Influencia de la novela romántica o utópica en la formación del … · 2014-04-11 · análisis...

análisis del medio rural latinoamericano 101

Influencia de la novela romántica o utópica en la formación del pensamiento socialista en el México del siglo XIX

Juan José Rojas Herrera1

Durante el siglo XIX, la novela fue uno de los principales instrumentos de difusión de ideas en forma masiva, a través de la cual los diferentes autores trataron de llegar al público para contribuir a la necesaria toma de conciencia para impulsar procesos de transformación social, por medio de la práctica de la cooperación y de la ayuda mutua.

En este marco es de reconocer que la novela social francesa contribuyó a la di-vulgación en México tanto del pensamiento socialista como del social-cristianismo, y por ende a la formación de una conciencia social progresista y libertaria.

En efecto, como afirma Illades (2008: 36), “la influencia de Lamennais se dejó sentir en distintos ámbitos, haciéndose patente en las novelas de corte social. Escritores como José Rivera y Río y Pantaleón Tovar asumieron su cuestionamiento a la Iglesia católica, el retorno a los principios fundadores, el republicanismo y su mirada hacia lo social. Iro-nías de la vida y La hora de Dios de Tovar, Las tres aventureras y Esqueletos sociales de Rivera, por mencionar sólo algunas, están impregnadas de las tesis del clérigo francés. En la prensa obrera, por su parte constantemente aparecían citas y referencias al autor de las Palabras de un creyente”. La novela Las tres aventureras de José Rivera y Río fue publicada en 1861 como folleto complementario del periódico liberal El Movimiento, dirigido por Gabino F. Bustamante y en cuyo cuerpo de redactores figuraban, además de Pantaleón Tovar2 y José Rivera y Río, Francisco Díaz Covarrubias y Antonio García Cubas.

Otras novelas sociales de la época fueron: La clase media (1858), de Juan Díaz Covarrubias3, Fatalidad y Providencia (1861), de José Rivera y Río4 y María, la hija

1 Profesor-Investigador del Departamento de Sociología Rural de la UACh

2 Nació en la ciudad de México en 1828 y falleció en 1876. Luchó del lado liberal contra la invasión norteamericana y la intervención francesa. Además de la influencia de Lamennais, su obra refleja el influjo de Eugenio Sué. Otras de sus obras fueron: Misterios del Corazón, Una deshonra sublime, La gloria del dolor y La conjuración de México.

3 Es uno de los “Mártires de Tacubaya”, pues cuando asistía como practicante de medicina en la batalla que se libraba en las proximidades de Tacubaya, fue hecho prisionero por las tropas de Leonardo Márquez y fusilado con todos sus compañeros. Otras de sus obras fueron Sensitiva, El Diablo en México, Páginas del corazón (versos) y Gil Gómez el Insurgente.

4 Luchó contra los franceses en 1862; hecho prisionero en Puebla, logró fugarse y vivió varios años en Nueva York; colaboró después en varios periódicos de su época. Falleció en 1891.

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de un jornalero (1873), de Wenceslao Ayguals de Izco. Esta última novela se publicó y difundió en las páginas del Socialista, periódico que en su edición correspondiente al 21 de diciembre de 1873, ofreció el siguiente resumen de dicha obra: “María… es un personaje en cuyos labios sonríe la virtud y en cuyo corazón se abrigan los senti-mientos más elevados; en una palabra, María es la personificación del heroísmo, de la pureza y del bien. Hija de un jornalero humilde, se presenta a los ojos del lector con toda la majestad de una reina; pero de una reina que sabe comprender los deberes que le impone la sociedad y que a la hermosura del semblante, une la belleza del alma. Más tarde, seducida por mentidos halagos penetra en los salones del gran mundo, y ni el oro, ni la magnificencia, ni las amenazas, logran corromper su corazón de ángel”.

Gastón García Cantú (1969: 42-43), por su parte, hace alusión a la novela de Al-fonso de Esquiros La vida futura bajo el punto de vista socialista, señalando que uno de sus personajes “era el cura Sinforiano, para quien la nueva palabra que debía venir era el socialismo, apoyado por la reducida falange de sus partidarios, los precursores de la abolición de los dogmas y la teología”.

Este mismo autor cita también a Eugenio Sue como “verdadero introductor del socialismo en nuestro país… a través de Los Misterios de Paris, El Judío Errante, Mujer del gran Mundo y Martín el expósito, leídas con avidez desde 1847”, si bien aclara que a Eugenio Sue muchas veces se le consideró más filántropo que socialista. Los periódicos liberales como el Siglo XIX y el Monitor Republicano publicaron en extenso las novelas de Sue; en cambio, los periódicos conservadores como El Católico y La Voz de la Religión, dedicaron espacios importantes a impugnar especialmente a El Judío Errante, por considerarlo una obra anticatólica y antisocial, “que tiende a corromper la moral pura y el dogma inmutable del Evangelio”. Uno de los periódicos de la Sociedad católica de México, El Pueblo, publicado del 4 de enero al 17 de marzo de 1870, fue aún más categórico y a la condena de las novelas de Eugenio Sue, sumó las de Alejandro Dumas y George Sand, puesto que, en su opinión, “dañaban la moral y generaban males sociales”.

Pero, como era normal, en una época de intenso debate ideológico, los intelectuales adscritos al conservadurismo no se limitaron a cuestionar las novelas sociales sino que desde la redacción del periódico La Cruz se propusieron crear una literatura nacional, sin directriz política, pues estimaban que la novela podría ser un instrumento ideal para inculcar valores morales y religiosos favorables al catolicismo y contrarrestar la influencia “nefasta” de la novela socialista que propalaba una solución falsa a los problemas sociales. Atendiendo a dicho propósito, se publicaron en este periódico


Influencia de la novela…

traducciones de textos del abate de Lammenais, la novela de Pablo Feval titulada Miss Olivia y destacadamente la novela de José María Roa Bárcena5, dada a conocer bajo el seudónimo de Antenor, La quinta-modelo, que, a decir de Illades (2008: 36-37), “denunció el liberalismo, aunque habló más bien del socialismo. Con mirada extraviada y ánimo inquebrantable, Gaspar, el hacendado protagonista, acometió la monumental tarea autoimpuesta. Primero ordenó que se esculpieran en yeso las figuras de Saint-Simon y Fourier. Posteriormente, suprimió el peonaje, los fueros y los castigos corporales, corrió al administrador y repartió la tierra para el cultivo, haciéndose cargo del gobierno comunitario. Consideró también edificar una escuela nocturna de artes y oficios e instituir jurado popular. Desafortunadamente, poco tiempo bastó para que la democracia deviniera en dictadura, para que los empeñosos trabajadores se hicieran flojos y ociosos, para que la intachable moral católica degenerara en libertinaje y robo, y para que quebrara la antes próspera quinta. El experimento social acabó tan mal como Roa fue capaz de imaginar, sin concebir otra opción ante el desastre más que volver a como estaban antes, es decir, a recrear el orden terrateniente de la hacienda”.

Pero, dentro del panorama literario antes esbozado, las tres novelas utópicas por excelencia del siglo XIX, en las que la pretensión de exponer los rasgos característicos de una sociedad ideal alcanza su máxima expresión, son, sin duda, El Periquillo Sar-niento de Joaquín Fernández de Lizardi, El Monedero de Francisco Pizarro y Navidad en las Montañas de Ignacio Manuel Altamirano. A continuación nos detendremos en la presentación de algunos de los aspectos más relevantes de estas tres joyas de la literatura nacional, subrayando, ante todo, sus propuestas de construcción de modelos de sociedades utópicas perfectas.

