I · Web view... Florentino subió a un barco y empezó un viaje por el río que duró nueve días....
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I
LA MUERTE DEL DOCTOR
JUVENAL URBINO
A principios del siglo XX el doctor
Juvenal Urbino tenía ochenta y un años.
Estaba casado con Fermina Daza, de
setenta y dos años, y vivían en una
ciudad del Caribe.
Un domingo de junio por la
mañana, el doctor Juvenal Urbino recibió
una mala noticia: uno de sus mejores
amigos había muerto; se había suicidado
porque no quería ser viejo.
Ese día, después de comer, el
doctor se echó la siesta. Cuando se
despertó, bebió una limonada y se sentó
en el jardín a leer. En la casa tenían un
loro, pero esa mañana se había escapado
de su jaula. El doctor estaba leyendo
cuando, de pronto, oyó al loro: estaba en
una rama del mango. Intentó subir al
árbol para cogerlo, pero se resbaló y se
cayó al suelo con un fuerte golpe. En ese
momento su mujer estaba en la cocina.
Oyó el grito de su marido y salió
corriendo al jardín. Cuando llegó junto al
doctor, él todavía estaba vivo. Miró a su
mujer con ojos tristes y agradecidos y le
dijo:
–Sólo Dios sabe cuánto te quise.
El entierro fue a la mañana
siguiente. Entre los asistentes había un
anciano de setenta y seis años que se
llamaba Florentino Ariza. Era serio,
calvo, con bigote y llevaba ropa oscura.
Florentino Ariza estaba secretamente
enamorado de Fermina Daza desde
hacía más de 50 años. Cuando Fermina
Daza se acercó a él para agradecerle la
visita, él le dijo:
–Fermina, llevo esperando más
de medio siglo este momento para
repetirle mi juramento de fidelidad y de
amor para siempre.
Fermina Daza le contestó:
–Vete de aquí y no vuelvas nunca
más.
Después Fermina Daza cerró la
puerta y se echó a llorar. Lloraba por la
muerte de su marido. Luego se acostó
y se durmió llorando. Cuando se
despertó por la mañana, se dio cuenta
de que, durante el sueño, había
pensado más en Florentino Ariza que
en su esposo.
II
EL AMOR DE FERMINA DAZA Y
FLORENTINO ARIZA
Florentino Ariza no había dejado
de pensar en Fermina Daza desde hacía
50 años, 9 meses y 4 días. Cuando eran
jóvenes, habían sido novios. Pero
después ella había roto la relación.
El amor en los tiempos del cólera
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Florentino Ariza había vivido
siempre con su madre. Trabajaba en la
oficina de correos desde que tenía diez
años. Tocaba el violín y leía poesía. Un
día, cuando tenía diecisiete años, tuvo
que ir a llevar un telegrama a la casa de
un hombre que vivía con su hija y con su
hermana. Florentino Ariza entró en la
casa y, al pasar por delante de una
habitación, vio a la niña y a la tía leyendo
un libro. En ese momento la niña le
miró. Y Florentino Ariza se enamoró de
ella. La niña tenía trece años y se
llamaba Fermina Daza.
Enfrente de la casa de Fermina
Daza había un pequeño parque.
Florentino Ariza se sentaba todas las
mañanas en el parque para ver a la niña
cuando pasaba con su tía para ir al
colegio. Un día le escribió una carta de
sesenta hojas. El problema era que no
sabía cómo darle la carta a la niña.
Fermina Daza y su tía se dieron
cuenta de que Florentino Ariza estaba
todos los días en el parquecito. A la tía le
causaba mucha emoción la idea de que
un hombre se interesara por su sobrina.
Le dijo a la sobrina:
–Pobrecito. Tiene miedo de
acercarse a ti porque yo voy contigo.
Pero un día lo intentará y te dará una
carta.
Pero pasaron varios meses y
Florentino Ariza nunca encontraba la
ocasión de entregarle la carta.
