IGLESIA Y MILITARES. ACTORES EN CONFLICTO. 1976-7979 ...

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Carlos Daniel Chaves Avellaneda. IGLESIA Y MILITARES. ACTORES EN CONFLICTO. 1976-1979 Trabajo de grado para optar por el título de Historiador. Álvaro Oviedo Hernández. Director. PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES DEPARTAMENTO DE HISTORIA 2009

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Carlos Daniel Chaves Avellaneda.

IGLESIA Y MILITARES. ACTORES EN CONFLICTO.

1976-1979

Trabajo de grado para optar por el título de Historiador.

Álvaro Oviedo Hernández.

Director.

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

DEPARTAMENTO DE HISTORIA 2009

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NOTA DE ADVERTENCIA

“La universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus Alumnos en

sus trabajos de tesis, solo velará porque no se publique nada contrario al Dogma y la

Moral Católica, y por que las tesis no contengan ataques o polémicas puramente

personales, antes bien se vea en ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia”.

Artículo 23 de la resolución No. 13 de julio de 1946.

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AGRADECIMIENTOS

Esta tesis busca hacer homenaje a todos aquellos religiosos y religiosas que han caído

por las trágicas circunstancias de la guerra y cuyo deceso ha tenido que ver con su labor

social, sobre todo con la realizada en las zonas más apartadas del país con los menos

favorecidos. La tarea de estos religiosos inspiró este trabajo, por lo que quiero agradecer

al Cinep, centro con el que tengo una enorme deuda pues me otorgó una gran

documentación, así como un contacto con testimonios directos de la época; en este

sentido quiero agradecer a los padres Alejandro Angulo y Javier Giraldo cuya asesoría

me permitió acercarme a la opinión y condiciones de la Iglesia desde los puntos de vista

de dos testigos directos. Del mismo modo, quiero agradecer a Sergio Coronado y a

Javier Medina por haberme ayudado a entrar en contacto con los padres.

Quiero agradecer a mi padre ya que sus experiencias y testimonios de la situación

colombiana de los setenta sirvieron como motivación a este trabajo, y a mis hermanos

quienes siempre me han apoyado en mis proyectos. De igual manera agradezco a todos

mis amigos de la universidad, y en especial aquellos con los que compartí ideas

desarrolladas en este trabajo; tanto por el respaldo como por las opiniones otorgadas

Para este trabajo conté con el apoyo directo o indirecto de mis profesores, de modo tal

que debo agradecer en primer término a la Universidad Javeriana y especialmente, al

profesor Álvaro Oviedo quien dirigió y orientó este trabajo. En este sentido, quiero

agradecer también a la profesora Luz Ángela Núñez cuyas sugerencias y

recomendaciones fueron un gran complemento para la elaboración de este proyecto. Del

mismo modo agradezco al profesor Rigoberto Rueda por haberme brindado

herramientas metodológicas y de rigurosidad académica. Los aportes de estos

profesores me permitieron desarrollar de una manera más efectiva las ideas planteadas.

Bogotá 25 de marzo de 2009

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TABLA DE CONTENIDO

INTRODUCCIÓN........................................................................................................ 6

1. LAS FUERZAS ARMADAS Y EL FRENTE NACIONAL............................... 11

1.1. El agotamiento del Frente Nacional. ................................................................... 11

1.2. Las guerrillas y el orden público. ........................................................................ 15

1.3. La autonomía de las Fuerzas Militares. ............................................................... 19

1.3.1. Los sesenta: Los militares, defensores del Frente Nacional. ............................. 21

1.3.1.1. La despolitización y el sometimiento de los militares al establecimiento. ....... 21

1.3.1.2. La política de Estado de Sitio. .......................................................................... 25

1.3.2. Los setenta: la seguridad nacional, materia de las Fuerzas Militares. ............... 27

2. LA IGLESIA DEL FRENTE NACIONAL.......................................................... 32

2.1. El papel del episcopado. ................................................................................... 33

2.1.1. La Iglesia se adapta al sistema. .......................................................................... 33

2.1.2. Una Iglesia antigua en una sociedad moderna. .................................................. 34

2.1.3. El impacto de la apertura. .................................................................................. 35

2.2. Los sectores de oposición en la Iglesia. ............................................................. 38

2.2.1. El conflicto inevitable. ....................................................................................... 43

2.2.2. El nacimiento del Cinep. .................................................................................... 48

3. CONFLICTOS BAJO EL GOBIERNO LÓPEZ MICHELSEN....................... 51

3.1. La situación social del “Mandato Claro”. ............................................................... 51

3.2. Detención en Cartagena. ......................................................................................... 53

3.3. Religiosos contra militares. .................................................................................... 56

3.4. El proceso. .............................................................................................................. 61

3.5. El caso de Cali. ....................................................................................................... 64

3.6. El conflicto del concordato. .................................................................................... 66

3.7. El fin de la administración López. .......................................................................... 72

4. CONFLICTOS BAJO EL GOBIERNO TURBAY AYALA. ............................ 76

4.1. El presidente Turbay es elegido. ............................................................................. 76

4.2. El Estatuto de Seguridad. ........................................................................................ 78

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4.3. El asesinato de Rafael Pardo Buelvas. .................................................................... 81

4.4. Persecución al MAO. .............................................................................................. 86

4.5. La vinculación de los jesuitas. ................................................................................ 89

4.6. La intervención del Ministro de Justicia. ................................................................ 95

4.7. El juicio al MAO. ................................................................................................. 100

4.8. ¿Una persecución? ................................................................................................ 105

CONCLUSIONES...................................................................................................... 116

BIBLIOGRAFÍA........................................................................................................ 121

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INTRODUCCIÓN

El siglo XX colombiano estuvo marcado por la presencia institucional y excluyente de

los partidos Liberal y Conservador. Ambas colectividades se encontraron en permanente

conflicto que se extremaría en la década de los cincuenta con “La Violencia”. En medio

de esta lucha hubo dos instituciones que tuvieron una gran influencia y poder: Las

Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica. Ambos estamentos fueron desde principios del

siglo muy cercanos al partido Conservador, al cual respaldaban tanto en sus políticas

como en la oposición al partido Liberal.

Sin embargo, los acuerdos interpartidistas que dieron origen al Frente Nacional en los

años sesenta van a cambiar esta coyuntura, ya que los dos partidos van a pactar la paz,

para lo cual diseñarán un sistema político excluyente que permitió la repartición de los

cargos públicos y la alternación presidencial durante dieciséis años con el fin de

garantizar la estabilidad nacional. Pero, la paz no va a llegar en su totalidad pues

surgirán organizaciones guerrilleras que desafiarán al Estado, por lo cual se recrudecerá

la violencia en los campos. Del mismo modo, la exclusión política generada por el

nuevo sistema llevó a la prolongación de prácticas clientelistas y corruptas por parte de

los políticos que lucharán por mantener su sistema privilegiado. Estos sucesos

acontecieron bajo una creciente urbanización, y un aumento de la pobreza, factores que

generaron cambios en la mentalidad política y cultural de la sociedad. Todo esto llevará

a sucesivos brotes de descontento social, los cuales eran vistos por las autoridades como

problemas de orden público por lo que debían ser solucionados por la fuerza pública.

La Iglesia y los militares no fueron ajenos a los cambios que suponía el Frente

Nacional, por lo cual cambiaron su estructura ideológica. El mayor cambio fue que

ambas instituciones dejaron su irrestricto apoyo al Partido Conservador y lo cambiaron

por su sometimiento al régimen político del Frente Nacional, al cual brindaron su

respaldo y reconocimiento de legitimidad. A cambio de este apoyo, el Estado otorgó

una amplia presencia institucional a los militares y a la Iglesia, que lograron hacerse con

amplios poderes por medio del control de instituciones políticas y la participación en el

diseño de normatividades; de este modo, surgirá una relación cordial entre los militares,

la Iglesia y el poder civil.

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Igualmente, debemos tomar en cuenta que todo esto ocurre en un contexto global

marcado por la Guerra Fría, por lo cual los estamentos del poder consideraban que el

país se encontraba bajo la amenaza del comunismo. Por tanto, el gobierno se valió de la

coacción que ejercían los militares, así como la gran influencia que la Iglesia tenía en la

población por la tradición católica colombiana para controlar a la población y

garantizarse el respaldo de la misma. De este modo, vemos que los militares y la Iglesia

actuaron en conjunto como sustento para el Estado, lo que aseguró una buena

correlación entre ambas instituciones que hicieron su respaldo extensivo no solo hacia el

sistema político sino también al modelo económico y a los sectores privilegiados.

Sin embargo factores internos y externos en las décadas del sesenta y setenta, generaron

cambios en las estructuras internas del sector castrense y el eclesiástico y su papel en la

sociedad. Por un lado, las fuerzas militares comenzaron a ganar mayores poderes y

libertad para desempeñar su tarea de mantenimiento del orden público, en especial para

la lucha contra los grupos subversivos. Esto llevó a que los militares establecieran una

serie de estrategias destinadas a combatir los “focos de la subversión”, los cuales eran

los sectores de oposición como los sindicatos, movimientos estudiantiles, etc.

Asimismo, la Doctrina de la Seguridad Nacional estableció una serie de estrategias

destinadas a combatir a los grupos armados, sin embargo esto llevó a que se realizaran

acciones lesivas de los derechos humanos en aras de defender al sistema político.

Por otro lado, en la Iglesia se evidenció una profunda división a partir de las

determinaciones del Concilio Vaticano II, con el que la iglesia católica avanzo hacia una

visión más pluralista y cercana a los hombres. Por tanto, algunos sectores de la Iglesia

cuestionaron su labor en la sociedad por lo que hicieron una revisión crítica de la

sociedad a partir del marxismo y las ciencias sociales, lo que llevó a que los religiosos

se acercasen a los menos favorecidos, así como a movimientos políticos con el fin de

desarrollar cambios en la sociedad. Sin embargo, la jerarquía eclesiástica o episcopado

no acompañó esta nueva visión de la Iglesia y por el contrario, persistirán en su papel de

legitimadores del orden establecido. Esta división generará una lucha en el interior de la

Iglesia Católica porque los sectores de oposición asumirán una posición crítica no

solamente contra el episcopado, sino también contra el Estado que este respaldaba.

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Así al aparecer en la Iglesia secciones críticas del establecimiento, se rompe la buena

relación entre los militares y el sector eclesiástico, ya que los religiosos de oposición

fueron considerados como subversivos que ponían en riesgo el orden institucional. Esto

nos permite establecer la siguiente hipótesis: Los sectores de la Iglesia alejados de la

posición oficial de la jerarquía fueron perseguidos por los militares y el Estado con

acusaciones infundadas de nexos con los grupos insurgentes. Contra ellos se usaron

métodos represivos y lesivos de los derechos humanos y desconociéndoles el debido

proceso jurídico. Todas estas acciones se realizaban bajo una imagen de supuesta

legalidad.

En el primer capítulo, se presenta un panorama político, social y económico de la

segunda mitad de la década de los setenta, bajo la cual se desarrollan los gobiernos de

Alfonso López y Julio César Turbay. En él vemos como los partidos políticos lucharon

por mantener el sistema excluyente del Frente Nacional, en contraste con una sociedad

que venía presentando profundos cambios sociales, que ponían en cuestionamiento la

legitimidad del régimen. En segundo lugar, se expone la situación de los grupos

guerrilleros, su nacimiento y desarrollo histórico, lo que nos permitirá poner en contexto

la situación en torno a la cual se desarrollan los conflictos entre la Iglesia, el Estado y

los militares.

En este mismo capítulo se analiza a partir de las posiciones de distintos autores, la

situación y evolución de las Fuerzas Armadas en nuestro país a partir del Frente

Nacional. En este capítulo veremos un proceso de dos etapas. En la primera, los

militares se someten a la parte civil del Estado, el cual empieza a valerse del sector

castrense para legitimar el orden establecido por medio del pretexto del restablecimiento

del orden público. Esto permitió a los militares ganar amplias libertades para actuar

como lo considerasen conveniente, aún cuando usasen métodos represivos para lograr

sus propósitos. La segunda fase se desarrolla a partir de la Doctrina de la Seguridad

Nacional, normatividad que consolida la libertad de acción de los militares y les

conmina a tomar acciones represivas contra los enemigos del Estado con base en la

lógica de la guerra fría.

De una manera similar, se abordará en el capítulo 2, la situación de la Iglesia católica. A

partir de los estudios de diversos autores se analizarán los factores internos y externos

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que llevaron a la división de la Iglesia entre la jerarquía leal al Estado y una Iglesia-base

que se acercará a los más pobres, así como al marxismo y a las ciencias sociales. Se

evidenciará el desarrollo histórico de ambas facciones católicas y cómo la tensión entre

ambas llevó a un conflicto que reflejará la fractura de la Iglesia como unidad, lo cual

generará las condiciones para los problemas entre religiosos y fuerzas armadas.

A partir de esta contextualización y presentación de los actores, podremos entrar en el

análisis sobre los conflictos entre religiosos y militares que nos permitirán comprobar la

hipótesis señalada. Por tanto hemos escogidos dos casos que muestran esta situación,

los cuales acontecieron bajo los gobiernos de Alfonso López Michelsen y Julio César

Turbay Ayala. Se han escogido estos dos gobiernos ya que aunque no jugaban dentro de

la lógica de la alternación del Frente Nacional, aún conservaban las prácticas políticas

de este sistema. Las fuentes principales que se han utilizado son las ediciones de los

diarios El Tiempo y El Espectador. Asimismo se ha usado la revista Alternativa y el

quincenal El Catolicismo. De igual manera se han utilizado numerosas publicaciones

del Cinep entre artículos y libros que permitieron el diseño de los objetivos e hipótesis

trabajadas.

Los casos se han analizado tomando en cuenta la situación político-social de los

gobiernos de turno y se verá como encaja el caso dentro de dicho contexto. En primer

lugar, se abordará en el capítulo 3 un caso ocurrido en Cartagena bajo la administración

de Alfonso López Michelsen, gobierno que afrontó serios problemas sociales. En él, tres

sacerdotes y una monja, dedicados a la labor social fueron acusados de tener nexos con

el ELN, lo cual desató un gran debate entre la Iglesia y el estamento castrense sobre que

tipo de justicia se debía aplicar a los religiosos. De manera paralela veremos como los

militares actuaron de manera violenta tanto en Cartagena como en Cali, con el pretexto

de salvaguardar y restaurar el orden.

El capítulo 4 desarrolla un caso que se da bajo el gobierno de Julio César Turbay Ayala

y bajo la vigencia del estatuto de seguridad con el modelo represivo que este imponía.

Se trata de dos sacerdotes jesuitas del Cinep que fueron acusados se ser cómplices de

los asesinos del ministro Rafael Pardo Buelvas. En esta ocasión el debate entre los

militares y la Iglesia no fue por la legislación, sino por el proceso que se les siguió, el

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cual tuvo pruebas cuestionables, así como intervenciones indebidas de funcionarios

judiciales y militares.

Este estudio busca ser un acercamiento al estudio de las relaciones entre militares e

Iglesia; ya que los estudios que se han realizado, en su mayoría analizan a cada uno de

estos actores con base en sus relaciones con el Estado o desde su desarrollo histórico

interno propio. La discusión sobre la historia en conjunto de los militares y la Iglesia

debe ser ampliada puesto que ambos siguen teniendo una permanente presencia y su

opinión y presencia siguen siendo tomadas en cuenta en el diseño de las políticas

estatales.

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1. LAS FUERZAS ARMADAS Y EL FRENTE NACIONAL

Los años setenta en nuestro país estuvieron marcados por profundos cambios sociales,

producto de la urbanización creciente y la situación económica. Sin embargo, los

dirigentes políticos se empeñaban en mantener el sistema del Frente Nacional que había

imperado en el país durante dieciséis años bajo los cuales se presentó una alianza entre

las dos principales colectividades, lo cual generó un sistema político excluyente que

empezó a experimentar una crisis de legitimidad que se acentuará en los gobiernos de

Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay Ayala. Los problemas llevarán a que los

presidentes deban recurrir cada vez más a las fuerzas militares para resolver los

problemas sociales

1.1. El agotamiento del frente nacional

Desde 1958 se impuso en Colombia el sistema del Frente Nacional, este surge como

resultado de un acuerdo contre los dos principales partidos, el Liberal y el Conservador,

con el fin de solucionar los problemas de violencia en el país. Sin embargo, para

Jonathan Hartlyn (1993, pp. 26-27), el pacto era una forma como las colectividades

políticas aseguraban su poder, el cual temían perder por dos eventuales factores, por un

lado en manos de la junta que reemplazó al general Gustavo Rojas Pinilla, o por causa

de la violencia en los campos. En términos generales, el Frente Nacional establecía la

alternación presidencial y la repartición de los cargos públicos entre ambos partidos. De

esta manera se estableció en Colombia un sistema político que Jonathan Hartlyn ha

denominado como “Consociociacionalismo”, una forma de gobierno en la cual surge un

consenso entre las elites políticas para gobernar en conjunto, con base en la distribución

equitativa de los poderes públicos.

El Frente Nacional restringió la actividad política a los miembros de las familias más

prominentes de la sociedad que desarrollaban permanentemente un juego de lealtades y

oposición entre sí, pues a pesar de que una colectividad podía estar en el ejecutivo, la

otra siempre tenía una representación garantizada en el gobierno (Palacios, 2003, p.

256).1 Así bajo este sistema, se intercaló la presidencia entre liberales y conservadores

1 Por “familias prominentes”, Palacios se refiere a las que dominaban las tendencias o facciones de los partidos políticos. Por un lado, en el Partido Liberal dominaban los Lleras y los López, mientras en el

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entre 1958 y 1974. Sólo hasta la reforma de 1968 se lograron ciertos cambios como la

restitución del voto de mayoría simple en el congreso, pues desde el inicio del Frente, la

aprobación de las leyes en el congreso requería una mayoría de dos tercios de los votos,

asimismo se logró la abolición de la paridad obligatoria en los legislativos municipales

y departamentales en 1970 y en el nacional en 1974 (Hartlyn, p. 22).

Sin embargo, como lo menciona Álvaro Tirado Mejía (1989, p. 399), la prolongación

del sistema político llevó a que este fuera altamente excluyente e impidiera la

renovación política en aras de mantener a una determinada élite, sin buscar solución

efectiva a los problemas sociales del país. Según Marco Palacios (2003, pp. 265-266), al

no haber bajo la hegemonía del Frente Nacional, una verdadera oposición política, se

perdieron de vista los objetivos nacionales y la actividad política quedó suscrita a las

localidades donde los políticos comenzaron a recibir el apoyo de los grandes

terratenientes y los empresarios locales. Estas circunstancias llevaron a que desde

mediados de los setenta el régimen comenzara a perder su legitimidad y el sistema

comenzase a presentar un agotamiento ya que las élites políticas se empeñaban en

mantener el excluyente modelo político que los favorecía en medio de una sociedad que

venía experimentando profundos cambios culturales, económicos y sociales.

En materia económica encontramos que si bien la primera mitad de los setenta fue de

relativa bonanza económica, para 1974, la economía empieza a entrar en recesión. Para

Salomón Kalmanovitz, (1994, pp. 467-470) el gobierno buscaba continuar con la

política de la Sustitución de Importaciones, sin embargo se terminaron imponiendo

medidas de corte monetarista con las cuales se buscaba una liberalización parcial del

comercio. Así se buscó llevar a cabo una promoción de las exportaciones y una

reducción considerable de los aranceles, pero esto terminó favoreciendo la

desindustrialización del país. Del mismo modo aumentó el contrabando, por tanto se

presentó una desigualdad entre importaciones y exportaciones, pues estas últimas fueron

descendiendo por lo que aumentaron las tasas de desempleo. Por tanto, este modelo

monetarista disminuyó las escasas conquistas que habían logrado las clases trabajadoras

y aumentó las desigualdades sociales, pues mientras que en 1964 aproximadamente una

Partido Conservador encontramos a los Ospina, los Pastrana y a los Gómez. Estas familias manejaban distintas facciones parlamentarias en las colectividades por lo que a pesar de ser parte de un mismo partido, la opinión de las familias definía el apoyo o la oposición al gobierno que se encontrase en el poder, incluso sin importar el partido al que perteneciese el presidente.

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cuarta parte de la fuerza de trabajo tanto urbana como rural se encontraba en condición

de extrema pobreza, en 1973 esta pasó a superar la mitad (Tirado, 1989, p. 400).2

Del mismo modo, el país comenzaba por esta misma época a sufrir el flagelo del

narcotráfico. Según Hartlyn, los cultivos ilícitos comenzaron a avanzar en el país a

partir del interés de los narcos en Colombia pues se presentaron programas de

herbicidas a gran escala en México, en precisos momentos en que la demanda de

marihuana crecía en los Estados Unidos; además Colombia contaba con una

privilegiada posición geográfica que según informes de las Naciones Unidas, la

convirtieron en el principal centro de producción de la cocaína (Hartlyn, 1993, p. 177).

El auge de los narcóticos es explicado por Marco Palacios (2003, pp. 276-277) por tres

factores, en primer lugar la tradición histórica del país de contrabando y evasión fiscal

como forma de labrar fortuna, en segundo lugar, varios grupos industriales se vieron

necesitados de las finanzas del narcotráfico, por último la práctica de la “ventanilla

siniestra”, con la que el Estado buscaba captar algunas divisas del narcotráfico, pero

terminó permitiendo el lavado. De este modo, se puede ver que el Estado careció de

autoridad y control sobre el oscuro negocio y más bien fue permisivo, adaptándose a la

situación.

La excesiva entrada de dólares provenientes de los narcos tuvo consecuencias en la

economía y en la política. Por un lado como lo muestra Kalmanovitz (1994, p. 473), la

sobreabundancia del dólar negro aumentó la inflación. Asimismo el narcotráfico

favoreció el crecimiento de las exportaciones ilegales y financió la importación de

manufacturas y textiles de contrabando, razón por la cual la industria nacional se vio

fuertemente lesionada. Del mismo modo, el narcotráfico trajo como consecuencia como

lo menciona Daniel Pécaut (1989, pp. 293-294) la aparición de la mafia en las

localidades como una “burguesía emergente”, la cual va a cooptar la economía regional,

pues varias empresas caerán en sus manos. Así, surge una competencia entre la élite

tradicional y la nueva burguesía local que en aras de mantener su negocio estará presta a

cometer toda clase de actos de corrupción, poco a poco esta nueva burguesía también

2 Según las cifras citadas por Álvaro Tirado Mejía, en 1964 se encontraban en condiciones de extrema pobreza el 25% del total de la fuerza de trabajo, el 24.6% de la fuerza de trabajo urbana y el 25.4% de la rural. En 1973 estos porcentajes se incrementaron al 50.7%, 43.4% y 67.5% respectivamente.

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empezaría a permear los directorios políticos regionales y con su aparición se

comenzaran a elevar los índices de violencia.

Como vemos, el modelo político y económico del Frente Nacional se desarrollaba en

medio de grandes cambios sociales pues el país estaba pasando de ser una sociedad rural

a una sociedad urbana. Las urbes vieron incrementada de manera considerable su

población entre 1951 y 1973. Ciudades como Bogotá y Medellín duplicaron sus

poblaciones entre 1951 y 1964. Este aporte se daba en gran parte por la migración de la

población del campo hacia los núcleos urbanos por distintos factores como la violencia

política de los años cincuenta, así como los problemas de la economía campesina. En

poco tiempo el país pasó de tener en 1951 el 40 % de su población viviendo en las

ciudades a un 60 % en 1973 (Ver gráfico 1). El éxodo campesino tuvo consecuencias

sociales pues la migración recibida por las ciudades era de personas en edad de trabajar

pero con un pobre nivel educativo y sin conocimiento de oficios urbanos, lo que

aumentó la marginalidad y la pobreza en las ciudades con todos los problemas sociales

que esta conllevaba (Rueda, 1989, p. 379).

Fuente: Rueda, 1989, p. 378

Los cambios en la dinámica de la población vinieron de la mano con cambios culturales

en la sociedad, la educación amplió su cobertura y mejoró su calidad. Asimismo esta

educación también fue dirigida a la mujer, que también comenzó a tener una mayor

participación en los mercados laborales. Del mismo modo, hubo un gran cambio con la

GRÁFICO 1 DISTRIBUCIÓN PORCENTUAL DE LA POBLACIÓN COLOMBIANA SEGÚN ZONA DE

RESIDENCIA (1938-1973)

0

10

20

30

40

50

60

70

80

1938 1951 1964 1973

RURAL URBANA

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inclusión de políticas de control de la natalidad (Tirado Mejía, 1989, pp. 402-404).

Estos cambios, entraron en conflicto con la Iglesia.

Todos estos cambios que se produjeron en la sociedad colombiana llevaron a que hacia

mediados de los setenta, el Frente nacional presentase un desgaste como sistema

político, pues no supo adaptarse al nuevo tipo de sociedad. Las restricciones del poder a

unos sectores limitados evitó la innovación política, deslegitimando al régimen. Estas

circunstancias llevaron a que el Estado se convirtiese en un representante de “intereses

particulares” en contravía de las necesidades generales. Esto se evidencia en el poder e

influencia que los gremios estaban acumulando, al punto de que las políticas

económicas se diseñaban en los congresos gremiales donde los ministros siempre hacían

presencia; en contraste los sectores populares representados en asociaciones de

campesinos o sindicatos no lograron hacer contrapeso a la presencia gremial. Del

mismo modo, la población no encontró representación en los partidos tradicionales y se

empezó a desligar de los mismos. De este modo los sectores políticos eran vistos como

garantes de intereses particulares y regionales, más no de las necesidades de la sociedad;

por tanto los índices de abstención electoral fueron creciendo poniendo en entredicho al

sistema político (Tirado Mejía, 1989, p. 406).

Todos estos factores llevaron a una crisis en la legitimidad del régimen, ante la cual el

Estado no fue capaz de hallar solución. Esto se refleja en las huelgas y movilizaciones

sociales que fueron recurrentes a lo largo de los gobiernos del Frente Nacional cuyo

sistema se había convertido en sustento de un poder estático y paralizado que era de

propiedad exclusiva de unos pocos e impedía el surgimiento de nuevas opciones

políticas, estas manifestaciones se harían más recurrentes desde mediados de los setenta.

1. 2. Las guerrillas y el orden público

Las coyunturas de Colombia han llevado a que desde los años cincuenta hasta nuestros

días, las Fuerzas Armadas se encuentren en operaciones permanentes. Dicha situación

es resultado del fenómeno de “La Violencia”, conflicto rural entre liberales y

conservadores que dejó una cifra de muertos cercana a los cuatrocientos mil entre 1948

y 1958 cuando se constituyó el Frente Nacional (Rouquié, 1984, p. 233). Después de la

consolidación del pacto bipartidista, comenzaron a surgir organizaciones guerrilleras

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que encontraron en la Revolución Cubana una fuente de inspiración, sin embargo para

explicar el origen de las guerrillas en el caso colombiano, Marco Palacios (2003, p. 262)

plantea tres explicaciones: “a. Fueron continuación de las formas más políticas y

radicales del liberalismo en armas de la violencia; b. Una respuesta izquierdista al

bloqueo del pacto bipartidista y c) una oportunidad de encontrar el nicho campesino

para la revolución socialista.”

A partir de esta definición podemos acogernos a la tesis que plantea Eduardo Pizarro

(1989, p. 251) para explicar el desarrollo histórico de estos grupos. Según Pizarro, los

grupos guerrilleros en Colombia tienen tres etapas, en primer lugar una “etapa de

emergencia” la cual se da entre fines de los cincuenta y principios de los sesenta, casi

todos los grupos que surgieron en esta época desarrollaron su estrategia en torno a la

idea del foco guerrillero; asimismo sus miembros se caracterizaban por surgir de

sectores de las clases medias que tenían un fuerte voluntarismo político. En esta

generación encontramos el surgimiento del Movimiento Obrero Estudiantil Campesino

(MOEC), el Ejército Revolucionario de Colombia (ERC), las Fuerzas Armadas de

Liberación (FAL), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y el Ejército de Liberación

Nacional (ELN). Sin embargo sólo los dos últimos van a lograr consolidarse por medio

de la estrategia del “foco guerrillero”. Sin embargo, en los años setenta esta primera

etapa fue seguida por una etapa de “crisis y división”, en el cual el poder guerrillero se

vio diezmado por la acción militar, lo que llevó al cambio de estrategias de estos

grupos.

El ELN inició sus acciones en las selvas de la zona sur occidental de Santander, su

ideología estaba marcada hacia el guevarismo y contó inicialmente con el respaldo de

Cuba. Su base estuvo formada inicialmente por trabajadores y universitarios

santandereanos y si bien se unieron posteriormente líderes estudiantiles de otras

ciudades, esta guerrilla no realizó trabajos de politización sobre la población campesina,

de la cual siempre desconfiaron. En el ELN siempre hubo prioridad sobre la acción

armada, la cual recrudeció cuando perdió el apoyo cubano. Esto llevó a conflictos

internos en la guerrilla que la debilitaron (Pécaut, 1989, p. 311). Esta situación fue

aprovechada por las Fuerzas Armadas que llevaron a cabo operativos que diezmaron al

ELN, pues en ellos perdió a líderes como el sacerdote Camilo Torres en 1966 y otros

como la “Operación Anorí” de 1973, debilitó el poder eleno en Antioquia, donde se

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habían insertado a principios de 1970. Estos problemas llevaron a que los distintos

grupos de esta guerrilla se replegasen hacia las ciudades El ELN solo se recuperaría

hasta 1980. (Palacios, 2003, pp. 265-266)

Por otro lado encontramos al EPL, cuya estrategia militar fue similar a la del ELN, pero

su ideología era Maoísta, por lo que pretendía repetir la estrategia del “Ejército Rojo” en

China, pero en la práctica terminó valiéndose de la estrategia del foco. Esta

organización encontró su base social en campesinos y trabajadores bananeros del Urabá

antioqueño (Palacios, p. 264). Sin embargo, igual que el ELN fue diezmado por las

luchas ideológicas internas en especial por la separación de tendencias leninistas, así

como poderosos cercos militares realizados entre 1967 y 1969 (Pizarro, 1989, p. 251).

Esto llevó a que el EPL optase por la acción en los núcleos urbanos.

Por otro lado, las FARC no necesitaron del apoyo universitario para su surgimiento, sin

embargo siempre fueron muy cercanas al Partido Comunista Colombiano. Aún así, su

origen dista de las demás guerrillas de “primera generación” en tanto que no hubo en

sus miembros un “voluntarismo político” ni fueron producto de la Revolución Cubana,

sus orígenes se encuentran en los movimientos de autodefensa campesina de la etapa de

la violencia. El recrudecimiento de las acciones armadas contra estos grupos fue un

factor determinante para surgimiento de esta guerrilla. En 1964, el senador Álvaro

Gómez Hurtado y sus partidarios denunciaban la presencia de “dieciséis repúblicas

independientes al servicio del comunismo internacional”, esto llevó a que el presidente

Guillermo León Valencia ordenase un ataque contra Marquetalia, base del líder de las

FARC Manuel Marulanda Vélez, “Tirofijo”. Esto llevó a que los grupos que formaban

parte de esta guerrilla se dirigieran hacia las selvas del sur, adoptando tácticas de

colonización armada y de guerrilla móvil (Palacios, 2003, pp. 264-265). Las FARC

llevaron a cabo una actividad colonizadora que le permitió ganar simpatía entre la

población juvenil campesina que encontró en la guerrilla un modo de vida. Hacia los

años setenta las FARC habían logrado consolidarse en zonas donde antes había

dominado el ELN y en 1979 ya contaban con nueve frentes que solían presentar

combates con el ejército de manera discontinua (Pécaut, 1989, p. 347).3

3 Según las fuentes oficiales citadas por Pécaut, los nueve Frentes de las FARC se distribuían por el territorio nacional de la siguiente manera: cinco en el sur (Caquetá, Putumayo, Huila, Cauca y Tolima),

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Estas tres guerrillas nacidas en los años sesenta actuaban en las zonas rurales, pero en

los años setenta la situación da un giro y surgen guerrillas que tenían su eje en los

núcleos urbanos y llevaban a cabo acciones que les permitieron ser el centro de la

opinión pública. Estos grupos pueden encajarse en la tercera fase descrita por Pizarro

como “segunda generación y reactivación”. Las organizaciones de esta etapa se

caracterizaban por llevar a cabo la estrategia y táctica de la guerra prolongada y la

formación de frentes populares de masas intentando emular a las guerrillas

centroamericanas, abandonando el tradicional foco guerrillero. Asimismo, estas

organizaciones se caracterizaron por consolidar una mayor alianza en núcleos de la

población como sindicatos y barrios populares. Del mismo modo estos grupos se

marginaron de las discusiones del comunismo internacional y buscaban más bien

convertirse en actores políticos frente al Estado a partir de la realidad latinoamericana

(Pizarro, 1989, p. 252). En estos grupos encontramos organizaciones como el

Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el Partido Revolucionario de los

Trabajadores (PRT), el Quintín Lame y dos que por su actuación en las ciudades se

convertirán en el centro de atención de la opinión pública: El Movimiento 19 de Abril

M-19 y la Autodefensa Obrera ADO o MAO.

El M-19 surge de la ANAPO Socialista después del escándalo por el supuesto fraude

electoral donde perdió el General Rojas Pinilla frente a Misael Pastrana. A este

movimiento se unieron estudiantes, académicos y empleados entre otros. Este grupo

empezó a llevar acciones como el robo de la espada de Simón Bolívar y el secuestro y

asesinato del líder sindical José Raquel Mercado. A diferencia de otras organizaciones,

el M-19 rechazaba los tradicionales dogmatismos e incluso sus posiciones eran lejanas a

las del Partido Comunista. Por medio de este tipo de actos, el M-19 apostaba para llegar

por medio de la acción armada a convertirse en Partido Político (Pécaut, 1989, p. 346),

y en medio de la crisis de legitimidad del régimen político, logró granjearse un

considerable apoyo político y un buen índice de simpatía en la opinión pública (Ramírez

y Restrepo, 1988. p. 47). El último grupo guerrillero señalado, el Movimiento

Autodefensa Obrera (MAO o ADO) nació en 1976 e inició como un grupo pequeño que

llevó a cabo acciones de terror en núcleos urbanos. Este grupo intentaba emular al M-19

dos en la zona centro (Magdalena Medio y Santander) uno en el norte por la zona de Córdoba y Urabá y uno en los llanos orientales.

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y sus acciones alcanzarían su mayor trascendencia en el gobierno de Julio César Turbay

Ayala (Ramírez y Restrepo, p.173).

A lo largo de los gobiernos del Frente Nacional, el Estado mantuvo una lucha contra

estos grupos. Durante largo tiempo se asumió que los sectores de oposición violentos o

no, tenían vínculos con las organizaciones guerrilleras. De esta manera, la existencia y

reivindicaciones de las guerrillas así como la cercanía ideológica al marxismo y al

socialismo, dio a las Fuerzas Armadas Colombianas justificación a su discurso

anticomunista que veía en estas guerrillas un enemigo que ponía en peligro a la nación

por lo que debía ser combatido en todos sus frentes siguiendo el ejemplo de los

regímenes militares del Cono Sur.

1.3. La autonomía de las fuerzas militares

Para analizar la situación de los militares colombianos en los años sesenta y setenta nos

acogemos a la tesis de Max Weber, según la cual las Fuerzas Militares en

representación del Estado son las monopolizadoras de la coacción física legítima, es

decir de la represión y de la violencia en nombre de la ley y la justicia. Al estar las

Fuerzas Militares sujetas a la ideología y defensa del Estado, debemos estudiarlas

tomando en cuenta el sistema de relaciones políticas y sociales con el Estado en un

momento determinado (Weber, 1964, pp. 1056-1057).Las coyunturas de la guerra en

Colombia y las circunstancias particulares han llevado a que las Fuerzas Armadas hayan

tenido en las décadas señaladas un desarrollo histórico distinto al de varios países de

Latinoamérica. Mientras en esas décadas encontrábamos que las Fuerzas Militares

habían llegado a hacerse con el control total del Estado, en Colombia se mantuvo el

sistema democrático. Esto no implica que los militares no viesen incrementado su poder

e injerencia en el Estado.

