Hannah Arendt y Heidegger (Safranski)

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Hannah Arendt y Heidegger; De SAFRANSKI, RÜDIGER: Un Maestro de Alemania. Martin Heidegger y su tiempo Traducción de Raúl Gabas, Barcelona, Tusquets, 1997. Para Heidegger se abrió en Marburgo una sorprendente oportunidad, lo que los teólogos de allí llamabanKairos, la gran oportunidad de un tipo especial de «propiedad». Tuvo allí un encuentro del que, según confesará más tarde su mujer Elfride, surgió «la pasión de su vida». A principios de 1924 había llegado a Marburgo una estudiante judía de dieciocho años, deseosa de estudiar con Bultmann y Heidegger. Era Hannah Arendt. Procedía de una buena familia burguesa de judíos asimilados en Königsberg, donde había crecido. A la edad de diecisiete años se despertó ya su curiosidad filosófica. Leyó la Crítica de la razón pura, de Kant; dominaba el griego y el latín en tal medida que, a los dieciséis años, fundó un círculo de estudios y lectura de literatura antigua. Todavía antes del examen final de bachillerato, que ella hizo como alumna externa en Königsberg, había escuchado en Berlín a Romano Guardini y leído a Kierkegaard. La filosofía se había convertido para ella en una aventura. Y en Berlín había oído hablar también de Heidegger. Con mirada retrospectiva escribe a este respecto: «El rumor era muy sencillo: el pensamiento ha cobrado vida otra vez, los tesoros de la formación acerca del pasado, creídos en forma muerta, se convierten de nuevo en palabra viva, poniéndose de manifiesto que dicen cosas totalmente distintas de lo que con

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Hannah Arendt y Heidegger; De SAFRANSKI, RÜDIGER: Un Maestro de Alemania. Martin Heidegger y su tiempo

Traducción de Raúl Gabas, Barcelona, Tusquets, 1997.

 

Para Heidegger se abrió en Marburgo una sorprendente oportunidad, lo que los teólogos de allí llamabanKairos, la gran oportunidad de un tipo especial de «propiedad». Tuvo allí un encuentro del que, según confesará más tarde su mujer Elfride, surgió «la pasión de su vida».

A principios de 1924 había llegado a Marburgo una estudiante judía de dieciocho años, deseosa de estudiar con Bultmann y Heidegger. Era Hannah Arendt.

Procedía de una buena familia burguesa de judíos asimilados en Königsberg, donde había crecido. A la edad de diecisiete años se despertó ya su curiosidad filosófica. Leyó la Crítica de la razón pura, de Kant; dominaba el griego y el latín en tal medida que, a los dieciséis años, fundó un círculo de estudios y lectura de literatura antigua. Todavía antes del examen final de bachillerato, que ella hizo como alumna externa en Königsberg, había escuchado en Berlín a Romano Guardini y leído a Kierkegaard. La filosofía se había convertido para ella en una aventura. Y en Berlín había oído hablar también de Heidegger. Con mirada retrospectiva escribe a este respecto: «El rumor era muy sencillo: el pensamiento ha cobrado vida otra vez, los tesoros de la formación acerca del pasado, creídos en forma muerta, se convierten de nuevo en palabra viva, poniéndose de manifiesto que dicen cosas totalmente distintas de lo que con desconfianza se había supuesto. Hay un maestro; quizás es posible aprender a pensar... Es un pensamiento que asciende como una pasión del simple hecho de haber nacido para el mundo..., y que no puede tener una meta final..., como tampoco puede tenerla la vida misma».

Hannah Arendt era en Marburgo una joven que, con su melena corta y su vestido de moda, atraía hacia sí todas las miradas. «Lo más llamativo en ella era la fuerza sugestiva que salía de sus ojos», escribe en los recuerdos de su vida Benno von Wiese, que en los años veinte fue por breve tiempo amigo de Hannah; «uno se sumergía en ellos y era de temer que no pudiera subir de nuevo a la superficie». Los estudiantes la llamaban «la verde», a causa del elegante vestido verde que ella llevaba con frecuencia. Hermann Mörchen narra cómo, en el comedor estudiantil, a veces incluso en las mesas próximas enmudecían las conversaciones cuando esta estudiante tomaba la palabra. Sencillamente, había que escucharla. Se presentaba con una mezcla de seguridad de sí misma y timidez. En la obligatoria entrevista de admisión al seminario de Bultmann, Hannah dio la vuelta a la lanza y puso ella misma

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las condiciones para su participación. Comunicó a Bultmann sin rodeos que no había de haber «ningún comentario antisemita». Bultmann le aseguró con sus modales tranquilos y amistosos que «nosotros dos saldremos bien de la situación», en el caso de que se produzca alguna manifestación antisemita. Hans Jonas, que conoció a Hannah Arendt en el seminario de Bultmann y trabó amistad con ella, cuenta cómo esta estudiante era valorada por sus compañeros como un fenómeno excepcional. Encontraban en ella «una intensidad, una seguridad en sus metas, un sentido de la calidad, una búsqueda de lo esencial, una profundidad, que le conferían un rasgo mágico».

