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Eran las cinco de la tarde cuando Celina se adentró en el bosque. Faltaba poco

para que la noche cayera sobre el pueblo por lo que era algo inusual que alguien

se paseara entre los árboles a esas horas de la tarde. Celina era una joven muy

misteriosa. Hacía cosas muy extrañas, a veces se le encontraba hablando sola y

siempre que alguien se acercaba a ella se podía percibir un aroma muy especial

que para algunos era agradable y para otros no tanto. Aquellos que caminaban

por las calles muy noche veían velas encendidas a través de la ventana de su

casa, e incluso se le veía salir del bosque en la madrugada. Algunos decían que

era la mujer más bella que habían visto, mientras otros decían que les causaba

miedo. Ella había llegado al pueblo algunos meses atrás y nadie sabía de donde

venía; sin embargo, siempre estaba dispuesta a ayudar a los que más lo

necesitaban. Sabía de herbolaria y era muy hábil para identificar las mejores

hierbas medicinales según el caso que se requería. Frecuentemente asistía a los

partos ayudando a las parteras, ayudaba a calmar todo tipo de dolores y sobre

todo sabía escuchar los dolores del alma. En el pueblo la apreciaban, tanto

hombres como mujeres, niños y ancianos, pues era una joven muy amable. Tenía

tan solo 18 años. Muchos hombres estaban enamorados de ella, y algunos se

atrevieron a pedir su mano pero ella los rechazó. Ninguno había logrado enamorar

a Celina, y de todo el pueblo sólo una mujer consiguió acercarse más que

cualquier otra persona, su nombre era Clementina y constantemente intentaba

convencer a Celina de no ser tan cerrada con las personas. Le decía que la gente

hablaba de ella constantemente y que eso no era nada bueno. A veces, le llevaba

un poco de comida, pues Celina no poseía muchas cosas. Vivía en una casa muy

pequeña en donde guardaba muchas botellas y contenedores con plantas

medicinales, y se encontraba en los límites del pueblo.

Casi en medio del bosque, se hallaba la casa de una pequeña familia mestiza. No

vivían con lujos pero tenían lo suficiente para vivir bien. Ahí vivía Loreta, junto con

su hija, una niña de cinco años llamada Inés y su esposo León, era una familia

muy respetada, especialmente gracias a Loreta pues era una mujer hermosa,

elegante y su principal fama era su carácter: siempre obtenía lo que quería y

mostraba una gran fortaleza. Siempre se encontraba seria ante los demás y todos

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le temían pues se rumoraba que no tenía sentimientos, aunque con su familia

siempre trataba de ser cálida, pues era muy feliz con ellos. León era todo lo

contrario que su esposa. Paseaba por los pueblos, siempre sonriente. Tenía un

gran carisma y nunca dudaba de nadie. A veces era un poco ingenuo y algunas

ocasiones, fue engañado. Como consecuencia, eso lo llevó a involucrarse en un

problema mucho peor de lo que él pudo imaginar.

El mismo día en que Celina entró en el bosque, Loreta había salido de casa para ir

a la Iglesia junto con Inés, mientras León se quedó en casa aburrido mirando

hacia la ventana que daba directo al espeso paisaje natural. Fue ahí cuando vio a

una misteriosa chica corriendo entre los árboles. Algo le decía que no se acercara,

pero su curiosidad fue mayor. Así, salió de su casa y corrió hacia la joven quien se

había detenido frente a un arbusto con bellas flores. Parecían ser alguna clase de

planta medicinal. Ella, al ver que se acercaba un hombre escapó, pues sabía

quién era aquel individuo. Celina se encontraba muy asustada pues no entendía

por qué León la había seguido. Ciertamente ella lo había visto muchas veces

pasar frente a su casa y lo encontraba muy atractivo. Sin embargo, él nunca había

notado su presencia o al menos eso creía hasta ese día. A partir de ese momento

nada salía de su mente, sólo existía León en sus pensamientos. ¿Qué podría

hacer para que él se enamorara de mí?- pensó todo el día.