En cuanto al desarrollo histórico de las fuerzas militares colombianas, estas deben ser

enmarcadas en la categoría de estados latinoamericanos excepcionales que Alain

Rouquié y Frank Saffern denominan “Estados Civiles”. Por medio de esta categoría, los

autores estudian a las naciones latinoamericanas donde las Fuerzas Militares no llegaron

a convertirse en el gobierno y ha prevalecido el dominio de las instituciones civiles

como México, Colombia, Costa Rica y Venezuela. Aún así los autores reconocen que

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estos países no podrían ser considerados como verdaderos “dechados de instituciones

democráticas”, más bien reconocen que los militares de estos países no tuvieron éxito

las intenciones de tipo golpista y permitieron la democracia representativa (Rouquié y

Saffern, 1997, p. 312).

Esto ha sido resultado según Rouquié y Saffern (pp. 317-318) de tres factores

particulares de las fuerzas militares colombianas que han permitido la prevalencia de los

poderes civiles, en primer lugar estas han sido por tradición carentes de prestigio, en

segundo lugar estas tuvieron una tardía profesionalización con respecto a otros países y

en tercer lugar, el ejército de Colombia se ha encontrado en permanente operación desde

los tiempos de “la violencia”. Estas circunstancias han llevado a que las fuerzas

militares se encuentren divididas y dispersas por su lucha contra los grupos irregulares,

por lo cual no han sido proclives a los golpes de estado. Sin embargo, los militares

colombianos cumplen una función legitimando el sistema bipartidista, el cual se vuelve

parte esencial de la sociedad civil, por lo que los militares optan por no intervenir y

limitar sus funciones al manejo del orden público.

Del mismo modo debemos considerar que el ejército colombiano fue desde principios

de siglo muy cercano al Partido Conservador, colectividad en torno a la cual se creó.

Durante “La Violencia”, el ejército apoyo al gobierno de Laureano Gómez e impuso por

la fuerza el orden. Este apoyo del ejército al conservatismo, contrastaba con la actitud

asumida por el sector castrense hacia los presidentes liberales quienes fueron vistos con

recelo, ya que estos fortalecían a la policía en aras de hacer contrapeso al ejército por su

fuerte ideología conservadora. Esta actitud fortaleció los lazos entre los militares y los

conservadores. (Rouquié, 1984, pp. 234-235)

Pese a estas circunstancias debemos tomar en cuenta que aunque las Fuerzas Militares

en Colombia no llegaron a convertirse en el gobierno, estas gozaron de una presencia en

el Estado que les permitió ganar una relativa independencia en el manejo del orden

público. A partir de las lecturas realizadas, hemos denominado a dicha independencia

como autonomía militar relativa la cual, se fue configurando de manera paralela al

Frente Nacional. El desarrollo histórico de la autonomía militar podría explicarse en dos

fases, una primera en los sesenta donde las Fuerzas Militares se adaptan a la dinámica

del Frente Nacional y una segunda fase en la década de los setenta donde se debe tomar

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en cuenta la influencia de la doctrina de la Seguridad Nacional, no obstante no podemos

dejar de lado que en ambas etapas desempeñó un papel importante la política del Estado

de Sitio, por medio de la cual a pesar de que los civiles gobernaban, los militares

ganaban libertad para tomar las medidas que considerasen pertinentes .

1.3.1. Los sesenta: Los militares, defensores del Frente Nacional

La primera fase para la consolidación de la autonomía militar inició al final de la

violencia bipartidista con los acuerdos políticos de liberales y conservadores ya que

estos implicaron reformas en el interior del Estado que también influyeron a las Fuerzas

Militares. Si bien el país empieza a asumir el contexto de la guerra fría, las condiciones

que cambiaron el pensamiento y lealtad de las Fuerzas Armadas encuentran su

explicación en circunstancias internas; pues en esta década se presenta una separación

del poder civil y militar, los cuales establecieron un acuerdo no explícito en el cual

garantizaron que no tendrían intervención mutua. Esto dio a las Fuerzas Armadas la

libertad para actuar autónomamente en el manejo del orden público.

1.3.1.1. La despolitización y el sometimiento de los militares al establecimiento

Para explicar esta primera fase del desarrollo de la autonomía militar nos hemos

acogido a una serie de tesis que han sido trabajadas por diversos analistas de las Fuerzas

Militares. En ellas se parte del reconocimiento de la influencia del Frente Nacional en la

configuración de las Fuerzas Armadas. En primer lugar debemos señalar que las

Fuerzas Militares cambiaron de actitud con respecto a los años de las luchas

bipartidistas, donde eran leales a un partido u otro. Después de la caída del general

Rojas Pinilla, los militares aceptan el sistema bipartidista y por tanto acogen como su

función, la defensa del mismo.

El primero de estos estudios es el de Gustavo Gallón (1983, pp. 16 y 38), quien en su

libro La república de las armas nos muestra como la adaptación de los militares al

sistema bipartidista, fue condición para el ascenso de los militares en el Estado. Gallón

nos muestra que los partidos políticos para garantizar la independencia de las Fuerzas

Armadas, cedieron el Ministerio de guerra a los militares. Esta condición permitió que

se diera un giro en las funciones del ejército y la policía, pues el “manejo del orden

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público” era un asunto netamente de esta última, pero en los sesenta esta función pasa a

manos de los militares que comenzaron a ejercer actividades de control de la población.

Esta ampliación de las funciones del sector castrense, implicó que los demás estamentos

de la fuerza pública quedaran sometidos al ejército.

Aún cuando Gallón también reconoce que las Fuerzas Armadas aceptaron el

sometimiento al Frente Nacional, es el Estado quien se adapta a los intereses de las

Fuerzas Armadas y no las Fuerzas Armadas al Estado. Gallón sustenta esta hipótesis en

que en esta década hay un aumento en las funciones de las Fuerzas Armadas hacia

campos que competían a los organismos civiles. Gallón (1983, p. 26-27) resalta tres

campos: en primer lugar la acción cívico-militar, la cual buscaba que los militares

combinaran las acciones militares y la realización de obras públicas, con el propósito de

atraerse a la población y contrarrestar la acción militar e ideológica de las

organizaciones guerrilleras. En segundo lugar se permitió la militarización de las

administraciones locales, pues los gobiernos nacional y regional se tomaban la libertad

de designar alcaldes y gobernadores militares en las localidades donde se consideraba el

orden público en riesgo. El tercer factor señalado por Gallón fue la aplicación de la

Justicia Penal Militar para juzgar civiles, facultad que se implementó desde 1965 y que

permitió que delitos como el secuestro, la extorsión o la alteración del orden público

fuesen juzgados en Consejos de Guerra. Sobre este último aspecto Gallón deja claro que

la justicia penal militar para civiles tiene como fin ejercer control sobre la población,

pues esta facultad permitía a los militares realizar pesquisas y allanamientos, que en

varias ocasiones iban en contravía de los derechos constitucionales, por tanto surgieron

permanentes conflictos entre la justicia militar y la civil, sobre cual institución tenía las

competencias para juzgar y como se debía aplicar la justicia. Gallón sostiene que en el

diseño de estos planes tuvo influencia la política norteamericana de la “Alianza para el

Progreso” del presidente Kennedy

De manera contemporánea al libro de Gallón, encontramos el estudio del Mayor

Gonzalo Bermúdez Rossi (1982, pp. 13-14), El poder militar en Colombia en él, su

autor considera que a lo largo de la historia colombiana, las fuerzas armadas han tenido

un papel preponderante en la vida nacional y a lo largo del siglo XX han servido como

instrumento de las élites políticas y económicas, cuando estas ven amenazado su status.

Por tanto, en aras de defender su situación privilegiada, las instituciones del Estado han

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otorgado amplias libertades a las fuerzas armadas, lo que ha permitido que a pesar de

que haya un gobierno civil, los militares tengan amplios poderes políticos. El autor

reconoce que en el Frente Nacional la cúpula militar ha sido cercana a los poderes

establecidos y ha servido como defensora de los mismos, Bermúdez Rossi señala que en

los sesenta, hubo conciencia social en algunos mandos del ejército como el general

Alberto Ruiz Novoa que reconocían causas profundas en el descontento social. Sin

embargo los militares con una visión progresista fueron removidos paulatinamente, lo

cual permitió en los setenta el ascenso de militares con visión conservadora, partidarios

de políticas represivas para defender al Estado (Bermúdez, pp. 151-178).

Analistas más actuales como Francisco Leal Buitrago comparten con Gallón la tesis

según la cual el mayor cambio que representó el Frente Nacional para los militares, fue

que estos se subordinaron no a los partidos políticos sino al Estado y el conjunto de sus

instituciones en su totalidad sin importar la colectividad que se encontrase en el poder.

Para Leal este proceso comienza con el discurso del presidente Lleras Camargo en el

teatro Patria el cual implicó que se diese una separación entre el poder civil y el militar.

En su discurso el presidente Lleras ratificaba la importancia de que los militares no

intervinieran en asuntos de orden político y del mismo modo los civiles no debían

intervenir en los temas militares (Leal, 1994, p. 70). Podemos encontrar estas frases en

el discurso de Lleras Camargo: “Yo no quiero que las Fuerzas Armadas decidan cómo

se debe gobernar a la nación, en vez de que lo decida el pueblo, pero no quiero en

manera alguna que los políticos decidan como se debe manejar las Fuerzas Armadas, en

su función técnica, en su reglamento, en su personal”. Se puede deducir que esta

situación generó un pacto implícito entre el Estado y las Fuerzas Armadas, según el cual

no debía haber oposición ni intervención en los asuntos de cada bando. Así Leal

confirma la tesis central de sus estudios según la cual no ha habido participación civil en

el diseño de estrategias de seguridad y que esta materia quedó en manos exclusivas de

las Fuerzas Militares, mientras que los asuntos políticos y económicos del país quedaron

bajo el control de los sectores civiles. Esto permitió que los militares ganasen libertad y

autonomía para sus acciones (Leal, 2002, pp. 38-39).

La postura de Leal es seguida por la profesora Elsa Blair Trujillo (1993, pp. 91-92),

quien afirma que la autonomía de los militares responde a un desinterés por parte de los

poderes civiles en torno a los asuntos de seguridad, pues no hubo una verdadera

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preocupación por parte del Estado en la creación de una política de defensa y seguridad.

Las Fuerzas Armadas van a asumir la idea de defender al Estado, lo que llevo a que las

formas de oposición como las huelgas fuesen consideradas problemas de orden público.

Esto condujo a que los militares asumieran una posición represiva contra las

expresiones políticas que diferían del gobierno central. Así, las huelgas y

movilizaciones estudiantiles, que eran problemas de tipo político, terminaron siendo

manejados por las Fuerzas Militares. De esta manera podemos ver que el Estado fue

incapaz de dar solución a los problemas del país, y optaba por llamar a las Fuerzas

Armadas para reprimir a los sectores de oposición, situación que según la autora

acrecentó la autonomía militar.

Del mismo modo, Blair Trujillo nos muestra que a pesar de que las Fuerzas Militares en

los sesenta vieron aumentado su poder y obtuvieron libertad para el manejo del orden

público, el Estado les impuso límites a sus posiciones. Esta afirmación se sustenta por el

enfrentamiento debido a posiciones de las Fuerzas Armadas con respecto a problemas

sociales como vemos en el caso del general Alberto Ruiz Novoa quien en 1964 señalaba

los problemas de la diferenciación social en el país en especial en torno a la tierra, como

podemos ver en estas frases dichas por el general en la Revista de las Fuerzas Armadas:

“No es difícil probar que en Colombia existe un estado de injusticia en torno a la

posición de la tierra y que esta situación es la responsable de la pobreza y el atraso del

país...” Esta posición fue rechazada por sectores de la política que consideraron la

acción del ministro como una intervención indebida en política, a su vez altos oficiales

como el general Reveiz Pizarro afirmaba que esta posición era favorable a los enemigos

del presidente Guillermo León Valencia (Blair, pp. 92-93). De esta manera, el poder

civil estableció como límite a las Fuerzas Armadas el manejo del orden público y no

toleró opiniones diferentes en las Fuerzas Militares hacia el Estado y sus políticas.

Como podemos ver, los autores coinciden en que las Fuerzas Militares terminan

sometidas al Estado y su sistema bipartidista en contraposición con los principios del

siglo XX cuando eran aliados de una u otra colectividad política. Así, después de la

caída de Rojas Pinilla, los militares se convierten en actores que brindan legitimidad al

Estado. Sin embargo, esto produce una situación paradójica ya que al someterse a los

poderes establecidos tanto los políticos como los económicos, las fuerzas armadas

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ganaron independencia en sus acciones y planes para el manejo del conflicto armado y

el orden público.

1.3.1.2. La política de estado de Sitio.

El segundo gran factor que permitió la autonomía militar fue la puesta en práctica del

Estado de Sitio, que ha sido ampliamente estudiada por Gustavo Gallón en Quince años

de Estado de Sitio. Esta era una facultad presidencial para declarar que había

perturbaciones en el orden público de manera parcial o total en el país. El Estado de

Sitio aumentaba los poderes del poder ejecutivo, por medio de atribuciones adicionales

como arrestar sospechosos, así como la expropiación y censura de medios de

comunicación, con miras a garantizar la seguridad del país (Gallón, 1979, pp. 13-14).

Los presidentes del Frente nacional gobernaron haciendo uso recurrente de esta facultad

presidencial. El problema según Gallón (1979, pp. 14-16) radicaba en la vaguedad del

concepto “perturbación del orden público” pues este era de libre interpretación por parte

del gobierno central, por lo que cualquier situación de desorden social podía ser

considerada como razón suficiente para invocar al Estado de Sitio así tanto una acción

armada de las guerrillas como una huelga o manifestación estudiantil podían ser

consideradas problemas de seguridad, por lo que se podía ejercer la fuerza contra las

mismas.

Según Gallón el verdadero objetivo del estado de sitio era combatir las formas de

oposición y la movilización de las clases populares, con el pretexto de defender a las

instituciones por tanto, el estado de sitio permitía que los sectores de oposición fuesen

considerados como subversivos, con lo que pierden su legitimidad. Del mismo modo,

las Fuerzas Armadas acrecientan su poder y autonomía ya que son las llamadas a

defender el orden legítimo del Estado. De este modo se legitimó la represión ya que las

Fuerzas Armadas ven ampliadas sus competencias como el juzgamiento de civiles y la

realización de acciones lesivas contra los derechos humanos, en aras de garantizar la

seguridad del país (Gallón, 1979, pp. 123-126).

Encontramos una visión similar del Estado de Sitio en el trabajo El Cuadro de la

Justicia de Adolfo Salamanca Correa y José Luis Aramburo (1981, pp. 9-10), para

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quienes el estado de sitio en Colombia permite recortar las libertades ciudadanas bajo el

disfraz de un gobierno democrático, así bajo el estado de sitio el ejecutivo acaba con el

estado social de derecho, avanzando hacia un régimen represivo. Para los autores, esta

hipótesis se sustenta al analizar las limitaciones que la ley imponía a la promulgación

del estado de sitio, las cuales a pesar de estar establecidas en la constitución no se

ponían en práctica. Para los autores, el estado de sitio es un instrumento estatal para

reprimir los intereses políticos de los ciudadanos opuestos al gobierno, ya que esta

facultad puede ser invocada por el presidente sin motivo alguno, y a su vez es el propio

presidente el principal beneficiario de la misma pues es él quien determina las normas

que se modifican bajo el estado de sitio. Esto ha llevado a que el estado de sitio fuese

invocado de manera permanente por los gobiernos del Frente Nacional. Es notable

también que el estado de sitio haya permitido a los presidentes excederse en sus

funciones y diseñar políticas económicas sin tomar en cuenta al congreso, sobre este

último aspecto encontramos que los gobernantes han justificado el estado de sitio para

hacer permanentes normas de carácter represivo (Salamanca y Correa, 1981, pp. 22-32).

De igual manera, el estado de sitio ha permitido a los presidentes hacer retenciones

ciudadanas sin motivos claros, así como un acrecentamiento de la justicia penal militar

para civiles, la cual se convierte en el sustento del estado de sitio ya que permite

procesos caracterizados por todo tipo de arbitrariedades pues en repetidas ocasiones a

los presos se les niegan las mínimas garantías procesales. En estos procesos se permite

el juzgamiento sin defensores, se accede al aislamiento y la incomunicación entre otros

vejámenes (Salamanca y Correa, pp. 47-74).

Por otro lado, encontramos que Iván Orozco Abad (1992, p. 171), en su estudio

Combatientes, Rebeldes y Terroristas considera que el estado de sitio en Colombia,

genera una confusión en las funciones de los militares y de la policía, las cuales suelen

ser represivas en aras de obtener la victoria contra los enemigos del Estado. A partir de

esto, el autor diferencia dos clases de estado de sitio, por un lado el estado de sitio

militar-político, el cual esta pensado para situación de guerra y/o conflicto armado, en él

se reconoce una cierta “simetría” en las relaciones entre el Estado y los alzados en

armas contra el mismo; al haber dicha igualdad, ambos actores, rebeldes y Estado deben

negociar entre sí como alternativa para solucionar el conflicto (Orozco, 1992, pp. 191-

192).

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Sin embargo, en Colombia ha imperado el estado de sitio policivo-punitivo en el cual el

Estado determina que hay una situación de paz, la cual puede ser turbada por una serie

de amenazas, por lo cual hay una clara asimetría entre el Estado y los rebeldes. Esto

permite a los gobernantes suspender las libertades y garantías constitucionales para los

ciudadanos con el fin de obtener herramientas para luchar contra esas amenazas, por lo

cual puede recurrir a todo tipo de arbitrariedades para obtener la victoria. De este modo,

el estado de sitio se utiliza para cambiar la visión del derecho civil interno y convertir a

los enemigos del estado en enemigos absolutos, por tanto se cambia la figura del

combatiente rebelde por la del terrorista, contra el cual hay que luchar por todos los

medios aún cuando esto implique pasar por encima de la constitución (Orozco, 1992,

pp. 196-197).

1.3.2. Los setenta: la seguridad nacional, materia de las Fuerzas Militares

Hemos visto como las Fuerzas Militares en Colombia se adaptaron al sistema del Frente

Nacional y asumieron su defensa contra toda forma de oposición al mismo. Sin

embargo, no podemos dejar de lado el contexto internacional el cual estaba marcado por

la guerra fría y la influencia de los Estados Unidos a través de la Doctrina de la

Seguridad Nacional (DSN), esta era un conjunto de normas establecidas por los Estados

Unidos para el adoctrinamiento y capacitación de los militares latinoamericanos. La

doctrina fue creada dentro de la lógica bipolar de la Guerra Fría como una respuesta al

temor de Estados Unidos del surgimiento de un nuevo régimen comunista en

Latinoamérica, después de la victoria de Fidel Castro en Cuba en 1959, pues este suceso

llevó al surgimiento de guerrillas y fuerzas de izquierda en varios países que intentaron

repetir la experiencia castro-guevarista. Así, la doctrina establecía un frente común

liderado por Estados Unidos contra el comunismo, el cual era visto como un enemigo

que debía ser erradicado. La responsabilidad en el combate contra ese adversario era de

las Fuerzas Militares, las cuales en el caso latinoamericano se consideraban únicas

portadoras válidas de las nociones de patria y nación, por tanto los conceptos distintos a

los de las Fuerzas Militares podían ser señalados como subversivos y debían ser

combatidos.

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La DSN buscaba así, evitar el surgimiento de una “nueva Cuba” en Latinoamérica, por

tanto se impuso la idea de que los Estados latinoamericanos se encontraban en un

“estado de guerra permanente” no solo contra las guerrillas sino también contra un

“enemigo interior” el cual no estaba claramente definido ni localizado, pero que se

encontraba inmerso en las fronteras de la nación. Este enemigo era el comunismo

internacional, al cual se acusaba de pretender por medio de una acción subversiva

destruir el orden establecido. Por tanto, era necesario que las Fuerzas Armadas

establecieran mecanismos para el combate contra los eventuales “focos de la

subversión” los cuales se encontraban en los sectores de oposición tales como las

universidades, los sindicatos y organizaciones sociales así como movimientos políticos

y grupos de religiosos. Por tanto, los medios utilizados para el combate contra ese

enemigo no sólo se limitaban al combate antisubversivo sino también al uso de métodos

represivos contra los “focos de la subversión”. De esta manera surgieron los regímenes

militares del cono sur que se caracterizaron por el uso de métodos lesivos de derechos

humanos con el pretexto de la defensa de la seguridad (García, 1995, pp. 35-45).

Este es el panorama de la DSN en términos generales, sin embargo debemos tomar en

cuenta que aunque tuvo influencia en los distintos estamentos castrenses

latinoamericanos, sus efectos varían de una sociedad a otra. Si bien, Argentina, Chile y

Brasil pusieron en práctica total el modelo de la doctrina, en Colombia su aplicación fue

muy diferente. Diversos estudios han mostrado la influencia de la doctrina en las

Fuerzas Armadas y casi todos coinciden en que los militares colombianos en los años

setenta asimilaron y difundieron la DSN en el país, sin embargo nunca llegaron a tomar

el poder como sucedió en el cono sur. Esta situación implica que la implementación de

la DSN en Colombia debe ser analizada a partir de la particularidad nacional, pues se

puede caer en afirmaciones unilaterales que pueden dejar de lado a otros actores

históricos.

A partir de esto, podemos expresar nuestro desacuerdo con la explicación de Gustavo

Gallón a la aplicación de la DSN en Colombia. Gallón, argumenta que la DSN implicó

una ruptura con el orden tradicional de las fuerzas militares colombianas ya que estas

diseñaron una visión del Estado con base en la DSN. Estamos de acuerdo con Gallón en

la separación de los poderes civiles y militares de los años sesenta, pero Gallón

considera que la doctrina permitió a los militares independizarse completamente de los

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organismos civiles, esta afirmación es sustentada argumentando que los decretos que

expedía el Estado eran acordes con la ideología de la DSN. Por tanto Gallón creía que el

Estado se estaba modificando de acuerdo a los intereses de las Fuerzas Armadas, los

cuales estaban determinados directamente por el modelo de la seguridad nacional

propuesto por Estados Unidos y puesto en práctica en el cono sur (Gallón, 1983, pp. 67-

68). Hay que tomar en consideración que Gallón creía que el aumento de funciones en

las Fuerzas Militares estaba propiciando el terreno para que en Colombia se presentase

un golpe de Estado similar al de Brasil o Argentina. La predicción de Gallón falló,

debido a que estudio el problema sin tomar en cuenta factores de la realidad nacional

como el Frente Nacional o el conflicto armado, lo cual no obsta para reconocer que el

modelo de seguridad de los militares colombianos tenía influencia del que planteaban

los Estados Unidos.

Así, encontramos una contraposición al estudio de Gallón por parte de César Torres del

Río (2000, pp. 194-202) en Fuerzas Armadas y Seguridad Nacional, en el cual, se

presenta un estudio del desarrollo histórico de las Fuerzas Armadas a partir de la teoría

de las relaciones internacionales. Torres nos muestra que los militares asumieron la

DSN con base en las enseñanzas de las Conferencias de Ejércitos y Tratados

Internacionales, pese a lo cual no llegaron a acumular poder que les permitiera llegar a

convertirse en el Estado, de hecho las Fuerzas Armadas respetaron la institucionalidad.

Torres considera que la implantación de la DSN en las Fuerzas Militares es resultado

del cambio de un modelo de seguridad colectiva a uno de seguridad nacional. En este

análisis se define la seguridad colectiva como aquella diseñada en los organismos

multilaterales como la OEA, o instancias internacionales como las conferencias de

ejércitos o juntas de cancilleres. Para el profesor Torres, los militares comenzarán a

asumir la DSN debido a factores como las contradicciones entre las estrategias de

seguridad norteamericana y latinoamericana, las cuales diferían en los métodos

utilizados para combatir el comunismo; mientras que Estados Unidos abogaba por la

lucha militar, los países latinoamericanos consideraban que parte integral de la lucha

contra la subversión era también la superación del subdesarrollo. Ante esto, Estados

Unidos optó por llevar a cabo acuerdos bilaterales que permitieran a los países

latinoamericanos adoptar las estrategias norteamericanas. Para el caso colombiano el

profesor Torres señala una serie de factores que influyeron en la asimilación de la DSN,

en primer lugar la seguridad colectiva iba en contravía de principios jurídicos

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tradicionales colombianos como la soberanía nacional y la no intervención. Del mismo

modo, la seguridad colectiva podría llevar a una eventual politización del estamento

militar y al sometimiento del mismo a los dictámenes de un ente supranacional. De

igual manera, los militares temían que el modelo de seguridad colectiva llevara a que se

les otorgara a las organizaciones guerrilleras la condición de fuerzas beligerantes, con lo

cual podría darse una eventual intervención extranjera en el conflicto nacional. (Torres,

2000, pp. 200-202).

Otra forma de estudiar la influencia de la seguridad nacional en Colombia, la

encontramos en los estudios de Francisco Leal Buitrago quien se sirve de la categoría

paradigma para comprender a los países donde no se implantó a plenitud la DSN. Por

paradigma, Leal define la concepción ideal que los militares de estos países hicieron de

la DSN, aún así reconoce que las circunstancias que llevaron a la aplicación de la DSN

son similares a las de los demás países de América Latina, pero fue adaptada a las

circunstancias internas. Esta es la situación de las Fuerzas Armadas Colombianas que

desde hacía largo tiempo venían poniendo en práctica planes para luchar contra los

grupos insurgentes; esta situación sirvió como justificación a los militares para asumir

la DSN. Para Leal, los militares adaptaron su política contrainsurgente con base en la

ideología anticomunista y dirigieron su accionar en el interior de la sociedad. El

anticomunismo fue difundido por la revista de Las Fuerzas Armadas así como en la

Escuela Superior de Guerra con base en la interpretación de la doctrina de la seguridad

nacional aplicada en el cono sur (Leal, 1994, pp. 52-54). A partir de esto se puede

afirmar que la influencia política anticomunista de la DSN dio un refuerzo a los

militares en su papel de detentadores del orden bipartidista.

Este planteamiento de Leal Buitrago, es seguido por la profesora Elsa Blair Trujillo,

quien considera que las motivaciones que llevaron a la implementación de la DSN

responden a la debilidad de las instituciones del Estado que buscaban mantener la

legitimidad estatal construida sobre la base del sistema excluyente del Frente Nacional.

Como se mencionó previamente el mantenimiento de este sistema político había llevado

a que las élites políticas no fuesen capaces de dar solución a los sectores que

cuestionaban el funcionamiento del Estado. La autora afirma que los militares se vieron

ampliamente influidos por el pensamiento anticomunista y si bien la doctrina va a

permitir que se amplíen las funciones de los militares, nunca hubo en estos una

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intención de tomar el poder, por el contrario lucharon para garantizar la legitimidad del

sistema bipartidista (Blair, 1993, pp. 16-18). De esta manera la profesora Blair Trujillo

refuta a Gallón y acaba con la idea de que hubo una adaptación del Estado a los

intereses de las Fuerzas Armadas.

A partir de esta discusión, podemos concluir que fueron las Fuerzas Armadas quienes

sin mediación del poder civil, asimilaron los aspectos de la Doctrina de la Seguridad

Nacional, la cual no se implementó de manera total pues los militares respetaron la

institucionalidad del Estado. Los conceptos en los cuales basaron eran los de la

ideología anticomunista, la cual adaptaron a la situación de Colombia; los militares

asumieron los conceptos de anticomunismo y enemigo interior y los pusieron en

práctica con el pretexto de defender al sistema del Frente Nacional.

Como hemos visto, el panorama político de los años sesenta y setenta influyó en la

configuración ideológica de las Fuerzas Militares colombianas, las cuales asumieron el

manejo del orden público como su principal función. Esta función iba acompañada de

un sometimiento al Estado y su sistema político, el cual estaba determinado por el

Frente Nacional. Los gobiernos del Frente Nacional, en aras de defender su legitimidad

contra las formas de oposición, otorgaron a las Fuerzas Armadas libertad para actuar;

así, los problemas que tenían razones políticas, terminaron convertidos en asuntos de

orden público y seguridad, este objetivo se lograba por medio de la política de Estado

de Sitio. De esta manera las Fuerzas Armadas consolidaron una autonomía en su

función de guardianes del orden público, por lo que los diseños de estrategias para el

control de la población fueron tarea exclusiva de los militares.

La situación de conflicto armado en el país entre el Estado y las organizaciones

guerrilleras, sirvió como justificación a los militares para asumir la doctrina de la

seguridad nacional, la cual adaptaron de manera fragmentaria al contexto colombiano.

De esta manera, los militares asimilaron la idea del enemigo interior y la ideología

anticomunista y pudieron calificar las formas de oposición como subversión, por tanto

con el pretexto de defender el orden público, los militares realizarán acciones represivas

contra estos sectores.

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32

2. LA IGLESIA DEL FRENTE NACIONAL

La Iglesia católica colombiana ha sido una institución que ha hecho una gran presencia

en el Estado desde la aprobación del concordato de 1887. Sin embargo, esta situación

experimentó una serie de cambios como resultado del Frente Nacional. De igual

manera, que con las Fuerzas Armadas, hemos tomado como referente a Max Weber

(1964, pp. 905-924), en esta ocasión su concepto de “dominación hierocrática” el cual

nos muestra que la Iglesia Católica actúa como agente legitimador de los poderes

establecidos y lleva a cabo una labor de concienciación en los ciudadanos para

garantizar la lealtad de los mismos al Estado. Así, la historia de la Iglesia debe

construirse con base en el estudio de sus relaciones sociales con el Estado, pues en

repetidas ocasiones esta actúa como legitimadora de la ideología y proyecto político del

mismo.

Debemos tomar en cuenta que desde mediados del siglo XX, encontramos una Iglesia

que ha perdido su carácter de unidad tradicional. Por un lado, encontramos que hay una

jerarquía episcopal que es la que ocupa los altos cargos en la institución eclesiástica y

por otro tenemos una Iglesia-base que es la que cumple la labor pastoral en los barrios y

es la que va estar más cercana a los feligreses. Sin embargo aunque ambos sectores de la

Iglesia compartían la misma visión teológica, por factores que analizaremos a

continuación se producirá una escisión entre ambos sectores. Primero procederemos a

ver la situación del episcopado y en lo posterior procederemos a ver la situación del

clero base, a partir de la visión de distintos analistas.

En términos generales, los analistas que han estudiado el desarrollo histórico de la

Iglesia Católica han coincidido en que las décadas del sesenta y setenta, está se ve

influida por dos contextos el nacional y el mundial. El nacional estaba marcado por la

influencia política del Frente Nacional, cuyo sistema implicó un cambio en la estructura

y posición ideológica del episcopado. Por otro lado en el mundo, en los sesenta y

setenta la Iglesia desarrolló una nueva visión que buscaba acercar a la Iglesia a la

realidad histórica. Por medio de dos eventos, el Concilio Vaticano II y la Conferencia

Episcopal latinoamericana de Medellín de 1968. Las nuevas ideas de estos eventos

dieron un giro al modelo pastoral de los obispados latinoamericanos, dando surgimiento

a movimientos como la Teología de la Liberación, la cual tuvo un gran desarrollo en

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Brasil y Centroamérica. Sin embargo, en Colombia la modernización de la Iglesia no

fue posible por las circunstancias propias del país, como veremos a continuación a partir

de la comparación de los distintos enfoques.

2.1. El papel del episcopado

A lo largo de la historia colombiana, el episcopado ha sido un actor presente en la

sociedad colombiana, pues ha intervenido deliberadamente en materia política, y a su

vez el Estado colombiano ha cedido espacio y poder. Así, durante largo tiempo, la

Iglesia tenía a su cargo desde la educación, hasta la designación del candidato

conservador a la presidencia. De este modo, la Iglesia también fue una entidad

altamente politizada en la medida que actuaba como legitimador de los conservadores y

detractor de los liberales. Sin embargo, después de la caída de Rojas Pinilla, la jerarquía

eclesiástica presentará un cambio en su estructura, pues va a asumir una visión

bipartidista y se convertirá en sustento del régimen político.

2.1.1. La Iglesia se adapta al sistema

Durante el período de la violencia, la Iglesia estuvo de parte del partido Conservador y

en sus discursos llamaba a matar liberales, a quienes se les negaban los sacramentos y el

acceso de los seminarios. Sin embargo, durante la negociación de los acuerdos entre los

partidos, la Iglesia va a hacer un llamado a la búsqueda de soluciones a la violencia

bipartidista. Así, el plebiscito de 1957 contó con el apoyo del Comité permanente de los

Obispos Metropolitanos que era el órgano pleno de representación del episcopado, el

cual argumentaba que el plebiscito pondría fin a la violencia. Esta situación, para

Rodolfo De Roux, representó un cambio en tanto que la Iglesia redefinió a sus

enemigos, pues desde principios de siglo había combatido a la masonería, al

protestantismo, al liberalismo y al comunismo y ahora, solo lucharía contra el último

(De Roux, 1983, p. 158).

Historiadores como Fernán González y María Teresa Cifuentes y Alicia Florián han

coincidido en que el plebiscito del 57 puso a la Iglesia como el eje de unificación

nacional por lo que garantizó las normas concordatarias de 1886, con una diferencia y

es que ahora contaba con apoyo de los dos partidos. De esta manera, encontramos que la

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Iglesia dejó de estar atada de manera exclusiva al conservatismo y comenzó a ser

tolerante con el liberalismo. Estos autores señalan que los liberales también buscaron

limar asperezas con la Iglesia, por lo que la Comisión de Acción Política del

Liberalismo envió una carta en la que daban por terminadas las pugnas entre el partido y

la Iglesia. Del mismo modo un grupo de prominentes liberales envió al Cardenal Luque

una carta donde se declaraban a sí mismos “hijos sumisos de la Iglesia” y reconocían los

errores del liberalismo filosófico (Cifuentes y Florián, 2004, pp. 355-356). Para Fernán

González (1997, p. 321), esta sumisión del liberalismo representaba el reconocimiento a

la Iglesia como actor de “orden social” por lo que debía ser respetada. Este

sometimiento mutuo entre la Iglesia y las colectividades políticas, según González, dejo

a la institución eclesiástica en una mala situación pues solo se limitó a buscar soluciones

a los problemas de la violencia bipartidista, más no enfrentaba las nuevas realidades

sociales (González, 1989, p. 386).

De esta manera, podemos afirmar que la aceptación de la Iglesia del sistema

bipartidista, la dejó atada a una estructura política que le va a garantizar prerrogativas y

una posición privilegiada en la política, pero a su vez la Iglesia quedaba sometida a

servir como legitimadora del orden establecido. Incluso sin importar si este orden era

lesivo de los derechos de los ciudadanos y estaba salpicado de profundas diferencias

sociales.

2.1.2. Una Iglesia antigua en una sociedad moderna

Debemos tomar en cuenta que estos sucesos en la Iglesia se venían dando en una

sociedad que venía presentando profundos cambios en su estructura social, producto de

la creciente urbanización. En medio de esta situación, la Iglesia no fue capaz de

responder a los nuevos problemas sociales por lo que su influencia en la sociedad

comenzó a decaer. Para Ricardo Arias (2003, pp. 192-193), esta situación es resultado

del proceso de secularización en la sociedad colombiana. De este modo podemos ver

que si bien los gobiernos liberales reconocieron la autoridad de la Iglesia, esto no obstó

para que se tomaran medidas contrarias al pensamiento conservador de la Iglesia como

las medidas de control de la natalidad y la imposición de una educación mixta.

Asimismo, en estos años se redefinió el papel de la mujer en la sociedad pues las

mujeres obtuvieron acceso a la educación universitaria y a más y mejores oportunidades

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laborales. Del mismo modo, los cambios en la estructura familiar, llevaron a que la

sociedad avanzara hacia la laicidad, pues esta nueva estructura implicó que la gente dejó

de verse influida por el sistema de valores que imponía el catolicismo.

