I Antología de Escritores Roteños
-
Upload
excmo-ayuntamiento-de-rota -
Category
Documents
-
view
222 -
download
5
description
Transcript of I Antología de Escritores Roteños
PRIMERA ANTOLOGÍA
de
ESCRITORES
E N
R O T A
A Y U N T A M I E N T O D E R O T A
FUNDACIÓN MUNICIPAL PARA LA JUVENTUD, LA CULTURA
Y EL DEPORTE
A Ñ O 2 0 1 3
© Foto de portada: Leopoldo Almisas Primera edición: Septiembre de 2013
D.L.:
ISBN: En trámite
Ofrece este libro una muestra de la literatura que se escribe hoy
en Rota. Una primera muestra que deseamos vaya completándose
con nuevas entregas a lo largo del tiempo.
Tras una convocatoria pública, estos son los autores y textos
seleccionados. Es nuestro deseo que, en próximas convocatorias,
el elenco vaya ampliándose, como muestra de esa inquietud irre-
nunciable del ser humano ante la expresión escrita de sus senti-
mientos, de sus recuerdos, de sus fantasmas e ilusiones.
Desde el Ayuntamiento de Rota apostamos firmemente por la
divulgación de esta forma de creatividad, en la confianza de que la
literatura favorece el entendimiento profundo entre las personas
desde las sensibilidades compartidas.
Una mayoría de los colaboradores de este volumen son miem-
bros del Club de Lectura que, desde hace años, y fomentado por
nuestro Ayuntamiento en colaboración con el Centro Andaluz de
las Letras, realiza sus actividades en Rota con el objetivo de pro-
mover la lectura y, de paso, la creatividad literaria en todas sus fa-
cetas.
En las páginas que siguen encontramos creaciones muy varia-
das, con arreglo al registro peculiar de quienes las firman. Algunas
de esas firmas tienen ya una larga experiencia de escritura; otras
están iniciando su camino.
Invitamos al lector, pues, a adentrarse en esta muestra creativa
de unas personas que viven y escriben en nuestro pueblo, mante-
niendo viva la llama inextinguible de la Literatura, que es una de
las máximas expresiones de la hondura del alma humana.
Que ustedes la disfruten.
ANTONIO IZQUIERDO SÁNCHEZ
Concejal de Cultura
INDICE
M. Carmen Merino Ramos 1
Manuel Jesús Hélices Pacheco 6
Teresa Sanderson Berna l 17
Mercedes Márquez 21
Leopoldo Almisas 29
Ana Márquez de la Bar re ra 36
Prudente Ar jona Lobato 40
Rosa Caste l lano Márquez 53
Javier Ga l lego 57
Blanca Fernández Sánchez 64
Mar ia de l Mar Reyes Fuentes 74
Miguel Ángel Lobato S i lva 80
Conchi Caste l lano Garc ía 86
María del Carmen Domínguez Domínguez 93
Juan José González Caste l lanos 101
Charo Cerpa 109
José Antonio Herrera Márquez 111
Biografías 120
1
N U E S T R O A I R E
M. CARMEN MERINO RAMOS
LA MIRADA no tiene color,
ni nacionalidad una caricia.
La brisa embriaga los surcos de las arrugas
para hallar que hay un Creador
de todas las criaturas.
En este circulo flotante
respiramos la misma esencia,
la esencia de tu oxígeno y mi oxígeno
que siempre se encuentran.
El mismo aire, la misma tierra.
El mismo aroma de las flores
2
que se funden con nuestra brisa fresca.
Tu brisa allá tan lejos
mi brisa tan cerca,
pero brisa que se enlazan.
Nuestro aire que respeta.
Se funde mi corazón en tu convexo pecho
y tu corazón anida en mi cóncava ternura.
Tu piel es mía cuando por tu piel otros, no te miran.
Y se desgarra mi alma por dentro
cuando sufres y no se oye mi voz que grita.
Se ilumina el espacio eterno
cuando grabas tu sonrisa en mi esperanza que no se
debilita
y que siempre camina por tu espera.
Al igual que yo te espero
y que tus labios me dirigen como yo a ti
y ojalá así muchos
este urgente poema.
Quizás en otro idioma que fluye llenando el aire
nuestro aire,
para traducirlo el corazón
aún más allá de las fronteras.
3
A Q U Í E S T O Y P O S T R A D A
AQUÍ estoy postrada.
Se niegan mis músculos a obedecer lo que mi cerebro le manda.
Corrí demasiado por la carretera más corta.
Un desvío de mi preciso pulso hizo descender mi aliento
por la escalera de la imprudencia
hasta llegar a este lecho, pozo profundo
donde se ahoga mi esperanza más secreta.
Se ahoga en la oscuridad donde ya nada parpadea,
ni tiene fuerzas.
Cerré mis ojos con el propósito firme de no abrirlos más,
para que la lucha de mi cerebro y miembros ya no durara.
Mas se abrieron mis ojos.
En la fría y gris ventana de mi corazón penetro la luz,
luz que cegó mi desesperanza y ahogó mi depresión,
una luz tan intensa que llenó toda mi habitación.
Esa habitación que había permanecido vacía
pero que ahora era llena de amor.
Me olvidé que tenía alma,
sólo miré músculos y cerebro y me olvidé de mi alma.
Antes caminaba, corría y saltaba
con un alma vacía, insípida y estática.
Ahora mi alma vive más que nunca,
4
ha experimentado la verdadera presencia
ha pasado de muerte a vida a través de la única alternativa.
Aquí estoy postrada,
esperando que uno de estos días
responda mis músculos a la orden divina
pero sobre todo no ceso de contar
que no esperen perderlo todo
para darse cuenta que tienen un alma que muere por estar viva.
N O S O Y Y O
Tú, tú eres la que estás cara a cara,
tú, tú eres la que a veces me halagas,
la que a veces me pisas y me machacas.
Tú, tú eres la que estás en mi cabeza,
la que me presionas hasta vomitar mi esperanza,
la que me clava tu conciencia hasta querer matar mi alma.
Tú, la que me aconseja en secreto y a veces pierdo,
la que me ata las manos y casi siempre sin yo saberlo.
Tú, tú eres la que me abrazas para hacer las paces
y luego me apuñalas sin yo poder defenderme.
Tú, tú eres la que ahora miro frente al espejo,
5
a la que ahora hablo y digo que ya morí hace tiempo.
Da igual que patalees, te enfurezcas o trames mil argumentos,
con aquel que me rescató morí y resucité y no te temo
y aunque creas que me atrapas no soy yo, ya no soy yo
porque aprendí a volar alto y vivo …muy lejos
T U C A S A
Cada fibra de mi ser
rompe el sonido del silencio de mi alma,
para hacer saber a mi mente
que todo mi corazón es tu casa.
El aliento que se escapa no se ha ido,
se asoma a tu ventana,
abre tu puerta y reposa en tus sábanas blancas.
Cubierta de polvo estaba mi mesa
hasta que cenaste conmigo.
Me miraste y ahora eterna es la mañana,
me enamoraste con tu mirada
y aún sigo mirando tus ojos,
oliendo tu fragancia y perdiéndome en tu pecho.
Tu corazón camina en el mío dándome la vida
y el mío a ti pertenece, latiendo en tu retina.
6
EL FANTASMA
del C A S T I L L O de L U N A
Leyenda roteña
MANUEL JESÚS HELICES PACHECO
POR JUNIO, en la noche de San Juan, tenía por costumbre subir a la azotea del edificio donde residía, en la calle Fermín Salvochea, para contemplar –sobre el cartón de la noche- el fulgor de las llamas provenientes de las hogueras de los “juanillos”. Con los codos sobre el pretil, tenía a su izquierda la silueta del castillo-palacio. Un torreón coronaba la fortaleza medieval. Tres de sus cuatro costados contaban con un gran ventanal. El castillo había permanecido cerrado durante décadas, desde que una congregación religiosa femenina lo abandonara por su avanzado estado de
7
deterioro. A comienzos de ese año, por febrero, se habían abierto de nuevo sus puertas tras una profunda y costosa reforma. El gobierno municipal había proyectado destinar el torreón como el espacio donde archivar documentación relativa a la historia de la villa. Allí tendría su lugar de trabajo el cronista oficial.
Estando Rafael absorto, salpicando su mirada ahora al horizonte y luego al perfil de la sobria parroquia mayor, volvió sus ojos a la dentada silueta del castillo y le llamó la atención una tenue luz que tiritaba por entre los ventanales del torreón. Al tener los cristales translúcidos, no podía percibir detalles, pero le pareció ver que una silueta humana deambulaba por su interior. No podía creer lo que estaba viendo. Restregándose bien los ojos, de nuevo enfocó sus mirada al torreón y, en efecto, volvió a ver una sombra desplazándose y un débil foco de luz parpadear.
Estaba solo en casa; el resto de la familia había salido a contemplar el espectáculo de las lenguas de llamas devorando los monigotes colgados por las plazoletas. Rafael hubiera deseado la compañía de alguien para compartir la misma visión e impresión. El inesperado estallido de unos cohetes le sobrecogió, dando un sobresalto y encogiéndosele el corazón por el susto. De pronto, la silueta humana ya no se veía, pero sí seguía una pálida luz alumbrando el interior del torreón.
Abandonó la azotea con el propósito de relatarle al cronista de la villa, al día siguiente, el suceso que había acontecido en el castillo. No era el momento de esperar a los suyos para inquietarles con el fenómeno. Ya en la cama, no podía olvidar la imagen difuminada tras los ventanales del torreón. Rafael conocía al cronista y sabía de sus hábitos. Solía tomar café, casi todas las tardes, en el bar-cafetería de un remozado hostal en la plaza Barroso, dentro del casco histórico y muy cerca del mismo castillo. Estaba hojeando las primeras páginas del diario de la provincia, sentado a una mesa de la coqueta terraza ubicada en el ojo-patio del hostal, cuando escuchó unos pasos, levantó la vista y saludó la llegada del cronista. Ésta, después de interesarse por el motivo del encuentro, pasó a invitarle a un café. Por su parte, presto Rafael empezó a relatarle la visión que había tenido la noche anterior. El cronista, sorprendido y bastante escéptico, le trasladó palabras de sosiego. Sin embargo, él le insistía en la veracidad de los hechos. Seguidamente, don Alfonso pasó a explicarle que, tiempo atrás, en su infancia, su bisabuelo les solía contar a sus dos hermanas y a él, en noches
8
crudas de invierno, al calorcillo de la estufa, una leyenda sobre el castillo, que su sólida memoria aún conserva, y a la que tenía pensado darle forma literaria, una vez terminadas las labores de mudanza al torreón del conjunto de documentos y otros papeles que tenía reunidos y ya clasificados.
Rafael, prendido por la curiosidad, puso atención a la leyenda. “Hace más de cuatro siglos, el ducado de Arcos de la Frontera
regentaba las tierras de la villa de Rota. Hubo unos años en los que arreciaron batallas de la insurgencia árabe por los contornos de la costa y las crestas de la sierra gaditana. Luchaban por recuperar plazas que les habían arrancado los castellanos. Fue, por entonces, cuando el duque confió la custodia de la villa y señorío de Rota a Gonzalo, un sobrino suyo, un apuesto y valeroso joven. Le dio las llaves de la plaza y con ellas, las del Castillo de Luna y, también, una reducida tropa con la que defenderla de las incursiones moriscas por tierra y mar. Gonzalo alternaba el entrenamiento militar con paseos a caballo por la comarca, ya cazando, ya tras faldas femeninas en pos de aventuras amorosas…
En una de las frecuentes y fugaces batallas fronterizas, recibió en la cara el impacto de una flecha incendiaria, sufriendo quemaduras en la frente, daños en el oído derecho y la pérdida de la visión en el ojo de ese mismo costado. Parte de su rostro quedó algo desfigurado, pero, aun así, no había perdido el atractivo. Pasaron varios años y Gonzalo seguía defendiendo con valor la villa y, por ello, seguía contando con la ciega confianza de su tío, el duque de Arcos de la Frontera, el cual solía visitarlo dos o tres veces al año. Éste siempre se despedía recomendándole que abandonara las conquistas amorosas como trofeos y que contrajera nupcias con alguna joven del ducado. Tras una de esas visitas, transcurriendo el mes de noviembre, Gonzalo sellaba su matrimonio, por poderes, con una atractiva y refinada mujer, también entroncada con la nobleza castellana, afincada en la vecina y muy noble ciudad de Sanlúcar de Barrameda.
Beatriz saludó a Gonzalo, su nuevo señor, que, junto con la tropa y la servidumbre, la esperaba a las puertas del castillo. En la reverencia, ella no pudo ocultar su gesto de sorpresa, que no de desagrado, ante el aspecto que presentaba el rostro de su esposo, en parte oculto por una negra melena suelta y algo rizada. Esa noche hubo una fiesta de bienvenida en el castillo hasta altas horas de la madrugada y, tanto Gonzalo como Beatriz, se
9
dirigieron embriagados hacia sus aposentos entre caricias, risas y algunos tropiezos, sorteando escalones y estrechos y umbríos pasillos.
Tras varias semanas de convivencia conyugal, Beatriz pudo observar, entre otras cosas, la debilidad de Gonzalo por el vino. También reparó en las continuas bromas promiscuas que gastaba a algunas jóvenes sirvientas. Beatriz se sentía bien llevando esta nueva etapa de mujer casada, pero sufría ciertas incomodidades ante las licenciosas costumbres de su esposo y señor. A los dos meses, durante una cena, Beatriz le confiaba que creía estar encinta. Esa noche hubo otro nuevo motivo justificado para descorchar botellas y celebrarlo juntos, hasta con la servidumbre. El vino desenfrena los impulsos y, una vez más, Beatriz observó los lances dejuelos amorosos de Gonzalo hacia algunas de las doncellas. Retirados los dos, ya en sus aposentos, Beatriz no consiguió, en toda la noche, conciliar el sueño al oír mencionar a su esposo el nombre de una de las jóvenes sirvientas mientras la acariciaba a ella. Una vez más comprobó las flaquezas de Gonzalo y cómo el vino agriaba sus momentos de felicidad. Su humor amanecía alterado y su relación comenzaba a ser fría y algo esquiva hacia él; la apariencia de su rostro era sería y mostraba fruncidas sus cejas y labios; éstos en un principio dibujaban suaves y dulces sonrisas.
Al estar segura de su embarazo, corría ya el tercer mes, Beatriz se inició en las labores de coser y bordar sábanas de cuna para su futuro descendiente. Se enfrascó en esa tarea como forma de llenar las largas jornadas, cada día más aburridas; también le servía para no angustiarse pensando en la condición de su esposo y su enfermiza inclinación hacia la bebida. Esa actividad manual le relajaba y pasaba las tardes enteras en una sala de la entreplanta, justo debajo del torreón. Desde su amplio ventanal podía contemplar la hermosa playa; al frente observaba cómo la nacarada espuma, fruta de las olas, besaba los pies del castillo y, en el ancho horizonte, decorando el lienzo azul del limpio cielo, el libre vuelo de las elegantes siluetas de las argénteas gaviotas. Y a su derecha, los perfiles curvos de la costa baja y arenosa, y sus dunas, y el abanico abierto de verdes vides, higueras y otros frutales extendidos por la fértil huerta.
Beatriz empezó a llegar tarde para la cena. Gonzalo solía estar acabando y, ya algo alegre, se le podía ver coqueteando con las sirvientas de turno que retiraban la mesa. Apenas se cruzaban palabra alguna. Si acaso, Gonzalo cumplía preguntándole, secamente, cómo llevaba el embarazo,
10
para seguidamente retirarse a su aposento, rodeando con sus brazos las cinturas de dos gráciles doncellas, que siempre reían las atrevidas ocurrencias de su señor. Tras esas cenas, Beatriz volvía a su nueva sala para seguir con sus labores y, hasta bien entrada la madrugada, después de oír pasos y cerrarse una puerta, no se dirigía al lecho que aparentemente compartía con Gonzalo. Éste, casi siempre, ya dormía profundamente, y la mayoría de las veces ni percibía la llegada de su, cada día más, desencantada esposa.
Una cerrada noche de invierno, con fuertes rachas de frío viento de poniente, mientras Beatriz seguía enredando sus delicados dedos entre los hilos, unos nudillos golpearon la puerta entornada. Era la cocinera que le llevaba una taza de leche caliente con miel.
-¿Me permite vuestra merced? Me he atrevido a traerle algo caliente. Está la noche muy desagradable y debe cuidar su salud y la de su futuro descendiente. Tómese esta taza de leche y váyase a descansar. Es hora de estar en la cama, mi señora.
Esta misma escena empezó a repetirse noche tras noche. Después de varias visitas seguidas, Beatriz le rogó a Leonor que no se molestase en tantos cuidados. Leonor era viuda y madre de un joven que le servía de ayudante en la cocina y en otros menesteres de la intendencia en el castillo. Cierta noche se encontraba con escalofríos y algo de fiebre y le pidió a su hijo:
-Juan, no me siento bien. Encárgate de llevarle esta taza de leche a la señora. Está en la sala de la entreplanta, es el costurero de la duquesa.
-Pero, ¿no se molestará por mi imprudente presencia a tan altas horas de la noche?
-No rechistes… La señora necesita de cuidados. Limítate a cumplir con lo que te ordeno. Dile que ya me gustaría atenderla, pero que me siento indispuesta.
Tras oír los nudillos golpear la puerta, Beatriz levantó la vista del paño muy sorprendida por la novedad de una voz grave, masculina. Una vez dentro, las miradas de uno y otra se cruzaron y hubo un prolongado silencio que delataba algo más que vergüenza en Juan y sorpresa en Beatriz. Juan descansó la taza en una mesilla baja y se despidió deseándole buenas noches. Beatriz no reaccionó; debía haberle preguntado qué le pasaba a la
11
sirvienta Leonor. Pero no, los ojos de Beatriz, fijos, siguieron con lentitud sus silenciosos pasos.