Una tarde de enero, la niña y su
tía estaban leyendo en el jardín,
sentadas debajo de un árbol de hojas
amarillas. De pronto, la tía se levantó y
entró en la casa. Florentino Ariza estaba
en el parquecito. Cuando vio a la niña
sola, atravesó el parque, se acercó a ella
y le dijo:
–Lo único que le pido es que
acepte mi carta.
La niña, mirando el suelo,
contestó:
–No puedo aceptarla sin el
permiso de mi padre.
–Es un asunto de vida o muerte –
dijo Florentino Ariza, con voz dulce.
–Vuelva todas las tardes –le dijo
Fermina Daza sin mirarle– y espere a
que yo cambie de silla.
Florentino Ariza no entendió
nada. El lunes siguiente la niña y la tía
estaban sentadas en el jardín. La tía
entró en la casa y entonces la niña se
levantó y se sentó en la silla de la tía. Al
ver esto, Florentino Ariza, con una flor
en la chaqueta, atravesó la calle, se
acercó a la niña y le dio, temblando, un
sobre azul. No era la carta de sesenta
hojas que había escrito al principio, sólo
una breve nota para jurarle fidelidad y
El amor en los tiempos del cólera
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amor para siempre. Fermina Daza cogió
la carta y le pidió que no volviera antes
de recibir una respuesta.
Florentino Ariza empezó a
esperar la respuesta a su carta. Esperaba
con tanta ansiedad que se puso enfermo
y su madre, asustada, lo llevó al médico.
Pensaba que su hijo tenía el cólera. Pero
el médico, después de examinarle, le dijo
que no tenía cólera y que los síntomas
del amor son los mismos que los del
cólera.
Pasado un mes, la madre le dijo a
Florentino Ariza que era un hombre
muy pasivo, y que a las mujeres no les
gustan los hombres inseguros. Así que el
joven, con gran determinación pero con
mucho miedo, fue a casa de Fermina
Daza, entró en el jardín y le dijo a la tía:
–Por favor, déjeme un rato a solas
con la señorita.
La tía se levantó, entró en la casa
y los dos jóvenes se quedaron solos
debajo del árbol.
–Si aceptó la carta –dijo
Florentino Ariza– es de mala educación
no contestarla.
Fermina Daza pensaba que
Florentino Ariza no era el tipo de
hombre que a ella le gustaba. Pero su
aspecto misterioso producía en ella una
curiosidad irresistible. La obligación de
responder a la carta le angustiaba por
dos motivos: primero, porque tenía
miedo de que su padre se enterase y,
segundo, porque no sabía qué contestar.
Pero le dijo a Florentino Ariza que
tendría una respuesta antes del fin de
febrero. Y así fue: el último viernes de
febrero, la tía de Fermina Daza fue a la
oficina de correos y le dio a Florentino
Ariza la carta de su sobrina.
De esta forma empezaron a ser
novios. La relación sólo existió a través
de las cartas. Se escribían cada día y la
tía Escolástica servía de intermediaria.
Florentino Ariza pasaba las noches
escribiendo largas y apasionadas cartas
de amor y leyendo poemas. Y Fermina
Daza le escribía encerrada en los baños
del colegio o durante las clases.
Cuando pasaron dos años,
Florentino Ariza le pidió a Fermina Daza
que se casara con él. Fermina Daza sintió
pánico y pidió consejo a su tía. La tía,
que era soltera, le dijo:
–Contéstale que sí. Porque si le
contestas que no, te vas a arrepentir
toda tu vida.
Y Fermina Daza escribió a
Florentino Ariza: Está bien, me caso con
usted si me promete que no me hará
comer berenjenas.
Decidieron esperar dos años para
que Fermina Daza pudiera terminar la
escuela secundaria. Mientras tanto,
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siguieron escribiéndose con la misma
pasión y la misma frecuencia. Hasta que
un día, cuatro meses antes de la
formalización del compromiso, el padre
de la niña, Lorenzo Daza, apareció en la
oficina de correos y le dijo a Florentino
Daza:
–Venga conmigo, jovencito. Usted
y yo tenemos que hablar.