En este contexto, Fernán González (1989, pp. 387-388) señala una gran paradoja y es

que la Iglesia estaba perdiendo influencia en la sociedad a pesar de haber ganado una

mayor presencia institucional. González explica esta situación afirmando que el

episcopado se empeñó en mantener un modelo pastoral que era apto para el mundo

rural, pero que no se adaptaba a una sociedad que había tenido profundos cambios. Esta

situación generará problemas en el interior de la Iglesia, pues la jerarquía mantendrá una

posición reticente a los cambios.

A partir de las tesis planteadas podemos concluir que la aceptación y sumisión de la

Iglesia del sistema bipartidista implicó que esta diera prioridad al sostenimiento del

orden político en aras de defender sus privilegios. Sin embargo su función social no se

estaba desarrollando con herramientas que fuesen acordes con la situación

socioeconómica que enfrentaba, esto debilitó el prestigio de la Iglesia en los ciudadanos

del común que ya no se identificaban con la cultura religiosa.

2.1.3. El impacto de la apertura

Los años sesenta representaron grandes cambios en la cultura y las mentalidades a nivel

global. Iniciaron los movimientos hippies y la lucha por los derechos civiles en los

Estados Unidos. En América Latina, encontramos el surgimiento de guerrillas y

movimientos sociales. La Iglesia no fue ajena a esos cambios y el nuevo pontífice Juan

XXIII quien sustituyó a Pío XII, convocó en 1962 a todos los obispos y episcopados del

mundo en el Concilio Vaticano II, una gran asamblea de carácter ecuménico que cambió

la historia de la Iglesia. En siglos la Iglesia había realizado un concilio, y el objetivo de

esta reunión era adaptar a la Iglesia al mundo moderno (Arias, 2003, p. 200).

El concilio partió de una crítica a la estructura que venía manejando la Iglesia en su

labor pues notaba un alejamiento sus fieles, ya que la visión eclesiástica no se adaptaba

a las condiciones del mundo moderno. El concilio presentó tres cambios sustanciales

para la Iglesia católica. En primer lugar comenzó a asumir la dimensión histórica de la

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humanidad y los cambios en la mentalidad y la cultura universal. El objetivo era que la

Iglesia dejara de parecer una institución anquilosada y ajena a las circunstancias del

tiempo; al asumir los cambios, la Iglesia podría entender a los hombres y llevar a ellos

el mensaje cristiano de una mejor manera. En segundo lugar la Iglesia reconoció el

pluralismo del mundo, lo que implicó el aceptar la diversidad de pensamientos,

creencias y corrientes políticas, por tanto el entrar en el mundo moderno también debía

incluir abandonar la concepción de que el único pensamiento válido era el de la

“civilización occidental”. Un tercer aspecto que la Iglesia cambió al reconocer los

cambios sociales fue su visión “apocalíptica medieval” la cual condenaba a las personas

por no comprenderlas, esta visión fue sustituida por una más optimista y más cercana al

hombre (Arias, 2003, pp. 200-204).

Un segundo suceso de gran impacto en la Iglesia fue la Conferencia Episcopal

Latinoamericana de Medellín realizada en Agosto de 1968. Este evento fue organizado

por el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) entidad que agrupaba a los 22

episcopados del subcontinente. En esta conferencia se hizo una relectura de la realidad

latinoamericana a partir de las enseñanzas del Vaticano II. El informe realizado en la

conferencia reconoce la desigual distribución de la riqueza y pobreza de los países. El

CELAM denunció que la incapacidad de las elites políticas latinoamericanas para dar

solución a estos problemas es el causante del descontento popular en la región (Arias,

pp. 208-210). Esto es novedoso pues la Iglesia reconoció que la movilización social y

las protestas tenían causas profundas que debían comprenderse en el contexto histórico.

Estos dos sucesos: el Vaticano II y la conferencia episcopal de Medellín, tuvieron una

gran trascendencia pues sus enseñanzas llegaran a distintos sectores de la Iglesia

latinoamericana. Sin embargo, en Colombia su puesta en práctica fue muy limitada, los

analistas han explicado esta situación con base en las particulares condiciones

sociopolíticas del país.

En primer lugar podemos ver la posición de la propia Iglesia en el estudio de Rodolfo

de Roux quien afirma que aunque el episcopado colombiano no se mostró muy

entusiasmado con las propuestas de cambios en la Iglesia, si bien se presentaron

cambios sobre todo en las celebraciones litúrgicas como la reducción de la pompa. Para

De Roux estos cambios fueron trascendentales en su época y cambiaron la imagen de

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una Iglesia estática, según este autor los cambios del Vaticano II no se acogieron en

nuestro país debido a que los principales conceptos en la Iglesia colombiana en

momentos previos al concilio eran “estabilidad” y “inmutabilidad”. Al no poder asumir

los postulados del Vaticano II, no causó extrañeza que la jerarquía colombiana no

mostrará interés en las discusiones de la Conferencia de Medellín y se alejase de las

posiciones aceptadas en mayoría por los obispos latinoamericanos. (De Roux, 1983, pp.

164-165)

Las tesis de Rodolfo de Roux han sido cuestionadas de manera parcial a la luz de hoy.

Así encontramos la visión de Fernán González (1989, p. 391), quien afirma que por su

cercanía y poder en el Estado, la jerarquía eclesiástica nunca estuvo preparada para

ejercer el diálogo con otras tendencias ideológicas, promovido por el Vaticano II. Para

González (1997, p. 321), el principal impacto del Vaticano II y las posiciones

modernizadoras es el quiebre en la unidad de la Iglesia como cuerpo homogéneo, pues

surgirán sectores en el propio episcopado y en el clero joven que tendrán una mirada

más progresista, que chocará con el anquilosado modelo pastoral propuesto por la

jerarquía.

La posición de González se contrapone de manera parcial a la de Ricardo Arias, quien

afirma que el Vaticano II si tuvo efectos sobre la posición del episcopado, en torno a la

preocupación por los temas sociales. Según Arias, el episcopado presenta un cambio en

su tradicional lenguaje en tanto que comienza a tocar temas como la reforma agraria y a

criticar la imperante corrupción del país; del mismo modo la Iglesia empezó a reconocer

que los problemas y el descontento social tenían causas de tipo político y económico.

Pese a esto, la Iglesia terminaba en sus posiciones defendiendo y legitimando el statu

quo y considerando que los problemas del país encontraban su mayor causa en la falta

de moralidad (Arias, 2003, pp. 292-293).

Por otro lado, encontramos el análisis de las profesoras María Teresa Cifuentes y Alicia

Florián, cuyas tesis se aproximan a las de Fernán González. Cifuentes y Florián

reconocen que hubo cambios a partir del Vaticano II en la Iglesia colombiana, pero por

su cercanía al poder, estos fueron muy superficiales y solo se vieron en las

celebraciones litúrgicas. Así los cambios que De Roux consideró trascendentales, para

Cifuentes y Florián no pasan de ser modestos. Del mismo modo, las autoras concuerdan

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con los analistas citados previamente en que en la reunión de Medellín de 1968, el

episcopado colombiano redactó un documento que se destacó por mantener una

posición que buscaba contraponer a las posiciones progresistas de los demás obispados

latinoamericanos pues consideraban que su diagnóstico era válido para el resto del

continente pero no para Colombia (Cifuentes y Florián, 2004, pp. 360-367).

En conclusión, hay un impacto del Vaticano II y la Conferencia de Medellín, en el

episcopado colombiano, pues este pone a la Iglesia a pensar sobre los problemas

sociales del país. Sin embargo los postulados de modernización chocaban con la

tradicional posición privilegiada que la jerarquía católica había ostentado por largo

tiempo, por tanto la influencia de la visión progresista solo se dio en ciertos sectores de

la Iglesia. En contraste, el episcopado difundió aquellos preceptos que no eran

contrarios a sus intereses e ideología. Estos factores condujeron a la división de la

Iglesia Colombiana entre una jerarquía que estaba decidida a mantener su poder y

presencia institucional y un sector progresista que va a intentar adaptar la Iglesia

Católica a la situación social colombiana.

2.2. Los sectores de oposición de la iglesia.

La posición de la jerarquía colombiana fue muy reticente al espíritu modernizador del

Vaticano II, por tanto a diferencia de países como Brasil, Perú o Centroamérica, en

Colombia encontramos una aplicación distinta de la modernización de la Iglesia, pues

las ideas progresistas solo llegaron a una parte del clero, en especial a la facción más

joven. Este nuevo sector tuvo también un acercamiento al marxismo y a las ciencias

sociales, lo que permitió que este grupo de sacerdotes hiciesen una reinterpretación de la

realidad colombiana, con lo cual obtuvieron argumentos para cuestionar el modelo

pastoral que impulsaba la jerarquía en cuanto a ayudar a los menos favorecidos.

Estos grupos de religiosos y movimientos a pesar de tener visiones diferentes sobre el

cristianismo comparten un alejamiento y una condena a la posición oficial del

episcopado, sin dejar de ser parte de la Iglesia Católica Oficial. A estos grupos los

hemos denominado sectores de oposición de la Iglesia. El desarrollo histórico de estos

sectores ha sido analizado tomando en cuenta dos fenómenos de la iglesia católica

colombiana que son complementarios, y que han sido estudiados desde distintas

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interpretaciones. El primer fenómeno es el ya mencionado acercamiento de sectores de

la Iglesia al marxismo y a las ciencias sociales, así como la reinterpretación del mensaje

del Vaticano II y la Conferencia de Medellín. El segundo fenómeno es la influencia del

cura Camilo Torres, quien lideró actividades de izquierda y terminó uniéndose a la

guerrilla del ELN. El discurso y conducta de este sacerdote tuvo repercusiones en la

construcción del proyecto cristiano de los sectores de oposición como lo han afirmado

diversos analistas.

Los primeros estudios que se han realizado sobre los sectores de oposición han venido

desde la propia Iglesia, cuyos historiadores han intentado reconstruir la posición de los

sectores de oposición desde sus relaciones con el episcopado como podemos verlo en el

análisis de Rodolfo de Roux, quien consideraba que los sectores de oposición tenían en

mente el surgimiento de una “iglesia popular” que buscaba reconstruir la Iglesia con

base en los más pobres. Para lograr este proyecto, era necesario que los sacerdotes

“compartieran” la miseria de los menos favorecidos, ya que solo así podrían llevar a

cabo un adecuado proceso de evangelización. La opción por los pobres se debía a que

estos serían el “pueblo” al que privilegiaba Jesús. Para De Roux, la propuesta de los

sectores de oposición consideraba a la pastoral como un compromiso político, pues

estos descubren en los pobres a una clase social explotada cuyas luchas debían ser

acompañadas. De Roux señala un aspecto importante de los sectores de oposición y es

que estos nunca tuvieron la intención de desligarse de la Iglesia Católica, pues esto haría

perder legitimidad a su discurso. El verdadero propósito de los sectores contestatarios,

según De Roux era reconstruir a la Iglesia en torno a los pobres (De Roux, 1983, pp.

172-175).

La ideología y pensamiento de los sectores de oposición, han tenido hoy en día una

revisión crítica, como lo ha realizado Fernán González. Para González los sectores de

oposición son la respuesta del clero joven ante la intransigencia de la jerarquía

eclesiástica, la cual consideraban no estaba ofreciendo un modelo pastoral apto para

acercarse a los más pobres. Esto llevó a que los religiosos contestatarios buscaran

nuevas formas para logar identificarse con los más pobres, para lo cual se valieron del

marxismo y las ciencias sociales. En opinión de González, los religiosos no se

encontraban preparados para asumir el diálogo con otras tendencias de pensamiento

como tampoco lo estuvo nunca el episcopado, por tanto los sectores de oposición fueron

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ingenuos al acercarse a posturas el marxismo sin tomar una posición crítica con respecto

al mismo. Con base en estas afirmaciones, González sostiene que Camilo Torres optó

por la vía revolucionaria porque su acercamiento al mundo académico y a las ciencias

sociales, lo llevó a creer que en el contexto colombiano, una revolución se encontraba

justificada y era deber del cristiano. Del mismo modo, Camilo Torres buscó desligarse

de la Iglesia y al final de su vida expresó su repugnancia con la jerarquía pues consideró

que está había terminado alejándolo de los pobres (González, 1989, p. 391-392).

A diferencia de Fernán González, Ricardo Arias afirma que los sectores de oposición de

la Iglesia son resultado de un proceso en la Iglesia colombiana iniciado desde fines de

los años cincuenta, pues el temor al avance del comunismo había llevado a la Iglesia

católica a tener una mayor preocupación por los temas sociales, por tanto el episcopado

comenzó a organizar foros y a opinar sobre temas como la reforma agraria. Del mismo

modo, los religiosos empezaron a tener contacto con universitarios, los cuales estaban

influidos por los ideales de la revolución cubana. En este contexto surge Camilo Torres

quien a partir de su trayectoria en cargos académicos y públicos y por el fracaso de su

movimiento político el Frente Unido, llegó a la conclusión que la violencia era el único

camino para alcanzar las reivindicaciones de los sectores bajos, por lo cual se unió al

ELN. Para Arias, la unión de Camilo Torres a la guerrilla, implicó un cuestionamiento

a la jerarquía y a los poderes establecidos desde el propio clero, algo que no había

ocurrido antes y que probaría que las posiciones intransigentes de la jerarquía no

respondían a las necesidades de la sociedad colombiana (Arias, 2003, pp. 196-198).

A partir de estas afirmaciones, Arias (2003, pp. 212-213) explica que el acercamiento de

los sectores de oposición al marxismo y a las ciencias sociales, tenían como objetivo

general, alcanzar la “liberación” y la “salvación” de los hombres por medio de la

supresión de las condiciones que llevan al hombre a estar en pecado. Tales condiciones

son la pobreza y la miseria, por lo que por medio del mensaje cristiano se debía luchar

contra las mismas. Esto llevó a que los religiosos contestatarios se convirtiesen en los

“voceros” de los menos favorecidos, por tanto los religiosos harán parte de las huelgas y

de las movilizaciones estudiantiles. En este mismo sentido, estos sectores actuarán en el

plano académico por medio de la elaboración de estudios donde se denunciaba la

situación política, económica y social del país y asimismo algunos sacerdotes ejercieron

militancia en grupos de izquierda (Arias, pp. 250-251).

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Las posiciones de Ricardo Arias, son ampliadas por las profesoras María Teresa

Cifuentes y Alicia Florián (2004, pp. 358-360), quienes definen a los sectores de

oposición como corrientes que surgen en el cristianismo a partir de la reinterpretación

de los mensajes del Vaticano II y la Conferencia de Medellín a la luz de la realidad

colombiana. En esta situación influyó la unión de los cristianos con el movimiento

universitario, pues así como los religiosos hacían parte de las universidades, los

estudiantes se unían a su vez, a los equipos de trabajo de las parroquias en la labor en

los barrios marginales. Esta unión permitió la construcción del discurso crítico que se

vería manifestado en los dos más importantes grupos de religiosos de los sectores de

oposición: El grupo Golconda y el grupo Sacerdotes para América Latina (SAL).

Por un lado, Golconda surge en 1968, a partir de la reunión de un grupo de sacerdotes

dirigidos por Monseñor Gerardo Valencia Cano en una finca del mismo nombre,

cercana a Viotá y en su segunda reunión efectuada cerca de Buenaventura publicaron su

Manifiesto de Golconda. En dicho documento se formulaba una crítica a problemas

estructurales del país como la falta de una verdadera reforma agraria, así como la

violencia institucionalizada y la excesiva dependencia económica de las grandes

potencias. Aunque su discurso era contestatario se había construido con base en la

encíclica Popularum Progressio y las enseñanzas de la conferencia de Medellín.

Asimismo, Golconda tomaba una posición dura contra la jerarquía, la cual consideraban

demasiado comprometida con el Estado y los poderes económicos. Por otro lado, el

SAL ratificaba la importancia y prioridad del marxismo como categoría de análisis, así

como la colaboración mutua con los marxistas para desarrollar el cambio social, así

como el compromiso social del sacerdote con los oprimidos (Cifuentes y Florián, 2004,

pp. 367-368).

Mario Calderón (2002, pp. 57-60) por su parte, considera que en el origen de los

sectores de oposición tuvo una mayor influencia y trascendencia, la evocación y

exaltación de la figura del cura Camilo Torres. Calderón explica esta tesis, afirmando

que la actitud del cura Camilo Torres de rebelarse contra la élite política y religiosa de

la cual hacía parte, le llevó a la búsqueda de una nueva forma de pastoral que tuviera

como eje la misericordia y caridad para con el prójimo. Sin embargo, la construcción de

dicha pastoral implicaba necesariamente una lucha contra un sector minoritario que

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obstaculizaba el desarrollo del sentido de la caridad, pues esto atentaría contra sus

propios intereses. Para Calderón, la doctrina del cura lo lleva a convertirse en un líder

que siendo de la élite se rebela contra la misma desde el campo académico, político y

militar. Esta actitud tuvo una gran influencia en la configuración del discurso de los

sectores de oposición, en especial en el Golconda y el SAL. Por un lado el Manifiesto

de Golconda, coincidía con las acciones y propuestas de Camilo Torres tales como la

denuncia a las élites, la excesiva dependencia económica; pero el manifiesto también

reivindica ideales de Camilo Torres como el llamado a la unidad de los revolucionarios

y la necesaria separación de la Iglesia y el Estado. Por otro lado el SAL, dirigió sus

críticas contra el episcopado, en especial contra Monseñor Muñoz Duque a quien

consideraban muy cercano a las élites, por lo que apoyarán huelgas y protestas sociales.

Siguiendo a Camilo Torres, para el SAL, el compromiso del sacerdote debía ser de

carácter político, puesto que el sacerdote dentro de la sociedad desempeña un papel

como agente de concientización y movilización de los sectores oprimidos. Si bien el

SAL no lo hace explícito, Calderón (pp. 79-82) encuentra una continuidad con la

opinión de Camilo Torres.4

El caso Camilo Torres nos permite abordar a través de la profesora María Teresa

Cifuentes y el profesor Helwar Figueroa (2004, pp. 397-401) un punto controversial en

la historia de los sectores de oposición: la unión entre religiosos contestatarios y las

organizaciones guerrilleras. Para estos autores, el acercamiento al marxismo de los

sectores de oposición, les llevó a encontrar puntos de convergencia con la izquierda

política, en torno a la reflexión sobre la realidad nacional. Sin embargo, algunos

sacerdotes consideraron que debido al sistema político restrictivo del Frente nacional, la

única manera para alcanzar los cambios era por medio de la vía revolucionaria, por lo

que se unieron a la izquierda radical representada en las guerrillas. Del mismo modo, los

marxistas reconocían la importancia de la cultura del catolicismo en Colombia para

lograr su acercamiento a la sociedad. La unión de religiosos y guerrilleros se presentó

en gran parte en el ELN durante los años sesenta, inicialmente esta unión se dio de

manera espontánea, pero en un futuro esta guerrilla desarrolló una estrategia de

4 El movimiento Golconda tuvo su existencia atada a la vida de Monseñor Valencia Cano, a cuya muerte ocurrida en 1972, se disolvió el grupo. En septiembre de 1969, algunos miembros de Golconda se hicieron presentes en una reunión del Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (MOEC), con el cual intentaron agrupar una fuerza política que actuase en conjunto con campesinos, obreros, indígenas y guerrilleros. Sin embargo esta alianza fue muy efímera y aparentemente se rompió antes de la disolución de Golconda. (Calderón, 2002, p. 78).

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“reclutamiento” de creyentes cristianos con base en el compromiso social; a su vez, la

izquierda consideraba esencial el apoyo de los cristianos para lograr el apoyo de masas.

A partir de esta posición de los autores podemos deducir que la unión de católicos y

guerrilleros se puede considerar resultado de la intolerancia que mantuvo la jerarquía

eclesiástica hacia expresiones religiosas que se alejaban de la posición oficial del

episcopado.

A partir de los distintos puntos de vista aquí expuestos, podemos concluir que los

sectores de oposición en la Iglesia surgen como una respuesta de una parte del clero

base hacia la jerarquía eclesiástica, pues el modelo pastoral propuesto por esta última no

era el adecuado para una sociedad que había cambiado, producto de la creciente

urbanización, la cual había aumentado los niveles de marginalidad en las ciudades.

Influidos por el discurso modernizador de la Iglesia Católica, los sectores de oposición

van a buscar nuevas maneras de evangelizar a la población en los cordones de miseria,

por medio de la cercanía y trabajo conjunto con los mismos. Sin embargo, los sectores

progresistas encontraron un obstáculo para su labor en el episcopado, el cual por su

cercanía al Estado se mostró reacio a los cambios. Esta situación llevó a que los sectores

de oposición construyesen a partir de una síntesis del mensaje cristiano con las ciencias

sociales y el marxismo, un nuevo modelo de Iglesia que estaba alejado del Estado y los

poderes económicos.

2.2.1. El conflicto inevitable

Las relaciones entre los curas rebeldes y la jerarquía se fueron tensionando cada vez

más, hasta el punto en que el diálogo entre las partes fue imposible. Desde fines de los

sesenta, el episcopado colombiano descalificó las ideas progresistas que se venían

gestando en la Iglesia. Vimos ya como el episcopado menospreció los temas planteados

en la Conferencia de Medellín, aunque en 1973, la Conferencia Episcopal publicó el

documento “Justicia y exigencias cristianas” donde se denunciaba la alta concentración

de la riqueza en pocas manos y que la dinámica política del Frente Nacional dejaba el

poder político en manos de un reducido grupo; sin embargo en dicho documento la

Iglesia no dejaba de condenar todo acto de violencia y de afirmarse a sí misma como

entidad superior a cualquier ideología. El mantenerse en una posición cerrada al diálogo

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impidió la conciliación entre la jerarquía y los sectores críticos del clero (González,

1989, pp. 390-391).

El conflicto eclesiástico tomó un rumbo definitivo en 1972 con la llegada a la secretaría

del CELAM de Monseñor Alfonso López Trujillo quien tenía una clara posición

intransigente. López Trujillo y otros cardenales y obispos consideraban que la Iglesia

había brindado demasiada libertad a los sacerdotes rebeldes, lo cual había pervertido los

valores cristianos (González, 1989, pp. 394-395). La llegada de López Trujillo, implicó

fuertes críticas a la teología y de la liberación y varios de los Obispos que tenían

tendencias progresistas fueron reemplazados por otros con visión más moderada. La

visión de López Trujillo fue muy bien aprovechada por monseñor Aníbal Muñoz Duque

quien se desempeñaba como presidente de la conferencia episcopal desde 1964 y

llegaría a ser Cardenal en 1973. Desde sus distinguidas posiciones, Muñoz Duque, hacía

un llamado a que la Iglesia no debía realizar labores de corte político, por tanto criticó a

los sacerdotes que se habían unido a las guerrillas, pues consideraba que así no se

reivindicaba a los más pobres, sino que se les sumiría todavía más en la miseria (Arias,

2003, pp. 263-264). Por otro lado, los sectores de oposición continuaban con sus

críticas, cada vez más fuertes contra el episcopado. El punto de ruptura definitiva entre

ambas partes se dio con la huelga bancaria de 1976.

La huelga fue un conflicto desatado a partir del reclamo de los trabajadores de los

bancos Central Hipotecario y Popular quienes habían realizado un pliego de peticiones a

las directivas a finales de 1975. Desde entonces, los trabajadores y sus jefes estuvieron

en constante negociación. El Estado había designado un tribunal de arbitramiento pero

este fue rechazado por los trabajadores que no se sentían respaldados en el mismo.

Como no fue posible llegar a acuerdos los 5 mil empleados del Banco Popular se

declararon en paro indefinido el 25 de Febrero. Pasados cien días de la huelga, cerca de

mil empleados habían sido arrestados y quince estaban condenados a purgar condenas

de tres a seis meses de prisión, del mismo modo habían sido despedidos 450

trabajadores (Cinep, 1976, pp. 6-7).

Ante esta situación, los empleados se declararon en huelga de hambre el 12 de mayo y

ocuparon 11 iglesias católicas. Los arzobispos de Medellín Tulio Botero y

Bucaramanga Héctor Rueda, junto con el obispo de Armenia, apoyaron a los

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trabajadores y les brindaron asilo en los templos (Calderón, 2002, p. 92). Grupos

sacerdotales se sumaron al respaldo a los trabajadores pues consideraban “justas” sus

reivindicaciones y acordes con el pensamiento y valores cristianos. En Bogotá la huelga

tuvo un epicentro que fue la Iglesia de San Francisco. En este templo el 18 de mayo, 20

sacerdotes celebraron en conjunto, una eucaristía en honor de los trabajadores. Al día

siguiente los sacerdotes intentaron repetir la eucaristía, pero los responsables del templo

se negaron. Por esta razón, la eucaristía se llevó a cabo en el Parque Santander, aledaño

a la Iglesia, fue una eucaristía multitudinaria donde ciudadanos del común se

solidarizaron con los trabajadores.5

En estas circunstancias, un grupo de sacerdotes y religiosas crearon el 25 de mayo el

“Comité de religiosos y religiosas por la defensa de los derechos humanos”. Este grupo

expidió un comunicado por medio del cual pedían la mediación del cardenal Muñoz

Duque en el conflicto bancario. El 26 de mayo, 97 religiosos que hacían parte del

comité se dirigieron al palacio cardenalicio para hablar con el cardenal y exponer sus

peticiones. El canciller de la Curia, el padre Romero manifestó a los sacerdotes que

debían aguardar al cardenal porque este se encontraba en una reunión. Sin embargo

después de tres horas de espera, el canciller negó en definitiva la atención a los

sacerdotes. En vista de esta situación los sacerdotes entregaron al canciller Romero sus

documentos con las firmas de los 97 religiosos y se retiraron. Grande fue la sorpresa de

los sacerdotes cuando vieron llegar al palacio a la policía, la cual argumentaba que

venía a impedir el “sabotaje”, aún cuando los sacerdotes tenían intenciones pacíficas

(Cinep, 1976, pp. 7-8).

La huelga bancaria fue levantada el 28 de Mayo con una última eucaristía en el atrio de

la Iglesia de san Francisco. Sin embargo dos días después el cardenal Muñoz Duque en

declaraciones a la cadena Caracol, condenó a los sacerdotes que se habían solidarizado

con los empleados bancarios. El cardenal declaró inválidas las eucaristías celebradas por

los trabajadores y señalaba a estos sacerdotes como desubicados con respecto a la

posición de la Iglesia, por lo cual el cardenal manifestó que cancelaría las licencias de

los religiosos solidarios (Cinep, 1976, pp. 62-66). El 2 de junio el Espectador, publicó

5 Según declaraciones del padre Javier Giraldo “la gente del común que participó de la misa en el parque Santander rodeó a los empleados bancarios para evitar que la policía pudiera agredirlos o capturarlos. Del mismo modo las personas allí presentes escoltaron a los trabajadores tanto en su salida como reingreso al templo”. En entrevista con Chaves, C. (2008, Julio)

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una foto en la cual monseñor Muñoz Duque aparecía bendiciendo la entrada de una sede

del banco Tequendama en Bogotá y dos días más tarde al cardenal le fue otorgado el

grado de brigadier honorario del ejército. Los problemas entre la jerarquía y el clero

rebelde se acentuaron con la publicación en el Espectador, de una carta que fue

atribuida al “Comité de religiosos y religiosas por la defensa de los derechos humanos”.

En dicha carta se tomaba una posición crítica contra el cardenal Muñoz Duque, al cual

se acusaba de estar comprometido con el gobierno en detrimento de los más

necesitados. La carta se interpretó como la respuesta del comité al cardenal por sus

declaraciones radiales. La verdad es que la carta había sido escrita por el SAL en abril y

si bien fue difundida en los días del conflicto bancario, su contenido no guarda relación

con el mismo. Los contenidos de la carta llevaron a que los sacerdotes fuesen acusados

de comunistas y criticados por la prensa. El comité exigió rectificación de la

información pero esta nunca se dio por lo que fue estigmatizado ante la opinión pública

(Calderón, 2002, pp. 92-93).

A finales de 1976, la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Colombiana hizo

explícita la condena a sectores de oposición por medio de su documento “Identidad

cristiana en la acción por la justicia”. En él, el episcopado condena a las teologías de la

liberación y se refiere de manera explícita a grupos de religiosos como el Golconda, el

SAL, cristianos por la liberación, entre otros así como centros de estudios sociales como

el Cinep. La jerarquía consideraba que estos sectores eran los causantes de las

divisiones en la Iglesia por malversar el mensaje cristiano:

...algunos sacerdotes, religiosos y laicos en Colombia, que conforman grupos casi siempre anónimos, propugnan doctrinas erróneas y asumen actitudes equivocadas. Su pensar y obrar llegan hoy al extremo de desfigurar esencialmente la persona de Cristo, lo mismo que la misión de la Iglesia, del episcopado, del sacerdocio y de la vida religiosa, con lo cual acaso sin darse cuenta comprometen su destino temporal y eterno (Conferencia Episcopal de Colombia, 1976, p. 5).

En Identidad... la jerarquía consideraba que la errónea visión de los curas los había

llevado a hacer una síntesis entre marxismo y cristianismo, algo inaceptable para la

curia. Dicha síntesis era el resultado de la interpretación arbitraria que los religiosos

hicieron de los documentos del Vaticano II y de la conferencia de Medellín. La

solidaridad con las huelgas y causas sociales quedaban condenadas y se consideraba que

en ellas había una desfiguración de los valores cristianos (Arias, 2003, pp. 266-267).

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En estos mismos años el CELAM se encontraba preparando su III Conferencia

Episcopal. Esta había sido convocada por Paulo VI, y tenía como fin establecer y

reforzar el papel de la Iglesia en torno a la evangelización, ejerciendo una revisión de la

labor eclesiástica desde la conferencia de Medellín (Agudelo, 1994, pp. 80-81). En la

organización de esta conferencia se destacó la labor de López Trujillo y la escogencia

de los Obispos se dio de manera sistemática, dejando de lado a los partidarios de las

Teologías de la Liberación (González, 1989, p. 395).

La Conferencia se llevó a cabo en Puebla, México en 1979, bajo la dirección de un

nuevo Papa Juan Pablo II que había llegado a ser sumo pontífice en 1978. La

Conferencia estuvo marcada por una crítica hacia la teología de la liberación, así como

el acercamiento al marxismo. Del mismo modo, se condenaban los actos de violencia

para llegar al poder. En términos generales, la conferencia implicó un retroceso con

respecto a las determinaciones de la Conferencia de Medellín y en un futuro cercano,

cardenales como Ratzinger y Hoffner argumentarán que la teología de la liberación no

estuvo exenta de extremismos, errores y desviaciones, lo que permitirá su crítica en el

Vaticano hacia mediados de los ochenta (Agudelo, 1994, p. 83).

En Colombia es notable que mientras el episcopado condenaba las corrientes

progresistas, guardaba silencio ante los excesos y atropellos de las Fuerzas Militares en

especial, las cometidas durante el estatuto de seguridad en el gobierno de Julio César

Turbay (Cifuentes y Figueroa, 2004, pp. 411-412). El conflicto religioso en Colombia

fue aumentando, y en 1981 la Conferencia Episcopal había reiterado en su XXXVII

Asamblea sus críticas y condenas contra las “comunidades eclesiales populares” y

contra publicaciones que según la jerarquía atentaban contra la Iglesia. Ni en 1976 ni

1981, la Iglesia dio a los sectores críticos la oportunidad de defender sus planteamientos

(González, 1989, p. 393). Solo hasta mediados de los ochenta habrá nuevos

acercamientos entre las partes, en especial cuando la Iglesia se convierta en un actor

fundamental en la búsqueda de soluciones al conflicto armado y en la defensa de los

derechos humanos (Cifuentes y Figueroa, 2004, pp. 409-410).

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2.2.2. El nacimiento del Cinep

Como se mencionó en un principio, el impacto del Vaticano II y la conferencia de

Medellín, generaron en varios miembros del clero un notable interés por la labor

académica e investigativa. Con este propósito surge en 1972, el Centro de Investigación

y Acción Social CIAS, cuyo equipo estaba conformado por laicos y jesuitas que habían

sido enviados a distintas universidades para especializarse en cuestiones políticas y

económicas (Henao, 1990, p. 4). El objetivo inicial del centro era apoyar el trabajo de la

Coordinación Nacional de Acción Social, sin embargo poco a poco ese plan se fue

transmutando hacia lograr cambios estructurales en la sociedad, basados en la doctrina

social de la Iglesia.

Inicialmente el CIAS contó con el respaldo del episcopado, el cual puso bajo su

administración el Instituto de Doctrina y estudios Sociales IDES, entidad creada por la

Conferencia Episcopal desde 1968. Por medio de su control del IDES, el CIAS pudo

desarrollar cursos que tenían por objeto la formación de agentes de pastoral que

actuaran acordes con la realidad latinoamericana. Pero esta visión entró en conflicto con

la posición del episcopado, el cual criticaba el método de enseñanza del CIAS, pues

consideraba que este debía estar orientado hacia la formación de religiosos para trabajo

jerárquico en las diócesis. Ante esto, el CIAS argumentaba que su trabajo se encontraba

orientado para hacer que los religiosos latinoamericanos fuesen agentes del cambio

social y no simplemente encargados de oficios religiosos. Este conflicto llevó a que la

secretaría del episcopado le retirase al centro la dirección del IDES en 1971; el principal

argumento de la jerarquía contra el CIAS fue la cercanía del centro con el sector

académico, pues el episcopado consideraba que la influencia de este último mermaba el

poder religioso. De esta manera el CIAS y sus miembros terminaron más cercanos a la

academia y ganaron independencia con respecto a la Iglesia, sin embargo perdieron el

respaldo institucional que representaba esta última (Cinep, 1998, pp. 26-29).

Después de estos sucesos el CIAS comienza a recibir una gran influencia del clero joven

quien dio una un giro a la labor del centro, la cual dejo de ser exclusivamente académica

y comenzó a apoyar nuevas formas de organización social acordes con el compromiso

social del sacerdocio, el cual se combinaba con la labor investigativa. Estas ideas

simpatizaban con el marxismo y la izquierda política, esto permitió acercamientos y

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trabajo conjunto con sindicatos, asociaciones campesinas e indígenas (Henao, 1990, pp.

14-15).

Con esta nueva estrategia el CIAS, cambió su nombre en 1976 por el de Centro de

Investigación y Educación Popular, Cinep, pues el término “Acción Social” hacía

mención explícita a la doctrina social de la Iglesia, lo cual impediría llegar a un mundo

secular (Cinep, 1998, p. 26). A partir de este cambio el centro empezó a desarrollar

programas como empresas comunitarias rurales y urbanas que sirvieran de apoyo a la

organización social, de esta manera el Cinep comenzó a acercarse a la realidad de la

economía informal (Cinep, 1998, p. 37). También se adelantaron planes de

alfabetización comunitaria en el municipio de Candelaria, Atlántico, así como proyectos

de pastoral urbana y rural. La planta del Cinep se vio enriquecida con la llegada de

profesores de la Universidad Nacional, de los Andes y del Externado, mermando la gran

influencia que la Universidad Javeriana sostuvo en el centro por largo tiempo (Henao,

1990, pp. 23-25).

Aún con estos programas el Cinep, no dejó de lado la labor académica y en sus

publicaciones se mostraron los problemas de los partidos tradicionales generados por

sus manejos políticos y económicos en las regiones, así como temas sobre derechos

sociales y reforma agraria (Cinep, 1998, p. 41). Estas posturas eran discutidas en

seminarios internos realizados por el Centro, algunos de estos seminarios fueron

realizados en torno al marxismo y sus teorías económicas y sociales. Esto llevó a que el

Cinep fuese estigmatizado por el Estado, que comenzó a asentirse afectado por las

críticas que hacía el centro a sus políticas económicas.6

El Cinep comenzó a tener problemas no sólo con el gobierno, sino también con la

jerarquía eclesiástica. Ya el Cinep había llevado su parte en el documento Identidad

Cristina en la Acción por la Justicia, en dicho documento se sindicaba al Cinep de

hacer parte de un grupo que “…como tal lo conforman sacerdotes que son parte notable

6 Según el Padre Alejandro Angulo, director del Cinep hacia 1975: “Ya el Cinep desde sus inicios había tenido unos problemas en ese sentido, porque los primeros cursos que se realizaron en el Cinep fueron sobre el Marxismo y se realizaron seminarios abiertos donde se destaca la participación de Antanas Mockus, Salomón Kalmanovitz, entre otros. (...) Es decir eran seminarios de estudio, más no tenían fines políticos. De nuestros participantes no recuerdo ninguno del Partido Comunista, los asistentes eran académicos y miembros del Cinep que daban clases sobre temas de sociología y economía marxista en distintas universidades.”

