Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una...

25
Ilustraciones: Lola Rodríguez

Transcript of Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una...

Page 1: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

Ilustraciones: Lola Rodríguez

Page 2: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

Primera edición: octubre de 2014

Ilustración y diseño de cubierta: Lola Rodríguez / Book and Look

Diseño interior y maquetación: Adriana Martínez

Edició: Marcelo E. Mazzanti

Coordinación editorial: Anna Pérez i Mir

Dirección editorial: Iolanda Batallé Prats

© Sofía Rhei y Marian Womack, por el texto

© Lola Rodríguez, por las ilustraciones

© 2014 La Galera SAU, por la edición en lengua castellana

La Galera SAU Editorial

Josep Pla 95. 08019 Barcelona

www.lagaleraeditorial.com

Impreso en Limpergraf,

Mogoda, 29-31. Pol. Ind. Can Salvatella

08210 Barberà del Vallès

Depósito legal: B-18.028-2014

Impreso en la UE

ISBN: 978-84-246-5239-5

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones estableci-

das por la ley. El editor faculta a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,

www.cedro.org) para que pueda autorizar la fotocopia o el escaneado de algún fragmento

a las personas que estén interesadas en ello.

Page 3: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

7

Capítulo Uno

SUEÑOS, RECUERDOS

¿Has vuelto a soñar con ella?

Kay asintió cabizbajo al doctor de los sueños, así

llamado por su habilidad para desenredarlos y encontrar-

les el sentido. Una araña pasó cerca de sus zapatos y Kay

pensó que los sueños se parecían a los parásitos: nadie po-

día elegirlos, y era casi imposible deshacerse de ellos.

—Si tú la hubieras visto una sola vez también soñarías

con ella.

El hombre curvó sus labios en una media sonrisa. A su

espalda el fuego crepitaba. Sacó la pipa del bolsillo de su cu-

riosa bata rojiza o verde, según le diera la luz. Encendió la

SUEÑOS, RECUERDOS

Page 4: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

8

Sofia Rhei y Marian Womack

pipa, y Kay se dio cuenta de que el doctor no hablaría hasta

que él dijera algo más.

—Su pelo es de un rubio tan brillante como la nieve.

Y sus ojos, aunque no lo creas, son transparentes como el

hielo, aunque si los miras mucho tiempo ves al fondo una

lágrima azul.

El hombre volvió a sonreír. Alargó un brazo hacia la

mesa donde el desayuno seguía dispuesto y cogió el perió-

dico que Kay le acababa de traer. Rebuscó media corona

dentro de un pequeño monedero de piel negra y se la ten-

dió con gesto distraído.

—Hay que ver cuántas imágenes ocultas hay en tus in-

teresantes visiones, Kay.

El muchacho sacudió la cabeza y recordó que le queda-

ban muchos periódicos por repartir, y al tomar la moneda

en su mano pensó que nadie trabajaba gratis, ni siquiera

los doctores de sueños. Era hora de irse.

—Hasta mañana —dijo Kay.

—¿No te quedas un rato más? Ya sabes que me encanta

escucharte cuando hablas de las cosas maravillosas que ves

cada noche mientras tus ojos están cerrados.

Kay titubeó. El doctor era la única persona con la que

podía hablar de los sueños que se repetían cada vez con

más frecuencia desde su regreso. Era importante que su fa-

milia no lo supiera, y mucho menos Gerda. Se trataba de lo

único que no podían compartir.

—Quizá mañana. Me queda mucho por hacer.

Page 5: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

9

LA CALLE ANDERSEN

El doctor asintió con mirada penetrante mientras el

humo de la pipa dibujaba ondulantes signos de interro-

gación.

—Kay, la palabra «sueño» es polisémica. ¿Sabes lo que

eso significa? —El chico se limitó a observarlo por toda

respuesta—. Tiene más de un significado: «sueño» es si-

nónimo de deseo, además de referirse a las imágenes que

vemos mientras dormimos.

