Inquisición contexto función

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Inquisición - A1:contexto, función, victimas cátaros ¿Quién los ha cobijado? ¿Dónde han podido esconderse? Dios no ha muerto y sí lo han hecho algunos que lo habían anunciado. "Las fuentes" pueden dar "frases" que hay que interpretar en el contexto y con sus consecuencias a tenor de la Historia que solo años después se pueden ver en contexto. El ideal o el proyecto más noble puede ser objeto de burla o de ridiculizaciones fáciles. Para eso no se necesita la menor inteligencia. Alexander Kuprin Y es que al igual que en EEUU, a mediados del siglo pasado (XX), se concebía el comunismo como algo pernicioso que ponía en evidente riesgo la seguridad nacional, dada la influencia negativa que dicha ideología tenía en los individuos; no es arriesgado afirmar que cuando la Santa Inqusición ejercía su labor en España, venía cumpliendo los mismos objetivos. "Sicofanta" o "sicofante" sirven como insultos. Literalmente, sicofante o sicofanta (valen los dos) era en Grecia el que denunciaba el contrabando de higos. Por lo visto, en la Grecia clásica los higos eran muy apreciados; se prohibía exportarlos, así como los esquejes de las higueras. Era algo así como los bulbos de tulipán en la Holanda del siglo XVII o las ovejas merinas en la Castilla del siglo XV. Así pues, el sicofante era un soplón o chivato. De ahí pasó a calumniador cuando la denuncia era falsa y se hacía por venganza o por recompensa. No parece una conducta muy apreciada, la del sicofante. Hoy existen sicofantes que el poder judicial utiliza y hasta puede llegar a condenarles por calumnia, cual durante la Inquisición. MMXI Tres cosas fueron importantes a la justicia sobre todo de la Inquisición: primero, que se compruebe la veracidad de los hechos, porque las acusaciones pueden ser también falsas; verificar la culpabilidad de las personas y asegurar el derecho de defensa a través de un proceso justo, según el contexto histórico… tan diferente al del tercer milenio, pero tan igual a hoy sigue siendo el principio jurídico fundamental. La persona humana y la paz: don y tarea - La Sagrada Escritura dice: «Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas.

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Inquisición - A1:contexto, función, victimas cátaros

¿Quién los ha cobijado? ¿Dónde han podido esconderse? Dios no ha muerto y sí lo han hecho algunos que lo habían anunciado.

"Las fuentes" pueden dar "frases" que hay que interpretar en el contexto y con sus consecuencias a tenor de la Historia que solo años después se pueden ver en contexto.

El ideal o el proyecto más noblepuede ser objeto de burlao de ridiculizaciones fáciles.Para eso no se necesitala menor inteligencia.Alexander Kuprin

Y es que al igual que en EEUU, a mediados del siglo pasado (XX), se concebía el comunismo como algo pernicioso que ponía en evidente riesgo la seguridad nacional, dada la influencia negativa que dicha ideología tenía en los individuos; no es arriesgado afirmar que cuando la Santa Inqusición ejercía su labor en España, venía cumpliendo los mismos objetivos.

"Sicofanta" o "sicofante" sirven como insultos. Literalmente, sicofante o sicofanta (valen los dos) era en Grecia el que denunciaba el contrabando de higos. Por lo visto, en la Grecia clásica los higos eran muy apreciados; se prohibía exportarlos, así como los esquejes de las higueras. Era algo así como los bulbos de tulipán en la Holanda del siglo XVII o las ovejas merinas en la Castilla del siglo XV. Así pues, el sicofante era un soplón o chivato. De ahí pasó a calumniador cuando la denuncia era falsa y se hacía por venganza o por recompensa. No parece una conducta muy apreciada, la del sicofante. Hoy existen sicofantes que el poder judicial utiliza y hasta puede llegar a condenarles por calumnia, cual durante la Inquisición. MMXI

Tres cosas fueron importantes a la justicia sobre todo de la Inquisición:

primero, que se compruebe la veracidad de los hechos, porque las acusaciones pueden ser también falsas; verificar la culpabilidad de las personas y asegurar el derecho de defensa a través de un proceso justo, según el contexto histórico… tan diferente al del tercer milenio, pero tan igual a hoy sigue siendo el principio jurídico fundamental.

La persona humana y la paz: don y tarea - La Sagrada Escritura dice: «Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar.[1] En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente síntesis: « Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros ».[2] Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos aspectos, del don y de la tarea.

3. También la paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad, supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios. En efecto, la paz es una característica del obrar divino, que se manifiesta tanto en la creación de un universo ordenado y armonioso como en la redención de la humanidad, que necesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redención muestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de nuestra existencia sobre la tierra. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de octubre de

1995, dijo que nosotros «no vivimos en un mundo irracional o sin sentido [...], hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos ».[3] La “gramática” trascendente, es decir, el conjunto de reglas de actuación individual y de relación entre las personas en justicia y solidaridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios. Como he querido reafirmar recientemente, «creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad».[4] Por tanto, la paz es también una tarea que a cada uno exige una respuesta personal coherente con el plan divino. El criterio en el que debe inspirarse dicha respuesta no puede ser otro que el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador.

En esta perspectiva, las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos —en sus respectivas culturas— pueden acercarse así al misterio más grande, que es el misterio de Dios. Por tanto, el reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, un presupuesto fundamental para una paz auténtica. 01.01.2007

No decía acaso el gran Tucidide* que ‘la búsqueda de la verdad es fatigosa?’.*Θουκυδίδης, Thūkydídēs – Atenas 460a.C. – 400 a.Cristo.

La inquisición – SIGLO XIII

¿Qué hizo la Iglesia frente a las herejías y disidentes?

Desde el siglo XII apareció una inquisición a nivel episcopal: los obispos tenían el deber de detectar los posibles herejes existentes en sus diócesis y entregarlos a la autoridad secular, para que les aplicase la pena pertinente. El poder civil, por su parte, cooperaba activamente en la persecución de la herejía, y el propio emperador Federico II, el gran adversario del pontificado, promulgó en 1220 una constitución, ofreciéndose a la Iglesia como brazo secular y estableció la muerte en la hoguera para los herejes.

Mas como la inquisición episcopal resultaba poco eficaz, el Papa Gregorio IX creó 1232 la inquisición pontificia y la confió a los frailes mendicantes, especialmente a la Orden dominicana, que desde entonces tuvo como una de sus misiones específicas la lucha contra la herejía. Así quedó constituida definitivamente la inquisición eclesiástica.

Hablemos, pues, de la inquisición, hoy día tan desprestigiada y criticada[91].

La inquisición no nace contra el pueblo sino para responder a una petición de éste. En una sociedad —la medieval- preocupada sobre todo por la salvación eterna, el hereje es percibido por la gente como un peligro y como causante de los males y pestes. Para el hombre medieval el hereje es un contaminador, un enemigo de la salvación del alma, una persona que atrae el castigo divino sobre la comunidad. Por lo tanto, y tal como afirman las fuentes de aquel entonces, el dominico que llega para aislarlo y neutralizarlo, para inducirle a que cambie de idea, no se ve rodeado de «odio»[92], sino que es recibido con alivio y acompañado por la solidaridad popular. Y si la gente se muestra intolerante con este tribunal, no es porque sea opresivo, sino todo lo contrario, porque es demasiado tolerante y paciente con los herejes a los que quiere convertir; dichos herejes, si hemos de atender a la vox populi, no merecerían las garantías y la clemencia de la que los dominicos hacían gala. Lo que en realidad quería la gente era acabar con el asunto deprisa, deshacerse sin demasiados preámbulos de aquellas personas.

La inquisición no intervenía para excitar al populacho; al contrario, defendía de sus furias irracionales a las presuntas brujas. En caso de agitaciones, el inquisidor se presentaba en el lugar seguido por los miembros de su tribunal y, con frecuencia, con una cuadrilla de sus guardias armados. Lo primero que hacían estos últimos era restablecer el orden y mandar a sus casas a la chusma sedienta de sangre.

Acto seguido, y tomándose todo el tiempo necesario, practicando todas las averiguaciones, aplicando el derecho procesal de cuyo rigor y de cuya equidad deberíamos tomar ejemplo, se desarrollaba el proceso. En la gran mayoría de los casos y tal como prueban las investigaciones históricas, dicho proceso no terminaba con la hoguera sino con la absolución o con la advertencia o imposición de una penitencia religiosa. Quienes se arriesgaban a acabar mal eran aquellos que, después de las sentencias, volvían a gritar: «¡Abajo la bruja!»[93].

Hasta aquí la reflexión de Vittorio Messori.

Pero hay más que decir sobre la inquisición. Hubo inquisición secular llevada a cabo por los reyes y gobernantes; inquisición episcopal e inquisición papal. Ciertamente el castigo no era en primer lugar la muerte por el fuego; sino la cárcel, multas, peregrinaciones. La quema en hogueras la ejecutaba la inquisición secular[94], nunca la iglesia[95].

El decreto de Graciano (año 1140), que armoniza los textos jurídicos tradicionales (derecho romano, decretales, etc.), considera tres etapas en un proceso contra la herejía: intento de persuadir, sanciones canónicas (pronunciadas por la iglesia) y finalmente entrega al brazo secular, esto es, a la justicia de los príncipes. Estos procederán a la confiscación de bienes y a los castigos corporales y torturas, pero sin pensar explícitamente en la pena de muerte.

Tratando de resumir el tema de la inquisición, podríamos decir lo siguiente:

Definición: la inquisición fue un tribunal para la defensa y conservación de la fe cristiana.

Clases: la eclesiástica, que examinaba al interesado, le hacía reflexionar, le pedía que explicara bien sus puntos dudosos, los enmendara y corrigiera, si había error. Si no se corregía, la Iglesia lo ponía en manos de la inquisición civil; ésta, si no se corregían, los torturaba y los mandaba a la hoguera. Consideraban el bien espiritual de la fe más importante que el bien físico de la vida.

Juicio: la naturaleza y modo de actuar de la inquisición suscita a los ojos del historiador serios reparos: el procedimiento inquisitorial presentaba graves defectos, con el sistema de denuncias y testimonios secretos, que podía perjudicar gravemente a los acusados, y con la admisión de la tortura como medio de prueba. La crueldad de la pena por el delito de herejía —la muerte en la hoguera- es patente, y no queda mitigada alegando que la ejecución de las sentencias era de la competencia del brazo secular. Mas es de justicia reconocer también que el procedimiento inquisitorial, pese a sus defectos, ofrecía mayores garantías de equidad que los juicios ante los tribunales civiles de aquel tiempo. Debe tenerse en cuenta, igualmente, que la inquisición tuvo la desgracia de ser hija de su tiempo, esto es, que su nacimiento coincidió con el endurecimiento general de la vida jurídica que se produjo en los siglos XIII y XIV como consecuencia del renacimiento del derecho romano. Los juristas consideraban el derecho romano como el ordenamiento perfecto —la «razón escrita»- y ese derecho contenía una severísima legislación contra los herejes, que sirvió de pauta al sistema inquisitorial. No ha de olvidarse que la recepción romanística —un evidente progreso jurídico- contribuyó en Europa a la extensión de la pena de muerte; y conviene también recordar que en muchas regiones provocó un empeoramiento en la condición social de las clases campesinas, cuando se aplicaron a payeses y aparceros las leyes romanas del Bajo Imperio, y los redujeron a la situación de siervos de la gleba.