Florentino Ariza no estaba
preparado para este encuentro. El padre
de Fermina Daza había descubierto el
secreto porque una profesora del
colegio había visto a la niña escribiendo
en clase una carta de amor. El padre
había registrado la habitación de su hija
y había encontrado todas las cartas de
Florentino Daza. El padre estaba
convencido de que una cosa así sólo
podía haber ocurrido con la complicidad
de la tía. Así que echó a la tía de la casa y
la envió a un pueblo lejano. Después fue
a la oficina de correos para hablar con
Florentino Ariza. Lo llevó a un café de la
Plaza de la Catedral y se sentaron en la
terraza. Lorenzo Daza era gordo,
respiraba con dificultad y llevaba un
enorme anillo. Le dijo a Florentino Ariza
que tenía la intención de casar a su hija
con un hombre importante. Y le pidió
que se apartara de su camino. Florentino
Ariza contestó:
–Eso lo tiene que decidir su hija,
no usted.
–Esto es un asunto de hombres –
dijo Lorenzo Daza con voz amenazante.
Florentino Ariza habló con voz
suave:
–De todos modos, no puedo
contestar nada sin saber qué piensa ella.
Lorenzo Daza, rojo de ira, dijo:
–No me obligue a pegarle un tiro.
Y Florentino Ariza, muerto de
miedo, contestó:
–Hágalo. No hay mayor gloria que
morir por amor.
–¡Hijo de puta! –gritó el padre. Y
se fue.
Esa semana Lorenzo Daza salió
de la ciudad con su hija: fueron a casa de
su prima Hildebranda, muy lejos de la
ciudad, y permanecieron allí un año y
tres meses. Durante este tiempo,
Florentino Ariza y Fermina Daza
continuaron escribiéndose cartas a
escondidas del padre.
Cuando regresaron a la ciudad un
año y tres meses después, Fermina Daza
tenía diecisiete años. Una mañana,
Florentino Ariza estaba sentado en un
café y vio a Fermina Daza cruzando la
Plaza de la Catedral acompañada de una
criada. Estaba más alta y ya no parecía
una niña. Florentino Ariza se quedó
paralizado. Pero después corrió detrás
El amor en los tiempos del cólera
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de ella y la siguió por las calles. No se
atrevía a decirle nada. Una mujer negra,
vestida de muchos colores, ofreció a
Fermina Daza un trozo de piña pinchado
en un cuchillo. Ella lo cogió, se lo metió
en la boca y estaba comiéndolo cuando,
de pronto, vio a Florentino Ariza cerca
de ella. Pero en lugar de sentir la
conmoción del amor, sintió una gran
decepción. No entendía cómo podía
haber estado enamorada tanto tiempo
de aquel hombre. Florentino Ariza
sonrió e intentó decir algo, pero ella
dijo:
–No, por favor, olvídelo.
Y ese día por la tarde ella le
mandó una nota: Hoy, al verlo, me di
cuenta de que nuestra relación no es más
que una ilusión. En los días siguientes,
con profundo dolor, él le escribió
numerosas cartas de desesperación.
Pero Fermina Daza no las leyó.
Florentino Ariza nunca más tuvo ocasión
de ver a Fermina Daza a solas. Ni de
hablar con ella a solas. Hasta 51 años, 9
meses y 4 días después, cuando le
repitió su juramento de fidelidad y amor
para siempre.
III
EL JOVEN DOCTOR JUVENAL URBINO
LLEGA DE PARÍS
El doctor Juvenal Urbino había
estudiado Medicina en París. Cuando
regresó al Caribe tenía 28 años y su
principal preocupación era mejorar su
ciudad. Había aprendido mucho en
Europa. Era inteligente, atractivo,
bailaba la música de moda mejor que
ningún otro chico y pertenecía a una
familia rica. Por eso todas las chicas de
su círculo social querían casarse con él.
Pero el doctor prefería estar soltero.
Hasta que conoció a Fermina Daza.