El Periquillo Sarniento

El autor de El Periquillo sarniento, José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), nació y vivió en la Ciudad de México y, aunque era de origen criollo y de formación refinada e ilustrada, logró identificarse plenamente con la idiosincrasia y el sentir popular de su tiempo. Participa en la guerra de Independencia, de la cual se retira con el grado de capitán retirado. En 1812, amparándose en la libertad de imprenta consagrada por la Constitución de Cádiz, fundó un periódico que se reducía a una hoja semanal llamado El Pensador Mexicano (1812-1814), en la que defendía con fervor el derecho del hombre a la libertad individual y a la independencia política, 5 Durante la intervención francesa, Roa participó en la Junta de Notables que votó por la monarquía. Su nombre figuró en la Academia Imperial de Ciencias y Literatura establecida por el emperador. A la caída del Imperio fue condenado a dos años de prisión.

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pronunciándose abiertamente contra la esclavitud y toda forma de racismo y discri-minación social. Ese mismo año, por orden del Virrey Francisco Javier Venegas, fue encarcelado por atentar contra el orden colonial. Permanece en prisión siete meses, al cabo de los cuales es absuelto y retoma la edición de su hebdomadario, logrando formar tres volúmenes. A raíz del episodio de su encarcelamiento, utilizó el nombre mismo del periódico como seudónimo para firmar sus artículos, libros y folletos.

En 1815 lanzó otros dos periódicos que aparecían al mismo tiempo, Alacena de Frioleras y El Cajoncito de la Alacena, que pronto fueron objeto de censuras. En 1819 publicó Ratos entretenidos o miscelánea útil y curiosa, y en 1820 El Conductor eléctrico.

En 1820 creó la “Sociedad Pública de Lectura” para que el público se instruyera en la lectura de periódicos y libros, a cambio de una módica cuota.

Al año siguiente, cuando se selló la alianza entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero con el Plan de Iguala, Fernández de Lizardi, junto a los hermanos Miramón, publicó El Diario Político Militar Mexicano.

En 1822 publicó El amigo de la paz y de la patria, periódico político, dedicado al muy ilustre ciudadano “Agustín Primero Emperador de México”, cuya entronización, en los primeros números de la publicación, se considera como un acontecimiento providencial; sin embargo, en números subsecuentes se expone una crítica mordaz motivada por las restricciones impuestas por el monarca a la libertad de expresión. Fernández de Lizardi, decepcionado del Imperio de Iturbide, publicó varios artículos en los que profetizaba su caída.

Del 22 de noviembre al 17 de diciembre de 1823 publicó los seis números que vieron la luz del periódico denominado El Hermano del perico que cantaba la victoria, a través del cual se opuso a que el gobierno estuviera en manos de los militares y se pronunció a favor de la república federal.

En 1824 fundó sus Diálogos entre el Payo y el Sacristán, pequeños folletos en los que defendió la tolerancia religiosa.

Entre el 22 de noviembre de 1826 y el 2 de mayo de 1827 publicó los 24 números que aparecieron del último periódico que dirigió: El Correo semanario de México, cuyas páginas aprovechó para desenmascarar a la Iglesia como una institución cargada



de “vicios, maniobras políticas y corrupción” y pronunciarse públicamente respecto a los diferentes comunicados y decretos, tanto gubernamentales como militares, emitidos en aquellos años e insertos en su publicación. Cabe destacar que las fuertes críticas lanzadas por Lizardi en contra de la Iglesia católica catalizaron la aparición de un órgano clerical, El Defensor de la Religión. A pesar de su corta vida, la publicación gozó de una difusión respetable, pues se distribuyó no solo en la Ciudad de México, se distribuyó, en Durango, Guadalajara, Tlacotalpan y Perote.

En lo que se refiere a El Periquillo Sarniento, vale la pena destacar, de entrada, que está considerada como la primera novela publicada en América, a pesar de la censura entonces existente para la publicación de este género de textos. Se publicó en tres volúmenes sucesivos en 1816 y en un cuarto que apareció tras la muerte del autor.

Retomando y adaptando las características de la literatura picaresca española, Fernández de Lizardi dibuja en El Periquillo Sarniento un magnífico retrato de la sociedad mexicana cuando estaba a punto de conseguir su Independencia y, a dife-rencia de las obras de otros autores, entre ellos los jesuitas -quienes en sus trabajos pusieron el acento en la defensa y exaltación de la historia y la cultura nacional frente a los agravios europeos-, incluye la crítica mordaz de las costumbres locales y exhibe, con crudeza y sin remordimientos, la lamentable condición de ignorancia, marginación y desesperanza que aquejaban al pueblo mexicano. Al mismo tiem-po, y de manera muy sutil, va emitiendo juicios y exponiendo una serie de tesis y planteamientos que podrían contribuir a enmendar o superar los ancestrales vicios, lacras y defectos que mantenían en la postración a vastos sectores de la sociedad, entre ellos: la fe en la bondad innata del hombre, la necesaria educación de las masas como condición indispensable de su autorredención, la revalorización del trabajo como una actividad honrosa, la reactivación productiva del campo, la nacionalización de la minería, la protección del mercado interno frente a la invasión de productos extranjeros, la construcción de una república democrática y la moralización general de la sociedad.

Se trata de una novela con una intención claramente educativa, redactada en pri-mera persona y llena de aventuras en la que su personaje principal, Pedro Sarmiento, es un vagabundo ocupado únicamente en sobrevivir, que cuenta su vida como lección moral para sus hijos, detallando sus días en la escuela y en la universidad y cómo las malas compañías, entre estas: Martín Pelayo y Juan Largo, lo arrastran al juego y, por ese mismo camino, al hospital, a la cárcel y al destierro; cómo la fortuna a veces le sonríe y otras veces le vuelve la espalda.

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El Periquillo cambia muchas veces de patrón y de oficio, recorre la capital y sus alrededores; desempeña, incluso, aunque de forma temporal, cargos públicos, como el de juez de tenencia en Tixtla. Dicho cargo lo asume debido a que el titular es llamado a cuentas en la capital del país, ocasión que El Periquillo aprovecha para investirse a sí mismo como Juez, aplicar multas a libre albedrío y disponer como cosa propia de los recursos públicos. De este modo, decide hurtar los fondos de las Cajas de comu-nidad, apostarlos y perderlos en el juego, siendo por todo ello condenado a servir por ocho años en las milicias de Manila, donde transcurre el único periodo de su vida en que se comporta como un hombre de bien.

Al cumplir su sentencia resuelve volver a su país, pero un naufragio lo conduce a la isla de Saucheofú, en el mar de la China, lugar en el que no solamente habitaba población de origen chino sino también algunos europeos. Después de cuatro meses de reposo y de aprendizaje de la lengua local, El Periquillo es presentado ante las autoridades isleñas, quienes le interrogan acerca del oficio que sabe desempeñar, aclarándole que aunque en dicha isla se practica la hospitalidad, nadie vive sin trabajar, y puesto que El Periquillo, lo que menos deseaba era eso, trabajar, se autoatribuye el título de Conde de la Ruidera, pidiendo salir de la isla en la primera embarcación que se lo permita.

Antes de partir de regreso a su patria para seguir sus aventuras, se entera que en la isla de Saucheofú ciertamente hay pobres, pero no mendigos, pues el gobierno obliga a todos los ciudadanos a aprender y desempeñar un oficio; asimismo, las leyes se aplican con rigor para evitar la delincuencia y la vagancia, creando un ambiente de seguridad y paz social, que causan la admiración y el reconocimiento del pícaro mexicano.