* Todos estos factores, de tan diverso signo, han de tenerse en cuenta cuando se quiere formular un juicio objetivo sobre la inquisición. Pero en todo caso ese juicio resulta imposible para el observador actual que sea incapaz de situarse en el pasado y, desde allí, tratar de comprender el significado que tenía la fe religiosa, en una época en que esa fe representaba el supremo valor[96]. Aquella sociedad puso en su defensa el mismo apasionado interés que han demostrado modernamente ciertos países occidentales en la defensa de la libertad, hasta proscribir las ideologías y partidos totalitarios que pudieran amenazarla. Fue la seriedad misma con que vivían las propias convicciones religiosas la razón de considerar a la herejía como el peor de los crímenes, aquel que ponía en peligro el sumo bien, la salvación eterna de los hombres.

Tal vez un hombre «moderno», con su sensibilidad actual, tan sólo acierte a comprender la conducta de sus mayores si toma como punto de referencia sus propias reacciones frente a las amenazas hacia unos bienes tan apreciados por la humanidad de hoy como pueden serlo la salud y la larga vida: el «hombre religioso» europeo puso en la lucha contra la herejía el mismo apasionado interés que el hombre moderno pone en la defensa de esos bienes, en la lucha contra el cáncer o la droga.

De todos los errores y desmanes que hubo, ya la Iglesia y el papa Juan Pablo II ha pedido perdón con humildad. Hoy la Iglesia apuesta por el amor, la caridad. Prefiere hacer la verdad en la caridad. Hoy día nos cuesta entender este capítulo de la historia porque somos más sensibles a los derechos humanos y porque el bien de la fe hay que defenderlo, sí, pero nunca con la violencia.

La inquisición española

Mención aparte merece la inquisición española. Por eso quiero explayarme un poco más en ella, aunque sea adelantándome un poco al tiempo en que apareció.

Lo primero que hay que decir es que la inquisición española cae dentro del esquema de unidad nacional, política y religiosa que se propusieron llevar a cabo los Reyes Católicos.

Se han dado muchas opiniones sobre esta inquisición, unas positivas y otras negativas. Entre las opiniones negativas se encuentran las siguientes: algunos vieron en la inquisición española una fuente de ingresos para la curia romana, debido a la desmesurada codicia de los papas; o también una campaña de los mismos papas para infundir en el pueblo español y en sus monarcas las ideas de intolerancia y fanatismo de que ellos estaban animados.

De distinta manera piensan los cronistas e historiadores que fueron contemporáneos de los hechos[97]. Cuentan que los judíos que se convirtieron al cristianismo, por conveniencia y no de corazón[98], pronto volvieron a sus andadas en secreto: robos, usuras, blasfemias y burlas de la doctrina cristiana. Esto llegó a oídos de los Reyes Católicos y lo informaron al papa, el cual firmó una bula, en la que mandaba instituir inquisidores. Estos conversos, a los que el pueblo despectivamente llamaba «marranos», se convirtieron en un verdadero peligro para la unidad nacional y eclesiástica de España, pues la mayor parte de ellos conservaban ocultamente sus antiguas costumbres, y al mismo tiempo se dedicaban con el más ardoroso celo al proselitismo. Su influencia fue tanto más peligrosa cuanto que ellos tenían en sus manos las fuentes financieras de la nación.

Ludovico Pastor, autor de una monumental Historia de los Papas, escribe también a este propósito: «La ocasión para el restablecimiento de este tribunal...la dieron principalmente las circunstancias de los judíos españoles. En ninguna parte de Europa habían causado tantos disturbios el comercio sin conciencia y la usura más despiadada de los judíos como en la península Ibérica, tan ricamente bendecida por el cielo. De ahí se originaron persecuciones de los judíos, en los cuales sólo se les daba a elegir entre el bautismo o la muerte. De esta manera se produjo bien pronto en España un gran número de conversos en apariencia, los llamados «marranos» que eran judíos disfrazados y, por lo mismo, más peligrosos que los abiertos...Las cosas habían llegado últimamente a tal extremo, que ya se trataba del ser o no ser de la católica España»[99].

Por tanto, no se debió la inquisición española a pasiones bastardas ni a otros motivos de mala ley, sino al peligro para la unidad nacional y religiosa de España, de parte de los judíos aparentemente convertidos. Sin este grupo la inquisición española no hubiera existido o, por lo menos, no hubiera conocido el desarrollo que tuvo a partir del siglo XVI.

Vino después el problema de los moriscos y casi al mismo tiempo que el de los herejes. Las autoridades civiles, los eclesiásticos y el mismo pueblo piden que se tomen medidas contra ellos, por entender que eran un verdadero peligro para la sociedad.

La inquisición española nace, en consecuencia, como algo propio y nacional, que poco o casi nada tiene que ver con la que ya existía en Europa desde principios del siglo XIII. Fue un instrumento político, con matices religiosos y apoyado por la Iglesia, que desde el primer momento quedó en manos del Estado.

La inquisición española se contradistingue de la medieval, fundada en 1231 por el Papa Gregorio IX, en dos puntos fundamentales: en su estrecha dependencia de los monarcas españoles y en la perfecta organización de que la dotó desde el principio su primer inquisidor general, Fray Tomás de Torquemada, O.P. Con las Instrucciones de que éste la dotó y basándose en las disposiciones existentes contra la herejía, organizó bien pronto diversos tribunales en Sevilla, Toledo, Valencia, Zaragoza, Barcelona y otras poblaciones, con lo cual se convirtió en un importante instrumento en manos de los Reyes Católicos y de sus sucesores Carlos V y Felipe II, quienes apoyaron constantemente su actuación.

Para tener una idea adecuada sobre la inquisición española es necesario conocer los procedimientos que empleaba, pues contra ellos suelen dirigirse buena parte de las inculpaciones de sus adversarios. El primer punto de controversia es el de las denuncias con que generalmente se iniciaban los procesos inquisitoriales. Estas denuncias se recogían, sobre todo, como resultado de la promulgación de los edictos de fe, en los que se exponían los posibles errores doctrinales cuando había sospecha de que pudieran darse en algunas ciudades o en alguna región, cargando la conciencia de los cristianos para que denunciaran a los sospechosos. Otras denuncias venían o bien de los mismos encarcelados para congraciarse con los jueces; o bien del espionaje, que de modo especial ejercían los llamados familiares de la inquisición.

La inquisición tenía un cuidado particular en reunir gran cantidad de denuncias bien confirmadas; no hacía caso de las anónimas, y en este punto procedía, en general, con la máxima objetividad. Respecto del espionaje, tenemos que decir que ha sido siempre un instrumento usado por los organismos mejor constituidos de todos los tiempos.

Sobre las cárceles de la inquisición, ni eran tan lóbregas, ni tan tétricas y oscuras, como tantas veces se ha dicho, pues de los procesos consta que los reos leían en ellas y escribían mucho. Eran relativamente moderadas, si se tienen presentes las que usaban los tribunales de aquel tiempo.

Los puntos más débiles del proceso de la inquisición eran el secreto de los testigos y el sistema de defensa.

Respecto al secreto de los testigos, tantas veces impugnado por los adversarios de este tribunal, debe advertirse que, si se admite el derecho del Estado y de la Iglesia para castigar a los herejes, el secreto de los testigos se hizo en realidad necesario, pues la experiencia había probado que sin él nadie se arriesgaba a presentar denuncias, y resultaban inútiles los esfuerzos de los inquisidores. Por eso, ya en la Edad Media tuvo que introducirse. Con todo, en esto precisamente estriba el punto más débil del sistema de defensa de la inquisición. El mismo tribunal nombraba a los abogados o letrados, por lo que el reo quedaba aparentemente sin defensa propia. Sin embargo, por poco que se examinen los procesos de la inquisición, puede verse la intensidad con que trabajaba la defensa y cómo muchas veces obtenía resultados favorables al reo. Había también testigos de abono, citados por el mismo reo, que no pocas veces influían en la marcha del proceso.

Indudablemente que el punto más impugnado de este tribunal es el tormento que se empleaba. Pero conviene observar, sin que sirva totalmente de excusa, que en aquel tiempo empleaban este sistema todos los tribunales legítimamente establecidos; que fueron muy pocos los procesos en que lo empleó la inquisición; y que los géneros de tormentos empleados por este tribunal eran «relativamente suaves», y ciertamente mucho menos crueles que los empleados en otros países también por causa religiosa.

Por lo que se refiere a las penas aplicadas por la inquisición española, baste decir que no hizo otra cosa que aplicar las leyes y las normas ya existentes y admitidas entonces por todos los estados católicos y con mayor causa cuando los herejes, además de defender sus principios religiosos, se unían y se rebelaban contra sus príncipes y señores. Es bien claro el hecho de los hugonotes o protestantes franceses.

Las naciones cristianas tenían a los herejes como perturbadores públicos y enemigos suyos, y a su herejía como crimen contra el estado. Esto explica la solemnidad que se daba a veces a su juicio y condena, como en los tan comentados Autos de fe que se celebraron en España.

No es del todo cierto que la inquisición sirviera de obstáculo y freno al desarrollo de la ciencia, como a veces se ha creído. Hombres de letras y hasta santos y reformadores sabemos que tuvieron que ver con ella, implicados en largos y pesados procesos[100]. Pero se ha demostrado que en ocasiones no fueron tales los procesos y que de lo que más bien se trataba era de examinar algunas doctrinas que pudieran presentarse como peligrosas en aquellos «tiempos recios», como decía la misma santa Teresa.

La documentación que se ha encontrado en los archivos inquisitoriales reduce considerablemente el número de víctimas, como se ha querido atribuir a la inquisición. Puede decirse que la verdadera cultura y el humanismo sano y ortodoxo nunca fueron objeto de persecución por parte de los inquisidores.

Hubo ciertamente exageraciones. Así consta que las hubo en los primeros años de su actuación, a partir de 1481, en el tribunal de Sevilla y otros tribunales. Asimismo hubo partidismo y apasionamiento en algunos inquisidores y en algunos grandes procesos, como el del arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza, en la segunda mitad del siglo XVI. Se trata en estos casos de deficiencias humanas, como las ha habido siempre en todas las instituciones en las que toman parte los hombres, incluso en las más elevadas, como el episcopado y el pontificado romano.

Por otra parte, lo mismo que ocurrió con la expulsión de los judíos, tampoco se consiguieron con ella grandes resultados. Siguió habiendo herejes, y personas que mantenían ideas desviacionistas; y la represión inquisitorial que se llevó, por ejemplo, en Flandes, lo único que hizo fue provocar el odio a la religión católica, aislar a España de las demás naciones y avivar el ansia de independencia en aquellos países.

Si en algo se la puede entender, aunque no disculpar del todo, es colocándola en el clima de fe ardiente y de fuerte nacionalismo que invadía entonces a los españoles, los cuales consideraban a la herejía como crimen de estado, a la intolerancia más como imperativo que como virtud, y a la indulgencia como signo de extrema debilidad.

Por otra parte, ellos estaban convencidos de que, acabando con la herejía, evitaban una posible guerra civil y se hacían fuertes para rechazar los posibles ataques de turcos y protestantes. El pueblo llano era a veces más intolerante que los mismos inquisidores, como dijimos ya anteriormente.

Termino esta parte con el juicio de un estudioso: «Poco justifica considerar al tribunal puramente como un instrumento de la intolerancia fanática y por tanto hemos de estudiar a la inquisición no como un mero capítulo de la historia de la intolerancia, sino como una fase de desarrollo social y religioso de España...La intolerancia de la inquisición española tiene un significado sólo si se la relaciona con factores históricos mucho más amplios y complejos, de los que no siempre fue el más destacado o importante la solución del problema religioso...»[101-.

