Historia de la energía nuclear -...

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HISTORIA DE LA ENERGÍA NUCLEAR JUAN PEDRO CAVERO ANATOMÍA DE LA HISTORIA

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HISTORIA DE LA ENERGÍA

NUCLEAR

JUAN PEDRO CAVERO

ANATOMÍA DE LA HISTORIA

Publicado bajo una licencia Creative Commons 3.0 (Reconocimiento - No comercial - Sin Obra Derivada) por:

Juan Pedro Cavero, 2011.

Anatomía de la Historia, 2011. www.anatomiadelahistoria.com [email protected]

Edición a cargo de:

José Luis Ibáñez Salas

Diseño:

Anatomía de Red

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y de alimentos y asegurar por tanto sus necesidades básicas. Ello ha permitido formar sociedades cada vez más complejas, en las que los esfuerzos cognitivos se han dirigido a satisfacer otros requerimientos que, con el tiempo, se han convertido en nuevas necesi-dades, alcanzándose un alto nivel de calidad de vida.

En la actualidad, acciones que hace siglos nadie hubiera soñado se han afianzado en nuestra vida diaria: viajar en avión y en trenes de alta velocidad, utilizar ordenadores personales, archivar enormes cantidades de información en pequeños dispositivos, usar Internet y teléfonos móviles, viajar al espacio, vestirse con fibras sintéticas, curar determinadas en-fermedades, calentar comida en el microondas, dis-frutar del aire acondicionado y sacar dinero de un cajero automático son algunas de las muchas activi-dades que forman parte de nuestra realidad cotidia-na. Pero no conviene olvidar que disfrutamos de esas ventajas gracias, entre otras cosas, a la energía. ¿De dónde la obtenemos?

Los electrodomésticos, compañeros de nuestra vida diaria y consumidores de energía.

La energía, imprescindible

En general, nuestros sentidos perciben la existen-cia de un movimiento local, cualitativo o cuantitati-vo en todo aquello que nos rodea y en nosotros mis-mos. Con mayor o menor rapidez, los seres vivos y los inertes cambian, mudan, se transforman o, dicho de otro modo, se mueven. Esto es así en cada caso porque existe un motor que produce ese movimien-to y una fuente de energía que lo inicia y lo mantie-ne. De interrumpirse el suministro de dicha fuente, cesaría el movimiento.

A veces, muchos de los afortunados que vivimos en países desarrollados no valoramos suficientemen-te la importancia que tiene la energía y, por ende, todo aquello que la produce. Ocurre con frecuencia que el disfrute prolongado de un beneficio provo-ca en el beneficiario un cómodo acostumbramiento que dificulta la correcta apreciación de su ventajosa situación. Precisamente por eso nos conviene recor-dar de cuando en cuando que vivimos porque, entre otras cosas, comemos. Gracias al continuo intercam-bio de materia y energía con nuestro entorno segui-mos existiendo. Y sin embargo, no todo el mundo goza de la posibilidad de consumir alimentos sufi-cientes para continuar viviendo. La prueba más dra-mática de lo anterior es que miles de personas mue-ren de hambre cada año.

El progresivo avance del conocimiento y la cre-ciente comprensión de las leyes físicas de la natu-raleza y de los seres vivos e inertes que la pueblan han posibilitado que, al presente, muchas personas hayan logrado garantizar su abastecimiento de agua

Historia de la energía nuclear Por Juan Pedro Cavero

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tativa sino cuantitativa, geométrica y de posición en los seres. En opinión de estos filósofos, la diferente organización de las partículas genera nuevas formas que constituyen nuevos objetos, como ocurre con las piezas conectables de algunos juegos infantiles.

La interpretación epicúrea del concepto de átomo fue recordada en el siglo I a.C. por el poeta y filósofo romano Lucrecio en su extenso poema De rerum natu-ra (Sobre la naturaleza de las cosas), para posteriormen-te caer en el olvido. Los textos de Lucrecio alcanzaron mayor difusión tras ser impresos en 1475. Sin embar-go, habría que esperar mucho tiempo hasta que la dis-cutible y discutida teoría física y filosófica de los griegos dejara de limitarse a ofrecer explicaciones especulativas y llegara a encandilar a la comunidad científica.