Al día siguiente Loreta decidió visitar el pequeño pueblo que se encontraba del

lado opuesto al bosque. Iba acompañada solamente de León quien se sentía

entusiasmado pues quería ver si de verdad existía aquella joven que había visto la

noche anterior o simplemente había sido producto de su imaginación.

Comenzaron a recorrer el mercado local, hasta que en un momento se separaron.

Por su parte, Celina caminaba por el mercado junto con Clementina, cuando a lo

lejos vio a Loreta acompañada de aquel hombre que había robado sus sueños.

Cuando volvió a mirar, León ya no se encontraba junto con su esposa. -¡Qué

perfecta oportunidad para hablarle!- pensó Celina, así que se separó de

Clementina y corrió en su búsqueda. Cuando al fin lo encontró ambos estaban

fuera del mercado y quedaron completamente solos. De pronto, León alzó la

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mirada y vio a la joven del bosque, la encontró radiante, era la mujer más bella

que había visto.

--¡Señorita, espere!- gritó León mientras Celina se volteaba

--Disculpe, me encuentro perdido, ¿Usted me podría decir cómo regresar de

vuelta al mercado?

--SÍ… sí claro-, dijo tímidamente Celina mientras le tomaba de la mano.

De pronto León se desmayó.

Loreta al no ver a su marido a su lado corrió gritando su nombre por todo el

pueblo. Iba preguntando si no le habían visto y nadie supo dar respuesta. Siguió

buscándolo hasta el atardecer y al no encontrarlo decidió regresar a casa. Iba

caminando por el sendero del bosque cuando a lo lejos divisó la figura de su

esposo entrando a su casa. Al entrar lo encontró frente a la ventana que daba

hacia el bosque con los ojos perdidos en un arbusto en el que habían crecido unas

bellas flores moradas con destellos blancos. Loreta se acercó a él. Desesperada

comenzó a preguntarle en dónde estaba y cómo había regresado a casa. León

sólo se limitó a observarla sin contestar ninguna de las preguntas. Loreta se

acercó más a él y miró por la ventana:

--Que bellas flores han crecido en aquel arbusto.- dijo Loreta con admiración

--Más bella es la flor que las hizo crecer- contestó León sin quitar la vista de

aquellas flores.

--¿A qué te refieres? No logro comprender lo que dices.

--Nunca lo entenderías- dijo León con tono irritado

--¿Te encuentras bien? Estás algo pálido, y frío-, dijo Loreta mientras le tocaba el

rostro – debemos llevarte al pueblo.

--No, mejor iré a dormir- respondió León. Se dio la vuelta y se fue a la cama.

Loreta no comprendía que era lo que estaba sucediendo. Tenía que regresar al

pueblo para encontrar alguna medicina, sin embargo ya estaba obscureciendo así

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que decidió esperar al día siguiente. Puede ser cansancio- pensó Loreta y se

recostó a un lado de su esposo y decidió dormir.

Loreta corría bajo la luna por el bosque gritando el nombre de su marido -¡León!,

¡¿En dónde estás?!- De respuesta sólo obtenía el sonido de las chicharras. Al

llegar a los límites entre el bosque y el pueblo lo veía de espaldas, y corría hacia

el llorando de alegría. De pronto tropezaba con una cruz, y al voltear a ver a León,

él no estaba solo. A su lado había una mujer bonita, pero algo en su mirada causó

un escalofrío que erizó su piel. León estaba a punto de besarla. Loreta despertó

sudando, con un grito ahogado en la garganta. Volteó a su lado y ahí se

encontraba León profundamente dormido – Fue tan sólo un sueño—murmuró

Loreta, y volvió a recostarse quedándose profundamente dormida. Al día

siguiente, León se despertó más vivo que nunca. Loreta se encontraba

preparando el desayuno mientras Inés esperaba sentada en la mesa. León se

acercó a su esposa con una gran sonrisa, y ésta le preguntó si estaba mejor. León

no parecía comprender el por qué de esa pregunta. No recordaba nada del día

anterior.