Cuando vivía en París, el doctor
se acordaba mucho de su ciudad
caribeña. Pero cuando regresó y vio la
ciudad desde el barco, le pareció fea,
sucia y decadente. Todo le parecía más
pequeño y más triste que antes. Sintió
una gran decepción. No obstante, poco a
poco se fue acostumbrando. Su obsesión
era el peligroso estado sanitario del la
ciudad: había ratas, no existía un
sistema de letrinas, el agua estaba sucia
y no se recogían las basuras. Seis años
antes había habido una epidemia de
cólera en la que habían muerto muchas
personas, entre ellas el padre del doctor.
Por eso el cólera era la obsesión del
doctor Juvenal Urbino. Aprendió todo lo
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que se podía aprender sobre esta
enfermedad y consiguió controlar los
brotes de la epidemia cuando volvieron
a aparecer en los siguientes años. Así el
cólera no volvió a ser una epidemia en el
litoral del mar Caribe.
El doctor Urbino conoció a
Fermina Daza por una falsa alarma de
cólera. Ella tenía dieciocho años y un día
se puso enferma. Su padre pensó que su
hija tenía cólera y llamó al médico. El
doctor Juvenal Urbino fue a la casa,
entró en su habitación y, después de la
exploración, diagnosticó una infección
intestinal. No era cólera.
Pero el martes siguiente, y sin
avisar, el doctor volvió a la casa de
Fermina Daza. Ella estaba en el comedor
con dos amigas, tomando una clase de
pintura. El doctor le examinó la garganta
y le dijo:
–Está como una rosa.
Fermina Daza estaba muy
enfadada por aquella visita inesperada.
No quería volver a ver al doctor nunca
más. Pero el doctor le preguntó:
–¿Le gusta la música?
Ella se dio la vuelta y volvió,
furiosa, junto a sus amigas. Unos días
después, el doctor llevó un piano al
parquecito que había delante de la casa
de Fermina Daza y tocó para ella una
pieza de Mozart.
El padre de la chica, Lorenzo
Daza, estaba encantado con esta
situación porque consideraba al doctor
Juvenal Urbino el marido ideal para su
hija. Una noche Fermina Daza recibió
una carta del doctor. Pero ella dejó la
carta encima de una mesa sin abrirla.
Pasados unos días la abrió: era una carta
breve. El doctor le pedía permiso para
visitarla. Fermina Daza quemó la carta.
En octubre llegaron dos cartas más. Esta
vez no las quemó pero tampoco las
contestó.
La prima Hildebranda vino a
pasar la Navidad con ella. Dormían en la
misma habitación, se quedaban
hablando con las luces apagadas hasta el
amanecer y fumaban en el cuarto de
baño. Un día fueron al centro de la
ciudad a hacerse una fotografía y se
encontraron en la calle con el doctor
Juvenal Urbino. El doctor las invitó a
subir a su coche de caballos y las llevó
hasta casa. Cuando Fermina Daza bajó
del coche, le dio la mano al doctor para
despedirse. Pero cuando intentó retirar
la mano, el doctor la agarró con fuerza y
le dijo:
–Estoy esperando su respuesta.
Esa noche Fermina Daza soñó con
el doctor Juvenal Urbino. Por la mañana,
mientras su prima se bañaba, le escribió
El amor en los tiempos del cólera
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rápidamente una carta y se la dio a la
criada para que se la entregara al doctor.
****
Cuando Florentino Ariza se
enteró de que Fermina Daza iba a
casarse con un doctor rico que había
estudiado en Europa, se deprimió
profundamente. No hablaba ni comía, y
se pasaba las noches llorando, sin
dormir. La madre, asustada, fue a ver al
tío don León XII, que tenía una empresa
de navegación.
–Por favor, busca para mi hijo un
empleo en algún puerto lejos de la
ciudad –le pidió.
