II - FLOR DE TRUHANES DEL CAIRO Un recorrido por algunos ...

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II - FLOR DE TRUHANES DEL CAIRO 6 – La cueva de los 40 ladrones Edición y traducción: Esmeralda de Luis Narraciones populares “Andanzas y aventuras del emir Baïbars y su fiel escudero Flor de Truhanes” E-LIBROS COLECCIÓN VIAJES Centro Europeo para la Difusión de las Ciencias Sociales

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ESMERALDA DE LUIS

Un recorrido por algunos de sus vestigios

e - LIBROS | COLECCIÓN VIAJES

II - FLOR DE TRUHANES DEL CAIRO

6 – La cueva de los 40 ladrones

Edición y traducción: Esmeralda de Luis

Narraciones populares

“Andanzas y aventuras del emir Baïbars

y su fiel escudero Flor de Truhanes”

E-LIBROS

COLECCIÓN VIAJES

Centro Europeo para la Difusión de las Ciencias Sociales

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Archivo de la Frontera

Andanzas y aventuras del emir Baïbars y su fiel escudero Flor de Truhanes II-Flor de Truhanes

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El Archivo de la Frontera es un proyecto del Centro Europeo para la

Difusión de las Ciencias Sociales (CEDCS), bajo la dirección del Dr.

Emilio Sola.

www.cedcs.org

[email protected]

Colección: Clásicos Mínimos

Fecha de Publicación: 9-06-2017

Número de páginas: 10

I.S.B.N. 978-84-690-5859-6

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Más documentos disponibles en www.archivodelafrontera.com

Relatos de la “Sīrat al-thāhir Baïbars”

II - Flor de Truhanes del Cairo

6 – La cueva de los 40 ladrones

Edición y traducción para www.archivodelafrontera.com

[email protected]

Colección: E-Libros – La Conjura de Campanella

Fecha de Publicación: 09/07/2007

Número de páginas: 10

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6 – La cueva de los cuarenta ladrones

Baïbars se levantó, se despidió de la Gorda y se dirigió hacia la

necrópolis. Allí, comenzó a parar a todo el que pasaba, preguntándoles por el

camino para ir a la Tumba del Gobernador y las Grutas de El-Zaghliyyeh.

Invariablemente le respondían que no tenían ni idea. Así estuvo interrogando

en vano hasta a cuarenta personas; y entonces comprendió que nadie le iba a

indicar el camino a no ser que se lo sonsacara con algún engaño. De modo

que volvió a bajar hasta el zoco, en donde vio a un vendedor de pastas con

pinta de magras ganancias. Sobre la cabeza llevaba una bandeja repleta de pastas blancas y

gritaba:

- ¡La fuerza es solo Tuya, oh Todopoderoso!

Baïbars le abordó y le dijo:

- Tío mío, ¿me venderías todas estas pastas, a condición de ir a llevarlas hasta la necrópolis?

Quiero repartirlas entre las tumbas, por el alma de los muertos, porque he hecho el voto de

distribuir pastas por un montante de cincuenta piastras a los pobres y desfavorecidos.

- Soldado –respondió el vendedor-, ¡si me pagas el precio del transporte y el de las pastas, iré

contigo adonde tú quieras!

- Muy bien, ¡perfecto! ¿por cuánto me vendes las que llevas?

- Por sesenta piastras. Hasta ahora sólo he vendido tres! Si esto te conviene, dame las sesenta

piastras y otro poco, lo que puedas, por la ruta, y eso será todo, ¡por el amor de Dios – exaltado

sea!

Baïbars sacó su bolsa y le dio unas cien piastras. El otro las cogió diciendo:

- ¡Que Dios te las devuelva, soldado! ¡En marcha para la necrópolis!

Tomaron el camino, y Baïbars le seguía pisándole los talones. Salieron de la ciudad y

marcharon a través de la llanura; una vez en el cementerio musulmán, el comerciante puso la

bandeja en el suelo y le dijo a Baïbars:

- ¡Soldado, ven a coger tu mercancía!