A principios del siglo XIX, el químico y físico in-glés John Dalton, partiendo de estudios anteriores, publicó el primer modelo atómico con base cientí-fica, en el que se fundamenta la ciencia física mo-derna. Dalton afirmó que la materia está compuesta por partículas indivisibles o átomos, de iguales ca-racterísticas los de un mismo elemento y diferentes —y en esto difiere del griego Demócrito— en masa, tamaño y otras cualidades los de diversos elementos. Los compuestos químicos, a su vez, surgirían de la unión de átomos distintos, en función de proporcio-nes variables. La teoría de Dalton hubo de esperar a fines del siglo XIX para ser probada experimental-mente, pero una de sus afirmaciones fundamentales acabó siendo rechazada: la indivisibilidad del átomo.

En efecto, la posibilidad de que el átomo tuviera una estructura compleja —y pudiera, por tanto, di-vidirse— había sido ya defendida en 1815 por el in-glés William Prout y fue progresivamente aceptada gracias a las investigaciones sobre electromagnetismo de su compatriota Michael Faraday en 1832, así como a las tablas periódicas de elementos químicos elaboradas en 1869 por el ruso Dimitri Mendeléyev y en 1870 por el alemán Lothar Meyer. La com-posición del átomo acabaría siendo admitida tras varios descubrimientos excepcionales realizados su-cesivamente en 1895 por el alemán Wilhelm Rönt-gen (los rayos X), en 1896 por el francés Henri Be-cquerel (la radiactividad natural) y en 1897 por el inglés Joseph John Thomson, descubridor del elec-

La energía que consumimos procede de la natura-leza, tanto del interior como del exterior de nuestro planeta. De entre los muchos criterios usados para clasificar las fuentes de energía, uno de los más usa-dos es el del ritmo de su generación en relación con el consumo humano. En relación con lo anterior, las fuentes de energía se clasifican en renovables (pro-ceden de fuentes inagotables a escala humana o se regeneran de modo natural) y no renovables (se consumen mucho antes del tiempo necesario para su formación).

Las principales energías renovables y sus respec-tivas fuentes son las siguientes: hidráulica (agua), eólica (viento), biomasa (astillas, serrín y otras ma-terias agrícolas), solar térmica (sol), fotovoltaica (sol), mareomotriz (mar) y geotérmica (calor del interior de la Tierra). Las energías no renovables más importantes son el carbón, el gas natural y el petróleo y sus derivados (todas ellas procedentes de yacimientos que se encuentran en el interior del pla-neta), así como la madera de los árboles y la ener-gía nuclear de fisión (que emplea principalmente el uranio para su producción).

Escudriñando la materia

El interés del ser humano por conocer la compo-sición y la estructura de la materia cuenta con mi-lenios de antigüedad. A comienzos de nuestra era, el geógrafo griego Estrabón atribuyó al pensador feni-cio Mosco de Sidón (siglo XIV a.C.) el origen de la teoría atomista, según la cual el universo está for-mado por combinaciones de partículas indivisibles o átomos (término procedente del latín atomum, deri-vado a su vez del vocablo griego ατομον, ‘sin partes’ o ‘no divisible’).

En el siglo V a.C., el filósofo griego Leucipo de Mileto concibió lo que posteriormente se denominó atomismo mecanicista, que desarrolló su discípulo Demócrito de Abdera. Según esta teoría física y fi-losófica, la realidad está formada por partículas in-divisibles y por el vacío, que permitiría a esas partí-culas —que el sabio helénico Epicuro llamó átomos en el siglo IV a.C.— combinarse de modos diversos formando los distintos entes. Según los atomistas, la diferencia entre unas partículas y otras no es cuali-

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ban cada vez más a los científicos. Desde 1934, el físico italiano Enrico Fermi investigaba el modo de bombardear con neutrones el uranio (mineral cuyos átomos son especialmente aptos para dividirse). Pro-fundizando en estos estudios y buscando elementos químicos más pesados, en 1938 los alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann bombardearon con neu-trones un núcleo de uranio que produjo restos cuali-tativamente diferentes (un núcleo de criptón y otro de bario, así como tres neutrones sobrantes) cuya suma de masas resultaba inferior a la masa del ura-nio original. ¿Por qué esa diferencia?

