Informe Sobre Ciegos - Sabato

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1ICundo empez esto que ahora va a terminar con mi asesinato?Estaferozlucidezqueahoratengoescomounfaroypuedoaprovechar un intenssimo haz hacia vastas regiones de mi memo-ria: veo caras, ratas en un granero, calles de Buenos Aires o Argel,prostitutas y marineros; muevo el haz y veo cosas ms lejanas: unafuente en la estancia, una bochornosa siesta, pjaros y ojos que pin-cho con un clavo. Tal vez ah, pero quin sabe: puede ser mucho msatrs, en pocas que ahora no recuerdo, en perodos remotsimosde mi primera infancia. No s. Qu importa, adems?Recuerdo perfectamente, en cambio, los comienzos de mi inves-tigacin sistemtica (la otra, la inconsciente, acaso la ms profun-da, cmo puedo saberlo?). Fue un da de verano del ao 1947, alpasar frente a la Plaza Mayo, por la calle San Martn, en la vereda dela Municipalidad. Yo vena abstrado, cuando de pronto o una cam-panilla, una campanilla como de alguien que quisiera despertarmede un sueo milenario. Yo caminaba, mientras oa la campanilla queintentaba penetrar en los estratos ms profundos de mi conciencia:la oa pero no la escuchaba. Hasta que de pronto aquel sonido te-nue pero penetrante y obsesivo pareci tocar alguna zona sensiblede mi yo, algunos de esos lugares en que la piel del yo es finsima yde sensibilidad anormal: y despert sobresaltado, como ante unINFORME SOBRE CIEGOSERNESTO SABATOInforme sobre ciegos de Ernesto Sabatoen Sobre hroes y tumbas, Seix Barral 1998. Sptima edicin argentina. Ernesto SabatoImagen de tapa: Georgina CampenniDiseo de coleccin: Campaa Nacional de LecturaColeccin: "Mercosur lee"Ministerio de Educacin, Ciencia y TecnologaUnidad de Programas EspecialesCampaa Nacional de LecturaPizzurno 935. (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires. Tel: (011) 4129 [email protected] - www.me.gov.ar/leesRepblica Argentina, 20053 2que siempre tiene las logias y sectas secretas; esas logias y sec-tas que estn invisiblemente difundidas entre los hombres y que,sin que uno lo sepa y ni siquiera llegue a sospecharlo, nos vigilanpermanentemente,nospersiguen,decidennuestrodestino,nuestro fracaso y hasta nuestra muerte. Cosa que en grado sumopasa con la secta de los ciegos, que, para mayor desgracia de losinadvertidos tienen a su servicio hombres y mujeres normales: enparte engaados por la Organizacin; en parte, como consecuen-cia de una propaganda sensiblera y demaggica; y, en fin, en bue-na medida, por temor a los castigos fsicos y metafsicos que semurmura reciben los que se atreven a indagar en sus secretos.Castigos que, dicho sea de paso, tuve por aquel entonces la im-presin de haber recibido ya parcialmente y la conviccin de quelos seguira recibiendo, en forma cada vez ms espantosa y sutil;lo que, sin duda a causa de mi orgullo, no tuvo otro resultado queacentuar mi indigancin y mi propsito de llevar mis investigacio-nes hasta las ltimas instancias.Si fuera un poco ms necio podra acaso jactarme de haber confir-mado con esas investigaciones la hiptesis que desde muchachoimagin sobre el mundo de los ciegos, ya que fueron las pesadillas yalucinaciones de mi infancia las que me trajeron la primera revela-cin. Luego, a medida que fui creciendo, fue acentundose mi pre-vencincontraesosusrpadores,especiedechantajistasmoralesque, cosa natural, abundan en los subterrneos, por esa condicinque los emparenta con los animales de sangre fra y piel resbaladizaque habitan en cuevas, cavernas, stanos, viejos pasadizos, caosde desages, alcantarillas, pozos ciegos, grietas profundas, minasabandonadas con silenciosas filtraciones de agua; y algunos, los mspeligro repentino y perverso, como si en la oscuridad hubiese toca-do con mis manos la piel helada de un reptil. Delante de m, enigm-tica y dura, observndome con toda su cara, vi a la ciega que allvende baratijas. Haba