I DIARIO DE UNA JUVENTUD IDA - … · que le devolvía la mirada con una mezcla de rabia, dolor y...
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la historia de Marga no empezó – como ella misma creyó siempre – el cinco de Febrero
de aquel lejano año en el que nació. Su verdadera historia comenzó un cinco de Marzo,
unos treinta años después.
Todo comenzó con una partida de ajedrez, y las partidas de ese juego o quedan en tablas
– y todos tan contentos – o uno hace un jaque y el otro queda mate. Pero todo eso pasó
hacía mucho tiempo, y ya era hora de que todo terminara. La noche era fría y lluviosa,
y todo respiraba voluptuosidad en aquella casa que le ahogaba. Todas las noches tenía el
presentimiento de que algo le faltaba, pero esa noche también de que algo le sobraba.
En la mesa camilla aún estaba el plato con restos de las espinacas que había comido. A
su lado migajas de pan, dispersas y desordenadas, un vaso de agua a medio beber, y su
pastillero abierto.. El sonido del teléfono había hecho que despertara. Una vez más se
había quedado dormida en el viejo sofá. La televisión estaba encendida y Melendi, ese
cantante que tanto le gustaba a su hija, estaba de pie, en una silla giratoria señalando a
una joven que cantaba emocionada. Miró el reloj del dvd. Eran las once de la noche.
A pesar de que Marga ya había pasado de los setenta, continuaba sintiéndose como esa
niña que fue, seguidora de sueños imposibles. Aunque había aprendido a vivir con ellos
– quizás porque no le quedó otro remedio – seguía sufriendo porque no eran parte de su
propia vida, sino de unos recuerdos, guardados en su imaginación, que no sabía si eran
reales o inventados. Y si seguían allí era, precisamente, porque ella se había encargado
de alimentarlos, de regarlos, y de mimarlos todas las noches de su vida. Pero ese día
Marga estaba compungida. La noticia le había cogido por sorpresa, como a todos, y la
había dejado en una situación casi de estupor. Estaba aturdida, incapaz de encontrar
palabras con las que llenar el vacío que había en su mente. Todo, dentro de ella, estaba
vacío, y le resultaba imposible encontrar ideas claras que pudieran describir las
sensaciones que albergaba, y, sobre todo, sus funestos sentimientos.
- Tía… tía…. Tía… ¿me oyes? – la voz de su ahijada María sonaba extraña a través
del teléfono
- no puede ser… no puede ser – decía mientras intentaba recomponer todas las piezas
del puzzle que acababa de desmoronarse ante ella.
- sí, tía – dijo de nuevo, rompiendo a llorar
- ¿tu padre? No puede ser verdad – se decía mientras su pensamiento volaba años
atrás, cuando todos eran más jóvenes, cuando todos estaban juntos, y cuando la vida
sonreía por sí sola.
Ella, que siempre había sido capaz de tolerar las ausencias, y estaba acostumbrada a
ellas, se sentía rara… Había algo en ella que hacía a esta diferente. No sabía qué era,
pero allí estaba. En cinco minutos había vuelto a resquebrajarse su mundo… Una vez
más. Sentía que, de nuevo, perdía el timón de su barco, y su vida perdía parte de un
sentido que tanto le había costado encontrar. Le dolía el alma más que el cuerpo, le
agotaba la tristeza que le golpeaba con sus fríos látigos, y le cegaba una visión que
tanto necesitaba para seguir con su búsqueda de la felicidad.
Como una película, allí, de pie, estática, aún sin colgar el teléfono, se repetían
escenas de una vida extraña, y revivía centenares de recuerdos bonitos, en un intento
de volver a verle a través de la memoria. El desasosiego empezó a desaparecer,
lentamente, cuando aparecieron las primeras lágrimas, y con ellas ese necesario
drenaje de emociones. Una vez más, como ya llevaba sucediéndole en los últimos
años de su nueva vida, se sintió obligada a soportar ese sentimiento que menos
soportaba. Dolorida hasta no poder más su alma se alejaba de ella, siguiendo esa
agua que recorría los cristales de la ventana, bajando hacia el piso inferior, deseoso
de llegar pronto al río formado en la calle. Resistirse al dolor carecía de sentido, pero
no podía evitarlo… Siempre temió al dolor. En ese momento trágico su cuerpo
intentó reaccionar antes que su alma, ante el nuevo tropiezo, aún prisionera de daños
colaterales del pasado. El frío que se presentía a través de la ventana, esas nubes
negras, y ese diluvio amenazante, se adentraron en el piso, rodeándola, pero nada
pudieron hacer contra su turbulento y destrozado estado de ánimo.
Observando la tormenta recordó aquella noche en Barcelona donde, abrazada a su
gran amor, contempló la tormenta más hermosa y eléctrica que nunca había visto. La
tarde preludiaba uno de esos finales ya conocidos para ella, esos en los que siempre
se despojaba sucesivamente de sus sudorosas ropas, de sus escrúpulos y finalmente
de sus miserias pasadas... esas que nunca le permitieron ser dichosa a pesar de su
externa felicidad. Sin darse cuenta volvía a estar desnuda frente al espejo de su
dormitorio, ese que un día compartió con alguien, y que finalmente la abandonó. Su
cuerpo seguía siendo el de esa treintañera, feliz y dichosa… Al menos así seguía
viéndolo ella.
El frío que hacía en la casa no era nada comparado con el que ella sentía. Su
inesperada desnudez le devolvió ese cuerpo de mujer al final de una vida. Se vistió
llorando, recuperando la última pieza del puzzle, comprendiendo al fin que Javier, el
marido de su amiga, su gran aliado, había muerto. Ya habían muerto muchos en su
vida. Unos años atrás había muerto Carlos, su marido. Antes lo hizo papá, y mamá,
la hermana, un sobrino… y ahora Javier.
De todos, sin duda, a quien más echaba de menos era a Carlos, su esposo, su fiel
compañero… ese al que tanto debía. Pensó en su hijo, y le llamó antes de salir. Él
tenía que saberlo también. También pensó en su hija, pero prefirió no llamarla.
Además, hacía ya casi dos años que no sabía nada de ella.
Al llegar a la casa, donde descansaba el cuerpo ya sin vida, sintió que las fuerzas se
le habían ido quedando a cada paso dado. La mayoría, incluso, se habían quedado
agarradas al asiento del coche, del que no quiso salir. Al atravesar la puerta notó que
esos maravillosos olores que siempre había compartido en esa casa habían
desaparecido. El olor era extraño, no podría decir que desagradable, pero sí que era
diferente. Ella, gran aficionada a los perfumes y aromas, lo notó.
Hacía ya dos años que no volvía a esa que siempre fue su casa también, y al cruzar el
umbral notó que las fuerzas le flaqueaban.
- ¡Tía Marga! – gritó María, hecha ya una auténtica mujer, corriendo hacia ella,
bañada en lágrimas incapaces de borrar su belleza.
- ¡hola cariño! – le abrazó con fuerza, notando toda la rabia contenida. Fue entonces,
al notar la presión de los dedos de la joven sobre su espalda, cuando Marga
comprendió que todo estaba pasando de verdad… que no se trataba de un simple mal
sueño.
- ¡ayer estaba tan bien! – dijo la joven María, mirándole completamente hundida, y
volviéndose a abrazar a ella – no me lo puedo creer
- ni yo, cariño, ni yo – dijo Marga, acariciando el pelo de esa joven, reparando en las
primeras canas, comprendiendo que ya no era esa niña que ella misma había ayudado
a criar hacía ya demasiados años.
- él te quería mucho… ¿lo sabes? – le dijo María, incapaz de separarse de sus brazos
- y yo a él – dijo Marga, secando sus lágrimas, y reuniendo un valor que nunca tuvo –
yo siempre os he querido mucho a todos
- y nosotros a ti, tía. Me alegro de que estés aquí
- ¿y tu hermano, ha llegado ya?
- no, le hemos llamado hace dos horas, como a ti, pero tardará al menos otras dos en
llegar.
- espero que conduzca Inma
- no, Inma no viene. Está ya demasiado pesada
- es verdad… ¿de cuánto está ya?
- de casi nueve meses. Cumple la semana que viene
- ¡qué faena! – dijo secando las lágrimas de su sobrina, intentando demostrar una
entereza que no sabía por dónde andaba - ¿y tu madre?
- está en el dormitorio… a su lado
- ¿cómo está?
- imagina. Está destrozada, la pobre. ¿Te acompaño a su lado?
- no sé si será buena idea – dijo Marga, bajando su mirada hasta el suelo
- no seas tonta. ¿No crees que ya va siendo hora de que olvidéis vuestra estúpida
pelea?
- no lo sé, querida
- ¿algún día dejaréis de hacer las tontas?... ¡con lo que os queréis y seguir peleadas!
- tienes razón, pero casi prefiero esperar aquí
- ¡ni hablar! Yo te acompaño.
La casa estaba repleta de gente. Casi toda conocida.
Atravesando el pasillo fue saludando a unos y a otros. Todos le daban el pésame,
sabedores del fuerte lazo que siempre había habido entre ellos. De entre todos le
sorprendió el frío saludo de Dani, el primo de Carlos, con quien nunca se terminó de
llevar bien después de aquel día en la casa rural.
De eso hacía también ya muchos años. Obligada a soportar el clima que menos
toleraba, comprendió que tenía que acercarse a su amiga, y cualquier resistencia ante
lo que estaba sucediendo carecía de sentido.
- lo siento mucho – dijo Marga a su antigua amiga, acercándose a ella y besándola en
la cara
- lo sé – dijo Esther entre lágrimas, incapaz de mirarla a la cara, siempre con su
mirada fijada en el triste féretro.
- de verdad que lo siento mucho – volvió a decir
Fue entonces, al ver el frío recibimiento de su antes mejor amiga, cuando Marga se
quedó frente al muerto, le miró, y no pudo apartar la mirada. Su tez blanquecina, su
pelo cano, y su ropa elegante le hacían parecer dormido, no muerto. Marga siguió
mirándolo, y también siguió llorando. Frente a él, ante la mirada de su amiga, y de
las mujeres que le acompañaban, Marga lloraba desconsoladamente, incapaz de
contener el torrente de lágrimas que empezaban a ahogarla. Marga lloraba
desconsoladamente. Cada vez lo hacía con más fuerza, y todos lo entendían. Esas dos
familias siempre habían estado unidas.
- Pobrecilla – dijo la hija del difunto, acercándose a ella, intentando calmar su
angustia aun sin saber cómo hacerlo – le querías mucho
- pues claro que sí – dijo entre babeos, mocos y lágrimas, mirando de nuevo a Esther,
que le devolvía la mirada con una mezcla de rabia, dolor y angustia
- más de lo que te crees – dijo Dani, con su voz gangosa y amariconada – más de lo
que crees.
Marga le miró aterrorizada. Por suerte, ni Esther ni nadie hizo caso al grosero
comentario.
La imagen de su amigo muerto no podía borrarla de sus ojos, ni aún cerrándolos. Ya
habían pasado de las dos de la mañana y no conseguía dormirse. En la habitación
contigua, donde siempre había dormido, descansaba su hijo, al que no veía desde
hacía muchos meses ya. Marga quería entrar en su habitación, como cuando era
pequeño, y abrazarse a él, y calmar el dolor que, sin duda, estaría sufriendo por la
muerte de uno de sus mejores amigos, además de su ídolo. Ella sabía que ese hombre
siempre había sido como un padre para él, y siempre habían tenido una relación muy
especial.
Ya desde que Carlos era un niño, Javier le llamaba socio. El joven, al que siempre le
gustó el sobrenombre, también se lo devolvía, y así nació su mágica relación que
tanto gustaba a todos. Sobre todo a ella.
Marga, tumbada en su cama, sentía la necesidad de acercarse a su habitación, volver
a taparle antes de dormir, besarle en la frente, y, si estaba despierto, gritarle que le
echaba mucho de menos, y que se sentía más sola que nunca. Al padre llevaba ya
cinco años sin verle. La muerte tenía esas cosas.
Era ahora, tras varios años desde que se fue, cuando se daba cuenta de lo mucho que
le había querido, de todo lo que había cuidado de ella, y de lo mal que ella se había
portado ella con él mientras vivió. Ese hombre, al que había querido desde que era
una niña, le había dado todo… También le había mentido. A su hijo podía verlo
poco, pero, al menos, le veía. La relación con su nuera no era del todo buena, y todos
sabían que lo mejor era evitarse, y no pasar mucho tiempo juntas.
Su hija Esther, a quien no veía desde hacía dos años, también voló hasta su mente en
esa cama tan grande y solitaria. También la echaba de menos, a pesar de la polémica
levantada con su espantada, cuando huyó del país con ese joven inglés por el que
dejó a su marido, su trabajo, su ciudad y su familia. Todo el mundo se había
enfadado con ella. Y no sin razón, pero ella era su madre, y la conocía como nadie…
y la entendía como nadie también. Dudó si llamarla o no.
Con lágrimas en los ojos siguió despierta, recordando momentos que aún
permanecían en ella como si se estuvieran grabando para hacerse eternos. Y esos
momentos eternos ya abundaban en ella, y no había manera de hacerlos desaparecer.
Ya no podía ser.
Casi dormida su mente comenzó a volar, alejándose del lugar donde residía su
cuerpo y su edad. Y en esos paisajes que revivía estaba de nuevo Carlos, y Esther, y
también Javier. La gente como Javier no muere así, sin más, sin despedirse.
Pensándolo bien, Carlos hizo lo mismo. Murió sin avisar, en un terrible accidente con
el coche. Murieron él y su secretaria, de la que decían que era su amante. Ella nunca
lo creyó. Carlos no era de ese tipo de hombres. En ese lluvioso día todo volvió a su
vida de nuevo, cuando ya creía tenerlo superado. Las cosas así no se superan nunca,
y solo falta una chispa pequeña para hacer que todo vuelva a arder. Y así, doliendo y
recordando, consiguió quedarse dormida.
El entierro de Javier sería bien temprano, como a él le gustaba todo. El cementerio
estaba repleto de gente. Nunca había visto tanta expectación. Si hasta había
periodistas, y hasta cámaras de televisión.
Marga, siempre abrazada a ese hijo que tanto echaba de menos, lloró durante todo el
día. Nadie fue capaz de calmar sus lágrimas en ningún momento.
- Si parece ella la viuda – dijo alguna que otra maliciosa voz, escondida entre la
multitud.
Pero Marga no lloraba por ese Javier que enterraban. Marga lloraba porque allí,
despidiéndole, como pasó con Carlos, volvieron a ella unos años maravillosos, en los
que la vida era tan distinta… una vida que ya se había ido hacía muchos años, pero
que ella, en su soledad, había estado reviviendo día a día, noche a noche, minuto a
minuto.
Sólo con cerrar los ojos era capaz de volver a sus treinta y pocos, recordar el color
tostado de su piel, las turgencias de sus senos, su elegante cara y su esbelta melena
caoba. Sólo con cerrar los ojos recordaba unos años llenos de vida, de pasión, de
amistad, de amor, de miedos, de emoción…
Y aunque eso había desaparecido ya hacía muchos años, ella seguía añorándolo.
Hasta tal punto era así que, incluso, era capaz de creer que volvía a revivirlos. Por
eso era tan extraño su comportamiento, lleno de ausencias, de largos silencios, y de
extrañas sonrisas dibujadas entre lágrimas.
Si hasta María, la hija del difunto, tenía que acercarse a ella para aliviar sus lágrimas
y su visible dolor. Abrazada a ella lloraba también.
- Tía, tu vida con el tío Carlos tuvo que ser una maravilla
- sí que lo fue – contestaba ella, perdida aún en sus pensamientos
- mamá siempre dijo que erais la pareja ideal. Ya desde los cinco años. ¿Cómo se
puede querer a alguien tanto durante tanto tiempo?
- no lo sé, hija. Todos tenemos nuestros secretos…
- me encantaría ser como tú. Nostálgica… pero eternamente feliz
- no te creas querida. Nunca me he sentido tan feliz como pensáis
- es raro – dijo la joven – eso mismo me dijo mamá hace podo
- ¿qué te dijo? – preguntó Marga, un tanto asustada
- que no todo había sido tan bonito en tu vida. ¿A qué se refería?
- no lo sé… las cosas de tu madre
Y es que eso era lo que pensaban todos de Marga. A sus setenta y pocos años seguía
siendo esa guapa mujer que esconde algo mágico en sus ojos y en su boca. Su
sobrina siempre la usaba de ejemplo del amor eterno. Sus amistades no le creían
cuando les contaba que su tía Marga había amado a su tío Carlos desde los cinco
años hasta ese mismo día, a pesar de llevar más de cinco años enterrado.
Todos creían que esas sonrisas extrañas y llenas de melancolía eran, sin duda,
provocadas por el recuerdo de su gran amor. Y no andaban equivocados. Pero
tampoco sabían que, por las noches, en su inmensa soledad, devolvía a la realidad de
su vida todas esas sonrisas robadas. Y el precio eran muchas lágrimas. Un nuevo
trueno la hizo alertar, y con él vino el recuerdo de Dani. Dani era un hombre de su
edad, primo de Javier, y al que conoció un fin de semana muy especial en el que
fueron a celebrar su aniversario en una casa rural. Dani era homosexual, y tenía un
novio muy guapo, y que parecía muy varonil. Él, en cambio, tenía mucha pluma.
Nunca se llevaron bien, y nunca supo porqué, aunque siempre lo sospechó. Al
finalizar el entierro Dani se acercó a Esther y a sus hijos para darle el pésame. Se
abrazó a ellos violentamente, dando la nota – como tanto le gustaba hacer siempre –
y gritando y llorando con esos aspavientos tan artificiales.
Al acercarse a Marga, la besó fríamente, pero le dijo algo al oído. Algo que aún le
estremecía al escucharlo.
- Sé por qué lloras tanto. Y no sólo yo lo sé. Lo sabe más gente de lo que siempre
habéis creído.
Abrazada a su almohada, la cansada Marga, cerró sus ojos, y empezó a recordar de
nuevo el comienzo de su vida plena, esa que empezó a los treinta y cinco con una
partida de ajedrez. Ni uno más, ni uno menos. Antes de que el sueño la venciera volvió
a esos años en los que su vida cambió para siempre, arrastrándola a la mejor de las
suertes, y también a la peor de las desgracias. Así había transcurrido su vida - pensaba
entre lágrimas que ya no caían - en medio de la nada... ¡Y del todo!
Sus ojos, medio cerrados ya, mostraron unas imágenes que siempre había recordado,
noche sí y noche también Carlos y Marga, como sucede todos los jueves desde hace ya
muchos años, están preparando la cena para recibir a Javier y Esther.
Esa noche es especial, sobre todo para Marga, que acaba de cumplir treinta y cinco.
Todos le dicen que está estupenda, pero ella ya empieza a ver en su piel el paso del
tiempo, y eso le hace sentir mal. Está nerviosa, pero su nerviosismo no se debe sólo a
una fecha tan señalada. Hay, sin duda, algo más. Los tres son amigos desde la infancia,
allá en el barrio de Capuchinos, donde jugaban a pilla-pilla o a escondite, compartían
confidencias y miedos, y donde incluso llegaron a saborear sus primeros besos. El
primer beso de Esther lo recibió de labios de Carlos. El primer beso de Marga, unos
meses antes, también lo había recibido del mismo Carlos. Su exultante juventud hizo
que incluso hablaran de ello… Así eran ellos, y así era su relación.
Esther no sintió nunca nada especial por ese beso. Ni siquiera que fuera el primero era
importante como para recordarlo. Carlos era su amigo, y ese beso fue un accidente, un
juego de niños… y como tal se quedó en el olvido. En cambio, para Marga ese beso sí
que significó algo más de lo que ella misma hubiera imaginado. Y así que lo sufrió
durante varios años. Ese mágico beso le hizo prisionera de ese chico que ya había
dejado de ser su amigo para convertirse en el héroe de sus pensamientos más
íntimos. Para su desgracia, meses después de ese primer beso, Carlos conoció a Sofía,
una preciosa peruana que llegó al barrio como un terremoto, irrumpiendo con violencia
y siendo el centro de todas las miradas masculinas. De entre todos los chicos de allí,
como era de esperar, ella se fijó en Carlos, y salieron juntos más de dos años.
Sofía, posesiva como ella sola, despegó a Carlos de las faldas de sus amigas, de quienes
sentía unos celos casi obsesivos. Aun así Carlos conseguía siempre llegar a ellas a
escondidas, y mantuvieron una relación de amistad furtiva. Ya en el instituto, en una
borrachera juvenil tras su ruptura con Sofía, que se había ido con otro chico del instituto
rival, los labios de Carlos y Marga volvieron a juntarse, y así hasta ahora… veinte años
después.
Después del último año de instituto Carlos y Marga estudiaron y se amaron en Granada.
Fue allí donde hicieron el amor por vez primera, y donde vivieron juntos a escondidas
de sus padres. Años después los dos empezaron a trabajar y se casaron. Aún no tienen
hijos, pero los desean. Sobre todo Marga. Él, en cambio parece no tenerlo tan claro
ahora mismo. Esther también estudió en la universidad, pero en Sevilla, y fue allí donde
conoció a Raúl, con quien se casó años después. La desgracia hizo que el bueno de Raúl
muriera en un accidente de aviación. Si Esther lo superó fue precisamente gracias a
Marga, que siempre estuvo a su lado. Carlos también trabajó quitando pesadas losas en
el ánimo de una amiga que siempre les estaría agradecida.
Unos años después, cuando nadie lo esperaba, Esther conoció a Javier en el trabajo, se
enamoraron y no tardaron más de un año en casarse.
Carlos y Marga terminan de preparar la mesa en silencio. Hoy no se han besado cuando
han llegado a casa. Ella estaba en la ducha, limpiando poros y pelos de su piel, y él
venía muy cansado. Apenas si han hablado, y es que el estrés del trabajo les mantiene
tan separados como no quisieran estar. Hace ya unos días que no se besan, pero ninguno
de los dos parece echarlo en falta.
La música de Rachmaninov hace que el silencio sea armonioso y ameno mientras ellos
siguen con sus quehaceres. Él termina de colocar los cubiertos sobre la mesa, mientras
ella echa un último vistazo al horno, canturreando una extraña canción que ha
escuchado en el coche y que no puede dejar de tararear.
- ¡ Querido… La puerta! – dice Marga nerviosa deshaciéndose del delantal, metiéndolo
en el primer cajón que encuentra en el hall, y cogiendo una orquilla del cajón contiguo
- ¿estoy bien? – le pregunta recogiendo su pelo por detrás de su cabeza
- estás preciosa – le dice Carlos, pellizcándole en el trasero y sonriéndole, mientras ella
sigue intentando recoger su pelo en una elegante cola.
Es la primera prueba de complicidad que ambos tienen en las últimas semanas, y ambos
sonríen, reconociéndolo. Mirándose en el espejo, con una horquilla mordida entre sus
labios cerrados, no consigue peinar la melena, y se impacienta.
- ¡Joder, Carlos… no es el momento! – recrimina a su esposo los besos que le regala en
el cuello y esas manos que viajan por entre su camisa buscando sus senos
- últimamente nunca es el momento – dice él, cariacontecido y aburrido, acercándose a
la puerta, y mirándola para recibir su aprobación
- ya puedes abrir – dice girando su cabeza de un lado a otro, y desabrochando uno de los
botones de la camisa blanca, dejando entrever, o intuir, unos preciosos senos que hace
tiempo que no saborea.
Cuando Javier y Esther entran en la casa Marga les abraza emocionada. Se le ve
contenta, y contagia su alegría a los demás. Hasta las luces del techo parecen iluminar
con más fuerza, y los cuatro amigos pasan al salón donde Carlos les sirve la copita de
Martini blanco que tanto les gusta tomar mientras fuman el primer cigarro. Los cuatro
amigos charlan, sonríen, se tocan y disfrutan de su amistad. Brindan con alegría, se
toman el vermouth, y cada uno sigue a lo suyo.
Javier es el único que parece diferente hoy. Alejado de los demás ojea los cientos de
vinilos que Carlos colecciona desde bien niño y que tan bien conoce. Marga y Esther se
sientan en el sofá mientras Carlos se adentra en la cocina para revisar la temperatura del
horno, y cerciorarse de que la cerveza no se le congelará. Sacando las cervezas del
congelador observa por la puerta a su esposa hablando con sus amigos. Está radiante,
pletórica, exultante… y no puede disimularlo.
Carlos se siente feliz al verle así. Además, observando sus largas piernas cruzadas, sus
sedosas manos, y esos senos que se esconden bajo el escote, la ve tan atractiva que
sueña con una noche de pasión que ya se deben. Mientras tanto Marga y Esther charlan
de sus cosas… Trabajo, familia, amigas y ropa.
- ¿Qué le pasa a Javier? – pregunta Marga, mirando a ese hombre, siempre alegre, y que
hoy parece perdido, ausente, observando unos discos que ya conoce de sobra
- ¡ay, hija… está de un raro…! – contesta Esther – no sé qué le pasa… no me lo quiere
contar
- será del trabajo – dice Marga, mirándole, observando que realmente parece diferente,
como más alejado, incluso ausente
- eso espero
- ¿Por qué dices eso? – pregunta Marga, mirando a Javier, pero éste aleja su mirada
- no lo sé – dice sonriendo – pero siempre será mejor eso a que tenga una seria aventura
- ¡no seas tonta!
- no soy tonta. Éste tiene algo con otra, y es más serio de lo que parece
- Esther, por Dios – le dice Marga – no digas tonterías
- no son tonterías. Ayer le descubrí un mensaje en el móvil
- ¿un mensaje?
- sí – dice muy seria – te puedo asegurar que no es como otros. Esa lagarta le ha llegado
hondo. ¿No lo ves? Si está en otro mundo
- ¿Y has leído el mensaje? – preguntó Marga - ¿no será otra de tus imaginaciones?
- no. Lo he leído perfectamente – dijo bajando la voz, haciendo algo que Carlos y Javier
detestaban
- ¿y no sabes a quién se lo mandaba?
- no, no tenía el destinatario. En fin, ya se le pasará
Anda ven, que te voy a enseñar una cosita – dice Marga, levantándose para cambiar de
tema, cogiendo a su amiga de la mano, y llevándola hasta el dormitorio para enseñarle
su última adquisición.
- Mira y muérete de envidia… Vittorio y Luccino… y solo 230 euros – le dice
colocándolo sobre su cuerpo, como si fuera un papel. Marga posa graciosamente
- ¡es precioso! Y te tiene que quedar divino. ese cuerpazo que tienes, capulla… ¿a que
es bonito Javier?
- ¿eh? – contesta despistado, apoyado en el marco de la puerta de la habitación, mirando
hacia las fotos de una de las mesitas situadas junto a la cama mientras toquetea el móvil
con una velocidad increíble – sí, sí… precioso
Mirándoles guarda el móvil en su bolsillo, se saca un cigarro de la chaqueta, se da la
vuelta y se marcha hacia el salón donde Carlos les espera.
- ¿Has visto como está raro?... y siempre con el móvil… ¡él, con lo que los odiaba!
- pues es culpa tuya
- ya lo sé… ya lo sé.
Marga, apagando la luz del dormitorio sale al pasillo con su amiga, va hasta el hall y
coge su bolso. Lo abre, rebusca en el interior nerviosa y saca un paquete de cigarros
antes de volver al salón.
- ¿Dónde estabas? – pregunta Carlos
- buscando tabaco en mi bolso – contesta nerviosa y esquiva
- pero si tienes un paquete entero en tu pitillera aquí, en la mesa
- ¡qué despiste el mío! – dice mientras Javier le ofrece fuego con mano temblorosa
- ¿recuerdas aquella vez que se olvidó las llaves del coche puestas y se lo robaron? –
pregunta Esther, sonriendo y haciendo sonreír al resto
- hace ya de eso… ¿cuánto… diez años? – pregunta Marga, inhalando del cigarro,
mientras todos rompen a reír.
Sentados a la mesa los cuatro amigos sonríen, charlan, comen y beben. Como sucede
cada jueves hacen sus típicas bromas – siempre las mismas – y charlan sobre fútbol,
unos del Real Madrid, Javier del Barcelona. Dejan otro ratito para charlar sobre los
concursantes de Gran Hermano. Nunca están de acuerdo con el favorito de cada uno, y
finalmente hablan sobre el tema prohibido pero que siempre sale a flote. Es con la
política donde Carlos y Javier siempre terminan discutiendo, aunque nunca llegue la
sangre al río. Pero ese día Javier no parece muy interesado en el tema, y pasa de
puntillas sobre temas en los que en otra ocasión hubiera clavado bien hondo el cuchillo
de su locuacidad. Definitivamente ese no es su día. Ni siquiera Zapatero consigue
sacarle de su mundo oculto. Es en el postre cuando los cuatro parecen más relajados.
Todos menos Javier, que sigue nervioso, extraño, distante, y no para de jugar con su
móvil.
Esther, con su innato don para la comedia, no deja de contar chistes verdes que le han
contado en su oficina durante la semana. Marga no puede dejar de reír. Siempre le ha
hecho mucha gracia su amiga, pero los chicos parecen más serios. Todas las semanas
alternan la casa donde cenar, pero siempre son dos personas diferentes las encargadas de
recoger todo. Un simple sorteo vale.
Hoy les toca a Javier y a Marga recoger la mesa. Mientras lo hacen Esther y Carlos
ojean fotos antiguas sentados en el sofá. Su complicidad es total… Cualquiera podría
pensar que entre ellos hubiera algo más que amistad. Entre viaje y viaje a la cocina
Marga oye las risas de su marido y su amiga. Mientras tanto Javier, siempre en silencio,
le ayuda a recoger.
- ¿Qué te pasa hijo? – le pregunta mientras adentra platos y vasos en el lavavajillas –
parece que estés en otro mundo. ¿No me vas a decir qué te pasa?
- no – contesta tajantemente, sin atreverse a mirarle siquiera a los ojos, y saliendo de la
cocina.
Marga pone en marcha el lavavajillas mientras escucha las risas de su amiga y su
marido. Sale y les mira. Javier, en el otro lado del salón, sigue mirando discos.
Fumando un cigarro Marga también empieza a sentirse mal. Algo ha pasado que le ha
hecho entristecer, y cree que se empieza a desmoronar.
Mirando a Carlos piensa en la suerte que ha tenido con él. Lo que no sabe él, ni nunca
sabrá, es lo mucho que le quiere… el tremendo sacrificio que está dispuesta a hacer por
él, por su felicidad – piensa mirándole con un amor que no es como el de antes. ¿Por
qué no puede ser todo como antes?... ¿volverá todo a ser así? – se pregunta temerosa de
una respuesta no deseada. Lo que le atormenta es no saber cuál es la respuesta que
quisiera oír.
Después mira a Esther… la gran Esther. Su amiga desde la infancia, la hermana que
nunca tuvo, su confidente… la persona que podía hacerle reír siempre… la que conocía
todos sus secretos… hasta ahora. Porque ahora había un secreto que no le había
contado, y que no le contaría jamás. Un secreto que siempre guardaría para ella y con el
que iría a la tumba.
- Eso espero por el bien de todos – piensa, observando la estampa familiar.
Carlos busca una foto en una revista. Mientras, Esther enciende otro cigarro.
Javier vuelve a escribir un mensaje en su móvil.
Ojalá todo siguiera siempre así – piensa observándoles.
Marga se levanta, va a su bolso, coge el móvil y se encierra en el baño.
Ni ella misma era capaz de comprender cómo había podido pasar… pero había pasado.
Y lo peor de todo – piensa mientras lee el mensaje recibido - es que volvería a pasar.
Seguro.
Y todo por culpa de esa maldita partida de ajedrez donde todo empezó
Marga tararea la canción que suena en el equipo. Emocionada, moviendo uno de
sus pies sobre el suelo, y golpeando con los nudillos el cristal de la ventana canturrea
una de sus canciones favoritas
- Are you kidding me, what has she got that I don't have... – canta con muy buen tono
- ¿Te gusta Anouk? – le pregunta Javier sorprendido
- ¿que si me gusta?... ¡qué temazo! – le dice, mientras mira a través del cristal,
manchado por las gotas de agua que se deslizan a través de su transparencia.
– estuve un año escuchando ese disco sin parar.
Él, que parece que la ignora, sigue buscando discos en la estantería. Siempre que está en
casa hace lo mismo. Podría decirse que esa colección de vinilos es, sin duda, lo que más
le atrae de sus reuniones semanales.
- Es una canción maravillosa – dice él, con su habitual timidez – en realidad creo que es
la chica que mejor canta. Tiene tanta fuerza
- sí, es muy buena
- ¿y este… te suena?– le pregunta mientras cambia de disco.
Ella, ajena a todo, observa como sus nudillos siguen el curso irregular de una de esas
gotas a través del cristal.
- victims of the fury… shadows in the dark - tararean los dos, mientras su mirada se
pierde en ese monumental atasco de coches, abajo en la gran avenida.
- ¡Robin Trower! – sonríen los dos mientras ella vuelve a sumergirse en su recuerdo.
Esa canción, que no escuchaba desde hacía muchos años, era de su época universitaria,
y la conoció gracias a ese melenudo con el que tuvo un escarceo sin que Carlos lo
supiera… ¿cómo se llamaba, por cierto? Todo sucedió rápidamente, en la noche del
cumpleaños de su prima Encarni. Era extranjero. ¿Irlandés quizás? y no se cortó para
quitar el disco de Jon Secada… ese que a todas tenía loquitas para poner una guitarra
eléctrica y un tío cantando con voz cascada.
- ¿What is this? – le preguntó con su inglés macarrónico, intentando ser amable como le
había pedido su prima, que estaba medio enrollada con el amigo - ¿Nirvana?
- nooooooooooooooo – gritó él, casi ofendido – he´s the great Robin Trower.
- Ahh, lo siento – contestó ella disculpándose ante su insolente tono, y él, sin darle
tiempo a reacccionar, la cogió de la mano, se abrazó, y empezó a bailar con ella como si
fuera su guitarra.
Todos les miraban riendo. Ella se dejó llevar. No le quedaba otra... y poco a poco fue
sintiéndose mejor al lado de ese enigmático chico que olía distinto a los demás.
Fue cuando el “guiri” le puso la mano en el culo cuando se separó sonrojada.
- Joder, qué bueno que estaba el cabronazo – recuerda absorta en el agua, que cae del
cielo.
Cerrando los ojos puede volver a ver sus labios siempre mojados, su cara de Kurt
Cobain, esos pelos largos perfectamente peinados, y esa piel dura y curtida que
destrozaba la suya al contacto. Pero… ¿cómo se llamaba?. Fue cuando todos se
marcharon cuando el melenudo la besó sin darle opción a resistirse. El que ya no
hubiera nadie en el piso mas que su prima y el amigo del irlandés, metidos en un cuarto,
invitó a alejarse de su pudor. El beso fue salvaje, con mezcla de alcohol y tabaco dulce,
y cuando quiso darse cuenta, el vigoroso cuerpo de ese extranjero ya era parte del suyo.
El melenudo no sabía apenas español. Ella chapurreaba algo de inglés… Fue el lenguaje
de la pasión quien habló por ellos. ¡Y vaya discurso!. Hacer el amor por primera vez
con alguien que no era Carlos le hizo sentir bien. Más que bien.
Ella, que siempre había denostado a su propia prima por acostarse con desconocidos,
había sucumbido a ese placer del que le hablaba, pero que no podía comprender. El sexo
sin amor era algo inconcebible para alguien como ella, educada en el mejor colegio de
monjas de la ciudad, y, por lo tanto, no era suficiente para llenarle – o eso pensaba hasta
entonces. Durante los días siguientes seguía caminando por las calles con la sensación
de tener dentro de sí ese cuerpo que la había hechizado. Por suerte – o por desgracia – el
melenudo desapareció al día siguiente y nunca más se supo de él. Por suerte, porque
sirvió para afianzar su relación con Carlos, a quien quiso con mayor intensidad, y con
quien comenzó a explorar un sexo hasta entonces desconocido.
Por desgracia, porque su cuerpo porque estuvo echándole de menos todas las noches de
ese año… incluso de alguno después… Pero, ¿cómo se llamaba? – vuelve a preguntarse
mientras se rasca la rodilla elevando la falda por encima de las rodillas. Con cuidado de
no romper las medias negras pasa las uñas por la superficie notando como el picor va
menguando.
- ¡Arthur, joder! - grita
- ¿qué…? – pregunta Javier, extrañado por lo que decía – no te he entendido
- no es nada – se disculpa, ruborizada – es que no me acordaba de una cosa.
Mirando a través del cristal un escalofrío recorre todo su cuerpo, y es que aquel polvo
del noventa y dos había permanecido escondido mucho tiempo en su memoria. Y no era
como para olvidarlo ya que, posiblemente, había sido el polvo de su vida. Volviendo en
sí se descubre extrañamente excitada y rascando de nuevo su rodilla y con la falda
levantada por debajo de sus muslos.
Sin saber porqué mira a Javier. Él se sonroja y aleja la mirada de sus piernas,
devolviéndola a los discos.
- ¿Me estaba mirando las piernas? – se pregunta sin hacer caso siquiera al hecho, y
colocando bien la falda y mirando de nuevo la lluvia. No solo es lluvia lo que ve a
través del cristal. También hay mucho viento, y el agua entra en la terraza mojando
todo.
Si hubiera hecho caso a Carlos a su debido momento – piensa, absorta en la gota que
viajaba tras el cristal – todo estaría ahora a salvo en el trastero… el toldo, las sillas, los
cojines. Todo.
-No sabía que te gustaba Robin Trower – dice él, mirándola tímidamente
-me encanta… me trae muy buenos recuerdos – dice sonriendo maliciosamente
- pues sí que tienen que ser buenos… se te nota en la cara
- ¿el qué? – pregunta ella a la defensiva
- no sé… pareces… ¿excitada?
- ¿sabes que fuimos a verle a un concierto en Cork?. Ese disco lo compramos allí
- no, no lo sabía. No todo el mundo conoce al borrachuzo Trower
- ¿no te lo ha contado Marga nunca?
- pues no… ¿qué tenía que contarme?... ¿pasó algo?
- pues dile que lo haga. Fue muy divertido… conseguimos que lo firmara.
Mira – le dice dando la vuelta al vinilo y enseñándolo una ininteligible firma que bien
podría ser de cualquier otro.
- Eres una caja de sorpresas – le dice mirándola muy serio – me sorprendes
- ¿por…?
- no sé, no te imaginaba flipando con tipos como Robin Trower en tu juventud. Te hacía
más con…
- ¿con Hombres G?
- sí – ambos sonríen
- ¡también me gustaban!
- a mí no
- yo estuve enamorada de David Sumers durante mucho tiempo. Si hasta estuve a punto
de salir con un chico que se parecía mucho a él. Recuerdo que se llamaba Antonio
- sí que eres una caja de sorpresas… Pero de sorpresas agradables
- pues muchas gracias.
Alejándose del salón, acompañada por los truenos que rompían el cielo de la ciudad, se
asoma al pasillo, mira a través de la puerta, y ve a su marido y a su amiga sentados
frente al ordenador. Los dos fuman como carreteros. Carlos y Esther siguen buscando
un vuelo barato para la semana siguiente en que su amiga irá de viaje a Bruselas.
Cosas de trabajo – dice ella. Marga, que conoce todos sus secretos, sabe que hay algo
más, algo que le oculta hasta a ella, a su gran amiga de la infancia y confidente de todos
sus desmanes.
Javier sigue poniendo vinilos en el viejo plato Technics. Es la única persona a la que
Carlos deja tocar su reliquia, su tesoro. Ni siquiera a Marga se lo permite porque, según
él, es una manazas.
Y no se equivoca – piensa ella sonriendo mientras enciende un cigarro y cierra la
cortina del amplio ventanal que conduce a la terraza.
- Cuando Carlos vea todo mojado se va a enfadar mucho conmigo. Y con razón
- tú no tienes culpa de que haya llovido… ¿o sí?
- no – sonríe, notando algo extraño en la mirada de ese hombre al que aún, casi cinco
años después, sigue sin terminar de conocer bien
- parece que estos están entretenidos – dice Esther, mirando a través de la puerta del
despacho las espaldas de su esposo y su amiga, unidos hombro con hombro, mientras
ríen a mandíbula abierta.
Si no fuera porque se conocen de toda la vida cualquier podría sospechar de esas risitas,
de esos contactos físicos, casi inapreciables, de esa chispa que siempre hubo entre ellos.
Pero Marga, a pesar de algunos comentarios que ya había escuchado, estaba muy
tranquila. Ellos nunca le harían algo así. Carlos es honesto, formal y responsable como
pocas personas. Nada que temer de él.
Esther, en cambio, es una especie extraña de mujer. Ama con locura a Javier, el hombre
por el que sería capaz de matar, pero aun así tiene sus aventuras con compañeros de
trabajo y, sobre todo, de congresos. Marga no conoce todos, pero sabe que había más de
los que ella le ha contado. Siempre que hay uno nuevo lo puede percibir en su mirada.
Lo que no comprende – nunca ha podido comprenderlo – es cómo puede serle infiel a
un hombre al que ama de esa manera tan salvaje y pasional. Cuando Esther le habla de
“su” Javier parece que lo estuviera haciendo de un dios del sexo, con un arma secreta
que solo a ella posee e hipnotiza.
Pero tampoco es la única de sus contradicciones. Podría decirse que a lo largo de su
vida ha sido la persona con más contradicciones, cambios de opinión, de trabajo, de
casa, de ciudad, de novio de todas y cuantas ha conocido. Fue precisamente Javier quien
pareció cambiarla. Pero solo al principio. Pensando está en todo eso cuando descubre a
Javier espiando sus piernas. Marga se sonroja, y Javier aparta la mirada rápidamente.
Nerviosa, sin saber porqué, intenta disfrazar la extraña atmósfera que allí se ha creado
en un instante.
¿Echamos una partida de ajedrez? – pregunta Marga a Javier, encendiendo un nuevo
cigarro
- vale – dice él con desgana, mientras ella se acerca al armario, abre la puerta y saca el
tablero y una cajita marrón donde guarda las fichas
- este ajedrez nos lo regaló un amigo que trabajaba en Ideal. Son figuras árabes y
cristianas
- son muy bonitas... Como tú - dice él, sorprendiéndose a sí mismo de haberlo hecho en
voz alta
- ¿qué has dicho? – pregunta ella sorprendida, intentando saber si ha escuchado bien
- nada, nada – dice sonrojado, sonriendo nerviosamente, pero seguro de saber que ella lo
ha escuchado perfectamente
- ah. Me había parecido escucharte decir algo
- y así ha sido. Te he dicho que eres preciosa – piensa en silencio, recordando esos
muslos preciosos que acaba de ver por debajo de esa falda que tan cerca de sus manos
tiene.
Sentados, el uno frente al otro, colocan las piezas sobre el brillante tablero de madera
arlequinada en tonos de ébano y marfil. Las figuras representan una historia de su país.
Lejana, pero no desconocida. Unos, representados por las figuras negras, son moros.
Otros son cristianos. El tablero vuelve a unirles en una enemistad que, esta vez, solo
ellos podrán dirimir. A ella siempre le gustó jugar con las figuras árabes. Siempre le
atrajo esa cultura y ese mundo misterioso de la Granada nazarí, de sus baños árabes, de
sus mezquitas, de sus palacios… y de esa Alambra que siempre había poseído un poder
seductor sobre ella. Marga está sentada en el sofá, con los pies recogidos sobre los
cojines mientras sus zapatos descansan en el suelo. Su falda se levanta sin ella darse
cuenta, y muestra unas rodillas huesudas y unas pantorrillas finas y exquisitas que están
siendo disfrutadas por unos ojos furtivos. Javier, sentado frente a ella, coloca las piezas
torpemente. Tanto, que con un alfil tira otras dos piezas ya colocadas. Ella no se da
cuenta de nada – o sí - pero él está tan nervioso que es incapaz de poner un peón al lado
del otro sin tirar otro más.
Sus ojos no pueden dejar de mirar esas preciosas piernas, vestidas en seda negra, y esas
rodillas que vislumbran el deleite de unos muslos amenos. Y es que ese día Marga está
especialmente arrebatadora.
Ella comienza con una apertura tímida. Mueve su primera pieza y enciende un cigarro.
El cilindro humeante paseando por sus labios se convierte en una nueva tragedia. Esa
mujer es la mejor amiga de su esposa, casi una hermana, pero él siempre fantaseó con
ella, siempre la deseó, aunque últimamente ese deseo era casi ingobernable. Todo está
tan cargado de sexo que casi se cree a punto de delatar. Por primera vez ha visto algo
raro en los ojos de ella. Es como si. por fin, lo supiera todo. Los nervios y el sudor
pintan de color rojo el lienzo de su rostro. Intentando descifrar su jugada prefiere jugar
como siempre, sin muchos movimientos de sus peones. Solo los imprescindibles para
liberar sus piezas. Marga, ajena aún a todo, piensa en su jugada. Ella sí que está
concentrada en el tablero. Su miedo a quedar perdida en la apertura, o caer en una
trampa hace que él tenga que mostrarle caminos. Él, que es experto jugador, sabe como
nadie que lo importante no es empezar bien, sino saber a dónde quieres llevar la partida,
y cuál quieres que sea el final.
Poco a poco, observándola con una libertad que nunca encuentra, va comprendiendo su
error. Esa bella y enigmática mujer es más rival de lo que aparenta. Y lo que es peor
aún; es mucho más peligrosa de lo que pensaba. Hace tanto que la desea como tiempo
que no la observa con detenimiento.
Su miedo a ser descubierto le impide mirarla en cualquier situación, pero hoy está tan
sumergida en el juego que es incluso capaz de devorarla durante varios segundos sin
ningún pudor. Así recoge cada poro, cada pelo de su piel, cara arruga, cada brillo…
Ella saca los primeros caballos. Guarda sus alfiles. Y su peón ahí… siempre en el
medio, como sus esposos. Hábilmente – o eso cree ella – intenta hacerle llevar los
caballos y alfiles al borde del tablero, pero él no permitirá que domine sus casillas. En
ese cálido salón, donde la calefacción empieza a hacer que las ropas estorben, se juegan
dos partidas diferentes. Ella permanece concentrada, casi alejada de la realidad que les
envuelve, olvidando su pudor, olvidando que con quien juega no es su marido. Poco a
poco, va enseñando un poquito de más unas curvas que a él le hacen convertirse en una
de esas piezas dispersas por el tablero.
Marga solo piensa en su próxima jugada, y permanece agazapada a la espera de un error
de su adversario. En cambio Javier solo piensa en avanzar, en llegar más cerca de ella, y
hacerle ver que en esa partida se está jugando mucho más que un jaque mate. Ambos
están jugando una misma partida, pero no persiguen la misma meta. Ella solo quiere
ganar. Siempre ha sido competitiva. Él también, pero está dispuesto a la derrota para
alcanzar la otra victoria, esa en la que, por fin, empieza a creer. Cada vez más asustado,
poseído por una belleza arrebatadora, prefiere enrocarse con rapidez, y
defenderse. Primero libera su alfil, después se llena de ella, de su pelo. Después libera la
torre. Ella se lo piensa muy mucho, lo que hace que pueda observar esas piernas de
finos tobillos, esas pantorrillas suaves y delicadamente curvadas, y esas rodillas
huesudas. Finalmente consigue llevar al rey a un lugar más seguro.
Ella falla. ¿O está jugando con él a su antojo?. Le desorienta porque se ve experta en esa
lid pero no se enroca. ¡Una puerta abierta al fin!. Y mientras tanto él crece y renace, en
silencio, moviendo una pieza, dejando que le arrebatara otra, deleitándose de un silencio
que le hacía bien sobre la penumbra de un gran dolor. La lucha en el juego es tan
desigual como placentera. Ella disfruta arrebatándole piezas. Él llora en silencio por un
deseo que crece, y que ya no quiere detener... Tampoco puede. A Marga le gusta pensar
cada uno de sus movimientos, y, antes de atreverse a mover una pieza, tiene que haber
estudiado bien las consecuencias que conlleva. Javier, que nunca ha soportado la
lentitud del juego, permanece impasible a la espera de su jugada. De haber sido otra
persona su oponente, habría acabado la partida antes de tiempo... o quizás ni la hubiera
empezado.
Pero para él ese tablero, antes algo aburrido y monótono, se está convirtiendo en un
psicológico campo de batalla donde se están jugando algo más que el honor de vencer o
salir derrotado.
Vencer es quedarse con esa mujer. Ese es el premio que imagina. Después, todos sus
encantos le pertenecerían. Y si pierde podría conformarse con el placer de estar a su
lado durante tanto tiempo. Pero Javier, aunque lo intenta, no está pendiente del juego.
Esa mujer es el centro de sus miradas y sus pensamientos hasta cuando no está. ¿Cómo
hacer, entonces, para no amarla allí?.
Ese pelo brillante, esos ojos vivos, esa boca hecha con miles de frutas, y ese lunar que
alegra su rostro le están volviendo loco, y el saber que nunca podría disfrutar de ellos le
hace morir. Y la partida se vuelve a complicar. A pesar de la puerta abierta que había
visto, ella sabe defender sus figuras con simples peones. Colocados en el sitio exacto
son más de lo que en un principio parecen.
