ILUSTRACIONES DE...Una vena en el lateral de su cabeza palpitó. No se dio cuenta de que la estaba...

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ILUSTRACIONES DE

NICK ILUZADA

BILL NYEY GREGORY MONE

edebé

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

Nota del editor original: Este es un libro de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de los autores o están usados de manera ficcional. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, em-presas, sucesos o escenarios son pura coincidencia.

Text Copyright © 2017 Bill NyeJacket and interior illustrations copyright ©2017 Nick IluzadaBookk design by Chad W. BeckermanFirst pubblished in the English language in 2017By Amulet Books, an imprint of Harry N. Abrams, Incorporated, New York / ORIGI-NAL ENGLISH TITLE: JACK AND THE GENIUSES: IN THE DEEP BLUE SEA(All rights reserved in all countries by Harry N. Abrams, Inc.)

© Traducción del inglés: M.ª Carmen Díaz-Villarejo

©Ed. Cast.: edebé, 2018Paseo de San Juan Bosco, 6208017 Barcelonawww.edebe.com

Atención al cliente: 902 44 44 [email protected]

1ª. edición, noviembre 2018

ISBN: 978-84-683-3851-4Depósito legal: B. 21757-2018Impreso en EspañaPrinted in SpainEGS — Rosario, 2 – Barcelona

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PARA LOS EXPLORADORES DE LOS OCÉANOS, DONDE QUIERA

QUE SE ENCUENTREN.¡BUSCAD LOS SECRETOS DEL

MAR Y LA AVENTURA!—B.N.

PARA ELEANOR.—G.M.

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ÍNDICE1. EN UN SUBAVIÓN 1

2. LA CRIATURA DE LA MEGAMILLONARIA 17

3. NO ESTAMOS AQUÍ PARA ENTRETENER 39

4. EL QUE SE BAÑA BAJO LAS CASCADAS 57

5. EL CUARTEL GENERAL DE HAWKING 73

6. UNA DECISIÓN PELIGROSA 95

7. A SEISCIENTOS METROS DE PROFUNDIDAD 107

8. UNA INVESTIGACIÓN ACUÁTICA 122

9. LAS MUELAS DE LA SEÑORA WINTERBOTTOM 137

10. EL DESTELLO Y LA GAVIOTA 149

11. UNA FIESTA PARA UN PRÍNCIPE 162

12. EL BRUTAL ALIENTO DE PAKA’A 186

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13. NAVEGACIÓN DE ARAÑA 202

14. LA RESPUESTA ESTÁ EN LAS ESTRELLAS 214

15. FRANK AL RESCATE 229

16. EL VERDADERO SABOTEADOR 245

17. LA FORMA DEL DELINCUENTE 256

18. EL ARTE DE LA GUERRA 267

19. OPERACIÓN DELICIA TURCA 290

20. UN COMPLETO DESASTRE 308

ONCE TEMAS ESENCIALES SOBRE EL FONDO DEL MAR 315

NUESTRO GRAN OCÉANO AZUL POR BILL NYE 321

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1 EN UN SUBAVIÓN

LOS ACANTILADOS DE LA ISLA DE NIHOA SE mostraban en toda su grandeza mientras nos elevába­mos sobre el agua azul en calma. En hawaiano, Nihoa significa «con dientes», pero la gran masa escarpada

de roca verdosa que sobresalía sobre el océano Pacífico, en realidad se parecía más a las muelas podridas de un mons­truo marino. Íbamos volando a baja altitud en una pequeña avioneta de seis plazas, y realmente a mí no me apetecía nada chocar contra aquella dentadura. Por decimoquinta vez com­probé mi cinturón de seguridad.

Nuestro piloto era la científica megamillonaria Ashley Hawking e iba deambulando por entre las pesadas aves que habían anidado en la isla, pero a mí no me importaban nada ni los pinzones ni las golondrinas. Un águila podría haberse estampado contra mi ventanilla y no me habría distraído de mi objetivo. Si seguíamos nuestra ruta, nos íbamos a chocar contra la escarpada pared como un huevo lanzado con un tirachinas.

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El motor de la avioneta rugió y mi estómago dio un vuel­co.

A mi lado, mi hermano miraba hacia el frente con los ojos muy abiertos y el ordenador portátil abierto sobre su re­gazo. Le agarré del hombro y percibí los músculos tan duros como piedras y su cara pálida y un tanto verdosa.