De esta forma, Fernández de Lizardi establece un contraste entre la realidad mexicana de principios del siglo XIX y la posibilidad de que exista una forma de vida mejor en un lugar remoto y distante. En la sátira lizardiana, la utopía es posible, se puede soñar con ella, el futuro es promisorio, no obstante la dureza de la realidad cotidiana que impone una forma determinada de ser y actuar y de la que El Periquillo Sarniento es victima pasiva.

Nájera Corvera (1986: 31-32) estima que el nombre de esta isla utópica proviene de la ciudad china Chau-Chow-Fu, y que, al ser tan incisiva la crítica a la realidad novo-hispana, “este capítulo fue suprimido en su primera edición por el censor Martínez”.

Vale por último apuntar que Fernández de Lizardi escribió tres novelas costum-bristas más de carácter picaresco entreveradas de disquisiciones morales, como La



vida y hechos del famoso caballero Don Catrín de la Fachenda, que es una sátira de la gente elegante de su época; La Quijotita y su prima, en la que critica la educación que se daba a las mujeres; y Noches Tristes y día alegre. También cultivó el teatro, escribió un compendio de fábulas, cuatro calendarios y fue el precursor de la lírica folklórica. Víctima de una tisis pulmonar, falleció el 21 de junio de 1827.

El Monedero escrita en 1861, constituye la primera novela de su tiempo que contie-ne, en forma sistemática, la aplicación de las teorías de Fourier a la realidad mexicana, con un propósito serio de intentar una interpretación sociológica desde la perspectiva del trabajo y demostrar la validez del falansterio como forma de organización social.

La novela, inspirada, asimismo, en los valores del evangelio y los postulados de la Reforma, está finamente contextualizada en los aspectos histórico, geográfico, social, cultural y religioso, que hacen más interesante e impactante el desarrollo de los múltiples temas que aborda.

Describe cuidadosamente la vida cotidiana de la Ciudad de México y sus alrede-dores a mediados del siglo XIX, lo que contribuye ampliamente a la belleza y valor literario de esta obra.

Al mismo tiempo, es una novela misteriosa, encubierta en una truculenta historia de amor, que llena de expectativas la imaginación del lector y lo invita a continuar leyendo, pues su contenido es apasionante y su redacción fácilmente accesible al gran público.

Entre los objetivos principales de El Monedero, pueden advertirse los siguientes:

1.- Expresar bellamente la posibilidad de fundar una comunidad perfecta con una vida en común, en igualdad de condiciones y con la cooperación de todos sus miembros para el progreso colectivo de sus colonias ideales: La Nueva Filadelfia (1846), La Segunda Filadelfia (1848) y La Tercera Filadelfia (1858), que para sus creadores era lo mismo que lograr “La amistad fraterna” en la tierra.

2.- Exponer otras formas de organización laboral comunitaria, como “El Cajón La Esperanza”, “La Estrella del Sur” y “Los Minorazgos”.

3.- Demostrar con las obras anteriores que la armonía social es el amor del universo, y que la igualdad de derechos y la fraternidad en las relaciones humanas es el sueño dorado de los verdaderos demócratas.

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La edición de El monedero sobre la que se realizó éste análisis corresponde al tomo II de las obras de Nicolás Pizarro, publicadas por el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México en el año 2005.

La citada edición está conformada por siete partes, integradas por pequeños capí-tulos, titulados y desarrollados en toda su trama, con un principio y un fin, y que, a su vez, van hilando la historia completa. Asímismo, la obra fue enriquecida con notas aclaratorias sobre el vocabulario de palabras de origen español y náhuatl, referen-cias bíblicas y su traducción al latín y aclaraciones históricas. Finalmente contiene, a manera de conclusión, un epílogo titulado Diez años después que sirve para dar concreción y síntesis a muchas de las ideas expuestas en forma aislada, incompleta y dispersa a lo largo de la obra.

Los hechos narrados en El monedero se desarrollan en un periodo de 12 años, comprendidos entre 1846 y 1858. Los eventos históricos más destacados en esta época fueron La invasión norteamericana, el gobierno itinerante de Benito Juárez y la aplicación de Las Leyes de Reforma, que Pizarro intercala de manera muy didáctica, en el desarrollo de la trama, de tal suerte que el lector, a la vez que se deleita con el desarrollo de la novela, adquiere de un modo sencillo la visión general de cómo sucedieron estos acontecimientos narrados por un testigo presencial.

El argumento general de la obra gira alrededor del proceso de constitución de asentamientos comunitarios ejemplares. Así, la creación de La nueva Filadelfía, a finales de 1846, fue posible gracias al donativo de 250 000 pesos que el comerciante de Tlalpan, Evaristo hizo al padre Luis, cuando obedeciendo a los mandatos de su alma decidió seguir a Dios y abandonar los placeres del mundo, para lo cual entregó sus riquezas al padre Luis y se ordenó de fraile franciscano.

Cuando don Evaristo le donó su dinero al padre Luis, le dijo que se lo entregaba “… a fin de que lo emplee, si no haya otra cosa mejor, en reunir algunas familias necesitadas, para que ejercitando sus respectivas industrias, seguras de que no les faltara lo necesario para la subsistencia, vivan como los primeros cristianos entre quienes eran los bienes comunes”.

Para iniciar la empresa de construcción de La Nueva Filadelfía, el Padre Luis se asoció con Fernando Henkel, y juntos determinaron lo que para ellos debía ser “una comunidad ideal”; asímismo, procedieron a formular un plan de trabajo, en el que se consideraron la ubicación, el clima, el número de familias, las industrias a implantar, el



material de construcción de las casas, la ubicación de las mismas y los departamentos de que habían de componerse, sin descuidar los lugares de esparcimiento.

De acuerdo con lo previsto, en La Nueva Filadelfía no tenía razón de ser la pereza, que es el vicio más intolerable, puesto que precisamente se fundó esta colonia en el trabajo común, coordinado de acuerdo con las personales capacidades de los miem-bros para beneficio de todos. Se trataba de una asociación contractual, voluntaria y gestionada directamente por sus propios miembros.

Con el propósito de dar a conocer al lector los avances en la fundación y consti-tución de La Nueva Filadelfia, el autor recurrió a la correspondencia entre el padre Luis y Fernando Henkel. Por medio de cartas cruzadas nos enteramos de su horario de trabajo, de su reglamento, de sus gastos e inversiones, de sus diversiones, de sus cosechas y, en fin, de mil detalles que hacían la vida cotidiana de la comunidad.

Algunos de los contenidos de las misivas, que en su conjunto conforman el re-glamento de La Nueva Filadelfía y en los que se advierte una gran similitud con las Ordenanzas que regulaban la vida al interior de los Hospitales-pueblo de Vasco de Quiroga, son los siguientes:

Se trata de una empresa agrícola y fabril multiactiva, en cada uno de cuyos ramos productivos prevalece el interés de todos los asociados como base de la vida en común.

Los logros debían ser el fruto de un trabajo conjunto, realizado en faenas sucesi-vas de tres horas, de tal modo que no se atrofiara la inteligencia de los trabajadores debido al fastidio que produce el desempeñó de una actividad monótona y repetitiva. La repartición de lo cosechado debía hacerse con equidad, aplicando así un principio de justicia distributiva.

La Nueva Filadelfía se compondría de familias cuyos individuos quisieran traba-jar, auxiliándose mutuamente en todas las necesidades de la vida con un espíritu de verdadera caridad cristiana.

Por consiguiente, “dicho establecimiento, con todos los edificios de que se com-pone, con todos los seres vivientes que encierra, con todas las semillas y artefactos que produce, no es de alguno en particular, es de todos los asociados. Aquí no hay siervos ni señores, amos ni criados; cada individuo desempeña los oficios que se le encomiendan con humildad y presteza, y por esto unas veces sirve a los demás, y

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otras le sirven, sin que puedan redimirse por modo alguno de su obligación, sino en caso de impotencia, que otros calificaran con equidad”.

