HIS473 - LIT64 - Diez tesis sobre la crítica

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Grínor Rojo  Diez tesis sobre la ctica

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Grnor Rojo

Diez tesis sobre la crtica

Prlogo

En junio de 1996, algunos estudiantes de la Facultad de Filosofa y Humanidades de la Universidad de Chile me invitaron a conversar con ellos sobre el estado actual de la crtica literaria en nuestro pas o, quizs si inducidos por el entusiasmo cosmopolita que les despertaba la transnacionalizacin de los tiempos que corren, para conversar con ellos acerca del estado actual de los estudios sobre la literatura, entre nosotros, en el medio acadmico chileno y aun ms all. A m la invitacin de esos muchachos y muchachas me atrajo por dos razones. Primero, porque me daba la ocasin de ocuparme demoradamente de ciertos asuntos que me interesan, que son materia de los seminarios de posgrado que enseo en la Universidad y respecto de los cuales haca ya tiempo que yo deseaba organizar un cuerpo de ideas ms o menos sistemtico; y, segundo, porque el convite del cual me hacan objeto se produca cuando en uno de los medios de comunicacin santiaguinos se estaba ventilando algo as como un confuso debate en torno a la crtica literaria. En lo que sigue, el lector encontrar una revisin y una profundizacin de los conceptos que entonces expuse. Pero tambin debo confesarle que, aunque aquel acalorado debate de los crticos pblicos constituy un acicate poderoso para el desarrollo de mi pensamiento, no estuvo entre mis propsitos suscribir o rebatir, ni en la exposicin que hice ante los jvenes universitarios ni en las pginas que siguen, tales o cuales de las diversas opciones tericas y metodolgicas con las que los polemistas midieron sus fuerzas. Me limito a observar en el episodio en cuestin los sntomas de un desasosiego al que entiendo inves ti gable y cuyas causas intuyo que podran ser un poco ms complejas de lo que sus protagonistas dieron pruebas de percibir a lo largo de aquellas nunca obsoletas discusiones. Ala averiguacin de cules pudieran ser tales causas, as como al despliegue de un conjunto de problemas que yo no siento que hayan sido parte de la disputa aludida, dedico el presente trabajo. Pienso que las diez tesis que lo articulan, cuyos enunciados anoto en cursiva en los comienzos de cada captulo, pudieran aprovecharse como elementos de juicio cuando se intente confeccionar el panorama de las tendencias que caracterizan

la etapa actual en la historia de la disciplina aunque, por otro lado, ellas sean tambin el receptculo de una posicin y un argumento personales. En este ltimo sentido, no me parece prematuro adelantarle aqu al lector algo que l descubrir de todos modos: que mi escritura aparece a menudo coloreada con los tintes de mis propias opciones, si bien despus del muy largo trecho que llevo ya recorrido en el transcurso de mi historia profesional no veo cmo podra yo reivindicar para lo que afirmo una neutralidad en la que no creo y a la que ni siquiera estoy seguro de que tenga derecho la lengua de las matemticas. De vuelta de un verdadero torneo de cientificismo, pudiera ser que la nica cosa en la que estamos hoy de acuerdo los crticos chilenos de mi generacin sea la imposibilidad de desembarazarnos del sujeto que somos. Hablamos como ese que somos, para acertar a veces, pero tambin para errar, para dar en el clavo y para equivocarnos con toda la falibilidad que es inherente a la testaruda incerteza de nuestro trabajo. Agradezco a la Facultad de Filosofa y Humanidades de la Universidad de Chile, que me bec en 1999 para escribir la ltima parte del manuscrito; tambin, a Rolando Carrasco, Marcela Orellana, Pablo Oyarzn, Jos Luis Martnez, Nan Nmez, Manuel Ramrez y Leandro Urbina, que lo leyeron e hicieron indicaciones que valoro; y, muy especialmente, a Luca Invernizzi, quien con su caritativa firmeza impidi que yo lo siguiera corrigiendo. El libro lo dedico, como era de esperarse y corresponde, a mis estudiantes de las Universidades de Chile y de Santiago de Chile.

GRINOR ROTO

La Reina, noviembre de 1999

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La especificidad de los textos literarios con respecto a otros textos, lo que nuestros mayores IIamaban la literariedad o la literaturidad de la escritura, es hoy dudosa. El postestructuralismo, cuyos antecedentes ms remotos se pueden rastrear en las boutades del joven Borges, pero realizado ya cabalmente en la

desconstruccin derridiana o en la ms tarda de los profesores de Yale, ha desdibujado, cuando no suprimido por completo, unos lmites que hasta hace no mucho tiempo se consideraban infranqueables. En 1971, sentenciaba Paul de Man: llamamo 'literario', en el sentido pleno de este trmino, a cualquier texto que implcita o explcitamente significa su propio modo retrico y prefigura su propio malentendimiento [misunderstanding] como un correlato de su naturaleza retrica, esto es, de su 'retoricidad'. Puede hacerlo mediante una afirmacin [statement] declarativa o por inferencia potica. Y agregaba en una nota al pie de pgina: Un texto discursivo, crtico o filosfico, que hace esto por medio de afirmaciones, no es ms o menos literario que un texto potico, que evita la afirmacin directa. En la prctica, las distinciones se confunden a menudo: la lgica de muchos textos filosficos se apoya en gran medida en la coherencia narrativa y en las figuras del lenguaje, mientras que en la poesa abundan las afirmaciones generales. El criterio de especificidad literaria no depende de la mayor o menor discursividad del modo sino del grado de consistente retoricidad del lenguaje'. Partiendo pues de una nocin de dominio comn, que entre otras cosas cabe notar que forma parte del equipaje conceptual de la crtica angloamericana previa al arribo del estructuralismo y que establece que todos o casi todos los textos se hallan dotados de un excedente retrico, el que es origen de su malentendimiento, Paul de Man concluye que es ah, en la proporcin y

manejo de ese surplus figurativo, donde se aloja aquello a lo cual nosotros le damos o podemos darle el nombre de literatura. Las etapas que cubre su argumento son tres: primero, de Man detecta la potencialidad metalingstica que todo lenguaje posee de suyo y a travs de cuyo despliegue ese lenguaje va a experimentar con sus propios medios y para sus propios fines la evidencia de sus lmites o su ceguera significacional. Postula en seguida que es en el conocimiento que de sus limitaciones acaba por tener el lenguaje donde nosotros debemos buscar el domicilio de una contrapulsin compensatoria, fuente sta del surplus retrico. Y, por ltimo, sostiene que es ese surplus retrico el que genera un surplus extra o seudosemntico, el que, de acuerdo con la sugerencia de I. A. Richards en The Philosophy of Rhetoric, sera la causa de nuestro malentendimiento. El corolario que se desprende de un raciocinio como el suyo es que lo que el lenguaje pierde en el plano de la potencialidad comunicativa (Richards, otra vez), lo gana en el de la literaturidad. Mi impresin es que, al construir su cadena de inferencias, de Man llega a un resultado que es positivo en el nivel superficial y negativo en el profundo. Si por un lado es cierto que su retoricismo lo habilita para defender con eficacia la existencia de la literatura, basndose en una maniobra de repliegue hacia las seculares compartimentalizaciones del trivium (que l aprovecha explcitamente en The Resistance to Theo ry , donde fustiga la gramaticalizacin que se suele hacer del trivium a expensas de la retrica y propone para combatir ese vicio una 'verdadera' lectura retrica, que est a salvo de cualquier indebida fenomenalizacin o de cualquier indebida codificacin gramatical o performativa del texto 2 ), por otro no es menos cierto que ese retoricismo pone en descubierto los escrpulos que se apoderan de l cuando le llega el momento de dar cuenta de lo literario de un modo que, como se viene diciendo desde un tiempo a esta parte y no sin la ms grande repugnancia, se atenga a los protocolos de una definicin esencialista. Coincide as, creo yo, en el mbito de su discurso profundo, con un criterio ampliamente difundido en los crculos de la lingstica contempornea. Por ejemplo, Michael Halliday, un especialista ingls de renombre, quien ha concentrado sus actividades profesionales en la investigacin de las estructuras lingsticas que se levantan por sobre el nivel de la frase, dictamina que no importa cules sean las configuraciones fpatterns] y propiedades especiales que pueden hacer que nos refiramos a algo como un texto literario, ellas son por cortesa; su existencia depende de configuraciones que ya estn en el (nada simple)

material del que estn hechos todos los textos [...] Hay pocas, quizs ninguna, categoras lingsticas que pueden aparecer en la descripcin de los textos literarios que no puedan encontrarse tambin en el anlisis de los textos no literarios3 Evidentemente, a travs del veredicto que acabamos de citar, Halliday retorna y a la vez expande la opinin de los viejos retoces, por lo menos la que ellos sostuvieron hasta los tiempos de la fusin entre retrica y potica, la que se inaugura con Ovidio y Horado y se consolida en la Edad Media. Para la retrica anterior a aquella simbiosis, sabemos que el objeto de estudio era doble, lo que como en Aristteles haca de la retrica misma o bien una tejn retorik, que trataba de un arte de la comunicacin cotidiana, del discurso en pblico, o bien una tejn poietik, que trataba de un arte de la evocacin imaginaria 4 . Ms an: para aquellos maestros augurales el material lingstico con que ambas tcnicas trabajaban era neutro. Era el emisor quien, merced al aprovechamiento que hacia de ese material, infunda en l su poder persuasivo o potico. Pero el posterior afinamiento en la inteligencia del papel de la tejn poietik y la identificacin de los medios que, en el campo de la organizacin y/ o el embellecimiento lingstico, eran los ms idneos para llevar a cabo una faena distinta a la meramente persuasiva, y los que con el andar del tiempo fueron descritos, delimitados y codificados de la manera que todos conocemos, apunta ya en una direccin que se aproxima a la contempornea de Halliday y de Man, para quienes la virtud potica se encuentra instalada en el interior del lenguaje mismo, como una de sus propiedades, y actuando de una manera que es natural y profesionalmente rastreable en cada nivel de su estructura. Convergen, por esta va, el crtico de propensiones medievalizantes, admirador nostlgico de la limpieza metodolgica del trivium, con el lingista metafrstico y, en el horizonte de investigaciones virtuales que se abre gracias a dicha convergencia, a nosotros nos cuesta poco percatamos de que la literatura deja de ser un discurso con un radio de accin que le pertenezca slo a ella y que por el contrario se transforma en un atributo cuantitativamente variable de todos los discursos.

