Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia de...
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CAPÍTULO IIT
FLORECIMIENTO LITERARIO EN TIEMPO DE AQUAVIVA: ESCRITURARIOS
Sumario: 1. Salmerón.—2. Maldonado.—3. El Cardenal Ti)lodo.—4. Benito Ppveira.—5. Francisco de Ribera.—6. Los Padres Jerónimo del Prado y Juan Bautista Villal-
pando.— 7. Juan de Pineda. -8, Escriturarios piadosos, como Nadal, Acosta, DelRío, etc.
Fuentes contemporXneas: Las obras de los autores citados y algunas cartas suyas.
1. Tal fué la legislación que el quinto General de la Compañíaimpuso a nuestros colegios, y la prudente dirección con que reguló
y encauzó el gran movimiento literario que se desarrolló entre los
jesuítas españoles a fines del siglo XVI. Cuando ya empezaba a decli-
nar hacia el ocaso el renacimiento clásico español, aparecieron los
jesuítas purificando a ese renacimiento de sus herrumbres paganas,
según frase oportuna de Menéndez y Pelayo, y sostuvieron largo
tiempo en las escuelas el estudio de la clásica antigüedad. Pero nofué éste el mérito principal de la Compañía. Su más preciado timbre
de gloria literaria fué el haber promovido y adelantado asombrosa-
mente otro renacimiento de que se habla menos, pero que bien me-recería atraer más las miradas de los historiadores. Hablamos del
renacimiento que pudiéramos llamar sagrado o teológico, iniciado
en Salamanca por los sabios dominicos Francisco Victoria, Melchor
Cano y Domingo Soto y continuado por los jesuítas españoles entiempo del P. Aquaviva.
Distinguiremos por las ciencias los escritores que se señalaron en
esta época. Excusado es advertir que no aspiramos a ser completos,
enumerando todos los jesuítas españoles que escribieron durante el
quinto generalato. Esto se queda para las obras especiales científicas
o bibliográficas. Atendida la índole y extensión de la historia queescribimos, nos habremos de contentar con exponer al lector los
pi-incipales autores que se distinguieron en cada ramo. Empecemospor los intérpretes de la Sagrada Escritura. Sólo mencionaremos los
que publicaron sus obras en tiempo de Aquaviva, dejando para másadelante algunos (lue, como Mariana y Gaspar Sáncliez, aunque vi-
44 Lin. I.—LOS KSTTIDIOS
vieron en esto período, dieron a luz sus libros exegéticos en los tiem-
pos siguientes. El primer escriturario que debemos mencionar es unode los diez primeros Padres de la Compañía de Jestis, el conocido
Alonso Salmerón. No había tenido este hombre insigne todo el tiem-
po y reposo que se requiere para escril)ir obras extensas. En tiempo
de San Ignacio liabía empleado sus fuerzas en la predicación del
Evangelio, ministerio que ejercitó en Irlanda, en Italia y en Alema-nia. Poco antes de morir el Fundador de la Compañía hal)ía fijado
Salmerón su residencia en Ñapóles, y San Francisco de Borja le nom-bró Provincial de aquella provincia, luego que se fundó. En este
oficio perseveró hasta el año 1576, y entonces entregó el gobierno al
P. Claudio Aquaviva. Nueve años vivió todavía el respetable P. Sal-
merón, y consagró los ocios de su vejez a completar y perfeccionar
los muchos y variados apuntes que hal)ía escrito durante toda su vida
sobre los Santos Evangelios y sobre algunos otros libros de la Sa-
grada Escritura. Sintiéndose sin las fuerzas necesarias para ordenar
y limar tantos escritos, pidió el socorro de algún hombre joven para
esta labor. El P. Mercurián le envió al célebre P. Roberto Belarmino,
quien estuvo al lado de Salmerón algunos meses en el verano
de 1579, y con su gran talento y experiencia ayudó al anciano escri-
tor en la revisión de su obra. Tres años después quiso darle el Padre
Aquaviva por socio en el trabajo al ilustre Maldonado, pero este
célebre maestro expiró cuando se disponía a emprender el camino.
Murió Salmerón en Ñapóles por Febrero de 1585, y sus escritos que-
daron todavía informes y hubieron de pasar por varias manos antes
de ser entregados á la imprenta. Por fin, traídos a España y retoca-
dos por algunos Padres, empezaron a imprimirse en 1597 en Madrid,
y en el espacio de unos cinco años se terminó la impresión (1).
Los escritos de Salmerón llenan diez y seis tomos en folio menor;
de los cuales los once son comentarios sobre los Evangelios. Es algo
singular el orden con que procede. No examina y comenta uno en pos
de otro los cuatro Evangelios; tampoco sigue el orden preciso de los
capítulos. Su método es dividir la vida de Jesucristo en varios perío-
dos importantes y explicar la doctrina católica y los principales pa-
sajes de los Evangelios que se refieren a la materia de cada uno.