Por supuesto que Kay lo sabía: «sueño», como «ho-

ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de

un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-

día ser agradable, extraño, o una horrible pesadilla, de

estepas blancas eternas y un viento helado que cortaba el

rostro. Y también podía referirse al más secreto anhelo de

nuestra alma. Claro que lo sabía; sería un simple reparti-

dor de periódicos, pero Kay no era ningún ignorante. Su

feliz infancia con Gerda y con su sabia abuela, las noches

enteras junto al fuego escuchándola relatar sucesos mara-

villosos, leyendas, personajes increíbles que ella siempre

juraba que existían, habían conseguido que Kay se intere-

sase mucho por las historias, y que aprendiera a escribir

y a leer antes que los otros niños. Y una experiencia re-

ciente, difícil de olvidar, le había hecho madurar aún más.

Por las malas.

Sin embargo, no tenía ni idea de qué pretendía el doc-

tor haciendo tanto hincapié en el asunto. Era como si le

preocupara que los sueños de Kay pudieran extenderse a la

Page 6: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

10

Sofia Rhei y Marian Womack

vida real. Tampoco se atrevía a preguntar. Había cosas que

dolían demasiado, como los ojos de la Reina de las Nieves.

—Hasta mañana entonces —dijo, y se dio la vuelta so-

bre la cara moqueta, suave y mullida bajo sus pies. Y al sa-

lir cerró la puerta con cuidado, despacio, sin hacer ningún

ruido, como si temiera despertar a alguien querido que

durmiera en la habitación contigua.

Mientras bajaba las escaleras Kay volvió a sentir una

punzada de culpabilidad. Gerda estaba esperándolo en el

portal como cada mañana, con una amplia sonrisa en su

rostro.

Kay pensó que no tenían muchas razones para sonreír.

Aquel era un otoño oscuro y desapacible que apuntaba a

un invierno duro. Kay temía que pronto decidieran pres-

cindir de su ayuda en el reparto del periódico, porque en-

tonces sí que llegarían los verdaderos problemas. No tenía

ni idea de cómo iba a conseguir dinero para él y para su

abuela si esto ocurría.

Y, sin embargo, no debía quejarse. Otros corrían toda-

vía peor suerte que ellos: eran las familias de los niños des-

aparecidos cuyo número aumentaba cada día en la ciudad.

Al principio las desapariciones se habían limitado a

una zona de Copenhague todavía más pobre que el ba-

rrio donde habitaban Gerda y él. Todo el mundo sabía que

aquella zona de la ciudad se encontraba llena de malean-

tes y desgraciados, que compartían sus calles con los ma-

rineros más honrados y humildes. Sin embargo, los bajos

Page 7: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

11

LA CALLE ANDERSEN

fondos parecían haberse ido extendiendo cada vez más,

acercándose de forma peligrosa hasta las calles frecuenta-

das a diario por los dos amigos. Antes únicamente afecta-

ban a niños desconocidos de barrios desconocidos, pero

ahora todo había cambiado. Hacía más de dos semanas

que no sabían nada del pequeño Karl, uno de los niños de

su calle.

Nadie podía conocer del todo los peligros que acecha-

ban en Copenhague, incluso a plena luz del día. Pero eso

a Gerda le importaba muy poco. Desde el regreso de Kay,

parecía que tuviera miedo de dejarlo solo. Aunque cada

mañana él le pidiera a su amiga que no lo acompañase,

que dejara de vagabundear como solía hacerlo, Gerda tenía

muy claro que no pensaba separarse de Kay, y que nada

la apartaría de las calles, donde siempre estaba dispuesta

a echar una mano a cualquier niño desconocido. Su co-

razón generoso se mostraba constantemente atento a las

necesidades de todos los que habitaban la ciudad, por muy

peligrosa que esta se volviera.