Agradecemos al autor Señor profesor y presbítero don Antonio Rivero, es sacerdote legionario de Cristo, nacido en Ávila, España, en 1956. Es licenciado en Humanidades Clásicas en Salamanca y en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma y bachiller en Teología por la Universidad de santo Tomás, también en Roma. Fue párroco en Buenos Aires durante doce años, trabajando con grupos de jóvenes, novios y parejas. Alternó su ministerio con medios de comunicación, congresos, escritos y CDs. Ha grabado 200 CDs de temas espirituales y de valores, y escrito cinco libros, publicados en Buenos Aires y en México. Ahora es formador y profesor de oratoria y teología en el Seminario Maria Mater Ecclesiae de sao Paulo, Brasil

2008-04-16 www.conoze.com

Notas

[91] Tomaré algunas reflexiones de Vittorio Messori en su libro "Leyendas negras de la Iglesia", de la editorial Planeta-Testimonio, pp. 54 en adelante.

[92] Como se puede percibir en la película "El nombre de la rosa", inspirada en la novela de Umberto Eco, del mismo nombre.

[93] Y si usted ha leído la novela de Manzoni, "Los novios", sabrá que la caza de brujas fue iniciada y sostenida por las autoridades laicas, mientras que la Iglesia desempeñó un papel por lo menos moderado, cuando no escéptico.

[93] Y si usted ha leído la novela de Manzoni, "Los novios", sabrá que la caza de brujas fue iniciada y sostenida por las autoridades laicas, mientras que la Iglesia desempeñó un papel por lo menos moderado, cuando no escéptico.

[94] Aquí tenemos un texto de la legislación de Federico II, rey de Francia, contra los herejes: "Todo el que haya sido manifestado convicto de herejía por el obispo de su diócesis será inmediatamente apresado a petición de éste por las autoridades seculares del lugar y entregado a la hoguera. Si sus jueces creen que hay que conservarle la vida, sobre todo para que convenza a otros herejes, se le cortará la lengua que no vaciló en blasfemar de la fe católica y del nombre de Dios" (Constituciones de Catania, 1224).

[95] Este texto de Wason, obispo de Lieja lo confirma: "Nosotros, los obispos, no hemos recibido el poder de apartar de esta vida por la espada secular a los que nuestro creador y redentor quiere dejar vivir para que ellos mismos se liberen de los lazos del demonio...Los que son hoy nuestros adversarios en el camino del Señor pueden convertirse con la gracia de Dios en superiores a nosotros en la patria celestial...Los que somos llamados obispos hemos recibido la unción del Señor, no para dar la muerte, sino para traer la vida" (carta al obispo de Chálons, hacia el 1405).

[96] Así se entiende esta cita de santo Tomás de Aquino que justificó teológicamente la represión contra los herejes con estas palabras: "Acerca de los herejes, deben considerarse dos aspectos: uno, por parte de ellos; otro, por parte de la iglesia. Por parte de ellos está el pecado, por el que no sólo merecieron ser separados de la iglesia por la excomunión, sino aun ser excluidos del mundo por la muerte; pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda, con que se sustenta la vida temporal. Y si tales falsificadores y otros malhechores justamente son entregados sin más a la muerte por los príncipes seglares, con más razón los herejes, al momento de ser convictos de herejía, podían no sólo ser excomulgados, sino ser entregados a justa pena de muerte. Por parte de la Iglesia, está la misericordia para la conversión de los que yerran. Por eso no condena luego, sino después de una primera y segunda corrección, como enseña el apóstol. Pero, si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, no esperando su conversión, lo separa de sí por sentencia de excomunión, mirando por la salud de los demás. Y aún pasa más adelante, relegándole al juicio seglar para su exterminio del mundo por la muerte" (Suma Teológica, II-II, 11, 3

[97] Baste leer los testimonios de dos de aquellos cronistas, Bernáldez y Pulgar.

[98] Estas conversiones masivas de judíos se debieron, en parte, a los esfuerzos realizados por san Vicente Ferrer; y en parte, por las sangrientas persecuciones del pueblo contra ellos.

[99] Historia de los Papas, ed. Esp. (Buenos Aires-Barcelona, 1948-1960).

[100] P.e. Arias Montano, Francisco Sánchez, el Brocense, el P. Mariana, Fray Luis de León, san Juan de Ávila, Fray Bartolomé de Carranza, la misma santa Teresa de Jesús...

[101] Henry Kamen, La Inquisición española, tercera edición española (Barcelona España, Crítica, 1979), p. 305.

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La inquisición en su contexto

Por Pío Moa

En el artículo de la semana pasada toqué un asunto que me gustaría ampliar un poco. Al hablar de la religión debe tenerse en cuenta que nunca ha sido un mero sentimiento privado, pues ha informado todas las culturas y sigue haciéndolo en buena medida; y que la identificación con sus creencias ha sido en todas partes un elemento básico en la cohesión y convivencia sociales.

El cristianismo ha admitido desde el principio una relación entre religión y política más flexible que el judaísmo o el islamismo, y probablemente de ahí viene la evolución democrática en las sociedades occidentales. Esto quizá ayude a explicar la aparición de los parlamentos medievales, cuya primacía se disputan España (León), Inglaterra e Islandia.

Pero en épocas de amenaza exterior el lazo entre religión y política se volvió más estrecho y rígido. Esto ocurrió en la España medieval, por ser país de frontera con el expansionismo islámico durante casi ocho siglos, gran parte de los cuales ensombrecidos por el peligro de una derrota completa. La Reconquista significó la lucha por preservar o recobrar la herencia cultural y política romano-gótica frente al Islam, herencia concretada en la religión cristiana, que a su vez se reflejaba en todos los órdenes de la sociedad, desde la concepción de la familia, a la libertad personal o determinados frenos al poder político, pasando por la cocina y mil usos de la vida cotidiana. A menudo se olvidan estos factores, que sin embargo ayudan a explicar cómo unos reinos mínimos y materialmente insignificantes frente al poderío muslim llegaron a vencerlo y expulsarlo de la península, haciendo retroceder por primera vez la marea islámica desatada en el siglo VII.

La victoria de la Reconquista no alejó a España de la línea de frontera. Desde el norte de África el hostigamiento a las costas españolas, la piratería y el comercio de cautivos eran constantes, y simultáneamente el auge del poder otomano, al otro extremo del Mediterráneo, pesaba sobre la Península ibérica e Italia, arruinando el comercio de la corona de Aragón, y aspirando a invadir de nuevo la Península ibérica, mientras en la propia España persistían grandes bolsas de musulmanes inasimilables. Estas circunstancias empujaban al estado a buscar la mayor homogeneización religiosa posible, como seguro frente al peligro exterior.

Desde el punto de vista meramente económico, los musulmanes de España constituían una fuente de beneficios para los magnates y la corona, pero también un evidente peligro político y militar pues, desde luego, aspiraban a ser ellos quienes volviesen a dominar el país con ayuda de sus hermanos de ultramar. Tampoco las minorías hebreas ofrecían confianza, a pesar de las considerables rentas extraídas de ellos.

Y por si la amenaza otomana y berberisca fuera insuficiente, en las partes de Europa más alejadas del peligro estalló la escisión protestante, que originó violentas guerras civiles en el centro de Europa y en Francia. Una situación semejante en España habría echado por tierra en poco tiempo la obra reconquistadora de ocho siglos. Para España era fundamental evitar tal cosa, y al mismo tiempo combatir el protestantismo en la retaguardia. Tanto más cuanto que los protestantes, pero también el católico rey de Francia, no dudaron en buscar la alianza y la acción de conjunto con los otomanos contra los Austrias, que habían asumido la defensa de la Cristiandad frente al avance musulmán.

El fenómeno de la Inquisición española debe ponerse en ese contexto, cosa que rara vez observamos. Se la coloca, en cambio, en una situación de pugna un tanto abstracta por o contra una libertad religiosa que no existía en ningún país europeo. Las inquisiciones protestantes, aunque menos duraderas, fueron mucho más sangrientas, no obstante lo cual la propaganda protestante ha tenido un increíble éxito en presentar a la española como la culminación de la crueldad y la maldad en la historia humana hasta el siglo XX. Esa actitud no halló correspondencia en España, por lo general. Como señala William Maltby hablando de la leyenda negra en Inglaterra, "No pocas de las acciones de España fueron terribles, pero ninguna razón permite suponer que fueran peores que las de cualquier otra nación. Además, no parece haberse desarrollado la correspondiente anglofobia en España, donde los informes eran mucho más moderados, por más que nadie puede negar que los españoles tenían tantas razones para estar descontentos de los ingleses como los ingleses de ellos". Esto puede extrapolarse a todo el mundo protestante y a Francia. Por ese incondicional y masivo ataque propagandístico, la Inquisición ha quedado como el símbolo por excelencia de la España del siglo XVI, concentrado de crueldad y oscurantismo, y la imagen ha tenido tal éxito que, como observan algunos autores useños con sorpresa, buena parte de la historiografía española, por lo común la más mediocre, la ha aceptado e incluso le aporta su propia contribución.

Pero la España del siglo XVI no se caracteriza por la Inquisición más que los demás países europeos por sus correspondientes crueldades e intolerancias o por la quema de brujas. Se caracteriza por un gran arte, un brillante pensamiento de corte más bien humanista y liberal, por haber puesto en comunicación, por primera vez en la historia, a todos los continentes habitados, por haber marcado los límites a la expansión turca (y a la protestante), y por haber exportado las universidades y la civilización occidental y cristiana a gran parte del mundo. Y ello en condiciones sumamente difíciles y en pugna sucesiva y a veces simultánea con poderes más fuertes que ella misma. No está de más recordarlo en tiempos de absurda autodenigración, cuando nos amenazan nuevas y serias crisis.

2004-12-30 L.D. ESP.

Más sobre la Inquisición – El moralismo español

La Inquisición, principal valedora de la expulsión de judíos y moriscos, solo podía actuar contra cristianos, por lo que se centró sobre todo en los conversos. Los inquisidores eran clérigos, juristas universitarios. Su procedimiento consistía en pregonar el Edicto de gracia, explicando en qué consistían las herejías y animando a quienes hubieran caído en ellas a presentarse y denunciar también a sus cómplices. Quienes lo hicieran de grado se reconciliarían con la Iglesia sin mayor problema. A continuación venían las denuncias, mantenidas en el anonimato, lo que daba pie a muchos abusos. La denuncia era examinada por los "calificadores" que, si la hallaban fundada, ordenaban detener al acusado, cuyos bienes eran confiscados preventivamente para pagar los gastos del proceso, lo cual causaba nuevos abusos, que se combatieron desde mediados del siglo XVI. Por otra parte, la Inquisición se financiaba sobre todo con los bienes de los condenados, lo que, en principio, constituía un incentivo para extremar la severidad.El proceso podía alargarse largo tiempo sin que el detenido conociese la acusación. Luego eran interrogados los denunciantes y el denunciado. Este recibía un abogado defensor cuya misión consistía en animarle a decir la verdad, y debía buscar testigos favorables o demostrar la falsedad de la acusación, a cuyo fin se le pedía que citara los nombres de quienes podían tener interés en perjudicarle, por si coincidían con los denunciantes. Si el proceso seguía, podía usarse la tortura, a condición de no poner en peligro la vida ni causar mutilaciones, y la confesión así obtenida debía ser luego ratificada libremente. Las penas más habituales eran multas, la obligación de portar un sambenito, o la "prisión perpetua" que en la práctica no solía pasar de tres años, pero podían llegar a la "relajación al brazo secular", es decir,

a la justicia laica. Seguía un auto de fe, ceremonia pública o privada para solemnizar la reconciliación de los arrepentidos y la ratificación de los no arrepentidos, que serían entregados para su ejecución. Popularmente se ha identificado el auto de fe con la ejecución, pero esta se cumplía al margen y después.