—Matt, ¿crees que está ascendiendo? —le pregunté.—Eso espero —murmuró sin apenas abrir la boca.Ava, nuestra hermana, estaba sentada en la fila de atrás,

observando los números de color verde y rojo del panel de control digital. Una vena en el lateral de su cabeza palpitó. No se dio cuenta de que la estaba mirando. Mientras tanto, Ashley sonreía de forma tan amplia, que podía ver los plie­gues de su piel desde mi asiento justo detrás de ella. Nuestro mentor, el famoso genio e inventor Henry Witherspoon, o Hank, se dio la vuelta para mirarme desde el asiento del copi­loto con una sonrisa falsa que mostraba demasiados dientes. ¿Acaso intentaba que nos sintiéramos más cómodos? Si era así, no lo estaba consiguiendo.

Hank se inclinó hacia Ashley. Estiró la mano y la llevó hasta el techo.

—¿No deberíamos… esto… ascender?—¿Qué? —preguntó Hawking—. ¿Ascender? No, claro

que no, creí que lo sabías.—¿Saber, el qué?

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Hawking soltó los mandos y movió las manos a un lado y a otro, suspirando decepcionada.

—¡Es uno de los tuyos!—¿De mis qué? —insistió Hank.—¡De tus diseños! Hank se movió nervioso en su asiento mirando detenida­

mente hacia todos los lados con el gesto torcido y entornando los ojos. Se quedó sin palabras. Solo Hank Witherspoon sería capaz de no reconocer a la primera uno de sus inventos. Su mente era muy productiva y de su cabeza salían ideas igual que una gallina pone huevos.

Matt estiró el brazo señalando:—Esto… un acantilado.—¿Qué ha sido eso? —gritó Hank.Estábamos como a dos campos de fútbol de distancia de

la pared de piedra.—Creo que la pregunta es si vamos a evitar chocar contra

el acantilado —aclaré.Bajo nosotros, por la parte izquierda de la avioneta, dos

lanchas estaban atadas a un gran muelle en mitad del océano. El agua era de color azul neón y estaba tan en calma como un cristal. Probablemente podríamos haber amerizado allí, pero al subir a la avioneta no había visto que tuviera flotadores, así que ese aparato no era un hidroavión. Por lo que las únicas posibilidades seguras eran ir hacia arriba, a la derecha o a la

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izquierda. Y si Ashley Hawking no elegía una de ellas pronto, seguiríamos de frente hasta estrellarnos contra el acantilado. Los titulares de los periódicos serían: «Cuatro genios mueren al colisionar su avioneta contra los dientes de la isla».

No, yo no sería el cuarto genio. Ese honor se lo dejaría a Ashley Hawking. El mundo lloraría la muerte de dos genios adultos, mi brillante hermano y mi ingeniosa hermana. ¿Y yo? Quizá me mencionarían en la noticia, pero no soy un cerebrito. Estoy dentro de la media. Quizá un poco por enci­ma, pero no demasiado, y eso con esfuerzo. Tengo que traba­jar duro y leer todo el rato para estar a la altura de los genios.

De todas formas, volvamos a ese acantilado de casi tres­cientos metros que había salido del agua frente a nosotros. Quizá el Halcón Milenario habría podido hacer un giro y al­zarse en el último segundo, pero nuestro futuro no tenía buena pinta.

—Señora Hawking…—Ashley. Llámame Ashley. Y

no es porque me crea igual a ti, no, no —se rio ante su co­mentario—. Es que me gusta cómo suena mi nombre. No, en serio, Hank, alguien con tu inteligencia… suponía que te darías cuenta.

Hank empezaba a entrar en pánico moviendo la cabeza de un lado a otro bruscamente como un aspersor.

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—Yo no… cuando…Entonces mi hermana se inclinó hacia delante y señaló

el botón naranja del techo, cubierto por una caja de plástico transparente.

—¿Estás hablando en serio? ¿Es este el subavión?—¡Sí! —Ashley disimuló unos golpecitos en la cabeza

con los mandos del avión y miró al techo—. Vaya, es la jo­vencita la que lo ha adivinado. ¡Menos mal!

Aunque Ava se mostró aliviada, yo pensé que eran unas noticias preocupantes.

—¿El avión es de poca categoría? —pregunté.En el momento de realizar la pregunta me di cuenta

de que no lo había entendido bien, pero nadie más pareció notarlo, o por lo menos nadie se rio de mí. Por el momen­to, claro. A Ava y a Matt se les daba muy bien recordar mis errores.

