tiempo denuncia. Dice el concilio: «hay quie­nes profesan amplias y generosas opiniones, pero en realidad viven siempre como si nunca tuvieran cuidado alguno de las necesidades sociales» (GS 30).

Probablemente el Concilio Vaticano II no hace de la pobre­za una de sus líneas de fuerza 14. No es 10 contrario 10 que

12 Así lo reconoce G. GUTIÉRREZ, Teología de la liberación, p. 364, nota 4.

13 Desde el principio (GS 1) hasta casi el final recorre toda la cons­titución un aire de compromiso con los necesitados, que no puede ser olvidado. Estas palabras son suficientes para captar esa especie como de amargura que siente la Iglesia ante las diferencias sociales, precisamente allí donde la fe parece más fuerte: «que no sirva de escándalo a la hu­manidadel que algunos países, generalmente los que tienen una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfruten de la opulencia, mientras otros se ven privados de 10 necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias» (GS 88). Los gestos de Pablo VI al finalizar el Concilio (venta de la Tiara para los pobres: 13 de noviembre de 1964, y dinero a cinco obispos de otras tantas naciones pobres en la misa de clausura del Concilio: 8 de diciembre de 1965) indican no sólo la sensibilidad de Pablo VI, sino también algo más: el postconcilio queda abierto a la solidaridad material enh'e los hombres (i incluidos los cristianos!).

14 G. GUTIÉRREZ: «El Vaticano II alude varias veces a la pobreza, pero no hace de ella una de sus líneas de fuerza (Teología de la libera­ción, p. 364). También F. SEBASTIÁN, contestando a quienes parecen pen­sar 10 contrario: «hay que confesar que el Concilio no ha sido, como algunos han querido llamarlo, el Concilio de la pobreza» (Renovación

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hemos querido probar aquí. Hemos querido sólo constatar la presencia del tema, con algunas connotaciones que sí nos pare­cen novedosas, aunque puedan no ser espectaculares, sobre todo hoy. Admitamos, incluso, que fueron tímidas. En esa misma timidez latía un forcejeo que no dejaría de tener su impOl'­tancia.

4. Despertar del Tercer Mundo

Si algo domina en el Tercer Mundo es la pobreza en su en­carnación más humillante. El progresivo conocimiento de ese Tercer Mundo ha ido dando a la reflexión sobre la pobreza una innegable novedad: el realismo dramático. En el despertar po­lítico, cuando se les fue concediendo a los pueblos la libertad -y muchos de ellos la alcanzaron en los años sesenta- se hizo patente que esos pueblos no estaban preparados para vivir dig­namente, porque habían sido preparados para que en ellos vi­vieran los colonizadores, no los nativos. Al mismo tiempo, di­versos enfrentamientos entre fuerzas minOl'itarias que se dispu­taban el poder, hizo que el pueblo pagase aún más trágica­mente la situación de miseria en que se movía.

De muchos pueblos conocemos poco. Conocemos poco más que los programas humillantes que ellos mismos o asistencias internacionales están poniendo en marcha. Es más lo que sospe­chamos que lo que sabemos. Sólo ciertos informes de la FAO nos permiten hacernos una idea de la miseria que ambienta la vida y la muerte de millones de seres humanos.

De la que más sabemos es de América Latina. La teología de la liberación, flanqueada por Medellín y Puebla, ha descu­bierto y presentado el rostro trágico de millones de hombres. América Latina se ha hecho acreedora a un respeto fundamental precisamente porque se ha tomado el tema de la pobreza en serio. La consideración de su situación aporta novedades, que no pueden ser ignoradas en ese sub continente, y se han conver-

conciliar de la vida religiosa, Bilbao, Mensajero, 1969', p. 305). Quizá matice un poco la afirmación, y creo que 10 hace objetivamente, cuando afirma: « ... consiguió, al menos, iniciar una preocupación que puede tener en la Iglesia una importancia extraordina·ria» (VARIOS, Religiosos y religiosas ante la Iglesia de mañana, Madrid, PPC, 1968, p. 217). El tiempo le habría dado la razón.

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tido, al mismo tiempo, en esquema del ambiente que domina en otras muchas partes del mundo.

Entre las novedades más importantes que aportan a la des­cripción de la situación mundial, he aquí las que parecen ser más importantes (limitádonos sólo a unas cuantas):

a) Conciencia de pobreza como punto de partida.-El mé­todo inductivo puesto de manifiesto por la Teología de la libe­ración exige comenzar por la conciencia de pobreza. Puebla -por no citar autores particulares cuyo sólo nombre huele mal a ciertas narices hechas a otros olores- ha descrito así la situa­ción: «comprobamos, pues, como el más devastador y humillan­te flagelo, la situación de inhumana pobj'eza en que viven mi­llones de latinoamericanos expresada, por ejemplo, en mOl·tali­dad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, salarios de hambre, desempleo y subemp1eo, desnutrición, ines­tabilidad laboral, migraciones masivas, forzadas y desampara­das, etc.» (n. 29). Se podría añadir mucho más. El etcétera es una puerta abierta. Pero baste 10 dicho. Es más que vergonzoso. Pues bien, de esta conciencia se parte, eso ha estado a la base de la teología de la liberación, que no deja de ser reflexión sobre la praxis 15.

b) Causas de la pobreza.-No se puede decir que en otras ocasiones no se habían tenido en cuenta las causas de la pobre­za. Pero sí se puede decir que las conclusiones no habían sido las mismas.

Lo primero que es novedoso -según parece, quizá no lo parezca a todos- es la afirmación de que el pobre es un ser empobrecido 16, son los demás quienes le empobrecen. «El 'po­bre' no existe como un hecho fatal, su existencia no es neutra políticamente, ni inocente éticamente» 17. Son causas estructura­les las que explican este estado de cosas, concretamente el capi­talismo: «la dinámica de la economía capitalista lleva simultá-

15 Para toda Teología de la liberaci6n, el supuesto de la praxis -inicio de la reflexi6n- es un «subcontinente de opresi6n y despojo» (Teolo­gía de la liberación, p. 15), no limitado al campo social (lo cual consti­tuiría «un grave error hist6rico», Beber en su propio pozo, Salamanca, Sígueme, 1984, p. 10), pero que ,tiene en él una parte muy importante.

16 Cfr. L. BOFF, Testigos de Dios ... , o. c., p. 325. 17 G. GUTIÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres, Lima, CEP, 1979,

p. 79.

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neamente a la creaClOn de mayor riqueza para los menos y de mayor pobreza para los más» 18.

Es un análisis poco dudoso para quienes opinan desde den­tro, aunque sabemos que lo es más para quienes lo miran desde fuera. De momento, nos interesa únicamente captar ciertos as­pectos novedosos que tiene hoy la pobreza. Y este parece uno de ellos, y de importancia.

c) Pecado contra el Evangelio.-Puebla califica esta po­breza de «antievangélica» (n. 1.159). Ciertas interpretaciones pasivas de la historia, y de la paciencia habían acostumbrado a los fieles a pensar en una existencia normal de clases como dimanantes de la voluntad de Dios. El fatalismo, el destino eran equiparados a la voluntad de Dios, reflejada en un estado de cosas existente de facto. No parece que haya sido fácil liberar a las masas de este equívoco sabiamente trabajado. Pero se ha logrado 19.

d) Derechos de los pobl'es.-El mundo moderno se ha sen­sibilizado con expresiones y movimientos como los que traba­jan por los derechos humanos. Desde América Latina se pre­fiere atender a los «derechos de los pobres y a interpretar desde ahí la defensa de los derechos humanos» 20. Es una clara afir­mación de que los derechos sociales deben ser los primeros, y que ésta es la puerta para los derechos civiles. Parece a la Teología de la Liberación que la expresión incluso tiene mayor mordiente y mayor densidad bíblica 21.

e) Implicación occidental.-Los problemas del Tercer Mun­do -en concreto el de la pobreza- no pueden dejar a Occi­dente como si nada pasara, porque Occidente ha sido y es cul­pable, es el otro polo de la pobreza, sin el cual ésta no exis­tiría 22. Occidente mismo 10 reonoce: «cristianamente, este desa­fío significa ante todo: nosotros, cristianos del mundo rico, no

18 Ibíd., p. 48. En esta línea va todo el libro, como confiesa ahí mismo el autor.

19 Es la victoria sobre 10 que otros llaman conciencia naturalista, vic­toria costosa, en cuya batalla han trabajado todos los grupos de la iz­quierda social.

lO G. GUTIÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres, o. c., p. 151. 21 Ibíd., p. 151, nota 4. " En esto insiste L. BOFF, por ejemplo, cuando habla de la validez de

la cristología de la liberación para una cristología universal (cfr. Jesu­cristo y la liberación del hombre, Madrid, Cristiandad, 1981, pp. 36-37).