Si el condenado se arrepentía en el último momento era ahorcado o decapitado; en caso contrario, quemado vivo en la hoguera.Entre los perseguidos por la Inquisición, los principales fueron los conversos judíos y moriscos, y más tarde los protestantes, de los que siempre hubo muy pocos en España. Suele considerarse que su período de actuación más intensa transcurrió entre su fundación y el año 1530, relajándose después durante más de un siglo, salvo algún pequeño rebrote; en los dos decenios de 1640 a 1660 se recrudeció de nuevo, y a partir de esa fecha su actividad decayó fuertemente hasta su disolución.Los métodos de la Inquisición han sido muy criticados, en particular la denuncia anónima y el uso de la tortura. Pero hoy se admite comúnmente que la tortura fue poco empleada para las costumbres de la época (o de la actualidad en muchos lugares). Las condiciones carcelarias eran también bastante mejores que las de las prisiones comunes, en ellas podían recibir visitas de familiares y practicar su oficio; en muchos casos los denunciados no iban a la cárcel, sino que sufrían una especie de arresto domiciliario.

En cuando al anonimato de los denunciantes se explicaba en parte por las venganzas que seguirían contra ellos por parte de las familias de los denunciados, muchas de ellas poderosas. La Inquisición, por lo demás, tenía mucho más en cuenta que la justicia corriente los falsos testimonios: "Los inquisidores –explican las instrucciones de Torquemada– deben observar y examinar con atención a los testigos, obrar de suerte que sepan quiénes son, si deponen por odio o enemistad o por otra corrupción. Deben interrogarlos con mucha diligencia e informarse en otras personas sobre el crédito que se les pueda otorgar, sobre su valor moral. Remitiendo todo a las conciencias de los inquisidores".Tres siglos y medio duraría la Inquisición, concebida como un tribunal para asegurar la estabilidad social frente a la herejía. Las descripciones generales tienden a dar la impresión de un clima generalizado de denuncias y temor, pero los datos reales ofrecen un panorama distinto. El número total de procesos a lo largo de sus tres siglos y medio de existencia es de un máximo de 150.000, quizá menos de 100.000, pues se conservan las actas de los 50.000 ocurridos entre 1560 y 1700, casi un siglo y medio: dado que los procesos posteriores a 1700 fueron pocos, resulta difícil creer que los correspondientes a los ochenta años anteriores a 1560 casi duplicaran los posteriores. Aún aceptando la cifra mayor, da un promedio máximo de 420 procesos por año (la cifra real es probablemente bastante inferior), exigua en todo caso para una población que varió entre cinco y doce millones de habitantes –aunque hubo temporadas de actividad escasa y otras más intensa–. El uso de la tortura, como quedó indicado, fue mucho más moderado que en los tribunales corrientes: de los 7.000 procesos en Valencia solo se usó la tortura en un 2% de los casos, nunca más de quince minutos, y nadie fue torturado dos veces, según la investigación de S. Haliczer. Sobre las víctimas mortales se ha exagerado de modo increíble, por razones de propaganda ideológica.

El clérigo Juan Antonio Llorente, colaboracionista de Napoleón en España, hablaba de 32.000 ejecuciones, y atribuyó a la Inquisición haber causado en gran parte "la despoblación de España". Leyendas así han circulado ampliamente. Hoy se conoce con mucha aproximación el número de ajusticiados, un millar aproximadamente, entre 1540 y 1834, año de su abolición. Hay pocos datos fehacientes de los sesenta años anteriores, por lo que la especulación es muy libre, calculándolos los estudiosos a menudo según su inclinación ideológica. Se los tiene por años de intensa actividad, y algunos hablan de 2.000 y hasta 4.000 ejecuciones, aunque pudieran ser muchas menos, teniendo en cuenta la exageración de las cifras anteriores y el sesgo ideológico de los investigadores que tal sostienen. Como se ha observado, las policías políticas de ciertos países en la actualidad pueden hacer muchas más víctimas en un tiempo enormemente menor, y por las mismas fechas de la Inquisición las represiones contra disidentes religioso-políticos en diversos países europeos causaron probablemente más muertes. Los estudios recientes ponen en un marco más preciso la entidad del tribunal, objeto preferente, durante siglos, de mitos y leyendas.Otro dato de importancia al respecto es que, tras algunas persecuciones puntuales contra las brujas, como las de Zugarramurdi, la Inquisición descartó la "caza de brujas", considerando a estas como un mero fenómeno supersticioso. Por el contrario, en Alemania, Suiza, Francia, Inglaterra (donde existían "cazadores de brujas" por dinero), Escocia, Escandinavia y otros países, la quema de brujas se hizo obsesiva durante los siglos XVI y XVII , calculándose entre 60.000 y 100.000 víctimas (59 en España).Se ha acusado a la Inquisición de haber paralizado el desarrollo intelectual de España, con su actividad y sus índices de libros prohibidos; pero estos, aún más rigurosos, estaban en boga por gran parte de Europa. De hecho, los siglos XVI y XVII fueron los de mayor florecimiento artístico, intelectual y, en general cultural de España, apreciándose un claro descenso de nivel a partir del siglo XVIII, cuando la Inquisición funcionó mucho más

débilmente. Lo cual indica la ausencia de una relación de causa a efecto entre ambos fenómenos.6 de Mayo de 2009 - 08:59:11 - Pío Moa ´libertadenreligión´blog.

Colección de Estudios sobre la Santa Inquisición

El Tribunal del Santo Oficio; la Inquisición en funciones y sus víctimas

18 ESTUDIOS HISTÓRICOS(Compilador: Jesús Hernández)

INTRODUCCIÓNLa Iglesia Católica Romana, habiendo sido fundada por Jesucristo N.S., inició su labor misionera y pastoral el día de Pentecostés. Durante los primeros siglos de su existencia, el cristianismo se extendió por todo el Imperio Romano, a pesar de las sangrientas persecuciones organizadas por el paganismo contra la nueva religión.

Esa es la época de los Padres de la Iglesia y de los mártires, cesando la persecución con el Edicto de Milán (313 d.C.) por el emperador Constantino. A partir de ahí, antes y después de la caída del Imperio Romano de Occidente, la Iglesia Cristiana aumenta en número de fieles y en influencia sobre la sociedad. Pero hubo corrientes paralelas de pensamiento opuestas a las verdades de fe que la Iglesia había defendido y proclamado desde la era apostólica. Más peligrosas que el propio paganismo, por tener cierto tinte cristiano, capaz de atraer a los incautos, la Iglesia se vio en la necesidad de hacer frente a dichas corrientes, denominadas Herejías ,¿Cómo lo hizo?

Es lo que veremos enseguida. Una institución católica, llamada la Santa Inquisición, asumió la función básica de combatir la herejía, por diversos métodos. Y algunos de esos métodos despiertan el total rechazo de los hombres modernos, muchos de los cuales han elaborado una serie de acusaciones (no todas ciertas) contra la Inquisición. Denostando y recordando a la Inquisición se pretende escandalizar a los fieles católicos actuales, con el único objetivo de generar en ellos rechazo a la Iglesia, y con ella, a su doctrina.

Dentro de la Apologética, se puede hablar de una Apologética Histórica. Ésta no consiste en citar la Biblia y la Tradición para defender doctrinas dogmáticas de la Iglesia, sino en revisar la Historia y poder entender qué ha hecho la Iglesia en siglos pasados, y por qué lo hizo.

Lo que presento a continuación es una pequeña colección de 18 estudios históricos relacionados con la Inquisición, de notables eruditos e historiadores, cuyas credenciales serán expuestas con sus artículos. El objetivo de presentar estos artículos, es proporcionar al lector bases para que pueda hacer un análisis y sacar una conclusión -estrictamente apegada a los acontecimientos históricos verdaderos- sobre la Inquisición en sus tres versiones: Católica, Protestante, y Civil.Agradecemos al autor don Jesús Hernández – 2007.I.

http://www.luxdomini.com/inquisicion.htm

LA HEREJÍA DE LOS ALBIGENSES

Por Ricardo G. Villoslada

INTRODUCCIÓN

La Biblioteca de Autores Cristianos publicó la Historia de la Iglesia Católica escrita por B. Llorca, R. García Villoslada y F.J. Montalbán, una serie de tomos que dividen la Historia de la Iglesia en etapas. Para este extracto utilicé la segunda edición comentada y corregida por uno de los autores, Ricardo García Villoslada, profesor de Historia Eclesiástica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.

Jesús Hernández

NOTA: Me tomé la libertad de hacer algunos RESALTES en el texto.

Herejía de los Cátaros o Albigenses

Cátaros o Albigenses

De las múltiples herejías que brotan y rebrotan en aquellos siglos de fe y de religiosidad, la más temible es la de los cátaros o albigenses. ¿Cómo se explica este fenómeno que una herejía de raíces próxima o remotamente orientales prosperase tanto en tierras de Occidente y en países profundamente católicos?

Empecemos por confesar que no conocemos bien sus orígenes y, por tanto, se nos escapan algunos elementos para dar con su perfecta explicación histórica. Podemos, sin embargo, adelantar varias razones. El catarismo arraigó tan hondamente en la Francia meridional, primero, porque no se trataba de una herejía puramente gnóstica, al modo alejandrino o persa, de altas especulaciones filosóficas y de complicadas fantasías religiosas, sino de un movimiento herético de consecuencias prácticas y morales, que aseguraba a los fieles la remisión total de los pecados y la salvación eterna; segundo, porque adquirió un carácter popular y fanático, que ayudó mucho a su difusión; tercero, por su aspecto reformista y acusador de los abusos de la nobleza eclesiástica, cuyas riquezas y costumbres mundanas escandalizaban al pueblo y daban en rostro a la burguesía laica, cuarto, por los restos de viejas herejías que no habían sido del todo exterminadas; quinto, porque justificaba la codicia de bienes eclesiásticos y favorecía las ambiciones políticas de ciertos señores feudales.

El apelativo de cátaros (que en griego significa puro), se les dio a estos herejes, generalmente en Alemania, durante el siglo XII, según lo refiere por primera vez el abad Egberto de Schönaugen. razón de tal denominación fue sin duda las semejanzas que se les encontraban con los novacianos, designados como "cátaros" por el Concilio de Nicea del año 325.El pueblo los llamaba en algunas partes gazzari (de donde se deriva en alemán ketzer, hereje) y también catharini o patarini, quizá por confusión con los fervientes católicos de la Pataria milanesa, que combatían el matrimonio de los clérigos; pero el nombre que prevaleció fue el de albigenses, porque la ciudad de Albi (la antigua Albiga, de donde en francés albigeois y en latín albigensis) procedían los que se apoderaron de Toulouse, baluarte principal de la secta.

Naturaleza y origen de la secta

Si hemos de creer a los primeros polemistas católicos que escribieron contra los albigenses, la doctrina de estos herejes tiene origen maniqueo. Esto es lo que hasta nuestros días se ha venido afirmando casi unánimemente. Decíase que los maniqueos, tan perseguidos en el Imperio romano, perduraron ocultos en el Oriente, reaparecieron en los paulicianos de Siria y de Frigia, en los herejes gnósticos del siglo VII y siguientes y en los bogomilos de Bulgaria, fundados en el siglo X por un tal Basilio, a quien por sus errores gnósticos mandó quemar el emperador. De Bulgaria se habrían extendido por Dalmacia, a Italia y Francia, y por Hungría a Bohemia y Alemania.

Bien dice el P. Dondaine que si los polemistas católicos de la Edad Media hubiesen estado bien informados sobre las otras gnosis dualistas de origen cristiano, como lo estaban sobre el maniqueísmo, no hubieran afirmado tan tajantemente el carácter maniqueo del catarismo (A. DONDAINE, Nouvelles sources, p. 467)El historiador protestante Carlos Schmidt en su Histoire et doctrine de la secte des Cathares es de parecer que la herejía vino de los países eslavos, y que allí nació, tal vez en algún convento búlgaro, hacia el siglo X.Otros opinan que el fenómeno se explica sin conexiones con el Oriente. C. Douais apunta al priscilianismo y P. Alexhandery piensa más bien en el marcosianismo o herejía de Marcos el Gnóstico, cuyos discípulos predicaron en el valle del Ródano, según escribe San Ireneo. Pero, ¿en qué país de Europa se puede rastrear de algún modo la pervivencia oculta de esas sectas?