No es que una caracterizacin cuantitativa sea del todo indigna de nuestro aprecio, sin embargo. No lo ser si nos ponemos de acuerdo en que tambin se puede tender un puente entre el aspecto cuantitativo y el cualitativo de las unidades que integran el espectro de las emisiones lingsticas que nosotros nos sentimos inclinados a indagar. Para que eso se produzca, es necesario otorgarle prioridad no tanto a la discrecin (al nmero) como a la continuidad (a la magnitud) de la relacin que se advierte entre ellas 5 . El empleo de este mtodo de anlisis permitir que saquemos un mejor provecho de las frases de Paul de Man que yo cit ms arriba, minimizando la referencia que se hace en ellas a la cantidad (esto es, al monto de la retoricidad) y maximizando en cambio la referencia a la relacin intencional que establecen las partes que componen el conjunto (es decir que estaremos poniendo as el acento sobre el grado de consistencia de su comn participacin en el despliegue retrico del texto, como dice de Man), lo que al cabo debiera autorizarnos para dar el salto que conduce desde el peldao inferior cuantitativo hasta el superior cualitativo segn la escala de las categoras. Pero de todos modos creo que es de mnima justicia que convengamos en este punto en que la metamorfosis de la cantidad en cualidad, aun cuando abastezca al argumento de marras con una cuota de conviccin que es menos mezquina de lo que pudo parecemos a la luz del primer enunciado, no nos entrega todava una definicin de inexpugnable fortaleza. Teniendo presente los requisitos cuyo cumplimiento la lgica clsica le exige a todo aquel que pretenda definir con rigor y que son requisitos que, como es bien sabido, demandan el uso de un predicado de definicin, es decir, de un predicado que expresa una propiedad esencial del sujeto, que pertenece a l y a nada o a nadie ms que a I, lo que se logra calzando el genus con la differentia, no cabe duda de que para buscarle un desenlace adecuado al discrimen que ahora estamos ensayando nos hace falta un elemento respecto del cual sea legitimo hipotetizar con confianza que l es patrimonio exclusivo de la literatura. Porque, si la diferencia en cuestin no es una diferencia especfica, lo que habremos seleccionado es una propiedad no esencial de la especie. Y as, si decimos que la literatura es lenguaje retrico, a la expresin lenguaje retrico nosotros no podemos acordarle la jerarqua de un predicado de definicin, porque, aun cuando es incontrovertible que el adjetivo retrico apunta a una propiedad de la especie literatura, esa propiedad en unin con el gnero lenguaje no forma una sntesis esencial, o sea, no constituye un

predicado del que se pueda decir sin discordia que pertenece o corresponde a ese sujeto y slo a l. Es en tales circunstancias que se puede echar mano del recurso cuantitativo. Cierto, la literatura no es el nico lenguaje retrico que existe en el mundo, es lo que diremos entonces, pero es, s, el ms retrico de todos. No slo eso, sino que cuando decimos ms retrico y acordndonos esta vez de Paul de Man, no nos estaremos refiriendo exclusivamente a la cantidad ni nos encerraremos slo en el reducto de los tropos y figuras, ya que al fin y al cabo cualquier pasqun de prensa amarilla supera en ese regusto por la facundia artificiosa a, por ejemplo, la poesa de Pound, Eliot y sus discpulos los bardos objetivistas angloamericanos del medio siglo (o a la de sus parientes entre nosotros, desde los sencillistas a los conversacionalistas, a los antipoetas y a los contrapoetas). Hablaremos ms bien del diseo retrico del texto, de la textura o la tesitura del mismo, del trabajo que el escritor ha hecho en o sobre esa dimensin del objeto y de la importancia que ello tiene para una delimitacin de algn modo de la identidad de la obra que nos proponemos conocer. Todo lo cual nos lleva a una reconsideracin del aparentemente inofensivo dictum de Jakobson en 1958, cuando en la conferencia de Bloomington ste afirm que puesto que el principal objeto de la potica es la differentia specifica del arte verbal en relacin con las dems artes y con las otras clases de conducta verbal y que puesto que la lingstica es la ciencia global de la estructura verbal, la potica puede ser considerada como una parte integral de la lingstica 6 . Vemos que Jakobson defini en aquel legendario congreso la diferencia especifica de la literatura por medio de la expresin arte verbal, una expresin en cuyo interior la palabra arte nombraba al gnero y la palabra verbal a la diferencia, produciendo de esta manera una sntesis que en s misma a m no me parece objetable. Pero no me inspira igual sentimiento de tranquilidad el primer corolario de la definicin jakobsoniana: segn ese corolario, la potica, que en la opinin del conferenciante y al parecer siguiendo para ello a sus antiguos amigos los formalistas rusos, es la disciplina que tiene que ocuparse de los objetos de la literatura, tambin constituye o debera constituir una parte de la lingstica. Por mi lado, yo confieso que, aun cuando sea cierto que el arte del lenguaje puede considerarse una

diferencia interna del lenguaje en general7 , no veo cmo ni por dnde la potica, que es y no puede ser sino una rama de la esttica, podra llegar a ser (adems?) una rama de la lingstica. No ha habido aqu, es lo que se puede intuir, una seleccin correlativa y satisfactoria del gnero prximo, malentendido que deviene de las ms graves consecuencias, porque apenas la potica pasa a albergarse bajo el paraguas de la lingstica, los objetos que son de su incumbencia, esto es, los objetos literarios, tienden a definirse genricamente no como objetos de arte, sino como objetos de lenguaje. La dimensin esttica, a primera vista prioritraria en la expresin arte verbal, pasa a un segundo plano de hecho, retrocede y acaba por esfumarse del mapa epistmico. Personalmente, y slo en el mejor de los casos, yo pienso que la lingstica se encuentra habilitada para dar cuenta de la literatura en cuanto verbo. En ningn caso, estara dispuesto a conceder que ella pueda dar cuenta de la literatura como un arte verbal. Lo que este segundo objetivo exige es que le demos cabida en la discusin acerca de la naturaleza de lo literario a un razonamiento de otro orden, que apunta hacia un genus alterno al lenguaje. Me refiero al genus que el propio Jakobson sugiri en primer lugar, que introdujo en el texto de su definicin y del que despus se olvid yo no s si por casualidad o porque l mismo era ms un lingista que un crtico de literatura. De ah que de la doble plataforma terica de la que Jakobson se sirvi para definir el discurso literario en 1958, aislando como las dos llaves maestras de su programa el predominio de la autorreflexividad del mensaje, el aspecto cuantitativo del funcionamiento lingstico desde nuestro punto de vista (se trata aqu de la mayor cantidad de atencin que el mensaje se dedica a s mismo) y la ley de proyeccin del principio de equivalencia desde el eje paradigmtico de la seleccin al sintagmtico de la combinacin, el aspecto cualitativo (se tratara, en esta segunda instancia, de la postulacin de la metfora como el mecanismo que caracteriza normalmente a la secuencia potica, lo que a su vez constituye una secuela necesaria de la teora, si consideramos que sta es la que patrocina un recobro en el territorio esttico del predominio de la autorreflexividad del mensaje), no se puede decir que ella sea una plataforma potica hablando con la mnima precisin deseable. Jonathan Culler, que capt esto bien y tempranamente, seal que Jakobson ha hecho una contribucin importante a los estudios literarios, llamando la atencin

sobre la diversidad de las figuras gramaticales y sus funciones potenciales, pero sus propios anlisis estn viciados por la creencia de que la lingstica suministra un procedimiento de descubrimiento automtico de los patterns poticos y por su fracaso para percibir que la tarea central consiste en explicar cmo las estructuras poticas emergen de la multiplicidad de las estructuras lingsticas potenciales$ A eso y a otras razones tal vez no tan doctas, en las que no creo que sea de caballeros insistir, se debe que Paul de Man, y no slo Paul de Man, ya que los formalistas rusos hicieron lo mismo mucho antes que l, apueste en su argumento a la alternativa ms segura de todas, atrincherndose detrs de aquel rasgo que con ms firme regularidad se repite entre los textos a los cuales la experiencia de los lectores identifica como literarios: el componente retrico. Una enciclopedia de lingstica, aparecida en Inglaterra hace menos de diez aos, funcionando con un haz de supuestos que son similares a los de Paul de Man, es menos astuta (o ms sarcstica) que l y recurre por eso al expediente que los lgicos describen a menudo en sus manuales como una definicin ostensiva. Leemos en el artculo sobre estilstica: La distincin entre lo que es y lo que no es literatura se cuestiona con frecuencia, pero es posible seguirla manteniendo con un espritu puramente prctico: hay algunos textos que llegan a ser literatura porque se los trata de una manera especial, que entre otras cosas abarca su inclusin en los cursos de literatura... 9.

Recordemos ahora que la raya que separa el texto literario del no literario se tir tambin en el pasado haciendo un uso ms o menos explcito del criterio de ficcin. Cualesquiera hayan sido los estratos o niveles de la obra en los que los distintos tericos pusieron el ojo, al escoger ellos esta segunda avenida para el enfoque del problema que aqu nos convoca, la oposicin entre lo ficticio y lo real constitua la base de sus razonamientos. El mundo de la literatura era ficticio y, por lo tanto, diferente del mundo real. El lenguaje de la literatura era imaginario y, por lo tanto, diferente del lenguaje real.

En el ltimo cuarto de siglo, un grupo de prestigiosos contendores en las disputas en torno a la naturaleza del texto, entre los que se cuentan Tzvetan Todorov, Ter ry Eagleton, Mary Louise Pratt, Richard Rorty y sobre todo Jacques Derrida, han puesto esta conviccin en tela de juicio. No tanto para desmentir el aserto de acuerdo con el cual aquello que la literatura nombra es a unos entes que se alimentan de ficciones, cosa en la que todos o casi todos concuerdan, como para dudar de que ese rasgo sea suyo en exclusiva. Es decir que, si ponemos nuestras esperanzas en la colaboracin del principio de la ficcionalidad, pensando que con ese principio vamos a construir una definicin que satisfaga nuestras aspiraciones cabalmente, nos veremos enfrentados por segunda vez, si es que no con una derrota completa, en todo caso con una victoria de Pirro. Por ejemplo, en el pensamiento de Derrida, quien como todo el mundo sabe ha hecho profesin de fe del ataque contra la pretensin del filsofo de decir lo que dice con un lenguaje que no es literario pues cuando es el filsofo quien lo usa, ese lenguaje se trueca mgicamente en serio, literal y verdadero, el desmantelamiento de tan grande soberbia no es menos sistemtico que la soberbia misma. La desconstruccin que Derrida lleva a cabo del concepto de verdad, encomendndose para tales propsitos a l'enseignement metafrico de Nietzsche, y su manipulacin del texto filosfico como si se tratara de un texto literario ms, atenindose para esto otro a los consejos de Paul Valry, son dos indicadores contundentes de ese trabajo suyo desestabilizador de certidumbres montonas al que ahora me estoy refiriendo. Advirtamos que la teora de lo primero, que se encuentra en muchas partes, adquiere una nitidez excepcional en Le facteur de la verit (1975), en medio de la crtica que Derrida le hace ah a la interpretacin lacaniana de The Purloined Letter, en tanto que la de lo segundo puede seguirse muy bien en el bellsimo ensayo sobre Paul Valry, que forma parte de Marges de la philosophie (1972), y donde Derrida concluye con una asertividad que no suele ser frecuente en su prosa: Una tarea se impone entonces: estudiar el texto filosfico en su estructura formal, en su organizacin retrica, en la especificidad y diversidad de sus tipos textuales, en sus modelos de exposicin y produccin ms all de lo que previamente se design como gneros, y tambin el espacio de sus mises en scene, en una sintaxis que no slo ser la articulacin de sus significados, de sus referencias al Ser o a la verdad, sino tambin el manejo de sus procedimientos y de todo lo que en ellos se ha invertido. En una palabra, la tarea consiste en considerar tambin a la filosofa como un 'gnero literario particular' 1. Como vemos, en el pensamiento derridiano la filosofa termina siendo tanto o ms literaria que