Mientras tanto, Celina se encontraba recostada en su cama, pensando en su

encuentro con León. Ella estaba realmente feliz pues finalmente había logrado

acercarse a él. Tenía que verlo de nuevo y acercarse más a él, y ese deseo la

envolvía todo el tiempo, manteniéndola con una gran sonrisa en el rostro. Todos

los que la conocían se encontraban extrañados ante la actitud de Celina, pues

nunca la habían visto sonreír de esa manera tan radiante y escalofriante a la vez.

Esa noche Celina planeo ir en busca de León pues quería estar cerca de él de

nuevo, así que se adentró en el bosque, a pesar de que ya estaba obscureciendo.

Conocía muy bien sus caminos así que no se perdería. Al llegar al límite entre el

bosque y la casa de Loreta y León, se detuvo a observar si había movimiento.

Habían pasado ya algunas horas y la noche había caído sobre el bosque.

Entonces vio que la puerta se abría y salía León, quien parecía estar enfadado

pues cerró la puerta a sus espaldas con mucha fuerza, dirigiéndose directo hacia

ella. Celina se ocultó entre unos arbustos y fue hasta que León se adentró más en

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el bosque que decidió seguirlo. Sin embargo lo perdió de vista. Siguió caminando

entre los árboles hasta encontrarlo sentado en una roca, con las manos en el

rostro, aparentemente llorando. Celina no sabía qué hacer, por lo que decidió

acercarse a él y hablarle.

-¿Te encuentras perdido nuevamente?

-No, gracias estoy bien- respondió León sin levantar la vista

-Está bien entonces me retiro. Buenas noches,- dijo Celina desanimada pues

creyó que había fracasado

Fue entonces cuando León levantó la mirada y vio de quien se trataba. Se levantó

de un salto y corrió tras la chica. Cuando la alcanzó la abrazó y besó. No entendía

qué le sucedía, pues él amaba a su esposa, pero había algo en esa chica que lo

enamoró en un instante. Sabía que lo que hacía estaba mal, pues estaba

traicionando a Loreta. Pero con cada beso bajo esa bella luna de agosto se

olvidaba más y más de aquella mujer con la que había compartido seis largos

años de matrimonio. Mientras sucedía el encuentro entre Celina y León, una de

las flores del arbusto que había crecido frente a la casa de Loreta, comenzó a

brillar con más fuerza que las otras.

A partir de esa noche, León se encontraba con Celina a diario en el mismo lugar,

en secreto, siendo el bosque y la luna los únicos testigos. Cuando se llegaban a

encontrar en el pueblo, ambos se sonrojaban y sin mirarse seguían su camino.

Noche tras noche León esperaba a que Loreta e Inés se durmieran para salir en

busca de su nuevo amor. Paseaban por el bosque y él se fue encariñando más y

más con Celina hasta llegar a olvidar a Loreta. Después de varias semanas, León

ya no podía ocultar su interés en ella, y la buscaba en su casa con el pretexto de

necesitar algún remedio para su hija o incluso para él. Celina lo encontraba

siempre a donde ella iba, provocando sospechas de la gente.

Por su parte, Loreta siempre permanecía dormida mientras León paseaba en el

bosque en compañía de Celina. Cada noche soñaba cosas muy extrañas, sin

embargo las ignoraba y trataba de seguir con su vida normal a pesar de que día

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con día sentía más distante a su esposo y no entendía la razón. Probablemente

sea mi imaginación- pensaba Loreta cada vez que lo veía mirando esas flores tan

misteriosas.