Entiéndese por aquí la dificultad de seguir la interpretación del
(1) Alfonsi Sahnevonis, Tolctftni, c Societafc Jrsu tJieolocji, Contmoifnrü iii Evangelicaní
Historiam et in Acta Apostoloruni,'iH diiodecim tomos distributi... Anno 1598... Madríti. ApudLudovieuin Sánchoz. Vid. tíonimervogel, BiUiotheqiie de la Compugnie de Jésus, t. VII,
eol. 48U.
CAP. III.— ESCRITURARIOS 40
texto sagrado. Si a esto se añaden las muchas digresiones que inter-
cala el autor, el poco orden en la exposición de las materias, la priesa
con que escribió algunas cosas y la falta de discernimiento que se
nota en admitir algunas fábulas, infiérese que su obra no ha mere-
cido el aplauso y aceptación con que fueron recibidas las explicacio-
nes exegéticas de otros Padres que le sucedieron. Era Salmerón hom-
bre de rica y abundante erudición; pero no habiendo tenido el tiempo
necesario para madurar sus ideas y ordenar artísticamente sus escri-
tos, han resultado éstos como colección abundante pero informe, que
atrae poco a los lectores, sobre todo en nuestros tiempos.
2, Mucho mayor renombre ha dejado en el orbe literario el
P. Juan de Maldonado, a quien ya dimos a conocer en esta historia
como maestro de teología. Cuando en 1576 hubo terminado el se-
gundo curso de esta facultad, que leyó en París en nuestro colegio
de Clermont, retiróse al de Bourges, y empezó a emplear los ocios,
no diremos de su vejez, pues sólo contaba entonces cuarenta y tres
años, sino de su salud, ya fatigada por el excesivo trabajo, en comen-
tar y explicar el texto de los Sagrados Evangelios. Cuando en 1581
le eligió la provincia de París por su vocal para la cuarta Congre-
gación, el P. Maldonado partió a Roma, llevándose todo el carga-
mento de sus manuscritos, y en la Ciudad Eterna perseveró el breve
tiempo que le duró la vida. Apenas elegido General el P. Aquaviva,
Gregorio XIII pidió que fuese asociado Maldonado a la revisión de
los Setenta, de los cuales se preparaba una edición crítica y ajustada.
En este trabajo continuó nuestro escriturario, con muy quebran-
tada salud, y cuando hubo terminado lo que le encomendó el Papa
y entregado a la censura el comentario de los cuatro Evangelios,
expiró plácidamente el 5 de Enero de 1583. En vida fué conocido
por toda Europa como gran teólogo, pero después de su muerte
se le respetó ante todo como escriturario. En efecto, el Comentario
de los cuatro Evangelios publicado en Pont-a-Mousson en 1596 (1),
y repetido muchas veces por la imprenta en las principales ciudades
de Europa, ha arrancado el aplauso de todos los versados en el estu-
dio de la Sagrada Escritura,"por las prendas admirables que demues-
tra de solidez, profundidad y erudición sagrada. Si a esto se añade
(1) Joítnitis Maldoiiati, Societatis Jesii thcologi, Comnieiiturii hi qiKttiior Eratujclistas.
.\anc primum iit lucem eüitt et til ditos iomoi dioisi. Quorum prior eos qui in Mutíhnnuin et
Marcnm, posterior eos qui in lAicaní et .Joanncm, coiiipk'ctitur. Ad Serciiissimnm Ijollmrin-
nirie diicem. Mussiponti. Ex typogruphia Stepliani M;'rc;atoris ejiísdcMii duciá Ty|)<);;ra-
l)lii. 15!K).
46 MI!. I.—LOS E.STUI.10S
el sentimiento de sincera piedad con que está escrito todo til libi-d yla devoción religiosa con que se tratan las materias, entiéndese queesta obra no sólo merece el aplauso de los doctos, sino también dolas personas sencillas, que buscan en Maldonado alimento a la pie-
dad religiosa.
Se ve que en toda la obra tiene muy presentes las graves contro-
versias suscitadas en aquel siglo por los doctores protestantes, y poreso observamos que se detiene con especial ahinco en combatir los
errores de entonces y en defender la exégesis tradicional de la Igle-
sia en aquellos puntos en que se apoyaban los heresiarcas de aquelsiglo. Véase, por ejemplo, cómo refuta a Calvino al comentar el capí-
tulo VII de San Lucas, y cómo defiende la presencia real de Jesu-
cristo en la Eucaristía, al exponer el capítulo VI de San Juan. Encambio, en otros pasajes no tocados por' la polémica protestante, yque encierran, con todo, graves dificultades, estiman algunos que la
explicación textual del Evangelio no es tan ajustada y penetrante
como debiera ser. Con todo eso, y prescindiendo de ciertas partes
endebles que se advierten en este Comentario, como en todas las
obras humanas, no hay duda que el nombre de Maldonado debefigurar en primera línea entre los que han explicado el texto sagrado
de los Evangelios.