Antes de publicar sus descubrimientos, los cien-tíficos germanos dieron a conocer los resultados a la física austriaca Lise Meitner, por entonces refu-giada en Suecia huyendo de los nazis, que a su vez contactó con su sobrino Otto Frisch, también in-vestigador. Tras estudiar el proceso, tía y sobrino ex-plicaron lo ocurrido, calcularon la energía liberada y concluyeron que sus colegas germanos habían con-seguido por vez primera provocar artificialmente la división del núcleo de un átomo, hecho hasta enton-ces impensable que denominaron fisión nuclear. La explicación que Meisner y Frisch ofrecieron del ex-perimento de Hahn y Strassmann, publicada a prin-cipios de 1939, demostró la veracidad de la ecuación formulada por Einstein en 1905 y sirvió para identi-ficar un nuevo modo de producir energía: la escisión o división atómica.

Fabricar bombas, primera aplicación de la investigación nuclear

Aunque acababa de conocerse cómo conseguir una nueva fuente de energía, su obtención a gran es-cala requería provocar una fisión nuclear continua, según ya había avanzado en 1933 el físico húngaro-estadounidense Leó Szilárd. El objetivo era posible partiendo de una primera fisión: al fin y al cabo tras bombardear el núcleo de uranio se obtenía energía, pero también, como ya indicamos, sendos núcleos de criptón y de bario y tres neutrones sobrantes. ¿Podrían usarse tales neutrones para bombardear nuevos núcleos de uranio que, una vez divididos, produjeran otros neutrones que repitieran el proceso anterior y así sucesivamente? Provocar esa mutación —que dio en llamarse reacción en cadena— fue un

trón, partícula subatómica de carga eléctrica negati-va. Pero como el átomo se comporta eléctricamente neutro en condiciones normales, había que admitir también la existencia de partículas subatómicas con carga eléctrica positiva.

Mientras los experimentos continuaban, en 1905 el entonces casi desconocido Albert Einstein, físico alemán residente en Suiza, publicó varios artículos que supondrían un cambio radical en el conocimien-to del universo. Uno de ellos dio a conocer lo que en la actualidad se conoce como teoría de la relatividad especial y otro la expresaba matemáticamente, con-cretándose después en la ecuación E=mc² (energía es igual a masa por velocidad de la luz al cuadrado). De ser cierta y poder probarse, esta equivalencia supon-dría un enorme avance científico y tecnológico, ya que cantidades muy pequeñas de masa podrían con-vertirse en una gran cantidad de energía y viceversa.

En décadas de gran innovación científica como las primeras del siglo XX, el perfeccionamiento de los aparatos científicos y el tesón de algunos inves-tigadores permitieron seguir escudriñando la mate-ria. Progresivamente se produjeron nuevos hallazgos en la estructura del átomo: en 1918 el neozelandés Ernest Rutherford descubrió el protón o partícula subatómica con carga eléctrica positiva; y en 1932 el inglés James Chadwick reveló la existencia del neutrón, sin carga eléctrica, y sus compatriotas John Cockcroft y Ernest Walton lograron desintegrar un núcleo atómico con partículas subatómicas acelera-das artificialmente. Un año después, el matrimonio francés Frédéric e Irene Joliot-Curie descubrió un

método de obtención de radiactividad artificial.

Estructura del átomo.

El conocimiento de la estructura de la materia y las posibilidades que se derivarían de ello interesa-

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con la férrea oposición de los Aliados (entre otros y por orden de participación, Polonia, Gran Bretaña, Francia, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Estados Unidos y República de China). Las nacio-nes más poderosas, volcadas en el tremendo esfuerzo bélico trataban por todos los medios de asegurarse suministros alimenticios y de conseguir más y más eficaces armas para destrozar a sus adversarios.

La premura de Einstein, el temor a que los ale-manes se adelantaran en la carrera armamentística y la urgencia de ganar la guerra llevaron a Roosevelt a aprobar el Proyecto Manhattan, nombre en cla-ve para designar el plan para fabricar armas nuclea-res. Dicho objetivo, dotado al principio con escasos medios, se convirtió en prioritario del Gobierno de Estados Unidos tras el bombardeo japonés a la base naval norteamericana de Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941. Dirigido por el general Les-lie Groves y bajo la coordinación técnica del físico Robert Oppenheimer, en el Proyecto Manhattan participaron entre otros los prestigiosos científicos Leó Szilard, Niels Bohr, Otto Frisch, John von Neu-mann, Isidor Rabi, Hans Bethe y Enrico Fermi. Este último y su equipo, como adelantamos, lograron en diciembre de 1942 provocar y controlar la primera reacción nuclear en cadena. Quedaba así abonado el terreno para fabricar una bomba nuclear.