Una noche Loreta estaba dormida y el sonido de la puerta la despertó. Al darse la

vuelta para advertir a León que alguien había entrado, no lo encontró ahí. Se

levantó de la cama y se acercó a la ventana. Afuera se encontraba León

adentrándose en el bosque. ¿Qué estará sucediendo ahora?- se preguntó a sí

misma Loreta, así que decidió seguirlo. Comenzó a adentrarse en el bosque, era

una noche fría y muy obscura, alumbrada sólo por el brillo de la luna, por lo que su

visibilidad era casi nula. A lo lejos vio a León, pero éste no estaba solo. Había una

mujer a su lado aferrada a su brazo. Después lo abrazó y besó en los labios.

Loreta comenzó a llorar y sus piernas se doblaron haciéndola caer al suelo. Esto

hizo que León y Celina se percataran de la presencia de Loreta. Avergonzado,

León corrió hacia ella mientras Celina huía hacia el pueblo. Cuando León llegó

hasta Loreta, ella había perdido la conciencia.

A la mañana siguiente Loreta despertó en casa, sin poder entender qué era lo que

había sucedido. Tuve un sueño muy extraño, fue casi real- pensó Loreta mientras

trataba de incorporarse, y León se acercaba a su lado.

-¿Te encuentras bien? Has dormido toda la mañana.

-Sí, eso creo.- contestó pensativa Loreta, y después añadió- ¿Serias capaz de

engañarme?

-No, ¿por qué preguntas?

Tuve un sueño, fue muy real. Estabas en el bosque con una mujer y... Bueno no

importa- dijo Loreta algo confundida

-No seas tonta, fue solo un sueño- contesto León mientras bajaba la mirada, pues

sabía que todo era verdad, sin embargo trataría de convencerla de lo contrario.

Después de varios días, León convenció a Loreta de salir y visitar de nuevo el

mercado local. Así que ambos fueron al pueblo, esta vez en compañía de su hija

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Inés. Cuando llegaron ahí, todos los miraban y murmuraban. Algo andaba mal y

Loreta lo sabía. Fue ahí cuando la vio de frente. Era la mujer de sus sueños. De

pronto pudo recordar todo con claridad. No había sido un sueño. Trató de

mantener la calma aunque por dentro estuviese llena de ira. Había sido engañada

por su esposo que fingía que todo estaba bien con ella. Lentamente soltó el brazo

de aquel que la había engañado y tomó a su hija de la mano, dio media vuelta y

regresó a su casa tratando de aguantar las lágrimas que se acumulaban bajo sus

ojos. Cuando llegaron se encerró en su habitación y comenzó a llorar. Odiaba a su

marido, odiaba a esa mujer. No podía creer lo que estaba sucediendo, no entendía

por qué León la había traicionado de esa manera. Toda la tarde estuvo encerrada

en su habitación tratando de comprender la situación, hasta que se quedó

dormida.

Loreta se encontraba en el bosque, la luna lucía más radiante que nunca, y bajo

su luz podía divisar una pareja de enamorados. Caminaba hacia ellos, y descubría

que se trataba de León con aquella mujer de mirada penetrante. Sin embargo,

León se encontraba con la mirada perdida, no parecía ser el mismo de siempre

parecía ser un muñeco de porcelana. Detrás de ellos se encontraba una flor

morada con destellos blancos que brillaba bajo la luna, parecía que tenía su

propio brillo interior. –Esa flor la he visto antes- dijo Loreta… De pronto, despertó y

sintió que ahora sabía la verdad de todo el asunto. Comenzó a deducir que Celina

había embrujado a su esposo para que éste se fijara en ella. El me ama de eso

estoy segura. No caeré en las artimañas de esa bruja. Es una bruja y hechizó a mi

marido-, pensaba Loreta enfureciéndose cada vez más. Sabía lo que tenía que

hacer. Tenía que tomar esa decisión aunque fuese un poco extrema, pero

necesaria, para recuperar su vida y el corazón de León. Por ello, cegada por sus

celos, decidió acudir ante el único tribunal que podría ayudarla, además su

testimonio no sería puesto en duda pues ella era una buena cristiana.