Ella vivía en una buhardilla cerca de la universidad. Allí se encontraban sus amigos, que en parte le habían seguido desde Königsberg y Berlín, para enfrascarse en discusiones filosóficas, y allí les ofrecía también a veces el encantador espectáculo de ver cómo llamaba a su pequeño compañero de habitación, un ratón, haciéndolo salir de su agujero para darle de comer.

Y en esta buhardilla recibió también durante dos semestres, desde febrero de 1924, a su maestro filosófico Martin Heidegger, totalmente en secreto, ni siquiera sus mejores amigos debían enterarse del asunto. Elzbieta Ettinger, basándose en los escritos póstumos de Hannah Arendt, ha reconstruido algunos aspectos biográficos de la historia de esta relación (y por desgracia no ha dejado de proveerlos de tanto en tanto de penetrantes comentarios morales). Cita textos de las cartas de Hannah Arendt y parafrasea las cartas de Heidegger (que no tienen licencia de publicación). Según las investigaciones de Ettinger, la historia comenzó en febrero de 1924. La estudiante ya había atraído la atención de Heidegger durante dos semestres, cuando a principios de febrero la invitó para una conversación en su despacho. Más tarde él recordará con frecuencia y agrado la imagen de la muchacha al entrar por la puerta. Ella llevaba un impermeable y un sombrero profundamente hundido en la cara. A diferencia de la entrevista con Bultmann, se comportó con mucha timidez. Le fallaba la voz y emitía solamente su «sí» y «no» apenas audible. Hannah Arendt tuvo que sentirse atraída instantánea e irresistiblemente por este hombre al que admiraba. El 10 de febrero escribió Heidegger su primera carta a Hannah. El comienza con el encabezamiento formal «querida señorita Arendt». Alaba sus cualidades psíquicas y espirituales, y la estimula a permanecer fiel a sí misma. Es un carta objetiva y a la vez llena de afecto, es «un canto lírico», comenta Elzbieta Ettinger. También la primera carta de Heidegger a Elisabeth Blochmann había sido de este tipo: una mezcla de agasajo sutil y de autoescenificación como director espiritual. Entonces, el 15 de junio de 1918, había escrito: «Y si yo no hubiera llegado a la persuasión de que usted se mantiene valiosa en su destino por estar poseída de ese espíritu, no habría osado yo escribir hoy, ni osaría cultivar el contacto espiritual en el futuro. Manténgase fuerte y en buen ánimo...». Quizá menos seco, pero igualmente

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psicagógico se muestra Heidegger en su primera carta a Hannah, que se siente sobrecogida y confusa. El gran maestro ha puesto los ojos en ella. Cuatro días más tarde escribe Heidegger con la fórmula de «querida Hannah». Y dos semanas después le envía un par de líneas que permiten suponer el comienzo de la «intimidad psíquica» (Ettinger).

Y fue también en este mes de febrero cuando, según cuenta Hermann Mörchen, Heidegger presentó en el seminario de Bultmann una interpretación del comentario de Lutero sobre el capítulo tercero del Génesis, o sea, sobre el pecado original.

Hannah acepta las reglas de juego establecidas por Heidegger en este asunto amoroso. Lo más importante era el secreto riguroso. De ello no debía saber nada su mujer, ni nadie en la universidad y en la pequeña ciudad. Mensajes cifrados iban de aquí para allá, se acordaban citas precisas hasta el minuto. Un sutil sistema de signos mediante lámparas encendidas y apagadas, ventanas y puertas abiertas señalaba ocasiones y peligros. Hannah hacía todo lo que podía para facilitar a Heidegger las incomodidades de la doble vida. Ella acataba sus disposiciones, «a fin de que por mi amor a ti no te resulten las cosas más pesadas de lo que tiene que ser». Hannah Arendt no se atrevió a pedir a Heidegger que se decidiera por ella.