—¿Este es un subavión? —preguntó Hank con las cejas tan elevadas que casi rozaron la punta de la cabeza—. ¿Lo has construido tú?

—Sí que lo hice. Pero basta de charla. Llevas razón, Jack —concluyó dándose la vuelta para mirarme a los ojos—. Nos estamos acercando mucho, ¿verdad? —yo asentí. La percep­ción era correcta, pero realmente quería que el aparato diera media vuelta—. ¿Tenéis todos los cinturones bien abrocha­dos? Muy bien. Hank, ¿te gustaría hacer los honores?

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—¿Lo has probado antes?—Claro. Una vez. Y funcionó muy bien. Adelante, pre­

siona el botón. Ahora.—¿Solo lo has probado una vez?En el panel de control que estaba frente a ellos, un núme­

ro en rojo decrecía rápidamente y parpadeaba.—Sí, una vez. Pero miles de veces en el simulador. Confía

en tus ideas, Hank. Ahora, trescientos metros comienza a ser demasiado poco. ¡No había notado tanta adrenalina desde que subí el Everest!

Matt murmuró algo sobre el acantilado. Hank dudó. Ashley tenía los ojos como un dibujo manga. Y no tengo ni idea de lo que Ava hacía o estaba pensando.

Pero desde luego no era el momento de seguir sentados y esperar. Me incliné hacia delante y con mi pie derecho abrí la cajita de plástico y di un golpe al botón naranja con el tacón de mi zapatilla deportiva de baloncesto.

Ashley suspiró ruidosamente algo decepcionada.—¡Por fin! —dijo.Hank tenía la mano derecha estirada con tres dedos fir­

mes y empezó a contar hacia atrás. Un momento más tarde el motor se paró. La nave se quedó en silencio, como si estuvié­semos volando en un avión de papel gigante.

—¿Y el paracaídas?Algo estalló en la parte de atrás sin que nadie pudiera

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responder. Y excepto yo, nadie se puso histérico. Ava colocó su mano en mi hombro y me explicó.

—No te preocupes. Es un paracaídas lanzado con cohe­tes, estaba previsto.

Lanzar un paracaídas con un cohete no tenía mucho sen­tido para mí, pero el avión desaceleró, traqueteando como una vieja montaña rusa, y comenzó a girar hacia la derecha alejándose de los acantilados. Así que suspiré aliviado. El soli­tario muelle flotante entró en mi campo de visión por delante de nosotros. Por la ventanilla vi otras dos embarcaciones de madera próximas a la costa de la isla. Matt miraba de nue­vo su ordenador murmurando para sus adentros. Tenía a la vuelta de la esquina un examen y debía estudiar todo el rato. Una desventaja de ser un genio es que todo el mundo espera de ti que saques siempre un diez. No creo que a Hank le importara en exceso y era el propio Matt el que se autoexigía muchísimo. Pero ¿era ese el momento de estudiar para un examen de Astronomía? No, así que me incliné hacia delante y le apagué el portátil. Como no protestó, lo tomé como un signo de agradecimiento.

—¡Vaya! ¡Funciona! —exclamó Ava.—Ya te lo había dicho, lo he probado antes.—Sí, una vez —apuntó Ava.—Y miles de veces en el simulador —añadió Hank.Todos rieron. Les pareció muy divertido.

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Normalmente intento no pedir que me expliquen lo que todos entienden menos yo. Hank siempre dice que no hay preguntas tontas, pero estoy seguro de que un par de veces al día le puedo contradecir. Y yo siempre he odiado recordarles que mi juego cerebral estaba en un nivel por debajo del suyo. Pero es que algunas veces necesitaba información.

—¿A qué te refieres con el simulador?Ashley me miró como si hubiera preguntado por la dife­

rencia entre la sal y la pimienta.—Se trata de una versión de la realidad, pero en el orde­

nador —explicó Hank.—Es como si jugaras al Street Racer en lugar de hacer ca­

rreras en calles reales con coches de verdad —añadió Ava.Entonces lo entendí. Mi hermana sabía cómo hablarme.

Siempre he sido muy bueno en el Street Racer, pero estoy se­guro de que en la vida real sería un pésimo conductor.

Un pájaro marrón con anchas alas bajó en picado frente a nosotros.