Así es ella, enigmática, hermosa, desequilibrante, incapaz de descifrar… y eso le mata.
Es esa mujer capaz de hacer todos los veranos.
- Te toca - le repite Marga varias veces. Tan absorto está en ella que ni se ha dado
cuenta de su jugada
- perdona – le dice mientras vuelve a la partida. Entonces aparece la eterna pregunta.
¿Qué haría él si fuera ella?. Con otros le valía para saber su juego. Con ella no.
Otro jaque – observa. Por suerte ya hace tiempo que aprendió a no darlos inútilmente.
Para perder el tiempo ya estaban los labios de Marga, sus piernas, sus manos, y, ahora
también, sus pechos. Cada vez que mueve ficha y se agacha son sus redondos senos los
que se muestran desnudos por entre esa camisa abierta. Son redondos, hermosos,
turgentes… y no tienen sujetador que los cubra.
Es la primera vez que está incómodo junto a ella. Se siente como un animal enjaulado
que, sin quererlo, se siente enamorado de su carcelero. Es como si una pared de cristal
les separara, como si una jaula dorada le impidiera pasar junto a ella, y es,
peligrosamente, la primera vez que siente que ya no puede más. En cada movimiento,
en cada pieza levantada, se destapa un nuevo beso que cae perdido en el limbo del
olvido. Si tuviera que elegir entre esa partida y ella, elegiría la partida, sin duda. Y es
que esa ya no era una partida al uso. Esa partida era ella misma.
Jamás la había disfrutado tanto. Jamás se había sentido tan bien. Pero… si tan bien se
sentía ¿por qué tenía tanto miedo?. Javier empieza a sentirse acorralado. ¿Qué perder?
Un alfil solo recorre parte del tablero. En cambio el caballo recorre todo.
Igual pasa entre ellos. Hablar ahora puede acabar en jaque mate. Seguir en silencio le
permitirá seguir observando más de lo que hubiera imaginado. Pero la desea tanto… y
más cada segundo que pasa. El tiempo se detiene mientras observa y graba el contorno
de esa redondez que no creía tan perfecta y que brilla bajo esa camisa abierta de la que
ella aún no se ha percatado. ¿O sí?. Otro movimiento hacia la mesa y sus senos vuelven
a mostrarse, cada vez más pletóricos ante unos débiles ojos. Ella enciende un cigarro, se
vuelve a sentar sobre el sofá, con las piernas estiradas. Una descansa dormida sobre el
sillón. La otra, seductora como ella misma, se pliega en triángulo dejando libre su
muslo. Y es ahí cuando puede ver el final de la media, y esa piel blanquecina que rodea
unos muslos invitadores a la mejor de las muertes.
Si fuera cazador – se dice mirando esa tórrida carne que le invita a disparar – no dudaría
en sacar su arma y abatir a su presa. Sus ojos perdidos en el tablero, sus labios
humedecidos por su propia saliva, su largo pelo descansando sobre sus hombros, y sus
suaves piernas aterciopeladas parecen ser parte de una obra de arte ante la que es
obligatorio recrearse tranquilamente mientras el transcurrir del tiempo nada parecía
importar. Mira el reloj y observa como el segundero viaja a cámara lenta. Incluso parece
detenido. Y sus ojos vuelven a sus senos, ahora ya completos ante su absorta
presencia. Ella mueve rápidamente y sonríe. Él no se da cuenta. Sigue absorto en esos
senos que desea. Ella deja de sonreír.
- Te toca, Javier – dice muy seria. Él no la oye, y permanece clavado en sus senos. Ella
los cubre rápidamente y cierra el botón. Es entonces cuando él vuelve a la partida, deja
de mirarla y, sonrojado, observa el juego del que se había alejado hace minutos.
- ¡Dios mío! – piensa ella asustada sin atreverse a mirarle – me estaba mirando…¡No
puede ser! es Javier.
Y sigue la partida. Pero ninguno está pendiente ya de ella. Él vuelve a no ser capaz de
mirarla. Ella tampoco. Está asustada, preocupada… y algo nerviosa. Ese nerviosismo no
tarda en lanzar sacudidas a su estómago, y otras partes del cuerpo. Y tanto miedo hace
que Javier vuelva al juego. Es un ataque Fegatello – se dice emocionado - ¿cómo no se
había dado cuenta antes?. Intenta una defensa húngara que, por suerte, ella no
conoce. Es entonces cuando sus ataques se vuelven precipitados, y poco a poco va
quedando en inferioridad. La partida ha terminado para ella. No es capaz de pensar con
claridad. De repente solo puede ver a su atractivo oponente, sus delicadas manos, sus
antebrazos musculosos y peludos, y esa pícara sonrisa de la que siempre le hablaba
Esther y que nunca – hasta entonces – ha sido capaz de ver.
- ¿Quieres una copita? – pregunta Marga, levantándose, sin saber bien a donde dirigirse
- bueno, ¿por qué no? – contesta mirándole muy seriamente, fijando su mirada en sus
ojos con una fuerza extraña, que hasta llega a ruborizarla.
Sirviéndole la copa no consigue dominar la pinza. Sin saber muy bien porqué el
nerviosismo se apodera de ella, pues puede notar su mirada penetrando en ella de una
forma violenta y violadora. Varios cubitos caen al suelo de tarima flotante. Al agacharse
a recogerlos levanta su mirada y vuelve a encontrarse con la suya. Esta vez mira
descaradamente su escote. Ahora son los dos los que se ruborizan.
-¡Qué horror! – piensa ella.
Vuelve a la partida. Los cubitos de la copa, en su temblorosa mano, producen música.
- ¿Te pasa algo? –se atreve él a preguntar
- ¿qué me iba a pasar? – le contesta moviendo una pieza. La idea de que hubiera estado
espiándola le pareció ridícula y sin sentido. ¿Cómo, el marido de su mejor amiga, iba a
mirarla así a ella? Ella intenta relajarse. No sabe cómo pero tiene que intentarlo.
Seguramente todo han sido suposiciones suyas – se dice - a pesar de haberse quedado
tranquila, observa, por primera vez, algo extraño en la mirada de su amigo, y, nerviosa,
cambia de tema y le invita a seguir jugando. Él sabe que algo ha cambiado. Sin duda le
ha descubierto en su obsesiva mirada. Y tiene que hacer algo. El silencio se hace eterno.
El reloj vuelve a detenerse, y hasta la lluvia parece estar planeando sobre el aire para
caer sobre el piso de la terraza a cámara lenta. Equivocando dos movimientos se deja
vencer. Tienen que salir de allí. Ambos.
- ja – dice ella – jaque mate
- al corazón – dice él
- ¿qué has dicho? – pregunta ella nerviosa, dejando caer el cigarro sobre la mesa
- nada, nada – dice él más nervioso aún mientras observa a Carlos y a Esther
acercándose por el pasillo. Aunque ni él mismo lo hubiera imaginado antes, se alegra de
que alguien les interrumpa, porque su mente está llegando a unos peligrosos extremos
que empezaba a no controlar. Dejan la partida. Ella ha ganado… ¿o ha sido él?. Marga
se disculpa ante todos y va al baño. Allí intenta tranquilizarse, hacerse ver que todo ha
sido un malentendido. Pero su cuerpo no le responde. Su cabeza le dice una cosa… su
cuerpo le pide otra. Se siente fatal. Cuando sale del baño Javier no está en el salón con
Esther y Carlos. Ella mira por el pasillo, por la cocina. Le parece buscar como una
desesperada…
- ¿A quién buscas? – le dice él, apareciendo por la puerta del despacho de Carlos - ¿a
mí?
- pues sí… digo no… digo… no sé – contesta muy, muy nerviosa
- tranquilízate mujer – le dice él intentando calmarla – que no me voy a enfadar porque
me hayas ganado. Ya echaremos otra. Tú y yo a solas
- ¿qué…? – pregunta nerviosa, mirando por el pasillo a los otros dos, que miran al
fondo la lluvia, asomados al ventanal
- que quiero la revancha. Y te aseguro que ahí no me ganarás.
Marga, completamente atacada por unos nervios que no puede controlar, vuelve al salón
con su esposo y su amiga.
Javier se acerca al tocadiscos. Suena una canción.
“Quien puede más en este juego es un tablero de ajedrez. Muevo la reina y jaque mate
se acabó el juego, jaque al corazón”.
Esther, Carlos y Javier ríen de la letra de la canción de ese extraño grupo mejicano de
los años setenta mientras la bailan. Hay alguien que no ríe con ellos. Alguien que, como
al principio, mira por la ventana una lluvia que le está mojando por dentro.
Siente que esa agua ha traspasado los cristales y le ahoga
Marga no lo sabe aún, aunque empezara a sospecharlo, pero Javier y ella ya habían hecho el
amor miles de veces antes de esa partida de ajedrez. Tampoco él puede siquiera imaginar los
sentimientos que despierta en él con solo mirarle, aunque se muestre distante, aunque no le
hable, aunque le ignore… o lo intente. Es igual lo que haga, porque él ya no necesita sus
miradas, ni sus palabras…
A él solo le llena tenerla cerca, aunque no se atreviera a clavar su mirada por miedo a
descubrir sus sentimientos. Es su olor, su aura, sus propios sonidos los que le hacen sentir
bien. Y eso es amor, y él mismo lo reconoce. Eso sí que le asusta porque no debería de
enamorarse.
Desde que jugaron esa partida de ajedrez tiembla todo su ser, se desmorona su propia vida,
desaparece su yo, e imagina que su boca recorre cada hueco de ese cuerpo, y que la
habitación se convierte en un horno capaz de amasar sus cuerpos y hacerlos uno.
¿Cómo pueden, los demás, no darse cuenta del fuego que nace cuando está junto a ella y la
mira?… ¿Cómo puede ella no darse cuenta tampoco? – piensa atemorizado, tapándose los
oídos, alejándose del salón que comparten, encerrándose en el baño. Y es que, alrededor de
ellos hay una guerra nuclear, y ellos siguen absortos en su ignorancia, tranquilos, ajenos a
esas explosiones que están a punto de derrumbar sus vidas. Frente al espejo del baño se
refresca. Mezcla agua limpia con lágrimas sucias. No ve bien. Nunca ve bien. Frente a sus ojos
sólo una imagen: ella, y cada vez más desnuda… También cada vez menos imposible. Y es
entonces cuando el miedo le vence, cuando tiene la necesidad de huir, sintiéndola tan dentro
de sí que parece a punto de romperle el traje que es su cuerpo. Las sensaciones se hacen
asfixiantes. Del placer al dolor hay solo un puente diminuto, y lo atraviesa constantemente…
De un lado a otro, del otro al uno. A su lado todo ha cambiado. Hay algo nuevo que no puede
controlar, y es cuando cree que va a enloquecer con tanto gozo, cuando repara en su mirada,
que empieza a dibujarse, también, diferente.
Ella también le está mirando furtivamente desde esa partida de ajedrez. Y lo hace de esa
forma, extraña y esquiva. Y es ahí cuando piensa que siempre será suya, aunque no lo sepa...
aunque ninguno lo sepa.
Lo que tampoco sabe nadie, ni siquiera el propio Javier, es q Marga ya ha sucumbido, y que es
suya también. Después de esa partida no puede dejar de pensar en él. Ni de día, ni de noche.
Al principio era casi con miedo, incluso con pudor y rubor, llegando a reprocharse a sí misma el
haber dado lugar a ello. Pero ella no había hecho nada. Nunca había coqueteado con él – al
menos conscientemente – nunca había jugado con él, ni siquiera le había lanzado miradas
furtivas y escondidas, como hace ahora.
Siempre que está con él, y ya ha pasado una semana desde aquella partida, tiene que
luchar contra sí misma para no devorarlo allí mismo, para ocultar unos deseos que no
cabían en ningún sitio, y para evitar que los demás se den cuenta. Pero, sin duda, al que
más teme de todos es al propio Javier.
Ese, otrora marido de su amiga, es ahora alguien muy distinto, alguien peligroso, y con
una fuerza magnética que ella no sabe capaz de poder controlar. Cada día que pasa es
igual que el otro, y en su cabeza sólo está la nueva ilusión, la única idea de verlo, y de
gustarle.
De nuevo busca trajes ceñidos en su armario. De nuevo dibuja sus escotes, y hasta sus
preciosas piernas vueven a mostrarse más allá de sus rodillas, siempre acompañadas con
botas o con zapato de tacón.
Ese hombre ha entrado en ella como el aroma de un perfume caro, y no puede ídejar de
pensar en él, y mucho menos evitarlo.
Javier ha estado echando las redes pacientemente. Ahora, el pescado está atrapado y no
encuentra un resquicio para volver a la tranquilidad de su mar.
Hacer deshonor a ese nombre que utilizaron para engañarse a ellos mismos, y no
engañar a los demás, era algo inevitable… algo que tenía que pasar. Aún así ellos
hicieron honor a dicho nombre durante mucho más tiempo del que nadie hubiera
imaginado… No podían hacer otra cosa. Incluso ellos mismos llegaron a creer que
serían amantes platónicos eternamente, y es que fueron más de tres los meses
transcurridos, desde aquella maldita partida de ajedrez, sin compartirse, amándose en
silencio, a través de un teléfono móvil, imaginando sensaciones, recreando besos
invisibles, y cerrando los ojos para imaginar dos cuerpos condenados a estar separados
pero que no tendrían más remedio que terminar uniéndose. Si hasta se creyeron capaces
de vencer a la propia ley natural…
¡Ilusos!.
Ellos jugaban con esas dos palabras - aun sabiendo que se mentían - para sentirse mejor
con ellos mismos y con los demás… Sobre todo lo hacían por esos dos maravillosos
seres a los que no querían mancillar. Así, se imaginaban en una novela oscura y
romántica de Emily Bronte, en un cuadro dulce y oscuro de Munch, o incluso en una
canción aterciopelada de traición cantada por Chris Rea… Pero el final, como en toda
película, tarde o temprano tenía que llegar.
Y al final, como se esperaba, no les quedó más remedio que sucumbir ante dos palabras
contrapuestas e imposibles de unir. El amor sólo puede ser platónico durante unos
días… unas semanas… unos meses a lo sumo. Y no más. Fue tal el grado de
enajenamiento amoroso que hasta se creyeron capaces de soportar las tentaciones de una
carne que volvía a despertar con más fuerza que en la pubertad. Si algo supieron desde
el principio fue precisamente que esa pasión contenida, y censurada por ellos mismos,
no podría durar para siempre.
Tantas preguntas sin respuesta a lo largo de mil y una noches de acompañada soledad
no hacia más que aumentar el aullido de un lobo hambriento, rodeado de corderos sin
pastor que los vigilara.
Y un licántropo no se aleja de su víctima si sabe que está cerca y desarmada. Mucho
menos en medio de tanta sombra como habita en la noche solitaria de una cama con dos
lados perfectamente ya delimitados. Tarde o temprano tendrían que sucumbir ante un
placer con el que ya soñaban a diario… incluso despiertos. Y es que el sueño de estar
juntos por fin se convirtió en su propia vida. La pesadilla comenzaba precisamente al
despertar.
Para ella todo comenzó con esa inocente partida de ajedrez… o eso creía ella. En
realidad todo había empezado mucho antes. Pero fue a partir de esa partida donde todo
cambió. Al menos, fue allí donde ella se dio cuenta de todo. Para Javier, fue allí donde
comprendió que el sentimiento que siempre había escondido hacia la amiga de su
esposa no era unidireccional… ni pasajero. Ese amor – ahora creía saberlo -corría en
ambas direcciones, a pesar del pesado muro que siempre había intentado contenerlo…
Con éxito hasta entonces.
Ya la primera vez que la vio le pareció atractiva a más no poder. Una de esas mujeres
que, sin ser guapas, gustan sin saber explicar porqué. Ella llevaba unas gafas de sol, y
había algo enigmático en ella. Era bonita, sin duda, pero era extrañamente atractiva. No
sabía porqué pero estaba convencido que tras esas gafas oscuras había algo más, algo
que sólo había visto en sueños anteriormente.
Al besar sus mejillas una sonrisa estúpida afloró en su cara, y no supo borrarla. Iba
vestida con un traje negro, de tela fina apretada sobre su cuerpo curvilíneo. La longitud
del mismo sólo cubría una minúscula parte de sus muslos, dejando expuestas unas
rodillas preciosas y unas piernas perfectamente contorneadas de tobillos finos y
huesudos. El extraño vestido parecía un fino jersey… quizás más largo de lo normal.
Bajo él, unas medias marrones dibujaban unas piernas preciosas sostenidas por unos
tacones casi imposibles de mantener en equilibrio. Pero lo que más le gustó fue su boca,
su sonrisa, sus dientes perlados, y esos labios afrutados que parecían esconder un arma
mortal en su cálida funda de seda.
Esa mujer tenía un brillo especial que la diferenciaba de las demás, algo que hacía que
todos la miraran sin ser siquiera conscientes de estar haciéndolo. Así era ella… un imán
capaz de atraer miradas que parecían escondidas u ocultas. Fue cuando se quitó las
gafas de sol cuando todo comenzó. No pudo dejar de mirarla, y, si antes le pareció
bonita, en ese momento se convirtió en la Venus de Botticelli. Cenaron juntos, los
cuatro, y él, en silencio, les escuchaba, aburrido, recordando anécdotas de su juventud.
También hablaron de la boda que se iba a celebrar… La suya. Después de una copiosa
cena fueron a bailar, y, finalmente, al hotel a dormir. Toda la noche la pasó soñando con
ella, lo que le permitió aparcar los nervios pre-enlace.
Durante todo el fin de semana de la boda no pudo dejar de fantasear con esa bella mujer,
la mejor amiga de la que se iba a convertir en su esposa. Incluso en la noche de bodas
tuvo un momento para ella. Por suerte, durante su luna de miel la olvidó, haciéndose
creer que todo era producto del miedo, de la excitación, o de esos últimos coletazos de
la virilidad de soltería.
Se supone que, también, ayudó esa faceta donjuanesca que nunca dejó de acompañarle.
Varios años después volvieron a encontrarse. Esther y él volvían a Málaga, casi tres
años después de su boda, donde vivían Carlos y Marga, y donde se organizaron para
visitarse, al menos, una vez por semana. Ella seguía tan guapa como cuando la conoció.
Quizás más hermosa, y no pudo evitar fantasear con ella, con su cuerpo, con su boca, a
pesar de querer a su esposa. Aquella primera canción que revoloteó por su cabeza al
conocerla volvió. Y a partir de esa ya todas tuvieron su rostro. En esos momentos que
compartían – siempre con sus parejas - Javier luchaba por encerrar su alma, y pisarla
para que no pudiera proporcionar indicios acerca de ese, su secreto y su miedo.
Luchó por dejar de sentir, y venció esa batalla por momentos… Pero sólo por
momentos.
Lo suyo estaba lejos del amor, y eso era lo que le salvaba. Lo que sentía por ella era un
deseo exacerbado, imposible de controlar cuando estaba a su lado. El cariño que
rápidamente cogió a Carlos no hizo desistir en sus fantasías con la esposa de éste, en sus
anhelos… Pero siempre quedaría ahí. Fue tras la maldita – o bendita – partida, de ese
día lluvioso, cuando un nuevo jaque volvió a sacudirle, sin posibilidad de escapar. Pero
¿cómo dar el siguiente paso?... ¿y quién de ellos sería capaz de darlo?
Fue él, por supuesto. Era quien menos tenía que perder. Él solo era el marido de su
amiga.
En cambio para ella todo era muy diferente. Ese hombre era el marido de su mejor
amiga, a quien debía casi la vida. Además, estaba su propio esposo, a quien debía
respeto, fidelidad y muchas cosas más… Por ejemplo lealtad, un valor que hasta ese
momento ella pensó innegociable.
Convencerla había sido más complicado de lo que él mismo hubiera imaginado.
Pero ellos estaban ya en una vorágine de sentimientos de la que les costaría mucho salir.
Si alguna vez lo conseguían, claro. Se deseaban, se necesitaban… algo peligroso había
nacido entre ambos, y ninguno de los dos sabía si quería o podía dejarlo ya. Que querían
besarse al fin sí que lo sabían los dos… Que pudieran era otra historia. Así, Javier, que
ya no dormía abrazado a Esther por culpa de la bella Marga, empezó a mandarle
mensajes a través del móvil y a través del ordenador.
Al principio eran timoratos, incluso infantiles, pero fue finalmente un día que la
encontró en la calle – no fue casualidad como le dijo – cuando decidió abordarla y no
alejarse hasta conseguir lo que sabía que ella también deseaba... Era, ahora o nunca...
Acercarse o alejarse... Correr o detenerse.
Desde aquella famosa partida Javier no dejaba de mandar mensajes a Marga, de
buscarla por el chat de Facebook e incluso de mandarle canciones que le gustaban. No
se atrevía a decirle nada de lo que sentía por ella, pero sí que le dejaba caer que entre
ellos había nacido algo especial… Algo que ella sabía peligroso. También llevaba ya
algún tiempo merodeando por su oficina. Sabía que ella salía todas las mañanas a las
doce en punto e iba a la cafetería Lucky. Siempre era puntual, y siempre seguía el
mismo ritual. Se sentaba, releía algún periódico mientras removía el café con la
cucharilla hasta enfriar, y, después salía a la terracita y se fumaba su cigarro. Después
volvía a la oficina. Lo extraño era que ya habían pasado varios minutos del medio día y
aún no salía. Ese día sería ella quien le sorprendiera.
- ¿Javier, eres tú? – oyó a su espalda, mientras espiaba la puerta de la oficina tras el
quiosco de prensa. Eso le asustó, y le dejó bloqueado, sin saber reaccionar
- Hola, Marga – dijo finalmente, casi ahogándose en su insensatez
- ¿qué haces tú por aquí? – preguntó visiblemente nerviosa. La verdad es que, al verle,
tentada estuvo de no decirle nada y darse la vuelta. Cuando le vio allí escondido se
llevó una sorpresa mayúscula, dándole un vuelco el corazón.
- Pues nada… de negocios – le dijo muy alterado también, sin atreverse siquiera a
mirarle a los ojos - ¿dónde vas tú?
- Voy a la oficina. Es que vengo de tomarme mi café
- ¿tan pronto?
- sí, es que hoy he tenido que salir antes porque tengo una reunión
- ya decía yo… no te esperaba tan pronto
- ¿cómo dices?
- nada, nada… - volvió a decir, visiblemente más nervioso. Durante varios segundos el
silencio se hizo incómodo, y ambos recordaron aquel momento fatídico de hacía tan
solo dos días cuando le descubrió mirándole el escote. Desde entonces ninguno de los
dos ha sido capaz de conciliar el sueño, pero ninguno se atrevía a decirlo. Ella quería
irse de allí, correr a la oficina, pero no sabía cómo hacerlo. A él… él no sabía ni lo que
quería en esos momentos.
- ¿Te apetece tomar un café conmigo? – le preguntó tembloroso
- ¿un café dices? – preguntó, nerviosa también, ella – no sé, no sé… es que tengo
muchas cosas que hacer
- vale – contestó sin fuerzas para seguir luchando – te entiendo
- es que tengo mucho trabajo… en serio – dijo ella sin ningunas ganas de marcharse y
deseando tomar ese café – no sé…
- venga mujer. No vamos a tardar nada. Además, me gustaría decirte una cosa
importante
- ¿el qué quieres decirme? – sus nervios hablaban por ella, y fue ahí donde Javier
comprendió que esa mujer sentía también algo
- tómate un café conmigo y te lo digo
- está bien, pero uno rápido, que tengo mucho trabajo. Además, podrían vernos – dijo
muy seria, mirando a un lado y otro de la calle. Fue ese nerviosismo el que terminó de
delatarla. ¿Por qué tenía ella que temer que vieran juntos a dos amigos tomando un
simple café?.
Hasta la cafetería fueron uno delante del otro. Ella caminaba con paso ligero, con miedo
a ser descubierta en un pecado que aún no había cometido – y que estaba segura que no
iba a cometer. Él, tras ella, no podía dejar de mirarla mientras los nervios atenazaban su
espíritu. En la cafetería los nervios no desaparecieron, y los nervios del otro no hacían
más que incrementar los propios. Los gestos casuales de Marga parecían encerrar todo
un mundo de intenciones ocultas, y que le excitaban y asustaban más y más. Ver cómo
rozaba su cara con la punta de los dedos, su rodilla, o simplemente ver cómo se
acariciaba su propia muñeca, parecía una invitación para abordarla.
Todo en ella era sensualidad, y cada gesto era recibido como un acto de invitación para
el abordaje. Pero él no era un pirata… aunque lo pareciera. Javier pensaba en todo y
cuanto quería decirle. Sabía que el momento, por fin, había llegado, pero tenía que
hacerlo con tino. ¿Y si esa mujer no sentía lo mismo? ¿Y si todo había sido un
malentendido por parte de su excitada imaginación?. Allí no había margen para el error.
No podía meter la pata en algo tan importante... Por ella, por él, y por los otros. Pero
allí la tenía… tan suya, tan fácil, y tan terrestre, que tenía que actuar sin más dilación.
Para él era el momento propicio. Nunca más la encontraría en una situación tan
perfecta… y los nervios de Marga no hacían mas que facilitar el camino.
Esa mujer estaba tan nerviosa y excitada como él mismo. Besarla, acariciarla, incluso
decirle que la amaba, ya no era una fantasía o un sueño feliz como lo era anteriormente.
En esos momentos, esa fantasía, lejos de agradarle y excitarle, le hacía sufrir como
nunca pensó que podría suceder, y le estrujaba y marchitaba el alma. Javier ya no
deseaba seguir fantaseando en torno a ella. Lo que de verdad necesitaba era hablarle sin
miedo, besar cada parte de su cuerpo, acariciar su celestial piel, y caminar a través de su
vida, y hacerla sólo suya. Estar con ella ya no era un placer en sí como antes. En esos
momentos también sufría teniéndola tan cerca sin posibilidad de disfrutarla.
La partida de ajedrez que jugaron en su casa no fue un juego en sí, al menos para él. Ese
tablero se había convertido en una cama, y todas las piezas, firmes y erguidas, eran ellos
dos. Era una lucha de sexos en la que ambos tenían que ganar... y en el que ambos
tenían derecho a disfrutar de igual modo.
- Venga Javier, hazlo - se decía a sí mismo - dile que la amas y que la deseas. Dile todo
lo que pasa por tu cabeza, y no tengas miedo a nada.
- ¿Pero qué le digo? - se preguntaba, de nuevo asustado, porque sus nervios le impedían
encontrar las palabras necesarias.
- ¿Le digo que mi amor es algo que nunca podrá tener igual? - se preguntaba,
recordando el modo en que se declaró a Esther hacía ya muchos años, mientras movía
torpemente una pieza
- no, eso es demasiado cursi.
- ¿Y si me acerco más a ella y le digo simplemente: mira Mari, estoy enamorado de ti,
¿qué tal si nos vamos a un hotel y nos damos un soberano revolcón? - su propia
desesperación le hacía decir tonterías que no podía controlar.
Su cabeza giraba y giraba, alejando su pensamiento de la racionalidad, y su cuerpo se
retorcía mientras bailaba un extraño bolero, cálido y sensual. Ella le miraba muy seria.
En realidad no le miraba. Se dedicaba a dar vueltas a la cucharilla sobre el café negro,
cada vez con más energía, dejando que gotitas mancharan el platito y el papel del
azucarillo. El café, caído por el borde de la taza sobre el plato, unido a los restos de
azúcar, y al papel del azucarillo mezclado con una servilleta, hacían todo muy sucio y
desordenado. Casi caótico. Así se sentía él. Javier seguía sin encontrar las palabras que
utilizar, y tenía tanto miedo a su reacción que quería salir corriendo.
Su mente daba vueltas, y su pensamiento se detuvo en esa canción que sonaba de
fondo… “Si el camino fuera suave, si no hubiera que correr…” Siempre le gustó esa
canción. Más tranquilo – o eso parecía desde fuera - se levantó. Se disculpó, y se dirigió
al baño. Ella le miró por fin. Caminaba erguido, con ese cuerpo atlético que poseía, y a
pesar de su traje podía casi disfrutarle carnalmente.
- ¡Dios mío! – se decía empezando a soltar una lágrima de rabia, y deseando reunir
fuerzas para marcharse de allí - ¿qué me está pasando?... le deseo como jamás deseé a
nadie. Pero no puede ser… Mientras ella desvariaba mentalmente, él caminaba con paso
firme, intentando parecer más atractivo a los ojos de esa enigmática mujer que tan
desorientado le tenía. Todo el porte de Javier desapareció al entrar al baño. El fuerte
olor a orín le terminó de marear. Apoyándose en el lavabo y mirándose al espejo, volvió
a verse como un ser insignificante.
- ¡Joder, Javivi… ¿a qué estás jugando?.
Agua sobre la nuca. Cuando volvió a la mesa ella ya se había bebido su tercer café de la
mañana, y cada uno de sus pensamientos parecía tan fuerte que creía que él podría
escucharlos.
- ¡Camarero, por favor – gritó – otro café solo!
- ¿estás bien? – le preguntó al verla tan nerviosa
- pues sí… o no… no lo sé
- relájate mujer – dijo él, también con la voz temblorosa
- no puedo Javier, no puedo
- ¿por qué?
- no sé… hoy me he levantado así. No me hagas mucho caso.
De nuevo el silencio volvió a llenar ese habitáculo donde estaban sentados. Por suerte
había tanta gente en la cafetería que pasaban totalmente desapercibidos. Aun así ella
tenía la sensación de que alguien les espiaba.
- ¿Tienes ganas de irte? – le preguntó de nuevo Javier
- no lo sé… ¿Y tú?
- para nada – sonrió, haciéndola sonreír a ella
- ¿y qué me ibas a decir? – le volvió a preguntar, devolviendo su mirada al café ya
bebido
- no sé si decírtelo. A lo mejor es mejor dejarlo para otro día - dijo sonriente mientras la
miraba con ojos que no ven, intentando buscar las palabras necesarias para hacer que se
lo pusiera fácil.
- A ti te sucede algo conmigo, ¿verdad? – preguntó Marga sorprendiéndose a sí misma
por su osadía
- no, no me pasa nada... - hizo una pausa para alejar el humo de su boca.
Los dos, el uno frente al otro, continuaron saboreando sus cigarros. Marga perdía su
mirada en el techo, y Javier miraba cada parte de su silueta, prestando mayor atención a
esos senos dibujados a través del elegante traje que vestía, mientras imaginaba mil y una
situaciones diferentes.
- ¿No te has sentido nunca extraño contigo mismo? - sus palabras sonaron tristes y
melancólicas
- no sé a qué te refieres - dijo con tono infantil, enfrentándose por fin a su mirada,
intentando hacerle más fácil el trabajo
- ni yo… ese es el problema
- ¿te pasa algo con Esther?
- no, Esther no tiene nada que ver en esto. O sí… no sé. No te lo tomes a mal. Lo que
quiero decir es que no puedes entenderme
- ¿Y cómo te sientes? - preguntó tímidamente esperando su respuesta, sin confianza
- ¿que cómo me siento? - le dijo perdiendo la mirada en el sucio techo lleno de humos -
ese es el problema, que no sé cómo me siento.
- a mí me pasa igual…
- ¿qué es lo que te pasa? – preguntó él, intentando devolver la pelota a su tejado, y hacer
así que fuera ella quien hablara
- no lo sé… estoy rara… ya te digo
- Últimamente me encuentro vacío - decía con la mirada perdida en la ventana del local
- no sé qué es lo que me pasa pero no me siento feliz. A veces me siento alejado de mi
vida. No sé cómo explicarlo.
- mira Javier – le dijo ella mirándole por primera vez a los ojos, e intentando detener
algo que podría no tener marcha atrás – creo que sería mejor que lo dejáramos ya
- ¿Te preguntarás por qué dice éste tantas tonterías? - le dijo mirándole seriamente,
mientras la observaba – es que últimamente no me siento feliz en ningún sitio...
- yo también estoy algo rara. Supongo que será algo normal
- ya me he dado cuenta
- ¿de qué? – preguntó ella nerviosa, tanto que tiró el nuevo café que el camarero le ha
puesto sobre la mesa
- tranquilízate mujer – le dijo él sonriendo maliciosamente
- no puedo tranquilizarme, Javier – le dijo ella, muy seria, limpiando los restos de café
sobre la mesa con ayuda de unas servilletas de papel.
Su estado de ánimo empezaba a apoderarse de ella, y Marga, cuando estaba nerviosa,
solía sacar a relucir su estupidez
-¿me quieres decir lo que sea ya?... ¿no ves que me va a dar un ataque?
- pero si ya lo sabes…
- ¡¿el qué sé?! – preguntó enojada, casi fuera de sí
- lo que siento por ti.
Fue en ese momento cuando su mundo terminó de derrumbarse por completo. En su
estómago hubo una gran explosión, puede que hasta termonuclear. Eran miles de
serpientes que se dirigían por toda su anatomía, otorgándole un cosquilleo y un placer
extraño y que no podía controlar. En su cabeza, en cambio, había miedo, caos,
oscuridad… A pesar de saberlo ya – o al menos de tenerlo casi claro – oírlo de su voz
hizo que se volviera loca de alegría y de estupor.
-Dios mío, me ama – dijo, sintiéndose como esa colegiala a punto de descubrir los
primeros frescores primaverales del amor.
- Dios mío, es lo que me temía – volvía a pensar, abatida por un dolor punzante,
provocado por ese extraño sentimiento de culpabilidad.
Los dos se miraban. Por primera vez creyeron alejar el pudor que les acompañó durante
toda la mañana, y llegaron a sentirse desnudos allí, sin nadie que les prohibiera ese beso
que ambos necesitaban para calmar su sed. Ninguno se atrevía a sonreír. No podían
permitírselo en un momento como ese, y prefirieron mirarse sin más.
- ¿Le pongo otro café? – intervino el camarero, presto a limpiar la mesa
- ¡nooooooo! – gritaron ambos, haciendo que el pobre hombre se retirara avergonzado.
Siguieron mirándose. Silencio.
- ¿Y qué es lo que sientes por mí? – preguntó ella
- creo que te amo – dijo él muy serio, paseando uno de sus dedos por la mano extendida
sobre la mesa
- no digas eso – dijo ella apartando la mano
- es la verdad. No sé si es amor, o es deseo, pero no dejo de pensar en ti. Y tú también
en mí, ¿verdad?
- yo amo a Carlos. Y tú a Esther. Estás confundiendo amor con las ganas de echar un
polvo
- no es eso, créeme. Ojalá fuera sólo eso. Es algo más, y tú lo sabes
- ¿yo qué voy a saber? – preguntó ella ofendida, incapaz de entender lo que le estaba
pasando – será mejor que me vaya
- no te vayas, por favor
- adiós. Y no te preocupes. Nadie se va a enterar de esto.
Marga, muy seria, sin decir nada más, se aleja de la cafetería. Él, a través del cristal, la
mira cruzando la calle. No puede dejar de recrearse en esas preciosas piernas que sabe
que ya son suyas.
Ella va llorando. No se explica cómo puede haber pasado. En realidad lo que se
reprocha es haber dado lugar a que suceda. En el fondo piensa que todo ha pasado por
culpa suya.
En tan poco tiempo no se puede amar así a alguien. Lucha y llora. Lucha por volver a su
oficina. Llora porque lo que realmente quiere es volver a esa cafetería y decirle que sí,
que le ama también y que no puede dejar de pensar en él desde esa maldita partida de
ajedrez.
Fue ahí donde millones de respuestas fueron contestadas por fin sin necesidad de
formular pregunta alguna. No había escapatoria. Ambos lo sabían… por eso ese miedo.
De no haber estado en el centro de la calle en la mitad de un día allí mismo habrían
apagado esos fuegos que quemaban sus ropas.
Y así empezó todo. Un primer encuentro tan esperado como maravilloso.
Después de su encuentro fortuito Marga evitó a Javier constantemente. También evitó a
su mujer, y amiga. Cualquier excusa era buena para no verles, y es que se sentía tan
atraída por él, como asustada. Desde ese día le acompañaron varias noches sin dormir.
También fueron muchos los platos rotos en la cocina por temblores inesperados. Y qué
decir de esos cosquilleos olvidados en sus tripas, y esos nervios y, sobre todo, miedo y
remordimientos… Pero, sin duda, lo peor de todo era esa gran mentira que pesaba más
que nada, y que hacía más difícil una vida que hasta entonces le parecía de ensueño. No
es que su relación con Carlos hubiera estado nunca marcada por la atracción física, ni
por el sexo, pero siempre había sido feliz a su lado, y hasta parecía bastante satisfecha. En casa todo cambió de repente. Ese hombre, al que siempre había querido y respetado,
seguía siendo el mismo, pero eran sus ojos quienes le veían de forma diferente. Seguía
queriéndolo, eso lo tenía muy claro, pero no estaba segura de poder seguir respetándolo
como, sin duda, se merecía. Y es que Carlos ya no era él el personaje que aparecía en
sus relajaciones, en sus siestas, y mucho menos, en sus imaginaciones. No era ya su
imagen la que erizaba su piel al cerrar los ojos, y tampoco era él con quien hacía el
amor, a pesar de que sí fuera su cuerpo, su olor y sus besos los que recibía cada noche
mientras su imaginación volaba lejos de allí. Y eso la entristecía, aunque nadie pudiera
comprenderlo. Javier había entrado de manera inesperada, y estaba ya allí. Ella sabía
que no se iría tan fácilmente como ella misma había pensado, intentando alejarse
físicamente de él.
A pesar de no contestar sus mensajes, ni de responder a sus llamadas, ella no podía
dejar de pensar en él en ningún momento del día… estuviera haciendo lo que estuviera
haciendo. Todo era él. Sin duda le había embrujado, y, en silencio, esperaba una
llamada, una visita inesperada, un sms de esos que se mandaba su compañera de oficina
con su amante... ¡algo!.
La primera llamada la recibió con tanta sorpresa como miedo.
- Hola – le dijo muy serio, con la voz entrecortada – soy yo.
Ella se quedó en silencio. Carlos estaba en el dormitorio, y podría escucharles. El miedo
fue vencido rápidamente por la terrible excitación que su voz provocaba en ella.
- Sé que te sientes mal, pero tenemos que hablar de esto. No digas que no sientes
también algo por mí. Lo sé, se te nota, y quiero que sepas que te amo desde hace más
tiempo del que crees. En realidad creo que te amo desde el primer día que te vi
- no digas tonterías – dijo tan seria como confusa. También emocionada, y asustada
porque Carlos pudiera escucharles en su conversación secreta
- no son tonterías Marga. Ya cuando te vi el fin de semana de mi boda no pude dejar de
pensar en ti. Al principio pensé que era por los propios nervios de la boda, pero no era
por eso… eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida
- estás loco… y me estás asustando
- sí que estoy loco, por ti
- calla ya, por favor, calla ya – cada vez estaba más nerviosa, pero también excitada y
emocionada.
Un largo silencio se produjo entre los dos. Ninguno supo que más decir. Marga
aprovechó para salir a la terraza y evitar así que Carlos pudiera escucharle. A pesar del
riesgo, y del miedo, no podía dejar de hablar con él.
No podía, ni quería, permitir que se cortara esa primera llamada.
- No te asustes, querida. Tenemos que vernos para hablar de esto. Tenemos que hacer
algo…
- no pienso quedar contigo en ningún sitio. ¿Acaso estás loco? – preguntó intentando no
levantar la voz para que Carlos no le escuchara
- no tengas miedo, querida
- ¿Que no tenga miedo?... pero ¿tú eres consciente de lo que estás diciendo?
- sí, ¿crees que es fácil para mí decírtelo?
- ¿y para mí? Tu mujer es mi mejor amiga. Casi como una hermana
- lo sé
- pues entonces olvídalo. Todo esto no es más que un calentón. No le demos más
importancia
- esto no es un calentón, y tú lo sabes
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- porque te lo noté el otro día. Tú me amas también a mí. No me digas que no
- estás loco, y me estás poniendo muy nerviosa. Voy a colgar
- no cuelgues, por favor
- adiós – dijo, pulsando el botón rojo del teclado, llevando el móvil a su pecho, y
mirando en lontananza. Estaba tan nerviosa como excitada, pero se negaba a
reconocerlo. Ese hombre había calado en ella más profundamente de lo que quería
reconocer ante ella misma.
Ese hombre había despertado a una Marga dormida durante muchos años… y empezaba
a dudar que quisiera volver a aletargarla. Esa misma tarde, intentando así apagar esa
extraña sed, entró en la habitación, se desnudó y se metió en la cama con Carlos. Para su
marido la sorpresa fue tan agradable como extraña. Marga hizo el amor como no lo
había hecho en muchos años… Mientras hiciceron el amor sonó en la radio una canción
que no pudo dejar de oír, mientras iba descifrando esa letra sensual. "Quiero entrar
desnudo en tu habitación, quiero dormir desnudo en tu habitación..." Esa letra trajo
hacia su cama la figura de Javier.
Durante las siguientes semanas su estado febril se mantuvo en auge, pero ella seguía
siendo fiel a su idea de no engañar a su marido y a su amiga, aunque fuera lo que más le
apeteciera hacer a cualquier hora del día… sobre todo por las noches en esa cama que
compartía con un hombre al que ya no deseaba.
En realidad – en ese momento lo entendió – hacía ya mucho tiempo que había dejado de
desearle, aunque nunca lo hubiera reconocido.
Y por eso cambió todo en la vida de Marga. Por suerte Carlos andaba muy ocupado con
un nuevo negocio de la empresa que le llevaba casi todo el día, y parte de sus noches.
Eso le fue acercando más a Javier, que, poco a poco, iba convenciéndola con sus
mensajes “sms” que le mandaba a diario, y a cualquier hora.
Esos mensajes le tenían en tensión. Al principio le molestaban, incluso le hacían temer a
ser descubierta en algo que no estaba haciendo.
Poco tiempo después ya no podía vivir sin ellos. Cada vez que oía el sonido
característico de mensaje recibido su cuerpo se convulsionaba y sus ojos se iluminaban.
Siempre quería responder, y decirle que ella también le amaba, pero sabía que si
respondía una sola vez ya no podría parar.
Y tanta tensión acumulada tendía a salir en forma de mal humor cuando estaba a solas
con Carlos.
- Estás rara cariño… ¿qué te pasa? – era la frase más repetida en casa, en el coche… en
cualquier sitio donde ella estuviera con su marido, y de donde, seguro, quería huir para
correr hasta él
- nada – mentía ella y lloraba por dentro, deseando que llegara ese día, o rezando para
que no llegara jamás. Ni ella misma lo sabía. Lo único que sabía en ese momento era
que le deseaba tanto como le temía… Por eso lloraba tanto. Sabía que su vida había
acabado.
Su única esperanza era el inicio del verano. Quizás la llegada del calor calmara sus
deseos. Ál menos, eso esperaba, aunque sin mucho convencimiento.
La idea de la maternidad volvió de nuevo a cobrar importancia en su vida. Sin duda ese
sería el candado definitivo para cerrar el baúl de sus apetencias sexuales, cada vez más
fuertes.
Lo malo, una vez más, sería plantearlo a Carlos. Ya le había dejado muy claro en su
última charla que él no querría tener hijos nunca. A ella cada vez le apetecía más.
Ya habían pasado dos semanas desde aquel encuentro fortuito que había cambiado la
vida de todos, aunque dos de ellos ni siquiera lo supieran. Javier y Esther, después de
mucho tiempo sin estar a solas, decidieron pasar el primer día de playa del verano. Estar
a solas les haría bien a ambos pues hacía ya mucho tiempo que sus respectivos trabajos
les mantenían muy alejados. Mientras Esther leía un libro y escuchaba música en su
ipod, Javier se perdió por ese limpio y exquisito Mediterráneo, observando esos fondos
de roca que tan bien conocía y que tanto le gustaba inspeccionar con esas gafas de
buceo que, por cierto, le habían regalado Carlos y Marga en su cumpleaños.
El agua estaba tibia, cristalina, y numerosos peces acompañaron su nadar. Una vez más
volvió a disfrutar como cuando era joven y todo su mundo, al igual que sus primitivos
anhelos, se encontraban en el submarinismo. Su sorpresa llegó cuando salió del agua y
se encontró, tumbados junto a Esther, a Carlos y a Marga. Una sensación de extraño
desasosiego invadió su cuerpo. Las gafas se le escurrieron entre los dedos, y sintió que
las fuerzas le abandonaban, haciéndole casi caer al suelo. Marga y su escultural cuerpo
descansaban junto a Esther. Llevaba un biquini blanco, resaltando el bronceado que ya
tenía su húmeda piel, y dibujaba una silueta difícil de dejar de mirar. Intentando apartar
la mirada de su cuerpo observó cómo varios vecinos de playa no podían hacer como él,
y la devoraban literalmente. No supo reaccionar. No se atrevía a mirarla por miedo a
descubrir unos aterradores sentimientos que le empezaban a volver loco y que sabía que
no conseguía aún dominar. Era tan hermosa que dolía a la vista. Y cada día dolía más…
Ella, que le observaba detrás de las gafas, ya lo sabía, y jugaba con ello. Oculto tras sus
gafas de sol observó cada parte de ese cuerpo que ya pronto le pertenecería. Esther,
robando miradas de los furtivos mirones que vigilaban a su amiga, se deshizo del
sujetador del biquini mostrando sus preciosas tetas. Los hombres allí congregados no
pudieron mas que sucumbir ante el magnetismo de su peso y forma. Las mujeres,
aunque con envidia, también. Esther estaba en su salsa, feliz… Si había algo que
gustaba a Esther era que la miraran. Después pidió a Javier que le untara crema sobre su
reseca piel, castigada por un sol que caía sobre ellos con mucha fuerza. Javier, sentado
sobre las piernas de Esther, derramó la crema blanca sobre su espalda, perdiendo el
líquido viscoso sobre su piel aún blanquecina mientras miraba a Marga, tumbada a su
lado. A pesar mantenerse oculta tras la oscuridad de las gafas el brillo del sol hizo que
pudiera ver los ojos con claridad. No le quitaba ojo, y miraba disimuladamente su torso
y su cuerpo. Eso le emocionó tanto como le descompuso.
- ¿Quieres que Javier te eche crema, Marga? – preguntó Esther, dejando a ambos
descolocados, y sin saber qué decir
- ¿qué? – contestó una Marga, un tanto desorientada
- Venga Javier, échale crema a Marga. Aprovecha ahora que Carlos no está y no se
pondrá celoso.
Además, chica – le dijo a su amiga – tiene unas manos que son una auténtica delicia…
Ya lo verás
- no sé – Marga seguía aún descolocada, como el propio Javier
- venga hombre, échale crema a mi amiga – le dijo Esther, dándole la crema, mientras
cogía sus auriculares y buscaba sus canciones favoritas.
Sin mediar palabra alguna Marga se giró colocando su cara sobre la toalla roja con el
escudo del equipo de la ciudad. Con sus manos temblorosas desabrochó el sujetador
dejando su espalda libre. Sus turgentes senos se aplastaron sobre la toalla. Era toda suya
por fin. Fue cuando Esther se dejó caer sobre su toalla mirando para otro lado, cuando
ambos se sintieron mejor, y dispuestos para el masaje. Javier se sonrojó de nuevo.
Hacía mucho tiempo que no le pasaba, pero volvía a no dominar todas las partes de su
anatomía. Marga estaba tumbada, casi desnuda, ante él, tal y como había estado
soñando las últimas semanas... Mirando ese precioso cuerpo sólo quería dejarse llevar,
dar libertad a sus manos, y que fueran ellas quienes hablaran… que fueran ellas quienes
le hicieran el amor sin hacer parada alguna hasta conseguir llevarla al goce máximo.
Allí, sobre ese lecho de carne dejaría de pensar, y olvidaría quienes eran, si es que
eran… porque él, allí, sentía que era sin ser… Mientras sus manos paseaban por su
cuerpo sonaba una canción que le trajo bonitos recuerdos de su juventud.
-¿Cómo se llamaba este tío? – preguntó Esther, aún tumbada, ajena al masaje
- Terence Trent D´arby – contestó Javier, masajeando con más fuerza
- ¡Dance Little sister… - canturrearon los tres – don´t give up today, hang on till
tomorrow don´t give up your stay… Tuturururuuuuuuuuu
Su pelo recogido sobre una cola enseñaba un cuello sedoso y que besaría encantado. Su
espalda era plana, rota su planicie por dos paletillas sobresalidas, un costado de seda y
huesos, y una espina que se dibujaba para perderse bajo una braga blanca incapaz de
ocultar esos mofletes redondeados bajo los cuales nacían sus muslos y piernas. Javier,
con cuidado, se puso de rodillas a su lado y dejó caer la crema sobre su espalda. El
dibujo era inmenso. Sus manos se deslizaron rápidamente por entre la crema,
tímidamente, pero sus ojos se perdían en el dibujo de esos dos senos apretados contra el
suelo. Ella no se atrevía a mirarle. Lentamente la crema cayó sobre su piel, y Javier
comenzó a aplicar el amasamiento con ayuda de toda la mano, cogiendo y estrujando
cada parta de su cuerpo por donde extendía la crema. Ella, al recibir el primer contacto
de sus dedos, se estremeció. Tanto que no pudo pasar desapercibido para Javier, que
intentaba poner en orden unas ideas que iban y venían, desconcertándole más. Estar con
ella era como estar sin ella, y todo por culpa de ese amor que él creyó imposible, pero
que empezaba a desenredarse y a verse con menor oscuridad.