La noche siguiente, al seguir su madre con fiebre, Juan volvió al costurero de la duquesa. Así ocurrió durante casi una semana. Aquella segunda noche, además de saludarle con cortesía, pasó a preguntarle por el estado de salud de su madre. Le respondió que algo mejor y cuando se volvía, despidiéndose, Beatriz le pidió que aguardara un instante: quería enseñarle sus trabajos con la aguja, el hilo y el bordador. Así, empezó a mostrarle los paños y los bordados. Al alargarle un tejido y estirar Juan sus brazos para sujetar uno de los extremos, sus manos se encontraron y no soltaron. Luego, pausadamente, Beatriz acarició las barbas de Juan y éste hizo lo propio alrededor del perfil de su curvo vientre y, con la otra mano, su ondulada, larga y castaña melena. Mientras tanto, las siluetas de sus labios se atraían. Temblorosa ella y ruborizado él, olvidaron la pequeña sábana que sujetaban y ésta se cayó al suelo. Juan despertó del embeleso y acariciándole, ahora, suavemente las sonrosadas mejillas mientras se separaba de ella, le dio las buenas noches. Quiso el infortunio que, estando encajando la puerta del costurero, ya de vuelta a los aposentos de la servidumbre, dos de las doncellas que solían muchas noches compartir juegos amorosos con el señor Gonzalo, yendo ya de recogida, vieron una sombra masculina salir del costurero y bajar las escaleras, sigilosamente, hasta la planta baja.
Como era de esperar, a la noche siguiente, chismorrearon este suceso a su señor, mientras se desnudaban y empezaban a juguetear sobre la amplia cama. Gonzalo, que estaba ebrio –como de costumbre- montó en cólera y acabó insultándolas y expulsándolas del dormitorio.
-¡Eres una maldita zorra, Beatriz! ¡Así que costura y bordados! ¡Serás presa de mis garras! Y vosotras, ¡pelanduscas! ¡Fuera de mi vista, aves de rapiña! ¡Fuera!
Los rabiosos gritos broncos quebraron el silencio de la noche e inundaron todas las estancias del castillo. Abatido, se tumbó en la cama y prefirió maquinar su venganza.
Al día siguiente, debido a su borrachera, Gonzalo no lograba recordar con claridad lo ocurrido la noche anterior. Se sentía aturdido, y lo peor, no sabía si reprochar a una pesadilla la idea que su atribulada memoria le presentaba intermitentemente sobre la infidelidad de su aparente inocente esposa. En el patio del castillo, estando manejándose con la espada para no
12
perder destrezas, las risas burlonas de las dos sirvientas, acompasadas de exagerados y groseros gestos con sus manos, les confirmaron que no se trataba de un mal sueño. Con rabia incontenida, de varios impetuosos y bruscos tajos desbarató varios maniquíes de paja apostados en el patio, cual si fueran soldados musulmanes.
Durante el almuerzo, Beatriz percibió en el maltrecho rostro de su esposo tensión y malestar. Ella quiso endulzar la amarga atmósfera y le refirió que, estando ya de siete meses, había sentido en su vientre las primeras pataditas del crío. Gonzalo le espetó diciéndole que siete patadas se merecía ella en el mismo vientre, aunque debía contener su furia por preservar la vida del retoño que llevaba en sus entrañas. Ella apretó sus labios, contuvo la respiración e inclinó lentamente su mirada al plato. Comprendió que sería mejor permanecer callada. En la cena Gonzalo le ordenó, de forma contundente, que si tenía que seguir con sus bordados, a partir de esa noche, lo haría en el aposento de ambos. Él mismo se encargó de hacer la mudanza de todas las telas y útiles. Ella, sumisa a su señor y sin rechistar, deduciendo que estaba enterado de las visitas secretas de Juan por las noches al costurero, abandonó el comedor y se dirigió lentamente al dormitorio que el matrimonio, formalmente, compartía. Él, por despecho, cogiendo de las manos a las sirvientas, se dirigió por vez primera hacia el costurero de la duquesa, mientras piropeaba –groseramente y en voz alta- los encantos corporales de ellas. Allí, sobre la alfombra, se entregarían, una noche más, al vino y a los juegos eróticos.
Gonzalo tenía muy calculada su jugada. Ya entrada la madrugada, ordenó a las dos jóvenes que se marcharan. Él permaneció sobre un diván, habiendo dejado encendidas dos velas y entornada una de las dos hojas de la puerta del costurero. El agotamiento físico y el vino llamaban al sueño; él luchaba, no sin dificultades, por mantener la vigilia. Al poco tiempo, sus párpados caían rendidos.
Pasados unos minutos, como venía haciendo desde muchas noches atrás, Juan, siempre cauteloso, llamó débilmente a la puerta, esperando el monosílabo afirmativo de la dulce boca de Beatriz que siempre, con ilusión ansiosa, lo esperaba. Tardaba la invitación de ella a que entrara. Éste, algo extrañado y sin sospecha alguna, empujó lentamente la vetusta puerta. Tanto la corriente de aire frío que entró en el costurero como el estornudo chirriante de las bisagras, despertaron a Gonzalo, que saltó del diván como
13
una liebre. Juan, con una agilidad extraordinaria, se revolvió y, encajando bruscamente en su salida la puerta para entorpecer la persecución, se disparó escaleras abajo, raudo como una flecha. En el costurero, la columna de aire que provocó el portazo ahogó la luz de una de las velas. En esas, Gonzalo arrugaba la alfombra en su acelerada carrera hacia la salida y volcando, casualmente, la mesilla, cayó la segunda, que también acabó apagándose. La sala quedó a oscuras. Gonzalo terminó rodando por el suelo, al tropezar con una de las gruesas patas de la mesa. Tumbado y bocabajo, con la respiración entrecortada y una expresión en su rostro aliñada de impotencia y rabia, pudo escuchar los pasos de alguien que se alejaba, veloz y estrepitosamente, bajando la amplia escalera. No pudo descubrir quién de su servidumbre, soldado o capitán, herrero o consejero, había conquistado el corazón de Beatriz, su señora.
Decidido a abortar para siempre esos encuentros entre Beatriz y su amante, al día siguiente ordenó que encerraran a su esposa en el torreón del castillo. Ese sería su castigo ante tamaña osadía e infidelidad hacia él. Dejó dicho que sólo la mantuvieran con una jarra de agua, una hogaza de pan y unas piezas de fruta; con esa alimentación al menos aseguraba el nacimiento de su primer y anhelado hijo. Pero Beatriz, en rebeldía y con terquedad, se negaba a comer. De noche, un centinela le daba cuentas al señor, mostrándole siempre la comida devuelta. Gonzalo temía por la vida de su descendiente y heredero. Si ella no comía, caería débilmente enferma y pondría en claro riesgo y peligro la vida de su futuro vástago. Gonzalo acudió al torreón para obligarle a comer. Beatriz le respondió que accedería a sus exigencias si a cambio le hacía llegar sus útiles de costura y bordados; en ellos quería enjugar sus dolorosas lágrimas. A regañadientes, aceptó la condición impuesta por Beatriz. La escena era deplorable: ella cautiva en el torreón, rodeada de soledad y entregada en sus labores del bordado; él, en cambio, mariposeando a su antojo, con el vino y la ardorosa y picante servidumbre femenina del castillo. No obstante, le alteraba el humor el acoso incesante de una maldita pregunta a la que no tenía respuesta: quién sería el incauto que venía cortejando, desde no se sabe cuándo, a Beatriz. Se armó de paciencia, sabiendo que el tiempo muchas veces susurra al aire secretos muy ocultos.
Mientras Beatriz bordaba, sus sentidos la llevaban a la orilla de la playa en la que paseaba con su recién nacido, desnudo entre sus brazos, y
14
acompañada de Juan. Diariamente recibía la visita de Leonor que, además de entregarle las viandas –sin entrar, pues un centinela se lo impedía-, seguía el estado de salud y la evolución de su embarazo, por expreso encargo del señor. Ya había cumplido ocho meses. Leonor pudo observar la tristeza en la que iba consumiéndose Beatriz. Había perdido el brillo en la mirada. Los labios secos, mates y agrietados, se arqueaban lánguidos y mustios. Un día la señora puso, entre la base del resto de la hogaza de pan y la superficie de la bandeja, un trozo de paño, bien plegado y oculto, en el que había bordado un mensaje para Juan. Al devolver la bandeja, con gestos muy cuidados le indicó a la sirvienta sobre su ocurrencia. Ya bajando las escaleras, Leonor cogió el paño para guardarlo en el bolsillo de su delantal, justo cuando el duque Gonzalo la saludaba desde la puerta del costurero. Del interior salían risas femeninas burlonas. Los nervios y los torpes dedos de Leonor, afectados por una enfermedad en las articulaciones, hicieron que una mitad del paño quedara colgando por fuera del bolsillo. Se despidió del señor simulando normalidad. Continuando la bajada, al balancear su pesado cuerpo salvando el último escalón, el paño se cayó al suelo, sin que Leonor se percibiera de ello. Instantes después, ganando de nuevo en la partida la mala suerte, del costurero de la duquesa salían las sirvientas que aliviaban al señor Gonzalo; volvían a sus aposentos en la planta baja, y, justo donde empezaba el patio, vieron una mancha blanca en el suelo: era el paño en el que Beatriz había bordado el mensaje para Juan. Lo cogieron y observaron que, además de contar con una preciosa greca por los bordes, en el centro figuraba también un texto bordado. Maliciosamente, se volvieron sobre sus pasos; subieron de nuevo, de puntillas, las escaleras y volvieron ala costurero, donde todavía se hallaba el señor, componiéndose sus atuendos.
A la mañana siguiente, el duque encomendaba a cuatro de sus soldados a detención del joven y traidor sirviente. Por fin, la incógnita se había despejado. La escalofriante maldad de Gonzalo le alumbró una detestable maniobra vengativa contra la pareja de enamorados. En el revés del paño bordado por Beatriz para Juan añadió, de su puño y letra, un mensaje dirigido a ella: “Tu torpe e ingenuo amante jamás verá la luz. Vivirá hasta el final de sus días encerrado en las mazmorras del patio”. En la bandeja de las viandas, igualmente plegado y también oculto bajo la pieza de pan, le devolvió a Beatriz el pañuelo por ella bordado y –ahora- con ese mensaje envenenado. Cuando acudió a coger la bandeja, la visión del paño
15
le aceleró su decaído ánimo. Le palpitaba el corazón de forma desenfrenada; el pulso se le disparó mientras lo desplegaba. Ilusionada por descifrar la respuesta de su amado Juan, tras leer el endiablado mensaje de su esposo, sufrió un repentino desvanecimiento, recibiendo un golpe duro, sordo y seco en su fértil vientre al desplomarse sobre el brazo del asiento. Se había quedado sin aliento; no pudo ni expresar un grito de rabia, ni un alarido de dolor, ni siquiera un lamento. Al centinela que vigilaba el acceso al torreón le pareció oír el arrastre de un sillón, proveniente del interior. En ese mismo instante, el rumor de las olas y el canto desafinado de una bandada de gaviotas confundieron al guardián.
Aquella noche del veintitrés de junio, quiso ser el infame Gonzalo el encargado de recoger la bandeja. Ansiaba, una vez más, burlarse de ella, sin sospechar que estaba jugando con fuego. Lo que no presentía era que había alguien más en la partida y con mucha más astucia y frialdad. Al abrir el centinela de guardia el recio portón y asomar Gonzalo su cabeza hacia el interior, estalló en su garganta un grito desgarrador. No podía creer la trágica escena frente a sus ojos: en medio de la sala, en el suelo, yacía inerte Beatriz y una irregular y muy extendida mancha roja impregnaba tanto su vestido como la solería del torreón. Y, entre sus delgadas y tiernas manos, el pañuelo bordado humedecido por sus amargas lágrimas y manchas de sangre. Gonzalo se revolvió repentinamente y bajó la escalera encolerizado y aturdido, profiriendo fuertes lamentos y gritos, agitando los brazos y tirándose de los pelos de su rizada melena, golpeando repetidas veces su cabeza contra una de las columnas de mármol del patio. Entró en las cuadras y sacó un caballo. Junto a éstas estaba la bodega y, más al fondo, la mazmorra donde Juan estaba cautivo. Volviendo sobre sus pasos, entró en la bodega y volcó un tonel de vino; lo descorchó con su espada, lo rodó y fue rociando aquellas dependencias. Finalmente, acercó una de las antorchas, que iluminaban el sombrío pasillo, al arroyo de alcohol y una llamarada de fuego empezó a consumir alpacas de paja, leña almacenada, botas de vino… y, con ellas, también al prisionero Juan. Jadeante, se dirigió hacia el patio y, montándose en el corcel, salió del castillo al galope, tirando de las riendas sin medida, desbocándolo en su carrera. En unos instantes, sólo se veía una nube de polvo en la lontananza.
Nunca más se supo nada de él.
16
Después de este desgraciado episodio, el castillo se llevó varios meses vacío y cerrado a cal y canto; la familia del duque de Arcos y Señor de la villa de Rota quiso borrar la negra página del sobrino Gonzalo, extrañamente desaparecido. Desde aquel día, cada veinticuatro de junio, los siervos labriegos de la villa del duque, cuyas chozas se abrigaban en los costados del castillo, decían ver luces de velas arriba en el torreón y una sombra femenina deambular por su interior. Otros incluso añadían, horrorizados, haber visto caer, desde uno de los ventanales, un pañuelo blanco. Los más incrédulos tenían la explicación en el cuerpo blanco de una lechuza del ventanal para caer luego, en picado, sobre roedores que pululaban por el patio o el exterior del abandonado castillo.
-¿Pudiera ser el espíritu de Beatriz que venía a visitar a Juan, cautivo su espectro en la mazmorra del castillo? ¿Quién sabe? Ahí tienes la explicación a tu visión de anoche, Rafael. Olvida tus fantasías… Sin duda, el relato pertenece al género de la leyenda. Las luces serían reflejos de las hogueras, o de los fuegos artificiales que se arrojan en las verbenas tras la quema de los “juanillos”. Recréate en la hermosa leyenda de nuestro castillo-palacio y vuelve tranquilo a tu casa.
-Buenas tardes, don Alfonso, y gracias por este ratillo tan agradable. Esperaremos a ver qué pasa el próximo veintitrés de junio… Estaré impaciente restando los días. Ya le contaré.
El cronista miró su reloj y, comprobando que aún era temprano, quiso cumplir con una sencilla tarea que tenía pendiente desde hacía días. Por ello, se dirigió al castillo para pasarse por el torreón y tomar medidas de la longitud de los testeros: debía encargar unos muebles estanterías en los que alojaría la colección de libros, revistas y otras publicaciones relativas a la historia de Rota. Tras saludar al conserje, cruzó el pasillo hasta la escalera. Dejó atrás el costurero de la duquesa y enfiló sus pasos hacia la planta superior. Al entrar en el torreón, clavó su vista en el suelo: allí, en el centro, reposaba un pañuelo bordado con unas insignias entre las que se entreveía una borrosa “jota” mayúscula y unas líneas bordadas, ya hoy deshilachadas, que parecían corresponder a un breve texto; también se podían ver gotas de cera mezcladas con manchas de sangre, salpicadas unas y otras tanto por el pañuelo como por el suelo… Pero lo que aún más le sobrecogió, dejándole boquiabierto, casi sin aliento, fue contemplar sobre su mesa de trabajo una palmatoria con la vela consumida y … una taza blanca.
17
TERESA SANDERSON BERNAL
EL ALBA
Amaneceres distintos que nacen al retener el tiempo,
mientras la luz de la estrella agota su resplandor,
el astro sol despierta en la penumbra del silencio,
y se levanta el mayeto labrando la tierra de labor.
UN SUSPIRO
Sentada en medio de aquella soledad del paisaje,
acomodada en los colores de un mundo de luz,
en el crepúsculo de un sueño… quizás olvidado,
18
oía el último aliento imperfecto que se estremece…
… donde silba el viento del sur.
PENUMBRA
El último rayo de sol de la tarde tamizaba la sala,
una suave y delicada brisa entraba por la ventana,
dulces margaritas que hacían cautivar la mirada,
efímero deseo… de mis ojos… y de alguna lágrima brotada,
evocaban sueños… sueños que quizás…
que quizás algún día alcanzara.
EL VIEJO MOLINO
En la tarde fría del viejo molino,
donde se buscan ilusiones en la rueda caída,
sintiendo el agua sin decir palabra,
cantando canciones de dulce armonía,
observaba el río… y de pronto calló,
y brilló la yedra y las piedras hablaron.
19
GIRASOLES
El cielo vestía de amarillo el horizonte,
las olas traían un sueño de añoranza,
los matices del estío pintaban el monte,
la belleza… entonces… sus frutos nos daba.
LA BAHÍA
Con espumas de misterios se bañaban las conchas,
y con lamentos de promesas se perdieron las olas,
un murmullo inesperado…
…se oyen las caracolas.
Son los sueños de la costa… que llegan a cualquier hora.
LA MAR
Deambulando por los recuerdos melancólicos,
entre cúmulos de nubes tormentosas,
busqué el exilio del inmenso mar profundo,
cuando la luz de la esperanza tocó mi hombro,
y cabalgué sonriendo entre el edén de las olas.
20
OTOÑO
Con la quietud cercana al color de otoño,
dibujaba mi alma dormida en el paisaje,
adornando el cielo los frutos del madroño,
soñaba en la paz que trocha las alas estivales.
Viviré nostálgica de los nuevos retoños
mirando el muro que escalaba el ramaje.
INVIERNO
En la tibia mañana olíamos a braceros encendidos.
El viento del norte susurraba y abrigados salíamos.
Calles que palidecen con sigilo...
... y es que el silencio ha venido.
Y eso... ¿llueve?... es el otoño que se ha ido.
21
EL INQUILINO
MERCEDES MÁRQUEZ
AL NACER era un niño normal, fuerte y sano, pero fui creciendo y,
no podría decir cuándo, alguien se metió en mi cuerpo. No había
espacio para dos y luchábamos, pero pelearse con un mismo
cuerpo trae consecuencias desastrosas. Golpeas al otro y eres tú
22
quién recibes los palos; le gritas, te defiendes de sus insultos, pero
los demás sólo te oyen a ti.
Madre estaba confundida, callada y preocupada, y pensó
que era un peligro para mí mismo y también para el resto de la
familia. Así que me encerró en una habitación. Era mi único
espacio de libertad, mi refugio, mi cárcel. Ella se sentía culpable,
lo sabía, lo veía en sus ojos, yo era el resultado de algún pecado.
No dejaba que nadie me viera y no hablaba a nadie de mí,
yo no existía, tan sólo para ella, como una penitencia que
soportaba sin protesta. Pero estaba vivo a pesar mío y vivía en un
continuo tormento, en un espacio demasiado pequeño para dos,
compartiendo con el enemigo cada segundo de mi existencia.
Mis hermanas y hermanos no me trataban, madre temía que
les hiciera daño. Nadie me mencionaba, sólo decían, hay que darle
de comer, hay que lavarlo, hoy está fatal. Y madre entraba sola al
cubil y, en silencio, actuaba como un buen cuidador con la fiera.