Esa noche se dirigió a la Ciudad de México. Sabía que el camino era largo y que

probablemente caminaría toda la noche, pero estaba dispuesta a todo por

recuperar a León. A la mañana siguiente llegó a la Ciudad exhausta por el largo

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viaje que había hecho. No sabía cómo llegar al edificio en donde se encontraba el

tribunal de la Inquisición por lo que decidió preguntar a varias personas que

encontró en el camino. Uno le explicó que se encontraba frente a la Plaza de

Santo Domingo y que era fácil de reconocer, pues es el único edificio en toda la

ciudad con una esquina “chata”; otra persona la miró extrañada y le dijo que ese

lugar era majestuoso, además sus muros demostraban una gran fortaleza que

seguro durará por mucho tiempo, sin embargo era un lugar tenebroso, lleno de

cárceles y pasadizos secretos.

Después de recibir algunas explicaciones y descripciones del lugar, decidió

aguardar hasta que anocheciera y que no hubiera tantas personas en la calle que

pudieran verla. Cuando llegó a la Plaza de Santo Domingo, observó aquel

majestuoso Palacio en el que el tribunal del Santo Oficio se había establecido

algunos años atrás. Tal como le habían dicho el edificio era enorme, y realmente

único en la ciudad. Al principio sintió temor de entrar pero su belleza arquitectónica

la distrajo y comenzó a caminar hacia él sin pensar en nada más que la razón por

la cual ella estaba ahí. Comenzaba a obscurecer y la plaza se encontraba vacía.

Tocó el gran portón y esperó a recibir una respuesta. Esperó menos de quince

minutos hasta que un hombre alto, aparentemente al servicio de los inquisidores,

le abrió la puerta.

-Necesito con urgencia hablar con alguien del tribunal. Mi deber como cristiana me

exige denunciar una herejía.- dijo Loreta.

-Espere un momento por favor- le dijo aquel hombre que la dejó esperando en el

patio principal. Mientras esperaba se quedó observando los alrededores del lugar.

El patio era grande y estaba rodeado de arcos, eran realmente maravillosos. Las

esquinas llamaron su atención pues los arcos parecían volar en el aire, pues no

descansaban en ningún pilar.

-¿Verdad que son maravillosos?- dijo un hombre que estaba de pie detrás de ella.

- Sí que lo son. De verdad este lugar es único en toda la ciudad

-Por supuesto que lo es. Y fue construido para la causa justa de Nuestro Señor.

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-¿Qué tan antiguo es este edificio?- preguntó Loreta con una gran curiosidad

-No es tan viejo. Se terminó de construir hace más de 40 años. Exactamente en

1736.- le contestó el hombre.- En fin, ¿qué es lo que la trae tan tarde a este

tribunal de Dios?

-Estoy esperando a alguien que pueda ayudarme, que pueda atender mi denuncia

-Yo puedo hacerlo, mi nombre es Antonio de Bergosa, el inquisidor fiscal de la

Nueva España.

- Ay padre, estoy desesperada. Vengo desde las afueras de la ciudad pues mi

familia ha sido corrompida por una mujer que se dice ser cristiana, pero en secreto

no es más que una hereje, una bruja. Ella robó el corazón y sentido de mi esposo

a través de hechizos y engaños- dijo Loreta con un nudo en la garganta.

El padre Bergosa, trató de calmarla, y le agradeció su denuncia diciéndole que

Dios lo agradecería. Le pidió el nombre de la mujer y le aseguró que su denuncia

sería secreta pues existía la ley del secreto escrupuloso la cual no permitía revelar

al denunciante. La acompañó a la puerta y Loreta emprendió su camino de vuelta

a casa. En cuanto ella volvió a casa, el tribunal comenzó sus indagaciones.

Pasaron dos semanas y no se percibía ningún cambio.