“Presiden la asociación el director, el consejero administrativo y la Junta de an-cianos”.

“El director será elegido anualmente por mayoría absoluta de votos, que al efecto emitirán todos los padres de familia existentes en la Nueva Filadelfia, y podrá ser indefiniblemente reelecto. Será casado, y residirá con su esposa en el estableci-miento, con la obligación, si tiene hijos, de sujetarlos a la disciplina general, para dar ejemplo”.

“El consejo administrativo se compone del capellán, del maquinista y del médico de la asociación, y entenderá en todo lo relativo al régimen interior de ésta, en que el director o la Junta de ancianos quisiera consultarle”.

“La Junta de ancianos se compondrá de siete individuos, los más avanzados en edad, existentes en la Nueva Filadelfia, sin que esta dignidad los exima de desempeñar sus respectivas labores como miembros de la asociación, sujetos bajo este respecto a los reglamentos y al director, que es el primer encargado de hacerlos cumplir”.

“En la Nueva Filadelfía solamente se admitirán familias y no personas aisladas cuya procedencia se ignore… Para ser admitido en la asociación basta el acuerdo unánime del consejo administrativo, si no se opone el director… Para despedir a cualquier individuo de la asociación es necesaria la orden del director y el acuerdo por mayoría de la Junta de ancianos…”.

“La autoridad del director se ejerce en cada grupo de trabajadores por medio de sus respectivos capitanes, y en cuanto a las mujeres, por las maestras de obra; éstas y aquéllos serán nombrados anualmente por los mismos colonos en el número necesario para que corresponda a cada veinticinco hombres un capitán y por veinte mujeres una maestra”.

“Los objetos que recibirá cada familia para su uso, cuyo importe se cargará a su cuenta, excepto la habitación, serán los siguientes: una vivienda compuesta de salita y recámara, un banco de cama de madera blanca, un sarape por cada individuo de la familia, cuatro sábanas, una mesa, seis sillas, un sombrero propio para el trabajo a cada uno de los trabajadores, dos camisas para cada hombre y dos para cada mujer; en



la misma proporción la ropa interior necesaria, dos blusas y dos pares de pantalones para cada hombre, y dos vestidos para cada mujer. Zapatos para trabajo, cada vez que sean necesarios”.

“A fin de que no falte ropa limpia a los colonos, estará exceptuada de otro trabajo en cada sábado una mujer de cada familia, que se ocupará en recoser, lavar y planchar una de las dos mudas de ropa que cada asociado recibirá en La Nueva Filadelfia”.

En el libro de inscripciones se asentaban las partidas que expresaban “la cantidad con que cada uno de los asociados contribuye a la asociación. Aunque no todos ponen dinero constante, bien puede valorizarse el trabajo de cada uno de ellos como el rédito de un capital”. En dicho libro, se anotaban también las aportaciones de las mujeres, a razón de un real diario.

A los jóvenes, sólo se les permitía contraer matrimonio una vez que los maestros de obra y los capitanes certificaban que sabían trabajar, tanto la mujer como el hombre.

La Nueva Filadelfia contaría finalmente con una caja de ahorro que “se depositará en el templo, y tendrá dos llaves, una que se guardará por el consejo de administra-ción, y otra en la Junta de ancianos, todos los cuales estarán presentes siempre que se haya de sacar alguna cantidad por orden del director y recibo del mayordomo, cuyo documento quedará en lugar del dinero, tomándose antes razón de su monto y del objeto a que se destina la cantidad en el libro de caja”.

Sobre esta base, los logros alcanzados en 12 años de trabajo, interrumpidos mo-mentánea y violentamente en 1848 por una acción militar de saqueo y exterminio realizada por el comandante general de Jalisco, coronel Arturo María de Montemar, como venganza del ejército debido a que la comunidad había rescatado a algunos de los colonos que habían sido tomados como leva, se exponen en el informe de actividades del año de 1858, epílogo de El Monedero, en donde, entre otras cosas se dice lo siguiente:

“Hemos realizado… lo que muchos no se atrevieron ni a desear. Entre nosotros no hay mendigos; tampoco hay ladrones”.

“El que se imposibilita en el trabajo por cualquier accidente inculpable, no tiene que temer a la miseria, pues hasta su lecho, modesto es verdad, pero limpio y aseado le llegarán los alimentos para la subsistencia, sin que falte la de sus hijos”.

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“Aquí no hay hospital que es el temor del desvalido. No hay mujeres perdidas, ni se deprava la naturaleza porque no se retardan indefinidamente los matrimonios”.

“La mujer no es aquí carga pesada para el hombre que sólo le aumente los gastos sin ayudarle a producir: ¡No! Porque aquí es verdadera compañera y ayudadora del hombre, cuya superioridad se reduce a la dirección de la familia y al respeto doméstico: pero sin esas crueles dependencias que se originan de la desigualdad de condiciones, que acarrea la miseria, y por las cuales siempre ha sido en todo el mundo más que compañera esclava degradada”.

“Sienten aquí el hombre y la mujer juntamente restablecida la dignidad humana […] porque donde todo está nivelado según el mérito, la arrogancia se parecería muy bien a la locura, y nadie quiere pasar voluntariamente por loco…”.

“Aquí no hay soldados: la ‘Junta de Ancianos’ ha mandado que en caso de ser atacados, nos defendamos hasta morir, para que no seamos, como en otra memorable ocasión, fácil presa de los ladrones, o de cualquier tropa armada; cosa de mil hombres instruidos todos en el manejo del rifle, que pueden salir de las dos Filadelfias, pues en esto, como en todo, deben hallarse estrechamente unidas, impondrán el respeto suficiente para que no seamos burlados. Excusado es añadir que llegada la ocasión, las mujeres sabremos también cumplir nuestro deber. Esperando que la Divina pro-videncia alejará de nosotros todas las calamidades que pueden venirnos de nuestros vecinos los civilizados…”.

“Recogemos anualmente suficiente cantidad de maíz, de trigo, de frijol y de otras semillas para alimentarnos frugalmente… Sabemos producir excelentes mantas y sarapes, y medianos casimires… Poco, muy poco, necesitamos de los pueblos ve-cinos, y sin embargo les remitimos anualmente nuestros sobrantes, con cuyo precio aumentamos nuestros fondos”.

Como se deduce de la lectura de El Monedero, los logros alcanzados por esta singular comunidad habrían dependido de la práctica de determinados principios de organización social autogestiva, entre los que podemos identificar la democra-cia interna; la transparencia en el manejo de los fondos; la equidad de género; la soberanía alimentaria; la no degradación de los recursos naturales; la seguridad interna y de la colonia hacia el exterior mediante cuerpos de seguridad propios; la solidaridad comunitaria con los huérfanos, enfermos e imposibilitados para el trabajo; el respeto y aprovechamiento de la sabiduría y la experiencia de los más



viejos; la humildad; la verdadera caridad; la abnegación en el trabajo y un liderazgo basado en el ejemplo.

En cambio, sus enemigos inmediatos están representados, por un lado, por el gobierno, que no solamente los ve con indiferencia, sino que les impone alcabalas, contribuciones y levas, y, por el otro, por la Iglesia, que exige el pago de obvenciones y derechos parro-quiales, sangrando con todo ello los excedentes generados con el trabajo de los colonos.

No obstante, con sentido optimista, la oradora encargada de hacer público el in-forme anual del Consejo de Administración de la Primera Filadelfia, antes referido, concluía su intervención asegurando que, “esperamos, a pesar de tales dificultades, que el incesante trabajo en que vivimos, y más que todo, la protección divina, allanarán los obstáculos que ahora existen para que nuestra institución se generalice cuanto es necesario, cooperando con ella a la dicha del género humano”.