Con ayuda de las dos manos, dibujó letras imaginarias en esa espalda a la que tenía
tanto que decir. Con claridad escribió un “te deseo”, y ella pareció entenderlo.
- No podía ser – pensó aún convulsionada por ese maravilloso contacto. Alternando
continuamente la labor de presionar y soltar, siempre con sumo cuidado de no lastimar
su piel, ni sus músculos, la hizo disfrutar de ese secreto que Esther había compartido
siempre con ella. - Las manos de Javier son mágicas – le decía siempre su amiga.
Con Javier sentado sobre sus muslos ella podía sentir toda su fuerza, notando
perfectamente el aumento de su flujo sanguíneo y el propio despegue de las diferentes
capas de su piel. Con ayuda de las yemas de sus dedos Javier iba dibujando pequeños
círculos en diferentes sentidos, y fue ahí donde el placer empezó a dejar de ser
meramente físico. Cuando giraba los dedos hacia la derecha podía notar como se
difuminaban las pequeñas molestias, y cuando lo hacía hacia la izquierda notaba cómo
tonificaban.
- ¡Dios! – exclamó sin apenas poder controlarlo. Se sonrojó. Javier sonrió y se
emocionó.
Sus manos eran rodillos circulantes ejerciendo una ligera aspiración sobre la piel, y
poco a poco fueron adentrándose en zonas delicadas con dermis fina como la cara
interna de los muslos.
Suave y homogéneamente sus dedos siguieron dibujando extrañas gráficas sobre su baja
espalda, paseando también por su costado desnudo, lo que hizo que Marga se ruborizara
porque el cosquilleo que tenía en el cuerpo ya no era solo físico. Iba más allá.
- Ya está bien – dijo muy seria, colocándose el sujetador, levantándose y corriendo hasta
el agua.
Javier no dejó de mirarla mientras caminaba hasta el agua. Ella nadó, y tampoco podía
dejar de mirarle desde el agua. Para tranquilizarse prefirió esconderse tras unas rocas.
Allí, apoyada y descansando, notó la fuerza de su respiración, cómo se le hinchaban los
pechos, y cómo sentía un extraño latigazo en su vientre… de excitación.
- ¿Qué te está pasando Marga? – se preguntaba temblando – tienes que olvidar todo lo
que estás pensando. Es el marido de tu amiga… de tu mejor amiga.
Para su sorpresa unas manos conocidas acariciaron su espalda desde atrás. Javier había
nadado hasta ella y no le había escuchado. No sabía qué hacer. Sentía tanto miedo como
excitación… y prefirió no darse la vuelta para no romper el maravilloso momento.
Las manos acariciaban su espalda, en silencio, y ella luchaba contra su deseo de alejarse
de allí, y contra el de girarse y dejar que le besara y le hiciera el amor allí mismo. La
excitación era tal que podía notar como el agua cambiaba de temperatura a su alrededor.
Fue cuando sintió sus labios sobre su espalda cuando se sintió morir. Ella seguía con los
ojos cerrados, temerosa, excitada como nunca…
- ¿Qué haces aquí guapa? ¿me estabas buscando?
- sí – dijo más asustada aún, incluso algo defraudada.
Por suerte – o por desgracia - ese su amante que había nadado hasta ella no era el
principesco marido de su amiga.
- ¿Volvemos a la orilla?
- Carlos… - intentó convencerle para que se quedara un poquito y calmara sus extraños
nervios
- ¿qué? – preguntó inocentemente, no esperando que su esposa, esa mujer fría y casi
asexuada, estuviera dispuesta a jugar con él en un sitio como ese
- nada… nada…
y, para su desgracia, eso hicieron. Nadar.
DECLARACIÓN
DE INTENCIONES
Después de ese día de playa Marga ya era otra mujer. Lo que allí sucedió había sido tan
extrmkkm,´-año como romántico, y en su fría cama, acompañada por un hombre que ya
no le hacía sentirse mujer, pensó en esas manos que tanto bien habían hecho no solo en
su piel, sino en sus mismas entrañas. Sentir las manos vigorosas de ese hombre sobre su
piel desnuda y mojada fue como haber sentido toda su masculinidad dentro de ella. Por
eso se sentía tan aterrorizada. Ese hombre había conseguido despertar en ella la
sexualidad, algo que nunca había sido importante en su vida. Todo era ya sexo en su
vida. En la ducha, en la cama, en el coche… En todos lados había momento para que la
excitación se abriera paso entre sus piernas y entre sus senos, que habían vuelto a
resurgir cual Ave Fénix.
En el agua – recordaba emocionada, notando cómo su cuerpo se excitaba al solo
contacto del camisón de seda que lo cubría – había deseado que Javier se acercara a ella,
que la hubiera seguido y la hubiera poseído allí mismo, de una manera salvaje, casi
pornográfica. Era curioso, pero ella que nunca había visto películas pornográficas veía
todo de esa manera que antes le parecía aterradora y desagradable. Todo en ella
rebosaba sexo… Todo era tan intenso, y permanecía tan vivo dentro de ella, que no
podía dejar de recordarlo. Las manos de ese hombre eran auténticos pinceles del color
del placer, y su pintura aún seguía, sin secar, embadurnando el tapiz que era ya todo su
cuerpo. Aún podía recordar la mirada que le regaló cuando salió del agua, deseosa como
nunca, y no pudo dejar de mirarle mientras se dirigía hacia ellos. Él hacía lo mismo,
grabando sus ojos en sus pechos, en unas curvas que iban desapareciendo de su cuerpo,
y, sobre todo, en sus ojos, intentando comunicarle que el deseo que sentía era casi tan
visible como insoportable. Marga volvió a excitarse… Y a asustarse, porque esa mirada
estaba tan cargada de pasión como de peligro. ¿Cómo no se daban cuenta los demás de
todo lo que allí estaba pasando? Mirándole, y devorándole desde la corta distancia,
también sintió un punzante dolor en el alma. ¿Qué le estaba pasando? – se preguntó
muy asustada. El nerviosismo se hizo indescriptible e incontrolable, casi visible a todo
el mundo, y prefirió alejarse de su lado, volviendo de nuevo al agua del que él acababa
de salir. El sol, brillando sobre las tranquilas aguas de la playa, se reflejaban en el
cuerpo de esa mujer, y Javier no podía apartar su mirada de la trayectoria que marcaba
frente a él. Marga, de reojo, se regocijaba al saberse observada con esa pasión nueva.
Tirándose de cabeza se adentró en el agua, y volvió a desearle, imaginándole junto a
ella bajo esas aguas transparentes. Estremecida permaneció sumergida todo el tiempo
que pudo. Eso siempre le hacía sentir bien. Debajo del agua se imaginaba a él subido a
su espalda, agarrándola por la cintura y pegando el cuerpo al suyo hasta hacerlo uno
solo. Al volver a la superficie dejó su cuerpo muerto, o dormido, tumbado sobre esa
cama de sábanas hechas de gotas saladas. Conturbada y dichosa permaneció tumbada
sobre el agua, sin moverse, con la mirada perdida en el cielo, dejando sobresalir parte de
su cuerpo del agua inmóvil, y percibiendo la furtiva mirada de su amante platónico.
Sólo su nariz, sus ojos y su frente sobresalían del agua. Su boca estaba inundada, al
igual que su barbilla y cuello, y, poco a poco, fue dejando salir más partes de su
anatomía para que se deleitaran con el brillo potente del sol. Para sorpresa de Javier, que
no de Marga, otras partes de su anatomía fueron surgiendo del agua, mostrando unos
pechos turgentes, agigantados sin duda al contacto con esa agua tan fría que le envolvía.
Volviendo su cara tímidamente pudo comprobar que allí, en la orilla, él estaba de pie,
mirando hacia ella, aprovechando que Carlos y Esther dormían. Parte de su vientre
blanco y encorvado sobresalía también de la manta de agua que ocultaba el resto de su
cuerpo, y sintió una excitación extraña, un deseo de acariciarse allí mismo y buscar un
placer que estaba allí, sin hacer nada por encontrarlo.
Emocionado ante el espectáculo que se proyectaba ante sus atónitos ojos, Javier siguió
observándola en silencio, simulando tirar piedras para que saltaran por el agua,
grabando en su mente esos dibujos perfectos que eran sus senos, ese vientre encorvado
y blanco, y ese extraño y gracioso ombligo en el que nunca había reparado. Marga,
ocultando todo su cuerpo en el agua – incluida su cabeza – desapareció durante unos
instantes hasta que apareció en la orilla y salió del agua. La luz solar hacía su cuerpo
brillar al contacto con las gotas de agua que recorrían su tersa y blanquecina piel.
Conforme iba avanzando hacia la orilla, su cuerpo aparecía ante él, mostrándose tan
apacible y ameno como el cielo que los acompañaba. Dos caderas combadas y
arqueadas custodiaban el final de un generoso tronco, y ayudaban a nacer la belleza y la
rotundidad de unos muslos prietos, repletos de carne caliente, y limpios como las gotas
que surcaban por entre su piel.
Fuera del agua, y con el reflejo del mar grabado en su espalda, esa mujer parecía una
flor en medio del desierto, y aunque sus imperfecciones eran visibles (cada momento
que pasaba eran mayores ante sus atónitos ojos) observarla en todo su conjunto era
como observar una estruendosa traca de fuegos de artificio.
Ella, saliendo rápidamente del agua, siguió siendo poseída brutalmente por la punzante
mirada de un hombre al que ya pertenecía y del que no quería seguir huyendo.
Acercándose a la toalla escurrió su pelo, y volvió a percibir la mirada de Javier sobre su
cuerpo. Tumbándose a su lado – al otro lado estaba Carlos – prefirió apoyar la cara en la
toalla y mirar hacia su esposo, dándole la espalda al culpable de su nuevo estado
nervioso. Estaba tan nerviosa como asustada y excitada.
Mirando la espalda de su esposo luchaba por no hacer lo que tanto deseaba. ¿Por qué? –
se dijo después, apartando miedos y girándose, encontrando frente a sí el hermoso rostro
de ese hombre que empezaba a ponerla demasiado nerviosa. Marga, tumbada a su lado,
con las gafas de sol puestas, no podía dejar de mirarle. Ni quería. Él, con gafas también,
hacía lo mismo. Apenas les separaban unos centímetros al uno del otro – si hasta Javier
estaba sobre parte de la toalla de Marga – y ambos sabían que se estaban mirando y
deseando.
Marga esperaba que mágicamente le llegaran las vibraciones que le mandaba, y que las
sintiera, y las hiciera suyas. Javier abrió la boca, conscientemente, y le mostró sus
dientes de marfil, su lengua pérfida y rosada sobre una boca caliente dibujada en una
barbilla muy masculina. Ella, sin saber muy bien porqué, hizo lo mismo, y paseó su
lengua por sus labios, otorgándoles una humedad que necesitaban. Javier se hacía el
dormido, o el despistado, y su mano, casi a la altura de su cara, sobre la toalla, se movió
lentamente acercándose a la de Marga. Sus dedos se movían tan lentamente que casi era
imposible detectar su movimiento, pero ella podía verlo con claridad. Ese hombre
estaba acercando su mano lentamente hasta llegar a ella… Y la idea de sentir el contacto
le gustó. Al sentir uno de sus dedos sobre el suyo volvió todo el placer de antes. Era tal
la excitación que sentía que tuvo hasta que cruzar sus piernas y apretar su pelvis contra
la toalla para no gritar allí mismo. La pobre Marga no sabía qué le estaba pasando. Eso
era nuevo para ella, que empezaba a perder el control sobre sí misma.
Javier, maliciosa y tímidamente, acarició su dedo con la punta de uno de los suyos. Lo
hizo con tanta delicadeza y casi inmovilidad que sólo ella pudo notarlo. Entonces no
supo qué hacer, salvo dejarse llevar y esperar la jugada de ese hombre al que deseaba
tanto que sería capaz de hacerle el amor salvajemente allí mismo, sin importarle nada
más. Le deseaba sí. Más de lo que nunca había deseado a nadie, pero tenía que detener
ese jueguecito tan peligroso antes de que fuera demasiado tarde. Así, cada vez más
asustada por una reacción que empezaba a temer, se levantó y corrió de nuevo al agua,
escapando de ese hombre que tanto mal – o bien – estaba haciéndole en esos momentos
de su vida. Marga, tan asustada como excitada, nadó y nadó intentando así alejar la
excitación de su entrepierna, perdiéndose entre las rocas que conducían a la otra cala.
Javier dudó un instante, pero sólo eso. Tenía que ir hasta ella. No sabía muy bien a qué,
pero tenía que hacerlo, y nadó tras ella aprovechando la siesta de Esther y de Carlos.
Al llegar al final de las rocas la vio, situada entre dos de ellas, aún en el agua,
intentando subir.
- ¡Espera! – le gritó mientras nadaba hacia ella – yo te ayudaré a subir
- ¿qué haces aquí? – preguntó ella visiblemente nerviosa
- me apetecía darme un baño, y como he visto que estabas aquí. ¿Quieres que subamos y
paseamos por las rocas? Podemos coger cangrejos y mejillones
- no sé… - le dijo sin atreverse a mirarle a la cara, muerta de vergüenza y de excitación.
Javier, ayudándose de su fuerza física y de su destreza, consiguió subir a la roca. Ella,
mientras él subía, clavó su mirada en su espalda y su culo, imaginándole desnudo solo
para ella.
Una vez arriba Javier se puso de rodillas alargó su mano y se la ofreció. Marga la cogió
con fuerza, apoyó su pierna desnuda sobre la roca, y subió. Mientras subía pudo
observar cómo ese hombre devoraba con sus ojos el escote que dibujaban sus senos
apretados bajo el biquini, y cómo sus manos se clavaban con fuerza en su cuerpo. Sin
duda, estaba disfrutando de ella sin que ella se percatara… O eso creía él. Fue al llegar
arriba cuando estuvo a punto de caerse otra vez, resbalando y tirando también a Javier
sobre el agua.
- ¿te has hecho daño? – preguntó Marga al verle con gesto compungido, flotando en el
agua
- sí , aquí – le dijo señalando la espalda, y dándose la vuelta, mientras ella miraba la
herida a través del agua cristalina.
- es un arañazo, pero no hay herida – dijo ella, cuando salió del agua, paseando la punta
de sus dedos sobre la señal, lo que hizo que él se estremeciera visiblemente.
- No te preocupes – le dijo Javier, nervioso también, cogiéndola de la mano y llevándola
entre las rocas – subiremos mejor por aquí.
Mientras Javier avanzaba por entre las rocas, ayudándose con su mano izquierda para
avanzar, apretaba la otra mano sobre la de Marga, intentando transmitirle todo el deseo
que necesitaba alejar.
Ella, aunque él no lo percibiera, lo recibía con total claridad. Javier volvió a subir a las
rocas y volvió a ofrecerle su mano. Tiró de ella con fuerza y consiguió subirla hasta
arriba. Para no caer esta vez la abrazó a él, cogiéndola por la cintura con sus dos manos,
y pegando sus cuerpos.
Sus bocas estaban casi juntas. Sus miradas perdidas, y ambos desearon que pasara al fin.
Ella notó la excitación de Javier sobre su cuerpo. Javier se sonrojó, se separó y
disimuló. Ella sonrió… pero sólo por un momento. Mirándole de nuevo comprendió
que ya no había escapatoria. Le deseaba. Mucho. Y la abstinencia de él era ya algo
imposible de soportar. Cuando empezaron a caminar por entre las rocas – ambos
disimulando – buscaron caracolas, mejillones y cangrejos. Javier no podía dejar de
mirarla. Ella tampoco, y la pasión podía olerse y verse con claridad.
- Oye, quería decirte que… - Javier lo intentaba una y otra vez
- ¿qué? – preguntaba ella, disimulando, alejándose tímidamente, evitando sus palabras
- que… - no sabía cómo decirle lo mucho que la deseaba, que la amaba, y que tenía que
hacerla suya. Esa mujer era la mejor amiga de su esposa… Fue cuando recogió todo el
valor que se le había caído cuando Marga se tiró al agua y volvió a la orilla.
- Venga, tírate – le gritaba, observando su cara triste – es una pasada tirarse desde
arriba.
Javier la observó nadar pero prefirió quedarse ahí arriba, pensando en lo que le estaba
pasando, sabiendo que ella ya era consciente de que había sido vencida y que, tarde o
temprano, sería suya… si ya no lo era.
Horas después, en su cama, Marga recordaba todo totalmente emocionada, deseosa de
dejarse llevar por la pasión que dominaba su mente, cuando el sonido de su móvil la
alertó. Rápidamente, excitada como nunca, abrió el bolso a la espera de no sabía qué. Al
levantar la tapa lo vio con claridad. Número oculto.
- ¡Seguro que era él! – pensó más excitada aún, encerrándose en el baño.
Nuevo sms. Aceptar:
¿sabes que no puedo dejar de pensar en lo de esta tarde? ha sido alucinante el
masaje y nuestro paseo. Eso mismo lo soñé ayer. Me lo he pasado genial. Ojalá se
repitiera otra vez - leyó
Marga, echada sobre la pared del baño, se miró en el espejo, observando su cuerpo, que
volvía a parecerle hermoso otra vez. Desabrochando el cordón del camisón vio su
desnudez a través de ese espejo mágico que lo hacía más hermoso. Mirándose en el
espejo, en medio de la oscuridad, le pareció ver la figura de Javier acercándose por
detrás. Mirándose en el espejo, con una mano sobre su vientre y la otra en uno de sus
senos, creyó verle acercándose por detrás, besándole el cuello, y acariciándola
suavemente, como hacía ella misma. Lentamente acarició sus pechos, recibiendo un
placer desconocido, mirándose en todo momento y comprendiendo que realmente era
tan hermosa como Javier le decía. Sus oscuros ojos, su pelo largo y negro, caído sobre
su cuerpo y su cuerpo delgado y esbelto eran un auténtico placer para ella misma, que,
por fin, volvía a gustarse. Casi sin darse cuenta descubrió el placer de su mano derecha,
acercándose a sus ingles, separando sus muslos y entrando en una zona donde nunca
antes había entrado… Al menos en los últimos diez años de casada. El placer fue tan
grande que llegó al orgasmo antes de lo que lo hacía normalmente, siempre mirando a
ese hombre imaginario, e imaginando que sus propias manos eran esos brazos fornidos
que tanto deseaba que la apretaran.
-Aaaaaahhhhhhhh
Cuando terminó y vio alejarse a Javier por entre la puerta del baño, se puso a escribir en
el móvil, sentada sobre la taza. Emocionada, sonriendo inconscientemente, y dejándose
llevar por una algarabía desconocida, pulsó con agilidad las teclas, dibujando letras en
la pantalla azul.
sí que ha sido genial. Yo también me lo he pasado muy bien. Ojalá pudiéramos
repetirlo otra vez, pero será difícil. Me ha encantado.
¿Enviar Sms? Aceptar
Nuevo sms. Aceptar:
no sé qué me pasa pero cuando te veo me pongo super nervioso. Será porque me
pareces guapísima. Me encanta verte ¿sabes? ¿tú sientes algo parecido?
Javier, envalentonándose más en cada mensaje, empezaba a enseñar claramente sus
cartas, y eso, aparte de excitarla aún más también le asustaba. Fue por eso por lo que
prefirió dejarlo estar.
a mí me encanta estar contigo, pero no sé si es igual. No sé si sé explicarme. Ahora
será mejor dormir. Hasta mañana.
¿Enviar sms?. Aceptar
Tan cargada de excitación estaba que no le quedó otra que tomar la segunda ducha de la
noche, creyendo volver a estar bajo el agua de aquellas rocas, haciendo el amor con el
hombre que había irrumpido en su vida de esa forma tan violenta.
- Marga, ya no hay marcha atrás - se dijo a sí misma secando su cuerpo – pero ¿cómo
haréis para ser siempre amantes platónicos? ¿cómo hacer para acallar un volcán en
plena erupción como era su cuerpo?. Derrotada, pero con una sonrisa en la cara, se
adentró en su cama, cerró los ojos y volvió a hacer el amor con Javier, bebiendo el
mismo vino con el que él bañó sus labios anteriormente.
- ¿Qué te está pasando, querida? – se preguntó a sí misma – estás enamorándote de
nuevo del hombre equivocado… Y a su mente llegó el tonteo que mantuvo con aquel
precioso profesor de academia, pero con el que sí consiguió mantenerlo en el más
estricto platonismo.
IX
MADRE O ESTUDIANTE
Marga y Carlos llevaban casados ya muchos años. En realidad, en pocos meses celebrarían su
décimo aniversario, y era la primera vez que no esperaba la celebración con impaciencia y
emoción.
En realidad era la segunda. La primera ocurrió unos cinco años antes, cuando su relación pasó
por un momento difícil por culpa de algo que ambos mantuvieron oculto, pero que sabían que
terminaría apareciendo. Por esa época eran felices, como siempre, pero sólo eso. En sus vidas
no había excesos, ni diversiones no programadas. Todo estaba perfectamente organizado, y
siempre a gusto de Carlos.
Ellos siempre habían sido almas gemelas. Hasta sus ideas políticas eran parecidas. También
coincidían sus gustos en música, ropa, películas… Aun así había algo en lo que ambos pensaban
de forma completamente diferente. Aunque al principio prefirieron dejarlo pasar, intentando creer
que cada uno finalmente terminaría llevando a su terreno al otro, poco a poco fue convirtiéndose
en un tema tabú en el que no había ni que pensar.
Marga siempre había soñado con ser madre. Ya desde jovencita le gustaba jugar a mamás más
que a ninguna otra cosa, y ese deseo no hizo sino acrecentarse. En cambio Carlos detestaba a
los niños. Jamás jugaba con ellos. No tenía paciencia, y no se imaginaba con uno las veinticuatro
horas del día.
Los niños – decía siempre – son para los maestros, que viven de ellos. Además, en ese quinto
año de matrimonio Marga estaba pasando por un muy mal momento profesional, lo que le hacía
estar terriblemente sensible. Se acababa de quedar sin ese ascenso prometido, y dos semanas
después no sólo no la habían ascendido sino que, también, perdía su empleo.
La empresa cerraba la sede de Málaga definitivamente, tras años de rumores y miedos.
Para colmo de males, Carlos había sido destinado a Granada, y su jornada laboral hacía
imposible que Marga se planteara siquiera marcharse con él. Sólo iba a estar un año en
Granada, y no merecía la pena hacer traslado. Entre tanta soledad y aburrimiento la idea de la
maternidad volvió a ella de una forma alarmante, convirtiéndose en una necesidad tanto biológica
como psicológica.
Sola en casa, a la espera de su marido, los días se hacían interminables, y su tristeza le hizo
viajar por el maravilloso mundo de la maternidad.
Un viernes, decidida a afrontar de nuevo el tema con Carlos, y dispuesta a no aceptar un no por
respuesta, preparó una cena romántica, a base de alimentos y bebidas afrodisíacas, y cameló a
Carlos, que la miraba embobado mientras cenaba. Marga se había vestido con un provocativo
camisón transparente que mostraba su cuerpo, y no dudaron en hacer el amor sobre esa mesa,
aún repleta de comida. Fue en el momento álgido del duelo cuando Marga, decidida, pidió a
Carlos eso que tanto deseaba.
- Carlos, tengamos un hijo
- ¿de qué estás hablando? – preguntó él, tan sorprendido como nervioso, mientras seguía
disfrutando de la mejor sexualidad de su esposa
- quiero tener un hijo – dijo ella muy seria – y quiero tenerlo ahora
- ¿ahora? – preguntó, deteniéndose en su ímpetu visceral
- sí, ahora – dijo más seria aún.
Toda la magia desapareció en ese mismo momento, y Carlos, aún con el cuerpo convulsionado y
colérico, se alejó de su esposa, buscó entre su ropa y sacó dos cigarros, que encendió
torpemente.
En silencio ofreció uno a su esposa, y ambos fumaron, sin saber qué decir o hacer. El silencio era
uno más de ellos, haciéndolos tres.
- Cariño, ya hemos hablado muchas veces de esto – dijo Carlos finalmente, vistiéndose
- ya lo sé, pero ahora es distinto. Necesito tener un hijo
- lo sé, lo sé – dijo nervioso – pero aún no estoy preparado
- ¿y cuándo lo vas a estar?
- no lo sé. Ya hemos hablado muchas veces de esto. Sabes que no quiero hijos
- y tú sabes que yo sí los quiero
- ya, pero no es lo mismo
- ¿qué no es lo mismo? ¿acaso tus deseos están por encima de los míos?
- no es eso… no le des la vuelta a la tortilla
- lo siento Carlos, pero yo quiero tener un hijo
- pues yo no. Al menos, por ahora
- ¿y cuándo querrás?
- no sé… puede que dentro de unos años
- ¿cuando sea tarde?
- aún eres joven. No seas trágica – dijo, y se fue a la ducha, zanjando una vez más el tema tabú.
Durante el resto del fin de semana apenas si hablaron. Para colmo, el domingo se fue por la
mañana porque tenía muchas cosas que hacer, y dejó a Marga sola en casa, llorando, y sin
saber cómo aliviar su desconsuelo. Por suerte, durante la siguiente semana Marga acudió a unos
cursos organizados por la Cámara de Comercio de Málaga. Su amiga Esther, que trabajaba para
una multinacional, le había buscado un trabajo, pero para poder optar a él tenía que pasar con
éxito ese curso que duraría casi un mes. Por las mañanas iba al curso, y por las tardes
aprovechaba para estudiar. La discusión con Carlos no le dejaba concentrarse, y la idea de ser
madre volvía a estar dentro de su cuerpo, y, sobre todo, de su cabeza. El siguiente fin de semana
Carlos no viajó hasta Málaga. Tenía que ir a una convención a Madrid, y Marga aprovechó para
irse de compras y renovar su vestuario.
En el curso había gente más joven que ella, y fue allí donde descubrió que se había dejado llevar
por el ambiente serio y formal de la oficina, perdiendo parte de su gracia en el vestir.
Paseando estaba por el centro comercial, buscando un lugar donde cenar algo rápido, cuando se
encontró con Jose, el profesor del curso, cargado también de bolsas, pero todas de música y de
libros.
Su profesor era también joven, con aspecto de músico, y algo hippy, y era un auténtico festín
para los ojos de todas las chicas del curso. Ella tenía ojos como las demás, aunque le veía de
otra manera.
Jose la saludó con dos sonoros besos en las mejillas, haciéndola casi sonrojar, y la invitó a
cenar.
Él era soltero, tenía veintidós años – ocho menos que ella – y vivía a las afueras de la ciudad.
Marga no supo reaccionar, y casi sin darse cuenta ya estaban cenando en un Vip, hablando de
sus cosas, y riendo y bebiendo. Tan bien se lo pasó con él que apenas se dio cuenta de la hora
que era.
Jose la invitó a tomar copas en la zona cercana a su casa, pero ella no aceptó.
- ¿Te espera tu marido en casa? – preguntó él, sonriendo maliciosamente
- no. No me espera nadie - no sabía por qué pero no fue capaz de decirle que estaba casada
- ¿entonces?
- tengo que estudiar
- si te vinieras podríamos pasarlo en grande ¿sabes? – le dijo al oído, y Marga se fue corriendo,
como si huyera de un depredador.
Durante las siguientes semanas no pudo evitar sentirse molesta a su lado. Ese atractivo profesor
sabía que ella estaba nerviosa a su lado, y no dudó en acosarla sutilmente, mostrándose y
pavoneándose ante ella siempre que podía. El mal momento que estaba pasando hizo que la
propia Marga fantaseara con ese atractivo joven, sobre todo en clase, donde no podía dejar de
mirar su trasero, apretado a ese vaquero que tan bien le sentaba. En clase todo eran
aspavientos, buenas palabras, voces lisonjeras, miradas cómplices, y todo lo que sirviera para
llevarla a su terreno.
Sin duda, en ese terreno se movía como pez en el agua. Ella, en cambio, no, y parecía torpe,
nerviosa, incluso miedosa. Más de una tarde la pasó con la tarjeta en la mano, junto al teléfono.
Carlos seguía esquivo y distante. Apenas si la llamaba, y cuando lo hacía era para preguntar
cómo le iba y contarle lo atareado que estaba. Incluso llegó a marcar los primeros números que
ya se sabía de memoria, pero finalmente desistía, sabedora de que no era una buena idea.
Pero, aunque ella no se daba cuenta, ni lo buscaba, ese joven estaba adentrándose en sus
sueños, y hasta en su realidad se imaginaba con él, besándole en esa misma clase donde él era
el profesor y ella la alumna, dejándose llevar por una extraña fuerza que pudo controlar
rápidamente. Jose era amable con ella. Atento como nadie, y siempre se prestaba para ayudarla
en lo que necesitara, en acompañarla hasta su casa, o en invitarla a cenar. Ese joven parecía
enamorado de ella, y no tardó en encontrar su teléfono y llamarla a casa, volviendo a hacer las
mismas propuestas que ya antes le había rechazado en persona. Marga empezó a cansarse del
peligroso juego en el que se estaba dejando llevar, sin ella apreciarlo, ni quererlo, y decidió tomar
las riendas.
No podía permitir que ese muchacho se hiciera ilusiones, y, mucho menos, podía hacerle
albergar esperanzas de que fuera a conseguir algo con ella. Aun así le encantaba llegar a la
academia y pasar la mañana bajo la atenta mirada de ese joven, presa de sus cuidados, de sus
comentarios, incluso de sus indirectas. Pero todo juego tiene un límite, y el suyo había llegado ya.
Jose la había seguido hasta su casa, e incluso se había atrevido a llamarla por el telefonillo,
pidiéndole que la invitara a subir. Marga, asustada, colgó, diciéndole que allí no vivía nadie con
ese nombre.
Cansada de tanto juego peligroso decidió hablar con él y dejarle las cosas claras. Ella no quería
tener nada con él. Le gustaba estar a su lado, saberse deseada, pero todo terminaba ahí.
Ella estaba casada, y, aunque le agradara la idea de sentirse cortejada por alguien como él, ella
no era de ese tipo de mujeres que ponían los cuernos a su marido. El día anterior a la cena de fin
de curso se encontró con él en el centro comercial. En realidad él la había seguido hasta allí.
Él volvió a invitarla a cenar. Ella no aceptó. Él insistió una y otra vez. Ella desistió las mismas
veces.
Marga estaba nerviosísima, pero no se atrevía a decirle fríamente que no quería nada con él.
Pero no podía pasar nada. Aunque, a veces, lo deseara. Casi sin esperarlo, tomando una
cerveza en Gambrinus, Jose le dijo que la amaba desde el mismo día que la conoció.
Marga se quedó descolocada. No supo qué decir. Quiso decirle que estaba casada, que ella no lo
deseaba, pero eso sería mentir. Sí que le deseaba, pero no podía acostarse con él. Ella no podía
hacerle algo así a Carlos, por muy enfadada que estuviera con él.
Aun así su cuerpo era un cosquilleo continuo, un vaivén de sensaciones que estrangulaban su
ánimo, y que le impedían pensar con tranquilidad. Casi mareada por tanta feromona sin control
decidió irse al baño para refrescarse. En realidad su idea era la de huir de allí, abandonar la
partida antes de que terminara, para así no salir derrotada. El joven, que pareció entenderlo, la
siguió hasta el baño y no dudó en entrar con ella.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó asustada, viendo como corría el pestillo, alejándoles del
exterior
- no voy a dejar que te escapes. Te amo ¿sabes?
- ¿cómo me vas a amar si apenas me conoces?
- sí te conozco, y me gusta todo de ti
- tú lo que quieres es otra cosa
- no… yo lo que quiero es a ti – le dijo acercándose lentamente, acariciando su pelo, y acercando
su boca
- por favor – ella intentaba luchar contra esa figura enigmática – déjame
- no pienso dejarte – le dijo, acercando sus labios y besándola con una delicadeza exquisita ante
la que no se pudo resistir.
Ese fue un beso ameno, suave, tierno, de alguien realmente enamorado, y lo recibió como tal…
También lo disfrutó como tal.
- Te amo – volvió a decirle, rompiendo la extraña magia que le había envuelto, alejándola de la
realidad – y sé que tú también me amas a mí
- yo no te amo – le dijo ella, apartándole de su lado
- ¿y porqué estás aquí?
- eso mismo digo yo. Adiós – le dijo empujándole violentamente, y alejándose de allí a toda
velocidad.
Esa noche lloró. Lloró por Carlos y por ella. Por suerte, las lágrimas solo duraron un ratito. Al día
siguiente rió.
En la cena Jose se mostró déspota, terriblemente irónico, y no dejó de ignorarla. Ese joven
apuesto y encantador mostraba al fin sus cartas, dejando claras al fin sus verdaderas
intenciones.
Su presa era entonces otra joven estudiante, de su edad, y ésta no tardó en caer en sus redes.
Marga quiso advertirle, entrando con ella al baño, pero al escucharla hablar con otra compañera,
comprendió que no tenía nada que temer.
- ¿Estás con Jose? – le preguntó mientras se retocaban frente al espejo
- sí – dijo sonriendo, pintándose los labios
- ten cuidado con él – dijo Marga
- no te preocupes. Yo no me voy de aquí sin pegarle un polvo al quesito, que mañana me voy
para Pamplona
- pero no estás enamorada de él ¿verdad?
- ¿enamorada? – dijo sonriendo de nuevo – querida, yo ya tengo mi novio en Pamplona.
Jose no dejó de jugar con esa joven toda la noche. Le cuchicheaba palabras de amor al oído, la
abrazaba, y la intentaba besar, con esos acaramelados que ella ya conocía.
Viéndole le resultó infantil, absurdo y tan tonto como guapo. Cuando Marga les vio marcharse
juntos sonrió. Por primera vez en mucho tiempo se sentía vencedora. Se había quedado sin un
buen polvo – sin duda – pero, por fin, había sido capaz de desenmascarar a alguien antes de que
le apuñalara por la espalda.
Un mes después también entró en la nueva empresa, donde ya llevaba trabajando casi cinco
años, y donde desempeñaba un cargo de responsabilidad. Tras su encuentro fortuito no se
habían vuelto a ver, al menos físicamente. En sueños sí se encontraban todas las noches, y su
imaginación también viajaba hacia el otro aun con los ojos abiertos.
SMS
Javier seguía pensando en ella casi obsesivamente. No se la podía quitar de la cabeza
retozando junto a él. A ella le pasaba lo mismo... y por eso le evitó todo lo que pudo. Fue el
móvil el gran aliado que hizo de “celestina” entre ambos. Después de ese día en la playa, y de
su encuentro fortuito donde Javier expuso con bastante claridad sus intenciones, ya no tenía
nada que temer. Él supo allí que ella le deseaba también, y ya no pararía hasta hacerla suya.
La guerra había empezado y él sabía que tenía las armas necesarias para ir ganándola, batalla
a batalla. El efervescente deseo pudo con el pudor y el miedo, y empezó un peligroso juego a
través de su teléfono. A través del móvil ambos eran capaces de decir cosas que jamás se
dirían frente a frente. Marga recibía mensajes de su amante platónico cada poco tiempo, y eso,
aparte de mantenerla en un incontrolable estado de ansiedad, también la llevaba por unas
sendas desconocidas, pero que deseaba explorar.
Cada vibración del móvil al recibir un mensaje era como un latigazo de placer, y poco
importaba dónde o con quién estuviera. Era igual en el trabajo, en casa, en la calle… El móvil
se había convertido en un elemento indispensable para su felicidad, en una parte más de su
vestuario, como su ropa interior. Al principio de los mensajes ella sólo leía, pero no respondía.
Tan solo leía, y soñaba, y viajaba hasta ese mundo que él le dibujaba en tan cortas frases. En
los mensajes le decía que era la mujer más bella del mundo, que no podía dejar de pensar en
ella, y que tenían que verse a solas. Ella seguía sin contestar, pero no podía dejar de leer… y
necesitaba más y más.
Así anduvieron durante una semana entera, recibiendo mensajes de móvil y correos
electrónicos a cada instante. No había tregua, y siempre estaban junto al móvil, escribiendo o
leyendo mensajes que les envolvían en un halo de juventud del que no querían separarse.
Cada sonido del móvil era una excitación salvaje, un nerviosismo explosivo, y una descarga de
adrenalina, hasta entonces, desconocida. Los primeros mensajes eran timoratos, suaves de
tono e intensidad, como buscando la aprobación de la mujer que los recibía. Pero fue a raíz de
contestar ella el primero cuando Javier desató toda su algarabía interior, alejándose de sus
miedos, y mostrándole claramente la terrible excitación que sentía solo con pensar en ella.
Ella sucumbió, y entró en tan peligroso juego, dejándose llevar también por esa nueva ráfaga
de aire joven que se adentraba por todos los poros de su dormida piel. El primer día, después
de su encuentro fortuito, recibió una veintena de mensajes de Javier. Hasta las tres de la
madrugada estuvo Marga en el salón, viendo la televisión, y esperando un nuevo mensaje de
su amado, mientras su esposo dormía. Ella no contestó ninguno mientras él le decía lo mucho
que la amaba, lo mucho que pensaba en ella, y lo muchísimo que deseaba besarla y hacerle el
amor.
El segundo día Javier ya estaba desatado, y al tercero, que fue cuando ella le contestó, fue
cuando decidieron contarse que ya habían hecho, ambos, el amor con el otro… aunque fuera
desde la distancia. Marga se sintió fatal, pero ese hombre hizo que perdiera todo el pudor a
través de la pantalla del teléfono móvil.
Nuevo Mensaje de Javier. Aceptar
estoy harto de que no me contestes. Si no me dices que me deseas tanto como yo a ti no te
escribo más. ¿No me deseas como yo a ti?
mucho más de lo que imaginas. No pienso en otra cosa desde aquel día de la playa. Me has
hecho sentir la mujer más guapa y deseada del mundo. Eres un encanto.
¿Enviar Mensaje a Javier? Aceptar
Fue a partir de ese momento cuando ambos supieron que, tarde o temprano, terminarían juntos
en la cama de un hotel, en el asiento trasero de uno de sus coches, o en cualquier otro lugar.
Durante las tardes, ambos en sus casas, se tiraban en el sofá, en la cama, o donde fuera, a la
espera de la primera llamada.Después, durante el resto de la tarde, jugaban con sus móviles y
se decían por medio de mensajes todo eso que no eran capaces de hacer en persona. Ambos
volvieron a sentirse como esos quinceañeros que dejaron de ser hacía tanto tiempo…
Javier: No dejo de pensar en ti ¿sabes? Te sueño todos los días. Me tienes loco perdido.
T deseo + de lo q crees
Marga: a mí me pasa igual, pero creo que será mejor dejar pasar el tiempo. El tiempo
cura todo
Javier : ¿quieres que lo deje ya? ¿quieres q deje de mandarte tanto sms? Yo estaría así
toda mi vida
Marga: para nada. No sabes lo que me gusta recibir mensajes tuyos. Me pone muy
nerviosa y me excita muchísimo
Javier: ¿sabes de lo que me acuerdo mucho? De aquel día en la playa. Fue muy
excitante. Estuve haciendo el amor contigo toda la tarde sin que nadie se diera cuenta.
Aún recuerdo el tacto de tu piel
Marga: pues anda que yo el de tus manos. Aquella tarde fue mágica. Me lo pasé
fenomenal. ¿Sabes? Te habría besado allí mismo, pero no pudo ser
Javier: ¿sabes cual es la unica manera de acabar con esto? Haciendo lo que tanto
deseamos. Y yo no quiero que esto acabe
Marga: yo tampoco así que ya lo sabes. A soñar. Deja volar tu imaginación. Yo haré lo
mismo con la mía
Javier: ¿no sueñas conmigo? Yo estoy soñando contigo todas las noches. Es como si
tuviera una vida paralela en la que siempre estamos juntos
Marga: dormida no suelo soñar, o no me acuerdo. Despierta a todas horas. No puedo
quitarte de mi pensamiento. Y tendrías que ver las cosas que imagino…
Al siguiente día, siempre a partir de las cinco de la tarde, esperaba la llamada de Marga,
y empezaban de nuevo su duelo amoroso a través del teléfono. Ella le daba un toque al
móvil para decirle que estaba sóla y que podían empezar.
Javier, desde las cuatro, esperaba ansioso el primer toque de su nueva amante.
Javier: Te deseo más que nunca te habrá deseado nadie. Daría lo que fuera por estar
contigo y hacerte el amor de una manera salvaje. ¿te imaginas desnudos, besándonos y
acariciándonos sin ningún miedo?
Marga: que fuerte. No me digas esas cosas que me pongo tonta. Hoy Carlos no llega
hasta la madrugada. Está en La Rosaleda. Aquí estoy: Periódico, coca, cigarro. ¿te
apetece?
Javier: ni te lo puedes imaginar. Te quitaría el cigarro, el periódico, la coca, y te
arrancaría la ropa para hacerte el amor una y otra vez. ¿te imaginas un baño de espuma?
Espero que mañana tengas un hueco y te acuerdes de mí
Marga: no tiene que llegar mañana para acordarme de ti. Estás siempre en mi mente.
Anoche a las once me tuve que acostar porque no podía más. Ahí sí que me acordé de ti.
Acabé llorando ¿sabes?. No te puedes imaginar.
Javier: te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. ¿Me quieres tú?
Marga: como no te puedes imaginar. No sé lo que me has hecho pero estoy pensando
en ti las veinticuatro horas del día. Pero me da mucho miedo. Podemos hacer mucho
daño, y tú lo sabes
Javier: no pienses ahora en eso, por favor. Contesta sinceramente si me quieres como
yo te quiero a ti. Necesito saber si piensas en mi constantemente. ¿me quieres igual?
Marga: pues claro que sí tonto. Además ya te he dicho que a veces pienso cosas muy
peligrosas… muy guarras.
Javier: No quiero que acabe esto. Me siento muy bien y te quiero sin mala conciencia
porque esto es precioso. Es algo que ha llegado muy adentro pero que no impide que
siga con mi vida. Somos buena gente y no haremos nada que pueda dañarles
Marga: Pues tienes razón. Esto es maravilloso ¿qué pasará cuando nos veamos? ¿se
notará? Tenemos que procurar que no. Este es nuestro secreto
Javier: solo lo notaremos nosotros porque te voy a estar deseando todo el tiempo que te
tenga frente a mí, y tu lo veras en mis ojos. Te voy a comer y te imaginaré desnuda
entre mis brazos. Me muero por verte ¿sabes?
Marga: no sigas que tanta excitación no es buena para el cuerpo. Date una ducha
fresquita si la necesitas. Porque la necesitas ¿verdad? Yo también
Javier: que sepas que lo que siento por ti no es solo deseo. Aquí hay más amor del que
puedes imaginar. Quiero que me expliques lo que sientes sin cortarte un pelo. Te amo.
Marga: siento lo mismo que tú pero soy menos expresiva o más fría, pero a veces
imagino unas cosas que ni en porno duro. Me da corte hasta pensarlas
Javier: no te cortes un pelo ahora, que esto es lo único que tenemos. En el correo de
yahoo tienes mis sueños escritos. Además yo también necesito oírlos para sentirme
mejor. Acabo de hacerte el amor ¿quieres detalles?
Marga: dame detalles. Tengo internet de casa roto. Me estaría poniendo las botas.
Javier: Estamos en mi casa. Llegas y me besas apasionadamente.
Al sentir tus dedos me siento morir y beso tus pechos como un loco. Nos desnudamos y
nos tiramos a la cama acariciándonos por todo el cuerpo
Marga: no me extraña que necesites una ducha. Es que piensas unas cosas… Yo me
conformo con estar a tu lado. Pienso que estamos juntos, abrazados, besándonos… Al
final hacemos el amor.
Javier: te amo tanto
Marga: y yo, y me empieza a dar miedo amarte así. Llega Carlos. Será mejor que lo
dejemos por hoy.
Javier: piensa en mí esta noche
Marga: lo difícil sería no hacerlo. Te amo.
Durante un día entero Javier no recibió noticias de Marga. En su trabajo, por la mañana,
le daba toques, le mandaba mensajes, pero ella no contestaba.
Asustado pensó si Carlos habría leído los mensajes, y prefirió dejarla tranquila.
Toda la tarde estuvo nervioso por casa, fumando, bebiendo, siempre pendiente del
teléfono. La llamó varias veces, pero ella no cogía el teléfono a pesar de dar llamada.
Javier se asustó. Seguramente – pensó – Marga ya estaba arrepentida de todo y cuanto
estaban haciendo. Ese día sufrió mucho, llegando incluso a no poder dormir en toda la
noche.
Fue al día siguiente cuando recibió un mensaje de Marga cuando su mundo volvió a la
normalidad, y la sonrisa a su cara.
Marga: hola – escribió discretamente. En realidad siempre empezaban así, para evitar
encontrarse con sorpresas desagradables.
Javier: llevo esperando un toque o sms todo el día ¿qué te pasó ayer? ¿es que te has
olvidado de mí? No quiero que esto acabe aunque cada vez tenga más ganas de besarte.
Me muero por verte
Marga: el hecho de no mandar sms, ni darte toques, no significa que no piense en ti
todo el día. Lo que pasa es que me está empezando a asustar demasiado. Además, ayer
estuve trabajando todo el día
Javier: no te asustes por favor. Y no dejemos esto nunca. Es tan hermoso... yo estoy
todo el día pensando en ti. Solo dejo de pensar en ti cuando estoy con Esther. Tenemos
que vivir con esto. Aunque no lo reconozcas también estás enamorada
Marga: claro que estoy enamorada. ¿Crees acaso que si no fuera así iba a estar
haciendo esto con el marido de mi mejor amiga? Yo no soy de esas ¿sabes?
Javier: claro que lo sé. Yo estoy loco por ti pero sé que lo nuestro no podrá ser mas que
esto, aunque también sé que esto terminará dentro de mucho tiempo, y será cuando por
fin hagamos lo que tanto deseamos.
Marga: sí, tienes razón pero yo pienso demasiado en ti, y en todo esto. Lo hago hasta
cuando tú no lo haces, y eso es muy fuerte ¿no crees?
Javier: ¿a qué te refieres a que me ves a mi cuando haces el amor con Carlos? A mí me
pasa siempre. No tienes que asustarte. Yo me obligo a no pensar en ti cuando estoy con
Esther en la casa pero no siempre me sale. Te quiero tía, pienso en ti a todas horas. No
te sientas mal
Ese mismo día, a las once de la noche Javier recibió un nuevo mensaje de esa mujer que
le tenía comido el seso. Al abrirlo se emocionó y excitó.
NUEVO SMS. ACEPTAR:
Amor mío, no dejo de pensar en ti. Has entrado tan fuertemente dentro de mí que no sé
cómo sacarte ya. Estoy sola en mi cama, desnuda, pensando en ti y en lo que podríamos
estar haciendo ahora si estuvieras aquí conmigo, que es lo que desearía. Te amo
¿sabes?.
Después de leerlo fue tal la excitación que no pudo reprimirse y acabó haciendo el amor
con su esposa, a quien, a pesar de todo, seguía queriendo.
Y hasta pudiera ser que más que antes…
MAS SMS
Javier y Marga llevaban ya más de dos semanas evitándose físicamente, pero jugando
con sus móviles, y alimentando un fuego cada vez mayor a base de cientos de mensajes
diarios. Sus tardes se habían convertido en auténticas sesiones amatorias a distancia,
algo nuevo para ambos, pero algo igualmente excitante.
Cinco y media de la tarde en el despacho de Javier. Él sentado en su cómoda silla
giratoria, con su vieja pipa sobre la boca, observando su ordenador, mirando a sus
estanterías repletas de libros, y con el móvil cerca. Allí llevaba ya más de media hora
esperando la señal de Marga para empezar su duelo de mensajes, pero Marga no
llamaba. Cansado de esperar su llamada perdida, que era la señal de que estaba sola y
preparada, se decidió al fin, y mandó el primero de los mensajes, sin importarle que
pudiera estar acompañada. Es cuando pulsó el botón de aceptar fue cuando se arrepintió.
Javier: el sábado nos tenemos que ver. Tenemos que hacer lo que sea para hacer lo que
dijimos. Me apetece mucho y lo necesito ¿sabes? Podremos controlar nuestro deseo, y
solo hablar. Yo creo que sí podremos hacerlo. Me apeteces tanto... me muero por verte
Javier: al no responder sé tu respuesta. ¿Ya te has olvidado de mí? ¿acaso no deseas
tanto como yo q nos veamos de una vez para acabar con este dolor que me está
matando?