Antes del año 1000 no tenemos ninguna noticia de la aparición del catarismo en la Europa occidental. A fines de ese año, según testimonio de Raúl Glaber (Historiarum sui temporis libri quinque), se presenta aislado el caso de un tal Leutardo de Chalons, cuya aversión al Antiguo Testamento, al matrimonio y a la imagen de Cristo, puede tener alguna relación con el catarismo. Lo mismo es lícito sospechar de una herejía procedente de Italia, o al menos de una mujer italiana que según el mismo cronista, aparece en Orleans en 1023.Se ha conjeturado -y no sin fundamento-, que la herejía albigense es de origen enteramente medieval, sólo que sus seguidores, a fin de autorizarlas con un nombre ilustre, trataron de entroncarlas con las sectas más espiritualistas de la Antigüedad y acentuaron deliberadamente el parecido. También cabe imaginar que algunos maestros de las escuelas de Francia, estudiando en las obras de los Santos Padres las doctrinas de los antiguos herejes, se hubieran contagiado de sus errores.Lo cierto es que si en el siglo XI se dan casos esporádicos de herejía, en el siglo XII pululan en todas partes, especialmente en Francia y en el norte de Italia, de tal manera que las autoridades civiles se alarman y apelan a procedimientos severísimos de represión.

San Bernardo recorre la Aquitania y el Languedoc, y no ve más que templos sin fieles, fieles sin sacerdote, sacerdotes sin honor, cristianos sin Cristo. Se dirá que eso es oratoria, pero escúchese algo más tarde, en 1177, la voz de un laico, el conde Raimundo V de Toulouse, en su súplica al abad del Cister: "La herejía ha penetrado en todas partes. Ha sembrado la discordia en todas las familias, dividiendo al marido de la mujer, al hijo del padre, a la nuera de la suegra. Las iglesias están desiertas y se convierten en ruinas. Yo por mi parte he hecho lo posible por atajar tan grave daño, pero siento que mis fuerzas no alcanzan a tanto. Los personajes más importantes de mi tierra se han dejado corromper. La multitud sigue su ejemplo, por lo que yo no me atrevo a reprimir el mal, ni tengo fuerzas para ello. (A. LUCHAIRE, Innocent III et la croisade París 1905, p. 7-8. El cronista Ademaro de Chaubannes asegura que en 1022 fueron reprimidos ciertos herejes maniqueos en Toulouse (ML 141,71).

Doctrinas gnósticas o dualistas

No había uniformidad perfecta de ideas entre todos los secuaces del catarismo. Los de tendencia más moderada, particularmente los italianos de Concorezzo, no admitían sino un dualismo muy relativo. Hablaban de dos principios, pero sólo el principio bueno era eterno; el otro, el principio malo, no era un ser supremo y eterno sino un espíritu caído, es decir: Satanás. TAmpoco la materia era propiamente eterna, porque la había creado Dios, principio del bien, al crear los cuatro elementos -tierra, agua, aire y fuego-, con los cuales el principio del mal había luego plasmado y formado el mundo. Y también los espíritus habían sido creados de la nada por Dios. El origen del alma humana lo explicaban así: Dios permitió a Satanás que encerrase a los espíritus caídos en cuerpos materiales que acababa de formar del limo de la tierra. Satanás se alegró, porque de esa manera creía asegurarlos para siempre bajo su dominio, mas no previó que por la penitencia y otras pruebas se librarían de la prisión del cuerpo, retornando al paraíso perdido. (RAINERIO SACCONI, Summa de catharis, en MARTENE, Thesaurus novus anecdot, t. 5, 1774).

La mayoría de la secta profesaba un dualismo absoluto, con todas sus consecuencias. Así, por ejemplo, el Liber de duobus principiis, dado a conocer en 1939 por el P. Dondaine, libro de origen cátaro que ha venido a corroborar lo que ya sabíamos por otras fuentes, enseña que hay dos principios supremos, increados, eternos, entre los cuales existe una oposición radical e irreductible: el principio del bien, del cual procede el reino del espíritu, y el principio del mal, del cual procede el reino de la materia. Estas procedencias, ya tengan carácter de emanación, ya de creación, ambas son eternas. No existe la Trinidad en sentido cristiano, porque el Hijo y el Espíritu Santo son emanaciones, quizá criaturas superiores, subordinadas al Padre. Dios no es omnipotente, porque su acción está limitada por el principio del mal, que se introduce en todas sus criaturas. Del espíritu bueno proceden todos los seres espirituales y el alma humana, mientras el cuerpo del hombre y los seres materiales proceden del principio malo. Por un pecado, que se explicaba de manera muy variada, buen número de los espíritus cayeron del mundo suprasensible, al mundo de la materia y fueron encarcelados en cuerpos sometidos al "principio de este mundo".Compadecido de los espíritus cautivos, Dios misericordioso envió a Cristo para redimirlos. Cristo, emanación suprema de Dios, tomó un cuerpo meramente aparencial en María, la cual no era mujer, sino puro ángel. Entró en ella por un oído y salió por el otro en forma humana, sin contacto alguno con la materia, que es esencialmente mala.

No podía por lo tanto sufrir o morir, sino en apariencia. La redención consistió en manifestar Cristo a los hombres la grandeza originaria del elemento espiritual que en ellos se encierra, y en enseñarlos a liberarse del elemento material.Por supuesto, negaban la resurrección de la carne; admitían en cambio la metempsicosis o transmigración de los espíritus de un cuerpo a otro, hasta cumplir el ciclo de sus expiaciones y remontarse al cielo. No hay otro infierno que el reino de la materia. Todo sucede fatal y necesariamente en ambos mundos, y ni en Dios ni en las criaturas se da el libre albedrío. Algunos aceptaban toda la Biblia; otros el Nuevo Testamento en su integridad y del Antiguo sólo los libros proféticos. Generalmente abominaban de la Sinagoga y la Ley Mosaica, identificando al Dios de los judíos con Satanás.

La moral de los perfectos. La "endura"

Como para salvarse era preciso liberar el alma del cuerpo, el espíritu de la materia, se comprende que la moral y la ascesis derivadas lógicamente de aquella teología fuesen inhumanamente duras. En efecto, a fin de incorporar lo menos posible de materia y disminuir progresivamente la acción del cuerpo sobre el alma, practicaban ayunos prolongados de cuarenta días tres veces al año, y en las comidas se abstenían completamente de carnes, huevos y lacticinios. Unos guardaban este régimen casi exclusivamente vegetariano por horror a la materia, otros por la creencia en la metempsicosis, pues pensaban que en los animales residían las almas de hombres que no pertenecieron a la secta.

Tenían por el acto más material de todos, y por tanto el más aborrecible, el de la generación, aun entre esposos legítimos; de ahí su horror al matrimonio, que al propagar la vida multiplica los cuerpos en servicio de los intereses satánicos. El uso del matrimonio era para ellos más gravemente pecaminoso que el adulterio, el incesto o cualquier otro acto de lujuria, porque se ordena directamente la procreación de los hijos, lo cual es esencialmente demoníaco.Lejos de haber sido instituido por Dios, el matrimonio fue prohibido en el paraíso, cuando el Señor vedó a Adán y Eva comer la fruta del árbol central. El catarismo, pues, imponía una castidad perfecta y perpetua. No contento con destruir de este modo la familia, combatía no pocas instituciones sociales, como el juramento de oficio, la participación en cualquier proceso criminal, la pena de muerte y todas las guerras, aun las defensivas. Esta condenación del ejército y de la justicia, ¿no era abrir la puerta al anarquismo y a la ruina de la sociedad?

Su pesimismo radical ante la vida los conduciría, con perfecta lógica, hasta el suicidio. Había quienes se hacían abrir las venas en un baño y morían suavemente; otros tomaban bebidas emponzoñadas o se daban la muerte en diversas maneras. La más usada era la endura, lento suicidio, que consistía en dejarse morir de hambre. De los casos que conocemos, algunos acabaron su vida al cabo de sólo seis días de ayuno absoluto; otros duraron siete semanas e inmediatamente eran venerados como santos y propuestos al pueblo como modelos.Esa moral y esa ascesis que hemos descritos obligaban solamente a los perfectos, no a los simples creyentes, que eran la mayoría.

Organización y difusión

Dentro de la clase de los perfectos había una especie de jerarquía, consistente en obispos o diáconos. No existía un jefe supremo, como a veces se ha dicho, sino que la secta era una federación de iglesias. En Francia se contaban cuatro: las del país de langue d´oil, de Toulouse, de Albi y de Carcassonne, según la enumeración que hace Rainerio Sacconi, el cual no nombra la iglesia de Razés, quizá porque en su tiempo no se había organizado todavía.En Italia, según el mismo autor, eran seis: la de Alba o Desenzano, junto al lago de Garda; la de Baiolo, de Concorezzo, de Vicenza, de Florencia y del Valle de Espoleto. Y otras seis en Oriente: la latina y la griega de Constantinopla, la de Eslavonia, la de Filadelfia, la de Bulgaria y la de Drugucia o Traghu, en Dalmacia.Al frente de cada una de estas iglesias o diócesis había un obispo. Siempre que el obispo se hallaba presente era él quien presidía las asambleas. Como ayudantes y sustitutos, tenía a su lado dos vicarios (filius maior y filius minor). Por debajo de ellos estaban los diáconos, que eran los prepósitos de cada feligresía o comunidad. Estos diáconos viajaban sin cesar por los pueblos de su región, predicando y enseñando la auténcica doctrina de la secta a los creyentes y a los perfectos.

Todos los perfectos tenían obligación de hacer lo posible por ganar adeptos, y pecaba gravemente el que, tratando con un individuo extraño a la secta, no tratara de convertirlo. Así se explica su enorme proselitismo. De mil maneras hacían la propaganda: frecuentemente ejercían la profesión de médicos para introducirse más fácilmente en las familias para imponer al enfermo el rito del consolamentum, especie de bautismo cátaro, también mantenían talleres y oficinas, especialmente de tejidos, para influir como patronos en los aprendices. De ahí que el nombre de tisserand (tejedor) en Francia, fuera sinónimo de hereje.

No poseemos datos concretos y seguros para trazar una estadística de su difusión en los diversos países. Se afirma que el número de perfectos esparcido por Europa serían unos 14 000 (J. Guiraud, Histoire de l´Inquisition), una insignificante minoría si se le compara con el de creyentes. La región más poblada de cátaros era sin duda el mediodía de Francia. De su fuerte densidad herética se puede juzgar por los contingentes de tropas que levantaron contra los cruzados de Simón de Monfort. Guillermo de Tudela, el autor de la Chanson de la Croissade, asegura que los alzados en armas contra los católicos pasaban de 200 mil, cifra indudablemente exagerada. Reducida a la cuarta parte, todavía nos da fundamento para suponer que la herejía había echado largas y profundas raíces en una región que espontáneamente lanzaba al combate 50 mil hombres.

http://www.luxdomini.com/inquisicion_albigenses.htm 2007-I-

LA CRUZADA CONTRA LOS ALBIGENSES

Por Ricardo G. Villoslada

INTRODUCCIÓN

En el citado libro Historia de la Iglesia Católica, Tomo II, Edad Media, estoy tomando un extracto de la Parte II Cap. VI. En esta encrucijada de la Historia, encontramos sobrepuestas la Cruzada contra los albigenses, la Cruzada de los niños, la Cuarta Cruzada que saquéo Constantinopla, y la figura central de este periodo es indudablemente el Papa Inocencio III, quien fue el Papa Medieval que llegó a tener el mayor poder político.Así que entre las Cruzadas y el Concilio IV de Letrán, S.S. Inocencio III realmente GOBIERNA a la Cristiandad: aquí veremos la parte concerniente a la fuerza de las armas y el papel de la Inquisición en las medidas que tomaron la Iglesia y los gobiernos contra la herejía cátara/albigense, que estudiamos en el capítulo anterior.