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en instituciones de investigación o centros de estudios o que participan de las mismas

tesis. Sus escritos son beligerantes y sus actuaciones llevan el sello del agudo

enfrentamiento con la jerarquía” (Conferencia Episcopal de Colombia, 1976, p. 11).7 De

igual manera su posición crítica ante el Estado le generó problemas, los cuales se

hicieron mayores cuando el Cinep comenzó a tocar el tema de la defensa los derechos

humanos para este propósito crearon una oficina de defensa jurídica popular, dirigida

inicialmente a la defensa del derecho a la vivienda, pero después iniciaron apoyo en la

defensa de presos políticos y estudios que hacían una revisión crítica del derecho

dirigido a que este estuviera al servicio de los más pobres (Cinep, 1998, pp. 212-213).

Esto llevó a que en repetidas ocasiones los sectores poderosos afirmasen que el Cinep

tenía lazos con grupos armados irregulares como ocurrió en el gobierno de Julio César

Turbay.

Como hemos visto, la división en la Iglesia Católica es consecuencia de dos visiones, en

torno al papel y función social de los religiosos. Mientras el episcopado persistía en su

labor tradicional de entidad legitimadora de las instituciones y de mantenimiento de su

poder, los sectores progresistas intentarán construir una nueva Iglesia cuya función

estuviese orientada hacia la superación de las desigualdades sociales. Sin embargo esta

visión era contraria no solamente a la opinión de la jerarquía, sino también a la de todo

el Estado, el cual intercambiaba apoyos mutuos con el episcopado. Así, al desafiar al

Estado, los sectores católicos de oposición perdieron el respaldo institucional de la

Iglesia, por lo cual, el Estado y los militares a lo largo de los setenta, pudieron

considerar a los religiosos opositores como subversivos y amenazas para el orden

institucional.

7 Además del Cinep se criticaban las publicaciones DENUNCIA, ENCUENTRO y otros similares

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3. CONFLICTOS BAJO EL GOBIERNO LÓPEZ MICHELSEN

Alfonso López Michelsen, logró consolidar un gran espacio en la opinión pública,

gracias al buen legado de su padre y a su historial político con el Movimiento

Revolucionario Liberal (MRL), una disidencia del Partido Liberal, desde la cual ejerció

una posición crítica contra la dinámica del Frente Nacional. Sin embargo, López

terminó retornando a las toldas liberales desde las cuales adelantó su campaña a la

presidencia. Aunque fue el primer presidente electo por fuera del sistema de la

alternación, cuando llegó al poder no fue capaz de cambiar la situación política y social

que había criticado. Por el contrario, enfrentaba altísimos niveles de pobreza en las

ciudades, consecuencia del crecimiento desigual.

3.1. La situación social del “Mandato Claro”

Alfonso López Michelsen había sido electo en gran medida por su pasado y discurso de

izquierda, sin embargo durante su administración denominada “Mandato Claro” se

rodeó por personas con postulados e ideas neoliberales que se manifestaron en la

reducción del papel intervencionista del estado en la economía (Palacios, 2003, p. 266).

Del mismo modo, el presidente López no fue capaz de cambiar las costumbres políticas

del país y continuó gobernando bajo los lineamientos del Frente Nacional pues siguió la

burocratización y prácticas clientelistas en la repartición de cargos públicos (Leal, 1994,

p. 101).

El presidente López, asumió una política económica orientada por la liberalización del

comercio y una reducción considerable de aranceles a las importaciones. De esta

manera se buscaba que las inversiones fueran destinadas hacia aquellos sectores que

fueran competitivos en el mercado internacional; del mismo modo, se redujeron los

impuestos a las clases altas y se elevaron los de los trabajadores y la clase media. Sin

embargo, este modelo terminó creando problemas sociales pues golpeó a la industria

nacional que se vio incapaz de competir con los productos importados; asimismo el

gobierno debió disminuir su gasto público, de tal manera que varias obras quedaron

retrasadas y los salarios de los empleados públicos se vieron seriamente reducidos

(Kalmanovitz, 1994, pp. 467-505). De igual manera, el presidente López redujo los

incentivos a las exportaciones pero manteniendo una tasa de cambio efectiva por medio

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de pequeñas devaluaciones que se presentaban de manera periódica. Sin embargo, estos

planes con los que López esperaba hacer de Colombia “el Japón de Suramérica”

fracasaron por la recesión mundial de 1975, la cual afectó la demanda de exportaciones

(Hartlyn, 1993, pp. 176-177). Del mismo modo sectores como la construcción, la

industria metalúrgica y los textiles cayeron de manera drástica y el PIB apenas tuvo un

1.8 % de crecimiento. Ante esta situación el gobierno no optó por utilizar la inversión

pública para sostener la actividad económica sino que prefirió “limitar el desequilibrio

presupuestal y reducir la inflación”, todos estos problemas llevaron a que el presidente

López tuviera recurrentes problemas con los gremios, en especial con la ANDI. (Pécaut,

1989, pp. 255-256). Aunque el gobierno intentó llevar a cabo una política de

liberalización del comercio exterior, la bonanza cafetera del 75 dio al gobierno una

justificación apara mantener subsidios a la sustitución de importaciones y promoción de

las exportaciones. El presidente López quería que la bonanza cafetera beneficiase a los

cultivadores, para lo cual se redujo el déficit fiscal, reduciendo los salarios de los

empleados públicos y postergando el desembolso de créditos externos destinados a la

ampliación de la infraestructura eléctrica (Palacios, 2003. pp. 267-268). Los problemas

económicos y sociales que afectaron a las clases bajas, así como las medidas

económicas llevaron a que Colombia fuese en 1975 uno de los países del mundo con

mayor desigualdad en la distribución del ingreso (Tirado, 1989, p. 400).

La incapacidad del gobierno para dar una efectiva solución a estos problemas

desembocó en un auge de la movilización social, pues a lo largo de su mandato López

debió afrontar paros laborales y huelgas estudiantiles. En este período se comprueba que

las clases medias empiezan a asumir una “participación en los paros cívicos en demanda

de servicios públicos y apoyo a las huelgas de médicos y maestros, o a las invasiones de

tierras organizadas por una débil pero aún creciente ANUC” (Palacios, 2003, p. 269).

Al igual que sus antecesores el presidente López Michelsen recurrió de manera

frecuente a la política de Estado de Sitio, el presidente había decretado Estado de Sitio

de manera parcial el 12 de Junio de 1975 en los departamentos de Antioquia, Atlántico

y Valle debido a manifestaciones estudiantiles en las capitales de esos departamentos.

Sin embargo catorce días después, el Estado de Sitio se hizo extensivo a la totalidad del

país y se mantuvo vigente cerca de un año, pues solo sería levantado hasta el 22 de

Junio de 1976 (Gallón, 1979, pp. 107-108).

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El período sin estado de excepción solo duró hasta el 7 de Octubre de 1976, pues el

presidente López volvió a declarar al país en Estado de Sitio total. En esta ocasión, el

gobierno justificó el decreto de excepción en una huelga en los Seguros Sociales, pues

las directivas del seguro habían adoptado un nuevo estatuto laboral que convertía a los

trabajadores en funcionarios públicos, lo cual dificultaría la posibilidad de negociar con

el Estado; la huelga recibió numerosos apoyos y condujo a una parálisis hospitalaria.

Para justificar su decisión, adjunto a la huelga, el gobierno esgrimió el argumento de un

supuesto plan de la extrema izquierda para acabar con el “gobierno republicano” y que

eran necesarias medidas contra el narcotráfico (Gallón, 1979, pp. 111-112).

3.2. Detención en Cartagena

El decreto de estado de sitio fue expedido en un momento en el cual las ciudades

presentaban problemas de desigualdad social como puede verse en Cartagena. La

población cartagenera había tenido una tasa de crecimiento de 38.7 entre 1964 y 1973

(Rueda, 1989, p. 373), del mismo modo su área urbana se había incrementado de 2.650

hectáreas a 7.328 entre 1964 y 1975. Este crecimiento había sido desproporcionado

pues debido a la migración interna surgieron numerosos tugurios en las zonas

nororiental y suroriental. En estas áreas se presentaban altos índices de pobreza y

analfabetismo; según cifras de 1970, un 53% de la población empleada y subempleada

de los tugurios se encontraba en el sector terciario con vivienda y servicios públicos de

baja calidad. Cartagena era pues una ciudad de contrates, por un lado estaba un centro y

sur que había crecido económicamente gracias al sector turismo; mientras que los

barrios periféricos se ahogaban en la pobreza (Calderón, 2002, pp. 156-157). En estos

tugurios desde los años sesenta habían comenzado a trabajar religiosos católicos para

ayudar a la desfavorecida población, por lo que tuvieron constantes choques contra los

grupos dominantes y la Fuerza Pública. En uno de esos tugurios, Pasacaballos se

presentó un suceso represivo contra la Iglesia Católica pues se sindicó falsamente a un

grupo de religiosos de complicidad con los grupos armados irregulares.

Los hechos dieron inicio el 30 de octubre de 1976. Al amanecer de ese día, 50 infantes

de marina al mando del coronel Luis Alberto Bernal allanaron la Iglesia de San

Jerónimo en el corregimiento de Pasacaballos y la de Santa Ana cercana a la isla de

Barú (Alternativa, 1976, noviembre 15-22, p. 7). En la primera detuvieron al sacerdote

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de origen sucreño Rafael Geney, párroco de San Jerónimo y a la monja austríaca

Herlinda Moisés quien trabajaba para el grupo misionero de la Bahía y tres días después

fue detenido el sacerdote César Augusto Rojas, párroco de San Lorenzo Mártir en el

barrio Alcibia. Los tres detenidos fueron llevados a la Infantería de Marina. Los sucesos

de la captura hubieran pasado inadvertidos si no hubiera sido porque el arzobispo de la

ciudad de Cartagena Monseñor Rubén Isaza Restrepo envió a la prensa el 5 de

Noviembre, un comunicado donde daba cuenta de la detención de los religiosos, a

quienes según el alto prelado se les había cortado toda clase comunicación y del mismo

modo abogaba porque a los religiosos se les siguiese un proceso justo:

“El arzobispo de Cartagena confía en que esta situación, comprensible dentro de la turbación del orden público en que por el estado de sitio se encuentra la nación, pueda esclarecerse a la mayor brevedad posible, confía en que quede clara la situación legal de las personas que han sido privadas de su libertad, y tiene la certidumbre de que ellas sabrán responder de sus propios actos (...) El arzobispo de Cartagena ruega intensificar las oraciones por los hermanos que se encuentran en prisión.” (El Tiempo, 1976, 5 de noviembre, pp. 1A y 8A)

El hecho causó una gran consternación en los corregimientos de la Bahía, pues los

sacerdotes se habían destacado como líderes sociales en la zona. Pero la consternación

sería mayor cuando las Fuerzas Armadas informaron que en la casa de la monja

Herlinda Moisés se encontraba un presunto guerrillero del ELN, llamado José Manuel

de Hoyos Arenilla quien según los militares, se encontraba herido, por lo que recibía

atención de la monja. Según El Espectador, el guerrillero tenía el alias de “Felipe” y

operaba bajo las órdenes del jefe del ELN Fabio Vásquez Castaño, en la región del

Nechí. El guerrillero había sido trasladado a la clínica Madre Bernarda y según

información del mismo diario, fue trasladado en un vehículo de la parroquia. Los

testimonios de los vecinos argumentaban que no habían visto nada sospechoso pero que

era conocido que muchos enfermos de bajos recursos eran atendidos en la parroquia (El

Espectador, 1976, 7 de noviembre, p. 17A).

Pero el mayor de todos los escándalos se produjo a partir de la captura del ex sacerdote

antioqueño Everardo Ramírez, quien se desempeñaba como profesor del INEM y había

publicado un libro llamado Evangelio Latinoamericano de la Evangelización, antes de

su retiro ofició como párroco en las Iglesias de María Auxiliadora y Santa María

Magdalena (El Espectador, 1976, 9 de noviembre, p. 18A). La Armada reveló que había

incautado a los religiosos un gran arsenal compuesto por 180 bombas MK y 300

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estopines. Este armamento tuvo un gran despliegue por parte de la prensa pues este

material es de uso privativo del ejército. “Con ese número de bombas hubieran podido

causar una matanza de proporciones incalculables en las ciudades”, manifestaron a El

Tiempo fuentes militares (El Tiempo, 1976, 6 de noviembre, pp. 1A y 8A). El arsenal

había sido encontrado en casa del ex sacerdote Ramírez (Alternativa, 1976, noviembre

15-22, p. 7), sin embargo, inicialmente los militares afirmaron que habían sido

encontradas en los allanamientos a los templos de Pasacaballos. De igual manera, se

afirmó que fueron encontrados en poder de la religiosa Herlinda Moisés, 500 mil pesos

en efectivo y una gran cantidad de drogas las cuales afirmó la monja, estaban destinadas

a las personas más pobres de la Bahía, pero los militares manifestaron que no habían

encontrado una explicación válida para la posesión del dinero (El Espectador, 1976, 8

de noviembre, p. 17A).

Todas estas circunstancias permitieron a los militares afirmar que los religiosos

pertenecían a las células urbanas del ELN. Según la Armada, la labor pastoral de estos

religiosos estaba siendo seguida de tiempo atrás, debido a supuestas actitudes

proselitistas de los señalados; por tanto la armada lamentó la expedición del

comunicado de Monseñor Isaza Restrepo anunciando la captura de los religiosos, pues

afirmaron que otros miembros del ELN pertenecientes a su red urbana, pudieron

ponerse alerta y escapar (El Tiempo, 1976, 6 de noviembre, p. 8A). Según los militares,

la red del ELN operaba en Cartagena captando recursos como el dinero, las medicinas y

las armas que luego eran entregados a miembros del ELN en el sur de Bolívar,

probablemente San Pablo y luego eran distribuidos a los grupos del ELN que operaban

en el Magdalena Medio (El Espectador, 1976, 7 de noviembre, p. 17A). Esta hipótesis

tomó mayor fuerza pues pocos días antes un grupo de seguidores de Fabio Vásquez

Castaño habían salido exiliados hacia México pues temían ser asesinados por otros

miembros de la organización guerrillera que estaban tratando de tomar el liderato en la

misma. Esta situación nos mostraba un ELN que se encontraba profundamente dividido

y que hasta la fecha había sufrido grandes bajas desde la operación Anorí.8 Asimismo,

se recordó que en Cartagena ya habían sido antes capturados y expulsados,

8 Según información del “Espectador” del 3 de Noviembre de este año (1976), un supuesto grupo de miembros del ELN, que apoyaban a Fabio Vásquez Castaño se asiló en la embajada de México, y posteriormente viajó a dicho país. Estas personas habían sido convertidas en objetivo militar de la fracción del ELN denominada “grupo de replanteamiento” que intentaba arrebatar el poder a Vásquez Castaño.

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posteriormente los sacerdotes Domingo Laín y Manuel Pérez, quienes regresaron de

manera clandestina al país para unirse a la guerrilla.

Con base en la información entregada por el coronel Luis Vicente Bernal, los religiosos

pasaron a manos del Juez 103 de Instrucción Penal Militar, José Vicente Rodríguez, del

mismo modo dicho juez recibió en indagatoria al ciudadano José Manuel de Hoyos

Arenilla. Los sacerdotes Rafael Geney y César Augusto Rojas así como la monja

Herlinda Moisés fueron trasladados a la infantería de marina, mientras que Everardo

Ramírez y José Manuel Hoyos fueron llevados a la cárcel departamental de San Diego.

Monseñor Isaza Restrepo manifestó que no había podido tener contacto alguno con los

religiosos desde su detención y aunque intentó que estos pasasen a su cargo su solicitud

fue negada. Esta situación era explicada por los militares quienes manifestaban que

hasta que el Juez no tomase alguna decisión el contacto e información del caso para el

Obispo y los familiares de los detenidos eran restringidos (El Tiempo, 1976, 6 de

noviembre, p. 8A y 7 de noviembre, pp. 1A y 10A).

3.3. Religiosos contra militares.

La detención de los religiosos de Cartagena comprometidos en supuestas actividades

con el ELN desató una polémica entre sectores del clero que se solidarizaron con los

religiosos detenidos y defendían la labor de los sacerdotes. Dicha labor fue legitimada

por Monseñor Isaza Restrepo y otros altos prelados, que consideraban que a los

religiosos se les estaba violando el debido proceso. Por otro lado encontramos que los

militares justificaban su accionar señalando la importancia de encontrar los nexos entre

los religiosos y los grupos guerrilleros. Dicho debate se encuentra en los comunicados y

noticias que producían la prensa, donde se daba una mayor prioridad a las

informaciones que generaban las Fuerzas Armadas, pues el contacto de los medios con

los religiosos fue muy restringido, por lo que su defensa provenía de la solidaridad de

otros miembros del clero.

El primer comunicado fue publicado por el clero cartagenero el 6 de noviembre en la

prensa. En el mismo, se criticaba a las Fuerzas Militares por el hermetismo con que

estas habían manejado el caso, a tal punto que el propio Monseñor Isaza Restrepo se

había enterado de los sucesos por información de terceros, del mismo modo se criticaba

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la falta de contacto para los religiosos. En dicho comunicado se hicieron fuertes

cuestionamientos al procedimiento seguido por los infantes de marina en los

allanamientos a los templos de Pasacaballos y Santa Ana pues en ellos según los

militares “rompieron cielos rasos, levantaron pisos, cavaron patios, destaparon pozos

sépticos, bucearon aljibes, requisaron escaparates regando por el suelo todos los objetos

personales; finalmente profanaron Iglesia y sacristía tirando al suelo los ornamentos y

vasos culto y una caja fuerte destinada a sagrario de un templo en construcción

arrojaron al suelo la custodia y se comieron las hostias”. Podemos ver que el

allanamiento del templo implicaba un ataque contra un signo sagrado de los católicos y

su destrucción representa un desafío mayor, aún si es por parte del ejército.

En el comunicado también el clero hacía manifiesta su solidaridad con los religiosos

cuya detención y captura constituía “hechos que son a nuestro juicio violatorios de los

Derechos Humanos y del orden jurídico de nuestro país”. El clero cartagenero

sustentaba su posición en el artículo 23 de la constitución, el cual determina que “Nadie

podrá ser molestado en su persona o en su familia sino en virtud de su mandamiento

escrito de autoridad competente con las formalidades legales y por motivos previamente

establecidos por las leyes”, con esto se resaltaba la importancia de que los sacerdotes no

podían ser juzgados por autoridades militares. Del mismo modo, el comunicado,

recordaba también la labor pastoral de los religiosos detenidos y su compromiso por los

más pobres de Cartagena y hacían hincapié en que dicha labor había seguido los

preceptos cristianos (El Tiempo, 1976, 6 de noviembre, p. 8A).

De igual manera, el 9 y 10 de noviembre encontramos dos comunicados de respaldo a

los religiosos. Por un lado, las monjas de Cartagena publicaron un mensaje donde

continuaban con el sentido del comunicado anterior en torno a las protestas por el

hermetismo de los militares y el trato que dieron a Monseñor Rubén Isaza y a los

sacerdotes. En su comunicación y apoyadas en citas de la Biblia, las monjas hacían un

gran reconocimiento a su labor evangelizadora, la cual había ayudado ampliamente a los

más humildes a tomar conciencia de su situación como podemos ver aquí: “la incaptable

labor evangelizadora que nuestros hermanos religiosos han realizado durante diez años

en diferentes sectores marginados de Cartagena, por medio de la cual han llevado a la

gente sencilla a ser consciente de su dignidad humana. Estamos seguras de la sinceridad

frente a Dios y a sí mismos que les ha inspirado su compromiso con los más

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necesitados”. Como podemos ver, las monjas resaltan la necesidad del acercamiento y

apoyo a los más pobres como labor fundamental del clero (El Espectador, 1976, 9 de

noviembre, p. 18A).9

Complementario a los anteriores, encontramos el pronunciamiento del “Comité de

Sacerdotes y Religiosas para la defensa de los derechos humanos”, los mismos que se

pronunciaron a favor de los sacerdotes en la huelga bancaria. En su comunicado, el

Comité denunciaba que en los últimos años el país había vivido bajo la legislación del

Estado de Sitio, por lo cual se han legitimado violaciones a los derechos humanos, por

lo que el caso de los religiosos de Cartagena estaba enmarcado en este contexto.

Asimismo, se daba importancia a la función política que los religiosos tenían en la

sociedad, la cual no puede ser censurada por las instituciones del Estado y de igual

manera se criticaba al ejército, cuyas acciones represivas según el comité irrespetaban a

las creencias de los ciudadanos, algo que contrariaba al espíritu de tolerancia que debían

mantener las instituciones estatales (El Espectador, 1976, 10 de noviembre, p. 11A).

Por otro lado, el periódico El Catolicismo, órgano oficial del episcopado, publicó un

editorial titulado “Los Sucesos de Cartagena”, en él se hacía un llamado para que los

sacerdotes fuesen juzgados en un proceso acorde a la ley. Sin embargo no dejaba de

hacer llamados reiterativos a que los sacerdotes no debían sumarse a actividades de

carácter revolucionario. Como afirma Ricardo Arias, en El Catolicismo y su lenguaje se

encuentra expresado el conflicto de las corrientes en que se había dividido la Iglesia

Católica con respecto a las nuevas visiones progresistas (Arias, 2003, p. 234). Podemos

ver esta situación en el editorial donde se intenta respaldar a los sacerdotes, pero sin

restar legitimidad a la acción del Estado:

“Ni el documento del arzobispo ni el de los sacerdotes prejuzgan la inocencia de los inculpados pero se limitan a lo que apenas es de justicia cuando piden que la situación sea definida de acuerdo con las normas legales. Los sacerdotes y la religiosa implicados en la investigación son personas mayores de edad que viven dentro de un Estado de derecho y que por lo tanto tienen la obligación de responder de sus propios actos. Si efectivamente han estado vinculados en actividades conspiratorias, sin duda conocen los riesgos a los que se exponían, por nobles y altruistas que sean sus motivaciones. Pero, así

9 De igual manera en el comunicado se compara la situación de los religiosos con la de Pedro cuando estaba en prisión, “Pueden estar seguros que es realidad en este momento lo que dicen los Hechos de los Apóstoles: Mientras Pedro era vigilado en la cárcel, la Iglesia no cesaba de orar insistentemente por él (hechos 12,5)”

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como no debe prejuzgarse su inocencia tampoco puede presuponerse su culpabilidad.” (El Catolicismo, 1976, 14 de noviembre, p. 4)10

En respuesta a los señalamientos realizados por los religiosos, encontramos que el

gobierno y las Fuerzas Militares mantuvieron una posición donde justificaban sus

acciones con el propósito de combatir la subversión. El primer pronunciamiento a favor

del gobierno provino del Ministro de Gobierno de López, Rafael Pardo Buelvas, quien

manifestó en declaraciones a Caracol que el gobierno debía ser riguroso para exigir el

cumplimiento de la ley, sin distingo de condición. Según Pardo Buelvas, la Iglesia

contaba con libertad para opinar, sin embargo no debía exceder sus funciones, según el

ministro: “La Iglesia debe orientar y dirigir espiritualmente a la comunidad pero no

debe participar activamente en política electoral o de subversión que ahora se ha puesto

de moda en algunos sectores (...) Si pasa (algún religioso) a acciones por fuera de la ley

se hace acreedor a las sanciones que se le impongan a cualquier otra persona. Hay

sacerdotes y grupos que han manifestado su posición ideológica acorde con doctrinas de

extrema izquierda pero eso no los autoriza a subvertir el orden ni a promover

movimientos que tiendan a ello” (El Tiempo, 1976, 8 de noviembre, p. 6A). La posición

del ministro nos muestra que el gobierno no toleraría eventuales “focos de subversión”

y que los civiles no están exentos de la ley si tienen contactos con los grupos

guerrilleros.

El mismo día en que las monjas cartageneras publicaron su comunicado de respaldo a

los religiosos, el almirante José Alfonso Díaz Osorio, comandante de la Armada

Nacional publicó un comunicado en el que defendieron su acción en los allanamientos y

de los templos y los arrestos, los cuales consideraban habían seguido la ley, por lo cual

deslegitimaban los comunicados previos donde se denunciaban irregularidades en su

realización; asimismo la marina ratificaba su deber como detentador del orden por lo

que sería “inflexible en la aplicación de la ley contra todos aquellos que coloquen fuera

de ella” Del mismo modo, la armada manifestaba que los infantes habían encontrado

183 granadas de fragmentación M-26 (y no MK, como se había dicho en un principio),

600 estopines eléctricos, un revólver y una pistola con sus respectivas municiones, así

10 Aunque el editorial daba prioridad a que no avalaría relación entre religiosos y grupos de oposición: “... es indispensable que haya absoluta claridad (...) que el sacerdote que actúa al margen de las directivas episcopales entienda que se está aventurando por su cuenta y riesgo” también criticaba el manejo que los medios habían dado al caso: “La información complementaria de los periódicos aún aquellos que más debieran ceñirse a normas de seriedad y objetividad se ha inspirado más en conjeturas y en interpretaciones que en hechos firmes y comprobados”

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como mapas de la región del Magdalena Medio y 300.000 pesos en efectivo (cuando

inicialmente se afirmó que eran 500.000).

El comunicado de los militares daba cuenta también de que la monja Herlinda Moisés

tenía antecedentes pues había sido capturada antes el 4 de agosto de 1975, en la zona de

Cáceres, durante operaciones perpetradas por el ejército después de un ataque

guerrillero. Según la armada, la monja no pudo explicar su presencia en el lugar, pero

debió ser dejada en libertad por falta de pruebas. El oficial cerraba su comunicado

reiterando que su labor de proteger y salvaguardar el orden público “por ningún motivo

significa que su actuación este dirigida contra la Iglesia Católica o contra la jerarquía

eclesiástica a la cual se le profesa profundo respeto dentro del estamento castrense” (El

Tiempo, 1976, 9 de noviembre, p. 12A).

La posición de la Armada fue respaldada por el diario El Espectador cuyo editorial,

hacia un llamado a un pronto esclarecimiento de los sucesos y reclamaba a ambas partes

que asumiesen sus debidas responsabilidades. Sin embargo, el editorial reconocía que

los militares estaban asumiendo en su comunicado sus responsabilidades. En contraste

el editorial lanzaba de manera implícita un llamado de atención a la Iglesia por recibir

en su seno a personas contrarias a las políticas del Estado, así como una crítica contra

los sectores del clero que habían protestado por el manejo de los militares:

“La Iglesia no puede amparar a personas comprometidas en aventuras contra las instituciones democráticas y el régimen representativo del país ni parcializarse para encubrir a fomentadores del desorden amparados en sotanas y escapularios (...) Igualmente nos parece inadecuado por lo menos la actitud de religiosos y religiosas sectarios, feligreses despistados, sacerdotes indignados e inclusive las exageradas declaraciones del señor arzobispo de Cartagena, Monseñor Isaza Restrepo porque no se trata de un acontecimiento que afecta la integridad de la Iglesia católica como institución respetable dedicada a la función evangelizadora. Además no es un misterio que en su seno se han infiltrado individuos poco recomendables que están usufructuando los privilegios que corresponden a los ministros de Jesucristo con propósitos abiertamente contrarios al orden jurídico y legal de Colombia.” (El Espectador, 1976, 11 de noviembre, p. 2A)

En esta difícil situación, encontramos que los religiosos contaron desde un principio con

el apoyo de un alto prelado, quien aglutinó a otros sectores del clero que se

solidarizaron con los religiosos. Por otro lado, encontramos unas Fuerzas Militares que

defienden su labor como guardianas del orden público y que legitiman sus acciones

pues se hace necesario el combate contra los enemigos del orden, los cuales se

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encuentran inmersos en la sociedad y la Iglesia no es la excepción. A partir de esta

división podremos entender el proceso judicial.

3.4. El proceso.

El juez 103 de Instrucción Penal Militar dictó el 11 de Noviembre auto de detención

contra los tres sacerdotes, la religiosa y el civil (El Tiempo, 1976, 11 de noviembre, pp.

1A y 3A). Los religiosos serían juzgados en consejo de guerra por el delito de rebelión,

el cual daría para dos años de cárcel. Monseñor Rubén Isaza hizo cuanto estuvo a su

alcance para que los religiosos fuesen trasladados al palacio arzobispal, pero su solicitud

fue revocada por orden superior (El Espectador, 1976, 11 de noviembre, p. 11A). Los

religiosos comenzaron a ser defendidos de la siguiente manera: El abogado Roberto

Mordecai Marrugo, se haría cargo de la defensa de la monja Herlinda Moisés y del

padre Rafael Geney, el padre Cesar Augusto Rojas estaba representado por Carlos Díaz

Gómez, el ex sacerdote Everardo Ramírez sería representado por Edgardo Ramos Olier

y el civil José Manuel de Hoyos Arenilla fue inicialmente defendido por un subteniente,

pero después su defensa sería asumida por el abogado Andrés Pérez Batista.

El ejército realizó su versión de los sucesos del armamento encontrado a los religiosos

con base en información obtenida de presuntos miembros del ELN capturados en la

zona. Según las Fuerzas Armadas, ante el temor de una incursión de los militares,

debido a capturas previas, el sacerdote Rafael Geney decidió trasladar las 186 granadas

desde la casa parroquial en la Bahía hacia Cartagena. Así, por medio del sacerdote

César Augusto Rojas, realizó el enlace con el ex clérigo Everardo Ramírez, para que

este guardase las granadas, las cuales le serían llevadas a medianoche en cajas y

trasladadas por medio de dos camperos que el gobierno austríaco regaló a la monja

Herlinda Moisés. El ex sacerdote Ramírez manifestó que no conocía al padre Geney y

que solo hasta el día en que llegó con las cajas fue la primera vez que lo vio. De igual

manera, Ramírez informó que desconocía el contenido de las cajas que había llevado el

padre Geney, el cual según Ramírez “tenía el rostro descompuesto y gestos extraños

como si estuviera drogado” (El Espectador, 1976, 14 de noviembre, pp. 1A y 17A)

Además las Fuerzas Militares, pudieron justificar su accionar pues se presentaron

numerosas capturas en la zona del sur de Bolívar como una barcaza con armas en un río

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cercano a la población de Morales. Asimismo fueron capturados en Montería un grupo

de universitarios, con documentación que los vinculaba con las guerrillas que operaban

en el Bajo Sinú, según los militares estos grupos tendrían nexos con los religiosos de

Cartagena (El Espectador, 1976, 14 de noviembre, p.17A). De igual manera, el

supuesto guerrillero Hoyos de Arenilla había manifestado que había sido “llamado por

el padre Geney para colaborar con él en sus actividades” a partir de estas declaraciones

los militares asumían que entre ellos habría una gran amistad (El Tiempo, 1976 10 de

noviembre, p. 2A). Sin embargo se comprobó que este individuo, originario de Ayapel,

Córdoba no tenía formación académica alguna pues era un analfabeta que a duras penas

podía escribir su nombre, sin embargo el ejército lo consideraba como su mayor

sospechoso en la realización de acciones armadas en el departamento (El Espectador,

1976, 14 de noviembre, p. 17A).

Las Fuerzas Armadas sustentaban también sus denuncias en torno a dos sucesos del

pasado. Por un lado se dieron a conocer antecedentes delictivos de la monja Herlinda

Moisés en la zona de Caucasia en el Norte Antioqueño donde había sido capturada con

una camioneta venezolana robada. La monja había sido trasladada a Medellín, pero

quedó en libertad por falta de pruebas (El Tiempo, 1976, 17 de noviembre, p. 15C). Del

mismo modo, el ejército recordó que el ELN había utilizado material bélico similar al

incautado a los religiosos en ataques como el de Santa Rosa de Simití el 1 de mayo y en

la vereda Fátima cerca de Simití el 12 de julio, ambos en este año y en ambos murieron

agentes de policía y miembros del ejército (El Tiempo, 1976, 14 de noviembre, p. 10A).

A todas estas aseveraciones de las Fuerzas Militares, se sumaron dos hallazgos que

hundirían todavía más a los religiosos detenidos. Por un lado, se encontró un

cargamento de medicinas conformado en especial por antibióticos en la parroquia de la

Iglesia de San Lorenzo Mártir donde oficiaba el padre César Augusto Rojas; según las

autoridades dichos medicamentos estaban destinados a los grupos guerrilleros, las

medicinas serían llevadas a los insurgentes en los camperos que habían sido regalados a

la hermana Herlinda Moisés (El Tiempo, 1976, 15 de noviembre, p. 6A). El segundo

gran golpe fue la incautación de un supuesto transmisor de radio de alta frecuencia que

hizo pensar en un principio que los religiosos tenían una emisora clandestina, sin

embargo poco después pudo comprobarse que lo que tenían los religiosos no era otra

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cosa más que una subestación de Telecom que era utilizada para la comunicación con la

isla del Rosario (Alternativa, 1976, noviembre 30- diciembre 6, p. 3).

Las pesquisas contra supuestos miembros del ELN continuaban, así fueron capturados

en Magangué el 15 de noviembre los individuos Oswaldo Utría y Alejandro Acosta

Ayerbe, este último dirigente regional del MOIR, según las autoridades estos individuos

actuaban como enlaces del ELN para recibir fondos económicos para los frentes que

operaban en el sur del departamento (El Tiempo, 1976, 15 de noviembre, p. 6A). De

igual manera se abrió investigación y se llevó a indagatoria al profesor César Augusto

Roncallo profesor del colegio Biffi en Cartagena, dicha institución era administrada por

religiosas de la misma comunidad de la hermana Herlinda Moisés (El Espectador,

1976, 22 de noviembre, p. 5A). Asimismo se vinculó a la investigación a una

trabajadora social que laboraba con las comunidades de Pasacaballos, por tanto se creyó

que esta tendría vínculos con los religiosos detenidos (El Espectador, 1976, 19 de

noviembre, p. 13A).

Estas indagaciones sirvieron de pretexto para vincular a más religiosos a la

investigación. En primer lugar, se incluyó al sacerdote Pedro Nel Luna, párroco de San

Roque, quien se había hecho cargo de las parroquias donde oficiaba el padre Geney.

Este sacerdote había trabajado en conjunto con la trabajadora social inculpada y había

tenido negocios con el profesor Roncallo. Sin embargo esta vinculación se cayó

rápidamente pues la trabajadora social no pasó de ser interrogada y el profesor Roncallo

fue absuelto, pues no se hallaron pruebas en su contra. Así, los militares tuvieron que

retirar también todo cargo contra el Padre Luna (El Tiempo, 1976, 23 de noviembre, p.

11ª y El Espectador, 1976, 23 de noviembre, p. 9A).

Sin embargo poco después fueron vinculadas tres religiosas, las hermanas Imelda,

Gloria Fajardo y Blanca Inés Martínez. Las dos primeras se encontraban en el exterior y

la tercera estaba siendo buscada por las autoridades militares. La hermana Imelda era

sindicada por Oswaldo Utría de haber visitado campamentos guerrilleros en el sur de

Bolívar antes de viajar a Panamá. Del mismo modo, a las hermanas Fajardo y Martínez

se les acusaba de auxiliar guerrilleros heridos por el simple hecho de haber trabajado

con el padre César Augusto Rojas (El Espectador, 1976, 24 de noviembre, pp. 1A y

10A). La hermana Fajardo estaba en París, pero la hermana Martínez fue presentada

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ante la justicia por el abogado Antonio Hermes Luján, sin embargo José Vicente

Rodríguez, juez 103 de instrucción penal militar insistía en su captura (El Espectador,

1976, 24 de noviembre, p. 14A).