Por todo aquello Gerda era muy conocida entre los

niños, y todavía lo era más su maravilloso vestido de lino

recubierto de infinidad de bolsillos. Se lo había confec-

cionado ella misma y era una muestra de su ingenuidad

e inteligencia. No había nada necesario que Gerda no se

sacase al instante de uno de sus bolsillos: desde una aguja

enhebrada hasta una piedra de yesca o una galleta capaz

de calmar el hambre de un necesitado; aunque nadie en-

Page 8: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

12

tendiese el modo en que tales maravillas llegaban hasta

ellos.

En ese momento Gerda sacó, como por arte de magia,

una reluciente manzana de uno de los bolsillos y se la ofre-

ció a su amigo.

—¿Cuántos periódicos te quedan por repartir?

—Los de toda esta calle.

—Pues entonces los repartimos entre los dos. Yo me

encargo de ese lado de la calle y tú te quedas en este.

—No es justo que me ayudes. Es mi trabajo.

—No seas tonto, tú también me ayudas en todo.

Precisamente en aquel momento pasó por su lado un

hombre que cojeaba. Pero la cojera no parecía ser el úni-

co defecto que la naturaleza había decidido concederle: los

ojos del vagabundo apuntaban en una dirección comple-

tamente distinta. El derecho parecía mirar hacia delante, y

además se movía con una rapidez inusitada, como fasci-

nado por todo. El izquierdo, sin embargo, se dirigía hacia

las ventanas y las puertas de los edificios: era amarillento y

parecía recubierto de una lámina acuosa, lo que le confería

un brillo especial e insano.

—Mira ese tipo —dijo Kay, empleando el malévolo

tono de voz que Gerda tanto odiaba, y que parecía acom-

pañarle a todas partes desde el invierno anterior—. Con

un ojo está buscando monedas en el suelo, y con el otro

está buscando qué ventanas son las mejores para entrar a

robar.

Page 9: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

13

LA CALLE ANDERSEN

A Gerda le horrorizaron las palabras de su amigo. Lo

miró muy seria y a continuación le espetó:

—¿Por qué tienes que ver siempre lo malo en las perso-

nas? ¡No es más que un pobre hombre, Kay! ¿Es que te ha

hecho algo? A veces eres muy bueno con todos, pero otras

me da mucha pena escuchar las cosas que se te ocurren de

los demás.

La niña se dirigió hacia el mendigo y le entregó otra

manzana. El ciego la olfateó con avidez y le agradeció calu-

rosamente el regalo.

Al volver junto a Kay, este le dijo:

—Todo el mundo tiene algo malo, Gerda.

—¿De veras, Kay? ¿Yo también?

Kay se la quedó mirando durante un instante. Enton-

ces dijo:

—Eres demasiado infantil. No te das cuenta de nada.

El mundo está lleno de impostores.

Gerda quiso replicarle, pero lo pensó mejor. Desde que

Kay había pasado un invierno entero en los dominios de

la nieve no había vuelto a ser el mismo. A menudo quería

entablar con él una conversación sobre este tema, y hablar

sobre su extraña desaparición, sobre el viaje que hizo Ger-

da anhelando encontrarlo con vida, sobre su rescate del

Palacio de Hielo y el regreso de ambos a la ciudad bullicio-

sa. Su amigo, antes vivaracho y orgulloso de sí mismo, se

había vuelto un muchacho taciturno con un gesto sombrío

continuamente instalado en su rostro antes tan alegre.

Page 10: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

14

Sofia Rhei y Marian Womack

Tal vez había llegado el momento de actuar, de hablar,

de decirle que no todo el mundo era malo como él se em-

peñaba en repetirle. Que estaba muy equivocado. Tal vez

había llegado el momento de preguntarle por qué había

cambiado el modo en que veía el mundo, por qué su mi-

rada siempre se encontraba con lo peor de cada persona.

Sin embargo, Gerda no tuvo tiempo de abrir la bo-

ca. Justo cuando pensó que podría articular las palabras

precisas para decirle a Kay todo lo que le preocupaba, su

atención, como la de todos los transeúntes, se vio desviada

hacia un pequeño e inesperado alboroto en mitad de la

ordenada ciudad.