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podemos seguir comprendiendo y viviendo nuestro cristianismo sin la provocación y profecía que nos sale al encuentro desde las iglesias pobres» 23.

f) Profecía, solidaridad y compromiso.-Si la constatación de la pobreza y sus causas no acaba en una lucha por la libe­ración de esa pobreza humillante, no se ha hecho más que mantener las cosas como están. No. Cuanto precede está pidien­do un cambio de situación que libere a los hombres de la po­breza que los destruye. Las palabras de este párrafo son otras tantas acciones en favor de ese cambio 24.

Hasta aquí el elemental acercamiento a ciertas novedades que nuestro tiempo capta en el extenso mundo de la pobreza. Aquí puede resonar mejor y ser intuida, si no comprendida, la pobreza religiosa.

11. PROMETO POBREZA

En la situación mundial que se vislumbra con las escasas referencias a que nos hemos limitado, las palabras con que el religioso promete pobi'eza quizá resultan poco claras (más bien confusas), y no pocas veces sorprendentes. Incluso habrá quien se pregunte: ¿cómo se puede prometer una osa contra la que se quiere luchar? En qué quedamos, ¿queremos ser pobres o queremos liberarnos de la pobreza?

Puede decirse que el voto de pobreza de los religiosos está con frecuencia en el centro de los chismes y chistes de personas normales, incluidas las que más tratan con los mismos religiosos. Esas personas no tienen rubor en contarte 10 que piensan o han oído, y 10 hacen quizá sin pensar que pueda ofender al oyente. Quizá piensan que los religiosos no se toman en serio eso de la

23 J. B. METZ, Más allá de la religión burguesa, Salamanca, Sígueme, 1982, p. 9. No en todo Occidente existe, sin embargo, esta preocupación social, ni siquiera en los libros. Es desolador consultar cielios boletines de moral occidental. Quien lea, por ejemplo, CH. E. CURRAN, «Théologie mOl'ale aux ~tats-Unis: une analyse des vingt dernieres années», en Le Supplément, n. 155 (1985), 95-116, Y 'tome nota de las dos canijas refe­rencias (pp. 104 Y 114) al ,tema económico, sin apenas asomo de preocu­pación social, quedará mudo de estupor. Esperamos que ese boletín no refleje la realidad. ¡Aunque a lo mejor sí que la refleja, 10 cual sería mucho peor!

24 Cfr. más adelante: al servicio de los pobres.

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pobreza. Esto quiere decir que algo no funciona ya de entrada en todo este tema de la pobreza.

Por otra parte, los mismos teólogos serios confiesan con naturalidad que «tal vez sea la pobreza el Consejo evangélico que ofrece más dificultades a la hora de querer esclarecer su sentido y su alcance» 25, y que «resulta todavía mucho más difí­cil tratar la problemática práctica de la pobreza evangélica» 26.

No cabe duda que estas palabras, que asumimos, son graves, y nos exigen un mínimo ejercicio de discernimiento, conceptual y práctico, para no resultar, si puede ser, excesivamente poblado de contradicciones en nuestra exposición. Por otra parte, nos liberan de caminar por un camino trillado, ya que parece que ese camino no existe. Comencemos, pues, intentando clarificar, a nuestro modo y según nuestro propósito, de qué va la cosa.

1. Pobreza religiosa

Aludíamos antes a la ambigüedad del concepto «pobreza evangélica». Lógicamente esa ambigüedad persigue a la «pobre­za religiosa». Allí mismo podían intuirse los dos caminos -un poco radicalizados- por los que transitan quienes consideran la pobreza religiosa. Y es probable que si preguntásemos a dis­tintos religiosos qué entendían por esas palabras cuando hicieron voto de pobreza, o qué entienden ahora, cuando lo renuevan o sencillamente lo viven, recibiríamos respuestas bastante plurales. Lo cual es sorprendente, y al mismo tiempo normal. Sorpren­dente porque es uno de los elementos básicos del estado reli­gioso. Normal, porque de 10 contrario no habríamos reconocido -y no reconocerían otros- la dificultad de clarificación exis­tente.

Personalmente concedo la maXlma importancia en el voto de pobreza a la pobreza material o sociológica. No acabo de ver la lógica de quienes, hablando de la pobreza religiosa, insis­ten en la pobreza espiritual o actitud de pobreza ante Dios y cuando se trata de revisar esa misma pobreza religiosa todos sus esfuerzos y propuestas van en la línea de la pobreza mate-

2l L. GUTIÉRREZ, Teología sistemática ... , o. e., p. 341. 26 lbíd., p. 341.

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rial O sociológica 27. Quizá fuera preferible hablar de infancia espiritual 28 al hablar de la pobreza espiritual y dejar distintas expresiones de la pobreza para la pobreza material. Puede ha­ber sucedido, remedando situaciones parecidas, que con frecuen­cia han definido la pobreza personas ricas y gente espiritual, y pueden haber tergiversado 10 que es la pobreza (sin querer, por supuesto). Difícilmente puede definirse la pobreza más que desde los pobres.

Confieso que cuando yo hice voto de pobreza no pensé que me llamaban a ser humilde, casto, paciente, etc., con las pala­bras «prometo pobreza». Me parecía que las palabras, aunque sean signos convencionales, tienen un significado concretó, que no puede diluirse so pena de exponerlas a desaparecer del db cionario. Por eso, miré el diccionario ideológico y encontré que los sinónimos de pobreza eran: indigencia, escasez, carencia, inopia, penuria, estrechez, miseria, etc., etc. Una comparación entre todos esos términos sinónimos me llevó a varias conclu­siones: que no todos los términos parecían en verdad sinónimos, que allí no había términos espirituales, y que en el ambiente quedaba no un cierto olor a pobreza material, sino una impo­sible escapatoria a esa dimensión. Y con ello pensé: o el cris­tianismo tiene su propio diccionario -diccionario para inicia­dos- que no tiene nada que ver con este diccionario normal y de uso continuo, sacado del pueblo y a él devuelto, o yo estoy equivocando a las personas -que son la Iglesia, pueblo de Dios- ante quien y en la que yo emito mi voto de pobreza. Porque ciertamente ellos están entendiendo una cosa, y parece que yo estoy diciendo otra. Confieso que nunca me he aclarado del todo en este tema, y que a veces pienso qué actualidad y sen­tido puede tener un signo que es entendido de distinta manera por quien lo ofrece y quien 10 recibe. También aquí sería nece­sario facilitar los signos.

Ideológicamente continúo prefiriendo estar cerca del pueblo,

27 Cfr. A. BOCKMANN, La pobreza, piedra de toque de la vida religiosa, Santander, Sal Terrae, 1983. Aun advirtiendo que la autora no se «es­tanca» en la concepción sociológica, dedica nueve páginas a la «materia tradicional» de la pobreza por sólo tres a la «ampliación de la materia tradicional» .

28 Así, G. GUTIÉRREZ, Beber en su propio pozo, o. c., pp. 158-165. El autor no tiene inconveniente alguno en acudir a Teresa del Niño Jesús como fuente de esta expresión y contenido evangélico.