Jesús Hernández NOTA: Me tomé la libertad de hacer algunos RESALTES en el texto.

La Cruzada contra los Albigenses

Una terrible amenaza se cernía sobre la Iglesia dentro de Europa al ceñir la tiara Inocencio III: la herejía de los albigenses. El papa afirmó que estos herejes eran más peligrosos que los sarracenos, y modernos historiadores no vacilan en afirmar que la Iglesia corrió entonces un riesgo no menos grave que el de la invasión islámica del siglo VIII.

Los Cátaros o Albigenses

Los cátaros habían inficionado a Europa con su doctrina, más que herética, anticristiana. Extendíanse desde la desembocadura del Danubio hasta los Pirineos, formando concentraciones en Lombardía y en el sur de Francia. Un poderoso núcleo, además del de Milán y Toulouse, era la ciudad de Albi, de donde les vino el nombre de albigenses.Alimentaban un odio feroz contra la Iglesia Católica, odio que en muchas ocasiones se mostraba en el saqueo de

templos, en atentados sacrílegos, asesinato de clérigos y fieles. Resultaban además peligrosos para la sociedad por sus doctrinas contrarias al matrimonio y a la propagación de la especie.En las regiones de Languedoc y Aquitania la mayor parte de la nobleza les era favorable entre otras razones porque la secta albigense, al negar a la Iglesia el derecho de poseer bienes terrenos, justificaban su despojo. Como esos nobles actuaban a modo de príncipes soberanos del país, ya que en aquellos tiempos feudales la autoridad y la potestad directa del rey eran casi nulas, y como el clero no gozaba de mucho prestigio por sus mundanas costumbres, la herejía encontraba fácil pábulo y grandes facilidades de propagación.

Ante la seriedad del peligro, cada día más grave, varios concilios de los siglos XI y XII dictaron medidas severas contra ciertos herejes que pudieran estar emparentados con los cátaros.Y el papa Alejandro III, en el último capítulo del concilio Lateranense III (1179), fulminó el anatema contra los que públicamente enseñaban su error y seducían a muchos cristianos in Gasconia, Albeesio et partibus Tolosanis, exhortando a los nobles a tomar las armas para la defensa del pueblo fiel contra los herejes. Al año siguiente el cardenal legado Enrique de Albano fue enviado al frente de una Cruzada contra Roger II, conde de Béziers y Carcasona. Otro decreto expidió el Papa Lucio III contra los cátaros en la reunión que tuvo con el emperador Federico I en Verona el año de 1184.Inocencio III, al principio de su pontificado, no se mostraba partidario de la represión violenta, diciendo que deseaba "la conversión de los pecadores, no su exterminio", y conforme a estos criterios de blandura y suavidad, intentó atraerlos al recto camino por medio de misioneros que los disuadieran de su error. En 1198 envió como legados pontificios a los cistercienses Rainerio y Guido. Rainerio murió pronto, después de un viaje a España, y en 1200 fue sustituido por Juan Pablo, cardenal de Santa Prisca, a quien ayudó el conde de Montpellier, uno de los pocos nobles sostenedores de la ortodoxia. En 1203 volvió el Papa a enviar a dos monjes cistercienses de la abadía de Fontfroide, cerca de Narbona, llamados Pedro Castelnau y Rodolfo de Fontfroide, a los cuales se juntó luego el abad del Cister Arnaldo Amaury con autoridad de legado apostólico, ya que el cardenal de Santa Prisca dejó pronto de figurar.Debían estos misioneros enseñar la doctrina verdadera, castigar a los clérigos que tuviesen trato con los herejes, disputar con los extraviados, a fin de convencerlos con razones y, en último caso, excomulgar a los contumaces.

Martirio de Pedro de Castelnau

Las autoridades civiles de Toulouse prometieron a los cistercienses defender la fe; la burguesía se mostró indiferente y siguió favoreciendo a la secta. El rey de Aragón Pedro II, soberano de varios territorios del Languedoc, llamó a los herejes a un coloquio religioso, donde los oradores ortodoxos pudieron refutar los falsos dogmas de aquellos. Pero ciertos obispos, como los de Narbona y Béziers, celosos de los poderes de los legados, les hicieron sorda oposición. Pronto se persuadieron los predicadores de la fe, empezando por Pedro Castelnau, que su labor sería infructuosa si no se depuraba la jerarquía y se atacaba a los herejes con la fuerza de las armas..Pidieron los legados al Papa la deposición del arzobispo de Narbona, Berengario; éste apeló a Roma, y aunque reprendido por Inocencio III, logró mantener su sede, y a fin de dar alguna satisfacción al Papa, entregó al campeón de la ortodoxia contra los albigenses, Domingo de Guzmán, la importante iglesia de San Martín de Limoux, que desde entonces perteneció siempre a los dominicos.

Entre 1204 y 1205 dimitieron o fueron retirados de sus cargos los obispos de Viviers, Béziers, Agde y Toulouse. No por eso disminuyó la fuerza de la herejía. Viendo el escaso éxito de los misioneros cistercienses, el obispo español Diego de Osma y su compañero Santo Domingo de Guzmán, llegaron a la convicción de que una de las causas del fracaso era la vida fastuosa de aquellos prelados. Por eso ellos dieron comienzo a un apostolado más evangélico, predicando con el ejemplo tanto más que con la palabra, llevando una vida de extrema pobreza y humildad, de austeridad y penitencia, táctica que fue del agrado de Inocencio III, quien la aprobó y recomendó el 17 de noviembre de 1206. Hubo conversiones, aunque no muchas. El obispo Diego, iniciador del nuevo apostolado, tuvo que emprender un viaje a su diócesis en 1207 y murió poco después.Santo Domingo continuó predicando con los cistercienses, y reuniendo compañeros fundó la Orden de Frailes Predicadores (dominicos). Mientras tanto, las tentativas para hacer intervenir al rey de Francia con fuerzas militares resultaban infructuosas.

Amparados por los nobles, seguían los albigenses cometiendo atropellos, se adueñaban de los templos católicos, utilizándolos para sus reuniones; saqueaban monasterios e insultaban a los frailes. Un día el legado Pedro de Castelnau increpó duramente a Raimundo VI, conde de Toulouse porque, lejos de prestar su apoyo y favor a la ortodoxia, como lo había hecho su padre Raimundo V (1144-1194), contemporizaba con los herejes y no cumplía las promesas hechas. Al día siguiente, 15 de febrero de 1203, Pedro de Castelnau caía muerto de un lanzazo por un súbdito del conde.Acaso no fue Raimundo el responsable del crimen, pero es cierto que todos los católicos a él le echaron la culpa. El mismo Papa lo da por seguro cuando en carta de 10 de marzo de los obispos del sur de Francia, después de hacer la apología -que es como una canonización- del santo mártir, manda declarar a los súbditos del conde de Toulouse libres de todo juramento de obediencia y sumisión. No era ésta la primera vez que sobre Raimundoi se lanzaba la excomunición.

Entonces fue cuando Inocencio III se convenció de que los medios suaves a nada conducían. Era preciso emplear la fuerza. Dice la Chanson de la croissade des albigeois que el Papa "con la grande aflicción, llevándose la mano a la barba, invocó a Santiago de Compostela y a San Pedro de Roma". En seguida, escribió al rey y a los condes de Francia que saliesen a luchar contra el conde de Toulouse para desposeerle de sus dominios, e hizo que el legado Arnaldo, abad del Cister, predicase la Cruzada en todo el reino.Felipe Augusto, en guerra contra el rey inglés Juan sin Tierra y el emperador alemán Otón IV, no creyó conveniente distraer sus fuerzas militares, y no dio un paso contra Raimundo; Arnaldo, en cambio, logró reunir en Lyon (junio de 1209) un ejército de caballeros y soldados, a los que él mismo acaudilló contra la ciudad de Béziers. El 12 de julio ésta caía en poder de los cruzados; Narbona y otros castillos se rindieron sin oposición; Carcasona capituló el 15 de agosto y su vizconde Raimundo Roger murió en prisión.

Campaña contra el conde de Toulouse

Raimundo VI se alarmó al ver que corría el peligro de perder sus estados, se sometió de nuevo al legado pontificio Milón, suscribiendo todas las proposiciones que se le presentaron y entregando, como prenda de seguridad, siete de sus castillos de Provenza. Con esto, el 18 de julio de 1209 fue absuelto de la excomunión.Al tratar de nombrar un señor que dominase en los países recién conquistados, muchos de los nobles rehusaron el ofrecimiento. Simón de Montfort, que acababa de regresar de Palestina, aceptó, por fin, el 16 de agosto, y quedó desde aquel momento constituido en jefe de la Cruzada.

El concilio celebrado en Aviñón el 6 de septiembre de 1209 por el legado Milón y su colega Hugo, obispo de Rietz, con asistencia del episcopado y de los abades de Provenza, excomulgó a Raimundo y dictó severos decretos disciplinares, a fin de extirpar las causas y ocasiones de la herejía, empezando por declarar que los primeros culpables eran los obispos, mercenarii potius quam pastores.El conde de Toulouse se presentó en Roma, justificándose ante el Papa y pidiendo se le devolviesen los siete castillos que había entregado a la Santa Sede en fianza de su fidelidad. Inocencio III le recibió con benignidad y le prometió la devolución en el caso que cumpliese las condiciones que se le impondrían.A este fin ordenó que, reunidos los legados en un concilio, examinaran si efectivamente el conde había abandonado la fe católica y si tenía complicidad en el asesinato de Pedro de Castelnau. En dicho concilio (Saint-Gilles, septiembre 1210) los legados desconfiaron de las buenas palabras de Raimundo y no dieron crédito a sus razones. En otra reunión tenida en Narbona (enero 1211) sólo se le impuso la condición de expulsar a los herejes de sus dominios.Como esto se le hacía al conde demasiado duro, no se llegó a su reconciliación con la Iglesia. Condiciones semejantes se impusieron al conde de Foix, y como también se resistiera, el rey Pedro II de Aragón, soberano de la mayor parte del condado, tomó el castillo de Foix.Las condiciones que se impusieron al conde de Toulouse en el sínodo de Arlés (1211) eran tremendamente duras; no sólo debía arrojar de sus tierras a todos los herejes y arrasar los castillos y plazas fuertes de su condado, sino que se le imponía la obligación de partir a Tierra Santa y no regresar sin permiso del legado apostólico.Raimundo, tomando el documento, que contenía 14 preceptos a cuál más rigurosos, se lo enseñó a su cuñado, el rey Pedro II de Aragón, presente en el concilio. Como el rey se limitara a decirle una palabra que venía a significar "cómo te han reventado", Raimundo, indignado, salió de la asamblea y, excomulgado nuevamente, huyó a Toulouse, y la

ciudad en masa de aprestó a resistir.