Marga: es mejor asi porque la carne está muy débil y la excitación que tengo a todas
horas nos hará perder la sesera. No veas anoche, y la otra. Al final Carlos te va a tener
que dar las gracias. Je,je,je
Javier: no me pongas los dientes largos capulla. ¿sabes lo q te digo? Que te prepares
para el sábado que tenemos que vernos. Yo lo organizo. Ve preparando excusa para la
mañana. Nos lo debemos y lucharemos para aguantar. Pero no te prometo nada
Marga: siento haberte mandado ese sms. Espero q no te haya sentado mal. Te deseo
muchísimo pero todo esto me está dando mucho miedo
Javier: nunca me podrá sentar mal nada de lo que me digas o hagas, pero q sepas q
no puedo más. El domingo te espero y si hay que hacerlo pues se hace. No te puedo
prometer que pueda contenerme. Aun así te esperaré.
Marga: ya veremos. A mí me apetece tanto como a ti, pero no puede ser. Ponte en mi
lugar. Ella es mi mejor amiga, y tú eres su marido
Javier: ya, pero te deseo tanto… y tú a mí. No me digas que no me deseas como yo a ti
Marga: jamás deseé nada tanto como estar a tu lado, pero esto es así y no hay otra
solución. Ahora te dejo. Hoy no me encuentro bien.
Durante el resto de los días seguían igual. Javier no podía contener su permanente
estado de excitación y enamoramiento, y hasta le mandaba mensajes por las mañanas,
en horas de trabajo.
Ella no se los devolvía cuando estaba trabajando, pero la excitación que sentía al
recibirlos era tal que no podía reprimir delatadoras sonrisas que pudieran descubrir su
amor oculto.
Cada poco tiempo dirigía su mirada al bolso, rebuscando en el móvil, y si no tenía
ningún mensaje nuevo releía los anteriores. Era antes de llegar a casa cuando los
borraba para que Carlos no los descubriera. Él, en cambio, no los borraba. Esther y él
nunca se miraban los móviles del otro. Ese era otro de sus acuerdos… Para no
mandarse tantos mensajes, y que luego salieran reflejados en las facturas, decidieron
darse toques a cualquier hora. Es decir, dar una llamada perdida. Esa era una señal que
decía: “estoy pensando en ti ahora mismo”.
Javier: ¿te molestan los tokes de te quiero? Es para no mandarte mas
Marga: ¿porqué me van a molestar? Sabes? Cada vez que pienso un poco mas de la
cuenta me agobio un montón por el daño que podemos hacer a los demás
Javier: no seas tonta. Y no te agobies. Esto es precioso y no podemos hacernos más
daño del que ya sentimos. Y no vamos a hacer daño a nadie ni pienso renunciar a algo
tan...
Marga: si llevas razón pero yo soy así de tonta y no lo puedo remediar. No digo que
me dejes en paz pero sí que nos relajemos un poco y pensar más en los que nos
rodean. No te lo tomes mal cariño ni te enfades. Es lo último que quiero
Javier: no te preocupes cariño. Pero creo que deberíamos vernos a solas y decirnos
todo lo que sentimos por fin. Así podríamos dejarlo a lo mejor. Yo también creo que
deberíamos dejar todo esto y no hacernos más daño, pero solo podría hacerlo si te
escuchara decirme a la cara que me amas y decírtelo yo a ti mirándote a los ojos
Marga: no me digas esas cosas que me pongo muy triste. Yo no quiero que me dejes.
Lo único que te pido es calma, relax. No tanto acelero porque me da miedo
Javier: calma podríamos tener si esto tuviera una solución para no dañar a nadie,
pero esto no tiene solución cariño. Si me pides calma me estás pidiendo que deje de
amarte y no quiero dejar de amarte. Por favor, dímelo tú, dime que me quieres
Marga: te amo, y pienso en ti más de lo que imaginas, por eso me asusta y debemos
relajarnos.
Javier: ¿nos veremos mañana sábado?
Marga: no puede ser cariño. Entiéndeme. Además estoy muy mal y si te veo no podría
contenerme. Mañana nos vemos para comer ¿vale? ¿Cómo haremos para que no se
nos note?
Javier: lo mejor es vernos. Hacerlo de una vez y así relajarnos por fin
Marga: ya veremos, pero no te prometo nada.
Ese sábado fue el peor día – y el mejor también – en la vida de Marga. Comían juntos
en su casa, y Javier llegó antes de tiempo porque Esther trabajaba esa mañana. Cuando
Marga le abrió la puerta no supo reaccionar. No le esperaba tan pronto… pero el
verdadero miedo era que Carlos había salido a hacer la compra. La casa era para ellos.
El silencio era total, al igual que el miedo que ambos sentían. Toda esa
compenetración a través del móvil desaparecía cuando estaban frente a frente. Allí
eran casi dos desconocidos, y el pudor les vencía. No era miedo a ser descubiertos…
lo que allí les acompañaba era pudor y vergüenza… mucha vergüenza.
Javier, además, estaba enfadado porque había estado toda la mañana esperándole en el
viejo piso que un amigo le había dejado. El miedo, una vez más, hizo que Marga no
terminara de decidirse, a pesar de haber planeado hasta una coartada para salir de casa.
Mientras Marga terminaba de preparar la comida Javier salió al balcón a fumar un
cigarro. No sabía qué decirle, ni cómo… Aún estaba algo enfadado por su desplante. A
solas, disfrutando de esas maravillosas vistas, intentaba reunir fuerzas para acercarse y
decirle todo y cuanto le apetecía… pero ¿cómo hacerlo?.
Esa mujer le intimidaba más de lo que él mismo pensaba, y a su lado no era capaz de
gesticular sonido alguno que fuera entendible. Temblaban sus rodillas, perdía la fuerza
de sus manos, y hasta se sentía desfallecer al observarla y saberse a solas con ella en
esa casa con la que tanto había fantaseado. Esa bella mujer había penetrado en su
interior más de lo que ella misma hubiera imaginado. Cada vez estaba más convencido
de que era amor lo que sentía, y no sólo pasión o deseo, como él mismo había
pensado.
Lo que realmente deseaba era abrazarse a ella, oler su pelo, besarla, y decirle lo mucho
que la amaba. Y eso podía hacerlo allí mismo, sin nada que temer. Reuniendo un valor
que quería escapar por el balcón entró en el salón, respiró profundamente, y se acercó
a la cocina donde ella seguía cortando trozos de carne para la paella que estaba
preparando.
- ¿Quieres que te ayude? – preguntó él tímidamente, desde el pasillo
- no, no hace falta… ya lo tengo todo controlado
- ¿seguro?
- ¿a qué te refieres? – preguntó ella visiblemente nerviosa – no hablemos de eso aquí,
por favor. Carlos está a punto de llegar
- tranquila, sólo te he preguntado si lo tienes todo controlado en la cocina
- perdona, pero es que estoy muy nerviosa ¿sabes?
- yo también.
Fue en ese momento en el que ambos declararon abiertamente su estado de ánimo
cuando parecieron sentirse mejor.
Javier, para desdramatizar la situación, abrió la nevera y cogió dos botellines de
cerveza. Los abrió y le ofreció uno a Marga.
- Por nosotros – dijo guiñándole uno de sus ojos
- por los cuatro – dijo ella, apartando la mirada y bebiendo de la botella
- sí… por los cuatro – dijo él más serio mientras la puerta se abría y escuchaban las
voces de Carlos y Esther, que entraban juntos.
- ¿Hay alguien en casa? – gritó Esther desde el hall mientras Javier miraba a Marga,
que, cada vez más nerviosa, seguía descuartizando los trozos de pollo
- tranquila preciosa, tranquila – le dijo, acercándose a ella, posando su mano sobre la
temblorosa mano de Marga, y besándola en el cabello tímidamente. Su olor era
embriagador.
Después se alejó, se acercó al pasillo, y saludó a Carlos y a Esther.
Marga se había quedado desencajada con ese beso, pero fue al ver cómo Javier besaba
a su esposa cuando un extraño fuego recorrió todas sus venas… Eran celos.
- ¡Por dios Marga… no seas cría! – se dijo a sí misma.
Durante la comida todo pareció igual que siempre... pero sólo lo parecía. Ella no lo
sabía, pero él ya había hecho el amor con ella miles de veces. Varias de ellas allí
mismo, en esa mesa donde estaban comiendo en ese momento. Ni siquiera podía
imaginar los sentimientos que despertaba en él solo con mirarle, aunque intentara
demostrarse distante, aunque no le hablara y le evitase.
Allí, frente a ella, temblaba todo su ser, se desmoronaba su propia vida,
desapareciendo su propia persona, e imaginaba que su boca recorría cada hueco de su
cuerpo, que ese salón se convertía en un horno… Y era cuando creía enloquecer del
todo, al mirarla, cuando reparaba en su mirada sabiendo que ya siempre sería suya.
Aunque ella no lo supiera… Ambos llevaban sus móviles en los bolsillos, y ambos
utilizaban cualquier estratagema para mandar un mensaje a su amado. Una vez iban al
baño, otra a la cocina, o incluso por debajo de la mesa, disimulando.
Javier: no puedo dejar de mirarte. Estás tan guapa que me tiraría a por ti delante de
ellos. Estás guapísima ¿sabes?
Marga: tú sí que estás guapo. ¿Por qué me has besado antes?
Javier: pq no puedo más amor mío. Me muero por besarte, por hacerte mía, por entrar
dentro de ti. Estoy a cien por hora
Marga: yo a mil.
Aprovechando que Marga se levantó para ir al baño, Javier le mandó más mensajes,
con el pretexto de un asunto laboral. De todos modos Carlos y Esther, como siempre
sucedía, no dejaban de hablar de sus trabajos.
Javier: guapa, te estoy viendo y no puedo dejar de mirarte. Ojalá pudiera estar a
solas contigo. Te ibas a enterar
Marga: tú si que eres guapo. Perdona otra vez por no haber sido capaz de quedar
esta mañana. T he fallado y tengo aún eso dentro. Estoy triste pero se pasará
Javier: Lo que quiero es que no dejes de pensar en mi
Marga: jamás lo haré. ¿Acaso lo dudas? Me siento tan bien cuando estamos cerca,
aunque luego lo paso muy mal. Ojalá pudieras estar conmigo aquí en el baño ahora
mismo.
Al día siguiente Marga no respondió los mensajes de Javier, a pesar de estar pensando
en él toda la tarde, imaginando cosas que creía olvidadas, devolviéndose a su más viva
pubertad.
Tirada en su sofá, cansada de lágrimas derramadas y de deseos insatisfechos, tomó la
decisión de acabar allí mismo con su aventura.
Si Carlos y Esther se enteraran sería su final. Tendría que irse de la ciudad, abandonar
su vida, huir hacia la nada, y no podía permitírselo a esas alturas de su vida.
Veinticuatro horas duró su decisión.
Javier: Marga te quiero más de lo que puedas imaginar. Ayer estuve toda la tarde en
casa pensando en ti, e hice el amor contigo, y te besé, y te amé. Me duele mucho
pensar que ya no me ames
Marga: te amo mas de lo que imaginas. a veces pienso en nosotros cosas que me da
verguenza. Ni en porno duro...
Marga: ya te lo dije en su día, pienso en ti mas de la cuenta y en situaciones
inimaginables asi que tranqui que siempre estaras dentro de mi. te amo guapo
Javier: el otro día en tu casa no podía dejar de pensar en nosotros juntos, solos en ese
sofá que tanto me gusta y que siempre aparece en mis sueños
Marga: como me hubiese gustado estar contigo. he soñado contigo. En el sueño
estuvimos hablando toda la noche
Javier: en mi sueño hablábamos poco, pero también. ¿De verdad me amas como yo te
amo a ti?
Marga: pues sí que lo sepas. aunque no te de toques ni te mande sms siempre estas
conmigo, dentro de mí. Así q tenlo en cuenta te quiero, te deseo, te amo, te echo de
menos, me encantaría verte pero la vida es así ¿qué le vamos a hacer?
Javier: oye, ¿tú has hecho el amor conmigo este finde? yo sí y he flipado
Marga: a todas horas. nos vamos a quedar chupados je,je,je
Javier: todo el finde pensando en ti ¿sabes?. ¿Sigues pensando en mi tanto como yo
en ti? Te amo mi vida
Marga: sigo y sigo. El domingo estuvimos en Mijas. Ya te dijo Marga que vino mi
padre, y me acordé muchísimo de ti. Lo pasamos bien pero no dejaba de acordarme
de ti capullo. Ciao
Marga: justo en este momento estaba pensando en ti, en ir a veros a casa poniendo
cualquier excusa. Siempre estoy pensando en ti capullo. Me has embrujao
Javier: no dejes de pensar en mi como yo en ti. Eso me hace sentir bien, el saber que
me amas como yo te amo a ti, mi vida
Marga: no lo dudes, pienso en ti a todas horas. Eres como la droga. Me siento como
si volviera a tener 18 o 19
Javier: tú sí q eres una droga. ¿Sabes lo q estoy imaginando ahora? Q estás “aki”
conmigo, desnuda, besándome, tocándome
Marga ¿te has calmao ya? Si es que con las cosas que imaginas no me extraña. Un
beso guapo. Será mejor que te deje o esto acabará mal.
Javier: Hoy es el peor día de todos. Llevo haciendo el amor contigo desde esta noche.
Solo espero no hablar en sueños. Tenemos que vernos algún día y hacerlo… los dos lo
necesitamos. Lo sabes
Marga: la vida da muchas vueltas y dios sabe lo que puede pasar. A pesar de todo no
paro de pensar en ti y de pensar guarrerías contigo. Nunca me había pasado. Ciao.
Javier: sigo deseándote, sigo con ganas d verte a solas y hacerte mía
Marga: pues yo siento algo muy intenso, mucho. A todas horas, sobre todo cuando
oigo cd tan maravilloso sola conduciendo y soñando despierta
Javier: esta noche he soñado q hacíamos el amor en la playa
Marga: como yo no sueño nada, o no me acuerdo, me libro, aunque me apetecería un
buen polvete aunque fuera solo en sueños.
Marga: Que marrana soy. Perdona, por favor
Javier: no tengo nada que perdonar. A mí no hay cosa que me apetezca + que echar
un buen polvo contigo. Es la única manera de calmar esto
Marga: es muy difícil hacer lo que me pides. Tú lo sabes, además por qué sabes que te
calmarias. ¿y si pasa lo contrario?
Javier: no sé si pasaría lo contrario, pero yo no puedo tener más ganas de hacer el
amor contigo. Eso es imposible. Cada vez q te imagino a mi lado, desnuda, y yo
tocando todo tu cuerpo, y después comiéndomelo…
Marga: me estás poniendo muy mal, a mil, y no son horas.
Javier: dime que me quieres, que me echas de menos. Lo necesito más que nunca
Marga: Te amo, te quiero, te deseo en silencio ¿te enteras?
Javier: esto asusta a veces, pero no me digas que no es espectacular y maravilloso.
Sueño contigo a todas horas, te deseo como jamás deseé a nadie.
Marga: pues si te asusta a ti. Imagina a mí. Mi marido y mi mejor amiga. Imagina y
dime
Javier: Olvida todo eso. Jamás se sabrá lo nuestro. Esto está demasiado adentro y ya
no podemos hacer nada por acabar con ello. No podemos así que solo nos queda
amarnos en silencio y para siempre.
Marga: si, llevas razón. Nunca dejaré de amarte y estarás siempre dentro de mí.
Como me gustaría estar allí en tu casa contigo.Te voy a querer siempre. Estoy seguro
de ello. Adiós guapo.
- ¿Qué haces con el móvil? – le preguntó Carlos, que había entrado sin que ella se
diera cuenta, sobresaltándola
- ¿ya estás aquí? – preguntó asustada al no esperarle tan pronto
- ¿ya…? Cariño, son las nueve y media
- ¿ya son las nueve y media? – preguntó levantándose rápidamente y cerrando el
móvil. Sin darse cuenta había estado toda la tarde, sentada en el sofá, jugando con
Javier, y olvidando su vida por completo. Lo suyo con Javier se le estaba escapando de
las manos…
Durante varias semanas Javier y Marga jugaron con sus móviles, sin importarles nada,
sin pensar en la factura, y no sólo en el precio, sino en los detalles del número marcado
y las explicaciones que tendrían que dar. ¿Qué pensarían Carlos o Esther si veían la
factura y se encontraban sus números tantas veces durante un mismo día?. Había días en
los que se llegaron a mandar veinte mensajes “sms”, y todos en menos de una hora. Aun
así la pasión ya estaba desatada, imposible de controlar, y tenían que hacer algo para
ponerle freno porque los mensajes habían dejado de ser simples declaraciones de amor.
Dos semanas después del principio de su juego, sus mensajes ya no eran meras
intenciones, sino una descarga sexual en toda regla.
Fue el día del cumpleaños de Javier cuando saltaron el alto listón que habían colocado
como tope.
Ya llevaban varios días en que no podían dejar de pensar en sus cuerpos desnudos, en
sus bocas aprisionadas, rebosantes de alcalinas salivas, entremezcladas y creadoras de
sabrosos néctares que ya podían saborear desde la distancia que les separaba, y en
placeres ocultos que descubrían a diario, en la ducha, en la cama, o en cualquier sitio
donde estuvieran. No pasaban ni cinco minutos sin pensar en sexo. En Javier era algo
normal, casi cotidiano. En cambio en Marga no. En ella era algo extraño y ameno, algo
que no podía controlar pero que tampoco sabía si quería hacer.
Ya ese día, desde bien temprano, amanecieron diferentes, y no sólo en su pensamiento,
sino en su cuerpo también. No hacía falta mas que el roce de la tela de la ropa que los
cubría para excitarse. Y así, minuto a minuto, hora a hora…
Como pasaba últimamente Javier esperaba el toque de su amada mientras revisaba sus
mensajes guardados en la memoria del móvil. Tenía guardados – ocultos en la memoria
interna – más de cincuenta mensajes “sms”, y todos eran de su amada.
Antes de las cinco de la tarde Marga había dado su primer toque. El duelo empezaba, y
algo le decía que ese día sería especial.
Marga: feliz cumpleaños amor mío. ¿Qué quieres que te regale?
Javier: no podrías dármelo
Marga: tú pide. ¿Quién sabe?
Javier: me gustaría besarte y hacerte el amor. ¿Puedes?
Marga: a lo mejor puedo hacer algo por ti… A ver, dime qué harías ahora mismo. ¿Qué
te apetecería hacer?
Javier: me gustaría verte. ¿X q no kedamos en algún sitio y lo hacemos ya? Sé que te
apetece tanto como a mí. Venga
Marga: no me pidas eso, xfa. Sabes que no puede ser. Esto es así y no podemos hacer
nada. Deja volar tu imaginación como hago yo. Además, hoy tengo muchas cosas que
hacer. Si quieres dime qué te apetece hac…
Javier: ¿sabes lo que haría ahora? Estoy solo en casa y me gustaría que estuvieras aquí.
Te besaría lentamente por todo el cuerpo, te desnudaría y haríamos el amor como nunca
lo hemos hecho ninguno de los dos. ¿te imaginas si estuvieras aquí conmigo? Te invito
si quieres
Marga: si yo pudiera ya estaría alli porque las cosas que me propones me gustan y me
ponen como tu bien sabes. Pero quizás sería mejor dejarlo estar. Tengo muchas cosas
que hacer hoy, y me estás obligando a otro hoy y ya tengo el trabajo de la semana
Javier: ¿otro? ¿a qué te refieres?
Marga: lo sabes muy bien, capullo. No me hagas decir estas cosas. Luego me siento
ridícula. Ya no tenemos 18
Javier: no lo sé cariño. ¿a qué te refieres con otro y con que ya tienes el trabajo de la
semana?
Marga: pues que ya he hecho el amor contigo hace un ratito, y ya he cumplido por esta
semana. Que una tiene ya una edad. Además, tengo mucho que planchar esta tarde.
¿Ves? Ya me siento mal.
Sentado en su sofá, poniéndose más cómodo, releyó el mensaje varias veces porque no
podía creer lo que estaba leyendo. Marga le deseaba tanto como él hacía, y estaba
perdiendo el pudor que había conservado hasta entonces.
Y sabía que tenía que aprovechar el momento. Esa mujer a la que amaba por encima de
todas las cosas estaba a un paso de ser suya por fin, y no podía dejarla escapar.
Javier: a la mierda la plancha. Ya plancharás mañana. Hagámoslo otra vez, pero ahora
contándonos lo que hacemos. Venga, es mi cumple
Marga: ¿y qué quieres que hagamos? Proponme algo interesante, ja, ja, ja. Me da
vergüenza todo esto ¿sabes?
Javier: anda no seas tonta. A estas alturas no te vas a cortar. Además, si no vas a dejar
que te besa y te coma, deja al menos que te disfrute así. Yo, ahora iría hasta allí, te
besaría el cuello mientras planchas, metería mis manos en tu ropa y te acariciaría los
pechos y te quitaría la ropa. Después me desnudaría y me rozaría con tu cuerpo de
espaldas. Besaría tus pechos, después tu vientre hasta bajar allí mismo y acariciarlo
suavemente mientras te estremeces y hago q dejes la plancha
Marga: para ya que me estoy poniendo cardiaca y estoy planchando. Relájate que
mañana será otro día, tío bueno
Javier: y una mierda. Ahora estoy en lo mejor. Estoy solo y quiero que lo hagamos
juntos. Sería muy bonito saber que lo estamos haciendo al mismo tiempo. Desnúdate
cariño y disfruta
Marga: me estás poniendo a mil y ya no voy a poder parar. ¿te has quedado mudo?
Como me pones. Dime algo
Javier: quiero verte, necesito besarte, quitarte la ropa, meter mis dedos por tu falda,
subir por tus muslos, llegar a trus bragas, bajarlas, y hacerte mía...
Marga: eso quisiera yo, que lo hicieras una y otra vez sin parar hasta que no
pudiéramos más y caer muertos de placer
Javier: ojalá mi boca pudiera atravesar este teléfono. Te lamería todo el cuerpo, pero
todo todo, empezando por tu cuello y terminando por tus pies. En el centro de tu cuerpo
me tiraría una eternidad
Marga: me pones cardiaca. Date la vuelta y comeme la boca. Ahora baja hacia abajo y
para en el pecho. Come hasta que te canses. Te gusta ¿eh? Pues sigue bajando
Javier: ahora ya estamos completamente desnudos. Nos miramos, nos besamos y entro
dentro de ti. Los dos gritamos, los dos lloramos, y los dos nos emocionamos abrazados,
apretándonos con fuerza
Marga: sigue que tu puedes un poco mas. Mas, así, ahora... me siento en la mesa y tu
de pie. Por fin estás dentro, subo las piernas a tus hombros. Tú no paras de moverte y de
besarme…
Javier: ahora que te tengo desnuda te subo en la mesa entro en ti lentamente
mirándonos en todo momento. Nuestros cuerpos son uno y estamos unidos para
siempre. Notar tus senos erguidos me vuelve loco pero notarme dentro de ti es algo que
me mata. Estoy tan enamorado de ti que lloro
Marga: ahhhhhhhhhh
Javier: ha sido maravilloso. Perdona el atrevimiento. A veces se me va la pinza. No te
enfades conmigo por favor
Marga: no tengo nada que perdonar. Gracias por el momento mágico.
Javier: ha sido maravilloso hacerlo otra vez contigo amor mío. ¿Es verdad que lo has
hecho tú también al mismo tiempo que yo? Dime que has hecho el amor conmigo
mientras yo lo hacía contigo también. Dímelo, por favor, pero dime la verdad. Sé
sincera. Si has disfrutado tanto como yo dame un toque. Ciao
- Riiiiiiing – suena el teléfono para cortar su sonido rápidamente.
Javier, emocionado, sintió que estaba viviendo uno de los cumpleaños más felices que
recordaba.
No podía creer lo que había pasado, y mirando la pantalla del móvil estuvo toda la tarde,
recogiendo cada uno de esos mensajes, grabándolos en su mente, y disfrutando de ellos.
Marga dejó la plancha para otro día. Se duchó, y bajo el agua permaneció varias horas,
desalojando todos esos calores que habían nacido ese día, y de los que no se podría
deshacer tan fácilmente.
Ella sí borró todos los mensajes, como hacía siempre. Además, al releerlos volvió a ella
el pudor y la vergüenza.
- Marga, eres una marrana – se dijo a sí misma, arrepintiéndose de su osadía y su
descaro… pero ya era demasiado tarde. Además, extrañamente, le había gustado… y
mucho.
Cuando Carlos llegó a casa – como siempre a hora tardía – Marga ya llevaba varios
sueños de ventaja, y, en todos, su acompañante era ese hombre que había despertado su
libido de esa forma tan exagerada.
Cuando Esther llegó por la noche Javier tenía una extraña sonrisa dibujada en su rostro.
Esther le contaba todo y cuanto había hecho en la oficina, y le contaba también que la
semana siguiente tendría que volver otra vez a Ámsterdam. Javier escuchaba… O no.
Fue cenando cuando Esther recordó el cumpleaños de su marido.
Se sintió mal porque lo había olvidado por primera vez desde que se casaron, pero
Javier no se lo reprochó. Él ya había tenido el mejor regalo de cumpleaños que hubiera
podido imaginar.
Ya no necesitaba nada más… al menos por ese día.
Eran las doce de la noche y Esther estaba completamente dormida, y también feliz. A su lado tenía el cuerpo desnudo de Javier, con quien acababa de hacer el amor y con
el que no repetiría en muchos días por culpa de un viaje de empresa, que le alejaría de
casa durante una semana entera. eso estaba contenta también. Durante una semana iba a
disfrutar de su Ámsterdam adorada, la ciudad donde vivió dos de los mejores y
alocados años de su vida, y además en compañía de Luis, su joven y fogoso amante
que, como ella, no perseguía otra cosa que explorar todos los rincones de su sexualidad,
sin ninguna atadura y si ningún complejo.
Pensaba, aún con los ojos abiertos, y abrazada a Javier, en lo afortunada que era al estar
viviendo, posiblemente, la mejor época de su vida. Con Javier lo tenía todo… o casi
todo. Era su fiel compañero, el hombre al que podía contar cualquier cosa, y, además, el
que ponía solución a todos los desaguisados ocasionados por su ya conocido despiste,
sin pedir explicaciones.
Javier estaba allí siempre para salvarla, y ya lo había hecho en muchas ocasiones…
Algunas más serias que otras. El joven Luis, con el que ya llevaba varias semanas, no
era un gran amigo, ni siquiera era una buena persona, pero tenía la sonrisa más perfecta
que había conocido jamás, y siempre estaba dispuesto para hacerla disfrutar de un sexo
extraño y salvaje, lo que lo hacía más atractivo aún. Solo con mirarla, o con sonreírle,
era suficiente para que ambos encontraran el modo de verse a solas.
Sus encuentros no duraban más que el simple acto de aparejamiento, y, después, cada
uno seguía con su vida, como dos desconocidos. En la oficina era así. Y si no se veían
en varios días tampoco se echaban de menos. Era solo cuando se encontraban cuando la
química se encargaba de hablar por ellos. Hasta en Ámsterdam, a donde acudían a
menudo, hacían el amor a diario, pero nunca compartían habitación. Una vez en la de él,
otra en la de ella, pero después, cada uno volvía a su cama. Por la mañana se veían en la
cafetería, se saludaban con un cortés “buenos días”, y a trabajar. Nada sentían el uno por
el otro lejos de las camas donde saciaban unos extraños apetitos, a veces hasta
peligrosos. Por eso dormía plácidamente esa noche. Había hecho el amor con su marido,
a quien amaba, respetaba y deseaba. Y al día siguiente estaría en Ámsterdam, la ciudad
donde quería terminar viviendo algún día.
El silencio de la noche le permitía embriagarse del sonido de la respiración de Javier,
aún jadeante, y sus dedos viajaban por entre esa piel dura y velluda, recorriendo cada
rincón, y persiguiendo tan sólo el propio placer otorgado por estar con quien quería
estar en ese momento.
Observando el cuello de Javier, su corto pelo rizado, e inmersa aún en ese olor
embriagador que aún se impregnaba en las sábanas, recordó el extraño comportamiento
de esa tarde de su amiga Marga.
¿Tendrá un lío con alguien? – se preguntó, pensando en Carlos, ese hombre al que tanto
quería y al que no dejaría que engañara, a pesar de quererla igualmente.
No puede ser – pensó sonriendo, sorprendiéndose a sí misma por semejante e
inexplicable pensamiento - ¿cómo iba Sor Marga a tener un lío con alguien? Además,
ella adoraba a Carlos. Siempre le había idolatrado. Sonriendo, volviendo a acariciar el
cuerpo desnudo de Javier, recordó la sonrisa de Luis, ese joven con el que calmaría el
dolor de separarse de su amado esposo.
Pensando en la última vez que hizo el amor con él, en la misma sala de fotocopias de la
empresa, concilió un sueño que necesitaba mientras el reloj del salón disfrazaba el
silencio con la campanada que indicaba que ya eran las doce y media.
La campanada indicaba que ya habían pasado treinta minutos de la medianoche y Carlos
seguía revisando el contrato que tenía que firmar al día siguiente. Tan ensimismado
estaba en ese contrato – en el que había dejado su vida - y la de su esposa - que no
había disfrutado de la lujosa y amorosa cena que le había preparado Marga. Tampoco se
había fijado en el precioso conjunto de lencería que llevaba puesto, a escasos metros de
su escritorio, tumbada en la cama, y, mucho menos, se había percatado del enorme
deseo que Marga tenía dibujado en su cara y hasta en su piel.
- Carlos… ¿por qué no vienes aquí conmigo? – le preguntó Marga, iluminada por la
claridad que la noche regalaba a la habitación
- lo siento querida, tengo mucho que hacer aún
- si es solo un ratito – le dijo ella con voz acaramelada – hoy tengo ganas de abrazarte
- lo siento querida, no puede ser… Mañana, ¿vale? – le contestó acercándose a ella,
besándola en los labios y acariciando esas piernas sedosas que tanto le gustaban.
Marga hizo un último intento por conquistarle, desabrochando el lazo que cubría su
escote y mirándole con esos ojos de gatita en celo que tan bien le funcionaban.
- Lo siento querida – le dijo Carlos levantándose y separándose de ella - tengo mucho
que hacer. Hoy no puede ser.
De vuelta en su escritorio volvió a mirarla. Marga se había dado la vuelta, y miraba
hacia la ventana, con un cojín bajo su cara y otro sobre su vientre, al que se abrazaba.
Marga era una gran mujer, y la única que siempre había amado, pero últimamente el
trabajo le tenía tan absorbido el seso que no era capaz de viajar más allá de las paredes
de su oficina… ni siquiera para imaginarse desnudo junto a su esposa, y mucho menos
en hacer el amor. Observando el largo transcurrir de sus piernas y esas braguitas que
asomaban bajo el camisón subido, volvió a sentirse un hombre con suerte por estar con
una mujer como ella. Marga, su Marga, era guapa como ninguna, trabajadora, siempre
pendiente de cuidar de él, siempre cariñosa… aunque últimamente estaba algo rara.
No sabía bien qué era lo que le pasaba, pero esa mujer no era la misma Marga con la
que llevaba viviendo tantos años.
Últimamente estaba más guapa, más radiante, más despistada, como pensando en otra
cosa siempre, y hasta su apetito sexual se había incrementado.
¿Qué le estaría pasando? – pensó, recordando su última discusión por culpa del tema de
siempre… la dichosa maternidad.
- Seguro que es eso – pensó, encendiendo un nuevo cigarro, y devolviendo la vista a los
folios que ya conocía de sobra – pero ese tema ya lo hemos hablado muchas veces…
demasiadas quizás.
Una nueva campanada le devolvió a su anterior estado de angustia. Ya era la una.
Ya era la una de la madrugada, y Marga no se podía dormir. Como siempre le pasaba
seguía pensando en ese hombre que había disfrazado su vida de carnaval, y, para colmo,
Carlos no estaba dispuesto a apagar ese volcán que ya era su cuerpo. Por eso estaba
enrabietada, enojada, y odiaba cada sonido de esas hojas por las que su marido había
vuelto a cambiarla. Ella hubiera querido que esa noche zarpara su barco al puerto de los
deseos, que navegara con caricias de brisas marinas, dejándose arrastrar hasta la pasión.
Esa misma tarde se había quedado con las ganas de reunir valor y llamar a Javier, y
haber quedado al fin con él, y sentirle dentro de sí, volviendo a recuperar años ya
perdidos. Pero, una vez más, y ni ella misma se explicaba cómo podía vencerlo, había
conseguido mantenerse firme y alejarse de él, que era ya lo que más deseaba del mundo.
Por eso necesitaba los besos de Carlos, para disfrazar su cuerpo con el de Javier, y hacer
suyo el mayor de los deseos. Necesitaba sentirse flotando sobre el mar de unos besos
compartidos, mientras pensaba en otra boca, y en otra piel. Al día siguiente despertaría
en aguas calmadas ya, y levaría anclas poniendo rumbo a su vida, luchando contra el
viento que susurraba su nombre, haciéndolo más grande. Y se alejaría definitivamente,
no dejándose hundir por las gigantescas olas de la duda y la culpabilidad, luchando
contra la tempestad de la zozobra y el reproche, asiendo con firmeza el timón para
volver a ese puerto donde siempre había atracado y donde siempre se sintió segura.
Pero ahora sus partidas eran más largas. Ya no eran salidas rutinarias, ni siquiera paseos
bajo el sol. Ahora eran cruceros prolongados, y cada vez que partía en uno no estaba
segura de querer volver.
Por suerte, el olor amable de la tierra aún tenía más poder sobre ella.
La noche ya no era para dormir. La noche era ya despierta, y en ella no podía dejar de
sentirle cerca, comprendiendo que todo lo que tanto le había costado mantener podía
perderlo por un simple beso del que, tarde o temprano, tendría que arrepentirse. Toda
esa magia se esfumaría el día de mañana, y ni cenizas quedarían de aquel barco
fantasma tripulado por una pasión y un amor que, sin duda, sería pasajero. Y lo peor era
verlo. Pero casi peor era no verlo.
Era cuando se encontraba con él cuando una luz se hacía en su interior, y se ponía tan
nerviosa que era incapaz de encontrar la llave que abriera el armario del disimulo. Por
eso era casi mejor estar alejada de él, auscultando las distancias y escudándose en sus
sombras.
A su lado se desestabilizaba su sistema solo con verlo, y se encendían todas las luces de
emergencia de su cuerpo. Su vida, entonces, no era vida. Unida a la más fuerte de las
pasiones vividas jamás, a la mayor descarga eléctrica recibida jamás, estaba también el
terrorífico miedo a ser descubierta en su secreto. De nuevo volvía a disfrutar de sentirse
con apenas veinte años. Y eso no tenía precio alguno, pero al mismo tiempo sufría el
miedo de alejarse hasta los también lejanos cincuenta… y sola. Todo eso hacía que no
pudiera conciliar el sueño, aunque lo disimulara, mientras escuchaba los reproches de
Carlos, revisando hojas, releyendo una y otra vez, aún con su camisa de manga larga,
con el calor que hacía. En su nueva vida había noches – como esa - en la que, a ratos, se
hundía. Al rato volvía a salir a la superficie, pero eso era mucho desequilibrio para
alguien como ella, acostumbrada a tener todo bajo control.
Tan mal estaba que deseaba reunir fuerzas y romper con todos esos jamases que ella
misma se había impuesto a lo largo de su vida demasiadas veces.
Nunca jamás se juraría otro jamás – se dijo encendiendo la radio, programándola los
diez minutos que siempre necesitaba para dormirse, y escuchando historias de “hablar
por hablar”.
- Joder, y media… y mañana hay que madrugar.
El viejo reloj del salón volvía a romper el silencio con otra campanada. A Javier le
encantaba esa época en la que el calor ya había empujado al frío hasta el abismo para
hacerlo desaparecer.
En esas noches veraniegas todo era diferente, incluso su amor. Dormir con las ventanas
abiertas le hacía volver a sentirse libre, más joven aún, menos humano y más animal…
y eso le hacía volver a los veinte, de los que se había alejado ya hacía muchos años
antes. Alejándose de su vida humana y acercándose a esa vida primitiva de los insectos,
cuyos sonidos parecían nacer incluso dentro de su cama, volvía a sentir una tórrida
pasión que emigraba en el invierno. Sin duda, de esas noches, lo que más le gustaba era
sentir el cuerpo desnudo de Esther acoplándose a su espalda mientras lo abraza y le
regalaba más calor. En esas noches le gustaba perder su mirada por la amplia ventana
abierta que rompía la pared de su habitación, descubrir estrellas, y perseguir
luciérnagas. Incluso los murciélagos le parecían bellos y hermosos. Pero si había algo
que le hacía disfrutar, eso era, sin duda, el roce del cuerpo desnudo de su esposa sobre
su espalda, desnuda también.
Disfrutaba también del roce de sus senos apretados a su piel, el vaivén de sus manos
sobre su estómago, y ese aliento refrescante sobre su nuca. Pero ya nada de eso parecía
tener vida en esa cama. Por eso se levantó, al ver que ya pasaban de la una y media de la
mañana, y el sueño se había escapado por esa ventana abierta a la ciudad.
Completamente desnudo encendió un cigarro y salió de la habitación, a oscuras.
En una terraza en la que podía oler el mar, pero donde no podía verlo por culpa del
edificio contiguo, permanecía tumbado en una hamaca, mirando al cielo, sin importarle
que los vecinos pudieran ver su desnudez.
Fumando cigarros que realmente le están consumiendo a él, perdía su mente, dejándola
divagar y viajar hasta otra casa donde una mujer también estaría pensando en él. A
Javier le gustaría dormir con Marga, alargar la mano y acariciar su piel, su pelo y oler su
piel. Y despertar el sol con ella de nuevo. Javier estaba desolado, superado por la
situación, y no era capaz de averiguar si era felicidad o desdicha lo que sentía en esos
momentos en los que solo Marga era capaz de cruzar por su pensamiento. Levantándose
de la hamaca se adentró en el salón, encendió su portátil y comenzó a escribir palabras
dictadas por la oscuridad. No sabía si era feliz – que lo era a veces, y mucho – o
desgraciado. La deseaba tanto que ya dolía, y no había un solo segundo en el que no
quisiera estar a su lado, hacerla suya, y demostrarle lo adentro que había calado. Era
demasiado, hasta para alguien como él.
Inhalando del cilindro humeante, y perdiendo su mirada a través de la oscuridad de la
ciudad dormida, pensaba que toda esa tórrida pasión no había sido mas que sed, sin
forma líquida pero sí con rostro físico. Al principio fue él mismo quien sació esa sed
con arroyos falsos para los que inventó un cauce, pero ahora se encontraba en mitad de
un desierto del que no podía escapar, buscando un oasis que sabía que existía pero al
que no le dejarían acceder, ni siquiera para derramar una gota de agua sobre sus labios.
Y Marga era el agua de ese oasis, y la flor de millones de hojas que desprendían olores
dulces y embriagadores, esencias primitivas, y colores embelesados… Pero el futuro de
esa hermosa flor estaba repleto de espinas dolorosas. Además, aquella antigua sed, antes
fresca y fácil de apaciguar, se había convertido en hermana del dolor y del mayor de los
sufrimientos, al verse incapaz de recuperar aquellos arroyos. Nada era peor que poder
ver la fuente, allí tan cerca, y no tener pies para acercarse hasta ella y saciarse. Y
mirarla, y escuchar los lagrimales de su goteo, y casi respirar su fresco aroma. Esas
gotas caían ahora vertiginosas rompiendo sobre el caliente pavimento donde dormía su
dolor y donde se ocultaba – como una lombriz – su sosiego. Oliendo aún el perfume de
Esther, desplazándose por toda la casa, se preguntaba cómo sería un anochecer con
Marga, y cómo sería amanecer junto a su cuerpo desnudo, si no en su interior. Cansado
a veces de sueños imposibles prefería abrazarse a Esther, y seguir queriéndola como la
quería, y seguir disfrutándola como también la disfrutaba, a pesar de que la sombra de
Marga ya era demasiado alargada como para escapar de ella.
Ya nada era igual. Sus mañanas eran temibles, ocupadas por una obsesión que no le
permitía alejarse del teléfono móvil. Era en la pantalla del ordenador donde podía vivir
esa vida paralela… paralela y ficticia.
Las noches eran insomnes también, extrañas, con deseos repartidos entre un cuerpo
visible y otro con el que no dejaba de fantasear. Sin duda eran las tardes su único
consuelo, su meta diaria, y ese lugar donde descarrilaban los violentos trenes portadores
de deseos y de cordura.
Acercándose a la habitación observó el bello dormir de Esther, esa mujer que era la de
siempre… y eso era lo que le gustaba de ella. En ella veía a su eterna compañera, la
persona a la que nada podía reprochar – ni siquiera sus devaneos – la persona que
disfrazaba todos sus momentos tristes, haciéndolos no existir. Sin duda era la persona
que más echaría de menos en caso de perder.
Y volvió a acostarse con ella, recuperando el terreno que le pertenecía en esa cama,
conjurándose consigo mismo para olvidar a Marga. Al menos por esa noche. Pero eran
otros los ojos que buscaba al cerrar los suyos, como también eran otros los que buscaba
siempre al despertar, y los que veía antes de abrir los suyos. Su relación con Marga
había avanzado ya a esos límites que él mismo no quería reconocer, y él, mejor que
nadie, sabía que lo que sentían no era algo que divagara a través de las cortinas de la
piel. En él solo existía ya la idea de estar a su lado, a cualquier hora, en cualquier
situación, en cualquier lugar, en cualquier estado de ánimo… y entrar en ella, y decirle
todo y no decirle nada. Pero ante todo había un miedo visceral que no le permitía
encontrar esa felicidad ansiada a su lado, y era ese miedo de que llegaran los reproches
y vencieran y borraran la pasión. Ese era el miedo mayúsculo, el que le impedía el
sueño, el que le robaba el hambre… El saber que, tarde o temprano, Marga tendría que
renunciar a él.
¿y qué pasaría después? ¿seguiría siendo feliz solo con Esther? ¿podría olvidarla?... ¿y
por qué?
Javier quería a Esther, pero lo que le atormentaba era precisamente el no ser capaz de
asimilar que amaba a Marga.
¿Querer a dos mujeres era posible? – se preguntaba. Pues claro que sí. Al igual que se
pueden disfrutar dos canciones distintas, sin necesidad de preguntarse cuál era más
bonita, cuál era mejor, y buscar la negatividad de la otra. Después de todo – volvió a
pensar, sonriendo por primera vez – él nunca fue capaz de responder a esa eterna
pregunta: ¿Los Beatles o los Stones?.
Los dos – contestó siempre, ya desde bien jovencito, mientras los demás se empeñaban
en hacerle creer que eso era imposible.
¡Pues no lo era!.
MALAS NOTICIAS
Bajo el agua de la ducha Marga aún sentía sobre su piel la electricidad que provocaba en
ella el continuo estado de excitación en el que se encontraba las veinticuatro horas del
día. Cada roce de esos potentes chorros de agua, era como uno de los dedos de su
amante recorriendo su anatomía, que había vuelto a florecer como aquellos años de
pubertad. No podía creerlo ni ella misma, pero su cuerpo levitaba a cada instante, sin
ella poder controlarlo. Era como si la tierra no pudiera retener su peso, como si la ley de
la gravedad no se hubiera hecho para ella… Y más desde esa maravillosa tarde en la
que, por fin, habían hecho el amor a través del teléfono.
Aún podía recordar cada palabra escrita, cada orden y cada deseo, y, sobre todo, el
excesivo deleite que había conocido jugando con su cuerpo a través de ese teléfono que
tanto necesitaba, y que tan peligroso se estaba convirtiendo. Sus dedos, dirigidos por las
palabras que leía en la pantalla, hicieron de su cuerpo un tobogán de sentimientos
carnales que a punto estuvieron de hacerla volver loca. Era la primera vez en su vida
que había llegado a tres éxtasis en una sola tarde…
Bajo los potentes chorros de agua recordó cada uno de esos mensajes, cada una de esas
palabras, y jugó con su cuerpo mientras imaginaba a su amante al otro lado de la
pantalla, haciendo lo mismo.
Al cortar el agua la magia desapareció, y volvieron a aparecer los reproches, como había
pasado en toda una larga noche sin dormir. Unidos a los gozos y deleites de su cuerpo
aún convulso, estaban también unos funestos reproches por algo que no tenía que haber
dejado que pasara. Había actuado como una niña, como una golfa – eso es lo que
pensaba, triste, sintiéndose muy sucia – como una irresponsable…
¿Y qué pensaría Javier de ella después de lo que había pasado esa tarde? ¿le habría
gustado como le dijo…? Ella ya no estaba tan segura. Estaba convencida que había
llegado demasiado lejos. Pero como siempre pasa, se arrepintió tarde. Marga salió de la
ducha y, como siempre hacía últimamente, lo primero que hizo fue mirar el móvil.
Desde aquel día de playa su relación con Javier había tomado un rumbo la mar de
excitante, devolviéndole una vida que jamás pensó en recuperar, pero también cargada
de peligros. Dos llamadas perdidas de Javier – leyó emocionada, mientras limpiaba el
espejo del baño, apartando el vapor que le impedía verse con claridad. Antes de
empezar a secarse marcó su número y esperó la señal. Una señal… otra… y colgó. Era
su manera de decirse “te deseo”.
Después se secó el pelo, completamente desnuda. Desde que empezó su platónica
relación con Javier volvía a gustarse a sí misma, y volvía a disfrutar viendo su aún
lozano cuerpo a través del espejo. Estaba intentando peinarse cuando el vibrador del
móvil volvió a llevarla hasta su habitual estado de excitación. Una señal… otra…
otra… otra más. Y seguía.
No supo qué hacer. Normalmente no hablaban. Todo era a través de mensajes, pero la
insistencia le hizo descolgar.
- Hola guapo – contestó emocionada al ver el número de Javier marcado en la pantalla
azul de su móvil. El silencio al otro lado del auricular era extraño… era un silencio
manchado por extraños sonidos guturales que pronto reconoció.
Rápidamente comprendió que había algo extraño en esa llamada, que, por cierto,
llegaba a deshoras. A través del auricular nadie contestaba, pero se oía un extraño
gemido. Por más que Marga preguntaba – cada vez más nerviosa - nadie contestaba al
teléfono. Marga solo podía escuchar unos secos gemidos que pronto reconoció.
- ¡Joder! – pensó, sintiendo todo el peso del techo sobre su cuerpo, aplastándolo. No era
Javier quien llamaba desde su móvil… sino su amiga, que no decía nada, que no
contestaba, pero que estaba ahí, llorando, sufriendo en silencio. Podía oírla
perfectamente.
- Esther… ¿qué te pasa? – preguntó Marga preocupada, llegando a su pensamiento la
idea de que hubiera descubierto los mensajes en el móvil de Javier.
Su amiga seguía llorando, gimoteando, incapaz de articular palabra alguna… al menos
alguna que fuera entendible.
- Mar… ga… - lloraba, cada vez con más fuerza, ahogándose con sus propias lágrimas
- ¿qué te pasa Esther? Me estás asustando
– esto no puede ser verdad, Marga… No puede ser verdad…
- ¿qué te pasa? ¿te quieres tranquilizar, por favor?
- joder Marga… no me lo puedo creer… Ahora mismo querría morirme también
- no digas eso
- ¿por qué él? – gritó Esther repetidas veces, haciendo que su amiga sintiera el frío acero
de la espada inquisitoria clavándose en su alma.
Marga sintió que se moría. Toda la belleza de su cuerpo ya no se reflejaba a través del
espejo hacia donde miraba… Tampoco su cara parecía tan bella ya, y aparecieron
arrugas… y dolor, mucho dolor. Marga temblaba. No sabía qué decir o hacer. Sin duda,
Esther les había descubierto.
- ¿Por qué él…? – Esther continuaba llorando, angustiada, incapaz de decir otra cosa. Y
Marga la entendió, pero seguía sin saber qué decir.
- ¿estás ahí?... ¡Esther! – gritó al móvil, que se acababa de cortar, tirándolo sobre la
cama y dejándose caer ella misma. La angustia se hizo tan grande que casi sintió ganas
de vomitar.
Sin duda Javier no había borrado los mensajes y Esther los había descubierto.
- ¡Maldito Javier! – gritó, sabedora de que su amiga jamás podría perdonarle semejante
tropelía, y que su vida estaba a punto de terminar para siempre.
Las dudas y los temores empezaron a circular por la habitación. Ya no estaba Javier
desnudo ante ella, ni ella ante él. En ese momento sólo estaban Carlos y Esther, y ella
en medio, amenazada, señalada por ambos, y vilipendiada por todos. ¿Cómo enfrentarse
a semejante castigo? – pensaba atenazada, incapaz de pensar más allá de su propia
muerte.
Tal era el exceso de estímulos que había en su interior que era incapaz de recogerlos
todos y analizarlos con tranquilidad. Por allí pasaba Javier riendo, Esther llorando y
gritando, Carlos sufriendo… y todo eso era imposible de asimilar y, sobre todo, de
resolver. Allí, tumbada en esa cama de la que ahora no quería escapar, quería borrar esa
lista interminable de sensaciones que había vivido, alejarlas de ella, y volver a su vida.