3. Digno de competir con Maldonado era su maestro antiguo, ydespués Cardenal, Francisco de Toledo. Ya dimos a conocer a este
hombre en el tomo III de nuestra historia. Desde que en 1559, siendo
aún novicio, fué trasladado a Roma para enseñar allí un curso de
filosofía, hasta su muerte, ocurrida en 1596, perseveró habitualmente
en la Ciudad Eterna. Los primeros años enseñó filosofía, después
explicó un curso completo de teología, y en 1569 fué elegido por
San Pío V predicador ordinario del Papa y los Cardenales, oficio
que desempeñó largos años con extraordinaria aceptación del Sacro
Colegio. También le eligió San Pío V por teólogo de la Sagrada
Penitenciaría, cargo que desde entonces hasta nuestros días ha sido
siempre desempeñado por algún hijo de la Compañía. En 1571,
cuando San Francisco de Borja vino a España para procurar la unión
de los Príncipes cristianos contra el turco, fué mandado también el
P. Toledo con el Cardenal Commendone a las cortes del Emperador
y del Rey de Polonia. Algunos años después Gregorio XIII le enco-
mendó otra comisión importante. Envióle en 1580 a la Universidad
de Lovaina para que publicase allí la condenación de los errores
bayanos, y, gracias a Dios, consiguió el P. Toledo no solamente que
CAÍ". 111.—ESCIÍITÜIíARIÜS 4(
la universidad perseverase en las ideas católicas, sino también que
el mismo Miguel Bayo aceptase la condonación de sus errores (1).
Vuelto a Roma continuó, como antes, siendo el doctor más consul-
tado por los Papas, así en las cuestiones de la Biblia como en todas
las que se referían a los estudios sagrados y aun a cuestiones de la
política. Sabido es que nadie trabajó tanto como Toledo en reducir
al seno de la Iglesia a Enrique IV de Francia, o, por mejor decir,
en hacer que se reconociese y aceptase en Roma como sincera yveraz la conversión de este príncipe, de cuya buena fe no todos se
liaban.
Diversas obras escribió el P. Toledo en el largo transcurso de
tiempo que vivió en Roma. Como escriturario trabajó con amor el
Comentario sobre el Evangelio de San Juan, que se dio a la estampa
en Roma el aíio 1588 (2). Llena dos tomos bastante regulares, y suelo
parecer a los modernos demasiado prolijo por las digresiones teoló-
gicas a que se extiende; pero prescindiendo de éstas que hoy nos
parecen prolijidades, todos reconocen en el Cardenal Toledo un
espíritu penetrante, una inteligencia clarísima y un juicio sagaz en
el estudio del sagrado texto; y, efectivamente, en ese Comentario de
la Sagrada Escritura se trasluce aquella nitidez de conceptos que
tanto admiramos en las obras teológicas que en nuestros tiempos
han visto la luz pública. Un trabajo parecido debió empezar sobre
ol Evangelio de San Lucas, pero no pasó del capítulo XII, y on esta
forma se publicó después de su muerte, en el año 1600. También es
postuma la interpretación de la Epístola Ad Romanos, que vio la luz
IJÚblica en 1602; pero estas dos obras, aunque no tan limadas comoel Comentario de San Juan, honran siempre la memoria del Carde-
nal Toledo.
4. En Roma también se ilustró como escriturario el conocido
P. Benito Pereira, a quien estamos acostumbrados a oir llamar Pe-
rerio. La culpa de esta mudanza la tiene el mismo Pereira, que en
(1) Puede verse en el archivo de Simancas, Estuilo, :ir)ü [antiguo !i:>7] una rela-
ción (le este acto solemne iiue se ejecutó en i)resencia de tuda la universidad el 21 deMai'zo de ir)80. Sigue luego la retractación de Bayo, firmada tres días desi)ués. Esta rela-
ción di' Simancas es copia del original qu(> se guarda en el Santo Oficio de Roma, ylega'izada por Flaminio Adriano, fué enviada a Felipe II.
(2) Doctoris Francisci Toleti, Cordtihensis, e Societate Jesit; in Sacrosaitcfiim .loainih
Eminyelium Comentctrii. Adjecti sunt tres Índices, unus rerura, alter eorum Scripturaelocorum qui vel ex professo vel obiter explicantur, tertius ha(»resum quae in hocvoJuminc confutantur. Ad S. D. N. Sixtum V. Pinit. Max. Koma" apud Jacolmm Tor-ni'rium. lóss.