Baïbars, en el anterior episodio, ha prometido

a la madre de Otmân que cuidaría de su hijo, y

ella le avisa de que sólo debe creer a éste si

jura por la Dama, la Protectora del Cairo.

Dicho esto, Baïbars se dispone a salir de la

casa para buscar la guarida en la que se

esconde Otmân y sus 40 ladrones…

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- Tío mío, aquí no están las tumbas de mis muertos, están un poco más arriba. Levántate y recoge

tu bandeja.

- ¡Ah, sodado, ni hablar! Nos hemos puesto de acuerdo para el cementerio musulmán, y el

cementerio musulmán está aquí. Más arriba solo está el cementerio cristiano.

- Coge tu mercancía y sube allá arriba con ella, y aquí tienes otras veinte piastras por el

desplazamiento –respondió Baïbars, que se las entregó en el acto.

El vendedor se las embolsó, volvió a coger la bandeja y continuó por el camino arriba,

diciéndose:

- Se diría que este soldado es cristiano, y quiere distribuir las pastas en su cementerio.

Y el râwy prosiguió de este modo:

El vendedor siguió andando, con Baïbars tras él, hasta que llegaron a la necrópolis de los

cristianos; allí había tumbas cubiertas de enorme lápidas, tan pesadas como la maldición que

pesa sobre los infieles. El vendedor de pastas depositó la bandeja en el suelo.

- Sigue avanzando –le dijo el soldado-, ¡es más arriba!

- Escucha, soldado, más arriba sólo está el cementerio judío.

- ¿Y eso a ti qué te importa?

- ¡Por supuesto que me importa, yo ya no puedo más. Tú andas tranquilamente, sin llevar

ninguna carga, y sin cansarte!

Baïbars sacó la bolsa y aún le dio cincuenta piastras más.

- ¡Venga, coge la bandeja y ve delante de mí! –le dijo.

El otro se puso a ello y volvió a ponerse en ruta, mientras se decía para sí:

- Por lo visto este soldado debe ser judío.

Llegaron de ese modo al cementerio judío; de nuevo el vendedor depositó en el suelo su

bandeja.

- Sigue aún –le dijo Baïbars.

- ¡Ah, de eso nada! Por el secreto de la Dama, que no doy ni un paso más, ni me muevo de aquí.

Te estás burlando de mí, no tienes religión. ¡Ni siquiera sé si eres musulmás, cristiano o judío!

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El râwy continuó con su relato…:

Baïbars, ante estas palabras sonrió y dijo:

- Escucha, tengo que hacerte una pregunta: ¿Adónde conduce ese sendero?

- ¿De qué sendero me hablas, soldado?

- Baïbars le señaló un sendero que se alejaba de la necrópolis. Ante la petición de Baïbars, el

vendedor palideció.

- ¿Qué te pasa, tío mío? –le preguntó Baïbars.

- Hijo mío –le respondió-, ese camino es de esos de los que dice el proverbio que “el camino es

sin salida, quien lo recorre no vuelve con vida”. Ese es el que lleva hasta las grutas de El-

Zaghliyyeh y la Tumba del Gobernador. Allí, en las cuevas, hay cuarenta ladrones; su jefe se

llama Otmân, hijo de la Gorda, Flor de Truhanes del Cairo. El que va adonde ellos y se les

acerca, ha sellado la hora de su defunción: ponen fin a sus días y lo envían al más allá. Nadie que

haya llegado hasta ese lugar ha regresado vivo, y jamás se ha vuelto a encontrar una pista suya.

Voy a darte un buen consejo, si eres extranjero, ¡no se te ocurra aventurarte hasta allá abajo!

Sabed, nobles señores, que Baïbars se iba diciendo para sí: “Oh, tú, que soplas tus dulces

aires sobre las ramas, respuesta te será dada, sin que hayas pedido nada”.

- Tío mío –le dijo al vendedor de pastas-, que Dios te recompensa mil veces. No me guardes

rencor por haberte causado hoy tantas fatigas, es porque soy extranjero y creí ver gente entre las

tumbas, pero ya veo que aquí no hay nadie. Coge estas otras veinte piastras y llévate las pastas a

la ciudad, repártelas entre los pobres y menesterosos, y perdona mi descortesía.