Al otro lado de la acera vieron a un grupo de jóvenes

algo mayores que ellos, andrajosos y cubiertos de mugre y

de manchas de aceite. Era evidente que no se encontraban

llevando a cabo ninguna empresa honesta. Pero lo más in-

sólito era que parecían estar persiguiendo a una niña de

unos diez años, sucia y harapienta, que corría descalza de-

lante de ellos. De vez en cuando la niña volvía la cabeza, y

sus cabellos dorados se revolvían atrapados en mechones

sudorosos, ocultando por un instante unos ojos abiertos

como platos y evidentemente asustados.

Para el asombro de los amigos, los elegantes transeún-

tes se apartaban al paso de la persecución en ciernes, pero

nadie parecía tener intención de involucrarse para ayudar

a la pequeña. Se encontraban en uno de aquellos barrios

de la ciudad llenos de casas elegantes y árboles cargados de

Page 11: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

15

LA CALLE ANDERSEN

frutas que no se comían, que solo estaban allí parar deco-

rar, y donde nadie en absoluto se inmiscuía en los asuntos

de nadie, mucho menos en los de una niña malnutrida.

Esta vez Gerda no se sorprendió ni molestó cuando escu-

chó a Kay proferir un grito: «¡Cuánto odio a los ricos!». De

hecho, ante tamaña indiferencia, ella podía llegar a sentirse

casi igual, aunque odiar fuera en verdad una palabra bas-

tante fuerte.

—¡Venga, vamos! —dijo entonces su amigo, agarrán-

dola fuerte del brazo y tirando de ella— ¡Tenemos que ha-

cer algo! —Ambos echaron a correr calle abajo detrás del

grupo. En aquel momento Gerda no tenía la más remota

idea del tremendo lío en el que estaban a punto de meterse,

ni se imaginaba la peligrosa aventura en la que acababan

de embarcarse.

En aquel instante a Gerda la movía su sentido de la jus-

ticia: estaba claro que no podía permanecer indiferente an-

te dos abusones que arremetían contra alguien que no les

había hecho nada, que ni siquiera era de su tamaño. Ade-

más, Gerda corría sin sentir miedo alguno, en parte porque

sabía que mientras estuviera con Kay no podía ocurrirle

nada, y en parte porque se dio cuenta, en aquel preciso

momento, de algo de lo que no había sido consciente antes.

Estaba claro que, desde el regreso de ambos de su aventura

en el castillo de la Reina de las Nieves, Gerda había echado

de menos la emoción del peligro y la aventura.

Al doblar una esquina se vieron en una callejuela muy

Page 12: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

16

Sofia Rhei y Marian Womack

poco frecuentada y algo oscura, con charcos de agua su-

cia, cajas de madera repletas de comida podrida de los

restaurantes vecinos, hojas de periódicos, y gatos de va-

rios tamaños y colores que saltaron de los cubos de basu-

ra, presintiendo, con ese instinto que tienen los animales,

que se acercaban problemas.

Page 13: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

17

Capítulo Dos

LA PEQUEÑA CERILLERA

Los chicos mayores tenían a la niña acorralada, y uno

de ellos tensaba una cuerda con sus manos mostran-

do una sonrisa repleta de huecos vacíos y negros, donde

el muchacho había tenido los dientes, que le hacía parecer

una calavera con muy malas pulgas. En cuanto vio a Kay y

Gerda, dijo, con una sonrisa oscura:

—Mira lo que tenemos por aquí. Hoy el río está lleno

de peces.

Y se dirigió hacia ellos, amenazante.

De repente, todos los presentes se volvieron hacia la

entrada de la callejuela, desde donde se oyeron unos pasos

seguros y fuertes. Una silueta se recortaba contra la luz del

LA PEQUEÑA CERILLERA

Page 14: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

18

Sofia Rhei y Marian Womack

día. Caminaba con paso seguro, nada parecía alterarla. De

repente la silueta dijo con una voz llena de confianza:

—Buenos días, caballeros. ¿Tendrían ustedes la bon-

dad de aclararme qué pretenden conseguir de esta joven

dama, que no parece encontrarse demasiado contenta con

sus atenciones?