Una tarde, Loreta había ido a la iglesia a la misa nocturna dejando a Inés con

León, quien desde su regreso de la Ciudad permanecía distante con Loreta. A su

regreso, encontró a León recostado en su cama, y a Inés a su lado. Se acercó a

ellos y vio que León tenía una flor morada entre sus manos, la misma que Loreta

había visto en sus sueños pero ahora estaba opaca, algo marchita. Tocó el rostro

de su hija y estaba frío. Loreta se asustó, la movió y le habló pero no hubo

respuesta. Desesperada, la tomó en sus brazos olvidando que León se había

despertado y corrió hasta el pueblo.

Celina se encontraba con Clementina tratando a un niño con dolor estomacal

cuando Loreta entró desesperada a la casa de Clementina. Traía a la niña en

brazos inconsciente.

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- ¡Por favor ayúdenme!- exclamó Loreta a las dos mujeres. –No respira, y está

muy fría, no… no sé qué le sucedió- dijo Loreta llorando.

Clementina tomó a la niña y la metió a un dormitorio. Junto con Celina comenzó a

revisarla. Loreta esperó afuera y al cabo de unas horas Clementina salió con una

cara de tristeza. Inés había muerto.

-Lamentamos lo que sucedió, ya era demasiado tarde. Al parecer comió una

planta venenosa y no pudimos hacer nada.-, le dijo Celina a Loreta con gran

tristeza.

Mientras Loreta recibía condolencias de las dos mujeres por la pérdida de su hija,

irrumpieron cuatro hombres en la habitación y arrestaron a Celina en nombre de la

inquisición, pues era sospechosa de brujería, por lo que sería llevada frente al

tribunal del Santo Oficio. Celina comenzó a gritar que era inocente, mientras que

Clementina trataba de aferrarse a ella, hasta que un hombre más entró en la

habitación y dio la orden de llevarse a Celina.

Cuando Celina llegó al Palacio de la Inquisición, la llevaron directo a una celda

que se encontraban alrededor de un patio con una fuente en el centro. Al entrar

por el corredor se sentía una sensación parecido a la de un panteón. El silenció

solo era interrumpido por el silbido del viento, y el frío calaba hasta los huesos. El

carcelero que traía del brazo a Celina abrió la puerta de la celda y la arrojó

adentro. Era tan pequeña y obscura, las paredes eran muy altas y las puertas de

metal no permitían que entrara luz alguna. Celina se sentó en el piso y comenzó a

llorar.

Al día siguiente la joven fue llevada a un cuarto obscuro, en donde se encontraba

Don Antonio Bergosa, dos escribanos quienes daban testimonio escrito de lo que

el reo decía en el interrogatorio, y un médico. En medio de la habitación se

encontraba el potro, es decir, una mesa de madera en donde los acusados eran

amarrados de las muñecas y los tobillos y se jalaban las extremidades, hasta

lograr la confesión de los acusados. Desnudaron a Celina y la sometieron a la

tortura durante algunos minutos que parecieron eternos. Ella sólo se limitaba a

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decir que era inocente de todo cargo. No iba a fallar a favor de la inquisición, tenía

que soportar hasta lo imposible, pues quería salir de ahí viva para regresar a lado

de su enamorado. Después la regresaron a su celda y le advirtieron que sería

llamada en un tiempo indeterminado. Celina había sufrido mucho la tortura. Tanto,

que comenzó a pensar que sería mucho mejor perder la vida antes de aguantar de

nuevo ese sufrimiento, o peor aún, morir en manos de la Inquisición. Ella deseaba

volver a su pueblo, deseaba ver a León de nuevo, y ese deseo la hizo fuerte

aunque fuera por un momento. Cada vez que ella era sacada de su celda, perdía

poco a poco la fortaleza. En cualquier momento debía confesar.

Mientras Celina luchaba por su vida, sufriendo la tortura cada semana, en el

pueblo León sufría pues su hija había muerto el mismo día en que Celina había

sido arrestada. Sabía que ella no era capaz de dañar a alguien, sin embargo,

ambos habían lastimado a una persona: Loreta. Entonces, León entendió la razón

por la cual Celina había caído en manos del Santo Oficio. Enfadado regresó a

casa en donde se encontraba su esposa, aún de luto por la muerte de su hija, y

con el coraje a flor de piel, golpeo el rostro de Loreta haciéndola caer al piso.