El otro, tan contento, cogió la plata y se llevó las pastas, diciendo a Baïbars:

- ¡Que el buen Dios te otorgue todo lo que tu corazón desee! Ya me gustaría que vinieras todos

los días a comprar mi mercancía, porque eres un cliente honesto y generoso. ¡Que Dios acorte la

vida de todos los piojosos y avaros!

Hay quien dice que el vendedor repartió generosamente las pastas; otros afirman que las

vendió por su cuenta; sólo el Señor de los Mundos sabe la verdad. Pero volvamos a Baïbars…

Una vez que se hubo enterado de cuál era el camino que llevaba hasta las Grutas de El-

Zaghliyyeh y a la tumba del Gobernador, tomó ese sendero y marchó por él hasta llegar a una

vasta extensión de terreno desde donde se podía ver una gruta. Se fue acercando por uno de los

lados de la cueva, pegándose a la pared, y echó una ojeada. Allí estaba el osta Otmân, sentado al

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fondo, y rodeado de cuarenta hombres que parecían ser todos ellos de la raza de los ŷinns1; si

cualquiera de ellos hubiera escupido en el mar, todos los peces se habrían puesto cachondos2.

Otmân andaba contándoles cómo Baïbars le había llevado hasta el palacio de Naŷm El-Dîn, para

hacerle trabajar para él, y cómo le había golpeado con el lett de Damasco. Vamos, que les contó

toda la aventura.

Y el râwy continuó de este modo:

Sabed, nobles señores, que las grutas de El-Zaghliyyeh y la Tumba del Gobernador eran

una antigua cantera de piedra; allí había varias cuevas, unas junto a otras, que habían sido

excavadas por los ŷins. Cada cueva tenía su propio nombre, y había siete en total. La primera era

La Gruta Oscura; la segunda, La Gruta Negra; la tercera, La Gruta de las Hienas; la cuarta, La

Gruta de los Ejércitos; la quinta, La Gruta del Esclavo. Y el osta Otmân había elegido esta última

como domicilio para él y sus compañeros. Pues habéis de saber que todas las grutas estaban

habitadas. Los canallas y bandidos iban allí a refugiarse. Ningún habitante del Cairo se atrevía a

acercarse a ese lugar. Estaba cerrado para todos: civiles o militares; visir o sultán. Los que

estaban lo bastante locos como para aventurarse por aquel sitio, perdían la vida; los bandidos les

mataban tan alegremente como el que se bebe un vaso de agua.

El ráwy prosiguió…

Baïbars, que se escondía a la puerta de la caverna, oyó a Otmân relatar a su banda sus

altercados con él. A lo que ellos respondieron (y el que hablaba se llamaba Ibn El-Tawîleh, el

hijo de La Larga):

- ¡Iremos en tu ayuda, osta Otmân, Flor de Truhanes del Cairo! Nuestra alma será tu rescate. ¡No

le va a durar mucho la alegría a tu enemigo! ¿Pero qué es ese soldado Baïbars? ¡Seguro que es

un ojete para darle por culo, como caiga en nuestras manos ese hijo de puta, su muerte va a servir

de ejemplo!

- Callaos, colegas –dijo Otmàn-. ¡Por el Secreto de la Dama, que es un monstruo de iniquidad!

¡Por el Profeta! El soldado, con una albondigazo3 que lleva siempre con él, de un solo golpe me

dejó en el suelo más que tieso. Luego me azotó con una fusta y me rompió todos los huesos.

1 Un genio (del árabe جن ŷinn) es un ser fantástico de la mitología semítica, fundamentalmente árabe.

El Islam incorporó parcialmente la antigua creencia en los genios, y de este modo son hoy personajes presentes en

las tradiciones de todos los pueblos del área islámica. El Islam considera a los genios seres creados de fuego sin

humo, dotados como el ser humano de libre albedrío y que pueden obedecer a Dios o bien a Iblís, el demonio, a

quien a veces se describe como tal, es decir como ángel caído, y a veces es considerado genio:

“Hemos creado al hombre de barro, de arcilla moldeable.