Kay no daba crédito. Era lo último que se esperaba: el

que hablaba era un muchacho de unos catorce años, ape-

nas mayor que ellos, pero que se expresaba como un adul-

to. Iba vestido como un pequeño caballero, y se dirigía a

los matones con la seguridad de la que suelen hacer gala los

ricos. Gerda lo miró con interés y sorpresa, pero Kay fue

más rápido que ella: calculó la inesperada ventaja que la

aparición del pequeño dandi suponía. El joven había atraí-

do la atención de los matones, y era evidente que aquella

intromisión les había sorprendido lo suficiente como para

distraerlos. Sin que nadie se diera cuenta, salvo quizá, la

niña prisionera, se situó en una posición favorable para él

en el caso de que se produjera una pelea, con un pie en las

sombras y el otro dirigido hacia los matones.

Estos miraban a Gerda, a Kay y al niño rico con evi-

dente incredulidad, pero pronto esta expresión dio paso a

aquellas sonrisas desdentadas y dispuestas a todo, porque

estaba claro que aquellos matones de barrio no tenían na-

da que perder. El que parecía el cabecilla, un chico rubio de

casi veinte años, se frotó las manos con seguridad mientras

decía:

Page 15: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

19

Page 16: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

20

Sofia Rhei y Marian Womack

—Estupendo. Vienen a nosotros como los conejos ha-

cia el cepo.

Sus secuaces se troncharon ante el comentario. Uno

de ellos, grande como un oso, se reía con el rebuzno de

un asno, cerrando sus minúsculos ojillos de hurón. Y Kay

pensó, mirándolo, que era como si aquel matón tuviera

dentro tres animales distintos. Era un buen insulto, pero

no le dio tiempo a pronunciarlo, porque en un santiamén

el muchacho ya se estaba abalanzando sobre él y sobre

Gerda.

En un instante, Kay se plantó delante de su amiga para

protegerla. A continuación miró fijamente al gigantón…

y acto seguido rompió a reír a carcajada limpia. Gerda lo

miraba sin dar crédito. Era como si su amigo, mediante

el método de clavarle la mirada a cualquier persona que

tuviera delante, fuera capaz de leer sus pensamientos, de

entrar en su alma, y de robarle a quien quisiera sus más

oscuros secretos. Kay le dijo al matón:

—¿Así que aún te haces pis en la cama?

Gerda no entendía nada. ¿Cómo podía saber Kay tal

cosa? ¿Acaso los conocía de algo? Era imposible. Sin em-

bargo, la sorprendente afirmación parecía ser cierta. El

matón palideció y dio un paso hacia atrás, confundido y

asustado. Los dos chicos que tenía detrás estallaron en risas

burlonas.

—No será verdad, ¿no, Otto? —preguntó con malicia

el de la boca negra.

Page 17: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

21

LA CALLE ANDERSEN

—Míralo… parece que se ha quedado mudo —dijo el

rubio—. Seguro que es verdad.

Otto salió corriendo avergonzado, dobló la esquina y

desapareció en el bullicio de la calle.

—Uno menos —susurró Kay.

Mientras tanto, el cabecilla de la banda se había decan-

tado por el chico de los zapatos elegantes. Ambos forcejea-

ban, y el jefe del grupo ya le había arrancado un botón de

la chaqueta. Algo pequeño y delicado, nacarado como una

perla, cayó sobre un charco del suelo, desde donde brillaba

como una luna redondeada y diminuta.

—A ver de qué te sirve ahora todo ese abecedario —

dijo el cabecilla mofándose del niño bien vestido. Pero el

joven permanecía imperturbable.

—Quizá hayas querido decir «vocabulario».