Los vecinos sabían de mi presencia, pero le hacían el juego
a madre y me ignoraban, sólo que no podían evitar sentirse
incómodos y temerosos de que algún día la bestia se escapara. A
pesar del disimulo y el miedo latente, tenían que soportar mis
luchas, mis gritos sofocados por madre, como gemidos de animal
herido que terminaban conmigo acurrucado desnudo en la cama,
hasta que el enemigo se vencía, o me daba una tregua, y me dejaba
dormir. Tal vez la vecindad trató que me ingresaran en algún sitio
23
y, por pena, a madre, o por su celo continuo, la llevó a aislarme
totalmente de la gente, con todo cerrado, con la única luz de una
bombilla que colgaba del techo y el pequeño resquicio claro que
lograba asomarse a través de los tapaluces de la ventana y la fina
línea que entraba por debajo de la puerta.
Todo empeoró con la adolescencia, mi inquilino se volvió
más agresivo y continuamente me retaba. Yo sólo quería salir,
buscar chicas, correr por ahí, vivir, pero allí me encontraba,
encerrado con un león a cal y canto. Madre no me permitía abrir la
ventana, cuando yo conseguía abrir el pestillo, el otro me lo
cerraba. Luego él intentaba abrirlo y madre me agarraba y con los
dientes apretados me reñía. Yo no soy, le intentaba decir, pero sólo
me salían gruñidos. Cada vez me sentía más animal, comía y hacía
mis necesidades en el mismo lugar. La habitación olía a perros,
aunque madre me lavara y limpiara, aquel olor mezclado no se
desprendía y se metía hasta lo más profundo de mi ser.
Apenas estaba limpio, él me ensuciaba, meaba la cama o
desperdigaba las heces por las paredes. Así no se podía vivir, pero
a todo se acostumbra uno, y me hice un hombre fuerte y bien
formado, lleno de vida aunque muerto. La sangre bullía en mi
interior, buscaba una mujer entre aquellas cuatro paredes y me
volvía loco, desesperado sin cuerpo que acariciar. Cuando mi
mente se recreaba con la imagen de una mujer, él se la llevaba y
fornicaba con ella ante mis ojos.
24
Ahora era más fuerte y mis músculos potentes machacaban
contra los pocos muebles, aunque impotentes porque nunca lo
alcanzaba.
Madre había adquirido tal fuerza, que podía doblegarme
cuando me inundaba la rabia, pero ella no comprendía nada, pobre
mujer, soportaba estoicamente este sufrimiento por su callada
culpa. Yo quería aliviar su peso, decirle que no era culpable de
nada, que era ese maldito inquilino instaurado en mi cuerpo, un
parásito que se alimentaba de mí, que vivía aprovechándose sin dar
nada a cambio, quitándome hasta el alimento y mi voz, pues sólo
sabía emitir sonidos vestigiales como un salvaje. No me hacía
entender, mis abrazos eran golpes con los puños cerrados y yo sólo
quería acariciar su rostro cansado y resignado, pero ella me rehuía
temerosa y sujetaba mis manos hasta que asumía mi rendición. A
veces él seguía moviendo mis brazos y golpeando, y yo le gritaba
y brazo contra brazo, menos mal que madre escapaba entonces de
la habitación, y él, al fin, se rendía, aunque siempre alerta.
Yo quería portarme bien, quería poder explicarle a madre
que era buen hijo. Quería que se me permitiera al fin liberarme de
esta prisión. Poder ser un chico normal. Sentía ese ansia de vida
fluir en mi interior, pero el otro era más fuerte que yo y no estaba
dispuesto a permitírmelo. Estaba obstinado en liquidarme,
convencido de que algún día lo conseguiría. No me quedó otra
opción que hacer lo de aquel día.
25
No sé si era primavera o verano, pero el calor traspasaba
los tabiques de mi habitación, metiéndose por cada rincón,
cargando el aire, haciéndolo pesado e irrespirable.
Yo solía escuchar las voces tamizadas de mi familia y de la
gente hablando en el patio, madres llamando a sus hijos que
jugaban como sólo juegan los niños, gritando y peleando,
discusiones de juegos, que yo, sin haberlas tenido, añoraba. Tú has
perdido. No vale. Ya no juego más contigo, eres un trampuchero.
También oía las risitas de las niñas, imaginándolas con sus coletas
y sus saltitos a la cuerda, o corriendo, siempre con esos gritos
agudos de espanto, como si les atrapara algún monstruo horrible.
Yo podía ser ese monstruo del que huir. Yo había perdido esa
infancia de la que poder gozar y era ahora un extraño peligroso
para todos. Ella me protegía por mi bien, yo lo sabía, para que no
me llevaran. Yo también prefería esto a estar rodeado de extraños,
prisioneros como yo.
Madre entró, comprendió en seguida el calor que debía
estar soportando. No podía dejarme ningún aparato que me
refrescara, sería muy imprudente de su parte. Vio el sudor en mi
cuerpo desnudo, no sólo por el calor reinante, sino porque hacía
poco que mantuve una lucha con este bastardo que me habita. Ella
me habló tranquila, como hacía siempre. Hijo, nunca me llamó con
un nombre, creo que ni fui bautizado, crecí como un animalillo
para ella que se hizo demasiado grande y violento con los años. Su
26
instinto maternal por protegerme era una continua pugna en su
interior, entre el querer y ver no poder. Voy a abrir un rato la
ventana, pórtate bien, hazlo por mí. Yo emití un par de sonidos,
quería decirle que no se preocupara, que con quien tenía que tener
cuidado era con el otro. El otro también temía un poco a mi madre,
pero, como se servía de mí, se escondía y cargaba yo con las
consecuencias.
La única ventana de la habitación estaba alta, casi rozando
el techo. Era pequeña y madre la tenía casi siempre cerrada y el
pestillo tenía un candado que abría sólo en escasas ocasiones.
Abajo estaba la cama, madre se subió a ella y sacó una pequeña
llave de su delantal. Alguna vez la abría un ratito, lo suficiente
para que se aireara el ambiente, aquel espacio, imposible de
renovar, esa atmósfera putrefacta, en tan poco tiempo. Pero no sé
si fue por el calor de aquel día, o porque la llamó alguna vecina,
que madre se ausentó apenas unos minutos, los suficientes para
que él comenzara a provocarme. Yo quería obedecer a madre, no
te asomes a la ventana nunca, hijo, me decía. Pero él venga y
venga, hasta que me subió y, cuando vi aquella gente ruidosa y
vital, quise mirar más de cerca. Fue cuando quise escapar de él y
quedé colgado del pretil de la ventana. Aún hoy no sé como pude
aguantar hasta que vino madre. Me agarré fuerte con las manos y
las uñas al filo de la piedra. La gente empezó a gritar, mirando mi
cuerpo de hombre desnudo, aterrorizados sin saber qué hacer. Los
27
gritos lograron alertar a madre, que entró horrorizada a la
habitación, temiendo encontrar a su hijo yaciendo en el suelo
desde un cuarto piso. Yo ni siquiera podía gritar, sólo aferrarme ya
apenas sin fuerzas. Entonces ella asomó su rostro impávido y
contraído. Y, esa mujer frágil, dañada por los años y la vida, con
apenas medio cuerpo asomado, elevó a ese hijo, todo un cuerpo
joven y recio de un hombre. Levantando a pulso con una fuerza
inaudita.
Siempre la había admirado, pero desde aquel día la idolatré.
Ella me subió y, sin mirar a nada ni a nadie, sin decir una palabra y
tranquila, cerró la ventana, dejando a todos con el corazón aún en
vilo, y a algunas mujeres murmurando, criticando el despiste y la
reacción de aquella madre.
Aquello fue un escándalo en el barrio, un hecho
inolvidable. No sé si tuvo alguna repercusión, ella sólo quería
protegerme de todos, de mí, del mundo. No quería que vinieran a
buscarme y me llevaran, aunque todos veían la enorme carga que
suponía para ella. Todos sabían que, tarde o temprano, si madre
faltaba, qué sería de mí.
Yo tampoco supe que fue de mí, sólo que nadie volvió a
verme ni oírme nunca más, madre no quiso correr riesgos.
No sé donde estoy hoy, no sé si al final mi inquilino me
echó de mí.
28
COHERENCIA
Desde pequeño fue un contestatario. Cuando la huelga de
estudiantes en la universidad, él estaba allí. Cuando comenzó su
vida laboral, después de su contrato, fue a afiliarse a la CNT. Se
manifestó con pancartas por las condiciones de su barrio. Incluso
por causas que no le afectaban, él estaba allí: astilleros, mineros,
trabajadores de telefonía; en todas aquellas que consideraba justas,
nunca falló, él estaba allí.
No era el típico protestón sin causa. No fue rebelde sin ella.
Ni siquiera fue un bebé llorón. Eso sí, su madre decía que siempre
salió en defensa de amigos y hermanos. No se creyó salvador, pero
su responsabilidad la tenía muy asumida.
Un día le venció la muerte. Cuando el féretro lo conducía
hacia su viaje final, el coche fúnebre tuvo que parar al encontrarse
dentro de un atasco provocado por una manifestación de
trabajadores de funerarias, y él estaba allí…
29
LEOPOLDO ALMISAS
R O T A ENTRE LOS VIENTOS DE MAR
(El poniente)
Pasos fríos desde la arena, llamada de los corrales con el viento del ocaso. Te miro de frente desesperado e inagotable, desde las dunas recorre tu playa. Poniente, Rota cuajada de los vientos opuestos, desesperada mira el horizonte dejas tendederos del tiempo de banderas blancas azotadas. Se pueden perder batallas
30
pero el viento pasa, se pueden perder pétalos dormidos al abrir las páginas de un libro, y el viento pasa. Poniente… Rota te seguirá mirando desde el espigón a los Corrales, desde el Rompeolas al infinito. (Levante como besos cálidos) La última escalera desaparece de las retinas mas perdidas del tiempo, la última escalera se ahoga entre las sombras del Caracol, como último chapuzón en la arena hambriento de tus besos cálidos. Las últimas horas se hielan sobre el viejo reloj de sol, convertida en el ocaso más redondo de naranjas y violetas escondidos. Mi frente se llenó de tus besos mi rostro de tus manos más calientes, mi cuerpo arrastró olas para convertirlas en salitre sobre mis brazos. Sobre la arena… vuelan diamantes locas estrellas buscando el universo negro y perdido. Levante… rayo incoloro desesperado de las calles del mar, desesperado y agotado bajo las copas de los pinos más verdes. La última escalera desaparece agoniza bajo mis pies,
31
Rota seguirá siendo la veleta de los vientos… Rota…veleta de los sueños. (Calma en la era) Viento fantasma del lánguido verano, silencio de la tarde de mazorcas dormidas entre las sábanas verdes y puntiagudas. El viento se ha perdido entre los campos, navegó entre liños, entre las cañas hacia las dunas más cercanas del Tehigo. Como una bocanada de silencio te pude escuchar, ver sin movimiento te pude sentir sobre la piel, callada, quieta y caliente. Viento fantasmas del lánguido verano atado a fotografías dormidas atrapadas de aromas y recuerdos. Viento fantasma … la calma.
HOMBRES OLVIDADOS
La tarde cubría de tenues colores, azoteas blancas de rosas y violetas. Pretiles de verdín, Alineadas salinas alturas de Rota. Siluetas negras de vencejos
se elevan al cielo rosa, vencejos negros… techo de mis juegos. Calles de pantalones cortos, desde las Almenas al Caracol, desde la plaza al muelle,
32
desde la playa a los sueños. Entre calles inagotables pasamos el tiempo; Almenas la más alta, muelle herreras y mojarras, Caracol saltos de arena. Juegos infantiles apoderan calles y plazas, rincones hoy estrechos, ayer… muy anchos. Entre ojos negros de vencejos, veo hombres olvidados de mi pueblo. Pasaron sin dejar huellas, pero… son tan roteños como melones y sandías, como tomates y calabazas, roteños de caballas y traíñas, de boquerones y mar. Sus huellas serán reflejadas en este papel, sin tener nombres en calles y plazas, son tan roteños… pero olvidados.
Unos gritan, ¿yo? les miro, ellos gritan, ¡Paco! ¡Paquito! ¡Paquito Pañoleta! Todo de gris corre calle abajo, calle arriba. Todos gritan, ¡Paco! ¡Paquito! ¡Paquito Pañoleta! Todo de gris, su dedo índice curvado en la boca. Todos gritan, ¡Paco! ¡Paquito! ¡Paquito Pañoleta! Corre calle abajo calle arriba, su dedo ensangrentado todo de gris y de rojo. Corrían y gritaban, ¡Paco! ¡Paquito! ¡Paquito Pañoleta! Lentamente perdía sus voces; Paco se detiene,
33
sus dedo lloraba como su rostro de rabia, mientras yo… le miraba. Juegos infantiles apoderan calles y plazas, rincones hoy estrechos, ayer… muy anchos. Pablo, Pablito el de los pijones. Sentado en un banco de la alameda, cabeza apoyada en su brazo, mirada de sueño, siempre cansada. Pablo, Pablito el de los pijones. Mirada dulce, sus ojos grandes, hombre alto de movimientos lentos. Pablo, Pablito el de los pijones. El canasto a sus pies, sus pies… grandes… agrietados, esperando que de algún cuento de hadas
llegara un zapatero para cubrirlos. Pablo, Pablito el de los pijones. Con su canasto en el brazo, emprendía ese camino lento y alto, despacio y amargo. Nadie compraba pijones, pero todos… le regalábamos algo de soledad. Aún le recuerdo, Pablo, Pablito el de los pijones. Juegos infantiles apoderan calles y plazas, rincones hoy estrechos, ayer… muy anchos. ¡Polvorones y corrucos! ¡Polvorones y corrucos! Cositas Buenas de blanco y mimbre. Tardes de verano y su voz, tardes de verano Y su chaqueta blanca.
34
¡Polvorones y corrucos! ¡Polvorones y corrucos! Cositas Buenas de blanco y mimbre. Su voz, emprendía la marcha de encontrarle, su voz me guiaba, ¡Polvorones y corrucos! ya está cerca, caminar impaciente, pensaba, polvorones… o… corrucos. Cositas Buenas, gorra y chaqueta reluciente, papel bajo el brazo, Cositas Buenas de blanco y mimbre. En su canasto un tesoro de harina y manteca. Camino solo al muelle, en una mano la caña en la otra el corruco. Juegos infantiles apoderan calles y plazas, rincones hoy estrechos, ayer… muy anchos. Canito,
Canito el de los burgaos, caminaba deprisa, unos pasos detrás como auténtico árabe su mujer. Canito, Canito el de los burgaos, gritos les ofenden a él y a su mujer, Canito la defiende como auténtico hombre. Canito, Canito el de los burgaos. Yo… estaba triste, gritos de odio, a un hombre que sin tener nada… seguía viviendo. Canito, Canito el de los burgaos, entre corrales y piedras, encontraba su vida. Caminaba deprisa, como si no tuviera tiempo para llegar, a todas las calles largas. Canito, Canito el de los burgaos.
35
La noche cubrió todo cuanto me rodeaba, contraluz perfecto de la Iglesia se pierde, luz intermitente del faro guiña a la luna. Reflejos de farolas en el mar, olas furiosas de piedras, para regalarme sonidos de espumas. Todo envuelto en la suave claridad de la luna, mientras sus reflejos de plata, llegaban a mis pies. Rota… más bella en la noche oscura en la noche clara, pero en mis manos
y ojos de plata, inconfundible e inagotable… tan cerca. Tan cerca como estuvieron estos hombres de Rota. Paquito Pañoleta, Pablito el de los pijones, Cositas Buenas, y el Canito. Dejo lentamente el mar, mientras la luz blanca del faro les guiña… en la noche negra.
(Poema premiado en los XIV Juegos Florales
de las Fiestas Patronales de Rota en el año de 1985)
36
ANA MÁRQUEZ DE LA BARRERA
SIN SER MADRE
Sin ser madre, yo me siento
madre de todos ellos,
de todos los niños que al pasar miro,
de todos los niños que sin mirar veo.
Son los niños de mi alma,
son los niños que no tengo.
Sin ser madre, yo me siento
la madre de todos ellos.
37
TE MIRO…
Te miro, y no me miras,
te veo, y tus ojos no están llenos;
no encuentro el amor en ellos,
no sé, amor mío,
expresar con palabras lo que siento.
Mírame, mira mis ojos,
de amor y lágrimas llenos,
qué no daría yo por ver tus ojos
de amor y lágrimas llenos,
sintiendo lo que yo siento.
Te miro, y no me miras.
Cuánto lo siento.
ANA
-Señora, ¿cómo se llama?
Me preguntó un chiquillo
mientras paseaba,
y yo le contesté
que mi nombre era Ana.
No sabes cuánta alegría
fluye por su garganta
38
cada vez que me ve paseando
y, a voces, me llama:
-¡Ana!
Él disfruta de mi compañía,
y yo de que me llame Ana,
pues con la voz que me lo dice
siento alegría en mi alma.
LA BEBIDA
Yo soy la mujer que él quiere,
la mujer de su vida,
él para mí lo fue todo en su día.
Pero él ya tenía amante
y pasión, en su vida,
eso que tanto se oculta,
eso que llaman “bebida”.
Para mí ya sólo quedan
las profundas agonías,
para él sería yo
el refugio de su vida.
Yo soy la mujer que él quiere,
mas su pasión es la bebida,
él, que para mí lo fue todo,
39
compañero en la vida,
pero él ya tenía su amante
y su pasión: la bebida.
40
PRUDENTE ARJONA LOBATO
LOS POLLITOS Y LOS REYES MAGOS
El reloj de la plaza estaba dando las seis de la mañana. Hacía mucho frío aquel seis
de enero, festividad de la Epifanía del Señor, mientras una treintena de jornaleros
esperábamos impacientes a los capataces y manijeros de los cortijos para que, como
Reyes de Oriente, nos obsequiaran con el jornal de aquel día.
Pronto, en el silencio, comenzó a escucharse un repetido: Tú, tú, tú… y
pequeños intervalos y pausas entre un tú y otro, que significaban que algunos de los
jornaleros se quedaban en blanco, no siendo elegidos para trabajar aquella jornada..
Ese día me acompañó la suerte y fui seleccionado. Tenía el pan asegurado,
pues, aunque para juguetes no me llegaría, al menos Ana, mi mujer, y mi hija,
41
María, comerían una sopa caliente por la noche. Luego, como regalo, le contaría un
cuento, hasta que María se quedara dormida.