Marga lloraba y lloraba. Maldecía, gritaba, tiraba ropas al suelo, y encendía cigarros que
apagaba sin apenas consumir. Tal era el miedo que tenía que la incapacitaba para
averiguar lo que estaba pasando a su alrededor. Por un momento pensó en recoger sus
cosas y salir corriendo. Huir, alejarse de allí, poner tierra de por medio… o un mar.
Pero… ¿a dónde ir? ¿y con quién? ¿acaso querría Javier marcharse con ella para nunca
volver? ¿Acaso era eso lo que ella quería hacer? Por un momento sí que estuvo tentada
de desearlo… pero rápidamente comprendió el error.
Encendiendo otro cigarro estaba cuando el teléfono volvió a moverse por entre las
sábanas de la cama, encendiendo su luz azul, y lanzando pequeños zumbidos que a ella
le parecían hirientes. Al acercarse leyó en la pantallita azul el nombre de Esther. Ahora
llamaba desde su teléfono.
- Piensa, Marga, piensa…
Pero Marga no estaba para pensar, ni para actuar. Marga, en esos trágicos momentos,
sólo estaba dispuesta para morir. Así se sentía. Marga seguía pidiendo a ese Dios en el
que no creía que le enviara un rayo fulminante que acabara con todo su dolor y su
zozobra.
- ¡Cállate ya, cállate ya…! – le gritaba al móvil, que, lanzando alargados zumbidos, se
desplazaba por entre el edredón. Tumbada estaba en la cama, aún desnuda, tapando sus
oídos y sus ojos para no oír ni ver el móvil, cuando éste por fin dejó de vibrar. Durante
unos segundos creyó sentirse mejor. El vapor que salía del baño, desplazando con él
esos aromas a agua caliente y jabón, siempre le tranquilizó…pero sólo fue un
espejismo. La angustia volvió a su cuerpo con un nuevo sonido telefónico. Esta vez, el
teléfono que sonaba no era el suyo. Ni siquiera estaba en el dormitorio. En el salón, el
que sonaba era el teléfono de Carlos. Lo vio claro. Seguramente era Esther que, al no
haber podido hablar con ella, lo quería hacer con Carlos para contarle todo. La
desesperación de Marga ya había poseído su ser por completo, y quiso salir, correr
desnuda para cogerlo ella antes que Carlos, pero ya era demasiado tarde. Corriendo por
el dormitorio y por el pasillo vio como lo hacía a cámara lenta, como si fuera un dibujo
animado, y el dibujante jugara con ella a su cruel antojo. Al llegar al salón Carlos había
descolgado ya. Por suerte no le había visto, y ella escuchaba escondida en el pasillo,
pegada a la pared, completamente desnuda.
- Dime Esther – le oyó decir, sintiéndose morir y alejándose lentamente por el pasillo
para volver a encerrarse en el dormitorio.
- ¡Joder! – oyó cómo Carlos gritaba - ¡no puede ser, Esther!
Marga se sentía morir. Sus piernas no tenían fuerzas para avanzar por el pasillo, y su
terrible cuerpo volvió a reflejarse en el amplio espejo del hall, a lo lejos.
Definitivamente no le gustaba ya su cuerpo, ni su cara… ni ella misma
- ¿estás segura de lo que estás diciendo? – las palabras de Carlos, cada vez más
emocionadas, le atravesaban el corazón como un puñal, y corriendo, se encerró en el
baño, se adentró en la ducha, y se metió bajo el agua de nuevo, intentando mezclar su
miedo y sus lágrimas con esa agua que empezaba a quemar.
Durante varios minutos permaneció escondida tras la mampara, bajo el agua, pero
comprendió que nada hacía allí. Esas gotas de agua ya no eran del rocío fresco de la
mañana, como pasó no hacía ni media hora. Ahora eran más bien las terribles gotas de
una lluvia ácida que destrozaba una piel que volvía a perder su elasticidad. Tenía que
salir, enfrentarse a la realidad, aunque esta fuera tan mísera y peligrosa. Ya no había
marcha atrás.
No hemos hecho nada… Aún no hemos hecho nada – se decía, intentando convencerse
de que aún no se habían acostado y que ellos tendrían que creerle. Al cerrar el grifo y
abrir la mampara vio a Carlos esperándole, apoyado en el marco de la puerta del baño.
La miraba muy serio. Era curioso, pero aún podía ver excitación en sus ojos cuando la
veía desnuda.
Marga sintió mucha pena, y angustia… y el silencio se apoderó de su boca. Carlos no
dejaba de mirarla, y cada vez estaba más serio. Marga sentía su cabeza a punto de
estallar, y ocultó su cuerpo con una toalla. Volvieron también las ganas de vomitar.
- Me ha llamado Esther – dijo Carlos, casi llorando. En realidad sí que caían algunas
lágrimas por sus mejillas, y, como siempre hacía cuando estaba nervioso o enfadado,
mordía su labio inferior con ayuda de sus paletas.
Carlos cogía el móvil con fuerza, casi con violencia, y lo golpeaba sobre su muslo con
rabia.
- Carlos yo… - Marga no se atrevía a mirarle a la cara
- tengo que decirte algo, Margarita
- lo sé – seguía cabizbaja. Siempre que la llamaba por su nombre verdadero era porque
algo malo había sucedido – verás…
- ¿lo sabes? – preguntó Carlos
- sí…
- me ha dicho Esther que no ha podido hablar contigo. ¿cómo lo sabes? ¿quién te lo ha
dicho?
- ¿el qué? – preguntó totalmente contrariada
- verás… Juan ha muerto. Se lo acaban de decir a Esther ahora mismo, y se va a
Barcelona en media hora. Quiere que vayamos con ella
- ¿Juan? – preguntó Marga, sin saber qué decir - ¿su padre… mi Juan?
- sí cariño. Tranquilízate. Tenemos que vestirnos rápido e irnos con ellos. Vendrán a
buscarnos en media hora
- ¿Juan? – preguntó, presintiendo que todo el miedo se alejaba de su cuerpo, que toda la
tensión se iba, y que todo el dolor ya no estaba
- sí, al parecer le ha dado un infarto
- no puede ser
- yo tampoco me lo creo, querida. Ha sido tan repentino – le dijo abrazándola,
acariciando su espalda aún mojada, y besándole en la frente de forma casi angelical.
Marga se sintió mal consigo misma. No podía creer que se sintiera bien después de la
noticia que le acababan de dar, pero en el fondo se había quitado un gran peso de
encima porque no le habían descubierto en su aventura.
Una vez alejado todo el miedo por saber que no les habían descubierto, llegó a ella la
imagen de Juan, ese hombre bondadoso y simpático, que siempre estuvo dibujando
sonrisas en su infancia, y al que tanto debía. Ese horroroso dolor que había penetrado
por todos los rincones de su cuerpo por fin se alejaba… pero ahora llegaba otro.
EL LARGO VIAJE
Esther y Marga ya habían llorado la muerte de ese maravilloso hombre del que no se
habían podido despedir. En el coche nadie sabía qué decir para consolar a Esther, y
todos preferían mantener ese tétrico silencio que no hacía mas que aumentar el dolor. Su
amiga estaba dominada por el mayor desconsuelo conocido jamás, y ella no encontraba
la manera de calmar su dolor.
Ella misma se sentía mal pues la pérdida también le era dolorosa. Ese hombre había
cuidado también de ella en su infancia, en esas largas tardes de playa, mientras sus
padres trabajaban.
Por suerte el cansancio se apoderó de todos. Carlos, que también estaba afectado, cedió
su sitio a Javier para que condujera. Carlos se echó sobre el asiento de copiloto y, como
siempre sucedía, no tardó en dormirse. Esther también se había quedado dormida, aún
con lágrimas en los ojos.
Marga también estaba cansada… muy cansada, y decidió también descansar.
Antes de cerrar sus ojos vio los de Javier observándola a través del espejo retrovisor,
mientras conducía. El sueño desapareció para ambos, y se volvieron a mirar mil veces
seguidas…
Javier no era capaz de imaginar los sentimientos que despertaba en ella cuando su mirada
atravesaba su cuerpo, aunque se mostrara distante, aunque su mundo fuera otro en esos
momentos.
Observándole a través del espejo, que él mismo colocó para verla mejor, sentía que le
amaba más cada momento que pasaba. Ni siquiera el apabullante pudor sentido por su
última tarde de mensajes casi pornográficos, ni siquiera el miedo a haber sido
descubiertos, podía con esas ganas de mirarlo, de amarlo, y, sobre todo, de besarlo.
Todo lo que ese día había sido hasta ahora, incluido su sol, sus nubes, y su terrible
dolor, a su lado no era nada – pensaba, intentando alejar su mirada de ese espejo que
tanto le atraía. El reflejo propio en su mirada se esfumaba… como la nada.
Todo lo que había nacido en esa coincidencia del azar, que tantas horas de sueño le
había robado ya, no llevaba a ningún lado. Y ella lo sabía, pero no quería, ni podía
luchar contra ello, y es que
todos esos reproches y juramentos en falso que crecían a su alrededor, cuando estaban
separados, desaparecían con una simple mirada. Tenía el mundo de mucha gente en sus
manos, en las de él, en las de ambos, y nada podía hacer para intentar conservarlas
herméticas al dolor. Sólo cuando ya había saciado su apetito era capaz de pensar en las
funestas consecuencias que podía acarrear su insensatez, pero toda esa responsabilidad
se esfumaba al volver el deseo y la obsesión en la que se hallaba inmersa día a día, hora
a hora, minuto a minuto.
Ni cenizas quedarían cuando todo terminara – pensaba - porque jamás habría nada que
hiciera explícito lo que querían vivir. Allí, incapacitada para tomar el mando y alejarse
de su mirada, volvía a reprocharse sus propios sentimientos. Tenerle tan cerca le hacía
vivir un futuro oscuro que no quería conocer. Jamás nadie podría comprender, ni
siquiera sospechar, cuánta magia volaba a su alrededor… y nadie – ni siquiera ellos
mismos – iban a creer en ese amor maldito y hermoso a la vez.
Algo tan pasajero, algo tan efímero, tan delicado, tan dulce y amargo a la vez, no podía
ser tan real como ellos mismos querían verlo. Todo se esfumaría al día siguiente de
dejarlo definitivamente, de olvidar esa locura en la que estaban inmersos por culpa de
unos cuerpos que empezaban a mandar sobre su razón. Cuando ella despertara al día
siguiente, y siguiera oliendo a él, él ya no estaría a su lado… ni siquiera pensaría más
en ella después de conseguirla.
Pero Marga seguía presa de su desconcierto, sin tenerlas todas consigo…
Ella ya le amaba… y ese era el mayor de los miedos que la arrancaban de los brazos de
la sensatez. Ella ya sabía que nunca podría dejar de amarle... porque ese hombre le
había regalado un nuevo concepto de la palabra amor. Ahora amor no era solo bienestar
y comodidad… Ahora amor era pasión, era sufrimiento, era tensión, era sexo, era vida,
y ella quería vivirlo todo… aunque fuera a escondidas. Las sombras que oscurecían el
camino del dolor abrieron sus fauces y le indicaron, claramente, el camino a seguir para
hallar el placer. Y allí, en el coche, mientras los demás dormían, ellos volvieron a hacer
el amor con sus ojos. Un seco grito se ahogó tras la negra mano carnívora que brotaba
salvajemente desde el útero de la oscuridad… y los ojos de Javier se convirtieron en el
arma sexual más poderosa que nunca había sentido en su interior.
El reflejo de la hoja del alma les volvió a mentir, a separar una vez más, llevándoles
hasta un dolor ya insoportable. Entonces ella, cerrando sus ojos para escapar de él,
miraba hacia la luz que llegaba desde lejos, y el sonido de su silencio comenzaba a
dolerle tanto que necesitaba correr hacia él y arrancarle una palabra que la llenara de
gozo.. Así se propuso engañar su propia vida, hacerse creer que era libre y volar con él,
bañarse en él, cubrirse con el vapor que nacía de su piel, y perderse allí para siempre. Al
fin fue capaz de perder la sensatez, observando como su propia carne cedía... y el deseo
vencía. Mirándose a través de ese coche que querían convertir en cama no podían
permitirse una nueva derrota. Ya no. Por eso no se dejarían matar sin luchar una vez
más.
Mirándose en todo momento a través de ese espejo retrovisor se dieron el sí quiero.
- Sí, amor mío – le gritaron sus ojos – quiero ser tuya.
Casi con hastío ante la violencia incontrolable del perverso deseo, que se abría paso
lentamente, solicitaban respetuoso permiso a quienes nunca se lo iba a conceder… a
quienes nunca sabrían.
Él la miraba a través del espejo retrovisor. No miraba la carretera. Ella recibía su
mirada, ya sin miedo, sabedora de que su lucha había sido en vano. ´ Él, el esquivo
deseo, había vuelto a su vida, y contra él y su poderosa arma nada podía. Su belleza era
mayor cada momento que pasaba junto a él. Su masculinidad se agigantaba, su aroma
suave se hacía de marcado carácter animal… ambarino incluso.Sus ojos eran capaces de
hablarle, sus labios la besaban sin moverse de su cara, y sus manos se adentraban por
entre sus muslos solo con mirarle.
Allí, intentando comunicarse con él entre el silencio de sus dos negaciones, seguía
preguntándose cómo sería un anochecer junto a él, una de esas interminables noches con
las que tanto había fantaseado, pero sobre todo, cómo sería vivir un amanecer junto a él
después de toda una noche sin haber conciliado el sueño... y sin haberlo buscado.
El día que menos te lo esperes – le decía mirándole ya sin ningún rubor, sin apartar la
mirada, y soportando el peso de la suya – correré hacia ti, para no preguntarte nada más.
Y así, con la certeza de saber que no estaba soñando, ni divagando a través de las
cortinas de una piel dormida, tendría por fin los pies en la tierra de sus sueños.
Reuniendo toda la fuerza que él le transmitía se sintió al fin fuerte como para reconocer
que era tontería luchar contra el mayor de los deseos, contra esa fuerza arrebatadora que
la obligaba a amar sin más, pidiendo solo carne, exigiendo solo pagos con besos, con
caricias, incluso con dolores. Una vez más agradeció estar allí con ellos, porque de no
ser así sería él quien tuviera que correr para alejarse de ella y de esa locura que, al fin,
se había desatado.
Sí, amor mío – le dijo con sus ojos bañados en lágrimas de emoción, dolor y placer – ya
mismo seré tuya… ya soy tuya.
Allí, sentada en el asiento trasero del coche, comprendió que volvía a ser víctima de
algo incontrolable, de una fuerza sobrenatural que le arrastraba hacia el lodo del
placer… y estaba dispuesta a enfangarse. ¡Ya sí!. Por eso lloraba, deseosa de hacer de
su ropa jirones, lanzarle su dardo, y decirle que su cuerpo le pertenecía, y que deseaba
entregárselo sin contrapartida.
Los jirones de ropa sobre su piel electrificada calmaban el cráter de la pasión, mientras
el cuchillo del deseo se despedía con los fríos labios de su carne amada.
La herida abierta quedó, por un momento, trémula, confusa… como ella misma.
Testigo de su propia derrota, no podía dejar de mirarle mientras notaba cómo la
sequedad de su garganta le quemaba todo el cuerpo, y percibía una extraña sonrisa a
través del espejo.
Fue entonces cuando murió su yo y renació el animal que dejó dormir durante toda su
vida.
Completamente embriagada por esa mirada que penetraba en ella con una fuerza
sobrehumana, esperó imaginando que el brazo que blandía el arma recitara las últimas
pinceladas de su arte.
Excitada, cada vez más, hasta el punto de no saber controlarlo, cruzó sus piernas, cerró
sus ojos cautivos, y mordió su mano. Esther seguía dormida a su lado. De nada era
testigo. Carlos igual.
La blanquecina mano mordida, cubierta de saliva y miedo, se retiró una vez que
consiguió domar los últimos estertores. El cuerpo inerte buscó la tierra, ansió su
descanso, pero volvió a elegir el camino equivocado. Sus ojos no podían apartarse de
esos ojos que la estaban haciendo suya allí mismo. Notando que se acercaba el número
final de la coreografía cayó con majestuosidad, con un deje de altanería.
Se desparramó infinitamente por el asiento de cuero negro, le miró encendida, y le quiso
gritar para que se detuviera en su perversa posesión...
Su cuerpo se había alejado de su alma, convirtiéndose en una isla que iba siendo
devorada por la incontinencia de la sangre caprichosa, que avanzaba sin tutor.
Ni un solo gemido que reprocharse. Unos besos invisibles volaron por la atmósfera del
coche y llegaron hasta sus ingles, que se separaron, y se adentraron en su cuerpo.
Placeres que, por fin, estaban dentro de ella para no marcharse, iban siendo devorados
por las fauces de la recién instalada dictadura del silencio…
Y ella siempre había sido una reaccionaria, contraria a todo tipo de dictadura.
Una vez más lucharía contra ella.
Por el momento prefirió cerrar los ojos y dejarse llevar por el sueño que su cuerpo le
pedía. De nuevo los reproches aparecían, y no quería oírlos.
Olvidando sus miedos, y la compañía, disfrutó como creía merecer. Después no se
atrevió a volver a mirarle, cerró los ojos y se durmió.
Una lejana campanada… dos… tres… silencio.
Silencio y oscuridad… y calor. El reloj del campanario anunció las tres de la
madrugada y ellos seguían despiertos, incapacitados para conciliar un sueño que
necesitaban. Como era de esperar ninguno pudo alejar ese insomnio que hacía ya dejó
de ser molesto porque ya era parte de ellos y de su rutina. Pero esa noche era distinta a
las demás, y ambos, por encima de todo, se querían dormir… y si no lo querían, al
menos sabían que lo necesitaban.
La musa que dictaba todas las palabras a su insomnio estaba allí mismo, y se hacía
difícil compartir esa atmósfera… difícil y molesto. En la habitación hacía mucho
calor, y la noche parecía dispuesta a hornear sus cuerpos, vestidos por unos pijamas
veraniegos que ocultaban más de lo que quisieran. El sudor brotaba de sus frentes
fruncidas, recorría todo su cuerpo, y se perdía en el blando colchón que se hundía
sobre las viejas colchonetas de muelles sonoros y chirriantes.
Hasta los frondosos árboles de hojas perennes de fuera parecían haber perdido su atavío
fresco… Nada se movía allí a su alrededor, ni siquiera la telaraña que él consiguió
discernir a través de la ventana abierta. La noche les había sorprendido en mitad de ese
maldito viaje sorpresa, ese que ninguno quiso recorrer, pero que tuvieron que hacer sin
más remedio. Para colmo, habían tenido que detenerse en ese viejo hotel donde sólo
había una habitación disponible.
- A estas horas tendremos que compartirla, ¿no te importa? – dijo el bueno de Carlos
- claro que no – contestó Esther, ya más tranquila y sobrepuesta de su tremendo dolor
– tampoco es la primera vez ¿no?
- pues no… ya hemos dormido en la misma habitación muchas veces.
Y allí, en esa oscura habitación estaban los cuatro, aunque en realidad sólo existieran
dos. No había nadie más en ese minúsculo mundo donde todo respiraba voluptuosidad y
deseo.
Cada uno en su cama buscaba entre la oscuridad los ojos del otro. Ambos sabían que
estaban despiertos y deseosos… por eso se buscaban entre esa maraña negra que les
rodeaba.
La sombra oscura del principio era ya una luz tenue que les permitió verse con claridad.
Ellos solo querían pertenecerse una vez más, hacer el amor por fin físicamente, y
confundirse en miles de besos y caricias para adentrarse de nuevo en ese mundo del que
no podían salir ya a pesar de estarles prohibido. Y era ahí, en las largas noches donde
residía precisamente su ardor y su vitalidad… también su dolor. Y es que sería
precisamente cuando despertaran cuando comenzaría la pesadilla. Y sí, se miraban, se
buscaban… se hablaban en silencio, y se querían decir tantas cosas que prefirieron
callar. Además, andaban obligados a hacerlo.
Ella le miraba con ganas de llorar. Él también la miraba con extrañeza… y dolor porque
era consciente de que el camino no tenía vía de retorno. En el coche, observando su cara
metamorfoseada, comprendió que esa mujer le amaba de verdad.
Toda ella era un llamamiento a miles de caricias ya conocidas, otras desconocidas…
pero por encontrar. Dos de los dedos de su mano comenzaron a recorrer el suelo,
avanzaron como un bailarín de cuerpo armonioso, y se acercaron hasta la cama de ella
con pie flexible y ligero.
Ella los miraba embelesada y aterrada. Era como si fuera él mismo quien se dirigiera
hacia ella, desnudo, pletórico, dispuesto a adentrarse en su alminar situado el centro de
la mezquita que era su cuerpo vibrante. Pero la longitud de su mano no le dejaba
continuar. Aun así los dedos bailaron una extraña danza sobre el caliente azulejo del
suelo.
El azulejo amarillo estaba agrietado, pero eso no era impedimento para la más bella de
las danzas. Ella, cada vez más nerviosa, miraba los dedos sonriente. Ansiaban por
encima de todo un estallido de besos, una borrachera de flujos, una feria de soledad,
pero supieron, una vez más, detener a tiempo a ese corruptor maldito que ya estaba a
punto de arrastrarles a la perdición.
Abriendo los labios secos, borrachos aún desde su primer y último encuentro furtivo en
el coche, susurró un “ven” ininteligible, pero que ella tradujo a la perfección. Sus ojos
asustados no dejaban de decirle que no, pero su mano desobedecía la orden. Así, su
mano desnuda, bajó también hasta el suelo y se encaminó hacia él, deslizándose
gracilmente sobre la sedosa alfombra creada por sus propias lágrimas. Toda su
feminidad viajaba en ese tren, entre esos dos dedos que avanzaban hacia los suyos. Con
total delicadeza y sensualidad posó las largas uñas sobre el mármol.
Los dedos se tocaron al fin, parece que se estén besando tímidamente, y no tardaron en
abrazarse fuertemente. Se entrelazaron – al principio con delicadeza, después con
fiereza - y no encontraron la forma de separarlos.
Sus ojos no dejaban tampoco de mirarse, ahora bañados en lágrimas que les ahogaban.
- ¿Por qué no vienes aquí conmigo? – suplicaron, nublando su visión por esas gotas
calientes que rodeaban sus ojos para mezclarse con su propio sudor
- eso quisiera yo, amor mío – lloraba su garganta, sin emitir sonido alguno.
Cerrando los ojos, evitando alejar una lágrima insostenible, buscó un lugar en el que
beber su nombre, y emborracharse perdidamente para alejarse del dolor.
Un sonido, el de esos pájaros que revolotean entre las ramas de la plaza, les hicieron
sentir envidia de la naturaleza externa… ¡Quién pudiera volar para escapar de esa
prisión, y volver después sin que nadie lo sufriera!. Es el deseo el que les hace volar una
vez más. Para él el único pijama que vestía ella era la transparencia de su propia piel.
Ella se emocionaba y convulsionaba observando su torso desnudo, imaginando que bajo
ese pantalón de pijama es ella quien se pierde.
¿Quién ha dicho que el deseo no puede ser una carga pesada y asfixiante? Sí que lo es.
Su dolor quedó detenido por unos ojos que le devoraron dos veces su cuerpo, y que le
decían mucho más de lo que necesitaba oír.
La cordura – esa amiga, ahora desconocida - les hizo permanecer en sus camas mientras
sus dedos se apretaban, se besaban, practicando un amor que a ellos les está prohibido.
Tanto apretar llega a causar dolor físico… Nada importa. Ese es su asalto amoroso, al
único al que ese día pueden aspirar. Los dos dejan de mirarse. Ahora sus miradas se
pierden en esas manos entrelazadas sobre el suelo de una habitación que no les
pertenece.
Sus manos tienen senos, tienen boca… tienen vida. Sus manos son ellos mismos.
Y lloraron de nuevo porque se amaban más de lo que pensaron ellos mismos cuando
comenzaron el juego. Otra mano entra en el juego, haciendo que cinco sea un número
impar y peligroso… y rompe toda la magia. Es la mano de Marga, la esposa de su
amante, su amiga, que duerme detrás de él, y que le abraza entre ronroneos
ininteligibles. Incluso llega a intuir un beso sobre la espalda. Y es ahí cuando peor se
siente. ¡Está más sucia que nunca!.
Ella ve la mano de su amiga paseando suavemente por una piel que ella le ha robado y
de la que sabe que no es dueña… Se asusta, y sus dedos vuelven al hogar alejándose de
los de su amante, que hace unos segundos ya se habían ido. Intentando olvidar algo
imposible ve cómo él se gira y se abraza a su esposa. Entonces es ella quien se da la
vuelta para alejarse de esa funesta imagen.
A su lado está Carlos, su marido. El pobre duerme plácidamente. Nunca le molestaron
los calores para conciliar el sueño. Tener la conciencia limpia también ayuda.
Ella no la tiene. Por eso llora…
…Llora toda la noche.
A oscuras.
Amaneció en ese viejo hotel de carretera. Marga despertó y miró hacia la otra cama. Frente a
ella encontró a su amiga, con los ojos cerrados, con el rimel corrido. Javier no estaba a su lado.
Tampoco estaba en el baño. Su ropa tampoco estaba por ningún lado.
Carlos, Esther y Marga bajaron a la cafetería después de recoger sus cosas. Javier estaba
desayunando, sólo, escribiendo en un papel que había sido arrugado varias veces.
Al verles volvió a doblarlo y lo guardó en su pantalón. A nadie le extrañó. Marga sí pensó que
estuviera escribiendo algo sobre ellos… ¿Sería tan insensato?
Antes de entrar en el coche, mientras Carlos y Esther pagaban la habitación, Javier se acercó a
Marga y le entregó el papel doblado.
Ella se puso tan nerviosa que se le paró el corazón. Miró hacia el hotel y vio a Esther
mirándoles.
- Léela - le dijo Javier. Esther, por suerte, ya no les miraba.
... SER PACIENTES
Estoy en la cafetería del hotel pensando en ti, como he estado haciendo toda esta
extraña noche, sin poder dormir por tenerte tan cerca. No intentes buscar una
explicación a esto que nos está pasando… No la tiene. Sí, está pasando, y ya es
inevitable, como lo es también el saber que, tarde o temprano, todas nuestras fantasías
se harán físicas, y nos llevarán hasta ese cielo en el que estamos empeñados en no
creer. En realidad todo esto era inevitable desde el principio, y ambos lo sabíamos. Ni
te imaginas las ganas que tengo de entrar en la habitación, acercarme a ti, despertar a
todos, y gritar lo mucho que te amo… decir a todo el mundo que es imposible luchar
contra algo con tanta fuerza… y pedir comprensión.
Sí, comprensión… Yo no quiero hacer daño a nadie. Sé que tú tampoco, y por eso lo
nuestro tendrá que ser siempre así, siempre algo secreto. Y eso lo hará más fuerte y
eterno.
¿No es la alegría lo que nos mantiene vivos? ¿y qué hacemos nosotros dejándonos
morir?
Pero… ¿cómo hacerlo para no dañar a esos que también queremos?.
Sí, querida, estamos inmersos en una vorágine peligrosa, excitante, viva, matadora…
en una odisea de la que no podemos escapar, pero de la que tampoco queremos huir.
Vivo ahora mismo dentro de un laberinto y quiero salir. Recorro sus angostos pasillos
para encontrar la salida y respirar Y hay veces - te juro que existen esos momentos -
que la encuentro, pero antes de atravesarla vuelvo hacia atrás, me paro y la observo
acurrucado entre esas paredes de ciprés… y decido no salir. Ese sol que me espera allí
afuera también está rodeado de negros nubarrones que, tarde o temprano, descargarán
sobre mí.
Como sospechas y sufres yo también dejé de ser feliz tiempo ha, pero esta extraña
infelicidad, a veces, me llena, me hace sentir vivo, y, sobre todo, me hace ser parte de
ti. Has sido tú quien me ha arrebatado la razón que con tanto mimo labré durante
muchos años, y si esa razón no vuelve pronto correré hacia ti, sin pensar en el dolor
que pueda crear la lanza que dejaré clavada en una espalda inocente. La dicha de tu
alrededor sigue empeñada en no pagarme esa deuda que tiene conmigo… y sé que
jamás la cobraré. Eso sí que me mata. Ayer no pude dormir allí, a tu lado. Tus dedos
me hicieron el amor, y hoy duelen al verles moverse entre tus manos, nerviosos.
No puedo evitar amarte... tampoco puedo sucumbir a lo que deseo. Así que, querida,
sólo nos queda el título de esta carta.. O sea…
Te amo.
POR FIN
El entierro fue tan duro como emotivo. Para Marga fue también muy difícil de soportar. Unido
al terrible dolor de encontrarse con el cuerpo sin vida de ese hombre, al que siempre llamó
“tite”, estaba esa desaforada excitación que ese hombre despertaba en todo su ser. Hasta en
las frías salas del tanatorio todo le parecía erótico a su lado, y en más de una ocasión tuvo
que separarse de él , pues solo con sus roces o miradas bastaba para hacerla perder,
incluso, el equilibrio físico.
Después del entierro Javier y Esther se quedaron allí varios días. Esther quería recoger
muchas cosas de su padre. Dos días después regresaron en avión. Carlos y Marga volvieron
en el coche, y el viaje no fue tan excitante y corto como se le hizo el de ida. Allí, a solas con
su marido, echó de menos la mirada penetrante de su amante platónico, esas
comunicaciones silenciosas, y esa pasión que despertaba en ella solo con estar a su lado.
Pero la conquista ya estaba hecha, y la defensa de la ciudad ya había cedido. Cuando
regresaron, Javier llamó a Marga. En esa ocasión no hubo mensaje. Fue una llamada, corta,
y concisa.
- ¿Estás sola?
- sí – contestó ella, nerviosa, encerrándose en el baño, alejándose de Carlos
- esto no puede seguir así. Estoy a punto de volverme loco. Y sé que a ti te pasa igual. Te
espero esta tarde
- Javier… es una locura, no sé si podré
- sí que podrás. Te espero a las cinco en el aparcamiento de Mcdonalds
- ¿y qué le digo a Carlos?
- le dices que tienes que ir a comprar. Adiós.
El resto del día lo pasó Marga tan nerviosa como excitada. Carlos, inmerso en su trabajo,
permanecía ajeno a todo, y ni siquiera se percató de su variable estado de ánimo.
Y llegó la hora y Marga seguía aún nerviosa e indecisa. Lo deseaba más que nada, pero
también lo temía más que a nada. Fue una llamada perdida... luego otra. Otra más… pero ella
no respondía a ninguna. Ella, aunque ya era consciente de que su amante tenía razón, seguía
con el miedo inevitable a ser descubiertos. El momento había llegado, pero si alguien les
descubría su vida terminaría para siempre. En cambio él empezaba a perder la fe en ella y,
sobre todo, en su valentía. Durante toda la semana habían estado hablando y comunicándose
a través de mensajes por el móvil.
Ella intentaría escaparse con la excusa de comprar un regalo de cumpleaños para Esther, que
seguía muy afectada por la muerte de su padre.
Quedaron a las cinco. Ya pasaban de las seis. Pero él siguió allí, tras el local de Mcdonald, en
el aparcamiento. Sabía que esa vez sí acudiría. Ella misma se lo había dicho, por medio de un
mensaje.
- “Te deseo tanto que me duele todo el cuerpo. No dejo de pensar en nosotros, haciendo todo
tipo de cosas inimaginables. Tengo muchas ganas de ti. No puedo más”.
Fumando un nuevo cigarro sonó el teléfono. En la pantalla azul su nombre. Escuchó su voz.
Entrecortada, jadeante… nerviosa. Con miedo – eso sí – se dijeron dónde, se dijeron cuándo,
pero no se dijeron cómo…
- En cinco minutos estoy ahí – dijo ella.
Él no podía creerlo. Su cuerpo tampoco… y empezó a temblar debido a la emoción y al pánico.
No habían transcurrido los cinco minutos cuando la vio aparecer a lo lejos. Caminaba con paso
ligero, nervioso, por la acera, y no tardó en verle.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó asustado, sabiendo que no podría oírle. Ella, travesando el
césped de la parte trasera del establecimiento, bajó al aparcamiento, con la cabeza gacha, sin
atreverse a mirar a ningún lado. A él menos. Iba vestida con pantalón gris y botas negras. Un
fino jersey, gris también, no podía ocultar la figura de sus turgentes senos.
Él la miraba emocionado. Estaba tan excitado que no acertó a encender el motor del coche.
Ella le miraba muy seria. Entró en el coche, dejó el bolso en el asiento de atrás y encendió un
cigarro.
- ¡Estoy atacadísima! – ese fue su saludo
- pues anda que yo… - dijo él girando el volante y saliendo del aparcamiento
- ¡estamos completamente locos… pero locos, locos! – decía ella mientras fumaba de ese
cigarro
- ¿qué le has dicho? – preguntó mientras cogía su mano para tranquilizarla
- que iba a comprar un regalo… pero creo que no me ha creido
- ¿por qué no te va a creer? – dijo posando la mano en su muslo, lo que hizo que se pusiera
más nerviosa aún
- ¡Dios mío, estoy atacadisima!. El corazón se me va a salir del cuerpo. En serio, ¿no crees que
sería mejor que me bajara?
- si es lo que quieres sí
- no sé ni lo que quiero
- yo sí… yo te quiero a ti, y me muero por besarte
- y yo – dijo ella acercando su mano a la de ese hombre que se hacía real, y acariciándola casi
violentamente – y yo.
No tardaron ni cinco minutos en llegar al piso que un amigo de Javier le había dejado.
Primero entró él. Después ella. El piso estaba muy oscuro, con los muebles por medio, y olía a
cerrado. Javier se acercó hasta el balcón, para abrir el amplio ventanal, pero ella se lo impidió.
- No abras, por favor – dijo con la voz aún temblorosa.
Javier, observando su nerviosismo, se acercó tímidamente a ella, la miró muy serio, y
comprobó todo el amor que esa mujer sentía. Lo tenía todo dibujado en su cara. Con timidez
posó uno de sus dedos sobre sus labios, impidiéndole hablar.
- No digas nada, mi vida… no rompamos esto que tanto deseábamos.
Javier, presagiando su inminente desmayo, se abrazó a ella, rodeando su cuerpo y apretándola
contra su cuerpo. Ella dejó caer sus manos y se sintió bien al fin.
- ¡Por fin! – pensaron ambos, abrazados, sintiendo por fin ese calor que tanto necesitaban y
con el que tanto habían fantaseado.
Él empezó a acariciar su pelo, en silencio, oliendo de él, oyendo su respiración, haciéndola
suya. Después la miró, y se dispuso a darle el primero de sus besos prohibidos. El miedo
apareció de nuevo. ¿Y si ese primer beso borraba todo? ¿y si no encontraban eso con lo que
tanto habían fantaseado?... ¿merecería la pena arriesgar?. Aún estaban a tiempo de parar
todo. Estaban tan a gusto abrazados que no querían romper el momento, pero sus cuerpos
pedían a gritos algo más. Sobre todo pedían menos ropas. La besó tímidamente, y al rozar sus
labios, su boca se abrió violentamente. Ella besaba con una pasión desconocida hasta para
ella misma. Atrás quedaba su forma de besar de siempre. Eso era distinto. Lo hacía con
pasión. Atrás quedaba el amor de siempre y las buenas costumbres. Se besaron, se
mordieron, se saborearon, y sus manos empezaron a jugar por sus cuerpos, deshaciéndose de
sus ropas. Él la besó mientras ella se dejaba besar. Se disfrutaban sentados en el sofá
mientras su mano viajaba hasta su sujetador, que no tardó en caer. Su cara era la misma cara
del gozo, y eso le hizo tranquilizar. La cogió en brazos, volvió a besarla y caminó por el
estrecho salón. Tropezó con una mesa de cristal. Se hizo mucho daño. Tanto que tuvo que
soltarla. Ella intentó calmar su dolor. Él se estremeció al sentir el contacto de sus dedos sobre
su cadera desnuda. Volvió a besarla y entraron en la habitación. Volvieron a besarse, y se
desnudaron.
Conturbados y dichosos miraron su desnudez y se besaron dejándose caer sobre la cama sin
sábanas. Sus cuerpos estaban al fin unidos, y sus bocas selladas. Sus ojos lloraban porque
sabían que tanto placer no podría ser eterno. Ella estaba asustada, muy asustada, y su cuerpo
temblaba sin control. No era frío – pensó besando su cuerpo – no había puntitos erizados en su
sedosa piel. Si llovía fuera nadie lo sabía. Si era de día o de noche, tampoco. Nada importaba
en ese mundo pequeño que ellos ocupaban. Nada más que ellos dos. Por fin sólos… ellos dos.
Ella estaba bajo él, esperándole, como si supiera de antemano que lo que iba a pasar no
podría volver a repetirse, y tenía que grabarlo en su memoria. Le miró muy seria, después le
sonrió, con miedo, y de repente ese hombre al que conocía más de lo que él mismo creía, ya
era una parte más de su anatomía.
El desconcierto se apoderó de ella a la vez que un calor desbordante se extendía por todo su
cuerpo.
Cuando su mano se deslizó por su entrepierna, la humedad dormida en ella estalló con la
fuerza de un torbellino. La arrinconó, la volvió a besar… se dejaron llevar, y la poca cordura
conservada hasta ese mismo día se esfumó. Gozaron como nunca. Ella se sintió de nuevo
mujer. Él más hombre si cabía. Se miraron, incluso lloraron, y disfrutaron de un amor más
intenso de lo que ellos mismos imaginaron. Estar allí juntos, sin nada que se interpusiera entre
ellos – ni siquiera su ropa – hizo que se sintieran tan bien que parecía que hubieran estado
haciendo el amor toda la vida.
Él grabó cada centímetro de su piel, cada una de sus curvas, cada uno de sus jadeos. No
podía creer que su sueño se hubiera hecho realidad al fin.
Ella, se deleitaba con esas pequeñas descargas que recorrían su anatomía, electrificándola,
haciéndola revivir. Y grababa cada gesto del rostro de ese precioso hombre que la había
enamorado para siempre. El amor tenía olor. Nunca antes lo habían pensado hasta ese
momento. Y también tenía color, y sonidos… Él quiso quedarse dormido a su lado. Ella, con la
cordura derrotada, se dejó caer sobre su cuerpo, abrazándose, y permitiéndose el lujo de
acompañarle en su silencio.
- ¡Dios mio… estaría aquí toda la tarde!
- yo toda la vida – dijo él abrazándola, besándola de nuevo.
Sus manos paseaban por sus piernas, su carne redondeada, su espalda, y su pelo. Ella se
deleitaba con sus roces, y se emocionaba sintiéndole tan cerca. Tal desborde de sensaciones y
sentimientos empezó a doler. Fue el teléfono móvil el encargado de devolverles al mundo
terrenal.
- No lo cojas – le dijo él
- es Carlos – dijo ella, abriendo la puerta y saliendo al pasillo mientras él devoraba su desnudez
– tengo que cogerlo. Ella hablaba nerviosamente, paseando por el blanco pasillo, mientras él la
miraba emocionado y con deseos de repetir un nuevo asalto. Era perfecta… era más que
perfecta.
- Tenemos que irnos, rápido – dijo colérica, entrando en la habitación y buscando su ropa como
una loca
- ¿qué pasa?
- me ha preguntado Carlos que donde estaba y le he dicho que en El Corte Inglés
- ¿y? – preguntó observando como ocultaba sus preciosos senos
- que él está allí buscándome. ¡Venga!
- ¿dónde?
- está en el Corte Inglés. Dice que me está buscando y no me encuentra. Yo creo que
sospecha algo
- no digas tonterías, mujer...
Se vistieron rápidamente. Los nervios volvieron a sus cuerpos y, lo que es peor, a sus mentes.
Antes de salir, él la cogió por la cintura y la besó. El beso de ella ya no era igual.
- Venga por favor… que Carlos está esperándome.
Salieron cada uno por un lado, montaron en el coche y se fueron en silencio.
El teléfono volvió a sonar. Ella no lo cogió. Sus piernas temblaban otra vez, como en el viaje de
ida.
Sonó una quinta vez. Y una sexta. No se atrevía a cogerlo.
Llegaron al aparcamiento del centro comercial. Detuvo el coche en la planta más baja y en la
plaza más alejada de la puerta.
Y se despidieron. Él no podía dejar de mirarla mientras recordaba ese último beso que aún le
quemaba.
Ella caminaba cabizbaja, con paso cansino, y antes de cruzar la esquina para desaparecer, se
detuvo y le miró. Él pudo ver las lágrimas de sus ojos. Ella también vio las suyas.
Se volvieron a decir que se amaban, intentaron esbozar una sonrisa, y sufrieron las garras del
cruel terror. Y ya antes de que se marchara se encontró saboreando los trozos de su olor a
través de su propia piel.
Sí… sintieron terror porque la cordura que tanto les costó guardar había desaparecido y,
porque lo que pasaría después...
ya sabían lo que era.
Javier y Esther tomaban una cerveza, sentados en la mesa de su bar favorito, mientras
esperaban a sus amigos. Esther acababa de llegar de un nuevo viaje de trabajo, y allí,
mientras charlaban, tocaba y acariciaba la mano de su esposo, intentando recuperar un
tiempo perdido. Él, en cambio, estaba bastante frío, como ausente. Esther le contaba
cosas de su viaje – no todas. Algunas no se podían contar – y Javier la escuchaba,
aunque su mirada se perdía en la puerta cada vez que esta se abría. Estaba ansioso por
poder verla de nuevo, a pesar de no haber pasado ni tres horas desde su primer y, a lo
mejor, único encuentro. Si Esther supiera… Por fin llegaron. Al verles, cogidos de la
mano, entrar en el bar, se sintió extraño, incluso podría decirse que celoso. Ella, que
notó cómo su mirada se clavaba en sus manos entrelazadas, no dudó en soltarse de su
marido, y ruborizarse. Volvió a sentirse mal consigo misma, como sucedió en la ducha
un rato antes de salir de casa. No le quedó más remedio. Tenía la sensación de oler tanto a él que creyó que hasta su
marido podía olerlo con total claridad. Bajo el agua lloró desconsoladamente, rió
también, histéricamente, y su mente subió a un carrusel de emociones imposible de
controlar.
Recibiendo las gotas de agua le recordaba perfectamente, y podía volver a saborear
esos besos – a boca llena – que aún seguían allí, esas caricias por todo su cuerpo, y esa
manera salvaje de poseerla. Sólo con imaginarle de nuevo dentro de ella conseguía
electrificar todo su cuerpo.
Se acercaron a la mesa y se saludaron. Dos besos y un apretón de manos. Al besar a
Marga le pareció percibir aún ese aroma sexual que a él acompañó durante toda la tarde
y no fue capaz de quitar, a pesar de haber pasado por la ducha varias veces. El miedo a
que les descubrieran era patente. En ella más que en él. Incluso al besarse en las
mejillas creyó rozar sus labios, ante los demás. Y es que ella estaba tan nerviosa que le
temblaba la cerveza al levantarla de la mesa.
En todo momento evitaba enfrentar su mirada a la de Javier, pero este no hacía otra
cosa que buscarla. Pero Marga no le miró ni una sola vez… No encontraba las fuerzas
necesarias para hacerlo después de lo que había pasado entre ellos. Y, además, había
sido ese mismo día por lo que todo estaba aún muy vivo a su alrededor.
Por fin lo habían hecho. Después de tanto tiempo deseándose y haciendo el amor en la
distancia había sido capaz de convencerla. Aún no podía terminar de creerlo, si no fuera
porque el aroma de su perfume carnal aún seguía depositado en cada uno de los poros
de su piel. Y todo había sido tan maravilloso como había estado imaginando durante
esas inacabables semanas de amores solitarios y de sexo sin compañía. Aún podía
recordar ese primer abrazo en el oscuro y frío salón, ese primer contacto de sus labios y
esos primeros roces de sus manos sobre unos cuerpos deseosos.
Mirándola podía recordarla, subida sobre él, contorneándose, haciendo el amor y
ocultando unos gritos que no deseaban permanecer aprisionados. Pero, si algo
recordaba era la despedida en el parking, al bajar del ascensor. Él la besó tímidamente,
como temeroso de que le rechazara, pero ella abrió la boca, aceptó el beso, y devoró la
suya con una pasión indescriptible… Era como si supiera que ese sería su último beso.
Pero ella seguía sin mirarle, y estaba rara… muy rara. Marga no era capaz de quitarse
de la cabeza la imagen de ambos desnudos, cabalgando en las olas del placer, sin miedo
alguno, decidiendo dar libertad a un cuerpo que tanto lo necesitaba.
Pero los reproches – que sabía que llegarían – lo estaban haciendo en ese mismo
momento. ¡Y de qué manera! En el centro comercial, con Carlos, había olvidado todo.
Al menos el peso de la culpa.
Toda la tarde había estado flotando en el aire, suspendida en una nube de placer de la
que nadie podría bajarla, y eso hizo hasta que estuviera mejor con el propio Carlos, con
quien incluso hizo el amor antes de salir de la casa.
Un Carlos atónito, por lo inesperado, y por lo diferente del acto realizado no podía
disimular el placer recibido. Javier notó ese aire diferente en su mirada. Y lo reconoció
en seguida. Y le odió durante unos minutos. Pero era allí, al verle de nuevo junto a su
amiga, cuando todos los miedos escaparon de sus escondites y salieron a la luz. Si no le
miraba era por no sucumbir de nuevo a lo que ahora creía que eran sus más bajos
instintos. En la ducha de casa, recordando cada instante vivido junto a él, todo era
poético. Allí ella lo era todo, en sus brazos, en cada uno de sus besos, en cada roce con
su piel dura y suave a la vez. El reflejo de su aterciopelada mirada mientras la hacía
gozar como nunca antes había gozado, le fundía en un mar de calor del que no quería
salir, para permanecer en sus aguas para siempre. Estando juntos habían crecido una
serie de sensaciones que guardaba sin ella saber donde, y que, con cada beso, no habían
hecho sino apoderarse de sentimientos antiguos y arraigados que terminarían por
sucumbir ante la cruel realidad.
Ese hombre había puesto ante ella un nuevo mundo del que ya no quería salir, un
mundo que ella misma podía amoldar si lo quisiera, pero que allí, en el bar, se
empezaba a difuminar.
Nadie – pensaba evitando mirarle – ni siquiera él mismo, iba a creer en algo tan efímero
y peligroso como excitante y lleno de vida. Cosas así no existían en la realidad y todo
se perdería para siempre cuando al día siguiente despertara oliendo a el, pero él no
estuviera a su lado, sino sobre la mujer a la que debía casi una vida entera. Sí, los
reproches habían aparecido, y supo que tenía que poner fin a la más deliciosa de las
locuras que jamás había cometido. Ese hombre que tenía frente a sí – por fin le miró –
era el hombre más hermoso con el que había retozado jamás. Nadie nunca la había
hecho sentir mujer como él, haciéndole olvidar todo. Por primera vez había sido un
animal, no una persona, y había disfrutado de una sexualidad plena al cien por cien.
Allí no habían existido modales, ni siquiera sensualidad… Todo había sido la más
cruda de las lujurias, vestida de pasión. También hubo mordiscos disfrazados de besos,
babeadas confundidas con salivas alcalinas, y unos cuerpos buscando el límite del
placer, que no era otro que el propio dolor.
Mirándole de nuevo se detuvo en sus ojos brillantes. No habían perdido la fuerza de esa
mirada que guardaba. Era la misma que clavó en su corazón cuando hacían el amor de
esa forma tan salvaje.
Allí vio que realmente ese hombre la amaba, y ella sintió que quería amarle también.
Por eso era precisamente lo que le atormentaba, y lo que tanto temía. No podía dejar de
mirarle. Y hasta consiguió sonrojarle. Ella hizo lo mismo, y tuvo que ausentarse. Marga
entró en el baño mientras ellos dejaban el bar y seguían al camarero hasta el salón.
Marga se miraba en el espejo. Ese hombre había hecho que volviera a verse hermosa.
¡Y qué hermosa se veía!. Se peinó el flequillo, se echó un poco de agua en el cuello, y
abrió un botón más de su camisa, observando la redonda silueta de esos senos que aún
guardaban restos de ADN de su amante.
El sonido del móvil la detuvo en su inspección.
NUEVO SMS. ACEPTAR.
- “amor mío. Cómo te deseo. Estás más guapa aún que esta tarde”
No pudo evitar la sonrisa, al igual que ese latigazo de placer que aún recorría todo su
cuerpo, desde el cuello hasta el talón, y cogió su móvil.
“me tienes a mil por hora”
¿ENVIAR SMS? ACEPTAR.
Al entrar en el salón todos la esperaban tomando vino. Javier, sonriéndole, guardaba el
móvil en su chaqueta. Ella le sonrió también. Por fin empezaba a sentirse mejor… y
hasta más segura.