Aunque el contacto de los religiosos con los medios era muy escaso pues preferían a

Monseñor Isaza como su vocero, Everardo Ramírez manifestó su inocencia y

preocupación por la justicia: “Estoy tranquilo porque pienso que todo va a aclararse y

mi inocencia la conocerá el público. Estar en la cárcel es una nueva experiencia donde

se aprende algo y se conoce otro mundo. Me preocupa como viven aquí otros

reclusos...” (El Tiempo, 1976, 15 de noviembre, p. 6A) Del mismo modo el ex clérigo

fue defendido por Roberto Paternina vicerrector del INEM: “Nunca tuvo intervención

alguna de carácter político ni se le vio en contacto con alumnos distintos de los suyos”

(El Espectador, 1976, 16 de noviembre, p. 10A)11 El padre Ramírez manifestó que tan

pronto como terminase este asunto se marcharía a Barranquilla donde continuaría con su

labor eclesiástica (El Tiempo, 1976, 17 de noviembre, p. 15C). Una posición similar

asumió el padre Rafael Geney quien afirmó que tenía miedo por su vida y estaba

decidido a irse del país. Tanto el padre Geney como el padre Rojas estaban denunciando

en prisión que detrás de su encarcelación había intereses de “grupos de presión” que

buscaban utilizar la influencia de los religiosos en las comunidades pobres con fines

particulares (El Espectador, 1976, 17 de noviembre, pp. 1A y 10A).

3.5. El caso de Cali

Mientras estos sucesos ocurrían en Cartagena, el 16 de noviembre se presentó en la

ciudad de Cali una serie de pesquisas violentas en recintos católicos de la ciudad.

Fueron allanados el templo del Centro Parroquial Nuestra Señora de Chiquinquirá, el

cementerio San José y el Templo “Niño Jesús de Belén” en el barrio Siloé. Según la

revista Alternativa, en este último acto se llevó a cabo una búsqueda de armas delante

de 520 niños de primaria que estaban recibiendo clase (Alternativa, 30 de noviembre-15

de diciembre, pp. 2-3). Estos sucesos fueron denunciados en una fuerte carta que el

11 Del mismo modo el vicerrector defendió que el ex clérigo Ramírez quien también ayudó en la organización del departamento de Catequesis del INEM. Por otro lado el rector Esteban Puello defendió a su profesorado argumentando que su sindicato no tenía la influencia ni fuerza que se le atribuía. Tanto el rector como el vicerrector defendieron también a los estudiantes pues en otras ocasiones el plantel había sido invadido por la policía, pero los estudiantes “nunca han quemado carros ni hecho manifestaciones tumultuosas”.

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arzobispo de Cali, Monseñor Alberto Uribe Urdaneta envió al comandante de la tercera

brigada General Bernardo Lema Henao.

La carta de Monseñor Uribe Urdaneta hacía un llamado a respetar las normas que

establecía el concordato: “Las relaciones entre la Iglesia y el Estado de acuerdo con un

tratado público denominado concordato deben regularse sobre bases de recíproca

diferencia y mutuo respeto (...) La garantía de inviolabilidad permanece salvo el artículo

21 de la constitución y no esta demostrado que los sacerdotes, las religiosas y los

profesores sean simples delincuentes” (El Espectador, 1976, 22 de noviembre, pp. 1A y

5A). En su misiva se criticaban los excesos de la Fuerza Pública, por tanto el prelado

abogaba por una mejora entre las relaciones entre los militares y las Fuerzas Armadas y

denunciaba un “plan preconcebido” que buscaba un enfrentamiento entre ambas partes.

El Catolicismo se hizo solidario con esta última posición en su editorial:

“Como dice Monseñor Uribe Urdaneta arzobispo de Cali, la Iglesia no demanda ninguna clase de privilegios ni pide que las personas o entidades eclesiásticas se les apliquen procedimientos diferentes a los que están previstos en el concordato (...) Si en realidad existe una trama para tomar pie de causas reales o supuestas y así indisponer a la Iglesia con las autoridades del estado particularmente con las Fuerzas Armadas es necesario cuanto antes identificar sus orígenes y ponerlos al descubierto. Tanto de uno como de otro lado debe existir la sensatez suficiente para no dejarse manipular como instrumento de ningún plan oculto.” (El Catolicismo, 1976, 28 de noviembre, p. 4)

Ante estas denuncias los militares se defendieron argumentando que habían encontrado

armas en la Iglesia sin embargo los sacerdotes comprobaron que eran posesión del

vigilante del templo (El Espectador, 1976, 22 de noviembre, p. 5A). Del mismo modo,

el general Lema Henao respondió duramente a Monseñor Uribe Urdaneta, el General

afirmó que en ningún momento los militares hicieron ningún daño a los templos ni

cometieron exceso alguno y se defendía argumentando que las Fuerzas Armadas

seguían en sus acciones procedimientos acordes con la ley, por tanto no podían ser

cuestionados, ni siquiera por la Iglesia: “A mí no me pueden excomulgar por mis

actuaciones porque no he violado ninguna ley y yo no creo que cumpliendo con mi

deber y estando de acuerdo con las leyes colombianas se me pueda excomulgar”.12 Las

denuncias de estos casos terminaron siendo investigados por el juez 83 de instrucción

12 De igual manera, el general Lema Henao consideraba que la carta de Monseñor Uribe Urdaneta había sido escrita en un momento de exasperación y que era resultado de una manipulación de personas que pretendían enfrentamientos entre al Iglesia y los militares.

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penal militar, pero no fue posible hallar información sobre el resultado de este proceso

(El Espectador, 1976, 23 de noviembre, pp. 1A y 9A).

Las denuncias de Monseñor Uribe Urdaneta destaparon una serie de quejas de otros

religiosos de Cali que se sentían atropellados por la Fuerza Pública; como el párroco de

la Iglesia Juan Alberto Magno en el barrio Alfonso López. Era el sacerdote de origen

español Juan Boltud quien denunció que desde el 7 de Julio venía siendo objeto de

seguimiento por parte del ejército y se le había acusado de enseñar marxismo en

conjunto con sus oficios religiosos (El Espectador, 1976, 23 de noviembre, p. 9A). Este

religioso recordó el caso de monja española, María del Carmen Morera quien debió

abandonar el país por presión del DAS pocos meses atrás.13

Una situación y enfrentamiento similar al de Monseñor Uribe Urdaneta en Cali, debió

afrontar Monseñor Rubén Isaza Restrepo en aras de defender a los religiosos de

Cartagena detenidos. El arzobispo tenía que aclarar que no estaba en contra de los

militares y que nunca pretendería excomulgarlos, lo que reclamaba era imparcialidad

por parte de la Fuerza Pública el prelado manifestó que: “no estaba defendiendo a

sacerdotes que han contravenido las leyes colombianas (...) El hecho de que trabajen en

sectores pobres y defiendan a las clases marginadas no significa que sean elementos

subversivos (...) esperemos los desarrollos de la investigación que creo no será en

ningún momento parcial...” (El Tiempo, 1976, 23 de noviembre, p. 11A) Esta situación

nos muestra una preocupación por parte del alto prelado por las denuncias que venían

haciendo los abogados de los religiosos por varias irregularidades en el proceso como

veremos a continuación.

3.6. El conflicto del concordato

Desde el planteamiento del auto de detención contra los religiosos, sus abogados

empezaron a denunciar numerosas irregularidades en el proceso que se les venía

siguiendo. El principal cuestionamiento al proceso radicaba en que la institución

castrense no tenía la capacidad para juzgar a los miembros del clero detenidos, pues la

13 Esta expulsión tiene un antecedente en Bogotá con la monja española Margarita Rodríguez quien trabajaba para la empresa “Confecciones estampada Ltda.”, donde apoyó la formación de un sindicato, por tanto los dueños de la empresa la denunciaron ante del DAS de tener nexos con el M-19, por lo que la monja debió salir del país (Alternativa, 1976, 19-26 de julio, p. 18).

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Ley 20 de 1974, el concordato como tratado entre el gobierno colombiano y la sede.

Esta ley otorgaba a los sacerdotes el fuero eclesiástico, una facultad que daba ciertas

atribuciones a los miembros del clero con respecto a otros miembros de la sociedad. Los

abogados Roberto Mordecai Marrugo, Carlos Díaz Gómez y Edgardo Ramos Olier

decidieron apelar el auto de detención por medio del artículo XX de la ley 20 de 1974 el

cual establecía:

“En caso de procesos penales contra clérigos y religiosos, conocerán en primera instancia, sin intervención de Jurado, los Jueces Superiores o quienes los reemplacen y en segunda, los Tribunales Superiores. Al iniciarse el proceso se comunicará el hecho al Ordinario propio, el cual no pondrá obstáculo al procedimiento judicial. Los juicios no serán públicos. En la detención y arresto, antes y durante el proceso, no podrán aquellos ser recluidos en cárceles comunes, pero si fueren condenados en última instancia se les aplicará el régimen ordinario sobre ejecución de las penas.” 14

Por tanto según la ley, la justicia militar no era competente para juzgar a los religiosos

detenidos y estos debían pasar a la justicia ordinaria. Del mismo modo el concordato

tenía carácter de tratado internacional, por tanto tenía perfecta validez aún bajo el estado

de sitio (El Espectador, 1976, 12 de noviembre, pp. 1A y 5A). El expediente del caso

había sido enviado por el Juez 103 de instrucción penal militar José Vicente Rodríguez

al Comandante de la Fuerza Naval del Atlántico Héctor Calderón Salazar, quien

oficiaría como juez de primera instancia. Ante él, los abogados plantearon la colisión de

competencias, la cual permitiría que los religiosos pasaran a la justicia civil. En el

diseño de esta apelación, los abogados contaron con el apoyo de los penalistas Jorge

Enrique Cipagauta y Miguel Antonio Cano quienes criticaron el delito de rebelión por el

que se juzgaba a los detenidos.

Pese a estos argumentos la providencia de respuesta del contralmirante Calderón

mostraba que el alto oficial daba prioridad a la función militar de salvaguardar el orden

público por encima de la ley: “El caso que nos ocupa es un delito de rebelión (…)

entonces pueden considerarse como enemigos de la patria quienes así atenten contra la

seguridad del Estado, no pueden alegar privilegios contenidos en un convenio celebrado

entre la Iglesia y el Estado al que precisamente tratan de derrocar; con el decreto 2131

del 7 de octubre de 1976 en que se declaraba turbado el orden público y en Estado de

Sitio el país, quedaron suspendidas todas las normas contrarias al objeto de la

14 El concordato había sido reconocido como tratado internacional durante el gobierno de Misael Pastrana por parte de su canciller Alfredo Vásquez Carrizosa, el 12 de julio de 1973.

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declaratoria de Estado de Sitio y se suspenden también las disposiciones de una ley

ordinaria como lo es la ley 20 del 74 o Concordato” (Cinep, 1979, p. 28)15

Mientras este conflicto se desarrollaba, los abogados Cipagauta y Cano enviaron al

presidente Alfonso López, una carta donde hacían fuertes denuncias sobre el trato que

los religiosos estaban recibiendo en la infantería de marina. Según los juristas, además

de las violaciones al concordato, los religiosos estaban siendo objeto de torturas para

obtener información: “Al padre César Augusto Rojas (…) después de su captura fue

vendado y así se le mantuvo durante 24 horas consecutivas sin ingerir alimentos y con

las manos amarradas atrás; igual tratamiento recibió el padre Geney Morales pero

durante 48 horas después de lo cual fueron interrogados en forma exhaustiva y sin

asistencia de ningún abogado, sino apoderados por los mismos interrogadores y

captores (…) La hermana Herlinda, (…) religiosa franciscana que tiene casi 50 años de

edad fue ‘apercollada’, para usar el término de los religiosos de Cartagena durante toda

la noche mediante una culebra que le arrojaron a su celda-calabozo, después de lo cual

fue interrogada en forma agotadora e inhumana” (El Espectador, 1976, 25 de

noviembre, p. 9A)

De igual manera la carta de los abogados defendía el papel de los sacerdotes en los

barrios pobres y la defensa de los derechos de sus habitantes como verdadero móvil para

la persecución judicial: “En nuestro viaje a Cartagena pudimos comprobar, que el

problema no es de orden penal sino de orden eminentemente social, pues estos

sacerdotes y la religiosa han sido unos abnegados servidores de las clases marginadas en

los barrios de Cartagena y han defendido los intereses de estas gentes humildes,

impidiendo que los desalojen de sus tierras en la carretera de circunvalación de la

cordialidad y de la isla de Barú, isla que tiene 7,500 hectáreas y que están comprando a

los moradores nativos a razón de $1.500 por hectárea para revenderla a $ 350.000 por

ser zona de turismo. Quitando a los sacerdotes y a las religiosas del medio, pueden

seguir invadiendo a los humildes como lo han hecho ya, y la ganancia puede ser de

miles de millones de pesos. Ahí radica todo el problema y la Iglesia Católica esta

15 Citado directamente de la providencia, por el abogado Jorge Enrique Cipagauta en el foro “Justicia Militar y Furo Eclesiástico” realizado en el CINEP el 27 de junio de 1979, las cuales se encuentran en el artículo de Controversia “Iglesia y Justicia Militar”

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cumpliendo con su deber de defender al humilde y al necesitado” (Alternativa, 30 de

noviembre-15 de diciembre, p. 3)

Los militares expresaron su rechazo a las denuncias sobre torturas, pero no pudieron

negarlo (El Tiempo, 1976, 26 de noviembre, p. 1C). Estas denuncias generaron un

debate en la comisión segunda del congreso de la república, el cual fue convocado por

el representante Álvaro Edmundo Mendoza. A dicho debate fue invitado el Ministro de

Justicia César Gómez Estrada, quien negó haber recibido denuncias sobre torturas a los

religiosos detenidos, pero prometió realizar las respectivas investigaciones. Del mismo

modo el Ministro defendió el papel del gobierno en la investigación argumentando que

no se podía inculpar de desmanes del ejército al gobierno pues los funcionarios de

instrucción militar contaban con libertad de iniciativa (El Tiempo, 1976, 16 de

diciembre, p. 11A).

En medio de la polémica sobre quien debía juzgar a los religiosos, el proceso

continuaba, ahora en manos del Juez 103 de Instrucción Penal Militar José Vicente

Rodríguez, quien retomó el caso ordenando una serie de careos entre el sacerdote Rafael

Geney y el ex clérigo Everardo Ramírez y a su vez entre este último y el padre César

Augusto Rojas; del mismo modo el juez 103 llamó a indagatoria a la madre superiora de

la comunidad de la hermana Herlinda y a la esposa y la sobrina del ex sacerdote

Everardo Ramírez, diligencias que esperaban esclarecer lo sucedido con el material

explosivo de Pasacaballos (El Tiempo, 1976, 28 de noviembre, p. 9A). Esto no obstó

para que el Auditor de Guerra de la Armada, el teniente Enrique Medina Gutiérrez

solicitase a Monseñor Isaza Restrepo, la documentación que hacía constancia sobre la

condición de religiosos de los detenidos, incluida la del ex clérigo Everardo Ramírez,

quien fue trasladado de la cárcel departamental de San Diego a la Infantería de Marina;

esto prueba que los militares eran conscientes de que no podrían seguir juzgando a los

religiosos (El Tiempo, 1976, 26 de noviembre, p. 1C).

Las voces a favor de los religiosos no cesaron. El presidente del Tribunal Eclesiástico,

Monseñor Rafael Gómez Hoyos manifestó que la justicia militar no tenía capacidad

para juzgar a los religiosos detenidos: “El juzgamiento de clérigos y religiosos

corresponde a la justicia ordinaria, más concretamente a los jueces superiores sin que en

forma alguna el régimen de estado de sitio pueda dar competencia a la justicia

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castrense” (El Espectador, 1976, 25 de noviembre, p. 9A) De igual manera el Consejo

Arquidiocesano de laicos de Cartagena hizo un llamado a que la justicia obrase de

manera correcta en el esclarecimiento de los hechos: “Hace votos (el Consejo) porque

los encargados de administrar justicia aclaren totalmente los hechos apliquen las

correspondientes penas a quienes sean culpables y dejen en limpio los nombres de

quienes sean inocentes…” (El Tiempo, 1976, 27 de noviembre, p. 6A).

Con estos argumentos, y ante la negativa del contralmirante Calderón Salazar a aceptar

la colisión de competencias, los abogados de los religiosos llevaron el caso ante el juez

primero superior de Cartagena, Manuel Sierra quien resolvió favorablemente la colisión,

ratificando que los religiosos debían pasar a ser juzgados por la justicia civil. Con esta

determinación el caso pasó nuevamente de manos del juez 103 de instrucción penal

militar al contralmirante Calderón Salazar (El Espectador, 1976, 24 de diciembre p.

10A). Del mismo modo, la terminación de la instrucción militar también representó la

absolución para la monja Blanca Inés Martínez quien después de ser escuchada en

indagatoria, no se encontró razones para levantar cargos contra ella. Ante estas

circunstancias, el contralmirante Calderón Salazar tenía tres opciones: convocar a

Consejo de Guerra, entregar el caso a la justicia ordinaria o enviar el expediente a la

Supercorte o Tribunal Disciplinario en Bogotá, y que este determinase quien tenía la

competencia para juzgar a los religiosos (El Espectador, 1976, 29 de diciembre, p. 5A).

Mientras esta situación se definía, Monseñor Rubén Isaza ofreció el 25 de diciembre

una misa con amplia concurrencia por la libertad de los religiosos detenidos, la misa

tuvo un significado por celebrarse en navidad, por lo que se enfatizó en la solidaridad

(El Tiempo, 1976, 27 de diciembre, p. 9A).

Pero tan pronto como tuvo el expediente nuevamente en sus manos, el contralmirante

Calderón Salazar reafirmó su poder para el juzgamiento de los religiosos. Esto llevó a

que los abogados de los religiosos volviesen a plantear la colisión de competencias, esta

vez en el Tribunal Disciplinario (El Tiempo, 1977, 27 de enero, p. 2A). El tribunal falló

de manera favorable por medio de una ponencia del magistrado Leovigildo Bernal

Andrade que fue aprobada por los demás miembros del tribunal. La sentencia resaltaba

la importancia del fuero eclesiástico como elemento de garantía de derechos a los

religiosos juzgados:

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71

“Los conflictos de competencia no sólo se suscitan entre la jurisdicción ordinaria y las especiales. También entre estas se presentan. Surgen igualmente entre distintas jurisdicciones especiales. (…) cuando el artículo XX del Concordato suscrito entre Colombia y la Santa Sede, que constituye ley de la república (…) lo que hace es estatuir un fuero especial para el juzgamiento de clérigos y religiosos que pertenezcan a la Iglesia Católica. Que ellos no puedan ser sometidos a ninguna sentencia de juzgamiento, pero ni siquiera a juicio en ninguna causa penal, ni por autoridades de policía, ni por jueces penales municipales o de circuito, sino sólo por los jueces superiores en primera instancia y en segunda por los Tribunales superiores sea cual fuere el delito que específicamente se les sindique” (Cinep, 1979, pp. 68-69)

Aunque la sentencia fue emitida el 3 de febrero, solo hasta el 19 del mismo mes se hizo

efectiva, la Armada debió poner en libertad a los sacerdotes Geney, Rojas y Ramírez y a

la hermana Herlinda. Los detenidos fueron trasladados al palacio arzobispal, que sería

su nueva prisión, en el automóvil del abogado Pedro Pacheco Osorio, quien sustituyó al

abogado Díaz Gómez en la defensa de César Augusto Rojas. Una gran multitud salió a

recibir a los religiosos, que en términos generales manifestaron que seguirían con su

labor evangelizadora y que habían sido tratados con respeto por algunos miembros de

las Fuerzas Armadas y que a pesar de todo se había hecho justicia. El clérigo César

Augusto Rojas expresó: “Nuestros ojos fueron vendados y las manos nos las amarraban

a la espalda pero aquí estamos demostrando que toda injusticia termina destruida” (El

Tiempo, 1977, 20 de enero, p. 14A)

El proceso continuó en la parte civil en manos del juez primero superior de Cartagena, y

pocas semanas después los cuatro religiosos salieron de prisión en libertad condicional

bajó fianza de 2 mil pesos. El juez no los juzgó por rebelión sino que consideraba que el

delito era “encubrimiento y posesión ilegítima de armas” (El Espectador, 1977, 12 de

marzo, pp. 1A y 8A). Los abogados de los religiosos pidieron la nulidad del proceso

pues nunca hubo el delito de rebelión por tanto los abogados apelaron al artículo 163 de

“inexistencia del delito”. Así pudo comprobarse que las famosas cajas con explosivos

eran dinamita de los pescadores de Pasacaballos que era guardada por los sacerdotes,

dos cajas que según el abogado Jorge Enrique Cipagauta “no podían derrocar a un

gobierno legalmente constituido.” (Cinep, 1979, p. 27)16 De esta manera los sacerdotes

Geney y Rojas, el ex clérigo Ramírez y la monja Herlinda quedaron en libertad. Según

el abogado Cipagauta, la reacción de los militares ante esta decisión fue “no es más que

levanten el Estado de Sitio o pasen un expediente por la justicia ordinaria y viene la 16 Según el abogado Cipagauta “Podía ser dinamita de contrabando, era una dinamita americana pero ya estaba en uso. La tenían allí guardada los sacerdotes porque los negros, los nativos y los pescadores les tenían absoluta confianza y se la habían entregado para no perderla o para que no se la decomisaran”

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impunidad”, pero según el abogado Cipagauta “¿cómo podía haber impunidad por un

delito que nunca se cometió?” (Cinep, 1979, pp. 27-30)

Del supuesto guerrillero Hoyos de Arenilla, solo se pudo establecer que su abogado

pidió que se le trasladase de la cárcel departamental a un Hospital psiquiátrico, alegando

demencia (El Tiempo, 1976, 22 de diciembre, p. 9B). Los abogados defensores

mantuvieron sus denuncias contra las torturas cometidas por las fuerzas militares, pero

estas no prosperaron en la justicia penal militar (Cinep, 1979, p. 30), de igual manera se

denunció que durante el proceso a los religiosos, los militares continuaron los

allanamientos en Pasacaballos contra campesinos a quienes les fueron destruidas sus

viviendas (El Espectador, 1976, 30 de noviembre, p. 5A). El año de 1977 el país seguía

en Estado de Sitio y los problemas sociales continuarían y no solo en Cartagena, por lo

que para contenerlos el gobierno se debió apoyar cada vez más en las fuerzas militares.

3.7. El fin de la administración López.

Los casos de Cartagena y Cali se encuentran enmarcados en el período del presidente

López en el cual inicia la decadencia de su “Mandato Claro”, resultado de numerosos

escándalos y conflictos no sólo con las clases bajas, sino también con distintos sectores

políticos. Al descrédito de la imagen del presidente por los problemas sociales se

sumaron los escándalos políticos, en varios de ellos se vio involucrada su familia como

el de la Hacienda La Libertad, un predio de propiedad de la familia López, que fue

valorizado en varias ocasiones, así como exento de impuestos por medio de tretas

judiciales (Reyes et al., 1978, pp. 68-69). También estalló un escándalo por sobornos de

la Lockheed que dejó muy mal parada a la Fuerza Aérea Colombiana. De igual manera,

fue detenido Alberto Santofimio, ex ministro de justicia de López por presuntas

malversaciones. Los principales diarios destaparon estos escándalos y destacados

dirigentes políticos como Doña Berta de Ospina comenzaron a cuestionar la legitimidad

del presidente, situación que llevó a López a plantear en varias ocasiones la posibilidad

de renunciar (Pécaut, 1989, pp. 294-295).

Mientras estos escándalos de corrupción estallaban, la situación social del país

empeoraba. Los precios de los alimentos habían aumentado un 49.77% entre mayo de

1976 y mayo de 1977, para ese mismo mes los salarios de los trabajadores habían

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experimentado una caída del 22.6 % con respecto a septiembre de1970 (Bermúdez,

1982, pp. 196-197). Todos estos problemas llevaron al gran paro cívico del 14 de

Septiembre de 1977, el cual fue convocado por las cuatro centrales obreras colombianas

y en la cual se solicitaban mejoras en los salarios y puesta en marcha de la prima móvil.

Esta huelga tuvo un alcance nacional y en ella participaron casi todas las ciudades del

país salvo Medellín y Bucaramanga. Bogotá fue el epicentro de este paro en el cual se

presentaron bloqueos al transporte y peleas entre la población y la Fuerza Pública

(Pécaut, 1989, p. 310). Aparentemente el ejército y la policía se excedieron en sus

acciones. Según El Tiempo el saldo de la represión gubernamental fue de 18 muertos, 3

mil detenidos y cientos de heridos (Gallón, 1979, p. 113). Estos sucesos empeoraron la

imagen del régimen lopista.

El manejo que dieron las Fuerzas Armadas al paro se convirtieron en la máxima

demostración del conflicto que sostenía el presidente López, con los militares. Este fue

resultado de enfrentamientos entre el mandatario y los altos mandos militares debido a

la remoción de dos destacados generales. El primero de ellos fue el General Álvaro

Valencia Tovar El general Valencia Tovar quien llevaba una larga y destacada carrera

en el ejército y desde largo tiempo atrás se había convertido en un importante referente

por lo que sus opiniones en el sector castrense eran muy reconocidas. Por tanto, su

destitución en 1975 causó una gran sorpresa. Valencia Tovar fue retirado después de la

protesta por la intervención del presidente López en la destitución de otros comandantes

de las Escuelas de Infantería y caballería (Pécaut, 1989, p. 298). La situación encuentra

su origen en el conflicto de un paro cívico acontecido en Barrancabermeja en 1975, en

el cual el general Valencia Tovar se negó a seguir las órdenes de los altos mandos en la

procura de restablecer el orden público; puesto que no hubo acción por parte de las

tropas bajo el comando del general Valencia Tovar para impedir el levantamiento de

rieles que estaban realizando los huelguistas. Del mismo modo, el general Valencia

Tovar había explicado esta situación por medio de un comunicado, el cual no había sido

autorizado por sus mandos superiores los generales Varón Valencia y Camacho Leyva

(Alape, 1985, pp. 368-369). Esto llevó a que el presidente llamase a calificar servicios al

general Valencia Tovar, con todos los problemas que esta decisión implicaba.

El segundo general retirado fue el del General Matallana, jefe del estado mayor general

de las Fuerzas Militares, su traslado a la reserva causó también gran división en el poder

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castrense pese a la amplia trayectoria de este general, quien se destacó en la lucha en el

Tolima durante la violencia (Pécaut, 1989, pp. 298-299). Asimismo, el presidente López

mantuvo como ministro de defensa al general Abraham Varón Valencia pese a que un

sector de los militares declaró su oposición al presidente, entre ellos el General Puyana

García quien calificó la gestión de López como “uno de los gobiernos más nefastos que

ha tenido Colombia”. Dicho General también fue obligado a renunciar por sus críticas al

mantenimiento del General Varón Valencia en el Ministerio de defensa cuando este

militar debía estar en la reserva desde 1975. Para Puyana García, el General Varón

Valencia era el tipo de Militar que necesitaba el presidente López para convertir al

ejército en un simple instrumento de represión al servicio de los intereses

presidenciales (Blair, 1993, pp. 124-125).

Las destituciones se sumaron a la fuerte controversia por el manejo que los militares

dieron al paro cívico. Como se mencionó previamente hubo fuertes denuncias en torno a

arbitrariedades cometidas por la Fuerza Pública. Estas llevaron incluso a la citación de

un debate en la Cámara de representantes. Este hecho despertó la indignación de los

militares que aseguraban que había un plan que buscaba su desprestigio como

institución. Desde hace varios años los militares habían echado la culpa a de todos los

problemas del país al comunismo, el cual según ellos era el causante de cualquier tipo

de desestabilización. Esta situación alcanzó su clímax cuando un grupo de militares

envió el 19 de Diciembre de 1977 una carta a la prensa en la cual reclamaban al

presidente López más herramientas para el manejo del orden público y criticaban las

denuncias sobre arbitrariedades cometidas por el sector castrense en el cumplimiento de

sus funciones, en especial por haberles citado a un debate en el congreso sobre su

accionar en el paro cívico:

…Las medidas del gobierno y las ejecutorias de las fuerzas militares tendientes a eliminar las causas de la violencia y el incremento de la inmoralidad, están siendo desfiguradas por una campaña sistemática y generalizada de la oposición política que está haciendo perderla fe en las instituciones y en la capacidad que ellas deben tener para controlar el crimen e imponer el orden (…) Como consecuencia de lo anterior y conscientes de que tenemos la obligación de mantener incólumes la honra y el prestigio de las Fuerzas Militares (…) hemos resuelto solicitarle al gobierno que dicte por el procedimiento de emergencia, eficaces medidas adicionales para garantizarle a la institución militar y a sus integrantes la honra a que tienen derecho y a todos los ciudadanos la seguridad que requieren dentro de una patria amable (Rivas et al., 1980, pp. 309-310).

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Dicha comunicación se encontraba firmada por treinta generales activos, encabezados

por el comandante general de las Fuerzas Armadas Luís Carlos Camacho Leyva. Si bien

se presentaron situaciones represivas en su gobierno, López no cedió ante estas

pretensiones de los militares aún cuando su mandato terminó en medio de un fuerte

rechazo. Pero esa misiva no iba dirigida al presidente López si no a su sucesor quien si

respondería el llamado.

En medio de los problemas del presidente López, la Iglesia continuaba con sus

conflictos internos. Los obispos habían hecho fuertes críticas al gobierno por no

proceder contra los sectores críticos de la academia con el mismo rigor que con los

grupos guerrilleros; del mismo modo, el episcopado hacía un llamado a los católicos a

no votar por los candidatos marxistas (Alternativa, 1976, 19-26 de junio, pp. 18-19). En

contraste, los sectores de oposición continuaban con sus labores sociales y posiciones

críticas sobre la realidad nacional. Los religiosos denunciaban que los obispos eran

cómplices de un sistema “anticristiano” y que ellos desde la lucha política estaban

llamados a cambiar a la sociedad (Alternativa, 1976, 6-13 de diciembre, p. 7). Esto nos

muestra que el conflicto entre las tendencias de la Iglesia, lejos de terminar se

agudizaba; esta situación sería aprovechada por los sectores dominantes que

encontraron en la descalificación de la jerarquía una justificación para perseguir a los

religiosos opositores.

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.4. CONFLICTOS BAJO EL GOBIERNO TURBAY AYALA.

En medio de la difícil situación socioeconómica, fue electo Julio César Turbay quien

optó por un manejo del orden público que favoreció la militarización del país. Por

medio de su estatuto de seguridad, esperaba derrotar a los grupos armados en especial al

M-19. Sin embargo nuevos grupos desafiarían al Estado por lo que se daría una gran

represión contra distintos sectores sociales. Por otro lado, igual que su antecesor,

Turbay gobernó bajo los parámetros del Frente Nacional, estos factores que le

granjearon numerosas críticas por parte de distintos actores políticos y sociales y de

algunos de la propia Iglesia.

4.1. El presidente Turbay es elegido.

La designación del candidato del partido Liberal a las elecciones de 1978 se realizó en

un ambiente agitado y de división en la colectividad. Por un lado estaba el sector

encabezado por el ex presidente Carlos Lleras Restrepo y el del líder político Julio

César Turbay Ayala. Lleras Restrepo buscaba obtener la reelección presidencial, pero

Turbay había logrado hacerse con la jefatura única del partido en la Convención de

1973. Desde su posición, Turbay dio apoyo al presidente López Michelsen

especialmente en los momentos de crisis del gobierno mientras que Lleras Restrepo no

apoyó al presidente López en esos mismos momentos y se unió a la oposición ospino-

pastranista. Tampoco fue Lleras Restrepo capaz de atraer los votos liberales, por lo que

en la convención liberal Turbay fue elegido candidato sin mayores dificultades (Cinep,

1981, pp. 9-12).

Los rivales de Julio César Turbay en la contienda electoral fueron Belisario Betancur,

quien contaba de manera parcial con el apoyo del Partido Conservador, en especial del

sector Ospino-Pastranista y el general Álvaro Valencia Tovar quien se postuló por el

Movimiento de Renovación Nacional. Por otro lado la izquierda presentó tres

candidatos Julio César Pernía de la Unión nacional de Oposición (UNO), Jaime

Piedrahita del Frente por la Unidad del Pueblo (FUP) y Socorro Ramírez del

Movimiento de Unidad Obrera UNIOS, sin embargo estas facciones se caracterizaron

por encontrarse en permanente discusión interna, por lo que no pudieron diseñar una

atrayente plataforma política. Turbay contó con el gran apoyo del ex presidente Alberto

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Lleras Camargo, asimismo logró establecer apoyos de los caciques regionales gracias a

sus habilidades clientelares. Del mismo modo el haber ejercido funciones de embajador

y ministro en gobiernos anteriores le había brindado apoyo en los sectores políticos. El

eje de su campaña fue “seguridad, producción y empleo”, pero hizo especial énfasis en

torno a la seguridad, la cual lograba ser justificada por la situación social del país a fines

del período López Michelsen (Bermúdez, 1982, pp. 210-211).

Las elecciones se llevaron a cabo con una considerable cifra de abstención, pues apenas

hicieron uso de su derecho al sufragio un 41.2 % del electorado. En estas elecciones

Turbay tuvo una reñida competencia pero ganó los comicios con 49.5% de la votación,

por encima del 46.8% de Belisario Betancur, mientras que los partidos de izquierda

apenas alcanzaron un 2.4% y el general Valencia Tovar un 1.3% (Hartlyn, 1993, p.

198). Sin embargo el liberalismo no logró una mayoría en el Congreso, por lo que

Turbay tuvo que llevar a cabo acercamientos con el Partido Conservador. El llamado de

apoyo del presidente fue respondido favorablemente por el sector de esta colectividad

que dirigía Álvaro Gómez Hurtado (Hartlyn, p. 266). Por tanto, al igual que en la

administración López, el gobierno del presidente Turbay continuó con el modelo

político Frente Nacionalista porque siguió la estrategia de repartición de cuotas

burocráticas para garantizar apoyo político. Los conservadores lograron imponerse en el

gabinete presidencial con los Ministerios de Justicia y de Defensa, y otros ministros si

bien estaban en el Partido Liberal sus ideas eran de corte conservador (Bermúdez, 1982,

pp. 212-213).

De esta manera, el que parecía un gobierno claramente impopular en poco tiempo logró

un importante respaldo parlamentario y la prensa que lo criticaba antes de su campaña

ahora lo apoyaba y respaldaba. El gobierno prácticamente no tuvo forma alguna de

oposición pues el congreso estaba con el presidente en su mayoría. Sin embargo las

tensiones sociales que habían sacudido el gobierno López no habían cesado. Las

huelgas y movilizaciones continuaron aunque en menor medida debido a que

aumentaron los actos represivos contra estas. El respaldo al gobierno de Turbay no solo

provino de las fuerzas políticas sino también de las Fuerzas Armadas, pues el nuevo

presidente no tenía la visión antimilitarista del presidente López. Por el contrario, a lo

largo de su carrera política el presidente Turbay construyó una buena relación con las

Fuerzas Armadas, la cual empezó cuando fue Ministro de la Junta Militar y durante su

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gestión parlamentaria defendió los intereses de los militares en el congreso, lo que le

granjeó gran confianza por parte del sector castrense (Leal, 2002, pp. 57-58).

Como lo afirma Francisco Leal Buitrago (2002, p. 67), el presidente Turbay no tenía un

proyecto político definido en materia militar por lo que dejó a las Fuerzas Armadas en

libertad para su acción. Desde el inicio de su mandato, el presidente Turbay manifestó

que había en el país una permanente perturbación del orden público, lo cual estrecho

aún más sus lazos con las Fuerzas Armadas, que encontraron en esta idea presidencial

una justificación a sus acciones. Sin embargo poco a poco esta libertad fue dando paso

poco a poco a una modificación de la propia estructura del Estado que fue siendo

acomodada a los intereses de los militares. De esta manera se presentó una “ocupación

parcial” del poder político por parte de las fuerzas castrenses que seguían los parámetros

de la Doctrina de la Seguridad Nacional.