—¿Es ese un petrel? —preguntó Matt.—Sí, visitan bastante esta isla —respondió Ashley.Genial. En ese momento empezaban a observar a los pá­

jaros y seguíamos en un avión sin flotadores planeando sobre el océano sin una pista de aterrizaje a la vista. Desde luego que estábamos descendiendo, pero la avioneta había dado un giro de 180 grados como si fuera el Titanic. Cuando nos mo­

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vimos cerca del acantilado, contuve el aliento. Nadie habló, y no creo que nadie respirara. Ashley y Hank se inclinaron hacia la izquierda, como si eso fuera a ayudar, mientras que la punta del ala derecha pasó a menos de tres metros de las rocas. A mi lado, la cara de Matt seguía teniendo un color pálido verdoso y respiraba con cautela clavando las uñas en los reposabrazos de su asiento.

—Hemos pasado cerca —dijo Ashley con una voz más emocionada que aliviada.

—Bueno, ¿y ahora qué? —pregunté.—Bien, esta es la primera fase de la transición —comentó

Hank—. El primer paracaídas permite un descenso gradual, pero también existe otro que nos va frenando poco a poco.

—¿Y después? —insistí.—Espera y verás —respondió Hank con las cejas arquea­

das.Ava me agarró del hombro.—No te preocupes, creo que te va a gustar. Después de

todo, el aparato se llama subavión.Todavía no entendía qué significaba ser un subavión. —¿Y entonces podemos usar ya el paracaídas de frenado?

—pregunté. —No hasta que nuestra velocidad se reduzca a cincuenta

kilómetros por hora —Hank miró por la ventanilla intentan­do ver el paracaídas que estaba suspendido sobre nosotros—.

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Increíble, Ashley, no sé cómo agradecértelo. No creí que na­die fuera a construir un aparato así.

El avión planeó haciendo un círculo amplio. Todavía es­tábamos a la altura de un edificio de cuatro pisos. Volvimos a aproximarnos al acantilado de Nihoa a menos velocidad y con menos probabilidades de estrellarnos. El color de la cara de Matt no cambió, pero sabía que no debía preguntarle cómo estaba. Cuando Matt se encuentra mal o se hace daño, no quiere que nadie se entere, prefiere esconderse antes de que lo veamos sufrir.

Las dos embarcaciones aparecieron de nuevo a nuestra vista. Parecían piezas de museo. Los mástiles eran altos, las velas permanecían enrolladas y algunas personas remaban con largas palas negras.

—¿Quiénes son? —pregunté.Ashley Hawking entornó los ojos. Guardó silencio y res­

piró profundamente mientras movía la cabeza sonriendo.—Unos amigos. Ellos piensan que somos enemigos, pero

ya sabéis: uno y otro siempre van de la mano. Como dice Sun Tzu: «Trata a tus enemigos como si fueran tus mejores amigos».

—¿Ese es un músico de jazz? —pregunté a Hank. Nues­tro mentor tenía un extraño gusto musical, pero yo ya em­pezaba a apreciar ese tipo de música y me había aprendido algún nombre para impresionarle.

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—No, el músico es Sun Ra, y solo fue pianista de jazz…

Una sacudida interrumpió sus palabras. Ava señaló hacia el panel de control. Nuestra velocidad descendía rápidamen­te y volábamos en círculos cada vez más cerca del agua. Hank se dio media vuelta. Creía que iba a comprobar si estábamos bien, pero en cambio lo que hizo fue mirar a través de la ven­tanilla trasera. Su sonrisa desapareció.

—Has utilizado un paracaídas de frenado más grande.—Sí —respondió Ashley—. Tenía que hacerlo. En el si­

mulador, el paracaídas que tú habías sugerido que se utilizara no ralentizaba bien el avión. No te ofendas, pero tu diseño era inadecuado.

—¿Ofendido yo? —dijo Hank después de una pausa.Estábamos como a varias manzanas de la isla planeando

en círculos por tercera vez, con una velocidad parecida a la que tendría una bici yendo cuesta abajo cuando finalmente la avioneta tocó la superficie del agua.

Rebotamos. Hank gritó entusiasmado. Ashley también vitoreó. Volvimos a rebotar una y otra vez, pero cada vez más abajo como si fuéramos una piedra que rebota sobre el agua varias veces.

A Ava se le iluminó la cara, y mi hermano, aún medio verde, relajó su expresión. Entonces paramos. Mi corazón palpitaba con fuerza y me daban calambres en las manos.