la literatura o, como ironiz Borges en Tln..., termina siendo una rama de la literatura fantstica". Tambin, si para las necesidades de este despeje de nuestro teatro de operaciones tericas nos movemos hacia el costado de las convergencias y divergencias entre literatura e historia, aqul cuya explicacin inaugura la Potica, comprobaremos que Hayden White efecta una parecida faena de zapa. La tesis que recorre todos sus libros de los aos setenta y ochenta es la del tropologismo que infesta invariablemente al lenguaje de la historia. Esta tesis, que como la de Derrida respecto de la filosofa se estrena con el designio de una pesquisa retrica, acaba deslizndose, tambin como la de Derrida, debajo de las sbanas de la ficcin. En las primeras pginas de The Fictions of Factual Representa tion, cuyo ttulo desafiantemente oximornico anticipa los contenidos del razonamiento por venir, White declara: los artefactos verbales llamados historias y los artefactos verbales llamados novelas son indistinguibles los unos de los otros. No se los puede distinguir fcilmente desde un punto de vista formal a menos que nos acerquemos a ellos con preconcepciones especficas acerca de las clases de verdades de las que se supone que cada uno trata. Pero el objetivo del escritor de una novela tiene que ser el mismo que el del escritor de una historia. Ambos quieren proporcionarnos una imagen de la `realidad'. El novelista puede presentar su nocin de esta realidad indirectamente, es decir por medio de tcnicas figurativas, en vez de directamente, o sea registrando una serie de proposiciones que se supone que corresponden punto por punto con algn dominio extratextual de ocurrencias o acontecimientos, que es lo que el historiador dice hacer. Pero la imagen de la realidad que el novelista construye tiene el propsito de corresponder en su bosquejo general con algn dominio de la experiencia humana que no es menos `real' que el que no es referido por el historiador 12 . Es as como el anlisis de White se resbala, con una facilidad que a los historiadores de la vieja escuela ha de haberles parecido escandalosa, pero que en ltimo trmino hay que aceptar que no lo es, desde el terreno formal, puramente retrico, en el tratamiento de los textos que involucra su programa cognoscitivo, a una consideracin de las imgenes de la realidad con que

nos regalan el novelista y el historiador. En esta segunda etapa de la investigacin de White, a m me parece evidente que su tesis pega un brinco, que deja de referirse a la carga tropolgica del discurso histrico, y se convierte en cambio en una pregunta relativa a los procesos de desrealizacin (y de desverificacin) que, segn l mismo nos deja saber, seran consustanciales al relato del historiador. En resumen: si de todos los discursos de los literarios, pero tambin de los filosficos y de los histricos se puede predicar que son ficticios o, lo que es ms grave, si de todos ellos se puede predicar que no son verdaderos, ya sea porque la correspondencia con sus referentes extratextuales es indemostrable, como asegura Derrida, ya sea porque el dominio de la experiencia humana con que trabaja el escritor de una novela no es menos 'real' que el que nos es referido por el historiador, como discurre White, la plataforma de apoyo que este segundo grupo de nuestros maestros escogi para dar origen a su trabajo especulativo es tanto o ms sospechosa que la que pone sus huevos en la canasta retrica 13

Para poner la cosa ms cerca nuestro ahora, comprobemos que en la historia de lateoraa crtica latinoamericana moderna uno de los primeros desarrollos de la tesis de la literariedad o de la literaturidad afianzada por los buenos oficios de la ficcin se encuentra en El deslinde, el famoso libro del ensayista mexicano Alfonso Reyes, publicado en 1944, y uno de los ltimos en La estructura de la obra literaria, obra del acadmico chileno Flix Martnez Bonati, cuya primera edicin es de 1960. Hacia el fin del captulo cuarto del libro de Reyes, cuando ste hace un arqueo de lo que en el desarrollo de su investigacin lleva cubierto hasta ese punto y con una graciosa pirueta de armona clsica pone en relacin el universalismo aristotlico con el ficcionalismo platnico, leemos: El anlisis semntico que hemos emprendido, primero por cuantificacin y luego por cualificacin, nos lleva a concluir la naturaleza universal de la literatura, a la vez que su naturaleza ficticia con respecto al suceder real. Universalidad por ficcin; ficcin para

universalidad 14 . En cuanto al libro de Martnez Bonati, en el comienzo de su tercera parte nos topamos con el siguiente raciocinio: La frase 'Pedro es mi amigo', pronunciada por m en relato directo, aqu y ahora, es, por cierto, un signo. Pero no es un signo lingstico. Si lo fuera, significara que Pedro es mi amigo, lo cual evidentemente no es el sentido de lo relatado ni de este signo no lingstico [...] Ahora bien, la posibilidad de pronunciar (o escribir) frases que no son tales, sino representantes de autnticas frases, permite poner en el mbito de la comunicacin frases imaginarias. Esto es, nos es dado pronunciar seudofrases que representan a otras autnticas, pero irreales [...] Lo asombroso, frente a esto, es la aparicin de pseudofrases sin contexto ni situacin concretos, es decir, de frases representadas, imaginadas sin determinacin externa de su situacin comunicativa. Tal es el fenme-

no literario 15 .

No obstante la tctica de desplazamiento que Martnez Bonati emplea para llevar a buen puerto su ejercicio filosfico, un ejercido al que como vemos l saca del terreno de las objetividades representadas (uso su propia jerga) para trasladarlo al terreno del signo, nosotros pecaramos de inadvertencia culpable si no nos percatramos que la base de su meditacin no difiere sustancialmente de la que para s haba escogido veinte aos antes el ms sonriente ensayismo de Reyes. Por eso, aunque me interesa mucho incluir en mi libro las contribuciones que los latinoamericanos han hecho al asunto sobre el que estoy tratando de producir una lnea nueva de comprensin y aunque nada menos que Roberto Fernndez Retamar afirm en su momento que la de Martnez era la nica teora literaria completa escrita en Hispanoamrica 16 yo me excusar de infligirle en estas pginas un escrutinio minucioso. Quedar satisfecho si el Iector halla en La estructura de la obra literaria una,

exposicin ptima, puesta al da desde los nfasis sobre todo lingsticos que hicieron presa de la teora crtica durante los aos cincuenta y sesenta de nuestro siglo, de una perspectiva epistemolgica de rancio y populoso respaldo. Respecto del tambin excelente libro de Reyes, que en la mitad de la dcada del cuarenta se autoasign la tarea de desmalezar el camino que conduce desde la literatura como literatura ancilar a la literatura como literatura en pureza, lo cierto es que desde sus primeras lineas l se mostraba tan a la page con los progresos de la disciplina en los pases del Primer Mundo que uno no puede menos que preguntarse cmo fue que un hombre de gustos clsicos, que adems se notaba no slo cmodo sino que al parecer sinceramente complacido en sus tratos con el polvoriento conservantismo de la filologa espaola, lleg a pensar en tales trminos. En realidad, el estar la page de Alfonso Reyes sugiere que el isocronismo que segn Angel Rama pone en marcha Daro entre la historia intelectual de Amrica Latina y la historia metropolitana correspondiente" pudiera ser, al menos en lo que atae a esta materia, menos antojadizo de lo que nos parece a los escpticos.

Por fin, y para no excusarmede retrotraer hasta sus orgenes el problema que me he propuesto abordar durante el curso de estos tanteos preliminares, me gustara insistir en que la tesis que encuentra en la ficcin el elemento que aporta la diferencia especfica con cuyo auxilio se ha definido tantas veces la naturaleza esencial de la obra de arte literario no es un descubrimiento moderno, producto del romanticismo o de alguna otra corriente artstica posterior, sino que se registra ya en el Mundo Antiguo, cuando debuta el concepto de mmesis, elaborado primero y despectivamente por Platn, a quien como sabe cualquier estudiante de licenciatura la poesa se le antojaba repudiable en tanto que ella era slo la imitacin de una imitacin y, por consiguiente, una falsificacin de segundo grado e inclusive una inmoralidad'$, y despus, si bien cambiando ste la carga axiolgica desde el polo negativo al positivo, por Aristteles 19 . Aristteles, quien juzga que la tendencia a imitar es una

tendencia humana universal, se opone, segn nos ensea Gerald Else, a la visin elitista de la naturaleza humana, que es la que por cierto motiva la condena platnica, e insiste en que la imitacin surge del deseo de conocer que existe en todos Ios hombres. As, sigue explicando Else, estamos autorizados para considerar que la poesa, qua imitacin, es una actividad humana y que los poetas son nuestros aliados naturales en la actividad de ser hombres 20. En el Mundo Moderno, por su parte, la esttica romntica, con sus debilidades por los prodigios de la imaginacin y la visin (pienso en Hlderlin, en Blake y en Shelley), hasta alcanzar el arco que va desde los simbolistas franceses a la literatura de vanguardia (digamos que esto otro a travs de los lazos de parentesco artstico que unen a un Charles Baudelaire con, sin ir ms lejos, un Vicente Huidobro), redescubre su importancia a la vez que revitaliza y divulga su empleo de una manera extraordinaria a cuyas no siempre felices exageraciones la circunspecta mesura de los filsofos griegos no tena por qu anticiparse. En cuanto a los varios tericos cuya autoridad yo invoqu en los prrafos anteriores de este captulo, ellos son, reconzcanlo o no, continuadores o refutadores de la tendencia moderna, la misma cuyo margen de eficacia pareciera hallarse hoy en el ltimo respiro de su agotamiento.