En la cena siguieron el protocolo de siempre. Javier y Marga se sentaban juntos, y
frente a ellos Esther y Carlos. Siempre lo habían hecho así, desde que Carlos y Marga
se hicieron novios. Según ellos era una manera de actuar siempre como amigos, y no
como parejas. Estaban hablando – la voz cantante siempre la llevaba Esther – cuando
Marga golpeó la copa tirando todo el vino sobre la mesa.
- Querida ¿te pasa algo? – le preguntó Esther - estás muy rara hoy
- no lo sabes tú bien – dijo Carlos sonriendo, guiñándole un ojo a su esposa, recordando
el duelo carnal que mantuvieron cuando ella salió de la ducha, no hacía ni una hora
- estoy bien… perdón – dijo intentando sonreír, y separando su silla de la de Javier,
quien no decía nada, pero sonreía nervioso también.
Mientras cenaban, Marga sintió como la mano de Javier se posaba en sus rodillas.
Se asustó un poco, pero no dijo nada. Estaba muy excitada como para alejar esos dedos
de la seda de sus medias. Carlos y Esther hablaban, y no se daban cuenta de nada. La
mano de Javier paseaba libremente por sus huesudas rodillas, adentrándose por la cara
interna de estas, apretándose entre ambas, y Marga volvió a sentir una excitación que le
nubló el sentido. Apretando sus rodillas, aprisionando su mano, intentó comunicarle el
miedo que tenía, pero también la terrible sacudida sexual que estaba recibiendo con
cada roce de sus dedos. Fue cuando Javier tenía ya la mano sobre el encaje de las
medias, llegando a tocar la piel de sus muslos, cuando Marga se asustó tirando la copa
de vino. Después de eso, Javier no volvió a intentarlo, pero sí aprovechaba la ocasión
para tocarla sutilmente, o rozar su rodilla con la de ella, bajo la mesa. Así, posaba su
dedo sobre la mano de Marga al acercarle el mechero para encender el cigarro. Y ella lo
notaba perfectamente porque esos breves segundos parecían capaces de detener el
tiempo de ambos, haciéndolo eterno.
Después de la cena decidieron tomar una copa. Carlos, a pesar de ser sábado, tenía que
trabajar al día siguiente, y no le apetecía. Los demás – algunos más que otros – no
querían irse por nada del mundo.
- No tengo ganas de regresar a casa y ponerme a pensar de nuevo en papá – dijo Esther,
convenciéndoles finalmente.
El pub era tan grande como oscuro. Estaba lleno de gente de todas las edades, pero para
Javier solo existía Marga, y para Marga, Javier. Apoyados en una alta mesa redonda
tomaron sus copas mientras charlaban y escuchaban música. Marga tomaba siempre un
Ron Habana Club, de siete años. Esther tomaba White Label, como Carlos, y Javier
tomaba Beefeater con tónica.
De nuevo Javier estaba al lado de Marga, frente a Esther y Carlos. Alli era su muslo
derecho el que rozaba con el izquierdo de Marga, y ella parecía más tranquila. Incluso
si llegaba a moverlo como hacía él, intentando demostrarle lo placentero de la
situación. Javier no dejaba de jugar con el móvil, y lo que hacía era mandar mensajes a
Marga, con la excusa de estar a la espera de un mensaje importante de su editor. Marga,
con la excusa de coger un cigarro, revolvía el bolso y leía rápidamente los mensajes
recibidos.
- “Dios, si te cogiera ahora te haría disfrutar más aún que esta tarde. ¿Cómo puedes
ser tan guapa?” – decía uno.
- “Me muero por besar tu boca y hacerte el amor aquí mismo. ¿Quieres que lo
hagamos?”
La excitación, unida a las tres copas, y algún que otro chupito tomado, hizo que Marga
necesitara algo de aire. Allí, en ese pub, todo olía a sexo. Mirara a donde mirara no
dejaba de ver a parejas jóvenes dándose “el lote”, besándose, o bailando mientras se
tocaban descaradamente. Si hasta las ilustraciones de las paredes invitaban a ese pecado
que ya no consideraba tal.
Carlos y Esther seguían hablando de seguros. Siempre hablaban de lo mismo, y Javier y
ella no se atrevían a hablarse. Aún había mucho miedo como para intentarlo sin creer
que se fueran a delatar.
- ¡Voy al baño! – gritó Javier. Carlos y Esther ni se enteraron. Estaban muy ocupados,
como siempre, hablando de lo suyo.
El baño estaba al final de un largo pasillo, muy oscuro. Había tres puertas. En una había
dibujada una H, en otra una M, y en una tercera, un poco más alejada se podía leer
“almacén”.
Javier se acercó, abrió esa tercera puerta, y vio una pequeña sala repleta de cajas de
bebida.
Marga, notando el vibrado de su móvil, que ahora lo tenía en la mano porque sabía que
recibiría un nuevo mensaje, lo abrió.
NUEVO SMS. ACEPTAR
“Amor mío, no puedo más. Ven al pasillo del aseo que te muerda esa boca. Solo será
un segundo”.
Marga estaba tan excitada como asustada. Quizás estuviera más excitada, lo que
demostraría el hecho de pensar seriamente en ir a su encuentro fugaz. Observando a su
marido y a su amiga, temblando, decidió ausentarse. Les dijo que iba un momento al
baño. No le hicieron ni caso. Ellos seguían discutiendo, y haciendo números sobre una
servilleta, de espaldas a la gente, apoyados en esa mesa circular. Marga, mirando
siempre hacia atrás, se acercó hasta el pasillo del baño. No había nadie. Estaba muy
oscuro, y caminó rápidamente. Al girar al final pudo ver a Javier, esperándola.
- Ven – le dijo muy serio, adentrándose en la tercera puerta. Cerró. Marga se quedó
bloqueada de nuevo, y no supo qué hacer. Miró de nuevo al pasillo. Nadie venía. Miró
de nuevo a la puerta, respiró profundamente, y entró sin pensarlo dos veces.
- Estamos locos –dijo al cerrar la puerta
- sí que lo estamos, pero te deseo tanto – le dijo acercándose a ella, besando su cuello y
levantando su falda. Ella quiso luchar, quiso resistirse, pero no pudo. Era una marioneta
en manos de su titiritero, y se dejó llevar, recibiendo unos besos que anhelaba, unas
manos que la hacían volar, y un cuerpo que no tardó en hacerse también parte del suyo.
- Estamos completamente locos – dijo más sensata, al sentirse vencida de nuevo por los
remordimientos, y alejada de ese placer que obnubilaba su mente
- sí, pero ha vuelto a ser maravilloso – le dijo él besándola y arreglando su ropa.
Al abrir la puerta se encontraron frente a ellos con un camarero que les miraba de malas
maneras.
- ¿Es que no saben que esto es privado? – dijo muy serio
- sí, lo sentimos mucho – dijo Javier, echando mano a su cartera, y poniendo sobre su
mano un billete de cien euros – espero que sepas ser discreto…
- ¿por cien putos euros? – preguntó, sonriendo a Marga – esto valdrá más de estos cien
euros. Sé quienes sois… y también conozco a vuestras parejas
- eres un cerdo – dijo Marga, sin atreverse a mirarle a la cara, y alejándose de allí lo
más rápido que pudo
- no, los cerdos sois vosotros. ¿No sabéis que hay hoteles?
- está bien – dijo Javier - ¿cuánto quieres?.
Cuando Javier salió del baño Esther le esperaba sola en la barra.
- ¿Dónde están estos?
- se han ido ya. Carlos tiene que trabajar mañana, y Marga está llorando. Está de un
raro… A esa le pasa algo. Mañana le haré una visita
- a lo mejor tiene un amante – dijo Javier, sonriendo
- ¿Marga? – rió Esther – se nota que no la conoces
- claro… claro.
Antes de subir al coche, Javier volvió a mirar en su móvil.
NUEVO SMS. ACEPTAR
- “Esto es una auténtica locura. Tenemos que pararlo antes de que nos venza”
¿ENVIAR SMS? ACEPTAR
- no seas tonta. Esta segunda vez ha sido mejor aún que la primera. Tú y yo ya
nos pertenecemos de por vida. Te amo
NUEVO SMS. ACEPTAR
- “yo también te amo, más de lo que yo misma imaginaba…”
Marga despertó a las nueve de la mañana por culpa de un sueño tan real como todo lo
que había sucedido el día anterior. Excitada y resacosa consiguió que sus ojos se
cerraran de nuevo.
Después se alejaron de su cara, salieron por la ventana, y volaron hasta llegar a la casa
de Javier. Allí se quedaron un buen rato, observando su desnudez. Y si no lloró al
recordar todo fue, precisamente, porque sus ojos la habían abandonado. Aún sin
atreverse a pedirles que volvieran, recordó la tarde que habían pasado en ese piso,
haciendo el amor, besándose cada pocos segundos, y saciando una sed que volvía a
aparecer. Un terrible dolor de cabeza le hizo atraer sus ojos de nuevo. Incorporándose,
y viéndose sola en la cama, recordó también lo intensa que había sido la noche, y lo
excitante, sobre todo. Estaba tan guapo que casi dolía a los ojos. Y, además… ¡Qué
locura la del baño! – pensó levantándose, acercándose al baño y abriendo el grifo de la
ducha.
Con lentitud se quitó el camisón y la ropa interior y se miró en el espejo. Se volvió a
ver guapa… y era gracias a Javier. Acariciando su cuello, observando sus pechos y su
vientre corvo, sonrió sin saber porqué. Después se metió bajo el agua, y allí permaneció
muchos minutos… quizás demasiados. Las resacas le hacían despertar distinta,
juguetona, apasionada… ¡Lástima que Carlos estuviera en la oficina! – pensó.
Los ojos de Marga despertaron también a Javier, que despertó bajo los efectos de
demasiada bebida. La noche había sido larga, intensa y regada con mucho alcohol.
A su lado descansaba ese cuerpo desnudo que tan bien conocía, y que volvía a desear
después de mucho tiempo. Apartó la fina sábana de su cuerpo y pudo verla en su
magnitud. No tenía el cuerpo de Marga, pero siempre le gustaron esos senos redondos y
turgentes, sus caderas, y, sobre todo, esas piernas perfectamente contorneadas y siempre
limpias de vello. Además, ese era el cuerpo con el que había dormido acurrucado,
siempre desnudos, desde hacía ya muchos años.
No había cosa que le gustara más que despertar a su lado, acariciarla, besar su espalda, y
pasear sus dedos por la redondez de sus turgencias. Pero últimamente, a pesar de
acariciarla como antes, sus ojos se cerraban y no era suya la imagen que pintaban bajo
el lienzo de sus párpados cerrados.
Una pequeña resaca siempre acarreaba dolores de cabeza y molestias varias, pero
también conllevaba una sesión de sexo salvaje de la que no pensaba huir. Además, nadie
como Esther para hacer el amor cuando tenían ambos resaca… ¡Ni Marga!. Ese día se
alejaría del país de los sueños frescos y viajaría hacia el encuentro de besos antiguos,
siguiendo la senda de la obligación y del deber. Y ese viaje no tenía porqué estar reñido
con la pasión… Nunca lo estuvo.
Él sabia – Marga no podía decir lo mismo – que su esposa, si se lo proponía, podía
alejarle de la marea que le arrastraba hacia ella solo con proponérselo. El aún era capaz
de flotar sobre la húmeda piel de Esther, y disfrutar de unos besos que no eran amargos,
aunque ya fueran compartidos con otra mujer.
Era cuando terminaban sus duelos amorosos, cuando se alejaba del cuerpo de su mujer,
y se despegaba de sus labios carnosos para permanecer desnudo y sudoroso sobre las
calientes sábanas, cuando despertaba de nuevo entre aguas agitadas y con olas capaces
de ahogarle.
Y es ahí, encendiendo un cigarro que compartía un día con ella y otro con la otra ella,
cuando deseaba izar las velas de su barco y poner rumbo hacia Marga. Curiosamente
cuando terminaba sus duelos con Marga las velas permanecían siempre plegadas… y sin
ganas de ser izadas. Marga era una tormenta que creía dominar, pero las tormentas
siempre habían sido traicioneras e imposibles de controlar. Aun así no temía. Él quería a
Esther por encima de todas las cosas. A pesar de Marga. De eso estaba seguro. Él la
amaba también, al igual que la deseaba, y sabía que siempre se sentiría unido a ella.
Pero Marga había desbocado los caballos de una juventud que parecía dormida en su
establo. Y Javier quería seguir sintiéndose vivo, y joven… y amar. Además, ese idilio
era algo que, como pocos, él necesitaba.
Tumbado en la cama, inhalando del cigarro, y observando las figuras de humo que se
dibujaban en el aire, dejó que el timón siguiera girando y girando, sin ningún rumbo.
Se sentía bien en el mar, viajando sin rumbo, dejándose llevar por la marea… pero
también necesitaba volver a la costa. Pensando estaba en Marga cuando la pierna de
Esther se subió sobre la suya. De nuevo se había quedado dormida, y ronroneaba
sonriente. Javier la miró, apartó el cabello de su cara, y volvió a alejar las sábanas que
les cubrían. En el pensamiento de Javier una nueva urgencia de sentir. A muchos metros
de allí, en la ducha de Marga… necesidad.
En esa extraña mañana todos los calores brotaban de su cuerpo encendido por la silueta
de las mismas piernas de siempre, bajo las mismas sábanas de siempre, y en otro día
como los de siempre.
¿Sería su felicidad producto de una mente que creía estar con otra mujer que no era la
de siempre?
Observando esa sonrisa de Esther, que proyectaba un sueño privado, quería creer que la
acompañaba en esa sonrisa, que era él quien la dibujaba. De pronto, observando su
arrebatadora desnudez, empezó a temblar todo su ser, se desmoronó el castillo de naipes que
construyó su propia tranquilidad, e imaginó que su boca recorría cada hueco de su cuerpo…
otra vez. Sin atreverse a acariciar aún su dormida piel siguió sintiéndola muy dentro de sí, y
cuando creía que iba a enloquecer con tanto gozo, cerró los ojos y Esther desapareció. Volvió
a abrirlos. No quería que Marga volviera a aparecer. Esa mañana quería amar a Esther… se lo
debía.
La volvió a mirar. Su cuerpo, casi desnudo, seguía pegado a unas sábanas que se resistían a
alejarse. Ella dormía así, ajustando su traje a la tela que lo envolvía. En la piel una sensación
eléctrica. En la respiración una urgencia y un calor desmedidos que hacían henchir su almas
gemelas. Tímidas y adormiladas como su patrona no se asomaban, pero se dibujaban y se
intuían.
Javier no pudo más y destapó su cuerpo completamente.
Desnuda volvió a ver en ella esa mujer a la que aún podía aferrarse para dejar de sufrir.
Quería amarla como siempre, desearla como siempre… pero eso ya no era posible. Y allí lo
comprendió. A pesar de desearla como nunca, a pesar de emocionarse incluso al ver su
belleza natural, completamente dormida, sin adorno alguno que no fuera ella misma, cuando
cerraba los ojos para besarla, era Marga quien rompía la escena, colándose sin permiso.
Aun así luchó y venció. Sus manos acariciaron su espalda, su sedoso culo, sus piernas
aterciopeladas, y pasearon también por sus costados, deteniéndose en los senos
apretados sobre el colchón. Después subió su cara a la espalda de ella y empezó a besar
hasta llegar a su cuello. En la piel de su esposa podía ver los efectos de esos llameantes
y húmedos besos.
Susurros, movimientos en su piel… sus manos se movían por las sábanas buscando su
cuerpo.
- uuuummmm – susurró mientras él ya está en su cuello, dejando restos de saliva
alcalina que ella recibía como si fuera crema suavizante
- te deseo, cariño – dijo Javier, casi en susurros
- Luiiiiiiiiiiiissssssssss – susurró ella, casi de forma ininteligible, dominada aún por el
sueño
- ¿Luis? – pensó Javier, dolido, deteniendo su avanzadilla, y dejándose caer de nuevo
sobre la cama. Ella seguía dormida, buscando con sus manos su cuerpo, pero Javier ya
no estaba.
Al abrir los ojos le vio jugando con el móvil
- ¿Qué haces cariño? – preguntó con un ojo abierto y el otro cerrado, y con la voz aún
tomada por el sueño
- nada… me voy a duchar – dijo muy serio
- ¿no prefieres venir aquí conmigo? – preguntó sin abrir los ojos, llamándole golpeando
la sábana con la palma de su mano extendida
- la verdad es que no – dijo muy serio, dejando el móvil sobre la cómoda, y
adentrándose en el baño.
Saliendo de la ducha, Marga cogió el móvil de su bolso. Le había parecido escuchar el
tintineo de aviso de mensaje.
Como sabía que era él, corrió por el dormitorio, aun a riesgo de resbalar.
- Es él – dijo, sonriendo como una quinceañera, y llevando el móvil hasta su pecho
desnudo.
¿Leer sms?... Aceptar
- “lo de ayer fue maravilloso. Te deseo y te amo. Tenemos que repetirlo pronto. Por
cierto, ¿Sabes algo de un tal Luis?.
WHASAP
Marga estaba despierta cuando el teléfono volvió a sonar. Era la señal. Javier ya
estaba listo para un nuevo juego. Al mirar el reloj comprendió el grado de locura al
que estaba llegando. Eran las tres de la madrugada, la hora a la que habían quedado
para hacerlo por teléfono.
Javier: ¿Sabes lo q pienso mucho? Pienso en despues de hacer el amor
Desnudos
Y yo acariciando tu pelo
Marga:no me digas esas cosas que estoy muy caliente, cariño
Javier: Me encantaria acariciar tu pelo durante horas
Te puedo ser sincero ahora?
Pero no te lo tomes a mal
Marga: Si!!
Javier: Te deseo muxhisimo
Marga: pues anda que yo
Javier: Tengo un picor por la nuca
Y mariposas en el estomago
Es como si estuvieras aqui a mi lado
Estoy a cien por hora
Te imagino aqui, tumbada a mi lado
Marga: No conduzcas,mientras escribes!!
Javier: jajajajaja. Tarde
No te sientes tu un poco….?
Eres de hielo
Marga: No soy d hielo!! si lo fuera no estaría ahora así de caliente
Javier: Mea encantaria hacer el amor contigo ahora mismo
Marga: ¿estás conduciento ? jajajaja
Javier: sí.
Deja q t desee hoy
Y deseame tu
Marga: yo te deseo también muchísimo. Tanto que…
Yo en estos casos tomo dulces,a poder ser d chocolate!!
Javier: Nooooo Deja los dulces hoy. Hoy tu chocolate seré yo. Mis letras. Hazme ese
regalo hoy
Marga: Ahora mismo estoy tomando leche condensada!!Me encanta! ¿quieres un
poco?
Javier: Y a mi. No me importaria tomarla contigo
O mejor en ti
Marga: Me pongo roja,solo d pensarlo!
Javier: Deja q t ponga roja yo
Me dejas?
Dejate llevar
Sabes lo q haria?
Si estuviera ahi?
Donde estas?
Me se tu casa de memoria
Marga: Estoy en la cama!!
Javier: Pues apagaría la luz
Y me desnudaría para ti
Después me metería en tu cama
Marga: Si apagas la luz no te veo!! y quiero verte
Javier: Entre tus sabanas
Marga: No tengo sabanas!!
Javier: Me quitaría el pantalón, la camisa…
Marga: ¿qué más?
Javier: me tumbaría a tu lado y te miraría unos minutos
En silencio Cerca de ti
Mirarte de cerca es la leche. Mirar a tus ojos, sentir tu aliento cerca. Despues
acariciaría tu pelo
Mirandote de cerca con mis labios cerca de los tuyos Y te pediria q t desnudaras
Desnudate marga. Y t diria q eres la cosa mas bella q he visto nunca
Sigues ahi?
Marga: Si!! ahora no me iría por nada del mundo
Javier: Te quitaría la ropa mirándote
Primero el pijama
Te pondria boca abajo y miraria tu espalda Quitaria tu sujetador
Marga: Tu eres muy pasional,yo soy mas fogosa!!
Javier: Luego Te besaria el cuello y las orejas. Haría q tu piel se erizara por donde
pasara mi lengua
Por la espalda bajamdo hasta casi tu culo. Después pasaría mi lengua por tus caderas
Mordisquearia tus glúteos y pasaria mi lengua por tus muslos
Marga: y yo? ¿qué haría yo mientras?
me estás poniendo a mil
Javier: Subiria de nuevo y te girariaMiraria tu caraQuieres q t bese?
Marga?
Quieres q te bese?
Dimelo
Marga: Si!!
Javier: Tu abririas tus labios y mi lengua penetraria violentamente en la tuya
Mis manos arrancarian tu braga
Nos besariamos apasionadamentw
después de besarnos te haría el amor, como quieres
es eso lo que quieres?
Marga: sí, por favor, hazlo ya
Javier: Lo notas demtro de ti amor.mio?
Lo notas querida?
Notas mi cuerpo?
Te gusta Marga?
A mi me encanta
Marga: si!! me encanta
tanto que…
Javier: Estas desnuda?
Quiero q estemos desnudos los dos
Yo lo estoy
Marga: Yo tbien!!
Javier: Hagamos el amor ahora
Marga: Vale!!
Javier: Te lo estoy haciendo de espaldas ahoraTe gusta asi?
Marga: Siii!!
Javier: Quieres una foto mia?
Marga: No!!me da corte!!Sigue!!
Te estas tocando tú también??
Javier: Siiiiii
Te estas tocando?
Marga: Si!! y no veas
Javier: Lo notas? esta dentro de ti
Estoy a mil por hora
Marga: Y yo!!
Javier: Te molesta la foto?
Marga: No!! Todo lo contrario
me gusta tu cuerpo. Y tu…
Javier: Me diras cuando llegues al final?
Quiero saberlo
Marga: Vale!! sigue, sigue
Javier: Tus piernas aprietan mi cuerpo a ti
Con fuerza, entrando completamente. Dios mio Marga, estoy dentro de ti
Mirame alos ojos
Marga: dios mio Javier
ya
ya
ya
ya
Javier: Has terminado cariño?
Marga: Si!!
Javier: Te ha gustado ?
Marga: Si!! si si siii
Sigues excitado??
Javier: Muuuuuuuchooooo
Ni te imaginas. Mira mi foto que te mando
Marga: me gusta tu cuerpo
me gusta mucho tu cuerpo
Javier: no te vayas aún
sigue conmigo
Marga: vale, todo lo que quieras
estoy como hace muchos años que no estaba
EROS
No habían pasado veinticuatro horas de su primer y mágico encuentro y ambos
deseaban repetirlo por encima de cualquier otra cosa. Y así fue, a pesar de haberse
prometido no repetirlo.
Ambos supieron, en el mismo momento de hacerlo, que ese había sido el juramento más
falso que jamás habían hecho en su vida. Los dos amantes ya estaban, al fin, en la fría
habitación dispuestos a conjugar el verbo acorde. Los dos se miraron silenciosos,
deseosos. Había mucho miedo envolviéndoles, y ninguno supo qué paso dar para no
arrepentirse. Él parecía más seguro y confiado. Casi era imposible ver un rasgo
miedoso dibujado en su cara. A ella, en cambio, aún no le había desaparecido el temblor
que le acompañaba desde que bajó del coche, cruzó la calle cabizbaja, y entró en el
mPor suerte nadie la había visto. Al menos eso creyó ella que no se percató de una
mirada sorprendida desde el interior de un escaparate. Y ahí estaba ella al fin. Habían
sido unos meses muy duros, luchando inútilmente contra un destino que se sabía
vencedor, contra un deseo irrefrenable. Su cordura se había mantenido a flote luchando
contra un reloj que corría contra ella, y contra el que nada tenía que hacer. Ganarle un
segundo, un día, una semana… un mes era un tiempo que el cruel destino se iba a
cobrar con intereses. Y había llegado el tiempo de pagar.
Delante de ese hombre que podía acabar con su vida recordaba lo mucho que le había
costado dar el paso. En el mismo coche, volviendo a recuperar un hábito perdido, se
había fumado más de cinco cigarrillos. En realidad no terminó ni uno.
El olor a tabaco sería otra de las muchas explicaciones que debería dar al regresar a
casa… pero no era la que más le preocupaba. Dentro del coche, nerviosa y sin atreverse
a salir, llegó incluso a girar la llave del contacto para marcharse, pero esa nueva fuerza,
tan desconocida como arrebatadora, tenía más poder del que imaginaba. No había
marcha atrás posible. Tampoco sabía si el de retroceso era el paso que quería dar. La
habitación no era, ni mucho menos, el paraíso de colores que tantas veces había visitado
en sus fantasías. Tampoco era una habitación fea. Qué más daba… Ni siquiera la
mirarían. Ellos no sabían donde se encontraban. Tampoco lo quisieron saber. Pero están
allí. Al fin, otra vez.
Se acercan con miedo, alargan sus brazos y se rodean. Sienten como sus alientos se
entremezclan creando un extraño aroma, cada vez más caliente, y finalmente ameno.
Él, sin mediar palabra, comienza a besar su cara, su cuello, y entra en su boca. Sus
manos recorren todo el mapa de su cuerpo. No son manos, son látigos perpetradores de
placer. Cada roce es un gozo nuevo y electrificado, y su cuerpo dormido vuelve a
despertar. Su piel recuerda que su porosidad no solo es sudor.Con su primera lágrima se
aleja esa otra figura que tanto la coarta. Carlos se va desvaneciendo ante esa pasión que
nace en su útero. Con las siguientes lágrimas la que se aleja es la figura de su amiga.
Lentamente le quita la ropa. ¿Lentamente?. Ni siquiera ha gozado del primer beso
cuando abre los ojos y se ve desnuda. Ese beso ha durado más de lo que ella misma ha
creído. Quiere otro, ese le ha sabido a poco. Libre se siente. Sus fantasmas han
desaparecido al fin, y sabe que será por poco tiempo. Desnudos bailan una danza que le
había estado prohibida, pero, que, además, tampoco necesitan aprender. Es una danza
espiritual cuyos pasos salen de adentro sin necesidad de buscarlos.
Todo es tan distinto al día anterior. Todo deja de ser sexo para convertirse en algo más.
La pasión arrebatadora, y casi animal, del día anterior en ese piso y, sobre todo, en esa
sala del pub es ahora algo más controlado, más pasional… más místico incluso.
Él, con una suavidad exquisita, recoge con la yema de uno de sus dedos la gota que
desbordó el dique con el que ella retenía sus emociones. Sin esperarlo es él quien besa
sus ojos, recogiendo sus lágrimas con una delicadeza exquisita. Ella se emociona, y se
siente mejor. Lentamente entra en la humedad de un llanto muy antiguo y se ve con
fuerzas para sonreír.
- No temas, amor mío, no te voy a hacer ningún daño – le susurra besando la punta
redondeada de su nariz, bajando después a la comisura, y entrando con menos suavidad
en su boca.
Su blanquecina piel, incapaz de absorber el sudor ajeno, cerrada al exterior durante
tanto tiempo, se abre en pequeños pozos de placer. El placer recibido es tan intenso en
su piel como hostil en su alma. Todas sus defensas han sido ya conquistadas. Esa
batalla es del cuerpo, y no será el espíritu quien la detenga. Ella lo celebra dentro,
sonriendo sus labios carnosos, y él llora en su interior cálidamente. Emocionada,
conturbada y dichosa al fin, aspira ese olor de sudor y salitre, el placer de encontrarse
allá donde nunca estuvo, el placer del morbo de una simple travesura que persigue hace
mucho tiempo y que nunca fue capaz de realizar, las sensaciones primeras, escasas en
su vida, últimas… Ella gime, goza, vive al fin. Mira a su amante. Seguramente toda esa
belleza que le muestran sus ojos confundidos no es tal. ¡Nadie puede ser tan bello!.
Tanto placer escondido vuelve a electrizar un cuerpo que anduvo dormido demasiado
tiempo.
El cuerpo de su amante se ha quedado dormido sobre el suyo, que sigue colérico y
convulsionado. Vuelve a necesitar sus caricias, vuelve a buscar su saliva alcalina
porque sabe que todo está a punto de terminar. Y para siempre. Ya están entrando en
su escena aquellos protagonistas que tanto le costó despedir, y con ellos llegará el final
de la película. Pero ella lucha otra vez, y no se resiste a la nueva avanzadilla del ejército
más poderoso que jamás conoció. Recuperando la lágrima que perdió al principio, no
termina de abandonar el placer que pinta de color el blanquecino óleo que es su cuerpo.
No quiere abandonarlo ahora. Esta nueva ofensiva será sin nervios, sin miedo… sin
ningún pudor, y será la que grabará en su mente para recrearla en solitario una y otra
vez durante el resto de su vida.
No puede permitirse un reproche. No ahora que, por primera vez en mucho tiempo, ha
dejado de ser esposa y amiga para volver a ser mujer.
Mira a su bello amante, recibe su boca, y goza y sufre
- ¿te duele amor mío? – le pregunta él mientras exprime cada uno de sus jugos
- menos de lo que quisiera…
DESPEDIDA
Hacían el amor por la mañana, por la tarde, y, a veces, por la noche. Por primera vez en
muchos años Marga había llegado a mentir a la empresa, simulando una enfermedad
con el único objetivo de pasar una mañana con su amante, llenándose de vida. Para
colmo, había sido capaz de dormir en casa de su amiga toda una noche. Por las tardes
hacían el amor por todas las habitaciones de la casa de Marga. Lo hacían en la cocina,
en el baño, en el salón, en las habitaciones… en todos lados menos en la cama de
Carlos. Pasaron cinco días aprovechando todas esas semanas de abstinencia, pagándose
el tiempo perdido, pero ambos supieron que tenían que poner fin a tanta locura. Si
seguían así terminarían pillándoles. Además, Carlos, que volvió una noche antes de lo
previsto, hizo que Marga asentara la cabeza finalmente. No hacía ni una hora que Javier
se había marchado cuando Carlos regresó a casa. Marga – tentada estuvo de dejarlo para
el día siguiente - estaba arreglando la cocina, ocultando los restos que delataran que allí
había habido una auténtica bacanal.
Durante toda la noche no pudo dormir, asustada, nerviosa, a punto de sufrir un ataque
de ansiedad.
Había conseguido ocultar todo, pero Carlos hizo muchas preguntas… Quizás
demasiadas.
- Te he estado llamando y no contestabas
- ¿con quién has cenado? ¿por qué está todo tan desordenado?
- ¿a qué huele aquí? Huele raro…
Marga no pudo dormir esa noche, llorando incluso en silencio. Y Carlos, que había
notado algo raro en su mujer, y en la casa, empezó a hacerse preguntas. No sabía bien
qué era lo que estaba pasando, pero su esposa actuaba de forma extraña, y no era normal
en ella esos despistes, ese extraño cambio de humor, y, sobre todo, esas lágrimas
nacidas de la nada. ¿Qué le estaría pasando?. Carlos había llegado antes de tiempo
porque en la oficina no podía trabajar. Como todos los días había salido de casa a las
cinco y media, pero a eso de las diez el dolor de cabeza era ya insoportable. Tanta
presión, y tantas horas de trabajo sin descanso, hicieron que su propio cuerpo le alertara.
Por eso prefirió volver a casa y descansar. Carlos no sospechaba nada de lo de Marga y
Javier, pero sabía que en la mente de su esposa había algo nuevo, algo que él
desconocía, y que empezaba a inquietarle. Él no podía sospechar nada malo de su
esposa porque ella nunca le había dado motivos para ello, pero sí que había algo que le
empezaba a preocupar porque Marga seguía distante, seria, y, sobre todo, parecía vivir
alejada del mundo que la rodeaba.
Él no era persona de grandes predicciones, ni de percepciones, ni de intuiciones, pero ya
antes de abrir la puerta le dio un vuelco el corazón. Éste empezó a latir con mayor
fuerza, a punto de la taquicardia, y hasta le costó introducir la llave en la cerradura. Aun
así abrió en silencio, y, casi fantasmalmente, entró en la vivienda. Todo estaba en
silencio… ¡Todo no!.
Al entrar percibió, sobrecogido, un perfume masculino conocido, pero que no era el
suyo. Eso le asustó. Aspirando repetidas veces intentaba reconocer esa colonia tan poco
común pero que tantas veces había olido ya, aunque no supiera muy bien donde.
- Este perfume lo conozco muy bien – se dijo, notando como el miedo se iba haciendo
cada vez más patente, pues también podía oír extraños murmullos en una de las
habitaciones.
En silencio, y con sigilo, dejó las llaves sobre la cajita, y caminó por el extraño pasillo.
Si era extraño era porque había ropa tirada por el suelo. Había un pantalón vaquero, una
camisa de rayas que ya había visto antes y que olía a ese perfume. También había una
falda conocida, un sujetador, otra camisa…
- ¡Joder! – exclamó completamente acobardado, incapaz de dar un paso más. Tanto se
asustó que hasta dudó si seguir adelante. En silencio se adentró por el pasillo que se
hacía más oscuro y más grande. ¿O era él quien se hacía más pequeño?. No sabía qué
pensar. Eran tantas las imágenes que se dibujaron ante sus ojos que tampoco supo qué
hacer. Si había algo que Marga no soportaba era el desorden. Entonces… ¿qué era lo
que estaba pasando en esa casa?. Un ruido en la habitación le sobresaltó mientras
caminaba de puntillas sobre la moqueta del suelo del pasillo. Los ruidos eran cada vez
más fáciles de identificar, y el miedo ya se veía reflejado en sus manos, que no dejaban
de temblar. El ruido provenía del interior del cuarto de invitados. Y allí se detuvo. En
silencio escuchó tras la puerta. Eran jadeos, susurros, y ruidos de cuerpos frotándose
sobre sábanas.
- ¡Será hija de puta! – pensó Carlos, dejándose caer sobre la pared, reuniendo fuerzas
para abrir y sorprenderles.
- Tranquilízate, Carlos – se decía a sí mismo – todo tiene una explicación. No actúes por
impulsos. Es lo peor en estos casos… Más tranquilo, decidió asomarse tímidamente
para comprobar quién era el que compartía la cama con ella. La oscuridad no le dejaba
ver con claridad. Por suerte tampoco se descubrió a sí mismo. Era una situación
violenta, sin duda. Deseaba entrar, gritarles, echarles de casa, pero no haría nada hasta
averiguar quién era quien retozaba junto a ella. Los gritos eran salvajes. Ella gritaba
como una poseída, demostrando su deleite, sin ningún pudor, y él gritaba con la voz
entrecortada por el esfuerzo al que estaba viéndose sometido.
- ¿Por qué Mar…? – se decía extrañado, pero poco dolido, mientras un nuevo grito de
placer le interrumpió en sus propios pensamientos. Era imposible ponerlos en orden
para buscar una solución que no fuera dramática.
- Esa voz…
Carlos estaba sorprendentemente tranquilo. Hasta el dolor de cabeza se había alejado ya,
y solo deseaba averiguar quién era ese personaje inmundo que se había atrevido a
mancillar su casa.
La oscuridad se hizo menor, y pudo ver sus dos cuerpos retozando sudorosos. Entre
sombras y grises claroscuros pudo ver por fin la cara.
- joder, es Jota – exclamó su pensamiento al reconocer a ese hombre - ¿tú?.
Fue en ese momento cuando peor se sintió. No podía creer que alguien como él,
alguien a quien consideraba su amigo, fuera capaz de hacer algo así. También pensó en
su esposa… ¿Qué pasaría si ella se enterara?
- ¡Dios, le mataría…!
Cada vez más fuera de sí, pensó fríamente en alejarse y tranquilizar su ánimo antes de
montar un espectáculo que no conllevaría a nada bueno. Pero es que ese tipo había
entrado en su casa y estaba haciendo el amor en su casa, con su…
- ¡menudo hijo de puta! – pensó alejándose de la puerta y acercándose a la principal de
la vivienda - ¿Y qué hago yo ahora? Pensándolo detenidamente prefirió no montar un
escándalo en el vecindario. Lo mejor era tranquilizarse, meditar y actuar con sangre fría.
Así, volvió a meter la llave en la cerradura y la giró varias veces para abrir la puerta.
- ¡Hola! – gritó en el hall, intentando hacerles ver que acababa de llegar a casa y que no
sabía nada de lo que allí estaba sucediendo - ¿hay alguien en casa?. El silencio le hizo
comprender el miedo de los dos amantes. Saber que allí estaban le hizo escuchar hasta
los susurros de sus ropas al contacto con sus pieles. Carlos caminó por el pasillo, y
siguió gritando, llamando a esa mujer que se resistía a salir. Ella callaba y se vestía
rápidamente mientras su amante se escondía bajo la cama.
Carlos, que no quiso entrar en la habitación, siguió hasta la cocina, abrió la nevera y
sacó uno de sus botellines de agua mineral sin gas. Lo abrió, lo vertió en un vaso y
bebió tranquilamente mientras intentaba calmar su rabia.
- Hola, ¿estás aquí? – dijo ella desde el salón – no te había oído entrar
- ¿dónde estabas? – preguntó mientras seguía bebiendo y golpeaba con sus nudillos en
la encimera verde, intentando calmar así su rabia
- estaba en el baño… limpiándolo
- pero si he mirado en el baño y no te he visto – empezaba a disfrutar de su miedo,
aunque también empezaba a impacientarse, y a no ser capaz de mirarle a los ojos
- es que estaba en el baño del dormitorio – contestó muy nerviosa, intentando peinar
unos pelos imposibles de domesticar
- ¿Qué haces aquí tan pronto?
- me encontraba mal… he pasado mala noche. ¿Ya has terminado?
- ¿cómo? – ella estaba tan asustada que casi no puede ni articular palabra
- ¿que si has terminado ya lo que estabas haciendo?
- yo no estaba haciendo nada – contestó más nerviosa aún
- bueno, pues entonces ya puedes irte ¿no?
- sí… bueno, no sé… quizás me quede algo por hacer
- vale – dijo sonriendo, pero esa sonrisa ocultaba algo más de lo que quiso mostrar. Ella
se dio cuenta rápidamente por ese extraño brillo en sus ojos que tan bien conocía
– ahora voy a salir a la farmacia a comprar unas pastillas para la fiebre. Cuando vuelva
quiero que hayas recogido tus cosas y te hayas marchado de esta casa
- ¿cómo dices? – preguntó algo contrariada, mientras él se detenía en mitad del pasillo,
justo a la altura de la habitación donde había estado retozando con su amante
- que no te quiero ver más en esta casa
- ¿qué? – preguntó, cada vez más nerviosa y sonrojada, sin atreverse a mirarle a la cara
- que estás despedida…
- pero…
- ¡Despedida!
- Carlos, yo…
- lo siento Marta. Llevas mucho tiempo trabajando para nosotros, pero esto no puedo
consentirlo. Además, da gracias a Dios de que Marga no se va a enterar. Si se lo digo
podría darle algo… Con lo que es ella para estas cosas
- Carlos, yo…
- no digas nada más, por favor. Recoge tus cosas, dile a tu amante que se vaya, y no
vuelvas por esta casa. Y no te preocupes, te pagaremos todo lo que te debemos
- de verdad – empezó a llorar – perdóname, en serio. No sé cómo ha podido pasar
- ni yo. Tampoco me interesa – dijo, caminando por el pasillo. Después salió y cerró la
puerta.
Respiró más tranquilo. Más bien suspiró. Marta llevaba trabajando con ellos mucho
tiempo. Era una buena mujer, casada con un hombre maravilloso, trabajador, que se
desvivía por ella y por sus hijos… Sin duda no se merecía eso. ¿Y Jota?... Jota era su
vecino de la planta superior. Fue precisamente él quien le recomendó el piso. Casado
con una bellísima mujer, de mucho temperamento, que parecía tenerle completamente
dominado.
- Vaya – pensó encendiendo un cigarro – parece que no es tan tonto como parece…
Pensando en eso notó que su cuerpo se tranquilizaba. La idea de que fuera Marta, y no
Marga quien estuviera en brazos de otro hombre, le hizo sentir mucho mejor. Tenía que
reconocerlo… se había llevado un buen susto.
- ¿Cómo he podido pensar que fuera Marga?... ella sería incapaz de algo así – se dijo
bajando las escaleras mientras apagaba el cigarro y so
LA PAREJA PERFECTA
Ese verano estaba siendo tan caluroso como húmedo, y Javier no conseguía quitársela
de la cabeza… ni de la piel .Cada día que pasaba sin ella dolía de una manera inhumana,
casi animal, y como tal, sabía donde estaba el origen del dolor, pero era incapaz de
encontrar la panacea que lo aliviara. Y por más que buscaba a su alrededor, como el
león en la sabana, solo encontraba ariscas hierbas donde retozar, donde restregar su piel
dolorida, mitigando el dolor, pero sólo por unos instantes. Sus dolores no eran solo
físicos, eran también espirituales, y es que cuerpo y alma se habían unido por fin, y
ahora era muy difícil separarles. Se veían menos de lo que deseaban, mucho menos,
pero cada encuentro con ella fue como ese viejo autobús de paso… ese que, en cada
parada, bajaba una nueva insatisfacción. Su olor se había pegado a su cuerpo de tal manera que hasta creía que Esther podría
olerlo solo con acercarse a él. Ni bajo el agua era capaz de deshacerse de él. Y era por
las tardes, cuando se sentaba frente a su ordenador, cuando la imagen desnuda de su
amante aparecía ante él, dibujándose hermosa y sensual como ella era, e invitándole a
desearla, haciendo imposible cualquier otro ejercicio de concentración alejado de ella.
La deseaba a cada instante. Cada minuto de su nueva vida pertenecía ya a ella, y era
todo su cuerpo el que pensaba en ella hasta el punto de la obsesión.
Para olvidarse de ella y de su obsesiva imagen contorneándose frente a él, y que le
empezaba a impedir incluso mantener la relación con su esposa, decidió marcharse todo
el día a la playa junto a Esther. A solas… como hacían en sus tiempos de noviazgo y
como hicieron un poco antes de que todo empezara. A pesar de que Carlos y Marga les
llamaron la noche anterior para compartir el domingo, ellos prefirieron dedicarse un día
a ellos, sin nadie más.
A Javier le hubiera apetecido volver a ver a Marga - ¿cómo no? – pero sabía que tenía
que evitarla. Y no solo por Esther, ni por la propia Marga… sino por él mismo. Sabía
que necesitaba un respiro, un descanso para aclarar unas incertidumbres tan oscuras
como peligrosas. Tenía que alejarse de ella para respirar de nuevo, para buscar una
nueva atmósfera que le devolviera una vida que quería recuperar. Su vida estaba
adentrándose en una novela ficticia pero que empezaba a correr el riesgo de acercarse a
la realidad, y él quería, y necesitaba, seguir inmerso en esa novela, pero desde fuera,
leyéndola o escribiéndola, y no siendo uno de sus personajes. A pesar de que su
matrimonio seguía yendo más que bien, la figura de Marga se estaba interponiendo
inevitablemente entre ellos.
Todos sus deseos, sus anhelos, y sus fantasías viajaban a través de la nada de la noche, y
de los ruidos del día, hasta encontrarse con ella. Siempre que pensaba en ella esos
pensamientos volvían a él, pero cargados de besos, de ternura, de sexo… Y a ella, por
suerte o por desgracia, le pasaba igual.
Ninguno era ya nada sin el otro, a pesar de todo lo que les separaba y unía a la vez, y
ambos tenían que ponerse metas para conseguir sobrevivir a una relación que empezaba
a surcar los huracanados mares del peligro. Por eso ese día sería para Esther, sólo para
ella. El trayecto fue fresco y ameno, como siempre, cargado de música, de refrescos y
de cigarros. Esther no paraba de poner música en el compact, cambiando las canciones
sin que llegaran a terminar, repitiendo estribillos o solos de guitarra. A pesar de ponerle
nervioso esa forma de escuchar música ya estaba acostumbrado. Eran ya muchos años
compartiendo viajes con ella. Primero puso un nuevo tema de Oasis – sus favoritos. Era
un tema cañero, guitarrero, muy potente. Después algo de U2, algo de sus adorados
Pearl Jam – su prototipo de hombre siempre había sido Eddie Vedder – de Arctic
Monkeys, de White Stripes y su último descubrimiento, recién traído de Ámsterdam:
The Strokes.
No daba tiempo a disfrutar de ninguno, pero por lo menos le servía para conocer nuevos
temas y nuevos grupos. Él era más clásico que ella… y mucho menos valiente a la hora
de comprar. Solía ir sobre seguro. Por suerte a ambos les unía el amor por el sonido de
las seis cuerdas. A ella le gustaban los sonidos distorsionados. A él los sonidos limpios
del Blues. Para terminar, su canción favorita de Cero Noventa y Uno. “Faltan
soñadores, no intérpretes de sueños… artistas del alambre, música de afilador…a ti te
mandan flores, y son de invernadero… a mí cartas de amor escritas en ordenador” –
cantaron los dos mientras movían sus cabezas arriba y abajo, y reían.
Como solía suceder a ninguno le costó trabajo olvidar para volver a ser ellos solos, sin
nadie más. Ambos olvidaron esos satélites que revoloteaban a su alrededor y volvieron
a su planeta.
A ella le resultó más fácil. Su nuevo amante no era mas que un crío en prácticas que la
hacía ver las estrellas en la cama, pero que, fuera de la cama, tenía la mentalidad de un
niño de quince… poco más. En el último viaje a Amsterdam estuvieron toda la noche
haciendo el amor, pero en el vuelo de vuelta su conversación fue terrorífica. Si no llega
a ser porque era tremendamente guapo y musculoso ya le habría alejado, incluso
despedido. Si hasta la invitó a acudir a una fiesta universitaria… ¡Se sintió fatal!. En
cambio a él le resultaba algo más difícil alejar a Marga de su entorno sensorial, apartar
su olor, su boca, su cuerpo, su todo…
En el trayecto hasta la playa volvió su complicidad de siempre, y Marga, por primera
vez en lo que iba de día, desapareció de su alrededor. Con el paso del tiempo, no
tenerla para sí cuando más la deseaba, se convirtió en un gran dolor que, a la vez, hacía
de anestesia. Cada añoranza, cada recuerdo, cada deseo, era como un golpe en su cuerpo
ante el que ya ni se inmutaba.
A pesar de pensar en Marga constantemente, Esther conseguía hacerse valer, siendo
capaz de hacerla olvidar, aunque solo fuera por unos momentos. Esther era un volcán en
riesgo de erupción constante, y eso la hacía divertida a más no poder. Con ella era difícil
aburrirse, y además siempre conseguía regalarle nuevos juegos sexuales que solo ella
era capaz de hacer.
Y es que, en realidad, eran una pareja bastante singular, nada convencional, y por eso no
se libraron de las críticas… Tampoco de alabanzas.
Los había que hablaban de ellos, y no siempre bien. Por entre su entorno – incluidos
Carlos y Marga – se comentaba que no sería extraño que hasta hubieran podido llegar a
perdonar una infidelidad.
Nadie sabía nada, pero todos sospechaban de su liberalidad, de tanto viaje continuo, y
de tantas ausencias… Lo que sí estaba claro – y así lo pensaba todo el mundo – era que
los dos se querían por encima de todo. Al menos hasta entonces. Evidentemente los dos
sospecharon en más de una ocasión que pudiera haber una tercera persona, pero siempre
prefirieron dejarlo estar.
¿Para qué empezar conversaciones que solo podrían llevar a un camino sin salida?.
Siempre se habían llevado muy bien. Siempre habían estado muy compenetrados, y
ambos se hacían reír mutuamente. Podría decirse que el sentido del humor era uno de
los pilares fundamentales de su relación.
Para Javier no había nadie más ocurrente y gracioso que Esther, y a pesar de haberse
visto inmerso en algún que otro lío por culpa de sus bromas, siempre sabía salir airosa.
Además Esther era una gran consejera, una persona coherente con sus ideas, y una leal
amiga y compañera. Su fuerte personalidad arrollaba allá donde fuera, haciéndola ser
siempre el centro de atención. Él era la antítesis, un hombre que pasaría siempre
desapercibido si no fuera por su elegancia y su belleza. Aun así le gustaba ver a su
mujer entre toda la gente, y disfrutaba observando su soltura, su descaro y su innata
gracia. A pesar de no ser una mujer muy guapa sí era, en cambio, muy llamativa y
atrayente. Su graciosa cara – siempre sonriente y de labios mojados y dientes perfectos
– gustaba a todo el mundo. Nadie podía decir que Esther fuera una belleza, pero a todos
y a todas gustaba. Era pequeña. Apenas si mediría un metro y sesenta centímetros, pero
tenía una anatomía perfectamente equilibrada. Otro de sus dones, quizás el más
llamativo, eran unos senos turgentes y pletóricos, que ella se encargaba de lucir
constantemente. Y además, lo hacía como nadie. Lo que no sabía la mayoría de la gente
era que esas turgencias eran aún más hermosas cuando el sujetador se alejaba de sus
órbitas.
Javier siempre la obligaba a dormir sin sostén, sin pijama, y casi sin mantas… Le
encantaba acariciar sus redondeces mientras dormía. Esther siempre conseguía, hasta en
esos momentos en los que la pasión y el deseo parecían descansar en la piel de Marga,
que Javier acabara deseándola y disfrutando de su sexualidad… por muchas razones.