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Parece que Matt no era el único que sujetaba fuerte el reposa­brazos. Miré por la ventanilla. Debíamos de estar a algo más de un kilómetro de la orilla. ¿Era ese un buen sitio donde amerizar? ¿Estábamos flotando o nos hundíamos? ¿Y qué te­nía esto que ver con la categoría del avión?

Eufórico, Hank señaló el botón del techo y preguntó a Ashley:

—¿Puedo…?—Te dejo los honores —respondió.Hank presionó el botón con la parte baja de la mano,

algo chascó sobre mi cabeza y detrás de nosotros se oyó un ruido sordo. Entonces se produjeron dos silbidos a ambos lados de la avioneta. Bajo mi asiento oí el sonido del agua como si se estuviera llenando una cisterna. De repente tuve muchas ganas de ir al baño, pero estaban sucediendo dema­siadas cosas importantes.

Al mirar por la ventanilla, vi que las alas se habían sumer­gido en el agua. La avioneta se estaba hundiendo y a nadie más parecía importarle.

—¿Se supone que esto es normal? —pregunté.—¿Por qué no se pliegan las alas? —preguntó Matt con

la voz entrecortada.—La característica aerodinámica de las alas también re­

sulta hidrodinámica —contestó Hank—. En ambas situacio­nes nos movemos a través de un fluido.

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Ava me agarró del brazo, llevaba varios anillos con cuen­tas de colores.

—Lo que quiere decir es que… —murmuró inclinándo­se hacia mí—. No necesitamos quitar las alas porque…

—Sí, ya lo sé dije, pero aunque no lo sabía, no estaba de humor para recibir lecciones, así que saqué mi cuaderno. An­tes de venir a Hawái tuve una brillante idea, o por lo menos lo era para mí. Cuando los genios me hablaran de algo que no entendiera, me propuse que lo iba a apuntar y después investigaría para aprenderlo por mí mismo. Así no tendría que reconocer todo el tiempo que no los seguía. Por supuesto lo podía buscar en mi teléfono, pero de esa forma se darían cuenta. Puse el cuaderno entre mi pierna izquierda y el lateral del avión para que Matt no me viera, y garabateé «hidrodi­námico» en una página en blanco. Después añadí «Sun No­sequé», ya se me había olvidado el apellido del tipo que antes había mencionado Ashley.

La avioneta se hundía deprisa. El muelle con las dos lan­chas estaba tan solo a varias piscinas de distancia, y por un lado deseé haberme lanzado a nadar. Pero el agua azul del océano empezaba a cubrir los lados de la nave. El nivel del agua alcanzó la parte inferior de mi ventanilla y comenzó a subir hasta la parte superior. Unos segundos más tarde, el sub avión se sumergió por completo y comenzó a bucear a través del mar azul.

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Vale, de acuerdo. Subavión, avión subacuático.Nuestro viaje tenía lugar ahora en un submarino de seis

plazas.Desde que conocimos a Hank seis meses atrás, he visto

un montón de extrañas máquinas y vehículos y cosas raras. He ido al fin del mundo y he luchado contra un australiano que estaba loco, y he volado en un vehículo inflable que no estaba hecho para volar. Incluso había tenido alguna expe­riencia con submarinos pequeños, ya que mi hermana había construido uno; pero desde luego no en mitad del océano Pa­cífico con no sé cuánta agua a nuestro alrededor o no sé cuán­tas criaturas mortíferas merodeando por allí. En una escala del uno al diez que mida experiencias peligrosas y estresantes, a esta le daría un catorce.

El agua estaba llena de pequeñas motas que brillaban con la luz del sol. Un grupo de peces plateados pasaron ve­lozmente por nuestras ventanillas. Siempre pensé que ir en submarino era como mirar peces en un acuario, pero en ese momento tenía la sensación de que los que estábamos dentro del acuario éramos nosotros; y la verdad es que a mí me ape­tecía subir a tomar el aire.

—Muy divertido. ¿Podemos volver a subir? —pregunté. Y mis oídos se taponaron.

—¿Subir? Por supuesto que no —respondió Ashley.El subavión bajó en picado en dirección a la isla, pero no

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íbamos a Nihoa, todavía no. Bajo nosotros, un enorme edifi­cio submarino bien iluminado colgaba del muelle. Parecía el cuartel general de una poderosa organización criminal. En el exterior nadaban multitud de grandes peces.

—¿Todavía quieres subir, Jack? —preguntó Ava, que casi la podía oír cómo sonreía.

—No, ya no —contesté con una mueca.

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