El joven y el veinteañero se abalanzaron el uno contra

el otro, mientras los dos compinches se regocijaban ante

la pelea inminente. Gerda admiró la valentía del niño rico,

puesto que, además de ser más bajo que el otro, demostra-

ba con cada uno de sus gestos no tener ninguna experien-

cia en la lucha cuerpo a cuerpo. Primero separó las piernas

de forma algo cómica, y a continuación dobló los codos y

colocó los puños en alto.

—Qué postura más ridícula –le susurró Gerda a Kay,

asustada.

—Yo no lo creo –aseguró su amigo, que conocía esa

pose por haberla visto en los grabados deportivos del doc-

Page 18: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

22

Sofia Rhei y Marian Womack

tor de sueños. Era una posición acorde con las reglas del

boxeo inglés.

—¡Cuidado! —alertó Gerda al joven cuando su opo-

nente le lanzó un gancho de izquierda. Incluso Kay se re-

torció esperando lo peor. Sin embargo, el joven demostró

ser bastante diestro esquivando la emboscada al encogerse

de forma ágil, de modo que el puño del corpulento bandi-

do le pasó por encima de la cabeza. Incluso aprovechó que

este estaba agachado para propinarle un sonoro puñetazo

en el estómago que le hizo caer al suelo entre estupefacto

y enfadado.

—Gracias por la advertencia, señorita —le dijo a Gerda

con una sonrisa. Ella a su vez se la devolvió, sonrojándose.

—¿Este es el mejor momento para coqueteos? —se oyó

mascullar a Kay.

Pero entonces el resto de bandidos, que habían ayuda-

do a levantarse a su amigo, cargaron contra ellos.

Nadie comprendió lo que sucedió a continuación.

Primero se oyó un chasquido leve, como el del una ce-

rilla al encenderse; y, en efecto, el olor familiar del fósforo

lo inundó todo.

Acto seguido una extraña luz, dorada e irreal, los des-

concertó a todos: a los jóvenes maleantes, al chico de los

zapatos caros, a Gerda y a Kay.

Y cada uno de ellos creyó encontrarse en otro lugar y

en otro tiempo.

El jefe de la pandilla pensó que estaba en una tienda de

Page 19: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

23

LA CALLE ANDERSEN

licores. Estaba llena de los brebajes más apetecibles, y no

había nadie que le recriminara detrás del mostrador que

aún era demasiado joven…

Uno de sus amigos creyó por un momento que su ma-

dre todavía estaba viva…

Gerda se vio a sí misma un año antes, jugando con Kay

en el jardín improvisado entre sus dos tejados. Era un día

agradable de verano, las fresas brotaban en los cajones de

tierra, y su amigo aún era el de antes.

El niño rico soñó por un instante que construía una

máquina voladora. La había confeccionado él mismo, con

relojes viejos, manivelas metálicas y palancas de hierro re-

torcido.

Todos, de hecho, imaginaron durante un segundo má-

gico que sus anhelos más secretos se volvían reales.

Kay también soñó. Y jamás podría confesarle a nadie

en el mundo las imágenes que vio frente a él, mucho me-

nos a su amiga Gerda, que se había jugado la vida por ir a

buscarlo. Pero por un instante volvió a ser rabiosamente

feliz de nuevo, sintiendo el frío de la nieve crujiente entre

sus manos y aquel viento cortante quemándole la cara,

como cuando se encontraba a bordo del trineo de la Rei-

na de las Nieves. El rostro de la mujer se volvía hacia él

y le sonreía con sus dientes, blancos como perlas, y sus

ojos azules casi transparentes, tan parecidos a cristales de

hielo.

Al igual que todos los presentes, durante aquellos bre-

Page 20: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

24

Sofia Rhei y Marian Womack

ves instantes de dicha, Kay experimentó esa felicidad tan

especial que solo otorgan los sueños. No importaba lo que

dijera el doctor. Los sueños eran lo único que importaba

en el mundo…

Pero Kay volvió a despertar. Todos lo hicieron.

