Historia

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Oscar Rivero

C.I.: 24-423-839

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Kenso Tange El arquitecto Kenzo Tange, la figura de mayor influencia en la arquitectura japonesa tras la Segunda Guerra Mundial por su obra de síntesis entre las líneas puras de la mejor estética tradicional nipona, y el funcionalismo y el modernismo occidental, murió el 22 de marzo, a los 91 años, de insuficiencia cardiaca, en su casa de Tokio.

Tange contribuyó a diseñar la cambiante línea del cielo de la capital japonesa, con la que creó un sello de identidad al resurgente Japón industrial que sobrevivió a la derrota y ruinas de la segunda conflagración mundial usando de forma creativa estructuras de hormigón armado, material muy adecuado para un país que registra el 20% de todos los seísmos del mundo de 6 grados o más en la escala de Richter.

Fue responsable de la ampliación de Tokio hacia el mar en los años sesenta con un plan de diseño urbano a gran escala en el que introdujo innovaciones con una red de puentes, viaductos, islas artificiales y aparcamientos flotantes, con terreno

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ganado al mar, que permitían el crecimiento y el cambio de la gran metrópolis que es la capital japonesa.

Tange creó en 1991 el complejo arquitectónico del Ayuntamiento de Tokio, que alberga a 13.000 funcionarios y cuyas torres con 243 metros de altura le permiten sobresalir sobre los restantes y numerosos rascacielos de uno de los centros de Tokio, el barrio de Shinjuku. Llamadas las torres de los impuestos, por su alto coste, están inspiradas en la catedral de Notre Dame de París y su estilo supuso un cambio completo de lo que había hecho Tange anteriormente.

La fama internacional le llegó con el diseño del Estadio Nacional de Yoyogi, sede de los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964, cuyos techos, apoyados en pilares externos, le dan un aire volátil y evocan la sencillez de las formas de un templo antiguo, por lo que han sido calificadas frecuentemente como unas de las estructuras más bellas del siglo XX, al igual que muchas de sus otras obras.

Tange fue autor del plano arquitectónico de la Exposición Universal de Osaka de 1970, con la que Japón acabó de anclarse en el mundo industrializado, y también en 1996 del edificio de la emisora de televisión japonesa Fuji, muy innovardor, con sus torres, una gran bola entre ambas y unidas por puentes para peatones resistentes a terremotos.

A él se debe también la transformación a comienzos de los años cincuenta del núcleo de la ciudad japonesa de Hiroshima, reducida a cenizas por la bomba atómica de 1945, del parque de la Paz, referente internacional del pacifismo y de la modernización de Japón.

Cuando ya era un arquitecto consagrado participó en proyectos internacionales y diseñó edificios en otros países en los que fue más abiertamente moderno que en sus creaciones en Japón, como lo demostró en 1974 con la ampliación del complejo del White's Minneapolis Art Museum (EE UU), al que le añadió obras simétricas cuyo volumen casi duplicó al del edificio principal de estructura neoclásica, su única obra en ese país. Tange también trabajó en Italia, Australia, China, Singapur, Malaisia, Nepal, Arabia Saudí, Irán, Kuwait, Nigeria y Yugoslavia.

Nacido el 4 de setiembre de 1913 en Osaka, se educó en un ambiente modesto en la pequeña ciudad de Imabari, en la isla japonesa de Shikoku, pero ello no supuso un obstáculo para que se licenciara en Arquitectura e Ingeniería en la Universidad de Tokio.

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Después estudió y trabajó con Kunio Maekawa, discípulo japonés del gran maestro de origen suizo Le Corbusier, cuyos diseños esculturales en hormigón imitó al comienzo de su carrera. Además de Le Corbusier se declaraba admirador del renacimiento italiano -sobre todo de Miguel Ángel- y del diseñador Walter Gropius.

Nueve años después de licenciarse, ya como profesor en la misma universidad en la que había estudiado, creó el Laboratorio Tange, en el que fue mentor de una generación de arquitectos japoneses de vanguardia que lograron fama internacional, entre ellos, Fumihiko Maki, ganador en 1993 del premio Pritzker y autor del edficio Spiral en el barrio de Omotesando en Tokio. Por esa aula también pasaron Kisho Kuro-kawa, diseñador del famoso Museo Van Gogh en Amsterdam y del aeropuerto de Kuala Lumpur; Arata Isozaki, creador del Palau Sant Jordi de Barcelona y del Museo de Arte Contemporáneo en Los Ángeles (EE UU), y Tadao Ando, uno de los más importantes arquitectos japoneses contemporáneos.