4B Lin. I.— i.os KSTunios
la portada de sus obras impresas en Roma adoptó la forma latina
Pererius, y de este modo empezó a ser designado, primero en latín
y después en castellano. Nacido en Ruzafa, cerca de Valencia, en 1585,
había sido enviado, todavía estudiante, a Roma, y allí recibió las
sagradas órdenes a los principios del generalato del P. Laínez. En el
Colegio Romano continuó siendo uno de los más asiduos maestrosde las ciencias sagradas, y allí mismo expiró el año 1610, a los se-
tenta y cinco de su edad. Dióse a conocer como exegeta en 1587,
publicando un tomo en folio, dividido en 16 libros, sobre el pro-feta Daniel (1). Tuvo muy favorable acogida esta publicación. Todosalababan la rica y variada erudición de Pereira, la agudeza de su
ingenio y la diligencia que había puesto en resolver, cuanto enton-ces era posible, varias dificultades que presenta el texto de aquelprofeta. Siguieron a este tomo otros cuatro de comentarios sobre el
Génesis, que vieron la luz pública en Roma en los años 1591-1598 (2).
Finalmente, el año 1601, salió a luz otra obra más complicada, peroque no ha alcanzado la aceptación de los libros anteriores. Tales sonlos tomos de lo que llamó Selectas Disputas sobre la Sagrada Escri-
tura, en las cuales trataba de explicar los principales pasajes, ya del
Éxodo, ya de algunas Epístolas de San Pablo.
5. Los autores mencionados hasta ahora difundieron su doctrina
y escribieron sus libros fuera de España. Al mismo tiempo ilustraba
las cátedras de Salamanca el P. Juan de Ribera, que ha logrado gran
celebridad como comentador de los profetas. Era religioso humilde,
y dotado de gran celo apostólico, y por eso durante algún tiempo
propuso a los Superiores que le aplicasen a los trabajos de las misio-
nes; pero ellos prefirieron detenerle en Salamanca en la cátedra de
Sagrada Escritura, donde fué preparando su obra magistral. Tuvoalguna dificultad antes de darla a luz, por una ligera contradicción
que halló dentro de casa, y de la cual daremos noticia a nuestros lec-
tores porque manifiesta las opiniones que entonces corrían en Es-
paña sobre la interpretación del sagrado texto. Unos se atenían escru-
pulosamente a la Vulgata y con cierto exagerado rigorismo iJarecía
que no querían sacar pie ni mano del texto que corría en latín.
Otros, en cambio, aficionados al estudio del hebreo y a la varia y
(1) Beneclicti Pererii, Valentín i, e ISocietate Jesii, Conimriitííriuni.in, iii Duiíieleni prophe-
tam libri aeMlecim... Romae, in aedibus Populi Romani apud (ieoi'<);iuin roinamiin, lóS?.
(2) Benedicti Pererii... tonuis prior Commeutariorum et diaertationiim in Genesim...
Roinae, ló91. Con el mismo título salieron los siguientes, explicándose en el subtítulo
el objeto d(^ cada uno. Vid. Souimervogel, t. VI, col. 501.
CAP. III.—ESCRITURARIOS 49
abundante erudición que entonces empezaba a difundirse por toda
Europa, miraban con menos respeto la traslación de la Vulgata, y
atendían, tal vez demasiado, a los dichos de los rabinos y a otros
autores no tan autorizados.
Vamos a copiar un fragmento de cierta carta que Ribera escribió
al P. Aquaviva, explicándole lo que le ha sucedido con dos Padres
déla Compañía a quienes los Superiores encomendaron la revisión de
su obra. Dice así: «El libro mío sobre los profetas se está viendo
en Madrid por comisión del Consejo Real; creo nos le .enviarán de
aquí a la cuaresma, poco más o menos, y se comenzará a estampar.
Yo me vi con el P. Cipriano Suárez y con el P. Mariana, y los dos re-
pararon en dos puntos principales que luego diré. Pero concertámo-
nos fácilmente, porque yo vine en todo lo que ellos querían y lo pasó
todo así como dijeron. Fuera de estos dos puntos era lo demás que
anotaron cosas menudas y de poca importancia... El primer punto en
que el P. Mariana reparó fué, en parecerle favorecía yo demasiada-
mente a nuestra Vulgata traslación, y que reprendía las demás trasla-
ciones. En esto nos concertamos presto, porque ellos me dieron lo
que yo deseaba, que era defender a nuestra traslación en todo como
buena y acertada, y de las otras traslaciones no digo nada, sino
cuando son de manera que no se compadecen con la nuestra; porque
entonces es necesario decir lo uno y lo otro, y yo allí procuro de pro-
bar que las otras erraron y la nuestra acertó; pero, fuera de esto, me
aprovecho de ellas muchas veces. Hablo de las nuevas traslaciones
latinas, porque la de los Setenta intérpretes, cuando me puedo apro-
vechar de ella, hágolo, y cuando la puedo declarar, declaróla, y
cuando no, paso adelante sin reprenderla, reverenciando a la Iglesia
y a los santos que tanto tiempo usaron de ella.