Entonces Simón de Montfort reemprendió la Cruzada, y con grandes refuerzos provenientes de Francia, Lombardía y Austria, se apoderó de Lavaur y otras fortalezas, hostigando a los herejes hasta tal punto que si no abjuraban iban derechos a la hoguera. La mayor parte prefería la muerte. Es triste advertir que este Simón de Montfort, jefe de los cruzados, acompaña sus conquistas con acciones de increíble fanatismo y crueldad. Y como el jefe, eran los caballeros que militaban bajo su mando. Al mismo Fulco, arzobispo de Toulouse desde 1205, tuvo el Papa que moderarle los ímpetus, recomendándole mayor benignidad.. Por doquiera que pasaban los cruzados dejaban como trofeo cadáveres de caballeros enemigos colgados de los árboles, montones de cuerpos carbonizados, pobres mujeres arrojadas al fondo de los pozos. Con razón se ha hecho notar que la Cruzada francesa contra los albigenses ofrece un carácter de FANATISMO CRUEL que jamás se encontrará en la Cruzada Española contra los moros.

La Batalla de Muret

Con sus fuerzas reunidas, Simón de Montfort decidió que había llegado el momento de dar un primer ataque contra la ciudad de Toulouse, que defendían el conde Raimundo y los condes de Foix y Comminges. Pero como en auxilio de los sitiados se aproximó un ejército enviado por el rey inglés, Simón tuvo que levantar el cerco. El mismo Papa Inocencio III, en el verano de 1212, creyó que debía en justicia tomar bajo su protección los bienes del conde de Toulouse, ya que la acusación de herejía lanzada contra él no se probaba claramente.Entonces Simón de Montfort lanzó su ofensiva hacia los condados de Foix, Bearn y Comminges, en unos momentos en que el Papa prefería dar por terminada la Cruzada albigense y concentrar tropas para la Cruzada española.Pedro II de Aragón regresaba de España, donde había participado, junto con castellanos y navarros, en la victoriosa batalla de las Navas de Tolosa contra los musulmanes; y se quejó ante el Romano Pontífice de que las tropas de Montfort y Arnaldo Amaury (arzobispo de Narbona desde marzo de 1212), extendían su rapacidad sobre los feudos aragoneses y aun sobre tierras donde no había ni un solo hereje; añadía que el conde de Toulouse estaba dispuesto a cumplir con las condiciones papales y a combatir a los infieles en Oriente y en España, pero que Simón de Montfort sólo ponía obstáculos a la reconciliación.

Inocencio III mandó en enero de 1213 que se examinara atentamente este asunto, y mientras tanto prohibía al arzobispo continuar predicando la Cruzada, y a Simón le ordenaba someterse a la autoridad de Pedro II.El monarca aragonés estaba en Toulouse, y desde ahí se dirigió al Concilio de Lavaur proponiendo a los obispos diversos medios para la reconciliación con los condes de Toulouse y Foix, cuñado suyo el primero y primo el segundo, además de sus vasallos los condes de Comminges y Bearn. Luego, viendo que estas intercesiones resultaban infructuosas, apeló al Papa, y desde entonces se constituyó en protector decidido de dichos condes. Al principio Inocencio III se inclinaba en pro de Pedro II, pero al recibir las informaciones del Concilio de Lavaur cambió de opinión, y envió una seria epístola al rey aragonés conminándole a no seguir apoyando a los herejes.

Pedro II hizo caso omiso de tales exhortaciones, y se dirigió con su ejército al castillo de Muret, a orillas del Garona, donde ocupaba una fuerte posición defensiva Simón de Montfort.Al saber que los aragoneses se acercaban, Montfort no quiso dejarse encerrar en Muret, salió con sus tropas de la fortaleza a dar batalla. Los cruzados cargaron con tal ímpetu sobre los escuadrones delanteros de Pedro II, que los arrollaron por completo. El valeroso rey de Aragón, a la vanguardia, y habiendo perdido muchos de sus caballeros franceses, tomó sus armas y se batió bravamente, hasta morir en medio de la pelea, terminada la cual apareció su cadáver desnudo y despojado.

Era el 12 de septiembre de 1213, y tal fue la triste muerte de Pedro II el Católico, rey que en palabras de Menéndez Pelayo "hubiera quemado vivo a cualquier albigense o valdense que osara presentarse en sus estados".Ahora Raimundo VI no podía pensar en ofrecer resistencia después de la muerte de su poderoso protector, así que se rindió y puso en manos de la Iglesia su cuerpo, el de su hijo, y todas sus posesiones. El Concilio de Montpellier y el Lateranense concedieron el condado de Toulouse a Simón de Montfort. Parte del territorio se cedió a Raimundo VII, hijo del conde vencido, pero posteriormente la misma ciudad de Toulouse llamó y abrió las puertas a Raimundo VII. Cuando Simón de Montfort acudió a poner sitio a la ciudad, una pedrada en la frente llevó a la muerte al antiguo

héroe de la Cruzada contra los albigenses, el 25 de julio de 1218. El viejo conde Raimundo VI murió en Toulouse de apoplejía en 1222. Su hijo Raimundo VII finalmente tuvo que buscar un acuerdo con la regente Blanca de Castilla, nuera de Felipe Augusto y madre de Luis IX. Mediante los arreglos con la regente de Francia, el joven conde de Toulouse cedía parte de sus territorios, declaraba obediencia a la Iglesia. La cuestión de los feudos del mediodía de Francia se resolvió definitivamente con el tratado de París-Meaux en 1229 a favor de la monarquía francesa. Con esto Francia daba un paso decisivo hacia la unidad nacional bajo la dinastía de los Capetos, que consolidaría unos años más tarde San Luis IX.

Y Francia se libró de la herejía albigense, cuyos residuos sobrevivientes en algunas partes desaparecieron eventualmente, bajo la condena del catarismo por el Concilio IV de Letrán y la acción constante de la Inquisición; al finalizar el siglo XIII no se habla ya de albigenses en la historia de Europa.

http://www.luxdomini.com/inquisicion_cruzada.htm 2007-I-

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entre el blanco y el negro hay mil matices de grises

De Albi, patria cátara, declarada patrimonio de la Humanidad

La bella ciudad del meridión francés llamada Albi ha sido declarada por la UNESCO patrimonio de la Humanidad. Si por lago pasa a la historia Albi es por el importante desarrollo que en ella alcanzó una de las herejías más exóticas en la vida del cristianismo, y tan importante, por otro lado, que es la que, de hecho, determinó a la Iglesia a crear una institución como la Inquisición. Me refiero al el catarismo(*).

Aunque los primeros grupos cátaros aparecen en Renania a finales del s. XI, pronto se les encuentra en el mediodía francés, donde consta su presencia hacia el año 1140, y concretamente en Albi, ciudad de la que los cátaros

reciben el nombre alternativo de albigenses. A pesar del interés que despiertan, no es en realidad mucho lo que se sabe de ellos, pues sus escritos fueron aniquilados en la tenaz persecución que de ellos hizo la Inquisición, aunque de las actas de esos juicios sí se pueden extraer conclusiones suficientes.

Posiblemente enlazados con los bogomilos, de algunos de cuyos pensamientos participan, hablar de los cátaros, que reciben su nombre del griego khataros (=puro), es hablar necesariamente del “perfecto”, status supremo reservado a unos pocos y alcanzado mediante la ceremonia del “consolamentum”. La teoría subyacente al mismo es que en el origen de los tiempos, Satán seduce a una serie de ángeles que, aunque dejan su espíritu en el cielo, se entregan en alma al demonio. Arrepentidas, esas almas buscan el perdón de Dios, pero Satán para borrarles la memoria del pasado, las encierra en cuerpos humanos. Pues bien, la ceremonia del consolamentum supone la unión del alma angelical encerrada en un cuerpo humano, con el espíritu abandonado en el cielo.

Para recibir el consolamentum, los candidatos, que deben ser presentados por otro perfecto, han de superar un año de privaciones que incluye ayunos, períodos penitenciales a pan y agua, abstinencia de comer productos procedentes de coito con la sola excepción del pescado, y abstinencia sexual. La prohibición cátara de comer carne se justifica pues para los cátaros, los animales son fetos de mujeres embarazadas caídos a tierra durante los combates celestiales entre las huestes divinas y las satánicas. Tan severa existencia tiene, sin embargo, su atractivo: amén de constituir el único camino para escapar de las garras de Satán, la palidez de un perfecto constituye motivo de admiración de los que no lo son, que le deben el melioramentum, saludo ritual con triple genuflexión. El perfecto es asimismo el que oficia la ceremonia de la fracción del pan mientras reza, único que puede hacerlo, el Padrenuestro.

Los elementos más destacados del catarismo son el dualismo entre las fuerzas del bien y del mal; la creación del mundo por el diablo, identificado con el Jehová veterotestamentario; la negación del purgatorio; la condena de la guerra (si bien cuando tuvieron que hacerla se mostraron heróicos guerreros); la negación de la redención al no admitir la encarnación ni el valor inmolatorio de la crucifixión; el rechazo a la trinidad al subordinar al Padre las otras dos personas, etc.

La lucha contra el catarismo francés se llevará a efecto desde dos instancias igualmente interesadas en ella: la corona francesa (Luis VIII, Felipe Augusto), preocupada por el carácter nacionalista que adoptaba la herejía; y la Iglesia, preocupada por el carácter herético que adoptaba el nacionalismo languedociano. Para combatir la herejía albigense, la Iglesia se valdrá de tres instrumentos: primero, la cruzada del Papa Inocencio III (1198-1216); segundo, la labor pastoral de la orden creada al efecto por el monje español Santo Domingo de Guzmán (n.1175-m.1221), los dominicos; y tercero, el Tribunal del Santo oficio de la Inquisición, especialmente creado para ello por el Papa Gregorio IX (1227-1241).

Sólo para 1250 puede decirse que la herejía ha dejado de representar un peligro, pero en Narbona, Pamiers y Carcasona, se estuvieron quemando cátaros hasta el año 1383, unos dos siglos después de su aparición en Francia.

(*) Extraído y adaptado del libro: “El cristianismo desvelado. Respuestas a las 103 preguntas más frecuentes sobre el cristianismo” Luis Antequera. Editorial EDAF, 2007.

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«La matanza de los cátaros en el siglo XIII

es otro ejemplo de manipulación ideológica»