Logrado este imprescindible objetivo, los inves-tigadores trabajaron en dos prototipos de bomba, una de uranio y otra de plutonio. Finalmente, tras múltiples pruebas, el 16 de julio de 1945 se consi-guió el primer ensayo exitoso de explosión nuclear de bomba de plutonio en un paraje desértico de Nuevo México, en Estados Unidos. Vencido el ejér-cito de la Alemania nazi y tras exigir y no lograr la rendición total de Japón con un ultimátum emitido por los Aliados en la Conferencia de Postdam (17 de julio a 2 de agosto de 1945), el nuevo presidente estadounidense Harry S. Truman decidió el lanza-miento de una bomba nuclear en la ciudad japonesa de Hiroshima (6 de agosto de 1945), a la que siguió un nuevo bombardeo sobre la localidad nipona de Nagasaki (9 de agosto de 1945). Seis días después, Japón anunció oficialmente su rendición.

propósito afanosamente perseguido, entre otros, por prestigios científicos estadounidenses, británicos, franceses y alemanes.

A fines de los años treinta del siglo XX, Estados Unidos se había convertido ya en el país científica-mente más avanzado, gracias en parte a la progresiva llegada de reputados investigadores europeos —mu-chos judíos— que escapaban del nazismo y del fas-cismo. Uno de ellos era precisamente el mencionado Leó Szilárd quien, consciente de las aplicaciones mi-litares que podrían tener las investigaciones nuclea-res, instó al respetado Albert Einstein a firmar el 2 de agosto de 1939 una carta sobre la cuestión diri-gida al presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt. En la misiva, Einstein advertía a Roo-sevelt de la cercana probabilidad de conseguir una reacción nuclear en cadena, de la utilidad de este proceso para la fabricación de potentes bombas y de la conveniencia de un apoyo estatal al trabajo de los científicos dedicados a la investigación nuclear, ade-más de hacerle saber su preocupación por la reciente interrupción de la venta de uranio de Checoslova-quia tras la ocupación de ese país por la Alemania nazi. Dos nuevas cartas de Einstein escritas en 1940 apremiaban al presidente estadounidense a apoyar económicamente a los científicos.

Mientras, el trabajo de los eruditos continuaba. Leó Szilárd y el físico italiano Enrico Fermi diseña-ron en 1941 en Estados Unidos un modelo de posi-ble reactor atómico o dispositivo capaz de producir reacciones nucleares continuas y controladas, para aprovechar la energía resultante del proceso. Tales ideas fueron puestas en práctica por un equipo de la Universidad de Chicago dirigido por Fermi, cuyo esfuerzo acabó dando frutos el 2 de diciembre de 1942 al lograr provocar la primera reacción nuclear en cadena y, por tanto, conseguir el primer reactor atómico. Con este éxito tecnológico comenzaba la era nuclear.

Para entonces, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) había provocado ya millones de muer-tos, incluidos centenares de miles de judíos asesina-dos por los nazis y sus adláteres. El ansia dominadora de las Potencias del Eje (la Alemania nazi, la Italia fascista y el expansionista Imperio de Japón) chocó

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blicas Socialistas Soviéticas (URSS), que tuvo lugar desde 1945 hasta la disolución de la URSS en 1991. Durante esas décadas, la tecnología nuclear fue per-feccionándose sucesivamente para aplicarse a nuevas generaciones de bombas y misiles, unos diseñados para ser más potentes y otros para alcanzar con más precisión objetivos concretos.

