Homenaje a Jacques Gilard || Jacques Gilard: echo a andar este sueño

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Presses Universitaires du Mirail Jacques Gilard: echo a andar este sueño Author(s): Anabel TORRES Source: Caravelle (1988-), No. 93, Homenaje a Jacques Gilard (Décembre 2009), pp. 257-259 Published by: Presses Universitaires du Mirail Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40855158 . Accessed: 15/06/2014 14:40 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Presses Universitaires du Mirail is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Caravelle (1988-). http://www.jstor.org This content downloaded from 188.72.126.47 on Sun, 15 Jun 2014 14:40:01 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Presses Universitaires du Mirail

Jacques Gilard: echo a andar este sueñoAuthor(s): Anabel TORRESSource: Caravelle (1988-), No. 93, Homenaje a Jacques Gilard (Décembre 2009), pp. 257-259Published by: Presses Universitaires du MirailStable URL: http://www.jstor.org/stable/40855158 .

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Portraits 257

Jacques Gilard: echo a andar este sueno PAR

Anabel TORRES

Hay demasiada poca gente grande que se esmere tanto, y con tanta abnegación, para perfeccionar la vocación, dilecta y elegida a conciencia, de ser un pie de página -o una serie de ellas- en la historia infinita de la literatura. Es lo que ha hecho con asombroso acierto y dignidad Jacques Gilard: maestro a secas, maestro en la amistad.

La exhaustividad y el tesón con los que Jacques emprendió su carrera como investigador y la fue jalonando, hasta los mismísimos infiernos de sótanos hirvientes y polvorientos, para rebuscar en estos con la enorme lupa de su curiosidad y su gran capacidad de sacrificio, los rastros del Grupo de Barranquilla, no le fallaron sino con él mismo. Si Jacques hubiera cuidado de su salud como se cuidaba de cada tarea que emprendía, de la manera más rigurosa, más comprehensiva, y más afectuosa posible, quizás no harían falta aún las palabras que intentamos hallar para paliar su ausencia, el grupo de quienes participamos en esta empresa; personas que conocimos a Jacques y fuimos tocadas por su rigor y entusiasmo.

Muchas de las personas colaboradoras en esta selección estuvieron más cercanas a Jacques, y hablarán con mayor propiedad de sus logros literarios. También ahondaron más en su amistad, ya que tuvieron el privilegio de trabajar a su lado, o de verlo con mayor frecuencia durante sus viajes de investigación. Pienso por ejemplo, en la novelista colombiana Consuelo Triviño, del Instituto Cervantes, o en el mismo Fabio Amaya, cuya solícita obcecación hace posible este homenaje colectivo. Yo hago este aporte por la deferencia de Fabio, y porque

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sentía, y siento, afecto y admiración por Jacques Guard. Él lo tenía todo: discreción, que no silenciamiento; gusto, objetividad, tenacidad; amor por las palabras y los palabreros, y aquella pasión desbordante por Colombia y por lo colombiano, con énfasis en lo costeño, que los colombianos no hemos sabido apreciar, ni supimos agradecerle en vida lo suficiente.

Conocí a Jacques Gilard hacia 1977 y fue a través de Elena Araújo, escritora y crítica colombiana, amiga de Jacques y cómplice de mi poesía va para 30 años. Visité a Jacques en Toulouse, camino yo desde París a Barcelona, pobre y en tren, como corresponde a los 28 años, recién llegada de Colombia,y porque Carmen Balcells iba a descubrirme (su agencia me había escrito dos cartas a partir de leer Casi poesía. Finalmente la Balcells no me descubrió, como resulta obvio porque muy pocos de ustedes conocen mis poemas). Jacques y su esposa Hélène y sus pequeños me acogieron con cariño. Estaban haciendo reparaciones en casa y me ubicaron en un hotelito cercano, pagándole a esta nadie de la literatura dos noches para que conociera bien Toulouse. La tarde de mi llegada, mientras hablábamos en su cocina, vi a Jacques mondar y trozar zanahorias como si pusiera su alma en ello. Hizo la mejor zanahoria con mantequilla que he tenido la suerte de probar en toda mi vida.