Alvar AaltoTodos los estudios sobre Alvar Aalto comparten la idea de que, muy temprano en su carrera, el arquitecto finlandés consiguió fusionar el lenguaje del modernismo con ideas derivadas de la arquitectura vernácula finlandesa, de la antigua Grecia, e incluso de Japón. Y lo hizo de un modo muy personal y difícil de imitar. De ahí que se considere complicado comprobar hasta qué punto su estilo depende de principios abstractos. 

La arquitectura de Aalto es tan original y tiene permanente relevancia, como las posiciones teóricas que la sustentan. Sigfried Giedion cita una breve frase suya en la que afirma: “No escribo, construyo”, que ha servido, durante mucho tiempo, para el estudio preliminar de sus escritos, lo mismo que esta otra: “Prefiero cinco minutos del corazón que toda una vida del cerebro”. Son dos expresiones muy conocidas. Podría parecer, entonces, que toda indagación

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sobre la postura teórica de Aalto resultaría infructuosa y, sin embargo, el camino no ha hecho más que empezar. 

EL trabajo historiográfico de la obra de Alvar Aalto, sobre todo a partir de su fallecimiento en 1976, ha facilitado considerablemente el conocimiento de las influencias y los principios sobre los cuales se sustenta, si bien todavía no existe una posición crítica y definitiva hacia su arquitectura. 

Cuando se estudia su fascinante trayectoria y obra, es posible plantear la posibilidad de una aproximación múltiple desde dos perspectivas: un conocimiento generalista, es decir, su concepción de la arquitectura y su profesión de arquitecto y, en contraposición, un acercamiento a su personalidad irrepetible. La aparente imposibilidad de estudiar a un genio como Aalto, dentro de parámetros analíticos ha fomentado las reflexiones sobre su obra en términos puramente existenciales. 

El profundo interés de Aalto por la naturaleza, considerado siempre desde una perspectiva humanista, hace de él un pionero del movimiento medioambiental moderno. Al mismo tiempo, su suspicacia por cualquier tipo de parcialidad ideológica, y su afán por rescatar el significado del “beneficio de la duda”, están en consonancia con la saturación ideológica de su tiempo. 

El temperamento de Aalto le alejó tanto de la costumbre de mantener correspondencia con sus contemporáneos, como de llevar un diario. Aalto fue una persona de trato directo, con una necesidad insaciable de dialogar con los demás. De ahí que, incluso para sus discursos más solemnes, sólo utilizase apuntes de los temas a tratar, para, una vez entrado en materia, lanzarse a la libre improvisación. 

De hecho, Aalto no creía mucho en las palabras. Creía más bien que, como arquitecto, su forma de expresión era la arquitectura misma. No obstante, a pesar de ello, no pudo sustraerse a la tentación de escribir y hablar de su actividad creativa. 

Aalto fue, ante todo, un humanista y no sólo desde un punto de vista cuantitativo, pues lejos de limitarse a la construcción y al urbanismo, su capacidad creadora le llevaría a diseñar una gran cantidad de mobiliario, sino también cualitativo, en su afán por conseguir una mejor calidad de vida y una sociedad más democrática. 

El desarrollo del concepto de función en sus edificios debe plantearse en los términos de “adaptación de la forma al uso”, en correspondencia a sus coetáneos del Movimiento Moderno, pero también como dependencia de los procesos

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técnicos en favor de las necesidades humanas. “En esto radica la esencial diferencia con la teoría funcionalista de su época –señala Göran Schildt-, pues mientras ésta se extendía hasta donde a la técnica le permitía, en Aalto la función quedaba delimitada por la necesidad humana”.

Lograr una arquitectura más humana significa, al mismo tiempo, una arquitectura mejor, y un funcionalismo mucho más amplio que el puramente técnico. “Este objetivo –señala Carl Fleig- puede ser conseguido tan sólo por métodos arquitectónicos, es decir, mediante la creación de diferentes cosas técnicas de modo que faciliten al ser humano una vida más armoniosa. De ese modo apreciamos cómo Aalto, en el proceso de combinación de miles de funciones humanas, sugería, en ocasiones, una aproximación científica, aunque de manera aislada y rigurosa.