Cabe destacar también que Fernando Henkel, “El monedero falso”, estableció y organizó en la ciudad de México y sus alrededores las siguientes organizaciones de inspiración solidaria:

Cajón “La Esperanza”, (almacén de géneros, telas y prendas femeninas), dirigido por Antonia Henkel (hija adoptiva de Fernando Henkel), en el que todas las empleadas eran mujeres, ex costureras, quienes además de desempeñar un trabajo agradable, dirigido por una muchacha emprendedora, reciben una participación equitativa en las ganancias totales.

“La Estrella del Sur”, tienda de abarrotes establecida en la calle de Necatitlán, dirigida por Fausto Roldán; en esta tienda los empleados pasaron a ser socios.

“Los Minorazgos”, tierra de siembra colectiva otorgada a campesinos pobres y laboriosos del pueblo de Tenancingo, que debían pasar de padres a hijos, prefiriéndose al menor de los que vivan; que no podían enajenarse, ni empeñarse, ni dividirse y el que algo diere por cualquiera de estos motivos lo perdería todo.

La novela de Pizarro es tan exhaustiva, tan rebosante de erudición que a lo largo de la trama desarrolla infinidad de temas como los siguientes: la religión cristiana y sus mandamientos, la educación femenina, la vivienda urbana y rural, la educación de las niñas, la vida conventual femenina, los requisitos para profesar en los conven-tos, los beneficios derivados de la asociación, el papel de los ayuntamientos como

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germen de las mejoras socialistas, la crisis civilizatoria que aquejaba a la humanidad, el transporte en diligencia y los ataques de los bandidos, la corrupción del ejército, la vestimenta femenina y masculina, los personajes del gobierno y la política, el carác-ter y condición de los indígenas, la herbolaria indígena, las ciencias médica, física, química y magnética, la geografía nacional, entre otros.

Los personajes principales que encarnan la trama anteriormente descrita son los siguientes:

El padre Luis

Estableciendo el contraste con la raza indígena a la que servía, Pizarro lo describe con las siguientes palabras: “Era este sacerdote un dechado de belleza varonil; sus ojos azules, límpidos, con una expresión casi constante de dulzura, de bondad y aun de candor; su frente despejada y prominente; su pelo rubio; la nariz recta; la boca pequeña; los labios delgados; el cutis de la cara blanco, suave, sonrosado, sin pelo alguno de barba.”

Como vicario de Tepepam, durante la epidemia que asoló a los pueblos sujetos a su vicaría se dedicó a los enfermos; con un celo verdaderamente apostólico, “llevaba a las familias hambrientas alimento, a los enfermos medicinas y al pecador la salvación; aparecía como el ángel de Dios entre aquellos desolados pueblos que lo adoraban como a una providencia”; era un “verdadero sacerdote de Cristo, en cada huérfano veía un hermano, y por esto no se desdeñaba de pedir limosnas a los ricos para poder socorrer a los pobres, por ser nulos verdaderamente los emolumentos de su vicaría”, dado que había eliminado las obvenciones eclesiásticas.

Era un vicario singular, que ejercía una ardiente caridad, si bien había aceptado que los indígenas le entregaran a su servicio cuatro mozos con el nombre de semaneros. Sus feligreses decían: “… yo siempre he de creer en el padre don Luis, porque nunca miente; no es como esos curas que dicen una cosa y hacen otra”.

Fue el ideólogo y fundador de La Nueva Filadelfia, gracias a los iniciales donativos de don Evaristo y posteriormente al financiamiento de Fernando Henkel y merced a su trabajo y vida ejemplar, practicando una caridad tan ferviente que hacía recordar “los olvidados tiempos de los primeros días del cristianismo”.

Después de dos años de vivir en La Nueva Filadelfía, por las inquietudes sexuales que experimentaba y que le inquietaban a tal grado que el trabajo, la penitencia y la



oración no bastaban para tranquilizarlo, aunado al miedo que le producía la posibi-lidad de cometer errores imperdonables, le orillaron a solicitar a Roma su dispensa como sacerdote, la cual le fue concedida. Encuentra a su compañera cuando ya es un hombre civil y entonces contrae matrimonio con María. Mientras fue sacerdote jamás falto a su voto de castidad.

Fernando Henkel

En palabras de Pizarro: “Era el señor Henkel un joven de treinta años, hábil grabador y maquinista, iniciado en los secretos de la química. Su traje modesto, su fisonomía llena de bondad, su mirada dulce y tranquila, su color trigueño; en todo él se recono-cía el tipo fino de los aztecas primitivos: cuerpo alto y bien desarrollado, nariz bien hecha, labios delgados, boca regular, pequeño bigote que le hacía parecer de menos edad, y una dentadura simétrica de un esmalte brillante”.

Su fisonomía y carácter revelaban una tristeza y melancolía constantes. Hablaba mexicano y español y tenía muy presentes los grandes deberes que tenía que cumplir con la raza infeliz a la que pertenecía y de la que nunca renegó.

El apellido alemán que llevaba se debía a que de pequeño había sido recogido por un herrero extranjero que le había dado educación y nombre. Ignoraba quiénes fuesen sus padres; lo único que sabía era que habiendo venido a la Ciudad de México a vender carbón de fragua con su padre, éste había sido cogido de leva y ya no había vuelto a verlo más.

Los apremios y preocupación que lo embargaban, dadas las necesidades económicas que se debían cumplir para sacar adelante La Nueva Filadelfía, lo orillaron primeramente a marchar a California en busca de riquezas y luego a poner en práctica sus conocimientos de química, para tratar de igualar el oro de las monedas y fabricar monedas falsas con cuyas ganancias estuvo financiando los gastos iniciales de las colonias comunalistas y de las empresas laborales de la Ciudad de México. Sus trabajos en la fundición de metales para rebajar el oro con que fabricaba sus monedas, le ocasionaron ceguera temporal. Fue el director de La Nueva Filadelfia, diseñó su reglamento y compuso su himno.

Fray Evaristo

Don Evaristo era un rico comerciante de Tlalpan que, al quedar viudo y sentir el llamado de Dios, decide renunciar a sus riquezas, ordenarse franciscano y dedicar su

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obra espiritual a las misiones del norte. Antes de partir a tierra de misión hace al padre Luis un donativo de 250 000 pesos, para que con este dinero reúna a varias familias necesitadas y ejercitando sus respectivas industrias, las haga vivir en comunidad.

Por sugerencia de fray Evaristo se fundó La Nueva Filadelfía en Atoyac, cerca de Sayula, estado de Jalisco, lugar de nacimiento de aquel y donde pasó su infancia.

Después de ocho o diez años de vivir en las misiones, fray Evaristo decide esta-blecerse en La Nueva Filadelfía como sacerdote de ella en sustitución del padre Luis.

Rosa Dávila

Rosita encarna al personaje central femenino; fue el amor atormentado de Fernando Henkel. Su amor se vio dificultado por múltiples diferencias y malentendidos, entre los que se encontraban: él ser indio pobre, ella aristócrata rica; ella huérfana pobre, él rico protector; él hombre tímido, ella mujer educada y desenvuelta; él agradecido y enamorado de María, ella celosa, los dos orgullosos; pero finalmente su amor ver-dadero triunfa y se van a vivir a La Segunda Filadelfia, donde procrean dos hijos y son felices. La reconciliación final de estos enamorados marca el fin feliz de la obra. Así, una truculenta y convulsa historia de amor, a veces tratada con tal profusión que pareciera opacar el verdadero objetivo del autor, queda como telón de fondo de la descripción de una realidad social igualmente caótica o desordenada, pero que, en la convicción de Nicolás Pizarro, avanza inexorablemente hacia la perfección del ser humano.