Antes, del fuego ardiente, habíamos creado a los genios.” 2 Expresión proverbial para designar la lujuria: el pez, animal frío por su naturaleza, se supone que necesita una

violenta incitación para “calentarse” (en el sentido procaz de “calentarse”, “ponerse cachondo”) 3 Otmân siempre llama “albóndiga” o “bolilla” a la lett de Damasco: la enorme maza que lleva siempre Baïbars bajo

el manto.

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- ¡No te preocupes más, Otmân! Ya conoces el proverbio que dice: “el valor nada puede contra el

número”. ¡Cuando nos pongamos en serio manos a la obra, verás de lo que somos capaces!

- Ya veremos –se lamentó Otmân.

Porque en su fuero interno, se decía:

- ¡Oh, Señor, por la protección de la Hassîbeh de noble linaje, la Muy Pura, la Protectora del

Cairo, haz que Baïbars venga hasta aquí para que mis hombres le maten y me libren de él,

porque me ha humillado!.

Y el ráwy siguió con la narración…

En ese momento, Otmân echó una ojeada por la entrada de la cueva y vió que Baïbars les

estaba espiando. Se fijó bien y lo reconoció.

- ¡Eh, compadres –gritó Otmân-, ahí está mi soldado, a la entrada de la cueva!

Se pusieron a mirar y vieron a un jovencillo que no les causó la menor impresión; el

prestigio de Otmân disminuyó a sus ojos cuando se dieron cuenta de que tenía miedo de Baïbars.

El hijo de La Larga se volvió hacia Otmân y le espetó:

- ¿No te da vergënza, Flor de Truhanes? ¿Tener miedo de un crío como ese, de un ojetillo para

encular?

- ¡Ya, ya; espera a caer a sus pies y que te haga ver las estrellas a plena luz del día; entonces ya

hablaremos! ¡Si te crees tan valiente, vete y hazle tú entrar aquí!

- ¡¿Yo, osta Otmân?! ¿Crees que me voy a levantar por un ojete de Rmeileh y de Karamidân?

¡Yo sólo me peleo con hombres como yo!

Dicho esto, el Hijo de la Larga llamó al último de sus compadres, uno llamado Filo Fino,

y le dijo:

- Anda, compadre, sal ahí afuera y tráenos a ese crío del que nos ha hablado Otmân.

- Ahora mismo, jefe –le respondió el otro.

Se levantó de inmediato, se ajustó el cinto, se remangó, empuñó su garrote, y se precipitó

a la entrada de la cueva en donde se encontraba Baïbars.

- ¡Eh, muchachuelo, pasa a ver a los compadres; al osta Otmân y a mi viejo, el hijo de la Larga,

que quieren hablar contigo.

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- Ni tú, ni tu viejo, me hacéis ninguna falta. Vete a buscarme a Otmân, mi escudero, y me iré con

él.

- ¡Mocoso de mierda! –gritó el Fino Filo-, ¡cómo pretendes que el osta Otmân te sirva de

escudero!

Y dicho esto, enharboló su garrote para golpear al emir Baïbars; pero éste no se amilanó;

levantó el brazo y le lanzó su lett que le alcanzó en medio del pecho. El otro se derrumbó todo lo

largo que era, y con dos costillas rotas. Se arrastró a cuatro patas hasta quedar fuera del alcance

de Baïbars, luego se levantó como pudo y salió de allí pies para qué os quiero, mirando de vez en

cuando por encima del hombro.

- ¿Habéis visto eso, compadres? –dijo Otmân al hijo de la Larga y a sus compañeros-. ¿Os habéis

dado cuenta de lo que ha hecho el soldado?

Entonces, el hijo de la Larga llamó a otro de sus hombres, el que se llamaba Medio

Mundo, y le dijo:

- ¡Vete a buscar al crío ese! ¡Con agallas! ¡No nos avergüences delante del osta Otmân!