De esta forma, un domingo de
julio a las siete de la mañana, Florentino
subió a un barco y empezó un viaje por
el río que duró nueve días. En el barco
hacía mucho calor y a veces en el agua
del río se veían cuerpos de personas
muertas, no se sabía si por la guerra o
por el cólera. Florentino Ariza sólo
pensaba en Fermina Daza y le escribía
cartas que después tiraba al agua. Pero
cuando el barco llegó al final de su viaje,
Florentino Ariza decidió que quería
volver a su ciudad. Así, unos días
después estaba otra vez en casa.
La misma mañana en que regresó
de su viaje, Florentino Ariza se enteró de
que Fermina Daza estaba de luna de miel
en Europa. Entonces él decidió que tenía
que olvidarla y conocer a otras mujeres.
Tenía mucho éxito con las mujeres a
pesar de su aspecto enfermizo y
melancólico. A las mujeres les gustaba
porque pensaban que era un hombre
solitario y necesitado de amor. Cada vez
que conocía a una mujer, Florentino
Ariza escribía una anotación en un
cuaderno titulado Ellas. Cincuenta años
después, cuando Fermina Daza se quedó
viuda, tenía unos veinticinco cuadernos
con seiscientos veintidós amores
registrados.
Fermina Daza y el doctor
volvieron del viaje de bodas dos años
después. Florentino Ariza pensaba que
se había olvidado de Fermina Daza para
siempre. Hasta que un domingo la vio
con su marido a la salida de la catedral:
eran jóvenes, guapos, y ella estaba
embarazada de seis meses. Florentino
Ariza no sintió celos sino un gran
desprecio de sí mismo: se sintió pobre,
feo, inferior e indigno de cualquier
mujer.
IV
EL PASO DE LOS AÑOS
Florentino Ariza tenía veintisiete
años el día que vio a Fermina Daza en la
El amor en los tiempos del cólera
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catedral, embarazada de seis meses y
convertida en una mujer de mundo. En
aquel momento Florentino Ariza decidió
que tenía que ganar dinero y fama para
poder merecerla. También pensó que el
doctor Juvenal Urbino se moriría algun
día, y él estaba dispuesto a esperar ese
momento con paciencia. Aunque
realmente le dolía la idea de que un
hombre tan admirable como el doctor
tenía que morir para que él, Florentino
Ariza, fuera feliz.
Fue a ver a su tío León XII,
presidente de la Compañía Fluvial del
Caribe, y le pidió trabajo otra vez.
Empezó a trabajar en la Compañía
escribiendo cartas comerciales. Pero
escribía con tanta pasión que hasta los
documentos oficiales parecían cartas de
amor. Su tío entró un día en la oficina y
le dijo:
–Si no eres capaz de escribir una
carta comercial, busca trabajo en otro
sitio.
Florentino Ariza intentó escribir
de forma más simple, pero seis meses
después seguía sin saber hacerlo. No
podía escribir sin pensar en Fermina
Daza. El tío León XII volvió a entrar en
su oficina para regañarlo y Florentino
Ariza le respondió:
–Lo único que me interesa es el
amor.
–Lo malo es –dijo el tío – que sin
la navegación no hay amor.
Florentino Daza tenía tanto amor
en su interior que no sabía qué hacer
con él. Pero encontró una solución para
este problema: escribir cartas de amor
para los enamorados. Todos los días
después del trabajo iba a una plaza de la
ciudad y escribía cartas de amor
apasionado para personas enamoradas.
Y tuvo mucho éxito. Su fórmula era
escribir pensando siempre en Fermina
Daza.
Florentino Ariza fue ascendiendo
puestos en la compañía. El único
objetivo de su vida era la recuperación
de Fermina Daza. Estaba seguro de que
algún día la conseguiría. Pero mientras
esperaba ese momento, tuvo
muchísimos amores ocasionales: con
mujeres casadas, solteras y viudas.
Algunas de estas relaciones duraron
varios años, otras sólo una noche. Pero
todas fueron aventuras secretas.
Florentino Ariza actuaba como el esposo
eterno de Fermina Daza. Algunas
mujeres le ayudaban a olvidarla por un
tiempo. Pero su recuerdo regresaba
siempre con fuerza y entonces la
buscaba por las calles y pensaba en ella
a todas horas.