cesado de tocar su campanilla; como si slola hubiese movido para m, para despertarme de mi insensato sue-o, para advertir que mi existencia anterior haba terminado comouna estpida etapa preparatoria, y que ahora deba enfrentarmecon la realidad. Inmvil, con su rostro abstracto dirigido hacia m, yyo paralizado como por una aparicin infernal pero frgida, queda-mos as durante esos instantes que no forman parte del tiempo si-no que dan acceso a la eternidad. Y luego, cuando mi concienciavolvi a entrar en el torrente del tiempo, sal huyendo.De ese modo empez la etapa final de mi existencia.Comprend a partir de aquel da que no era posible dejar transcu-rrir un solo instante ms y que deba iniciar ya mismo la explotacinde aquel universo tenebroso.Pasaron varios meses, hasta que un da de aquel otoo se pro-dujo el segundo encuentro decisivo. Yo estaba en plena investiga-cin, pero mi trabajo estaba retrasado por una inexplicable abu-lia, que ahora pienso era seguramente una forma falaz del pavora lo desconocido.Vigilaba y estudiaba los ciegos, sin embargo.Me haba preocupado siempre y en varias ocasiones tuve dis-cusiones sobre su origen, jerarqua, manera de vivir y condicinzoolgica. Apenas comenzaba por aquel entonces a esbozar mihiptesis de la piel fra y ya haba sido insultado por carta y de vi-va voz por miembros de las sociedades vinculadas con el mundode los ciegos. Y con esa eficacia, rapidez y misteriosa informacin5IIRecuerdo muy bien aquel 14 de junio: da frgido y lluvioso. Vi-gilaba el comportamiento de un ciego que trabaja en el subterr-neo a Palermo: un hombre ms bien bajo y slido, morocho, suma-mente vigoroso y muy mal educado; un hombre que recorre loscoches con una violencia apenas contenida, ofreciendo ballenitas,entre una compacta masa de gente aplastada. En medio de esamultitud, el ciego avanza violenta y rencorosamente, con una ma-no extendida donde recibe los tributos que, con sagrado recelo, leofrecen los infelices oficinitas, mientras en la otra mano guarda lasballenitas simblicas: pues es imposible que nadie pueda vivir dela venta real de esas varillas, ya que alguien puede necesitar unpar de ballenitas por ao y hasta por mes: pero nadie, ni loco ni mi-llonario, puede comprar una decena por da. De modo que, comoes lgico, y todo el mundo as lo comprende, las ballenitas son me-ramente simblicas, algo as como la ensea del ciego, una suertede patente de corso que los distingue del resto de los mortales,adems de su clebre bastn blanco.Vigilaba, pues, la marcha de los acontecimientos dispuesto a se-guir a ese individuo hasta el fin para confirmar de una vez por todasmi teora. Hice inumerables viajes entre Plaza Mayo y Palermo, tra-tando de disimular mi presencia en las terminales, porque temadespertar sospechas de la secta y ser denunciado como ladrn ocualquier otra idiotez semejante en momentos en que mis das erande un valor incalculable. Con ciertas precauciones, pues, me mantu-ve en estrecho contacto con el ciego y cuando por fin realizamos elltimo viaje de la una y media, precisamente aquel 14 de junio, me4poderosos, en enormes cuevas subterrneas, a veces a centenaresde metros de profundidad, como se puede deducir de informes equ-vocos y reticentes de espelelogos y buscadores de tesoros; lo sufi-ciente claros, sin embargo, para quienes conocen las amenazas quepesan sobre los que intentan violar el gran secreto.Antes, cuando era ms joven y menos desconfiado, aunque es-taba convencido de mi teora, me resista a verificarla y hasta a enun-ciarla, porque esos prejuicios sentimentales que son la demagogiade las emociones me impedan atravesar las defensas levantadaspor la secta, tanto ms impenetrables como ms sutiles e invisibles,hechas de consignas aprendidas en las escuelas y los peridicos,respetadas por el gobierno y la polica, propagadas por las institu-ciones de beneficencia, las