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Por eso, en el vaco que genera este evento de apresurado repliegue de la literariedad o de la literaturidad hacia el subterrneo de las ideas en desuso, en vez de hablar de creaciones literarias o de hacernos cmplices de

cualquier otro sinnimo no menos cuestionado que se, a mi me parece que pudiera ser una mejor tctica y, por lo tanto, una medida que nos resulte al menos temporalmente til, hablar de textos y discursos sin ms. Texto cuando lo quedeseamos es referirnos al continente que rodea y encierra a la totalidad significativa que nosotros deseamos comunicar, cualquiera sea la indumentaria semitica que el mismo adopte (lo que significa que no tenemos por qu restringir nuestra definicin al lenguaje natural o articulado, ni menos todava a su variedad escrita, opcin esta que deviene de la mayor importancia para una cultura como la latinoamericana en la que la oralidad es un elemento de gravitacin nada minsculo), y discurso /s para nombrar los desarrollos smicos mayores, perceptiblemente unificados, diferenciables por ende, y que a modo de vasos sanguneos recorren el cuerpo del texto (del latn dis, separacin, y cursum, corriente). Se subentiende, a partir de este doble distingo, que un texto puede (y suele) alojar en su interior a ms de un discurso y que esos discursos no tienen que vivir en paz entre ellos. Pueden ser y son a menudo, discursos antagnicos. Finalmente, la disciplina que se ocupa de los textos y los discursos es, ser, para nosotros, la teora crtica. Al pluralizar la segunda parte de la tesis que precede, yo espero haber puesto de relieve que para m la equivalencia ordinaria entre texto y discurso, que da por supuesta la distribucin de un discurso en o para cada texto, aunque pudiera producirse, no es una necesidad y ni siquiera una probabilidad. Por supuesto, esta caracterizacin que he hecho del texto como el receptculo de un caudal discursivo de afluentes mltiples echa mano de una terminologa que desde los aos sesenta en adelante ha sido objeto de un abuso despiadado. Derrida habla del advenimiento de la destruccin del libro, el que segn anuncia desnuda la superficie del texto; Foucault de las reglas del

discurso; Habermas del discurso filosfico de la modernidad; y Fredric Jameson, en un artculo que hizo poca, se regala a s mismo un field day dndole con toda su alma a la ideologa del texto, para limitar esta lista (que de otro modo sera excesiva) a slo cuatro tems todos ellos de credenciales intachables 21 . Por mi parte y sin perjuicio de algunas precisiones que agregar en lo sucesivo, reconozco el vnculo que tiene mi trabajo no tanto con la perspectiva foucaultiana, que como es sabido utiliza la palabra discurso en relacin con una matriz en la que se conjugan temas relativos al saber, la verdad y el poder22, como con la de los llamados lingistas del texto y del discurso. Entre los primeros, estoy pensando en tericos como R. Beaugrande y W. V. Dresler y los participantes en el llamado Proyecto de Konstanz, de los cuales Teun van Dijk y Janos Petiifi son los ms conocidos. Entre los segundos, en Michael Halliday, John Sinclair y Malcolm Coulthard 23 . Asimismo, me parece del todo aprovechable la distincin, que la mayora de ellos emplea (la verdad es que la toman de las investigaciones que inici Charles S. Peirce en el siglo pasado, y que reanudan Charles Mor ri s y Rudolf Carnap en los aos treinta, cuarenta y cincuenta de nuestro propio siglo), entre el objeto de la semntica y el de la pragmtica, entre lo que la oracin significa de suyo y un suplemento significacional que se hallara constituido por lo que el hablante intenta transmitir con su emisin de la oracin 24 . Por ltimo, encuentro, como

podr comprobarse en los prrafos siguientes, aportes interesantes, que contribuyen al desarrollo de mi pensamiento, en los escritos de Umberto Eco, Mijail Bajtn y los neogramscianos de Australia. En A Theory of Semiotics, de 1976, Eco fija un lmite que mantendr inalterado en sus libros posteriores: Digo que por lo comn un slo vehculosigno pone de manifiesto muchos contenidos entretejidos y que por lo tanto lo que se denomina habitualmente un 'mensaje' es en realidad un texto cuyo contenido es un discurso de mltiples niveles 25 . Y en The Role of the Reader : lo que uno llama 'mensaje' es habitualmente un texto, esto es, una red de mensajes diferentes que dependen de cdigos diferentes y que funcionan en diferentes niveles de significacin 26 . La aproximacin de Eco es lingstica (o semitica), como el lector habr podido darse cuenta, y con una orientacin que por lo menos en esta cita combina aspectos sintcticos y semnticos. En general, yo creo que lo que puede decirse acerca de ella es que refleja bien una postura de compromiso adoptada por Eco ante la evidencia de una problemtica de riesgos previsibles y que l ha preferido soslayar. En efecto, no encontramos referencia alguna en las palabras del lingista italiano a la posibilidad de

que el esfuerzo de significar se contamine con la falta de homogeneidad o entereza que segn declara ha descubierto en el texto. Aun cuando en el texto del que l habla en 1976 caben muchos contenidos entretejidos y en el de 1979 toda una red de mensajes, esa abundancia de contenidos y mensajes no acarrea consigo una abundancia correlativa de discursos. En su planteamiento, el discurso sigue siendo uno para cada texto e incluso cuando ese discurso se observa quebrantado por la coexistencia de niveles de significacin diferentes. Una perspectiva ms audaz que esta de Eco es la que detectamos en los trabajos de Mijail Bajtn. Para Bajtn la opulencia discursiva del texto constituye, como luego veremos, una certidumbre precoz. Espigumosla nosotros, sin embargo, desde una publicacin de 1934 1935. Me refiero a El discurso en la novela, el magnfico ensayo que sucede a su gran libro sobre Dostoyevski, donde, con un argumento que desborda el marco de referencia exclusivamente lingstico, Bajtn contrapone a la orientacin unificadora y centralizadora, que es la que l siente que prevalece entre los lingistas de su tiempo, la realidad de que en cualquier momento de su evolucin, el lenguaje se estratifica no slo en dialectos en sentido estricto, sino tambin y para nosotros esto es lo esencial en lenguajes que son socioideolgicos: lenguajes de grupos sociales. A mayor abundamiento, piensa Bajtn que cada emisin concreta del sujeto hablante es un punto sobre el cual confluyen fuerzas centrifugas y centrpetas. Los procesos de centralizacin y descentralizacin, de unificacin y desunificacin, se cruzan en la emisin; la emisin no slo obedece a los requisitos de su propio lenguaje, como la encarnacin individualizada de un acto de habla, sino que obedece asimismo a los requisitos de la heteroglosia 27 . De dnde extrajo Bajtn la materia prima filosfica que lo indujo a formularse estas preguntas durante el primer lustro de la dcada del treinta? Cmo logr adelantarse a una perspectiva multidiscursiva del texto? Cmo a los presupuestos de la sociolingstica y de la lingstica del habla? Debo decir que todo esto a m me maravilla y me confunde, y mi sospecha es que su neokantismo, su antisaussureanismo y su relacin de amor y de odio con el marxismo (y, en particular, con el Estado sovitico) son todas condicionantes a las cuales no debiramos echar en saco roto pero que tampoco acaban de

resolver el enigma28 . Tal vez, y a lo mejor algo ms que tal vez, convenga retrotraer esa tesis bajtiniana de mediados de la dcada del treinta a un hallazgo que la precede en unos cinco o ms aos. Me refiero al postulado de la multiacentualidad del signo, que en 1929 hace su debut en El marxismo y la filosofa del lenguaje, el misterioso libro de V. N. Volosinov, el que si es que vamos a creerles a los que saben (o dicen que saben) no es mucho ms que un prestanombre para el joven Bajtn. El hecho es que en las pginas de ese libro se insiste hasta lindar con la vehemencia en el valor que el exgeta del discurso ha de otorgarle a la emisin concreta, al fenmeno vivo del lenguaje, y que consecuentemente se procede al despliegue de un ataque en regla, desde posiciones marxistas o neomarxistas, contra el idealismo lingstico de inspiracin saussureana (Bajtn/Volosinov hablan ms bien de objetivismo abstracto y vincula / n las operaciones del mismo a la lgica de las matemticas, a la que no le preocuparan las relaciones del signo con la realidad real que en l se refleja ni con el individuo que lo origina, sino la relacin de signo a signo dentro de un sistema cerrado 29 ), inaugurndose as una lnea de trabajo que incrementada constante y consistentemente ser la brjula que oriente los ensayos posteriores del terico y crtico ruso: La existencia que se refleja en el signo no slo se refleja sino que se refracta. Cmo se determina esta refraccin de la existencia en el signo ideolgico? Mediante la interseccin de intereses sociales orientados de maneras diferentes dentro de una y la misma comunidad sgnica, esto es, mediante la lucha de clases. / / La clase no coincide con la comunidad sgnica, esto es, con la comunidad que forman la totalidad de los usuarios del mismo set de signos para la comunicacin ideolgica. As varias clases diferentes usarn uno y el mismo lenguaje. A consecuencia de ello, acentos orientados diferentemente se atraviesan en cada signo ideolgico 30 . De alcances no menos ambiciosos es el reciclaje de Gramsci, que en este mismo sentido, aunque sistematizando mejor que Bajtn tanto la multidimensionalidad social e ideolgica del texto como la manera de organizar esa multidimensionalidad dentro de una articulacin coherente del material

discursivo, promueven Tony Bennett y un grupo de investigadores australianos. Escribe Bennett en 1986: Para Gramsci las prcticas culturales e ideolgicas tienen que ser comprendidas y evaluadas en trminos de su funcionamiento dentro de las relaciones antagnicas entre la burguesa y la clase trabajadora, las dos clases fundamentales en la sociedad capitalista [...] Cuando Gramsci se distancia de la tradicin marxista previa es cuando razona que las relaciones culturales e ideolgicas entre la clase gobernante y las clases subordinadas en las sociedades capitalistas consisten menos en el dominio de la primera sobre las ltimas que en la lucha por la hegemona esto es, por el liderazgo moral, cultural, intelectual y, por lo tanto, poltico del conjunto de la sociedad entre la clase gobernante y, en tanto que es la principal de las subordinadas, la clase trabajadora. Y sigue: Esta sustitucin del concepto de hegemona por el de dominio no es, como lo han sugerido algunos comentaristas, meramente terminolgica; introduce una concepcin por completo diferente de los medios con los cuales se conducen las luchas culturales e ideolgicas. Mientras que, de acuerdo con la tesis de la ideologa dominante, la cultura y la ideologa burguesas buscan reemplazar la cultura y la ideologa de la clase trabajadora y de esta manera llegar a ser directamente operativas en la articulacin de la experiencia de los trabajadores, Gramsci argumenta que la burguesa puede transformarse en una clase hegemnica, conductora slo en la medida en que la ideologa burguesa es capaz de acomodar, de encontrar algn espacio para las culturas y valores de las clases que se le oponen 31 . Para el texto de la cultura popular, a cuyo estudio e interpretacin se dedican preferentemente Benne tt y su equipo de trabajo, las consecuencias de la posicin que l verbaliza de este modo son decisivas: al ponrselo en contacto con un aparato terico gramsciano o neogramsciano, ese texto popular (y, potencialmente, todos los textos) deja /n de ser estructura / s monolgica / s, el o los espacios de un discurso que es una cosa y slo una, a saber: la expresin ms pura de la conciencia de la clase trabajadora o el resultado nefasto de la alienacin que esa misma clase experimenta cuando es vctima del poder despersonalizante de los medios de comunicacin de masas o de los turbios manejos de la industria del espectculo, y se convierten en el locus de corrientes discursivas mltiples, todas las cuales coexisten en el espacio