La energía nuclear se aplicó también con fines militares para la propulsión de satélites (la mayoría espías), unos alimentados con reactores y otros por baterías de plutonio. El 29 de junio de 1961 Estados Unidos lanzó el Transit 4A, primer satélite en usar energía nuclear. Sería sin embargo la URSS quien más empleó la propulsión atómica en la carrera es-pacial, lanzando decenas de satélites nucleares hasta 1988, año en el que las dos superpotencias aproba-ron una propuesta para prohibir el uso de la energía nuclear en la órbita terrestre. Estos satélites pierden altura y la mayoría de ellos, si no son destruidos al chocar en el espacio con otros materiales, van cayen-do en el planeta provocando a veces lluvia radiac-tiva (caso del satélite soviético Kosmos 954, que se estrelló en 1978 en suelo canadiense).

Con el tiempo, el número de países con armas nucleares ha ido aumentando, a pesar de acuerdos internacionales como el Tratado de no prolifera-ción de armas nucleares (TNP), abierto a ser fir-mado por los representantes políticos de todas las naciones desde el 1 de julio de 1968. En virtud de dicho pacto, suscrito por la mayoría de los estados del mundo, sólo los cinco países miembros perma-nentes del Consejo de Seguridad de la Organiza-ción de Naciones Unidas (Estados Unidos, China, Federación de Rusia, Francia y Reino Unido) están autorizados para poseer armas nucleares. Sin embar-go India, Pakistán e Israel no han firmado el acuer-do y Corea del Norte se retiró del mismo en 2003. Además, desde el 2004 la Agencia Internacional de la Energía Atómica ha aprobado varias resolucio-nes instando a Irán —país del que se sospecha que ha podido violar algunos artículos del convenio— a cumplir los compromisos que asumió al suscribir el TNP.

Hiroshima, explosión nuclear.

Aun siendo conscientes de que las bombas ató-micas decidieron el fin de la guerra (y por tanto el freno a miles de muertes), varios científicos im-pulsores o participantes en el Proyecto Manhattan (Einstein, entre otros) se arrepintieron el resto de su vida de haberlo hecho. Ya era tarde. Aunque difícil de calcular, la Fundación para la Investigación de los Efectos de la Radiación —organización esta-dounidense y japonesa de referencia en el tema que abordamos— estima que, en los cuatro meses que siguieron a las explosiones, entre 90.000 y 166.000 personas murieron en Hiroshima y entre 60.000 y 80.000 en Nagasaki; además, unos 1.900 supervi-vientes padecieron cáncer como consecuencia de la radiación nuclear.

Desde aquellos bombardeos en Japón, no ha vuel-to a usarse armamento nuclear contra seres huma-nos. Sin embargo, la investigación en este campo continuó tras la Segunda Guerra Mundial, impul-sada especialmente por la Guerra Fría, el enfren-tamiento multifacético aunque no armado entre el bloque capitalista encabezado por Estados Unidos y el comunista capitaneado por la Unión de Repú-

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(Westinghouse, General Electric), cuyos reactores para generación de electricidad entraron en funcio-namiento en 1960. Poco tiempo antes, en 1957, se había fundado la Agencia Internacional de la Ener-gía Atómica para promover el uso pacífico de dicha energía en el mundo.

Desde los años sesenta del siglo pasado, la produc-ción de energía nuclear no dejó de crecer, al tiempo que fue aumentando espectacularmente la capacidad productora de las centrales. Durante esa década, ade-más de ampliarse el número de plantas nucleoeléc-tricas en los países ya mencionados, se sumaron al club nuclear nuevos países (entre otros Canadá, Ale-mania, España, Suecia, Países Bajos, Bélgica, Suiza

y especialmente Japón). De los 17 reactores existentes en cuatro países en 1960 ge-nerando un total de 1.200 megavatios se pasó en 1970 a 90 reactores en 15 naciones capaces de pro-ducir 17.500 megavatios, y en 1980 a 253 reactores en 22 países produc-

tores de 135.000 megavatios, además de otros 200.000 que se espe-raban alcanzar con los 230 reactores que se estaban construyendo.

