Historia de seducción con una camarera | Egoland Seducción

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Historia de seducción con una camarera**Memorias de un seductor directo y examinador… Año 2002 aprox

Fernando y yo teníamos asignados un salón cada uno dentro de uno de esos horripilantes y gigantescosrestaurantes especializados en banquetes. Éste en concreto debía estar entre los tres más horripilantesdel mundo. Cuando había doblete él era el cantante de uno y yo de otro, a no ser que sólo hubiera unevento. Entonces uníamos nuestras voces ante trescientos invitados, maleducados y borrachos en sumayoría. Al acabar la actuación y recogiendo cables, se acercaron tres invitadas para averiguarnuestros planes inmediatos.

Si bien es cierto que estar en un escenario ya te sitúa en un marco potente, es imprescindible que te locreas. Y en eso siempre me ha llevado ventaja Fernando. Un escenario en Wembley ante cien milespectadores cantando tus propias canciones me sugiere mucho, y es muy probable que existan pocaspersonas que sean tan susceptibles como yo para el pavoneo en ese caso. Pero mi problema en esteámbito, siempre ha sido que nunca he valorado, como podría haberlo hecho, el cantar los éxitos delverano. En el teatro, en mis actuaciones con mis grupos de rock o tocando el piano en hoteles y eventosha sido otra cosa. Le he sacado bastante partido.

Fernando, en cambio, se siente como pez en el agua. Es mucho más profesional que yo en ese aspecto.Y con ello no quiero decir que se trate de cosas excluyentes. Creedme que, aunque Fernando sea unprofesional en el escenario de un restaurante de bodas, también podría serlo en uno del Monsters ofRock. Él en concreto sí. En cualquier caso, yo decidí hace pocos años no volver nunca más a cantar enbodas y no sabéis cuanto me lo agradezco.Además de por su atractivo, esta breve explicación sirve para justificar que las miradas se centrasencasi en exclusiva en Fernando que, como he apuntado, se encontraba bastante animado.

Y es que, acabar de trabajar a las tres de la mañana el día fuerte del fin de semana y además haberconsumido una copa, elemento imprescindible para hacer digna una interpretación del “chacachá deltren”, te obliga sin remedio a buscar aventuras en cuanto recoges el último cable de tu actuación, fueradel horrible mundo de las celebraciones de nupcias. Durante más de seis años, al acabar de cantarsalíamos de fiesta.

Así que acordamos acompañar a esas tres chicas por la zona un rato. Nos llevaron a una discoteca cercadel polígono industrial. El cansancio y el desinterés marcaron mis primeras palabras. No estaba conganas de seducir a nadie ni como “hobbie”. Así que mantuve una actitud cortés permitiendo queFernando disfrutara de halagos sutiles y silenciosos ¡Que noche tan aburrida iba a ser aquella! Ningunade las tres contestaba con ingenio a mis propuestas de esgrima verbal. Una hora después ya no podíamás. Así que, convencido de que la noche no iba a calificarse como memorable, me dirigí a la barrapreparado para consumir e imaginar. Pero cuál fue mi sorpresa al encontrarme a una belleza morenade facciones celestiales, ropa agresiva y una boca apetecible. ¡El corazón empezó a latirme a toda

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velocidad!

Su cuerpo era delgado. Enseñaba un ombligo arriba de unas caderas semidesnudas. El pantalónvaquero bajo apretaba la redondez de un culo alto. Lacio y moreno, su pelo no exhibía artificios. Mequedé deslumbrado. Y es que la noche a veces te regala cosas cuando menos te lo esperas. Ella se movíacon un ritmo constante pero no frenético. Con lo cual deduje que podría mantener una conversación,entrecortada pero constante. Saqué del repertorio la actitud de tímido pícaro. ¿Por qué? Porque ellame imponía mucho, porque mi timidez era real y porque una camarera está acostumbrada a quehombres alcoholizados, y por tanto envalentonados, la avasallen con insinuaciones sexuales odescorteses. Así que probé un poco de educación sin evitar comunicar interés y atracción.