Colgué mi azada sobre el hombro y tomé la capacha de empléita, que
contenía media boba, un trozo de tocino, una navaja, la petaca con medio cuarterón
de picadura, un librito de papel de fumar y un encendedor de mecha, y, unido con
los otros siete compañeros elegidos, nos encaminamos hacia el cortijo “Vaina”, el
cual distaba del pueblo entre doce y catorce kilómetros, que tendríamos que hacer a
pie, y de la misma manera el regreso, una vez finalizado el trabajo.
Charlando alegremente por la suerte de ser contratados, marchamos por
los caminos y veredas hasta llegar al tajo, cuyo manigero nos “espoleó” al máximo
hasta finalizar el trabajo, con un solo intervalo de media hora para comernos las
modestas viandas que llevábamos y alguna que otra pausa para liar y fumarnos un
pitillo.
Estaba anocheciendo cuando emprendí el regreso. A medio camino,
escuché cierto alboroto en unas chumberas, me acerqué y vi a una gallina atrapada
en un lazo para cazar conejos, la cual se encontraba prácticamente estrangulada,
mientras, a su alrededor, media docena de amarillentos pollitos piaban hambrientos
y asustados.
Solté a la moribunda gallina de la trampa, pero ésta ya no respondía, por lo
que opté por acabar con su sufrimiento a filo de navaja y, tomando los pollitos en mi
capacha -que comenzaron de inmediato a comerse las migajas de pan sobrante-,
reemprendí el regreso, aprovechando el tiempo en desplumar la gallina mientras
caminaba.
42
Como podéis imaginar, Ana se llevó una extraordinaria sorpresa, pues
aquella noche de Reyes podría comer carne. Así que, mientras me aseaba en un
perol de zinc con agua del aljibe del patio, mi mujer tomó las vísceras, cortando
además, tres filetes de la pechuga del ave (toda la gallina era mucho para un solo
guiso), por lo que, con varias patatas que le quedaban del guiso anterior, preparó una
suculenta cena para los tres.
Cuando acabamos de cenar, María, mi hija, se abrazó a mí, pidiéndome
que le contara un bello cuento de Reyes Magos. Entonces creí el momento de
entregarle mi custodiado regalo, por lo que le pedí que trajera mi capacha, la cual
colgué en el patio para que no se percatara de la sorpresa que le aguardaba.
Cuando María abrió el capacho, dio un tremendo grito de sorpresa y
alegría, pues no podía creerse semejante regalo. Con los ojos encendidos se agarró a
mi cuello y me cubrió de besos. Le dije que me había encontrado con Sus
Majestades cuando volvía del trabajo y que éstos me habían rogado que le entregara
los pollitos como regalo, a sabiendas de que los cuidaría y los mimaría.
Aquella noche María se olvidó de la narración del cuento, prefiriendo jugar
con los pollitos, que había introducido en una caja de cartón.
Tanto Maria, como su madre y yo recordamos aquel providencial milagro
como la más extraordinaria e inolvidable historia de los Reyes de Oriente, que,
como Magos que son, nos brindaron la más mágica noche jamás vivida.
43
EL INSPECTOR BOBY
Aquella mujer habría sobrepasado con creces los ochenta años, pero su
poquedad corporal, la hacía parecer más joven; se movía con tanta prisa y fluidez
que, si no fuese por sus vestidos negros -propio de personas mayores- que
contrastaban con su cabello corto teñido a mechones y sus grandes pendientes en
forma de argollas, sumaban argumentos suficientes como para desconcertar a
cualquiera que intentara estimar una edad certera.
Como la gente de su edad, -y no en cuanto a su confusa apariencia- solía
levantarse muy temprano; descorría sus cortinas y de inmediato comenzaba a coser;
pues desde mi ventana, situada justamente enfrente de su balcón, me convertía en
observador indiferente, pero la actividad de la señora me hacía –sin pretenderlo-
seguir sus movimientos cada vez que miraba por la ventana hacia la calle.
Ella se dedicaba a coser para la vecindad, o sea, que la gente del barrio le
encargaba arreglos de sus ropas, y ella, asimismo, confeccionaba vestidos para
bebés, usando modelos clásicos de los que se llevaban hacía sesenta o setenta años y
que muchas madres gustaban de vestir a sus hijos de aquella manera tan original.
Esta peculiar forma de coser, le valió ser muy conocida y apreciada en la población,
cuya aureola se había ganado al ser al mismo tiempo una mujer muy generosa, a la
que le encantaba ayudar a todo el mundo que lo necesitara: realizando infinidad de
trabajos que no cobraba a familias cuya economía no le permitía ciertos “lujos”, o
bien, acompañando a enfermos y personas ancianas en su soledad.
44
Había tres cosas que me llamaban particularmente la atención: una era su
enorme televisor, en cuya pantalla podía seguir perfectamente cualquier película
desde la ventana de mi cuarto. La otra era un loro que hablaba hasta por los codos y
permanecía todo el tiempo junto a ella en el balcón de su casa, y la última, que estaba
perfectamente informada de cuanto ocurría en el pueblo, por lo que la gente recurría
a preguntarle sobre la información fidedigna de cualquier suceso.
Su fiel y hablador animalejo, al que no sería fácil adivinar su edad -pues
siempre le conocí en el balcón junto a su patrona-, podría tener, quizás, los mismos
años que su dueña. En ocasiones lo tenía dentro de la jaula, pero ésta permanecía
abierta porque jamás se movía del lugar, manteniéndose en su posición de guardián
sobre el espaldar de una silla y en ocasiones sobre los hombros de su jefa, mientras
ella pacientemente cosía en su antigua máquina Singer.
Curiosamente, el loro imitaba la vibración resonante del teléfono móvil de
Mariquita a la perfección y múltiples sonidos más, como la olla a presión, los
escapes de las motos, la canción de moda, etc. etc. El papagayo era un gran
parlanchín, tan elocuente como su compañera de piso, lo que propiciaba distraer a
Mariquita sus muchas horas de soledad. El diálogo no era del todo correspondido
por el ave, limitándose a repetir una y otra vez las últimas frases de lo hablado por su
dueña, pues, como es de suponer, la corta inteligencia del loro no acertaría a entender
–luego, la gran clarividencia del animal sorprendió a todos- la imparable retahíla de
la enjuta anciana, que le trasladaba todos los acontecimientos que se tragaba de los
noticieros locales, de la radio y la televisión, así como de lo que divulgaban los
periódicos del pueblo.
45
Mariquita siempre estaba al día, por lo que era constantemente preguntada
por la vecindad sobre los últimos acontecimientos ocurridos en la población –como
ya advirtiera anteriormente- y no importaba si éstos eran de carácter político, social o
necrológico, Mariquita estaba al tanto de todo, y, como era lógico pensar, su Loro
también.
Como una de las muchas anécdotas que podría contar de esta singular
pareja, les narro una que se daba en constante repetición y que se trataba de que: “En
más de una ocasión, los viandantes echaban mano a sus móviles creyendo que le
estaba sonando sus teléfonos y, tras el chasco, miraban mosqueado hacia el balcón.
Cuando se daban cuenta de que habían sido engañados por el embaucador
papagayo de plumas verdes esmeraldas, los burlados peatones le propinaban algún
que otro insulto. El Loro era muy respondón y, por ello, a los improperios recibidos
respondía a renglón seguido con un: “tonto, tonto, tonto”, haciendo sonrojar, aún
más, a los timados peatones, incrementado por la sonrisa de la gente que circulaba
por la calle en ese momento.
El loro era también muy preguntón, por lo que cada vez que su patrona se
marchaba, o volvía de la calle, le inquiría:
-“¿A dónde va?” o “¿de dónde vienes?” “¿Dónde está Juan Luís?” –el
sobrino-
-“¿Está trabajando?”.
La paciente ama le contaba todos los pormenores de sus movimientos, y el
Loro la observaba sin rechistar, como asimilando todas las explicaciones de
Mariquita, aunque en ocasiones le salía por “peteneras”.
46
Al parlanchín papagayo no le faltaban las pipas de girasol (su alimento
favorito), consumiendo enormes cantidades, cuyas cáscaras diseminaba con sus
aleteos por todo el habitáculo, saliendo incluso despedidas por los ventanales, que
provocaban lluvias de cáscaras sobre las personas que pasaban por debajo de su
balcón y que la sufrida Mariquita se veía obligada a barrer una y otra vez ante el
riesgo de ser multada por la municipalidad.
Una madrugada, cuando Mariquita estaba dormida y sus oídos taponados
con algodón -para que el ruido nocturno de motocicletas y automóviles
discotequeros no interrumpiera sus sueños-, sucedió que un ladrón entró por la
puerta de la azotea -la cual disponía de una sencilla y carcomida tranca que el
incauto no tuvo inconveniente en forzar-, adentrándose en el piso y en unos grandes
sacos introdujo, en pocos minutos, todo aquello que de valor le suponía, incluido el
enorme televisor.
El Loro, que se percató de que algo anormal estaba sucediendo, comenzó a graznar
y a dar voces exclamando:
-¡Mariquita!, ¡Mariquita! ¡Ladrones!, ¡Ladrones!..
Mariquita, ajena a todo lo que en su hogar ocurría, se encontraba sumida
en un profundo sueño y aislada de cualquier ruido, gracias a los impermeables
algodones auditivos que la trasladaban al mundo de lo etéreo.
En ese momento de tensión para el caco, se dirigió hacia el Loro y tomándolo
por el pescuezo se lo retorció, intentando acabar con su vida, pero el animal se
defendió, clavándole las garras en el antebrazo del asesino de loros, quien dio un
gritó ahogado, mientras que por su muñeca comenzó a deslizarse varios hilillos de
sangre hirviente que salpicó la alfombra y parte de las cortinas del ventanal. El
47
ladrón tomo al loro y con furia lo introdujo en uno de los sacos con la mercancía
incautada, mientras que el pajarraco, trastornado por la opresión del pescuezo y el
golpe recibido contra el televisor depositado en el saco, perdió el conocimiento.
De inmediato, el ladrón entró en el dormitorio de Mariquita y, al verla tan
dormida, arrasó con todo lo que pilló por delante con suma facilidad; tanto objetos
como alhajas e incluso el poco dinero que la infortunada guardaba en un pequeño
baulito de madera construido por su sobrino Juan Luís -hombre hábil y diestro en la
marquetería y en los trabajos manuales-. Lo cierto es que, en poco más de quince
minutos, el desalmado abandonaba la vivienda con dos enormes sacos atestados
con el botín robado y entrando en un vehículo -donde previamente había dejado con
el motor en marcha- saliendo a todo gas y perdiéndose en la oscuridad de la noche.
A la mañana siguiente, cuando Mariquita se levantó y se percató del desvalijo
sufrido, estuvo a punto de darle un infarto, pero al aproximarse al ventanal y ver la
jaula vacía y la sangre en el suelo y en la cortina, pensó lo peor, pues se figuró que el
loro había sido sacrificado. Mariquita dio un tremendo grito que puso en sobre aviso
a la vecindad, quienes salieron a la calle pensando que algo tremendo le había
debido pasar a la anciana.
Varios vecinos subieron al piso y, al darse cuenta de lo que había sucedido,
llamaron a la policía, mientras intentaban consolar a Mariquita. En pocos minutos la
policía se personó inmediatamente en el piso de la incautada, levantando acta de
todo lo que Mariquita –sumida en un chock de puro nervio- enumeraba, cada objeto
que le habían robado, entre el que se encontraba un rosario con cuentas de coral de
su bisabuela, con engarces de oro, con el que, rezando, se dormía cada noche desde
que era pequeña.
48
Pero a Mariquita lo que le preocupaba era el Loro, por lo que le insistía una
y otra vez a la Policía:
-“Por favor, que se queden con todo si quieren, pero que me devuelvan a
mi “Boby” –que así había bautizado al Loro.
La policía, aparte de la declaración de la victima, se llevó una muestra de la
sangre de la alfombra, comunicándole días después a Mariquita que procedía de un
ser humano y no del Loro, lo que tranquilizó en parte a su dueña…
Pasaron los días y Mariquita entristecida se llevaba largas horas oteando las
azoteas de las casas colindantes, dando gritos angustiados a “Boby”, con la
esperanza de que el animal pudiera haber escapado de los asaltantes y hubiese
emprendido el vuelo de regreso a su hogar; pero éste no aparecía.
La desafortunada anciana, aparte de perder al Loro, perdió la alegría y ya,
prácticamente, no bajaba a la calle, sólo lo indispensable para comprar sus escasas
viandas. Se le veía muy demacrada y había dejado de coser. Mariquita se pasaba
todo el día y las largas noches, dando grandes suspiros sumida en una completa
congoja.
Todo el pueblo se había enterado del robo y de la desaparición de “Boby”
y, a pesar de que la prensa, la radio y la televisión local, dio en múltiples ocasiones la
noticia, el loro no aparecía. Pasó un mes y Mariquita ya no bajaba a la calle. Una
hermana, aún más anciana que ella, la visitaba a diario para hacerle comidas, asearla
y limpiarle el pequeño piso. El médico hizo acto de presencia, pero su enfermedad
no era cosa de medicamentos; había entrado en una depresión profunda y ya no solo
no quería comer, sino ni tan siquiera hablar.
49
A Mariquita –de seguir así- le daban pocas esperanzas de vida, y aunque
algunos vecinos decidieron comprarle otro loro, hubieron de devolverlo a la tienda
en donde lo habían adquirido, porque el cariño que le tenía a su “Boby” no podía
transferírselo a un nuevo sustituto.
Una mañana, cuando la hermana -con mil trabajos y riegos de lastimarse
en el esfuerzo- consiguió llevar a Mariquita hasta el balcón, para que los rayos de sol
colorearan su blanquecina tez, se escuchó un enorme graznido, acompañado de
unos aleteos sobre los cristales de la ventana que asustaron a ambas ancianas.
Los ojos de Mariquita se le iban a salir de sus órbitas, pero con un esfuerzo
sobrenatural, y recuperando la energía perdida en un instante, se levantó de un salto
y abrió de un golpe la ventana, apareciendo su “Boby”, dando enormes graznidos y
repitiendo una y otra vez: ¡Mariquita! ¡Mariquita! ¡Mariquita!.
La alegría de la anciana le desbordaba; el animal se subió en los hombros
de su dueña y, acariciando su pico contra la cara de su patrona, soltaba continuos
graznidos. Mariquita lo abrazó, pero algo le hizo daño en la cara, entonces se dio
cuenta de que “Boby” llevaba colgado un collar o similar entre las plumas del
gaznate, comprobando después, que era el rosario de coral sustraído por los
desvalijadores. Cuando Mariquita recuperó el sentimental rosario, “El Boby”
comenzó a repetir un nombre: ¡“El Tiznao”!, ¡ “El Tiznao ”,“El Tiznao”...
Cuando Mariquita se recuperó de la impresión, se personó en comisaría,
acompañada por varios vecinos, para dar cuenta de la increíble historia vivida
momentos antes con su Loro.
Efectivamente, Pepe “El Tiznao” era un delincuente habitual, larguirucho,
de tez arrugada y renegrida, cuya adicción a las drogas le hacía aparentar más edad
50
de los 42 años que en verdad tenía. El Tiznao estaba fichado por la policía, que
disponía de su largo historial delictivo, contando en la actualidad con varios juicios
pendientes de condena, que le llevaría de nuevo a la cárcel por espacio de varios
años.
El Tiznao no era un malhechor agresivo, y sus robos no los ejecutaba por
intimidación, atracos, ni usaba armas. Su especialidad era asaltar viviendas y llevarse
todo lo que cogía por delante, sin importarle si los dueños de las viviendas estuvieran
dormidos, pues disponía de gran habilidad en desvalijar las viviendas sin hacer ruido
alguno.
Aunque lo ocurrido con el Loro era una historia inverosímil a primera
vista, la policía, más que por convencimiento, por curiosidad, decidió personarse en
casa del delincuente, por lo que pidió a Mariquita -con loro incluido-, así como a los
vecinos, que le acompañaran en un coche celular a casa del presunto delincuente.
Cuando faltaban varias casas para llegar a la de “El Tiznao’”, el loro salió
disparado por la ventana del vehículo, perdiéndose por entre los naranjos de la calle...
Lo cierto es que, cuando la policía llegó al domicilio de “El Tiznao’”, se escucharon
unos gritos angustiosos que decían:
-“!!!Por favor, quítenme este bicho de encima, que me va a matar!!!”
¡Socorro, ayúdenme!
Cuando los agentes intentaban abrir la puerta de la vivienda, ésta se abrió
dando un tremendo portazo, apareciendo en el marco Pepe “El Tiznao’” con el loro
encaramado en la cabeza, dándole desgarradores picotazos, mientras que por su
frente le caían grandes goterones de sangre, fruto de las incisiones que las garras del
loro habían provocado en la cabeza del malhechor.
51
-¡Boby!, ¡Boby! ¡Ven aquí de inmediato!
El Loro miró a su dueña y, dando un tremendo graznido, se le posó en sus
hombros. El Tiznao se arrodilló delante de Mariquita y le dijo:
-Perdóname, buena mujer, soy inocente, yo no he hecho nada... Por favor,
sujete al loro.
En ese momento, el loro abrió amenazante sus alas y, como
comprendiendo el engaño de su secuestrador -quien lo había mantenido atado con
una correa a la pata de una cama-, dio un fuerte graznido y salió volando a baja
altura por un corredor, dirigiéndose al fondo de la casa -que era una de esas
viviendas vecinales abandonadas, en donde “El Tiznao’” tenía fijada como
“Okupa” su residencia habitual- El Loro se paró delante de una habitación y
comenzó a picotear con furia una puerta cerrada.
Uno de los policías sujetaba al “Tiznao’” -que continuaba diciendo que era
inocente de cualquier cargo- mientras que el otro agente, acompañado de Mariquita
y los dos vecinos, abrieron la puerta que picoteaba “Boby” y ¡OH! Sorpresa. Allí se
encontraba el televisor y todo lo robado a Mariquita y, aunque también se hallaba el
pequeño baulito de madera labrada -donde Mariquita guardaba sus ahorros-, éstos
habían volado.
Más tarde, en la comisaría, Mariquita, mujer generosa y muy humana,
perdonó al Tiznao el dinero robado y la fechoría ocasionada -como agradecimiento
de no haber matado y acabado con la vida de su Boby-.
La noticia corrió como la pólvora por el pueblo y, al siguiente día, todas las
cadenas de televisiones y radio a escala nacional, la prensa y varias revistas del
corazón, cubrieron la noticia.