Buena parte de este espectacular aumento se de-bió a las nuevas políticas energéticas adoptadas en la mayoría de los países occidentales tras las llamadas crisis del petróleo, la primera de las cuales comen-zó en octubre de 1973. Ese mes, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP, formada principalmente por estados de mayoría árabe) de-cidió frenar la producción de crudo y embargar las ventas del mismo a aquellas naciones —entre otras, Estados Unidos— que, a su juicio, ayudaban a Israel

Luces y sombras del uso pacífico de la energía nuclear

Desde los comienzos, los científicos advirtieron que la energía nuclear podía tener numerosos usos pacíficos. El 1 de agosto de 1946, en Estados Unidos se creó la Comisión de Energía Atómica para con-trolar el desarrollo de la energía nuclear y explorar su uso pacífico y, en diciembre de 1951, un pequeño reactor experimental construido en el territorio esta-dounidense de Idaho produjo por vez primera elec-tricidad procedente de energía nuclear. Los mayores avances, sin embargo, se lograron gracias al impulso del almirante Hyman Rickover, que canalizó par-te del esfuerzo investigador estadounidense en la consecución de reactores para propulsar bar-cos (el prime-ro, instalado en el submarino Nautilus, bo-tado en 1955, dotó a la nave de enorme a u t o n o m í a e n e r g é t i c a ) . Al Nautilus siguieron des-pués nuevos buques milita-res —además de submarinos, también cruceros, destructores y portaaviones— alimentados con ener-gía nuclear.

A pesar de estos éxitos tecnológicos de Estados Unidos, fue en la URSS donde se creó la primera central nuclear civil del mundo, que comenzó a funcionar en 1954 en la localidad de Óbninsk. Un éxito similar tendría que esperar en Occidente has-ta 1956, cuando en Reino Unido empezó a produ-cir electricidad la central de Calder Hall. El mismo año, Francia puso en marcha su primer reactor y, tres años después, su primera central nuclear para uso civil. Tales logros espolearon a varias empresas estadounidenses volcadas en la investigación nuclear

Central nuclear de Valdellós II (Tarragona, España).

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de’), nombre que un grupo de activistas canadienses y estadounidenses dieron al viejo pesquero en el que embarcaron para evitar con su presencia las pruebas nucleares que Estados Unidos estaba realizando en la isla de Amchitka, en Alaska. Si bien los tripulantes del barco no consiguieron su propósito, el éxito de seguimiento de esta expedición entre estadouniden-ses y especialmente entre canadienses acabó provo-cando que el gobierno de Estados Unidos rectificara y anunciara el fin de las pruebas nucleares en Am-chitka. No tardaron en surgir en varios países gru-pos independientes que, adoptando el nombre de Greenpeace, mostraron su oposición a la realización de pruebas nucleares en distintas partes del mundo y su deseo de proteger la naturaleza. Tales propósitos llegaron a concretarse también en partidos políticos ecologistas, el primero de los cuales, el United Tas-mania Group (Grupo Unido de Tasmania), se fundó en Australia el 23 de marzo de 1972.

Pero serían los accidentes —dos de ellos, de con-secuencias catastróficas— los auténticos catalizado-res de la oposición a la energía atómica. Hasta la actualidad, son escasos los sucesos graves ocurridos teniendo en cuenta el número de centrales cons-truidas y en construcción —más de medio millar en total— y el tiempo —medio siglo— que lleva aprovechándose la energía procedente de la fisión de los átomos. Los accidentes de mayor trascendencia (en Mayak y en Chernóbil) tuvieron lugar en terri-torios de la extinta Unión Soviética, cuyas centrales nucleares, en general, carecían de los niveles técnicos y de los sistemas de protección y control obligatorios en las centrales occidentales y en las japonesas. Ade-más, el oscurantismo informativo inherente al régi-men comunista soviético ha imposibilitado conocer el verdadero número de víctimas mortales y de otros afectados.

En concreto, se calcula que el accidente de la planta soviética de Mayak (cerca de la ciudad de Cheliábinsk, en el sur de la actual Rusia), ocurrido en 1957, provocó 200 muertos y 270.000 personas afectadas, falleciendo 8.015 personas hasta 1992 como consecuencia de la radiación, según el Insti-tuto de Biofísica del Ministerio de Salud de Rusia. La catástrofe acontecida el 26 de abril de 1986 en Chernóbil (por entonces en territorio soviético y

en la Guerra del Yom Kippur que estaba teniendo lugar.

El acuerdo de la OPEP supuso un durísimo cas-tigo para los países occidentales, relativamente con-fiados hasta entonces en la seguridad del suministro de petróleo y acostumbrados a comprarlo a precios asequibles. En occidente la inflación se disparó, se redujo la productividad y el crecimiento económi-co sufrió una fuerte desaceleración, aumentando el desempleo.