^El segundo punto es de más sustancia. Toca a los rabinos y a sus
secuaces, a los cuales el P. Mariana favorece mucho y yo muy poco.
Tengo en esto mucho que decir, pero, por no cansar a V. P., diré so-
lamente lo que juzgo ser, necesario. Tengo por cierto que estos rabi-
nos son malísimos expositores de la Sagrada Escritura; primero,
porque son enemigos de Cristo Nuestro Señor, y cuanto le pueden
quitar le quitan y lo declaran de otra manera y lo corrompen. Se-
gundo, porque son hombres sin letras, y sus exposiciones son muy
terrenas y bajas, ct nsque in hod'tcrmim diem reJanicti pof^iluní cst
ante ociüos eormn. Tercero, porque son amigos do labuhis y de decir
cosas no oídas, que parecen sutiles y no las prueban ni confirman.
Cuarto, porque son muy ignorantes do la lengua hebrea en muchas
50 I-II!. T.—LOS ESTüDKi.S
cosas, por haber sido ellos en tiempo que los judíos andaban derra-
mados por el mundo y la lengua estaba ya perdida y no sabían latín
ni griego para aprovecharse de los intérpretes antiguos Aquila, Sím-
maco, Teodoción, etc. De aquí viene ser ellos en tantas cosas tan con-
trarios a nuestra traslación Vulgata, porque en su tiempo no se tenía
la noticia de la lengua hebrea que en tiempo de San Jerónimo y de
los intérpretes antiguos que le siguen. También por ser sus exposi-
ciones tan diferentes de las de los Santos Padres, y aun en muchas
cosas tan contrarias. Los que se dan a ellas ordinariamente aborre-
cen las exposiciones de los Santos y las tienen por místicas, y con
esto por una parte hacen la guerra a la traslación Vulgata y por otra
a los libros de los Santos, que lo uno y lo otro es en gran daño de la
Iglesia, y la mayor parte de los que de propósito se dan al estudio de
la Escritura, se dan también a los rabinos, y de los Santos hacen poco
caso. Uno de ellos es el doctor Arias Montano, como se puede ver en
sus Comentarios sobre los doce profetas, donde lo más que dice es
de rabinos, y a San Jerónimo y los otros Santos, ni los sigue jamás
ni los alega ni nombra.
Viendo yo que esto de los rabinos se entra tanto, y que los libros
de los católicos están llenos de doctrinas de rabinos, juzgué que ha-
ría mucho servicio a Nuestro Señor en desautorizar en todo lo que
se ofreciese esta doctrina de los rabinos y de sus secuaces, mostrando
sus errores y reprendiéndolos, porque quisieron más seguir a estos
rabinos, que a los Santos Padres y a la traslación de San Jerónimo yde los Setenta intérpretes antiguos. No nombraba yo a ninguno de
los católicos que son vivos. De esto se enojó el P. Mariana, porque es
muy amigo de toda esta gente, y me lo reprendió mucho. Yo, porque
no había lugar de dar de ello más cuenta a V. P., quité todo lo que
decía contra los secuaces de los rabinos, y rendí mi juicio por en-
tonces. Y así va lo de los profetas; Pero para lo de adelante deseo mu-
cho saber el parecer y voluntad de V. P., para no discrepar de él» (1),
Un año antes de su muerte, en 1590, dio a luz Ribera la obra sobre
los profetas menores, y cuando todos esperaban que continuaría sus
trabajos exegéticos, porque aún estaba en los cincuenta y cuatro años,
de repente le atajó los pasos la muerte en 1591. También dejó escri-
tos algunos comentarios a la Epístola Acl Hehraeos, que salieron a la
luz en Salamanca el año 1598; pero se ve que fué trabajo imperfecto,
y suele ser poco mencionado.
(1) l':pid. Hhi>., XXVIII, íol. 2U,S.