En las vacaciones de verano del año 1924, cuando Heidegger se encuentra en Todtnauberg, Hannah vuelve a casa de sus parientes en Königsberg y compone allí un autorretrato ligeramente cifrado, que hace llegar a Heidegger. Pues siente el tormento de no estar realmente presente en esta relación. Ella no puede darse a conocer, pero en las «sombras» -así denomina su texto- quiere mostrarse finalmente. Intenta encontrar un lenguaje para lo «extraordinario y maravilloso» que acaba de acontecer, y que ha rasgado su vida en un «aquí y ahora, y un entonces y allí». Califica su amor de «una firme entrega a un único». Hannah Arendt diseña los movimientos de su alma, que se halla escindida bajo la resaca de una interioridad sin mundo, como una vida en sombras, totalmente disuelta en estados de ánimo. El texto, roto por reflexiones y redactado desde la distanciada tercera persona, relata acerca de un amor que todavía no ha llegado cumplidamente al mundo. Falta algo muy elemental, algo que más tarde, en Vita activa, Hannah Arendt denominará el «espacio intermedio del mundo»: «En la pasión, con la que el amor aprehende solamente el quién del otro, se deshace como en llamas el espacio intermedio del mundo, por el que estamos unidos con otros y a la vez separados de ellos. Lo que separa a los amantes del mundo común es el hecho de que ellos carecen de mundo, de que el mundo entre los amantes está quemado».

Este «espacio intermedio del mundo» no sólo es borrado por la pasión, sino también por la coacción exterior de mantener el secreto. Donde el amor no

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puede mostrarse, donde no hay testigos para él, allí pronto se pierde también el criterio de distinción entre realidad e imaginación. Esto oprime a Hannah, y ella habla en las «sombras» de su «encantado destierro». En una poesía de este tiempo leemos:

 

¿Por qué me das la manocon timidez y escondido?¿Vienes de país tan lejano,que desconoces nuestro vino

 

Heidegger tenía diecisiete años más que ella, era padre de dos hijos, estaba casado con una mujer ambiciosa, que cuidaba con esmero la reputación de la familia y veía con recelo cómo entonces las estudiantes revoloteaban en torno a su marido. Se mantuvo especialmente distante en relación con Hannah Arendt, sin duda porque Heidegger la trataba con preferencias, y también porque era judía. El antisemitismo de Elfride era ya notorio en los años veinte. Günther Stern (Anders), más tarde casado durante algunos años con Hannah Arendt, recuerda cómo Elfride Heidegger, con ocasión de una fiesta en Todtnauberg, le preguntó si quería entrar en el grupo de juventud nacionalsocialista de Marburgo, y cómo se mostró consternada cuando él le comunicó que era judío. Si Hannah entonces no puso a Heidegger ante una decisión, esto no excluye que la esperara por iniciativa de él. Mantener el asunto en secreto era en definitiva su juego. Desde el punto de vista de Hannah, tenía que ser él quien hiciera algo por convertir esta relación en una realidad más compacta. Pero Heidegger no quería; la entrega de Hannah era un dicha para él y, sin embargo, para él no debía desprenderse de ahí ninguna responsabilidad. En las cartas insiste una y otra vez en que nadie lo comprende como ella, también y precisamente en asuntos filosóficos. Y de hecho Hannah Arendt demostrará todavía lo bien que ha entendido a Heidegger. Lo entenderá mejor de lo que él se ha entendido a sí mismo. Como acostumbra suceder entre los amantes, ella responderá complementariamente a su filosofía, y le dará aquella mundanidad que todavía le falta. A1 «precursar la muerte» responderá con una filosofía de la natividad; al solipsismo existencial de «mi singularidad» (Jemeinigkeit) responderá con una filosofía de la pluralidad; a la crítica de la «caída» en el mundo del «uno» replicará con el amor mundi. A1 «claro» (Lichtung) de Heidegger responderá ennobleciendo filosóficamente la «esfera pública». Sólo así surgirá de la filosofía de Heidegger un todo completo; pero este hombre no lo notará. El no leerá los libros de Hannah Arendt, o lo hará muy de pasada, y lo que lee allí le ofende. De todo esto seguiremos hablando más adelante.

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Heidegger ama a Hannah y la amará por mucho tiempo; la toma en serio, como una mujer que lo comprende, y ella se convertirá en su musa de Ser y tiempo; él le confesará que sin ella no habría podido escribir la obra. Pero en ningún momento se persuadirá de que puede aprender de ella. Cuando en 1955 aparece el gran libro de Hannah, Los orígenes del totalitarismo, y ella proyecta una visita a Heidegger, al final desiste de su propósito. En una carta a Heinrich Blücher da la razón de su proceder: «El hecho de que precisamente ahora tiene que aparecer mi libro... ofrece la peor de todas las constelaciones pensables... Como tú sabes, yo estoy completamente dispuesta a comportarme frente a Heidegger como si nunca hubiera escrito ni fuera a escribir una línea. Y ésa es tácitamente la conditio sine qua non de todo el asunto».