Occidente sufrió otra dura prueba con la crisis petrolífera de 1979, originada el año anterior al es-tallar la revolución iraní. ¿Cómo iban a permitir los estados occidentales que sus economías y el cómodo modo de vida de sus ciudadanos dependieran tanto de una fuente de energía no renovable, suministra-da además en buena parte por países políticamente inestables?

A pesar del riesgo que entrañaban la gran de-pendencia del petróleo y de la OPEP, para enton-ces en las naciones industrializadas la opinión sobre la energía nuclear —cuya producción aumentaba la autonomía— no era unánime. Nada se sabía so-bre el parecer de los habitantes de la URSS y de sus países satélites de Europa oriental, debido a su ago-biante falta de libertad. En la mayoría de los países occidentales, sin embargo, se habían formado ya importantes grupos ecologistas y partidos verdes, opuestos al consumo indiscriminado de las materias primas y defensores del medio ambiente.

Efectivamente. El aumento de reactores nuclea-res, la publicación de informes científicos alertando sobre la escasez de recursos naturales y la explosión demográfica, la creciente contaminación ambiental provocada especialmente por el petróleo y el carbón y catástrofes medioambientales como el naufragio del petrolero Torrey Canyon —ocurrida el 18 de ene-ro de 1967 cerca de las costas de Bretaña— son al-gunas de las causas que explican la aparición de las primeras asociaciones ecologistas.

En 1969, el estadounidense David Brower fun-dó Friends of the Earth (Amigos de la Tierra). Y en 1971 nació Greenpeace (que quiere decir ‘Paz Ver-

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muertos en el primer mes y 250 personas contami-nadas.

30 de septiembre de 1999, Tokaimura (Japón): una sobrecarga de uranio causó el fallecimiento de 2 operarios, otros recibieron altas dosis de radiación y las autoridades alertaron a miles de habitantes de los alrededores para permanecer en sus casas.

9 de agosto de 2004, Mihama (Japón): escape de vapor no radiactivo que produjo la muerte de 5 tra-bajadores y quemaduras de diverso grado a otros 12.

8 de abril de 2008, Khushab (Pakistán): una fuga de gas ocasionó al menos 2 muertos y la evacuación de la población residente cerca de la central nuclear.

11 de marzo de 2011, Fukushima (Japón): un fortísimo terremoto y un posterior tsunami provo-caron en días sucesivos explosiones en los edificios de varios reactores del enorme complejo nuclear ja-ponés, fallos en sus sistemas de refrigeración e im-portantes escapes de radiación. Dada la cercanía en el tiempo entre el accidente y la redacción de este artículo (mediados de mayo de 2011) y el riesgo de que pueda agravarse la situación, aún es pronto para evaluar los daños causados. Hasta el momento, 3 personas han muerto por causas diversas y decenas de miles han tenido que ser evacuadas para evitar la radiación.

Como puede comprobarse, muchos seres hu-manos han sufrido ya las consecuencias de la pro-ducción de energía procedente de la fisión nuclear. Sin embargo el mundo sigue necesitando energía, cada vez más. ¿Es la fisión nuclear, fuente de ener-gía barata y muy rentable, la solución? Hoy por hoy quizá sea una parte de la solución, pero nun-ca parece que pueda ser la única. Según un reciente estudio del profesor angloaustraliano Derek Abbott basado en investigaciones precedentes, varias razones demuestran la imposibilidad de confiar en el proceso de fisión nuclear para abastecer por completo la cre-ciente demanda energética mundial:

Es muy difícil encontrar en la Tierra los 15.000 lugares de escasa densidad de población que serían necesarios para construir las 15.000 centrales nu-

actualmente perteneciente a Ucrania) causó, según la Agencia Internacional de la Energía Atómica, 30 muertos en los tres primeros meses, casi 1.800 casos de cáncer de tiroides en niños y el posible desarrollo de varios tipos de cáncer en más de 4.000 adultos, aumento de malformaciones congénitas y de suici-dios, efectos psicológicos negativos que generaron problemas de alcoholismo y depresiones, además de provocar la reubicación de 200.000 personas y una contaminación radioactiva en 150.000 kilómetros cuadrados.