Esther era un bálsamo de paz, un calmado torbellino, capaz de la mayor de las locuras y
del más romántico e inesperado momento.
Igual preparaba una excursión sorpresa, un safari, o una fiesta espectacular para una
veintena de personas en su propia casa… Pero igualmente podía organizar una cena
romántica, una apasionada noche rodeada de velas y rosas, o un estriptis con tanta carga
sensual como para tenerle absorto un par de días. Y así mantenían su amor, buscando
huecos en sus agendas… Y siempre encontraban alguno.
Eran sus quehaceres diarios los que les impedían verse todo lo que deseaban, pero
quizás fuera, precisamente por eso, por lo que su matrimonio no hacía aguas como
tantos otros.
Ella salía todos los días a las ocho de la mañana. Él seguía en la cama hasta que ella se
iba.
A oscuras le gustaba observarla, salir del baño cubierta por una toalla insinuando un
cuerpo que, aunque lo conocía de sobra, no dejaba de sorprenderle. Ni ella misma lo
sabía después de tanto tiempo pero Javier la observaba a diario, disfrutando de su
desnudez, y amándola así a su manera silenciosa y secreta. Siempre había sido ella su
musa, aunque ella misma no lo supiera.
Una toalla roja – otras veces era blanca, otras amarilla, o azul - cubría algo de su torso,
y otra, roja también, permanecía, erguida y enroscada, en su cabeza, en forma de
turbante.
Tumbado sobre la cama la escuchaba abrir el armario donde la esperaba toda su ropa,
que no era poca. Al verla allí, iluminada por esa vibrante bombilla, y perdida entre la
nada, libre y sola, él se llevaba la primera alegría de un largo día. Siempre su atención
se centraba en ese cuerpo que ya llevaba mucho tiempo cohabitando con el suyo,
entreteniéndolo unas veces, y penitenciándolo otras tantas.
Allí, oculto en la oscuridad, disfrutaba, a la mujer con la que llevaba tanto tiempo
casado, mientras se agachaba y se enderezaba, secando su cuerpo desnudo, iluminado
por la luz de una pequeña lámpara que guardaba en su armario.Le fascinaban sus
curvas, como le seguían fascinando esos libros ya leídos pero que tanto le gustaba
releer. También se deleitaba en esa belleza pura de un cuerpo diferente, pero siempre
igual, y que había sido, sin ninguna duda, el motor impulsor de su deseo más masculino,
y de las mejores páginas de las novelas de su vida.
Cuando Esther se iba Javier se levantaba, y se ponía a trabajar. A media tarde iba al
gimnasio o a jugar a fútbol con sus amigos y compañeros, y después volvía a casa sobre
las siete.
En casa siempre lo mismo. Ducha, cambio de ropa, preparar la cena para los dos, y
esperarla viendo la tele o escuchando algo de música. Marga no llegaba hasta las diez de
la noche. Y no todos los días. Además, desde que la ascendieron, viajaba muchísimo, y
solía pasar más de un fin de semana en el extranjero. Últimamente si apenas pasaban
una hora juntos, la hora de la cena, y en esa hora estaba prohibido hablar de trabajo.
Solo ellos. Después se iban a la cama, se abrazaban, se besaban, y solían hacer el amor.
¡Y cómo lo disfrutaban! Pero últimamente las ganas de hacer el amor se habían
escondido, al igual que su escote. En la playa, aprovechando ese maravilloso día a solas
que se debían, hicieron el amor como cuando eran novios, desatando una pasión que
ambos creían perdida. La cala estaba casi desierta porque habían llegado muy pronto. Y
ninguno quiso desaprovechar la ocasión.
Esa cala siempre les había excitado mucho. Era allí donde habían visto a cientos de
parejas haciendo el amor – unos dentro del agua, otros fuera, escondidos bajo las toallas
o tras las rocas que delimitaban la playa – y donde siempre habían querido hacerlo
también.
Si no lo hacían nunca era, precisamente, por culpa de Marga y de Carlos, que solían
aparecer por allí, alguna vez que otra, aunque ellos no practicaran el nudismo. Javier se
dejó seducir por el cuerpo desnudo de su esposa, por esos contoneos exagerados con los
que le obsequiaba, adentrándose en el agua y saliendo. No dudó en acercarse a ella,
abrazarla por la espalda y besarla apasionadamente. Después, hizo el amor con ella, sin
importarle nada ni nadie. No cerró los ojos en ningún momento, disfrutando de una
mujer a la que disfrutaba viendo gozar, y evitando así que la imagen de Marga
apareciera ante él. Quizás esa propia infidelidad podría ser el acicate para mantener viva
una relación que seguía funcionando, y que, a ambos, gustaba tal y como estaba.
Todo volvía a ser perfecto para la pareja. Había vuelto a encontrarse con aquella Esther
que le enamoró, y había sido capaz de alejar ese miedo que le invadió desde su affaire
con Marga. Su temor no era otro que el de no saber si volvería a disfrutar con ella
estando ya Marga en su vida.
Por suerte comprendió que una no anulaba a la otra, y no tenía porqué ser así. Esther
seguía estando ahí, a pesar de Marga. Para otros esa no sería una relación perfecta...
Para ellos sí.
Esther viajaba esa misma tarde a Viena, con su yogurín, pero sabiendo que su marido la
aguardaba.
Javier ya estaba acostumbrado a estar sin ella, y, además, había quedado en verse con
Marga, en quien no había estado pensando mientras hacía el amor con su esposa por
primera vez en mucho tiempo. Cuando dejó a Esther en el aeropuerto, cogió el móvil
casi sin ser consciente de hacerlo.
“Te espero a la hora acordada. No me falles. Te amo”
¿Enviar sms?... Aceptar
Pero Marga no acudió a su esperadísima cita. Javier la estuvo esperando toda la tarde,
incluso hasta bien llegada la noche.
Dos días después, cuando Esther regresara de Viena, todos juntos se iban de puente. Por
eso quería verla antes. No podía ir a esa casa rural, a pasar un fin de semana entero a su
lado, con ese deseo oculto y sin saciar. Eso sería muy peligroso, y ambos lo sabían.
Pero ella no respondió a sus mensajes, ni contestó a sus llamadas.
En el trayecto hasta casa anduvo preocupado. Por primera vez Marga no respondía a un
sms. Eso le preocupó y le hizo pensar más de la cuenta. Por culpa de eso no pudo
dormir en toda la noche.
- ¿Habría aparecido, por fin, el arrepentimiento por parte de Marga?
¿y si era Carlos quien había cogido su móvil?.
TÓCATE
A pesar de que ya estaba acostumbrada a no ver a Javier los fines de semana, ese fue
diferente. Desde el sábado a primera hora – se despertó a las siete – hasta el domingo a
última, estuvo en los brazos imaginarios de su amante, deseándolo, amándolo, y
sintiendo la necesidad de tenerle entre las piernas, detrás suya, encima, debajo… Como
fuera, y donde fuera. Fue a eso de las siete de la tarde, cuando estaba tumbada en su
sofá, leyendo esa novela de la que todo el mundo hablaba, cuando el sonido del móvil le
alertó. Era él, lo sabía.
Javier:
En línea:
Mañana te espero a las 9 en nuestro primer hotel. No vayas a trabajar… no te
arrepentirás
Te dedico esta canción
Cuando pulsó el enlace y oyó esa canción que tanto le gustó en su juventud, sintió más
deseos que nunca de besarlo. Era la canción de Loquillo y los Trogloditas, Besos
Robados, y ella la tarareó mientras veía el vídeo en Youtube: “dame más… Dame
más… Dame tus besos robados una vez más”
Quiso contestarle, decirle que tenía que trabajar y que no podía faltar porque ya lo había
hecho muchas veces en ese mes, pero no fue capaz. Tenía tantas ganas de verlo, y de
sentirlo, que prefirió esperar a que pasara la noche. Esa noche durmió mal, como las dos
anteriores, pero la idea de volver a pasar con él la mañana, encerrados en una habitación
de hotel le hizo conciliar el sueño entre sudores, picores de ingles, y mariposas en el
estómago… Hasta su boca sabía a él, a su último beso robado…
Cuando despertó a las ocho de la mañana Carlos ya se había ido, como siempre sucedía.
Lo primero que hizo fue ir al baño, mirarse al espejo, y quitarse el camisón. Sonrió. Su
cuerpo volvía a gustarle otra vez, y hasta sus senos parecían haber recuperado parte de
ese inevitable paso del tiempo. En la ducha pensó en Javier, y volvió a sentirlo. Si no se
tocó y buscó un placer que estaba tan cerca como el jabón que descansaba en la repisa
fue precisamente porque ya había tomado la decisión de acudir a su cita, diciendo a su
jefe que tenía una nueva revisión de ginecología. Tras la rápida ducha Marga abrió su
armario y buscó la ropa que ponerse. No era la ropa que quería que él viera puesta, sino
la que quería ver cómo le quitaba lentamente, como siempre hacía él.Eligió un bonito
sujetador negro, tan pequeño como el tanga, y por el que sobresalían tímidamente parte
de sus pezones. Una camisa negra también, con los dos primeros botones abiertos,
dejaban entrever un escote generoso sobre el que descansaba un colgante de elefante
que a él le gustaba morder mientras le iba besando los pechos. Del armario eligió
también la minifalda negra de rayas ejecutivas y unos zapatos de largo y fino tacón. A
Javier le volvían loco los tacones. Cuando salió de casa se dio cuenta que ni siquiera
había desayunado y ya se había fumado tres cigarros. Estaba muy nerviosa, pero
también muy excitada. Tanto que creía que tendría que cambiarse de ropa interior antes
de subir a esa habitación. O mejor no. A él también le gustaba meter la mano en su ropa
interior y encontrarla mojada. Marga no fue capaz de saber el trayecto recorrido, y
cuando quiso darse cuenta ya estaba aparcando el coche en la calle trasera del hotel,
donde nadie pudiera verlo. Cogiendo el paquete de tabaco encendió un nuevo cigarro
mientras se miraba en el retrovisor de su Peugeot 207. Se volvió a ver guapa y salió
sonriente y nerviosa. No era la primera vez, ni la segunda, pero siempre se ponía
nerviosa cuando iba a encontrarse con él porque siempre era diferente. Eso era lo que
tanto le atraía de él… Su improvisación continua, su tranquilidad, y, sobre todo, su
seguridad para pedir y hacer todo lo que se le antojaba. En eso no eran iguales, y eso le
motivaba.
Casi con las piernas temblando se dirigió hacia el hotel. Notaba que le faltaban las
fuerzas, y que la excitación casi la hacía levitar. Antes de llegar al hotel se paró en el
estanco y simuló ojear revistas. Mientras lo hacía miraba a un lado y a otro para ver si
había alguien que pudiera reconocerla, a pesar de estar en la otra parte de la ciudad.
Marga entró rápidamente en el hotel, corrió hacia la escalera y subió los escalones sin
mirar atrás, evitando así que nadie pudiera verla. Al llegar a la segunda planta respiró
tranquila, asomó la cabeza por el largo pasillo y avanzó cabizbaja, mirando sus tacones,
pidiendo a Dios que nadie saliera de alguna habitación en ese momento.
Habitación 234. Golpeó con los nudillos suavemente y volvió a mirar por el pasillo que
había dejado atrás. Silencio. Nadie contestó, y volvió a pegar. La puerta se abrió
violentamente y una mano tiró de ella, adentrándola sin dejarla respirar.
Todo estaba oscuro pero ella sintió la respiración de Javier. Su olor era inconfundible y
ahí, entre tanta oscuridad, fue aún más excitante. Ella no dijo nada y se dejó llevar. Ese
hombre la apretó contra la pared, dejando su culo pegado, sus piernas separadas y la
cola apretada también. De pronto notó su aliento sobre su nariz. Olía dulce, como
siempre, una mezcla de caramelo y tabaco que le gustaba, y su respiración tan cercana
volvió a excitarle de tal manera que a punto estuvo de sentir el primer orgasmo de la
mañana. A Marga le gustaba ese hombre tanto que era capaz de disfrutar de él sin que
apenas le tocara o le besara. Él respiraba sobre ella, sobre su cara, y ella sentía su boca
tan cerca de su tez que casi era como saborear su lengua o su alcalina saliva.
Marga no se atrevía a decir nada. Prefería dejarse llevar por lo que él quisiera regalarle.
Esa oscuridad, y esa manera de hacerla entrar en la habitación, le hizo saber que él tenía
todo perfectamente preparado… Así que… Intentando abrir más los ojos para ver todo
mejor le buscaba en la cercanía negra, pero él se había encargado de dejar todo bien
oscuro. De pronto sintió su mano en su falda, sobre sus muslos, y sus dedos comenzaron
a bajar por la tela, pellizcando, mientras sus labios ya susurraban palabras ininteligibles
pero que le gustaba oír, imaginando que eran cánticos de amor como esos que tanto
había leído en sus clases de poesía romántica. Dios- exclamó, con los ojos más abiertos,
intentando descifrar el rostro de su amante, que seguía sin poder ser visto a pesar de
tenerlo ya sobre el suyo. Javier besó su cuello, lamió sus orejas, y mordisqueó sus
labios… Todo en segundos, pasando de un lado a otro con una facilidad pasmosa que
hacía parecer que él si pudiera ver entre esa oscuridad silente. Su mano ya había llegado
a sus rodillas, alejándose de la tela, y pellizcando su piel morena y caliente. Sus muslos
estaban mojados, y eso le encantaba. Así se lo susurró al oído mientras su mano ya
estaba sobre sus ingles, dispuestas a todo.
-Bésame – dijo ella, totalmente poseída por el deseo – bésame cariño
- espera - dijo él – no tengas tanta prisa. Tenemos toda la mañana
- quiero verte – dijo ella, más nerviosa, pero más excitada, al sentir cómo uno de sus
dedos ya entraba en su braga
- yo te veo, cariño. No necesito luz para verte
- yo sí – dijo ella
- no… Tú tampoco la necesitas – dijo él, besándola en la boca, metiendo su lengua
profundamente entre sus dientes y golpeando sus labios acuosos contra los dientes de
Marga que no sabían si cerrar el paso o abrir los diques para que la inundación fuera
completa. Ese hombre besaba como un auténtico dios del sexo. Sus besos eran calientes,
fogosos, y su lengua sabía viajar por toda su boca, buscando lugares que hacían unas
cosquillas placenteras que ella desconocía. Podía decirse que todo estaba en su lengua,
pero había algo más… Eran esos labios carnosos y siempre mojados, con pequeñas
grietas que hacían como ventosas contra los suyos, atrapándolos, y dejándola sin
escapatoria. La mano de Javier ya estaba en su braga, y su dedo, ese con el que tanto le
gustaba jugar, ya estaba enredándose entre su vello, jugando con él. Primero con uno,
después con varios, finalmente con gran cantidad, hasta que los soltaba para acercarse a
su objetivo final.
-Me encanta lo mojada que estás siempre – le susurró de nuevo, mientras su dedo ya
jugaba con ella de tal manera que ella no era capaz de responder, ni siquiera de oír… El
volcán Marga ya había entrado en erupción, y estaba dispuesta a todo. Mientras seguía
besándola y acariciándola, con su otra mano fue quitando uno a uno los botones de la
camisa hasta que sus senos quedaron a su merced. Era increíble la facilidad que tenía
para hacerlo con una sola mano, y entre tanta oscuridad… Marga no llevaba ni cinco
minutos en esa habitación y sus gritos ya podían oírse en toda la planta.
-Dioooooooossssssssssss – gritaba y gemía, mientras su amante jugaba con ella,
haciéndole sentir un placer antes no encontrado.
Al terminar Marga aún temblaba. Javier seguía sin hablar, y le quitó la camisa,
dejándola caer al suelo. Después, desabrochó su sujetador y sus senos quedaron al aire,
suspendidos, mientras sus dedos volvían a girar sobre sus aureolas. Javier la besó en la
boca, entregándole mililitros de saliva alcalina que a ella le gustaba recibir, y con la otra
mano desabrochó la falda y la dejó caer sobre sus piernas. Primero por sus muslos,
lentamente, después por sus rodillas, y finalmente por sus tobillos, haciéndola levantar
los tacones para poder abrir las piernas. Marga intentó meter la mano en su pantalón,
pero él no se lo permitió.
-Quiero tocarte – le dijo, devolviéndose la excitación que acababa de alejar de su cuerpo
-espera querida. Vas a tocar, pero no a mí – le susurró, bajándole las bragas, como hizo
con la falda, mientras ella podía notar su respiración sobre su vientre, después sobre sus
ingles, y, finalmente, sobre su sexo aún convulso. Javier la cogió de la mano y la llevó
hasta la cama. Marga tropezó con ella, haciéndose daño en las espinillas, pero el dolor
no tenía cabida allí, al menos no en ese momento. Javier, con un cuidado exquisito la
cogió por los hombros y la tumbó en la cama. El edredón estaba frío y su piel se erizó,
pero le gustó la sensación. La oscuridad seguía siendo máxima, y apenas podía ver
nada. Javier estaba sentado sobre la cama, a su lado. Podía oír su respiración y notó
cómo sus manos recorrían sus muslos, sus rodillas, sus pantorrillas y finalmente
dibujaron círculos en sus tobillos. Con delicadeza se deshizo de los tacones de Marga, y
acarició sus pies. El ruido de los zapatos contra el suelo sonó fuerte entre tanta
oscuridad y Javier se levantó. Los sonidos de los movimientos de Javier sobre el suelo
de madera parecían más intensos y, de pronto, oyó la persiana levantarse lentamente.
Javier, apenas si levantó dos líneas de agujeritos por donde entró la luz suficiente como
para poder ver su figura, que se dirigía hacia una silla situada frente a la cama.
-¿Dónde vas, Javier? – preguntó ella, asustada
-quiero verte – dijo él, sentándose en la sila, mientras desabrochaba el cinturón y se oía
el ruido de la cremallera de su pantalón – quiero que te toques
-¿cómo dices? – preguntó Marga asustada, intentando descifrar su rostro entre la
oscuridad – no te entiendo, cariño
-pues es bien claro – dijo él sonriendo – quiero que te toques para mí. Quiero verte
- pero es que…
-¿Te da pudor? – preguntó él – está oscuro… No tienes nada que temer
- no sé… Sí… No… No sé Javier. Nunca lo he hecho antes
- ¿Nunca te has tocado? – sonrió, haciendo sonar esa vocecita socarrona que tanto le
gustaba a Marga
- no… bueno sí, pero nunca delante de nadie
-pues ya va siendo hora, querida
- ¿de verdad te apetece? ¿no prefieres venir aquí conmigo?
- tenemos tiempo para eso, querida. Quiero oírte, quiero gozar de tu excitación sin
distraerme con mi propio placer… Quiero saber cómo disfrutas ¿Te apetece?
- creo que sí
-¿te da pudor?
- creo que sí, pero si es lo que tú quieres… - dijo mientras una de sus manos ya
acariciaba su vientre, y empezaba a notar la excitación por otras partes de su cuerpo que
pronto acariciaría para él
- lo quiero, querida. Y no te imaginas cuánto.
Marga, sin pensarlo más, cerró sus ojos mientras una de sus manos acariciaba sus ingles
calientes y aún mojadas y la otra dibujaba letras extrañas sobre sus pechos. No hacía ni
unas horas que ella misma había hecho eso mismo, pero hacerlo delante de él era algo
diferente.
-Marga, ponte esta venda en los ojos – le dijo Javier, lanzándole un pañuelo sobre su
cuerpo – quiero que lo hagas sin ver.
Marga, sin pensarlo dos veces, cogió el pañuelo y lo anudó a su nuca. Su tacto era suave
y olía a él. Eso le hizo todo más sencillo, y más excitante.
Con los ojos cerrados ya acariciaba sus pechos con fuerza, retorciendo sus pezones
lentamente como tanto le gustaba que hiciera él, y su otra mano ya exploraba el calor
húmedo de la fuente de su descontrol. Era muy placentero saber que él estaba
observándola, y acarició y tocó su cuerpo como si fueran las manos de Javier las que lo
estuvieran haciendo. La sensación era increíble. El pudor había desaparecido, y nada le
importó notar cómo una luz de linterna atravesaba el pañuelo, casi deslumbrándola y
cegándola. Saber que Javier estaba viendo el espectáculo hizo que la excitación se
hiciera máxima. Cada caricia de sus dedos, cada gemido propio, era un canto a los
dioses, y escuchar los gemidos de Javier, sus suspiros y sus interjecciones guturales le
hacían ver que él estaba tan excitado como ella misma. Imaginándole tocándose
también mientras la observaba notó cómo el calor de sus ingles se hacía fuego y
empezaba a quemar. Sus pechos eran dos manantiales por donde brotaba el placer a
raudales, como una cascada, y la humedad hizo el resto.
Javier, mientras tanto, la miraba completamente absorto. El cuerpo de esa mujer era más
hermoso de lo que había disfrutado mientras hacían el amor. Verla allí, tumbada,
espatarrada para él y tocándose con esa delicadeza le hizo ver a otra Marga.
-Cariño, me voy a… - dijo ella, acariciando su cuerpo con más fuerza, gritando casi, y
moviendo su culo sobre la tela y elevando sus piernas una y otra vez
- hazlo cariño – le animaba él – quiero oírlo
- Ya… .yaaaaaaaa – gritó ella una y otra vez mientras pedía a gritos que su amante
corriera hacia ella y le hiciera el amor sin pensarlo dos veces
- te necesito Javier… ven aquí, por diossssssssss.
Marga estaba aún sobreexcitada por lo acontecido en esa habitación de la que no querría
salir nunca. Su cuerpo aún guardaba los estertores del placer que sus dedos habían
dejado grabado sobre su cuerpo mojado, pero lo que más deseó en ese momento fue
sentir el cuerpo varonil de Javier en su interior. Ella, como mujer que era, disfrutaba de
todo el sexo que acababan de compartir, de las novedades que Javier había traído a su
vida, pero nada era comparable con sentir el cuerpo fornido de ese hombre
atravesándola por completo hasta llegar a su misma alma. Desnuda y convulsa, aún a
oscuras, seguía mirando a esa silla que apenas se veía, pero donde él ya no estaba. Su
silueta ya no estaba allí, ni sus movimientos, ni rastro de esa linterna que ella había
notado a través del pañuelo que aún dormía sobre su cuello. ¿Cómo había sido capaz de
marcharse así? ¿cómo la había dejado allí sola? Y… ¿Por qué? Todas esas preguntas se
hacía allí tumbada, con su mano aún sobre su vello rizado, enredándolo entre sus dedos
como a él le gustaba hacer, y deseándolo más que nunca.
- Javier, Javier – le llamó repetidas veces entre jadeos, con la voz aún tomada por la
excitación, pero Javier no contestaba. ¿Sería verdad que se había ido de allí? Pero…
¿por qué?
Marga alargó la mano por la cama, acercándola al final de la cama, por su lado derecho,
intentando buscar una mesita de noche, una lámpara, o un interruptor que le devolviera
la luz, pero su sorpresa fue mayúscula cuando su mano tropezó con la piel dura de su
amante, que estaba de pie, desnudo, al lado de la cama, observándola en silencio.
- Javier – dijo ella más tranquila – me habías asustado… ¿Qué haces ahí?
- verte – dijo él, encendiendo el móvil y haciendo sonar esa canción que tanto le gustaba
a Marga y que tan sensual le parecía
- me encanta esta canción – dijo, acariciando sus muslos velludos y duros, bajando la
mano hasta la rodilla y apretándola. La luz azul de la pantalla de su Galaxy iluminaba la
cama por completo y, lo que era mejor, su cuerpo desnudo y potente. Marga le acarició
al ritmo de esa música que tanto le gustaba y cuando el cantante empezó a cantar ella lo
hizo con él: “Now and then I think of when we were together like when you said…”
Su mano subió por sus muslos, pellizcando el vello de sus piernas, moviéndose hacia la
parte trasera, donde se notaban más sus músculos, y siguió subiendo hasta llegar a ese
culo prieto que tanto le gustaba, sin pelo alguno, redondo, y duro… Muy duro. Después
acarició su cadera, notando cómo se erizaba la piel de su amante, hasta llegar a su parte
más deseada, donde tocó y acarició sin miedo alguno, disfrutando de algo de lo que
nunca había sabido disfrutar.
- Quiero que me hagas el amor – dijo ella, mirándole
- y yo quiero hacértelo. Date la vuelta querida.
Javier le dio la vuelta por completo, colocando sus pechos contra el edredón, como si
estuviera dormida. Con ayuda de sus manos consiguió estirar sus piernas y dejarlas
medio cerradas. Una de las manos de Javier se deslizó por su vientre aplastado hasta
llegar a la parte que ella misma había estado acariciando momentos antes, pasando
después hasta su parte trasera, sin llegar a levantarla. Sentir sus manos y su cuerpo por
detrás hizo que Marga estuviera ya dispuesta para un nuevo asalto amoroso. Allí tras
ella la observaba detenida y excitadamente, hasta que decidió arrodillarse tras ella, entre
sus piernas para terminar estirándose como ella, encima de ella, para hacer que sus
pieles ardientes y mojadas se frotaran suavemente. Ella podía notar cómo su erección
se quedaba encerrada entre sus dos piernas, entre sus muslos, frotándose como un
animal, haciendo que los dos disfrutaran plenamente de lo que allí estaba pasando.
Marga necesitaba sentirlo dentro de ella, pero ese juego le empezaba a gustar. Sentir el
movimiento de ese hombre sobre ella, sobre sus piernas apretadas, hizo que descubriera
un nuevo placer, el de los sonidos… Oírle jadear de esa manera era casi como sentirle
dentro de sí. Las caricias entre ambos no cesan. Ella estira su mano, luego la otra, y las
agarra con fuerza a la parte trasera de los muslos de su amante, que no cesa en su
movimiento, ahora circular. Él, con ayuda de sus manos, consigue llegar a su humedad,
y juega con ella, y cuando más confiada estaba ella en ese juego, él abrió sus piernas
casi con violencia adentrándose por completo en un mundo del que le costaría salir.
Hacer el amor de esa manera hace que Marga disfrute plenamente de todo él, y que
sienta cada uno de sus besos sobre la espalda o cuello, de sus tactos por cada rincón de
su cuerpo, y de cada acometida.
Marga grita. Javier grita. Los dos gritan, y ella vuelve a llorar de emoción, de placer, y,
otra vez, de remordimientos. No puede evitar sentirse mal por lo que está pasando y,
sobre todo, porque esa pasión del principio está pasando a ser algo más… ¿Amor? ¿Y
no lo fue desde el principio?
Esa pregunta, y, lo que es peor, su respuesta, era lo que le hacían llorar… Ese hombre le
había mostrado las puertas del cielo, y sabía, aún sintiéndolo dentro de sí, que bajar de
él sería muy complicado… Si no imposible.
Cuando Marga se fue de esa habitación corrió hasta el coche con lágrimas en los ojos y
en sus piernas. En el coche, encendiendo nerviosamente un cigarro que no quería
prender, recibió un mensaje que le emocionó:
NUEVO SMS DE JAVIER
ACEPTAR
No hay arado preparado para amansar el deseo que nace en la tierra que duerme bajo
el sol de tus ojos. Tampoco hay sierra capaz de talar las dos palmeras que se izan cerca
del mar de ese cuello que conduce a tu boca. Y menos aún hay taladradora capacitada
para entrar entre las montañas rocosas de tus ingles y abrir ese túnel que conduce al
más allá.
No quiero ser arado, ni sierra, ni taladradora… Si acaso lápiz para escribirte esta
declaración de amor platónico aun sabiendo que nunca la leerás… O que si la lees, no
sabrás que es para ti.
Cuando Marga llegó a casa aún podía recordar cada una de las caricias, cada uno de los
besos, y cada una de las acometidas de ese hombre-animal. En la ducha – no había otro
lugar donde pudiera estar mejor en ese momento – pensó en él y volvió a disfrutar de él,
sintiéndolo más cerca casi que cuando estuvo dentro de ella. Después, cogió su móvil, y
le respondió a su mensaje:
“No se trataría de dormir contigo, sino de dormir en ti. Me gustaría que tu cara se
hiciera almohada donde cayera la saliva de las canciones que nunca recuerdo al
mirarte, que tus manos fueran dos cabos con los que anudaras mi barco a tu puerto,
que tus senos fueran dos olas que mecieran mi cuerpo por la playa que haces de mi
cama, y que despues me tragaras y me hicieras tan tuyo como soy ahora, sin que tú lo
sepas, sin que puedas sentirlo como yo lo vivo y sufro, añorándote, como te añoro al
tenerte siempre tan dormida como lejos. Hoy no quisiera haber dormido contigo ya
que hoy he dormido en ti… Muy en ti”
¿ENVIAR A JAVIER?
ACEPTAR
Marga estaba en casa, sentada en su sofá, oyendo su música favorita, que en esa época
eran The Strokes, y leyendo de ese libro del que tanto le habían hablado. El libro estaba
bien, pero ese Grey nada tenía que ver con su Javier particular... ¡Ese Grey era la
bomba! Pero su Javier le daba cosas que no podría encontrar jamás escritas en un libro.
Leyendo no podía evitar sonreír, incluso ponerse nerviosa, ya que al leer ciertos
párrafos de la famosa novela de la que todo el mundo hablaba sentía envidia de no ser
soltera y joven, como los personajes escritos. De todos modos, la suya, su historia, era
mejor, y, además, conocía a los protagonistas y podía creerlos. Estaba absorta en la
lectura cuando se abrió la puerta de casa y notó algo extraño. Carlos hablaba con
alguien. La voz de Esther le hizo levantarse del sillón y correr por el pasillo antes de que
pudieran verla vestida tan solo con ese pequeño camisón que apenas si cubría parte de
una ropa interior que, por otra parte, no llevaba puesta ese día. Los gritos de Carlos,
llamándola desde el pasillo, la pusieron más nerviosa, llegando incluso a caerse al suelo
mientras se ponía el vestido que había llevado puesto todo el día en el trabajo. Estaba en
el suelo tirada, con el vestido sin abrochar cuando la puerta de la habitación se abrió y
tras ella apareció su amiga Esther, sonriéndole y preguntándole qué hacía tirada en el
suelo.
Las dos amigas se abrazaron. Hacía mucho que no se veían, y las dos parecían alegrarse
de hacerlo al fin. Marga estaba nerviosa, y mientras terminaba de abrocharse el vestido
le preguntó a Esther que qué hacía allí. El abrazo de Marga fue menos fuerte, como más
miedoso, o, quizás, cargado de miedo o de desencanto.
- Cariño - le dijo cogiéndola por la cintura y saliendo de la habitación - hacía mucho que
no te veía y me apetecía. Hemos traído vino del que te gusta. Un Pago de Carraovejas
- ¿y eso? - preguntó emocionada, intentando oír la voz de Javier - ¿viene Javier contigo?
- pues claro mujer... Venga, tomemos un vinito y brindemos por nosotras.
En la cocina estaba Javier, junto a Carlos. Le sonrió con esa sonrisa pícara de niño
travieso, resoplando su largo flequillo y haciendo que su pelo cayera sobre su oreja. Le
encantaba cuando hacía eso mientras hacían el amor. Javier estaba guapísimo, y Marga
se puso tan nerviosa que no se atrevió siquiera a darle dos besos, intentando evitarlo. Iba
vestido con un pantalón vaquero apretado, de color oscuro, y que hacía que Marga
pudiera estar viéndolo desnudo. Llevaba también una camiseta azul con un extraño
dibujo en el pecho, con el cuello descubierto - le encantaba su cuello - y unas zapatillas
deportivas. Su piel morena le hacía más guapo de lo que ya era, y su pelo despeinado y
siempre más largo que corto le daba un toque más juvenil. Eso le encantaba de él...
Parecía más joven de lo que realmente era... Mucho más.
-¡Qué bueno está este vino! – dijo Marga, saboreando del aroma de bosque y roble,
admirando ese rojo púrpura a través del cristal y llenando su boca de un sabor untuoso y
golosamente dulce - ¿sabéis a quién me recuerda?
- sí – dijeron todos con sorna – a tu abogado Carlos Valverde
- ¿tú no tendrás nada con él? – preguntó Carlos, sonriendo
- pues bien guapo que es – dijo Esther – si no lo quieres, me lo pasas a mí.Mientras
tomaban el vino y Carlos sacaba aperitivos Javier no dejaba de mirarla. Al principio le
incomodaba, incluso le molestaba, y es qeu la mirada de ese hombre era tan fuerte y tan
animal que pensaba que todos los allí presentes podían darse cuenta de lo que realmente
estaba pasando e intentaban ocultar. Poco a poco se fue relajando, y llegó un momento
en que se imaginaba a ese hombre entre sus piernas, los dos completamente desnudos,
haciendo el amor sobre ese suelo frío que tanto le gustaba.
Javier se abrió una botella de Alhambra 1925. Él no era de vinos y le encantaba esa
cerveza, y verlo beber de la botella era un espectáculo impresionante para la pobre
Marga, que deseaba ser botella y estar entre sus manos. ¡Cómo lo deseaba! Marga
observaba a Javier bebiendo de esa Alhambra 1925, de cuello largo y verde. Él no lo
sabía, pero resultaba terriblemente sexy cuando bebía de esa manera tan suya, cogiendo
la botella con esos dos dedos fuertes, y chupando de la boca de la botella mojando sus
labios. Marga volvía a desearle, volvía a querer perder sus dedos por su pelo ondulado,
por ese flequillo que caía a drede, pero sin peinar ni cuidar, y enredarlo hasta atrás, para
tirar de él mientras bebía cerveza de su boca. Por suerte, la canción que sonaba en el
salón le hizo despertar de ese sueño despierto, aunque en ese momento pensó en la
canción y en lo que decía…
”paramos la vida con nuestras manos la vida cantaba esta canción. Una noche de
amor desesperada, una noche de amor que se alejó. Sigo caminando no te veo
más brillan tus encantos en mi soledad”
No podían dejar de mirarse, y de hablarse con los ojos, incluso con los labios… Su
forma de coger las botellas, la copa de vino, o hasta la manera de mecer su cabello era
un idioma que ellos mismos estaban improvisando y del que sus cónyuges ni se estaban
enterado, inmersos, como siempre, en sus discusiones políticas tan aburridas. A través
de esa camiseta ajustada Marga podía recordar su fuerte pecho, cubierto de vello, la
cicatriz que corría por debajo de su pecho izquierdo y que tanto le gustaba acariciar con
la yema de sus dedos, y esos abdominales no marcados pero duros, con esas dos señales
clavadas donde empezaban sus caderas… Verle beber era muy excitante. Sus labios se
mojaban, y se juntaban, dejando escapar pequeños restos de cerveza que rápidamente
recogía con su lengua, como si fuera una serpiente. Era tan guapo que le asustaba. Su
pelo, más largo que corto, siempre cuidadosamente despeinado y con su flequillo
ondulado hacia el lado derecho le hacían parecer más joven, y también más juguetón. Su
nariz era fuerte, no grande, fina, con dos grandes agujeros que apenas se veían si no los
mirabas desde abajo, como era su caso cuando estaban en posición horizontal, que
últimamente era muy a menudo. Su frente era recta, sin arrugas, sin granos, solo con un
brillo extraño que terminaba justo cuando empezaban sus dos pobladas cejas, de pelo
casi rizado, que a pesar de su considerable tamaño nunca se llevaban a juntar.
Entrecerrando los ojos, y sonriendo, Marga midió su distancia comprobando que entre
ellas podría caber perfectamente uno de sus dedos. Bajo las cejas dos ojos grandes, de
color… ¿de qué color eran? Eran marrones claros, pero con la luz de la cocina parecían
de color verde aceituna. Uno de ellos era más oscuro que el otro, lo que hacía parecer
que casi parecieran de colores distintos. Sus pómulos se destacaban claramente y sus
mejillas eran cortas y rectas, con maxilares prominentes, una boca jugosa, de labios
coquetos y siempre mojados que parecían más de una mujer. Bajo ella un mentón recto
y duro, con excepción de la punta, donde aparecía un pequeño hoyuelo.
Sentados en la mesa redonda bebieron y comieron jamón, quesos y ese paté tan rico que
traía Esther siempre que viajaba a París. Mientras seguían charlando y bebiendo javier
jugaba con su móvil. Después Marga, sabiendo que le había enviado algo a ella, fue
hasta su dormitorio, sacó el suyo del bolso y disfrutó de la foto que acababa de recibir:
JAVIER
última vez, hoy a las 21:04
imagen recibida
“si te acercas un poquito más arderemos y quemaremos toda tu casa”
La foto eran dos cerillas ardiendo, juntas, como si estuvieran abrazadas, y a Marga le
encantó.
Marga volvió con el móvil a la cocina. Javier terminaba su cerveza y Carlos y Esther
seguían con su discusión. Javier se levantó a por otra cerveza y entonces Marga disfrutó
del espectáculo de su trasero dibujado en ese vaquero apretado y roto. Y no era solo su
culo, sino esas piernas delgadas pero fuertes que tanto le gustaba acariciar también.
Mirándolo mientras se agachaba para coger la botella le imaginó desnudo otra vez, y se
imaginó acariciando su cuerpo.
-Marga, contrólate – se decía a sí misma, intentando evitarle con la mirada, y
devolviendo la mirada a su marido y a Esther, que seguían con su eterno debate de
siempre.
Cuando Javier volvió de la nevera se sentó a su lado. Cogió su silla-taburete y lo corrió
hacia su lado, haciendo ruido en el suelo mientras la miraba y le guiñaba uno de sus
ojos. Ella se asustó, pero él parecía muy tranquilo. Carlos y Esther seguían discutiendo,
cada vez más acalorados, y ellos les miraban. Tenerle tan cerca le hizo sentir mejor
porque, al menos, así no podía mirarle directamente como antes. Lo que Marga no
esperaba era que la mano de Javier viajara por debajo de la mesa y se posara
directamente sobre sus rodillas. Marga se asustó, pero sentir la mano en esa situación
hizo que la excitación se hiciera dueña de la situación. Su vestido era fino, abotonado
por delante, y en esa postura no cubría mas que una pequeña parte de sus muslos. Los
dos miraron nerviosos a sus parejas… En realidad la nerviosa era ella. Él parecía muy
tranquilo. Quizás demasiado.
Sentir sus dedos bajo la mesa, sobre sus rodillas fue algo indescriptible. Si por ella fuera
se habría quitado el vestido allí mismo, habría desalojado la mesa, y harían el amor allí
mismo. No sabía qué le estaba pasando pero, por un momento, hasta la idea de ser
descubiertos dejó de ser algo que motivara el miedo. Mientras tanto, Javier bebía con
una mano y con la otra acariciaba ya sus muslos, acercándose peligrosamente a la tela
de su ropa interior. Sus dedos seguían avanzando, lenta pero fuertemente, y ella quería
decirle que se detuviera, pero no quería hacerlo… Sí, Marga era un mar de líos en ese
momento y ni ella misma sabía lo que quería.
Javier seguía avanzando. Sus dedos subían lentamente… Tanto que ni ella misma era
capaz de percibir su movimiento, pero su uña ya estaba intentando penetrar en el
elástico apretado de la braga. Quiso gritarle, decirle que se detuviera, pero no pudo
hacerlo. Su mano ya estaba allí, sobre la tela húmeda, y acarició lentamente, jugando
con el bulto que formaba su vello.
Eso no era una mano – pensó Marga – casi jadeante, incapacitada para negarle la
entrada.
El botón primero de su escote también se abrió – ya era inoportuno – y Javier pudo
observar esos senos que tanto le gustaban mientras su mano seguía jugando como si
fuera un niño en la puerta de un colegio en horas de clase.
La sensación era tan placentera que Marga sabía que el fin estaba cerca. Uno de los
dedos de ese animal sexual estaba ya en su cuerpo, convirtiendo todo en un mar bravío,
de amplias olas arrastradoras, asustando a las tranquilas gaviotas que no tardaron en
levantar el vuelo.
Ella misma, con sus manos cruzadas, consiguió acariciar sus senos con sus hombros, y
esa cocina se convirtió en playa, y esa mesa en barca pequeña donde los dos marineros a
la deriva se alejaron de la vida, mientras los dedos de su amante hacían que, en medio
de la noche, aparecieran bengalas rojas y gigantes iluminando el cielo y el mar donde
yacían.
Sentir sus manos en su cuerpo, mientras los otros dos discutían, hizo que todo le
pareciera tan irreal como absurdo. De pronto llegó a ella la imagen de su amiga o su
marido descubriéndoles, y cerró sus piernas y se levantó violentamente, dejando caer la
silla-taburete sobre el suelo
-¿Qué te pasa? – preguntó Esther, mirándola extrañada
- nada – dijo ella corriendo por la cocina – que me meo
- esta tía no cambia – rió Esther - ¿te acuerdas cuando se meó en aquella fiesta del
instituto?
Marga corrió al baño. Allí, frente al espejo, acarició su cuerpo una vez más mientras
miraba sus ojos delatadores. Sonrió, e imaginó a Javier junto a ella, detrás de ella,
mirándola, sonriendo, y devolviendo sus manos a su escote… Javier aprovechó la
ocasión para escribir un nuevo whasap a Marga, que sabía que le encantaba recibirlos
después:
Marga
Última vez, hoy a las 21:04
“ muchos, al mirarte, tan solo ven una hermosa mujer que sonríe mientras baila
(porque tú no andas. Tú bailas) Son muy pocos – quizás uno tan solo – los que ven
que en realidad no estás sonriendo sino dejando escapar besos de agua, de esos que
siempre se sueñan y que nunca se reciben”
enviar
El sonido del teléfono de Marga, aún sobre la mesa, hizo que el miedo se hiciera
cuchillo. Marga no se había llevado consigo el teléfono y Javier no se había percatado.
-¿Quién será a estas horas? – preguntó Carlos, alargando la mano por la mesa y
cogiendo el Galaxy III que su esposa se había dejado allí.
Javier no sabía qué hacer salvo mirar el móvil de Marga que vibraba al ritmo de unos
"pupupums" casi metálicos. Estaba aterrado. Después miró a Carlos y a Esther, con la
esperanza de que ninguno se hubiera percatado, pero sí... Sí que se habían percatado, y
los dos miraban el móvil, dejando de hablar.
-¿Quién será a estas horas? – preguntó Carlos, alargando la mano por la mesa y
cogiendo el Galaxy III que su esposa se había dejado allí.
Javier miraba a la puerta, esperando la llegada inminente de Marga, pero ésta no
aparecía. En ese momento sonó la cisterna del inodoro y el ruido del grifo del lavabo, lo
que decía que su salvación tendría que llegar por otro lado.
Carlos, mientras seguía hablando con Esther, tocaba la pantalla del móvil, mirando con
mucha seriedad y preocupación. Seguía hablando de Rajoy y de Rubalcaba mientras sus
dedos toqueteaban esa pantalla que brillaba sobre su rostro. Javier estaba aterrado, e
intentó hacer algo, pero no se atrevió.
- ¡Maldita sea! - gritó Carlos, dejando el móvil sobre la mesa, mirando a Javier, y
volviendo a maldecir - ¡malditos móviles!
- ¿qué pasa? - preguntó Esther
- nada, que no sé la contraseña de Marga para encenderlo. Sé que hace algo así, pero no
sé qué - dijo simulando un triángulo en el aire
- no será nada importante - dijo Javier - si lo fuera llamarían y no usarían el whasap
- tienes razón, pero es que está de rara con el móvil... Lo extraño es que no se lo haya
llevado al baño - dijo riendo, haciendo reír a los demás también, y haciendo que Javier
se tranquilizara un poco más mientras Marga aparecía por la puerta de la cocina, aún
con cara de excitación y miedo.
- ¿Me he perdido algo? - preguntó al verles a todos sonreír, incluido Javier, que parecía
haber visto a un ángel
- te han mandado un whasap pero no he podido abrirlo. ¿Cuál es tu contraseña?
- a ti te lo voy a decir...
- ¿ves? - preguntó a Esther - ¿ves como está rara con el móvil?
- querido - dijo Esther, bebiendo de su vino - yo tampoco le digo mi contraseña a Javier.
El móvil es mío, no de él
- pero eso es porque tenéis algo que esconder - dijo Carlos
- o vosotros algo que descubrir
- ¿qué quieres decir? - preguntó Javier a su esposa
- pues que estáis inseguros... Siempre pensando que os seamos infieles
- pues claro - dijo Carlos - un marido debería de sospechar de su esposa si ve algo raro
- ¿algo raro? - preguntó Marga - ¿ves algo raro en mí?
- sí... No sé... últimamente siempre estás con el móvil. Hasta por la madrugada te veo
con él
- ¿sospechas de Sor Margarita? - preguntó riendo Esther
- ¿Sor Margarita? - preguntó Javier
- sí - dijo ella, guiñando a su amiga - querido, este mujerón que ves aquí es asexual. No
le gusta el sexo. Podría estar toda su vida sin él ¿verdad, querida?
- no me lo creo - dijo él, sonriendo maliciosamente - ¿es eso verdad Carlos?
- es que este es otro igual. Son tal para cual
- ¿y tú qué sabrás? - preguntó Carlos sonrojado
- ¿que qué sé yo? - volvió a reír - no olvides que soy su mejor amiga, y que salí
contigo...
- eres una cerda - dijo Carlos riendo - no tienes remedio
- sí, eres una cerda - dijo Marga, riendo también
- cuidado con lo que decís delante de Javier... No vaya a ser que lo utilice después para
su trabajo
- sí, mejor tener cuidado - dijo Carlos - por cierto, ¿qué estás haciendo ahora?
- ahhh - se encogió de hombros - no lo puedo decir
- ¿será cretino? - dijo su mujer - ni siquiera a mí me lo cuenta. Es top secret
- ¿no sabes nada? - preguntó Marga - algo sabrás...
- nada de nada. No me dice ni mú. Ya sabéis como es para eso
- pues no lo entiendo. No hay nada como compartir lo que te gusta con tus amigos ¿no
creéis? - preguntó Carlos
- sí - dijeron las dos
- estoy de acuerdo. Lo mejor es compartir todo con los amigos ¿verdad Marga? -
preguntó Javier, acercando de nuevo su mano bajo la mesa al muslo de Marga
Y Marga se sonrojó.
Carlos y Esther volvían a su discusión, y ella... Ella decidió no discutir y abrió sus
piernas mientras en la radio sonaba esa canción extraña que tanto le gustaba. Ella la
tarareó mientras la mano de Javier...
"siempre quise entrar a oscuras en tu habitación..."
- Diooooooos
ESA COCINA DEL INFIERNO
La última semana había sido, sin duda alguna, la más plena y placentera de su inminente
y prohibida relación. Se vieron casi a diario, y en más de una ocasión. Por primera vez
desde que empezó a trabajar en esa empresa Marga había sido capaz de mentir y hacerse
pasar por enferma para no acudir a su puesto y pasar toda la mañana en brazos de ese
hombre que la estaba haciendo volver loca. Incluso por las tardes, con cualquier excusa,
se veían y hacían el amor una y otra vez, sin importarles nada, ni nadie, que no fueran
ellos mismos.
Que Carlos y Esther estuvieran fuera de la ciudad esa semana ayudó, sin duda, para que
Marga aparcara sus miedos. La noche en la cocina había despertado todas las mariposas
de su estómago, y todos los días, a cualquier hora, recordaba las manos de Javier
explorando en su cuerpo bajo esa mesa, delante de Carlos y de Esther. Nunca Marga
había hecho algo así, ni siquiera haciéndolo era capaz de creer que estuviera haciéndolo,
pero sentir la mano de ese hombre entre sus piernas dibujó un panel de colores y
placeres que ni siquiera supiera que pudiera existir… Por eso no podía renunciar a él, y
a todo eso que le regalaba.
Por las mañanas, al despertar, y estar sola en esa cama, pensaba en esa mesa y en lo que
allí pasó. Había veces que hasta se levantaba, y se sentaba en ella, y cerraba los ojos. No
transcurrían ni cinco segundos cuando su propia mano se convertía en la de Javier, y
juntos, viajaban de nuevo al país de las tentaciones inabordables. En la ducha, en el
coche, en el trabajo, en la compra… En todos lados donde estuviera aparecía siempre la
imagen de Javier, y, con él, su mano, avanzando lentamente por sus muslos, pellizcando
con suavidad, juntando las yemas de sus dedos sobre un trozo de piel estirada, buscando
trocitos de vello escondidos. Con los ojos cerrados podía sentir todo, hacer que se
repitiera una y otra vez, y cada vez que eso pasaba la sensación de placer era más y más
grande… Podía recordar cómo su dedo – aún no se explicaba cómo podía hacerlo sin
que nadie se diera cuenta – apartaba el elástico de la braga apretada a sus ingles
candentes, cómo avanzaba lentamente, como una serpiente, hasta llegar a los rizos
donde tanto le gustaba jugar antes del abordaje al barco del tesoro.