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superar las teorías y admitir, sin más, que «los pobres [lo con­creto por lo abstracto] sufren unas carencias de bienes mate­riales, culturales y sociales que limitan su vida y la posibilidad de desarrollarse y realizarse como personas» 29. Quizá algunos piensen que esta forma de comprender la pobreza religiosa inva­lida el mismo voto de pobreza, ya que parece hacerse voto de un mal (he leído hasta la saciedad que la pobreza material es un mal en sí misma). Posteriormente volveremos sobre este aspecto, que, creo, tiene respuesta adecuada.

2. Teología y economía

Las líneas que siguen intentan volver sobre las preceden­tes en un abundamiento que parece oportuno. Escriben los reli­giosos: «pobreza, para nosotros, sugiere un universo teológico; pobreza, para la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos sugiere un universo económico» 30. Ese para nosotros tendrá que irse decantando, porque ciertamente no lo es para todos. Las mayorías significan mucho para quienes hacen de la voz del pue­blo voz de Dios (dicho ya muy viejo, y quizá por ello olvidado). La economía es una línea de fuerza en la historia que no puede quedar al margen de la fe. Por otra parte, ésta perdería mucho de su encarnación si prescindiese de esa economía que mueve la existencia y sin la cual no rodaría el mundo.

Por eso, el voto de pobreza es un voto en el que está im­plicada la economía. Y una economía normal, casera, no as­tral 31

• Cuando los políticos quieren llegar a la gente, y cuando les piden su voto (un voto evidentemente distinto al que aquí nos ocupa), hablan de cosas tan «banales» como la cesta de la compra, el piso, luz, teléfono, colegio, etc. Y ningún político dice: eso son nimiedades que ni van ni vienen; yo vengo a ha-

29 V. RENES, «Cuarto mundo y nuevos pobres», en La pobreza en España, Madrid, Cáritas Española, 1986, p. 151.

30 «Coloquio sobre pobreza y vida religiosa'}, en ConJer, 12 (1973),310. 31 Cuando hablo de economía casera, hablo de 10 que es normal, y ha­

cemos normal, en la vida: comida, vestido, viajes, regalos, «aparatos», libros, ocio, hobbys ... Los libros de vida religiosa, concretamente al tra­tar de la pobreza, no saben por dónde saHr en estos casos. Cf. A. B6cK­MANN, La pobreza, piedra de toque ... , o. c., pp. 65-66, al hablar de los regalos. Igual de otras muchas cosas, a pesar de la línea de demarcación -importante, sin duda- del carisma (p. 60) o de lo necesario (p. 67).

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blarles a ustedes de las cosas que merecen la pena. No. Los políticos carecerán de muchas cosas, pero saben cómo acercarse a la gente normal en situaciones importantes.

3. Pobreza y circunstancias

Concedamos este acento fuerte a la materialidad de la po­breza. Incluso en este supuesto, hay algo a lo que no podemos escapar: la relación entre pobreza material y circunstancias. El tiempo y el lugar, sobre todo, afectan a la pobreza de una ma­nera importante. Lo que en un tiempo y lugar puede ser pobre­za, en otro parece ruptura con la misma. Se dice con naturali dad que hay que «tener en cuenta las condiciones de las per­sonas que viven alrededor nuestro» 32.

Hablando así no se hace otra cosa que afirmar lo que tradi­cionalmente se ha dicho: que también las circunstancias son fuente de moralidad y que las realidades no son conceptos abstractos y cerrados, sino abiertos e históricos. Esto parece ele­mental.

Y, sin embargo, en seguida topa uno con preguntas a las que no acaba de hallar respuesta. Porque si las cosas son aSÍ, lo normal es que haya personas muy ricas, que por vivir en un mundo de lujo y abundancia no sentirán el escrúpulo de su vida o su voto de pobreza. Les bastará con tener un poco menos que otros, tener un poco de paciencia, ir a remolque, etc. Y a uno le da que esto no suena evangélicamente. Y que este sen­tido de los alrededores está superado en la no identificación de prójimo y cercano 33, hoy ya pacíficamente poseída.

Parece, pues, que a los alrededores o circunstancias de tiem­po y lugar -sobre todo de lugar- tenemos que darles otro sentido más universal. ¿Es lícito, en cristiano (yen humano), hacer la propia vida al margen de millones de personas alejadas, que viven en condiciones infrahumanas? ¿Es lícito programar la propia pobreza al margen de los necesitados, sobre todo

32 F. SEBASTIÁN, Renovación conciliar ... , o. C., p. 320. 33 Es hoy de perogrullo afirmar que prójimo no es solamente el que

está cerca de mí, sino aquel de quien yo me hago cercano. Y en este contexto hay que añadj·r: «el prójimo es para el Evangelio el prójimo por excelencia» (G. GUTIÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres, o. C., p. 79).

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cuando es más que probable que la riqueza nuestra se ha hecho, en buena medida, a costa de otras personas, precisamente de ésas que viven en condiciones infrahumanas? ¿No estamos en­tonces canonizando una situación de injusticia y viviendo de ella? ¿Y dónde quedan las llamadas evangélicas a la solidari­dad?

Parece más lógico decir: mis alrededores o circunstancias son más amplias, son el mundo, porque todo él está unido y mantiene una mutua dependencia. Por eso, me parece lícito, aplicar a esta cuestión de la pobreza religiosa lo que afirma la cristología de la liberación acerca de su importancia para la cris­tología universal, no limitándola al mundo en el que y desde el que ha surgido, y que es muy distinto al mundo, por ejem­plo, europeo. Dicen estos autores con razón: «sería erróneo pensar que este tipo de cristología sólo interesa a Latinoamé­rica, que vive en su carne las contradicciones del subdesarrollo como dominación. Según hemos visto, esta situación nace de un estilo de relaciones, en lo internacional, entre países ricos y paí­ses pobres. Nosotros somos sólo un polo de la relación. Por eso, los teólogos del otro polo están implicados en este proble­ma ( ... ). La forma en que ellos articulan su cristología no nos es indiferente, pues posee una dimensión política que puede reforzar o poner en jaque el polo determiante, responsable prin­cipal del desequilibrio injusto» 34.

También en Occidente se tiene que reconocer que si no se trabaja en ambos polos de la relación, no se hace nada. Mejor dicho, se canoniza y justifica uno de esos polos, el que crea y mantiene la injusticia en que vive y de la que es presa el otro. «La teología que apunta a ese proceso de liberación sería la 'teología de la liberación' que se nos pide y exige aquí, para que no traicionemos la otra, aquélla de los países del lado som­brío de este mundo y de su historia para no dejarla abandonada o incluso denunciarla rotundamente como anticristiana ( ... ). En esta revolución antropológica no se trata de liberación de nues­tra pobreza y miseria, sino de nuestra riqueza y bienestar sobre­abundantes» 35. Este reconocimiento es ya algo, aunque todavía sea muy poco.

34 L. BOFF, Jesucristo y la liberación del hombre, o. C., pp. 36-37. 35 J. B. METZ, Más allá de la religión burguesa, o. C., pp. 46-47.

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Con lo que precede no queremos decir que las circunstan­cias cercanas n9 tienen valor alguno. La misma sociedad civil impondrá ciertos elementos vitales a los que nadie puede sus­traerse so pena de abandonar el mundo. Pero sí queremos decir que hasta llegar a ese extremo queda un largo camino que andar en compañía de las circunstancias lejanas.

4. Concreción y casuística

A la hora de precisar la pobreza religiosa también este punto ha de ser tenido en cuenta. La pedagogía enseña que no hay que ser detallistas (que mata la creatividad), pero sí hay que ser concretos (que hace posible el aprendizaje). O que hay que ser concretos, pero no detallistas. Cada uno acentúe el extremo que estime más oportuno. Parece una norma sabia, aunque no fácil. Es difícil precisar cuándo estamos ante algo concreto, y cuándo nos encontramos ante detalles.

El descrédito merecido en que ha caído la casuística al tratar de la conducta humana y cristiana, puede llevar a rechazar todo aquello que sea determinado y posea unos contornos definidos y particulares. A todos nos gusta volar y no ponerle puertas al campo. Tampoco al campo de la pobreza. Y quizá pensamos que 10 mejor es ser espontáneos y generosos, y que esta esponta­neidad y generosidad sabrá encontrar los caminos de la pobreza en nuestros días.