Medio Mundo se levantó, cogió su garrote y salió; pero su corazón rebosaba espanto

desde que había visto lo que le había sucedido a su compadre. Pues como dice el proverbio:

“Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, echa las tuyas a remojar”. Cuando salió afuera,

Baïbars le esperaba impertérrito, pues ya preveía lo que iba a hacer, y, antes de que pudiera decir

esta boca es mía, ni siquiera volverse, le tumbó por tierra.

- ¿Habéis visto eso, compadres? –dijo Otmân.

¡Los otros empezaron a entender al osta Otmân!

- ¡Levántate Culo Gordo! –dijo el hijo de la Larga-, ¡y muéstranos que eres un hombre!

El otro se levantó, tomó su garrote y salió, diciéndose para su coleto:

- ¡Adiós mujer mía, adiós hijos míos!

Cuando llegó ante Baïbars, al darse cuenta éste de que aquel desgraciado era un pobre

tipejo, no le sacudió demasiado fuerte.

Y el râwy siguió así con su relato…

Nobles señores, los truhanes siguieron presentándose ante Baïbars uno tras otro, y él

continuó golpeándoles y poniéndolos en fuga, tras lo cual se pusieron a mirar de lejos, para ver

cómo iba a terminar aquello. Por último sólo quedaban Otmân y el hijo de la Larga.

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- ¡Ale, hermano!, ¡venga, hijo de la Larga! –dijo Otmân-, ¡déjame ver de lo que eres capaz!

- ¡Allá voy, jefe! ¡Por tus ojos bonitos, Flor de Truhanes!

Se levantó de un brinco, se ajustó el refajo, se preparó; era un hombre de pelo en pecho:

era, más o menos, de la misma catadura que Otmân. Avanzó hasta donde estaba Baïbars,

golpeando su espada contra su escudo con un tronar de tormenta.

- ¡Espera un poco, cacho ojete! –le gritó.

Baïbars le esperó, con la sonrisa del hombre generoso que acoge a sus invitados.

- ¡Avergüénzate, cobarde! –dijo Baïbars, que deslizó su mano hasta el lett y le propinó al otro un

golpe más terrible que el destino, después le sacudió un segundo, luego un tercero.

Y cuando el hijo de la Larga estaba ya a punto de entregar su alma, gritó:

- ¡Socorro, osta Otmàn! ¡Ayúdame! ¡Tu soldado quiere matarme!

- ¡Arréglatelas tú solo! ¡Miserable cornudo! ¡Eso te enseñará a no ponerme más en evidencia y a

decir que el soldado sólo vale para darle por culo!

Cuando Baïbars oyó esto, loco de rabia, le molió a golpes hasta que el hijo de la Larga

perdió el conocimiento. Aunque en realidad, el hijo de la Larga, había utilizado una astucia: se

había hecho el muerto para que Baïbars le dejara tranquilo. A este engaño se le conoce con el

nombre de “traga alientos”; es una trampa que proviene de Hama, y es bien conocida por la

gente de mal vivir: cuando alguno de ellos se encuentra en una situación comprometida delante

de su adversario, se hace el muerto, el otro le deja, y así puede salvarse. En realidad, en este

relato maravilloso, ¡cuántos personajes no habrán escapado de la muerte gracias a este

subterfugio! pero ya hablaremos de ello cuando llegue su momento. Mientras tanto, ¡quien se

prende de la belleza del Profeta, no escatima las oraciones en su honor!

Y prosiguió el ráwy de esta manera…

Nobles señores, cuando el hijo de la Larga cayó por tierra, Baïbars le dejó allí y avanzó

para atrapar a Otmân. En ese momento, el hijo de la Larga se levantó y huyó a todo correr,

mirando a cada momento hacia atrás, y sacudiéndose el polvo de la tumba de la espalda, pues

todavía no podía creer que continuara vivo.

- Otmân tenía razón –dijo a sus compañeros-. Ese soldado es un auténtico demonio; ¡es como

una moneda de oro; no es muy grande, pero vale un montón!...

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FIN

Próximo episodio…

7 – El gran combate