María

Indígena hermosa, caracterizada por su paciencia, su ternura y sus conocimientos. Es rival en amores de Rosita. Tiene la oportunidad de conocer y ayudar a Fernando Henkel cuando éste, a su regreso de California, se ha extraviado en el camino y necesita ayuda y hospedaje; nace entre ellos una gran atracción que se ve truncada por El tigre, padre de María, quien separa bruscamente a los enamorados, que posteriormente se vuelven a encontrar cuando María salva la vida de Fernando, cuando éste se ha caído a un pre-cipicio en la gruta de Cacahuamilpa donde fue encerrado y abandonado por El tigre. Como reflejo de las inquietudes espiritistas del autor, gozaba de poderes paranormales que se manifestaban durante el sueño y que le permitían anticipar los acontecimientos y descubrir a los malvados. Al final de la novela, María se casa con Luis y se va a vivir a La Nueva Filadelfía, donde se encarga de la administración, tiene hijos y es feliz.



El Tigre

Padre de María, encarna al indio que ante la falta de oportunidades se rebela contra la sociedad que lo empobrece, margina y discrimina. Líder de una banda de bandoleros que asola los caminos del sur y cuya personalidad es ambivalente: cruel y despiadado en su papel de salteador de caminos, dulce y cariñoso en su función de padre y capaz de conmoverse ante la belleza de la naturaleza.

Ahora bien, vista la obra en su conjunto y subrayado por su propio título, sin duda, puede resultar irónico y, hasta cierto punto, frustrante para algunos, el hecho que el autor haya recurrido a un personaje fraudulento; “un monedero falso”, como fundador y financiador, en buena parte, de una obra de amor y de caridad como fue la creación de las colonias ideales La Nueva Filadelfía y La Segunda Filadelfia, así como las empresas comunitarias El Cajón de la Esperanza, la Estrella del Sur y los Minorazgos, en tanto que, aparentemente, La Tercera Filadelfía sería financiada con el tesoro acumulado por María como producto de los robos efectuados por su padre, El Tigre.

Fernando Henkel acumula, en efecto, una fortuna de origen dudoso, producto de la elaboración de moneda falsa, en la ciudad capital y la invierte en la erección de las dos primeras Filadelfias. Sin embargo, vale la pena reparar también en el hecho de que Henkel no niega el origen de sus riquezas cuando es interrogado sobre el particular por el padre Luis y le propone a éste, incluso, la devolución de todo lo invertido; sin embargo, también lo cuestiona del siguiente modo: “… realizaremos todo lo que hay en ambas Filadelfias y lo restituiremos, sólo espero que me digas, ¿a quién?”. Ante la falta de respuesta del padre Luis, Henkel concluye que “si hay algunas restituciones que hacer, por todas partes las reclama con un derecho preferente el pueblo, de quien salen todas las riquezas en el mundo dejándole pobre”.

De este episodio, se deduce que el autor intenta recalcar que en la actitud despren-dida o filantrópica, tanto de Fernando Henkel como de María, hay un reclamo sutil y una invitación soterrada hacia los ricos potentados para que apoyasen ese tipo de iniciativas de organización social autónoma.

Igualmente puede advertirse que Pizarro desea enfatizar que el dinero no debe ser un fin en sí mismo sino un medio, y que la felicidad de las personas no debe depender de su acumulación ilimitada sino de su uso racional y para fines de beneficio social. Visto de forma más amplia, puede concluirse que el modelo de sociedad ideal pintada

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en El Monedero no excluye a priori a personas con solvencia económica, a condición de que posean la virtud de hacer buen uso del dinero y no se dejen dominar por él.

También es de destacar que en la visita, pretendidamente casual y sólo desde una loma cercana, que los principales líderes del liberalismo mexicano, incluido el presi-dente Juárez, hicieron la mañana del 22 de marzo de 1858 a la Nueva Filadelfia, en su paso hacia el puerto de Manzanillo, después del golpe de estado de Zuloaga, pre-valece la confianza del autor, igualmente lejana o indirecta, en que quizás este grupo de políticos pudiesen ayudar a la reproducción de este tipo de experiencias societa-rias. Esta confianza no casualmente, se concreta en la persona de Melchor Ocampo, que es quien más se interesa en el tema y sostiene la conversación con un soldado expulsado por mal comportamiento de la Nueva Filadelfia, conversación en la que éste les refiere algunos detalles del origen y organización interna de una comunidad única en su género en todo el país, por lo que, después de escuchar el relato, Ocampo la llamará “tierra de promisión”, como indicando la meta final a la que idealmente debería conducir la lucha del partido liberal.

Otro elemento que refuerza el sentido utópico y emblemático de la creación de La Nueva Filadelfía, se encuentra en el contraste que el autor quería hacer entre la vida urbana y la rural, pues desde su perspectiva, mientras en la primera privaban la depravación y el vicio, en la segunda, como en la tierra fértil, se podía construir una nueva sociedad basada en valores éticos. Cabe destacar que este planteamiento es semejante a la estrategia de segregación seguida por los misioneros en la época de la colonia para la construcción de comunidades de indios, aisladas de la influencia ideológica y moral española.

Para concluir, baste decir que la lectura de El Monedero deja una grata impresión como fuente de inspiración para la acción transformadora que el propio Pizarro aspiraba a lograr de sus destinatarios naturales: los trabajadores del campo y de la ciudad; además de reconocer en el autor su gran erudición en varios campos del co-nocimiento y su gran saber de la vida y costumbres del México del siglo XIX, todo lo cual permite adelantar que se trata, sin duda alguna, de la novela utópica mejor lograda en nuestro país.

Navidad en las Montañas

Navidad en las Montañas fue publicada por primera vez en 1871 en Álbum de Navidad, en la imprenta de Ignacio Escalante y Compañía, México, 1871. La segunda edición



dentro de Los cuentos de invierno, fue en 1880, y en 1964 se publicó juntamente con Clemencia en la Colección Escritores Mexicanos, de Editorial Porrúa, que en 1999 llegó a su séptima edición. Asímismo ha sido publicada con El Zarco en la colección “Sepan cuántos…”, núm. 61 de la misma editorial, llegando a su vigesimoséptima edición en 2008.

Esta última edición contiene una introducción, una bibliografía y datos del autor a cargo de María del Carmen Millán. La novela, en su conjunto, está conformada por once pequeños capítulos bellamente desarrollados que integran toda la trama, descrita en forma de narración por un capitán del ejército liberal que cuenta, lleno de emoción y empatía, su casual encuentro con una comunidad perdida en las montañas del sur de México.

Ignacio Manuel Altamirano le otorga a la novela un papel decisivo como instru-mento de educación y formación cívica de las grandes masas populares; por ello, desde su perspectiva, ésta debía ser, ante todo, nacionalista y popular. Lo primero, por referirse a asuntos relativos a la historia de México y sus problemas ancestrales y, lo segundo, por su forma y estilo, satisfaciendo los requisitos de la calidad artística, sin dejar de ser accesible al nivel cultural de un pueblo poco ilustrado.

Con tal convicción, Altamirano toma de la realidad los elementos concretos con que elabora sus obras: historia, paisajes, costumbres, problemas sociales, recuerdos personales, sobre estos datos construye otro mundo para hacer posible la idealización amorosa, la lección moralizadora y la utopía social de La navidad en las montañas.

En La navidad se reconocen los recuerdos emotivos del autor. “De su pueblo, de sus padres y hermanos, de las alegres costumbres de navidad, del olor del incienso, la fresca voz de los muchachos del coro y el verdadero sentimiento de piedad cristiana que añora en el presente”. (Millán, María del Carmen, 2008: XV). Se trata, asimismo, de una novela nacionalista de alta calidad artística y de gran valor humano.