Todo es posible, desde luego. Y nada de lo que es bueno debería ser rechazado ni infravalorado. Aunque es posible que quien gane en esta lucha entre concreción y casuística sea la ideo­logía, la teoría, la especulación, ese campo de nadie donde caben los dardos certeros (y a veces envenenados) y las extravagancias, pero donde unos y otras son absolutamente inofensivos.

Sucede en la pobreza lo que sucede en general en la vida cristiana: si no existe en firme la ley de la encarnación, todo puede ser evasión. Con unas u otras teorías exculpatorias, pero evasión. El P. Rahner hablaba de la «valentía necesaria para aceptar lo 'institucional' y las 'prácticas', frente a una subjeti­vación falsamente existencial, que sería difusa, arbitraria e irreal, y correría continuamente el riesgo de no ser auténtica» 36. Baste

36 K. RAHNER, «Espiritualidad antigua y aotual», en Escritos de teolo­gía, VII, Madrid, Taurus, 1969, p. 16.

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con esto. Si nos inclinamos decididamente por la materialidad de la pobreza ( ¡no sin Espíritu, que sería cosa impensable entre gente selecta!), y al mismo tiempo insistimos en la necesidad de ser concretos, ya se puede intuir por dónde irán después los tiros.

5. Hacia la praxis

Quedan muchas otras preClSlones al hablar de pobreza reli­giosa. Queda, por ejemplo, su relación con el trabajo (relación de la que después diremos algo). Pero es preciso en la estrechez de estas páginas pasar ya a la praxis, que es 10 que más falta, y lo más difícil. Una teoría sin praxis, no sirve. Por eso, deseo que las últimas palabras de esta parte consistan en tender un puente hacia las páginas siguientes. Lo mismo podían haber sido las primeras palabras de la tercera parte, pero he preferido que sean las últimas de esta segunda, para que todo ello quede comprometido con la praxis.

Acerca de la oración escribió F. Ruiz con cierta ironía llena de realismo: «sobre la oración sabemos ya casi todo, menos orar» 37. Remedando estas palabras podemos decir: sobre po­breza religiosa 10 hemos dicho ya casi todo, menos que no somos pobres. Un religioso, tan sereno como el P. Congal' escribía hace unos años: «hay que reconocerlo francamente: son hombres ricos, o en todo caso hombres a los que no les falta nada, los que hablan de la pobreza. A veces hablan bien, pero esto no cambia nada; estos hombres siguen viviendo como antes» 38. No es extraño, ni demagógico, que se haya podido decir de la po­breza religiosa: «sólo la moral de los ricos puede encontrarle méritos» 39. Este hombre tenía más razón que un santo. Lo malo será que le reiremos «la gracia», y adelante. Pero no parece ser una «gracia». Son muchos los que firmarían estas otras pala­bras: «es evidente que muchos cristianos auténticos nos culpan de no ser fieles a nuestros compromisos de pobreza» 40.

37 F. RUIz, Caminos del Espíritu, Madrid, EDE, 1978', p. 287. 38 «Situaci6n de la pobreza en la vida cristiana en una civilizaci6n de

bienestar», en Concilium (1966, 2), 62. 39 J. GUEHENNO, citado por P.-R. RÉGAMEY, La pobreza y el hombre

de hoy, Madrid, Marova, 1965, p. 236. 40 F. SEBASTIÁN, Renovación conciliar de la vida religiosa, o. c., p. 318.

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Es probable que esta conciencia haya influido en la bús­queda de una nueva hermenéutica general, que tiene su con­creción más fuerte y evidente en la pobreza. La teología de la liberación acepta y alaba esta intuición de una parte de la teo­logía europea cuando escribe: «Metz señala con perspicacia lo que está realmente en juego en la teología de hoy cuando es­cribe: 'El llamado problema hermenéutico fundamental de la teología no es, en realidad, el de la relación entre teología siste­mática y teología histórica, entre dogma e historia, sino la tela­ción entre la teoría y la práctica, entre la inteligencia de la fe y la práctica social'» 41.

III. PARA VIVIR LA POBREZA RELIGIOSA

Los autores concuerdan en que la praxis de la pobreza y la determinación misma de esa praxis es bastante más difícil que la teoría 42. No creo que haya quien se atreva a negarlo. Por eso, si la teoría es endeble, más endeble se presenta la determinación de la praxis y la praxis misma. También aquí nobleza obliga. Por eso, lo que sigue no tiene pretensión alguna. Intentaré recoger y proponer algunos puntos, por si parecieren de interés, y por ver si logran revolver los recuerdos de lo que ya se sabe y no se vive, las dudas e incertidumbres en las que andamos casi todos con frecuencia.

1. Crisis de las formas tradicionales de pobreza

Sesudos teólogos no tienen inconveniente en hacer sociología sobre la materia: «en el pasado las cosas eran o aparecían rela­tivamente fáciles: una renuncia a los bienes, la necesidad de un permiso para todo acto relacionado con los bienes mate­riales, una cierta austeridad de vida común, y poco más. Hoy, sin embargo, nada de eso resulta satisfactorio. Debe someterse a revisión tanto la doctrina como la praxis de la pobreza desde

41 G. GUTIÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres ... , o. C., pp. 74-75. 42 «Resulta todavía mucho más difícil tratar la problemática práctica

de la pobreza evangélica» (L. GUTIÉRREZ, Teología sistemática ... , o. c., p. 341).

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supuestos mucho más amplios, que van desde el mismo evange­lio hasta las condiciones socio-económicas de nuestro mundo» 43.

Generalmente se consideran formas tradicionales de pobre­za: «reducción a la ascética de la obediencia», «reducción a la ascética individual», «olvido de la pobreza de la Institución» 44.

Otras veces se habla de «una vivencia intimista y privatizante ~ y aun ascética» 45. ~

Que no se trata de afirmaciones gratuitas lo demuestran el mismo Concilio Vaticano I1, que expresamente llamó la atención sobre la falsa identificación de ciertos conceptos relacionados con la pobreza, pero que no son la pobreza, y que a veces la desvirtuaban (PC 13). Incluso el mismo Concilio indica con toda claridad -aunque no concreta- que la pobreza «sea -si fuere menester- expresada también por formas nuevas» (PC 13). No se trata, pues, de hacer borrón y cuenta nueva, sino de tomar conciencia de un cierto malestar e inadecuación en la forma de concebir y vivir (éste es el extremo que ahora nos interesa) la pobreza religiosa.

2. «Las cosas siguen casi igual» 46

Este juicio, emitido a diez años largos de cerrado el Concilio, y que se proyectaba sobre los años de mayor creatividad poscon­ciliar, puede actualizarse en estos momentos.

Casi igual. El casi es importante. No podemos olvidar los esfuerzos y realizaciones logradas en la vida religiosa por vivir más auténticamente la pobreza y las formas en que se ha que­rido encarnar esta pobreza. Ambientes tan sensibles a la pobre­za, como la teología de la liberación, reconocen que fue «en los medios cercanos a algunas comunidades religiosas de funda­ción reciente» 47 donde comenzó la reclamación de una mayor pobreza.

43 Ibíd., p. 341. .4 S. MATELLÁN, Pobreza evangélica. Significado y praxis de la pobre­

za evangélica en el mundo contemporáneo, Madrid, ITVR, 1975, pp. 119-123.