textual pero sin que ninguna neutralice a las otras merced a su mayor fuerza relativa. Si bien es cierto que alguno o algunos de esos hilos de discurso asumirn finalmente una funcin de liderazgo y que imprimir in a causa de eso un cierto carcter a la totalidad, ello va a ocurrir slo al cabo de un proceso de negociacin y dentro de un pattern articulatorio que no constituye una copia del discurso hegemnico y que por consiguiente les garantiza su no exclusin a aquellos discursos que no coinciden con el espritu de la ley. No cabe duda de que Benne tt y su gente les estn respondiendo de esta manera a los seguidores de la polmica frakfurtiana y, ms exactamente an, a los admiradores de la diatriba adorniana contra la cultura de masas", para lo cual ellos erigen un tinglado terico que reivindica el valor de los objetos de esa cultura en contra de los prejuicios del aristocratismo estetizante de los de Frankfurt, el mismo cuyos responsables no trepidaron ni siquiera en exigir la instalacin de un control oficial u oficioso sobre los medios". Observemos por nuestra parte que un retorno a las posiciones de Gramsci es el que casi unnimemente permea el trabajo de los crticos culturalistas de la

nueva ola, sobre todo el que en esta direccin vienen produciendo los ingleses y los norteamericanos, e inclusive el de algunos tericos de la Amrica nuestra como se comprueba en las publicaciones de Nstor Garda Canclini y Jess Martn Barbero. En palabras de este ltimo: fuimos descubriendo todo lo que el pensamiento de Frankfu rt nos impeda pensar en nosotros, todo lo que de nuestra realidad social y cultural no caba ni en su sistematizacin ni en su dialctica [...] Ah se buscaba pensar la dialctica histrica que arrancando de la razn ilustrada desemboca en la irracionalidad que articula totalitarismo poltico y masificacin cultural como las dos caras de una misma dinmica. En cuanto al antdoto contra el mandarinismo de Horkheimer y Adorno, Barbero cree que hay que extraerlo, en primer lugar, del concepto de hegemona elaborado por Gramsci, haciendo [que sea as] posible pensar el proceso de dominacin social ya no como una imposicin desde un exterior y sin sujetos, sino como un proceso en el que una clase hegemoniza en la medida en que representa intereses que tambin reconocen de alguna manera como suyos las clases subalternas 34 . Con todo, yo siento que tampoco puedo desentenderme de la distancia que separa mi propia tesis de las que acabo de resear, entre otras cosas porque la que yo suscribo procura moverse combinando instrumentos tericos de distinto domicilio y expectativas. Esta metodologa transterritorial y multisistmica, que atrae y procesa informaciones diversas, es por supuesto la que mejor se adecua a la propensin antihumanstica con la que paradjicamente se enfrentan hoy da las ciencias humanas, pero si yola prefiero no es tanto por esa razn, que segn se ver oportunamente me parece discutible, como por las consecuencias de orden prctico que de ello se derivan,

porque me libera de ataduras disciplinarias odiosas, dndome la licencia que necesito para proceder a un tratamiento productivo del tema. Es probable que el peligro de contradiccin sea as mayor que el que correra mi argumento si se mantuviera circunscrito entre las riberas de una sola disciplina, soy el primero en admitirlo, pero creo que las ganancias tericas que se pueden obtener escogiendo este otro camino justifican la temeridad del intento. Me propongo proyectar por consiguiente el sentido de la tesis que aqu propongo contra el trasfondo epistemolgico que genera la colaboracin contempornea entre la lingstica, la teora de la ideologa y el psicoanlisis. Me refiero en este ltimo caso a la reflexin psicoanaltica que, desde los seminarios de Jacques Lacan en los aos cincuenta, entra en un dilogo sostenido y recprocamente fecundo con esas otras disciplinas. Emile Benveniste, quien hasta donde yo s fue el primer lingista contemporneo que procur evaluar el impacto que el freudismo y el lacanismo estaban teniendo sobre el objeto y las metodologas de su quehacer profesional (a Lacan lo cita expresamente en 1956, y mi sospecha es que la relectura freudiana de Lacan es ni ms ni menos que el gatillo que dispara la reflexin de Benveniste), lo tradujo en estos trminos: En primer lugar, reconocemos el universo del acto individual de habla, que es el de la subjetividad. A travs del anlisis freudiano, se puede ver que el sujeto hace uso del acto de habla y del discurso para 'representarse s mismo' a s mismo, como l quiere verse y como les pide a los otros que lo observen. Su discurso es solicitacin y recurso: una a veces vehemente solicitacin del otro, por medio del discurso en el cual l se figura a s mismo desesperadamente, y un recurso a veces mendaz dirigido hacia el otro para individualizarse l a s mismo ante sus propios ojos. Por el mero hecho de dirigirse a otro, el que habla de s mismo instala al otro en s mismo, y por lo tanto se aprehende, se confronta y se establece como l aspira a ser, y finalmente se historiza en esta historia incompleta o fraudulenta. El lenguaje se usa aqu por lo tanto como el acto de habla, convertido en la expresin de una subjetividad instantnea y elusiva que constituye la condicin del dilogo. A eso aade Benveniste que La lengua del sujeto provee el instrumento de un discurso en el cual su personalidad se libera y se crea, sale al encuentro del otro y se hace reconocer por l. Ahora bien, la lengua es una estructura socializada a la que el acto de habla subordina para fines individuales e intersubjetivos, aadindole as un diseo nuevo y estrictamente personal. La lengua es un sistema comn para todos; el discurso es el portador de un mensaje y el instrumento de la accin. En este sentido, las configuraciones de todo acto de habla son nicas, realizadas dentro y por medio de la lengua. Hay as

una antinomia en el sujeto entre el discurso y la lengua. Pero para eI analista la antinomia se establece en un plano muy diferente y asume un significado distinto. El analista tiene que mostrarse atento al contenido del discurso, pero no menos y especialmente a las lagunas que se producen en l. Si el contenido lo informa sobre la imagen que el sujeto tiene de la situacin y sobre la posicin que l se atribuye a s mismo en ella, el analista busca en este contenido un contenido nuevo: el de la motivacin inconsciente que procede del complejo soterrado. Ms all del simbolismo innato del lenguaje, l percibir un simbolismo especfico que se ha formado, sin que el sujeto lo sepa, tanto de lo que se omite como de lo que se afirma. Y dentro de la historia en la que el sujeto se ubica, el analista provocar la emergencia de otra historia, que explicar la motivacin. As, l tomar el discurso como la traduccin de otro 'lenguaje', el que posee sus propias reglas, smbolos y 'sintaxis', y que remite a las estructura profundas de la psiquis. Recurre Benveniste en seguida al juicio de Freud, cuando ste asevera que ese otro lenguaje no sera privativo de la neurosis o los sueos, sino que en general constituye un recurso caracterstico del que se valen los procesos de ideacin inconsciente, siendo reconocible por eso, adems, en el folklore, los mitos populares, las leyendas, los modismos lingsticos, la sabidura proverbial y las bromas. De aqu pasa el lingista citado a una caracterizacin del rea de surgimiento del excedente extrasemntico, acerca de cuya existencia a l no parece caberle ya ninguna duda, y esta vez hacindose cosignatario de un fraseo que yo no s si nos remite a Lacan de una manera directa, pero que trae en todo caso a mi memoria las consabidas regiones del mapa antropolgico lacaniano: esto establece exactamente el nivel del fenmeno. El rea en que aparece el simbolismo inconsciente, se podra decir que es al mismo tiempo infra y supralingstica. En tanto infralingstica, tiene su origen en una regin ms profunda que aqulla en la cual la educacin instala el mecanismo lingstico. Hace uso de signos que no se pueden dividir y que admiten variantes individuales numerosas, susceptibles ellas mismas de acrecentarse mediante la referencia al dominio comn de una cultura o a una experiencia personal. Es supralingstica, en tanto hace uso de signos condensadsimos, que en el lenguaje organizado corresponderan ms a unidades vastas de discurso que a unidades mnimas. Y una relacin dinmica de intencionalidad se establece entre estos signos que supone una motivacin constante (la realizacin de 'un deseo reprimido') y que sigue los senderos indirectos ms notables. Y concluye su planteamiento, pero a mi modo de ver frenando el mpetu rupturista que exhibiera durante la primera etapa del mismo, mitigando de ese modo sus alcances y

devolvindolo al fin de cuentas hasta el corral de los lingistas ortodoxos: Siguiendo esta comparacin, uno se pone en camino de comparaciones productivas entre el simbolismo del inconsciente y ciertos procedimientos tpicos de la subjetividad que se manifiestan en el discurso. En el nivel del habla, se puede ser preciso: ellos son los recursos estlisticos del discurso 35 . Basndome entonces en esta reflexin de Benveniste, pero pidindole tambin un poco ms de lo que l me quiere dar de buena gana (en realidad, pidindole a Benveniste que se olvide de una vez por todas de la estilstica, en cuya institucionalizacin se empe su colega Charles Bally desde los primeros aos del presente siglo, y que se constituya en cambio en precursor de ese evento crucial que es la deteccin de un lenguaje dentro del lenguaje y de unos mecanismos peculiares, infra y supralingsticos, a travs de los cuales el segundo lenguaje se estara dando a conocer en las lagunas del primero), yo dar por demostrado en lo que sigue que las dimensiones extrasemnticas del texto no son o no son siempre conscientes (incluso que no son o no son siempre postedpicas, como luego veremos), que ellas poseen un peso ideolgico inobviable tanto como unos medios expresivos propios y que, adems, tampoco son o no son necesariamente incrustaciones que el hablante le hace a la significacin de un nico texto-discurso, sino que con frecuencia ellas forman discursos completos, continuidades coherentes de signos, ms o menos opacas en un primer acercamiento, a menudo antagnicas y cuyo sentido total es susceptible de ser re-producido por el estudioso o el crtico mediante su trabajo de interpretacin. Pienso tambin que esta postura que acabo de resumir, sin identificarse por entero con la de Julia Kristeva, se acerca a la de ella considerablemente, beneficindose de los resultados de investigaciones tales como Smiotik..., La rvolution du language potique, Polylogue y dems escritos posteriores de la autora. Como es sabido, a fines de los aos sesenta y durante los setenta, mientras que por un lado descubra a Bajtn para Occidente, por otro Kristeva profundizaba en las consecuencias del giro lacaniano hacia la lingstica y hasta procuraba fundar una ciencia lingstica nueva, a la que bautiz smanalyse y de la que despus se desentendi, pero con la que quiso aadirle a la materia prima saussureana y jakobsoniana que utilizara Lacan diez aos antes que ella una serie de otros conceptos surgidos en captulos posteriores