seoras y los maestros. Defensas que im-piden llegar hasta esos tenebrosos suburbios donde los lugares co-munesempiezanaralearmsyms,yenlosqueempiezaasospecharse la verdad.Muchos aos tuvieron que transcurrir para que pudiera sobre-pasar las defensas exteriores. Y as, paulatinamente, con una fuer-za tan grande y paradojal como la que en las pesadillas nos hacenmarchar hacia el horror, fui penetrando en las regiones prohibidasdonde empieza a reinar la oscuridad metafsica, vislumbrando aquy all, al comienzo indistintamente, como fugitivos y equvocos fan-tasmas, luego con mayor y aterradora precisin, todo un mundo deseres abominables.Ya contar cmo alcanc ese pavoroso privilegio y cmo despusde aos de bsqueda y de amenazas pude entrar en el recinto dondese agita una multitud de seres, de los cuales los ciegos comunes sonapenas su manifestacin menos impresionante.7 6siquiera firma con su propia mano se compromete, en nombre delEstado, a dar no s qu cosa al creyente a cambio del papelucho. Y locurioso es que a este individuo le basta con la promesa, pues nadie,que yo sepa, jams ha reclamado que se cumpla el compromiso; ytodava ms sorprendente, en lugar de esos papeles sucios se entre-ga generalmente otro papel ms limpio pero todava ms alocado,donde otro seor promete que a cambio de ese papel se le entrega-r al creyente una cantidad de los mencionados papeluchos sucios:algo as como una locura al cuadrado. Y todo en representacin deAlgo que nadie ha visto jams y que dicen yace depositado en Algu-na Parte, sobre todo en los Estados Unidos, en grutas de Acero. Yque toda esta historia es cosa de religin lo indican en primer trmi-no palabras como crditos y fiduciario.Deca, pues, que esos barrios, al quedar despojados de la fre-ntica muchedumbre de creyentes, en horas de la noche quedanms desiertos de gente que ningn otro, pues all nadie vive de no-che, no podra vivir, en virtud del silencio que domina y de la tre-menda soledad de los gigantescos halls de los templos y de losgrandes stanos donde se guardan los increbles tesoros. Mien-tras duermen ansiosamente, con pldoras y drogas, perseguidospor pesadillas de desastres financieros, los poderosos hombresque controlan esa magia. Y tambin por la obvia razn de que enesos barrios no hay alimentos, no hay nada que permita la vidapermanente de seres humanos, o siquiera de ratas o cucarachas;por la extremada limpieza que existe en esos reductos de la nada,donde todo es simblico y a lo ms papeloso; y an esos papeles,aunque podran representar cierto alimento para polillas y otrosbichospequeos,songuardadosenformidablesrecintosdedispuse a seguir al hombre hasta su guarida.En la terminal de Plaza de Mayo, antes de que el tren hiciera sultimo viaje hasta Palermo, el ciego descendi y se encamin haciala salida que da a la calle San Martn.Empezamos a caminar por esa calle hacia Cangallo.En esa esquina dobl hacia el Bajo.Tuve que extremar mis precauciones, pues en la noche inver-nal y solitaria no haba ms transentes que el ciego y yo, o casi.De modo que los segu a prudente distancia, teniendo en cuenta elodo que tienen y el instinto que les advierte cualquier peligro queaceche sus secretos.El silencio y la soledad tenan esa impresionante vigencia que tie-nen siempre de noche en el barrio de los Bancos. Barrio mucho mssilencioso y solitario, de noche, que cualquier otro; probablementepor contraste, por el violento ajetreo de esas calles durante el da;por el ruido, la inenarrable confusin, el apuro, la inmensa multitudque all se agita durante las horas de Oficina. Pero tambin, casi concerteza, por la soledad sagrada que reina en esos lugares cuando elDinero descansa. Una vez que los ltimos empleados y gerentes sehan retirado, cuando se ha terminado con esa tarea agotadora y des-cabellada en que un pobre diablo que gana cinco mil pesos por mesmaneja cinco