45 L. BOFF, Testigos de Dios ... , p. 131. 46 S. MATELLÁN, Pobreza evangélica ... , o. C., p. 127 . • 7 G. GUTIÉRREZ, Teología de la liberación, p. 363. No sería justo limi­

tarse a las comunidades de fundación reciente, aunque hay que recono­cer que éstas no tienen detrás el lastre hereditario, que es una rémora

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En un repaso relámpago no se podría olvidar una mayor sensibilidad intra e intercomunitaria, inira e interpl'Ovincial, con fondos comunes importantes que revierten en los más necesi­tados. No se puede olvidar tampoco una continuada y progresiva presencia en lugares de misión y en ambientes del Tercer Mundo. El desplazamiento de no pocos efectivos de la vida religiosa a zonas pobres, aunque irónicamente acogido por algunos, es digno de admiración en muchos casos, de respeto en los más, y de comprensión en los que hayan podido fracasar. Muchas entradas en el mundo del trabajo, son más que plausibles. Buenos deseos, obstaculizados por medidas civiles exageradamente dis­criminatorias que han empedido que fuesen materializados, creo que no deben quedar en el olvido. Y una cierta sensibilización, que ha suscitado remordimientos y escrúpulos en muchos reli­giosos, creo que también es muy positiva. La mala conciencia, asumida en la duda e incertidumbre, es siempre una llamada y un acicate que no permite la insensibilidad.

Casi igual. El igual es también importante. Lo más proble­mático aquí es que el casi afecta a minorías, el igual a mayorías. El casi a formas novedosas, el igual al gran volumen apostólico en que nos movemos. Con frecuencia los más nos escudamos, defendemos y hasta presumimos con los 1:.:nos. Religiosos que no tenemos un gesto para nuestros herc<iúos misioneros sole­mos presumir, cuando llega la hora, de que estamos en la avan­zadilla del Tercer Mundo. Y así sucede en otras muchas oca­siones y frentes. Y esto es quizá 10 más grave.

Se lleva tiempo clamando por una mayor creatividad en todo el espectro cristiano: «ya es hora de que los cristianos encon­tremos en nuestra confrontación con la palabra y en nuestra familiaridad con el Espíritu intuiciones y energías creadoras de nuevas condiciones de vida para nuestra sociedad» 48. Pero se

apenas imaginable en la vida religiosa. Hay que decir que todas las órde­nes y congregaciones religiosas -independientemente de 10 que hayan logrado- se han preocupado del problema de la pobreza a lo largo de los últimos años. Véase un itinerario, que puede ser reflejo del que han seguido los demás, en r. IGLESIAS, "Cincuenta años de itinerario sobre la pobreza en la Compañía de Jesús (1938-1987)>>, en Manresa, 59 (1987), 289-307. Otras órdenes o congregaciones podrían ser citadas, V.gr., la Sociedad de María (cfr. J.-M. SALAVERN, "Pauvreté personnelle pour notre temps», en Vie Consacrée, 58 (1986), 131-145.

48 J. MARTíN VELASCO, La religión en nuestro mundo, Salamanca, Sí­gueme, 1978, p. 57.

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ve que es difícil, a nivel teórico, y más aún a nivel práctico. Parece que es verdad lo que decía C. Koser, experimentado en praxis de la vida religiosa: «los momentos de creatividad son escasos en nuestra vida» 49. Confesión humilde y realista, que no podemos olvidar.

3. Pobreza comunitaria

La pobreza religiosa es, ante todo, pobreza comunitaria. La dimensión de comunitariedad es la que le da el matiz principal de religiosa. Y debe ser considerada antes que la pobreza indi­vidual (si es que ésta debe ser considerada aparte). Porque, además, sin pobreza comunitaria es casi imposible una pobreza personal o individual. Es cierto que hay apologistas de esta posi­bilidad, pero quizá cada vez haya menos. La misma historia enseña que esto no es posible, y que las comunidades se vienen abajo con todo el equipo 50.

Ser personalmente pobre en una comunidad que no lo es supone, además de una fuerza de voluntad fuera de lo común exigible, una contestación permanente -hiriente de facto y ex­traña- en un codo a codo diario con los miembros de la propia comunidad con qt~'"l1CS hay que compartirlo todo: palabra, si­lencio, diálogo, mesa, recreo ... y también economía. La actitud de esa persona pobre tensionaría y acabaría en rupturas siem­pre dolorosas y pocas veces edificantes. Lo normal es que uno termine diciendo una de estas dos cosas: hagamos lo que hacen todos, o lo dejo, y me marcho. Y esta dificultad aumenta en un tiempo como el nuestro en el que se ha redescubierto la vida comunitaria y ésta se vive en unas relaciones más normales y personales (antes uno podía pasarse la vida sin cruzar una

49 «Creatividad y espontaneidad», en El franciscanismo y su fuerza de atracción en el mundo de hoy, Valencia, Selec. de Franciscanismo, 1972, p. 153.

50 En este sentido es perfectamente válido el estudio de C. LUGON, Los religiosos a debate. Partiendo de una experiencia: la abadía de Aulps, Madrid, Studium, 1971. Basten estas palabras: «¿Acaso los monjes no podían, no pueden seguir siendo fieles, fervorosos, pobres de espíritu y de hecho, viviendo en el seno de monasterios ricos? Sí, dice la opinión subyacente a todas las apologías del poder de los monasterios ( ... ). Pero a la luz del criterio de toda vida monástica ( ... ) da una respuesta con­traria, con más fuerza si cabe» (ibtd., pp. 96-97).

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docena de palabras y comentarios con otro). La pobreza personal no puede vivirse en una constante lucha con la sensibilidad pro­pia y ajena, porque dificulta, si no imposibilita, esa elemental serenidad que se necesita para vivir y convivir con otros.

La pobreza comunitaria que pudiéramos llamar pasiva se juega fundamentalmente en tres frentes: economía doméstica, tiempo y espacio. Los tres aspectos son importantes. De los dos últimos se ha dicho: «hoy ... son los bienes principales» 51. Una palabra sobre ellos:

a) Economía doméstica.-La pobreza comunitaria se ve afectada esencialmente por una larga serie de conceptos diarios, que están en cualquier libro de economía medianamente actua­lizado y que rige el estado de cuentas de la comunidad. No tendría sentido especular sobre posibles encarnaciones de po­breza comunitaria al margen de estos conceptos, siempre revisa­bles pero esencialmente válidos según la experiencia común. No vamos a enumerarlos aquí, pero están en la mente de todos y toda la comunidad, a través de la comunicación normal, recibe puntual información sobre los mismos.

A la comunidad se le puede pedir que, teniendo en cuenta todos esos conceptos concretos, sepa hacer unos presupuestos, en los que los criterios de pobreza sean fundamentales. La co­munidad deberá también establecer una revisión de los mismos, para que los presupuestos no queden en papel mojado.

b) Tiempo.-El tiempo dice una relación directa al trabajo, que hoy sobre todo, es un elemento fundamental y al que todos son sensibles. Creo que el tiempo encuentra en estos momentos menos dificultades (quizá sea más difícil dar con el tipo de tra­bajo, que con el hecho del trabajo). El tipo de vida religiosa hoy imperante (= vida activa) y las principales encarnaciones de la misma (enseñanza y sanidad) ayudan a mantener un nivel de trabajo común más que aceptable. A veces, incluso, exage­rado. Hay muchos religiosos que están superocupados en tareas normales.

Siempre habrá trabajadores en paro voluntario, trabajadores ilusos y equivocados, trabajadores inútiles, etc. Pero, en general, hoy en la vida religiosa se trabaja bastante. El religioso no vive

51 F. SEBASTIÁN, Renovación conciliar ... , o. e., p. 319.

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el temor, y a veces la angustia, de quedarse sin trabajo, o al menos un trabajo del que dependen los principales conceptos económicos de su existencia. Pero ese es otro problema.