CAP. III.—ESCRITURARIOS 51
6. Todos los lectores ilustrados en la ciencia de la Sagrada Escri-
tura repiten con respeto los nombres de los P. Prado y Villalpando;
y en algunos diccionarios y obras de vulgarización los hemos visto
nombrados de tal manera, que hace sospechar los toman por un solo
hombre. Bien pudieran llamarse uno literariamente estos dos Padres
andaluces, pues durante largos años se ayudaron en su obra, fundien-
do en uno, como si dijéramos, sus talentos, y perpetuaron sus nom-
bres en el célebre comentario sobre el profeta Ezequiel. El P. Jeró-
nimo Prado era de Baeza, y durante algunos años enseñó Sagrada
Escritura en el colegio de Córdoba. Mientras enseñaba, iba prepa-
rando su gran comentario sobre Ezequiel, y delineando como podía
algunas plantas del templo de Salomón que deseaba publicar. Aso-
ciaron entonces a sus trabajos al P, Juan Bautista Villalpando, nacido
en Córdoba en 1552. Mientras era Provincial de Andalucía el P. Gil
González Dávila le sorprendió tanto este trabajo exegético que se
estaba preparando, que juzgó oportuno avisar de ello al P. Aquaviva,
para que procurase que una obra tan importante llegase al deseado
complemento. He aquí cómo se explica el P. Provincial con fecha
9 de Octubre de 1587:
«El P. Jerónimo Prado, que lee Escritura en Córdoba, ha hecho
un notable trabajo sobre Ezequiel, principalmente sobre el principio
y el fin de él, y cerca de esto postrero ha sacado toda la arquitectura
del templo de Salomón; obra que a todos maravilla por su dificultad.
He procurado envíe a V. P. alguna muestra de este trabajo, el cual a
mí también me ha maravillado, para que, juzgando V. P. que es cosa
que deba salir a luz, se dé orden en ello. Con otro ordinario el
P. Prado enviará esto a V. P., y cuanto al gasto, aquí hay personas
curiosas y ricas que le darán cumplidamente para el gasto y lo de-
más, y hay en esta ciudad de Sevilla grabadores flamencos señalados,
y ahora graban algunas planchas para que con más facilidad se pue-
dan las muestras de esto comunicarse. Hale ayudado el P. Villalpando
a la arquitectura, que tiene en esto andado mucho, y su maestro, Juan
de Herrera tan célel)re en España, le estima» (1).
Movido por esta carta, y, sin duda, por algunas otras parecidas
que recibió después, dispuso el P. General que pasasen a Roma los
dos Padres Prado y Villalpando. Dirigiéronse a la Ciudad Eterna el
año 1592, y allí continuaron su grande obra exegélica, aunque a los
tros años expiró el P. Prado, sin haber llegado en su explicación sino
(1) y;///8í. lli<[>., XXX, lol. -iis. (ül (lonziili'Z a Aquaviva. Sevilla, !) OctulnT 1.">S7
r>2 LIH. I.—LOS ESTl'lHoS
al capítulo XXVI de Ezequiel. Su compañero continuó el comenta-
rio, y dos años des^Dués trató de sacar a luz el trabajo de entrambos.
Como la impresión de una obra tan considerable y los grabados, no
tan fáciles, que deseaba presentar exigían buenas sumas de dinero,
acudió Villalpando a Felipe II pidiéndole prestados tres mil duca-
dos para los gastos de esta obra (1). El generoso monarca que había
costeado la Políglota de Amberes y fomentaba todas las obras que,
de un modo ó de otro, se referían a los estudios sagrados, accedió a
los deseos del P. Villalpando, y, gracias a la magnificencia real, pú-
dose imprimir, entre los años 1596 y 1604, el monumental comenta-
rio sobre Ezequiel, en tres tomos en folio (2). Desde entonces no ha
disminuido la estimación de los sabios, que, al pronto, miraron la
obra como el esfuerzo más gigantesco que se había hecho hasta en-
tonces para la interpretación de tan sublime y difícil profeta.
7. No ha logrado menor nombradla el P. Juan de Pineda. Nacido
en Sevilla el año 1558, enseñó primero filosofía en Granada, y des-
pués de algunos años, teología; pero principalmente le empleó la
santa obediencia en la cátedra de Escritura, que desempeñó diez yocho años en Córdoba, Sevilla y Madrid. Fruto de este largo magis-
terio fueron algunas obras exegéticas muy estimables; su explicación
del Cantar de los Cantares y sus Comentarios al Eclesiastés hallaron
buena acogida en el mundo sabio, pero, sobre todo, levantó muyalto el nombre de Pineda la obra magistral, en 18 libros, sobre Job.
La publicó en Madrid desde 1597 hasta 1601, en dos tomos en folio (3).