52
Días mas tarde, un canal internacional de TV, le ofreció a Mariquita una
exclusiva de la inverosímil historia vivida con el inteligente Loro-Policía, a cambio
de unos cuantos miles de euros, que a Mariquita le sirvieron para reforzar su
vivienda en materia de seguridad, adquirir un nuevo televisor con pantalla de plasma
-ya que el suyo había terminado estropeado ante tanto trajín en la noche de autos- y
un saco de pipas de girasol de la mejor calidad para su Boby, al que desde aquel día
todos los vecinos del pueblo pasaban por debajo del balcón, saludando
animosamente al animal, al que habían sobre-bautizado con el nombre de Inspector
Boby.
Las ultimas noticias que me han llegado, es que el Ayuntamiento pretende
concederle a Mariquita la Medalla de Oro del Consistorio y al inteligente pajarraco,
el nombramiento de Mascota Plenipotenciaria de la Policía Local de la Villa.
53
ROSA CASTELLANO MÁRQUEZ
El encuentro
Se sentó en el lugar más reservado del bar. Quería estar sola para
reflexionar sobre los momentos vividos horas antes. Aún se
estremecía con el recuerdo de aquellos labios que abrazaron su
cuerpo, que le habían hecho despertar de un silencio eterno, lleno
de luces y de sombras. Su educación le había prohibido sentir el
sabor del amor, el disfrute del sexo y el más puro placer del
orgasmo. Entre tantos recuerdos y tanta culpabilidad, le vinieron a
la mente las palabras de su madre, una mujer de grandes
convicciones religiosas, para quien el simple hecho de respirar era
pecado. Con una firmeza en su voz le dijo unos días antes de su
54
boda: “Ahora tu cuerpo le pertenece a tu marido y tu mente a Dios,
no los ensucies”
Una voz agradable la devuelve al mundo real: “Señora, su
café”.
Miró a su alrededor y se dio cuenta de que se encontraba en
el rincón predilecto del club que solía frecuentar cuando se sentía
sola y necesitaba reencontrarse con ella misma. Si alguien la urgía
sabía dónde podía encontrarla.
Era un lugar pintoresco. Se podía escuchar una música
selecta, leer, conversar, incluso volver al pasado en un momento
dado. Algunas de sus paredes estaban cubiertas con pinturas que
nadie nunca compraría, pero que sus creadores habían realizado
con sus mejores deseos, más o menos frustrados. Aquellas paredes
guardaban los secretos y el sabor dulce amargo de sus clientes. Sus
paredes transmitían ese sabor eterno de la humanidad, por eso era
un lugar tan peculiar.
Ella se encontraba en un lugar apartado, una zona donde le
llegaba la penumbra tenue del atardecer. De nuevo, la música
seductora le trae a la memoria los momentos vividos. Esta vez la
hacen estremecerse, aún tiene el placer en su boca. La
reminiscencia de aquellos labios con sabor a miel que recorrieron
su cuerpo, le hace olvidar quién era ella y de quién provenían
aquellas caricias. Su cuerpo se estremece al experimentar el tacto
de unas manos, unas manos que lentamente acarician sus pechos,
55
que cobran vida y la hacen temblar de gozo. Sus piernas se tensan,
perdiendo la flacidez de los años para convertirse en aquellas otras
que tiempo atrás habían hecho volver la vista. Sintió miedo, toda
ella se revolvía en un devenir de culpabilidad y de deseo. Quiso
decir no, pero una voz suave le acarició el aliento, devolviéndola a
las delicias del amor. Cerró los ojos y sintió cómo unas manos
firmes y hábiles penetraron en lo más profundo de su ser, un ser
marchitado por el tiempo, que comenzaba a cobrar vida. Temblaba
ante lo desconocido, un mundo de luz se perdía en un sexo
marchito que de pronto cobraba vida, comenzando a experimentar
una amalgama de sentimientos inagotables que habían
permanecidos ocultos.
Su desnudez se hacía grande y ella empequeñecía. Todo su
cuerpo vibraba. Comenzó a sentir placer, ahora era solo placer, un
placer que se convirtió en libertad.
Su cuerpo estaba impregnado de un olor especial, en el que
se mezclaban lo pecaminoso de un cuerpo olvidado por el paso del
tiempo y el olor de la juventud llena de vida.
El volumen de la música la devolvió a la realidad y fue
cuando los vio entrar. Su belleza era admirada por todos. Se sentía
muy orgullosa de aquella persona tan maravillosa que había traído
al mundo. Su sonrisa lo iluminaba todo, toda ella brillaba con luz
propia, su seguridad y paso firme eran lo que la hacía aún más
guapa. Su risa iluminó la estancia. A su lado se encontraba su
56
prometido, guapo e inteligente. En ese momento la realidad se hizo
visible y su corazón comenzó a latir, y el sabor dulce amargo que
hacía unos momentos había experimentado, regresó a su boca. Vio
cómo se acercaban. Todo su cuerpo comenzó a temblar, sintió
cómo sus lágrimas brotaban de alegría y fue cuando comprendió
que el prometido de su hija le había hecho el mejor regalo de su
vida. Se dio cuenta de que le había regalado su juventud por unas
horas, haciéndola sentir la persona joven que nunca pudo ser.
Su hija se acercó con una gran sonrisa. “Mamá, te
estábamos buscando, tenemos que darte una buena noticia.
Santiago y yo nos casamos dentro de un mes”. Ella se sintió muy
feliz. Sabía que su hija sería todo lo feliz que ella no había sido.
57
JAVIER GALLEGO
Historias de amor imposible (1)
La tetera y el microondas se gustan. Se lanzan miradas, pero no
pueden llegar a un encuentro. La tetera es de porcelana antigua, de
una loza que ya no se encuentra y no podría introducirse en el
microondas sin derretirse. Si fuera sólo por la pintura, a ella le
daría igual, pero con el calor se resquebrajaría su estructura
interna. Él se niega, no quiere hacerle daño. Ambos se miran con
deseo y suspiran.
Historias de amor imposible (2)
El tendedero y las pinzas están liados. Lo sabe toda la ropa, desde
las grandes toallas a los pequeños pañuelos. Las sábanas de
matrimonio les dan consejos. Los calcetines se burlan y las
camisas y los pantalones miran para otro lado. No les hace mucha
58
gracia. Las pinzas se las arreglan para rozarse con la cuerda del
tendedero. Es muy sensual, el tendedero aprovecha la fuerza del
viento sobre la ropa para sentir más fuerte el abrazo de las pinzas.
Pero este amor no dura más que unos días en invierno y unos
pequeños ratos en verano. Por eso las pinzas y el tendedero odian
el levante, ese viento hosco, seco, terrible, que en menos de un
santiamén deja la ropa más que seca. Entonces tienen que decirse
adiós, que te cuides, que mil besos, que si acuérdate de mi.
Algunas pinzas no aguantan más y se suicidan tirándose por el
hueco del patinillo.
Historias de amor imposible (3)
La silla y la mesa de la oficina estaban todo el día juntas. Sólo se
interponía el cuerpo fofo del funcionario que acercaba sólo un
poco para que pudiera ver bien la pantalla del ordenador. La silla
procuraba rozarse con la pata de la mesa, pero la pierna del
funcionario las separaba al entrar y salir de su cubículo. No se
hablaban mucho, sólo se miraban dulcemente. Cuando acababa la
jornada y el funcionario se iba, llegaban las limpiadoras, las
retiraban, barrían y mojaban el suelo. Para ello ponían la silla
encima de la mesa. En el amor imposible de la silla y la mesa de
oficina sólo se revolcaban durante un rato cada día, mientras
duraba la limpieza del suelo.
59
Historias de amor imposible (4)
Las barras fluorescentes de la sala están enamoradas. Si está uno
atento, oye el murmullo, el zumbido de sus cuchicheos, de las
palabras de amor, de los poemas pequeñitos que sacan de Internet,
de las bromitas y de los celitos. A veces se van guiñando el ojo,
como complicidad. Y el encargado, ya con tantos años que no
recuerda el amor con claridad, se empeña en cambiarlos, o en
recargar los celadores. Los comprueba y los vuelve a comprobar,
si es que funcionan bien, si es que funcionan bien. Al final los
acaba volviendo a colocar en sitios distintos. Cuando se da la
vuelta, el zumbido travieso de los fluorescentes parece reírse del
paseíto que el encargado les ha dado.
El encargado tiene ya muchos años, pero parece, a primera vista,
un hombre cabal, no está ni malhumorado ni trabaja con
resignación. No comprende cómo los fluorescentes zumban y
parpadean, pero acaba por aceptarlo. Las cosas son así. Quizás,
todo sean imaginaciones mías, que pretendo ver el amor en todas
partes.
60
LOS VIEJOS MAPAS
He navegado océanos sin luz
al fondo de unos ojos
que no tenían fondo. CARLOS MARZAL
En los viejos mapas de geografía,
no encontrarás estos paisajes, ni estos territorios,
ni el sol va girando entre meridianos.
Los países de sombra, los desiertos,
los eternos desiertos en los que habitas
no están en los mapas.
Perdámonos por el bosque, por la selva,
por la playa, por entre los coches,
entre las almohadas, entre las sombras,
entre la muchedumbre, a plena luz,
en el laberinto de las sábanas,
allí donde la lucha nunca pierde.
Nunca fui un aventurero, no soy quien busca
lo salvaje, ni la llamada del bosque.
Nunca me asomé a los abismos.
61
No obstante, con cierto exceso de fe,
me aventuré en tu cabello,
busqué lo salvaje dentro de tu falda,
me asomé al abismo de tus ojos.
Hay otros continentes, hay otras dimensiones,
otras nieblas que ocultan selvas,
ciudades fundadas, recorridos y callejones,
un extrarradio, unos suburbios, unos monumentos.
Pero, amor mío, para orientarme en estos mapas
están tus ojos.
LAS RUINAS
Las ruinas son la servidumbre de paso
de lo que terminará por ocurrir.
Un andar errante, una amplitud que no comprendemos.
Somos polizones en la nave del mundo,
desamparados, apátridas.
Y sabemos que pasará,
como pasa un viento clandestino.
Bien sé quién eres, tu forma, tus ansias, tu luz,
62
el placer y tu pena, las soledades y los afanes,
las sonrisas, los sueños,
esta melancólica burbuja.
Por ti sueño,
por ti, mi miseria, mi estupidez,
por ti todo eso se quemará
en la hoguera y brotarán de las cenizas
versos mejores que estos.
JÓVENES FUIMOS EN DÍAS IGUALES A
ESTOS
Jóvenes fuimos en días iguales a estos,
nos movíamos entre reflejos y penumbras,
y extraños son, esos recuerdos,
en unos cuerpos que ahora duelen.
Perder aquellos placeres, recobrar
aquellas voces, aquellos olores, la ignorancia
63
de las sombras, como la dulce lámpara sobre la noche,
aquellos que fuimos, aquellos.
Con gozos, con penas, fuimos como niños,
descubriendo paisajes del cuerpo,
historias, cristales en lugar de cielos,
sueños largos, aletargados despertares.
Cuando lleguen otras verdades a nuestras manos,
las encontrarán vacías,
como las teníamos, tendidas
al aire, buscando el deseo.
64
BLANCA FERNÁNDEZ SÁNCHEZ
ESENCIA & EXISTENCIA
No sé por qué nos empeñamos
en buscar el sentido de nuestra vida
y elaborar un entramado filosófico
que la explique de forma perfecta,
como si esa teoría nos hiciera únicos,
nos salvara de la finitud,
traspasara nuestra materia,
cuando en realidad la existencia
acontece ajena a nosotros
y los días se suceden, lo queramos o no,
con lucidez o sin traza de ella.
65
No nos queda más remedio que vivir
o sobrevivir, que es lo preciso.
Desengañémonos. El universo existe
sin necesidad de ningún átomo de la Tierra.
No somos el centro ni de nosotros mismos.
Todas la teoría a las que, esperanzados,
nos acogemos para llenarnos de grandeza
son una estrategia de nuestra mente
que ha diseñado ese magnífico entramado
para preservar la especie.
Y es mejor que cuanto antes
nos ajustemos a tal verdad
si queremos ser medianamente felices
y vivir, dentro de la resignación,
con relativo sosiego.
LA MAÑANA SE LEVANTA GENEROSA
A veces la noche se convierte
en enemigo que te acecha y
las más profundas aprensiones
se adueñan de tus pensamientos.
Oscuros presagios sin piedad,
ante los que de poco o nada sirve la razón
66
por muchas razones que nos muestre.
La voluntad a esa hora es solo entelequia
carente de poder y no se
aviene a nuestros deseos.
Todas las noches se agolpan
en una sola y los miedos se hermanan.
Pero no es eterna. La mañana se levanta
generosa en claridad, espléndida,
capaz de redimir tan amargas conjeturas.
La luz fulmina las sombras y te devuelve
la sensación de amparo horas antes perdida.
Vuelves a ser dueño de tus temores.
Y mientras la mañana se abandona,
te sientes un poco más libre y recuperas
el aliento preciso para forjar el día,
porque queda mucho brillo por gastar
antes de que llegue de nuevo la noche.
ÍNTIMA CERTEZA
Cuando logro alejarme de mí
unas pocas horas o... minutos
y permanezco atenta al sentido
de las verdaderas palabras
67
que brotan del conocimiento,
adquiero el suficiente sosiego
como para pensar sensatamente.
Cuando escucho el sonido del mundo,
llegado a través del mar o del aire,
no importa el medio o la distancia,
y permito que su armonía me envuelva,
compruebo que el silencio me llega
de forma diferente, anegando mi espíritu
de íntima certeza.
Cuando abro mis sentidos a la belleza
que nos envuelve a cada paso,
sintiendo en mi piel la brisa de la tarde,
ternura de siglos y estrellas,
atino a darme cuenta de que necesito
abandonarme a la confianza de la vida
que se nos regala en cada instante.
EL MAR SUSURRA HOY OLVIDO
Tengo la extraña sensación
de que el mar susurra hoy
68
olvido, más que historias.
Las olas arremeten bravas
contra un cielo indefenso
revuelto de nubes,
dejando en la palidez del aire
un peligro indefinido.
Hasta la bruma parece salvaje.
No se divisa la línea del horizonte,
enredada entre nubes y agua.
Pálido el cielo, grisáceos los colores
quién sabe qué dolorosos secretos
arrastra en esta fuerte resaca.
Los rizos plateados de su espuma
salpican, hirientes, el aire frío
de la tarde, que lánguida,
transmite esa inquietud.
Se precipita, más que se acerca,
a esta dócil orilla que le acoge
en sus idas y venidas.
Náufrago de sí mismo,
rabiosa soledad pregona
en cada uno de sus embates.
Indómito, huye y se entrega
con una frialdad de hielo
69
que impregna de desolación
no solo este momento
sino toda la costa.
Quizás el viento del Norte
contribuya a ello, empeñándose
en llevarle la contraria.
LOS DÍAS NO SE CUENTAN CON RELOJES
Nuestros días no están formados
de fino espacio y tiempo
ni se cimentan en sucesos.
No importa que la noche anteceda al alba
o que la tarde arroje anochecer.
Los días no existen en abstracto
sino en una suma de sentimientos.
Y hemos de pasar nuestra existencia
velando por nuestras emociones,
para que no se nos escape el alma
y su ausencia nos empuje al vacío.
Nuestros días no se cuentan con relojes
ni se ajustan a una órbita perfecta.
Así como la nostalgia de la vida no es la vida,
tampoco mil pasos forman un día.
70
Están forjados por lo que somos
mientras sentimos.
Y solo pueden subsistir en la verdad
de los afectos.
LAS SOMBRAS NO SE APAGAN
Los fantasmas que atesoramos
en nuestra infancia
no nos abandonan jamás.
Cabalgan por nuestro señorío
cual jinetes habilidosos
que marcan el ritmo,
como si de una carrera se tratara ,
de nuestra vida y sus asuntos.
Quizás en momentos de bonanza
lleguemos a creer que avanzamos
acompañados únicamente
de nuestro espíritu y su esencia.
Pero es una ilusión. No os quepa duda.
Cuando caminamos a ciegas
se convierten en la estrella,
no cómplice ni amiga,
de nuestro pensamiento.
71
Y a pesar de que muera el pasado
en nuestra memoria,
las sombras no se apagan.
Los fantasmas antiguos
convienen con los del presente.
Suben a la superficie
a través del estado “soledad”
y tienen la llave que abre
la puerta de nuestro corazón.
A MEDIAS
Hay días en los que puedes
deshacerte de la verdad y
vivir como si ésta no existiera
o no lo hubiera hecho nunca.
Hay días en los que puedes acallar
el murmullo del corazón y vivir
de espaldas a su voz, ajena
al dictado de su exigencia.
También hay días en los que puedes
72
vivir a media luz, a media voz,
sin destellos, con poco color,
con la mitad de sentimientos.
Pero lo desastroso es vivir
a medias, amar a medias,
reír y emocionarte a medias,
casi todos los días de la vida.
PESAROSA Y TRISTE
Estoy todo el día como pesarosa
y bastante triste,
desprovista de coraje
porque me duele el silencio hiriente
con el que me saludaste,
la mirada fría
con la que me recibiste.
Humildemente me senté a tu lado,
para rescatar tu compañía,
acortar distancia,
pero tú no estabas,
seguías en el mutismo excluyente.
73
No me parece justo
el olvido que me impones
pero por mucho que te empeñes
no dejaré de buscarte, esperarte
y quererte.
74
MARÍA DEL MAR REYES FUENTES
EL ALMA DE LOS LIBROS
Es verdad que, en la actualidad, la gente lee poco. En general, los
hombres hojean las revistas de deportes y los periódicos diarios;
las mujeres leen sus revistillas del corazón, muy interesantes por
cierto, para estar informadas de la vida de todo el mundo mundial.
¿Pero y los niños, qué leen? Los niños están muy distraídos con
la televisión, con un amplio abanico de interesantes programas
culturales, dibujos animados muy instructivos, dicho sea de paso;
por otro lado las Nintendo o similares, con sus instructivos juegos,
que son capaces de absorberlos de tal forma que eres capaz de
olvidarte durante unas horas que tienes hijos en casa.
Creo que en todo esto estamos de acuerdo, pero también debéis
entender que somos los padres, los centros educativos y la
sociedad en general los que debemos instruir a los niños en la
75
lectura. No siempre es fácil, no siempre los niños son receptivos a
estos quehaceres, pero debemos intentarlo ¿no creéis?
Os voy a contar una pequeña historieta para que veáis que a
veces se pueden conseguir las cosas y no siempre es difícil.