Y cuando volvieron en sí, aturdidos, ninguno supo qué

decir. Todos se miraron los unos a los otros buscando res-

puestas. Parecía evidente que ninguno de ellos sabía con

certeza qué acababa de ocurrirles. Gerda fue la primera

que habló, y dijo lo que estaba en la mente de todos:

—¡La niña! ¡Ha desaparecido!

—¡Esa niñata tiene razón! —gritó el cabecilla—. ¿Có-

mo habéis podido dejar que se os escape?

—Pero… ¡si estaba aquí hace un segundo…! —mur-

muró uno de ellos.

—¡Corred a buscarla, imbéciles! —les gritó—. Y en

cuanto a ti... —añadió, volviéndose hacia el niño rico en ac-

titud desafiante.

Sin embargo, entonces fue Kay quien dio un paso hacia

ellos, con actitud decidida. A pesar tener solo trece años,

era tan robusto como los chicos mayores, y su manera de

moverse, tan diferente a la del chico de familia acomodada,

dejaba claro que no era la primera vez que se enfrentaba a

una situación como aquella.

El matón los miró a ambos, calculó sus posibilidades, y

entendió que eran muy pocas.

—La próxima vez que nos encontremos no seréis tan

Page 21: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

25

LA CALLE ANDERSEN

valientes —dijo antes de echarse a correr, huyendo de allí.

Kay y el chico bien vestido se miraron y se sonrieron

por primera vez.

—Buenos días. Mi nombre es Joachim Maximilian

Ernst Tercero —dijo el chico rico, tendiendo la mano.

—Kay —fue la única respuesta.

Sin embargo, entre los dos chicos se estableció una co-

rriente de simpatía. A Kay le gustó que Joachim no mostra-

ra la altivez propia de algunas personas de su clase social.

A Joachim, por su parte, le agradó la mirada inteligente de

Kay, y su voluntad de no dejarlo solo en la pelea.

—Encantado de conocerle. Permítame que le felicite

por su valentía.

—Tú tampoco te has quedado atrás. Conozco de vista

a esa pandilla, y no se andan con tonterías.

—Mirad a quién he encontrado —oyeron decir a Ger-

da. La joven traía de la mano a la niña pálida vestida de

harapos—. Se había escondido detrás de la basura.

—¿Se encuentran ustedes bien, señoritas? —preguntó

Joachim solícito.

Gerda se quitó el chal y se lo puso a la niña por encima

de los hombros.

—Yo estoy estupendamente, gracias. ¿Y tú? ¿Cómo te

llamas? —le preguntó a la niña.

La pequeña los miró, aún atemorizada.

—No vamos a hacerte nada. Los otros ya se han ido

—la tranquilizó Kay.

Page 22: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

26

Sofia Rhei y Marian Womack

—¿Qué diantres querían esos chicos? —preguntó Ger-

da.

Entonces Joachim se acercó a la pequeña y le apartó

los mechones que le caían sobre la frente. Al hacerlo, los

demás vieron que la niña era tan bonita como las muñecas

de porcelana de las tiendas del Frederikstaden.

—¿Adda…? —preguntó con voz titubeante—. ¿Eres

tú?

—¿Te acuerdas de mí? —dijo la pequeña con una voz

temblorosa que recordaba al canto de los pájaros.

—¿Cómo no iba a acordarme? Pero ¿qué te ha pasado?

¿Quién está cuidando de ti? ¿Qué ha sido de tu abuela?

A Joachim se le ocurrían muchas más preguntas, pero

no podía pronunciarlas tan deprisa como hubiera desea-

do. Su rostro era una mezcla de sorpresa y felicidad. Kay y

Gerda se miraron estupefactos. ¿Cómo era posible que un

chico tan bien vestido conociera a una niña harapienta?

—Mi abuela ha perdido la razón. Ahora soy yo quien

cuida de ella.

Entonces todos se fijaron en la cesta de cerillas que lle-

vaba la niña. Entre todos los trabajos miserables, aquel era

el peor, el que nadie quería hacer. Mucha gente pensaba

que la venta de algo tan insignificante como los fósforos

era poco más que una excusa para mendigar.