Ahora bien, esta presencia del trabajo no soluciona el pro­blema de la pobreza. Incluso, en muchos casos es más que probable que lo agrave, ya que una comunidad que trabaja es una comunidad que se enriquece, y su talante de pobre no puede ser: somos ricos ciertamente, pero es que nos lo hemos ganado trabajando. Este sería el juicio de cualquier hombre de negocios, y para acabar ahí no veo la necesidad de hacer voto de pobreza. El problema será qué hacemos con esa economía boyante conse­guida con el trabajo honrado de los miembros de la comunidad. Algo diremos al hablar de solidaridad.

c) Espacio.-El espacio hace referencia a los edificios. Aun dejando para después lo que son espacios donde se realiza la misión y limitándonos a lugares donde vivimos, hay que recono­cer que el espacio lucha con dificultades más serias o sencilla­mente atemorizadoras. No sé si podrá serenamente ponerse en duda que los desproporcionados edificios en que vive la inmen­sa mayoría de los religiosos son, al menos en la urbanística actual, un claro antitestimonio. A veces se dice, y no siempre es mentira, que esos edificios son más incómodos -a veces incluso inhóspitos- que un piso o dos modernamente amue­blados. Y que, desde luego, son menos funcionales. Pero con eso no solucionamos nada. La gente normal podría decirnos: «además de escandalosos, tontos. Son ustedes como los nobles arruinados, que -ellos por presumir y ustedes por lo que sea­tienen que hacer fuertes inversiones para mantener ellos títulos y ustedes inmuebles, que no sirven para nada, y menos aún, desde luego, para vivir un voto de pobreza».

El problema es grave, y no nos atrevemos a hincarle el diente. Los religiosos vivimos en edificios que en su inmensa mayoría hemos heredado de tiempos e ideologías muy distintos, y a los que nos sentimos vinculados -con mucha frecuencia aferrados- fundamentalmente por recuerdos ancestrales, argu­mentos afectivos y referencias históricas. Tenemos en nuestra jerga espiritual un martilleo diario de términos como desasi­miento, despojo, hombre nuevo, libertad de espíritu, etc. Pero nada de ello parece sobrepasar la cáscara de estos inmuebles.

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Debe ser que el desasimiento no tiene que ver con la vida real, o se apaga en frases generales lanzadas al aire o a voleo.

Hay también situaciones en que no es fácil vender esos edificios -tampoco se trata de regalarlos a los ricos que pueden comprarlos (otra cosa será qué se hace con el dinero recibido). y hay también situaciones en que leyes claramente persecutorias por parte del poder civil aumentan la problemática que plantean esos grandes edificios.

A pesar de todo, es difícil negar que hay rémoras -las principales- inútiles, que deberían haber sido vencidas, y que falta valentía para acabar con muchos de esos edificios, cuyo solo mantenimiento son la ruina de las comunidades~a veces incluso de las Provincias religiosas- y que impiden una presen­cia pobre y caritativa. Ante situaciones flagrantes en este sen­tido, no creo que vaya contra la vida religiosa negarse a vivir en ciertos conventos o a aportar una contribución impuesta para restaurar, mantener habitable, etc., ciertos edificios. También aquÍ pudiera darse el caso de que la obediencia -cuya identi­ficación con la pobreza denunció el Concilio, PC 13- pusiese trabas a la vivencia de la pobreza. Y que argumentos barrocos estuvieran lastrando un modo de vivir que afecta a toda la experiencia de vida religiosa y a su misión.

4. Pobreza apostólica

La presencia del religioso en el mundo y el ejercicio de su misión en unas circunstancias determinadas llevan a éste a una situación difícil precisamente en el campo de la pobreza. Parece, efectivamente, que para «los Institutos de vida apostólica será y está siendo mucho más difícil encontrar su propia anda­dura» 52.

No deseo quebrarme la cabeza, porque otros se le han que­brado ya antes y estimo correcto su planteamiento general. Es­cribe F. Sebastián al respecto: «el apostolado de los religiosos tiene que ser un apostolado de pobres, en el que quede paten­te la primacía de lo espiritual en las aspiraciones y en la vida de la Iglesia, su libertad respecto de los bienes terrenos, la fla­queza de los bienes terrestres, etc. ( ... ). A medida que los reli-

52 L. GUTIÉRREZ, Teología sistemática ... , o. C., p. 358.

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giosos reciben y desempeñan encomiendas de la Iglesia más amplias, se hace más difícil salvar en ellas las exigencias de la pobreza. Algunas actividades tan propias de los institutos reli­giosos como la enseñanza, son hoy verdadero problema para muchos religiosos ... El problema es sumamente complejo. Los institutos han encontrado en la enseñanza un campo amplio donde desenvolver su apostolado. Había ahí una gran obra, de necesidades crecientes, que no estaba suficientemente atendida por la sociedad ... Una vez embarcados en esta aventura, nos vimos obligados a aceptar las leyes de la competencia y del profesionalismo. Surgieron los grandes edificios, nos dejamos nevar un poco de la ostentación, nos vimos sobre todo cogidos dentro de los engranajes de un sistema económico del que no podemos desasimos. Los edificios, los estudios, etc., nos han hecho manejar grandes cantidades de dinero. No se puede decir que nuestra enseñanza haya sido cara en sí misma ... Pero vista desde el lado de las familias, independientemente de nuestra voluntad, ha sido y es verdaderamente cara, inasequible a las familias que no pertenezcan a una clase media bastante desaho­gada. Las exigencias del profesionalismo y de la economía nos hacían buscar los centros prósperos, donde pudieran montarse colegios de muchos alumnos. No se puede pensar en montar un colegio de enseñanza media, con un edificio propio y un me­diano cuadro de profesores, en un pueblo o en un suburbio. Por eso la cuestión está en liberarse de algún modo de este me­canismo de 10 económico y profesional» 53.

53 F. SEBASTIÁN, Renovación conciliar ... , o. C., pp. 312-313. La relación medios-presencia apostólica divide fuertemente a los religiosos (cfr. Eglise et pauvreté, Paris, Cerf, 1965, pp. 112-115). L. BOFF, en unas páginas llenas de sentido común y evangélico, ha escrito al respecto: «puédese, pues, afirmar como conclusión de esta parte, que la vida religiosa, en la línea de su hacer, está llamada, a través de sus obras, a vivir o para el pobre o con el pobre o como el pobre» (Testigos de Dios ... , p. 296. Interesan las pp. 295-298). En la misma línea, L. BorsVERT, La pauvreté religieuse, París, Editions du Cerf, 1981, donde desarrolla estos cuatro puntos: ser para los pobres, ser con los pobres, ser como los pobres, ser por los pobres (= los pobres pueden ayudarnos a ser 10 que hemos elegido ser: pobres. Esto último es como ser desde los pobres). También TILLARD, como ,tantos otros, ha dedicado unas páginas ... , difíciles de calificar (pero ciertamente realistas y evangélicas), sobre esta problemá­tica de una pobreza comunitaria que atormenta a teólogos y religiosos (J. M. R. TILLARD, Religiosos: un camino de Evangelio, Madrid, ITVR, 1975', pp. 161-167).

í 1

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El aut01' señala una serie de cinco cosas, que podrían hacerse para lograr algo en este difícil campo de la pobreza apostólica, concretamente en el campo de la enseñanza. Miradas esas pro­puestas desde fuera, y convencido de que no eran fáciles de ejecutar, sí parecían un paso evangélico renovador. De las cinco parece haberse logrado una, yeso por exigencias externas inelu­dibles. Las restantes permanecen intocables. Unas no parece que esté dispuesta a intentarlas la dirección del centro sin dar la vuelta a todo el sistema, otras no las aceptaría el alumnado sin el cual no existirían los colegios, etc. Total, que no parece ha­berse hecho algo medianamente importante.

y si se juzga la pobreza desde los resultados, aceptando que sufra un poco esa pobreza en beneficio de otros resultados apostólicos más importantes, quizá la cuestión se complicase aún más. Porque de los mejores colegios (colegios de religiosos po­bres frecuentados por estudiantes ricos -algunos están en la mente de todos- de intentos desesperados por serlo, etc.) han salido promociones bien formadas, capaces de seguir brillante­mente carreras universitarias, entradas a engrosar la clase de los «selectos» ya colocados antes de terminal' los estudios (¡lo cual en tiempos de paro generalizado es mucho! ), ganadores de buenos sueldos, instalados en una seguridad muy aceptable. Con ello tendremos asegurada la existencia de unas personas sin pro­blemas económicos, que llevarán adelante este mundo según la mecánica imperante, ocuparán puestos altos, etc. Lo que no tendremos asegurada es una digna disminución del paro, una repartición más justa de la riqueza, una solidaridad más efec­tiva, y una fraternidad más humana. Quizá se logre menos ateís­mo, pero conviviendo con una creciente idolatría, idolatría pre­cisamente de la riqueza 54.