de la evolucin de los estudios en torno al lenguaje. Hoy sabemos que en efecto muchos de los conceptos pivotes de aquel smanalyse kristeviano de principios de los aos sesenta se derivaban de la nomenclatura tcnica de la gramtica transformacional de Chomsky, de la teora de los campos semnticos de Pierre Giraud y de los descubrimientos de la lingstica estructural de Greimas a Benveniste. De todo eso, sin embargo, mi impresin es que la influencia de verdad perdurable sobre el trabajo de Kristeva fue la del ltimo de los nombrados, ms que nada a travs de su dicotoma entre la lengua y el discurso o, como el mismo lo establece, entre el sistema de la lengua y el habla humana en accin 36 . No cabe duda de que con tales distinciones Benveniste estaba preparando el terreno para las exploraciones siguientes de la terica blgara, poniendo a su disposicin el dispositivo conceptual y cientfico que, al menos en lo que concierne a la lingstica contempornea (porque ya se ve que no hay que desentenderse de la poderosa gravitacin que sobre su trabajo de esos aos tiene Mijail Bajtn, algo a lo que nosotros nos referimos ya y sobre lo cual volveremos otra vez ms adelante), habra de distanciarla de Ferdin an d de Saussure y conducirla hacia una lingstica del habla o, como Kristeva preferir decir, hacia una lingstica del sujeto parlante. Uno de los principales frutos de esta incorporacin de Kristeva en la trayectoria terico-crtica cuyo curso estamos tratando de cartografiar en las pginas de este libro es la distincin que ella ensaya entre genotexto y fenotexto. Escribe en La rvolution du langage potique: Podemos examinar ahora el modo cmo funcionan los textos. Lo que llamaremos el genotexto incluir procesos semiticos pero tambin el advenimiento de lo simblico. Lo primero incluye pulsiones, su disposicin y sus divisiones del cuerpo, ms el sistema ecolgico y social que rodea al cuerpo, tales como los objetos y las relaciones preedpicas con los padres. Lo segundo incluye la aparicin del objeto y el sujeto, y la constitucin de ncleos de significacin que involucran categoras: campos semnticos y categoriales [...) Usaremos el trmino fenotexto para

denotar el lenguaje que sirve a la comunicacin y que los lingistas describen en trminos de 'competencia' y 'performance'. El fenotexto est constantemente dividido y dividindose, y es irreductible a los procesos semiticos que funcionan a travs del genotexto. El fenotexto es una estructura (que puede ser generada, en el sentido de la gramtica generativa); obedece a reglas de comunicacin y presupone un sujeto de enunciacin. El genotexto, por otra parte, es un proceso; se mueve a travs de zonas que tienen bordes relativos y transitorios y constituye un sendero que no est restringido a los dos polos de informacin unvoca entre dos sujetos plenos 37 . Opino yo que esta propuesta de Kristeva cancela algunos de los pudores que detectbamos en la semitica de Eco a la vez que ampla y complejiza las observaciones de Bajtn, Bennett e incluso las de su primer maestro Emile Benveniste. Puntos destacables en ella son la restriccin de la competencia de la lingstica tradicional a las operaciones que tienen lugar en el nivel del fenotexto, el reconocimiento de que por debajo del fenotexto existe un segundo nivel, el del genotexto, que es un nivel que dicho sea de paso pertenece tambin a la rbita del lenguaje pues abarca procesos semiticos pero tambin el advenimiento de lo simblico, aun cuando sea por otra parte inaccesible a los anlisis que lleva a cabo el lingista tpico (Kristeva se ha enterado obviamente de las especulaciones del autor de los Problemas de lingstica general en torno a la existencia de un rea infra y supralingstica, all donde los signos no se pueden dividir y admiten variantes individuales numerosas, que son susceptibles de incrementarse ms an, pero, al contrario de lo que piensa Benveniste, entiende que los profesionales del lenguaje, por muy estilistas que ellos sean, nada es lo que tienen que hacer en semejante dominio), y el de que en este nivel del genotexto ni la informacin es unvoca ni el sujeto del discurso es un sujeto pleno. Pese a todo, yo siento que la oposicin freudiana entre conciencia e inconsciencia se confunde en la propuesta de Kristeva peligrosamente con la oposicin lacaniana entre lo simblico y lo imaginario (o lo semitico, como ella lo denomina, apuntando ms bien hacia el punto de partida preedpico en el proceso de la construccin psicoanaltica del sujeto), y eso hasta el punto de que no ha faltado el / la comentarista que equivoc su camino en el interior de este laberntico discurso 38 . El error era del /la comentarista, qu duda cabe,

pero facilitado por una falta de transparencia epistemolgica de parte de la propia Kristeva, por una indistincin entre niveles que es ella misma quien promueve y que yo pienso que deviene inextricable de sus pronunciamientos. As, es Kristeva quien induce a sus lectores a perderse en las sinuosidades de su teora, borroneando las huellas que separan a una comarca de la otra. Tambin es consecuencia de esta misma estrategia oscurantista el que en su concepcin del texto los discursos subalternos tiendan a reducirse a un simple amago de lo que no ha llegado todava, y quizs nunca llegue a ser, un acto verdadero de comunicacin. De donde proviene, en el dominio esttico, la propensin kristeviana a privilegiar, bastante ms de lo que a nosotros nos agrada y consideramos necesario, el estilo representacional de las vanguardias.

Pero un segundo y an ms atendible corolario de esta tesis es el que tiene que ver con las dificultades que el estudioso y el crtico de nuestros das encuentran cuando ellos se aprestan a dar cuenta de la unidad de los textos con los que trabajan. El viejo problema de la unidad de tal o cual poema (La Araucana) o de tal o cual novela (El Quijote), casi un reflejo condicionado entre nuestros profesores de literatura de antao, y el que se agudizaba todava ms por la huella que haban dejado sobre las adhesiones artsticas de esos buenos maestros los rgidos patrones de la novela realista decimonnica -pero que tampoco podemos desconocer que obedece igualmente a una causa de orden ms general, con lo que que me refiero a una problemtica que aflora lo mismo en Aristteles que en Kant, en Hegel que en Croce-, yo tengo la impresin de que acaba convirtindose, si lo mantenemos prisionero dentro de los confines del objeto, en un callejn sin salida. Es lo que les pasa, por ejemplo, a los flamantes partidarios del fragmento, quienes, al privilegiar los derechos de lo incompleto y discontinuo por sobre los de lo completo y continuo, o declaran su impotencia de facto para darle una solucin ms o menos decorosa a la cuestin de la unidad o recuperan la unidad de un modo oblicuo y, en definitiva, inconducente para cualquier otro fin que no sea el de ponerlos a ellos en ptimos trminos con el ltimo grito de la frivolidad postmoderna. Desde los tiempos de Aristteles que nos han enseado a buscar

la armona, el orden y la unidad a expensas de la discordancia, el desorden y la dispersin, se quejaba uno de tales personajes en el Prefacio a un volumen colectivo de principios de los aos ochenta. Pero este mismo filsofo a la mode, como vemos tan dispuesto a entregar su vida por los derechos del desbarajuste, no tena despus ni el menor reparo para declarar que de parte nuestra, el reconocer la fragmentacin nos obliga a imaginar que la obra se sostiene merced a un orden ideal subsumido, aunque a veces invisible 39 . Personalmente, estimo que esto es apoyar una exhibicin de incoherencia con otra exhibicin de incoherencia, lo que es un forma de ser coherente pero que en m no suscita ningn ansia emulatoria. Es afirmar que ha sonado por fin la campana de la libertad y del caos, pero en el bien entendido de que a esa libertad y a ese caos los sostiene, aunque a primera vista no podamos notarla, una (com)plenitud superior. Una rplica similar a sta me parece que podramos darle al ms prximo y no menos atolondrado alegato de Antony Easthope, quien en Literary into Cultural Studies le reprocha a la esttica de la modernidad el no haberse atrevido a desafiar la misma tradicin que el personaje de la cita anterior vilipendia, la que arranca desde Aristteles y se aproxima al texto literario como si ste fuera una unidad autoconsistente, un elemento que ha de valorarse de acuerdo con este criterio implicito 40 . Por algo ser, digo yo. Easthope, quien se encarama sobre la palestra terica con la intencin de probarnos desde esa altura estupenda que la evaporacin de un criterio para definir lo literario es una consecuencia directa del descubrimiento postmoderno de que el texto constituye una totalidad heterognea (en rigor, lo que habra que replicarle es que ni siquiera se trata de un descubrimiento postmoderno, a menos que pretendamos retrotraer los orgenes de la postmodernidad al colapso del integrismo premoderno y a las compartimentalizaciones del universo discursivo que se derivan de la intensificacin de la divisin del trabajo que promueve el nuevo tipo de productividad capitalista y que es algo que en Occidente profundiza la filosofa de Kant), efectivamente confunde dos problemticas distintas, extrapola conclusiones que pertenecen a un lado con premisas que salen del otro y acaba haciendo de su argumento una performance intelectual que est muy lejos de ser impoluta.