—Supongo que esos chicos no tenían muchas luces y

necesitaban conseguir alguna —dijo Kay, mirando a Ger-

da. Pero su amiga no pareció atender a la broma. Sus ojos

Page 23: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

27

LA CALLE ANDERSEN

estaban clavados en Joachim. Este se había quedado sin ha-

bla al enterarse de la situación de su amiga de la infancia.

Quería ayudar y proteger a la niña, pero no sabía qué decir

ni qué hacer. Gerda, por su parte, la abrazó, proponiendo

algo práctico, como era habitual en ella:

—¿Por qué no vamos a mi casa y os preparo una sopa

de puerros y patatas? También tengo que coserte ese botón

—le dijo al adolescente, sacando aguja e hilo de uno de sus

bolsillos.

Kay entornó los ojos y lanzó un resoplido. Pero debajo

de su indiferencia impostada sentía una punzada de celos.

Hacía tiempo que Gerda no le cosía un botón a él.

Entonces Joachim sacudió la cabeza, como si se le aca-

bara de ocurrir una idea feliz. ¡Por supuesto! ¿Cómo no lo

había pensado antes?

—¡De ninguna manera, señorita! ¡No la vamos a poner

a cocinar! Todos deben venir a mi casa. Mi hermano pe-

queño se alegrará mucho de volver a verte, Adda. E insisto

en invitar a mi nuevo amigo Kay y a la encantadora dama

que le acompaña.

—Gerda —dijo ella, sonrojándose, y deseando por pri-

mera vez en su vida que su nombre fuera un poco más

aristocrático. Kay frunció el ceño.

Joachim Maximilian Ernst Tercero le ofreció su bra-

zo a la pequeña vendedora de cerillas, y la escoltó hacia la

avenida.

Gerda miró a Kay, como preguntándole qué era lo que

Page 24: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

28

Sofia Rhei y Marian Womack

debían hacer. Kay asintió imperceptiblemente con la cabe-

za.

—¿Y tus periódicos? —susurró ella.

—Los repartiré después. Hay algo que me preocupa.

No entiendo qué es lo que ha pasado antes, con todo ese

estallido.

Kay y Gerda caminaban unos metros por detrás del

niño rico y la vendedora de cerillas. Aun así, Kay habló en

voz baja.

—Todos nos hemos quedado como paralizados, ¿ver-

dad?

—Ha sido muy extraño. He recordado uno de los mo-

mentos más felices de mi vida —respondió ella, abriendo

mucho los ojos.

Kay volvió a sentirse culpable.

—No comprendo por qué esos bribones tenían tanto

interés en Adda. Creo que esconde algún tipo de secreto, y

quiero averiguar de qué se trata.

Kay se quedó en silencio. Gerda, que lo conocía bien, se

dio cuenta de que estaba preocupado.

—Pero además hay otra cosa.

Kay habló lentamente, como si no supiera cómo pro-

nunciar las siguientes palabras:

—Uno de esos chicos llevaba la gorra de Karl.

Gerda se tapó la boca con la manos, asustada, y se que-

dó unos segundos incapaz de moverse, como plantada en

el suelo.

Page 25: Ilustraciones: Lola Rodríguez · 2020. 2. 19. · ja», tenía más de un significado. Una «hoja» podía ser de un libro, de un árbol, o de un cuchillo. Un «sueño» po-día

29

LA CALLE ANDERSEN

—¿Estás seguro?

—Le encantaba esa gorra. Se la hizo su madre. No pue-

de haber otra igual.

Era evidente que algo malo ocurría en la ciudad. Tal

vez no volvieran a ver nunca a Karl. Pensó en la madre del

chico, y sintió una tristeza intensa, mientras los ojos se le

llenaban de lágrimas cálidas.

Una fría ráfaga recorrió el cuerpo de Kay antes de que

fuera capaz de apretar el paso y unirse a sus dos nuevos

amigos.