En estas condiciones, el presidente Turbay quien sentía un gran respeto por el escalafón

castrense nombró como Ministro de Defensa al general Luis Carlos Camacho Leyva

quien se desempeñaba como comandante general de las Fuerzas Armadas. El general

Camacho Leyva, al igual que el presidente Turbay había tenido una carrera en la que fue

ascendiendo poco gracias a su habilidad en los manejos burocráticos (Leal, 1994, p.

103).17 Su personalidad y actitudes le permitieron ganar poder tanto en la institución

castrense como en el propio gobierno. Incluso se le llegó a considerar “como el poder

detrás del trono, como el hombre que con su poder dentro de las fuerzas armadas, esta

pisoteando la Constitución y las leyes de la República” (Bermúdez, 1982, pp. 284-285).

Esta afirmación fue negada por el resto del gobierno, sin embargo el presidente Turbay

tuvo una presencia importante en los debates donde se ponía en tela de juicio la acción

de los militares.

4.2. El Estatuto de Seguridad.

Poco tiempo después de su elección, el presidente llevó a cabo el 6 de Septiembre la

promulgación del decreto de excepción 1923, que creó el Estatuto de Seguridad. Este

17 El general Camacho Leyva contaba con el título de abogado lo que fue un inicio en la carrera pública del general que ocupó distintos cargos burocráticos en el ministerio a lo largo de su carrera. Según Leal esto le permitió el uso de la intriga como un arma de manipulación y ascenso burocrático, esto le permitió unirse al presidente Turbay.

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era un conjunto de normas y medidas de excepción con las cuales el presidente esperaba

llevar a cabo una lucha contra las mafias y guerrillas que generaban las condiciones de

inseguridad e inmoralidad que el primer mandatario consideraba que eran los factores

que amenazaban al Estado (Torres, 2000, p. 219). En el propio estatuto se establecía la

presencia de una amenaza contra el orden político: “periódicamente se han venido

reiterando y agudizando las causas de perturbación de orden público que crean un

estado de inseguridad general y degeneran en (...) prácticas terroristas dirigidas a

producir efectos políticos encaminados a desvirtuar el régimen republicano vigente o en

la apología del delito, (...) Es indispensable adoptar medidas de seguridad para mantener

el orden social y la paz en el territorio de la república...”(Rivas et al., 1980, p. 310). En

la construcción de la normatividad establecida en el estatuto, tuvieron una gran

influencia las determinaciones del Ministro de Defensa, Camacho Leyva. El Ministro de

gobierno de Turbay, Germán Zea Hernández manifestó que la seguridad fue el primer

punto en la agenda presidencial, ya que esta materia era según el ministro una de las

solicitudes que hizo la sociedad al presidente Turbay desde el inicio de su mandato:

“Había mucho secuestro en Colombia hasta el punto de que en el primer consejo de ministros lo que se planteó como cuestión vital (...) fue la cuestión de la seguridad. Todos los ministros le dijimos al presidente, el país se esta ahogando en la inseguridad. (...) las gentes vivían atemorizadas en Bogotá, en las grandes ciudades, por los secuestros, por la ola de inseguridad. Había actos de guerrillas contra las poblaciones. Vino el robo del cantón del Norte y todos los ministros consideramos que era necesario modificar las disposiciones del Código penal para hacer que algunas de esas normas fueran mucho más rigurosas y rígidas para contrarrestar esa ola de criminalidad que existía en el país. Pero esta situación la heredó el doctor Turbay del doctor López. Eso sobrevino del doctor López, sobre todo después de aquel paro que hubo en el 77, con muchos muertos y esa fue una de las causas del asesinato del doctor Pardo Buelvas. Era una situación la heredó el doctor Turbay del doctor López." (Alape, 1985, pp. 379-380)

Como lo menciona Francisco Leal Buitrago (2002, p. 59), el estatuto de seguridad no

buscaba aumentar la ya consolidada autonomía militar, sino más bien otorgar a las

Fuerzas Armadas una serie de herramientas jurídicas para la lucha contra el narcotráfico

y las guerrillas. El estatuto establecía nuevas formas delictivas y aumentaba las penas

para delitos ya existentes (Ver tabla 1), del mismo modo permitía ejercer la censura

sobre medios de comunicación tanto audiovisuales como escritos. Delitos como el

secuestro y la extorsión tuvieron serios incrementos en sus penas. Sin embargo debemos

considerar que la ampliación de las penas venía poniéndose en práctica por los

gobiernos anteriores a Turbay.

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TABLA 1. AUMENTO DE PENAS DEL ESTATUTO DE SEGURIDAD

DELITO DEFINICIÓN SEGÚN EL ESTATUTO DE SEGURIDAD PENA ANTES DE 1978

PENA DEL ESTATUTO

Secuestro simple

Rapto de personas con fines personales, políticos o publicitarios que no incluya agravantes, se culpa tanto a responsables del secuestro como a quienes lo organicen

8 a 12 años de prisión

10 a 20 años de prisión Secuestro

agravado

Rapto de personas con fines personales, políticos o publicitarios que incluya actos de tortura, lesiones, extorsión, se culpa tanto a responsables del secuestro como a quienes lo organicen

6 a 12 años de prisión

20 a 30 años de prisión si el rehén muere

Rebelión Cualquier acto organizado que busque el derrocamiento o cambio del gobierno legítimo. Son culpables todos aquellos que lideren o participen del alzamiento

6 a 4 años de prisión

8 a 14 años de prisión

Asociación para delinquir

Integración o formación de grupos armados de más de tres personas que tengan como fin el invadir y asaltar predios o poblaciones causando daños a la vida o seguridad de las personas. Asimismo se castiga la asociación con fines de expropiación ilegal

5 a 14 años de prisión

10 a 15 años de prisión

Causar o participar en alteraciones del orden público o alterar el desarrollo de actividades sociales

1 a 30 días de arresto

1 a 5 años de prisión

Cometer homicidio en circunstancias de perturbación del orden

15 a 24 años de prisión

20 a 24 años de prisión

Perturbación del orden público

Causar lesiones a otra persona en las perturbaciones del orden público

2 meses de arresto a 9 años de prisión

1 a 10 años de prisión

Fuente: Reyes et al., 1978, pp. 90-113

El estatuto partía de dos factores: en primer lugar se llevó a cabo una ampliación de la

noción de “perturbador del orden público”. Esta sindicación se hizo extensiva a una

serie de actividades que antes eran juzgadas como simples contravenciones y ahora eran

convertidos en delitos (Gallón, 1979, p. 134). Según la legislación del estatuto, las

perturbaciones del orden público abarcaban conductas que “alteren el pacífico

desarrollo de las actividades sociales o provoquen incendios y en tales circunstancias

supriman la vida de las personas” (Rivas et al., p. 311) Sin embargo estas definiciones

para analistas como Gustavo Gallón era muy vagas y permitían que cualquier actitud o

situación que no fuese bien vista por el gobierno podría ser juzgada como perturbación.

De esta manera el estatuto también amplió la concepción del “subversivo” hacia

actividades como pintar grafittis, distribuir propaganda, así como exhibir dibujos o

textos contra al gobierno en espacios públicos, asimismo criminalizó las formas de

huelga y protesta social, pues el gobierno podía considerar que en ellas podía haber

intención de derrocar al gobierno, por lo que podía actuar con rigor y excesos incluso

contra aquellos que solo fuesen observadores de los sucesos. El segundo gran pilar del

estatuto de seguridad fue la ampliación de las funciones de las Fuerzas Militares que

pasaron al ámbito judicial, por medio de la aplicación práctica de la Justicia Penal

Militar para civiles. Mediante consejos de guerra, los militares adquirieron la capacidad

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para juzgar los delitos señalados previamente. También otros elementos de la Fuerza

Pública como el DAS y la policía llevaron a cabo juicios. La capacidad judicial de las

Fuerzas Militares muestra que en el país también se presentó una ocupación del Estado

por parte de las Fuerzas Armadas (Reyes et al., 1978, p. 109).

Para Iván Orozco Abad (1992, pp. 171-174), el estatuto de seguridad fue resultado de

los sucesivos estados de excepción, dirigidas contra la protesta social. Así, el estatuto

respondía a la necesidad de las clases dominantes que vieron con temor que las olas de

protestas que acontecieron desde el paro cívico del año anterior, ponían en juego su

posición privilegiada. Sin embargo, pese a que el estatuto daba trato a los delincuentes

políticos con base en la idea del combatiente-rebelde, las figuras criminales creadas por

la legislación, llevaban a que varias conductas que tenían conexión con el delito

rebelión, terminaban asimiladas como delitos comunes. Estas circunstancias llevaron a

que las víctimas de la legislación fuesen los movimientos políticos y sociales, pues sus

acciones terminaron asimiladas como perturbaciones del orden público, las cuales al ser

establecidas como delitos, eran susceptibles de ser reprimidas.

Desde su promulgación, el estatuto fue recibido con beneplácito por parte de los

gremios y los sectores políticos dominantes, que consideraban que el modelo impuesto

por las Fuerzas Militares garantizaba condiciones de seguridad contra los enemigos del

Estado a los que consideraban influidos por la guerrilla. Sin embargo también

comenzarán a surgir críticas de distintas organizaciones sociales, laborales y políticas

que consideraban que el país caminaba hacia una dictadura constitucional.

4.3. El asesinato de Rafael Pardo Buelvas

Después de la promulgación del estatuto de seguridad, sucedieron en el país una cadena

de acciones que alarmaron a la opinión pública. Menos de una semana después fueron

asesinados Germán Mejía Duque ex gobernador de Caldas y su hermano el médico

Fernando Mejía (Pécaut, 1989, p. 321). Del mismo modo, se presentaron el jueves 7 de

Septiembre atentados con explosivos en la zona céntrica de Bogotá contra dos entidades

financieras: el Banco de Crédito y el Cafetero y contra un almacén de Cafam (El

Tiempo, 1978, 13 de septiembre p. 8A). Como se puede ver, era un contexto muy difícil

en cuanto al orden público se refiere, sobretodo porque se avecinaba la conmemoración

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del paro cívico del año anterior y los sindicatos tenían planeadas grandes movilizaciones

y concentraciones ciudadanas.

En estas circunstancias fue asesinado el ex ministro Rafael Pardo Buelvas, el 12 de

Septiembre. La muerte del ministro ocurrió 35 días después de haber realizado en su

residencia del barrio Calatrava en Bogotá, una fiesta en honor del presidente López

Michelsen cuando éste había dejado el cargo. La casa de los Pardo Buelvas no contaba

con mayores medidas de seguridad pues el barrio se había caracterizado por su

tranquilidad, el ministro se había ganado la antipatía de los sindicatos y organizaciones

de izquierda por su condena al paro cívico como ministro de gobierno del presidente

López. El día de su asesinato, el ex ministro se encontraba en su residencia y después de

despedir a sus hijas, se dirigió a su habitación .donde realizaba ejercicios en su bicicleta

estática, actividad que tenía por costumbre. Aunque parecía una mañana como cualquier

otra, desde antes de la ocho, los Pardo Buelvas habían recibido llamadas telefónicas que

cuando eran contestadas, sus autores colgaban (El Tiempo, 1978, 13 de septiembre p.

8A).

Hacia las 8:40 de la mañana, se detuvo en la casa del ministro, un automóvil Dodge

1500, tripulado por cuatro sujetos, de los cuales dos portaban uniformes militares. Estos

dos individuos se bajaron a pocas cuadras de la casa del ministro y avanzaron hacia ella

y llamaron a la puerta. La muchacha del servicio abrió y uno de los supuestos militares,

le dijo que tenían que realizar una inspección de seguridad y que iban a informar al

ministro sobre las nuevas medidas de seguridad asumidas por el gobierno en el

aniversario del paro, la muchacha a regañadientes los hizo pasar. Un momento después,

los individuos encontraron a Sarita Abello, esposa del Ministro a quien preguntaron

donde estaba su esposo; la señora contestó que se encontraba en el baño y hacía allá se

dirigieron los individuos.

Tan pronto como llegaron al baño, los “militares” irrumpieron y empezaron a disparar a

quemarropa contra el ministro, quien todavía se encontraba en su bicicleta. Pardo

Buelvas recibió cinco impactos de revólver 35 así: dos en la cabeza, uno en el tórax, uno

en el hombro izquierdo y 1 en la parte izquierda del maxilar inferior. Mientras, esto

ocurría, afuera de la casa los otros dos sujetos que estaban en el auto inmovilizaron al

chofer del ex ministro que lo esperaba afuera. Tan pronto como dispararon, los

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individuos salieron corriendo de la casa y huyeron en el Dodge. El ministro fue

auxiliado por su esposa, su chofer, un pintor que se encontraba en la casa y Alberto

Lleras Purga, vecino hijo de Alberto Lleras, quienes lo llevaron a la clínica Shaio donde

falleció pocas horas después.

El crimen estremeció al país y en poco tiempo distintos sectores de la sociedad

expresaron su condena al crimen. El gobierno nacional expidió un decreto donde

afirmaba que el gobierno asumiría los funerales de Pardo Buelvas, a quien se despediría

con todos los máximos honores militares propios de un ministro de Estado. En ese

mismo decreto se confirmaron las órdenes de San Carlos a los hermanos Mejía Duque,

al ex gobernador Germán Mejía en grado de gran oficial y a su hermano Fernando, en

grado de oficial. El editorial del Tiempo titulado “La cobarde ofensiva del extremismo”,

además de condenar el crimen, daba un respaldo explícito al presidente Turbay y su

Estatuto de Seguridad:

El asesinato del doctor Pardo Buelvas típicamente político pero político de un extremismo que bien sabe lo que procura, no sólo justifica el Estatuto de Seguridad ya expedido sino que debe obligar al gobierno a ampliarlo contra otras zonas de la ofensiva desatada que busca romper nuestro régimen de vida económico social y nuestra orgullosa y real juridicidad. Si el gobierno acepta el desafío de una izquierda anárquica puede estar seguro de que una acción no sólo jurídica sino plenamente aguerrida tendría el apoyo unánime no solo de cuantos elegimos al doctor Turbay Ayala como jefe del Estado sino también de quienes sienten vivamente amenazada la tradición secular de un pueblo y una república fundados en base de intangibles valores éticos y claros fueros humanos (El Tiempo, 1978, 13 de septiembre p. 4A).

El gobierno asumió una posición de defensa y legitimación de sus políticas de

seguridad, como respuesta ante el crimen. El general Luis Carlos Camacho Leyva,

Ministro de Defensa ratificó su compromiso en el combate con los grupos armados: “El

gobierno no cejará ante estos crímenes sino por el contrario va a aumentar toda la fuerza

de que es capaz con el objeto de perseguir a los delincuentes y hacer caer sobre ellos el

peso de la ley (...) En esta campaña de seguridad sobre la cual el gobierno continuará

tomando medidas sin que para ello le trepide la voluntad, deben tener la certeza todos

los colombianos de que tendrá que dar frutos que el país necesita porque no en otra

forma podemos presentarnos ante el concierto de las naciones como un pueblo

civilizado” (El Tiempo, 1978, 13 de septiembre p. 9A)

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Esta misma línea de alarma ante la grave situación de orden pública fue seguida por el

Ministro de Gobierno Germán Zea, en cuyas declaraciones hizo un llamado a la

sociedad colombiana a apoyar el gobierno: “Estoy seguro de que este atroz asesinato

hará ver a los colombianos hasta donde las fuerzas del mal están empeñadas en destruir

lo mejor de la sociedad llegando a extremos de inaudita crueldad y barbarie, sembrando

el terror y el pánico por doquier a fin de amedrantar a las autoridades de la República en

la batalla contra el crimen” (El Tiempo, 1978, 13 de septiembre p. Última A)

Los partidos Liberal y Conservador, se sumaron a la postura del gobierno. El ex

presidente del liberalismo Darío Echandía exigió “una enérgica acción de las

autoridades para que los autores del crimen sean rigurosamente castigados”. Los dos

sectores del conservatismo, tanto el Ospino-Pastranista como el Alvarista hicieron una

exigencia al gobierno de mayores medidas en el manejo del orden público. El

comunicado del Directorio nacional Conservador (Alvarista) catalogó a los asesinos

como “enemigos de la paz cuyo castigo será la respuesta implacable de la nación

entristecida.” (El Tiempo, 1978, 13 de septiembre p. 9A).18

Los gremios se unieron también a la condena y la justificación de la necesidad de

nuevas medidas de seguridad. La Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) cuya

junta había sido presidida en el pasado por Pardo Buelvas, manifestó: “Este crimen que

a todos nos atormenta y alarma no sólo debe recibir no solamente el peso de nuestra ley

penal sino sanción social enérgica y vigorosa”, igualmente la SAC reclamó al gobierno

“medidas que pongan fin a tan inaudito camino de desesperación que quieren abrir los

enemigos de Colombia, las cuales apoyaremos sin suspenso”. La Confederación de

Cámaras presidida por Gastón Abello, manifestó la necesidad de que “todas las gentes

de la nación toman del riesgo que se cierne sobre ella tratando de confundirse con la

causa compartida de la justicia social” y la Asociación de Mineros declaró que “es el

momento en que la ciudadanía haga una acción conjunta para evitar crímenes atroces.”

(El Tiempo, 1978, 13 de septiembre p. 9A). Por otro lado la Iglesia hizo un llamado a la

unidad nacional para que se diera una “...unánime reacción de repudio y de condenación

18 El luto del partido conservador fue enorme considerando que Pardo Buelvas era miembro de este partido. Otros destacados dirigentes manifestaron su dolor por la muerte y respaldo al gobierno. Gómez Hurtado dijo que la muerte era un “acto de guerra” y que “el terrorismo es muy difícil de controlar”. Por otro lado, el gobernador de Cundinamarca Miguel Santamaría Dávila consideraba que el crimen era “un reto. O responde el país o la nación se disuelve”

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y actitud serena del país ante tan execrable crimen demuestran que Colombia no acepta

doblegarse acobardada ante las Fuerzas Oscuras del Terrorismo” (El Catolicismo, 1978,

24 de septiembre, p. 4).

Los partidos de izquierda añadieron su repudio al crimen, pero de una manera diferente

a la de las colectividades tradicionales. El Movimiento FIRMES de Gabriel García

Márquez, Gerardo Molina y Enrique Santos afirmó que la clase obrera no necesitaba de

ese tipo de acciones, sin embargo sus miembros consideraban que el gobierno hacía una

“asimilación oportunista (...) de este acto de terror insensato con la justa lucha del

pueblo colombiano”. Por otro lado el Partido Comunista en cabeza de su secretario

Gilberto Vieira aclaró que “siempre hemos estado contra esta clase de actos” y el

Partido Socialista por medio de su dirigente Socorro Ramírez condenó el crimen pero

hizo una denuncia: “Con este acto condenable se le ha dado al gobierno motivo para

prohibir como quería la movilización del 14 de septiembre conmemorativa del paro

cívico nacional” (El Tiempo, 1978, 14 de septiembre, p. 2A).

Sobre este último punto debemos comprender la posición de los sindicatos y las

centrales obreras, pues estos habían planeado marchas ciudadanas para conmemorar el

paro, sin embargo, estas concentraciones fueron prohibidas por la alcaldía. Las centrales

del país: Unión de Trabajadores de Colombia (UTC), la Confederación de Trabajadores

de Colombia (CTC), la Confederación Sindical de Trabajadores de Colombia (CSTC) y

la Confederación General del Trabajo (CGT) dejaron clara su posición en manos del

Consejo Nacional Sindical (CNS) que emitió un comunicado en el cual, además de

expresar su rechazo al crimen, manifestaban que acatarían la orden gubernamental de no

realizar manifestaciones públicas, lo cual no impediría que continuasen en la labor de

denuncia contra el gobierno, si este continuaba violando los derechos laborales (El

Tiempo, 1978, 14 de septiembre, p. 7A).19

Las investigaciones sobre los autores del crimen descartaron a uno de los principales

actores de violencia de esos años: el M-19 que en un comunicado negó su participación

en el atentado, el cual para el M-19: “le ha servido en bandeja de plata al gobierno de

19 Pese a acatar la orden encontramos posiciones como la de Pastor Franco de la CSTC quien afirmaba que loa verdaderos objetivos del gobierno al prohibir las concentraciones eran eliminar y recortar libertades sindicales, así como la unidad de los trabajadores.

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Turbay la represión y prohibición de las manifestaciones populares del 14 de septiembre

y la implementación del Estatuto de Seguridad. Además nosotros firmamos nuestras

acciones y las justificamos políticamente.” (El Tiempo, 1978, 14 de septiembre, p. 3A).

Sin embargo esto no fue un gran problema para las autoridades, pues poco después

apareció un comunicado de otra organización que proclamó su autoría en el crimen, se

trataba del Movimiento Autodefensa Obrera identificado con las siglas MAO o ADO. 20

Este grupo se había dado a conocer en una serie de acciones urbanas como al asalto a un

almacén de Croydon, un acto donde hicieron detonar un petardo y acribillaron a un

policía llamado Enrique Hernández Vanegas. Del mismo modo, este grupo estaba

sindicado de robar los alimentos de un furgón de Carulla y asaltar la pasteurizadora

Prodelbo donde robaron cinco toneladas de leche y equipo de oficina (El Tiempo, 1978,

13 de septiembre, p. 9A).

Los asesinos de Pardo Buelvas escaparon en el auto Dodge 1500 y se transportaron en

dicho vehículo hasta que una falla mecánica los obligó a detenerse, por lo que tuvieron

que empujar el auto, no sin que antes los sujetos con uniformes militares se despojasen

de dichas prendas. Empujando el auto, los individuos llegaron hasta un campo de tejo

ubicado en la calle 101 A No 53-43 y pidieron al dueño de los campos permiso para

dejar el auto unas pocas horas mientras que buscaban el repuesto para el Dodge. El

propietario accedió a la solicitud, pero los individuos nunca regresaron. La policía

encontró el lugar y pudo comprobar que se trataba de un auto robado que tenía varios

daños; en el interior del vehículo la policía encontró los uniformes militares. La policía

envió el Dodge al F-2, para que en conjunto con el DAS fuese analizado y se pudiera

capturar a los asesinos (El Tiempo, 1978, 14 de septiembre, p. 1C).

4.4. Persecución al MAO

El Movimiento Autodefensa Obrera (MAO) encuentra su origen en el grupo formado

por un sujeto llamado Juan Manuel González Puentes, quien había sido parte del

ejército de Brasil y en ese mismo país había realizado actividades guerrilleras y a partir

de la persecución que sufrió, huyó a Colombia donde formó un nuevo grupo con base

20 En varios libros se señala al grupo armado irregular “Autodefensa Obrera” con la sigla ADO (Autodefensa Obrera), sin embargo hemos optado por utilizar la sigla MAO ya que esta fue la utilizada por la prensa para referirse a este movimiento armado.

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en obreros y sectores populares. Inicialmente el grupo comenzó robando armas a los

policías, con las cuales en la posteridad iniciaría asaltos a bancos con el fin de obtener

fondos económicos. Poco después, se unieron a la organización tres hermanos Héctor

Fabio, Edgardo y Adelaida Abadía Rey y el esposo de esta última Alfredo Camelo

Franco (Behar, 1985, pp. 87-88).

Como vemos el MAO, no surgió ni recibió apoyo de ningún partido o movimiento

político. A diferencia del ELN que recibió apoyo del Frente Unido, o las FARC de las

guerrillas liberales o el M-19 de la ANAPO Socialista, la base del MAO eran obreros,

los cuales estaban en su mayoría en el grupo de Juan Manuel González. El objetivo del

grupo era la creación de los Frentes de Autodefensa Popular (FAP.), los cuales serían

grupos de combate divididos según sectores sociales: autodefensa campesina,

estudiantil, barrial y obrera. Esta última fue la que alcanzó mayor trascendencia como

organización político-militar, cuya primera acción inició en el paro cívico del 77,

durante el cual acompañaron a la ciudadanía en el enfrentamiento con las autoridades

(Alape, 1985, pp. 339-343).

A partir de estos hechos el MAO planteó su estrategia político-militar, la cual estaría

orientada a apoyar los conflictos laborales y a ganarse a los sindicatos., así como a

sectores populares. A largo plazo, la estrategia del MAO sería consolidar la base

política en las ciudades y en lo posterior trasladar su guerra al campo donde serían ya un

ejército regular capaz de desafiar al Estado (Alape, pp. 344-345). Esta base se

construiría por medio de “acciones de propaganda”, como asaltos, “pintas”, tomas a

colegios y escenarios, de estas podemos destacar la toma al teatro del barrio San Carlos

donde miembros del MAO, irrumpieron en la mitad de una obra para repartir publicidad

política. De igual manera, el MAO se tomó un día la estación radial Todelar, y durante

la transmisión del partido de fútbol Boca Juniors-Deportivo Cali por la Copa

Libertadores, trasmitieron un mensaje en vivo para todo el país (Behar, 1985, pp. 90-

92).

Sin embargo, el asesinato del ministro Rafael Pardo Buelvas, los puso en el centro de la

polémica. Las autoridades iniciaron la búsqueda de los miembros del MAO, por lo que

efectuaron redadas en distintos puntos de Bogotá. Una de estas diligencias se realizó a

partir del hallazgo una tula militar en el Dodge de los asesinos la cual pertenecía a

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Alfredo Camelo Franco quien había sido cadete de la Armada y estudiaba antropología

en la Universidad Nacional. Sobre este individuo pesaba el cargo de ser el principal

sospechoso del asesinato del ex ministro Rafael Pardo Buelvas. Camelo fue detenido a

fines de marzo de 1979, y posteriormente confesó haber hecho parte del crimen, pero

afirmó que la culminación del mismo fue llevada a cabo por otros miembros del grupo.

En ese mismo orden, el servicio secreto del ejército capturó a siete miembros más del

MAO, que junto con Camelo fueron puestos a disposición del juez tercero de

Instrucción Penal Militar, Luis Eduardo López (El Espectador, 1979, 3 de abril, pp. 1A

y 15A). De igual manera las autoridades comprobaron que individuo Alfredo Camelo

también había trabajado en el departamento de avisos del diario “El Siglo” (Alternativa,

1979, 9-16 de abril, p. 8).

Poco después de la captura de Alfredo Camelo fueron detenidos Manuel Bautista

González y Armando López Suárez, este último había sido novillero y tenía el alias de

“Coleta” (El Tiempo, 1979, 5 de abril, p. 18A). Estos dos sujetos fueron detenidos

cuando se encontraban departiendo en un café y les fue hallada una cierta cantidad de

explosivos, lo cual los inculpó todavía más considerando que hace poco tiempo se había

presentado un atentado contra la Empresa Distrital de Buses con bombas molotov y el

material incautado a estos individuos servía para hacer bombas de este tipo (El

Espectador, 1979, 27 de mayo, p. 11A).

De igual manera unos días después de estas capturas se asilaron en la embajada de

México el líder del M-19, Gilberto Herrera y el sociólogo Jesús Antonio Franco

Galeano. Este último, había sido activista estudiantil y había rendido indagatoria en

1976 ante el juez octavo de Instrucción Penal Militar. Sin embrago este ciudadano fue

apresado en febrero de 1979 por sus presuntos vínculos con el MAO pero al poco

tiempo quedó en libertad, al no encontrar pruebas incriminatorias. El sociólogo natural

de Tulúa, afirmó que su exilio se debía a que venía siendo presionado y “hostilizado”

por las Fuerzas Militares para que brindara más información sobre miembros del MAO

(El Espectador, 1979, 7 de abril pp. 1A y 9A).

Todas estas acciones permitieron que la Fuerza Pública pudiese dictar auto de detención

contra estos individuos, con lo cual se esperaba castigar a los asesinos de Rafael pardo

Buelvas y desarticular las redes de la Autodefensa Obrera.

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4.5. La vinculación de los jesuitas

Varios meses atrás, a finales de julio de 1978, la situación para el Cinep no era fácil

pues sus miembros ya habían ganado fama de ser contestatarios y marxistas. En ese

tiempo trabajaba en el centro, el sacerdote jesuita Luis Alberto Restrepo, quien se

desempeñaba en el tema del diseño de programas educativos para la organización

popular, labor que alternaba con el ejercicio de la docencia en la Universidad Nacional

donde dictaba clases de filosofía. En una de sus cátedras, el padre Restrepo conoció un

alumno llamado Federico Yáñez, quien manifestó al sacerdote su intención de colaborar

en la labor investigativa en el Cinep, en temas sobre apoyo a la labor sindical. Yáñez se

ganó la confianza del padre Restrepo, quien decidió ayudarlo a conseguir trabajo en el

centro por su situación económica.21

Una vez en el centro a Federico Yáñez se le encargó escribir una cartilla sobre la

historia sindical con un lenguaje accesible que pudiese ser dirigida a los trabajadores.

Sin embargo, el trabajo presentado fue rechazado porque la historia sindical presentada

era, en palabras del padre Alejandro Angulo-director del Cinep en aquel entonces-

“sesgada, incompleta y en lenguaje panfletario”. Este lenguaje, era similar al que uso

Yáñez en el tiempo en que trabajó en el centro. El individuo hacía un llamado

permanente a la revolución y la lucha de las clases populares, algo que fue rechazado

pues no era acorde con los valores que el Cinep promulgaba. De hecho el día del

asesinato del ex ministro Pardo Buelvas, en la cafetería del centro delante de los demás

investigadores Yáñez expresó que el ministro: “había recibido su merecido”, esta

afirmación fue rechazada de plano por los demás miembros del centro, argumentando

que esto no ayudaría a las clases populares si no más bien lo contrario, incentivaría la

persecución del Estado contra las mismas (El Tiempo, 1979, 5 de agosto, p. 4B).

La permanencia de Yáñez en el Cinep fue hasta diciembre de este mismo año, al señor

se le pagó la suma de 8 mil pesos por su trabajo realizado. Poco después Yáñez

manifestó que quería realizar algún trabajo con la Escuela Nacional Sindical (ENS) en

Medellín, por lo que pidió al padre Restrepo apoyo para trabajar en dicha ciudad. El

Cinep, vinculó a Federico Yáñez con el también jesuita Jorge Arango quien en Medellín

21 Entrevistas con Alejandro Angulo s. j. Por Carlos Daniel Chaves en el 2007 y en El Tiempo, el 5 de agosto de 1979, p. 1B

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desempeñaba una labor similar a la del Cinep en Bogotá, apoyando procesos de

organización popular en especial a las comunidades campesinas (El Espectador, 1979,

27 de mayo, p. 11A). Yáñez estuvo trabajando con el padre Arango entre diciembre y

enero y a su regreso a Bogotá quiso continuar con su relación con el Cinep, sin embargo

esto fue mal visto pues Yáñez mostraba un interés “continuo de información sobre lo

que estábamos haciendo en el centro” (El Tiempo, 1979, 5 de agosto, p. 4B).

Cuatro meses después, cuando el padre Alejandro Angulo y el padre Fernán González,

ambos antiguos directores del Cinep vieron el noticiero y se enteraron de la captura de

los asesinos de Rafael Pardo Buelvas. La sorpresa fue enorme cuando vieron la

fotografía de Alfredo Camelo y se dieron cuanta de que era el mismo Federico Yáñez

que había trabajado con ellos. Al día siguiente, dos empleadas del centro, la

bibliotecaria y la jefa de personal no se presentaron a trabajar y en sus casas no daban

razón de ellas (Alternativa, 1979, 1-8 de junio, p. 8). El padre Angulo y Gerardo

Arango, provincial de los jesuitas, indagaron por ellas en distintas partes, pero al no

tener pistas sobre su paradero, los levitas se dirigieron a la Brigada de Institutos

Militares (BIM) donde eran llevados todos los presos, allí hablaron con el director, el

general Miguel Vega Uribe quien de entrada negó tener a las dos señoras en su poder,

sin embargo después de varias visitas el general tuvo que reconocer que las trabajadoras

habían sido arrestadas y que el Cinep se encontraba bajo investigación debido a los

presuntos nexos con Alfredo Camelo. Las señoras serían liberadas poco tiempo después

pero sus relatos contarían sobre actos de torturas en los centros de reclusión, así se

enteraron también que los sacerdotes Restrepo y Arango eran buscados también por las

autoridades.22

En estas circunstancias, el juez tercero de instrucción penal militar Luis Eduardo López

dictó auto de detención contra los padres Restrepo y Arango quienes fueron recluidos en

el Casino de Oficiales de Infantería. El diario “El Siglo” afirmó que los jesuitas habían

sido detenidos por estar directamente vinculados con la muerte de Pardo Buelvas. Dicha

información debió ser rectificada por el padre Gerardo Arango, quien envió a la prensa

un comunicado donde afirmó sobre los religiosos: “Estos padres están comprometidos

22 Según los padres Alejandro Angulo y Fernán González, las señoras fueron recluidas en las caballerizas del norte de Bogotá donde eran vendadas y despertadas a la madrugada y encerradas con los demás prisioneros. Las señoras salieron de su detención, diez días después de su captura pero quedaron muy traumatizadas, por lo que tuvieron que dejar sus trabajos en el CINEP:

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en su trabajo pastoral especialmente con los más pobres y rechazan todo tipo de acción

violenta” (El Espectador, 1979, 27 de mayo, p. 11A). La defensa de los jesuitas fue

puesta a cargo del abogado y mayor retirado Alirio Caycedo Gutiérrez cuyo primer acto

fue solicitar al juez López que llamase a declarar a Álvaro Gómez Hurtado, director del

“Siglo” debido a que Alfredo Camelo había trabajado en ese diario antes de su llegada

al Cinep; el objetivo era conocer como era la actuación del individuo antes de su llegada

al centro (El Espectador, 1979, 30 de mayo, p. 1A), sin embargo dicha solicitud fue

rechazada. Igualmente el abogado Caycedo debió desmentir informaciones difundidas

por “El Tempo” las cuales afirmaban que los religiosos tenían conocimiento de los

planes de Camelo Franco y demás miembros del MAO para asesinar al ex ministro

Pardo Buelvas (El Espectador, 1979, 30 de mayo, p. 2A).

La detención de los sacerdotes desató un nuevo debate en torno al concordato y quien

tenía la competencia para juzgar a los religiosos. Los primeros en manifestarse fueron

los abogados Jorge Enrique Cipagauta y Miguel Antonio Cano, quienes tres años atrás

habían defendido a los religiosos cartageneros vinculados con el ELN. Según los

juristas era un error creer que el fuero eclesiástico que cubría a los sacerdotes “opera

solamente en la etapa del juicio pues se trata de una colisión de competencia entre dos

jurisdicciones especiales, como lo son la ordinaria y la castrense y no entre dos jueces

de instrucción, en este caso entre el señor comandante de la Brigada de Institutos

Militares y el señor juez superior del distrito judicial de Bogotá y esa es la doctrina del

Tribunal Disciplinario al respecto”, por tanto al haber ya jurisprudencia sentada en estos

casos los jesuitas debían ser llevados ante la justicia ordinaria. De igual manera se

pronunciaron los miembros de Sacerdotes para América Latina (SAL), Organización de

religiosas para América Latina (ORAL), cristianos por el socialismo (CPS) y grupos

cristianos por la Liberación Nacional y el Socialismo, en su comunicación estas

organizaciones defendieron el carácter del artículo 20 del concordato y afirmaban que

los cuarteles militares se habían convertido en “cárceles comunes a donde llevan todo

tipo de detenidos y criminales comunes y presos políticos.” (El Espectador, 1979, 31 de

mayo, p. 10A).

Por otro lado, el Cinep envió un comunicado a la prensa de 6 puntos en los cuales

podemos destacar la explicación de las funciones del centro el cual era definido como

“una institución dedicada a investigar las causas de la injusticia social en el país y a

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divulgar los resultados de esa investigación a través de la educación, las publicaciones y

la colaboración con las personas comprometidas en la abolición de esa injusticia”: Del

mismo modo, el comunicado reiteraba el compromiso del Cinep y la condena a los actos

de violencia: “La orientación evangélica del Cinep y las condiciones morales de sus

miembros hacen incompatible su actuación en esta búsqueda de la justicia social con

cualquier tipo de actividad terrorista. Por esto, la institución y todos sus miembros

condenaron en su momento el asesinato del doctor Pardo Buelvas y rechazaran y

condenarán en el futuro actos similares.” también en su comunicado, el Cinep afirmaba

que “Las relaciones de los padres Restrepo y Arango con el señor Camelo no

constituyen (...) ninguna prueba de complicidad en las actividades terroristas de que es

acusado el señor Camelo pues estos las ignoraban.” (El Tiempo, 1979, 31 de mayo, pp.