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Cuando Fermina Daza dejó a
Florentino Ariza sintió mucha pena por
él. «Pobre hombre», pensaba. Antes de
casarse con el doctor Juvenal Urbino
tuvo muchas dudas porque en realidad
tampoco quería mucho al doctor. No se
casó con él por su físico ni por su dinero
ni por su fama sino por el miedo a
quedarse soltera para siempre. Cuando
regresaron de la luna de miel en Europa,
Fermina Daza tuvo una crisis. Pensó que
no estaba realmente enamorada de su
marido. El amor entre ellos se fue
acabando poco a poco. Pero se
acostumbraron el uno al otro y eran
felices con su vida y con su éxito social.
A lo largo de los años Fermina
Daza y Florentino Ariza se encontraron
en muchas ocasiones públicas. Él seguía
vistiendo con trajes pasados de moda.
Cada vez estaba más calvo y llevaba
dentadura postiza. Fermina Daza, a
medida que se hacía vieja, sentía más
nostalgia de su adolescencia y a menudo
se acordaba de Florentino Ariza. Pero
ella sabía que no eran recuerdos de
amor sino de compasión.
V
LA CARTA ESPERADA
El siglo XIX terminó y empezó el
siglo XX. Una noche Florentino Ariza
estaba cenando solo en un restaurante
de lujo, cuando vio a Fermina Daza
reflejada en el espejo de la pared del
restaurante. Estuvo una hora
observándola desde su mesa sin que ella
se diera cuenta. Después de esa noche,
Florentino Ariza estuvo un año entero
intentando comprarle el espejo al dueño
del restaurante. Al final lo consiguió y
colgó el espejo en su habitación para
mirarlo desde la cama. Quería ese espejo
porque había estado ocupado por la
imagen amada de Fermina Daza.
Durante un período muy largo
Fermina Daza no apareció en ningún
acto público. La gente decía que estaba
enferma, pero la verdad era que se había
ido a vivir con su prima Hildebranda
después de una fuerte discusión con el
doctor. Cuando volvió a la ciudad dos
años después, Florentino Ariza la vio
una tarde en el cine. Ella tenía cincuenta
y dos años y había cambiado mucho:
tenía el pelo corto y gris, llevaba gafas y
andaba con inseguridad. Fue entonces
cuando Florentino Ariza se dio cuenta de
que Fermina Daza era mortal, y de que
podía morir antes que su esposo. O, peor
aún, él mismo podía morir primero.
Cuando el tío León XII cumplió
noventa y dos años, nombró a
Florentino Ariza presidente de la
Compañía Fluvial del Caribe. Esa noche
El amor en los tiempos del cólera
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hubo una fiesta en la compañía y
Florentino Ariza se acordó de Fermina
Daza y de todas las mujeres a las que
había amado. Pensó que se puede estar
enamorado de varias personas a la vez y
sentir por todas ellas el mismo dolor.
Pero también sabía que Fermina Daza
era insustituible.
Un domingo Florentino Ariza
estaba con una de sus amantes cuando
oyó las campanas de la catedral. Esas
campanas anunciaban que alguien
importante había muerto. Su chófer le
dio la noticia: el doctor Juvenal Urbino
había muerto esa tarde al caerse de un
mango cuando intentaba atrapar a su
loro. Florentino Ariza fue a casa del
doctor y esa noche le repitió a Fermina
Daza su juramento de fidelidad y su
amor para siempre.
Después estuvo dos semanas sin
poder dormir una noche completa, con
la sensación de que todo lo que había
hecho en su vida era inútil. Estaba tan
arrepentido de lo que le había dicho a
Fermina Daza que decidió escribirle una
carta de disculpa. Pero el día que la iba a
enviar, llegó una carta de Fermina Daza.
Era la carta que llevaba medio siglo
esperando.