Hace tiempo que vengo diciendo que los católicos, reducidos ya a una minoría (al menos en el plano cultural), deberían seguir el ejemplo de otra minoría, la judía, y crear también ellos una «Liga Anticalumnia», que intervenga en los medios para restablecer las verdades históricas deformadas, sin pretender, por otra parte, ninguna censura ni privilegio, sino sólo la posibilidad de rectificaciones basadas en datos exactos y documentos auténticos. Tomemos, por ejemplo, el asunto de los cátaros (también llamados albigenses) hoy tan de moda porque gozan de protagonismo en el «El Código da Vinci» y similares y a los que les gustaría revalorizarse, olvidando que eran seguidores de una oscura, feroz y sanguinaria secta de origen asiático. Paul Sabatier -historiador de la Edad Media e insospechado pastor calvinista- ha escrito: «El papado no ha estado siempre de parte de la reacción y del oscurantismo: cuando desbarató a los cátaros, su victoria fue la de la civilización y la razón». Y otro protestante, radicalmente anticatólico y célebre estudioso de la Inquisición, el americano Henry C. Lea: «Una victoria de los cátaros habría llevado a Europa a los tiempos salvajes primitivos». De la campaña católica contra aquellos sectarios (apoyados por los nobles del Midi -el Mediodía francés- no por motivos religiosos, sino porque querían meter mano a las tierras de la Iglesia), son recordados sobre todo el asedio y la toma de Béziers, en julio de 1209. Veo ahora en «Il Messaggero» que un divulgador de la Historia como Roberto Gervaso no duda en dar por buena la réplica de Dom Arnaldo Amalrico, abad de Citeaux y «asistente espiritual» de los cruzados, a los barones que le preguntaban qué tenían que hacer con la ciudad conquistada. La respuesta se ha hecho famosa por sus innumerables repetidores: «¡Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos!». A la cual siguió una masacre que, según Gervaso -seguidor, también aquí, de la vulgata corriente-, alcanzó los 40.000 muertos. El divulgador se halla, por tanto, en sorprendente compañía: hasta un verdadero especialista en el Medievo como Umberto Eco, en su novela «El Nombre de la Rosa» acredita la frase terrible del abad y el desmesurado número de víctimas. Pues bien: se

da la casualidad de que poseemos muchas crónicas contemporáneas de la caída de Béziers, pero en ninguna de ellas hay noticia de aquel «matadlos a todos». La realidad es que más de sesenta años después, un monje, Cesáreo de Heisterbach, que vivía en una abadía del Norte de Alemania de la que nunca se había movido, escribió un pastiche fantasioso conocido como «Dialogus Miracolorum». Entre los «milagros» pensó inventar también éste: mientras los cruzados hacían estragos en Béziers (que fray Cesáreo ni siquiera sabía dónde estaba) Dios había «reconocido a los suyos», permitiendo a aquellos que no eran cátaros huir de la matanza. Es decir, la frase atribuida a don Arnaldo tiene la misma credibilidad que el «Eppur si muove!» que se supone que fue pronunciado por Galileo Galilei ante sus jueces, y que sin embargo fue inventado en Londres en 1757, casi un siglo y medio después, por uno de los padres del periodismo, Giuseppe Baretti. En realidad, en Béziers, en aquel año de 1209, los católicos deseaban tan poco una matanza que enviaron embajadores a los asediados para que se rindiesen, salvando su vida y sus bienes. Por lo demás, tras un largo periodo de tolerancia, el Papa Inocencio III se había decidido a la guerra sólo cuando los cátaros, el año anterior, asesinaron a su enviado que proponía un acuerdo y una paz. Habían fallado también las tentativas pacíficas de grandes santos como Bernardo y Domingo. También en Béziers, los cátaros replicaron con la violencia de su fanatismo a la oferta de diálogo y negociación: intentaron, de hecho, un ataque sorpresa pero, para su desventura, los primeros con los que se encontraron eran los Ribauds, cuyo nombre ha asumido el significado inquietante que conocemos (en italiano, «delincuente, mercenario»). Eran, de hecho, compañías de mercenarios y aventureros de pésima fama. Esta mesnada de irregulares, no sólo rechazó a los asaltantes, sino que los persiguió hasta el interior de la ciudad. Cuando los comandantes católicos acudieron con las tropas regulares, la masacre ya había comenzado y no hubo modo de frenar aquellos «ribaldos» enfurecidos. ¿Veinte, quizá cuarenta mil muertos? Hubo una matanza, impensable para la mentalidad de entonces y explicable con la exasperación provocada por la crueldad de los cátaros, que no sólo en Béziers, sino desde hacía años perseguían a los católicos. Sólo un cuentacuentos tipo Dan Brown puede hablar con ignorancia de una «mansedumbre albigense». El episodio principal tuvo lugar en la iglesia de la Magdalena, en la cual no cabían, abigarradas, más de mil personas. ¿Béziers despoblada y derrocada? No lo parece, dado que la ciudad se organizó poco después para ulteriores resistencias y fue necesario un nuevo asedio. En resumen: un episodio entre tantos otros de manipulación ideológica. Una Liga Anticalumnia no sólo sería deseable y necesaria para los católicos, sino para dar lugar a un juicio ecuánime y realista sobre el pasado de una Europa forjada durante tantos siglos también por la Iglesia. Escritor y periodista –Vittorio MESSORI – Italia. 2007.II.

No prevalecerán – lo anunció Jesucristo - Ningún poder, terreno o espiritual, podrá apagar la luz de la palabra de Dios ni destruir la Iglesia de los mártires y de los santos. «Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo». Sagrada Escritura.

Iglesia Católica y apostólica en sus apóstoles - Corrían los años 33, 40 y más, cuando vemos los mensajeros ‘apóstolos’, enviados, heraldos, comisionados, que estaban llenos del conocimiento, incrementado después de la cruz en las apariciones del Jesús resucitado, de que Él vive y de que, mediante su resurrección, su mensaje había sido legitimado por Dios. Por eso era preciso difundir ahora aún más ese mensaje, pero incrementado precisamente por el determinante contenido de la muerte y resurrección de Jesús. Ese mensaje de basaba en la cruz y resurrección de Jesús, que pasó a ser como el Evangelio (cf. 1 Cor 15,1 ss).

La función dirigente de Pedro en Jerusalén aparece con nitidez en un evento del que el apóstol Pablo habla en Gál 1. Hechos de los Apóstoles ya no mencionará a Pedro más que en la reunión de los apóstoles, de nuevo en Jerusalén, para desaparecer luego por completo. Hay que estar de acuerdo con Hechos de los Apóstoles cuando sitúa esfuerzos misionarios de Pedro ya antes de la reunión de los apóstoles y de la persecución ocasionada por Agripa (cap. 9 ss). Es posible que aquella persecución, de la que él escapó, le hubiera empujado a evitar provisionalmente Jerusalén hasta la muerte de Agripa en el año 44. Carecemos de un conocimiento más preciso.

El Emperador Nerón muere en el 68. La aplicación del nombre simbólico de Babilonia a Roma se impone sólo después del año 70. tras la guerra judeo-romana.

Años 40.ca. Iglesia Católica - ya «inmediatamente después de la muerte y la resurrección de Cristo, en torno a los años 40 d.C., la Iglesia Católica cantaba, en el famoso himno contenido en Carta de San Pablo a los Filipenses»: «Cristo, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios» (Flp 2,6).

Miembros de la Iglesia Católica – ya alrededor del año 58 de nuestra era vivían en Jerusalén varios miles de judíos creyentes, miembros de la Iglesia Católica recién fundada por Jesucristo que le ordenó ser “Católica y catolizante”. Así lo afirmaban los responsables de la Iglesia a Pablo: "Ya ves, hermano, cuantos miles de judíos son ahora creyentes y todos son fieles observantes de la Ley" (Hch 21,20).

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‘Iglesia católica’: Hacia los años 90 e inicios del 100 (siglo II) el nombre de católicos (la expresión «Iglesia católica» aparece por vez primera en Ignacio de Antioquía) está difundido por todas partes para designar a los miembros de la Iglesia «grande» y diferenciarlos de las comunidades menores de los herejes o neo-sectas.

Κα8ολικος [kazolikós (pronunciando th como en inglés, o como la z española), que significa universal].

En los tres primeros siglos de la Iglesia, los cristianos decían "cristiano es mi nombre, católico mi sobrenombre". Y así se usó el término "Católica", para distinguirse de quienes se hacían llamar cristianos, pero habían caído en herejías.

«Katholikós, en griego clásico, era empleado por los filósofos para indicar una proposición universal: ahora es para indicar donde se realiza esa humanísima unidad, ‘el Evangelio’ predicado por la Iglesia desde hace 2000 años, generadora de esa mirada que abraza al mundo: el amor de Cristo siempre Katholikós.

¿Pero es Bíblica la palabra?R. Si lo es. Está en Mateo 28:19-20, "Vayan y hagan discípulos en todas las naciones...enséñenles a cumplir todo lo que les he ordenado; además yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo." Esta es una declaración de la Universalidad, Globalidad, Dimensión mundial, Katholicos, Catholicus, Católica.

La Iglesia testimonia el Evangelio por los caminos del mundo, ¡por eso es católica!; desde que Cristo la fundara, hace dos milenios. ¡Y nadie puede contra ella!

“El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).

Cristo funda la Iglesia y de ella es la piedra angular; desde hace veinte siglos ella, con su magisterio garantizado, vigila sobre la humanidad y la guía.

La Iglesia prolonga en los siglos la misión de su Señor: su compromiso principal consiste en dar a conocer a todos los hombres (catolicidad) el rostro del Padre, reflejando la luz de Cristo, lumen gentium, luz de amor, de verdad y de paz. Para esto el divino Maestro envió al mundo a los Apóstoles, y envía continuamente, con el mismo Espíritu, a los obispos, sus sucesores.

La palabra "Iglesia" ["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación". Designa asambleas del pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter religioso. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo (cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre de "Iglesia", la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de la tierra. El término "Kiriaké", del que se deriva las palabras "church" en inglés, y "Kirche" en alemán, significa "la que pertenece al Señor".

En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11, 18; 14, 19. 28. 34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga

1, 13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia" es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.

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…como Pedro y Pablo, afrontar mares y romper confines anunciando a Cristo… «Duc in altum» (Lc 5,4) dijo Cristo al apóstol Pedro en el Mar de Galilea.

Fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica cuenta en primer lugar con el apoyo seguro de Cristo que, antes de subir al cielo, prometió a los suyos: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Llevamos dos mil años de historia señalados por las piedras, hablando con nos. ¡Y no es cuestión de fe! Es memoria histórica -seria y sensata- lejos de las sectas bautistas*, caducos jehovistas, milenaristas… etc. En medio de los asuntos del mundo, la Iglesia Católica se mantiene abrazada a la Cruz del Señor. Si la Iglesia intentara separarse de la Cruz, en realidad rechazaría a Jesucristo. Ser cristiano supone una renuncia gozosa a comportamientos y sentimientos mundanos que dominarían nuestra existencia si no fuésemos discípulos de Jesús, es decir: hijos de la Iglesia Católica, por Jesucristo fundada. «El Reino de los cielos sufre violencia…» (Mt 11,12) a causa de las sectas e insisten en tirar coces. La Iglesia lo sabe que el desenlace no es incierto, ¡ella es la vendedora! Pero la locura y ceguera de los perseguidores y odiadores de Cristo, no les permitirán cegar en sus intentos destructores del Reino, aunque esos intentos estén de antemano condenados al fracaso. La guerra de la Iglesia es pacífica, es la acción de la levadura y de la sal de la tierra, que son los discípulos de Cristo (cfr. Mt 5, 13).

¿Por qué el protestantismo NO sobrevivirá ? 1. Simplemente porque la Sagrada Escritura a nadie le otorgó la autoridad de fundar otra iglesia que no sea ‘la única’ fundada por Jesucristo. Vea Usted las alteraciones: 2. Existen actualmente mas de 33,800* diferentes denominaciones protestantes en el mundo. Quisiéramos ver el versículo en la ‘Sagrada Escritura’ que autorice a cualquier individuo a fundar alguna de esas miles existentes. Cualquier secta que exista sin autoridad de Dios, es una falsedad creada por el hombre. *Enciclopedia Mundial Cristiana, Abril 2001, «publicación protestante».

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II Corintios – Cap. 11 – San Pablo ya les reconocía ‘disfrazados de apóstoles’.

13 Porque esos tales son unos falsos apóstoles, unos trabajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo.14 Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.

15 Por tanto, no es mucho que sus ministros se disfracen también de ministros de justicia. Pero su fin será conforme a sus obras.

La Iglesia hace dos mil años que nos amonesta de tantos falsos predicadores.

La Iglesia testimonia el Evangelio por los caminos del mundo, ¡por eso es católica!; desde que Cristo la fundara, hace dos milenios. ¡Y nadie puede contra ella!

“El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).

Si la presencia de Cristo es la que hace sentirse de veras en casa, es precisamente porque impulsa la libertad del cristiano más allá de los muros de la casa, pues es consciente de que el horizonte de su casa es el mundo.

 

Es Justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

"Obras todas del Señor, bendecid al Señor".-

¡Hoy la tierra y los cielos me sonríen

hoy llega hasta el fondo de mi alma el sol

hoy la he visto... la he visto y me ha mirado

Hoy creo en Dios! Ad maiorem Dei gloriam.