Instantes después se levantó confundida ante esa reacción tan agresiva de León.

-¡Tus celos no tienen límite, y jamás los tendrán! Acusar a una joven inocente de

las ideas que haces en tu cabeza, sin tener prueba alguna es lo más bajo que has

hecho en tu vida ¡Te odio! Debes de entender que a partir de ahora, yo amo a

Celina pues es una joven de corazón puro. Con la muerte de Inés murió lo único

que teníamos en común. No quiero volver a verte jamás.- gritó León saliendo de

su casa esperando que a su regreso Loreta ya no estuviese ahí.

Loreta, con lágrimas en los ojos, supo que su esposo se había ido para siempre.

Haber pedido ayuda en la inquisición había sido un error. No podía dejar de llorar,

en menos de una semana había perdido a las personas más importantes de su

vida. Comenzó a pensar que era lo que ella podía hacer para ponerle fin a todo

esto, y sin llegar a nada se quedó dormida.

Ya había obscurecido cuando Loreta despertó, la casa se encontraba silenciosa.

León no había regresado. Por la ventana entraba un brillo muy tenue, como si una

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vela estuviese encendida en el exterior. Decidió acercarse a la ventana para ver

de dónde provenía esa luz. Cuando se aproximó, alcanzó a ver una flor

marchitándose. Salió de su casa con una bandeja de agua para regarla pues no

quería que muriera porque era una flor muy bonita. Cuando estaba a punto de

echar el agua escuchó una voz que le decía que estaba mal lo que le había hecho

a Celina y que ella merecía lo peor. Merecía morir. Loreta despertó sudando. Cada

vez los sueños eran más frecuentes y reales. Ya no podía ignorarlos más. Tenía

que hacer algo pronto para remediar lo que había hecho.

Celina estaba lastimada físicamente pero mentalmente estaba flaqueando, ya no

podría soportar más tantas torturas. No soporto más esta locura. Tendré que

confesar y morir. Quisiera arrepentirme de haber hecho todo esto. Pero no lo

hago, León tenía que amarme a toda costa y lo logré.-, pensó Celina unas horas

antes de que fuera sometida de nuevo a las torturas. Comenzó entonces a

recordar la primera vez en que había visto a León acercarse a ella, y la manera en

la que ella había planeado enamorarlo a través de hechicería aunque eso le

costara la vida. Ese primer encuentro en el que León había quedado poseído por

su magia y la forma en la que hizo crecer esa flor frente a la ventana para

recordarle a León que ahora su corazón le pertenecía a ella. Recordó ese primer

beso en el bosque, pues con ese beso había sellado aquel hechizo y había

logrado atraparlo en cuerpo y alma, al grado de hacerle sentir que la necesitaba

todo el tiempo. Ese momento en el que Loreta los había visto y fue víctima de su

plan haciéndola creer que todo era un sueño, y luego haciéndola comprender que

todo era verdad. También recordó cómo se había metido en sus sueños para

convencerla de una verdad a medias sobre su magia y que su desesperación la

llevase a denunciarla. Recordó la manera en la que había logrado envenenar a la

pequeña hija de León y Loreta, para luego fingir que se interesaba por su

bienestar. Ahora estaba a punto de confesar y no se arrepentía de nada, pues su

único crimen había sido amar y ser amada por León aunque fuese por esos

medios. De pronto se abrió la celda. La hora ha llegado.- se dijo Celina.

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- Eres libre, puedes irte. Se ha comprobado tu inocencia. La verdadera

culpable ha venido a confesar sus crímenes.