VI
VIAJE EN BARCO POR EL RÍO
MAGDALENA
A Fermina Daza le pareció
inaceptable la declaración de amor de
Florentino Ariza. Se sentía tan furiosa
que decidió escribirle una carta dura y
ofensiva para expresar toda su rabia.
Cuando Florentino Ariza recibió la carta,
se metió en su habitación, se sentó en la
cama y la leyó cinco veces. Después se
tumbó en la cama y estuvo cuatro horas
mirando el espejo y pensando. Luego fue
a la cocina, se preparó un café y volvió a
acostarse. Estaba pensando en qué
podía hacer.
Cinco días después escribió a
Fermina Daza una carta de seis hojas. No
era una carta apasionada ni hablaba de
los amores del pasado. Simplemente era
una meditación sobre la vida y el amor.
Florentino Ariza tenía que tener mucho
cuidado para no volver a molestar a
Fermina Daza. No esperaba una
contestación inmediata. Y no la tuvo.
Después escribió muchas más cartas,
aunque ella nunca contestaba. Seis
meses después Florentino Ariza había
perdido las esperanzas. Se sentía viejo y
cansado.
Cuando se cumplió un año de la
muerte del doctor, su familia celebró
El amor en los tiempos del cólera
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una misa en la catedral. Florentino Ariza
no estaba invitado pero asistió. Al final
de la ceremonia, Fermina Daza se acercó
a los invitados para darles las gracias
por su asistencia. Cuando vio a
Florentino Ariza le dio la mano y le dijo,
con una sonrisa muy dulce:
–Gracias por haber venido.
Fermina Daza había leído todas
sus cartas con gran interés. Las ideas de
Florentino Ariza sobre la vida, el amor,
la vejez y la muerte, la ayudaban a seguir
viviendo. Y le parecía que Florentino
Ariza era un gran escritor. Dos semanas
después de la misa, Florentino Ariza fue
a visitar a Fermina Daza a su casa. Le
parecía un milagro estar dentro de
aquella casa. Se sentaron en la terraza y
bebieron café. Era la primera vez en
cincuenta años que estaban tan cerca el
uno del otro y con tanto tiempo por
delante. Pero ahora eran dos ancianos:
ella tenía setenta y dos años y él setenta
y seis. Ella le preguntó por su trabajo en
la Compañía Fluvial y hablaron mucho
rato de barcos, aviones y del progreso de
los transportes. Antes de irse, él le
preguntó con humildad si podía volver
otro día, y ella le contestó:
–Vuelva cuando quiera. Casi
siempre estoy sola.
Cada martes a las cinco,
Florentino Ariza iba a visitarla y le
llevaba una rosa. Algunas veces
intentaba hablarle de amor pero ella
nunca quería. Cuando llevaba cuatro
meses visitando a Fermina Daza,
Florentino Ariza se cayó un día por las
escaleras. Siempre tenía mucho miedo
de caerse por las escaleras porque
pensaba que este era el primer paso
hacia la vejez. El médico le ordenó
sesenta días de reposo. Florentino Ariza
se quedó horrorizado al oírle.
–No me haga eso, doctor –le
imploró–. Dos meses para mí son como
diez años para usted.
Durante su convalecencia,
Florentino Ariza y Fermina Daza se
escribieron cartas. Él intentaba hablar
de amor pero ella no quería. Sin
embargo, cada vez tenían más confianza
el uno con el otro y se echaban
muchísimo de menos.
Cuando Florentino Ariza se
recuperó, fue a ver a Fermina Daza y
ésta le dijo que le encantaría hacer un
viaje en barco para descansar. Entonces
Florentino Ariza la invitó a viajar en uno
de sus barcos por el río Magdalena.
El día siete de julio, Fermina Daza
subió en el barco Nueva Fidelidad.
Habían reservado para ella el camarote
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de lujo. Florentino Ariza la acompañaba,
pero dormía en un camarote diferente.
La primera noche en el barco
había luna llena. Florentino Ariza y
Fermina Daza se sentaron en la cubierta
para mirar el río. Ella fumaba cigarrillos
y él bebía café. Estaban en silencio.