—Hola. ¿Puedes ponerme un JB solo, por favor?—¿Con hielo?—Efectivamente. —Sonreí— Con hielo.Ella sonrió. Mi plan debía ser una mezcla de indirecto y directo. Algo que implicara interéssexual por mi parte pero, a su vez, tenía que desmarcarme de las legiones de pretendientes que laacechaban incluso delante de mí. Al traérmelo, la recibí con una mirada intensa. Una muestrainequívoca de que la observaba, evitando las muecas sexuales. Quería que percibiese que había algo enella que me intrigaba.—Siete euros.—Toma. Muchas gracias —me retiré de la barra con una sonrisa en los labios y manteniendo mimirada. Ella volvió a sonreír. Objetivo cumplido. Mi lenguaje no verbal había sido eficaz. Ella percibióen mí un chico con un interés en ella poco habitual y de forma refleja le había provocado dos sonrisas.

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Volví a la pandilla donde Fernando seguía con lo suyo. Las tres chicas estaban embobadasescuchándolo. Pero a mi llegada una de ellas me cogió del brazo y me preguntó algo personal. Con ellopareció dejar claro que había sitio para mí en el pozo de los deseos. Contesté con cierta gracia, pero mimente estaba en otra cosa. Contestaba y preguntaba a mi contertulia con bastante mérito para el escasointerés que ella me generaba. Yo estaba en otra guerra, y en ese momento buscaba la forma exprés deconseguir interesar a la camarera.Me bebí lo más rápido que pude el cubata mientras contestaba monosílabos a los murmullos que mellegaban de la conversación general. Fernando estaba más falcado que un Cristo en el despacho deldirector de cualquier colegio agustino y resolví largarme de allí cuanto antes. Contemplé a la camareradesde lejos. ¡Me estaba enamorando hasta las trancas! Algo tenía que hacer y no sabía qué.Por aquellos tiempos eso yo ni me había planteado que algún día existiría el DIRECTOEXAMINADOR. Hubiera sido como decirle a un troglodita que tuviera en cuenta que existen discosduros con conexión USB de color rosa metalizado. Me enfrentaba a la improvisación instintiva contraun monstruo quince veces más grande que yo. Pero tenía claras dos cosas. Una, que yo quería hacermecon esa chica; y dos, que no podía comportarme como el resto. Así que me acerqué y saqué algunasconclusiones. Ella era camarera de una discoteca sita en un polígono industrial de pueblo. Y entoncesse me encendió una bombilla.—Hola. ¿Me pones otro, por favor?—Claro. ¿Era JB solo?—Es evidente que eres la mejor camarera del mundo.—Gracias — —Te estoy mirando y aparte de que tu belleza es impresionante —marqué una pausa hasta conseguirde ella una sonrisa de vergüenza— tengo la sensación de que eres la persona perfecta para algo quellevo entre manos ahora mismo.—¿El qué?—Estoy buscando una chica para un papel en un corto. Es un papel de pocas palabras pero de muchosplanos. Para una protagonista cuya belleza y situación debe hacer llorar de la emoción. Se trata de lahistoria de una chica que no se conforma con su mundo y decide tomar una decisión muy dolorosapero que cambia su vida para siempre. Y tú, sencillamente eres perfecta. Te estoy mirando y no puedodejar de verte en el corto.—¡Joder!Ella sonreía nerviosa, muy interesada, y agradecida por haber visto en ella una protagonista tanextraordinaria. No creo que haga falta decir que, por aquel entonces, ni yo tenía entre manos un corto,ni había protagonista en ningún guión, ni nada de nada de nada. Pero tenía claro como el agua queahora pocas cosas tenía tan claras como escribir un corto y hacerlo con quien fuera para que esa chicasaliera en una pantalla.