Celina no podía creer lo que estaba sucediendo, ¿Quién sería la mujer que venía

a limpiar su nombre? Cuando cruzaba el patio principal, Celina vio cómo Loreta

era apresada por varios hombres. Su plan había dado frutos. Celina pensó

seguramente León la había convencido de mi inocencia, y ella arrepentida vino a

salvarme. Pobre mujer ingenua, si tan sólo supiera. Dio la media vuelta y se fue.

Loreta estuvo encerrada en la cárcel un par de semanas, y posteriormente fue

declarada culpable por brujería. El padre Antonio Bergosa leyó su sentencia frente

a los inquisidores que formaban parte del tribunal que estaba a su mando, y

también frente a Loreta. Al finalizar el padre le preguntó a la acusada:

- ¿Estas arrepentida de tus actos?

- Sí padre, estoy arrepentida.

- Tu sentencia se reducirá a morir por estrangulamiento en la horca, y no en

la hoguera. Que Dios se apiade de tu alma.

Tras la confesión y arrepentimiento de Loreta, el auto de fe y la sentencia se

llevaría a cabo en la plaza de Santo Domingo pues así era la costumbre. Loreta

estaba totalmente decidida a morir, tenía mucho miedo pero sabía que era lo

mejor. Ya no tenía nada más que perder. Una noche antes de su ejecución no

podía tranquilizarse. Decidió cerrar los ojos un momento y recordar aquellos días

en los que vivía feliz con su familia hasta quedarse dormida. En uno de sus

sueños vio a Inés. Loreta estaba feliz de verla pero la niña lucía asustada,

comenzaba a llorar -Mamá ¡Corre! ¡Peligro!- le gritaba la pequeña. Detrás de Inés

aparecía Celina, con su mirada penetrante y una sonrisa perturbadora . Despertó

con el sonido de la puerta. El día había llegado.

En la plaza de Santo Domingo, de frente al Palacio de la Inquisición, se

encontraba una plataforma en la que se había instalado la horca. La gente ya

comenzaba a acercarse. Salió Loreta, junto con Antonio Bergosa y detrás de ella,

el verdugo. La pusieron de pie sobre la plataforma, y mientras se decía el crimen y

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la sentencia de esa mujer, el verdugo colocó la cuerda sobre su cuello. Aquella

muchedumbre parecía arder de furia contra la mujer. Pedían a gritos, llenos de ira,

que se le diera muerte a aquella que consideraban bruja. Loreta estaba tranquila y

comenzó a observar a toda la gente que se había reunido para ver su muerte. No

reconoció a nadie, hasta que detrás de la multitud vio a una mujer que le resultó

familiar pero que no lograba identificar pues tenía puesto un velo sobre el rostro.

Aquella mujer se levantó el velo a la vez que alzaba la mirada, y ahí pudo verla:

Era Celina.

Con una sonrisa victoriosa, Celina había ido a ver la muerte de aquella a quien

consideraba su rival. Todo había salido conforme al plan, León estaba poseído por

sus encantos y encantamientos y nadie sospecharía nada pues Loreta,

ingenuamente, también había caído en la trampa que ella había tejido y se había

declarado culpable de brujería y de la muerte de su hija. Fue hasta ese momento

que Loreta descubrió que todo había sido un engaño y que había caído en una

trampa. Miró nuevamente a Celina, quien comenzó a reír, levantó la vista hacía el

Palacio en el que había vivido sus últimos días, y después miró al cielo mientras

una lágrima rodaba por su mejilla. Fue entonces que el verdugo activó la horca.

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A las afueras de la antigua ciudad de México a finales del siglo XVIII, una joven

llamada Celina será la causa que desencadenará la ira de Loreta pues León, su

esposo se enamorará de la joven. Los celos harán que Loreta culpe a Celina de

brujería frente al tribunal de la Inquisición.

Loreta hará hasta lo imposible para recuperar el corazón de su esposo sin

importar las consecuencias. Mientras Celina se encontrará batallando entre la

vida, la muerte y la tortura de su encuentro con la Inquisición tratando de probar su

inocencia