Volvamos a Marburgo. Cuanto más dura la relación, tanto más difícil resulta mantenerla en secreto y, además, ésta comienza a hacerse poco a poco inquietante para Hannah. Puesto que Heidegger anhela los deliciosos instantes del encuentro, pero no aspira a tener a Hannah siempre junto a él, pues esa posición corresponde a Elfride, propone a Hannah a principios de 1925 un traslado, y el lugar preferido es Heidelberg, junto a su amigo Karl Jaspers. No se trata de un final de la relación, sino de una separación espacial. Mientras tanto Hannah también baraja ya la idea de abandonar Marburgo. Pero ella tiene también otras razones. Probablemente esperaba que Heidegger intentaría retenerla; y se siente ofendida cuando éste sugiere por propia iniciativa que ella se aleje. Sin embargo, por su parte no estaba en juego una mera táctica. Diez años más tarde escribe a Heinrich Blücher -quien para ella será todo: amante, amigo, hermano, padre, compañero-: «Me parece increíble todavía que haya podido conseguir las dos cosas, el "gran amor" y la identidad con la propia persona... Y tengo lo uno por primera vez desde que tengo lo otro. Por fin sé también lo que propiamente es dicha».

En unión con Heinrich Blücher, un compañero de sufrimiento en el exilio, antiguo comunista y luego formado en América como autodidacta, hasta el punto de llegar a recibir la oferta de una cátedra de filosofía, por primera vez en unión con este intelectual carismático, soberano y cálido, podrá experimentar ella la unidad de entrega y encuentro consigo misma. Con Heidegger esto no era posible. Para conservarse a sí misma quiere alejarse de Heidegger a finales de 1924. Pero no logra deshacerse de él. Aunque le oculta su dirección en Heidelberg, en su interior espera secretamente que él la buscará y encontrará.

Por medio de Hans Jonas averigua Heidegger la dirección en Heidelberg, y las cartas vuelven a circular en una y otra dirección. Las citas se hacen más sofisticadas todavía. En la primavera Heidegger se dirige a Suiza para una conferencia. Le propone encontrarse en un pequeño poblado de la ruta. El interrumpirá el viaje por un día. Dormirán en una pensión. Le promete que se

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asomará en todas las pequeñas estaciones donde pare el tren. Hannah cuenta a Heidegger su relación con Benno von Wiese, y más tarde también su relación con Günther Anders. Ella encuentra ofensiva la reacción de Heidegger. Este la felicita, pero sigue proponiendo citas. Y le da a entender así que él, con su gran pasión, se considera elevado sobre todas las pasiones del día en las que ella se enreda. Y, sobre todo, sin duda no advierte que sus amoríos son intentos impotentes de desprenderse de él. Y en el caso de que lo haya notado, su conducta significa, según la impresión de Hannah, que a él le gustaría dejar en libre juego su poder sobre ella. Hannah se retira, no contesta a sus cartas; pero puede ser que luego llegara una nueva incitación, una súplica, una declaración de amor, y ella acudió. Así sucedió en un viaje a Nuremberg al final de los años veinte. Está de viaje con una amiga y recibe una carta de Heidegger, que la llama a la manera como el funcionario Klamm llama a Frieda en El castillo, de Kafka. Y, lo mismo que Frieda, Hannah no duda ni un instante; interrumpe el viaje y vuela veloz hacia Heidegger.

Seis años después de la despedida de Marburgo, Hannah Arendt escribe su libro sobre Rahel Varnhagen. En la descripción de la fracasada relación amorosa de Rahel con el conde Finckenstein se tiene la impresión de que aquí la autora elabora experiencias y desencantos propios. Rahel quería que el conde se pronunciara por ella no sólo en su salón, sino también ante su familia. Ella, la judía, quería ser conducida a su mundo noble, y si él no tenía valor para hacerlo, si, como escribe Hannah Arendt, no le había de conceder el regalo de la «visibilidad» y del «hacer notorio», entonces tenía que decidirse al menos por la ruptura. Rahel, continúa Hannah Arendt, fue humillada sobre todo porque el conde dejó las cosas a su curso y así hizo posible que la inercia de las circunstancias triunfara sobre la aventura del amor. «El es vencedor», escribe Hannah Arendt, «y ha conseguido lo que quería: que la vida, el "destino" -más exactamente, su vida, su destino- se enseñoreara sobre sus pretensiones, que a él le parecían desmesuradas y locas, sin comprometerse en lo bueno o en lo malo, sin empeñarse a fondo.»

¿No era Heidegger un «vencedor» de ese tipo, que por su falta de decisión consiguió que el «destino» se enseñoreara sobre sus «pretensiones desmedidas y locas»?

Una vez que el «destino» ha ejecutado este trabajo y separado a los dos por muchos años, y cuando Hannah encuentra de nuevo a Heidegger en 1950,escribe a Heinrich Blücher: «En el fondo me siento feliz simplemente por la confirmación de que yo tenía razón al no olvidar...». Con este reencuentro comenzará un nuevo capítulo de una historia que dura de por vida.