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—Pero es que yo nunca he hecho nada como actriz.—Creo que para tu papel no va a hacer falta que tengas experiencia. Te estoy mirando y, disculpa si teincomodo, pero al menos a mí me emocionas.—Gracias —me volvió a decir.El monstruo quince veces más grande que yo ahora era una criatura diminuta a merced de mispalabras. Me asustó incluso la vertiginosidad del vuelco del marco. Ahora esa diosa era una niñasonrojada que dejaba de atender a los clientes para mirarme, estudiarme y escucharme.Fue ella la que se presentó.—¿Quieres un chupito? Bueno, me llamo N, ¿y tú?—Soy Egoh. Y sólo me lo tomaré si te lo tomas conmigo.No me lo podía creer. La camarera más salvaje que había visto en mi vida me estaba invitando achupitos queriendo saber mi nombre. En ese momento contenía la euforia como podía. Pero os puedoasegurar que si alguien me hubiera retado en una apuesta a que se puede volar, hubiera volcado micartera en la casilla del sí. Supuse entonces que me encontraba en el momento de asegurarme loobtenido. Me voy, y así evito cagarla. Aunque ahora sí entendemos lo que ocurrió, yo no tenía muyclaro qué diablos había pasado para estar con la sartén por el mango en tan poco tiempo. Por una partequería largarme pitando de allí con el trofeo de su sonrisa y este recuerdo tan grandioso. Y, por otra,quería averiguar qué es capaz de ofrecer la vida cuando uno rompe los hábitos habituales y se convierteen un valiente.Ella iba y venía al rincón de la barra donde yo estaba. Me sonreía desde la distancia, se arreglaba elpelo y me miraba. Me dedicaba caras de aburrimiento al atender a otros clientes dándoles la espaldapara ofrecerme su expreso interés.Me preguntó cosas sobre mi edad. ¡Mi edad! Me preguntó incluso si tenía novia. Le dije la verdad.Hacía muy poco lo había dejado con una chica con la que llevaba seis años y ella se apresuró ainformarme de que también lo acababa de dejar con alguien de mucho tiempo.—Y dime una cosa, N. ¿Eres consciente de que esta noche me voy a ir muy ilusionado a casa?—¡Ja ja! No.

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—Pues, N, creo que necesitaba justo esto en mi vida. Eres la chica más guapa que he visto en muchotiempo. Me siento inmerso en una conversación apasionante contigo y además vas a protagonizar micorto. Esto a mí no me pasa todos los días.—A mí tampoco. Te lo aseguro. Eres un chico… —levantó las cejas e hizo un corte con la palma de lamano en el aire. No pudo acabar la frase. Pero me sentí más halagado que si me hubiera dichocualquier palabra.Mis observaciones habrán sido acertadas. Para esta chica los temas que no le rondan diariamente comocortos y emociones, eran muy eficaces. En ese momento llegó Fernando y nada más presentarlo me lollevé de allí a toda velocidad con alguna excusa para evitar que saliera a la luz mi nula relación con loscortometrajes.Le conté la historia y me dio la enhorabuena.—Me has dejado solo con esas tres.—Amigo, vamos a ver cómo te explico que acabo de encontrar a la mujer de mi vida. Me quiero casarcon ella mañana mismo y quiero tener seis hijos.—¡Ja ja ja! Sí que está bien la chica. ¿Y qué hago yo con esas?—Pues fóllatelas por turnos. A mí, por favor, no me desconcentres.—¿Pero tienes su número?—No, pero lo voy a tener.Dejé pasar unos minutos en el baño. Cualquier corrección de mi peinado ante el espejo me parecíainsatisfactoria.Volvía a la barra y esperé a que pudiera acercarse.—N. Dame tu teléfono y te llamo esta semana.—Claro.Trajo un papelito con su número y aproveché para olerle el pelo. Era un olor tan excitante.—Vale, N. Pues te llamo esta…—Dame el tuyo, Luis. Vamos a cerrar ya y tengo que hacer la caja. Luego tengo que llevar a una amiga acasa y no voy a poder estar contigo —me dijo con naturalidad. Yo accedí tan veloz como pude.La despedida era inminente y sabía que mis últimas palabras debían estar a la altura de lasexpectativas.—N. Voy a llamarte por lo del corto. Pero quiero que sepas que me has ilusionado en muchos aspectos.Y hace mucho tiempo que nadie lo ha conseguido.—Gracias.Mis palabras no pueden expresar su sonrisa.—Tú también me has alegrado la noche.Al acercarnos le di un beso en la comisura de los labios. Ella no lo evitó.Acudí a la conversación de mi amigo y las chicas con una energía muy por encima del resto. Estabaeufórico. Muy eufórico. Fernando ya no podía más. Se había aburrido incluso de ligarse a las tres.N. la maravillosa N o, como yo la llamo, “ mi pato” nunca fue la protagonista de ningún corto. Peropoco tiempo después yo empecé a dedicarme al teatro y a los cortometrajes. Ahora mi relación con los

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cortometrajes es profesional. Pero guardo una relación muy especial con una de las chicas másgenerosas y humanas que nunca he conocido. ¿Y sabéis qué? ¡Sigue siendo preciosa!