Ella, con los ojos abiertos, mirando en todo momento a Carlos y a Esther, era incapaz de
sostener los suspiros que nacían en su interior. Apoyando los codos en la mesa, y
juntando sus manos frente a su boca mordía uno de sus dientes, disimulando, e
intentando evitar que el volcán de lava que era su boca escupiera todo el fuego que allí
dentro tanto quemaba.
Ese hombre jugaba con ella, en silencio, incluso bebiendo vino, incluso asintiendo ante
los comentarios de los otros dos, y nadie era capaz de descubrirle…
Sentir sus dedos excavando en la tierra de su lozanía hizo que Marga se volviera loca de
placer. Esa sensación no la había sentido nunca, y fue tan intensa que llegó a sentir ese
glorioso final ansiado en no menos de tres ocasiones… Marga no era una mujer, ni una
niña… Marga era, en ese momento, una perra en celo.
Primero un orgasmo, luego otro, y finalmente un tercero mientras los otros dos discutían
sobre IVA. No podía creerlo, pero deseó bajar al suelo, colocarse bajo la mesa,
desabrochar el pantalón de su amante, y devolverle todos y cada uno de los gozos
recibidos. Tanto lo pensó que incluso llegó a tirar un tenedor al suelo para hacerlo, pero
no fue capaz.
Marga, ¿es que te has vuelto loca? – pensó, recogiendo el tenedor del suelo y mirando el
pantalón de ese hombre que tan loca la estaba volviendo.
Carlos y Esther se fueron al salón y Javier se quedó ayudando a recoger la cocina a
Marga. Ella aún podía notar el bulto que se dibujaba en su pantalón, bajo la camiseta, y
la excitación seguía allí, en su cuerpo, después de tres orgasmos consecutivos. Javier
recogía las copas, y ella tiraba los restos al fregadero, apoyada, intentando provocarle
con pequeños movimientos de culo que él no parecía percibir, o eso creía ella.
Javier, acercándose a la puerta, observó que Carlos y Esther estaban sentados en el sofá,
observando unos libros de viaje, y Javier aprovechó para acercarse por detrás de Marga,
apretarse contra ella, y cogiendo con fuerza sus pechos.
-¿qué haces? – preguntó en silencio Marga, asustadísima – eso sí que no
- ya… tranquila – dijo él, frotándose contra ella y cogiéndola por el cuello para besarla
apasionadamente. Después, pellizcó su culo y se fue al salón. Y ella se quedó muerta
frente al fregadero.
Tanto placer fue el que hizo que ambos se olvidaran de todo y que dieran rienda suelta a
su pasión, fuera la hora que fuera, y estuvieran donde estuvieran.
LA CASA RURAL
Y tras esa intensísima semana, una nueva sorpresa les estaba esperando. Esther les
invitaba a pasar el puente en esa casa rural de Álora, un lugar que a todos encantaba y
donde solían ir muy a menudo. Ir no fue una gran idea. Al menos a priori. Los dos lo
supieron enseguida, pero no pudieron hacer nada. La casa la había conseguido Esther,
por medio de una compañera de trabajo, y no pensaba dejar escapar la oportunidad.
- ¿Una casa rural de lujo, a coste cero?... cariño, no podemos decir que no. Además, será
el regalo ideal para Carlos y Marga por su aniversario de boda. ¿Qué te parece?
- si supieras el regalo que les he hecho yo… - pensaba Javier, en silencio, claro.
A Javier le daba miedo ese fin de semana. Su pasión había sobrepasado los límites
establecidos por la cordura, y hasta ella, que era quien los mantenía a raya, había sido
seducida por unos placeres ante los que no sabía reaccionar. Podía decirse que la
literatura de nueva generación había entrado en sus vidas de forma repentina. Se
mandaban un mensaje cada diez minutos. Un email cada vez que encendían el
ordenador, y una llamada cada vez que sabían que el otro estaba a solas. A pesar de
apetecerle a ambos volver a verse, también sabían de lo peligroso que podría ser estar
tan cerca el uno del otro. Las mieles habían sido ya saboreadas. Lejos de lo que
pensaban lo fácil ya había sido hecho. Ahora quedaba por pasar lo peor… ¿Cómo hacer
para frenar esa cascada de pasión que recorría sus cuerpos solo con pensar en el otro?.
Además, si la primera vez había sido mucho más placentera de lo imaginado… la
segunda, la tercera, y las siguientes la habían superado con creces.
Toda la noche anterior al viaje la habían pasado ambos sin dormir, dando vueltas a una
cama que compartían con alguien a quien querían, pero a quien, de repente, habían
dejado de desear.
No podían dormir sabiendo que pasarían cuatro días juntos en una casa abandonada por
el campo. Ambos sabían – y ese era su temor – que siempre encontrarían un hueco para
quedarse a solas. Y entonces… ¿cómo reaccionarían?... ¿Serían capaces de contener un
deseo que les cegaba hasta cuando no estaban cerca el uno del otro?.
A las diez de la mañana – siempre puntuales – Carlos y Marga pasaron por casa de
Esther y Javier. Su coche, aparte de más nuevo, era más grande y cómodo. Carlos y
Javier iban en el asiento delantero. Marga y Esther cuchicheaban detrás, en voz baja,
como intentando no hacerse escuchar.
Esther le contaba a Marga el juego de flirteos que mantenía desde hacía unas semanas
con un joven becario de su empresa.
- Es un auténtico quesito – le decía sonriéndole, y pellizcándole - ¿quieres que te lo
presente?
- estás loca – le decía Marga, sonrojada
- ay, hija… ¡qué falta te hace un buen revolcón! Se te quitaría esa cara mustia que tienes
últimamente – le dijo al oído, riendo, mientras los dos hombres hablaban del último
partido del Madrid en Champions.
- es que el Manchester es mucho Manchester
Javier y Marga – no podían evitarlo ya - estuvieron comunicándose a través del espejo
retrovisor durante las dos horas de viaje. Javier, a escondidas de todos, ocultando su
móvil entre sus piernas escribió un mensaje que envió sin pensar. El móvil de Marga
sonó con esos dos pitidos alargados y estridentes con los que avisaba de un nuevo
whasap.
- ¡Jo Marga! – gritó Carlos – prometiste que no habría trabajo este puente
- lo siento – dijo avergonzada – pero ahora estamos muy liados con el nuevo proyecto.
Javier
En línea
Qué guapa estás. Te amo, te amo, te amo - leyó sobre la pantalla azul.
¿Borrar conversación?. Aceptar.
- Esta María es un caso… Mira que le he dicho que no quiero saber nada de la oficina
- ¿qué dice la pesada esa? – preguntó Carlos – no puedo con ella
- quiere que la llame luego. Le voy a mandar un mensaje y ya está.
Mirándole de nuevo al espejo le sonrió nerviosamente mientras Javier aprovechaba para
poner su móvil en silencio, y no despertar dudas así.
- Tú sí que estás guapo – pensó mientras sabía que apremiaba salvaguardar la distancia
y emerger solitaria la flor de una tarde que volvía a mente segundo a segundo. En
realidad no podía dejar de pensar en ello… en esos cuerpos unidos ya para siempre.
Mirando por la ventanilla del coche, necesitó aire para respirar. El viento revoloteó su
cabello, y el del resto de los pasajeros.
- ¡Cierra esa ventana o volaremos todos! – gritó Esther.
Perdiendo de nuevo la vista en esos campos verdes y amarillos, bañados por un sol
justiciero, se sintió enjaulada bajo una sombra que le cobijaba entre los susurros de
pájaros de vuelo bajo que evitaban, con maestría, el coche que les separaba. Tuvo que
cerrar los ojos para no llorar, y en sus sueños Javier dolía más, y en la lejanía del
espacio continuaba rodando la rueda de la esperanza, esa a la que temía porque su girar
atropellaba a Carlos, a Esther, a Javier… y a ella misma.. Pero Javier seguía con su
peligroso juego. No dejaba de mirarla a través del espejo retrovisor, e incluso lo dirigió
para poder ver sus preciosas piernas, semidesnudas gracias a esa minifalda que llevaba,
y que tanto le gustaba. Por eso se la puso ella. Un minuto después Javier recibió el
latigazo del vibrador en su muslo. Disimulando, abre el móvil.
- ¿Ya son las once y media? – preguntó, disimulando y mirando la pantalla, haciendo
creer que mira la hora.
- Estás loco – leyó emocionado - No me hagas esto que estoy atacada. Estoy a mil por
hora, y me va a dar algo. Yo también te amo.
Una sonrisa cómplice a través del espejo. Ella tuvo que apartar la mirada rápidamente.
Era tan fuerte la atracción y el deseo que le provocaba su sonrisa que tenía que luchar
con todas sus fuerzas – y alguna más - para no sellar esa boca con la suya.
Había veces que pensaba que llegaba a hacerlo delante de Carlos y Esther.
¿Lo peor? ¿lo que más le asustaba?. Pues precisamente que ya parecía empezar a no
darle tanto miedo lo que estaba pasando entre ellos. Era curioso, pero desde su primer
encuentro todo había cambiado. Todo había dejado ya de ser sucio, casi rastrero. Ya no
se sentía tan mal consigo misma. Ya no creía estar engañando a su marido y a su amiga.
¡Todo lo contrario!.
Ahora creía estar haciéndoles un favor, y casi se sentía más amiga, incluso más esposa.
Ella estaría dispuesta a renunciar a todo, a amarle en silencio, solo por no hacerles
daño… Por dejar que ellos no sufrieran. Los miedos y las prisas se han detenido ya.
Viajando por un extraño paraje empezó incluso a sentirse parte de él. El sol estaba a
punto de largarse por detrás las montañas aún blancas, dejando luminosidades colgadas
de unos árboles vigorosos, altos y frondosos. Ella volaba con ese sol, y no se quemaba.
Volando por entre pocas nubes blancas sintió que el dominio de su vida ya no le
pertenecía. Era entonces él el único dueño de sus designios. Y no supo si quería que
fuera realmente así. No debe ser bueno pertenecer a alguien a quien tienes que pagar las
sensaciones alegres que te acompañan – pensó. Cansada de volar se sentó sobre el
cristal de una roca, bajo una cornisa de nidos, abandonada con la inmensidad por
delante… Fue de nuevo el sonido del móvil quien le hizo volver a ese vehículo donde
empezaba a faltar el aire que respirar.
- ¿Qué piensas? Daría lo que fuera por entrar en tu mente ahora mismo. En tu mente y en tu cuerpo.
¿Borrar sms?. Aceptar.
- Pienso que… te amo. Más de lo que quisiera – escribió rápidamente.
¿Enviar sms?. Aceptar.
Nerviosa, como pocas veces, encendió un nuevo cigarro. Se colocó las gafas de sol y
lloró, ocultándose de todos, mientras miraba a ese bello hombre que la había alejado de
su felicidad para llevarla a otra más intensa, más física… y más peligrosa.
Desde su cómodo asiento, mirando por la ventanilla, dejó que sus ojos se posaran con
cariño sobre aquellos viejos y erosionados montes de cimas redondeadas que siempre
habían estado allí, partícipes de un paisaje que empezaba a envolverla y hacerle sentir
extraña.
Extraña, sí. Extraña porque observaba como paralelamente se alejaban, perdiéndose en
otros confines de mundos imaginarios y venerados, todos esos miedos que antes la
acechaban.
Sus miedos – y eso era lo que le aterraba – se estaban convirtiendo en placeres contra
los que ya no quería luchar, y a los que ya no quería vencer.
- Por fin hemos llegado – dijo Carlos
- ¿es esa la casa? – preguntó Esther, mirando esa vieja y lujosa casa de piedra,
anquilosada entre rocas y árboles
- es preciosa… Un nidito de amor – dijo Carlos, soltando el volante y estirando sus
brazos, golpeando contra el techo del coche
- mejor no… mejor no
- ¿Qué dices Marga?
- nada… no digo nada – dijo cabizbaja, mirando de reojo a Javier mientras temía porque
sabía que allí iba a ser muy difícil contener tanto deseo.
Cuidado Marga – pensó sintiendo placer solo al recibir la mirada de su amante - el
peligro acecha. Tarde o temprano nos descubrirán. Y tiene que dejar ese juego antes de
que sea demasiado tarde. Pero…¿es eso lo que quiere?.
Ella sabía mejor que nadie que eso que estaban haciendo estaba mal… muy mal. Tanto
placer y dolor tenía que ser el salvoconducto para la entrada directa a ese infierno que
ella temía desde que leyó a Dante en el verano de segundo de carrera. En esa casa
estaban celebrando su próximo décimo aniversario de bodas, y hasta allí habían acudido
en compañía de algunos amigos.
Ella, que siempre había sido muy despistada para las fechas – había llegado a olvidar
hasta su propio cumpleaños – no sabía nada. Habían ocupado tres casas, unidas en una
misma finca, con dos habitaciones cada una. En una de ellas, la más grande, dormían las
compañeras de oficina de Marga con sus maridos. En total eran seis personas. Sin niños.
En la otra unos amigos de Carlos y un primo de este con su esposo. Otros seis. La más
lujosa y pequeña era para ellos y para sus grandes amigos, Esther y Javier. Durante todo
el día, después del largo y sensual viaje, se habían esquivado todo y cuanto pudieron.
Frente a frente, claro. A escondidas, siempre a través de las rendijas de la persiana
bajada de la ventana del baño, ambos se habían espiado en algún momento del día. Y el
otro siempre lo supo… al menos lo presintió.
Marga seguía ajena a todo. A todos les parecía increíble que no se diera cuenta de nada,
pero así era ella. Era esa misma noche cuando todos le prepararían la fiesta sorpresa, y
ella seguía sin sospechar nada.
A media mañana encendieron la barbacoa y empezaron a comer y a beber cervezas
congeladas. La amplia terraza situada entre las tres casas invitaba a tomar el sol. Y así lo
hicieron ellas.
Ellos, mientras tanto, daban cuenta de las cervezas, charlando de fútbol, de trabajo, y
mirando de reojo a esas mujeres tan bellas, medio desnudas. De todas, sin duda alguna,
la más hermosa era Marga. Por eso sufría Javier. Tenía que luchar lo indecible para no
mirarla descaradamente e intentar ocultar un deseo más que visible. Ella, escondida
entre una nube de gente que, en el centro de la amplísima terraza, se apiñaban en torno a
la comida, huía constantemente de él y de todo lo que ya representaba para ella. Y huía
del deseo que aceleraba y desaceleraba el paso de su corazón, pero no podía vencerle.
Tampoco parecía querer hacerlo porque ya había entrado en ese peligroso juego que tan
bien la hacía sentir, y que tanto la excitaba. Lo peor de todo era, como siempre, él
mismo. Él, tan inalcanzable para ella, iba sorteando hábilmente los molestos invitados
que, extrañamente, estaban muy preocupados por ella. Allí había algo extraño, pero ella
no conseguía descifrar qué era. Su miedo le hizo pensar si no estarían sospechando
todos algo… ¡No podía ser!. Él, como siempre hacía, les regalaba a todos un sonrisa
dulce y educada… esa sonrisa que le pertenecía… esa sonrisa que había robado a su
amiga del alma.
Ya era por la tarde, y el sol empezaba a perder parte de su fuerza. Todos se miraban
nerviosos, y eso la ponía muy nerviosa. De repente sintió que su secreto ya no era tal.
No era solo Carlos el que actuaba de forma extraña y distante. También Esther, su
íntima amiga, y la mayoría de todos los que allí estaban. Tenían que preparar la sorpresa
para Marga… y tenían que alejarla de allí. Carlos y Esther pidieron a Javier que fuera a
comprar tabaco al pueblo.
Aún no había montado en el coche cuando Esther le pidió a Marga que le acompañara.
Marga, un tanto asustada, se negó.
- Venga mujer – le dijo su amiga – acompáñale, que este es capaz de perderse
- ¿y por qué tengo que ir yo? – preguntó visiblemente sonrojada mientras Javier la
miraba receloso desde el coche
- porque lo digo yo, tonta – le decía Esther, arrastrándola literalmente hasta el coche.
En silencio hicieron los seis kilómetros que les separaban del pueblo. Ninguno dijo
nada, pero las feromonas hablaban por ellos. Javier bajó del coche. Ella no quiso
hacerlo, y prefirió observarle mientras entraba en ese viejo bar de carretera. Ese día
estaba más guapo que nunca – pensó mirándole el trasero a través de ese vaquero
pegado y esa camisa de cuadros, sacada por fuera.
Cuando volvió al coche, cargado de paquetes de tabaco, volvieron a guardar silencio.
Era curioso pero a pesar de que ya se habían encontrado dos veces a solas, haciendo
cosas que nadie más les había hecho, contándose cosas que jamás imaginaron poder
decir, aún seguían con miedo, y sin saber qué decir. La tensión era el tercer ocupante del
vehículo. Por suerte el teléfono de Javier rompió el tenso silencio.
- Tienes que esperar más. No vuelvas aún que esto no está preparado – le dijo Esther
- ¿y qué hago? – preguntó nervioso
- no sé… llévatela a dar un paseo por ahí.
Javier, tembloroso como nunca, detuvo el coche en un lado del polvoriento camino.
- ¿Por qué paras? – preguntó ella más nerviosa y asustada aún que él– estarán
esperándonos
- tranquila. No va a pasar nada. Tengo que entretenerte
- ¿cómo? – preguntó contrariada
- que tengo órdenes de entretenerte un ratito
- ya… y te lo han dicho Carlos y Esther ¿no?
- efectivamente – dijo encendiendo un cigarro – quieren darte una sorpresa
- ¿una sorpresa?... ¿a mí?
- sí… ¿no te suena nada esta fecha?
- pues no
- ¿no es tu aniversario?
- pues no. Es el 21 – dijo muy seria
- bueno, pues te están preparando una fiesta sorpresa por tu aniversario y tu cumpleaños
- ¡joder! – gritó histérica, pero algo más tranquila - con razón han venido todos…
- no es la primera vez que se te olvida ¿no?
- no, la verdad es que no. Siempre fui muy mala para estas cosas. Y no le he comprado
nada a Carlos. Me siento fatal…
- tranquila. Esther te ha comprado el regalo. Ya sabes que está en todo…
- sí – dijo más tranquila
- Quiero besarte
- ¿qué? – preguntó sonriendo nerviosa - ¿qué has dicho?
- que me muero por besarte – le dijo muy serio, volviéndose hacia ella y perdiendo todo
el miedo
- estás loco. Nos pueden ver
- ¿quién? Están todos en la casa preparando la fiesta. Aquí solo estamos tú y yo, y, por
cierto, estás preciosa – le dijo pasando su mano por su rodilla desnuda
- Javier, por favor… no empieces – dijo temblorosa, incapaz de ocultar su excitación
- ¿que no empiece… qué? Tú me deseas tanto como yo
- o más – dijo ella sin ser consciente de estar diciéndolo en voz alta
- deja que te bese, por favor – dijo acercando su cara peligrosamente. Ella le miraba
muy seria. Quería apartarse, alejarse de allí, pero ese hombre ya había echado sus redes
- Javier, por favor… hoy no… aquí no…
- aquí sí. Tú me perteneces. Ya lo sabes – le dijo posando los labios en su cuello
mientras su mano pellizcaba ya sus muslos – y yo te pertenezco a ti. Para siempre
- Javier… - fue lo último que dijo antes de verse, casi desnuda, con él en su interior, y
presa de un nuevo placer aún más intenso que el recibido la última vez que estuvo con
él.
El sonido del teléfono hizo que Marga se sobresaltara. Increíblemente estaban en el
asiento de atrás, besándose, tocándose, y no recordaba el momento de haber llegado
hasta allí.
Javier cogió el teléfono, jadeando.
- Ya vamos cariño – dijo mientras Marga salía del coche, se adecentaba la ropa, y
lloraba.
- Vámonos – dijo subiéndose en el asiento del copiloto
- Marga…
- vámonos, por favor – dijo llorando – estoy empezando a volverme loca. Tenemos que
acabar con todo esto…
El coche siguió avanzando. Javier encendió un nuevo cigarro. Ella se lo quitó de los
labios y fumó como si fuera el último cigarro de su vida. Miraba al cielo azul. Miraba el
monte y vio la casa a lo lejos. Volvió a llorar.
Llegaron a la casa y Esther les recibió antes de abrir la verja. Abriendo la puerta le dijo
a Marga que no se asustara. Le puso una venda en los ojos.
- ¿Qué haces loca? – preguntó Marga, aún temblorosa y compungida
- déjate llevar, querida – le dijo Esther, cerrando la puerta.
El coche siguió avanzando lentamente. Volvían a estar a solas, y, sin saber porqué,
sintió un miedo terrorífico. A oscuras se puso más nerviosa aún. Escuchaba cuchicheos
que penetraban a través de la ventanilla abierta. El equipo de música sonaba. La canción
aún no había empezado, pero podía oír el zumbido de los altavoces a la espera de la
canción.
Una mano se posó en su rodilla desnuda. Era la suya, la de Javier. La apartó
rápidamente mientras escuchaba un seco “tranquilízate”. Al abrirse la puerta le hicieron
bajar del coche. Todo estaba a oscuras, aunque a través del pañuelo penetrara el destello
del sol.
De pronto sonó una canción muy conocida. La emoción se mezcló con el temor y la
culpa.
“Eye in the Sky” de Alan Parsons, la canción del día de su boda… y de su vida.
Unas manos nerviosas le quitaron el pañuelo con una delicadeza tan reconocida que se
sintió mejor. Entre ella y el brillante sol una sombra. Era la cara de Carlos que le
sonreía emocionado
- Feliz aniversario, querida – le dijo besándole los labios suavemente
- ¡Feliz aniversario! – gritaron todos.
Ella lloró. Para todos fue algo normal. Ella era muy emotiva. Nadie sabía el verdadero
motivo, por suerte.
De pronto sintió que se ahogaba. El sol golpeó con fuerza su cabeza. Vio a Javier
alejarse hacia las bebidas…
- Carlos…
- ¿sí, querida?...
Ante la sorpresa de todos, Marga se desmayó.
SOÑAR DESPIERTA
Por suerte el mareo se pasó rápidamente, y nadie hizo caso. Ni ella misma llegó a pensar
que pudiera deberse a un posible embarazo, sino que se debería al estrés de tanto trabajo
y tanto miedo y excitación. Marga llevaba un mes que no dormía apenas, que no
descansaba, y había hecho el amor más veces que en los casi veinte años que ya habían
pasado de su despertar sexual. Desde aquella partida de ajedrez su cuerpo estaba
siempre en movimiento, siempre excitado, y tanto frenesí tenía que pasar factura… Por
suerte, no volvió a marearse. Todo estaba organizado ya. La barbacoa funcionando,
todos con sus cervezas y vinos en las manos, y con ganas de pasarlo bien. Javier estaba
terriblemente guapo con esa camiseta apretada y ese vaquero roto, apretado a sus
preciosas piernas… La excitación continuaba. Ella iba vestida con un fino vestido de
rayas que dejaban ver sus preciosas piernas y parte de su escote. Javier no podía dejar
de mirarla. Ese vestido se lo había puesto precisamente para él, porque sabía que a él le
encantaba. Ella nunca lo supo, y en ese día compartido con tantos otros, tampoco quiso
hacerlo, pero ya antes – en realidad, mucho antes - habían hecho el amor miles de veces.
Sí, miles. No exageraba un ápice - pensaba mientras observaba su preciosa cara y ese
cuerpo casi demoníaco. Allí, entre todos pensaba que cada vez que la había visto, casi
desde que lo conoció, había hecho el amor con ella, siempre a través de sus propios
ojos, siempre recibiendo solo sus palabras, sin caricias que escaparan de esos dedos
mágicos, sin besos que no estuvieran dibujados más que en el aire, y siempre mirándola
en silencio, como solo sabe hacer un amigo, y como solo sabe disimular una mujer.
Mirándola así, mientras ella bebía en compañía de los demás tuvo que reconocerlo... Él
nunca supo disimularlo.
Aun así siempre creyó que nadie sabía nada, aunque algunos pudieran llegar a
imaginarlo, incluida ella, pero ese día tan señalado estaban haciendo el amor delante de
la multitud, rodeados de ellos, sin importarles ya nada que no fueran ellos dos. Tampoco
podía siquiera imaginar los sentimientos que despertaron siempre en él cuando le
miraba, aunque se mostrara distante, aunque ni siquiera le hablara. En realidad a él eso
le daba ya igual, porque ella, aunque se empeñara en lo contrario, allí era suya, y de
nadie más. Cada vez que él hablaba lo hacía solo para ella, aunque fueran los demás
quienes recibieran sus miradas. Y siempre que se cruzaba con la suya, ella se la
escondía, la mostraba esquiva, hasta que, por fin, en medio de una discusión sin
importancia la encontró en medio del aire que respiraban, y ya no la soltó.Y en un
momento en que le buscó con la mirada, sin importarle los demás, ni su propio rubor al
recibir su mirada – el vino ya había hecho su trabajo – pudo hablarle… Incluso
bromearle. Discutían sobre música cuando Eshter sacó su móvil y les puso a todos su
canción y su grupo favorito.
- Dejaros de rock, de blues, y de mierda… Nada como los Depeche… "I feel... you"
¡Guauuuuu
Fue allí, en esa terraza de viejo suelo de pizarra, al mirarse directamente a los ojos,
cuando pudo ver toda su excitación grabada en sus pupilas. Allí, en la redondez de las
esferas donde se proyectaba su propia imagen pudo verlos juntos al fin. Después
siguieron mirándose. Era la primera vez que ella también se atrevía a soportar el peso de
su mirada, y entonces sintió esa extraña y violenta explosión en todo el cuerpo que le
hacía desearla violentamente. Tiembla todo su ser cuando está ya a su lado, como esa
nao a punto de hundirse en medio de la tormenta caótica. Después, al recibir por fin su
mirada tibia, esa que se queda mirando su alma a través de sus ojos – eso solo sabe
hacerlo él aunque creía que ni se da cuenta de ello - se desmorona su propia vida,
desaparece su yo, e imagina que su boca recorre cada hueco de su cuerpo, que sus
manos se deslizan por entre los demás hasta llegar a él sin que nadie las perciba, y
entonces siente su tacto sobre su cuerpo y tiene que callar y sufrir. Son sus manos
multitud de serpientes que viajan por el cuerpo de los demás hasta acercarse a él y
posarse lentamente, enroscándose con dulzura, paseando sin miedo y con hambre,
siseando sobre la piel ya mojada, haciéndola erizar, y abriendo todos los poros hasta
límites insospechados que comienzan a verter chorros de amor en estado líquido. En
esos momentos él no puede hablar, desaparecen las palabras cogidas de la mano de la
cordura, y solo escucha, pero no a quien habla, sino a su alma, unida ya a la de él. Y sus
manos comienzan a acariciar sus tobillos. ¿Acaso nadie más que él puede verlo? - se
pregunta asustado, emocionado y excitado - ¿acaso nadie se da cuenta de que sus dedos
ya están subiendo por sus rodillas, dejándole un rastro de calor que ya nunca se irá de
ahí? ¿Acaso no se fijan que su mirada ya no es mirada, sino una fuente alcalina repleta
de placeres y orgasmos primigenios que él está haciendo suyos y compartiendo? ¿Qué
está pasando? ¿Acaso estáis todos ciegos? Y, de pronto, el lugar de celebración donde
están se convierte en un horno capaz de amasar sus cuerpos y hacerlo uno, sintiéndolo
tan adentro de él que casi le ahoga, robándole una respiración que para nada necesita.
Su largo pelo negro, su cara de ángel malvado, sus ojos de niña caprichosa, y esos
labios repletos de jugo están ya frente a él.
A ella le pasa lo mismo. Ella no deja de mirarle, de desearle, y de tratar de decirle que
están haciendo el amor delante de todos.
¿Cuántos somos aquí? – se pregunta, embriagada y perdida - ¿diez, doce... trece
personas…? ¡Yo no veo a nadie! ¿Pero es que nadie está viendo que sus manos ya están
hundidas en la arena movediza de mis muslos? - vuelve a preguntarse - Y no quiero
sacarlas, ni él quiere salvarlas, sino seguir hundiéndolas, enfangándolas, hasta llegar a lo
más profundo de mi ser, que no tarda en hacerse también suyo. Y allí, sumergida en el
pantano de su ser, él se recuesta sobre sus algas verdes y vivas, sedosas y volátiles, con
las ramas de esas flores estivales que no cesan en su empeño de hacerle todo más bello e
impregnado de aromas, mientras bucea por entre aguas turbias y calientes, no
estancadas, y repletas de vida que él mismo está creando.
El placer es inimaginable al sentirle nadando dentro de ella, al sentirle vivo, colérico, en
su interior, necesitado de ella, y él bucea tranquilo, sabedor de que allí adentro no son
necesarios sus pulmones, ni siquiera su corazón ¿Acaso no veis que ya no tengo ropa? -
se pregunta ella, mordiendo el cristal de la copa de vino que ahora es saliva - ¿Pero es
que nadie ve cómo me ha despojado de mi ropa interior y cómo se la lleva para no
devolvérmela? ¿No me veis desnuda? ¿Dónde estáis? ¿Hay alguien despierto...? ¡Pues
que se vaya! Ella está desorientada, deseosa, y nada podría hacerle detener ese impulso
carnal que ya es fiesta y fuego
- ¿Acaso soy yo la única capaz de verme así, tan desnuda como cuando estoy a solas
frente a ese espejo donde no me gusta verme en esas mañanas que despierto sin él a mi
lado. Pero hoy es diferente… Hoy, ese espejo sí me muestra al fin esa YO que siempre
quiero ver, pero que nunca me muestra. Y él también me ve así, y me disfruta en
silencio, quedándose cada una de las prendas que me roba, y guardándolas en los
bolsillos de su nada.
Y los dos amantes vuelven a mirarse. Él está desnudo, completamente desnudo, y se
levanta, acercándose a ella, sin moverse, aún sentado en esa silla… ¿Y los demás?
¿Nadie va a decir nada? ¿Nadie?... ¿Quién?... ¿Dónde han ido todos? Pero… ¿Acaso
quiero realmente que volváis?
Es entonces, después de abrir y cerrar los ojos para comprobar que esto que les pasa
no es un sueño, cuando vuelve a mirar hacia él y descubre que también se ha ido... Con
los demás, dejándola sola, dejándola necesitada.
¿Dónde estás? – pregunta enturbiada y asustada, buscándole en su silla de donde ya se
ha levantado. Y entonces vuelve a ver a todos, que hablan, que ríen, y que la ignoran. Él
se ha ido. Ya no está, pero ella sigue desnuda… Él se ha llevado su ropa, su cuerpo, y
solo ha dejado allí su alma.
¡No! no se ha ido - piensa de nuevo, cerrando los ojos otra vez, y dejándose se llevar por
la algarabía de su interior - él está aquí, detrás de mí, sentado en la misma silla, uniendo
su cuerpo al mío, y regalándome unos abrazos que nada tienen que ver con el amor de
los cuentos, ni con ese maravilloso que me conforta a diario en esa casa donde me gusta
vivir. Sus brazos la rodean, y sus dedos vuelven a cobrar vida, deslizándose por
suvientre como si fueran lombrices en busca de su cálida guarida. Se convierte entonces
su vientre en un campo de batalla donde descansan los cadáveres bellos de aquellos
amantes que un día lucharon en nombre de su amor, y donde las raíces de sus dedos,
cómo árboles, quieren penetrar para perpetrarse allí eternamente. En su suave
desplazamiento nota como su piel se eriza, enfriando todo el calor que hay en su interior
en la búsqueda de una salida, y sus labios van dibujando besos alcalinos sobre su cuello
y espalda que ya se ha convertido en el lienzo blanco que espera la pintura que le de
vida y color. Su boca sigue respirándole, robándole restos de pieles invisibles mientras
sus dedos ya están aliviando el dolor de unos pechos que nunca estuvieron tan
despiertos. Sus senos adormecidos despiertan, y se convierten en fuentes de maná de las
que él no tardará en alimentarse. Es su boca en su piel un órgano vivo, carnal y bañado
en frutas silvestres, con pliegues sinuosos que se someten la piel, sin llegar a mostrarle
si lo que esconden es pureza, o simplemente infamia… Y deja de ver. Se queda ciega.
Sus cuerpos se unen. Su pecho se une a su espalda, su vientre también, y sus piernas se
convierten en la única silla que ya necesita. Cierra los ojos – que ya tampoco le sirven
de mucho - y sólo siente, a través de sus otros sentidos, casi siempre dormidos. Siente
cómo, por la espalda, su espada se adentra en su piel. Y no duele... ¿Cómo va a doler
sentir esa hoja caliente y seráfica, adentrándose en ella lentamente, con una suavidad
casi inhumana, mística, y cómo la piel se va abriendo, impávida, recibiendo el caliente
acero que va entrando más y más, hasta perderse en suvacío?
No duele, no. Perpetra placeres inimaginables, dejando dentro de ella serpientes de
simiente que van siseando al ritmo de su propia respiración mientras van recorriendo
huecos que tenía en su cuerpo y que van rellenando sin ella saber que antes estaban ahí.
¡Dios mío!... - llora sintiéndolo al mirarle - ¿Cómo pude decir alguna vez que no creía
en ti? Y las manos de él siguen en sus pechos, frotándolos a la espera del genio que ya
ha salido hace tiempo… Y aparecen otras manos – también suyas – y van dibujando
regueros de pólvora sobre su cuello, sobre su vientre, sobre sus ingles ardientes… Y
aparece, finalmente, un tercer par para adentrarse lentamente en la caldera de los
placeres donde enciende la mecha que nunca quiso encender, pero que ahora no puede
apagar.
Y ese reguero de pólvora que él ha ido dibujando sobre su cuerpo se enciende, y su
llama comienza a serpentear por las caderas, por el vientre, por el contorno de sus
pechos, por el cuello, y por la cara, adentrándose por todos sus orificios hasta llegar a lo
más hondo de su ser. Y allí… Explota.
Y nota de nuevo, dentro de sí, esa espada que va cortando suavemente restos de su
cuerpo que ni ella conocía pero que él le hace sentir, y casi ver. La reyerta de su interior
le dice que la batalla está ganada, aunque sea esa espada la que ha conseguido
someterla, la que se sienta poderosa y victoriosa. Y un tren repleto de vagones de
placeres recorre las vías de su cuerpo, a una velocidad desorbitada, a punto de
descarrilar en cada curva, a punto de caer de cada puente que cruza, hasta que descarrila
de pronto junto a sus vísceras, en el centro de su cuerpo, provocando una sonora y
colorida explosión que casi le hace caer de la silla mientras todos siguen ajenos a lo que
allí está sucediendo. El colorido de las llamas, y la onda expansiva no encuentran salida,
y se reparte violentamente por su interior – por todo su interior – llenándola de gozos
desconocidos que perpetran placeres intensos que nadie le podrá robar ya jamás.
Y es cuando cree que va a enloquecer con tanto gozo, cuando todos vuelven a rodearla,
cuando él ya no está detrás de ella, sino frente a ella, pero también aún dentro de ella.
Entonces, exhausta, y gritando placeres silenciosos disfrazados de orgasmo, cuando
repara en su mirada y piensa que siempre será suyo, aunque no lo sepa... Aunque nadie
lo sepa. Ni siquiera él.
XXX
LA FIESTA
Todos bebían, comían y bailaban en la amplia terraza de la casa rural mucho más
tranquilos después del susto. Por suerte, Marga se repuso rápidamente de su pequeño
mareo y todos lo habían olvidado. Demasiadas emociones y miedos para alguien como
ella en tan poco tiempo… Y, además, con tanta intensidad.
Era ya tarde, entrada la noche, y la fiesta ya empezaba a desvariar. Demasiada cerveza,
demasiado vino, demasiadas risas, y demasiadas miradas furtivas... Ella aún seguía con
el miedo recorriendo sus venas, y por eso se escondía por entre la nube de amigos que
compartían con ellos un día especial. Entre todos ellos intentaba alejarse de un
imposible, intentando no encontrarse con la perversa mirada de Javier. Aun así, ella le
buscaba por entre todos, y, ya muy de noche, no tardó en encontrarle. Javier, al
encontrarla tan cerca, sonrió, nervioso, quizás demasiado, e inconscientemente le guiñó
un ojo, sin importarle lo más mínimo que todos estuvieran allí. Ella cambió la dirección
de su mirada, totalmente aterrada por su sangre fría. Su corazón quería correr tanto que
casi no podía ocultarse bajo su pecho. Sentía que se le iba a parar en cualquier
momento.
¿Cómo podríamos hacer para contener toda esta pasión sin ser descubiertos? – se
preguntaba con el cuerpo aún embriagado por esos besos que se regalaron en el asiento
trasero del coche tan solo unas horas antes - ¿y cómo podrían hacer para saciar su sed?
La respuesta era tan obvia como imposible. La única solución sería haciendo el amor.
Pero ese no era el momento de pensar. Ese era un día especial en la vida de Carlos, y en
el suyo propio, y tenía que seguir siendo así. Ese día – al menos ese día – tenía que
dedicárselo entero a su marido, a ese hombre al que tanto quería, y al que tanto debía.
Así, intentando engañar a su propia mente, le buscó entre sus amigos que bebían y
reían, se acercó a él y le abrazó buscando sus labios. Tenía que olvidar a Javier, al
menos ese día. Intentándolo al menos creyó sentirse mejor consigo misma.
Allí, en esa casa caliente y desestabilizadora, tenía que empezar a poner fronteras, y esa
podría ser una importante. Tenía que hacer ver a Javier que ella siempre querría a
Carlos, a pesar de la pasión que él había despertado, a pesar de desearle como nunca
más desearía a nadie, incluso a pesar de ella misma y de todo lo que él ya representaba.
Además, lo que sentía era verdad, y no lo fingía. Ella quería mucho a Carlos, quizás
más que nunca. Quizás, en esos momentos le quería más precisamente por ese miedo
terrible a perderle, que empezaba a ser más fuerte cada día que pasaba.
Fue ahí, en esa casa rural, donde tenía a los dos frente a ella, cuando comprendió que se
puede querer a dos personas… que se puede amar a una, y querer a otra, que se puede
desear a una y seguir queriendo a la otra… ¿Cómo no comprenderlo?... ¿pero cómo
explicarlo? Y ¿quién lo podría entender si ni ella misma terminaba de llegar a creerlo?
A pesar de ser el día de su aniversario apenas si había cruzado dos palabras con Carlos,
unos besos, o unas caricias o abrazos. Y todo por culpa de Javier, de su atracción y de
su propio pudor o miedo a hacerle ver que no le amaba. Era algo inevitable… si Javier
estaba cerca ella no podía ser igual con Carlos. Era como traicionarle aún más. Pero ¿a
quién?... Quizás a ambos. Pero si uno de los dos no se merecía su desprecio ese fin de
semana ese era, sin duda alguna, el bueno de Carlos. Bailando uno de los temas de su
juventud, “Living on a prayer”, Carlos se acercó por detrás, la abrazó con demasiada
fuerza – solía pasarle cuando bebía - le besó el cuello limpiándolo de pelo, y le dijo al
oído lo mucho que la quería.
- Yo también te quiero – dijo ella, cogiendo su mano que se deslizaba por su vientre, y
apretando con fuerza mientras soportaba el peso de la mirada de Javier, en la distancia.
Los labios de Carlos, paseando por su cuello, consiguieron desatar ese nudo que tenía
en el estómago. Notó que su cuerpo se convulsionaba, y se apretó contra él.
- Carlos, pillín… ¿qué es lo que te pasa?
- ¿no te lo imaginas? – le dijo apretándose más contra ella,.
Su mente volvió a pelear contra dos sentimientos, que no eran para nada opuestos.
Mientras Carlos la abrazaba, la besaba y jugaba con ella, Marga buscaba a Javier y le
intentaba explicar que lo que hacía no era mas que su deber. Así estaba la pobre, perdida
entre un mar de marejadas que la llevaban de un lado a otro, viéndose incapaz de
controlar la dirección de su pequeño barco de cáscara de nuez. Casi por instinto le
dedicó una mirada lasciva, cargada de pasión, atravesando los cuerpos que les
separaban. Y acalló su culpa, y sus reproches. Se miraron fijamente por primera vez, y
ambos entendieron el mensaje.
Javier estaba despeinado, como a ella le gustaba. Su pelo no era muy largo, pero
siempre aparecía por detrás de su cogote, despeinado, sobresaliendo por sus hombros y
con esos rizos extraños y casi imperceptibles. Su flequillo caía sobre su frente, tapando
casi sus ojos, y así podía disfrutar de ese gesto tan suyo de resoplar por un lateral de la
nariz haciéndolo subir a su lugar de origen. A Marga le encantaba verle beber de la
botella. Javier metía casi la mayor parte del cuello entre sus labios, perdiendo la botella
de forma sensual, mientras el líquido recorría su cuello dibujándose en esa nuez
pronunciada que tan sexy le hacía parecer. Javier no era guapo, pero era ese tipo de
hombre que a todas las mujeres gusta… Ese amigo confidente con el que, en secreto,
siempre has querido acostarte una sola noche y olvidar después. Marga se dejaba tocar
por Carlos, pero miraba siempre a Javier, y en su mirada había tanto juego como intento
de disculpa.
- Si a alguien deseo es a ti – le decía en silencio, y él lo entendía, pero lejos de disfrutar
de ese juego que a él normalmente le gustaba, en esa ocasión se volvió, encendió un
cigarro, y se dirigió a la casa en silencio, dejándola totalmente abatida. Marga le miró
marcharse cabizbajo, con paso cansino, inhalando del cilindro humeante. No entró en la
casa. Se sentó en una silla bajo el porche, entre la oscuridad mientras Marga sufría los
aplausos de todos y la desidia de su amante. Carlos, mientras tanto, siguió besándola
mientras bailaban. Marga buscaba a Javier, pero no le veía con claridad. Tan solo veía
la llamita del cigarro al inhalar. Se sintió tan mal que creyó que volvía a desmayarse…
sentía que ya no era la dueña de ella misma, y su cuerpo intentaba dominar su mente.
Aunque le costó hacerlo finalmente lo consiguió. Con rapidez, se deshizo de los brazos
de su marido, y corrió hacia la casa luchando para no caerse.
Antes de entrar miró hacia la otra casa, agarrada a la cortina. Javier la vigilaba muy de
cerca, clavando sus negros ojos en ella. Marga entró, y subió las escaleras huyendo de sí
misma, y cuando llegó arriba dejó caer el peso de su espalda sobre la fría pared de
piedra. La fría pared heló el sudor que recorría su espalda. Allí se sintió a salvo... por
unos segundos. Volvía a estar tan excitada como en el coche. Jamás le había deseado
tanto, y deseaba también que fuera hasta ella y la penetrara allí mismo. Ese hombre la
volvía loca, le hacía perder el control de su propio cuerpo y de, y eso era peor aún, su
propia cordura. Unos pasos acelerados se oyeron en la parte inferior. La puerta también
se cerró, y con ella los dos cerrojos. Ella se asustó tanto que dejó caer su cuerpo sobre la
pared, deslizándose lentamente hasta el suelo. De nuevo no supo cómo sentirse. No
sabía si asustarse si se trataba de Javier, o de dejarse llevar y hacerle el amor allí mismo,
junto a esas escaleras de madera. Los pasos se hicieron más intensos sobre la madera de
la escalera. Y apareció ante ella, jadeante. Ella, en silencio, no supo qué decir. En
silencio entró en la habitación. Él la siguió cogido de la mano.
- No cierres, por favor – le dijo mientras él miraba hacia abajo por el hueco de la
escalera para ver que nadie les había seguido – puede entrar cualquiera
- No va a venir nadie – dijo él
- pero ¿qué te pasa?
- nada… que te deseo ¿no me deseas tú? He visto ahí abajo que también…
Fijaron sus miradas y, sin decir nada, la aprisionó entre sus brazos. Ella intentó zafarse
sin saber porqué. Su cálida boca se posó en su frente y ella volvió a sentir que se
desmayaba.
Era tal la excitación contenida durante todo el día que tenía que salir por algún sitio. Y
no había momento mejor que ese. Las piernas perdieron toda su consistencia… y es
que estaba tan excitada que sería capaz de cualquier locura.
Él, como animal en celo que era, seguía besándola dulcemente recorriendo su rostro y
dejando descansar sus labios justo en su boca. Toda la algarabía contenida durante todo
un largo día de excitación inacabable estaba dando su fruto. Entre sus brazos, sin
mirarle, cerró los ojos y se dejó llevar. Eso ya no era una casa rural, ni ese hombre era
quien ella imaginaba. Estaban en un palacio de cristal, de atmósferas dulces y calientes,
y él vestía una armadura brillante y blanda.
No era el mejor sexo de su vida, ni mucho menos, pero la excitación hizo que Marga
disfrutara de ese tenso momento… Saber que pudieran descubrirle, o lo que es peor,
saber que pudieran pensar algo raro le hizo sentir fatal.
Apenas si podía respirar, pero él la devolvió a sus fantasías con un beso eterno, de esos
de los que no disfrutaba muy a menudo. Cerró los ojos de nuevo, y se dejó llevar,
imaginando... Tanto beso y caricia le venció, y no pudo, ni quiso, detener tanta
excitación… y tampoco será muy bueno hacerlo.
- Nos pueden ver…
- nadie nos va a ver… están muy ocupados preparando una sorpresita
- ¿otra?.
Fue entonces cuando ella le abrazó con todas sus fuerzas y le atrajo hacia sí.
Instintivamente sus piernas se abrieron y dejó que se contrajera su vientre ante tanto
deseo.
- Cariño… estás tan guapa… Y tan diferente…
- ¿me ves diferente? – preguntó ella, disfrutando de la penetración, cerrando los ojos e
imaginando
- ¿diferente? – los jadeos de su amante casi hacían imposible entenderle – más que
esoooo
De repente él detuvo sus caricias durante unos instantes para liberar sus piernas de la
tela del vestidito. Palpó su piel caliente. No tardó en hacerla, al fin, suya de nuevo.
Ambos ansiaban devorarse allí mismo y fueron capaces de detener el mundo. Al menos
su mundo, dejando a todos fuera. Pero ellos no eran ellos. Ellos eran dos almas libres,
sin ataduras, sin complejos, sin miedos… Tan solo debían obediencia a su propia
excitación.
Él la miraba emocionado. Era, sin duda, otra mujer ante sus ojos y ante su cuerpo. Ella,
deseosa, metamorfoseada, no abría los ojos… No quería romper el mágico momento, y
disfrutar, y hacerle disfrutar.
Un ruido en la puerta les alertó. Ambos se quedan en silencio, sin moverse. El clavado
en ella, y ella atada a él.
- ¡Marga! – gritó Rocío desde abajo - ¿estáis ahí?.
Ellos siguieron allí, en silencio, mirándose asustados, pero sin atreverse a separar sus
cuerpos sellados sobre la pared. El miedo hizo mayor la excitación
- psssssss – selló sus labios con uno de sus dedos - pssssss
- ¡Aquí no está! – se oyó decir abajo y cerrar la puerta.
Podrían estar horas y horas haciendo el amor, podrían escapar, incluso huir… pero no
tenían porqué hacerlo. Ellos se pertenecían, y no tenían que dar explicaciones a nadie.
- Será mejor que lo dejemos ya – dijo él, intentando separarse
- ni se te ocurra dejarme ahora– le dijo ella, emocionada, con lágrimas en los ojos, y
buscando de nuevo su boca, siempre con los ojos cerrados
- pero Marga…
- quédate aquí, por favor – le dijo, casi rogándole, abrazándole con una fuerza
desconocida, demostrándole que no quería dejarle ir. Pero él luchaba porque sabía que
tenían que irse, que tenían que separarse.
Ella volvió a sentirse muy mal, y se decidió a romper su silencio. Ambos habían sido
irresponsables pero la razón se impuso una vez más a sus anhelos. Al menos así debía
ser.
- No deberíamos haberlo hecho… esto no está bien
- ¿por qué?
- porque hoy es un día muy especial. Y esto no está bien – dijo ella, un tanto
arrepentida, arreglándose las ropas
- cariño… llevo muchos días soñando con esto
- calla, por favor – le dijo ella, poniendo uno de sus dedos sobre sus labios – sé que no
está bien, pero es que me apetecía tanto hacer el amor… contigo
- venga, bajemos antes de que sospechen algo
- ¿es que crees que no sospecharán? – preguntó ella sonrojándose
- ¿Y qué más da? – dijo él guiñándole un ojo – no creo que deba pedir permiso a nadie
para hacer el amor con mi esposa ¿no?
- no…supongo que no – dijo ella, arreglando su ropa y pensando en Javier, en ese
hombre con el que había hecho el amor a pesar de que el hombre que la besaba era otro.
Al bajar y abrir la puerta todos les vitorearon entre bromas y comentarios groseros y de
mal gusto. Todos no. Había alguien que ya no estaba compartiendo la fiesta con los
demás. A ella le dieron ganas de llorar… a pesar de haberse vuelto a sentir bien consigo
misma por haber hecho el amor con su esposo y haber gozado.
El problema era que quien realmente había estado allí con ella era Javier… por eso no
abrió los ojos en ningún momento.