Central nuclear de Chernóbil, tras la explosión.

Los restantes accidentes nucleares de importancia han tenido consecuencias diversas:

12 de diciembre de 1952, Chalk River (Canadá): destrucción del núcleo del reactor y derramamiento de combustible. No hubo víctimas mortales ni efec-tos en los trabajadores de la central.

10 de octubre de 1957, Windscale (Reino Uni-do): fuga radiactiva que contaminó cientos de kiló-metros cuadrados a la redonda, calculándose en más de 200 las víctimas que padecieron diversos tipos de cáncer como consecuencia del suceso.

28 de marzo de 1979, Three Mile Island (Esta-dos Unidos): fuga de materiales radiactivos sin víc-timas mortales, que obligó sin embargo a evacuar a miles de personas.

13 de septiembre de 1987, Goiânia (Brasil): ac-cidente de contaminación radiactiva que provocó 4

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se decantan por una solución combinada (energías no renovables y renovables) para abastecer al merca-do mundial. Entre esos investigadores —al igual que ocurre con los políticos y, en general, con la opinión pública mundial— unos propugnan la eliminación progresiva de la energía nuclear procedente de la fi-sión atómica y otros, en cambio, consideran que di-cha energía es hoy por hoy imprescindible.

La medicina nuclear ayuda a diagnosticar y a curar numerosas enfermedades.

Sea cual sea nuestra posición al respecto hemos de tener en cuenta que, en la actualidad, la tecno-logía nuclear no sólo proporciona electricidad y mueve muchas máquinas, sino que se usa también —además de para fabricar armamento, como ya in-dicamos— para fines tan pacíficos y loables como la verificación de soldaduras de piezas y estructuras, la investigación científica, histórica y arqueológica, la propulsión de barcos civiles (cargueros, rompehie-los), el diagnóstico y la curación de enfermedades, la fabricación de aparatos de medición y control, la modificación de ciertas especies vegetales y la con-servación de alimentos. Precisamente por eso, quie-nes renieguen de la energía procedente de la fisión atómica deben proponer o promover estudios para encontrar o poner en práctica soluciones alterna-tivas viables para satisfacer la galopante demanda energética mundial. No hacerlo es cuanto menos muy cómodo, sobre todo cuando se disfrutan de tantos productos y servicios que ofrecen las socieda-des desarrolladas, obtenidos la inmensa mayoría de ellos gastando energía.

cleares imprescindibles para producir la energía que actualmente se consume.

De conseguirse lo anterior, y dada la vida útil de una central (50 años de media), habría que dar de baja una central a diario y construir otra también cada día, ritmo imposible de lograr (la media actual es de 12 años para hacer una y de 20 años para des-mantelar otra).

Si solo dependiéramos de la fisión nuclear, au-mentaría peligrosamente el riesgo de que los mo-vimientos geológicos provocaran fugas de residuos radiactivos hacia las aguas subterráneas o al medio ambiente.

Hasta la actualidad, por circunstancias imprede-cibles, en 11 accidentes se ha producido una fusión total o parcial del núcleo del reactor nuclear. De existir 15.000 reactores en funcionamiento, la esta-dística indica que habría un accidente de este tipo cada mes en algún lugar del planeta.

Con 15.000 reactores dispersos por el mundo se-ría muy difícil controlar la fabricación de armas nu-cleares.

La dependencia total en la energía nuclear de fi-sión provocaría el agotamiento en menos de 5 años del uranio viable para desencadenar ese proceso, se-gún las reservas actualmente conocidas.

De construirse un reactor nuclear a diario, algu-nos de los metales poco comunes utilizados para ello (hafnio, berilio, circonio), también usados para fabricar circuitos integrados y semiconductores, ex-perimentarían una espectacular disminución en su oferta y por tanto una crisis de recursos minerales.

Prestigiosos científicos aseguran que la auténtica solución del futuro (pues en la actualidad se encuen-tra en fase de investigación) es la energía procedente de la fusión nuclear. Esta, a diferencia de la pro-ducida por fisión, tiene entre otras las siguientes grandes ventajas: proviene de combustibles baratos y abundantes, no produce residuos radioactivos y es más eficiente (esto es, transforma más materia en energía). La mayoría de los científicos, sin embargo,