Ilustres elogios han hecho católicos y protestantes de esta obra de
Pineda, y prescindiendo de otros, queremos presentar al lector el
juicio formado en nuestros días por el P. Knabenbauer, cuando en
el prólogo de sus Comentarios a Job, después de referir otros comen-
taristas de menos monta pertenecientes a los siglos XVI y XVII,
(1) Puede verse en el archivo de tíiinaucas, Estado, :ilil [antiguo 962], la carta do
Villalpando al Rey escrita el '¿O de Octubre de 1593. Ibid. La de Felipe II a su embaja-
dor en Roma, ducjue de Sesa, fecha ol 20 de Diciembre de 1593. Mándale proponer al
Papa el contribuir a los gastos de esta obra. Si el Papa no accede, preste él al P. Vi-
llalpando todo lo necesario. Ibid. Estado, 364 [antiguo 969], Villalpando a Felipe II.
Roma, 18 Noviembi'e 1597. Expone lo <jue se ha hecho hasta entonces, envía la cuenta
de lo que se ha gastado, que eran 4.886 ducados, y pide que le siga socorriendo comoantes el virrey de Ñapóles.
(2) Hieronijnii Fmdi et Joniinis liaptistae Villálpandi, e Societate Jesii,i>i Esecliirk'm Ex-
planatioiies et Apparatits llrbis tic Tenqjli Hierosoljinitcnii, Commentariis ao Imayiiiibits illii-
stratiis, opns tribus tomis distinctmn... Roinae, 1596.
(3) Joainiis do Pineda, Societatis Jcsii, C(Jtnmctd<(rinniiii iii Job Libri tredecim... Madriti,
15!t7-1601, fol. 2 vol.
CAP. III.—ESCRITURARIOS •")3
habla en estos términos del P. Pineda: «Son mucho más excelentes
y llenos de estupenda erudición los 13 libros del P. Juan de Pineda
de Comentarlos sobre Job. Este autor explica cuidadosamente las ex-
posiciones de otros, las examina, las pesa con mucha exactitud, aduce
después para cada palabra del texto y para cada explicación innu-
merables pasajes de los antiguos escritores y de las costumbres de
otros tiempos, y añade digresiones eruditísimas. Grandes alabanzas
le tributan los mismos acatólicos, por ejemplo, Schultens, quien es-
cribe: «Pineda nos dio un comentario completísimo, en el cual pro-
puso con orden y examinó con crítica exactísima casi todas las expli-
caciones de los antiguos y modernos, sobre todo de los autores cató-
licos.» Y Delitzsch llama a estos Comentarios «obra exacta con eru-
dición estupenda y admirada y usada por los mismos protestantes.
Digno es el Comentario de Juan de Pineda de que aun hoy sea con-
sultado asiduamente » (1).
8. Los escriturarios mencionados hasta ahora trabajaron princi-
palmente con un fín científico, es decir, proponiéndose ante todo el
esclarecimiento del texto sagrado; pero al lado de ellos, merecen
alguna mención algunos otros autores que pudiéramos llamar expo-
sitores piadosos, esto es, hombres que buscaban en la Sagrada Escri-
tura la confirmación y fomento de la piedad.
A este género debemos referir, ante todo, las Anofaciones y Medi-
taciones sobre los Evawjclios, escritas por el P. Jerónimo Nadal en los
liltimos años de su vida (2). Este hombre, conocidísimo en la historia
de la Compañía, como lo saben los que hayan leído nuestros dos pri-
meros tomos, cuando el P. Mercurián le retiró del gobierno supe-
rior de la Compañía, se dirigió al colegio de Hall, en el Tirol, y en
este humilde rincón empleó algunos años de su vejez en trabajar
esta obra, para uso principalmente de las personas piadosas. No llegó
él a imprimirla, puesto que murió en la primavera de 1580, y, por
consiguiente, tampoco alcanzó el generalato del P. Aquaviva. Em-
pero después de su muerte, y quizá por la veneración que inspiraba
su memoria, procuraron los Superiores que saliese a luz este fruto
de sus trabajos. En 1594 se imprimió la obra en un grueso tomo en
folio, con acompañamiento de unas 150 láminas, que sirven para
ilustrar la imaginación y acompañar a la consideración piadosa de
(1) Commentariiis iii Job. Parisiis, 188(1, pág. 'l'A.
(2) Adiiotatlones et Meditatioiies in Ev(ni(jcíi<i qiKte M Sncrosancto Missac Sacrificio toU»
ctinin legiiiifiii', ctim evongeliorum concordanfia hietoriw intfíípiht^i siiflici ;nti... Aiitucí--
piat', ló94.
ó4 LTTÍ. T.—LOS ESTUDIOS
los pasajes cuya explicación espiritual se daba en el texto. No se cita
al P. Nadal entre los comentaristas de la Sa^a-ada Escritura, pero su
obra no careció de algunos traductores en lenguas vulgares, los cua-
les la publicaron más bien como colección de meditaciones que
como explicación de la Biblia.