Volvamos entonces a lo que de veras importa. Si el texto que aqu nos interesa se encuentra habitado por ms de un discurso, dnde y cmo podemos distinguir su unidad? Con Wayne C. Booth como su abanderado 41 , las respuestas que se le dieron a esta pregunta hasta el primer lustro de la dcada del sesenta fueron numerosas, aunque en el fondo ellas hayan sido todas ramas de un solo tronco, y se movieron desde el autor real al ficticio, al implcito y a otros constructos de parecido jaez, muchos de los cuales nosotros conocemos porque los hemos conjurado en ocasiones diversas, por lo comn en la sala de clases, pero no sin darnos cuenta de que eran algo as como un premio de consuelo habida cuenta de la carencia y la nostalgia que en nuestra prctica pedaggica provocaba la eliminacin del autor. Respecto de su popularidad en el desempeo acadmico escrito, existe en estos momentos un buen recuento de Paul Ricoeur, lo que a m me ahorra la fatiga de proveer otro 42 . Por eso, ser suficiente que para aadir concrecin y fortaleza a esta parte de mi argumento yo traiga a la memoria nada ms que a uno de aquellos artificios metodolgicos, que he seleccionado en virtud de su lucidez y elegancia, esto es, porque representa la que mi juicio es l mejor respuesta que el pensamiento de los aos sesenta supo darle a la pregunta por la entereza del texto y porque adems me parece dueo de un hermoso antojo de sofisticacin. Fue propuesto por Grard Genette, en un ensayo de 1964, que l recogi despus en el primer volumen de Figures. All el terico estructuralista especul sobre la existencia de un principio de inteligibilidad objetiva, el de la estructura que subyace a la obra, principio que l advierte que sera accesible nicamente por medio del anlisis y de conmutaciones a una especie de espritu geomtrico que no es la concienda 43 . Eran esos otros tiempos sin duda, los del apogeo del estructuralismo en un Pars nouvelIe vague, que no anticipaba (no tena por qu hacerlo en realidad) los descalabrantes sucesos del 68. Pero tampoco se puede decir que la proposicin de Genette fuera inaudita. En el fondo, yo pienso que debemos ver en ella una tentativa postrera, husserlianamente hbil y que por lo mismo no se encuentra muy lejos de la de Martnez Bonati en Chile (ambas descansan sobre la hiptesis de que la

conciencia, la intencional, o sea la que se dirige al objeto, segn ensea Husserl, es capaz de percibir esencialmente todo cuanto existe sobre la faz de la tierra, dependiendo el desenlace irreprochable de esa actividad cognoscitiva del ahuyentamiento previo de cualquier presuposicin sea sta filosficamente formalizada o de sentido comn. La metodologa conforme consiste en suspender las presuposiciones, poco importa el ascendiente o el prestigio ideolgico con el que stas se adornan, y en poner entre parntesis la pregunta por el origen de la conciencia y el mundo), de darle al trabajo con la literatura un objeto cientfico, provisto de una legalidad que lo precede y la que no depende de ningn observador particular. Pero ya Barthes, en 1968, cuatro aos despus de esa publicacin de Genette, manifestaba sus dudas respecto de la viabilidad, sino de la legitimidad tout court, del proyecto estructuralista. Se recordar que en La muerte del autor Barthes observ que el texto se compone de escrituras mltiples, procedentes de muchas culturas y que entran en relaciones mutuas de dilogo, parodia o disputa. Esto, que como es de imaginarse desparrama al texto centrifugamente, constituira un problema ciertamente insuperable para nuestras tentativas de recuperacin de su entereza si no fuera porque existe tambin un lugar en donde la multiplicidad se detiene y ese lugar es el lector y no, como se ha dicho hasta ahora, el autor. Y sigue diciendo Barthes: El lector es el espacio en el cual todas las citas que hacen a una escritura se inscriben y sin que niguna se pierda; la unidad de un texto se encuentra no en su origen sino en su destino`. Con estas frases, el imperativo de discernirle al texto una unidad, algn tipo de unidad, estaba llegando hasta el ltimo de sus paraderos posibles. Despus de eso, el espectculo que se abra hacia el futuro era el de la inmensidad de la pampa, un territorio carente ya de asignaciones territoriales de cualquiera ndole, sin demarcaciones ni cercos visibles, y ah lo nico que quedaba por hacer era abandonarse en los brazos de la dispersin, algo con lo que el mismo Barthes alcanz a coquetear un poco antes de su muerte. Pero el terico a cuya autoridad nosotros estamos ahora apelando era el que todava se hallaba en el medio del camino, el que haba dejado de derrochar su genio crtico en la bsqueda de una estructura subyacente a la obra, abjurado en consecuencia de las tersas elaboraciones de los Elementos de Semiologa y el Anlisis estructural de los relatos, pero sin que eso supusiera an un deslizamiento

de su muy ilustre persona por el despeadero de una ertica del puro incidente o la pura sensacin. La audacia de 1968, cuando Roland Barthes se neg a seguirle reconociendo al texto su credencial de Iocus exclusivo de la significacin, constituye hoy por hoy una verdad de principio, en la que todos o casi todos los practicantes de este oficio concurrimos si bien con grados de entusiasmo que difieren de uno a otro individuo. Porque hoy no nos parece que el problema de la unidad del texto pueda abordarse con esperanzas de xito sino movemos el lugar de su realizacin desde el mbito clauso del texto mismo hacia la instancia de su semiosis o, para decirlo con las palabras de Charles Sanders Peirce, hacia aquella instancia de la produccin del sentido en la que se renen e interactan por lo menos tres entidades Isubjectsl, que son el signo, su objeto y su interpretant45 . Dicho esto ms sencillamente, prescindiendo por ende de los retorcimientos logicistas de la nomenclatura y la prosa peirceanas, de lo que se tratara, en medio de la borrasca crtica por la que corrientemente estamos navegando, es de poner el advenimiento del significado del texto en el punto de encuentro entre los discursos que lo forman, sus objetos respectivos, cualquiera sea la naturaleza de stos, y un determinado horizonte de expectativas de inteleccin (el trmino es de Jauss), que es el que a nosotros nos permite dar cuenta del contacto entre objetos y discursos y que adems es el factor desde el cual y con el cual algn / algunos discursos son puestos por encima de los dems que con l/ellos entretejen la fbrica del texto (Peirce tiene en mente, creo yo, el tertium comparationis de la antigua retrica). Ese horizonte de expectativas semiticas, cuya naturaleza es cultural y que por eso debe contar con el endorso de una comunidad de intrpretes, si es que nos parece todava utilizable para tales fines la nocin que Stanley Fish ha propuesto en varios sitios 46, da sentido a la obra y, durante el proceso de su darle sentido, ordena y jerarquiza de una u otra manera sus distintos componentes y/o niveles. La tan a menudo mistificada eternidad de los clsicos, libros que no envejecen porque su potencial para decir excede a las condiciones inmediatas de su produccin y consumo, lo que suele atribuirse a un universalismo misterioso que se escondera en algn rincn del

libro mismo (el universalismo en cuyo encomio se regodea Alfonso Reyes, por ejemplo), tiene pues esta otra y menos arcana explicacin. Clsico es un texto que est diciendo siempre" porque se engasta en la historia de la cultura de una manera radical, de una manera que, si bien es cierto que no sobrepasa a las condiciones generales de funcionamiento de esa cultura (mi acceso a los artefactos semiticos de una cultura que no sea la ma es limitado, aunque los crticos postcoloniales se empeen en mantener lo contrario, y me parece que es un gesto de honestidad intelectual el reconocerlo sobre todo en estos tiempos en que la frescura antropologstica hace que medio mundo se arrogue la facultad de emitir opiniones llenas de presuncin y ligereza acerca de la otra mitad), sobrepasa s a las inmediatas que ah y entonces regulan el contacto presente del lector con el texto, y por eso es que ste puede decir y volver a decir segn sean las renovadas promociones de individuos que en pocas diferentes semiotizan la radicalidad que lo posee empleando para eso sus estrategias de lectura respectivas.

3

Los discursos que habitan un texto se relacionan hacia adentro, entre ellos, y hacia afuera, con otros discursos. El primer hemistiquio de esta tercera tesis nuestra no debiera provocarle al lector ningn asombro si es que ste se ha resignado ya a las consecuencias de la tesis previa, aqulla que hace del texto el continente de una pluralidad de discursos. Si en un texto existen numerosos discursos, es concebible e inclusive previsible que se forme algn tipo de enlace entre ellos. Ms hertico deviene por supuesto pensar que ese mismo enlace se proyecta tambin hacia afuera. Respecto de este costado no tan complaciente de nuestra proposicin, lo que nosotros sostendremos en el presente ensayo es que, as como los discursos que encontramos en un texto se relacionan entre ellos, ellos se relacionan tambin con otros discursos que se pueden encontrar en otros textos. Muchos son los temas de debate que se abren a partir de nuestra tercera tesis y mi sospecha es que habra que empezar por el ms obvio.Presiento desde luego que al lector que haya sido adiestrado en el pensamiento crtico de antes de ayer una propuesta como esta que yo acabo de hacerle le va a resultar bastante menos simptica que la anterior, pues nada cuesta percatarse de que ella atenta desvergonzadamente contra un concepto o un seudoconcepto que viene constituyendo ya, para dos o tres generaciones de estudiosos de la literatura, un artculo de fe. Pienso en el dogma de la autonoma de la obra literaria, en el extremo de cuyas presentaciones didcticas cada texto, y pudiera ser que tambin cada discurso, si es que a ese pensamiento que nos ha precedido se le hubiese ocurrido incurrir en semejante distingo, abarcaba un todo autosuficiente que contena dentro de s cuanto al lector le haca falta para su goce y comprensin. En los libros de los neocrticos estadounidenses de los aos cuarenta y cincuenta, los de Crowe Ronsom (que fue quien le dio nombre a la tendencia, en The New Criticism, 1941), Allen Tate, Yvor Winters, Cleanth Brooks, W.K. Wimsatt, Robe rt Penn Warren y los dems, expuestos todos ellos a las persecuciones que fueron producto del mcCarthysmo y la Guerra Fra, las que los predisponan para identificar

en los tratos con la historia el camino ms seguro al infierno, es donde esta brida axiomtica alcanz su formulacin e imposicin poco menos que absoluta. Su consecuencia necesaria fue la operacin quirrgica por medio de la cual los facultativos ms competentes dentro del grupo se dieron maa para separar al texto del contexto y el anatema que tanto ellos como sus aclitos nacionales (actitud que prestamente imitaron los internacionales 48 ) descargaron sobre cualquier tentativa de introducir conexiones sociolgicas en el terreno del anlisis concreto. En cambio, llamaron a que los estudiosos de la literatura nos uniramos en una cruzada a favor de una crtica intrnseca, que desde su punto de vista sera la nica acreedora de validacin cientfica o semejante puesto que era una crtica que se confesaba desde el comienzo proclive a encauzar su desempeo epistmico haciendo suya la premisa de la independencia del objeto o, para ponerlo en las palabras del gua espiritual de la secta, el checo Ren Wellek, la premisa de que el estudio literario debe ser especficamente literario49. Ese llamado revelaba desde luego, es casi superfluo que yo lo seale, la confianza sin lmites que el maestro y sus discpulos tenan en sus habilidades para discriminar entre lo que era y no era literatura. A ello se debe que, antecediendo al primer capitulo de la parte cuarta del caballo de batalla del grupo, la Theory of Literature, destinada en su integridad a El estudio intrnseco de la literatura, y que como se nos deja saber en el prefacio del libro es de pluma y letra de Wellek, nos encontremos con una Introduccin cuyo escrutinio se presume que debiera dejarnos abundantemente persuadidos de que El punto de partida natural y sensato en los estudios literarios es la