Yo bajé una tarde a arreglar el cuarto trastero que se hallaba en
el garaje de mi casa. Mi hija decidió acompañarme para curiosear
todo el sinfín de cosas que por allí pululaban. Hacía mucho tiempo
que no entraba por allí y la verdad es que necesitaba un buen
arreglo. Las cajas se encontraban apiladas sobre estanterías; sin
abrirlas yo estaba segura de que la mitad del contenido de ellas no
servia para nada, pero allí seguían juguetes de mis hijos que ya no
funcionaban, pero que los guardaba como un gran tesoro, las
bicicletas, colocadas en un rincón a la espera que alguien con un
poco de tiempo las arreglara o las tirara de una vez... Mi hijita no
había bajado precisamente a ayudarme, seguía merodeando por la
habitación como si de un anticuario se tratara. Mirando cada
juguete, cada prenda de ropa que yo sacaba, intentando guardarse
cosas en el bolsillo. Mirando fotos viejas con personas que ella ni
conocía por su corta edad. En uno de sus merodeos su vista se
posó en una pequeña estantería donde estaban ordenadas unas
viejas revistas y un pequeño libro.
Mami, ¿qué son esos libros?
Son revistas que contienen algún cuento mío y mi primer libro.
¿Revistas con cuentos tuyos, cómo es eso?
76
A mí me encantaba leer. En los libros encontré muchas de las
ideas de mis cuentos. Me apuntaba a todos los concursos del
colegio, del instituto y así fue cómo esos relatos se publicaron en
esas revistas. El libro me lo regaló un viejo profesor que yo tuve
en Primaria y que me instruyó a la lectura.
¿Lo puedo leer?
Mi hija se sentó en el suelo, apoyada sobre la pared, mirando el
libro con curiosidad, leyendo con interés las páginas de aquel viejo
libro. Me transporté años atrás en el tiempo. Me recordó a mí
cuando tenía entre mis manos aquel libro, recordé el cariño que
por aquel profesor sentí. Abrí nuevamente mi mente a aquellas
páginas y leí. “El alma de los libros”
Era una pequeña biblioteca del colegio, visitada únicamente por
niños que buscaban alguna información en los ordenadores para
hacer las tareas o buscar en el diccionario algunas palabras para
realizar trabajos escolares. Pocas veces aquella biblioteca era
visitada por niños con ganas de leer el sinfín de libros que en las
estanterías se apilaban.
Una noche cuando la biblioteca se hallaba cerrada, se oyó un
ruido que interrumpió el silencio. Era un sonido suave, casi
imperceptible.
¿Hay alguien ahí? ¿Eh? ¿No me oye nadie?
Sí, estoy yo y mucho más ¿Quién eres tú?
Me llamo El alma de los libros,
77
¿Y vosotros?
Pues somos muchos: somos varios diccionarios, hay una
enciclopedia y cuentos.
Yo, como El alma de los libros, quería hablaros del gran
problema que nos acucia, quería deciros lo triste que estoy. Hace
mucho tiempo que nadie me toma entres su manos, necesito el
calor de los humanos y ellos ni se acuerdan de nosotros. Yo soy un
libro de cuentos con ilustraciones muy bonitas, pero parece que a
los niños pequeños les aburro, no soy capaz de distraerles y me
siento inútil.
Yo soy el diccionario, tengo montones de palabras, con distinto
significado, soy rico en vocabulario. ¿Y sabéis cuándo me abren?
Sólo cuando el profesor de turno les manda a buscar palabras muy
difíciles en mí. ¿Pero crees tú que cuando no entienden algo,
cuando no saben alguna palabra que han oído en la televisión me
buscan? ¡Qué va!, les da igual, prefieren seguir igual de
borriquillos.
La gente mayor dice que somos muy caros, pero no les importa
el dinero que cuestan las revistas del corazón y las de deporte, que
son nuestras desleales hermanas.
Yo he oído que cada año se hace una semana dedicada a los
libros, que se realizan actividades sobre este particular. Se hacen
las ferias de los libros, donde la gente puede adquirir algún libro
78
interesante. Todo ello es muy importante, pero nosotros seguimos
en estas estanterías esperando que algo cambie.
Yo soy El alma de los libros, en mí se puede encontrar una
lágrima, una sonrisa, una gran carcajada. En mis páginas está
impreso el devenir de los tiempos. En mí se halla la historia desde
lo más antiguo. Todo lo que ha acontecido y lo que acontecerá, en
mí está impreso. La vida de quien me escribe. Soy capaz de
cambiar las vidas de los personajes. Puedo hacer que el final sea
feliz o sea triste, o que el final lo escribas tú, con tu propia historia.
Yo soy el alma de todos, soy el pensamiento universal. Puedo
hacerte reír con mis letras o hacerte llorar recordando historias
pasadas. Mi autor varía su historia, pues yo guío su tinta y,
mientras me escribe, desgrana su propia vida, muchas veces sin
quererlo él mismo.
Soy todo eso, pero no sería nada si una mano no me tocase, si
no fijara en mí su mirada, si no desplegase mis páginas para
contarle mis historias, mis sentimientos, lo más profundo de mi
ser.
¡Pero, deja de filosofar y dime cuál es la solución!
Yo no lo sé, no depende solo de mí.
Yo creo que la solución pasa por las aulas, que los profesores
instruyan a los niños en la lectura, que en las casas lean con sus
padres, que les cuenten cuentos que les ayuden a imaginar. La
solución también está en los niños, que lean mucho para que nos
79
lean por las noches, en sus camas junto a la lamparilla, y les
llevaremos a lejanos países de los que no oyeron hablar nunca,
lucharán en grandes batallas para conseguir a la bella princesa,
serán capaces de alimentar a esos niños que los adultos no somos
capaces de dar de comer, conocerán gentes de distintas razas y
color, capaces de amar y de sentir como nosotros, les ayudaremos
a imaginar en lo más profundo del reino de los sueños.
Aquella noche fue larga en la biblioteca del colegio y ya había
amanecido cuando los libros ocuparon nuevamente su lugar en las
estanterías y nadie diría que habían estado charlando toda la noche.
El alma de los libros estaba sumida en un profundo sueño, cuando
la despertó un roce suave sobre sus páginas. Las manos del viejo
profesor la trasportaba por los pasillos hasta depositarla en las
cálidas manos de una niña.
Eso es mejor, creo que mi hija cerró el libro y me miró.
¿Esa niña eras tú, mamá?
Así fue cómo leí mi primer libro. Gracias a mi profesor sigo
leyendo, abriendo mi mente cada día, formándome.
Yo espero que con este cuento hayas aprendido algo y que, de
hoy en adelante, dediques un tiempo, aunque sea pequeño, a leer.
80
MIGUEL ÁNGEL LOBATO SILVA
CERRADO POR DEFUNCIÓN
Hoy no estoy para nadie,
ni siquiera para mí:
cerrado por defunción de mis ganas,
espere un minuto que no vuelvo.
Hoy mi jornada intensiva
empieza a las ocho
y acaba a las ocho,
mi media hora de desayuno
81
se alargará en almuerzo, merienda y cena
(o sea pensión más que completa).
Hoy comeré pan de anteayer
y el arroz pasado de mañana,
el pijama será mi traje de gala,
la televisión basura mi aliada.
Hoy es domingo toda la semana,
y ladra el perro
si al portero automático llamas.
Hoy mi contestador telefónico
te dirá: llame mejor nunca que tarde,
el número marcado puede que exista,
o deje su mensaje, no prometo nada.
¿La señora de la limpieza?
que mañana limpie dos veces,
¿el niño del butano?
que mañana deje dos bombonas...
lo dije al principio
82
y no estaba de broma.
Hoy no estoy para nadie,
ni siquiera para mí:
cerrado por defunción de mis ganas.
Disculpen las molestias.
Hasta mañana.
CIRCO MUNDANAL
Malabaristas de una melodía ficticia
que entretiene a la real e ilustre amargura
con cabras y elefantes a la pata coja.
Equilibristas de una apolillada tela
que siendo de frágil araña, te acompaña
hacia el sordo y mudo vacío del abismo.
Lanzadores de cuchillos con punta tuerta
que atinan siempre en la diana inocente.
Domadores que frustran los sueños de sus leones
83
con pastillas de diseño en su menú del día.
Magos con chistera que mienten al asombro
de un conejo negro pintado de blanco.
¡Qué más da, de donde proviene
la razón de este enigma terrenal!
insinúan a la voz de “carguen”,
¡qué más da, hacia donde se dirige
el guión de este bodrio mundanal!
mantienen a la voz de “apunten”,
¡qué más da, tras largas preguntas
mudas en su contestar!
impulsan a la voz de “fuego”
(el miedo, medita al aire libre en su declive,
bajo una ligera sospecha ausente de red)
tan sólo nos escuda el tiempo, arbitro juez,
figura voluble que en su evolución constante,
-tal vez- la faz de este circo permutará
la cara de este espectáculo demolerá.
84
LLÁMAME MATAGATOS
Llámame matagatos si quieres,
pero busca y comprueba que de veras está muerto,
tal vez ande hurgando en rincones con olor a queso
buscando a su amiguito el ratón desesperadamente,
tal vez su aliado el perro
corra tras él desquiciado,
cansado de juego de niños,
confundido ante crisis de huesos perrunos.
Llámame matagatos si quieres,
pero busca y comprueba que de veras está muerto,
tal vez se le nublara la vista tras la falda de una hermosa
gatita,
que se bajara del coche en aquella gasolinera
donde reposté, con la picardía –que tanto tú, como yo-
pondríamos en práctica en esos momentos , pues
“cuatro patas de gata jalan más que cien mil ratas”.
Llámame matagatos si quieres,
pero busca y comprueba que de veras está muerto,
pregunta al sepulturero felino si en las últimas horas
85
hubo algún entierro a nombre de un lindo gatito,
busca en las esquelas del diario,
en las chamusquinas del crematorio,
en el padrón de animales fallecidos del consistorio,
-o quizás justo debajo de tu cama-,
y aún así, si sigues sin encontrar nada,
-o quizás encontraras algo bajo tu propio lecho-
puedes seguir llamándome matagatos si quieres.
SI LA SUERTE
Si la suerte se para contigo a tomarse una copa,
no seas tú , quién le invite al primer trago,
que pague ella los numerosos y agrios plantones
que en el correr de los años supuso su vuelta.
Si te vende unas cien papeletas a precio de saldo
y con la eternidad como premio de escape,
si te vende la –modesta- vanidad
como perfecta sintonía de enganche,
si te engaña con castizas y amplias charlas
de que ya nada volverá a ser como antes,
tú créetelo mientras ella esté delante,
pues más sabe el propio ratón por “colorao”
que por haber nacido un simple ratón.
86
CONCHI CASTELLANO GARCÍA
QUÉ DECIR…
“Qué decir cuando no se sabe qué decir. Cuando todo ha
terminado y ya no queda nada. Sólo unos ojos que te miran
vacíos de todo. Recordar, no. Mirar atrás, ¿para qué? ¿Qué queda
entonces?”
Ya era muy tarde cuando volvió a casa. Ellos lo esperaban, su
mujer, los niños, la abuela. Cómo enfrentarse a la realidad sin
sufrir, sin hacerlos sufrir. Todo parecía tan dramático, pero es
que lo era. Lo es. “Mal de muchos consuelo de tontos”, pensaba
siempre, pero ya no ayuda a sentirse mejor. Ahora recuerda con
87
tristeza, y con cierta ironía, cuando decidieron que su mujer
dejara su trabajo para cuidar de los niños. Total, todo iba
fenomenal y con un sueldo bastaba. Él cuidaría de todos. Y
ahora ya no tiene con qué hacerlo.
Se sienta en un banco en el parque. Abatido. No quiere volver
a casa. No tiene ganas de repetir las palabras que ha oído miles
de veces a familiares, vecinos o amigos. No tiene ganas de ver la
compasión en sus caras, tal y como él la había mostrado cuando
estaba al otro lado.
La tarde ya ha caído y sigue allí, sin moverse, con la mirada
fija en ninguna parte, con lágrimas en los ojos, maldiciendo su
suerte. Se acordó de algo gracioso que le ocurrió el otro día,
intento reír, pero el llanto ahogó su risa. Llanto de niño
desesperado que espera el consuelo de su madre. Se cubrió la
cara con las manos y cerró los ojos, como si al cerrarlos pudiera
despertar de esa pesadilla que lo había atrapado en el submundo
de lo irreal. Entonces sintió que alguien se sentaba a otro lado el
banco y le preguntaba: ¿Jefe, esta usted bien?
Se quitó las manos de la cara y vio a un hombre de ropa rota y
sucia con el pelo enmarañado y una barba de meses, o incluso de
años, y se sintió asustado viéndose a sí mismo, quizá no en
mucho tiempo. Sintió miedo. Posiblemente estuviera
exagerando, pero sólo se necesita tiempo. Dentro de poco se
acabaría lo que tenían ahorrado y luego exprimirían a la abuela
88
hasta que ya no se pudiera más. Y luego... Luego caritas, el
desahucio y la mendicidad. Las letras de la casa irían llegando
una tras otra, fieles todos los meses, sin fallar ni una. El iría al
banco a pedir, a suplicar, para nada. Lo sabía, pero daba igual,
iría, tenía que ir. Formaba parte del ritual, el ritual que había
impuesto el sistema, y pensó, el sistema te crea y él mismo te
destruye.
El hombre seguía mirándolo, pero él no podía contestar, así
que salió corriendo hasta que paró en seco por una idea que se le
había ocurrido. ¡Claro, como no lo había pensó antes! El seguro
de vida. Esa era la solución. Si él moría, su familia viviría, no
había otra solución. Ahora su preocupación pasó de no tener
trabajo a solucionar la manera en la que morir. Al contrario que
el primer problema, en este tendría que ser rápido, sin pensarlo
demasiado. Cuanto más lo pensara, más dudaría, y no podía
permitirse dudar. Su familia lloraría, por supuesto, lo echarían de
menos, pero las penas con pan son menos. Tenía que ser algo
rápido. Al final, decidió ir al puente de las afueras. La carretera
de abajo está muy transitada, si no lo mataba la altura, un coche
terminaría el trabajo. Así de sencillo. Así de limpio. Así de cruel.
A la mañana siguiente, una familia destrozada y un pequeño
espacio en un periódico local.
89
REFLEXIONES
Mis pies crecieron mojados en tus playas y sobre tu arena. El
olor a salitre llenaba mis pulmones y el levante peinaba mis
cabellos enredándolos con mi cara morena por el sol. Cuna de
infantiles recuerdos, añoranza de un pasado lejano por el tiempo.
La leve luz de tu atardecer deja una pequeña estela dorada
sobre el mar y las olas se elevan coronadas por una suave cresta
de espuma blanca. Mientras, el sol, convertido en una gran bola
roja que lanza sus últimos destellos, nos anuncia que el día por
fin llega a su conclusión y se esconde tras el horizonte.
Con los ojos cerrados, dejo que en estos últimos instantes del
día la brisa abrace mi cuerpo cansado, sintiendo su dulce caricia,
bravo en invierno. Océano abierto que trae el aroma de otras
culturas, de otras vidas, de otras historias. Piélago azul
confundido con el cielo, testigo mudo de marineros en noches
tranquilas.
Inviernos de playas solitarias, mar enfurecido y olas que
chocan con toda su furia contra las rocas del malecón.
90
LA MEMORIA ESTA EN LOS BESOS
Sentada en el jardín pasa las horas. Su pelo blanco y su mirada
perdida en infinito ven pasar el tiempo sin prisas. El sol templa
su rostro mientras espera... no sabe qué, ni a quién. No lo
recuerda. Busca en lo rincones de su mente algo que le haga
reconocer lugares, gentes, su nombre. Sabe quién es, pero sigue
sin recordar su nombre. Lleva años luchando para mantener su
identidad, pero los recuerdos, con el tiempo, se alejan sin
remedio. Siente cómo se va haciendo cada vez más invisible para
ella misma. Sabe que ha iniciado el camino de la sinrazón.
Desde hace tiempo lucha con todas sus fuerzas para buscar en
rincones de su mente imágenes que le trajeran a la memoria
recuerdos de sus seres queridos, pero estas imágenes
desaparecen al igual que ella. Se cubre el rostro con las manos y
llora. Está asustada. ¿Qué pasará cuando ya no recuerde?
Decía el poeta que “la memoria está en los besos” porque los
besos nunca se olvida. Quizá esa sea la forma de recordarlos, a
través de los besos que le dieron, y de los que no le dieron. ¿Y si
ya no hay más besos?, y si,¿ya no hay nada más?
Levanta su cara y mira al sol. Éste reconforta su cuerpo. Cierra
los ojos para atrapar su calor. Cuando los vuelve a abrir un señor
esta junto a ella. La besa y entonces, recuerda el cálido y húmedo
tacto de sus labios en su mejilla, y se alegra de recordar quien es
91
ese beso. Por un instante se siente feliz, sabe que llegará un
momento en que no sabrá quien es él, pero, está segura de que él
siempre sabrá quien es ella.
LA LUNA ENAMORADA
La luna tiene un secreto
Y no tiene a quien contarlo
Tiene un joven que le mira
Y que ella se ha enamorado
La luna sueña con tener
Carne y piel de mujer,
El joven, ser cometa en el cielo
Para rozar su piel de hielo.
UNA PLAYA
Una playa
Un barco se aleja
Lágrimas que lloran su pena
Una gaviota sobre
El horizonte violeta
92
Entre el cielo y el mar
Grita su queja
Entre la playa y el cielo
Recuerda su pena.
EL MAR
Recordar significa haber memorizado,
Haber grabado imágenes en la mente
Y en el corazón, y en el alma
Significa haber vivido, haber amado
Y haber querido
No hay recuerdos buenos ni malos
Sólo sueños de un pasado
La memoria es pasado
Fantasma del presente
Pero recordar también significa
No haber perdonado
Haber sufrido, haber luchado,
Y a veces,
haberse rendido.
93
MARÍA DEL CARMEN DOMÍNGUEZ DOMÍNGUEZ
AÚN RECUERDO
Pregunté si podía quedarme con aquellos juguetes que iban a tirar a la
basura.
Mi madre me indicó que guardara silencio mientras ella
terminaba de limpiar la habitación de los niños.
La señora de la casa, que llevaba un collar de perlas gruesas
rodeando su cuello, me miró desde arriba y me acarició la cabeza.
El niño apareció de repente y me arrancó de las manos una
muñeca manca diciendo que era la favorita de su hermana.