Volví a ver a Jacques más que puntualmente, a fines de los setenta, en un viaje suyo a Colombia. Llegó a nuestra casa en Bogotá. Iba camino a la costa, a reblujar en archivos de prensa, en esa ocasión las columnas de Im girafa, de García Márquez. Jacques se apeó en Colombia tras las huellas imborrables de Ramón Vinyes, 'el sabio catalán', como lo conocemos todos. Gilard fue, sencillamente, el heredero de Vinyes. Ellos se casaron con Colombia, para vivir a su lado en las buenas y en las malas; la gozaron, se enhuesaron con ella, se apasionaron con sus letras y su realidad fantástica y siniestra, y se la jugaron toda por la costa colombiana, y por los escritores y escritoras de esa costa.

Cuando Jacques llegó a Bogotá, me di cuenta de que tenía no miedo, sino pánico, de montarse en un avión a la costa, y decidí acompañarlo. Yo no había ido nunca a la costa, quizás porque en mi colegio no programaron para fin de bachillerato esa excursión casi obligada mediante la cual tantos jóvenes del interior 'conocen' la costa, o por lo menos así lo era en mi época.

Volamos a Barranquilla y nos hospedamos en un hotel, en cuartos separados. No había razón para que no lo fueran. Los dos días que estuve con Jacques en Barranquilla no me evocan un recuerdo placentero. Además del calor sofocante, fui sintiendo que para quienes conocía -los amigos de Jacques- yo parecía 'la querida', y por lo tanto no les era ni tan querida. Esa actitud generalizada, sino abiertamente hostil, sí de absoluta desatención e indiferencia (no se me ha dado bien nunca

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ser 'invisible', salvo cuando ejerzo de traductora, aunque he llegado con creces a 'la edad de merecer' ser una mujer invisible), aunada a la tentación de 'conocer' la costa, aunque fuera sola y en ropa interior porque no llevaba traje de baño, me hicieron marcharme en un bus o camión de escalera a Cartagena, donde me hospedé en un hotelito.

Regresé a Barranquilla a tomar el vuelo de regreso a Bogotá al día siguiente, y ya los amigos de Jaques fueron más amables conmigo. Unos hasta me hospedaron esa noche. Supongo que mi partida y luego el dormir sola en su casa, 'la última noche que no pasé contigo, Jacques', sirvieron para desmentir los rumores, que son particularmente intensos en Barranquilla, no sólo por lo que entendí en aquel viaje sino porque ya había leído y reído a Marvel Moreno.

Y recuerdo a Jaques, sus lentes oscuros, su tono afectuoso y su enorme gentileza. Ser destinatária de su visita era como recibir la visita de un joyero, demasiado emocionado como para fijarse en hacer venta alguna, mientras desempacaba y desdoblaba ante tus ojos sus anhelos, pesquisas, sus suspiros y requiebres y hasta sus temores. Las joyas de Jacques relumbraban en la oscuridad. Y ahora su muerte es toda oscuridad. Y pienso en mi amigo Gilard, solícito y apasionado, adepto y adicto a desentrañar e iluminar la oscuridad de la ignorancia, las distorsiones y las omisiones de la arrogancia de los egos artísticos, las costras que van dejando las llagas de la indiferencia sobre el país, y de las cuales, fue él, solito, vivo ungüento. Ya sea en sus costas, llanos, montañas o región selvática, Colombia sufre ante todo de una gran indolencia, y una enorme ausencia de documentación. Sin conocimiento internalizado nunca podremos ser libres; lo creo firmemente. Documentar para apoyar la lucha de la inteligencia sobre la barbarie es lo único que hará posible rescatar nuestro acervo, y evitar que sigan pasando los atropellos que siguen pasando, con esa despiadada ferocidad de siempre en la misma costa que él amó. Y ya no lo tendremos a él.

El amigo Jacques Gilard, profesión pie de página. Un pie de página sobre tantas páginas de la literatura colombiana, redescubiertas y reeditadas gracias a su empeño, terco y tierno a la vez.

Te queremos tanto, Jacques, y te estamos tan agradecidos. . . que si hubiera una forma de agradecerlo con más verraquera, se crearía, muy pronto, la Escuela de Investigación Literaria Latinoamericana Jacques Gilard, en Barranquilla, Toulouse, o donde el azar lo permitiese. Yo, como soy palabrera, hago lo único que me corresponde hacer: echo a andar este sueño.

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