interpretacin y el anlisis de las obras literarias mismas, ya que slo las obras mismas justifican nuestro inters en la vida de un autor, en su ambiente conlsocial y en el proceso entero de la literatura 50. Un poco ms adelante, la usi a la que llega Wellek es que el verdadero poema debe concebirse como una estructura de normas, actualizadas slo parcialmente en la experiencia real de sus muchos lectores, a lo que aade que esas normas constituyen al fin de cuentas un sistema de varios estratos, cada uno de ellos implicando su propio grupo subordinado. La cita que sigue pertenece, como es de suponerse, a Roman Ingarden 51 . Como se ha visto al comienzo de estas notas, esa antigua y confortable confianza ya no est con nosotros. Hoy no nos sentimos en condiciones de decir, ni menos todava con la seguridad con que lo hicieron Rene Wellek y los neocrticos estadounidenses, qu sea eso del verdadero poema. En cambio, debemos contentarnos con el despliegue de una plataforma de trabajo un poco menos ambiciosa que la que ellos propugnaron en su tiempo, pero a la que intuimos defendible (si bien no inmodificable) y que dice relacin con lo que pudieran ser el discurso y el texto. Agreguemos a esto, como qued establecido ms arriba, que el texto en el que estamos ahora pensando se encuentra ordinariamente habitado por ms de un discurso, que los discursos que lo ocupan se relacionan hacia adentro, entre ellos, y hacia afuera, con otros discursos, y que en vista de tales antecedentes la autonoma y la autosuficiencia, en cualquier caso de la manera beata en que las entendieron y aplicaron nuestros predecesores de los aos cuarenta y cincuenta, no pasan de ser una supersticin. Ms an: consideramos que convertirse en un devoto de dicha supersticin y hacer historia literaria es un contrasentido de proporciones bochornosas. Digo esto porque hacer historia literaria a base de un libreto epistemolgico que admite desde la partida la total vanidad del ademn comparativo o, mejor dicho, la obstinacin estrambtica y sin destino que ira aparejada a un esfuerzo mediante el cual lo que se busca es investigar a unos objetos apelando a su voluntad de vinculo, que es algo que esos objetos supuestamente no tienen o tienen slo por aadidura, se aproxima, se comprende que caricaturescamente, a los trabajos de Ssifo. De acuerdo con este predicamento, historiar la literatura significa ni ms ni menos que relacionar a unos textos que son autosuficientes, o sea que son textos que carecen historia o no la necesitan,

con otros textos a los cuales ni la compaa de sus pares ni su exposicin a los estmulos del tiempo parecen conmoverlos o serles de ninguna utilidad. La nica y desconsoladora moraleja que los interesados en el tpico podemos extraer de un evangelio tan peregrino como se es la que afirma que la historia literaria, si para algo sirve, no es para una mejor recepcin de la literatura. Otra vez, la opinin de Ren Wellek es la ms enftica al respecto: La historia literaria tiene delante suyo el problema anlogo [anlogo al de la pintura o la msica] de trazar la historia de la literatura como un arte, en un aislamiento comparativo [sic] de la historia social, las biografas de los autores, o la 52 apreciacin de las obras individuales . En realidad, aunque no menos desconfiable, debo decir que resulta ms de mi gusto el cinismo del que hace alarde Paul de Man al ponerse a reflexionar sobre este tema. A la pregunta sobre si es posible pensar en la historia de una entidad tan autocontradictoria como la literatura, su respuesta acumula una serie de tres negaciones y una afirmacin. Considera Paul de Man que no es posible pensar en una historia positivista, de amontonamiento de datos, por las razones que todos conocemos y no hace falta repetir; que tampoco es posible pensar en una historia intrnseca, a la manera de Wellek, porque ese es un proyecto ingenuo, que a menudo presupone una nocin de la historia de la que el crtico mismo no se da cuenta (o no quiere darse cuenta, agreguemos nosotros); y, por ltimo, que ni siquiera cabe proponerse la escritura de una historia a partir de la literaturidad, al modo de los estructuralistas franceses, porque ello da por existente en el objeto un fundamento esencial (y, por lo tanto, una estabilidad) de la que ste carece. En tales condiciones, lo nico concebible y tolerable segn piensa de Man es una historia que respete el estatuto autocontradictorio de la literatura, la aporta literaria, dicho esto con su propio lenguaje, y que se haga cargo as de la verdad y la falsedad del conocimiento que la propia literatura nos entrega acerca de s misma, distinguiendo de manera rigurosa entre el lenguaje metafrico y el lenguaje histrico, y dando cuenta de la modernidad literaria y de su historicidad a partir de dicha distincin. Pero esto requerira de la entrada en el debate terico de una idea de la historia que es distinta de todas aquellas que comnmente se encuentran en el mercado epistmico, lo que para de Man constituye una empresa desesperadamente vasta, aunque la misma pudiera ser un modelo, un paradigma es lo que l escribe, para la historia en general, pues al hombre, como a la literatura, se lo puede definir como una entidad capaz de poner en

entredicho su propio modo de ser. Puesto de otra manera: olvdese usted de la historia literaria como una disciplina que se ocupa de un objeto homogneo, estable y acerca del cual se pueden postular algunas regularidades. En la literatura, como en los seres humanos, la homogeneidad, la estabilidad y la regularidad slo existen para aguardar el instante de su autodestruccin 53.

Por su parte, Cedomil Goi, que entre los crticos latinoamericanos fue aqul que se pronunci con mayor profundidad, coherencia y firmeza en demanda de una postura historiogrfica intrnseca, en la Introduccin a su Historia de la novela hispanoamericana pone el proyecto promotor de esta clase de discurso historiogrfico bajo la autoridad de Roman jakobson, el que segn refiere Goi con indisimulado alborozo se burl en cierta ocasin de los historiadores literarios no intrnsecos, o sea de los extrnsecos, en la jerga de Wellek, diciendo que ellos se asemejaban a esos policas que cuando van a detener a alguien detienen a todo el que encuentran en la habitacin donde vive e incluso a las personas que pasean por la calle prxima54 . Yo tengo para m, sin embargo, que originariamente la intencin de producir una historia de la literatura que iba a hacerse responsable nada ms que por las determinaciones inmanentes de su objeto constituy una suerte de second thought o de concesin forzosa a la que contra sus naturales instintos se vieron arrastrados los fundadores de esta ltima poca en la historia de la crtica moderna de Occidente, y me refiero a los formalistas rusos. Ello ocurri cuando los representantes de esa escuela empezaron a sentir el aprieto verdaderamente temible en el que podan meterlos sus propios prejuicios o en el que podan meterlos los prejuicios de otros que no slo eran menos formalistas que ellos sino que adems eran los dueos del poder en el nuevo Estado sovitico. Por eso, no es raro que sea el adalid del grupo, Victor Shklovsky, quien publicita el nuevo objetivo, en 1923, precisamente en los momentos en que a los miembros del Crculo Lingstico de Mosc y a los de la Opoyaz de Petrogrado la presin bolchevique por historizar sus planteamientos les estaba llegando muy cerca del cuellos'. Ese mismo ao Leon Trotsky haba publicado

su libro Literatura y arte, en cuyo segundo captulo observaba que los formalistas (y el ms grande de sus genios fue Kant) no miran hacia la dinmica del desarrollo sino que hacen un corte transversal dentro de ella, en el da y la hora de su propia revelacin filosfica. En la interseccin de ese corte, ellos muestran la complejidad y la multiplicidad del objeto (no del proceso, porque no piensan en trminos de proceso). Esa complejidad la analizan y la clasifican. Le dan nombres a los elementos, los que de inmediato son transformados en esencias, en subabsolutos 56. Con ms agudeza que muchos de sus camaradas de entonces y de despus, deslizando junto con su crtica algn aplauso entre lneas, Trotsky descubre en las palabras que acabo de citar el impacto que tenan o estaban teniendo sobre el programa del formalismo ruso algunas aspiraciones filosficas que son sus coetneas. Pienso en aqullas que son imputables por ejemplo a la frtil siembra de la fenomenologa o, ms precisamente, al amplio crdito que se les dispens a las propuestas husserlianas desde la fecha de la primera publicacin de los dos volmenes de las Investigaciones Igicas, en 1901, entre otras cosas porque su propsito era ahondar en los contenidos inmanentes de la conciencia, prescindiendo el observador para el deslinde de la materia de anlisis hasta del objeto mismo sobre el que haba decidido centrar su atencin, reducindolo, ponindolo entre parntesis, as como tambin

.suspendiendo el juicio respecto de aquellas determinaciones ideolgicas que a no ser que seamos cuerpos celestes (o celestiales) condicionan y restringen nuestro acceso al mundo real. Con ello, en medio de este clima filosfico de belicoso antihistoricismo, consigui su salvoconducto el cambio de mtodo que durante esos aos se empieza a producir en el dominio genrico de las investigaciones sobre el lenguaje desde una postura diacrnica hacia otra sincrnica. Como adverta Ferdinand de Saussure, circa 1912: Lo primero que sorprende cuando se estudian los hechos de la lengua, es que para el sujeto hablante su sucesin en el tiempo es inexistente. As el lingista que quiere comprender ese estado tiene que hacer tabla rasa de todo lo que lo ha producido y desentenderse de la diacrona. Nunca podr entrar en la conciencia de los sujetos hablantes ms que suprimiendo el pasado. La intervencin de la historia slo puede falsear SU juicio [...] Despus de conceder lugar excesivo a la historia, la lingstica volver al punto de vista esttico de la gramtica tradicional, pero con un espritu nuevo y con otros procedimientos 57 . A decir verdad, no son pocos los lingistas que hoy achacan el ttulo de padre de la ciencia sobre cuya arena ellos exhiben sus destrezas y que clamorosamente depositan sobre la persona de Ferdinand de Saussure, no tanto a la divisin entre lengua y habla o a la teora de las dos caras del signo lingstico que el maestro propuso, ni siquiera al estreno en sociedad del dadivoso principio de la diferencia, sino ms bien al hecho de que, apoyndose en la premisa de que el objeto de conocimiento de la disciplina debe ser el lenguaje tal y como ste se presenta en la conciencia del hablante, Saussure fue el primero que alej a la lingstica europea de su ocupacin exclusiva con las explicaciones histricas de los fenmenos lingsticos volvindola hacia las descripciones de la estructura del lenguaje en un punto dado del tiempo 58 . De ah que Trotsky no slo reconozca sino que tambin aprecie el proyecto de sus compatriotas formalistas. Percibe las ventajas que tiene el ocuparse y el dar cuenta de la complejidad y la multiplicidad del objeto, el trabajo de analizarlo y de clasificarlo. Esto porque, aun sin ser un especialista en los laberintos lingstico-literarios, es lo suficientemente culto como para darse cuenta de que hay en todo eso un proyecto de productividad potencial ms

que probable, que trae consigo el aval de un respaldo cientfico genuino, merecedor de algn respeto, aunque por otra parte no les perdone a los interpelados su ahistoricismo, la negativa a pensar los textos literarios en trminos de proceso. Los formalistas no le dieron la espalda a los fraternales consejos de la nmesis de Stalin y, habindose convencido de que no pensar en trminos de proceso era un programa de trabajo al que ellos