94
Nunca he podido olvidar su mirada de desprecio. Ni siquiera
ahora que lo tengo frente a mí, esposado.
ESCRIBIENDO UN CORREO
Mientras te escribía un correo, el ordenador se tragó la palabra
confianza.
Después se comió futuro. Las reescribí y nuevamente
desaparecieron en sus insaciables tripas de plástico y metal. Busque
sinónimos pero el muy canalla los reconoció de inmediato y los
borro. También se comió pasión, deseo, mirada, ternura y
admiración. Corrí a la tienda pero no encontré ningún antivirus, ni
ningún antídoto para nuestro desamor.
EL OTOÑO NO ES TRISTE
El otoño no es triste cuando es un bosque de robles, castaños y
liquidámbares. Un liquidámbar está amarillo. Otro tiene el follaje rojo
y otro está ya casi desnudo.
Una parte de la naturaleza permanece inmóvil para que otra
parte adquiera su identidad real. Cuando yo permanezco, el resto
actúa. Cuando yo actúo, el entorno se paraliza.
95
Cae una hoja, balancea suave, imprecisa. Las ramas más
pequeñitas se mueven un poco, casi no se percibe. Y otra hoja cae,
por la brisa. Un pajarito que estaba camuflado se evidencia al volar
hacia una rama más alta. Esta asustado. Las hojas de los árboles se
mecen.
Un roble enorme tiene la presencia de un abrazo. Otra hoja
cae con pereza lisonjera, y otra más. El pajarito asustado se va. Más
brisa suave. Otro pajarito llega. El suelo cruje con las hojas secas.
Algún habitante del submundo se desplaza entre la hojarasca ,
o será la fricción que las hace crujir. Una piña cae vertiginosamente
cumpliendo con la ley gravitatoria. Por el ruido, se diría que el árbol
se está resquebrajando, pero es la piña en los sucesivos choques con
las ramas en su descenso la que protagoniza este escándalo.
El paisaje completo permite descansar. No fustiga con
estímulos. Recoge los pensamientos. Apetece mirar y descansar.
Un animalillo se mueve y todo parece detenerse. El alrededor
conoce el espanto. Toda vida mínima se esconde. Los más pequeños
inspeccionan el entorno, muy atentos al inminente peligro,
respondiendo a los instintos de supervivencia.
El sotobosque esta revuelto. Alguien se llevo las setas por los
tallos que están cortados con un cuchillo. Huele a moho y a humedad
de varios días. Se descomponen las hojas, la corteza, la maleza y
cuantos restos vegetales y animales pilla por ahí ese fenómeno
extraño y preciso del compostaje. Un proceso impecable de reciclaje
96
que retorna a la vida todo el material que muere. En breve, será
abono para plantas, con sus flores y frutos y hojas tiernas.
Cuando la vida se manifieste en primavera, el proceso que
habla de la vida, de la esperanza, dará a entender que nada se ha
perdido.
La vida se las apaña, infatigable, para vivir, sin desencajes ni
contradicciones. Existen la vida y la muerte, simultáneamente, en un
ciclo lógico y fuerte. En un devenir imprevisible. Eternamente.
Imprevisible la vida. Imprevisible la muerte.
UN TÉ
Al abrir la puerta se arrojó a mis brazos y me besó apasionadamente.
Pasa, dijo sonriendo. Ven a la cocina, estoy preparándome un té,
¿quieres uno?
No, gracias, no tengo mucho tiempo, musité.
Ella me miró sorprendida. ¿Ocurre algo?
Solo he venido a decirte algo, murmuré sin atreverme a
mirarla.
Está bien, siéntate, dijo nerviosa. La bolsita de te aguardaba
en la taza vacía, con la etiqueta colgando con desmayo por encima
del borde.
Te dejo, eso es todo.
97
Me miró incrédula, pero mi gesto daba a entender claramente
que no mentía, que no era una broma.
Ella, con los codos apoyados sobre la mesa, se sujetaba la
barbilla con las manos. Las lágrimas empezaron a resbalar con
tristeza, desprendiéndose de sus ojos como si se arrojaran al vacío. Y
con la misma suavidad comenzaron a caer dentro de la taza que
seguía sobre la mesa con la bolsita de té aguardando.
Cuando me marché, la bolsita flotaba ya en un mar salado y
muerto.
GUARDIÁN DE PALABRAS
Guardián celador de las palabras,
compañero de celda literaria
abre tu mente y tu corazón
deja que se derramen las ideas
como cascadas cristalinas al papel.
Que la tristeza inunde la página,
que la alegría destaque la belleza
y ese sentir escrito
conviertan el calabozo de tus noches
en poemas al amanecer.
PASEANDO LA SOLEDAD
98
El gris del cielo abraza
la soledad, único vestido de mi piel.
La playa desierta por la lluvia
lleva mis pasos esta mañana
hacia un horizonte incierto,
lleno de brumas y melancolía
donde se encuentra mi alma.
Una gaviota desolada
rompe mis pensamientos domeñados
por sentimientos amargos.
Vuelvo los ojos buscándote
viendo la humedad latente del aire
como única compañera.
No tiene el mar color alguno,
plomizo, apagado y difuso,
perdiéndose en su interior
hasta el murmullo de las olas.
Las huellas en la arena
hacen real la presencia
de mi deseo incipiente,
99
dejar la melancolía en el aire
y seguir recordando tu presencia.
VOLVER A EMPEZAR
Cuando lo ruin llega a tu puerta
apoderándose de la creatividad,
nuestras ideas se agrietan
y le crece musgo al pensamiento.
Entonces...
¡hay que volver a empezar!
Cuando las ventanas aún lloran el invierno,
un once de marzo, el duelo me llenó el alma.
La realidad ensangrentada y muerta,
palideció mi vida.
Entonces…
¡Hay que volver a empezar!
Cuando se nos escapa la vida por la boca
el dolor se nos hunde en el pecho,
mientras la ira se apodera del mundo
dejando miles de cuerpos rotos,
Entonces…
100
¡hay que volver a empezar!
Cuando tengamos las almas agitadas,
y los hilos de la vida enmohezcan las costumbres,
debilitando las bases de nuestra existencia.
Entonces…
¡hay que volver a empezar!
Y siempre que la vida se nos escape,
entonces…
¡hay que volver a empezar!
(En memoria de las victimas del 11 de Marzo. 2004)
101
JUAN JOSÉ GONZÁLEZ CASTELLANOS
TITO, TITO
Cabo del ejército era su tío. Le dio un día la picá de ir a ver a su
hermana a la que nunca visitaba.
-Paca, no vea como ha crecido el niño éste. Está hecho todo un
porrulo.
-Mañana voy al trabajo a la base, si quieres me llevo al niño.
-Enga, enga, tito, yo quiero ir.
102
-Mulo, mañana voy a conocer a los dueños der mundo, los que
terminaron con los comunistas esos.
-Fran, ¿quiénes son esos comunistas?
-Mi pare ma dicho que son unos demonios con cuernos, rabos,
asesinos criminales con barbas. Ma dicho mi tío que hay un montón de
americanas, que comeremos hamburguesas, veremos los aviones de
guerra, además, compraremos cosas. Anda que no veas lo bien que me
lo voy a pasar.
-Fran, dile a tu tío si yo puedo ir también, que yo nunca he estao.
-No, ma dicho mi tío que solo yo puedo ir, que la seguridad es muy
estricta.
Su madre le preparó unos zapatitos arreglados, un polito de vestir,
pantaloncitos de pinza. Cuando Fran vio aquella ropa, no dijo ni pío.
Su madre también le dio 300 pesetas.
-Guárdatelas bien. No las vayas a perder.
Asiéndolas fuertemente, se las metió en el bolsillo sin soltarlas.
Su tío llegó con una hora de retraso, con un aspecto que dejaba
mucho que desear.
-Afú, qué tarde has llegado, tito.
-Sí que llego tarde. Si no fuera porque he tenido que desviarme pa
recogerte, ya estaría en la base.
El cochecito de su tío era una verdadera pocilga. Lleno de latas
vacías, toallas usadas, botes de aceite, cajas de comida rápida,
herramientas, trapos llenos de grasa o dios sabe qué. El cenicero estaba
103
hasta la bandera, la tapicería quemada. Pero había un detalle de clase
superior en la esquina del pasajero, un fragante ambientador ambipur.
El aspecto exterior del Ford Scort era igual que el interior:
parachoques abollados, techo descascarillado del oxido, espejos
pegados con cinta de carretero, ruedas desinfladas sin los tapa cubos,
mierda, más mierda y mierda.
Su tío no tenía nada que desmerecer al coche: pelo largo desaliñado,
barba de 3 días, zapatos sucios sin calcetines, uñas negras, camisa
abierta y, en el pecho, un buen cordón de oro con la cruz de Calatrava.
-El coche necesita un limpiaíto, pero como no tengo tiempo… Pero
ma salió más bueno. Con 13 años que tiene, no me sa estropeao ni una
vez.
-Francisquillo, no vea la noche que ma pegao. To la noche dale, que
te dale. No veas cómo ma puesto, ¿Y tu chaval? ¿Tú, na de na?.
Como Fran seguía callado:
-¿Que na de na? ¿No?
Cuando se acercaban a la base pararon para que su tío se pudiera
cambiar y ponerse el uniforme de militar, que, cómo no, siempre
llevaba en el maletero.
La uniformidad estaba acorde con el vehículo y el individuo, o sea,
zapatos cuarteados, de los que nunca han visto una capa de betún, ya
que siempre han sido pintados a pistola, pantalones de un azul
blanquecino amanchonados, con los bolsillos laterales descolgados,
104
camisa de manga remangada, sin botones y llena de manchones, y algo
parecido a una teresiana, le cubría la cabeza.
-La ropa de trabajo siempre en el coche, nunca sabes lo que te puede
pasar.
La entrada en la base fue triunfal para Fran: calles anchas, semáforos
colgantes, tuberías humeantes, postes eléctricos de madera, muchos
coches americanos, militares gordos que recogían basura, españolitos
cortando los hierbajos, gente paseando, correr de americano loco…
-Tito, tito, ¡mira un Camaro! ¡Un Chevrolet! ¡Un Mustang del 65!
Fú, tito, no tiene que gastar eso gasolina, ¿no?
-No importa, como la gasolina le sale tan barata.
Aún no habían visto nada de lo prometido.
-Tito ¿ondi vamos?
-Vamos a ver a los compañeros del club de suboficiales.
En un edificio destartalado, que ya hacía mucho tiempo que había
tenido su mejor época, se reunían los amigos del tío de Fran.
-Tito, tito ¿cuándo vamos a ver los aviones?
-Ahora, ahora, pesao.
Un grupo de militares que se encontraba en una de las esquinas,
saludó. Pronunciadas barrigas, todos con esa misma uniformidad
despareja que tienen los ejércitos pobres y vencidos. En sus manos,
copas de diferentes brebajes.
-Luis, pon una tostadita con colacao para el niño. Pa mí un cafetito
con una copita.
105
-Tito, tito ¿cuándo vamos a ver los aviones?
-Ahora, ahora, pesao.
Mezcló la copita con el café y se la bebió. Al momento, ya tenía otra
sobre la mesa. Se la sirvieron sin preguntar, y, de un latigazo, hizo el
mismo recorrido. La siguiente, le preguntó Luis, el camarero.
-¿Te pongo mejor una cervecita?
-No, que es muy temprano.
Mientras, Fran daba cuenta de las tostadas con colacao, sentado en un
sofá con más polvo que un escayolista.
-Tito, tito ¿cuándo vamos a ver los aviones?
-Ahora, ahora, pesao.
Todos empezaron a fumar a la vez, creando un ambiente cargado,
parecido a la niebla londinense.
-Tito, tito ¿cuándo vamos a ver los aviones?
-Ahora, ahora, pesao.
A media voz.
-Me cago en to lo que se menea. Si lo llego a saber no te traigo. No
está pesao el niñato éste.
Fran, cansado, se puso a deambular por el salón del club sin saber
qué hacer. Miraba la tele, la ventana. Volvió a su tío.
-Tito, tito ¿cuándo vamos a ver los aviones?
-Ahora, pesao. Hijo, no ves que estoy ocupao.
Al rato Luis preguntó:
-¿Le pongo una cervecita al niño?
106
-Hombre, Luis, que el niño no puede tomar alcohol, como se entere
su madre no vea la que me forma.
-Tito, tito, yo lo que quiero es ir a ver los aviones.
Toda la mañana trabajando. Después de las cervecitas, pasaron a los
cubatas
-Tito, tito ¿cuándo vamos a ver los aviones?
Su tío ya directamente ni contestaba, mirándolo transparentemente.
Sobre la 1,30, tras una dura jornada de trabajo, su tío entró en la
cocina, saliendo con una bolsa de basura que, rápidamente, la metió en
el maletero del coche.
-Tito, tito ¿cuándo vamos a ver los aviones?
-Ahora, ahora, ahora, pesaito. Ahora sí que vamos.
Se despidió de los colegas de trabajo, que también hacían mutis por
el foro.
Con el coche, pasaron por la pista de aterrizaje donde estaban los
aviones, rodeados por una valla tan alta que hacía muy difícil su
visibilidad, y su tío enfiló hacia la salida.
-Tito, tito, yo quiero ver los aviones.
Habían pasado el control como el que no tiene intención de saludar,
de largo, mirando hacia otro lado.
De vuelta, la misma operación de cambio de vestimenta. En ese
mismo momento pasaba un avión de esos grises con una inmensa
panza.
-Fran. Fran, mira el avión, que te lo vas a perder.
107
Sacando la cabeza por la ventanilla miraba mientras con la mano
saludaba.
Al pasar por un muro vio escritos de mala manera lo siguiente:
“Yanquis go home”. “No a la guerra”. “Fuera aviones preñados de
muerte”. “Te quiero Carmen”. “MakikoSafari”. “Eres la razón de mi
existir (L)”. “Maicamen y Migue”.
Mientras, su tío decía:
-Comunistas, carne de cañón envidiosa. Hijos de mala madre.
Cuando cambie la tortilla ya tengo fichao a más de uno, estos serán los
primeros en caer, le cortamos el pescuezo como a los pollos.
Llegaron a casa sobre las 2.30 de la tarde. Lo estaban esperando,
expectantes, su madre y el mulo, su amigo. De la bolsa negra, su tío
sacó 2 rollos de papel de baño y un mistol.
-Esto un regalito pa tu madre. Dale recuerdos. Adiós, nos vemos otro
día.
- Toma, omá, me lo ha dado el tito pa ti.
-¡Qué bueno es tu tío! Siempre se acuerda de mí, igualito que tu
padre.
Esperando la comida, el mulo lo interrogaba y su madre lo escuchaba
atentamente.
-Cuenta, Fran, cuenta.
-Nada más entra en la base, todos los militares se pusieron firme,
saludando a mi tío, como si fuera un capitán general. Aquello parecía
América, con avenidas muy grandes, semáforos colgados, coches
108
como en las películas, con un montón de camiones de bomberos. Mi
tío me llevó al Club de los americanos, que estaba lleno de pantallas de
televisión, echando un montón de partidos de baloncesto con unos
negros muy negros, máquinas tragaperras y un camarero español muy
simpático que le preguntó al tito si quería tomar algo, el tito se tomó
un coca cola, como tenía que conducir…
-Tu tío siempre tan precavido. Igualito que tu padre.
-En el bar estaba una pelirroja muy pelirroja, con las cejas pelirrojas,
toda llena de pelos rojos, un cochinito de engorde pelirrojo. También
mi tío me llevó a ver jugar a los bolos, pero como estaba petao, nos
fuimos a la tienda, donde compró 2 cartones de winston para un
amigo, 3 pantalones Levis, unas gafas de sol de piloto americano y un
zippo. En el aeropuerto vimos los aviones de guerra, además, el tito
me invitó a comer una hamburguesa americana con Dr. Pepper. Los
americanos son todos más simpáticos y graciosos… Siempre están
comiendo y bebiendo, diciendo “excuxme”. Pero lo mejor, las tías,
rubias delgaditas, simpáticas todas, intentando entablar conversación
con mi tío. Nos fuimos al jin y nos comimos un helado. Mulo, qué
grande son los americanos. Lo bien que me lo he pasao.
-Fran, la siguiente vez, ¿puedo ir yo?
-Omá, la comida que tengo hambre.
-Qué niño más impaciente éste.
109
R E C U E R D O S
Charo Cerpa
EL MAR estaba en calma en la superficie, pero se notaba que en el
fondo había movimiento. El rompeolas era brusco y rugiente, tenía
un color beige agrisado, triste. Había llegado el fin del otoño, y
con él, los días cortos y melancólicos.
Yo estaba delante de la ventana, sentada en mi sillón tan
ricamente, y, la verdad, nostálgica, feliz. Veía algunos paseantes
dispersos que parecían como gaviotas solitarias, titubeantes. Sentía
el olor del café que venía de la cocina, pronto desayunaríamos.
Hechizada por el sentimiento de quietud y de paz, me acordé de mi
niñez en estos días de entrada del invierno. Aunque no vivíamos
en un sitio tan maravilloso, las mañanas de domingo eran
110
sensacionales, todos los hermanos alrededor de la mesa, esperando
el desayuno. Por ser día de descanso (no había cole) eran
especiales. Podía recordar el olor del bizcocho que hacia mi madre
y de esos roscos de nata, aquellos que tanto me gustaban. Luego
vendrían los primos y jugaríamos hasta la hora del almuerzo.
Hacía tanto tiempo… Mi madre ya no estaba, se había ido,
como se va el tiempo, rápido, como nos iremos todos, como se
había ido el otoño.
¿En que piensas?, me preguntó mi compañero sirviendo el café.
¡¡Qué olor más bueno!!
111
José Antonio Herrera Márquez
FRANCISCO Y LA CARACOLA
Érase una vez un niño llamado Francisco, que tenía tres años. A
Francisco le gustaba mucho revolver todas las cosas que
encontraba en la habitación de su tía Mari.
Un día, cuando estaba buscando por la habitación, encontró una
caracola muy grande, más grande que su mano. Le preguntó a su
tía dónde había encontrado la caracola, y ella le contestó que era
una caracola que había encontrado en las playas de Rota.
-Ponte la caracola en la oreja, y verás cómo puedes escuchar el
sonido de la playa- le dijo su tía.
112
Francisco le hizo caso y ¡vaya sorpresa! Era cierto que se
escuchaba la playa.
-¿Por qué se escucha la playa, tita? ¿Hay una playa dentro de la
caracola?- preguntó Francisco.