El propósito de La navidad en las montañas es lograr una síntesis sentimental que hermane al soldado de la Reforma con el cura del pueblo, y que sea fiel a su doctrina de convivencia social armoniosa que logre la unidad social y política del pueblo, que se ejemplifica en el pueblo de las montañas.

Su personaje principal, fray José de San Gregorio, era un cura español de la pro-vincia de Álava, huérfano de padre y madre a temprana edad y enviado por ello a

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México con un tío que había amasado una regular fortuna y quien sostuvo sus iniciales estudios y lo animó a consagrarse a la vida monacal como parte de la Orden de los Carmelitas descalzos; al entrar en contacto con el capitán era ya un hombre maduro y enfermo, como de 36 años de edad.

Adicionalmente, el narrador dice del sacerdote “…yo veía en el cura, cuyo semblante aún no conocía, algo luminoso; tan cierto es que la simpatía y la admira-n no conocía, algo luminoso; tan cierto es que la simpatía y la admira-ción se complacen en revestir a la persona simpática y admirada con los atractivos de la divinidad”. Cuando el narrador conoce el semblante del sacerdote dice que poseía una belleza varonil, en el que se advertía “un no sé qué de triste, que no alcanzaba a disipar ni la dulzura de su sonrisa ni la tranquilidad de su acento, hecho para conmover y convencer”. Era robusto por el ejercicio, cabellos de un rubio pálido, mirada tranquila y dulce, ojos azules “que parecían estar contemplando siempre el mundo ideal […] Su traje era modestísimo, casi pobre”. Sus dientes blanquísimos y su sonrisa agradable.

El padre fray José de San Gregorio había dedicado su obra religiosa y patriótica a levantar el espíritu del pequeño pueblo de las montañas. Tiempo atrás había des-cubierto que las órdenes religiosas de México habían perdido el celo evangélico inicial, y que ya habían pasado los bellos tiempos en que el convento era el plantel de heroicos misioneros. Por este desencanto y debido a sus enfermedades, con apoyo de la iglesia, decide retirarse a un pueblito en las montañas a servir a los campesinos sin otro interés que el de mejorar el bienestar general.

Parte de su labor social se expresa cuando dice: “yo soy aquí cura y maestro de escuela; médico y consejero municipal”, cuya misión última consiste en inyectar nuevas ideas en la comunidad, a fin de sacar al pueblo de su tradicional incultura y postración.

Así, con apoyo y asesoramiento del padre fray José de San Gregorio, en la comunidad de las montañas se logró en aproximadamente tres años combatir la idolatría y la ignorancia, vivir en fraternidad como hermanos, implantar la oración en silencio, formar y respetar la autoridad del pueblo integrada por los ancianos, introducir nuevos sembradíos para mejorar la alimentación y la economía de los habitantes, construir una escuela y enseñar a los niños poesía y música culta, entre otras cosas.



Puntos de encuentro y desencuentro entre El Monedero y la Navidad en las Montañas

En términos generales, puede afirmarse que la novela El monedero constituye el an-tecedente inmediato y directo de La navidad en las montañas, obra esta última que presenta una síntesis de las ideas sociales que diez años antes Nicolás Pizarro había desarrollado con amplitud.

Altamirano expresa simpatía por la novela de Pizarro y la defiende del epíteto de utópica con el que peyorativamente se le pretendiera descalificar, y la aprovecha puntualmente en el programa de convivencia social armonioso y humano que tan bien encaja con su ideal de unión, de tolerancia y de trabajo. Esta vida en común, en igualdad de condiciones, y la cooperación de todos los miembros para lograr el progreso colectivo, se hace posible, en ambas obras, gracias al empeño de un sacer-dote progresista, Fray José de San Gregorio6, en la comunidad de La navidad en las montañas y del padre Luis en La nueva Filadelfía.

Las figuras de Fray José de San Gregorio y el Padre Luis, encajan perfectamente en el pensamiento reformista de Pizarro y Altamirano, quienes reconocen el influjo que los curas han tenido en la conciencia del pueblo, y asumen, en consecuencia, que el camino más fácil para llegar a la meta era que un clero ilustrado, armado con las ideas de fraternidad y caridad humanas y que tan bien conocía las necesidades y los intereses del pueblo, viniera en ayuda del Estado, de la autoridad civil y de los maestros de escuela para lograr la verdadera redención moral de los desposeídos; pero sujetando todos sus actos a un estricto plano de igualdad y auténtica empatía con sus feligreses, que nada tendría que ver con el tradicional distanciamiento jerárquico entre la autoridad eclesiástica y el ciudadano de a pie.

Por ello mismo, y acorde con la época que les tocó vivir, el tema que con más pasión desarrollan los dos autores es el de la religión, ejemplificando el deber de la Iglesia y de sus ministros con sus personajes símbolo, el Padre Luis y Fray José de San Gregorio, respectivamente, quienes para todas sus acciones toman como guía el

6 En relación a Fray José de San Gregorio, a decir de María del Carmen Millán en la Introducción a La navidad en las mon-tañas, de la vigésimaoctava edición de la editorial Porrúa, correspondiente al año 2008, Altamirano aclara que no es una ficción sino un hombre que existió realmente y a quien él pudo conocer cuando hacía la guerra a los clérigos a favor de la Reforma. Esta misma autora, en el artículo Dos utopías, publicado en la Revista Historia Mexicana, VII, octubre-diciembre de 1957, desliza la hipótesis de que este personaje estuviese inspirado en la figura de monseñor Myriel, actor central en la obra Los Miserables de Victor Hugo.

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Evangelio.

Así, en La navidad en las montañas, al exponer su obra a la comunidad el cura dice: “… la religión me ha servido mucho para hacer todo esto. Sin mi carácter religioso quizá no habría sido yo escuchado ni comprendido […] mi carácter de sacerdote y de cura daba una autoridad a mis palabras, que los montañeses no habrían encontrado en boca de una persona de otra clase”.

Y sobre el Evangelio de Jesús afirma que “no sólo es la Buena Nueva desde el sentido de la conciencia religiosa y moral, sino también desde el punto de vista del bienestar social”.

En ambas comunidades ideales, la iglesia era pequeña pero suficiente para todos sus feligreses; lucía limpia, blanca, ventilada y con pocos adornos religiosos, el altar era sen-cillo y bello y había bancas para los asistentes. Además se suprimieron las obvenciones parroquiales para no causarles gastos a los pobladores, porque se confiaba en que un cura podía vivir sin exigir nada, sólo esperando la providencia de los fieles que nunca faltaba.

Otro punto de coincidencia entre las novelas de Pizarro y Altamirano es la relativa a la necesidad de desplegar una amplia y sostenida labor de educación ideológica de las grandes masas del pueblo, pues se parte del reconocimiento de que las reformas sociales por sí solas no pueden generar los cambios que se requieren; para que ello suceda, se precisa adecuar las costumbres, hábitos y tradiciones populares a las nuevas exigencias de un desarrollo social progresista y libertario.

De igual modo, cobra relevancia el tratamiento del indígena, convirtiéndose prácticamente en el segundo actor en importancia en ambas obras. Así, para Pizarro, Fernando Henkel es el prototipo de indio, propenso siempre a la melancolía y cuya actitud reservada y tímida es motivo de sus desventuras amorosas. A través de Fernan-do Henkel, Pizarro pretende regenerar al indio, mostrándolo como ejemplo de lo que puede ser un indio con educación y cultura. Su enlace matrimonial con Rosa Dávila es la manifestación más evidente de que dicha regeneración es posible.