1A y última A)

Tres semanas después, el Cinep publicó una misiva a los obispos del país donde

denunciaba que el centro era víctima de señalamientos injustificados por parte del

Estado y afirmaba que esta actitud ponía en peligro los procesos de evangelización en

América Latina y que el objetivo estatal era torpedear la labor de la Iglesia: “En el caso

de la detención de los padres Arango y Restrepo, no se trata de un hecho aislado; la

detención de los sacerdotes, por parte de los militares colombianos. Se trata de una

nueva muestra de la persecución a la que se ven sometidos los cristianos, sacerdotes,

religiosos y obispos que buscan una mayor justicia en Latinoamérica. Es bastante sabido

que en algunos países del continente la “Doctrina de la Seguridad Nacional” que quiere

estorbar todo tipo de evangelización que busque denunciar y erradicar la situación de

pecado estructural imperante. Se sabe igualmente que en Colombia se han dado algunos

pasos que pueden conducir a un régimen de fuerza y opresión tal como el que rige en el

cono sur latinoamericano” (El Espectador, 1979, 20 de junio, p. 8A)

Por otro lado se realizó el 27 de junio en el Cinep el foro “Justicia Militar y Fuero

Eclesiástico” donde se analizó la situación del Concordato y la Justicia Penal Militar a

raíz de la detención de los sacerdotes. Destacados juristas discutieron en torno a la

situación de los jesuitas detenidos por el caso Pardo Buelvas. Para el Doctor Alfredo

Vásquez Carrizosa el concordato había sido violado desde el primer instante en que los

jesuitas ingresaron en prisión, pues el concordato es un tratado internacional que

implica que los sacerdotes no podían ser juzgados como personas comunes. En segundo

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lugar el doctor Jaime Vidal Perdomo manifestó que la política de Estado de Sitio no

implica modificaciones al Concordato, el cual es una ley de carácter superior por lo que

no puede ser alterada por una ley de carácter ordinario como el Estado de Sitio. El

abogado Jorge Enrique Cipagauta recordó el caso de Cartagena en el que una monja y

dos sacerdotes fueron detenidos y gracias a la mediación del Arzobispo de la ciudad y

paso por distintos tribunales lograron que el Tribunal Disciplinario de Bogotá

reconociera que los sacerdotes no podían ser juzgados por los militares. Finalmente el

Magistrado Miguel Lleras Pizarro ratificó que si bien no estuvo de acuerdo con el

concordato en la manera en que planteó esta ley, se convierte en el único instrumento de

la defensa de los sacerdotes jesuitas y asimismo ratificó que la política de estado de

Sitio no ha podido disminuir los índices de violencia y delincuencia.23

A pesar de estos señalamientos y las denuncias sobre irregularidades en el proceso, el

abogado Alirio Caycedo Gutiérrez, declaró que no se estaban presentando violaciones al

concordato, como se había denunciado. Según el abogado aunque lo concerniente al

juzgamiento de religiosos era asunto de la justicia ordinaria, esto no obstaba para la

actuación de la instrucción penal militar. Asimismo, los jesuitas estaban recluidos en el

Casino de oficiales el cual no se podía considerar como una “cárcel ordinaria” de las

que prohibía el concordato. El abogado de los religiosos dio un parte de tranquilidad

argumentando que tan pronto como terminase la parte investigativa, los sacerdotes

pasarían a manos de un juez ordinario quien también recibiría el expediente con la parte

investigativa (El Espectador, 1979, 4 de junio, p. 16A).

En medio de esta polémica situación, apareció publicada en la prensa una carta de

Alfredo Camelo Franco en la cual el individuo afirmaba que nunca había inculpado a

jesuitas como se afirmó inicialmente, también Camelo reiteró que había sido víctima de

torturas por parte de las Fuerzas Militares durante su detención: “Los sacerdotes Luis

Alberto Restrepo y Jorge Arango son por lo demás ajenos a mis actividades personales

y mucho más a las circunstancias casuales y ajenas a mi voluntad que determinaron el

hecho de que mi nombre apareciera vinculado a las actividades de la organización

Autodefensa Obrera (...) Deben saber también los colombianos que durante los primeros

13 días de mi detención, tiempo durante el cual fui sometido a toda suerte de vejámenes

23 Las principales conclusiones de este foro pueden encontrarse en la edición 74 de la serie Controversia “Iglesia y Justicia Militar”

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y sofisticados tratamientos de tortura física y psicológica, se me quiso obligar en forma

reiterada, por parte de los torturadores a que profiriera distinto tipo de acusaciones, que

me eran señaladas por ellos contra diferentes personas entre los cuales se encuentran

varios sacerdotes jesuitas además de los tenidos (...) estas presiones a las que fui

sometido también incluían que acusara directamente a la Compañía de Jesús y al Cinep

como supuestas coberturas para financiar a las organizaciones M-19 y Autodefensa

Obrera” (Alternativa, 1979, 21-28 de junio, p. 10).

Con base en estas declaraciones, el abogado Caycedo Gutiérrez solicitó al general Vega

Uribe que revocase el auto de detención contra los religiosos argumentando que las

cartas implicaban una exculpación a los religiosos pues Camelo era el único que podía

acusarlos y hasta ahora la única prueba de los militares contra los religiosos era que con

ellos había trabajado Camelo. El abogado afirmó que en caso de que el general

rechazase la solicitud de revocatoria, los sacerdotes debían pasar inmediatamente a

manos de la justicia ordinaria (El Espectador, 1979, 24 de junio, p. 20A).

Sin embargo, la solicitud del abogado Caycedo Gutiérrez, fue desatendida por el general

Vega Uribe quien dio prioridad al proceso contra el MAO. Cuya fase de instrucción

militar estaba finalizando. En esta situación fue dejado en libertad el sindicado

Fernando Orjuela Lozano quien se desempeñaba como profesor de la Universidad

Externado y había sido vinculado como miembro del MAO por su militancia en el

“Partido Obrero Revolucionario” al cual se le atribuían varias acciones armadas contra

la aerolínea Iberia, sin embargo las capturas habían permitido que esta organización se

disolviese en 1976, al poco tiempo de su nacimiento, con base a este argumento a

Orjuela Lozano le fue revocado el auto de detención que le había sido impuesto en abril

de este año, junto a Camelo y los demás miembros del MAO, los cuales quedaron a

disposición del general Miguel Vega Uribe quien actuaría como juez de primera

instancia y debería decidir si convocaba a los detenidos a consejo de guerra (El Tiempo,

1979, 22 de junio, p. 6C).

El general Vega Uribe convocó para el martes 3 de julio al MAO a consejo de guerra,

en su providencia se dejó en libertad Israel Edmundo Zuñiga y María Maritza

Rodríguez contra quienes no había pruebas suficientes de su vinculación al MAO. De

esta manera los miembros del MAO fueron juzgados por el homicidio de Rafael Pardo

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Buelvas y por el delito de rebelión. Por un lado por el magnicidio del ministro fueron

llevados ante la justicia Alfredo Camelo Franco, Manuel Bautista González alias “Raúl”

y Armando López Suárez alias “Coleta”, también fueron sindicados del homicidio

Héctor Fabio Abadía Rey y Edgardo Abadía Rey quienes serían juzgados como reos

ausentes. Por otro lado, se juzgo por rebelión a los otros seis miembros del MAO: Juan

Manuel González Puentes y Héctor Julio Sierra quienes se encontraban presentes

mientras que Claudio Arturo Medina24, Mariana Amaya Rey, Constanza Abadía Rey y

Adelaida Abadía Rey serían juzgados en calidad de reos ausentes. En cuanto a los

jesuitas, estos quedarían en manos de la justicia ordinaria, instancia que determinaría su

inocencia o culpabilidad. (El Tiempo, 1979, 29 de junio, pp. 1A y 2A)

4.6. La intervención del Ministro de Justicia

Mientras se desarrollaba el juicio al MAO y se definía la suerte de los jesuitas, el 28 de

junio fue inaugurado el Foro Regional Costeño sobre la reforma a la justicia. En este

evento, participó el ministro de justicia Hugo Escobar Sierra, quien hizo una defensa del

Estatuto de Seguridad y la justicia penal militar pues argumentaba que bajo la nueva

legislación los procesos “son más rápidos, eso es lo que no les gusta a las víctimas del

estatuto y los que protestan tienen que ver con esas personas”, del mismo modo, el

ministro restó importancia a las denuncia sobre presos políticos en el estatuto afirmando

que “en el momento en que los integrantes de esos movimientos políticos se

comprometen con delitos comunes hay que sancionarlos y más que antes”. A partir de

estas aseveraciones el ministro afirmó: “Hay plena prueba de que Camelo fue el asesino

de Pardo Buelvas, los jesuitas si no participaron directamente, les garantizo que tiene

parte como cómplices”, del mismo modo el ministro consideró que aún no se sabe quien

mató a Jorge Eliécer Gaitán, pero ahora, gracias al Estatuto de Seguridad el crimen “de

24 Aunque este individuo fue juzgado como reo ausente, según el testimonio de Héctor Fabio Abadía (Behar, 1985, p. 148) a Claudio Medina: “lo llevaron a la Brigada de Institutos Militares donde padeció crueles torturas. Cuando Medina se negó a colaborarles lo degollaron con una botella, luego el teniente Juan Vicente Caldas lo empacó y salió en su carro hacia Honda, para luego tirarlo en el río Magdalena (...) Para nosotros, el compañero Claudio había desaparecido. Días después, el teniente Caldas tuvo problemas en el aeropuerto El Dorado mientras recogía un cargamento de droga (...) Como no le definían nada y el tiempo pasaba, un día decidió contar cosas: escribió una carta en la que entre otras cosas, se refería a la muerte del compañero, desmintiendo las versiones según las cuales el compañero había muerto víctima de una ráfaga en la nuca”

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Pardo Buelvas ya fue esclarecido, ahí en la cárcel esta Camelo y los jesuitas” (El

Espectador, 1979, 29 de junio, pp. 1A y 5A).25

La declaración del ministro encontró expresiones de rechazo desde distintas posiciones,

la primera vino del abogado Alirio Caycedo, quien al día siguiente de la intervención

del ministro envió a la prensa un comunicado en el que se afirmaba que el ministro

violaba el debido proceso que se estaba siguiendo a los religiosos ya que el alto

funcionario “parece olvidar principios universales de derecho que presumen la

inocencia del acusado mientras no se haya demostrado lo contrario ante las autoridades

competentes y que nadie puede ser condenado sin haber sido oído y vencido en el juicio

con el lleno de las formalidades procedimentales”, del mismo modo el abogado

afirmaba la actitud del ministro llevaba a “querer justificar su nefasto estatuto de

seguridad con base de imputaciones a personas inocentes...” (El Espectador, 1979, 30

de junio, pp. 1A y 5A).

Los jesuitas detenidos también se manifestaron enviado una carta a su provincial

Gerardo Arango, la cual fue publicada por la prensa, en su carta los religiosos hacían

explícita su condena a la muerte de Rafael Pardo Buelvas, sin embargo hacían un

llamado de atención pues consideraban que la justicia se había convertido en

mecanismo para combatir a los ciudadanos que propugnaban por cambios sociales: “El

juicio anticipado del Sr. Ministro, más que un juicio en contra nuestra ha juzgado la

actual administración de justicia en nuestra patria y es una advertencia a todo el país de

que la ley ha pasado a ser, sin embozo una simple herramienta de combate contra todos

aquellos que buscan una nación más justa, más fraterna y más humana (...) repudiamos

el vil asesinato del Dr. Pardo Buelvas y no queremos que nadie invoque nuestro nombre

para legitimar esas formas antievangélicas e irracionales del terrorismo estéril (...) Pero

condenamos también y sobre todo, la violencia oficial en la administración de justicia,

la violencia militar, la violencia de un sistema que condena al marginamiento a la

ignorancia, al hambre y a la muerte prematura a miles de nuestros hermanos. Esta es la

25 Cuando el Ministro terminó su intervención, ese día, según “El Espectador” el profesor de derecho constitucional de la Facultad de Derecho de la Universidad Libre, Alfonso Jacquín preguntó al ministro “¿De que plena prueba habla y cómo se atreve a garantizar antes del juicio que por lo menos como cómplices serán juzgados los sacerdotes? ¿No está usted en este momento prejuzgando?” Ante este cuestionamiento el ministro se limitó a sonreír y expresar un breve comentario “ministro de justicia”

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violencia más atroz puesto que es ejercida desde el poder por la “gente de bien”, en

nombre de la ley y la justicia” (El Tiempo, 1979, 1 de julio, p. 11A).

Ante esta situación, el ministro Escobar Sierra negó haber dicho en el foro que había

plena prueba de la culpabilidad de los religiosos. Aún así afirmó que las pruebas estaban

demostrando que los jesuitas tenían vínculos y complicidad con Alfredo Camelo, por lo

que estaban en la obligación de explicarle al país “cuales han sido y son sus relaciones

con el señor Alfredo Camelo (...) También deben decir en que tipo de actividades han

trabajado conjuntamente dentro o fuera de la ley”. El ministro estaba tan seguro de sus

afirmaciones que decía: “No necesito conocer el sumario ni prueba particular alguna

sobre el asunto, porque la conclusión es obvia y clara. A nadie se le dicta un auto de

detención por su linda cara” (El Tiempo, 1979, 1 de julio, p. 11A).

Las pruebas a las que hacía mención el ministro eran dos cartas enviadas presuntamente

por Alfredo Camelo a los sacerdotes desde la prisión, cuyo lenguaje mostraba una gran

confianza con los sacerdotes detenidos. Las cartas contenían una serie de instrucciones a

los sacerdotes, donde les pedía a los sacerdotes apoyo a su esposa Adelaida Abadía Rey,

que se encontraba prófuga, así como búsqueda de apoyo y solidaridad internacional, así

como la corroboración en la coartada que Camelo iba a presentar en su defensa ante la

justicia.26 Según Escobar Sierra los religiosos debían decir a la ciudadanía “como

recibieron la carta que distribuyeron a la prensa recientemente y si ellos son el medio de

comunicación que dicho señor (Camelo) tiene con sus cómplices, con sus amistades o

con su familia.” e instó a los sacerdotes a que contaran “si son ellos los que difunden en

el exterior versiones de supuestas torturas en el país.” (El Tiempo, 1979, 1 de julio, p.

11A).

Por otro lado, el Provincial de los jesuitas, Padre Gerardo Arango pidió a la

Procuraduría General de la Nación iniciar investigación contra el Ministro Escobar

Sierra debido a abuso de su poder como ministro al prejuzgar y violar la reserva

sumarial. El provincial envió un comunicado a la prensa donde afirmaba que “estos

hechos descubren un doloso manejo de este proceso con el objetivo de desacreditar a

personas e instituciones”. De igual manera el provincial pedía el pronto traslado de los

26 La carta fue conocida por los medios pero presentada de manera fragmentaria por los medios hasta el 1º de Agosto fueron dadas a conocer en su totalidad a la opinión pública.

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sacerdotes a la justicia ordinaria, pues las declaraciones del ministro habían

obstaculizado este proceso. El padre Arango ratificó su confianza en los jesuitas “no

solamente por su trayectoria moral sino por su sincero rechazo de todas las formas

violentas de buscar cambios sociales” (El Tiempo, 1979, 3 de julio, p. Última B).

Tal denuncia tuvo una pronta respuesta del Ministro Escobar Sierra, quien en un

comunicado afirmó que “el hecho de que exista un auto de detención vigente contra los

padres jesuitas Luis Alberto Restrepo y Jorge Arango demuestra que en el proceso penal

por la muerte del ex ministro Pardo Buelvas aparecen pruebas o indicios de presuntas

violaciones de la ley penal” e igualmente, el ministro afirmaba que la solicitud de

denuncia del padre Gerardo Arango era prueba de las garantías de la democracia

colombiana: “En un país democrático como el nuestro en pleno ejercicio de las

libertades públicas y de los derechos y garantías sociales resulta saludable y conveniente

que los ciudadanos denuncien a los altos funcionarios por los actos que cumplen en el

ejercicio de sus funciones. Así lo ha hecho el provincial de la Compañía de Jesús

reverendo padre Gerardo Arango y el ministro le reconoce y respeta ese derecho” (El

Tiempo, 1979, 4 de julio, pp. 1A y 2A).27

Dirigentes políticos se unieron a las críticas del Provincial hacia el Ministro de Justicia.

Luis Carlos Galán en su columna del Tiempo fustigó a la tendencia conservadora a la

que pertenecía el Ministro Escobar Sierra, pues para el dirigente liberal la Iglesia “Dejó

de ser en todo caso, el dócil instrumento político del pasado y se convirtió en verdadero

factor de reflexión nacional capaz de denunciar las injusticias sociales y de asumir

posiciones suprapartidistas sin compromiso alguno con los diversos sectores políticos

nuevos y tradicionales (...) Siendo como es el Cinep una expresión de esa nueva iglesia

que busca otros términos de diálogo con la sociedad contemporánea, era apenas lógico

el afán del señor ministro por instrumentalizar el episodio no solo para desconceptuar a

los dos sacerdotes detenidos sino para golpear algo más profundo que ni siquiera es el

Cinep sino el espíritu renovador que alimenta el catolicismo de nuestro tiempo.” (El

Tiempo, 1979, 23 de julio, p. 2A)

27 Por otro lado, el Procurador Guillermo González Charry tuvo que responder al diario “El Espacio” debido a que este le acusó de haberse puesto del lado del ministro Escobar Sierra en la polémica de este con los jesuitas, según el Procurador el auto de detención conferido a los religiosos sería mantenido pero que los ministros no contaban con funciones judiciales.

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Una posición similar tomó el dirigente conservador Misael Pastrana Borrero, en un

editorial de la revista Guión calificó al ministro como la “voz que disonado en el coro

tranquilo y sin ‘alharacas’ del gobierno del presidente Turbay” del mismo modo,

Pastrana afirmó que el ministro tenía cada vez peor imagen en la opinión pública porque

“Cada día que pasa parece más difícil que se quede en el archivo de las cosas

circunstanciales que se olvidan la precipitada y ligera condenación por “pruebas

suficientes” que el ministro hizo públicamente contra dos sacerdotes jesuitas,

marginando obligaciones sagradas de la ley y la costumbre sobre la reserva del sumario

y con desconocimiento del derecho que es derecho humano de toda persona de no ser

condenada sin haber sido oída ni vencida en juicio” Otra gran crítica del ex presidente

Pastrana hacia Escobar Sierra fue que el ex ministro en un debate radial “pretendió

luego sembrar ingenuamente la duda de una supuesta sanción del superior general de los

jesuitas, padre Arrupe contra el padre Arango mencionando una determinación de

traslado a Roma tomada desde el mes de abril” (El Tiempo, 1979, 27 de julio, p. 2A)

Sobre este último punto encontramos como se quiso justificar una agresión contra los

jesuitas a partir del cambio del padre Gerardo Arango por el padre Álvaro Restrepo

como provincial de la Compañía (Alternativa, 1979, 5-12 de julio, p. 3).

La polémica entre los religiosos y el ministro Escobar Sierra, tomó un rumbo

inesperado cuando el abogado Alfonso Jacquín, miembro del movimiento FIRMES

reveló la grabación con las palabras exactas del ministro en el Foro donde inició la

polémica: “si esos sacerdotes jesuitas no participaron en el acto material del crimen de

pardo Buelvas, les garantizo sin temor a equivocarme, que tienen una responsabilidad

complementaria, bien como cómplices o como encubridores y que la prueba es

suficiente” las declaraciones del ministro no fueron respaldadas ni siquiera por el diario

“El Siglo”, que dirigía Álvaro Gómez Hurtado, a cuya tendencia política pertenecía el

ministro (Alternativa, 1979, 12-19 de julio, p. 10).

En estas circunstancias y en medio de esta fuerte polémica, los sacerdotes Arango y

Restrepo fueron puestos a disposición de la justicia ordinaria el 3 de julio, acorde con

las normas concordatarias, los religiosos quedaron bajo tutela de su provincial. Los

jesuitas abandonaron las instalaciones de la Brigada de Institutos Militares y trasladados

al colegio San Bartolomé donde permanecerían durante su juzgamiento (El Tiempo,

1979, 4 de julio, p. 2A). En esta nueva etapa, fue sustituido el defensor de los religiosos

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Alirio Caycedo, el cual sería sustituido por Antonio José Cancino, para Alejandro

Angulo director del Cinep resumió toda esta situación que se venía presentando como

“el crimen de la libertad de pensamiento (...) Por definición, en una democracia debe

existir una oposición. Y la oposición significa crítica. (...) en el caso de las sociedades,

cuando una clase dominante se siente amenazada, su grado de tolerancia de la

democracia disminuye porque la crítica puede llevarla a la entrega del poder. En ese

momento, ante la inminencia de la crisis de poder, la oposición se convierte en

subversión...“ (Alternativa, 1979, 5-12 de julio, pp. 3-4). Con esto, el Cinep daba a

entender que la lucha aún no había terminado y que ahora debía empezar una larga

defensa de los religiosos en la parte ordinaria, la cual sería paralela al juicio al MAO.

4.7. El juicio al MAO

Los miembros del MAO fueron juzgados en un consejo de guerra iniciado el 3 de julio.

El consejo fue presidido por el coronel Fernando Gómez Barros y ejerció como fiscal el

coronel José Roberto Ibáñez, este último tuvo en primer lugar la palabra ante los

vocales. El coronel Ibáñez presentó en primer lugar dos confesiones realizadas en vídeo

por Alfredo Camelo y Armando López Suárez, las cuales afirmó el fiscal fueron

obtenidas sin presión. Ante esto último Alfredo Camelo protestó afirmando que fue

colgado de los brazos en un lugar conocido como “Los Cerezos”. Para el fiscal, la

confesión de estos individuos permitió establecer las circunstancias en que se presentó

la muerte de Rafael Pardo Buelvas (El Tiempo, 1979, 28 de julio, pp. 1A y 6A).

En su confesión, Alfredo Camelo se convirtió en el delator del MAO y sus actividades

Asegurando que temía por su vida, Camelo afirmó haber hecho parte de distintos grupos

de izquierda como el Partido Comunista, la ANAPO socialista, entre otros antes de

ingresar a la Universidad Nacional donde conoció a Adelaida Abadía Rey, quien más

tarde se convertiría en su esposa y con la que tuvo un hijo. A través de ella pudo

conocer a los hermanos Edgardo y Héctor Fabio Abadía Rey, con quienes sostuvo

reuniones para hablar de comunismo. Poco después Camelo conoció a Manuel Bautista

González con quien decidió formar el Movimiento Obrero Colombiano, al cual se

unieron los hermanos Abadía Rey y después del paro cívico del 77 se convirtieron en el

Movimiento Autodefensa Obrera de la cual hacía parte el Comando 14 de septiembre

cuya primera acción fue un asalto a la sede de Telecom en Chapinero donde se sustrajo

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el revólver de un vigilante y mil pesos en efectivo. También, Camelo contó que había

tomado parte en el asalto a bancos y en la toma del Ministerio del Trabajo. En cuanto al

magnicidio de Rafael Pardo Buelvas, Camelo explicó que el grupo venía explorando

tres posibles personas para realizar un magnicidio el 14 de septiembre: El ex presidente

López Michelsen, el general Abraham Varón Valencia y el ex ministro Rafael Pardo

Buelvas. Este último fue el elegido debido a la gran vigilancia con la que contaban los

dos primeros, el crimen estaba planeado para el 14 de septiembre, pero el ministro

viajaría ese día por lo que debió adelantarse. Camelo confesó haber proveído los

uniformes militares y ser parte del diseño de la operación, sin embargo, fue marginado

de la misma debido a diferencias con los demás miembros de la organización (El

Tiempo, 1979, 28 de julio, p. 6A).

Por otro lado, fue presentado el testimonio de Armando López Suárez quien afirmó que

se unió al MAO por medio de Alfredo Camelo y Manuel Bautista González pues el

MAO prometió apoyo a su movimiento la Undetoc (Unión de toreros de Colombia).

López Suárez confesó haber puesto una bomba en la carrera décima así como haber

hecho parte en los asaltos a Telecom y al Banco de la Feria de Exposición. López

Suárez también afirmó que el 8 de septiembre fue contactado por Camelo y Bautista

González quienes le propusieron que fuera parte del homicidio contra Pardo Buelvas (El

Tiempo, 1979, 28 de julio, p. 6A). Ya antes López Suárez había denunciado desde el

momento de su captura, torturas por parte del ejército: “Me pusieron un lazo en el cuello

por encima del cuello de la chaqueta como para que las quemaduras del lazo no

quedaran grabadas en mi cuello y me colgaron en tres ocasiones hasta quedar casi

ahorcado; desde que me llevaron al Batallón Baraya me tuvieron los ojos vendados y las

manos esposadas atrás. En esa misma forma una noche me colgaron de los brazos, me

bajaron los pantalones y me golpearon los testículos y el estómago” (Alternativa, 1979,

1-8 junio, p. 11).

A partir de estas dos confesiones y de los testimonios de testigos de los sucesos, el

coronel Ibáñez Sánchez dio a los vocales su explicación sobre la forma como ocurrieron

los sucesos de la muerte de Pardo Buelvas. Según el fiscal del caso, Manuel Bautista

González y Héctor Fabio Abadía se disfrazaron con los uniformes militares proveídos

por Camelo y junto con Edgardo Abadía y Armando López Suárez se dirigieron a la

residencia del ex ministro en un automóvil Dodge 1500 que habían robado el 29 de

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agosto. Los sujetos habían cambiado las placas del vehiculo por unas de un pariente del

ministro Pardo Buelvas para no levantar sospechas. El vehículo fue conducido por

Edgardo Abadía quien dejó a su hermano Héctor y a Bautista González unos metros

atrás de la casa del ministro, luego esté avanzó y se estacionó cerca de la residencia de

Pardo Buelvas. Mientras tanto, Bautista González y Héctor Fabio se dirigieron a la casa,

engañaron a la doméstica y a la esposa del ministro con supuesta información sobre

planes de seguridad para el 14 de septiembre. Una vez dentro, ambos sujetos se

dirigieron a la habitación del ministro y allí Héctor Fabio comenzó a disparar con su

revólver sobre Pardo Buelvas, en tanto que Bautista González amenazaba a su esposa y

a sus trabajadores. Según el juez, esto se constató en las pruebas de balística que

demostraron que todas las balas que dieron muerte al ministro eran de un mismo calibre

de revólver que era el arma de Héctor Fabio Abadía, mientras que Bautista González

tenía una pistola (El Tiempo, 1979, 31 de julio, pp. 1A y 13A).

Mientras tanto afuera de la casa, López Suárez y Edgardo Abadía controlaban al chofer

del ministro con lo que pudieron proteger a sus compañeros Héctor Fabio y Bautista

González una vez que estos salieron. Poco después su automóvil comenzó a fallar por lo

que descendieron del mismo Bautista González y López Suárez, mientras que los

hermanos Abadía Rey dejaron abandonado el auto en un sitio cuya dueña dijo que había

sido dejado por dos jóvenes de ciertas edades que coincidían con las de los Abadía Rey.

Por otro lado la descripción que Yesid Santos, chofer de Pardo Buelvas hacía del

individuo que lo inmovilizó coincidía con la de López Suárez. En cuanto a Camelo, el

fiscal afirmó que los análisis de caligrafía mostraban que la escritura de los boletines del

MAO adjudicándose el crimen coincidía con la de Camelo cuya tula había aparecido en

el auto de los asesinos. De esta manera, el fiscal pidió la condena para Héctor Fabio

Abadía como autor material del crimen y contra Alfredo Camelo Franco, Armando

López Suárez, Manuel Bautista González y Edgardo Abadía Rey como cómplices. De

igual manera se pidió la condena para los sindicados de rebelión salvo para Héctor Julio

Sierra, para quien pidió la absolución pues su conducta no fue punible y fue obligado

(El Tiempo, 1979, 31 de julio, p. 13A).

A partir de estos señalamientos los abogados de los sindicados defendieron a sus

clientes utilizando como argumentos las irregularidades presentadas en el proceso.

Primero habló el abogado Eduardo Umaña Mendoza, defensor de Juan Manuel

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González Puentes, acusado de rebelión. Según Umaña Mendoza, González Puentes

había sido capturado el 26 de abril de este año en la cafetería Modelo en la calle 45 con

carrera 80 en Bogotá y se le encontró en su poder material para explosivos, por lo cual

se le sindicó de ser el autor del atentado contra la Empresa Distrital de Buses, lugar

cercano a la cafetería. Umaña Mendoza afirmó que González Puentes no era ningún

“idiota” para ir a desayunar a pocas cuadras del lugar de los sucesos con material para

fabricar bombas. De igual manera, el abogado comprobó que González Puentes ya había

sido detenido antes por cuenta de las declaraciones de un individuo llamado Ernesto

Charry Montealegre, que lo sindicó de ser fundador de una escuela guerrillera y haber

atentado contra una patrulla de la defensa civil, delitos por los que fue acusado de

rebelión y absuelto. Sin embargo, a partir de las declaraciones de Alfredo Camelo, fue

nuevamente llamado a juicio bajo los cargos de hacer parte de la dirección del comando

14 de septiembre del MAO, a través del cual realizó la toma del teatro San Carlos.

Sobre estas acusaciones, Umaña Mendoza afirmó que el comando 14 de septiembre se

creó hasta 1978 y que la toma del teatro había sido realizada en julio de 1977. A partir

de esto, el abogado recordó que el delito de rebelión es “permanente y continuado”, por

tanto si se estaba juzgando a González Puentes por contravenciones similares a los que

ya había sido juzgado, sería enjuiciado dos veces por el mismo delito, algo

inconstitucional. Finalmente Umaña Mendoza pidió la nulidad del caso y denunció que

su cliente no se encontraba en plenas condiciones para responder los interrogantes ya

que había sido torturado como lo relata el propio González Puentes: “Me acaban de

sacar de las caballerizas donde me tuvieron vendado, sin alimentación y esposado,

sometido a torturas. Me obligaron a decir cuestiones que no corresponden a la verdad.

Cuando me tuvieron en Puente Aranda me golpearon con objetos duros especialmente

en los testículos y en la caballeriza me pusieron choques eléctricos en las partes nobles.

Me quisieron obligar a firmar un papel en que constaba que me habían dado buen trato

pero yo me negué” (El Tiempo, 1979, 1 de agosto, pp. 1A y 2C).28

28 De igual modo, el abogado Umaña Mendoza denunció que mientras que González Puentes estaba siendo juzgado por rebelión con base en simples sospechas, a Jesús Franco Galeano, lo liberaron en abril y permitieron que se exiliara en México, a pesar de ser el confeso asesino de un estudiante de apellido Orjuela. De igual manera el abogado denunció que no se llamó a testigos que se encontraban cerca de la casa de Pardo Buelvas el día de su muerte. También denunció que el uso de las confesiones en vídeo solo podría ser válido si se hubieran realizado grabaciones a todos los implicados. (Alternativa, 1979, 13-20 de Septiembre, p. 13)

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Por otro lado, encontramos la declaración de Manuel Bautista González, cuyo abogado

Raúl Alberto Burbano afirmó que contra su defendido no había más prueba que los

testimonios de Camelo Franco y López Suárez, los cuales habían sido obtenidos por

medio de la tortura, por lo que pudieron hacer falsas aseveraciones. Bautista había sido

capturado en la misma cafetería con González Puentes, sin embargo Bautista manifestó

que ese día esperaba en dicha cafetería al ciudadano José Herrera y negó conocer a

Camelo y a López Suárez, asimismo recordó que sus huellas no fueron encontradas en

el auto de los asesinos, para Bautista González: “el día que aparezcan los verdaderos

culpables esta condena llenará de oprobio al ejército de Colombia”.

Se encuentran argumentos similares en las defensas de los ausentes hermanos Abadía

Rey. Por un lado el abogado de Edgardo, Gilberto Cucalta afirmó que igual que con

Bautista González, las únicas pruebas en su contra eran los testimonios de Camelo y

López Suárez por tanto debía ser absuelto. En cuanto a Héctor Fabio, el abogado Óscar

de Jesús Bolívar manifestó que la descripción del asesino realizada por las empleadas de

Pardo Buelvas no coincidía con la de su cliente. Por otra parte, la abogada Gloria Lucy

Zamora Patiño, apoderada de Héctor Julio Sierra afirmó que los delitos por los cuales se

juzgaba a su defendido “pintar avisos en las paredes y fijar afiches subversivos” habían

sido declarados inexequibles por al Corte Suprema de Justicia (El Tiempo, 1979, 1 de

agosto, p. 2C).

El juicio concluyó con la defensa de Alfredo Camelo y de su esposa Adelaida Abadía.

El abogado de esta última, el capitán Jorge Tadeo Lozano Nieto, manifestó que el

testimonio de Camelo Franco contra su esposa carecía de legitimidad debido a que

Camelo no había sido informado de que ningún ciudadano podía declarar contra sus

familiares aún cuando fuera obligado. A su vez, habló el abogado Luis Castro Murcía,

defensor de Camelo Franco, quien afirmó que su defendido había vendido la tula

encontrada en el auto de los asesinos a otro sujeto llamado Orlando Charry, el cual

había sido acusado de ser parte del MAO, este sujeto después de confesar que asesinó a

un estudiante, se exilió en México. Del mismo modo, Camelo reiteró sus afirmaciones

de que había sido torturado para declarar contra sus compañeros, asimismo afirmó que

intentaron sobornarlo durante el interrogatorio, por lo que declaró a sí mismo como “un

delator irresponsable porque para salvarme tuve que meter en este lío a un torero y a un

zapatero que están pagando lo que no deben (...) me vi precisado a acusar a mi esposa

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para que no me maltrataran más”, por tanto Camelo se declaró culpable por el destino

de sus compañeros acusados, más no del crimen de Rafael Pardo Buelvas (El Tiempo,

1979, 4 de agosto, pp. 1A y 8A ).

El consejo de guerra encontró culpables a los miembros del MAO con excepción de

Héctor Julio Sierra, quien fue absuelto. Los sindicados por el asesinato de Pardo

Buelvas, Camelo Franco, Bautista González, los hermanos Héctor Fabio y Edgardo

Abadía Rey y Armando López Suárez recibieron penas entre 15 y 20 años de prisión

por el delito de homicidio agravado y entre 3 y 12 años por rebelión. De igual manera,

los demás miembros del MAO recibieron penas entre 3 y 12 años por el delito de

rebelión (El Tiempo, 1979, 29 de agosto, pp. 1A y 3A).29 A lo largo de este proceso

también se utilizaron como prueba las discutidas cartas que Camelo envió a los

sacerdotes jesuitas, pues en ellas, Camelo inculpaba a otros miembros del MAO, pero

también intentaba inculpar con ellas a los sacerdotes jesuitas que debieron

controvertirlas en un proceso jurídico paralelo al juicio contra el MAO que

analizaremos a continuación.

4.8. ¿Una persecución?

Mientras se desarrollaba el consejo de guerra al MAO, los jesuitas fueron puestos bajo

órdenes del juez segundo superior de Bogotá Rafael H. Pinzón. Inicialmente, los

abogados Alirio Caycedo y Antonio José Cancino pidieron al juez la nulidad de todo lo

desarrollado durante la etapa de la instrucción militar, con el argumento de que había

una nulidad de competencias para que los militares pudieran juzgar religiosos. Sin

embargo, dicha solicitud fue negada por el juez quien afirmaba que era imperiosa la

necesidad de un careo entre los sacerdotes y Alfredo Camelo para determinar la

veracidad de las pruebas que justificaban la acusación (El Tiempo, 1979, 19 de julio, p.