-Sí, hay una playa dentro- le respondió su tía entre risas- Y,
ahora, venga, deja la caracola en su sitio y ven abajo, a la cocina, a
merendar.
Francisco y su tía se fueron a merendar, y comieron muchos
dulces y pasteles. Cuando hubieron acabado la merienda,
Francisco le dijo a su tía:
-Tengo mucho sueño tita, ¿puedo dormir la siesta en tu
habitación.
- Claro que sí- le respondió su tía.
Así que Francisco se fue a la habitación de su tía, pero en
realidad no quería dormir, sino que quería comprobar si había una
playa dentro de la caracola o no. Después de un rato dando vueltas
a la caracola, ya no sabía cómo abrirla o cómo entrar, así que cerró
los ojos y pidió un deseo:
-Deseo entrar en la caracola y ver la playa que hay en el fondo-
dijo en voz muy baja.
Y, de repente, Francisco comenzó a encoger y a hacerse cada
vez más pequeño, y más pequeño, hasta que fue tan pequeño que
cabía por la caracola.
113
Sin dudarlo, entró en la caracola y se dirigió hacia el fondo de
la misma. Todo estaba muy oscuro, y el camino iba haciendo una
curva. El sonido del mar y de la playa era muy intenso dentro de la
caracola. Al doblar la curva, Francisco vio que al final del camino
había una luz, así que corrió hacia ella.
Cuando llegó al final, vio la playa más bonita que había visto
nunca. El agua de la playa era de un color turquesa, la arena era
blanca, había estrellas de mar por todo el fondo del agua, había
palmeras llenas de loros de muchos colores y de otros pájaros.
Francisco salió a la playa, y comenzó a crecer de nuevo, hasta
llegar al tamaño que tenía antes de pedir el deseo. Corrió por la
playa y se metió en el agua. En aquel momento, un gran cangrejo
naranja, igual de grande que él, se le acercó y le saludó:
-Hola, soy el cangrejo Juan.
-Hola cangrejo Juan, yo me llamo Francisco.
-¿Es la primera vez que vienes a esta playa no?- preguntó Juan-
Estás en la playa mágica. La gente cree que estamos dentro de la
caracola, pero la caracola sólo es una puerta que conecta esta playa
con el otro lado, con el mundo donde tú vives. Puedes quedarte
aquí todo el tiempo que quieras.
-Pues quiero quedarme aquí para siempre- dijo Francisco.
Ambos rieron y comenzaron a jugar por toda la playa durante
horas. Hicieron castillos de arena, muñecos de arena, nadaron en el
agua, jugaron a tirarse tierra, subieron a las palmeras, hicieron
114
carreras por la playa… Francisco lo estaba pasando tan bien con su
nuevo amigo Juan, que se había olvidado de que su tía y su mamá
estaban al otro lado de la caracola.
Cuando se cansaron de jugar, Francisco se acordó de su familia
y tuvo ganas de volver a casa. Se lo comentó a su nuevo amigo:
-Juan, tengo ganas de volver a casa, pero soy demasiado grande
para pasar por la caracola.
-No te preocupes por eso, Francisco, yo conozco una forma de
hacerte pequeño y poder volver por la caracola. Es muy fácil, sólo
tienes que comerte la aceituna mágica que está en la cueva que hay
al final de la playa. Cuando te la comas, volverás a ser pequeño y
podrás regresar a casa.
-Gracias amigo Juan,- le dijo Francisco, y le dio un fuerte
abrazo- voy a buscar esa aceituna y a volver a casa, hasta luego.
Francisco dejó a su amigo en la playa y se dirigió hacia el final
de la misma, hacia la cueva, en busca de la aceituna mágica. Al
llegar a la puerta de la cueva, vio que dentro estaba muy oscuro y
le dio miedo entrar. Se puso a llorar porque no podía volver a casa
sin comerse la aceituna, pero le daba miedo entrar a buscarla.
Cuando estaba llorando, vino una luciérnaga más grande que él,
que le había escuchado llorar.
-Hola niño, soy la luciérnaga Pepita, dime ¿por qué lloras?
Francisco le explicó el porqué, y ella le sonrió.
115
-No te preocupes niño, yo te ayudaré.- La luciérnaga encendió
su culito como si fuera una lámpara, y entró en la cueva. –
Sígueme- le dijo a Francisco.
Francisco la siguió por toda la cueva hasta que llegaron al final,
donde había una mesa en la que sólo había una aceituna: la
aceituna mágica.
Salió corriendo hacia la mesa y se comió la aceituna de un solo
bocado
-Qué fuerte está- dijo Francisco al notar el sabor de la aceituna.
De repente, comenzó a hacerse muy pequeño, cada vez más. Y
se dio cuenta de que siendo tan pequeño no podría llegar hasta la
caracola, que estaba muy lejos.
-Móntate en mi espalda, niño, que yo te llevaré hasta la caracola
para que puedas volver a casa- le dijo Pepita.
Así lo hizo Francisco, y fueron volando hasta donde estaba la
caracola. Al llegar, Francisco se bajó de la espalda de Pepita y vio
que su amigo Juan había ido hasta la caracola para despedirle. Juan
y Pepita le dieron un abrazo a su nuevo amigo Francisco, y le
desearon mucha suerte.
-Os echaré de menos- les dijo Francisco.
-Nosotros también te echaremos de menos, Francisco, pero no
te preocupes, cada vez que quieras decirnos algo, puedes hacerlo a
través de la caracola, aunque no podamos contestarte, sí podremos
116
oírte desde la playa. Nunca te olvidaremos- le dijo Juan con
lágrimas en los ojos.
Todos estaban llorando porque se tenía que ir, pero estaban
también muy contentos por haber hecho nuevos amigos.
Adiós amigos- dijo Francisco mientras entraba de nuevo en la
caracola.
Al llegar al otro lado, comenzó a crecer de nuevo, y todo estaba
tal y como lo había dejado al irse. Se acostó en la cama de su tía,
recordando todo lo que había vivido ese maravilloso día. Al poco
tiempo entró su tía en el cuarto.
-Francisco, ¿cómo te encuentras? ¿Has dormido bien?- le
preguntó su tía Mari.
-Sí, tita, he dormido muy bien- le respondió Francisco riéndose.
Desde aquel día, Francisco les decía cosas a sus amigos todas
las tardes a través de la caracola, y era muy feliz porque sabía que
sus amigos podían escucharle.
Según cuentan, todas las caracolas de las playas de Rota son
mágicas, y cada una es una puerta a una playa mágica y especial.
Eso es lo que cuentan, Francisco descubrió una playa mágica
pero… ¿Descubrirás tú otra?
117
UN VIAJE EN TREN
Hoy me espera un día duro. Primero treinta minutos en el coche y
luego una hora y media de tren para llegar a Sevilla al congreso.
No me apetece ir a ese estúpido congreso, no necesito exponer mi
trabajo delante de todos esos ignorantes que no sabrán apreciarlo.
Lo peor de ser profesor de universidad es que tienes que asistir a
este tipo de eventos de vez en cuando. Odio estar rodeado de
ignorantes y aduladores; creo que pronto dejaré el trabajo, ya no
me llena, creo que nunca me ha llenado.
Al salir de casa estaba lloviendo y me he mojado bastante
porque ayer tuve que aparcar el coche lejos de casa, los malditos
vecinos parecen necesitar dos o tres coches por cada familia, y
ocupan toda la calle. Encima he tenido que conducir hasta la
estación de tren con una visibilidad penosa.
He tardado un poco más de lo normal y he llegado justo a
tiempo para subir corriendo al tren. ¡Maldita sea! Estoy sudando, y
la humedad de la lluvia no mejora mi situación; al menos mi ropa
se ha secado. Espero poder avanzar un poco- por el camino a
Sevilla -con el nuevo artículo que estoy escribiendo.
Mi día mejora por momentos. Cuando he llegado a mi sitio
había otro tipo sentado, parecía estar muy acaramelado con la
muchacha que se sentaba a su lado, supongo que son novios y no
118
se las ha ocurrido comprar los puñeteros billetes a la vez. He
decidido sentarme al otro lado del pasillo, al menos es de los
asientos que tienen una mesa para poder apoyar mi portátil, y así
podré ir avanzando con el artículo. Otra de esas estupideces que te
obligan a hacer cuando eres profesor de universidad: escribir
artículos y publicarlos; aunque en realidad no tengas ningún tema
interesante del que hablar. No recuerdo porqué elegí este maldito
trabajo.
El imbécil que me había quitado el sitio se lo acaba de ceder a
una señora mayor como si fuera su sitio, pero ¿quién se ha creído
que es para ceder un sitio que ni siquiera es suyo? Esto es el
colmo, y encima él y su novia se han puesto en los asientos de
enfrente mía, justo al otro lado de la mesa.
No paran de molestar. Intento concentrarme en el artículo, pero
me es imposible. No paran de besarse, de acariciarse. No paran de
hablar en susurros y de reír; odio el sonido de sus susurros, es algo
horrible. No consigo escribir ni un solo párrafo sin que estos dos
ineptos me interrumpan con una de sus estúpidas y molestas
risotadas.
Estoy cansado de esto. Me he levantado bruscamente y ambos
me han mirado con cara de asombro. Les he mirado a los ojos y he
sacado la pistola. Sus caras reflejaban pánico, pero no podían
articular palabra. Le he disparado a él en la frente, y creo que era
un grito ahogado lo que ella iba a soltar justo antes de que girara la
119
pistola hacia ella y disparara justo en el corazón, una, dos, tres
veces… he seguido disparando hasta vaciar el cargador de mi
pistola. Mientras, el resto de los pasajeros del tren corrían y
gritaban huyendo despavoridos hacia los otros vagones.
Paz. He sentido una paz inmensa, incluso a pesar del alboroto
que se ha formado. Paz, nunca me había sentido así.
Alguien ha debido tirar del freno de emergencia porque el tren
ha empezado a detenerse en medio de la vía. He caminado hasta la
puerta más cercana sin cruzarme con nadie, deben de estar todos
en la otra punta del tren esperando para salir. El tren se ha parado y
he bajado, no tengo prisa, ya no voy a ninguna parte en concreto,
no necesito ir a ningún congreso, no necesito escribir ningún
artículo, no, hoy no. Hoy me siento bien, me siento en paz. El Sol
me ha acariciado la cara mientras bajaba del tren, ha sido una
sensación muy agradable. He mirado hacia el tren y les he visto a
los dos, la sangre salpicaba los cristales y los asientos. ¿Habría de
sentirme mal por lo que acababa de hacer? Yo nunca me había
sentido mejor que en este momento. Di la espalda al tren y
comencé a andar campo a través sin dirección alguna en mente,
con tan solo la paz que me embargaba y el Sol dando en mi cara. Y
he caminado… y he seguido caminando.
120
F I C H A S D E A U T O R E S
MARÍA DEL CARMEN MERINO RAMOS
Nacida en Rota en 1967. Desde pequeña escribía poesía y compartía en el colegio relatos cortos. Participó en certámenes y colaboró en una recopilación de obras literarias. Desarrolló en el Centro Cristiano Puerta del Cielo, al que asiste desde los dieciocho años, guiones para un programa de radio en 103 FM del que era locutora. Ahora dirige un grupo de mimo, elaborando la narración de voz en off de los audios. Como monitora de animación infantil colaboró en el guión y en la canción para títeres, y realizó cuentos infantiles. Se tituló de educadora infantil con honores en I.E.S Arroyo Hondo y en su trabajo como educadora componía canciones infantiles.
MANUEL JESÚS HELICES PACHECO
Soy natural y vecino de Rota. Trabajo como maestro en el colegio de educación primaria "Maestro Eduardo Lobillo". Allí llevo trabajando cinco sexenios, unos treinta años. Por otro lado, me interesa la política desde la vertiente amateur, no como afición, sino como actitud personal de compromiso social en mi comunidad. Llevo muchos años involucrado en la organización política de Izquierda Unida. Hoy en día, soy concejal en el ayuntamiento de mi pueblo por esta formación política.
TERESA SANDERSON BERNAL
Nací el 04-10-1961 en la Base Naval de Bethesda, Washinton D.C. Mis padres me trajeron a España cuando yo solo contaba dos añitos, más o menos, así que soy andaluza por los cuatro costados.
121
Mis aficiones son muchas. Me encanta la Naturaleza y, en especial, el senderismo. Soy de las que le gustan los deportes de riesgo: escalada, descenso de cañones, etc. Me encanta caminar por nuestra hermosa bahía, me gusta leer, escribir, sobre todo poesía, inculcada por mi abuelo, que fue un poeta novel, porque solo escribía para casa. También me encanta fomentar la amistad, eso que hace que crezcamos como personas. MERCEDES MÁRQUEZ BERNAL
Licenciada en Psicología. Escribo por el simple placer de dejarme llevar por historias. Huyo de los temas impuestos. Gracias a la literatura me puedo expresar de una manera cómoda y económica, tratando que esos relatos, al menos, me emocionen y quizás al Otro Desconocido. Tengo un blog donde vierto mi mundo creativo (merlovier.blogspot.com) y mi única publicación fue a través de un concurso convocado por el Colegio de Psicólogos.
LEOPOLDO G. ALMISAS ROMERO
Nació en la Plaza Barroso en 1954. Su obra poética ha sido galardonada con varios premios literarios, entre los que habría que destacar la Flor Na-tural recibida en la XIV edición de los Juegos Florales por su poema “Hombres olvidados”, así como la recibida en 2008 por “El último en-cuentro del Mayeto y los sueños”. Ha colaborado en revistas literarias como Pandero y Amalgama. Es aficionado a la fotografía y ha obtenido varios premios, entre los que ca-be destacar el primer premio de fotografía en blanco y negro organizado por el club URTA en 1975 y el primer premio de “El carnaval en la calle”, organizado por la Peña la Estrella de Cádiz, en 2004. También ha formado parte de exposiciones colectivas, entre la que destaca la organizada en Ante-quera, a nivel autonómico, bajo el título de “Fotógrafos del Sur”.
ANA MÁRQUEZ DE LA BARRERA
Tengo 55 años. Soy amante de la naturaleza, de la lectura y de las películas románticas. Roteña de nacimiento y de afincamiento.
122
PRUDENTE ARJONA LOBATO
68 años. Roteño de nacimiento y aficionado a la literatura, ha publicado sus trabajos en la prensa escrita y en la televisión y radios locales. Trabaja a caballo entre la pintura y la escritura. Ha publicado también 117 capítulos semanales sobre una aproximación a las Historias Populares de Rota, cuya recopilación en libro será publicada en breve. Escribir cuentos, relatos y la novela corta le apasiona.
ROSA MARÍA CASTELLANO MÁRQUEZ
Nacida en Rota en 1958, estudió en el colegio del Bercial la enseñanza pri-maria. Casada y divorciada de un norteamericano, tiene dos hijos y ha tra-bajado en la Base Naval de Rota. Su gran objetivo ha sido poder estudiar para lograr ir a la Universidad. Actualmente estudia Antropología Social y Cultural en la Universidad a distancia (UNED). Su prioridad: sus hijos; sus hobbies: leer, escuchar música, una buena obra de teatro y compartir un buen vino con los amigos, además de saborear lo que la vida le ofrece. Su ilusión: escribir pequeños pensamientos y qui-meras, siendo el Club de Lectura de Rota el que le ha dado la oportunidad de mostrar uno de sus escritos y ser publicado por la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Rota. JAVIER GALLEGO
(Rota, 1968) Licenciado en Historia y Sociología, actualmente trabaja de profesor de Secundaria. Escribe desde la adolescencia y ha participado en algunos certámenes literarios. Una vez le publicaron un pequeño poema. Además de ensayos, artículos científicos y la tesis doctoral, escribe poesía y microrrelatos. BLANCA FERNÁNDEZ SÁNCHEZ
Nacida en Pasarón de la Vera (Cáceres), realicé mis estudios en Plasencia, donde se afincaron mis padres. Estudié Magisterio en dicha ciudad y más tarde me licencié en Filosofía y Ciencias de la Educación por la UNED. A los pocos años de empezar a ejercer me destinaron a Rota, villa a la que lle-gué en 1977, al colegio Luis Ponce de León, en el que he ejercido de maes-tra durante treinta y cinco años.
123
MARÍA DEL MAR REYES FUENTES
Nací el 6 de enero de 1970 en Rota. Cursé mis estudios entre Sevilla y Ma-drid. Actualmente estudio tercer curso de historia. Me gusta escribir desde los 12 o 13 años y he ganado algún premio. Me gus-ta leer, ir al cine, al teatro y montar en tándem, que es una bicicleta para dos personas.
Me gustaría ver mis relatos publicados, pero sé que es complicado.
MIGUEL ÁNGEL LOBATO SILVA
(Rota, 1974). F.P II. Rama Administrativa y Comercial. Personal laboral temporal como Auxiliar Administrativo (Excmo. Ayto. de Rota). Colaborador con varios artículos de opinión en el periódico local Rota Información (2001-2004). Colaborador con varios poemas y lecturas literarias con la revista literaria local Amalgama (2003-2007). Pregonero de la Romería de San Isidro Labrador (2005)
CONCHI CASTELLANO GARCÍA
Nacida en Rota en 1971. Licenciada en Geografía e Historia. Aficionada a la lectura y a escribir, de vez en cuando. MARIA DEL CARMEN DOMÍNGUEZ DOMÍNGUEZ
Nacida y vecina de Rota, estudió Magisterio en la Escuela Josefina Pascual en Cádiz. Posteriormente se especializo en estudios de Medio Ambientales y en Riesgos Laborales. Actualmente trabaja como especialista de Medio Ambiente en la Base Naval de Rota. Sus hobbies siempre han estado vinculados a la escritura, la lectura, el teatro y los viajes. Conocer el mundo, su cultura, su historia y degustar sabores diferentes ha sido siempre un placer para ella. Ha realizado varios cursos de escritura y poesía por internet y uno este mismo año junto a otros componentes del Club de Lectura de Rota.
124
JUAN JOSÉ GONZÁLEZ CASTELLANOS
Nacido en Rota en 1965. Estudios de formación profesional El triatlón como forma de vida. Escritor por aburrimiento y de oídas. Talibán de la lectura, lector compulsivo de aventuras donde se mezclan historias de amor, romanos, piratas, asesinos en serie y mujeres "mu" malas.
CHARO CERPA
Nació en Rota. Le gusta escribir y es miembro del Club de Lectura de Rota desde su fundación.
JOSÉ ANTONIO HERRERA MÁRQUEZ
Roteño, 22 años, estudiante de la licenciatura de filosofía (en el último año de la carrera), amante de la literatura y escritor aficionado.