Por su parte, para Altamirano la personalidad del indio se encarna en el tío Fran-cisco, el anciano del pueblo, en el que se reconocía la melancolía del indio, pobre y ciego y de quien “se hubiera dicho que jamás una sonrisa había podido iluminarlo [...] El tipo, en fin, era el del habitante antiguo de aquellos lugares, no mezclado para nada con la raza conquistadora”. Justo, noble, sencillo, poseedor de un carácter indomable



y de una fuerza de voluntad inquebrantable, personifica a la autoridad comunal que domina con su ejemplo y honradez.

Digno de reconocerse también es el papel protagónico que ambos autores le asig-nan a la mujer, liberada o en proceso de liberación de la ignorancia que la margina de la toma de decisiones a nivel familiar y la mantiene en posición de inferioridad en la escala social. En La Nueva Filadelfía la mujer tiene un lugar importante en el trabajo industrial. Es una compañera en el trabajo del hombre, no una carga para éste. Ejemplo claro de la mujer trabajadora y emprendedora lo encarna María, quien, como ya se señaló, se ocupa de la administración de La Nueva Filadelfía y es la encargada de leer el informe de actividades del año 1858.

En la Comunidad de la Navidad en las Montañas, la mujer del tío Francisco, la tía Juana, es pintada como “una virtuosísima anciana, indígena también y tan resignada, tan llena de piedad como su marido, a cuyas virtudes añadía las de un corazón tan lleno de bondad, de una laboriosidad tan extremada, de una ternura material tan ejemplar y de una caridad tan ardiente que hacían de aquella singular matrona una santa, un ángel”. Además, Fray José de San Gregorio logró abolir la molienda del maíz en el metate, porque absorbía mucho tiempo a las mujeres, les causaba enfermedades y gran incomodidad cuando estaban encinta o criando a sus niños. La solución a esta problemática fue el establecimiento de un molino en la comunidad.

De forma enfática, ambos autores se esfuerzan por describir, con cierto detalle, las características de las comunidades utópicas que, a manera de propuesta, presentan en sus respectivas novelas. Comunidades ideales, situadas en el medio rural, en las que el trabajo constituye la actividad humana por excelencia. En La Nueva Filadelfia, el trabajo en la agricultura y en las pequeñas industrias se realizaba en horarios alternados de tres horas cada uno, es decir, que un grupo de trabajadores trabajaba durante tres horas en las fábricas mientras que el otro lo hacía en el campo, al concluirse las tres horas cambiaban de actividad, a fin de no aburrir con la monotonía a los operarios. Las mujeres y los niños también trabajaban en el campo y en las industrias en función de sus fuerzas. Los hombres y las mujeres no podían casarse hasta que demostrasen que sabían trabajar, certificado el hecho por un maestro de obra.

En la Navidad en las Montañas, fray José de San Gregorio dice: “el trabajo lo ha cambiado todo en el pueblo”. En la distribución del trabajo se toman en cuenta las aptitudes individuales, con lo cual se logra mayor rendimiento e, incluso, el sacerdote vive en la comunidad de su trabajo, no como cura, sino como cultivador y artesano.

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A pesar de su espíritu igualitario, en las comunidades ideales de Pizarro y Alta-mirano se respetan las diferencias individuales de sus miembros en términos de sus destrezas y aptitudes intelectuales, aprovechando esa diversidad de capacidades en beneficio del colectivo e imprimiéndole un sentido moral y lúdico al trabajo.

Otros temas que igualmente son coincidentes en ambas novelas son los de la regeneración social y el amor de pareja. En El monedero el caso más claro de la regeneración social lograda en La Nueva Filadelfía, lo encarna “el gachupín” que pasó de ser bandolero a protector social, cuando salvó a la comunidad de un incendio.

En la Navidad en las Montañas, el capitán que hace de narrador se desnuda asi-mismo al revelar que antes de su encuentro con Fray José de San Gregorio, en aquel océano de montañas solitarias y salvajes, era “un proscrito, una víctima de las pasiones políticas, e iba tal vez en pos de la muerte que los partidarios de la guerra civil tan fácilmente decretan contra sus enemigos”.

Como bien señala María del Carmen Millán (1957: 197), en ambas novelas, “el sentimiento central que mueve toda la trama es el amor” exaltado y delirante de pareja. En este sentido, ni Pizarro ni Altamirano pretenden alterar la técnica literaria ni el gusto predominante de los lectores de su época. No se pierden en cuestiones forma-les; parten de su realidad y la aprovechan, bajo un estilo romántico y casi cursi, para cumplir satisfactoriamente su objetivo principal, que consiste en difundir sus ideas de reforma social. Así, las parejas amorosas que viven en La Nueva Filadelfía son Luis y María, Fernando y Rosita. En la Navidad en las Montañas, el amor de pareja lo encarnan Pablo y Carmen.

Pero, por sobre todas las cosas, los habitantes de La Nueva Filadelfia y de la co-munidad de la Navidad en las Montañas son felices; en dichas comunidades ideales, el amor al prójimo se expresa en la hermandad que une a todos habitantes de la comu-nidad y en el total desinterés por el lucro y la acumulación de riquezas. Fray José de San Gregorio dice: “en cuanto a mí, señor, vivo feliz cuanto puede serlo un hombre en medio de gentes que lo aman como a un hermano; me creo muy recompensado de mis pobres trabajos con cariño, y tengo la conciencia de no serles gravoso, porque vivo de mi trabajo, no como cura, sino como cultivador y artesano... Sin embargo, sería ingrato si no reconociese el favor que me hacen mis feligreses en auxiliar mi pobreza con donativos de semillas y de otros efectos que, sin embargo, procuro que ni sean frecuentes ni costosos, para no causarles con ellos un gravamen que justamente he querido evitar, suprimiendo las obvenciones parroquiales, usadas generalmente”.



En cuanto a las discrepancias entre las novelas de Pizarro y Altamirano aquí ana-lizadas, la primera tiene que ver con la extensión. Así, El Monedero es un verdadero tratado de cultura popular contenido en una novela, tan bella y tan exhaustiva, que su autor bien hubiera podido escribir, con la misma calidad literaria y cultural, tres obras: una sobre la vida cotidiana de la Ciudad de México y sus alrededores, a mediados del siglo XIX, otra sobre la intervención norteamericana y la de El Monedero.

En cambio, Navidad en las Montañas es una novela corta o breve con evidente afán de síntesis y concisión que, sin apartarse de su horizonte utópico, no aspira a tratar todos los temas, sino apenas abordar una selección de los más importantes o más urgentes de su tiempo.

Asimismo, es evidente que Pizarro no siguió la normatividad literaria que caracteriza la escritura de una novela, puesto que a su obra la hizo acompañar de notas explicativas a pie de página, que no son comunes en las novelas, sino propias de los escritos históricos y científicos que deben ofrecer un sustento crítico de lo que se afirma en el texto. En cambio, la novela, como se sabe, aun aquella caracterizada como histórica, debe ser fun-damentada en la realidad pero no necesariamente debe ofrecer una crítica de sus fuentes.

Por último, es de advertirse que Pizarro no solamente apuesta por la organización de comunidades ideales (vía comunalista) sino también por la formación de empresas sociales (vía empresarial), mientras que Altamirano sólo desarrolla la primera vía. Esto puede decirse que este último es más radicalmente comunalista e igualitario, en tanto que Pizarro, aunque se manifiesta a favor de la construcción de una comunidad ideal, basa la prosperidad de ésta y el bienestar de sus habitantes en la actividad económica desarrollada por empresas sociales, esbozando así una visión de ámbito macroeconómico y de interrelación campo-ciudad.

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