Entonces, él cogió la mano de Fermina
Daza. No era la mano joven que siempre
había imaginado, pero no le importó.
Ella pensó lo mismo. Estuvieron mucho
tiempo cogidos de la mano, hablando.
Cuando él se levantó para irse a su
camarote, intentó darle un beso en la
mejilla, pero ella no quiso. A la mañana
siguiente, junto a la bandeja del
desayuno, Fermina Daza tenía una flor y
una carta de Florentino Ariza. En ella le
expresaba sus emociones de la noche
anterior. Mientras Fermina Daza leía la
carta, su corazón latía muy deprisa. La
segunda noche, tomaron un refresco en
la cantina del barco y tuvieron una larga
conversación mirando el río. Esa noche
fue ella quien buscó la mano de él en la
oscuridad. Cuando se despidieron en la
puerta del camarote, él intentó darle un
beso en los labios pero ella giró la cara y
le ofreció la mejilla izquierda. Él insistió,
y entonces ella le ofreció la mejilla
derecha. Él insistió una vez más y esta
vez ella le ofreció los labios. Cuando
volvía a su camarote, Florentino Ariza
era tan feliz que tenía miedo. En los
siguientes días hizo un calor
insoportable. Ellos pasaban las horas
cogidos de la mano, besándose y
haciéndose caricias sentados en las
hamacas de la cubierta. Eran
inseparables. Una noche durmieron
juntos y desde ese día casi no salían del
camarote. El capitán del barco les
mandaba una rosa blanca cada mañana.
Salieron del camarote cuando el
barco llegó al puerto de La Dorada. Allí
el barco tenía que dar la vuelta y
empezar el viaje de regreso. Muchas
personas abandonaron el barco y
subieron pasajeros nuevos. Entre los
nuevos pasajeros, Fermina Daza
reconoció a muchos amigos suyos de la
ciudad. Ella se encerró en el camarote.
No quería que nadie la viera en un viaje
de placer con un hombre tan poco
tiempo después de la muerte de su
marido. Estaba muy deprimida.
Florentino Ariza le prometió que
encontraría una solución. Habló con el
capitán. El capitán le dijo que sólo había
una forma de hacer el viaje de vuelta sin
pasajeros: declarar que se había
encontrado un caso de cólera en el
barco, izar la bandera amarilla y navegar
en emergencia. Florentino Ariza le dijo:
–Muy bien. Pues hagamos eso.
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El capitán se sorprendió pero
enseguida lo entendió todo. Lo único
que le pidió a Florentino Ariza fue hacer
una parada en un pueblo para recoger a
su novia.
El Nueva Fidelidad emprendió su
viaje de vuelta río abajo sin carga ni
pasajeros, con la bandera amarilla del
cólera. Recogieron a la novia del capitán
en un puerto del río. Durante el día los
cuatro jugaban a las cartas, comían en
abundancia y dormían la siesta. Cuando
el sol desaparecía, escuchaban música y
bebían anís. A Fermina Daza le parecía
que las rosas olían más que antes y que
los pájaros del amanecer cantaban
mejor que antes. El último día
desayunaron en silencio. Ya se veía la
ciudad a lo lejos pero ninguno quería
volver a la vida real. El capitán estaba
furioso y preocupado porque no sabía
cómo explicar en el puerto que en
realidad no había cólera en el barco.
Florentino Ariza lo escuchó. Luego miró
por la ventana el agua y el horizonte, y
dijo:
–Volvamos otra vez hasta La
Dorada.
El capitán le miró y le preguntó:
–¿Lo dice en serio?
–Nunca he dicho una cosa que no
sea en serio –dijo Florentino Ariza.
–¿Y hasta cuándo cree usted que
podemos seguir así, siempre yendo y
viniendo? –le preguntó el capitán.
Florentino Ariza tenía la
respuesta preparada desde hacía
cincuenta y tres años, siete meses y once
días.
–Toda la vida –dijo.
El amor en los tiempos del cólera
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