millones, y en que verdaderas multitudes depositancon infinitas precauciones pedazos de papel con propiedades mgi-cas que otras multitudes retiran de otras ventanillas con precaucio-nes inversas. Proceso todo fantasmal y mgico pues, aunque ellos,los creyentes, se creen personas realistas y prcticas, aceptan esepapelucho sucio donde, con mucha atencin, se puede descifrar unaespecie de promesa absurda, en virtud de la cual un seor que ni9 8acero, invulnerables a cualquier raza de seres vivientes.En medio, pues, del silencio total que impera en el barrio de losBancos, segu al ciego por Cangallo hacia el Bajo. Sus pasos resona-ban apagadamente e iban tomando a cada instante una personali-dad ms secreta y perversa.As descendimos hasta Leandro Alem y, despus de atravesar laavenida, nos encaminamos hacia la zona del puerto.Extrem mi cautela: por momentos pens que el ciego poda ormis pasos y hasta mi agitada respiracin.Ahora el hombre caminaba con una seguridad que me pareciaterradora, pues descartaba la trivial idea de que no fuera verdade-ramente ciego.Pero lo que me asombr y acentu mi temor es que de pronto to-mase nuevamente hacia la izquierda, hacia el Luna Park. Y digo queme atemoriz porque no era lgico, ya que, si se hubiese sido suplan desde el comienzo, no haba ningn motivo para que, despusde cruzar la avenida, hubiese tomado hacia la derecha. Y como la su-posicin de que el hombre se hubiera equivocado de camino era ra-dicalmente inadmisible, dada la seguridad y rapidez con que se mo-va,restabalahiptesis(temible)dequehubieseadvertidomipersecucin y que estuviera intentando despistarme. O, lo que erainfinitamente peor, tratando de prepararme una celada.Naci en Rojas, provincia de Bs. As ( 1912 ). Fue enviado a realizar sus estu-dios secundarios en el Colegio Nacional de La Plata. Se doctor en fsica en la Universidad de La Plata. Fue becado ese ao paraperfeccionarse en radiaciones en el Laboratorio Curie, de Pars, por la Aso-ciacin Argentina para el Progreso de la Ciencia. Trabaj en ese centro de in-vestigaciones y luego prosigui sus estudios sobre rayos csmicos en elMassachusetts Institute of Technology de los Estados Unidos.Sbato era un fsico de gran porvenir, cuando un da decidi romper con laciencia y entregarse a la literatura. El autor se ha lamentado de no haber te-nido una formacin clsica sistemtica y de los aos gastados en el ejerciciode la ciencia. Trabaj como profesor de Fsica en la Universidad Nacional deLa Plata y en el Instituto Superior del Profesorado, y colabor en la revistaSur, el diario La Nacin y otras publicaciones. Actu entonces como asesorde editoriales, asistente en Pars y Roma del comit ejecutivo de la Unesco,director de la revista Mundo Argentino y director de relaciones culturales delMinisterio de Relaciones Exteriores y Culto.En mayo de 1984, Sbato recibi en Madrid, de manos del rey Juan Carlos deEspaa, el Premio Miguel de Cervantes.Ha escrito varios libros de ensayos sobre el hombre en la crisis de nuestrotiempo y sobre el sentido de la actividad literaria. Entr despus en el cam-po de la ficcin, Sobre hroes y tumbas( 1961 ), su segunda novela, le gran-je consideracin internacional. Luego de la guerra de Malvinas , el final dela dictadura y la eleccin democrtica del gobierno, Ernesto Sbato es nom-brado Presidente de la Comisin Nacional de Desaparecidos.Fruto de las tareas de dicha comisin, nace el libro Nunca ms, conocido co-mo Informe Sabato. Actualmente vive en Buenos Aires.Para seguir leyendo: El tnel (1945 ); Uno y el Universo ( 1946); Hombres yengranajes(1950 ); Heterodoxia (1953); El escritor y sus fantasmas (1963);Abadn el exterminador (1974 ); Apologas y rechazos (1979); Pginas de Er-nesto Sabato (1983); Antes del fin (1999); La resistencia (2000); Espaa enlos diarios de mi vejez (2004).Ejemplar de distribucin gratuita. Prohibida su venta.ERNESTO SABATO