A este género de exégesis piadosa debemos referir la obra que
dio a luz el P. José de Acosta el año 1593 con el título De Christo
reveíalo, lihri noveni, el de lemporihus novissimis, lihri se.r (1), obra
útil más bien para los predicadores que para los exegetas.
También podríamos añadir a este grupo los comentarios breves
que redactó el P. Martín Antonio del Río. Era éste oriundo de Cas-
tilla la Vieja, pero nacido en Amberes, en 1551. Ya antes de entrar
en la Compañía se había dado a conocer por algunas publicaciones
sobre letras humanas y sobre jurisprudencia. Luego que vistió el
hábito religioso en 1580, sin abandonar los estudios literarios que
antes había cultivado con preferencia, se aplicó con singula;* ardor
a las ciencias sagradas, y entre otros libros que dio a luz, publicó
en 1604 un breve comentario sobre el Cantar de los Cantares de Salo-
món (2), otro sobre los Trenos de Jeremías, y estaba preparando
otra grande obra, que debía llamarse Adagialia Sacra, pero no pudollevarla hasta el cabo. Más conocido es este Padre por su célebre
libro Disquisiciones mágicas, de que luego diremos alguna palabra;
pero en medio de su abundante producción literaria, no deben caer
en olvido estos trabajos sobre el texto de las Sagradas Letras, inspi-
rados por la sólida piedad, y más bien con un fin práctico de utili-
dad espiritual que con el deseo científico de adelantar el conoci-
miento de la Sagrada Escritura.
Tales fueron los hombres que, en vida del P. Aquaviva, dieron a
luz lucubraciones más o menos extensas sobre el sagrado texto.
Acerca de todos ellos debemos hacer breves reñexiones, que en
nuestros días pueden ser de alguna utilidad. Aunque algunos de
estos autores fueron los más ilustres que hubo en su tiempo, obsér-
vase que en el día tienen todos algo de anticuado. El lector modernohalla en estos libros viejos algo que sobra y algo que falta. Los anti-
guos se aplicaban con amor a recoger sentencias morales de Santos
Padres, sentidos alegóricos de la Sagrada Escritura, acomodaciones
más o menos ingeniosas a la vida espiritual. El lector de nuestros
(1) Imprimióse on Roma el año 1590. Vid, Somraervogol, 1. 1, e<»i. ;!(;.
(2) Véase la Ijibiiogralía de castos ti-atados en Somniervogel, t. II, coi. l.itOl.
r\V. III.— ESCRITURARIOS 55
días desdeña o aprecia poco todo este trabajo, que le parece una
como sobrecarga de la exégesis bíblica. En cambio, echa de menos
más explicación del sentido literal y mayor exactitud y puntualidad
en el examen y resolución de las dificultades que ofrece el texto
de los libros.
Es innegable que con el progreso general de la ciencia ha pro-
gresado también la interpretación de la Sagrada Escritura. La Igle-
sia, sin mudar nunca sus dogmas, siempre progresa en el conoci-
miento de la verdadera doctrina, y en el gran movimiento científico
que se ha desarrollado en los tiempos modernos en todas direccio-
nes, milagro habría sido que hubiera permanecido estacionaria la
ciencia del texto sagrado. Se ha adelantado mucho en el conoci-
miento de las lenguas orientales. La egiptología y la asiriología han
difundido nueva luz sobre la historia de los pueblos antiguos; las
ciencias y las artes de esos pueblos son hoy mejor entendidas que lo
podían ser en el siglo XVI. Y aun prescindiendo de estas ciencias
auxiliares en el estudio de la Escritura, no hay duda que en nuestros
tiempos se ha estudiado y se estudia el texto mismo de la Biblia con
una asiduidad, con una penetración y con una delicadeza de que no
pueden tener idea las personas ajenas a los estudios bíblicos. Resul-
tado de todos estos esfuerzos ha sido el aumentarse la luz con que
se puede entender el texto inspirado por Dios. No negaremos que
algunas veces esta mayor luz ha servido para descubrir nuevas difi-
cultades, para hallar precipicios y abismos donde antes se creía todo
terreno llano. Tampoco negaremos que en el estudio de la Sagrada
Escritura, como en todas las ciencias, la humana fragilidad ha decli-
nado de vez en cuando a deplorables aberraciones. Pero en medio
de tantas dificultades, y entre el choque de gravísimos errores, no
hay duda que se ha realizado modernamente en la Iglesia un ver-
dadero y positivo adelanto en la inteligencia de la palabra divina.
Bendigamos á Dios por el progreso que en el estudio de su palabra
nos concede; pero esto no nos hará disminuir la admiración sincera
hacia aquellos hombres insignes del siglo XVI, que, como Toledo,
Maldonado y Pineda, realizaron un progreso que pudiera parecer
inverosímil, dados los conocimientos escasos que en muchas ciencias
existían entonces.