El mundo de la enseñanza ha sido elegido no por capricho, menos aún. por animosidad, sino porque es una referencia muy frecuente, y parece ser sintomática, de un callejón sin salida. Digamos una palabra -mucho más breve- de otro tipo de casas misioneras, vistas desde el ángulo de la pobreza: las casas

" Probablemente, el problema fundamental hoy, desde el punto de vista de la preocupación religiosa, no sea el del ateísmo, sino el de la idolatría, un cambio de perspectiva que comienza a ser tenido en cuenta. Cfr. P. RICHARD, «La Iglesia de los pobres en el movimiento popular», en Concilium, n. 196 (noviembre 1984).

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de retiro. Alguien escribió con sorna: «por una extraña para­doja, todos los conventos en los que los religiosos y religiosas practican el ascetismo, tienen la apariencia de casas de ricos» 55.

Quizá no sean propiamente casas de ricos; ciertamente no lo son de pobres; parecen más de ricos que de pobres. Y si en ellas no se dan ciertas comodidades -bastantes comodidades-, se­rán casas sin presente y, presumiblemente, sin futuro.

Aquí no es la competencia externa la que empuja casi inexo­rablemente. Es la competencia interna y las exigencias de las personas que ahí se retiran. No parece el mejor clima para hacer una experiencia de pobreza. Probablemente no 10 es ni siquiera para hablar de pobreza.

5. Al servicio de los pobres

Es opinión bastante generalizada, a la que me uno, que a los pobres sólo pueden liberarles los pobres. No porque éstos se vean libres de egoísmos, indiferencias, abusos, etc. 56, sino porque no se ven tan mediatizados como los ricos, y porque llevan en 10 más íntimo la experiencia dura de 10 que es la pobreza. Los ricos tienden instintivamente a subir y, por tanto, alejarse cada vez más de esa distancia abismal que los separa de los pobres. Cada uno va haciendo su propia clase, clan o casta como medio normal en el que pueda moverse y como quie­tud personal, como justificación psicológicamente necesaria.

Por eso, es el servicio a los pobres, con vistas a un ejercicio de liberación de esa pobreza, el que justifica el voto de pobreza material. Si aceptamos la necesidad de una experiencia de po­breza para que surja el servicio a los pobres, la pobreza es nece­saria, no como fin, no como clase sociológica bendecida por Dios 57, sino como ambientación necesaria para vivir la solida-

ss Citado en C. LUGÓN, Los religiosos a debate ... , o. C., p. 206. 56 La misma teología de la liberación, en una confesión que le honra,

confiesa claramente este aspecto negativo de la base del pueblo pobre (cfr. G. GUTIÉRREZ, Beber en su propio pozo, o. c., p. 162).

57 No acabo de comprender que la pobreza como carencia -aunque no como miseria- tenga sólo un sentido funcional, en orden a compartir 10 que se tiene para sacar de la miseria a quienes la padecen. Hay que comprender que hablar de un valor evangélico de la pobreza a quienes se mueren de hambre (o padecen necesidades parecidas) es un sarcasmo, y pedagógicamente no es aconsejable. No obstante, me parece difícil un evangelio explicado únicamente desde esa perspectiva funcional.

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ridad con el pobre. En este contexto, hacer voto de pobreza no es hacer voto de una cosa mala, sino que en realidad se hace voto de luchar por los pobres, cosa imposible -en nuestra hipótesis- en caso de no haber conocido vitalmente la pobreza. Pasar ineludiblemente por un mal no es aceptar el mal, retro" ceder y prescindir de muchas cosas que se tienen para poderlas tener el día de mañana no es anacrónico, ya que se trata de prescindir de ellas para ayudar a conquistarlas a otros muchos y así poder compartilas. La Encarnación de Jesús fue meterse en un historia que no le correspondía en dignidad, fue luchar con algo que él, como Dios, tenía superado. Pero fue, en defi­nitiva, compartir esa lucha y enseñar a luchar,

Esta dimensión de la pobreza ha alcanzado en nuestros días una importancia especial 58. La desprivatización de la pobreza, haciendo de ella una realidad política, parece ser un elemento conquistado sobre el que no es preciso volver. Es sólo necesario hacer que esa conquista sea cada vez más real y concreta. Este servicio tiene cuatro capítulos: participación, protesta, ruptura, solidaridad o compromiso. Hablar de todos ellos nos llevaría muy lejos, Me limito sólo a recordar 10 que implica la ruptura a que hacemos alusión, porque de ella se habla menos, sobre todo en nuestro mundo eclesiástico, y porque a algunos les puede crear mayores problemas que cualquiera de las otras actitudes. Escribe G. Gutiérrez: «romper quiere decir dejar de lado inercias y tradiciones, recelos y viejos reflejos, ventajas y privilegios de todo tipo,., Supone ganarse la hostilidad -con todos los riesgos que eso conlleva- de los grupos dominantes; y, sobre todo, creer en la fuerza revolucionaria y liberadora del mensaje evangélico, en una palabra, creer en el Señor» 58 biS.

El servicio a los pobres se identifica con la «opción prefe­rencial por los pobres». La expresión se está ya quedando como falsilla, pero continúa estando ahí. Puebla, hablando de la vida religiosa, vuelve a recordarla como programa en tema de po­breza, e indica lo que comprende: «no supone sólo el despren-

58 Cuando A. BOCKMANN estudia «cuatro aspectos prácticos de la PO­breza» (apertura hacia Dios, apertura hacia la fraternidad, opci6n prefe" rente en favor de los pobres, participaci6n en la pobreza de Cristo",), dedica al tercero más del doble que a cualquiera de los otros tres. No deja de ser significativo (pp. 75-118).

58 biB G. GUTlÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres, o. c., p. 50.

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dimiento interior y la austeridad comunitaria, sino también el solidarizarse, compartir y -en algunos casos-~ convivir con el pobre» (n. 734) 59,

6. Entre la inocencia y la posibilidad

No es preciso ser muy perspicaz par dar alcance a las difi­cultades que el tema de la pobreza conlleva. Ni se puede ser ingenuos hasta el grado de pensar que esto de la pobreza se arregla en cuatro días. Probablemente no se arreglará nunca. Unas veces iremos mejor y otras peor, unos darán un paso ade­lante y otros atrás, unos creerán honradamente que las cosas son de una manera y otros creerán, con la misma honradez, que son de otra. Y todos iremos por el mismo camino de la perfec­ción religiosa. Es una prueba más de que ante Dios nos presen­taremos con las manos vacías, o que ello es muy probable, lo cual no debe atemorizar si se acepta que Dios es un don.

Pero esta consideración tampoco debe dejarnos escépticos e indiferentes. Estas actitudes no son dignas de los hombres. Debemos trabajar sin caer en la aberración de pensar que Dios ha dejado por ello de ser un don. Es el Dios de la historia el que ha abierto un camino y desde el que Cristo se proclama camino.

En otro lugar de esta misma revista 60 he hablado del amor político, entendiendo la política como ciencia de lo posible. A esas páginas remito. El amor político puede ayudarnos a ven­cer la inocencia de las palabras gruesas y radicales que a nada conducen (y que son a la vez las más tímidas, viscerales e in­cluso a veces cobardes) y a poner en práctica unas medidas o

59 Este aspecto importante habría que ambientarIo en la «opción pre­ferencial por los pobres», tal como lo presenta Puebla (nn. 1134-1165), una de las dos opciones preferenciales (la otra es la de los jóvenes). Véase también cuanto decimos en nota 53. Sobre la opción preferencial por los pobres, y ante la ingente literatura, baste con citar: «Opción por los po­bres: desafío a los ricos», Concilium, n. 207 (septiembre 1986), todo él dedicado al tema, y dirigido por V. ELIZONDO y L. BOFF. Con referencia particular a la vida religiosa, cfr. J.-Y. CALVEZ, «L'option préférentielIe pOUl' les pauvres, dans l'ltglise, recemment», en Vie Consacrée, 59 (1987), 269-284.