Última B). Las pruebas acusatorias contra los religiosos eran las cartas de supuesta

autoría de Alfredo Camelo, las cuales habían sido enviadas después de que este mismo

sujeto absolvía a los sacerdotes de cualquier conocimiento de sus actividades en otra

misiva que había sido presentada tiempo atrás. Según Inteligencia Militar, las cartas

29 Las penas más altas fueron las de Camelo Franco, Héctor Fabio Abadía Rey y Manuel Bautista González quienes recibieron penas de 20 años prisión por homicidio agravado y entre 6 y12 años por rebelión. Por otro lado la pena únicamente por rebelión más alta fue la de Juan Manuel González Puentes que recibió 12 años, mientras que los demás recibieron penas de 2 a 6 años.

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habían sido incautadas a la hermana de Alfredo Camelo cuando esta salía de la cárcel

con ellas, luego del decomiso, los militares las fotocopiaron y se las devolvieron a la

hermana de Camelo, quien supuestamente, las hizo llegar a manos de los sacerdotes (El

Tiempo, 1979, 1 de agosto, p. 6A).

En las cartas, Camelo asumía una posición donde daba cuenta a los sacerdotes de todas

sus actividades en un lenguaje que denotaba una gran confianza con los religiosos, a

quienes asignaba algunas tareas como buscar libros, entregar información a otras

organizaciones de izquierda, proteger a su esposa y a su hijo o buscar apoyo

internacional de organismos como Amnistía Internacional. En su carta a Jorge Arango,

Camelo Franco ratificaba las torturas que había sufrido en prisión así como expresaba

un cierto grado de satisfacción con el crimen del ex ministro: “Ya habrán declarado a

voz en cuello que yo quebré al maldito oligarca pardo Buelvas, la burguesía tocada por

primera vez en mucho tiempo ha puesto su grito en el cielo, pidiendo venganza contra

los criminales de su ilustre ejecutado. Ellos no nombran ese medio centenar de familias

pobres que vieron llegar el luto a sus hogares por la orden consciente y concisa de

matar, que impartió el mingobierno p. Buelvas al ejército en ese memorable 14 de

septiembre; lástima que los ajusticiados no hayan sido más”.

De igual manera en su carta a Luis Alberto Restrepo, Camelo pedía al religioso

confirmar una coartada sobre el día de los hechos de la muerte de Pardo Buelvas, según

la cual Camelo estaría en el Cinep durante los sucesos, también Camelo le pedía al

prelado que declarase que éste nunca lo había visto con Manuel Bautista González alias

“Raúl”: “Yo aquí dije a los torturadores que perdían su tiempo conmigo pues ese día yo

estaba a esa hora en una reunión donde trabajaba o sea en Cinep. Fíjate bien que aunque

lo de la reunión lo inventé es necesario sostenerlo y aclarar eso pronto. Es mi única

posibilidad de quitarme el cargo por homicidio. Dime, ¿no es posible que hay alguien

por ejemplo Tikes ó Manolo o vos, que puedan decir que estábamos en una reunión

desde las ocho y cuarto y evaluando el trabajo? Esto es imprescindible hermano, mira

bien la gravedad de la situación y verás que sin eso estoy perdido (...) Anhelo otra cosa,

es que nadie diga nunca por ningún motivo que vieron a Raúl conmigo.” En ambas

cartas, Camelo ratificaba que a pesar de las torturas infligidas por los militares, no había

dicho nada de información sobre contactos del Cinep con el MAO (El Tiempo, 1979, 1

de agosto, p. 6A).

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La publicación de las cartas en la prensa, suscitó una airada protesta por parte del Cinep

que en un comunicado firmado por el padre Alejandro Angulo, en el cual afirmaba que

la publicación de las cartas buscaba justificar la condena anticipada contra los religiosos

proferida por el Ministro de Justicia. En su comunicado, el Cinep consideraba detrás de

esta revelación había una “calumnia contra una institución que ha cometido el crimen de

opinar que las políticas socio económicas de los últimos gobiernos no favorecen al “50

por ciento más pobre de la población” como demagógicamente afirman sus ingenieros”.

Del mismo modo, había un cuestionamiento hacia el manejo que los medios habían

hecho de las cartas pues no se había verificado su autenticidad, validez y existencia real.

También el Cinep cuestionaba la labor de los militares en el caso, pues “Si la BIM

conocía la autoría de Camelo desde los días inmediatamente siguientes al magnicidio

¿por qué se postergó su detención seis meses cuando sabían de su paradero y

actividades?” (El Tiempo, 1979, 2 de agosto, p. 6C)

A la publicación de las cartas siguió la presentación de la confesión en video de Alfredo

Camelo, por parte del periodista Juan Guillermo Ríos. En ella se mostró a un Camelo

que evidenciaba signos de tortura y que estaba siendo obligado por los militares a

confesar y declarar contra los demás miembros del MAO y los sacerdotes, lo que sus

torturadores deseaban (Alternativa, 1979, 9-16 de agosto, pp. 2-3). De igual manera, el

periodista hacía una injuriosa presentación del Cinep y sus actividades con base en la

presentación de un folleto donde se explicaban las labores del centro, cuyo mensaje fue

tergiversado por Ríos (El Tiempo, 1979, 4 de agosto, p. 5A).

A pesar de que el juez del caso solicitó desde julio un careo entre los religiosos y

Alfredo Camelo, éste no pudo darse sino al terminar el consejo de guerra al MAO en

agosto. Así, seis días después de la condena del grupo, los religiosos se vieron con

Camelo Franco en las instalaciones del batallón Rincón Quiñones. En los

interrogatorios, Camelo negó haber escrito las cartas y desconocía el origen de las

mismas e igualmente los sacerdotes negaron haberlas recibido y afirmaron que solo se

enteraron de la existencia de las mismas por los interrogatorios militares. En estas

diligencias, el Fiscal dejó constancia de que los originales de las cartas se extraviaron

(El Tiempo, 1979, 10 de agosto, pp. 1A y 8A), Por tanto, las pruebas de los militares

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contra los religiosos eran unas fotocopias de las cartas, pues las originales nunca

aparecieron.

A partir de estos sucesos y de las irregularidades procesales, comenzó a ser cuestionada

la credibilidad del testigo Alfredo Camelo. Según la revista Alternativa (1979, 9-16 de

agosto, p. 8), el proceso presentaba una serie de inquietudes: “Primero como alguien

que se presenta como revolucionario y militante de un movimiento ultraclandestino

puede escribir cartas semejantes, donde no deja por fuera detalle de sus actividades ni

de las personas que conoce. Segundo como es posible que además de escribir cartas

como estas, las envía a desprevenidos destinatarios. Y además las envíe desde la cárcel

donde no se requiere ser muy revolucionario para saber que toda correspondencia es

rigurosamente interceptada.”. Del mismo modo, Camelo, en sus confesiones sindicaba a

otros partidos y movimientos de izquierda, cuyos miembros coincidieron en que

Camelo era un individuo de sospechosa conducta caracterizado por su falta de seriedad

por lo que fue marginado de varias organizaciones: “los colombianos pudieron ver esta

vez a Camelo (...) mencionando su participación en otras organizaciones políticas como

la Juventud Comunista (JUCO) y el Movimiento FIRMES. Sobre este último,

ALTERNATIVA consultó a miembros de la JUCO que afirmaron que durante el breve

período en que estuvo en esa organización, camelo llegó a ser investigado por sus

actitudes y sospechosa procedencia. Voceros de Firmes, manifestaron, por su parte que

Camelo había participado en una o dos reuniones de un subcomité durante la etapa de

formación del movimiento, pero que había sido rápidamente marginado por sus posturas

exaltadas e inmaduras.”. La revista también resaltó los interesantes hechos de que la

hermana de Camelo era becaria de la Universidad Militar y su actitud en la universidad

Nacional donde lo llamaban el “compañero clandestino” por “la charlatanería infantil

con que hablaba a los cuatro vientos de la lucha armada”.

Con base en estos señalamientos, el Cinep comenzó a plantear la hipótesis de que el

MAO estaba siendo infiltrado por el ejército y que Camelo Franco tendría a su cargo

dicha labor. Según el padre Alejandro Angulo: “Camelo estuvo tal vez infiltrado en el

Cinep ya que es imposible que la brigada desconociese nuestra ubicación y a nuestros

colaboradores pues tenemos conciencia de que nos vigilan” (El Tiempo, 1979, 5 de

agosto, p. 4B). Las denuncias llevaron a que el propio General de la Compañía de Jesús,

el padre Pedro Arrupe afirmara que tenía “plena fianza en los jesuitas y plena confianza

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en los dos padres que han sido encarcelados (...) Con el tiempo y siguiendo las normas

de la justicia humana ciertamente se arreglarán las cosas y se verá que esos dos padres

han procedido con buenísimas intenciones y creo que en el fondo son enteramente

inculpables” (El Tiempo, 1979, 13 de agosto, p.14A).

Las irregularidades que se venían presentando, llevaron a que el abogado Cancino

interpusiese una demanda ante el Tribunal Superior de Bogotá en la cual se daba

constancia de las irregularidades procesales que salpicaban el caso, como la

desaparición de pruebas en los expedientes que debían ser enviadas a los jueces

superiores por la brigada de institutos militares. Del mismo modo, el abogado de los

religiosos sustentaba su demanda en las normas concordatarias, pues de acuerdo con

estas la justicia penal militar nunca debió tener el manejo de este caso (Alternativa, 179,

16-23 de agosto, p. 14). Estas denuncias fueron enviadas también a la Procuraduría

General de la Nación, a la cual el abogado Cancino notificó que en los careos a los

religiosos se hicieron preguntas que no tenían nada que ver con el caso (El Tiempo,

1979, 23 de agosto, p. 11A). Estos atropellos se sumaron a una larga argumentación

para que el ministro de Justicia Hugo Escobar Sierra fuese citado a debate en la cámara

de representantes por los parlamentarios Gilberto Vieira y José Cardona Hoyos.

En estas circunstancias se produjo un allanamiento por parte de las Fuerzas Militares a

la “Casa de la Juventud”, ubicada en el barrio Teusaquillo de Bogotá y la cual estaba

bajo control de los jesuitas. La operación se realizó en la madrugada del 3 de septiembre

y en la casa solo se encontraba el estudiante Jorge Alberto Guerrero, quien administraba

la casa y la empleada de servicio Rosa Guerrero. Como resultado de la acción, se

incautaron dos espadas que habían sido obsequiadas a la comunidad jesuita así como

algunos libros. La militares también detuvieron a la muchacha de servicio, pero pocas

horas después fue dejada en libertad; esta última acción fue justificada por los agentes

argumentando que había cierto parecido entre la muchacha y una mujer que había

tomado parte en acciones guerrilleras. En cuanto a las espadas, se creía que podrían ser

las robadas por el M-19 unos años atrás, pero esta aseveración quedó sin argumentos y

las espadas fueron regresadas a la comunidad (El Tiempo, 1979, 4 de septiembre, pp.

1A y 6A).

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La Brigada de Institutos Militares envió a la prensa un comunicado donde hacía una

justificación del allanamiento argumentando que allí podrían encontrarse dos miembros

de la organización guerrillera Pedro León Arboleda PLA cuyos alias eran “Irma” y

“Arturo”. Del mismo modo, los militares aducían que no sabían que casa era la que

estaban allanando y que la información de la posible ubicación de los guerrilleros les

llegó por medio de una mujer detenida. En su comunicación los militares aseveraban

que sus acciones no tenían nada contra la Iglesia o la Comunidad jesuita (El Tiempo,

1979, 4 de septiembre, p. 6A).

Este último suceso destapó el asombro de Monseñor Aníbal Muñoz Duque, que hasta

entonces había tenido una actitud pasiva con respecto al caso de los jesuitas. El alto

prelado pidió explicaciones al provincial de los jesuitas, Álvaro Restrepo quien había

escrito una carta a la Brigada de Institutos Militares en la cual expresaban su “más

enérgica protesta por el procedimiento adoptado”. Del mismo modo exigían pronta

respuesta a las acciones de los militares pues estas estaban gestando en la población un

“tremendo prejuicio moral social” contra la Compañía de Jesús (El Tiempo, 1979, 4 de

septiembre, p. 6A). Por otro lado, el abogado Cancino afirmó: “El comunicado de la

BIM debe entenderse como una disculpa no deja de ser poco convincente el hecho de

que los militares no supieran que casa estaban allanando, pues antes de esta diligencia

debe efectuarse una investigación más o menos detallada” (Alternativa, 1979, 6-13 de

septiembre, p. 8).

Por otro lado, los funcionarios judiciales justificaban su accionar. En la plenaria del

congreso, durante el debate en el que fue citado, el ministro Hugo Escobar Sierra

además de defender el respeto a los derechos humanos que había hecho el gobierno en

la vigencia del estatuto de seguridad, y afirmaba que detrás de las denuncias estaba: “la

subversión con caracteres que no tienen antecedentes en años atrás, es que este

expediente de las torturas se ha convertido también en un instrumento de defensa y de

agresión al régimen como es natural”. En ese mismo debate el ministro no cesó sus

ataques verbales contra los jesuitas a quienes todavía consideraba responsables de los

sucesos que les eran imputados según el ministro, el auto de detención que había

cubierto a los religiosos estaba ya dado cuando se pronunció en el Foro de Barranquilla,

por tanto el ministro no necesitaba tener conocimiento del expediente para expresarse

sobre el caso ya que: “yo no he dicho que es lo que aparece en el expediente, porque ni

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lo conocía ni lo conozco, no necesito conocerlos, el auto de detención está vigente”. De

igual manera el ministro justificó el allanamiento a la casa de la juventud jesuita,

afirmando que en las declaraciones de la informante del ejército, esta afirmó que la casa

era usada para reuniones clandestinas de jóvenes, probablemente pertenecientes a los

movimientos guerrilleros (El Tiempo, 1979, 6 de septiembre, pp. 1A y 6B).

También se defendió el comandante de la BIM, el general Miguel Vega Uribe, quien

calificó la situación como un “capítulo triste” y argumentando en primer lugar que la

casa de la juventud no podía considerarse como una “casa religiosa” por tanto no había

violación alguna a la ley en el allanamiento. Del mismo modo, el general afirmaba que

en la casa había sido encontrada propaganda subversiva, por lo que los militares tenían

el derecho y el deber de actuar: “Tener propaganda subversiva no es delito; lógicamente

para uno es un indicio cuando encuentra una persona con esta clase de propaganda”

Igualmente el general prosiguió con una extensa defensa de la justicia militar y las

atribuciones judiciales otorgadas en el estatuto de seguridad y afirmó que los

contradictores a la legislación eran los subversivos: “el estatuto de seguridad no le

conviene a los pícaros, no le conviene a los violentos, no le conviene a la subversión.

Yo creo que la mayoría de voces contra el estatuto tiene que salir de estos estamentos”

(El Tiempo, 1979, 9 de septiembre, pp. 1A, 6A y 7A).

Dos semanas después del allanamiento, el Tribunal Superior de Bogotá se pronunció de

manera favorable al caso de los jesuitas, anulando lo actuado por la Justicia Penal

Militar. El tribunal basaba su decisión en el artículo 20 del concordato, el cual establecía

la garantía jurídica para los religiosos del fuero eclesiástico, por lo que los miembros de

las comunidades religiosas sólo podían ser jugados por la justicia ordinaria. La ponencia

fue redactada por el magistrado José María González y aceptada de forma unánime por

los magistrados Jaime Pardo Leal y Raúl Trujillo Cortés. Para dar soporte jurídico a esta

decisión, los magistrados se sustentaban en el fallo del caso de Cartagena de 1977, el

cual estableció que al ser el concordato un tratado de carácter supranacional, este debía

ser respetado por el Estado colombiano, sin importar las legislaciones extraordinarias

que haya tomado el mismo (El Tiempo, 1979, 19 de septiembre, pp. 1A y Última A).

Al ser anulado el proceso, no había cargos contra los jesuitas por lo cual quedaron en

libertad. La Compañía de Jesús se pronunció al respecto del fallo de manera

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satisfactoria pues este establecía jurisprudencia sobre el valor del concordato ya que este

era: “una garantía para la misión profética y evangelizadora de la Iglesia”. Del mismo

modo el provincial reconocía que “los padres exigieron que no resolicitara su libertad

hasta tanto no quedara plenamente el procedimiento justo y legal en torno al

concordato” Por otro lado, el abogado Cancino consideraba que la sentencia permitiría

poner en evidencia las irregularidades en las pruebas y el proceso contra los jesuitas

pues “en ningún momento ni autoridades militares ni autoridades civiles han hecho

cargos a los padres Arango y Restrepo”, del mismo modo para el jurista, el fallo

permitiría dar por terminada la “persecución contra la comunidad jesuita como ha

ocurrido en el caso concreto de los allanamientos al Cinep, sin acta de ninguna

naturaleza y a la casa de la juventud” (El Tiempo, 1979, 19 de septiembre, p Última A).

Así, el 18 de septiembre los jesuitas dejaron su sitio de reclusión, el colegio San

Bartolomé, después de cuatro meses de presidio. Ante la prensa ambos sacerdotes

manifestaron que habían vivido una “pesadilla”. Para el padre Restrepo, era una

injusticia que tuviesen que recurrir al concordato para su defensa: “No nos halaga

mucho tener que recurrir al concordato para nuestra libertad, en cuanto este puede

significar un privilegio para la casta sacerdotal. Sin embargo dadas las condiciones

políticas del país y de América Latina es importante conservar ese margen legal que

crea el Concordato para poder asumir consecuentemente las orientaciones del

episcopado latinoamericano que invita a tomar una opción preferencial por los pobres,

por los pobres, por los explotados, como también una búsqueda de un cambio

estructural y un rechazo al sistema capitalista dependiente que existe en América Latina.

Además en las actuales circunstancias de represión el fuero concordatario lo único que

garantiza es un juicio no tan parcializado como es el de la justicia penal militar”. De

igual manera el padre Restrepo resumía el proceso como “una ofensiva iniciada contra

los sectores de la Iglesia que empiezan a poner en práctica las orientaciones episcopales

de Puebla. Quizá se asumió en esta campaña el ataque a instituciones relativamente

fuertes para probar el terreno, puesto que si podían derribar el Cinep, después no sería

problema atacar a otros sacerdotes y religiosos.” (Alternativa, 1979, 20-27 de

septiembre, pp. 10-11).

Por otro lado, el padre Jorge Arango afirmaba que la detención era una prueba de que el

nuevo papel de la Iglesia en el continente era conflictivo con los poderes establecidos

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por lo cual era perseguida por estos: “La Iglesia desde muchos años atrás y

precisamente a causa de los regímenes existentes se va volviendo un elemento

“peligroso”. Va pasando de ser un elemento de legitimación del sistema a elemento de

no-legitimación del mismo. Entonces estos regímenes deciden atacarla. (…) En

América latina se han dado numerosos casos de represión contra sacerdotes e incluso

contra obispos: más de ochocientos sacerdotes han sido detenidos o torturados.

Tampoco es el primer caso en Colombia. Y seguramente se seguirán presentando estos

hechos pues por una parte la orientación política de los gobiernos está orientada a

construir estados autoritarios, de democracia restringida y con fuerte influencia militar

mientras por parte de la Iglesia la tendencia es hacia un cambio estructural en busca de

una situación social más justa.” (Alternativa, 1979, 20-27 de septiembre, p. 10).

Las denuncias de los religiosos contra el ministro Hugo Escobar Sierra no dieron efecto

pues este fue absuelto por la Procuraduría con el argumento de que en las palabras del

ministro no hubo nunca sindicación de culpabilidad contra los religiosos. Del mismo

modo, el general Luis Carlos Camacho Leyva manifestó que los militares acataban la

decisión de la nulidad de los cargos contra los religiosos pero no la compartían. “aunque

yo no comparto jurídicamente el fallo estoy totalmente de acuerdo con que la majestad

de la república expresada por el tribunal de Bogotá debe respetarse” (El Tiempo, 1979,

20 de septiembre, p. 10A). Después de su salida de prisión los religiosos retornaron a

sus actividades académicas.

Muchas preguntas surgen a partir de este caso, ¿era realmente Camelo el culpable de la

muerte del ministro?, ¿un infiltrado de los militares? ó ¿un hombre movido por la

desesperación de las torturas? No tenemos certeza sobre estas afirmaciones. Pocas

semanas después de la condena, Armando López Suárez y Juan Manuel González

Puentes se fugaron de la cárcel La Modelo junto con ocho presos más (El Tiempo, 1979,

13 de septiembre, pp. 1A y 1C)30, sin embargo González Puentes fue abatido en febrero

de 1980 por el F-2 de la policía (Alape, 1985, p. 341). Por otro lado, dos meses después

de la fuga, en noviembre un escuadrón del MAO asaltó un banco en Bogotá y resultaron

30 La fuga se dio el 12 de Septiembre, precisamente a un año del crimen de Rafael Pardo Buelvas. Esta acción fue un atentado llevado al MAO contra la cárcel la Modelo, cuya pared fue dinamitada desde afuera, a primeras horas de la mañana, aunque una segunda versión afirma que el muro fue dinamitado desde adentro con un plan bien estimado por los fugitivos, ya que los ladrillos de la pared del penal salieron disparados hacia el exterior del mismo. Como resultado de la acción murió un guardia de la cárcel llamado Rito Aurelio Gómez.

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ser los hermanos Héctor Fabio, Edgardo y Adelaida Abadía Rey, junto con Mariana

Amaya Rey. Edgardo sin embargo fue abatido por la policía (El Tiempo, 1979, 20 de

noviembre, pp. 1A y 10A). Los sujetos fueron recluidos en prisión, donde Héctor Fabio

Abadía fue objeto de torturas que fueron documentadas en un informe de Amnistía

Internacional (Behar, 1985, pp. 143-144).31

Lo que vino después para el gobierno Turbay no fue fácil. Las denuncias de las

violaciones a los derechos humanos, llevaron a que Colombia fuese visitada por una

misión de Amnistía Internacional a principios de 1980, en el cual se hacía mención a

estos casos, el informe reconocía la “existencia de presos políticos, lo mismo que la de

violaciones a los derechos humanos. Se consignaba también como los funcionarios del

gobierno colombiano, atribuían la denuncia de torturas a un plan de presuntos agentes

de la subversión para desacreditar al gobierno y como, según las mismas fuentes

oficiales, las organizaciones guerrilleras eran las principales responsables de la

violencia contra las instituciones del país, por lo cual estaba justificado reprimir toda

forma de subversión en defensa de la Seguridad Nacional.” (Cinep, 1981, p. 56), el

informe y sus contenidos fueron rechazados por el gobierno. El desprestigio del régimen

debido a las denuncias de violaciones de derechos humanos, contrastaba con el espacio

que estaban ganando las organizaciones guerrilleras como actores políticos de primer

orden. Esto llevó al gobierno a intentar otorgar una amnistía a los grupos insurgentes,

sin embargo esta fue rechazada debido a que ninguna de las dos partes en conflicto

estaban dispuestas a la rendición, y la amnistía estaba pensada para una subversión

derrotada militarmente. Esto llevó a que la paz entre el estado y los grupos armados se

convirtiese en tema vital de la campaña política, ya que la solución militar había

fracasado. Esta situación permitió el ascenso de Belisario Betancur (Ramírez y

Restrepo, 1988, pp. 49-51).

La política de Betancur buscó el diálogo y la paz con los grupos armados por lo que

intentó otorgarles una amnistía. Frente a esta, el MAO experimentó una ruptura entre

sus miembros. Por un lado una parte del grupo aún apoyaba la lucha armada y

consideraba que abandonarla sería una traición a sus principios, sin embargo otra

31 Según el examen físico, Héctor Fabio Abadía presentaba un estado de desnutrición, cicatrices en la parte alta de la espinilla. Así como una progresiva pérdida de la visión por un golpe contundente en su ojo izquierdo, debido a las torturas que sufrió durante su detención.

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facción del grupo consideraba que la exigencia de la ciudadanía era la de realizar

política por las vías legales y consideraban que esta era su oportunidad de hacerlo

(Behar, 1985, pp. 373-377).32 Finalmente el MAO se acogió a los mismos acuerdos a

los que el gobierno llegó con las FARC, el M-19 y el EPL. En 1984 una parte del grupo

se suscribió al acuerdo con el gobierno en la sede de la Federación de Trabajadores de la

Industria Metalúrgica y la otra firmó el acuerdo en la cárcel La Picota, finalmente el

grupo decretó el cese al fuego y se integró a la Unión Patriótica (Ramírez y Restrepo,

1988, pp. 173-174)

En 1987, nueve años después del crimen de Pardo Buelvas, por buena conducta, estudio

y trabajo en prisión quedaron en libertad Manuel Bautista González, Héctor Fabio

Abadía y Alfredo Camelo Franco (Celis, 2008). Aún así, la violencia en el país no cesó,

si bien Betancur intentó alcanzar la paz con los guerrillas, estos diálogos no prosperaron

prueba de ello fueron la toma y retoma del Palacio de Justicia. Por otro lado el país

comenzaría a sufrir los alcances y poder del narcotráfico con el asesinato del Ministro

Rodrigo Lara Bonilla y el nacimiento del MAS con lo cual comenzaría a cubrir al país,

la sombra del paramilitarismo y finalmente debemos considerar que los militares

continuaron funcionando con su teoría antisubversiva, lo cual dificultó en el futuro,

efectivos procesos de paz y de apertura política.

Del mismo modo, hubo continuidad en el conflicto entre la jerarquía eclesiástica y el

clero base, pues la jerarquía ha persistido en su apoyo al Estado aunque ya es más

tolerante con posiciones de oposición. Particularmente estos sucesos de represión, lejos

de debilitar la labor de la Iglesia contestataria, la fortalecieron. Particularmente el Cinep

continuó con la lucha por los derechos humanos y la búsqueda de soluciones a los

problemas sociales así como a la búsqueda de la paz. Así, el centro implementó nuevos

programas en zonas altamente conflictivas como el Magdalena Medio. El Cinep entraría

en una etapa que se vería opacada por el vil asesinato de dos de sus colaboradores en

199733, pese a esto el centro sigue su labor hasta el día de hoy.

32 Declaraciones de una entrevista de Olga Behar con Carlos Efrén Agudelo, miembro de la dirección nacional del MAO. 33 Nos referimos a Mario Calderón y a Elsa Alvarado asesinados el 19 de mayo de 1997.

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CONCLUSIONES

Los casos que hemos analizados nos han permitido ver que las relaciones entre la Iglesia

y las fuerzas militares en los años setenta estuvieron determinadas por la posición que

cada uno de estos estamentos asumía con respecto al Estado. Mientras los militares se

mantuvieron firmes y se unificaron en torno al respaldo al gobierno, la Iglesia se dividió

entre la jerarquía que apoyaba al Estado y el sector progresista que desde el mensaje

cristiano buscaba cambios sociales. La división de la Iglesia propició el ambiente para

que los militares viesen a los sectores de oposición como amenazas que debían ser

combatidas.

El Estado colombiano fue incapaz de dar solución a problemas políticos y sociales del

país y por el contrario, prefirió buscar distintos medios para defender su legitimidad y

para ello se valió de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia, las cuales desempeñaron un

importante papel como respaldo a la institucionalidad. En el caso de los militares, esto

se explica en que el Estado asumió las huelgas y movilizaciones no como problemas

sociales, sino como situaciones de orden público y seguridad por lo que dejaban su

solución en manos de los militares; los cuales a su vez, asumían estos problemas como

amenazas contra la institucionalidad del Estado por lo que debían ser combatidas con

rigor. Del mismo modo, el sector castrense consideraba que la causa de estos problemas

era la subversión, la cual debería ser combatida en todos sus flancos, por lo que la

acción militar debía combinarse con la lucha contra de los “focos de la subversión”, los

cuales estaban en los movimientos opositores. De esta manera, las atroces acciones de

las guerrillas sirvieron como pretexto y justificación a los militares para perseguir a

grupos de izquierda y organizaciones legales de oposición.

Por otro lado, la Iglesia colombiana en aras de mantener su status privilegiado prefirió

alejarse de la realidad social del país y optó por asumir un papel de defensa del Estado y

legitimación de sus instituciones; esto la llevó a desconocer los profundos cambios

sociales del país por lo que perdió influencia en la sociedad. Esta situación llevó a que

un grupo de religiosos buscasen un cambio en las estructuras sociales desde la labor

social con los menos favorecidos y la labor académica e investigativa, la cual se

combinaba con el mensaje cristiano. Sin embargo, estos religiosos enfrentaban no sólo

al establecimiento, sino también a sus superiores, los jerarcas y obispos que fueron

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incapaces de asumir los cambios sociales y por el contrario apoyaron al Estado y sus

políticas y descalificaron a los religiosos de oposición, lo que dio pretexto al gobierno

para que estos fueran perseguidos.

El principal motivo de persecución contra los religiosos de oposición, radica en que sus

actividades representaban un desafío al orden establecido aún cuando en el desarrollo de

estas labores nunca intentaron llevar a cabo acciones que derrocasen al gobierno. Los

clérigos que realizaban labores sociales en las zonas de pobreza de las grandes ciudades,

debían enfrentarse con los intereses de sectores dominantes locales que iban en

contravía de los derechos de las comunidades. Del mismo modo, los religiosos

dedicados a los estudios económicos y sociales cuestionaban el modelo de desarrollo y

las desigualdades que este conllevaba, así como la corrupción del sistema político. Esto

condujo necesariamente al rechazo de los políticos y del gobierno en general contra

estos religiosos.

El enfrentamiento de los sectores de oposición con el Estado dio pretextos a los

militares para perseguirlos, usando como justificación presuntos nexos con los grupos

guerrilleros. Y como los militares adoptaron las determinaciones de la Doctrina de la

Seguridad Nacional, consideraban que los religiosos contestatarios también eran

partidarios de la extrema izquierda y por tanto un eventual foco de la subversión por lo

que podía ser enfrentado con la fuerza pública. En nuestros casos, los grupos armados

cuyas acciones justificaron la incriminación fueron el ELN y el MAO, los cuales fueron

considerablemente diezmados por la acción militar. Sin embargo no pudieron ser

encontrados nexos concretos de los religiosos con estos grupos, ni se pudo establecer

que hayan sido parte de ninguna de sus acciones.

Encontramos que las pruebas con que los militares intentaron condenar a los religiosos

opositores eran bastante controvertibles. Como sustento a las acusaciones vemos las

declaraciones de ciudadanos y guerrilleros detenidos, así como confesiones obtenidas

por medio de la tortura. Asimismo encontramos que en los procesos se construyeron

pruebas falsas como las cartas de Alfredo Camelo o se tejieron versiones e hipótesis

falsas como se ve en el uso que dieron los militares a los medicamentos y a la antena de

radio de los religiosos de Cartagena. Estas pruebas no eran constatadas, lo que llevaba a

que se procediera primero y se preguntara después. Así encontramos que tanto en los

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gobiernos de López como en el de Turbay, se presentaron allanamientos y pesquisas

caracterizados por su violencia como ocurrió en Pasacaballos. En algunos estos casos se

detuvieron ciudadanos religiosos o no que debieron ser liberados poco después por falta

de pruebas concretas como ocurrió en la casa de la juventud jesuita. Sin embargo como

la información propagada por los militares era ampliamente difundida por la prensa, se

daba un alto cubrimiento a las acusaciones castrenses aún cuando estás causaban

desprestigio a los detenidos, a los que rara vez se les daba la oportunidad de

manifestarse o de dar respuestas a las sindicaciones en el momento en que estas

ocurrían.

Ante estos conflictos, debemos analizar la posición del episcopado, la cual nos permite

corroborar la hipótesis planteada; pues la jerarquía se mantuvo en su posición

intransigente de apoyo a los militares y al establecimiento. Por tanto, los religiosos de

oposición a pesar de ser parte activa de la Iglesia, no tuvieron respaldo de sus

superiores. Así, encontramos que mientras que los sacerdotes eran condenados por el

ejército, el cardenal Muñoz Duque recibía el nombramiento de Brigadier-Cardenal y

bendecía las entradas de los bancos o los sables extendidos de los soldados. Sin

embargo hay una diferencia notable en las posiciones de los altos prelados entre los

gobiernos de López y Turbay; pues en la administración López, obispos como

monseñor Isaza Restrepo y Uribe Urdaneta manifestaron su solidaridad con los

religiosos de Cartagena y Cali. En contraste, en el gobierno Turbay los altos prelados

guardaron silencio con respecto a los jesuitas del Cinep, que solo contaron con el apoyo

de su provincial; ni siquiera El Catolicismo se pronunció al respecto. La desconfianza

del episcopado hacia el Cinep se evidencia en este silencio y falta de respaldo contra

una institución que ya había sido condenada por en el documento Identidad Cristiana,

donde se acusaba al Cinep de ser un centro marxista.

En contraste con la división de la Iglesia, el sector castrense se mantenía en su posición

unificada de ratificación de sus acciones. Los altos mandos como el general Lema

Henao, el general Vega Uribe o el almirante Díaz Osorio respaldaban las acciones de

sus hombres. En repetidas ocasiones, los militares negaron las torturas y los excesos

cometidos en los allanamientos y pesquisas. Asimismo descalificaban las denuncias

argumentando que estas provenían de la subversión y afirmaban que sus acciones se

desarrollaban dentro de los marcos de la legalidad. Sin embargo, es notable que los

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militares resaltaran su lealtad y reconocimiento de la importancia de la Iglesia Católica

después de sus acciones contra los religiosos opositores, argumentando que sus acciones

tenían exclusividad contra los grupos armados; esto se puede explicar en que los

militares no querían perder el respaldo de la jerarquía el cual les otorgaba legitimidad.

Por otro lado, debido a su labor de legitimadores del Estado, los militares recibían el

apoyo de la parte ejecutiva del sistema político que avalaba su campaña contra los

religiosos rebeldes. Esto se refleja en la solidaridad entregada por los ministros Gómez

Estrada, Pardo Buelvas y Escobar Sierra, quienes condenaban de manera anticipada a

los religiosos; así como por el procurador González Charry; que de manera constante,

afirmaba desconocer las irregularidades en las acciones de los militares. Con esto vemos

que efectivamente los militares gozaban de libertad en el Estado, el cual los avalaba

tanto en sus acciones como en sus interpretaciones de la ley.

Sobre este último punto, las fuerzas armadas de manera reiterada pusieron a la justicia

militar por encima de la ordinaria. Hemos visto que en los procesos que se seguían a

miembros de la Iglesia, los militares desconocieron la Constitución y las garantías que

otorgaba el concordato. Por tanto los abogados de los religiosos debieron acudir a

distintas instancias para garantizar un adecuado proceso a sus defendidos, sin embargo

los militares se negaban a aceptar las determinaciones de juzgados y jueces superiores.

Al final la suerte de los procesos contra religiosos era decidida en importantes cortes del

poder judicial como el Tribunal Disciplinario o el Tribunal Superior de Bogotá,

instancias a las cuales acudían los defensores como último recurso para hacer válida la

ley. Los fallos de estas entidades eran inapelables y conducían a la comprobación de la

inocencia de los religiosos acusados; desvirtuando así las acusaciones de los militares,

que pese a todo persistían en sus acusaciones y lamentaban las decisiones de la justicia

ordinaria.

Como hemos visto, los religiosos acusados tuvieron que valerse de las garantías del

fuero eclesiástico para defender sus derechos de los procesos militares. A diferencia de

otros presos políticos los clérigos lograron librarse de procesos con condenas seguras

gracias a las facultades del fuero eclesiástico. Aún así, los religiosos igual que otros

ciudadanos en los setenta sufrieron los excesos de las fuerzas militares como la tortura

así como el desprestigio. Sin embargo, los clérigos contestatarios persistieron en su

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lucha, a pesar de haber perdido el apoyo de la jerarquía y de haber ganado el odio de los

sectores dominantes. Esto se demuestra en que nuevos sacerdotes y monjas han tomado

la bandera de los religiosos de los setenta y han continuado la labor social con los

menos favorecidos así como la función investigativa y la lucha por los derechos

humanos con un enfoque construido desde la doctrina cristiana, el cual ha debido ser

aceptado y tolerado por la jerarquía católica.

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