60 «Amor político: entre la inocencia y la posibilidad», en Revista de Espiritualidad, 44 (1985), 413-438.

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mediaciones políticas que hagan un pequeño sendero para hacer camino al andar.

7. Puestos los ojos en Cristo

Estas palabras de santa Teresa 61 nos valen para buscar la raíz cristológica de la pobreza. Cristo será siempre, también en la pobreza, una referencia esencial. El religioso se confiesa se­guidor de Cristo y en él, más que en palabras concretas, funda­menta su pobreza 62.

Al hablar de la pobreza el Concilio acudió sobre todo a tex­tos que hablan de la Encarnación. Ahí veía el fundamento más profundo de la pobreza de Jeslts y la mayor exigencia de pobreza para la Iglesia (LG 8). En la Encarnación la pobreza es una existencia que pierde «categoría» para abajarse a situaciones más débiles en todos los sentidos (= se despojó de su rango Flp 2,7), comparte la naturaleza humana con sus debilidades y limitaciones (= se hizo como uno de tantos, Flp 2,7), para enriquecer a los hombres a los que se unió (= a fin de que os enriqueciérais con su pobreza, 2 COl' 8,9). Es una referencia de indudable valor, profundidad y radicalidad, que abarca las diversas dimensiones de la pobreza, incluida la de sacar de la pobreza a los que la sufren.

Posteriormente, el redescubrimiento del Jesús histórico en Cristología ha incidido también en el campo de la pobreza, lle­vando a insistir en otros aspectos más llamativos y constatables, y sobre todo más políticos. Parecería como si la Encarnación, mirada desde la pobreza, fuera una acción reservona, aunque digna y generosa, una acción interpersonal, de cierto intimismo y llamada callada y oculta, sin tocar directamente a terceras per­sonas. En cambio el Jesús histórico se faja con la pobreza de una manera distinta, más política. Jesús sigue siendo el hombre que no tiene dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20; Lc 9,58). Pero es también el hombre que hace su presentación en público di­ciendo: vengo a predicar el Evangelio a los pobres (Lc 4,16-20), fustiga de forma impresionante a los ricos (Le 6,24), condena

61 Literalmente, dice Santa Teresa: «pongamos los ojos en Cristo» (1M 2,11).

62 En la teología de la pobreza esto es bastante claro, y 10 insinúa suficientemente el mismo Concilio (PC 13).

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de manera infernal y eterna la diferencia abismal y cruel entre el rico Epulón y el pobre Lázaro (Le 16,19-31), con sola su presencia suscita el propósito espontáneo de compartir y repar­tir los propios bienes a un ladrón (Lc 19,8-9), y, como colofón, el justamente explotado texto de Mt 25,31-46 abre el camino de la identificación Cristo-pobre para toda la historia del cristia­nismo.

Esta referencia al Jesús histórico ha llevado, en ocasiones, a presentar la vida de Jesús como una encarnación parcial en la historia, parcialidad que se identifica con los pobres, y que se convierte en llamada a los seguidores de Jesús a proceder de la misma manera y a ver esa parcialidad como el criterio más evangélico de discernimiento cristiano 63. Y si esta presen­tación puede crear cierta dificultad en algunas mentes o en algu­nas exposiciones algo exaltadas, en el fondo es difícilmente ata­cable 64. Y para la pobreza es importante.

CONCLUSIÓN

El título de estas páginas puede haber parecido provocador. Hay que reconocer que no es frecuente. Probablemente podría patentarse sin topar con otro que tuviera su propiedad. Pero la verdad es que no se trata de provocar. Más aún, el primer paso hacia ese título 10 han dado aquellos teólogos que han propuesto suprimir la palabra pobreza del vocabulario de las Constituciones 65.

Lo que más me interesa reseñar en esta conclusión es lo si­guiente:

63 Se distingue en esta visión cristológica J. SOBRINO, «El seguimiento de Jesús como discernimiento», en Concilium, n. 139 (noviembre 1978), 517-529; «Relación de Jesús con los pobres y desclasados», en Conci­lium, n. 150 (diciembre 1979), 461-471.

64 Este problema plantea para muchos la cuestión de la universalidad del mensaje de Jesús. Pero hay que decir que, sea lo que fuere de la solución, el problema no existe. No se está diciendo que Jesús abandone a los ricos, sencillamente les dice que se hagan pobres. Ese es su mensaje. Ahora, si no se quiere oír ese mensaje, probablemente los ricos se quedan sin mensaje. Pero no es culpa de Jesús, sino de ellos.

65 «Algunos teólogos han propuesto suprimir esa palabra del vocabu­lario de las Constituciones (J. M. R. TILLARD, Religiosos: un camino de evangelio, Madrid, ITVR, 1975', p. 162).

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1. La pobreza religiosa, tal como se vive, no tiene credi­bilidad en el pueblo cristiano ni en el mundo. Nuestra vida es más bien de clase media. En muchos casos, de clase media alta. Esta es una constatación de tipo sociológico difícilmente nega­ble.

2. No he hecho alusión a la pobreza personal, pues ade­más de ser impracticable en una vida religiosa de clase media, es inútil. Si no ha cuajado la tendencia a hacer sólo voto de comunidad, sí parece haber madurado la idea de que todo en la vida religiosa tiene una dimensión esencial de comunitarie­dad. Por eso, y limitándonos a la pobreza, no se trata de ser personalmente pobres, sino de ser comunitaria mente pobres. y por eso, también, cuando se habla de carismas habría que añadir: o hay personas desvocacionadas, a quienes en un caris­ma de pobreza (particularmente intenso en la pobreza), se obli­ga a algo que no les va, o hay que clarificar los carismas.

3. Es más que probable que muchos religiosos -como muchos cristianos- estén convencidos de que sin unas obras de alto volumen en los campos educativo, sanitario, cultural, social, religioso, etc., no se puede competir y la vida religiosa no podría vivir su propio carisma de servicio a la Iglesia y al mundo. No seremos nosotros quienes reprimamos esa convic­ción. Y, por supuesto, la respetamos. Pero también creemos que ello no impide expresar la convicción contraria. Y en cualquier caso creemos que tampoco impide proponer que en ese supuesto no se haga voto de pobreza, como tampoco se hace de paciencia, diligencia, humildad ... No se perdería nada. Por no hacerse, no se hace voto de caridad, que es el único fruto del Espíritu (y la vida religiosa es una vida carismática en la que, dedmos, el Espíritu está más en la base).

4. ¿Sería mucho pedir a la hora de hacer o renovar los votos un respeto real a los objetores de conciencia que no estu­vieran dispuestos a ser protagonistas de un acto que les resulta particularmente molesto? ¿Se les admitiría a éstos -que pro­bablemente no serán ni mejores ni peores que los demás, sino personas muy nOl'males- en la vida religiosa? Me temo que en caso negativo, o en el caso de no querer llamar la atención ni ser «raros», podría haber bastantes restricciones mentales.

5. Quizá alguien se pregunte: ¿es que estamos tan mal en materia de pobreza? ¿Nos diferenciamos mucho de quienes nos

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han precedido? Mi respuesta sería: no, no creo que seamos peores que nuestros antepasados. Tenemos otro tipo de vida, porque la vida es distinta; disponemos de más cosas, porque ahora existen y antes no; quizá no tenemos edificaciones que son el «orgullo» de la religión y del culto, como tenían muchos de nuestros predecesores. O sea, que no estamos peor. Pero es que no es eso 10 que interesa. Al menos a mí. No es un proble­ma de comparaciones 10 que da sentido a nuestra vida y nos ayuda a vivir. Sólo quería haber dicho que no encuentro lógica en esto del voto de pobreza. y es que quizá la pobreza no va en este tiempo nuestro, sentimiento o convicción al que no me uno.

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